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REVISTA COLOMBIANA DE HUMANIDADES
AnálisisBogotá D.C.
Colombiapp. 1 - 286 Jul. - dic. 2011
ISSN
0120-8454No. 79
Entre la Colonia y laIndependencia: nuevas
perspectivas historiográficas
UNIVERSIDAD SANTO TOMÁS
ANÁLISIS
REVISTA COLOMBIANA DE HUMANIDADES
Entre la Colonia y la Independencia: nuevas perspectivas historiográicas
No. 79 julio - diciembre de 2011
Publindex - Categoría CLatindexDialnetSIFCOCLASE
(Citas latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades)
Bogotá, D.C.
UNIVERSIDAD SANTO TOMÁS
Análisis Bogotá, D.C. No. 79 pp. 1- 288 Jul. - Dic. 2011 ISSN
Colombia 0120-8454
CONSEJO EDITORIAL
P. Carlos Mario Alzate Montes, O.P. Rector General
P. Eduardo González Gil, O.P. Vicerrector Académico General
P. Luis Francisco Sastoque Poveda, O.P. Vicerrector Administrativo y Financiero General
P. Érico Juan Macchi Céspedes, O.P. Vicerrector General de Universidad Abierta y a Distancia -VUAD-
Dr. Omar Parra Rozo, Ph.D. Director Unidad de Investigación
Fr. Javier Antonio Hincapié Ardila, O.P. Director Departamento de Publicaciones
María Paula Godoy Casasbuenas Editora
ISSN: 0120-8454 Hecho el depósito que establece la ley
© Derechos reservados Universidad Santo Tomás
Corrección de estilo Leonard Mauricio Múnera Villamil
Diseño y Diagramación Massayel Cuéllar Hernández
UNIVERSIDAD SANTO TOMÁS Departamento de Publicaciones Carrera 13 No. 54-39 Teléfonos: 235 19 75 – 255 42 01 http://www.usta.edu.co editorial@usantotomas.edu.co
Bogotá, D.C., Colombia, 2011
Las ideas aquí expresadas son de exclusiva responsabilidad
del autor de cada artículo y en nada comprometen a la institución
ni la orientación de la revista.
www.revistaanalisis.com.co
revistaanalisis@usantotomas.edu.co
Publicación dirigida a la comunidad académica nacional e internacional interesada en las
humanidades, formación humanística y disciplinas aines.
Director Departamento de Humanidades
Carlos Flórez Márquez
DirectorEudoro Rodríguez Albarracín
Editor de la revistaMg. Manuel Darío Palacio Muñoz
Comité EditorialDr. Fernando Cardona Suárez
Pontiicia Universidad Javeriana
Dr. Luis Álvarez FalcónUniversidad de Zaragoza
P. Adalberto Cardona, O.P.Convento de Santo Domingo
Juan Sebastián Ballén RodríguezDepartamento de Humanidades
Universidad Santo Tomás
Miguel Fonseca Martínez
Departamento de HumanidadesUniversidad Santo Tomás
César Augusto Vásquez García
Departamento de HumanidadesUniversidad Santo Tomás
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E-mail:
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Comité Cientíico
Dr. Germán Marquínez ArgoteFundación Xavier Zubiri
Dr. Alfredo Gómez MüllerUniversidad de Tours
P. Mauricio Beuchot, O.P.Universidad Nacional Autónoma
de México
Dr. Tomás Sánchez AmayaUniversidad Santo Tomás
Dr. José Arlés Gómez ArévaloUniversidad Santo Tomás
Dr. Diego Pérez VillamarínUniversidad Santo Tomás
Diseñador versión electrónica
Mg. Manuel Darío Palacio MuñózUniversidad Santo Tomás
Árbitros para este número
Andrés Mauricio Escobar Herrera
Literato, Pontiicia Universidad JaverianaHistoriador, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá
Docente Investigador del CES, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá
Francy Migdonia Gómez
Magíster en Historia, Universidad Paris 1, Panthéon – SorbonneDocente Investigadora, Unidad de Investigación, Universidad Santo Tomás
Fabián Leonardo Benavides SilvaHistoriador, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá
Coordinador Instituto de Estudios Históricos Fray Alonso de Zamora,Universidad Santo Tomás
Contenido
Editorial 11
Fabián Leonardo Benavides Silva
Diario de un convento: Santo Domingo de Tunja
durante la Independencia 23
P. Carlos Mario Alzate Montes, O.P.
El caso de la Comunidad Dominicana frente a la reforma
educativa borbónica del siglo XVIII en el Virreinato de la
Nueva Granada 45
César Augusto Vásquez García, Eduardo Alberto Gómez Bello,
Édgar Arturo Ramírez Barreto, Juan Sebastián Ballén Rodríguez
La tradición colonial y la pintura del siglo XIX en Colombia 69
Jaime Humberto Borja Gómez
Joanna de San Esteban: peril hagiográico de una vida
ejemplar en los albores de la Independencia 103
María Constanza Toquica Clavijo
Rumores de libertad entre la población esclava: de la revuelta
de los Comuneros a las guerras de independencia
de la Nueva Granada 135
Roger Pita Pico
Análisis Bogotá, D.C. No. 79 pp. 1- 288 Jul. - Dic. 2011 ISSN
Colombia 0120-8454
Participación de la plebe santafereña en los albores de la
Independencia 169
Robert Ojeda Pérez
Los conventos dominicos de Caracas y Mérida:
frailes entre la inidencia y la independencia venezolana
(1810-1830) 195
Fray Oswaldo Montilla
Fidelidad y realidades en el campo religioso: el clero y la
independencia en el Perú (1820-1826) 243
Fernando Armas Asín
Normas para la presentación de artículos y manual de estilo 269
Content
Editorial 15
Fabián Leonardo Benavides Silva
Diary of a convent: Saint Dominic of Tunja during
the Independence 24
P. Carlos Mario Alzate Montes, O.P.
The Dominican Community case before the Borbonic
Education Reform from XVIII century in the Viceroyalty
of New Granada 47
César Augusto Vásquez García, Eduardo Alberto Gómez Bello,
Édgar Arturo Ramírez Barreto, Juan Sebastián Ballén Rodríguez
The Colonial Tradition and Painting in the XIX Century in Colombia 70
Jaime Humberto Borja Gómez
Joanna de San Esteban: Hagiographic Proile of an Example
of Life during the Independence 105
María Constanza Toquica Clavijo
Freedom Rumours Among Slaves: from Revolt of the
Comuneros to the Wars of Independence in New Granada 136
Roger Pita Pico
Análisis Bogotá, D.C. No. 79 pp. 1- 288 Jul. - Dic. 2011 ISSN
Colombia 0120-8454
Involvement of Santafe’s Rabble at the dawn of Independence 170
Robert Ojeda Pérez
Dominican Convents from Caracas and Mérida:
Friars between Secrets and the Venezuelan
Independency (1810-1830) 196
Fray Oswaldo Montilla
Loyalty and Realities in the Religious Field: the Clergy and
Independence in Perú (1820-1826) 244
Fernando Armas Asín
Rules for the Submission of Articles and Style Handbook 275
Contenu
Editorial 19
Fabián Leonardo Benavides Silva
Journal d’un couvent: Saint Dominique de Tunja pendant
l’indépendance 25
P. Carlos Mario Alzate Montes, O.P.
Le cas de la communauté dominicaine face à la réforme
éducative des bourbons, au XVIIIè siècle dans le Vice
Royaume de Nouvelle Grenade. 48
César Augusto Vásquez García, Eduardo Alberto Gómez Bello,
Édgar Arturo Ramírez Barreto, Juan Sebastián Ballén Rodríguez
La tradition coloniale et la peinture du XIXè siècle en Colombie 71
Jaime Humberto Borja Gómez
Joanna de San Esteban: proil hagiographique
d’une vie exemplaire à l’aube de L’independance 107
María Constanza Toquica Clavijo
Rumeurs de libertè dans la population esclave: de la révolte
des «Comuneros» aux guerres d’independance de la
Nouvelle Grenade 137
Roger Pita Pico
Análisis Bogotá, D.C. No. 79 pp. 1- 288 Jul. - Dic. 2011 ISSN
Colombia 0120-8454
Participation de la plèbe de Santa Fe a l’aube de L’Indépendance 171
Robert Ojeda Pérez
Les couvents dominicains de Caracas et Mérida: frères
entre déloyauté et Indépendance vénézuélienne (1810-1830) 197
Fray Oswaldo Montilla
Fidélité et réalités dans le domaine religieux: le clergé et
l’indépendence au Pérou (1820-1826) 245
Fernando Armas Asín
Normes pour la Presentation d’articles et manuel de styles 281
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Editorial
Fabián Leonardo Benavides Silva*1
Coordinador Instituto de Estudios Históricos Fray Alonso de Zamora,
Universidad Santo Tomás – sede principal
La revista Análisis, con el presente número dedicado a las formas de ha-
cer historia, ha querido sumarse y contribuir de diversas maneras en un
debate de mayor trascendencia académica, que no sólo le concierne al
campo de la historia o de las ciencias humanas, sino también a todas las
ciencias exactas. Este debate, común en todas las ramas del conocimiento
humano, consiste en preguntarnos a la hora de formular un problema de
investigación: ¿sobre qué tema es necesario indagar o escribir? y ¿desde
cuál(es) perspectiva(s) teórica(s) o metodológica(s) es mejor hacerlo? Am-
bas preguntas casi siempre se intentan resolver, por un lado, recurriendo
a los postulados de aquellos autores considerados como “fundacionales”
en una determinada ciencia o conocimiento y, por el otro, acogiendo
los temas de mayor incidencia o trascendencia en el ámbito académico.
Esto nos remite a su vez a plantearnos que quizá todo vale y, por tanto,
es posible apelar a los enfoques interdisciplinarios, transdisciplinarios,
contradisciplinarios, multimetódicos o multiparadigmáticos. Sin embar-
go, es evidente que no existen fórmulas precisas para abordar y desa-
rrollar un determinado problema de investigación y que todo el corpus
teórico-metodológico empleado es válido en la medida que demuestre
su pertinencia y efectividad en la resolución del problema que se plantea.
El rigor con el cual el investigador escoge sus “herramientas” y el grado
* Historiador y Magíster en Antropología Social, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 11-14
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de relexividad que le imprime al proceso de validación de las mismas
disminuyen en buena medida el riesgo de que una investigación termine
pareciéndose más en este sentido a un collage o sarta de retazos.
En el caso particular del historiador, además de atender a esta coherencia
de enfoques (teóricos o metodológicos), es imprescindible que el tema
y el periodo de investigación escogidos demuestren las trasformaciones
o continuidades culturales, políticas y económicas de una determinada
comunidad, pueblo o sociedad. Esto, con el propósito de evaluar desde el
presente el derrotero seguido y, de este modo, determinar qué caminos
son los más propicios para recorrer en el futuro.
En consecuencia, la revista Análisis se ha dado a la tarea de conmemorar el
bicentenario de la Independencia en América con la publicación de varios
artículos que abordan las trasformaciones socioeconómicas y políticas,
ocurridas durante la separación entre España y sus colonias de ultramar
hace 200 años. Asimismo, el propósito de la Revista es presentarle al lector,
como ya se mencionó, las distintas formas (teóricas y metodológicas) de
hacer historia a través de los mismos trabajos contenidos en este número.
Es preciso aclarar que todos estos artículos son el resultado inal de las
investigaciones adelantadas por sus autores y son, a su vez, textos inéditos.
De manera concreta, Análisis presenta un primer grupo de ocho artículos,
escritos por autores tanto nacionales como internacionales que parti-
ciparon como ponentes en el I Congreso Latinoamericano de Historia:
“la Iglesia en América durante la Independencia”. El evento, organizado
por la Vicerrectoría Académica y el Instituto de Estudios Históricos Fray
Alonso de Zamora, con el apoyo del Departamento de Humanidades y
Formación Integral de la Universidad Santo Tomás, sede principal, se llevó
a cabo en la misma institución los días 8 y 9 de septiembre de 2011. Es
preciso aclarar que el segundo grupo de artículos que componen este
número fueron seleccionados en una convocatoria externa para este in.
Dentro de los autores nacionales que conforman el primer grupo de la
revista, y que fueron ponentes del mencionado congreso, tenemos a Dia-
na Luz Ceballos Gómez, con un artículo sobre la inquisición, en donde se
establece que esta fue, ante todo, una institución de carácter plurisecular,
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la cual se mantuvo vigente en América y, particularmente, en el Nuevo
Reino de Granada hasta inales del siglo XVIII.
En segundo lugar, se encuentra el trabajo de María Constanza Toquica
Clavijo, en donde se muestra que, a través de la hagiografía de las santas
y de los santos, la sociedad neogranadina, y de manera más concreta la
santafereña, promovió las virtudes de sus vidas ejemplares, que desem-
peñaron a su vez un papel importante en la construcción de la unidad e
identidad de los criollos durante el periodo de independencia.
En tercer lugar, el trabajo del P. Carlos Mario Alzate Montes, O.P., establece
que la Orden de Predicadores, a través de sus conventos y claustros de
enseñanza y sobre todo desde el Convento Universidad de Santo Domingo
en Tunja, promovió y mantuvo un incondicional apoyó a la causa patriota,
motivo por el cual tuvo que pagar un alto precio durante la reconquista
española del Virreinato.
En cuarto lugar, se cuenta con el artículo de Jaime Humberto Borja Gó-
mez, el cual evidencia la transición del arte neogranadino en cuanto a sus
temas y signiicados religiosos, que quedaron gradualmente en desuso y
terminaron remplazados por nuevas formas de representación, acordes
con las gestas de Independencia y la vida republicana de la primera mitad
del siglo XIX.
Por último, el trabajo del grupo de investigación Anagnostes, del Depar-
tamento de Humanidades y Formación Integral de la Universidad Santo
Tomás, sede principal, determina que dentro de la reforma económica y
administrativa promovida por el gobierno Borbón, tanto en España como
en sus colonias de ultramar, el cambio del modelo educativo de los es-
tudios generales o universitarios se vislumbró como una de las medidas
más importantes y eicaces para convertir a la Corona española en un
reino más “industrioso” y “próspero”.
Con relación a los autores extranjeros que hicieron parte del I Congreso
Latinoamericano de Historia, contamos con los artículos de P. Eugenio To-
rres Torres, O.P., historiador mexicano, quien presenta un libro compuesto
por diversos artículos, del cual cabe anotar que es su compilador, sobre
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los frailes dominicos que participaron a favor y en contra de los procesos
independentistas de las colonias españolas en América.
Luego, encontramos el artículo de P. Oswaldo Montilla Perdomo, O.P.,
historiador venezolano, en donde se demuestra la participación de los
dominicos en el proceso de independencia de la Capitanía de Venezuela y
que, al igual que sucedió en Nuevo Reino de Granada, tuvieron que pagar
por sus acciones con diferentes penas (presidio, exilio y la expropiación
de sus bienes) durante el periodo de la reconquista española.
En última instancia, se encuentra el texto de Fernando Armas Asín, histo-
riador peruano, el cual establece que el apoyo ideológico y económico
brindado por el clero peruano al movimiento independentista no se vio
retribuido durante la instauración de la primera república y, por el con-
trario, el Estado liberal llevó a cabo la secularización de las instituciones
y el desmonte de los privilegios económicos de la Iglesia, proceso que se
vivió en términos generales en todas las recién independizadas naciones
de América.
Dentro del segundo grupo de autores que constituyen este número de la
Revista, tenemos dos artículos: el trabajo de Robert Ojeda Pérez, en donde
se demuestra la participación decisiva de la “plebe” santafereña en los
sucesos del 20 de julio de 1810, grupo social que en términos generales
ha sido silenciado o excluido de la historia colombiana.
Finalmente, se encuentra el artículo de Roger Pita Pico, el cual obtuvo
uno de los primeros puestos en el Concurso Nacional de Ensayo Histórico,
organizado durante el primer semestre de 2011 por el Instituto de Estu-
dios Históricos Fray Alonso de Zamora de la Universidad Santo Tomás.
Este trabajo indaga sobre los rumores, revueltas y fugas protagonizadas
por parte de la población esclava en el Nuevo Reino de Granada entre
inales del siglo XVIII y comienzos del XIX.
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Editorial
Fabián Leonardo Benavides Silva*2
Coordinator at Institute Historical Studies Friar Alonso de Zamora
Santo Tomás University
The magazine Análisis with this issue on ways of making history, intends
to add and contribute in diferent forms to a debate of great academic
importance, which not only concerns the ields of history or human
sciences, but also concerns all exact sciences. The common debate in all
the branches of human knowledge is about wondering at the time of
formulating a research problem: On which topic is it necessary to inquire
or write about? and from what theoretical or methodological point(s) of
view is this best done. There are often attempts to answer both ques-
tions, on the one hand using the postulates by those authors regarded
as “foundational” in a speciic science or knowledge, on the other hand,
taking into account the issues of greater repercussions in the academy.
This leads us to think that everything goes and consequently, it is possible
to appeal to interdisciplinary, transdisciplinary, counterdisciplinary, mul-
timethodological or multiparadigmatic approaches. It is however clear
that there are no concrete formulas to deal with and develop a speciic
research problem and that the whole theoretical-methodological corpus
used is valid as for as it demonstrates its relevance and efectiveness to
solve the problem. In the rigor with which the researcher chooses his
“tools” and the level of relexivity that he uses in their validity process,
he greatly reduces the risk of the research project becoming a collage or
a string of snippets.
* Historian and Master in Social Anthropology, Universidad Nacional de Colombia.
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 15-18
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In the case of the historian, he does not only have to address this cohe-
rence of approaches (theoretical and methodological), it is compulsory
that both the selected subject and time demonstrate the cultural, political
and economical changes or continuities in a speciic community, group
of people or society. This is done with the purpose of assessing with the
present course followed, and in this way determine which paths are the
best to follow in the future.
Thus, Análisis magazine, wishes to commemorate the Bicentenniary of
Independence in Latin America through the publishing of several articles
that deal with the political and socioeconomical changes during the
separation of Spain and its colonies 200 years ago. In the same manner,
magazine Análisis intends to show the reader, as it was mentioned befo-
re, the diferent ways (theoretical and methodological) to make history
through the articles from this issue. It is necessary to clarify that all these
articles are the outcome of research projects carried out by their authors,
they are also unpublished works.
In a concrete manner, Análisis introduces a irst group of 8 articles, written
by authors both local and international, who were lecturers in the First
Latin-American Congress of History: “The Church in Latin America during
independence.” This event was planned by the Academic Vice-president
oice and the Historical Studies Institute Friar Alonso de Zamora, with a
support from the Department of Humanities and Integral Formation from
Universidad Santo Tomás, Head Oice. It was held during September 8th
and 9th , 2011. The second group of articles was selected through external
call for papers.
Among the Colombian authors that are featured in this issue and who
were lecturers at the First Latin-American Congress of History, we can ind:
Diana Luz Ceballos Gómez, with an article about inquisition, where it is
established that this was irst and foremost an institution of plurisecular
features, which remained active in Latin America, specially, in the New
Kingdom of Granada until the end of the XVIIIth century.
Second, there is María Constanza Toquica Clavijo’s paper, which shows
that through the hagiography of the lives of male and female saints, the
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Neogranadina society, and in particular that of Santa Fe promoted the
virtues of their exemplary lives, which played in turn a signiicant role in
the construction of the identity and unity of criollos during Independence.
Third, the article by Father Carlos Mario Alzate Montes, O.P., points out that
the Order of Preachers, through its convents and cloysters, and mostly,
from the University Convent of Saint Dominic in Tunja, promoted and kept
an unconditional support to the patriotic cause, which cost the Order a
high price during the Spanish reconquest of the viceroyalty.
Fourth, we can count on the article by Jaime Humberto Borja Gómez,
which makes evident the transformation of neogranadino art in its topics
and religious meanings. In fact, these gradually became useless and were
replaced by new ways of representation, based on heroic deeds during the
Independence and the Republican life from the irst half of XIXth century.
Lastly, we can ind the paper by the research group Anagnostes from the
Department of Humanities and Integral Formation at Universidad Santo
Tomás, head oice, which concludes that among the economic and
administrative reforms encouraged by the Borbón government, both in
Spain and its overseas colonies, the changing of the educational model
of general or university studies, was seen as one of the most important
and efective measures to turn the Spanish crown in a more "industrious"
and "prosperous" kingdom.
Concerning the foreign authors that were part of the First Latin-American
Congress of History, we can count on the following papers. The irst one by
the Eugenio Torres Torres, O.P., Mexican historian, presents a book where
he compiles several articles, about Dominican friars who were involved
in favour or against the independence processes of Spanish colonies in
Latin America.
Then, we ind the article by Father Oswald Montilla Perdomo, O,P., Venezuelan
historian, which demonstrates the involvement of Dominicans in the process
of independence in Venezuela as well as in the New Kingdom of Granada. For
these actions they had to pay a price with diferent punishments (incarcera-
tion, exile and assets expropriation) during the Spanish reconquest.
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Finally, we have the text by Fernando Armas Asín, Peruvian historian, which
points out that the ideological and economic support by the Peruvian
clergy to the Independence movement was not compensated during
the setting of the irst republic. On the contrary, the liberal state carried
out a secularization of institutions and removed the Church’s economical
privileges, process which took place in all newly independent countries
of Latin America.
In the second group of authors belonging to this issue of the magazine,
there are two articles: Roberto Ojeda Pérez’s paper demonstrates the
active and decisive involvement of Santafé’s "rabble" during the events
of the 20th of July 1810. This social group has been mainly silenced or
excluded from Colombian history.
Finally, Roger Pita Pico’s article, which won one of the irst places in the
national contest of historical essay, held in the irst semester of 2011 by
the Institute of Historical Studies, Friar Alonso de Zamora from the Uni-
versidad Santo Tomás. This work enquires about the rumours, revolts and
escapes of the slave population in the New Kingdom of Granada between
the end of XVIIIth century and beginning of XIXth century.
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Editorial
Fabián Leonardo Benavides Silva*3
Coordinateur de l’Institut d’Etudes historiques Frère Alonso de Zamora
Université Santo Tomas
La revue Análisis, avec le présent numéro, consacré aux manières de
faire de l’histoire, a voulu participer et contribuer de diférentes façons
à un débat de grande transcendance académique qui ne concerne pas
seulement le domaine de l’histoire ou des sciences humaines, mais
toutes les sciences exactes. Ce débat, commun dans toutes les branches
de la connaissance humaine, consiste à nous demander, au moment de
formuler un problème de recherche, sur quel thème il est nécessaire de
se pencher ou d’écrire et depuis quelle(s) perspective(s) théorique(s) ou
méthodologique(s) il est plus judicieux de le faire. On cherche presque
toujours à résoudre ces deux questions en recourant, d’un côté, aux
postulats des auteurs considérés comme “fondateurs” dans une science
ou une connaissance déterminées et, de l’autre, en traitant les thèmes
de plus grande incidence ou transcendance dans le milieu académique.
Ceci nous amène à envisager que peut-être tout se vaut, et que, par con-
séquent, il est possible d’avoir recours à des approches interdisciplinaires,
transdisciplinaires, contre disciplinaires, multi méthodiques, ou multi
paradigmatiques. Cependant, il est évident qu’il n’existe pas de formules
précises pour aborder et développer un problème de recherche détermi-
né et que tout le corpus théorico-méthodologique employé est valable
dans la mesure où sa pertinence et son eicacité sont démontrées dans
* Historien et Magister en Anthropologie Sociale, Université Nationale de Colombie-Siège de Bogota.
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 19-22
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la résolution du problème posé. La rigueur avec laquelle le chercheur
choisit ses outils et le degré de rélexion qu’il imprime à leur processus de
validation diminue en bonne mesure le risque qu’une recherche inisse
par ressembler davantage, dans ce sens, à un collage ou à un patchwork.
Dans le cas particulier de l’historien, en plus de répondre à la cohérence
de ces approches (théoriques et méthodologiques), il est indispensable
que le thème et la période de recherche choisis démontrent les transfor-
mations ou les continuités culturelles, politiques et économiques d’une
communauté, d’un peuple ou d’une société déterminés. Ceci dans le
but d’évaluer la voie suivie, depuis le présent, et de déterminer ainsi les
chemins les plus propices à parcourir à l’avenir.
Dans cet ordre d’idées, la revue Análisis s’est consacrée à la tâche de
commémorer le Bicentenaire de l’Indépendance de l’Amérique avec la
publication de plusieurs articles abordant les transformations socio éco-
nomiques et politiques qui se sont produites lors de la séparation entre
l’Espagne et ses colonies d’outre mer, il y a 200 ans. De même, l’objectif de
la revue Análisis est de présenter au lecteur, comme on l’a déjà mention-
né, les diférentes manières (théoriques et méthodologiques) de faire de
l’histoire à travers les travaux contenus dans ce numéro. Il est nécessaire
de préciser que tous ces articles sont le résultat inal de recherches efec-
tuées par leurs auteurs et qu’il s’agit, de plus, de textes inédits.
Concrètement, Análisis présente un premier groupe de 8 articles, écrits
par des auteurs tant nationaux qu’internationaux, qui ont participé com-
me conférenciers au Ier Congrès Latino-Américain d’Histoire, « L’Église en
Amérique pendant l’Indépendance ». L’événement, qui a été organisé
par le Vice-Rectorat académique et l’Institut d’études historiques Frère
Alonso de Zamora, avec le soutien du Département d’Humanités et de
Formation intégrale de l’Université Santo Tomás – Siège principal, a été
réalisé dans cette même institution les 8 et 9 septembre 2011. Le second
groupe d’articles qui composent ce numéro sur les manières de faire de
l’histoire - il est nécessaire de le préciser - ont été sélectionnés dans un
appel à communications externe à cette in.
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Parmi les auteurs nationaux qui font partie du premier groupe de la revue
et qui ont participé avec une communication au Ier Congrès Latino-Amé-
ricain d’Histoire, mentionnons tout d’abord Diana Luz Ceballos Gómez,
avec un article sur l’inquisition, où l’on montre qu’il s’agissait avant tout
d’une institution à caractère pluriséculaire qui est restée en vigueur en
Amérique et particulièrement dans le Nouveau Royaume de Grenade
jusqu’à la in du XVIIIème siècle.
En second lieu, on trouve le travail de María Constanza Toquica Clavijo,
où l’on montre qu’à travers l’hagiographie des saintes et des saints, la
société de la Nouvelle Grenade et, de manière plus concrète, la société
de Santa Fé a promu les vertus de leurs vies exemplaires, qui ont joué à
leur tour un rôle important dans la construction de l’unité et de l’identité
des créoles durant la période de l’indépendance.
En troisième lieu, le travail de Carlos Mario Alzate Montes, O.P. éta-
blit que l’Ordre des Prêcheurs, à travers ses couvents et monastères
d’enseignement et surtout, depuis le Couvent Université Saint Dominique
de Tunja, a promu et conservé un soutien inconditionnel à la cause patrio-
te, raison pour laquelle il a dû payer un prix élevé durant la reconquête
espagnole de la vice-royauté.
En quatrième lieu, l’article de Jaime Humberto Borja Gómez met en évi-
dence la transition de l’art de la Nouvelle-Grenade quant à ses thèmes et
leurs signiications religieuses, qui sont peu à peu tombés en désuétude
et ont ini par être remplacés par de nouvelles formes de représentation,
en accord avec les hauts faits de l’indépendance et la vie républicaine de
la première moitié du XIXème siècle.
Enin, le travail du groupe de recherche Anagnostes, du Département
d’Humanités et de Formation intégrale de l’Université Santo Tomás -
Siège principal, détermine qu’à l’intérieur des réformes économiques et
administratives promues par le gouvernement Bourbon, tant en Espagne
que dans ses colonies d’outre mer, le changement de modèle éducatif
dans les études générales ou universitaires se distingue comme une des
mesures les plus importantes et eicaces pour transformer la Couronne
espagnole en un royaume plus «industrieux» et «prospère».
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Par rapport aux auteurs étrangers qui ont participé au Ier Congrès Latino-
Américain d’Histoire nous disposons des articles d’Eugenio Torres Torres,
O.P., historien mexicain, qui présente un livre composé de diférents arti-
cles, dont il faut noter qu’il est le compilateur, sur les frères dominicains
qui ont participé en faveur, ou contre les processus indépendantistes des
colonies espagnoles d’Amérique.
Ensuite, on peut lire l’article d’Oswaldo Montilla Perdomo, O.P., historien
vénézuélien, qui éclaire sur la participation des dominicains dans le pro-
cessus d’indépendance de la région militaire du Vénézuéla, et montre que,
comme cela s’est produit dans le Nouveau Royaume de Grenade, ils ont dû
payer pour leurs actions par diférentes peines (prison, exil, expropriation
de leurs biens) durant la période de la reconquête espagnole.
Pour terminer, le texte de Fernando Armas Asín, historien péruvien, établit
que le soutien idéologique et économique ofert par le clergé péruvien au
mouvement indépendantiste n’a pas été récompensé lors de l’instauration
de la première république et, au contraire, que l’État libéral a efectué la
sécularisation des institutions et l’abolissement des privilèges économi-
ques de l’Église, processus qui a été vécu de façon générale dans toutes
les nations récemment émancipées d’Amérique.
À l’intérieur du second groupe d’auteurs qui constituent ce numéro de
la revue, nous comptons deux articles: le travail de Robert Ojeda Pérez,
où l’on démontre la participation décisive de la « plèbe » de Santa Fé aux
événements du 20 juillet 1810, groupe social qui, en termes généraux, a
été passé sous silence ou exclu de l’histoire colombienne.
Finalement, on lira l’article de Roger Pita Pico, qui a obtenu l’une des
premières places au concours national d’essai historique, organisé durant
le premier semestre 2011 par l’Institut d’Études Frère Alonso de Zamora
de l’Université Santo Tomás. Ce travail présente une recherche sur les ru-
meurs, révoltes et fugues dont la population esclave a eu le rôle principal
dans le Nouveau Royaume de Grenade, entre la in du XVIIIème siècle et le
début du XIXème siècle.
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Diario de un convento:
Santo Domingo de Tunja
durante la Independencia*
P. Carlos Mario Alzate Montes, O.P.**
Recepción: 20 de agosto • Aprobación: 27 de septiembre
Resumen
En este artículo se presenta la contribución de la Orden de Predicadores
a favor de la independencia del Nuevo Reino de Granada y, en particular,
la efectuada por el Convento Universidad de Santo Domingo en Tunja,
en tanto que se establecen las causas que movieron a los conventuales
dominicos a participar en este proceso, con el apoyo de los estudiantes
de la Tomística y de los otros dos conventos universidades de Tunja y
Cartagena.
Palabras clave: Orden de Predicadores, Convento Universidad de Santo
Domingo, Independencia, Nuevo Reino de Granada, Tunja
* El presente texto es el resultado de la investigación que el autor desarrolla en el Instituto de Estudios Históricos Fray Alonso de Zamora, en la Universidad Santo Tomás.
** El autor de esta ponencia es Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Santo Tomás, Bachi-ller en Teología de la Pontiicia Universidad Javeriana, Diplomado en Archivística y Paleografía de la Escuela Vaticana, Especialista en Gerencia de Instituciones de Educación Superior de la Universidad Santo Tomás, Magíster en Historia de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, y realizó estudios de Doctorado en Historia de la Iglesia en la Universidad Gregoriana de Roma. Asimismo, es miembro Correspondiente de la Academia Boyacense de Historia y Director-Fundador del Instituto de Estudios Históricos Fray Alonso de Zamora, Universidad Santo Tomás. Contacto: rector@usantotomas.edu.co
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 23-44
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Diary of a convent:
Saint Dominic of Tunja during
the Independence
Abstract
This article presents the Order of Preachers’s contribution to the Inde-
pendence of the New Kingdom of Granada and, in particular, the one
undertaken by the University Convent of Saint Dominic in Tunja. The
motives that impelled the dominican friars to be part of this process are
revealed, thanks to the support of the Tomistic and the other two Uni-
versity convents from Tunja and Cartagena.
Keywords: Order of Preachers, University Convent of Saint Dominic,
Independence, New Kingdom of Granada, Tunja
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Journal d’un couvent:
Saint Dominique de Tunja
pendant l’indépendance
Résumé
Cet article présente la contribution de l’Ordre des Prêcheurs en faveur de
l’Indépendance du Nouveau Royaume de Grenade et, en particulier, celle
qui a été faite par le Couvent Université de Saint Dominique de Tunja, alors
que les causes qui ont poussé les couvents dominicains à participer, avec
le soutien des étudiants de la Thomistique et des deux autres couvents
universités de Tunja et Cartagena, sont établies.
Mots-clés: Ordre des Prêcheurs, Couvent Université de Saint Dominique,
Indépendance, Nouveau Royaume de Grenade, Tunja
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1. La participación de la Orden de Predicadores y
sus claustros de enseñanza en la Independencia
En esta ponencia se presenta la contribución de la Orden de Predicadores
a favor de la independencia del Nuevo Reino de Granada y, en particular,
la efectuada por el Convento Universidad de Santo Domingo en Tunja,
en tanto que se establecen las causas que movieron a los conventuales
dominicos a participar en este proceso, con el apoyo de los estudiantes
de la Tomística y de los otros dos conventos universidades de Tunja y
Cartagena.
La historiografía ha empezado a revelar la amplia y decisiva participación
del clero secular y regular en la consolidación del proceso independentista
del Nuevo Reino de Granada, en el que la Orden de Predicadores, a través
de sus diferentes conventos, parroquias, iglesias y misiones, fue una de las
órdenes conventuales que mayor participación tuvo a favor de la causa
patriota (Ariza, 1993: vol. 1, 3-23), junto con el clero secular (Groot, 1941:
vol. 2-4) y los franciscanos (Mantilla, 1995).
Concretamente, la Orden Dominicana se vinculó al movimiento de in-
dependencia con: 1) la realización de múltiples aportes económicos al
ejército patriota, 2) el apoyo moral e intelectual hacia el pueblo patriota
desde el púlpito, 3) la formación de bachilleres o universitarios poseedores
de un acervo tanto escolástico como ilustrado, 4) en calidad de soldados
o capellanes en los campos de batalla y 5) amparando a los patriotas
perseguidos por el gobierno realista. Desde luego, hubo un sector de la
Orden Dominicana que se mantuvo al margen de los acontecimientos y,
asimismo, otro grupo que permaneció iel a la causa del monarca espa-
ñol Fernando VII (Archivo Histórico de la Provincia San Luis Bertrán, en
adelante citado como AHPSLB, 1792-1826, f. 70-88.).
La participación de la Orden de Predicadores y sus claustros de estudios
generales a favor de la causa independentista del Nuevo Reino de Granada
estuvo motivada por tres razones: 1) el vacío de poder producido por la
invasión del ejército napoleónico a España en 1808, que trajo consigo
el destierro del propio monarca español; 2) las ideas ilustradas sobre
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la justiicación del tiranicidio, la soberanía del pueblo y la libertad, que
fueron sustentadas con los postulados de la escolástica jurídica de Santo
Tomás y otros teóricos de la época (Cárdenas, 2010) y 3) el inconformismo
sobre el regalismo borbónico que perjudicaba a la Orden Dominicana y
la Tomística (Plata y Reyes, 2005: 337-339), pero también a los claustros
de estudios generales de Tunja y Cartagena y, en general, a todo el clero
neogranadino, puesto que perseguía el control económico-administrativo
de la Iglesia y sus diferentes órdenes conventuales.
Así, tras los sucesos del 20 de julio de 1810 que desencadenaron el grito
de independencia en Santafé, el ambiente ideológico de malestar que
reinaba en el Convento de Nuestra Señora del Rosario y en la Universidad
Santo Tomás frente a las políticas del gobierno real y virreinal encontró
eco con las demandas de los demás sectores sociales santafereños.
En primera instancia, la participación de algunos directivos, catedráticos
y estudiantes de la Universidad quedó demostrada en la celebración
de la Junta de Gobierno de Santafé, en la que aparece como uno de los
irmantes el Rector de la Universidad Santo Tomás, Fr. Mariano Garnica,
pero, además, “los alumnos de la Universidad”, anota Ariza (1993, vol. 2),
en compañía de los estudiantes
... del Colegio Mayor del Rosario y de San Bartolomé sobresalen en la peti-
ción de cabildo abierto, que el aterrado Virrey Amar concede por in a las 10
de la noche, a ruego de su confesor el dominico, Director de la Academia,
Fr. Pablo Lobatón (989).
Esta activa participación de los estudiantes de la Tomística y de los dos
colegios mayores en los sucesos del 20 de julio no fue tan improvisada
como pudiera asumirse. Así, la inquietud o la preocupación por los asun-
tos no sólo académicos1, sino también políticos y socioeconómicos del
1 Un aspecto que causó malestar entre algunos estudiantes y también catedráticos de la Tomística y los dos colegios mayores hacia inales del siglo XVIII fue la negativa de los directivos de estos claustros educativos por cambiar el método de estudios silogístico existente por el analítico. Al respecto se habían propuesto dos tentativas de reforma: el plan o método de estudios propuesto por el iscal Moreno y Escandón en 1774 y el plan de estudios y la erección de universidad pública planteados por el virrey arzobispo Antonio Caballero y Góngora en 1787. No obstante, la Universidad Santo Tomás mantuvo el método silogístico y la escolástica siguió asumiéndose como la verdad suprema, verdad que se expresaba en la Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino (Silva, 1981: 72-97).
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Virreinato o de la Corona española, fue recurrente hacia inales del siglo
XVIII. Suicientes pruebas al respecto se encuentran consignadas en el
Papel Periódico, dirigido por Manuel del Socorro Rodríguez, en el que
los estudiantes anunciaban habitualmente la celebración de tertulias y
centros culturales2.
Asimismo, en la Universidad Santo Tomás se llevaron a cabo algunas
reuniones secretas en las que los estudiantes discutían sobre “la libertad
de que disfrutaban los franceses”, en torno a la lectura de ciertos libros
de autores ilustrados y de los textos jurídico-políticos fundamentados
en los postulados tomistas (como las obras de Tomás de Vío Cayetano,
Francisco de Vitoria, Melchor Cano, Domingo de Soto, Francisco Suárez,
entre otros), relacionados con la soberanía popular o la autonomía de
los pueblos de gobernarse. El propio Antonio Nariño, en 1795, intentó
demostrar que Santo Tomás “no se opone a las máximas de los derechos
del hombre”; por el contrario, “las suyas son más decisivas, más claras,
mucho más fuertes” (Cárdenas, 1991: 14).
De esta forma, se entiende mejor la actuación de Fr. Pablo Lobatón, cate-
drático de la Tomística, aquel 20 de julio, puesto que además de apoyar
por las calles la revuelta liderada por el Tribuno del pueblo, José Acevedo
y Gómez, persuadió “al virrey Amar, de quien era confesor titular”, para
“la concesión del cabildo abierto que solicitaba el pueblo” (Cárdenas,
1991: 14).
También se ha establecido que en el Acta de Independencia de la Provincia
de Santafé participaron otros dos frailes dominicos: Fray Juan Antonio
Buenaventura y Castillo y Fray Santiago Páez y León, el cual se convertirá
en Prior del Convento Santo Domingo de Tunja en 1817, según Ariza
(1993: vol. 2, 992).
Más adelante, el 29 de julio de 1810, por la tarde, Fr. Mariano Garnica,
Rector de la Universidad,
2 De acuerdo con Silva (1981: 98): Papel Periódico, No. 19 (viernes 12 de agosto de 1791: 221); No. 22 (viernes 8 de julio de 1791: 181); No. 46 (30 de diciembre de 1791: 295); No. 84 (21 de septiembre de 1792: 241).
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[...] convocó al claustro pleno, pues los doctores Camilo Torres y Frutos
Joaquín Gutiérrez Piñeros, miembros de la comisión de la Junta Patriótica,
querían hacer una propuesta: enseñar en las aulas de la Universidad la jus-
tiicación de la doctrina del tiranicidio, la libertad y soberanía popular […]
La idea era que se hiciera el esfuerzo de sustentarla según Santo Tomás. Así
mismo, se pedía la enseñanza de las ideas escogidas de ilósofos ilustrados,
en apoyo de la revolución.
Se encargó a los catedráticos la necesidad de inculcar en el ánimo de la
juventud los principios liberales y el aborrecimiento de la tiranía, enseñando
que los pueblos tienen derecho para sacudirse el yugo de los tiranos (Plata
y Reyes, 2005: 339).
El 22 de diciembre se celebró la Primera Asamblea de Cundinamarca,
en la que aparecieron como diputados dos dominicos: Fr. Juan Antonio
Buenaventura y Castillo y Fr. Manuel de Rojas (Ariza, 1993: vol. 2, 992).
En 1813, Juan Antonio de Buenaventura, nuevo Rector de la Santo Tomás,
irmó el Acta de Independencia de Cundinamarca, al tiempo que apoyó la
impresión del libro de Fr. Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la
destrucción de las Indias, en el que se criticaba todo el proceso de conquista
española. Finalmente, fue desterrado a la Guayana por el general Morillo
durante el periodo de la Reconquista, lugar donde murió.
Ese mismo año, Fr. Juan José de Rojas presentó al Presidente de Cundi-
namarca un ensayo titulado ¿El patronato es inherente a la soberanía? En
este texto, el autor da una respuesta negativa y sostiene que uno de los
motivos fundamentales por los cuales se había optado por la emancipa-
ción de España era por la existencia de dicha institución.
En este periodo fueron borradas las insignias reales de la Universidad
Santo Tomás, lo que demostró su adhesión con la causa patriótica. Por
este hecho y los anteriormente mencionados, la Universidad fue señalada
como sospechosa, motivo por el cual los dominicos acudieron en busca
de protección al Obispo de Popayán, Fr. Salvador Jiménez de Enciso (Plata
y Reyes, 2005: 340).
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De otro lado, en la Constitución de Cartagena de Indias, promulgada el
14 de junio de 1811, participó como representante de San Benito Abad
el dominico Fr. Ramón José de Torres (Ariza, 1993: vol. 2, 992).
También los conventuales de Santo Domingo, en Cartagena, donan sus
“alhajas y todo cuanto pueden” a la causa patriota el 4 de agosto de 1814,
poco antes del arribo a la ciudad del Paciicador Pablo Morillo y del ejército
realista. Una vez terminado el sitio que impuso Morillo a Cartagena, la
tropa realista ocupó el Convento Universidad y dos incas de su propiedad,
lo cual lo dejó en la ruina (Ariza, 1993: vol. 2, 269-270).
Pero, probablemente, el gesto de generosidad más grande que tuvo el
clero neogranadino con la causa independentista fue el que efectuó la
comunidad dominicana de Chiquinquirá el 20 de enero de 1815, puesto
que pusieron en las “manos del Gobierno General” 1.233 pesos y un incal-
culable tesoro de alhajas en oro y plata perteneciente al santuario, ya que
... esta Comunidad, penetrada de los vivos sentimientos de patriotismo que
anima a Vuestra Señoría [José Acevedo y Gómez, jefe político del Distrito]
y a todos los miembros del Gobierno General, desea dar a Vuestra Señoría
una prueba de que sus insinuaciones y oicios han producido el efecto
que debía esperar de los hijos de la Patria, y sólo espera la Comunidad las
ordenes de la Superioridad para ponerlas en ejecución. [Rúbrica] Fr. Miguel
Garnica, Prior (citado en Ariza, 1993: vol. 2, 997).
2. Contribución del Convento Universidad de
Santo Domingo a favor de la causa patriótica
El Convento Universidad de Santo Domingo en la ciudad de Tunja fue
uno de los monasterios que mayor participación intelectual, moral y
económica tuvo con la causa libertadora del Nuevo Reino de Granada3,
incluso, en los momentos más álgidos, como el periodo de la Reconquista
a manos del Paciicador Pablo Morrillo. Por esta actuación, buena parte
3 De acuerdo con el postulado del historiador Braudel (1988: 6) sobre los periodos de cambio sociocultural, la presente investigación se centró en un momento de coyuntura o transformación en el Nuevo Reino de Granada (periodo independentista) y, en particular, se enfocó en las trasformaciones ideológicas (sociales, económicas y políticas) comportadas en el convento objeto de estudio.
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de sus miembros tendrían que pagar un alto precio al ser deportados
en calidad de reos hacia Maracaibo en 1816. Pero tal vez el aporte más
signiicativo de Santo Domingo reside en que dos de sus conventuales,
catedráticos a su vez de la misma Universidad, ingresaron a las ilas del
ejército libertador: Casimiro Landínez y Juan José Melo. Del mismo modo,
uno de los egresados del Convento Universidad, Fr. Ignacio Mariño, tuvo
una decisiva participación en el ejército patriota y en el proceso de inde-
pendencia de la Provincia de Tunja, como se verá a continuación.
En un inicio, el Convento de Santo Domingo participó en la elaboración de
la Constitución de la República de Tunja, la cual vio la luz el 9 de diciembre
de 1811. Aquí aparecen entre los irmantes: Fr. Agustín Casas, agustino
representante de Chita, el presbítero Antonio de Guevara por Boavita y
cinco dominicos: Fr. Manuel León, Fr. Felipe Antonio Herrera, Fr. Domingo
Moscoso, Fr. Isidro Leiva y Fr. Nicolás Ramírez.
De acuerdo con Rivadeneira (2002), “al abocar el análisis jurídico y polí-
tico de la Constitución de Tunja, fácilmente se establece que en su texto
se incorporaron doctrinas típicamente calvinistas, al lado de principios
católicos y de preceptos de procedencia escolástica” (140). Además,
esta Constitución sirvió como modelo de estatuto republicano para las
constituciones que se elaborarían poco tiempo después en diferentes
provincias del Virreinato.
En la segunda Acta de Independencia de Tunja, redactada el 10 de di-
ciembre de 1813, participaron Fr. Agustín Casas (agustino) y los dominicos
José María Vargas y Fr. Ignacio Mariño, quien estudió el Bachillerato en
Filosofía en el Convento Universidad de Santo Domingo en Tunja, entre
los años de 1788 y 1793 (Ariza, 1993: vol. 2, 990-992).
Mariño también consolidó y dirigió la guerrilla patriota de los Llanos
hacia el mismo año de 1813, con los indígenas de los pueblos en donde
él había venido evangelizando desde trece años atrás: Tame, Maguane
y Betoyes. También estableció una conexión estratégica con las milicias
de los llaneros Ramón Nonato Pérez y Juan Galea y Páez, el venezolano.
Estos grupos armados patriotas fueron los encargados de sostener la
causa independentista durante el periodo en que España comisionó al
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general Pablo Morrillo para que paciicara y sembrara terror por todo el
territorio neogranadino y venezolano. Sin la participación de estos gru-
pos, seguramente el Libertador no hubiera podido conquistar el altiplano
cundiboyacense, centro del poderío español en el Virreinato (Ocampo,
1999: 222-252).
Hacia 1815, Mariño fue nombrado jefe civil y militar de la provincia de
Casanare, desde donde extendió la campaña de los Llanos de Apure y
Venezuela. Su participación en la causa independentista en esta región
se resume en tres acciones militares: toma de Chire y Pore el 27 de marzo,
en donde fue apresado el realista Jiménez; derrota de una facción realista
en Arauca, hacia el inal del mismo año, y asalto a la fundación de Upía
el 21 febrero de 1818, con la colaboración de los llaneros Juan Galea y
Ramón Nonato Pérez, compañeros inseparables de Mariño durante todo
este periodo de su vida.
Durante estas acciones, Mariño no sólo intervino con heroísmo, sino que
fue la persona más inluyente en la decisión del Libertador para realizar la
campaña en territorio neogranadino en vez del venezolano. Esta decisión
se tomó en la Junta del Llano de Miguel, el 29 de junio de 1819, en donde
el Libertador se encontraba deliberando, en compañía de su oicialidad,
cuál debería ser el destino de las posteriores acciones militares de la
campaña. La mayoría de los presentes apuntaban a que esta se llevaría
a cabo por tierras venezolanas, pero ante la prudente intervención de
Mariño, los jefes militares y el propio Bolívar se persuadieron de realizarla
a través del Nuevo Reino de Granada (Tisnes, 1965: 154).
En 1819, Mariño participó en el Congreso de Angostura como diputado
suplente
[...] de la provincia granadina de Casanare y en el mismo año fue investido
con el cargo de Capellán General del Ejército Libertador en la campaña de
la Nueva Granada, nombrado por el propio Bolívar. Durante este periodo
tomó parte en las batallas del Pantano de Vargas, el 25 de julio de 1819, y
del Puente de Boyacá, el 7 de agosto del mismo año (Carnicelli, 1970: 189).
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De otro lado, en el Libro de Consultas del Convento de Santo Domingo
(AHPSLB, 1792-1826) se registró un importante donativo hacia el gobierno
patriota de la provincia, el 20 de diciembre de 1813:
Dijo también su Paternidad muy Reverenda [el Prior Provincial Fr. Mariano
Garnica] que sabía que el Estado [de Tunja] se hallaba en apuros de dinero
para sostener la causa, y que se intentaba echar mano de los conventos
[,] echándoles donativos [,] en cuya atención le sería muy conveniente a
este convento [,] anticiparse a dar alguna cosa antes que llegado el caso
[,] el donativo que le tocase, fuese una cantidad considerable que le sería
muy perjudicial; y mucho más que se hallaba sin dineros; que la cantidad
que se podía dar eran mil pesos, para cuyo efecto se podían sacar de la
hacienda cien reses (f. 88).
En ese año, Fr. Mariano Garnica, Prior del Convento, lideró el famoso plei-
to jurídico en compañía de los conventuales de Santo Domingo, por la
elección del Provincial Francisco de Paula Ley por pretender prorrogar su
mandato, ante la muerte del Vicario General de la Orden, Fray José Díaz,
quien era la persona encargada de designar al nuevo Provincial en 1813
(Ariza, 1993: vol. 2, 965).
El malestar de los conventuales de Santo Domingo se suscitó fundamen-
talmente porque el Provincial Francisco de Paula Ley, aunque consultó a
los priores conventuales, no convocó el capítulo electivo para designar
sucesor, de acuerdo con las reglas de la comunidad, cuyo sustento pon-
tiicio se hallaba en la emisión de la Bula Inter Graviores de 1804 y, por
el contrario, ratiicó su cargo el primero de febrero. Cabe anotar que el
Convento de Santo Domingo fue el único de la Provincia de San Anto-
nino que se opuso de manera autónoma y crítica a este nombramiento
(Mesanza, 1936: 231-236).
Más adelante, en el segundo libro sobre los controles de las cátedras
impartidas en el Convento Universidad de Santo Domingo en Tunja, que
reposa en el AHPSLB (1747-1847, f. 196r), se efectuó la siguiente anotación:
“Los PP. Lectores Casimiro Landínez y Juan José Melo se marcharon con
tropas de Tunja [el 2 de diciembre de 1814], como capellanes, a Bogotá,
abandonando las clases que en el Convento tenían”. Mesanza (1936),
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con cierta desazón, hace referencia al clima de agitación que por aquel
entonces afectaba la vida académica y conventual en Santo Domingo:
En este curso de 1813 al 14 teníamos en Tunja seis estudiantes de Teología,
de ellos dos eran seglares; de Filosofía siete, de ellos cuatro seglares. La
informalidad para hacer clase no podía ser mayor. Escasamente 60 días
en el año se daba lección, según los libros de estudios de aquel Convento.
Aquellas tropas de los PP. dichos las dirigía Simón Bolívar que iba a tomarse
a Bogotá, medio anarquizada en la Patria Boba (99).
Después, el Convento efectuó otro donativo o subsidio al Gobierno
Patriota durante el mes de abril de 1816, según cuenta Mesanza (1936:
84-85), pero no se menciona la suma probablemente por temor a repre-
salias de los realistas al mando de Pablo Morillo. Sin embargo, no valió
tal prevención y los temores de los conventuales dominicanos en Tunja
se hicieron realidad en diciembre de ese mismo año, momento en el cual
irrumpió el Paciicador por toda la provincia y la mayoría de los frailes de
Santo Domingo fueron exiliados a Maracaibo, como consta en la siguiente
anotación consignada en el Libro de Consultas del Convento:
Nota: Con motivo a la prisión violenta y repentina expulsión que sufrimos
por la barbarie de los españoles, los Religiosos Sacerdotes de este convento
por el mes de diciembre de 1816, en que nos arrebataron para Maracaibo;
fue indispensable el que este libro quedase oculto con los de mi uso, los
que di a guardar por fuera: por lo que en él no constan las consultas que
se celebrarían en el Priorato el R. P. Lector Fr. Santiago Páez por los años de
1817, 18, y parte del 19, en que fue también Prior Nuestro P. Barragán en
cuyo tiempo, según creo, hubo algunas consultas las que tampoco constan
a causa de haber estado enfermo. En cuya virtud los Padres que las hayan
autorizado darán razón de ellas pues a mí no me ha sido posible saber
quiénes hayan sido para que de este modo constatar por su orden por lo
que así lo expongo para que en todo tiempo conste. [Rúbrica] Fr. Francisco
Antonio de Torres, Notario del Convento (citado en Mesanza, 1936: 95)
También fueron remitidos con este grupo dos frailes dominicos más del
Convento de Villa de Leiva, Santo Ecce Homo, y un número indeterminado
de franciscanos de la ciudad de Tunja, los cuales retornaron un año más
tarde tras la promulgación de un indulto real. El P. Báez (s. f.) registró en
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su crónica los nombres de los frailes desterrados del convento de Tunja
y Santo Ecce Homo:
Noviembre de 1816: el Paciicador Morillo, al pasar por Tunja para Ve-
nezuela, decretó el destierro de los frailes patriotas, y en ellas quedaron
comprendidos:
Fr. Casimiro Landínez
Fr. Juan José de Rojas
Fr. Rafael Niño
Fr. Francisco Antonio de Torres
Fr. Cornelio Reyes
Fr. Manuel Medina y
Fr. Pedro Rotta
Hermanos Manuel Cifuentes [y] Miguel Bermúdez
Los Padres Medina y Rotta y los Hermanos eran conventuales de Santo Ecce-
Homo. En Maracaibo estuvieron presos los Padres (porque los Hermanos
no fueron) en el Convento de San Francisco (152).
Durante este convulsionado periodo, por disposición del Ejército Realista,
el Convento de Santo Domingo funcionó como cárcel de paso para los
prisioneros laicos y religiosos que eran periódicamente deportados hacia
Venezuela.
En los libros de gastos del Convento se registraron los dineros que diaria-
mente destinaba la comunidad para la manutención de los reos (Báez, s.
f.: 152). Por ejemplo, entre los meses de noviembre y diciembre de 1813,
los dominicos de Santo Domingo hicieron las siguientes anotaciones:
“Dimos para pan y almuerzo por los SS. Eclesiásticos que estuvieron aquí
presos, catorce reales” (AHPSLB, 1792-1826, f. 87); otra, de manera similar,
registró: “Dimos para atención de otros seis sacerdotes presos que vinie-
ron últimos [,] veinte reales” (AHPSLB, f. 137).
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Pero el apoyo económico del Convento de Santo Domingo hacia el Go-
bierno Patriota no cesó con el triunfo e instauración del nuevo régimen
republicano, sino que se mantuvo a pesar de sus menguados recursos,
que las guerras de independencia acentuaron aún más. Así, en el mes
de febrero de 1826, el Convento dio 100 pesos al gobierno para ayuda
del cementerio, que seguramente no daba abasto con tantos muertos
producto de las guerras independentistas (AHPSLB, 1792-1826, f. 137).
En septiembre de ese mismo año se registró otro aporte en el Libro de
Consultas del Convento, 1826: “Dimos de contribución, anticipada, dos-
cientos pesos al Gobierno de Colombia” (AHPSLB, f. 140). Más adelante,
en el mismo folio, durante el mes de octubre del año en mención, se
registra: “Contribución. Dimos mas doscientos pesos de la contribución
anticipada, al Gobierno de Colombia”.
Finalmente, el Convento de Santo Domingo en Tunja no podía dejar de
manifestarse tras el deceso del Libertador Simón Bolívar en 1830 e hizo un
pequeño aporte para la misa de su funeral: “Funeral. Dimos para la misa
del funeral de Bolívar, un peso” (AHPSLB, 1792-1826, f. 162).
Después de los servicios prestados por el Convento de Santo Domingo,
la causa patriótica y la recién fundada república, el gobierno en pago,
particularmente el general Francisco de Paula Santander, ordenó la
supresión de los estudios primarios y generales ante el establecimiento
del proyecto educativo lancasteriano, materializado con la fundación del
Colegio de Boyacá, en 1822, en la capital de la provincia. Posteriormente,
los gobiernos liberales de José Hilario López (1849-1853) y Tomás Cipriano
de Mosquera (1861-1864 y 1866-1867) arremeterían en contra de las pre-
bendas de este convento y de toda la Iglesia en general (Báez, s. f.: 496).
Similar suerte corrió la Tomística en Santafé, puesto que poco tiempo
después de la victoria frente a los realistas, el general Santander la con-
virtió, por un lado, en la sede de la logia masona que presidía y a la cual
perteneció también Fr. Ignacio Mariño y, por otro lado, en el centro de
la Sociedad Bíblica Protestante. Finalmente, el 3 de octubre de 1826, por
iniciativa del propio Santander, el Gobierno civil promulgó la Ley 72, que
convirtió a la Universidad Santo Tomás en Colegio y creó, en reemplazo,
la Universidad Central (Plata y Reyes, 2005: 340).
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En 1832, también el Convento Universidad de Santo Domingo, en Carta-
gena, recibió los embates del nuevo régimen republicano ante la promul-
gación de la Ley de Supresión de Conventos. De este modo, a pesar de
que residan nueve religiosos en el claustro, su estado de ruina y pobreza
tras las guerras de independencia dieron pie para que las autoridades
decretaran el cierre deinitivo del Convento (Ariza, 1993: vol. 1, 273-275).
A través de todo este periodo, resultaron más de 40 frailes dominicanos
implicados como patriotas activos, según la obra del P. Fr. Alberto Ariza
(1011-1027), de los cuales la mayoría sufrieron presidio o fueron deste-
rrados del virreinato por haber puesto sus ideas o donativos económicos
al servicio de la causa libertadora, y otro pequeño número, por sumarse
al Ejército Libertador y luchar valientemente en las batallas que le dieron
la independencia al Nuevo Reino de Granada. Pero, sobre todo, de los
dominicos señalados como colaboradores con los patriotas, casi todos
fueron superiores conventuales, directivos o catedráticos de la Tomística,
en Santafé y en los dos conventos universidades de Tunja y Cartagena.
En cierta medida, también a ellos se les debe la formación de los tomasinos
que hicieron parte de la generación de los más ilustres patriotas del pe-
riodo independentista, tales como Andrés Rosillo, José Félix de Restrepo,
Camilo Torres, Francisco José de Caldas, José del Castillo y Rada, Atanasio
Girardot, Vicente Azuero, Joaquín Mosquera, Custodio García Rovira, Fr.
Ignacio Mariño y Francisco de Paula Santander, entre otros.
3. La circulación de las ideas republicanas entre
los frailes de la provincia de San Antonino
El traslado o asignación de los frailes dominicos de un convento a otro
por asignación de los superiores produjo a su vez la circulación de las
ideas4 en todos los órdenes (económico, social y político). En el caso de
4 En la presente investigación se recurrió al concepto de circulación de las ideas planteado por Guinzburg (1976: 11), el cual sostiene que la trasmisión de las ideas se produce en todas las direcciones: de “arriba” (“alta cultura”) hacia “abajo” (“cultura popular”), de abajo hacia arriba y horizontalmente. Con base en este concepto se pudo entender la manera como las ideas adoptadas en el Convento de Santo Domingo, para el periodo propuesto, circularon dentro y fuera de este y terminaron combinándose con otras ideas imperantes.
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las ideologías5 republicanas, sustentadas en los teóricos tomistas, o en
el propio Santo Tomás, y desde luego también en el inlujo de las ideas
provenientes de la Ilustración (francesa, inglesa o norteamericana), es muy
probable que hubiesen sido trasmitidas a su vez en diferentes direcciones.
De este modo, cualquiera de los frailes relacionados en la tabla 1 pudo,
y en algunos casos sus acciones lo ratiicaron, hacer “circular” su ideolo-
gía republicana entre los conventuales con los cuales interactuaron por
determinados periodos.
Tabla 1. Frailes del Convento Universidad de Santo Domingo de Tunja
entre 1813 y 1831
Nombre Cargo Datos biográicos
Fr.
Mariano
Garnica y
Dorjuela
Prior Conventual (1813)
Probablemente fue la igura más importante y determi-nante de la Orden Dominicana en el proceso de inde-pendencia. Nació en Chiquinquirá en 1770 y estudió en la Tomística en Santafé, en donde obtuvo los títulos de Doctor en Filosofía, Teología y Derecho Canónico. Luego fue Rector de la Universidad Tomística en Santafé entre 1809 y 1810. En este último año, ayudó a redactar y irmó el Acta de Independencia del 20 de julio. Ocupó también el cargo de Prior del Convento de Santo Domingo en Tunja en 1813 y fue el encargado de sugerir el donativo de mil pesos al Estado de Tunja, gobierno patriota, el 20 de diciembre de 1813. En ese año, lideró el famoso pleito jurídico en compañía de los conventuales de Santo Do-mingo, por la elección del Provincial Francisco de Paula Ley por pretender prorrogar su mandato, ante la muerte del Vicario General de la Orden, Fray José Díaz, quien era la persona encargada de designar al nuevo Provincial en 1813. Finalmente, Fr. Mariano Garnica fue Obispo de Antioquia entre 1828 y 1832.
5 Se empleó también el concepto de ideología, pero en su acepción más amplia; es decir, aquel con-junto de ideas (socioeconómicas y políticas) que caracterizan a un individuo o a un grupo social (Real Academia Española, 1970).
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Nombre Cargo Datos biográicos
Fr.
Casimiro
Landínez
Superior y Lector de Teología (1813)
Nació en Samacá el 11 de marzo de 1782 y estudió en el Convento Universidad de Santo Domingo. Fue miembro del Convento de Tunja entre 1813 y 1816, ocupando el cargo de Lector de Teología. Fue desterrado en esta última fecha hacia Maracaibo por haberse unido como capellán al Ejército Patriota en la toma de Santafé en 1814. Fue prior conventual de Chiquinquirá durante los años 1823 y 1826. También fue párroco por petición del pueblo o parroquia entre 1822-1836; es decir, duró más de diez años en este cargo.
Fr.
Gregorio
López
Maestro de Estudiantes (1813)
No se sabe con exactitud cuándo llegó a Santo Domingo, pero sí que ocupó el cargo anotado en ese año. Anterior a esto, fue párroco no prior de Chiquinquirá en 1789 y cura interino del mismo pueblo en 1796.
Fr. Juan
José Melo
Lector de Artes (1813-1816)
Permaneció como conventual y Lector de Artes en la Universidad Convento de Santo Domingo en Tunja entre 1813 y 1816. También estuvo en Santafé como capellán del Ejército Patriota en 1814, motivo por el cual fue deste-rrado hacia Maracaibo en 1816. Por último, fue nombrado Prior Conventual de Santo Domingo en Santafé, en 1832.
Fr. Rafael
Niño
Lector de Dogma
Fue miembro del Convento de Tunja entre 1813 y 1831; también Pablo Morillo lo desterró hacia Maracaibo en 1816.
Fr.
Francisco
Antonio
de Torres
Secretario/Notario del Convento (1813)
Fue el encargado de esconder el Libro de Consultas del Convento en el que se habían consignado los donativos al Ejército Patriota en el momento que el Pacificador Pablo Morillo desterró a los conventuales de este y otros claustros.
Fr.
Domingo
Barragán
Exprovincial Fue rector de la Universidad Tomística en Santafé en 1784, prior del Convento de Chiquinquirá en 1790 y párroco interino en Chiquinquirá. Fue miembro del Convento de Tunja entre 1799 y 1813.
Fr. José
María
Vargas
Fraile (1796), Presentado (1813) y Prior Conventual (1831)
Fue miembro del Convento de Tunja, por lo menos desde 1796 hasta 1831, y ocupó los cargos anotados en la casilla anterior.
Fr. Felipe
Jiménez
¿? ¿?
Fr.
Ignacio
Leal
Superior (1831)
¿?
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Nombre Cargo Datos biográicos
Fr.
Manuel
de Neira
Prior (1799) y Maestro de Estudiantes (1831)
Fue miembro del Convento de Tunja en 1799 y en 1831, ocupando los cargos anotados.
Fr. Rafael
Niño
Fraile (1813-1831) y Lec-tor de Dogma (1813)
Fue miembro del Convento de Tunja entre 1813 y 1831; también Morillo lo desterró hacia Maracaibo en 1816.
Fr. Pedro
Ruiz
Fraile (1831) ¿?
Fr.
Cornelio
Bonilla
Fraile (1831) ¿?
Fr.
Cornelio
Torres
Fraile (1831) ¿?
Fr. Pedro
Forero
Fraile (1831) ¿?
Fr.
Manuel
Pardo
Fraile (1831) ¿?
Fr.
Florencio
¿?
Corista (1831) ¿?
Esta tabla se construyó con base en las siguientes fuentes: El Convento
de Santo Domingo en Tunja, vol. 4. La Orden Dominicana en Colombia (f.
152v y 259 V), por E. Báez, s. f., Archivo de la Provincia de San Luis Bertrán
de Colombia de la Orden de Predicadores, Fondo San Antonio, Sección
Personajes. Documento no publicado; El Convento Dominicano de Nuestra
Señora en Santafé (20-25), por A. Mesanza, 1938. Chiquinquirá, Colombia:
Imprenta La Rotativa; Historia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá
(285-287), por V. Cornejo y A. Mesanza, 1942 (2a. ed.). Bogotá, Colombia:
Editorial Centro S. A.
Los conventuales de Santo Domingo que participaron activamente o es-
tuvieron envueltos en los procesos independentistas no tuvieron un lugar
de asignación ijo; por el contrario, estaban sujetos por su vida misionera
a mudar constantemente de convento, parroquia o misión, en aras de
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difundir el Evangelio; por lo menos, la ruta misionera marcada por cada
uno de los conventuales citados fue: Santafé, Tunja, Chiquinquirá, Santo
Ecce-Homo, Llanos Orientales.
Asimismo, es indiscutible que la propia ubicación geográica de la ciudad
de Tunja determinó la participación de los frailes de Santo Domingo en
este periodo de transición o coyuntura, puesto que ella fue paso obliga-
do entre las provincias del interior y las del exterior o costeras. Por tanto,
fue un lugar privilegiado con relación a la trasmisión o circulación de las
ideas. Además, Tunja era una ciudad donde el poderío virreinal no se
sentía con la misma fuerza o presión como en la capital del Virreinato o
como en Cartagena de Indias, en donde se encontraban entronizadas las
instituciones y contingentes de militares realistas (Kuethe, 1993).
En la tabla 1, anteriormente citada, que muestra los frailes del Convento
Santo Domingo en Tunja, se aprecia el cambio de sus integrantes entre
los años de 1813 y 1831; unos por relevo generacional y otros porque
fueron trasladados o asignados hacia ciertos conventos y parroquias,
puesto que únicamente se mantuvieron José María Vargas y Rafael Niño.
Sin embargo, es preciso anotar que de la mayoría no se sabe con exactitud
qué suerte tuvieron en tan convulsionados momentos, cuando la muerte
se encontraba a merced de cualquier persona.
4. Conclusiones
A pesar de que no fue posible determinar el lugar de iliación o formación
de la mayoría de los frailes que se encontraban en el Convento Universi-
dad de Santo Domingo en Tunja durante el periodo de la Independen-
cia, se puede asumir que este no fue un factor determinante sobre la
decisión que tomaron en participar a favor de la causa patriota. Es más
acertado pensar que la condición itinerante de los frailes de la Orden de
Predicadores, por la misma dinámica de asignación a cargos en distintos
lugares del Virreinato, los puso en una condición privilegiada en cuanto
a la trasmisión de las ideas imperantes en aquel periodo. De manera con-
creta, se demostró que la circulación de las ideas republicanas francesas
y anglosajonas, así como el tránsito de los frailes de un lugar a otro por
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asignación, luyó permanentemente entre el Convento Nuestra Señora
del Rosario en Santafé y el de Santo Domingo en Tunja, y del mismo modo
entre la Tomística y la Universidad Convento en Tunja.
Así, el Convento Universidad de Santo Domingo en Tunja fue uno de los
principales receptáculos en donde se formaron o enseñaron algunos
ilustres patriotas y, a su vez, el lugar de fermentación de muchas de las
ideas y actos que contribuyeron audazmente con la independencia de
la provincia y, en general, con la emancipación política del Nuevo Reino
de Granada.
5. Referencias
5.1 Fuentes documentales
Archivo Histórico de la Provincia San Luis de Bertrán (1792-1826). Libro de
Consultas del Convento de Santo Domingo en Tunja. Tunja, Colombia:
Fondo San Antonino, Sección Libros Financieros, caja 0002, carpeta
0003, f. 1-89.
Archivo Histórico de la Provincia San Luis de Bertrán (1747-1847). Libro
Primero, Segundo y Tercero de Estudios del Convento de Santo Domin-
go de Tunja. Tunja, Colombia: Fondo San Antonino, Sección Libros
Financieros, caja 0003, carpeta 0004, f. 270.
5.2 Prensa
Papel Periódico, 22 (viernes, 8 de julio de 1791: 181); 19 (viernes, 12 de
agosto de 1791: 221); 46 (30 de diciembre de 1791: 295); 84 (21 de
septiembre de 1792: 241).
5.3 Referencias citadas
Ariza, A.E. (1993). Los Dominicos en Colombia (vols. 1-2). Bogotá, Colombia:
Provincia San Luis de Bertrán.
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Báez, E. (s. f.). La Orden Dominicana en Colombia (vols. 1-22). Archivo de
la Provincia de San Luis Bertrán de Colombia de la Orden de Predi-
cadores, Fondo San Antonio, Sección Personajes. Documento no
publicado.
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El caso de la Comunidad Dominicana
frente a la reforma educativa borbónica del siglo
XVIII en el Virreinato de la Nueva Granada*1
César Augusto Vásquez García
Eduardo Alberto Gómez Bello
Édgar Arturo Ramírez Barreto
Juan Sebastián Ballén Rodríguez
Grupo de Investigación Anagnostes**2
Universidad Santo Tomás
Recepción: 20 de agosto • Aprobación: 27 de septiembre
Resumen
El artículo propone una revisión crítica de carácter historiográico desde
la perspectiva metodológica de la historia de las ideas hasta los contextos
ideológicos y políticos en que se presenta la Reforma Educativa liderada y
gestionada por el iscal Moreno y Escandón entre los años 1774 y 1779 en
el Virreinato de la Nueva Granada. En este sentido, la Reforma Educativa
se implementa en el momento en que la comunidad de la Orden de Pre-
dicadores asume la responsabilidad de orientar la educación formal en el
Virreinato ante la expulsión de la Orden de la Compañía de Jesús ocurrida
en 1767, con la cual disputaba desde inicios del siglo XVII el monopolio
de la educación en el periodo colonial. Así las cosas, el artículo señala la
* El presente artículo es el resultado que el grupo Anagnostes presenta como fruto de la investigación ganadora de la convocatoria interna en la Universidad Santo Tomás.
** El grupo está conformado por integrantes provenientes de diversas disciplinas, tales como ilosofía, artes, lingüística e historia. Contacto: cvasquezgarcia@gmail.com, juansebastianballen@gmail.com, edgarramirez@usantotomas.edu.co
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 45-67
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posición que la Comunidad Dominicana asume frente a la implementa-
ción de esta reforma aprobada por el rey borbón Carlos III, en donde los
enfoques teóricos y epistemológicos respecto a la incorporación de la
nueva ciencia es un elemento relativo y no necesariamente sustancial a la
discusión sobre los niveles de resistencia que la Comunidad Dominicana
tuvo frente a la Reforma Educativa.
Palabras clave: Reforma Educativa, Virreinato de la Nueva Granada, Co-
munidad Dominicana, nueva ciencia, siglo XVIII
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The Dominican Community case before the
Borbonic Education Reform from XVIII century in the
Viceroyalty of New Granada
Abstract
This article proposes a critical historical review from the point of view of
history of ideas to the ideological and political contexts where the Edu-
cational Reform is presented, led and proposed by the General Attorney
Moreno and Escandón between 1774 and 1779 in the Viceroyalty of New
Granada. In this sense, the educational reform is implemented when the
Order of Preachers takes on the role of guiding the formal education in
the Viceroyalty due to the expulsion of the Company of Jesus Order in
1767. These two Orders were competing to control the monopoly of edu-
cation in Colonial times. Thus, the article shows the stance the Dominican
community adopts in the execution of this reform passed by King Charles
III, where the technical and epistemological approaches concerning the
entrance of the new science is a relative matter and not an important one
to the debate of the level of resistance the Dominican community had
towards the Educational Reform.
Keywords: Educational Reform, Viceroyalty of New Granada, Dominican
Community, New Science, XVIIIth Century
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Le cas de la communauté dominicaine face à la
réforme éducative des bourbons, au XVIIIè siècle
dans le Vice Royaume de Nouvelle Grenade.
Resume
L’article propose une révision critique à caractère historiographique de-
puis la perspective méthodologique de l’histoire des idées des contextes
idéologiques et politiques dans lesquels se présente la Réforme éducative
dirigée et gérée par l’avocat général Moreno y Escandón entre 1774 et
1779 dans le Vice Royaume de la Nouvelle Grenade. Dans ce sens, la Ré-
forme éducative s’implante au moment où la communauté de l’Ordre des
Prêcheurs assume la responsabilité d’orienter l’éducation formelle dans
le Vice Royaume, face à l’explusion de l’Ordre de la Compagnie de Jésus
en 1767, avec laquelle il se disputait, depuis le début du XVIIème siècle,
le monopole de l’éducation coloniale. Ceci étant posé, l’article signale la
position que la communauté dominicaine assume face à la mise en place
de cette réforme approuvée par le roi Bourbon Charles III où les appro-
ches théoriques et épistémologiques face à l’incorporation de la science
nouvelle est un élément relatif et non nécessairement substantiel dans la
discussion sur les niveaux de résistance que la communauté dominicaine
a eue en relation avec la Réforme éducative.
Mots-clés: Réforme éducative, Vice Royaume de Nouvelle Grenade, com-
munauté dominicaine, science nouvelle, XVIIIè siècle
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Presentación
En el documento de J. Tate Lanning intitulado “El sistema de Copérnico en
Bogotá”, y que fue publicado en la Revista de Historia de América (1944), se
propone la lectura del conlicto suscitado entre la comunidad de la Orden
Dominicana –que conservaba el monopolio de la educación superior en
la Nueva Granada a inales del siglo XVIII– y las disposiciones virreinales
que en materia educativa se empiezan a implementar desde el Plan de
Estudios presentado por del iscal Moreno y Escandón, más desde un ho-
rizonte político e ideológico que desde el plano intelectual o cientíico. El
sentido de esta airmación se sustenta en la idea de que a los dominicos
no les es tan “traumático” ni tan problemático el cambio de paradigma
epistemológico que va del sistema ptolemaico al copernicano, toda vez
que lo que se estaba poniendo en tela de juicio era la posibilidad de seguir
perpetuando el control sobre el acceso a la academia, la permanencia en
ella, el otorgamiento de títulos por parte de la Orden, pero sobre todo
mantener la cosmovisión en la que se sustentaba el sentido de su propia
existencia como institución social en el inicio de la modernidad:
A principios de 1774 se propaló la especie de que la Junta Superior de
Aplicaciones se preparaba a dictar algo concreto y drástico en relación con
la educación superior. Pensaron los dominicos anticiparse a tal medida,
y aprovechando que continuaba el statu quo, decidieron precipitar una
controversia acerca del sistema de Copérnico entre los peripatéticos y los
modernistas; creían con ello enturbiar y demorar las disposiciones esencia-
les relativas a la educación superior. Al efecto prepararon una disertación
sistemática y con las tesis que acompañaban a las invitaciones, enviaron
una a José Celestino Mutis y aparentemente a nadie más. En la tesis se
defendía el principio de que el sistema de Copérnico se hallaba en abierta
oposición con las Sagradas Escrituras y era intolerable entre católicos (Tate
Lanning, 1944: 282).
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Contexto historiográico de la investigación
sobre la época colonial en Latinoamérica
En la introducción a la Filosofía de la historia americana, Leopoldo Zea
(1978) concibe, a partir de la propuesta relexiva y crítica generada por la
historia de las ideas en América Latina, particularmente desde las décadas
de los años cuarenta y cincuenta, que el pensamiento latinoamericano
históricamente ha “adoptado” las ideas europeas a las realidades propias
del subcontinente:
No se trata de una historia de las ideas latinoamericanas, como las de Europa
lo son de las europeas, sino de la forma como estas ideas, las europeas, han
sido apropiadas por la ilosofía o la cultura latinoamericana. Es desde este
punto de vista que la historia de las ideas en Latinoamérica es diversa de
la historia de las ideas europeas (Zea, 1978: 15).
En este sentido, la historia de las ideas ilosóicas pre-ilustradas e ilustradas
en la América hispana en los siglos XVI a XVIII se concibe no desde una
clásica ilosofía de la historia de corte europeo, sino desde una historia del
pensamiento latinoamericano, y no porque se considere que sea “inferior
en relación con aquella cuyas ideas se adoptan”, sino porque ha requerido
desde el mismo proceso de adaptación de una construcción asistemática
y compleja de relexiones sobre la manera de hacer dichas relexiones en
contextos culturales, políticos, económicos y sociales, diametralmente
distintos a los centros de producción de la ilosofía occidental. En otras
palabras, Zea, retomando a Gaos, considera que la historia de las ideas
en América Latina es “una toma de conciencia de la lógica que ha dado
origen a la asimilación de unas determinadas ideas de la ilosofía y la
cultura europeas”; es decir que lo que se ha hecho en Latinoamérica es
una ilosofía “no de los propios ilosofemas adoptados, sino del sentido
del espíritu o sentido que originaron esta adopción” (Zea, 1978: 17).
De esta forma, en el ejercicio de pensar sobre cómo la pre-ilustración y la
ilustración se adoptaron en los contextos americanos hispanos, se hace
patente aquella propuesta de Ardao de que nuestra relexión ilosóica
nunca dejó de buscar un acento propio (Zea, 1978: 18), sobre todo desde
la idea de que es una relexión ilosóica que se expresa de manera distinta
César A. Vásquez G., Eduardo A. Gómez B., Édgar A. Ramírez B., Juan S. Ballén R.
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a la ilosofía europea u occidental, pues esta última recurre al principio de
la Aufhebung hegeliana, que asume las categorías de absorción y asimilia-
ción como reguladoras del pensamiento ilosóico europeo, cimentado
en una dinámica dialéctica que va recuperando progresivamente las con-
tradicciones internas del pensamiento para devolverlo en una forma más
depurada y consistente. Este no es el caso del pensamiento ilosóico ame-
ricano, pues contrario al espíritu de la Aufhebung hegeliana que potencia
al máximo la absorción y la asimiliación como mecanismos reguladores
de un pensar dialéctico y sistemático, el pensamiento latinoamericano,
desde sus primeras manifestaciones en el siglo XVI, incuba una forma de
argumentación en donde la yuxtaposición, como manifestación de la
separación entre el sujeto que piensa el pensamiento y el objeto que da
cuenta de una realidad negada o cuestionada por el propio pensamiento,
se convierte en una categoría fuerte que guiará el ejercicio del pensar en
estas tierras americanas.
En el contexto del pensamiento propio de la América hispana, tal yuxta-
posición se veriica, según Zea, en el cambio de un orden que fundamenta
la escolástica colonial hacia uno que cimienta el positivismo; cambio de
órdenes que inevitablemente genera procesos de dependencia impuesta
o aceptada:
Lo mismo da el aparato conceptual de la escolástica del coloniaje ibero,
que el aparato conceptual del positivismo que acabará justiicando la
dependencia con los nuevos centros de poder. Relación de dependencia
colonial tanto frente al colonialismo del pasado como al neocolonialismo
de nuestros días (Zea, 1978: 26-27).
Sin embargo, a dicha yuxtaposición, entendida como enajenación del
pensamiento frente a la realidad de dependencia impuesta o aceptada,
coexiste una posible ilosofía de la historia americana garantizada por
los niveles de conciencia de la dependencia, simplemente para constatar
que la historia toma sentido a partir de la conciencia de la marginalidad:
Conciencia de la relación de dependencia que, dentro de esta interpreta-
ción, va a permitir ofrecer el punto de vista de los dominados sobre sus
dominadores, cambiando así el enfoque del conocimiento de la historia y
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su interpretación, la visión de los vencidos, que dirá Miguel León Portilla
(Zea, 1978: 27).
Así, la conciencia de la marginalidad promueve en el sujeto, a su vez,
una conciencia de la dependencia y, por lo tanto, este sujeto que piensa
su pensamiento como dependiente y marginal asume con claridad la
conciencia de lo periférico respecto a un centro que no es el propio, per-
mitiendo una particular interpretación ilosóico-histórica de Occidente,
pero no ya desde un punto de vista exclusivamente eurocentrista que
reduce todo lo que no es Europa a degeneración e inmadurez, sino desde
la conciencia de lo diverso y lo distinto, para observar el moldeamiento
impuesto o aceptado desde la perspectiva de quienes lo han sufrido.
Ahora bien, en términos historiográicos esta historia de las ideas y de
las mentalidades la podemos ubicar desde el artículo “El historiador sin
certidumbres” de Marcos Palacios (1995), quien plantea una tesis inte-
resante al relacionar las continuidades de los regímenes políticos con
la producción historiográica, particularmente de la época colonial. Así,
resalta que México tiene la más rica historiografía debido a una conti-
nuidad política durante casi todo el siglo XX, a diferencia de la Argentina
que tuvo un renovado entusiasmo de los estudios coloniales, dada una
atmósfera de mayor libertad política entre la caída del peronismo en
1955 y el golpe militar de 1966. Y aunque la historiografía colonial mexi-
cana es más total, en el sentido en que aborda prácticamente todos los
aspectos de la vida social, y que la práctica reciente de los historiadores
argentinos se ha centrado en los aspectos socioeconómicos del pasado
colonial, no es arriesgado airmar que las tendencias provenientes de la
nueva historia económica se impusieron a mediados de los años setenta
en casi todas las investigaciones históricas de la época colonial en Amé-
rica Latina, después del agotamiento de las propuestas historiográicas
marxistas y de la escuela francesa de los Annales que se anunció en los
años treinta, se implantó en los cincuenta y se consolidó en los sesenta
(Palacios, 1995: 12-17).
Al mismo tiempo, Palacios plantea que a partir de los años setenta el
estructuralismo permea los estudios históricos al darle un tratamiento
“nuevo” o “cientíico” a la historia:
César A. Vásquez G., Eduardo A. Gómez B., Édgar A. Ramírez B., Juan S. Ballén R.
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La renovación historiográica a que dio lugar estaba en consonancia con
la difusión de las ciencias sociales y con el supuesto de que la realidad
observada no es la “realidad real”, pues esta oculta estratos y mecanismos
“subyacentes”. El papel de la ciencia consistiría en sacarlos a la luz y em-
prender su análisis (Palacios, 1995: 18).
A esta propuesta de análisis historiográico, según Palacios, se vinculan
inluencias de trabajos provenientes de la ilosofía, la sociología, el psi-
coanálisis, la lingüística, la teoría literaria y la semiótica. Las relexiones de
Foucault, Lacan, Derrida, Barthes y de otros pensadores contemporáneos
sirven de telón de fondo para que la historiografía contemporánea niegue
rotundamente la posibilidad de abordar la verdad histórica:
La historia no puede ser más que un inmenso palimpsesto de “textos” que
comienzan como “narrativas comunales”, igual que la épica o los libros
del Nuevo Testamento. La historia aparece entonces como un ejercicio de
reconstrucción imaginaria, como una invención literaria y una reinterpreta-
ción –que puede ser crítica– de la tradición preexistente (Palacios, 1995: 20).
Así, cada vez con mayor fuerza, la historia narrativa “marca el retorno a
personajes, a tramas y temáticas de vieja data: el individuo, la comunidad
local, la política, inclusive la alta política, vistos ahora bajo un lente an-
tropológico" (Burke, 1993, citado en Palacios, 1995: 21). En este sentido,
la historiografía sobre el periodo colonial replantea su perspectiva en
las dos últimas décadas al abordar los asuntos no ya como una historia
total, sino como una historia de lo cotidiano, de la historia desde abajo,
de la microhistoria.
Por su parte, Hilda Sábato (1995: 105), en “Historia política, historia in-
telectual: viejos temas, nuevas ópticas”, reitera las opiniones de Palacios
al considerar que si bien en los años sesenta y setenta los inlujos más
fuertes sobre la historia como disciplina provenían de la sociología y la
economía, hoy se originan en la ciencia política, la ilosofía política, la
crítica literaria y la lingüística:
En particular, el acercamiento a la crítica literaria, a la semiótica y a la lin-
güística pueden interpretarse como un resultado de las nuevas actitudes
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frente a lo que hasta hace poco se consideraba “el objeto dado” de estudio,
es decir, de la convicción de que “el objeto historiográico jamás está dado,
se construye”, como dice Ginzburg [1990].
Al ya no ser la historia económica el lugar privilegiado para desentrañar
los mecanismos básicos de la realidad social, tarea que la historiografía
reporta para los años sesenta y setenta a través de los enfoques de eco-
nomicistas y sociológicos, en las últimas décadas se empieza a hacer
historia de otra manera:
En cambio, se puede hablar, igual que Carlos Altamirano, de “la emergencia
de una nueva coyuntura en la práctica historiográica, sin polos hegemó-
nicos en cuanto a las vías, los instrumentos y los objetos que permiten
lecturas, de resultados signiicativos, de nuestro pasado”. Junto a esta
actividad, se destaca además la recuperación del “interés particular, por los
actos que [escapan] a la regularidad de los modelos, […] [d]el gusto por los
acontecimientos que no [pueden] aparecer en un punto de intersección
singular de diferentes series, o revelar, o producir cambios en el contexto
más amplio del que [son] parte. [Altamirano, en prensa] (Sábato, 1995: 106).
Estas nuevas realidades del estudio de los acontecimientos pasados
permiten que los actuales investigadores se interesen menos por temas
de carácter economicista y socio-demográico y se dediquen con mayor
frecuencia a temas políticos, de la vida cultural y las creaciones cultura-
les. En este último sentido, la historia intelectual y cultural es uno de los
vectores que se vienen proyectando con mayor énfasis en los estudios
sobre la colonia:
José Luis Romero y Tulio Halpering Donghi transitaron ese terreno de mane-
ra creativa –aunque fueron la excepción más que la regla– y contribuyeron
a dar densidad innovadora a esta vertiente de historia. A ellos podemos
sumar los intentos de Chiaramonte y Weinberg que, aunque como dice
Halperin “veían sobre todo en la marcha de las ideas un aspecto parcial
de un desarrollo más general” [Halperin, 1986: 517] y –de acuerdo con los
enfoques predominantes en la época– tendían a subordinar la esfera de
las signiicaciones a otras más determinantes, también aportaron al debate
sobre el mundo de las ideas del pasado (Sábato, 1995: 113).
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Sábato considera que en una perspectiva diferente a la de Romero y
los demás historiadores ya señalados, los investigadores inscritos en la
escuela de los Annales1 proponen otra forma de “acercarse al mundo de
las signiicaciones” desde la historia de las mentalidades, que
Deine su objeto de manera opuesta a la de los historiadores clásicos de
las ideas: a la construcción consciente de los individuos contrapone la
mentalidad colectiva que regula las representaciones y los juicios de los
sujetos sociales [Sábato, 1986: 31] (Sábato, 1995: 113).
Sin embargo, el mismo José Luis Romero se deslinda de la adopción
irrelexiva de los métodos utilizados por las escuelas historiográicas de
diverso cuño, por conducir al establecimiento “de innumerables precon-
ceptos” y “no pocas fórmulas retóricas”, que se han convertido en hitos de
modas pasajeras para dar cuenta de los procesos históricos en América
Latina. En este sentido, Romero sustenta el estudio del desenvolvimiento
de las ideas, pero articuladas con los procesos históricos concretos de las
comunidades humanas:
La noción que maneja el historiador argentino del concepto de mentalidad
resume su apreciación acerca del valor de las ideas como objeto de estu-
dio, ya que ellas constituyen el entramado de la vida social (Betancourt,
2001: XIX).
Ahora bien, la concepción historiográica de Romero se sustenta en una
[...] interrelación entre elementos racionales e irracionales, los cuales se
entrelazan entre la realidad y las múltiples interpretaciones que integran las
acciones simultáneas en las que se condensan los actos de los sujetos y las
representaciones que los actores sociales forjan a partir de la interpretación
que hacen de la realidad (Betancourt, 2001: XX).
Lo que deja de lado cualquier forma de construcción histórica que no
tenga en cuenta las interdependencias de las pulsiones irracionales de los
1 “Vale la pena recordar –nos dice Enrique Tandeter– que los Annales de la década del cincuenta –a diferencia de su periodo inicial, antes de la guerra mundial– se concentraban en trabajos sobre los siglos XV a XVIII europeos [Wessling 1978, 185-194]”. En: “El periodo colonial en la historiografía argentina reciente”, Palacios (1995: 125).
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colectivos humanos y las manifestaciones conscientes y programáticas de
los individuos en esos colectivos, constituyendo así el objeto de estudio
de las mentalidades, entendidas como manifestaciones sincréticas de lo
pulsional y lo racional en los seres concretos e históricos:
La vida histórica justiica, pues, el estudio de las ideas porque los procesos
históricos se comprenden, según Romero, estableciendo la relación entre
las corrientes de pensamiento y las opiniones expresadas por los grupos
sociales (Betancourt, 2001: XX).
De igual manera, aunque la Intellectual History empiece a ser cuestionada
en Estados Unidos por circunscribirse a la historia de los intelectuales
o de las élites culturales, al abordar el mundo de las signiicaciones en
la década de los cincuenta, dado su interés por indagar la “dimensión
colectiva de las ideas, intentando captar los ‘mitos y símbolos’ típicos de
cada comunidad”, es decir, capturar el “espíritu” de la época y “sobre todo,
la esencia de la americanidad” (Sábato, 1995: 113), Romero reactualiza
algunas categorías de la antropología y la sociología como la de acultura-
ción para interpretar la recepción y la difusión de las ideas ilustradas por
parte de las élites urbanas en los siglos XVI a XIX, pues lo que pretende
–en palabras de Betancourt– es “reconocer la naturaleza problemática de
la recepción de los sistemas de pensamiento elaborados en Europa por
unas minorías urbanas en América Latina” (2001: XXI).
Para Sábato es claro que existe una diicultad a la hora de encontrar los
límites precisos entre la historia de las ideas, la historia social de la cultura,
la historia de las mentalidades y la historia intelectual, dado que estas
vertientes nacieron y se desarrollaron de manera cruzada y combinada.
En este contexto, la propuesta de Roger Chartier2, inscrita en la escuela
historiográica francesa contemporánea, es pertinente para el estudio
que nos ocupa sobre las formas de adaptación, asimilación, recepción
y reconstrucción del pensamiento ilustrado en las colonias americanas,
al realizar:
2 Según Ricardo García Cárcel, “Chartier, en los años ochenta, se lanza a abrir nuevas fronteras conceptuales y metodológicas conjugando magistralmente aspectos teóricos (Foucault, Bourdieu, Certeau, Elias,…) con la investigación más empírica procedente del mundo de la bibliología” (Chartier, R., 2000: 9).
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Por una parte, el estudio crítico de los textos, ordinarios o literarios, canó-
nicos u olvidados […] por otra parte, la historia de los libros y […] de todos
los objetos que llevan la comunicación de lo escrito; inalmente, el análisis
de prácticas que, de manera diversa, se apropian de los bienes simbólicos,
produciendo también usos y signiicaciones diferenciadas [Chartier, 1989]
(Sábato, 1995: 115-116).
El contexto académico y cientíico del siglo XVIII
en la Nueva Granada
Las reformas borbónicas, instauradas luego de la Guerra de Sucesión
Española (1700 – 1714) bajo el reinado de Felipe V, implicaron una nueva
concepción del Imperio español, cuya meta era la modernización y la
transformación de la sociedad en busca del bienestar general. Dichas
reformas de corte ilustrado permitieron también el aianzamiento de la
monarquía absoluta y el surgimiento del despotismo ilustrado. Las refor-
mas borbónicas, inspiradas en los principios de secularidad, racionalidad
y eiciencia que sustentan el espíritu del movimiento ilustrado en España,
tuvieron inicio en el reinado de Felipe V (1714 – 1746), continuaron con
el de Fernando VI (1746 – 1759) y tuvieron su más alta expresión durante
el periodo de Carlos III (1759 – 1788). Estas reformas no sólo transfor-
maron la estructura del Imperio peninsular en términos de una mayor
eiciencia y eicacia económica, burocrática y político-administrativa,
sino también alcanzaron efectos paradójicos mediados por la reformas
educativas desarrolladas en esos años en la América hispana, que dieron
posteriormente sustento a los gérmenes de los ideales de autonomía de
las colonias (García, 2005: 219).
En lo político, las reformas afectaron tanto a las instituciones como a las
formas de gobierno. En América, por ejemplo, el cambio más signiicativo
fue la creación de dos virreinatos: el de la Nueva Granada (1717), con ca-
pital Santafé de Bogotá, y el del Río de La Plata (1776), con capital Buenos
Aires. Con respecto al sistema de gobierno, los Borbones establecieron
políticas destinadas, por una parte, a mantener la integridad territorial
colonial ante la amenaza de las potencias europeas como Inglaterra,
Países Bajos y Portugal, entre otros, y, al mismo tiempo, contrarrestar
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la posibilidad de revueltas internas. Por otra parte, permitieron la ge-
neración de los recursos económicos necesarios, a través de reformas
iscales que se concretaron tanto en las medidas para el fomento de la
explotación minera y agraria como en la creación de mecanismos admi-
nistrativos para incentivar el comercio entre la metrópoli y las colonias
con la creación de compañías de navegación. En este sentido, una de las
medidas más importantes fue la instauración de un nuevo modelo de
gobierno colonial que dependía directamente de los funcionarios de la
Corte, quienes controlaban absolutamente los recursos de América. En
consecuencia, los dos primeros reinados borbónicos iniciaron un proceso
de “desamericanización”, por medio del cual se recuperaban los derechos
y potestades que la Corona les había otorgado a los americanos durante
los siglos XVI y XVII y que les había permitido ocupar cargos públicos y
administrativos. La reforma, entonces, reemplazaba la burocracia regional
criolla por funcionarios reales. El resultado inal fue el surgimiento de un
descontento social criollo generalizado ante el desmantelamiento del “Es-
tado de consenso no absolutista, propio de la América de los Habsburgo,
vigente entre 1650 y 1750” (Lynch, 2001: 98).
Ante el descontento de la burocracia criolla, el rey Carlos III estableció me-
canismos de coparticipación política y económica que buscaban igualar,
de alguna forma, en derechos y deberes a los americanos y españoles, lo
que permitió, por ejemplo, que se reservaran plazas para los criollos de
América en el ejército, en la administración y en los cargos eclesiásticos;
es decir, revertía la “desamericanización” realizada por sus antecesores. En
el horizonte de la aplicación de las ciencias útiles durante el siglo XVIII,
España logró avances en el desarrollo técnico y cientíico en los campos
de la medicina, la botánica y demás ciencias naturales, además de ciertos
logros en la metalurgia, las ciencias físico-matemáticas, la astronomía y
la química. Al mismo tiempo, de Francia e Inglaterra ingresaron tenden-
cias innovadoras frente al conocimiento cientíico que se debatían en
reuniones de carácter privado, pero que terminaban socializadas incluso
en coloquios populares. Ese nuevo ámbito para debatir sobre ilosofía,
literatura, ciencias, música, política e ideas liberales, se fue arraigando y
dio pie a la organización de sociedades que funcionaban de acuerdo con
un reglamento, un horario predeterminado y un plan de trabajo. Las más
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conocidas en la Península y en América hispana fueron las Sociedades
Económicas de Amigos del País (Demerson y Demerson, 1978: 33), en las
cuales se discutieron proyectos innovadores y se plantearon fórmulas de
productividad económica en los campos de la agricultura, la activación del
comercio y el fomento a la industria, lo que a su vez generó un ambiente
propicio para el cultivo de las ciencias teóricas y aplicadas.
Al mismo tiempo, se constataba que las universidades existentes no ge-
neraban ciencia, que funcionaban más como establecimientos difusores
del saber canónico y como instituciones que podían hacer la concesión
de títulos; que el poder de las órdenes religiosas era muy fuerte, ya que
sus miembros insistían en la enseñanza de tipo escolástico e impedían
cualquier intento de reforma educativa. Por esto, la nueva ciencia y el
ideario de la ilustración tardaron en penetrar al medio universitario.
Entonces, la difusión de la renovación cientíica y cultural que se desarro-
llaba en las universidades coloniales en general, y en la Nueva Granada
en particular, se debía más a las propuestas en este tipo de sociedades
que en las universidades.
La historia de la educación formal en el Virreinato de la Nueva Granada se
inicia hacia 1540 cuando las órdenes religiosas fundaron varias escuelas
primarias en sus conventos, al tiempo que el padre Jerónimo de Loaisa le
solicitaba el permiso al rey Carlos V de España para abrir un colegio. El per-
miso le fue otorgado a condición de que les brindara educación gratuita
a los hijos de los caciques. Sin embargo, no lo pudo llevar a cabo, pues el
padre Loaisa fue nombrado Arzobispo de Lima en 1542 (Zapata, 1983: 12).
Aunque los esfuerzos continuaron para crear un colegio de secundaria,
esto sólo fue posible hasta 1563 cuando los dominicos lo hicieron en el
convento de Bogotá con la cátedra de gramática; en 1573 se le sumó la
cátedra de ilosofía a cargo del padre Juan de Labrada. Los franciscanos,
por su parte, a través de su Arzobispo Luis Zapata de Cárdenas, fundaron
en 1587 el Colegio Seminario de San Luis. Las cátedras que dictaron fueron
de música, latín, retórica y el idioma chibcha de los muiscas. El Colegio
desafortunadamente cerró sus puertas en 1590 con la muerte del padre
Zapata (Groot, 1953: 198). Los jesuitas fueron los más activos fundadores
de colegios en el Virreinato de la Nueva Granada desde 1589, cuando llegó
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su gobernador Antonio González. Posteriormente, se fundaron colegios
en Popayán, Mompox, Pasto, Tunja, entre otros.
En la creación de las universidades también participaron activamente las
órdenes religiosas. Los dominicos formalizaron el inicio de las actividades
académicas de la Universidad Tomística luego de varios impases en 1639.
Los jesuitas hicieron lo mismo con la creación de la Javeriana (1621), que
se cerró a causa de la expulsión de la comunidad jesuita durante el periodo
de Carlos III en 1767. Los agustinos fundaron la Universidad San Nicolás de
Bari en 1699, pero tuvieron que cerrarla en 1775 por falta de recursos eco-
nómicos (Dollero, 1930: 315 y ss.). Así las cosas, la Iglesia Católica, a través de
las órdenes religiosas, dominó entonces la educación en todos sus niveles,
desde los estudios básicos hasta los universitarios, dado que los claustros
educativos, regentados por las diversas órdenes, eran la extensión del poder
de la Iglesia sobre la sociedad: estudiar en ellos era la vía más común que
tenían los criollos para acceder a la burocracia administrativa, tanto civil
como eclesiástica. En este sentido, los dos principales colegios en Santafé
de Bogotá fueron el de San Bartolomé3 y el Mayor de Nuestra Señora del
Rosario4, cuyas enseñanzas se basaban en los principios escolásticos5, a
partir de las cuales los estudiantes recibían lecciones en latín, de ilosofía
aristotélica, de teología y de derecho romano y canónico. Sin embargo, los
estudiantes debían presentar sus exámenes de grado en las universidades
también religiosas, para recibir los títulos de bachiller, licenciado, maestro
o doctor, pues estaban facultadas por la Corona para otorgar esos títulos.
Regularmente, los estudiantes del San Bartolomé se graduaban en la Ja-
veriana, mientras que los del Rosario lo hacían en la Tomística.
Desde 1762, en el Virreinato de la Nueva Granada se inició una paulatina
transformación en la educación superior cuando José Celestino Mutis in-
auguró la cátedra de matemáticas en el Colegio Mayor del Rosario, donde
demostró la importancia de las ciencias naturales para la transformación
3 Fue fundado por el Arzobispo Bartolomé Loboguerrero en 1605.
4 Fundado por el Arzobispo Fray Cristóbal de Torres y Motones el 18 de diciembre de 1653.
5 Según Chesterton, citado en Cárdenas, “la orden dominicana fundada como hermandad de ilósofos para salvaguardar la concepción del hombre y la realidad, asumió desde sus orígenes el modelo universitario parisino y su ‘Ratio Studiorum’ situó la ilosofía y la teología en el centro de toda tarea investigativa y docente como armonizadora de todo saber, aunque respetando y airmando la autonomía de cada ciencia” (Cárdenas, 1985: 20).
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de la sociedad. Más tarde, en 1768, el iscal Francisco Antonio Moreno y
Escandón6, por encargo virreinal, elaboró un “Proyecto para la erección en
la ciudad de Santafé de Bogotá de una universidad de estudios generales”7,
cuya concepción implicaba desmontar el poder de las órdenes religiosas y
acabar con la enseñanza elitista y escolástica. Consecuentemente, en 1774
el virrey Manuel Guirior, con la ayuda de Moreno, estableció un “Método
provisional e interino que han de observar los colegios de Santafé, por
ahora y hasta tanto se erige la universidad pública y Su Majestad decide
otra cosa”.
La formulación del plan consideraba la educación impartida hasta enton-
ces de “inútil jerigonza” y establecía la enseñanza de las “ciencias útiles”
indispensables para el aprovechamiento de las riquezas del Virreinato.
Con una posición ecléctica, el Plan pretendía armonizar la tradición con la
necesidad de reformas: mantenía el contenido católico y escolástico en la
formación moral, religiosa y política de la juventud criolla, e introducía los
estudios de las matemáticas a través del texto de estudio del alemán Wolf
y de la física de Newton a través de textos comentados y adecuados a los
lectores de la época. Para el derecho y la ilosofía se introducían los textos
de Santo Tomás por vía de Melchor Cano, agregándole consideraciones
de teólogos franceses como Abellay, Duviat, Fleury, todos estos defen-
sores de la superioridad de la potestad real frente a la Iglesia. Así, pues,
el método educativo del Plan de Moreno y Escandón buscaba eliminar
el juramento de idelidad a la doctrina de Santo Tomás, el memorismo y
el criterio de autoridad como única fuente del conocimiento, ordenando
que a los estudiantes se les permitiera contrastar varias doctrinas para
que su formación fuera ilustrada, libre y racional.
6 Nació en Mariquita (1736) y murió en Santiago de Chile (1792). Se educó con los jesuitas en el Colegio de San Bartolomé antes que la orden fuera expulsada del Virreinato de la Nueva Granada. Obtuvo los grados en ilosofía, teología y derecho. Luego de ser docente en el San Bartolomé, viajó a España donde conoció los principios y la ilosofía ilustrada. Tras regresar a Santafé de Bogotá asumió el cargo de abogado de la Real Audiencia y tuvo que notiicarles a los jesuitas su expulsión. Luego, tuvo el cargo de Fiscal de la Real Audiencia y Protector de Indios e hizo parte de la Junta de Temporalidades, encargada de administrar los bienes de los jesuitas expulsados, con los que pretendió crear una univer-sidad pública, al tiempo que buscó suprimir la Universidad Tomística. Estos dos aspectos constituyen el aspecto político de la reforma educativa que propuso.
7 El Plan Moreno y Escandón, propuesto en mayo de 1768 y ratiicado en diciembre de 1769, tan solo se aplicó en los dos colegios mayores de Santafé por espacio de diez años. Los textos correspondientes pueden verse en Guillermo Hernández de Alba (1980), Documentos para la historia de la educación en Colombia. Tomo IV (1767 – 1776), pp. 26 a 85.
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El plan también establecía que los maestros debían presentar un examen
previo para certiicar su capacidad de enseñar, así como debían tener los
mismos estudiantes durante todo el periodo de formación para evitar los
cambios de maestro y favorecer un ambiente más amable para el acceso
al nuevo conocimiento. Se harían exámenes anuales rigurosos, presididos
por el rector, el vicerrector y el cuerpo de maestros de los colegios del
Rosario y San Bartolomé, y de la Universidad Tomística. Finalmente, pro-
hibía los trajes lujosos y los gastos excesivos en las reuniones de grado
(Salazar, 1946: 45).
Sin embargo, el fondo político de la reforma fue crear la universidad
pública y suprimir la Universidad Tomística, pues Moreno y Escandón,
por su formación jesuita, consideraba que las enseñanzas en la Tomística
eran inútiles y deicientes. En esta cruzada, el iscal recibió el apoyo del
nuevo virrey Messía de la Cerda, del Cabildo de la ciudad, de la Junta de
Temporalidades (institución creada para administrar los bienes de los
jesuitas expulsados, y de la que él era miembro), de todas las instituciones
civiles y del arzobispo de Santafé de Bogotá. En este sentido, la reforma
no tuvo una aplicación práctica inmediata, pues el Virreinato no tuvo los
suicientes recursos económicos para implementarla. Pero sí generó en-
frentamientos académicos y políticos entre el iscal Moreno y Escandón
con la Universidad Tomística, debido a que los dominicos, que siempre
se habían mostrado adeptos al gobierno virreinal, aspiraban no solo a
obtener los bienes expropiados de los jesuitas una vez fueron expulsados,
sino también a impedir que el Plan Moreno y Escandón fuera llevado a
la práctica, ya que la hegemonía educativa adquirida por la Tomística,
luego del cierre de la Universidad Javeriana, le permitió tener el privilegio
exclusivo en el Virreinato de examinar y otorgar grados.
A manera de discusión: la implementación de
la reforma educativa desde el Plan de Moreno y
Escandón
No es posible desligar la discusión que se produce entre la educación
letrada que promovía la institución educativa confesional –en nuestro
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caso particular, el papel que desempeñó en los tiempos de la colonia la
Universidad Tomística de la Nueva Granada– y el plan de educación pú-
blica defendido para la época por el iscal protector de indios Moreno y
Escandón, con el conlicto que tiene antecedentes en la Europa del siglo
XVII, entre la institución eclesiástica y el estado moderno (La Universidad
Santo Tomás de Colombia ante su historia, 2005: 291). Un conlicto que
paulatinamente distancia el poder religioso representado en Roma a
través del poder papal, y la emergencia de los estados nacionales moder-
nos. Se trata entonces de un fenómeno histórico reactivo al clero que se
propaga en Alemania con el protestantismo, llegando a los países bajos
del sur (Bélgica actual). Así, entre las prácticas de distanciamiento entre
el poder clerical y el civil moderno, sobresalen los de expropiación de
bienes, secularización de monasterios y abadías, destrucción de iglesias y
cierre de universidades como la de Lovaina (La Universidad Santo Tomás
de Colombia ante su historia, 2005: 292). Paralelamente, existe en el siglo
XVIII un renacer de la universidad europea medieval en las colonias de
ultramar, justamente por la incorporación de la cosmovisión progresista
y liberal del Estado moderno que introdujo la dinastía francesa de los Bor-
bones, como estilo de gobierno que marcaría la pauta de diferencia entre
la estructura de gobierno colonial –dominada por el atraso económico y
el privilegio del poder señorial– y una proyectada estructura de gobierno
moderna, que posicionará a la educación como principal catalizador en
la transformación del imperio ibérico desde sus periferias colonizadas.
El "realismo borbónico" consistió en regentar la institución eclesiástica
desde el poder imperial centralizado en la Corona (cf. p. 293). Muestra
de ello fue el proyecto de la universidad pública en la Nueva Granada,
que puso de presente los intereses del estado borbón por arrebatarle el
capital educativo que reposaba en manos de las comunidades religiosas.
La expropiación de tierras, y en consecuencia de colegios y universidades,
se hizo sentir con los hijos de San Ignacio en Portugal en el año de 1759
y en España y las colonias americanas en el año de 1767 con la expulsión
de los jesuitas. Carlos III ordena hacer un inventario de los bienes de
dicha comunidad (haciendas, bibliotecas, iglesias y colegios), para su
consecuente expropiación.
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En este mismo año, el iscal protector de indios Francisco Antonio Moreno
y Escandón es comisionado por el virrey para la elaboración de un informe
sobre el estado de la educación en la Nueva Granada. El objetivo del plan
Moreno y Escandón buscaba establecer las condiciones para la creación
de una universidad pública. La reforma educativa planeada por Moreno y
Escandón es una variable que caracterizó a la ilustración española, la cual
consideró dicha institución como la garante de la felicidad social, introdu-
ciendo el derecho de la formación de ciudadanos como una obligación
por parte de Estado; la educación fue apreciada como un instrumento en
la uniformización ideológica de los individuos, desplazando los privilegios
de los que gozaba la institución educativa eclesiástica.
En consecuencia, la ilosofía que orientaría este proyecto educativo te-
nía un aire marcadamente utilitarista, pensado para la realización de la
prosperidad material y la felicidad pública. La Universidad Tomística, si
bien se mantuvo en la lucha contra las pretensiones imperiales del estado
borbón, consideramos, a manera de hipótesis, que lejos de asumir una
posición endogámica y reactiva, no perdió de vista la necesidad de poner
en diálogo la ciencia aristotélico-tomista con las ideas copernicanas y
newtonianas que introducían la necesidad de un saber útil para la mo-
dernización de las colonias de ultramar. Prueba de ello es el documento
que hizo parte de la defensa contra el Plan Moreno y Escandón elaborado
por el P. Fr. Jacinto Antonio de Buenaventura, que, desde España, elabora
una réplica con 194 folios. Aunque la prueba pone de presente la discu-
sión en términos jurídicos, el balance que hace el informe del iscal puso
de maniiesto que la formación en letras (humanidades) es el denomi-
nador común en los planes educativos de colegios y universidades. Las
‘ciencias útiles’ (matemáticas y física) eran señaladas como saberes píos
por los regentes educativos de las instituciones confesionales. A juicio
del iscal, el plan de modernización que adelantaba el estado borbón
tropieza en materia educativa con la extendida práctica educativa que
hacía del latín la lengua erudita del saber cientíico, la cual permitiría la
comprensión del sentido oculto de las teorías metafísicas y teológicas que
descansaban en los tratados de Aristóteles y Santo Tomás. Para Moreno
y Escandón, el nuevo proyecto de una universidad pública tendría que
prescindir del latín como lengua de la ciencia por excelencia y hacer uso
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de las lenguas vernáculas que los ilustrados europeos habían empleado
para hacer ciencia útil.
En esta medida, un nuevo plan de estudios ya no podía admitir las es-
tructuras silogísticas en las lecciones tempranas porque corrompían la
mente de los jóvenes. En su lugar, en el primer año de ilosofía se debían
impartir nociones básicas de aritmética, álgebra, geometría y trigono-
metría. Para el segundo año, con la mente ya entrenada en los números,
era posible impartir las nociones básicas de la física moderna, según el
método newtoniano. El proyecto de gobierno promovido por el estado
borbón requería entrenar las mentes en el dominio de las ciencias útiles
para sacar provecho de una tierra inexplorada, promover el trabajo, su-
primir la ociosidad, fuente de la pobreza, crear hospicios y adelantar las
campañas de higiene social, entre otros proyectos ilustrados de gobierno.
Con el plan de educación pública, los intereses de las órdenes religiosas,
y particularmente de la élite criolla local, se vieron afectados porque
aquel suprimía la vinculación de las familias más prestantes dentro de las
credenciales de blancura que proporcionaba la educación seglar. En este
sentido, la formación en el método experimental de la ciencia moderna
ofrecía una posibilidad real para favorecer la movilidad social de las ra-
zas, al exigir como capacidades ya no los antecedentes familiares de los
individuos, sino la observación, el análisis y el juicio crítico, habilidades
que no eran exclusivas de una élite letrada.
De otra parte, quienes se encontraban en desventaja frente a la propuesta
educativa del modelo Moreno y Escandón fueron los dominicos que, luego
de la expulsión de los jesuitas, tuvieron el privilegio de emitir títulos. El
Plan Moreno y Escandón señaló que el perjuicio que producía el privilegio
educativo de los dominicos no consistía precisamente en una formación
tomista y humanística que veía con ojos heréticos la física de Copérnico,
sino en la pérdida de recursos económicos del Estado, que, al convertir-
se en la única universidad autorizada para acreditar el saber de la élite
neogranadina, ensanchaba las arcas de los religiosos empobreciendo el
heraldo público. La reacción de los dominicos tanto en Bogotá como en
Madrid resolvió el asunto a su favor, y el Plan Moreno y Escandón quedó
en el papeleo burocrático.
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Esta lucha por la administración del capital universitario generó una
fuerte división entre dos bandos. Los ortodoxos, quienes defendían la
formación humanística y la permanencia de las comunidades religiosas,
las cuales servían de iltro social para avalar las prebendas sociales de una
élite criolla que buscaba asegurar un puesto burocrático en el cabildo
local; y los ilustrados, quienes, si bien no se visibilizaron en los centros
urbanos, lograron una notable presencia en las periferias, al liderar los
procesos cientíicos de expedición y exploración, hicieron inventario de
los recursos naturales y, de paso, promovieron la renovación general de
la sociedad neogranadina a través del tutelaje de la ciencia y el dominio
del saber técnico, aspectos que esceniicaban el hábitus de la blancura.
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La tradición colonial y la pintura
del siglo XIX en Colombia*8
Jaime Humberto Borja Gómez**9
Recepción: 20 de agosto • Aprobación: 27 de septiembre
Resumen
El presente artículo pretende mostrar, desde la práctica de la pintura,
cómo la primera mitad del siglo XIX se comporta como una articulación
entre la cultura colonial del siglo XVIII y el tránsito hacia las nuevas pro-
puestas academicistas y costumbristas que se pusieron de moda a partir
de la segunda mitad del siglo XIX. Y cómo, sin embargo, buena parte del
mismo continuó anclado en la tradición colonial, tanto en los contenidos
como en las formas.
Palabras clave: Mentalidades, práctica de la pintura, cultura colonial,
costumbrismo, Colonia, misticismo, Independencia
* El presente artículo es el resultado de las investigaciones del autor en torno al tema de la pintura en la Colonia. Una primera versión de este texto se leyó en el I Congreso Internacional de Historia, llevado a cabo por la Universidad Santo Tomás en la sede de Bogotá.
** Profesor Asociado al Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Bogotá. Correo elec-trónico: jborja@uniandes.edu.co
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 69-101
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The Colonial Tradition and Painting
in the XIX Century in Colombia
Abstract
This article wants to show, from the practice of painting, how the irst half
of the XIXth century behaves as a juncture between Colonial culture of
the XVIIIth century and the movement towards new academic and custom
proposals that became a trend from the second half of XIXth century on.
This paper shows how nevertheless most of the XIXth century remained
in the colonial tradition both in content and shape.
Keywords: Mentalities, practice of painting, colonial culture, costumbrism,
colony, mysticism, Independence.
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La tradition coloniale et la peinture
du XIXè siècle en Colombie
Resume
Le présent article prétend montrer, depuis la pratique de la peinture, que
la première moitié du XIXème siècle se comporte comme une articulation
entre la culture coloniale du XVIIIème siècle et le passage vers les nouvelles
propositions académicistes et costuméristes qui sont devenues à la mode
à partir de la deuxième moitié du XIXème siècle. Et comme, toutefois, une
bonne partie du XIXème siècle a continué à être ancrée dans la tradition
coloniale, tant dans les contenus que dans les formes.
Mots-clés: Mentalités, pratique de la peinture, culture coloniale, costu-
mérisme, colonie, mysticisme, Indépendance
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Con relativa frecuencia suele airmarse que las transformaciones políticas
y económicas ocasionadas por las revoluciones afectan igualmente la
mentalidad y las prácticas culturales. Sin embargo, estas dos perspectivas
se inscriben en la tradición de una sociedad y, por lo tanto, se mantienen
como estructuras de larga duración. En este sentido, los cambios políticos
y económicos pueden afectar o alterar esa mentalidad o prácticas, pero no
con la misma velocidad de los cambios sociales. Un ejemplo se encuentra
en la práctica de la pintura en la coyuntura de la Independencia en la Nue-
va Granada. Los años de 1810 a 1819 se ubican como articulación evidente
de dos grandes momentos: el inal de la colonia y el comienzo de la vida
republicana. Los escasos estudios sobre la pintura y la cultura visual de
este periodo han elaborado escuetas interpretaciones, unas más radicales
que otras. Críticos como Gabriel Giraldo Jaramillo airman que “[…] la in-
dependencia política trajo consigo una deinitiva emancipación pictórica
y que a través de la historia artística del siglo XIX no encontramos huella
ninguna de los principios y las normas que orientaron el arte colonial
neogranadino” (Giraldo Jaramillo, 1980: 158). La argumentación de Giraldo
se orienta a presentar una ausencia de cualquier tipo de vínculo entre los
dos periodos, principalmente porque acusan un “espíritu” diferente. En
esta llamada “emancipación pictórica”, aunque hay cambios temáticos
y de estilo, el problema es más complejo, pues la pintura colonial como
práctica de larga duración atravesó la coyuntura de la Independencia.
En este sentido, buena parte de las narraciones visuales de la primera
mitad del siglo XIX tomaron dos caminos: por un lado, continuaron
representando los temas más signiicativos de las devociones públicas
coloniales, entre los que sobresalieron las imágenes de santos de gran
fervor colonial, algunos de ellos acusando importantes cambios, como los
temas asociados con el sagrado corazón, y prácticas que representaban
al cuerpo social colonial, como las devociones al purgatorio. Así mismo,
la tradición colonial se iltró en ciertas devociones privadas, como las pin-
turas de las monjas coronadas. El segundo camino donde se prolongó la
tradición colonial fue en el proceso de secularización de conocidos temas
coloniales, de los que se explorarán algunos casos, como la transformación
del retrato eclesiástico: utilizando los mismos patrones coloniales, se eje-
cutaron los retratos de los próceres e incluso algunas veces se emplearon
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los modelos visuales de los santos para aludir a situaciones de tránsito de
los personajes independentistas, como su enfrentamiento con la muerte.
Otro tanto sucedió con las reliquias: los mártires de la patria reemplazaban
a los mártires de la Iglesia primitiva.
Estos sistemas de disposiciones dejan entrever la manera como la larga
tradición cristiana colonial, resultado de una sociedad donde el espacio
de lo sagrado era tan sólido, no se transformó inmediatamente con los
procesos sociales y políticos que acaecieron tras la Independencia. Las
formas coloniales adoptaron nuevos ropajes a través de la secularización
de las costumbres, los hábitos y las ideologías.
1. La pintura colonial en la segunda mitad del
siglo XVIII
El desarrollo de la pintura en la cultura colonial neogranadina fue tardío
con respecto a otros territorios indianos. En las primeras décadas del si-
glo XVII, con la consolidación de la evangelización y el asentamiento de
las comunidades religiosas, aparecieron los primeros talleres de pintura.
Durante esta primera colonia, los temas visuales fueron esencialmente
devocionales, pues trataban de responder a una sociedad fundamen-
talmente sacralizadora1. De esta manera, una de las características de la
pintura colonial en la Nueva Granada fue su larga tradición en los siglos
XVII y XVIII. Durante este periodo hubo pocos cambios tanto temáticos
como en la forma de narrar las escenas, en buena parte debido a la rela-
tivamente escasa producción visual, a los pocos talleres y a la estabilidad
de las devociones propiciadas por las órdenes religiosas instaladas en el
Nuevo Reino. La mayor parte de la pintura, cerca de un 40%, se ejecutó
sobre unos cuantos santos, lo que permaneció prácticamente inalterable
hasta el siglo XIX. Se destacó igualmente la pintura de temas asociados
con la devoción mariana y los cristológicos, lo que sumaba otro 30%. En el
conjunto de la pintura colonial se deben resaltar dos aspectos caracterís-
1 La mayor parte de la pintura se produjo en unos cuantos talleres hasta hoy conocidos, los cuales pro-ducían por demanda para las comunidades y cuerpos sociales asociadas a ellas, como las cofradías. Esta producción estaba fuertemente vinculada con los procesos de evangelización, por lo que el 92% de la pintura era religiosa. Jaime Borja Gómez (2003: 176-179).
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ticos: en primer lugar, la preponderancia de los discursos sobre la familia,
lo que se revela en la fuerza inusitada de la representación de la Sagrada
Familia, los desposorios y las imágenes relacionadas con José, la Virgen
y Jesús niño. En segundo lugar, la escasa pintura de escenas del Antiguo
Testamento y temas dogmáticos como las postrimerías y, especialmente,
la ausencia de pintura no religiosa. Esta última, la pintura secular, no ocupó
más del 9% del total, del que casi todas las representaciones correspon-
dían a retratos de eclesiásticos2.
Esta situación tuvo cambios signiicativos a partir de la formación y con-
solidación del segundo Virreinato en 1740, así como de las conocidas
reformas borbónicas. Las nuevas tendencias políticas auspiciadas por los
Borbones, así como la instauración de la corte virreinal, generaron cambios
en las temáticas pictóricas, por lo que decayó la que hasta entonces era
una tradicional producción religiosa colonial. Esta especie de “crisis” en la
cultura visual se evidenció en la aparición de nuevas estéticas y propuestas
temáticas de carácter secular, las cuales no afectaron la representación de
las devociones tradicionales, que continuaron siendo las mismas como
pilares de la piedad particular al Nuevo Reino. Esta permanencia de la
tradición visual se debía a que los cambios en las prácticas devocionales
no corrían necesariamente paralelos a las transformaciones económicas
y políticas, aspecto que también se evidencia en la coyuntura indepen-
dentista.
Sin embargo, y aunque no hubo cambios temáticos devocionales, la
instauración del Virreinato y el desarrollo de la Ilustración sí generaron
variaciones en el gusto3, lo que se plasmó en la aparición de una tímida
secularización de temáticas que se recogieron en la práctica pictórica en
las últimas décadas de la Colonia. Las reformas borbónicas y la presencia
de una corte virreinal generaron una autopercepción distinta de la cul-
tura colonial, especialmente en lo que se refería a la recepción del gusto
como un aspecto que determinaba la distinción social. Bordieu deine
este problema así:
2 Los datos acerca de los porcentajes y temáticas representados en la pintura de la primera colonia son resultado de investigaciones previas a esta. Se pueden consultar los resultados y las características de la pintura en la primera colonia en: Jaime Borja Gómez (2003).
3 Un ejemplo de los cambios virreinales en el gusto puede verse en Gómez Hurtado y Gil Tovar (1987).
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La disposición estética es una dimensión de una relación distante y segura
con el mundo y con los otros, que a su vez supone la seguridad y la distancia
objetivas; una manifestación del sistema de disposiciones que producen
los condicionamientos sociales asociados con una clase particular de las
condiciones de existencia […] (Bordieu, 2002: 53).
El nuevo sistema de disposiciones era resultado de los cambios en las
actitudes frente a las nuevas realidades culturales, lo que también afectó
las formas de representar las devociones particulares.
De esta manera, en la segunda mitad del siglo XVIII se consolidaron unas
formas de representación y de cultura visual diferentes a las que habían
evolucionado desde la primera colonia. Entre ellas se destaca la indivi-
dualización del retrato, el carácter decorativo e ilustrado de la práctica
pictórica y una estética que trataba de responder a las nuevas exigencias
del gusto de la sociedad cortesana que se estaba formando. En este con-
texto, la coyuntura que generó el proceso de Independencia en la segunda
década del siglo XIX y sus efectos en la conformación del Estado nacional
no supusieron una ruptura radical con respecto a las propuestas visuales
que provenían de la segunda mitad del siglo anterior.
Ilustración 1: Anónimo. Agustín de Coruña. Óleo sobre tela, siglo XVI.
Ilustración 2: Joaquín Gutiérrez. Virrey Jose-
ph Solís Folch de Cardona. Óleo sobre tela, siglo XVIII. Museo de Arte Colonial, Bogotá.
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La creación del Virreinato trajo consigo una incipiente corte virreinal, que
por supuesto afectó el gusto de los sectores de la élite urbana (Gil Tovar,
1988: 1136). Aunque no hubo importantes cambios en la manera de narrar
visualmente las imágenes, sí se potenció con más fuerza el desarrollo de
algunas temáticas, como la del retrato personal. Ahora comportaba una
gestualidad más especíica relacionada con el poder, pero estructuralmen-
te seguía los lineamientos narrativos del retrato eclesiástico que había sido
tan empleado por las instituciones religiosas desde el siglo XVII. El sujeto
representado posaba en tres cuartos, la mano se apoyaba sobre una mesa,
donde reposaban los símbolos de sus virtudes o su autoridad. Rectores
de colegios y universidades ostentaban sus togas, libros y plumas; los
obispos, sus mitras, cruces pectorales, escudos episcopales y báculos.
Los cortinajes de fondo y cartelas alusivas a su labor complementaban
la representación, como aparece pintado el segundo obispo de Popayán
Agustín de Coruña a inales del siglo XVI (ilustración 1).
Esta estructura se empleó en las pinturas de la segunda mitad del siglo
XVIII que se ejecutaron de los virreyes, los funcionarios y los ciudadanos
prestantes. Las nuevas condiciones del gusto, propias de la sociedad
virreinal, dieron lugar a un sistema de disposiciones que marcaba la dis-
tinción social basada en aquel. Para el efecto, los sujetos desplegaban
sus riquezas materiales y linajes: ahora aparecían con sus mejores galas,
sus escudos de armas, bastones de mando y emblemas de las órdenes
militares a las que pertenecían. La ilustración 2 presenta al virrey Solís,
caracterizado con estos atributos, lo que dejaba entrever las nuevas y
tímidas tendencias secularizantes del siglo XVIII: retratos más del gusto
individual e involucrados con el poder terrenal, lo que los distanciaba del
retrato institucional eclesiástico. En la primera colonia, aquella que llegó
hasta 1740, el retrato tenía un valor moral, pues destacaba procesos de
santidad y las virtudes del sujeto. El nuevo retrato del siglo XVIII enfatiza-
ba los símbolos del poder económico y político al que recurrían virreyes,
nobles y prestantes. Además, a inales de este siglo, en el contexto de la
transformación de los espacios domésticos, especialmente la aparición
de la sala como lugar de socialización4, aparecía el retrato en miniatura,
4 López, María del Pilar (1997). Las salas y su dotación en las casas de Santafé de Bogotá. En Anuario
Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 24, pp. 12-16.
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género que se desarrolló y de hecho caracterizó los espacios de la intimi-
dad hogareña en la primera mitad del siglo XIX.
La ilustración, por su parte, se manifestó en diversas facetas de la cultura,
entre las cuales la Expedición Botánica (1783-1817) fue representativa
porque recogía las expectativas de la Corona frente a la optimización de
la explotación de las colonias a partir del conocimiento de su naturaleza
(Nieto, 2000: 9-10). El ambicioso proyecto, encabezado por José Celestino
Mutis, buscaba registrar y clasiicar lora, fauna y minerales, además de
hacer observaciones astronómicas y geográicas. El impacto en la cultura
visual se relejó en la generación de un nuevo tipo de pintura desconocido
hasta entonces en el Nuevo Reino: la cientíica o, más precisamente, la
pintura botánica. Mutis creó una escuela de dibujo botánico en donde
se formaban a los aprendices en técnicas de dibujo, conocimientos en
botánica y preparación de colores, por la que pasaron cerca de 63 pintores
(Nieto, 2000: 77-80; Barney Cabrera, 1988: 1181-1191). Muchos de ellos
se formaban en talleres familiares de Popayán y Santafé, cuyo trabajo
pictórico era fundamentalmente devocional. Los alcances de esta nueva
escuela generaron una problemática hasta entonces desconocida en la
cultura visual colonial: la tensión entre representación y realidad.
Hasta ese momento, como la mayor parte de la pintura era religiosa, el
obrador colonial pintaba siguiendo patrones preestablecidos en grabados
o en narraciones hagiográicas o bíblicas, es decir, representaba nociones
abstractas como Dios, la santidad, las virtudes, a partir de modelos. La
pintura botánica introducía el problema entre representación conceptual
y representación naturalista, en la medida en que el sujeto se enfrentaba
a un modelo al natural, del cual había que mostrar todas sus partes. Los
pintores de la Expedición Botánica tenían que encontrar soluciones di-
dácticas, esquemáticas y estratégicas, y a la vez “pictóricas”, pues tenían
que utilizar luces y sombras, modelado, un fondo en blanco con la planta
por fuera de su ámbito natural. Esta tensión entre la idealización y el na-
turalismo se encuentra presente en la pintura de comienzos del siglo XIX.
En esta escuela de pintura botánica se formaron pintores coloniales como
García del Campo, Pablo Caballero, los hermanos Cortés y Joaquín Gutié-
rrez. En tal sentido, la escuela le aportó al siglo XIX la formación de cierta
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“profesionalización” del ejercicio pictórico. Es decir, la cultura visual ya no
estaría dominada solamente por obradores que ejercían el oicio de pintor
desde talleres familiares atendiendo solicitudes devocionales, sino que
se formaba el pintor de oicio que satisfaría una demanda distinta para
un observador mediado por un gusto diferente. Este fue el caso de Lino
José de Azero, conocido retratista y miniaturista que trabajó en Bogotá
en la primera mitad del siglo XIX (Barney Cabrera, 1988: 1199), Salvador
Rizo (1762-1816) y Francisco Javier Matís (1774-1851), considerado por
Humbolt como uno de los mejores pintores de lores (Uribe, 1954: t. I, cap.
XXXI), fundador de una de las primeras academias y quien desempeñó el
oicio de pintor hasta mediados del siglo XIX (Fajardo, s. f.).
Ilustración 3. Joaquín Gutiérrez. Virgen de
la Peña. Óleo sobre tela, siglo XVIII. Ilustración 4. Joaquín Gutiérrez. Retrato de
la marquesa de San Jorge. Óleo sobre tela, siglo XVIII. Museo de Arte Colonial.
De este modo, la segunda mitad del siglo XVIII consolidaba tres espacios
pictóricos: el devocional, que provenía de la primera colonia, el retrato
como ejercicio de poder y la pintura botánica. El aspecto común a estos
tres legados fue un nuevo sentido del gusto como condición para la
distinción social, lo que resultaba de las condiciones culturales propias
del siglo XVIII. La formación del Virreinato, con la consecuente corte vi-
rreinal, generó unas nuevas formas de estetización de lo cotidiano, que
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incluso se manifestaron en la pintura devocional. La Virgen de la Peña
(ilustración 3), atribuida al conocido pintor de corte Joaquín Gutiérrez,
quien también fue miembro de la Expedición Botánica, releja las nuevas
condiciones: la Sagrada Familia se representa con vestiduras, brocados y
bicornio virreinales para realzar su dignidad. Además, los usos de la ges-
tualidad, especialmente en el rostro, denotaban la condición noble del
sujeto. Nótese la similitud del rostro de la Virgen y San José con el de la
marquesa de San Jorge (ilustración 4) y el virrey Joseph Solís (ilustración
2) (Gil Tovar, 1988: 1139), con lo que se destaca un rasgo particular de la
pintura cortesana virreinal: el tipo de patrones –proporciones y rasgos
alargados, por ejemplo– para representar la nobleza y los ideales de be-
lleza. Aún persistía la propuesta barroca de que en la Virgen y San José
se debían encarnar los ideales de belleza masculina y femenina, debido
a su santidad y perfección.
2. Las continuidades en el siglo XIX
Las transformaciones políticas y económicas que sucedieron en el territo-
rio de la Nueva Granada, tras los acontecimientos de 1810 y que desem-
bocaron en el proceso de independencia, no afectaron profundamente
la cultura visual que provenía de la Colonia. Sin embargo, historiadores
como Efraín Sánchez airman que:
Pero sin lugar a dudas los renovados principios que comenzaron a impo-
nerse desde el propio año de 1810 y los novedosos horizontes culturales
que prometían Inglaterra y Francia, particularmente esta con el ejemplo de
su reciente revolución, dieron el golpe de gracia a las corrientes estéticas
de la Colonia, que ya languidecían (Sánchez Cabra, 1987: 65).
Es importante matizar esta airmación, pues, como se ha mencionado, la
pintura colonial tuvo cambios especialmente a inales del siglo XVIII, de
modo que durante la primera mitad del XIX se conservaron buena parte
de las estructuras que había conquistado la cultura visual en esas últimas
décadas del siglo anterior. No obstante, el nuevo contexto republicano
permeó lentamente estas estructuras, de modo que al mismo ritmo se
agotaba la tradición colonial para dar paso a una serie de cambios en la
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cultura visual. La pregunta es, entonces, ¿cómo operaron las transforma-
ciones políticas y culturales sobre la tradición visual colonial en la primera
mitad del siglo XIX y cuáles fueron sus resultados?
El punto de partida para explicar la tensión entre la preservación de
estructuras que provenían de la cultura colonial en una sociedad que
comenzaba a transformarse social y políticamente se encuentra en los
nuevos intereses culturales. El avance de las ideas ilustradas, como las
nuevas ideologías que acompañaban el proceso de conformar un nuevo
cuerpo social a partir del concepto de nación-ciudadano que sustituía al
reino-súbdito, generó la necesidad de un nuevo entramado simbólico
para representar a la naciente república. Una de las características de esta
nueva sociedad era el lento ascenso de la secularización, por lo que en
muchos campos de la novedosa cultura republicana se trató de hacer un
corte con la tradición colonial y lo que ella representaba: la civilización
cristiana española. Sin embargo, el corte no podía ser radical en campos
como la cultura visual, porque se carecía de una simbología desacralizada,
secular y laica. Además, la coyuntura independentista y la formación de
la nación no implicaban necesariamente que las creencias arraigadas en
el orden social rompieran abruptamente con su pasado. La iconografía
cristiana era un lenguaje común, de modo que se conservó su estructura
variando atributos y sentidos. En otras palabras, se resigniicaron los nue-
vos símbolos patrios a partir de la cultura visual que le antecedía, sobre
la cual se comenzaron a operar tímidos cambios. El objetivo a mediano
plazo era deinir una identidad nacional.
El tipo de imágenes que se construyeron a partir de 1810 se pueden reunir
en dos grupos: formas rituales, del tipo utilizado en las celebraciones pú-
blicas coloniales, y formas religiosas de la imagen cristiana. Por un lado, las
imágenes rituales que solían emplearse en aquellas celebraciones, como
las alegorías, emblemas y el arte efímero en su conjunto que se ponía
de maniiesto en juras y celebraciones reales. Esta compleja simbología
se utilizó en las festividades patrias, aunque acusando un lento proceso
de reinterpretación simbólica (Rey Márquez, 2010: 6-9). Por otro lado, se
continuaron empleando las formas religiosas de la imagen cristiana, princi-
palmente su iconografía y el uso de estas tradiciones para la comunicación
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de las nuevas posturas ideológicas con las que se comenzaba a construir
la experiencia de nación. Algunos santos se erigieron como protectores
del proceso independentista, e imágenes religiosas fueron condecoradas
como “generalísimos” de los ejércitos regionales (Rey Márquez, 2010: 10-
15); pero también tal iconografía y estructura visual se desacralizó para
adaptarse a la nueva simbología nacional.
Si bien es cierto que durante la primera mitad del siglo XIX disminuyó
sensiblemente la producción de pintura religiosa, también es cierto que
este era un fenómeno que ya se evidenciaba a lo largo del XVIII5. Pese a
que tomaba impulso la pintura de temas seculares, persistió el uso de
estructuras simbólicas coloniales, de lo cual la emblemática es un ejemplo.
Una de las primeras alegorías a la república, “Bolívar, libertador y padre
de la patria” de Pedro José Figueroa, quien la ejecutó en 1819, muestra a
este héroe de la Independencia abrazando a una indígena que representa
a América. La iconografía estaba tomada de Cesare Ripa, uno de los tra-
tados barrocos de iconología más sobresalientes desde el siglo XVII (Rey
Márquez, 2010: 20). Usar un lenguaje alegórico común a la sociedad de
su época, símbolos recontextualizados de la cristiandad colonial, ofrecía
la ventaja de establecer símbolos que construyeran la nación. Con esta
inalidad, lentamente aparecieron nuevos temas, como la representación
de las escenas de los conlictos independentistas, especialmente las
batallas, de los cuales sobresale la serie de José María Espinoza; pero se
ejecutaron hasta cuarenta años después de los acontecimientos (Barney
Cabrera, 1980: 73-79; Chicangana Bayona, 2010: 56-69). Estos ejemplos
revelan que aunque el periodo generó un tímido cambio temático, no
alcanzó a opacar en su conjunto las “herencias” coloniales.
Pero no solo avanzaban los temas; también los estilos y las técnicas de
composición comenzaban a recibir inluencias europeas, lo cual se debe
poner en contexto de la región. La interpretación que hacen los críticos de
este periodo suele identiicarlo como confuso. Airma Barney Cabrera que
5 Para Londoño (2005: 62), la crisis se produce por el empobrecimiento de las comunidades religiosas, el anticlericalismo estatal y el surgimiento de nuevos sentimientos como el patriotismo, la libertad y la gloriicación del héroe.
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La primera mitad del siglo XIX es, pues, de confusas y contradictorias ex-
presiones en relación con el proceso del gusto y con la actividad artística.
La naturaleza del arte puede estar compuesta de mezclas y vicisitudes, de
ofuscante contradicción, confundiéndose en malas imitaciones neoclásicas
de tardío trasplante, caricaturizadas por lo tanto, débiles y equívocas, sin
que de todo ello esté ausente el golpe de ola romántica que tercamente
horada las rocas de la burguesía criolla (Barney Cabrera, 1984: 584).
En sentido estricto, aún no se formaba una burguesía, pero sí progresaba
la transformación del gusto; de fondo, en esta “confusión” se arraigaba un
estilo regional propio que recogía la tradición de donde provenía (Giraldo
Jaramillo, 1980: 161-162). La conservación de la tradición colonial en la
pintura de la primera mitad del siglo XIX se puede observar en dos espa-
cios narrativos que recibieron la estructura colonial. El primero de ellos es
la preservación y desarrollo de las devociones coloniales con diferencias
sutiles a nivel visual y, en segundo lugar, la continuación secularizada de
las estructuras narrativas que provenían de la cristiandad colonial.
a. La preservación y el desarrollo de las devociones
Como efecto del contexto postridentino del siglo XVI que incentivó el culto
a los santos, sumado a los complejos procesos de evangelización, la cultura
colonial neogranadina había generado unos cultos devocionales especí-
icos. Entre la gran cantidad de santos, sobre unos pocos recayó el culto
colonial, especialmente sobre aquellos que proporcionaban algún tipo de
sustitución a una necesidad cultural6. Por ejemplo, frente a la frecuencia
de las pestes, San Roque (ilustración 5) se convirtió en un popular santo
pestífero, aquel que protegía de las pestes. La típica representación neogra-
nadina lo mostraba con vestiduras de peregrino a Santiago de Compostela,
exhibía la herida en la pierna izquierda que aludía al contagio de peste, y
lo acompañaba un perro que le llevó alimento. Esta misma iconografía se
usó en la primera mitad del siglo XIX, incluso con pocas variaciones en su
composición, pese a que las posibilidades de representación eran muchas.
La ilustración 6 muestra un ejemplo anónimo, sobre el cual sólo variaba
el uso del color y el paisaje. Y como sucede en este ejemplo, la represen-
6 Sobre la pintura y el culto de santos coloniales, véase Jaime Borja Gómez (2001: cap. 3).
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tación de santos de gran devoción colonial, como San Juan Bautista, Juan
Nepomuceno, San Agustín o Francisco de Asís, se desarrolló siguiendo el
modelo colonial, variando según la moda, el color o el paisaje.
Ilustración 5. Vargas de Figueroa. San
Roque. Óleo sobre tela, siglo XVII. Museo de santa Clara.
Ilustración 6. Anónimo. San Roque. Óleo sobre tela, siglo XIX.
Existen varias razones que explican estas permanencias visuales. En pri-
mer lugar, las devociones populares no se vieron afectadas directamente
por los procesos políticos. Pero también las guerras de independencia
habían dejado en crisis económica al territorio, y si desde el siglo anterior
menguó la demanda de obra religiosa, como ya se ha mencionado, para
este momento era mucho menor debido a la crisis de las instituciones
eclesiásticas. Esta se debía a que las políticas gubernamentales de la
primera mitad del siglo trataron de disminuir el poder de la Iglesia; para
el efecto se cerraron conventos y algunas órdenes fueron expulsadas.
Además, otros factores como la manumisión de bienes de manos muertas,
la guerra de los conventos y un conjunto de reformas, algunas de ellas
liberales, restaron poder económico a las órdenes religiosas y a los cuerpos
sociales que dependían de ellas, como las cofradías. Esta circunstancia
afectó la producción visual religiosa, en la medida que desde la Colonia las
comunidades religiosas y las cofradías eran las principales demandantes
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de obra pictórica7. Pese a la coyuntura de la Independencia, las devociones
coloniales se prolongaban y esto es lo que relejaba la pintura.
Otro ejemplo que permite ilustrar la manera como se prolongó la tradición
colonial fueron los purgatorios, los cuales tuvieron pocas variaciones tanto en
la iconografía como en la estructura narrativa. Si bien es cierto que en el Nuevo
Reino de Granada existió una escasa producción de pinturas sobre este tema,
tenían una compleja elaboración teológica que pretendía mostrarlos como
una representación del cuerpo social. Los purgatorios estaban relacionados
con el Corpus Christi, es decir, con la comprensión de la sociedad como un
cuerpo en donde cada miembro tenía una función particular. Las imágenes
de los purgatorios representaban las tres iglesias: la militante, los que viven en
este mundo; la purgante, los salvados que aun no estaban frente a Dios, y la
triunfante, quienes disfrutan de la vida eterna (Pastor, 2004: 268). Esta última
(los santos) intercedía por la purgante (los condenados) para beneicio de la
militante, el devoto observador de las imágenes (Borja Gómez, 2009: 90-91).
Ilustración 7. Sepúlveda. Purgatorio. Óleo sobre tela, siglo XVIII. Museo de Arte Reli-gioso. Popayán.
Ilustración 8. Anónimo. Purgatorio. Óleo sobre tela, siglo XIX. El Retiro – Antioquia.
7 Para Eugenio Barney Cabrera (1984: 580), otros factores económicos también afectaron la producción visual; entre ellos, el cierre de las importaciones impidió el acceso de materiales, por lo que el gusto tendió a satisfacerse en “artes menores”.
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Una de las características de estos purgatorios neogranadinos coloniales
fue su relación con la mística del corazón, uno de los temas devocionales
de mayor proliferación colonial. Los escritos místicos de las monjas, la
literatura ediicante, los sermones y la poesía trataron la espiritualidad
centrada en la contemplación del corazón, así como los elementos que
se le derivaban y su relación con la sangre. La ilustración 7 muestra un
típico purgatorio colonial en el cual el niño Jesús ofrece su sangre para
lavar los pecados de los purgantes, acompañado de la Trinidad y los santos
intercesores. Los purgatorios del siglo XIX tampoco hicieron variaciones
sobre el modelo colonial e incluso persistieron en no representar el casti-
go corporal que sufrían los condenados, tema que fue tan común en los
purgatorios pintados en otros lugares de América. La ilustración 8 procede
de Antioquia y muestra a Cristo tocando la herida de su pecho de donde
brota sangre. En el centro aparece san Miguel Arcángel, que también fue
muy representativo en los purgatorios coloniales. Nótese igualmente que
los gestos de los condenados tienen pocas variaciones entre sí.
Ilustración 9. Anónimo. Santa Gertrudis. Óleo sobre tela, siglo XVIII. Museo de Santa Clara. Bogotá.
Ilustración 10. Anónimo. Sagrado Corazón. Óleo sobre tela, siglo XIX. Banco de la República.
Sin embargo, el tema de la mística del corazón, tan importante para la cul-
tura colonial, tuvo una evolución particular en el siglo XIX: el tardío culto
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al Sagrado Corazón. En el Antiguo Testamento el corazón representaba
el amor carnal o místico, y en la Edad Media algunos místicos incluyeron
el corazón de Jesús como objeto de adoración. Su origen se encuentra
en el culto a las cinco llagas, en el cual la herida del costado tuvo gran
importancia8, de modo que se trasladó la herida a la izquierda para acer-
carla al corazón. Este tema se popularizó en la cultura colonial encarnado
en santas medievales, como santa Gertrudis, que según la tradición tenía
visiones en las que intercambiaban corazones con Jesús (ilustración 9)9.
La devoción se consagró oicialmente en 1685, pero sólo se desarrolló
hasta el siglo XIX, cuando la imagen adquirió la iconografía del corazón
en llamas aplicado exteriormente sobre su pecho (ilustración 10). El Cristo
mira al devoto para mostrarle su corazón en el pecho, que está espinado
en el centro y coronado por una cruz. El tema tuvo su colofón inal en la
Colombia republicana, cuando el país fue consagrado a esta devoción a
comienzos del siglo XX, después de la guerra de los Mil Días.
Un último problema que ilustra la manera como se prolongó la tradición
iconográica religiosa colonial en el siglo XIX es un tema de devoción pri-
vada: las monjas coronadas. Uno de los aspectos importantes en la cultura
colonial fue la presencia y la función que tenían las monjas dentro de los
espacios urbanos. En una sociedad sacralizada como la colonial, ellas eran
aquella parte del cuerpo social que tenían la misión de sufrir para la salva-
ción de los demás, es decir, servían como catalizador social. El convento
ofrecía elementos que no tenían las mujeres de esta sociedad: acceso a
un nivel de conocimientos y cierta protección en los términos de la vida
colonial. La vida conventual era un espacio que debía estar signado por
el sacriicio, la mortiicación y la contemplación. Era tan importante este
espacio y esta actividad, que muchas de estas mujeres fueron personajes
públicos, aunque nunca hubiesen abandonado la clausura de sus conven-
tos. Las experiencias místicas las convertía en personajes conocidos, pero
más famosas eran aquellas que morían en “olor de santidad”, es decir, con
fama de santas. Y estas son las que muchas veces se pintaron.
8 Según la tradición del Nuevo Testamento, cuando Jesús se encontraba cruciicado, un soldado atravesó su pecho con una lanza en el costado de donde brotó sangre y agua (Juan 19: 33-34).
9 Acerca de la simbolización del corazón en el siglo XVII y la trasformación simbólica en el mundo católico: Leonor Correa (1998: 114-117).
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Ilustración 11. Victorino García. Retrato de
María Rosa del Sacramento. Óleo sobre tela, 1783. Banco de la República.
Ilustración 12. Anónimo. Rosalía de las
Mercedes. Óleo sobre tela, 1859.
La práctica de pintar monjas coronadas muy posiblemente se impuso
en la segunda mitad del siglo XVIII y se prolongó hasta bien avanzado
el XIX, como se observa en las ilustraciones 11 y 12. Las dos imágenes
siguen el mismo esquema: yacen acostadas, de medio cuerpo y vestidas
con el hábito de su orden. Algunas reposan su cabeza sobre un ladrillo,
símbolo de penitencia extrema, otras sobre un almohadón. Sólo tienen
tres elementos que las distinguen: el medallón al pecho que indica a quien
se consagró el día de su profesión; el rostro, como epifanía del alma, ma-
nifestaba las virtudes de la persona, y el tipo de lores que la adornaban,
las cuales revelaban la virtud especíica por la cual se distinguió en vida:
la rosa roja, pasión y mortiicación; el lirio, castidad; el clavel es el amor; la
azucena representa la pureza, especialmente en la imitación de la devo-
ción a la Virgen; la amapola blanca, la santa ignorancia y la roja a Cristo;
el jazmín, asociada a la Virgen, la elegancia, la gracia y la amabilidad; la
violeta, la humildad.
En estas sociedades femeninas conventuales, la muerte era una expe-
riencia de realización del anhelo al que habían entrado al convento, pues
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signiicaba participar de una vida eterna con Cristo, aquel con quien
habían contraído “nupcias” espirituales, después de un periodo de haber
sido novias –novicias–. Y no era la única vez que se coronaban; se hacía
también en el momento en que la monja profesaba, lo que signiicaba
un abandono del mundo. Pintarlas en el tránsito a esa nueva vida no era
pintar monjas muertas, sino monjas que habían “coronado” el momento
culmen de su vida, y eso representa la corona de virtudes.
b. Las continuidades narrativas de los símbolos
La inluencia de la Ilustración y el avance de la secularización de la cultu-
ra tomaron mayor arraigo en el siglo XIX debido a las expectativas que
generó la conformación de la nación tras el proceso de independencia
de España. Uno de los aspectos centrales de dicho proceso fue la forma-
ción de la identidad nacional. Para el efecto se llevó a cabo un complejo
proceso de buscar imágenes y elementos simbólicos, que reinterpretados
justiicaban el nacimiento de la nación. Este nacimiento se encarnó en la
igura del héroe: aquel sujeto que representaba el sacriicio por la patria y
sus ideales. Su construcción se ejecutó en los primeros años posteriores a
la declaración de independencia de 1810 (Chicangana Bayona, 2010: 38-
39). La cultura visual colonial aportó la estructura narrativa para que fuera
posible la fabricación de sus nuevos héroes, apelativo que de hecho ya
era empleado en la cultura colonial para designar a aquellas personas que
se caracterizaban por sus excelsas virtudes cristianas, como los santos y
sujetos ejemplares, quienes morían en fama de santidad. Se puede ilustrar
esta airmación a partir de tres elementos centrales en la conformación
de la cultura visual del héroe del siglo XIX: el paso del mártir de la Iglesia
al mártir de la patria; el tránsito de los padres de la Iglesia a los padres de
la patria, y el lugar que ocupa el culto a las reliquias de los santos al culto
de las reliquias de los fundadores de la nación.
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Ilustración 13. Vargas de Figueroa. Martirio
de Santa Bárbara. Óleo sobre tela, siglo XVII.
Ilustración 14. Anónimo. Policarpa Salava-
rrieta. Óleo sobre tela, siglo XIX.
El culto a los santos fue sin duda la mayor devoción colonial. Entre estos,
los mártires ocuparon el primer lugar en la representación visual. Santa
Bárbara, Catalina de Alejandría y Úrsula, principalmente, encarnaban el es-
píritu de obediencia y sacriicio que debía caracterizar al cristiano. Además,
estas iguras simbolizaban los valores de la Iglesia primitiva, una época
fundacional que se convertía en un tiempo para ser imitado: la edad de
oro de la cristiandad. La pintura de los mártires, como otros tantos temas,
tenían múltiples posibilidades de representación: desde la santa con el
atributo hasta algún acontecimiento de sus vidas, como los milagros, el
sometimiento a un juicio o el suplicio. Sin embargo, el tema más explotado
en la cultura visual fue el momento del sacriicio. La ilustración 13 es un
claro ejemplo de la actitud colonial: la santa aparece en el momento en
que va a ser decapitada. La imagen comporta tres elementos: la mártir en
actitud de entrega, de aceptación del destino que le espera; el verdugo,
sin el cual no hay redención, y se constituye en el instrumento necesario
para recibir el martirio; y la presencia de Dios, simbolizada en los ángeles
que le ofrecen la corona de laurel y la palma del martirio.
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Este mismo esquema fue usado para la representación de aquellas per-
sonas que murieron en los acontecimientos iniciales de la formación de
la república, en aquella edad de oro donde todo iniciaba. La reconquista
española de Pablo Morillo en 1815 supuso un “régimen del terror” en el
cual los patriotas fueron pasados al cadalso. El desdoblamiento tipoló-
gico es claro: héroes populares ensalzados por sus virtudes de amor a la
patria y la aceptación de la muerte por la misma, como en antaño otros
demostraron amor al cristianismo y murieron por él. En el proceso de
secularización estos héroes recibieron el nombre de mártires de la patria.
Un catecismo de 1823 ilustra el lugar que ocupaba el mártir de la patria
en la imaginación popular:
P. ¿Qué es ser patriota?
R. Es morir con honor y gloria combatiendo contra los enemigos de la patria,
y dejar buen nombre y ejemplo digno de imitar. Ejemplo: Ricaurte en San
Mateo, Girardot, Cabal, Vanegas, y otros tantos.
P. ¿Qué es ser patriota?
R. Es hacerse superior a su sexo, mirar con serenidad la muerte, y aplicar
aunque sean débiles esfuerzos a la salvación de la patria. Ejemplo: la Pola
(Chicangana Bayona, 2010: 38).
Este último caso es bien conocido. Sobre Policarpa Salavarrieta, distin-
guida como la Pola, se generó toda una iconografía a lo largo del siglo
XIX (Museo Nacional de Colombia, 1996). La representación iconográica,
de la cual la ilustración 14 es un buen ejemplo, obtuvo los mismos tres
elementos de la representación del mártir de la Iglesia primitiva: actitud
resignada frente al destino, la presencia de su verdugo y la sacralización
de la escena, en este caso con un Cristo cruciicado que realza el carácter
del sacriicio. Como lo menciona el catecismo, la identiicación del mártir
de la época fundacional como un “ejemplo digno de imitar” estaba en
concordancia con el mártir del mundo cristiano. Estos eran los mejores
ejemplos de la imitación de Cristo, pues sufrían en su cuerpo los dolores
de la pasión del Señor, pero ahora por la patria. Este era un efecto del
proceso de secularización.
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Un proceso similar, pero del pensamiento religioso, ocurrió con lo que
signiicaba el padre de la Iglesia para la cristiandad colonial. En su con-
junto, este tipo de santo no tuvo el volumen de producción de imágenes
que obtuvieron otros santos de gran devoción popular. Sin embargo, su
presencia era muy importante para la Iglesia como institución, porque,
como su nombre lo indica, sobre él reposa la autoridad intelectual de la
Iglesia en sus orígenes. Los padres de la Iglesia estaban muy asociados
al mismo sentido que tenían los mártires: representaban la fuerza de la
Iglesia de los primeros tiempos, pues eran los fundadores intelectuales
de la institución y defensores apologéticos frente a los ataques de las
autoridades paganas. Entre las iguras más sobresalientes en la cultura
colonial se encuentran los llamados padres latinos, los cuales aparecían
no solamente en la pintura sino también en la mayor parte de los textos
jurídicos y teológicos, así como también en las poéticas y los sermonarios.
Entre ellos son representativos San Agustín, San Ambrosio, San Jerónimo
y San Gregorio.
Este mismo lugar simbólico, los fundadores como emanadores de
autoridad, lo cubrieron aquellos sujetos que participaron en la gesta
emancipadora como líderes del proceso. Por sus características como
auspiciadores de la nación fundacional, se les llamó “padres de la patria”
a Bolívar y Santander, y la manera como fueron representados se tomó de
la misma estructura visual colonial. En la Nueva Granada, san Agustín fue
uno de los padres de la Iglesia más representados, quien aparece por lo
general en tres cuartos o de cuerpo entero con sus vestiduras episcopales,
sosteniendo los símbolos de su autoridad, principalmente el libro. Una
gestualidad similar se denota en las representaciones de los padres de la
Patria, quienes son presentados de manera austera con los atributos de la
nueva iconografía independentista: el héroe ostenta uniforme militar y los
símbolos de su autoridad secular: espadas, charreteras, condecoraciones,
medallas (Chicangana Bayona, 2010: 40-43).
En estrecha relación con esta forma de mostrar al padre de la Patria, existe
otro elemento central a la cultura colonial que también se secularizó, en
aras de representar y, en este caso, hacer presente al héroe ausente: la
reliquia. El culto a las reliquias se remonta a la cristiandad primitiva, la
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cual veneró el cuerpo del santo después de su muerte, costumbre que
se impuso para los siguientes siglos10. La importancia de tal veneración
radicaba en que el cuerpo de un santo virtuoso era el receptáculo de lo
sagrado, y por su mediación, el santo que lo había habitado continuaba
haciendo milagros; por esto era objeto de culto y devoción. Pero también
se convirtió en una marca de identidad frente a la cual la comunidad se
regeneraba a sí misma. La reliquia era el símbolo de la permanencia de
lo sagrado y, como tal, desempeñaba un importante papel como cohe-
sionador social (Gelis, 2005: 84). Las reliquias implicaban la atribución de
una “virtud tutelar”, pues en el plano de las creencias, era de los huesos o
del objeto que había estado en contacto con el santo que emanaba una
fuerza de la que los creyentes se beneiciaban. La reliquia era la posibilidad
de invocar un ancestro común, una fuente de seguridad y de permanencia
para la comunidad; por esta razón conserva en sí el cuerpo-milagroso y
el cuerpo-identitario.
Ilustración 15. Anónimo. Reliquia de San
Mauro. Siglo XVII. Iglesia de San Ignacio. Bogotá.
Ilustración 16. Relicarios de héroes de la
Independencia. Siglo XIX. Museo Nacional. Bogotá.
10 Las reliquias como problema histórico no ha sido una preocupación historiográica; sin embargo, hay algunos trabajos que recogen la problemática general de su conformación, así como las etapas his-tóricas de su culto. Véase por ejemplo a José Luis Bouza Álvarez (1990: 23-35). También, el trabajo clásico de Hippolyte Delehaye (1933).
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A comienzos de la formación de la República y en la urgencia de crear
un nuevo andamiaje social, se dio paso a la sustitución de los cuerpos
fragmentados de los santos, culto que había sido muy importante en las
ciudades coloniales, como este cráneo de San Mauro (ilustración 15), por
las reliquias de los mártires y padres de la patria. Sus restos eran la presen-
cia real y corporal del héroe: por esta razón se entronizaron formas menos
barrocas, en el sentido de restarle drama teatralizado en su exposición
a las reliquias de los héroes. La ilustración 16 muestra dos relicarios que
contienen cabello de Bolívar y el general Páez, que se instalaron princi-
palmente en los museos nacionales, los nuevos altares de la patria, de
una manera semejante a como se entronizaban las reliquias en los altares
de los mártires. De una manera similar al culto colonial por las reliquias,
en el siglo XIX no sólo hubo interés por los cuerpos fragmentados, sino
también por aquellos objetos que habían estado en contacto con los su-
jetos –casacas, espadas, bastones, gorras de dormir–, llegando a veces a
una interminable lista de curiosas “reliquias” de muy dudosa procedencia.
c. La estructura colonial del retrato del siglo XIX
En relación con esta pertinaz secularización de estructuras procedentes
de la Colonia, es importante llamar la atención sobre un tema que merece
tratarse por aparte: el retrato. Este fue quizás una de las mejores caracte-
rizaciones de la pintura de la primera mitad del siglo XIX (Sánchez Cabra,
1987: 43-46). Pero como sucedió con los demás elementos mencionados,
la estructura narrativa se tomó de los elementos que aportó la cultura
colonial, especialmente en las últimas décadas del siglo XVIII. La cultura
visual colonial le proporcionó al retrato del siglo XIX una composición
deinida: iguras solitarias, atuendos que simbolizaban el poder, desde
las telas hasta joyas, medallas y encajes. En el contexto de la caída de la
demanda de obra religiosa, el retrato tuvo su época de apogeo.
El género del retrato era la actividad que tenía más demanda y, por lo
tanto, el principal modo de sustento de los pintores que vivían del arte
durante la primera mitad del siglo XIX. Durante cincuenta años, la reali-
zación de retratos no tuvo variaciones, siguiendo por un lado las formas,
los colores y la composición de las obras de Pedro José Figueroa (1770 –
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1838) y sus descendientes. Por otro lado, estaban pintores miniaturistas
como José María Espinosa, Ramón Torres Méndez y José Gabriel Tatis
(Chicangana Bayona, 2010: 39).
El auge del retrato empalmaba con el proceso de construir nación, pues la
idealización de los próceres de la patria, convertidos en héroes y gloriica-
dos de esta manera, apremió a su representación. Para el efecto, se tomó la
misma estructura narrativa colonial que ya se ha mencionado: cambiaba el
personaje, los atributos y el vestuario, así como la intención retórica. En esta
circunstancia, la consolidación de aristocracias y caudillos regionales inluyó
en el desarrollo del retrato, quienes para la conservación de la memoria se
hacían retratar. Se pueden encontrar dos tipos de retrato de clara proceden-
cia colonial: el de héroes y el de mujeres; y una técnica: la miniatura. Esta
última, como formato e iconografía, contenía retratos de héroes y mujeres.
Ilustración 17. Joaquín Gutiérrez. Miguel
Masustegui y Calzada. Óleo sobre tela, siglo XVIII. Colegio del Rosario.
Ilustración 18. Anónimo. Francisco de Paula
Santander. Óleo sobre tela, 1820.
El retrato de héroes se relacionaba con la idea colonial de hacer presente
al sujeto ausente; un tipo de pintura que en la Colonia fue recurrente entre
comunidades religiosas para guardar memoria de rectores y párrocos, y una
vez instituido el Virreinato se transformó, como se mencionó anteriormente,
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para hacer galería de personajes importantes. La pintura de héroes de la
primera mitad del siglo XIX mantuvo la estructura barroca y virreinal. Obsér-
vese la ilustración 2 del virrey Solís o esta del rector del Colegio del Rosario,
Miguel Masustegui (ilustración 17): son iguras verticales, donde se recalca
la frontalidad del personaje, los espacios son planos, el fondo se adorna con
cortinaje y siempre hay una mesa donde reposan los símbolos del poder
político o intelectual. La igura se complementa con los gestos y adema-
nes de triunfo o poder. Un ejemplo de esta permanencia de la estructura
colonial se encuentra en el retrato del general Santander (ilustración 18),
la cual contiene los mismos elementos compositivos ya descritos: la dife-
rencia estaba en los símbolos de poder y en la transformación de la nueva
iconografía del héroe republicano. En esas imágenes es atractiva la forma
como se establece la gestualidad, que revela la tensión entre la idealización
y el naturalismo. Los gestos, especialmente la severidad del rostro y el uso
de la mano, no habían cambiado: Masustegui posa la mano derecha sobre
el libro, lo que le proporciona su autoridad intelectual, mientras que en la
izquierda sostiene los guantes de seda, privativos al linaje. Por su parte,
Santander la posa sobre la banda y con la izquierda toca el pomo de su
espada. El cambio residía en los símbolos de la autoridad.
Ilustración 19. Gregorio Vásquez. Muerte de
San José. Óleo sobre tela, siglo XVII. Iglesia san Francisco, Bogotá.
Ilustración 20. García Hevia. Muerte de San-
tander. Óleo sobre tela, siglo XIX.
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También hay que llamar la atención sobre algunas situaciones particulares
del retrato de héroes que se ejecutó en el siglo XIX. Por las circunstancias,
adquirió gran importancia la representación de la muerte de los héroes,
de lo cual es ejemplo la de Sucre, o la del mismo Santander. Representar la
muerte era otra de las obsesiones coloniales, pues signiicaba el momento
de tránsito, el desengaño y la realidad de la entrega de un sujeto a sus
virtudes, como ya se ha mencionado en el caso de las monjas coronadas.
Sin embargo, la pintura colonial acentuó la idea de la muerte como un
acto social, comunitario, donde los presentes manifestaban el dolor ante
ese hecho. La muerte de Santa Teresa, Santa Clara o San José (ilustración
19) se reproducen esquemáticamente en la muerte de Santander, de
García Hevia (ilustración 20). El sujeto, postrado en cama y rodeado por
sus deudos que maniiestan el dolor, mientras que lo sagrado se en-
cuentra representado en la presencia del arzobispo que asiste al prócer
en sus últimos momentos11. Estas imágenes de la muerte de los héroes
de la patria integraban la iconografía de santos coloniales, una forma de
sacralizar secularmente su importancia en el proceso de la construcción
de la nación.
11 Sobre el tema de la pintura de padres y próceres de la república: Yobenj Chicangana-Bayona (2010: 47-49).
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Ilustración 21. Anónimo. Miniatura. C.A 1790.
Ilustración 22.
Por su parte, las miniaturas se deben tomar como formato y género. En
las últimas décadas del siglo XVIII se comenzó a desarrollar el género del
cual es ejemplo la ilustración 21. La miniatura se desarrolló con fuerza a
consecuencia de la tendencia entronizada por la escuela de dibujo de la
Expedición Botánica. Muchos de sus miembros fueron los representantes
de la miniatura de la primera mitad del siglo XIX, entre los que se cuentan
Mariano Hinojosa, Juan Francisco Mancera y Matís. Se trataba de un géne-
ro que, al igual que en la colonia, no representó indios o mestizos, porque
se trataba de un ideal criollo. En el siglo XIX este ideal fue recogido por la
naciente aristocracia, la cual plasmó en las miniaturas sus idealizaciones
de comportamiento social. La miniatura del siglo XIX condensó “el espíritu
romántico en cuanto a los efectos y la memoria” (González, s. f.: 29), de
modo que en las temáticas generó cambios con respecto a la tradición
que había recibido del siglo XIX.
Finalmente, se encuentran los retratos de mujeres, los cuales también
tuvieron una evolución particular desde inales del siglo XVIII. El desa-
rrollo de la pintura femenina fue tardío en la Colonia, pues sólo comenzó
a aparecer en la segunda mitad de este siglo. Hasta entonces, las pocas
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imágenes de mujeres eran de monjas, y no hay referencia alguna a mujeres
que no pertenecieran a estamentos religiosos. En la segunda mitad del
siglo XVIII se aprecian algunas representaciones de mujeres, del cual el
retrato de Clemencia de Caicedo, fundadora de la Enseñanza, es un buen
ejemplo (ilustración 23).
Ilustración 23. Anónimo. Retrato de Clemen-
cia de Caicedo. Óleo sobre tela, siglo XVIII.Ilustración 24. Manuel Carvajal. Timotea
Carvajal. Óleo sobre tela, 1853.
Se trataba de imágenes que relejaban la condición de la mujer, no tan
marginal como se pretendía creer, pero que ponían de maniiesto su
religiosidad y austeridad. El prototipo de mujer colonial, de pocas galas,
se siguió empleando no sólo en la miniatura, sino también en el retrato,
del cual el de Timotea Carvajal es ilustrador (ilustración 24).
Un último aspecto de la prolongación de elementos coloniales se en-
cuentra en temas de procedencia barroca y colonial que siguieron em-
pleándose esta vez dentro del ya mencionado tono secular. El primero de
ellos es el exvoto, un tipo de pintura devocional que se usaba para hacer
rogativas o para agradecer un favor. Estaba compuesto por una imagen
que relata la situación objeto de la rogativa, un iconotexto explicativo y
la imagen sagrada a la cual se le dirigía la petición. En algunas pinturas
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de mártires, como unas de Policarpa Salavarrieta, se conserva esta es-
tructura. Igual sucede con la pintura alegórica, que recurría a conocidas
imágenes de la emblemática barroca. Finalmente, ciertos temas visuales
que relataban costumbres, muy representativos de la segunda mitad del
siglo XIX, tienen antecedentes en la pintura de biombos del siglo XVIII,
donde se acostumbraba a representar situaciones cotidianas (Londoño,
2005: 49-50).
La tradición colonial perduró hasta mediados del siglo XIX. Para ese en-
tonces, varios factores introdujeron cambios signiicativos en la práctica
pictórica. Entre ellos habría que destacar la aparición de academias y
escuelas de dibujo y pintura, como la que se formó en la Casa de la Mo-
neda en 1837 o la Sociedad de Dibujo y Pintura en 1848 (Sánchez Cabra,
1987: 22-28). A estos principios formales de la educación, en la práctica
se sumaron la asimilación de tendencias extranjeras que culminaron en el
desarrollo de una pintura costumbrista, la cual se distanciaba en técnicas,
temáticas y entornos culturales de los que se había nutrido la pintura
durante la primera mitad del siglo XIX. Incluso, ciertos acontecimientos
políticos, como las reformas liberales de medio siglo y la comisión coro-
gráica (Londoño, 2005: 77-78; Sánchez Cabra, 2003), generaron cambios
en la percepción cultural de la pintura, induciendo a temas más seculares
y más relacionados con el naturalismo.
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Joanna de San Esteban: peril hagiográico
de una vida ejemplar en los albores
de la Independencia*1
María Constanza Toquica Clavijo**2
Recepción: 20 de agosto • Aprobación: 27 de septiembre
Resumen
Bajo los parámetros conceptuales de Michel de Certeau, el texto presenta
la hagiografía de la monja clarisa Joanna María de San Esteban. La inves-
tigación se efectuó en el Archivo Privado del Convento de Santa Clara,
donde se encontró la Colección de la vida ejemplar de Joanna de San
Esteban, obra inédita de inales del siglo XVIII (1790), escrita por el pres-
bítero Martín Palacios Galán. Una de las preguntas centrales que enfocan
esta interpretación de la biografía de Joanna fue la que me permitió ir
descubriendo por qué era importante, en ese punto de la línea temporal,
narrar un modelo religioso de vida ejempliicante que, como lo comunica
el mismo texto hagiográico, ya estaba entrando en desuso. Nuevos aires
aparecen a inales del siglo XVIII en los territorios de ultramar derivados
de la Ilustración, de la Revolución Francesa y de las políticas borbónicas
de Carlos III, cuyo efecto más contundente en el campo religioso fue la
expulsión de los jesuitas, y en el cultural, nuevos textos escriturísticos y
pictóricos producidos en la Nueva Granada. También variaron notable-
* Este artículo es la síntesis de las investigaciones que la autora ha realizado en sus estudios sobre Joanna de San Esteban y que le han dado renombre académico al ocupar la dirección del museo Santa Clara.
** Historiadora. Directora del Museo de Arte Santa Clara. Correo electrónico: mc.toquica@lycos.com
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 103-133
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mente sus contextos de producción y sus formas de circulación, como se
puede observar en la producción de imágenes de la Expedición Botánica
y en los textos periodísticos que se comenzaron a publicar. De Joanna de
San Esteban (1642 – 1708) también se tiene noticia en la obra De la ejem-
plar vida y muerte dichosa de doña Francisca Zorrilla, escrita por su padre
don Gabriel álvarez de Velasco, cuando habla de su madre, también una
mujer sobresaliente. Joanna tuvo un hermano jesuita, el padre Gabriel
álvarez de Velasco y Zorrilla. Lo importante para mí en este documento
es rastrear cómo y por qué se construye un modelo de sujeto barroco en
extinción, y cuál es su función social como documento historiográico. No
su “vida real”, que jamás la conoceremos a pesar de conocer su imagen
“idealizada” y su desafortunado retrato, realizado por una mano inexperta.
Palabras clave: Convento de Santa Clara, hagiografía, vida ejemplar,
Michael de Certeau, Nuevo Reino de Granada, siglo XVIII
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Joanna de San Esteban: Hagiographic
Proile of an Example of Life during
the Independence
Abstract
Under the concept parameters of Michel de Certeau, this text introduces
the hagiography of the Clarissa sister Joanna Maria de San Esteban. This
research was carried out in the private iles of the Saint Clare Convent,
where the Collection of the example of life of Joanna de San Esteban was
found. This is an unpublished work from the end of the century XVIIIth
(1790) written by presbyter Martin Palacios Galán. One of the central
questions that this interpretation of Joanna’s biography approaches,
allowed me to discover why it was important, in that time, to narrate an
exemplifying religious model life that, as the hagiographic text states,
was falling into disuse. New winds blow at the end of the XVIIIth century
in overseas lands coming from the Enlightenment, the French Revolution
and the borbonic policies from Charles III, whose most convincing efect
in the religious ield was the expulsion of Jesuits. In the cultural ield, it
consisted of new scriptural and pictorical texts written in the New Gra-
nada. Their production contexts and circulation, changed remarkably
as we can observe in the production of images for the Royal Botanical
Expedition and in the issuing of newspaper articles. We can obtain more
information about Joanna de San Esteban (1642-1708) in the book De
la Ejemplar Vida y Muerte Dichosa de Doña Francisca Zorilla (Example of
Life and joyful death of Doña Francisca Zorilla), written by her father,
Gabriel álvarez de Velasco, when he talks about his mother, who is also a
remarkable woman. Joanna had a Jesuit brother, father Gabriel Alvarez
de Velasco y Zorilla. The key issue of this document is to trace how and
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why an extinct barroc subject model is built and what is its social function
as a historical document. We will certainly not know about its “real life”
in spite of knowing its “idealistic” image and unfortunate portrait drawn
by an inexperienced hand.
Keywords: Saint Clare Convent, hagiography, example of life, Michel de
Certeau, New Kingdom of Granada, XVIIIth century
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Joanna de San Esteban: proil hagiographique
d’une vie exemplaire à l’aube de L’independance
Résumé
Selon les paramètres conceptuels de Michel de Certeau, le texte présen-
te l’hagiographie de la nonne clarisse Joanna María de San Esteban. La
recherche a été efectuée dans les Archives Privées du Couvent de Sainte
Claire, où l’on a trouvé la Collection de la vie exemplaire de Joanna de
San Esteban, oeuvre inédite de la in du XVIIIème siècle (1790), écrite par
le prêtre Martín Palacios Galán. Une des questions centrales qui dirigent
cette interprétation de la biographie de Joanna est celle qui m’a permis de
découvrir pourquoi il était important, dans ce point de la ligne du temps,
de raconter un modèle religieux exemplaire qui, comme le communique
ce même texte hagiographique, était déjà en train d’entrer en désuétude.
De nouveaux airs apparaissent à la in du XVIIIème siècle dans les terri-
toires d’outre-mer, dérivés des Lumières, de la Révolution française et
des politiques bourbonnes de Charles III, dont l’efet le plus indiscutable,
dans le domaine religieux, a été l’expulsion des jésuites; dans le domaine
culturel, à travers de nouveaux textes scripturaux et picturaux produits en
Nouvelle Grenade. Leurs contextes de production et leurs modes de cir-
culation ont également varié de façon notable, comme on peut l’observer
dans la production d’images de l’Expédition botanique et dans les textes
journalistiques qui ont commencé à être publiés. Il est aussi question de
Joanna de San Esteban (1642 -1708) dans l’oeuvre De la Ejemplar Vida y
Muerte Dichosa de Doña Francisca Zorrilla (de la vie exemplaire et la mort
heureuse de Madame Francisca Zorilla), écrite par son père, Gabriel ál-
varez de Velasco, quand il parle de sa mère, une femme exceptionnelle,
également. Joanna a eu un frère jésuite, le père Gabriel álvarez de Velasco
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y Zorrilla. Pour moi, l’important, dans ce document, est de voir comment
et pourquoi se construit un modèle de sujet baroque en extinction et
quelle est sa fonction sociale en tant que document historiographique,
et non pas sa “vie réelle”, que nous ne connaîtrons jamais, bien que nous
connaissions son image “idéalisée” et son portrait maladroit réalisé par
une main inexpérimentée.
Mots-clés: Couvent de Santa Clara, hagiographie, vie exemplaire, Michel
de Certeau, Nouveau Royaume de Grenade, XVIIIème siècle
Joanna de San Esteban (Toquica Clavijo, 2008: 200)1 y su vida ejemplar2
Figura 1.
Retrato de Joanna de San Esteban. Anónimo. Siglo XVIII. Colección par-
ticular.
1 Joanna aparece registrada por primera vez en el Libro de licencias para entrar religiosas en el Convento de Santa Clara, de 1657, como monja ejemplar de velo negro. Era hija del oidor Gabriel Álvarez de Velasco y Francisca Zorrilla, hija del oidor de Quito Diego Zorrilla y Catalina de Ospina. Joanna ocupó uno de los privilegiados lugares cedidos por el patrón.
2 Archivo Privado del Monasterio de Santa Clara de Bogotá, D.C., Colombia (en adelante A.P.M.S.C. Bogotá), Martín Palacios, Colección de la vida exemplar de la venerable madre Joanna María de San Esteban, religiosa del seraphico monasterio de Santa Clara desta ciudad de Santa Fe de Bogotá del nuebo Reino: Sacada a luz por el presvítero Martín Palacios, quien la dedica, al dulce dueño de nuestras Almas Jesús Sacramentado, manuscrito, 1790.
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La “vida de un santo” articula dos movimientos aparentemen-
te contrarios al asegurar una distancia en relación con los
orígenes (una comunidad ya constituida se distingue de su
pasado gracias a lo especíico que constituye la representa-
ción de ese mismo pasado). Pero por lo demás, un retorno a
los orígenes permite reconstruir una unidad en el momento,
en el que al desarrollarse, el grupo corre el riesgo de disper-
sarse. Así, el recuerdo (objeto cuya construcción se ve ligada
a la desaparición de los comienzos) se combina con la “edi-
icación” productora de una imagen destinada a proteger
al grupo contra la dispersión. De esta manera se expresa un
momento de la colectividad dividida entre lo que pierde y lo
que crea.
Michel de Certeau, Una variante: la ediicación hagiográica
(1999: 260).
Presentación
Después de tres años de haber estado consultando los documentos del
Archivo Privado del Convento de Santa Clara, cuando ya inalizaba la
investigación documental para mi tesis de Maestría en Historia, Rebeca
del Espíritu Santo3, maestra de novicias, recordó la Colección de la vida
ejemplar de Joanna de San Esteban, que puso entre mis manos. Desde
entonces, esta hagiografía inédita ha rondado mi inquietud profesional,
sobre todo por el hecho de haber sido escrita, a diferencia de otras ha-
giografías de monjas ejemplares neogranadinas4, a inales del siglo XVIII,
más exactamente en 17905, por el presbítero Martín Palacios.
3 Agradezco enormemente a la hermana Rebeca del Espíritu Santo su conianza depositada en mí.
4 Véanse la introducción a Ángela Inés Robledo (1994) y el artículo de Jaime Humberto Borja Gómez (2007: 53-78).
5 Jaime Humberto Borja Gómez (2010: 161) sitúa por equivocación esta vida ejemplar en la primera mitad del siglo XVIII, dentro de la periodización que propone para la producción de vidas ejemplares en la Nueva Granada.
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Como lo evidencia su irma registrada hacia 1798 en algunas partituras
del Coro del Monasterio6 y su retrato (Jaramillo de Zuleta, 1991), Martín
Palacios fue maestro de coro de las clarisas al inalizar el siglo XVIII. Según
José Ignacio Perdomo7, las monjas recibieron:
[…] clases de música del clérigo santafereño Martín Palacios Galán Figueroa
Arias Solano, rosarista y sochantre. En el convento se conserva un buen
retrato con la pauta en las manos y con esta leyenda: “Martín Palacios pres-
bítero, natural de Santa Fe. Rosarista. Sochantre. Fue maestro de las monjas
de Santa Clara, les enseñó música y arregló el coro y sirvió de capellán.
Después pasó a Tunja (Perdomo Escobar, 1980: 47).
A través de una carta que le escribe el 15 de febrero de 1788 el entonces
sochantre8 y capellán Martín Palacios al arzobispo virrey ilustrado Antonio
Caballero y Góngora solicitándole “una colocación”9, se conoce también
que tenía “una hermanita a su cargo en el Monasterio de Santa Clara”,
argumento que esgrime para acceder a un mejor cargo y sueldo y por lo
tanto, en sus palabras, “quedar libre de la esclavitud” en la que se hallaba.
Hay que recordar que, tan sólo cinco años antes, este mismo arzobispo
virrey ilustrado patrocinó la Real Expedición Botánica en el Nuevo Reino
de Granada bajo la dirección del cientíico José Celestino Mutis.
Introducción
Una de las preguntas centrales que enfocan esta interpretación de la
biografía de Joanna fue la que me permitió ir descubriendo por qué era
importante, en ese punto de la línea temporal, narrar un modelo religioso
de vida ejempliicante que, como lo comunica el mismo texto hagiográi-
co, ya estaba entrando en desuso. Nuevos aires serpenteaban a inales del
siglo XVIII los territorios de ultramar; estas transformaciones, derivadas de
6 A.P.M.S.C. Bogotá, Colección de Partituras del Monasterio de Santa Clara.
7 Agradezco este dato a mi amigo Juan Luis Restrepo Viana.
8 Sochantre: director de coro en los oicios divinos.
9 Archivo General de la Nación, Bogotá, D.C., Colombia, Colonia, Milicias y Marina, T. 106, fs. 103r.-103v Constanza Toquica, “Proyecto para el guión curatorial del Museo Iglesia Santa Clara”. Transcripción documental. Agradezco a Rafael Castro y a Sebastián Osorno, asistentes de investigación de este proyecto, su dedicación y entusiasmo.
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la Ilustración, de la Revolución Francesa y de las políticas borbónicas de
Carlos III, cuyo efecto más contundente en el campo religioso del Imperio
hispánico fue la expulsión de los jesuitas, en el campo cultural se hicieron
también visibles a través de los nuevos textos escriturísticos y pictóricos
producidos a inales del siglo XVIII en la Nueva Granada. También variaron
notablemente sus contextos de producción y sus formas de circulación,
como se puede observar en la producción de imágenes de la Expedición
Botánica y en los textos periodísticos que se comenzaron a publicar.
Joanna de San Esteban, quien vivió entre 1642 y 170810, según la Colección
de su Vida, era hija de otra mujer cuya vida también sobresaliente llega a
nuestro conocimiento porque su padre, don Gabriel álvarez de Velasco,
escribió la semblanza de su madre titulada De la ejemplar vida y muerte
dichosa de doña Francisca Zorrilla11. Joanna también tuvo un notable
hermano jesuita, el padre Gabriel álvarez de Velasco y Zorrilla.
Lo importante para mí en este documento es rastrear cómo y por qué se
construye un modelo de sujeto barroco en extinción, y cuál es su función
social como documento historiográico. No su “vida real”, que jamás la co-
noceremos a pesar de conocer su imagen “idealizada” y su desafortunado
retrato realizado por una mano inexperta. Aquí es pertinente hacerse las
siguientes preguntas:
¿Cuáles son las características de lo barroco y, en ese sentido, cómo un
modelo de sujeto puede llegar a ser barroco en la Nueva Granada?
¿Con qué otros textos pictóricos, musicales y hagiográicos interactúa la
hagiografía para construir un determinado modelo de sujeto?
10 Ernesto Porras Collantes airma: “Juana de San Esteban desempeñó importante papel en su comunidad. Hacia 1690 la hallamos madre abadesa del Convento, y hacia 1702, deinidora del mismo. En 1714 aún pertenecía al mundo de los vivos21” (LIII). En la nota 21 (página XCII) Porras dice: “Tanto María como Juana fueron, también, prestamistas de nota”, pone la referencia de seis documentos del A.G.N. (entonces A.N.C.) y luego anota: “Según se nos dice, en 1671 el padre Alonso de Pantoja, rector de Monserrate, debe 4.000 patacones, de 8.000 que Juana ha puesto a censo…”. Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla, Rhytmica, Moral, Sacra y Laudatoria, Ernesto Porras Collantes ed. (Bogotá: ICC, 1989), XLV-LVIII y LXII-LXIII (“II. Árbol genealógico de Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla”).
11 Gabriel Álvarez de Velasco. (1661). De la ejemplar vida y muerte dichosa de doña Francisca Zorrilla. Alcalá: Colegio de Santo Tomás. Reseñado por Pilar Jaramilo de Zuleta en Credencial 77 (mayo 1996: 4-8).
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¿Qué función social cumple el modelo de sujeto de un personaje que
vivió en un orden diferente al que en el texto se produce?
También es pertinente preguntarse por la forma de circulación de esta
hagiografía, a partir de la intriga planteada por su carácter inédito. Pre-
guntarse por ejemplo:
¿Por qué, a diferencia de la temprana publicación en 1661 de la biografía
de Doña Francisca Zorrilla, esta hagiografía no fue publicada? Y, por ende,
¿por qué perteneció durante tan largo tiempo más al mundo secreto de
lo privado conventual, de lo olvidado socialmente, de lo no divulgado?
¿Acaso por el carácter claustral y femenino del texto, y por el contexto
histórico del momento en que se escribe, es más probable que pertene-
ciera al circuito de una oralidad privada que al de la escritura pública? ¿O
ello se debe solo al momento histórico?
¿En dónde reside la importancia de hagiograiar a una clarisa después
de más de ochenta años de fallecida, si su texto queda manuscrito y sin
publicar?
Para comenzar a responder estas preguntas, seguiré el esquema concep-
tual propuesto por Michel de Certeau.
Mapa conceptual de la hagiografía
Michel de Certeau deine la hagiografía (1999: 257-269) como una narra-
ción de virtudes y milagros, es decir, una historia ejemplar que pertenece
tanto al género literario como al historiográico, en tanto que expresa la
conciencia colectiva de un momento histórico. También airma que la
retórica de este “monumento” es una tumba tautológica al estar satura-
da de sentido, lo cual puede signiicar dos cosas, según se interprete la
tautología desde la lógica o desde la retórica.
La hagiografía en esta acepción es una tumba simbólica, construida por
el hagiógrafo para preservar ya no un cuerpo, sino la memoria de una
vida vivida. Desde la lógica matemática, esta forma de preservar la me-
moria es tautológica en la medida en que es “una fórmula bien formada”,
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es decir, de “un modelo de vida bien narrado”, el cual, como la fórmula
matemática, puede resultar verdadero desde cualquier interpretación
siempre y cuando responda a las necesidades del contexto histórico y
social que la produce. Desde la retórica, la hagiografía es tautológica en
tanto que relata lo obvio y su forma narrativa es repetitiva, redundante y
se vale de recursos retóricos.
De acuerdo con esta deinición, Certeau propone tres fugas para inter-
pretar la hagiografía: desde la historia y la sociología, desde la estructura
del discurso, y como una geografía de lo sagrado.
La colección de la vida ejemplar de Joanna en el
contexto histórico de las hagiografías del mundo
cristiano
“[…] La vida de un santo es la cristalización
literaria de una conciencia colectiva”.
Jacques Fontaine, citado en Michel de Certeau (1999)
Las imágenes que reproducen a continuación las pinturas y esculturas
de los santos que habitan en las paredes de la iglesia conventual y en las
hornacinas de sus retablos nos permiten observar cómo estas recuerdan
diversos episodios de las vidas de santos ejemplares desarrolladas en di-
ferentes etapas históricas del mundo cristiano, desde sus primeros siglos
hasta el XVII, en el que le correspondió vivir a Joanna de San Esteban. Allí
se comienza a desplegar desde 1647, año de apertura de la iglesia, un
archivo visual comprimido con los personajes ejemplares propios de la
espiritualidad clariana en el contexto colonial neogranadino.
De acuerdo con la periodización propuesta por Certeau, en los primeros
siglos del mundo cristiano (150-350), la hagiografía nace del calendario
litúrgico que surge cuando se conmemoraba la muerte de los mártires
en los lugares de sus sepulcros. Santos de los primeros siglos como san
Bartolomé, san Pedro, san Pablo, santa Bárbara, santa Catalina de Alejan-
dría y san Juan apóstol (que no murió mártir) también forman parte del
repertorio visual de la iglesia conventual clariana.
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La segunda etapa se enfoca en la vida de los ascetas del desierto como
santa María Egipciaca, y la de confesores y obispos como san Cipriano,
san Gregorio el Taumaturgo y san Martín de Tours, cuya Vida escrita por
Sulpicio Severo fue prototipo de las vidas de santos antiguos. La imagen
de san Martín de Tours es el elemento protagónico de uno de los más
grandes retablos del costado occidental de la Iglesia de Santa Clara. Otros
obispos presentes en Santa Clara son san Ildefonso (606-669), san Julián
(1128?-1208), santo Tomás de Villanueva (1488-1555) y san Francisco de
Sales (1567-1622). Una cuarta fase la conforman las vidas de los funda-
dores de las órdenes y los místicos que, según Certeau, ocupan un lugar
cada vez más importante. Sus imágenes pictóricas igualmente hacen
presencia en Santa Clara: san Francisco de Asís, santa Clara, san Agustín,
san Ignacio de Loyola, santo Domingo de Guzmán y santa Teresa de Jesús.
Ya no era la forma de morir, como en los primeros mártires, sino la forma
de vivir la que ediicaba12.
El contexto histórico de la producción de la vida
ediicante de Joanna de San Esteban
Esta hagiografía inédita encontrada entre un corpus más amplio de textos
inéditos y vidas ejempliicantes sobre la vida de otras religiosas y abadesas
del Convento, pertenece al campo de las vidas ejemplares, que se diferen-
ciaron cada vez más de las biografías eruditas escritas sobre los santos de
la Antigüedad y del Medioevo. Como lo recuerda Certeau, estas últimas
fueron iniciativa de los Bollandistas y su primer volumen, conocido como
los Acta Sanctorum, fue editado en 1643 en Amberes (Certeau, 1999).
12 Ibíd., 258. Primero, entre los griegos (en el siglo X con Simeón Metafraste), después en el Occidente Medioeval, en el siglo XIII, se multiplican las compilaciones recapitulativas y cíclicas, como la “Leyenda Dorada” de Jacobo de Vorágine, una de las más conocidas. Otras compilaciones provistas de títulos antiguos, cuyo signiicado cambia, son: Menologio, Catalogus, Sanctorum, Sanctilogio, Legendario, etc.
A lo largo de todos estos tipos se distingue las Vidas, destinada al pueblo (tipo más ligado a los ser-monarios, a los relatos de juglares, etc.).
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Distribución de la Biblioteca Colonial del
Monasterio de Santa Clara13
La Biblioteca Colonial del Monasterio de Santa Clara, conformada mayori-
tariamente por libros editados en Europa, las religiosas poseían un número
similar de vidas eruditas y vidas ejemplares, superando las ejemplares a
las eruditas en tan sólo tres libros. Acorde con su carácter femenino, el
convento poseía más vidas eruditas femeninas, pero curiosamente a la
inversa en cuanto a las vidas ejemplares, en cuyo caso la cantidad de libros
sobre hombres ejemplares superaba en nueve a los escritos sobre mujeres.
La literatura devota, conformada entre otras obras por estas vidas ejem-
plares, “mil flores” populares escritas sobre santos contemporáneos
muertos en “olor de santidad”, sustituyeron en Europa los sermones
retóricos con el in de transitar de la oralidad a una escritura que cultivó
más lo afectivo y lo extraordinario (Certeau, 1999). Continuando con la
iniciativa bollandista, dichas vidas se investigarán y editarán a lo largo
de todo el siglo XVII, para a inal de siglo imprimir el tomo que llegó sólo
hasta los santos de octubre. Durante el siglo XVIII, la producción de vidas
ejemplares decrece por la supresión de la Compañía de Jesús en 1773.
Martín Palacios, 17 años después, continúa la tradición en el Nuevo Reino
de Granada, al hagiograiar la vida de una monja clarisa que vivió durante
el largo siglo XVII. ¿Por qué?
El carácter manuscrito de la Colección de la vida de Joanna permite inter-
pretar que ese tránsito de la oralidad a la escritura, propio de la literatura
devota de la Europa del siglo XVII, era una práctica viva en la Nueva Grana-
da a inales del XVIII, por lo menos en el campo religioso. Ello se conirma
cuando al leer esta vida Palacios le escribe inicialmente a un “piadoso”, en
otras ocasiones a un “amigo” y otras a un “amado” lector. Pero pensando
en un escucha desde un lenguaje oral propio de los presbíteros, como se
lee a continuación en la presentación que él hace de la Vida:
13 María Constanza Toquica Clavijo, “Proyecto para el guión curatorial del Museo Iglesia Santa Clara”. Inventario de la Biblioteca Colonial del Monasterio de Santa Clara.
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[…] y el piado[so] lector dispense los yerros o defectos que encontrare,
pues no es mi intento otra cosa, sino sacar a luz, la luz de las virtudes de
esta esposa de Jesucristo, por el cordial afecto a ella, y natural inclinación
a su seráico monasterio […]14.
Claramente se puede señalar de esta Vida su carácter ejemplar, cargado
de emotividad y afecto, no sólo porque quien escribió fuera el maestro
de coro de las clarisas, sino por ser hermano de una de ellas. Ello no deja
por fuera la pretención que tiene el texto de ser erudito, por sus citas
alusivas al mundo antiguo:
Seneca notó, que Virgilio jamas dixo que el tiempo se iba sino que se huya
que es el modo de irse, y correr más acelerado […] si se pierde el dinero puede
tal vez recobrarse con ganancia. La salud perdida, suele convaleserla honrra
quitada sirve tal vez de mayor aplauzo, a un dios perdido se dexa hallar de
la contricion y penitensia; solo entre todas las cosas el tiempo perdido no se
dexa logarar otra vez, es irreparable su daño, es sin remedio su perdida, cuio
conocimiento, le sobra a un Seneca que sin las luces que nosostros tenemos
en el evangelio, decia que en pasando la sazon, no hai que sembrar, acabada
la feria, ya no hai ganancia, y perdido el tiempo una vez, queda para siempre
perdido por quien pudo decir con profundo juicio tertuliano que es intolera-
ble su paciencia: quorundam bonorum et malorum intolerabilis patientiaest15.
Se podría también airmar que esta Vida fue escrita en primer lugar pen-
sando que iba a ser leída a las monjas en el Monasterio, en el refectorio a
la hora de las comidas, en la sala de labores a la hora de la costura o por
la maestra de novicias en sus horas de enseñanza.
Así como Certeau propone una periodización para las hagiografías del
mundo antiguo, medieval y moderno, según las fases de desarrollo
del cristianismo y sus protagonistas, Jaime Borja (2009)16 para el caso
14 A.P.M.S.C. Bogotá, Palacios, Martín, Colección de la vida exemplar, f. 1r.
15 A.P.M.S.C. Bogotá, Palacios, Martín, Colección de la vida exemplar, f.f. 39r-39v.
16 Borja las clasiica de la siguiente manera: el primer sujeto ejemplar sobre el que se escribe es el obispo o sobre el evangelizador, aproximadamente desde el año 1620; con él y los textos que se escribían sobre él se buscaba construir la cristiandad, aproximadamente hasta el año de 1660. En segundo lugar, cuando la sociedad laica está mejor asentada, se escribe sobre las vidas ejemplares de las mojas, aproximadamente entre los años de 1660 a 1690. Sin embargo, sobre la vida ejemplar de las monjas se escribió con cierta frecuencia hasta 1750, pues su ejemplaridad tuvo un gran impacto cultural para la sociedad laica ya asentada.
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neogranadino propone tres grandes etapas para la producción de las
vidas ejemplares de monjas entre 1660 y 1690, publicándose con cierta
frecuencia hasta 1750. La aparición de estos textos, airma, “respondió a
la consolidación de los diversos espacios culturales del Reino, espacios
que no eran consecuencia sólo de las transformaciones políticas o nuevas
dinámicas económicas” (Borja, 2010: 160-161). El autor señala:
En el conjunto de los textos escritos se pueden distinguir tres grandes eta-
pas de modelos de ejemplaridad: la primera responde a los inales del siglo
XVI y primera mitad del siglo XVII, en la cual el modelo institucionalizado
es el evangelizador –como Pedro Claver–, o el obispo, como Bernardino de
Almanza o Cristóbal de Torres, lo que respondía a una sociedad en proceso
de asentamiento de su fe. El segundo momento corresponde a la segunda
mitad del siglo XVII, en el cual las vidas ejemplares relejan el ascenso del
laico y particularmente de la mujer: son las vidas ejemplares de Francisca
Zorrilla y Antonia Cabañas. El tercer momento, el que nos interesa, es la
primera mitad del siglo XVIII en el que se destacan tres vidas ejemplares:
Francisca del Niño Jesús, Gertrudis de Santa Inés y Juana de San Esteban.
Las tres fueron monjas, murieron con fama de santidad, tuvieron procesos
incipientes de santiicación y de ellas tomaron los confesores o directores
espirituales sus relatos autobiográicos para componer un relato de sus
virtudes heroicas, hecho por el cual se elevaron a ejemplos de vida.
La hagiografía de Joanna, objeto de este estudio, escapa a esta periodiza-
ción por dos razones. Aunque como lo dice Borja: “Las tres fueron monjas,
murieron con fama de santidad, [y] tuvieron procesos incipientes de
santiicación”, primero, la vida ejemplar de Joanna fue escrita en 1790, al
comenzar la última década del siglo XVIII; segundo, en la medida en que
el presbítero Palacios no fue contemporáneo de Joanna y por lo tanto no
la conoció, ni fue su confesor, ni director espiritual, como sí lo fue Juan
Bautista de Toro, él nunca recibió de sus manos sus relatos autobiográicos,
porque se los conió el monasterio al ser un presbítero tan cercano por
sus funciones y parentesco con una de ellas. Se lee en la presentación:
[…] que no son otra cosa que unos saludables documentos, o (diré me-
jor) unos fragmentos de su ejemplar vida, recogidos en pocas páginas
[…] sino sacar a luz, la luz de las virtudes de esta esposa de Jesucristo,
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por el cordial afecto a ella, y natural inclinación su seráico monasterio,
quien franqueome unos apuntes, los que se trasladan aquí procurando
ampliicar y adornar, lo que subministre la devoción de quien ha tomado
el corto trabajo, de formar una colección, de la ejemplar vida de esta admi-
rable religiosa, añadiendo la doctrina y precisa para nuestra enseñanza17.
Y hacia el inal del texto, Palacios nos cuenta que estos apuntes estuvieron
80 años guardados:
[...] nuestra venerable Joanna siempre estuvo en vigilia, como virgen pru-
dente, teniendo encendida la lampara, manteniendo la luz, con el oleo, de
sus virtudes, y en esta rica tela de su vida, boy descubriendo, tales primores
entretexidos, que me admiro, que una pieza de tela, tan hermosa, haia
estado oculta mas de ochenta años18.
Muy posiblemente la confusión proviene del hecho de que parte de las
fuentes del presbítero Palacios para historiar la vida de Johanna en 1790
proceden de las declaraciones notariales de su último confesor, el doctor
Joan Bautista de Toro, quien rindiera declaraciones ante el notario y es-
cribano de su majestad Francisco Nicolás Xavier Carvallo el 21 de enero
de 1709, como se lee al inal de esta vida:
En virtud de los casos, que en vida y muerte desta exemplar religiosa suce-
dieron, mando el señor Doctor Don Francisco de Hospina y Maldonado, ca-
nonigo magistral de la santa yglesia cathedral, juez oicial provisor y vicario
general, por el yllustrisimo señor arzobispo Don Francisco Cosio y Otero, se
tomasen informaciones, por haverle representado los muchos prodigios,
que obraba Dios, para con las personas que se valian de la intercecion
desta sierva suia; y haviendo fallesido dicho señor, se refrendo el auto, por
el señor penitenciario Doctor Don Nicolas de Azcarate y Davila susesor, del
señor Hospina fue [competido] al Doctor Don Joann Bautista de Toro en
Santafe a beinte uno de henero, de mil seteciento y nuebe años ante el
notario y escribano de su majestad Francisco Nicolas Xavier Carvallo19.
17 A.P.M.S.C. Bogotá, Martín Palacios, Colección de la vida exemplar, f. 1r. El énfasis es mío.
18 Ibíd., f. 31r. El énfasis es mío.
19 Ibíd., f. 66v. En varios apartes de este documento se puede leer que: “Desta exelza virtud fue mui amante nuestra venerable madre de quien dice el venerable doctor don Joann Bauptista de Toro, en la declaración que hizo al señor ordinario”(f. 46 r). Y que “Esta declaración la presentó bajo de irma, el Doctor Don Joann Bauptista de Toro, último confesor de la venerable madre” (f. 47r).
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Tanto quien escribe esta colección de vida ejemplar, como el objetivo
ediicante, las alusiones a autoridades, las declaraciones y la importancia
del último confesor de Joanna, el doctor Juan Bautista de Toro20, ante el
notario y el escribano de su majestad, le conieren a este documento su
carácter de documento histórico. Como lo anota Borja:
[…] pues en buena medida el criterio de verdad reposaba en quien la
enunciaba. Este mismo aspecto les daba la autoridad moral necesaria para
presentar su narración como maestra de vida. Por estas características, la
verdad no estaba relacionada con el hecho, sino con las condiciones que
lo soportaban. Aunque el discurso historiográico de los siglos XVII y XVIII
partía del “hecho”, este no tenía ni el valor ni la dimensión temporal que la
historiografía del siglo XIX le asignó. La verdad estaba más relacionada con
el ideal caballeresco, con la moral y con las autoridades, que con la presen-
tación “objetiva” de la realidad. Debían acentuar lo útil y lo bueno, donde
lo primero debía estar sometido a lo segundo, para que fuera persuasiva
hacia los modelos de virtud. Finalmente, estas vidas ejemplares se escribían
para que se convirtieran en modelos de imitación, y esto era precisamente
lo que las validaba como historia (Borja, 2007: 73).
La dimensión sociológica de la Colección de la
vida exemplar de la venerable madre Joanna María
de San Esteban
La hagiografía, de acuerdo con Certeau, también representa la conciencia
de un grupo frente a sí mismo, al asociar una igura a un lugar, cuando
se escribe inmediatamente después de la muerte de la lor de santidad.
Es el caso de la monja dominicana Gertrudis de Santa Inés, fallecida en
1731 y cuya vida fue escrita por su confesor Pedro Andrés Calvo de la
Riba e impresa en Madrid por Felipe Millán en 1752, tan sólo once años
después de su muerte. Declarada por la Real Audiencia protectora de la
ciudad contra las pestes, se la conoce hasta hoy como el Lirio de Bogotá,
según se lee en la cartela de su retrato de monja muerta.
20 Juan Bautista de Toro, último confesor de Joanna, escribió El secular religioso. Para consuelo y aliento de los que viviendo en el siglo pretenden lograr el cielo (editado en Madrid por Francisco del Hierro, 1722).
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La colección de la vida de Joanna en cambio representa, por una parte, la
añoranza de los valores de un orden pasado, encarnados en el capellán y
sochantre Martín Palacios Galán Figueroa Arias Solano (Perdomo, 1980:
47), miembro de una élite colonial criolla y neogranadina venida a menos
a inales del siglo XVIII, como consta en esta carta inédita que le escribe
al Arzobispo Virrey Caballero y Góngora pidiéndole ayuda:
De gran consuelo me ha servido tener noticia, que Vuestra ex. se ha de
mantener más tiempo por nuestro amparo, porque siertamente se me
havia amargado la esperanza de conseguir el justo alivio que e pretendido,
si Vuestra ex. se nos quede para fomento de los pobres, dentre ellos, este
sochantre que esta esperando lo ha de proteger en la justa solicitud que
Vuestra ex. ya sabe por mi mérito, y lo que es mas por la Piedad, de un
caritativo Prelado que sabe premiar a los beneméritos que se balen de tan
poderosa mano, la que pido a Dios le llene de su Santa bendición. Aquí me
hallo como en el limbo, esperando en Dios y en Vuestra excelencia que me
ha de sacar deste trabajo, y me ha de conseguir el alivio, para descansar de
la pezada tarea que sabe è llevado en 25 años. Y con una renta tan tenue,
a un ejercicio tan violento y diario, el que me ha extenuado la salud, del
modo que tengo justiicado â Vuestra ex. y a este reverendo con la certi-
icación de los medicos; espero Señor, que por su autoridad y poder, e de
conseguir el descanzo pretendido y pueda mantenerme con el pan que la
caridad de Vuestra ex. me de, para mi y la hermanita que esta a mi cargo
en el monasterio de Santa Clara, y con este seguro, Vuestra ex. me de por
libre de la esclavitud en que me hallo, hagalo por Jesus Sacramentado,
a quien pido en mis pobres Oraciones le generen mas años. El Señor le
mantenga con salud y Gracia. A los pies de Vuestra excelencia, su indigno
siervo el Capellan. Santafe y. febrero 15 de 1788. Martín Palacios. Exmo. E
Iltmo. Señor Dr. D. Antonio Cavallero y Góngora21.
Esta carta, escrita tan sólo dos años antes de la Colección de la vida ejem-
plar de Joanna, proporciona datos sobre el estado en que seguramente
no sólo se encontraba el sochantre, sino muchos otros miembros de la
otrora poderosa jerarquía eclesiástica colonial.
21 Martín Palacios, Su carta al Arzobispo de Santafé en solicitud de una colocación, Archivo General de la Nación (citado en adelante A.G.N. Bogotá), Sección (S): Colonial, Fondo (F): Milicias y Marina, Legajo/Tomo (L/T): 106, Folios (Fls.) 103–104. De Palacios únicamente tenemos esta pista hasta el momento. Tenía a su cargo una religiosa de Santa Clara, de la que no tenemos certeza de parentesco.
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En este texto hagiográico se asocia la igura de Joanna de San Esteban
al Real Monasterio de Santa Clara y a la ciudad de Santafé de Bogotá, sin
alcanzar a tener un impacto en el Nuevo Reino de Granada, porque no
fue una obra impresa y, por lo tanto, su divulgación urbana fue exclusi-
vamente oral. Su vida se divulgó solo oralmente en el interior del monas-
terio y posiblemente entre los círculos de los criollos más cercanos a los
descendientes de la prestante familia de don Gabriel álvarez de Velasco,
tradicional de Santafé. Al conocer el contexto personal del hagiógrafo,
quizás sea posible entender cómo desde el primer folio la presencia de
la ciudad/país/continente se constituye en escenario de la indiferencia
de la nueva élite criolla neogranadina:
En esta ciudad de Santafe de Bogotá, plantó Dios, en el claustro y virginal
monasterio de Santa Clara a Juana de San Esteban, para ejemplo y norma
de la perfección religiosa, de cuya vida y virtudes se tratará […] (porque
esto depende del divino auxilio) a lo menos a dar gracias al Señor, por-
que se digna ennoblecer nuestro continente, y país, con almas justas,
poniéndolos a la vista unos espectáculos dignos de avergonzar nuestra
indolencia, pues supieron aprovecharse de las misericordias divinas,
y nosotros las miramos con indiferencia22.
Escrita tan sólo dos años después de la carta al Arzobispo Virrey Caballero
y Góngora, esta hagiografía es un producto que sintetiza y materializa
historiográicamente los valores, las prácticas y creencias de la ciudad de
Santafé de Bogotá. Clausura la etapa de circulación oral de la hagiografía
de Joanna en una ciudad representada como el otrora teatro noble, cuna
de varones ejemplares que la ciudad perdió. Al resaltar las pérdidas, el
hagiógrafo distingue de paso el tiempo y el lugar de una élite criolla
neogranadina en vías de extinción:
Por los años del Señor 1642 día de san Joann Bauptísta, se digno la divina
bondad, dar al mundo este exemplar de virtudes y enrique[se] con este pre-
cioso tesoro, a este dichoso reino de Santa Fe en donde han lorecido en
virtudes y santidad, muchos hijos de la santa yglesia, ya en los claustros
de vírgenes, ya en los de las religiones de hombres de notoria, y cono-
cida virtud, y ai afuera de los claustros, en la ilustre clerecía en que se
22 A.P.M.S.C. Bogotá, Martín Palacios, Colección de la vida exemplar…, f. 1v., énfasis mío.
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nota la virtud siencia y santidad de un doctor don Joan Bauptista del
toro varón apostólico primer director de la capilla de NUESTRO AMO
SACRAMENTADO, un maestro Joann de Herrera digno de toda aten-
sión un maestro Joann de Contreras, varón exemplar y otros sujetos
que ha perdido esta noble ciudad; en cuio seno dispuso Dios naciese la
venerable madre Joana María de San Estevan, quien entro en este mundo,
día del precursor de Jesuchristo como ya queda dicho […]23.
Palacios también se conduele con la ciudad, porque no ha podido disfrutar
de la hagiografía de Joanna, que permaneció oculta por más de ochenta
años, presionando probablemente su impresión y sin saber que no sería
impresa para esa coyuntura, pero quizás sí dos siglos después:
[…] me cauza tierna admiracion, en la infelisidad y desgracia de nuestra
ciudad, pues todas las acciones, vida y virtudes, de tantos prelados justos
de tantos religiosos exemplares, de tantas monjas, venerables, y clerigos
apostolicos; y todo esto se halle en un casi total abandono y olvido! Que
lustre, que gloria, que honor, que estimulo, no seria el que esos exemplares
handubiesen en las manos de los paisanos? ha! En otros reinos tal ves mas
pobres, en otras ciudades tal vez, de menos proporcion, se animan, se
esfuerzan, para sacar a luz, la lus de las virtudes, de aquellos y aquellas,
que dexaron nombre, en sus heroicas y exemplares vidas: el motivo; o
cauza deste olvido, no alcanza mi debil vista a descibrirlo […]24.
Veinte años más tarde, esta misma ciudad será testigo de los conlictos y
de los cambios políticos que marcarán el inal del Nuevo Reino de Granada.
La hagiografía de Joanna de San Esteban articula un pasado ejemplar con
un presente incierto, en proceso de cambio, pretendiendo reconstruir la
unidad en un mundo neogranadino que se diluye ante los cambios que
se avecinan. La coyuntura de cambio, de acuerdo con el consenso social
frente al catolicismo por parte de la élite criolla neogranadina, no es tan
brusca por su intensa relación con la religiosidad. De hecho, la recién
llegada ciencia que se abre paso por la mano del Arzobispo Virrey no
pretende otra cosa que clasiicar y ordenar la obra de Dios. Pero la uni-
dad de un orden tradicional, sin embargo, corre el riesgo de dispersarse
23 A.P.M.S.C. Bogotá, Martín Palacios, Colección de la vida exemplar…, f.f. 4r- 4v, énfasis mío.
24 A.P.M.S.C. Bogotá, Martín Palacios, Colección de la vida exemplar…, f.f. 32r-32v, énfasis mío.
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y reconigurarse alrededor de los intereses del “reformismo Borbónico”
que a partir de los años setenta del siglo XVIII,
[…] con cabeza visible en los virreyes ilustrados, intenta de manera decidida
el sometimiento de un territorio y de una sociedad que se le escapaban,
aunque los resultados globales del proceso parecen no haber ido dema-
siado lejos, si observamos el poder que a principios del siglo XIX seguían
teniendo los cuerpos y “órdenes” más tradicionales y la inercia y el arcaísmo
que seguían caracterizando a la sociedad, pese a la importancia de los
cambios que se encontraban en marcha: un comienzo de repunte demo-
gráico, la consolidación del mestizaje, el crecimiento de la vida urbana y
un inicial proceso de cambio cultural, que será prácticamente obra de los
ilustrados (Silva, 2002: 16).
En la ciudad de Santafé de Bogotá, la llegada de la imprenta traída por el
Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, las reformas borbónicas, la con-
secuente expulsión de los jesuitas y la actividad de los nuevos grupos de
ilustrados empiezan a conigurar una organización diferente de sociedad,
con el in de hacerla más productiva, racional, sana, ordenada e instruida,
de acuerdo con los intereses políticos de la “modernidad absolutista”.
Como lo señala Germán Colmenares, citado en Renán Silva, la “extensión
de la esfera del Estado” dio lugar a graves conlictos con la “constitución
implícita”, que hasta mediados del siglo XVIII dominó los acuerdos entre
los funcionarios de la Corona y las élites criollas que controlaban la vida
municipal y nacional a través de los cabildos, de las redes familiares y de
los sistemas de clientela y protección. Se trataba de simpliicar las abiga-
rradas relaciones sociales barrocas por un esquema binario: Rey – vasallos,
como individuos socialmente iguales, desarticulando las tradicionales
pertenencias a órdenes jerárquicos y superpuestos (Silva, 2002: 17).
Concebida como una “colección” de virtudes, la vida de la venerable
Joanna habla de esa Iglesia establecida cuyas estructuras religiosas fun-
cionarán en adelante al servicio de una política del orden que ellas ya no
determinan (Certeau, 1993: 160). De acuerdo con Certeau, la investidura
religiosa con la que se acredita este orden está destinada a consolidar la
unidad política. El sistema cristiano debilitado se transformará en el tea-
tro sagrado donde las conciencias cristianas transitarán hacia una nueva
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moralidad pública (Certeau, 1993). Al escribir la hagiografía de Joanna,
Palacios seguramente pretendía que sus virtudes privadas se volvieran
públicas, pero además con una connotación altamente moral, lo cual
caracterizará las hagiografías del XIX. La cita a continuación sitúa la vida
de Joanna dentro del lugar social y político del siglo XVII, para asegurar
una distancia que diferencia el momento de la escritura con el pasado que
representa: en ella sobresalen tres características: la “pureza de sangre”,
los “periles familiares de los funcionarios reales” en vías de extinción y
su carácter altamente moral:
El licenciado don Gabriel Alvares de Velasco natural del reino de Galicia,
notoriamente noble por su nacimiento, fue abogado de los reales conse-
jos y antes de pasar a Indias, tuvo cargos de mucho credito a los que
dio exacto cumplimiento y acreditado en su havilidad de jurisconsulto,
lo que declaran los libros, que imprimió, en los que traslado su rectitud y
justicia. Vino a este nuebo reino con el honoríico empleo de oidor de
la real audiensia y chancillería […] Caso en esta ciudad de Santa Fe,
con doña Francisca Zorilla y Maldonado, natural de la ciudad de quito,
cuios padres fueron el licenciado don Diego Zorilla oidor de aquella
audiencia, y doña Catalina de Hospina y Medinílla, viuda del señor
don Antonio de Villarreal y Laizeca oidor desta real audiensia y siendo
promovido a la de Lima, murió en la ciudad de Quito. Y allí cazo segunda
vez con el ya nombrado señor don Diego; la señora doña Catalina de
Hospina, fue hija legítima del señor gobernador Diego de Hospina y
doña Francisca Maldonado ambos de la primera nobleza y de las mas
aquilatadas familias deste reino: y haviendo muerto el licenciado Zo-
rilla, regreso la señora doña Catalina a este reino, acompañada de su
amada prenda y querida hija doña Francisca Zorilla, […]. Vuelta ya a su
[patria] amada y siendo la niña de edad competente la llamo Dios al es-
tado del santo matrimonio y se desposo, en esta ciudad, con el referido
caballero don Gabriel de Velasco, oidor actual, desta real audiencia.
Fue mui especial obra de Dios, unir dos personas cuias costumbres mo-
rales sean tan parecidas que lleguen a presumirse unas mismas (…)25.
El proyecto del pensamiento ilustrado, desde 1767 – 1770, necesitaba,
sin embargo, del apoyo de una nueva nobleza secular, formada en las
25 A.P.M.S.C. Bogotá, Martín Palacios, Colección de la vida exemplar…, f.f. 2v. – 3r., énfasis mío.
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ideas del siglo, distinta de las comunidades religiosas y de los cuerpos
tradicionales, aliada de la Corona y destinada a constituirse como los
sabios del Reino (Silva, 2002: 18).
Una función de vacación
La hagiografía se leía en tiempo de ocio, de vacación, como actualmente
la novela, airma Certeau. En el convento, los lugares de lectura individual
correspondían al tiempo de descanso y oración en las celdas individuales;
la lectura colectiva se realizaba en el refectorio, donde mientras las reli-
giosas alimentaban el cuerpo también escuchaban lecturas ediicantes
para nutrir el alma. Quizás por eso a la entrada del refectorio se hacía
postrar a quienes habían cometido gravísimas culpas, pues nutrir el alma
y castigar el cuerpo eran prácticas desplegadas en una misma dirección
ascendente hacia lo divino. Otro lugar de lectura era la sala de labores,
en donde mientras las manos laboriosas de unas monjas elaboraban
hermosas piezas de bordado otras leían textos ejempliicantes. En ambos
lugares se designaba una lectora, que leía narraciones que oscilaban entre
lo creíble y lo increíble, lo extraordinario y lo posible, construyendo así
una icción ejemplar, más cercana a lo poético que a lo factual. Se creaba
así una libertad respecto al tiempo cotidiano, un no lugar.
Al inicio de la hagiografía, Palacios expone los elementos típicos que
construyen esta poética del sentido: el “estilo de elocuencia” para deleitar,
el deseo de que el texto mueva a imitación, la necesidad de mostrar la
verdad (“sincera narración” basada en “unos apuntes” de la misma vene-
rable) y el motivo retórico de la captatio benevolentae (considerar como
malo el propio texto).
[…] Juana de San Esteban, para ejemplo y norma de la perfección religiosa,
de cuya vida y virtudes se tratará con el estilo de elocuencia, que di-
vierta el entendimiento, sí con una sincera narración, que pueda mover,
cuando no a su imitación (porque esto depende del divino auxilio) a
lo menos a dar gracias al Señor […]26.
26 A.P.M.S.C. Bogotá, Martín Palacios, Colección de la vida exemplar…, f.1v., énfasis mío.
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Como literatura popular
La hagiografía de Joanna porta algunos elementos a partir de los cuales
Certeau caracteriza la literatura popular: lo falso, lo popular y lo arcaico. La
falsedad es difícil de deinir desde un criterio actual en un texto historio-
gráico que narra una icción ejemplar. Tal y como lo plantea Jaime Borja
en “Historiografía y hagiografía…”, ¿cómo diferenciar entonces lo falso de
lo verdadero? Tal vez podríamos sospechar de algo falso cuando se trata
de casos que no estén sustentados por algún documento judicial o que
sean “demasiado extravagantes” desde nuestra lógica contemporánea.
Sin embargo, pensar en una niña de dos años rezando es algo difícil y
para nosotros es posiblemente más cercano a la falsedad:
[...] antes casi de saber pedir pan sabíais (y os destetava Gabriel) quando
tenias dos años y medio rezando el padre nuestro, ave María y el
credo. Hasta aquí sus palabras saber a hablar entiendo ya, no tanto saber
pronunciar, quanto saber lo que hablaba, o entender con perfección lo
que decía; antes de saber hablar del mundo o con el mundo, supo nuestra
tierna venerable niña, hablar de Dios y con Dios.
Apenas contaba dos años y medio, nuestra venerable Virgen, quando
su lengua del todo atada a palabras menos pías, se desatava en dul-
zuras, para pronunciar (aunque a costa de tropezar balbuciente) las
alabanzas de Dios […]27.
La devoción popular al muerto en olor de santidad es uno de los elemen-
tos que representan más prácticas populares narradas en la hagiografía
de Joanna. El agolparse a ver el cuerpo muerto de la santa durante sus
exequias, robar pedazos de su hábito, de sus lores, las medallas, los ro-
sarios… y sobre todo los milagros después de la muerte… No hay nada
más popular que el milagro de una santa muerta. Ello lo demuestra la
eicacia social de sus vidas y de sus imágenes que capturan instantes de
su vida a través de los siglos. Para ello basta desplegar la mirada sobre
las imágenes milagrosas latinoamericanas, y las prácticas de religiosidad
popular que siguen vigentes desde el periodo colonial.
27 A.P.M.S.C. Bogotá, Martín Palacios, Colección de la vida exemplar…, f. 5v., énfasis mío.
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al dia siguiente [de la muerte de Joanna], vino el señor provisor, e hizo bajar
el cuerpo /66r/ al coro bajo, porque eran muchas las suplicas, del publico,
y personas de graduación y respecto, que pedian ver a la venerable madre.
Fue indecible el concurzo, y las aclamaciones del pueblo, pidiendo que
tocasen en el cuerpo, medallas rosarios, y rogando, a las religiosas, y al
señor ordinario, para que les diessen, de las lores que tenia esparcidas
sobre el cuerpo28.
En cuanto a lo arcaico, entendido como lo antiguo, las referencias a la
cultura de la Antigüedad son numerosas. Muchas veces se nombra a
Séneca y a Cicerón. También cita a Homero. El siguiente pasaje revela la
idea que de la cultura antigua tenía Martín Palacios; si bien se cita a estas
autoridades, se las tiene por inferiores respecto a la doctrina de la Iglesia
y a los escritos de los santos:
Tales Milesio preguntando a uno de los sabios de Grecia, qual era entre
todas las cosas naturales la mas diicultosa de saber, respondio al interro-
gante, que el conocerse el hombre a si mismo; porque es tan grande el
amor propio, que el hombre se tiene a si, que esto le estorva y le impide
este conocimiento, de aqui provino, dice el espiritual Rodriguez, aquel
dicho, celebrado entre los antiguos conocete a ti mismo, y otro apura mas,
diciendo, mora en ti mismo. Pero dejando a los extranos, vengamos a la
doctrina de los santos una voce dicentes, que enseñan que esta ciencia
del proprio conocimiento es la mas alta y de mayor provecho de quantas
han inventado los hombres. Y prosigue Rodriges, citando al doctor san
Agustin y dice: que en mucho estiman los hombres la ciencia de las cosas
del cielo y de la tierra, la ciencia de la astrologia de cosmograia, el saber
los movimientos de los cielos, la carrera o curso de los planetas sus pro-
priedades sus inluensias, unos siguiendo a Copernico, otros a Aristoteles
estos a Plinio, aquellos a Plutarco29.
La hagiografía es producto de una élite que la elimina
Si observamos con Renán Silva (2002: 282-297) las solicitudes de libros
por parte de José Celestino Mutis a Juan Jiménez, en 1786, cuatro años
28 Ibíd., f.f. 65v-66r.
29 Ibíd., f.f. 17r.-17v.
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antes de ser escrita esta hagiografía, es notorio que el mayor número de
libros solicitados son de ciencias naturales, matemáticas y medicina, 38
sobre 141, siendo los de temas teológicos, religiosos y morales tan sólo
29, con la probabilidad de que en ellos no existiera ninguna hagiografía.
Una biblioteca de mediano tamaño en relación con las demás, como la
del Arzobispo Virrey Caballero y Góngora que contaba en 1789, por obvias
razones, con 118 libros de teología y religión, cifra seguida por la de letras
y las artes con 88 libros.
La biblioteca de Juan José D´Elhuyar, que en 1796 poseía 86 libros de
química e historia natural, tenía sólo nueve de ilosofía, teología moral y
humanidades, sobre 166 del total. Curiosamente, la biblioteca de Antonio
Nariño, una de las más grandes y completas de Santafé de Bogotá, por
ser generacional y por poseer en su casa un comercio informal de libros,
tenía, en 1794, 710 entre los cuales la religión y la teología ocupaban el
primer lugar con 171 libros, seguidos por los de historia con 97.
A medida que avanza el siglo XIX, se observa que va disminuyendo la
cifra de temas religiosos. Camilo Torres, en 1802, poseía 141 libros de los
que la mayoría (54) eran de ciencias jurídicas, mientras que de teología
y religión sólo tenía 18. La más radical en cuanto a temas religiosos fue
la de Jorge Tadeo Lozano, que en 1816 contaba tan sólo con un libro de
religión de un total de 119, donde 60 eran de historia natural y 18 de
política e historia.
Sin embargo, la élite que está siendo desplazada, en este caso Martín Pa-
lacios y el viejo orden del poder eclesiástico masculino, sería la intérprete
y la conciencia de un sujeto femenino colonial cuyo modelo tendría que
ser adaptado a las nuevas circunstancias.
Desde la estructura del discurso
Dentro de los elementos del discurso hagiográico señalados por Cer-
teau, resalta la sangre como metáfora de gracia; esta característica del
personaje hagiograiado, sobresale en el prólogo, cuando Palacios dice
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de ella: “ilustre por su linaje, noble y Venerable por su ejemplar vida”30.
Otra característica del discurso hagiográico son las señales de predeter-
minación de su virtuosismo, la cual es clara en este fragmento donde se
narra su nacimiento:
[...] fue mui recio el parto de esta niña, y estando su virtuosa madre mui
aligida con los dolores, pasaba actualmente por la puerta de su morada,
el señor sacramentado, y al emparejar por la caza su soberana mages-
tad, en ese instante, salió a luz la luz de esta venerable madre pronostico
felissisímo, del ardiente amor, y devoción fervorosa31.
El desarrollo de esta vida que transcurre va de lo privado a lo público,
desde su ámbito familiar al espacio monacal y urbano, deja ver en la si-
guiente gráica un primer peril de las características principales y de las
prácticas del modelo de sujeto barroco construido por Palacios.
En el Nuevo Mundo, las Vidas ejemplares, como la de Joanna, antes que
por escrito circularon oralmente (Durán, 2003: 167-201). Pero esta co-
municación oral no estuvo asilada: interactuó con otros lenguajes en
el contexto de una visualidad barroca, la cual está presente tanto en el
discurso de la Vida de Johanna como en los textos hagiográicos de la
biblioteca conventual, en la pintura devocional de la iglesia y en los textos
de las partituras corales del Convento de Santa Clara.
Esta intertextualidad de los discursos conventuales conformaba una red
discursiva que durante los siglos XVII y XVIII no solo modeló la construc-
ción de sujetos barrocos, sino que sentó las bases para cimentar una co-
munidad de creyentes devotos que, como comunidad moral, conformaría
una “comunidad protonacional”, como lo airma Lafaye, citado por Valeria
Coronel en su estudio sobre el pensamiento político jesuítico en Quito
(Coronel Valencia, 2008: 127-169).
30 Ibíd., f. 7r.
31 Ibíd., f.4v.
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Figura 2. Frecuencia de apariciones de virtudes y prácticas en la vida
ejemplar de Joanna de San Esteban
De acuerdo con Norma Durán, el discurso cristiano originariamente oral
se organizó en un sistema textual que comprendía varios tipos de discur-
sos, donde los más eicaces comunicativamente eran las stories (relatos
o leyendas), construidas narrativamente a partir de la primera y “gran
biografía: [la] de Cristo” (Durán, 2003: 176, 193). Por su carácter narrativo,
el lenguaje del discurso cristiano es fundamentalmente igurativo. En
este sentido “no acude a la lógica de la argumentación sino que opera a
base de imágenes, símbolos, parábolas y metáforas contenidos en textos
que circulan de mil maneras”. Basada en Cameron (1999), Durán (2003:
189) muestra cómo la paradoja en el discurso cristiano es el recurso para
explicar lo indeinible: el dogma de Dios hecho hombre y nacido de una
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Virgen hace que la imagen sea indispensable. Imágenes e íconos verbales
harán ver claramente a través del género epidíctico de la retórica (esto es,
la repetición, redundancia y proclamación) lo que de otra forma los ieles
no podrían conocer. Por lo tanto, estas imágenes orales, al igual que las de
los lienzos, apelan más al sentimiento y a la emoción y por ello producen
un tipo de conocimiento más emotivo que cognitivo.
En el siguiente texto, que narra la entrada de Joanna al Convento, sobre-
sale lo visual en el modelo del cuerpo desde el privilegio que otorgara
Martín Palacios a los ojos. Sin embargo, estos son representados también
como un peligro para el género humano, cuando entran en contacto con
lo mundano, de acuerdo con la advertencia al inal del fragmento citado:
Esta niña doctrinada de su virtuosa madre doña Francisca Zorrilla, ya parece
que entendía la doctrina que dan los espirituales advirtiendo que los ojos
son las ventanas de la Alma y por donde recibe el bien o el mal, porque
tras de este gusto de la curiosidad en la vista, tras este engañoso delei-
te, se handa matando casi todo el linaje humano, tras esta se navegan
los mares como mil peligros, se cruzan con incomodidades los valles,
se caban con mucho riezgo los senos de la tierra; y por ultimo solo que
esta ixa en el cielo, solo los ojos que están puestos en el negocio de la
salvación, no dexa tortura al humano corazón32.
Conclusiones
Martín Palacios utiliza todas las claves señaladas por Certeau en la cons-
trucción de su colección ejemplar, lo cual indica que muy posiblemente,
dentro de la educación recibida por los clérigos santafereños del siglo
XVIII, aún se enseñaban los modelos de construcción de sujetos virtuo-
sos a través de las lecturas de otras hagiografías o mediante los modelos
aprendidos de la retórica.
Lo que hace Martín Palacios, un hombre que claramente mira hacia atrás
y no hacia adelante, es servir de bisagra entre el pasado que añora y el
presente de una ciudad que lo entristece, quizás no sólo por los cambios
32 A.P.M.S.C. Bogotá, Martín Palacios, Colección de la vida exemplar…,7v.- 8r., énfasis mío.
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sucedidos, sino también por su desafortunada circunstancia personal de
tener que trabajar para recibir un estipendio estando enfermo.
Sin embargo, e independientemente de la circunstancia personal del
capellán y sochantre, el ejercicio hagiográico, como lo señala Certeau,
lo que hace es reconstruir una unidad perdida a través de un modelo
virtuoso, ante el peligro de lo desconocido por venir. Clausurar una épo-
ca, de cara al pasado para evitar la dispersión del grupo, en este caso de
criollos funcionarios reales y eclesiásticos. El modelo de sujeto barroco
en esta coyuntura actúa como un objeto que condensa los valores de un
orden pasado que se transformará en otra cosa. Es un ejercicio de apun-
talamiento de una identidad criolla marcadamente religiosa y colonial,
en el momento de declive de ese orden.
Las características de este sujeto barroco delineado por Martín Palacios
perilan un sujeto virtuoso, en el que resalta la humildad. Por otra parte
su práctica más habitual es la de la oración, pero también mortiica su
cuerpo para hacer penitencia. De las virtudes teologales, la que más
ejercita es la de la caridad.
¿El modelo hagiográico, en general, realmente les sirvió a los criollos para
perpetuarse como grupo hegemónico?
Yo diría que sí.
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María Constanza Toquica Clavijo
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Rumores de libertad entre la población esclava:
de la revuelta de los Comuneros a las guerras
de independencia de la Nueva Granada*1
Roger Pita Pico**2
Recepción: 20 de agosto • Aprobación: 27 de septiembre
Resumen
Esta investigación aborda el tema de los rumores, las especulaciones
y las expectativas de libertad que circularon entre los esclavos de la
Nueva Granada. El propósito entonces es ver los procesos de ruptura y
continuidad en que se desarrollaron estos susurros, bajo dos coyunturas
cruciales que marcaron el ocaso del dominio colonial y el inicio de la
vida republicana: la revuelta comunera y las guerras de independencia.
Ahondar sobre esta problemática implica además examinar en detalle
aspectos sociales, económicos, políticos y normativos de una institución
esclavista que mostraba ya signos de claro deterioro.
Palabras clave: Nuevo Reino de Granada, población esclava, rumores de
libertad, fugas, revueltas, manumisiones, inales del siglo XVIII, comienzos
del XIX
* Este trabajo es el resultado inal de una investigación que obtuvo a su vez el tercer puesto en el Con-curso nacional de ensayo histórico “La independencia en el Nuevo Reino de Granada”, organizado por el Instituto de Estudios Históricos Fray Alonso de Zamora de la Universidad Santo Tomás – Sede Principal, durante el primer semestre de 2011.
** El autor de este ensayo es Politólogo con opción en Historia de la Universidad de los Andes, Magíster en Estudios Políticos de la Universidad Javeriana. Actualmente, es miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia. Correo electrónico: rogpitc@hotmail.com
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 135-167
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Freedom Rumours Among Slaves:
from Revolt of the Comuneros to
the Wars of Independence in New Granada
Abstract
This research tackles the subject of rumours, speculations and expec-
tations of freedom circulating among the slaves of New Granada. The
purpose of the article is therefore to observe the processes of breaking
and continuity where these whispers were developed under two cru-
cial situations that denoted the end of the colonial dominion and the
beginning of republican life: The revolt of the Comuneros and the wars
of independence. To go deeply into this issue also demands reviewing
in detail social, economical, political and regulation matters of a slavery
institution that already showed clear signs of decline.
Keywords: New Kingdom of Granada, slave population, freedom rumours,
escapes, revolts, manumissions, the end of XVIIIth century and the begin-
ning of XIXth century
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Rumeurs de libertè dans la population esclave:
de la révolte des «Comuneros» aux guerres
d’independance de la Nouvelle Grenade
Résumé
Cette recherche aborde le thème des rumeurs, spéculations et expectati-
ves de liberté qui ont circulé parmi les esclaves de Nouvelle Grenade. Son
objectif est donc de voir les processus de rupture et de continuité dans
lesquels se sont répandus ces murmures, dans deux conjonctures cruciales
qui ont marqué le déclin de la domination coloniale et le début de la vie
républicaine: la révolte des «Comuneros» et les guerres d’indépendance.
Creuser cette question implique de plus l’examen détaillé des aspects so-
ciaux, économiques, politiques et normatifs d’une institution esclavagiste
qui montrait déjà des clairs signes de détérioration.
Mots-clés: Nouveau Royaume de Grenade, population esclave, rumeurs
de liberté, fugues, révoltes, afranchissement, in du XVIIIè siècle et début
du XIXè
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El auge de las manumisiones y la crisis del
sistema esclavista
En el siglo XVIII los esclavos alcanzaron su máxima presencia en el territorio
de la Nueva Granada, vinculados principalmente a los sectores vitales de la
economía: minería, ganadería y producción de mieles (Jaramillo, 1989: 11).
Según el censo de 1778, esta comunidad de ébano representaba el 7,8%
del total de la población y se hallaba concentrada más que todo en las
provincias de Antioquia, Chocó, Popayán y Cartagena (Tovar, 1994: 86-88).
En su búsqueda por la libertad, el negro esclavo había experimentado
a través de los casi tres siglos del coloniaje español distintas opciones,
tales como la manumisión1 por voluntad del amo, la autoliberación por
compra e incluso el mestizaje. También recurrió a fórmulas afanosas y
censurables como las fugas y la formación de palenques.
Lo cierto es que la posibilidad de romper las cadenas de la esclavitud fue
un anhelo prácticamente constante entre esta población de color. No en
vano aprovecharon cualquier oportunidad con tal de ver cristalizado ese
sueño.
Progresivamente, la manumisión negra fue adquiriendo un auge inusi-
tado. Para las postreras décadas del régimen colonial los amos habían
empezado a preferir la mano de obra asalariada, por cuanto la adquisición
y sostenimiento de los esclavos se había tornado supremamente gravosa.
Esto, junto con el incremento de las insubordinaciones, fueron realidades
que convencieron a varios propietarios a prescindir de sus servidores
negros, y un camino para ello era justamente a través de la liberación.
No obstante, si bien es cierto que se abrieron con el tiempo muchas más
opciones para acceder a una vida libre de ataduras, también debe reco-
nocerse que abundaron las complicaciones en torno a la consecución y
disfrute de dicho beneicio. El historiador Rafael Antonio Díaz Díaz, en su
libro sobre la esclavitud en la Santa Fe colonial, llamó a la manumisión
1 Conceptualmente, la manumisión consistía en un acto jurídico mediante el cual el amo renunciaba voluntariamente a su condición de propietario, al tiempo que el negro encontraba la senda abierta hacia su independencia (Klein, 1986: 139).
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“parodia de la libertad” (2001: 189). Este caliicativo no es fortuito si se
tienen en consideración todas las argucias dirigidas a impedir que los
negros gozaran de su legítimo derecho.
Es preciso recordar el apreciable valor que representaban los esclavos
para entender la reticencia de algunos sectores en reconocerles su inde-
pendencia. Tampoco hay que esforzarse demasiado para comprender el
denodado interés de algunos amos y familiares en seguir usufructuando
el servicio gratuito y permanente de estos hombres, lo que además les
permitía conservar el estatus social al asegurar el tutelaje y dominio sobre
ellos (Pita, 2003: 84-97).
El carácter sumiso, la posición de inferioridad social, los temores por po-
sibles represalias hacían que algunos negros ya manumisos declinaran
de exigir su justo derecho, situación que fue aprovechada por quienes
fraudulentamente empezaron a actuar e intimidar en calidad de amos
sometiéndolos a esclavitud, aún a sabiendas de su real condición.
Desgraciadamente para los esclavos, no todas las manumisiones eran de
aplicación inmediata. A pesar de las elocuentes expresiones de gratitud
y afecto de los amos, una buena cantidad de las liberaciones quedaban
supeditadas a ciertos compromisos que dilataban en el tiempo su ver-
dadero disfrute2. Esto relejaba en el propietario una posición ambigua,
mientras que para el esclavo era una incertidumbre que debía sobrellevar
con singular estoicismo. Se creó entonces una confusión, ya que aún des-
pués de haber conquistado legalmente el estatus de libre, se continuaba
viviendo bajo las presiones propias del sistema esclavista.
El breve panorama que se acaba de esbozar conlleva pensar que la liber-
tad personal se había convertido para los esclavos en un tema cada vez
más recurrente y crucial. Era tan apremiante el deseo de ser manumitido
que en varios momentos circuló entre ellos el rumor sobre la existencia
de una ley que decretaba la libertad general.
2 Si se analiza el caso particular de la ciudad de Girón, se descubre que dentro de las 67 cartas de manumisión gratuita allí registradas entre 1720 y 1819, el 23,8% traían exigencias. De ellas, once coninaban al esclavo a seguir atendiendo a su amo hasta el momento de su muerte (CDIHR-UIS. Archivo Notarial de Girón, t. 2-30).
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Los múltiples obstáculos que giraron en torno al reconocimiento de la
manumisión pudieron acrecentar en los esclavos la convicción de aferrar-
se a una supuesta declaratoria Real que pusiera in a las innumerables
penurias padecidas bajo el estado de subyugación3.
Por otro lado, la divulgación de noticias sobre liberaciones masivas pudo
eventualmente levantar sospechas y especulaciones en los esclavos al
creer que esos no eran casos aislados de desprendimiento de algunos
amos, sino que eran decisiones precedidas de leyes o dictámenes oi-
ciales que aún no habían sido difundidos suicientemente. Vale recordar
a la viuda Javiera Londoño, quien en 1767 declaró en la población de
Rionegro, provincia de Antioquia, la manumisión para sus 135 esclavos
con la condición de que ellos se comprometieran a celebrar anualmente
la iesta de Nuestra Señora de los Dolores, llamada posteriormente “la
iesta de los negritos” (Hernández, 1956: 39).
Como era apenas lógico, esos rumores de libertad generaron una pro-
funda desazón en los amos y una preocupación permanente entre las
autoridades. Para estos agónicos años de la etapa colonial, los propie-
tarios se sentían agobiados y amedrentados por una serie de factores
que de manera gradual venían resquebrajando las relaciones de poder
mantenidas con sus esclavos. El aumento de los conlictos, las rebeldías,
las fugas y el cimarronismo engendraron un ambiente de mayor tensión
en el interior de la institución esclavista.
En una carta despachada al gobierno virreinal el 21 de julio de 1775, don
Pablo Serrano, vecino de la villa del Socorro, puso de maniiesto cómo las
continuas amenazas, agresiones y huidas de los esclavos habían sido inluen-
ciadas por “[…] el susurro que el demonio les ha infundido de que son todos
libres por una real cédula que así lo declara y tienen oculta los blancos a fuerza
de dádivas y empeños para no quedarse del todo sin esclavos, y como esta
gente es tan crédula para este y otros abusos, son igualmente duros para
entrarles en razón” (AGN, Negros y Esclavos de Cundinamarca, t. 5, f. 979v).
3 Bastante recurrentes eran las quejas de los esclavos por los despiadados maltratos y excesos tanto en su desempeño laboral como en sus condiciones de vida. El Código Negro Español, expedido en 1789, signiicó un avance hacia la humanización y protección; sin embargo, los abusos no cesaron ni siquiera durante los gobiernos republicanos.
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Esos indicios sobre una supuesta declaratoria general de libertad se
intensiicaron aún más bajo coyunturas de acentuada agitación social
y política, es decir, con ocasión de la revuelta de los Comuneros y tres
décadas después con el inicio del periodo de Independencia.
Rumores de libertad durante la revuelta
comunera
En 1781 estalló un movimiento que aunque su principal pretensión fue el
mitigamiento de las cargas iscales y no la ruptura radical con el régimen
colonial, de todas maneras puso en vilo al aparato político español. Este
acontecimiento, que tuvo su génesis en las entrañas del área nororiental
de la Nueva Granada, fue la revuelta de los Comuneros.
Durante esta insurrección algunos esclavos abrigaron la esperanza de
conseguir la libertad, aunque las fuerzas políticas y militares españolas se
encargaron de frustrar rápidamente esa aspiración. Se sabe que el mismo
José Antonio Galán, cabeza visible de la revuelta, liberó a los negros de
la hacienda La Niña y de la mina de oro de Malpaso, cerca de Mariquita
(Arciniegas, 1939: 233), lo que se constituyó en un desafío al régimen de
dominación imperante.
Justo en el marco de ese movimiento, adquirió especial fuerza el mito
sobre la existencia de una cédula real que les concedía a los negros la
libertad y que supuestamente se había ocultado para someterlos a per-
petuidad, motivo que fue objeto de suma inquietud tanto para los amos
como para las propias autoridades, especialmente en zonas de amplia
presencia esclavista.
Javier Reyes, compañero de Galán, ocupó la hacienda San Juan de la
Vega de propiedad de Félix Ramírez de Arellano, ubicada en la hoya del
río Magdalena. Allí destruyó los cepos y soltó a los esclavos castigados,
todo esto bajo el pretexto de la vigencia de un mandato que les confería
la libertad (Aguilera, 1985: 139).
Rumores de libertad entre la población esclava
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En el desarrollo de esa misma revuelta, el capitán de guerra de Rionegro,
don Alonso Elías Jaramillo, prendió la alerta sobre una inminente suble-
vación maquinada con extremo sigilo por los esclavos de la jurisdicción
de la ciudad de Santa Fe de Antioquia, programada para el día de año
nuevo de 1782, con el propósito de hacer valer la libertad otorgada por
la supuesta ley. Si se les concedía tal merced, ellos se comprometían a
sufragar un tributo anual, tal como lo hacían los indios. Asimismo, mos-
traron su indeclinable disposición de seguir trabajando bajo el mando
de sus dueños, pero en condición de libres y con un salario diario de dos
tomines, e incluso se atrevieron a retar a las autoridades airmando que,
si no se hacía efectiva la supuesta norma, huirían y formarían palenques
(Aguilera, 1985: 139).
Ante las funestas consecuencias que podría acarrear el levantamiento
de más de 5.000 negros, se adelantaron juiciosas pesquisas que desem-
bocaron en la detención de algunos de los responsables, al tiempo que
se organizaron rondas nocturnas para precaver cualquier alteración del
orden. En total, fueron llamados a declarar 22 esclavos en un juicio que
se demoró más de seis meses. Los principales culpables resultaron ser
los negros de los curas Salvador de Lastra y Antonio de Lora. Al parecer,
la intención de los promotores del motín era incitar los ánimos más allá
de los límites de la provincia, ya que se dieron a la tarea de extender el
rumor en inmediaciones del camino real del Cauca.
Debido al estado deicitario de las arcas reales, se envió una circular a los
mineros dueños de cuadrillas, a los estancieros y a los demás amos para
que contribuyeran voluntariamente con los costos para la contención
de dichos esclavos. Urgía conseguir recursos para pagar el sueldo de 30
soldados y para la adquisición de plomo, pólvora, municiones y armas.
Poco éxito obtuvo esta convocatoria, ya que de una lista de 158 vecinos
solo 21 respondieron con aportes: doce de Santa Fe de Antioquia, seis de
Marinilla y tres de la villa de Medellín. En total, se recolectaron 200 pesos
y las cuotas más altas no sobrepasaron los 25 pesos.
Adicionalmente, los amos de toda la provincia recibieron sendas instruc-
ciones para mantener ocupados a sus negros, observando celosamente
sus movimientos e impidiendo cualquier salida sospechosa. Por orden
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expresa del gobernador de la ciudad, don Cayetano Buelta Lorenzana,
cuatro de los principales sindicados fueron sentenciados a cien azotes,
aplicados en plenas calles y plazas como señal de escarmiento, y luego
pasaron a ser requeridos en Santa Fe, en donde las instancias virreinales
tenían preparados mayores castigos proporcionales al delito de conspi-
ración (BNC, Manuscritos, L. 376, f. 1r-15v, 396r-397v; AHA, Comuneros,
t. 332, doc. 6323, f. 1r-247v)4.
Imbuido por el calor de la revuelta comunera, el acaudalado Lorenzo de
Agudelo, domiciliado en Santa Fe de Antioquia, proclamó en ese mismo
año la libertad para sus ochenta esclavos, que trabajaban en labores de
minería, pero paradójicamente al poco tiempo este desprendido amo fue
castigado y coninado a prisión en Portobelo (Briceño, 1977: 43).
Las contundentes represalias y castigos aplicados por el gobierno virreinal
para exterminar a los líderes comuneros lograron apaciguar momentá-
neamente los reclamos de libertad entre la población negra.
En 1798 volvieron a sentirse nuevos rumores por tierras antioqueñas. A oídos
de las autoridades de Medellín llegaron algunas voces que hacían referencia
a un levantamiento que tramaban para el día de año nuevo los esclavos de
esas comarcas, motivados por una supuesta orden superior que los declara-
ba libres y que según ellos había sido ocultada para someterlos a perpetua
servidumbre. Andaban a la expectativa de las sesiones del cabildo de la
villa porque pensaban que de allí saldría la esperanzadora noticia que tanto
anhelaban. Bautizaron tal movimiento con el nombre de “La Candonga”5, y
la meta era ambiciosa por cuanto querían erigir un pueblo aparte para go-
bernarse a sí mismos, con cura y jueces propios, sin la injerencia del hombre
blanco, que desde siempre los había subyugado. En sus planes, estos negros
de Medellín habían entablado contactos secretos con los de Rionegro.
El alcalde de la villa, don José Joaquín Gómez Londoño, informó de esta
problemática a don Víctor Salcedo, gobernador y comandante general
de la provincia de Santa Fe de Antioquia, y en vista de lo indefenso en
4 Buena parte de las declaraciones de los esclavos y de otras pruebas documentales de este dilatado proceso fueron ielmente transcritas y publicadas en: Documentos, 1982, pp. 441-588.
5 Este término aplica a personas astutas o que tienen maña para huir del trabajo (Enciclopedia, 1916: 97).
Rumores de libertad entre la población esclava
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que se hallaba el lugar, se sugirió implementar medidas urgentes, tales
como el alistamiento de las fuerzas de seguridad y el aprovisionamiento
de víveres, pertrechos y pólvora. También, a manera de precaución, se pro-
puso restringir la venta de hierro, acero y toda clase de armas punzantes a
personas “sospechosas” de baja esfera. Aun cuando para el poder virreinal
los rumores no tenían plena solidez, de todos modos se hizo un llamado
a los mandatarios civiles y militares de la región a estar en alerta, pues
el copioso número de esclavos allí residentes, su consabida corpulencia
física y malicia constituían un riesgo latente para la calma pública.
En atención a lo delicado de esta materia y en prevención a las funestas
consecuencias que podía desencadenar un alzamiento de tamañas pro-
porciones, Salcedo impartió instrucciones a su teniente de gobernador y
asesor general para que pasara inmediatamente a la villa a averiguar los
hechos con sumo sigilo. Al poco tiempo, volvió a reinar la normalidad y
cesaron las pesquisas, sin que resultara condenado ningún esclavo (AHA,
Comuneros, t. 332, doc. 6330, f. 1r-4v; AGN, Esclavos, t. 2, f. 1r-38v).
El eco de libertad ya se había sentido de nuevo en tierras del nororiente
neogranadino, epicentro del movimiento comunero. El historiador Ger-
mán Arciniegas transcribió algunos renglones de un documento que los
Comuneros de la villa del Socorro enviaron en 1781 a la Real Audiencia:
En la presente ocasión nos hallamos en la contención de los esclavos que
intentan levantarse diciendo que ellos no debían ser esclavos y que hay
cédula para ello, de modo que ya tenían, según hemos tenido noticia,
convocados a todos los esclavos de esta villa y continuaban a los de los
circunvecinos, y tenemos en prisión al seductor de esta maldad (1939: 233).
A principios de julio de ese año, fue dictada una real provisión en la cual
se le conió al líder comunero Juan Francisco Berbeo la misión de hacer
saber a los esclavos no ser cierta la dicha ley “que insinuaban relativa a
su libertad” (BNC, Manuscritos, L. 372, f. 417r).
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Especulaciones de libertad durante la Primera
República y la Reconquista
El fragor de las ideas liberales, que corrían por Europa gracias a la Re-
volución Francesa y a las prédicas de la Ilustración, alcanzó a sentirse
vigorosamente en suelo americano. La traducción y divulgación de los
Derechos del Hombre por parte del reconocido criollo don Antonio Na-
riño avivó aún más el debate. En un tono conservador y en cierto modo
despectivo, el bibliotecario don Manuel del Socorro Rodríguez comentó
en 1793 cómo estas ideas de libertad habían calado rápidamente, incluso
en los sectores bajos de la sociedad:
La gente más infeliz y popular ha aprendido ya el mismo lenguaje de esos
ilósofos libertinos, y casi no hay un hombre de la oscura plebe que deje de
ser estadista acerca de este asunto. Los actuales sucesos de la Francia han
dado un nuevo vigor a estos perniciosos raciocinios (Hernández, 1956: 41).
Con ocasión de la abdicación de Fernando VII, del impulso de los postu-
lados liberales y de los cambios políticos suscitados en España durante
los años iniciales del siglo XIX con los debates en las Cortes de Cádiz,
hubo voces que desde el Nuevo Continente empezaron a clamar por la
abolición de la esclavitud.
En las instrucciones que dio el cabildo del Socorro en 1809 a don Antonio
Narváez de la Torre, en calidad de elegido por la Nueva Granada como
diputado en la Junta Suprema de la metrópoli, se esgrimió con irmeza
ese aliento libertario al sugerirse que:
[…] se libren las providencias que se consideren oportunas, a in de que con-
ciliando el interés de los propietarios se proporcione la libertad de los muchos
esclavos que hay en todo el Virreinato, y estén estos en sociedad como las de-
más razas libres que habitan las Américas (BNC, Manuscritos, L. 184, f. 22v-23r).
Entre muchas otras propuestas abolicionistas, el destacado abogado y
militar don Antonio de Villavicencio diseñó un plan que contemplaba una
abolición “prudente y paulatina”, cuyo primer paso consistía en decretar
la ley de libertad de vientres (BNC, Manuscritos, L. 223, f. 1r-7v). Al inal,
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durante esta coyuntura de transición política no se adoptó ninguna de-
cisión deinitiva en relación con estas cuestiones.
En el periodo de la Primera República, con los americanos instalados en
el poder, se hizo más propicio el ambiente para ventilar las voces progre-
sistas que se alzaron a favor de la libertad de los esclavos. En Cartagena
se tomaron dos trascendentales iniciativas en su Constitución de 1812:
la prohibición de la importación de esclavos y la creación de un fondo de
manumisión (BNC, Quijano, 153(7): 115).
Antioquia fue el otro lugar en donde oicialmente se alcanzó a legislar en
aras de esa aspiración. El abogado y político José Félix de Restrepo redactó
un proyecto de ley de manumisión que presentó a consideración del pre-
sidente dictador Juan del Corral. La propuesta fue aprobada el 20 de abril
de 1814 y en ella se estipuló que los hijos de las esclavas nacerían libres
y los dueños tendrían la obligación de mantenerlos y proveerles educa-
ción, en compensación a lo cual aquellos deberían servir hasta cumplir
los dieciséis años. Se instaba además a todos los propietarios testadores
a manumitir a uno de cada diez siervos que estuvieren bajo su dominio
(Montoya, 1961: 285-288). Al inal, no se logró el consenso suiciente para
que la normativa antioqueña tuviera alcance en el resto de provincias de
la Confederación. La Constitución del Estado de Mariquita de 1815 tam-
bién se pronunció a favor de la causa libertaria (Constitución, 1815: 39).
En el marco de estas continuas transformaciones políticas y de la expe-
dición de tales disposiciones, las especulaciones respecto a la posible
declaración deinitiva de la libertad de los esclavos también se hicieron
más recurrentes. Algunos amos se dieron a la tarea de tomar precaucio-
nes en el momento de comercializar sus esclavos. Hacia 1815 en Girón, el
ciudadano Benito Mantilla Rey negoció su mulata pero no sin antes dejar
en claro una tajante condición:
[…] que por cuanto en la venta que el principal ha hecho de una esclava
nombrada Petronila se ha obligado a que, si en el término de veinte y cinco
años de hoy en adelante se declara la libertad de esclavos, es obligado el
vendedor a devolver la cantidad recibida de doscientos pesos y tomar la
citada esclava (CDIHR-UIS, Archivo Notarial de Girón, t. 29, f. 14r).
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Ese mismo año el gironés Fernando Rey hizo contrato de venta a Josef
Antonio González de una esclava quinceañera llamada Inés, pero tuvo la
previsión de dejar consignada la siguiente advertencia: “[…] a quien se
declara que si resultare libertad a los esclavos no será a cargo del vendedor
la pérdida” (CDIHR-UIS, Archivo Notarial de Girón, t. 29, f. 121v).
Para desconsuelo de la comunidad esclava, este paquete de normas
constitucionales promulgadas en Cartagena, Antioquia y Mariquita solo
rigió hasta 1816, cuando los españoles lograron restablecer su poderío. En
realidad, son muy escasas las informaciones documentales que permiten
comprobar la iel aplicación de estas reglas en el corto margen de tiempo
en que se conservaron vigentes.
Una vez posicionados deinitivamente los republicanos en el gobierno,
aloraron algunas reivindicaciones de libertad en Antioquia. En 1819, el
vicepresidente Francisco de Paula Santander había ratiicado las manumi-
siones conferidas durante el marco de la Primera República (Rodríguez y
Rodríguez, 1988: 146), pero lo que se observa en los reclamos presentados
es una gran confusión jurídica (AHA, Gobernación de Antioquia, Negros
y Esclavos, t. 4, f. 520r-523v; t. 8, f. 525r-532v).
Paralelamente a los avances normativos y constitucionales ya mencio-
nados, durante la Primera y Segunda Repúblicas fue posible observar
nuevas demostraciones de generosidad por parte de algunos amos a
través de liberaciones masivas. Aunque eran casos aislados, de todos
modos estaban cargados de un simbolismo con el cual se buscaba exaltar
el sentimiento patriótico.
El 6 de agosto de 1810, el mismo día en que Mompox proclamó su inde-
pendencia, el alcalde ordinario don Vicente Celedonio Gutiérrez de Piñeres
concedió la libertad a sus esclavos, gesto humanitario imitado por otros
vecinos de aquella villa (Salzedo, 1987: 100). Memorable fue también la
actitud asumida tres años después por la prestante dama doña María
Concepción Loperena, quien declaró la independencia de Valledupar,
fecha en la que también anunció la liberación de cientos de esclavos que
mantenía en sus haciendas (Meisel, 1994: 169). Antioquia mantuvo el
liderazgo en este tipo de liberaciones colectivas. El cura de Marinilla don
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Jorge Ramón de Posada manumitió en 1813 a sus 83 negros (Correa, 1909:
21), mientras que Francisco Ignacio Mejía, vecino de Rionegro, repartió
cartas de libertad a sus 23 esclavos, adjudicándoles un globo de tierra
para su subsistencia (El Eco, 1822: 46).
La ley de manumisión de 1821 incentivaría a otros ciudadanos a des-
prenderse de sus hombres de servicio tomando como referencia fechas
célebres, ya fuera en honor a los líderes republicanos o a los hitos funda-
cionales de la República. Los diarios de la época difundieron extensamente
estos actos masivos de liberación.
En el contexto de las guerras de independencia, el esclavo tampoco cejó
en su empeño por buscar la forma de ser libre o de adelantarse a las pro-
mesas lanzadas por sus señores o por las autoridades políticas y militares.
Es por ello que la libertad fue quizás lo que más lo alentó a involucrarse en
estas contiendas, haciéndolo cambiar fácilmente de bando según las cir-
cunstancias o adhiriéndose a quien más le ofreciere. Solo así se entienden
también las crecientes deserciones ocurridas en las ilas de los ejércitos,
práctica denunciada con profunda molestia por los comandantes tanto
del lado patriota como del lado realista.
Algunos negros aprovecharon la crisis de poder y el debilitamiento de
los mecanismos de control para buscar la libertad por medios no legales,
ya fuera mediante el abandono de sus labores, la huida, la rebelión o el
refugio en los montes. La relación con sus amos se tornó más inestable
a medida que se intensiicaban las batallas. No pocos propietarios y
administradores abandonaron sus haciendas y minas para internarse
subrepticiamente en las ciudades o enrolarse en los ejércitos, situación
que favoreció enormemente las pretensiones autónomas y contestatarias
de los esclavos (Arboleda, 2006: 17).
Sobre esto, bien vale traer a colación el caso de algunos de los negros de
las minas ubicadas en la selva húmeda del litoral Pacíico, quienes toma-
ron una actitud hostil ante las intenciones de reclutamiento por parte de
ambos bandos. Esta postura libertaria implicó en ciertas circunstancias el
manejo y laboreo de las minas a cargo de las propias cuadrillas y el libre
desplazamiento por ríos y bosques. Así actuaron algunos trabajadores mi-
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neros de la provincia de Micay, quienes entre 1811 y 1824 se mantuvieron
en libertad y permanecieron ajenos a cualquier intento de sometimiento
o persuasión (Almario, 2005: 330-331). Lo anterior conlleva pensar que
no pocos adquirieron su libertad de hecho, gracias a la confusión y al
desorden reinante en la época.
En el marco de la guerra, muchas ofertas de manumisión fueron fugaces,
algunas no se aplicaron efectivamente, mientras que otras terminaron
abruptamente revocadas al registrarse imprevistos cambios de mando en
el poder. Las continuas rebeliones de los negros y las súbitas declaratorias
emancipadoras contribuyeron en cierta manera a acrecentar en esos
individuos las intrigas y rumores de libertad, fundamentalmente en las
áreas de marcada presencia esclava. Estas ilusiones pudieron obedecer a
las ideas liberales y al ambiente en que se debatían las tesis abolicionistas.
Las distorsionadas interpretaciones o la falta de información sobre las
medidas adoptadas en materia de manumisión también pudieron abrir
campo a las especulaciones. Así fuera mala intención o inocencia por
parte de los esclavos, la verdad es que en el fondo se palpaba una cierta
desconianza de esa comunidad hacia los gobernantes que, en últimas,
eran representantes del grupo social blanco.
La reacción de las autoridades siguió siendo de carácter represivo, lo cual
revela la aprensión y la amenaza que se sentía ante la inminencia de un
alzamiento numeroso de esclavos. La guerra de castas experimentada
en Venezuela y la revolución de los esclavos en Haití eran antecedentes
externos que con frecuencia alarmaban a los amos y a las autoridades.
Se buscó a toda costa capturar a los artíices de estos movimientos y
castigarlos ejemplarmente.
Uno de los primeros rumores de libertad registrados durante estos años
de agitación política y militar ocurrió muy temprano en la provincia del
Chocó, cuando transcurría el año de 1809. A las autoridades se les avisó
que el negro Pedro Chispa, esclavo de la mina de San Cristóbal, estaba
sembrando entre su comunidad la noticia de que eran libres. Con estas
palabras se sintetizó la denuncia contra este cabecilla de la revuelta: “[…]
este malvado ha venido instruido de Popayán por algún quiteño faccio-
nario a poner en esta provincia el fuego de la sedición”.
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Se temía el alcance y propagación de esta inquietud a otras provincias,
dada la crecida presencia de esclavos y la cadena eslabonada de minas
y cuadrillas establecidas a lo largo de la costa sur de la gobernación de
Popayán, hasta Barbacoas y la costa ecuatoriana, viéndose amenazadas
las empresas y capitales de los principales vecinos de esa jurisdicción.
Los temores eran aún más justiicados en vista de los levantamientos
independentistas acaecidos recientemente en la ciudad de Quito.
Ante los hechos, el gobernador Juan de Aguirre ordenó como medida
precautoria la inmediata salida de los mineros propietarios por el pánico
y terror que sentían por esos días hacia sus esclavos. Mandó traer 40
fusiles con 500 cartuchos custodiados por cuatro soldados, y convocó a
un contingente de 100 hombres armados con la función de patrullar de
día y de noche.
Fue dictada la medida de detención preventiva contra los siguientes sos-
pechosos: el esclavo Francisco de la mina San José ubicada en la boca del
Río San Agustín, el esclavo Francisco de la mina de don Manuel Antonio
Buenaventura, el negro Ramón de propiedad de Crisólopo Piedrahíta,
el esclavo Martín de propiedad de Marcos Murillo y Juan Crisóstomo
de la mina de San Cristóbal. La orden era evitar que estos individuos se
mezclaran con las cuadrillas, con lo cual se impedía que prosperaran
las conversaciones sobre el deseo de libertad. Para ello, se recomendó
dejarlos en depósito en poder de sus propios amos, preferiblemente en
oicios domésticos, para estar a la mira de sus movimientos.
A Mariano Casaga, esclavo de la mina de San Cristóbal, y a Isidoro de
la mina de Azeite, se les mantuvo en prisión tras descubrirse que eran
compañeros allegados a Chispa. A este líder negro se le perseguía insis-
tentemente, aunque los últimos indicios señalaban que había huido por
la vía de Cartago.
Como medida adicional para preservar la quietud pública y ante cualquier
eventualidad, le pareció pertinente al mandatario provincial mantener
durante cuatro días una partida de dieciséis soldados con el pago de
3 reales diarios, cuatro soldados del destacamento de Citará y tres más
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del regimiento de Popayán. Se llegó incluso a solicitar al virrey la confor-
mación de una compañía de milicias. Los gastos ocasionados a la Real
Hacienda sumaban ya 84 pesos, distribuidos en el sostenimiento de pie
de fuerza y en el envío de armas desde Citará.
Para Aguirre resultaba clave estrechar la vigilancia sobre los esclavos, y
en un tono enfático alertó sobre la dañina inluencia que ejercían los ca-
pitanes negros sobre las cuadrillas y la “ciega obediencia” que le rendían
a ellos, ya que la estrategia de Chispa había sido precisamente ganarse
la conianza y adhesión de los capitanes de la zona. A criterio de este
gobernante, era altamente peligroso que un negro de “vil condición”
estuviera al mando de una partida considerable de esclavos sin tener la
capacidad de infundirles el debido respeto y los preceptos básicos del
sistema de dominación.
Por razones entendibles, Aguirre debió intervenir apresuradamente,
pero no estaba seguro de si su proceder había sido el acertado. Por eso,
decidió enviar este expediente hasta Santa Fe. Al revisar el caso, el iscal
de crimen Manuel Martínez Mancilla determinó que Chispa y Casaga de-
bían ser remitidos a una cárcel de Cartagena durante cuatro años con la
orden de no retornar jamás al Chocó. Al negro Isidoro debían aplicársele
50 azotes, compeliendo al amo a expulsarlo de la provincia o venderlo
fuera de ella. A los otros negros también se les conminó al destierro. De
este modo se creía que era factible recuperar la tranquilidad al alejar de
la provincia estos factores de perturbación.
En su concepto, el iscal de lo civil Diego Frías creyó relevante oír primero el
concepto del síndico procurador general para poder emitir una sentencia
equilibrada. El virrey estuvo de acuerdo con los fallos de ambos iscales.
El 5 de mayo de 1810 se ordenó enviar estas providencias al Chocó (AGN,
Negros y Esclavos de Cundinamarca, t. 2, f. 385r-393v). Del desenlace de
esta historia no se sabe nada, aunque es muy probable que continuaran
esas mismas actitudes levantiscas, dado que a los dos meses asomarían
en varios puntos de la Nueva Granada las primeras manifestaciones de
emancipación política protagonizadas por los criollos.
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Antioquia siguió siendo el territorio en donde más retumbaban los
rumores de libertad. El impulso experimentado en esta provincia en
torno a la manumisión lo atribuye el historiador Mario Diego Romero
al hecho de que allí fue evolucionando una estructura esclavista al lado
de pequeños empresarios que trabajaban en la vecindad de los Reales
de minas, dándose además posibilidades de movilidad social para un
número creciente de negros que alcanzaban su libertad por medio de la
auto-compra (2003: 64).
En el año de 1810 se respiraba mucha desconianza en esta área debido
a que en Cartagena y en otras localidades los esclavos estaban pidiendo
la libertad. Para las autoridades provinciales esto era un motivo suprema-
mente delicado, máxime cuando la cantidad de negros excedía los 18.000.
Al caos reinante se le sumaban los indios del pueblo de Sabaletas, que
por estos días andaban también revoltosos.
Ante este ambiente de tensión, el gobernador Francisco de Ayala dictó el
20 de julio6 de ese mismo año un bando en el que apremió a los cabildos
de la provincia a adoptar las precauciones pertinentes. Primero que todo,
mandó hacer un inventario de las armas de fuego disponibles, destinando
el pie de fuerza necesario bajo las orientaciones de los alcaldes pedaneos.
La segunda medida consistía en el alistamiento de pólvora, plomo y demás
pertrechos existentes, elementos que servirían de base para armar aunque
fuera una tercera o una cuarta parte de los escopeteros, mientras que los
demás serían equipados con lanzas. La idea era constituir dos compañías,
cada una con un centenar de efectivos, para lo cual había que emprender
un proceso de alistamiento que se haría con la selección de aquellos indivi-
duos de buena talla y disposición ubicados entre los 14 y los 45 años. Cada
compañía estaría integrada por un capitán, dos tenientes, dos sargentos,
tres tambores, ocho cabos primeros, ocho cabos segundos y 76 soldados.
Con estas fuerzas se aspiraba a neutralizar cualquier conato de insurrección
urdido por la comunidad negra (AHMM, Concejo, t. 76, f. 132r-133r).
6 Justo ese mismo día empezaban a vivirse en Santa Fe las revueltas que abrirían el camino para el primer periodo de independencia republicana.
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Varias leguas al sur de Antioquia, corrió en 1811 entre los esclavos de
la parroquia de Chaparral el rumor de que todos eran libres y que las
tierras donde laboraban eran de propiedad comunal. Se denunciaron
fugas colectivas, reuniones a escondidas en varias haciendas, resistencia
a trabajar e irrespeto continuo a las autoridades. Fue revelada además
la estrategia de los negros de acusar falsamente a sus dueños de sevicia
para con este arbitrio deambular como libres. Las amenazas iban desde
atumultuarse, hasta el extremo de incendiar la parroquia y acabar con
sus amos. Estos, entre tanto, se abstenían de corregirlos, temerosos de
una inminente retaliación.
El argumento central expuesto por los esclavos era similar al de los ne-
gros antioqueños: la aparente existencia de una ley dictada por la Junta
Suprema de España que había sido escondida premeditadamente. Según
Manuel José Gutiérrez Henríquez, alcalde del lugar, estas reclamaciones
pudieron tener su origen en la mala interpretación de un fallo que el
Tribunal de Justicia de Ibagué había emitido días atrás protegiéndolos y
amparándolos de algunos abusos.
Las autoridades locales se vieron precisadas a estudiar la mejor alternativa
para enfrentar estas intimidaciones, mientras que los vecinos sumaban
voluntades para efectuar rondas por las noches. Tras examinarse en Santa
Fe los testimonios, el iscal de la Sala de Justicia consideró este asunto de
la mayor gravedad y no descartó que en esto anduvieren involucrados
los enemigos del actual sistema de gobierno, que como artimaña política
hacían creer a los esclavos ser libres para que se rebelaran en contra del
establecimiento.
Por lo pronto, el iscal pidió al alcalde hacerles entender a los levantiscos
que el naciente gobierno republicano no había prescrito ninguna directriz
en tal sentido, instándolos a permanecer en sumisión so pena de severos
castigos. El expediente se trasladó después al juez de primera instancia
para que procediera contra los implicados conforme a la justicia ordinaria
y con presencia del síndico protector de esclavos (AGN, Esclavos, t. 2, f.
287r-290v).
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En 1812 sucedió en tierras antioqueñas otro episodio que hace pensar que
las ideas de igualdad e independencia política preconizadas por los líderes
del primer experimento republicano pudieron de algún modo atizar el
sentimiento libertario entre los esclavos, incitándolos a exigir derechos
negados desde mucho tiempo atrás. Los hechos ocurrieron cuando un
esclavo se acercó ante el Tribunal Superior de Justicia de Medellín para
reclamar su libertad. No se trataba de ningún incumplimiento por parte
del amo a una promesa hecha en tal sentido ni a un desconocimiento de
manumisión por compra; simplemente se exigía la declaración inmedia-
ta e incondicional de tal beneicio. La inusual petición bien pudo pasar
desapercibida si no fuera porque fue imitada en días siguientes por otros
individuos de la misma condición étnica.
José Antonio Gómez, Presidente del Estado de Antioquia, fue enterado de
estos requerimientos a los que no dudó en tipiicar de graves y por “fuera
de los casos comunes”. Sin poder ocultar su desconcierto, pensó que lo
más conveniente en ese instante era nombrar una comisión especial, a
la que delegó todas las facultades necesarias para que se encargara de
examinar la situación y de recomendar las acciones por seguir. Este órgano
estaba conformado por altos funcionarios y hombres de certiicada tra-
yectoria pública: el prefecto del Senado y vicepresidente del Estado don
José Miguel de Restrepo, el ministro del Tribunal de Justicia don Manuel
José Bernal y don José Manuel Restrepo7, en calidad de consejero.
De esto se informó al Consejo Electoral y se apremió a los cabildos y jus-
ticias mayores para que adoptaran máximos dispositivos de seguridad
y evitaran que tal tipo de pretensiones derivara en desbordes sociales,
[…] a in de que estén en la mira para impedir que ninguno contraríe las
paternales intenciones del Gobierno, ni los esclavos causen alborotos ni
excesos que serán mirados y castigados en tal caso como un verdadero
motín y levantamiento, y pásese orden al Comandante General de Armas
para que inmediatamente proceda de acuerdo con el Mayor General a
poner listos, armados y municionados quinientos hombres escogidos con
sus respectivos oiciales, que deberán formar un cuerpo volante pronto a
7 Este político e historiador fue gobernador de Antioquia y más tarde Secretario del Interior durante la Segunda República.
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marchar a donde lo exijan las circunstancias peligrosas en que se halla la
Patria, que no desconociendo los derechos del último de los ciudadanos,
desea y quiere conciliarlos con la paz y al interés general del Estado (Zuleta,
1915: 35-36).
Infortunadamente, no existen pistas reveladoras sobre el epílogo de esta
historia, pero cabe subrayar ciertas similitudes en relación con la actitud
ofensiva asumida por las autoridades durante los levantamientos acae-
cidos en esas mismas latitudes en 1781 y en 1810. Quedaba en evidencia
en todos estos casos el temor de los amos y de los gobernantes ante una
virulenta e incontenible movilización en masa de la comunidad negra en
procura de viejas reivindicaciones.
Para el año de 1814 de nuevo se avivaron en estas comarcas los rumores
de libertad, esta vez a raíz de la ley sobre manumisión de esclavos. En la
ciudad de Santa Fe de Antioquia se denunció en septiembre de ese año
al mulato Cornelio Sarrazola, perteneciente a Manuel Herrón, por andar
pregonando entre otros esclavos el murmullo de que eran libres tanto
ellos como sus hijos. Hablaban incluso de lo imperioso que era hacer esta
exigencia ante las autoridades, aunque fuesen obligados a responder por
la pensión de sostenimiento impuesta a los amos.
De inmediato, el alcalde de segunda nominación de la ciudad se dio a la
tarea de investigar el asunto, para evitar trastornar la tranquilidad pública
por estos rumores “sospechosos y criminales”. Fue llamado a declarar el
esclavo Victorino Garro y todos aquellos que habían aportado un real a
Cornelio para que este formalizase la petición ante el presidente de la
provincia y con amenaza de que, si no se atendían sus demandas, recu-
rrirían a las armas y al uso de la violencia. Se les dejó muy en claro que
solo tenían derecho a disfrutar de la libertad aquellos nacidos después
de la expedición de la ley.
Para el iscal Pedro Josef de Garro, esto no era más que una conjura de
unos “alucinados” que habían interpretado de manera siniestra la ley de
libertad de vientres y que ahora pretendían la manumisión por la vía de
la fuerza. El motor principal de este movimiento fue conminado a delatar
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a sus cómplices y consejeros, y se pidió no dejar impunes a estos altera-
dores de la paz ciudadana.
El procurador Cayetano Buelta Lorenzana consideró el concepto del iscal
“lleno de futilidades” y le pidió a este funcionario no referirse a Cornelio
como criminal por no habérsele comprobado aún delito alguno. En algu-
nos apartes de su defensa, Buelta Lorenzana resaltó el hecho de que las
inquietudes de los esclavos eran producto de las conversaciones propias
de un ambiente en el que era habitual discutir el tema de la manumisión:
Varios esclavos, reconociendo su dignidad de hombres, sin embargo de
su embrutecimiento y su desgracia: habiendo llegado a su noticia que cir-
culaban tantos papeles públicos que declaman contra la esclavitud, y que
han penetrado hasta los últimos rincones de la provincia y últimamente
impuestos de la ley promulgada sobre la libertad de su posteridad, de esa ley
dictada en honor del género humano, se reunieron varios esclavos e hicieron
su junta. ¿Para qué la hicieron? Para tratar de representar humildemente
al Exmo. Señor Presidente para ver si conseguían el que se les declarase la
gracia de que fuesen libres (AHA, Criminal, B84, L. 1810-1814, doc. 14, f. 8v).
El procurador recordó que los esclavos no tenían armas en su poder, ya
que estas se habían mandado a recoger y que solo contaban con sus
instrumentos de trabajo, además de no estar comprobado que fueran
a actuar con violencia. Lo justo, según él, era dejar libre a Cornelio y de-
clararlo inocente.
Pero por ser un asunto de gobierno y de trascendencia para la seguridad
pública, se pasó el expediente para revisión del presidente del Estado de
Antioquia, a efectos de que implementara los correctivos más oportunos.
En su pronunciamiento del 17 de noviembre, este mandatario ordenó
entregar el líder negro a su amo para que este velara por su conducta
y evitara cualquier mitin sospechoso con otros de su clase, so pena de
severos castigos. Creyó importante asimismo recalcarles a los esclavos
el verdadero alcance de la ley de 1814, en consecuencia a lo cual debían
rendir a sus dueños total obediencia y sumisión. Finalmente, impartió
instrucciones al subpresidente para que estuviera atento al desarrollo
de los acontecimientos. Herrón, el amo, debió responder con cuatro
castellanos y once tomines por los costos del proceso.
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En las extensas sabanas de la costa Caribe, los negros esclavos vivían de
una manera más dispersa y descontrolada en las denominadas "rochelas",
con unos altos índices de cimarronismo (Herrera, 2002: 203-248). En marzo
de 1816, pocos meses después de haber reconquistado Pablo Morillo el
puerto de Cartagena, el gobernador Gabriel de Torres y Velasco se dio
a la tarea de imponer el antiguo orden colonial y restaurar la seguridad
en los campos y poblados de esta provincia. Dentro de ese propósito
impartió instrucciones al alcalde de la localidad de Ternera para que
controlara la situación en la hacienda de Matute, en donde los esclavos
“[…] se niegan a obedecer a su señora suponiendo falsamente ser libres
indudablemente seducidos por los de dicha clase que viven entre ellos,
quienes por sus vicios no quieren sujetarse a población reglada como
está mandado” (Bell, 1991: 92).
Como caso inal para ilustrar mejor este tema sobre los rumores de liber-
tad, bien vale traer a colación la experiencia vivida en las minas de San Juan
en inmediaciones de Barbacoas, provincia del Cauca, en donde se pudo
rastrear un historial de sublevaciones protagonizadas por trabajadores de
estas explotaciones auríferas. Gracias al completo recuento dejado por el
amo don Gerónimo de Torres, se puede observar que allí las inquietudes
de los esclavos de ser libres se prolongaron prácticamente desde 1811
hasta 1820, siendo un motivo de inestabilidad y zozobra constante.
En un extenso escrito dirigido al gobernador de la provincia, Torres relató
cómo a su llegada en el año de 1810 encontró extraídas las herramientas,
aniquilados los plantíos, destruidas las labores y repartidos los terrenos.
Antes que reprenderlos, optó mejor por tratarlos con suavidad y pater-
nalismo. Les suministró nuevos instrumentos de trabajo, les curaba las
enfermedades, les proporcionaba víveres suicientes, los castigaba mo-
deradamente e incluso era permisivo con algunas diversiones. De nada
le sirvió este manejo indulgente y bondadoso, porque seguían con el
mismo carácter insolente.
Toda esta rebeldía se le atribuía a la “fábula alarmante e insidiosa” de que
había venido a América una reina negra trayendo la libertad para todos
los esclavos, hecho que según la versión de ellos se escondió premedi-
tadamente por los amos y los gobernantes de turno. Los negros habían
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celebrado juntas nocturnas y programaron acciones para sacudirse del
yugo, y a principios de enero de 1811 le notiicaron a su dueño que no
contara con ellos ni con las minas, porque estas eran ahora de propiedad
comunal.
A esta insurrección se sumaron los esclavos del Real de minas de Taparal.
Para contenerlos, Torres propuso como única solución obstruir el camino
y cortarles la introducción de víveres a todos los pueblos de ese distrito.
Como medida complementaria, le hizo saber al gobernador español
Miguel Tacón la necesidad de apostar un par de soldados para mantener
custodiada esa entrada.
Por su parte, para el asesor Joaquín Rodríguez lo más aconsejable era
persuadir a los negros, recordándoles que jamás se había expedido una
ley de libertad y que todos debían permanecer bajo el dominio de sus
señores. Asimismo, había que procurar que los comerciantes que frecuen-
taban esa mina comunicaran a los esclavos esta providencia, con lo cual
se evitaría el cerramiento del camino acostumbrado, medida que podía
repercutir negativamente en la economía local (ACC, Independencia, Civil
III, 2 Gobierno, sign. 6.597, f. 1r-2v).
Tacón hizo un nuevo esfuerzo por desengañarlos de las ideas quiméricas
de libertad, pero los esclavos se resistieron a estas intimidaciones. Por el
contrario, buscaron por todos los medios robustecer su voz de protesta
uniéndose a otras cuadrillas costeras y gobernándose a sí mismos, a tal
punto que durante la asonada no mandaron ni una onza de oro a su amo.
Aun después de recobrar el poder los realistas en 1816, los negros persis-
tían en sus alborotos, a pesar de los reiterados llamados del gobernador
José Solís para que tomasen conciencia de la necesidad de regresar a la
vida en sumisión. Para 1819 la calma ya estaba casi restablecida, excepto
algunos brotes de inconformismo. Torres, en un nuevo afán por com-
placerlos, les brindó la oportunidad de buscar nuevo amo al que así lo
quisiera. Pero esta tranquilidad era solo pasajera por cuanto en 1820 las
fugas, las asonadas y las amenazas volvieron a reactivarse. Andaban como
libres e incluso se habían atrevido a organizar un baile en la propia casa
de Torres sin su consentimiento, insultándolo en sus cantos.
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Las pérdidas materiales para este empresario eran más que evidentes.
En 1820 había invertido 700 pesos y apenas recuperó 400, además de las
abultadas deudas por las que tenía que responder. Desesperado por este
cúmulo de desórdenes, tramitó ante el gobierno el envío de una partida
de 15 a 20 hombres armados para escarmentar a los insubordinados, pero
teniendo particular cuidado en identiicar y desterrar a las cabezas visibles
y a sus familias, ya que las simples reconvenciones de los últimos tres
gobiernos no habían surtido el debido efecto (ACC, Independencia, Civil
III-2 Gobierno, sign. 6.596, f. 1r-2r). Todos estos antecedentes permiten
explicar por qué Torres se opuso radicalmente a la ley de manumisión
de 1821.
Del rumor a la frustración de una libertad
aplazada, 1819-1824
Aunque se apoyara irmemente el proyecto de independencia política, se
evidenció bastante diicultad para crear entre los propietarios la concien-
cia suiciente a efectos de otorgarles a los negros los mismos derechos
básicos ejercidos por el resto de la población.
Aun cuando las instituciones republicanas surgidas de las guerras de inde-
pendencia quisieran imponer por decreto la igualdad social, en realidad
todavía subyacía una acentuada heterogeneidad social y étnica que venía
operando desde más de dos siglos de dominio colonial. Existía entonces
un desfase no resuelto entre las intenciones por implantar un nuevo orden
y las costumbres y mentalidades que aún primaban (Almario, 2005: 323).
Después de tantas promesas, el ascenso deinitivo del gobierno repu-
blicano en 1819 abriría el paso a algunas normas que empezaron a ijar
ciertas concesiones y oportunidades hacia una vida libre. Las vacilaciones
e indeiniciones detectadas en las leyes de manumisión promulgadas
durante estos años de independencia política darían lugar a nuevas su-
blevaciones esclavistas, esta vez no tanto sobre bases ilusorias, sino más
bien por efecto de malas interpretaciones o expectativas infundadas.
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Pese a las sugerencias planteadas por el Presidente Simón Bolívar, la ley
del 11 de enero de 1820 (Correo del Orinoco, 1998: 205-206) pospuso
cualquier decisión deinitiva en torno a la manumisión, aunque allanó el
camino para la más grande convocatoria militar de esclavos en la Nueva
Granada a través de la cual los conscriptos recibirían a cambio la gracia de
la libertad al cumplir dos años de servicio en las armas (AGN, Secretaría
de Guerra y Marina, t. 325, f. 331r). Sobre este llamamiento no dejaron
de sobrevenir ciertas tergiversaciones respecto a los verdaderos alcances
de dicha medida.
El gobernador y comandante militar del Cauca don José Concha rindió un
informe sobre la algarada generada por la mala interpretación de la orden
de enrolamiento. Pronto llegaron noticias de una sublevación de negros
en Cali después de conocer el distorsionado bando que los persuadía a
todos a reclutarse a cambio de ser manumitidos. Sobre esto, Bolívar les
aclaró a las autoridades provinciales que se habían equivocado en con-
fundir la libertad con la leva de los esclavos para el servicio, es decir, su
mandamiento estaba orientado a lograr la incorporación de los negros
más hábiles, pero debía entenderse muy bien que era exclusivamente
hasta completar la meta de los 2.000 esclavos solicitados (Cartas, 1988: 87).
El vicepresidente Santander debió apaciguar también los ánimos en el
Chocó, en donde impartió instrucciones a sus gobernantes para que se
aseguraran de que solamente los aptos para el servicio militar quedaran
redimidos de la esclavitud y el resto debían permanecer en poder de sus
amos (AGN, Miscelánea, t. 201, f. 118v-121r). Todavía al año siguiente, el
mismo Santander se declaraba perplejo y sin saber qué decisión asumir
frente al hecho de que diariamente se presentaban ante él esclavos an-
siosos por abandonar el servicio de sus amos y tomar el de las armas para
poder ser libres (Cortázar, 1956: 355).
Luego de una acalorada discusión y bajo la inobjetable orientación del ya
mencionado político antioqueño don José Félix de Restrepo, el 21 de julio
de 1821 el Congreso de Cúcuta aprobó una ley en donde se postergó una
vez más la declaratoria absoluta y universal de la libertad de los esclavos,
aunque se ijaron algunos avances dirigidos hacia un proceso gradual a
través de dos mecanismos especíicos: la libertad de partos y la confor-
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mación de las juntas de manumisión (AGN, Gobierno Civil, t. 38, f. 514r).
Al poco tiempo de ser publicada, desde distintos puntos de la República
empezó a brotar una serie de cuestionamientos que ponían de presente
las falencias e inconsistencias de esta normativa. El debate en Bogotá y a
nivel provincial se amplió a través de los periódicos de la época: la Gaceta
de Colombia, el Correo de la ciudad de Bogotá, La Indicación, La Miscelánea
y El Constitucional, entre otros. Las reacciones más conservadoras y los
más elaborados proyectos de reforma provinieron de representantes de
la élite caucana y cartagenera, característicos empresarios esclavistas.
Estas críticas coincidían casi siempre en tres tesis cardinales que engloba-
ban el trasfondo jurídico, económico y moral del proceso de manumisión:
el atentado contra la legítima propiedad, la afectación de la economía y
la amenaza ante la desmesurada conducta de los recién liberados. Este
acervo de propuestas, que al inal no fueron acogidas, puso de relieve la
incertidumbre desatada por estas reglas de manumisión.
Lo cierto es que la gradualidad planteada por esta ley de 1821 intensiicó
las rebeliones de los esclavos y trajo en esta comunidad mucho más
desasosiego, especialmente entre aquellos que aún quedaban bajo estado
de subyugación y que ansiaban disfrutar de una vida libre.
A in de cuentas, para la población esclava la participación en estas luchas
resultó estéril, pese a los periódicos ofrecimientos de manumisiones
individuales o colectivas. Solo algunos con suerte y otros vinculados al
campo de batalla pudieron acceder a tal beneicio, pero al inal la mayoría
de ellos continuaría en estado de sujeción.
A manera de relexión
Sin lugar a dudas, en los rumores de libertad desempeñó un papel pre-
ponderante la transmisión de experiencias a través de los lazos genera-
cionales, lo que constituye una prueba de resistencia de un sentimiento
comunicado por medio de la historia oral, ya que la mayoría de los es-
clavos eran iletrados; un anhelo percibido durante la revuelta Comunera
y que tres décadas después fue revivido por esclavos mayores o por sus
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descendientes, que avizoraron en el marco de las guerras de indepen-
dencia el espacio propicio para renovar sus expectativas de libertad. La
provincia de Antioquia fue el mejor ejemplo de esa dinámica histórica.
Esos reclamos no solo eran el relejo de un deseo natural de ser libres,
sino que también respondían a la intención desesperada de zafarse de
las desdichas propias de la vida esclavista.
En este tema de la libertad de los negros queda una vez más en evidencia
la intensa politización de la sociedad neogranadina desde inales de la
era colonial hasta el inicio del gobierno republicano, a través de distintos
escenarios: desde las asambleas y los periódicos, hasta los improvisados
y furtivos cabildos negros. Ese debate político logró penetrar no solo las
esferas altas y cultas de la sociedad, sino también los sectores bajos. Obvia-
mente, la falta de información y la diicultad para entender la complejidad
de los procesos políticos en marcha pudieron desembocar muchas veces
en falsas creencias o especulaciones. En otras coyunturas, los rumores
también sirvieron como arma política desestabilizadora.
Otro factor imposible de desconocer fueron los continuos cambios de
gobierno y la inestabilidad jurídica presentada particularmente durante la
época de Independencia. Desde luego, esto generaba una insospechada
incertidumbre entre la población negra. Aun después de las imprevisibles
transformaciones políticas, el clamor de libertad seguía siendo el mismo
en vista de que no se vislumbraban soluciones rápidas y efectivas a las
expectativas reinantes.
A in de cuentas, las manifestaciones de protesta de los esclavos se
quedaron en el plano provincial y nunca llegó a consolidarse un gran
movimiento que hubiera podido convertirse en una verdadera amenaza
para las autoridades establecidas. La falta de recursos y las limitaciones
de maniobra por su condición de subyugados les impidió tener éxito en
ese propósito. No obstante, tal como se vio en el caso de Antioquia en
el año de 1782, debe reconocerse que se dieron algunos intentos para
articular un movimiento por lo menos a escala regional en el occidente
neogranadino.
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La respuesta oicial frente a estas reclamaciones fue la vía represiva, así
estuvieran gobernando los españoles o los republicanos. La razón por
la cual se desechó la vía de la negociación fue no solo porque estaba
en juego el valor de los esclavos rebelados y su incuestionable aporte a
la economía, sino también porque prevalecía la amenaza de saqueos y
otros atentados contra el capital de los amos. Sin duda, tuvo mucho que
ver aquí la condición y el estatus de los implicados, y el tipo de relacio-
nes de dominación y represión en que estaban inmersos. Simplemente,
las autoridades no estaban dispuestas a permitir que el orden público
terminara aún más trastocado y por eso se temió a cualquier alzamiento
de los negros o a potenciales alianzas que podían fraguarse con otros
grupos sociales o étnicos. Las medidas aplicadas no siempre fueron tan
oportunas; todo dependió del contexto geográico, las circunstancias
políticas y los recursos estatales disponibles para encarar la situación.
Una vez culminadas las guerras de independencia, muchas de las espe-
ranzas de los esclavos resultaron frustradas ya que aun con el sacriicio
de algunos de ellos, habrían de pasar tres décadas para abrazar el goce
de la libertad deinitiva.
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Participación de la plebe santafereña 1en los albores de la Independencia*
2Robert Ojeda Pérez**
Recepción: 20 de agosto • Aprobación: 27 de septiembre
Resumen
Por medio de este artículo se quieren mostrar las distintas formas de
participación que tuvo la plebe en Santafé frente a los abusos de poder
del sistema colonial. La historiografía ha ubicado como punto de partida
del proceso de independencia un hecho histórico como fue el ocurrido
el 20 de julio de 1810, y además ha señalado la participación de la élite
criolla como único agente en dicho proceso. Con este escrito se invita a
relexionar sobre otros sujetos, quienes también agenciaron el proceso
de independencia y desde muchos años atrás. Se exponen una serie de
estudios de caso, que hacen parte de una investigación empírica más
compleja, para sustentar dicha relexión sobre la participación de la plebe
santafereña en los albores de la Independencia.
Palabras clave: Plebe, Independencia, Santafé, delitos, juicios criminales,
20 de julio de 1810, colonia, historiografía, Colombia, sectores subalternos,
historia social, historia cultural, historia política
* Una versión preliminar y ajustada a tiempos de conferencia fue presentada en el Congreso Inde-pendencias, Quito 27 a 31 de julio de 2009. Esta es una investigación que se está realizando en la Universidad de La Salle con el grupo Cultura y Sociedad de la Facultad de Filosofía y Humanidades, categoría A1.
2 Historiador de la Universidad Javeriana, Magíster en Historia de la Universidad de los Andes. Profesor de tiempo completo en la Universidad de La Salle. Coordinador Área de Historia. Correo electrónico: rojeda@unisalle.edu.co
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 169-194
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Involvement of Santafe’s
Rabble at the dawn of Independence
Abstract
This article intends to demonstrate the several ways of involvement that
Santafé’s rabble had against the power excessess of the colonial system.
Historiography has placed as starting point of the independence process
a historical fact like the one ocurred on July 20th 1810. It has also pointed
out the involvement of the criollos elite as sole agent in that process.
This article invites to relect on other subjects, who were also agents in
the process of independence and from many years back. A series of case
studies is exposed. These are part of a more complex empiric research,
to support this relection on the involvement of Santafe’s rabble at the
dawn of Independency.
Keywords: rabble, Independence, Santafé, crimes, criminal trials, July
20th 1810, colony, historiography, Colombia, subordinate sectors, social
sectors, cultural history, political history
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Participation de la plèbe de Santa Fe
a l’aube de L’Indépendance
Résumé
Par le biais de cet article, on veut montrer les diférents types de partici-
pation que la plèbe a eus à Santa Fé, face aux abus de pouvoir du système
colonial. L’historiographie a situé comme point de départ du processus
d’indépendance un fait historique comme celui qui a eu lieu le 20 Juillet
1810 et, de plus, a signalé la participation de l’élite créole comme seul
agent du dit processus. Ce texte invite à réléchir sur d’autres sujets, qui ont
aussi agi dans le processus d’indépendance et ceci bien des années avant.
Une série d’études de cas qui font partie d’une recherche empirique plus
complexe sont exposés, pour soutenir cette rélexion sur la participation
de la plèbe de Santa Fé à l’aube de l’Indépendance.
Mots-clés: Plèbe, indépendance, Santa Fe, délits, jugements criminels,
20 juillet 1810, colonie, historiographie, Colombie, secteurs subalternes,
histoire sociale, histoire culturelle, histoire politique
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Introducción
La plaza mayor de la ciudad de Santafé fue el escenario para que en la
mañana del 20 de julio de 1810 estallara la revuelta más grande que jamás
se hubiera convocado y que jamás hubieran presenciado los funcionarios
españoles en su contra. Unos criollos notables se habían confabulado
para retomar sus cargos y mantener el poder local solicitando cabildo
abierto, apoyados por la plebe que se encontraba reunida por ser día de
mercado. Estos gritaban furiosamente insultos contra sus gobernantes.
La historiografía colombiana ha privilegiado algunos relatos sobre estos
acontecimientos como es la obra de José Manuel Restrepo (1974), que
contiene una versión bastante acomodada frente a la participación de
las familias criollas, pues no profundiza en la participación del pueblo y
privilegia a las élites debido a las condiciones de la época en la que fue
escrita. La obra de José Manuel Groot (1869) presenta las mismas carac-
terísticas. Teniendo en cuenta los avances historiográicos actuales, se
deben dejar de criticar los vacíos de estas obras decimonónicas frente a
la participación de la plebe; no se les puede pedir las mismas condiciones
teóricas, metodológicas y de perspectiva empírica de hoy a trabajos que
respondían a las necesidades de su momento y a las formas de pensar
de su contexto. Debemos superar ese lugar común de crítica y empezar
a evaluar las nuevas producciones y los nuevos enfoques desde nuestro
contexto y nuestros intereses, pero no trasladar estos a trabajos que no se
habían pensado desde estas perspectivas. Tampoco debemos quedarnos
con los textos que se publicaron a comienzos y mediados del siglo XX,
pues también adolecen de marcos conceptuales como se desarrollan
hoy. En in, cada escrito pertenece a un momento histórico y es hijo de
su contexto.
Es así que se contempla como marco conceptual para este artículo la
cultura popular (Chartier, 1994: 43-62), en la que se privilegia el análisis y
la interpretación del tejido social a plenitud, acogiendo la participación
del pueblo. Margarita Garrido señala para el periodo de independencia
que frente a la “apariencia de unidad social yacían expectativas diferen-
tes, una desconianza mutua y un gran miedo. La armonía inicial entre la
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élite y el pueblo pronto se vería afectada: las diferencias en el trasfondo
cultural –creencias, nociones, experiencias y expectativas– de los grupos
producirían su disensión” (Garrido, 1991: 88)1. ¿Cuáles eran los intereses
de la gente del común para gritar cabildo abierto? ¿Quería el pueblo
acompañar el proyecto político de los criollos? ¿Fueron manipulados y
utilizados como masa indómita?
Estos son algunos interrogantes que podrán servir como referentes para
desarrollar el contenido de la presente propuesta, centrada en saber cuál
era el ambiente cultural del pueblo santafereño con el que se tuvo que
enfrentar la primera República. Pero para empezar a descifrar el tejido
social se debe tener claridad conceptual sobre dos términos empleados
en el estudio. Por pueblo se entiende “el conjunto de gente que habita
el lugar” (Diccionario de Autoridades, 1737: 422,2), en este caso la capital
del Virreinato. Y por plebe se hace referencia a “la gente común y baja del
pueblo” (Diccionario de Autoridades, 1737: 297,1).
La población de Santafé de Bogotá del Nuevo Reino de Granada, entre los
años 1778 a 18062, pasó de 16.002 habitantes a 21.464. Esta ciudad vivió
un ambiente de irritabilidad e intolerancia frente al orden establecido
y frente al cambio de las reglas del pacto colonial (Phelam, 1980: 368;
Fontana, 1985: 16). Para poder analizar este ambiente y la participación
de la plebe en el mismo, nos hemos servido de un estudio sobre los de-
litos cometidos en la ciudad virreinal en la segunda mitad del siglo XVIII
(Ojeda Pérez, 1801)3.
A partir de este estudio se puede identiicar que los delitos cometidos por
el pueblo santafereño no se han podido señalar, hasta el momento, como
una canalización de proyecto político. Es decir, los juicios criminales no
relejaban para las autoridades unas manifestaciones de descontento y
una amenaza al establecimiento del poder colonial. No se ha visto el delito
1 Este artículo también es utilizado como marco de referencia conceptual para nuestro análisis.
2 Censo 1778 A.G.N. Milicias y marina (tomo 137 folio 901) - censo 1779 A.G.N. Colecciones E.O.R., caja 12. Censo B. Las Nieves, 1780 A.G.N. Milicias y marina (tomo 141 folios 151-162). Censo 1793 Bibl. Nal. Pineda 1036 Pz 44. Censo 1806 A.G.N. “Caciques e Indios” (tomo 56 folios 316-354).
3 En la parte B del capítulo III se puede encontrar una estadística de los delitos cometidos en Santafé en el periodo de 1750 a 1810, un total de 412 levantados hasta el momento.
Participación de la plebe santafereña
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como una estrategia o táctica del conjunto de la plebe para contrarrestar
las prácticas “de mal gobierno” de algunos funcionarios.
Es posible que los funcionarios atendieran los delitos cometidos por el
pueblo en su mayoría como una respuesta a la agresión inmediata de otro
particular. Es decir, en los pocos casos en que las autoridades vieron ame-
nazado su proyecto colonial, bajo la determinación de la muchedumbre
en atacar o manifestarse estratégicamente frente a algunas irregularidades
o abusos de poder, el gobierno tomó cartas en el asunto. Pero nunca se
vieron como costumbres en común de la plebe.
Este tema lo abordaremos desde la óptica de la alteridad. Para dar cuenta
de las diferencias existentes en la cotidianidad colonial, sigo a partir de
Todorov tres ejes en los que se sitúa la problemática del otro. El primero,
es un juicio de valor en el plano axiológico: “el otro es bueno o es malo”,
la aristocracia vs. la plebe4, es mi igual o es inferior a mí. En segundo lugar
está la acción de acercamiento o alejamiento en relación con el otro, un
plano praxeológico: adopto los valores del otro, me identiico con él o
asimilo al otro a mí, le impongo mi propia imagen. En tercer lugar, cono-
cer o ignorar la identidad del otro; este es un plano epistémico: cercanía
o marginalidad a partir de los grados de conocimiento, los ilustrados
(Todorov, 1987: 195 y ss.).
Este marco referencial nos servirá de análisis no sólo para ubicar las causas
del descontento de la plebe santafereña, sino la participación y cultura
política del pueblo como cuerpo presente que vivía una cotidianidad
frente al otro y frente a sí mismo. Se busca develar la forma en la que la
plebe se vio inmiscuida dentro del proceso de independencia y muchas
veces utilizada por los otros bajo unos intereses particulares, debido a las
formas de manifestación del pueblo ante el poder5.
Para aquellos que quieren buscar relaciones causa-efecto, varias fueron
las causas de los delitos. La más reiterada y con más motivos fue la so-
4 Ver el trabajo de Alberto Flores Galindo (1984).
5 Estudios más recientes que ayudan a dar un marco de referencia sobre el comportamiento de la plebe frente al orden y las reglas en el periodo colonial son los trabajos de Cooper, Stoler, F. y Stoler, A.L. (1989). Tensions of empire: Colonial control and visions of rule. American Ethnologist, 16, 4: 609-621.
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cioeconómica, debido a la situación iscal que se vivió en ese tiempo,
por causa de las reformas borbónicas y las adecuaciones tributarias que
estipularon los funcionarios de turno. La segunda causa fue el impulso
sexual, que se evidencia con el alto índice demográico y el mestizaje
estudiado profundamente en la historiografía6. Sin embargo, buscar re-
laciones causa-efecto es cerrar la interpretación de una cultura política
en los estamentos más bajos analizados desde la cotidianidad. Por eso
presentaré una serie de casos que nos servirán como espectro para develar
un ambiente de protesta en los albores de la independencia.
Cuando se instauró una petición al señor Fiscal Don Antonio Moreno en
1777 para crear la sala del crimen en la ciudad, se argumentó:
V.M. ha de considerar a que estado de inidelidad ha llegado esta repúbli-
ca, pues cuando con dolorosa experiencia estamos viendo que los cinco
ministros destinados que constituyen la audiencia no son capaces a dar
expediente a la confusa multitud de causas civiles como criminales que
ocurren en todo el reino, las que han tenido mayor aumento desde el
establecimiento del virreynato y aumento de rentas reales, con la abun-
dancia de Europeos y recursos de rentas reales, juntas y demás negocios
convenientes al gobierno7.
Se puede también destacar que otra posible causa del aumento de los
crímenes fueron los mecanismos de orden impuestos por cada uno de
los alcaldes de barrio, que haciendo uso de un seguimiento demasiado
estricto de las normas, encarcelaron y enjuiciaron a la gente que cometía
los mismos actos que anteriormente no eran penalizados. Pero, a partir
del estudio de los delitos, ¿se puede rastrear la participación de la plebe
en los albores de la Independencia? ¿Los delitos cometidos por la plebe
pueden considerarse manifestaciones en contra del orden establecido
por los peninsulares? Este tipo de interrogantes nos van a servir para
identiicar algunas de las acciones de la plebe como una clara expresión
6 Julián Vargas Lesmes. La sociedad de Santafé colonial. Guiomar Dueñas Aya, María Imelda Ramírez, Ana Luz Rodríguez González.
7 Archivo General de la Nación – Colombia. En adelante (A.G.N.) Sección Colonia. Fondo Juicios cri-minales. T 12, carpeta 05 ff 769 -770.
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política de reacción a muchos factores que iremos señalando. Aquí se
podrá rastrear de forma empírica “la otra rebelión”8.
En el Manual de Práctica Criminal de España9 se encuentra un capítulo
referente a las injusticias cometidas o abusos de poder realizados por los
corregidores y demás personas que practicaban la justicia en América,
lo cual nos puede abrir el panorama sobre la conciencia social y política
de los peninsulares modernizadores frente a los desmanes de algunos
funcionarios, al igual que las repercusiones que esto pudo ocasionar en
el orden colonial.
La metrópoli sabía que existían algunos “corregidores, gobernadores y
alcaldes mayores que tratando sólo de enriquecerse [con su condición
y posición política] no de otro modo que si este fuera el único objeto de
su ministerio, cometen cuantos atentados y excesos que conducen a fa-
vorecer su voraz codicia” (Gutiérrez, 1805: 37), la cual algunos individuos
soportaban, pero para otros, como lo veremos más adelante, era otra
causa para reaccionar y manifestarse en su contra.
Para contrarrestar este tipo de prácticas y evidenciar la igualdad frente
a la justicia, las instancias altas de las cortes españolas contemplaron la
redacción de una norma penal conducente a no permitir este tipo de
acciones en la América española; pese a esta contención del malestar
popular por parte de la Corona, los funcionarios encargados de describir
y redactar las condiciones en cada una de las provincias señalaban que
las autoridades y alcaldes
8 Una obra que no se queda en marcos teóricos relexivos o en historias pasadas decimonónicas, sino que por medio de archivo muestra la participación de la plebe en los albores y años posteriores a la independencia y que sirve como modelo para las investigaciones en Colombia, es la de Eric Van Young: La otra rebelión. La lucha por la independencia de México, 1810 – 1821. Fondo de Cultura Económica. 2006. México D.F. Los nuevos trabajos para Colombia ya están dejando a un lado la dicotomía entre realismo y republicanismo a la hora de abordar el proceso de independencia. Me reiero a Jairo Gu-tiérrez Ramos, Oscar Almario García, Steiner Seather, Alonso Valencia Llano, Alfonso Múnera, entre otros, que vienen trabajando estos temas juiciosamente desde tiempo atrás y no llegan por modas bicentenarias a un objeto de estudio.
9 Marcos Josef Gutiérrez (1805). En la portada se estipula lo siguiente. Obra tal vez útil a los jueces, abogados, escribanos, notarios, procuradores, agentes de negocios y a toda clase de personas. Este manual era consultado en los colegios mayores de Santafé, donde se impartía la cátedra de jurispru-dencia y derecho canónico.
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[...] nada o muy poco cumplen de lo que se mandó, porque hasta las
instrucciones que se les daban, dicen que se han perdido no los hay en
el cabildo, pero se hallaran en el gobierno, como los bastones con que se
distinguían, y gasta cada cual de los nombrados el que le parece y acomoda;
pues aunque no hay cosa que no esté mandada, como no hay cuidado y
constancia en cuidar los que lo han de cumplir; breve, se abandona todo
y se olvida, y es causa de la relajación10.
Las autoridades españolas también fueron notiicadas de algunas de
las reacciones del pueblo y describían los mecanismos que utilizaba la
plebe en caso de que no se administrara justicia equilibrada y sobre todo
abusos de poder por parte de los alcaldes, oidores, jueces y ronderos. Así,
las autoridades españolas señalaban:
[...] harto dolor y sentimiento nuestro lo hemos visto muchas veces y por otra
hay sujetos poderosos y malvados en los pueblos que sentidos y dominados
de un vehemente espíritu de venganza, por haber administrado justicia sin
tener con ellos ninguna criminal condescendencia, suelen reunirse aún por
medio de pactos privados y escritos para perseguir encarnizadamente a los
jueces íntegros y despojarlos de sus empleos (Gutiérrez, 1805: 37).
Algunas acciones que pudimos localizar en la ciudad de Santafé se pre-
sentan a continuación.
Protesta frente a los funcionarios del gobierno
En el año de 1750 el señor alcalde sufrió de atropellos, malas palabras y
golpes recibidos en su casa “poco después de la una y lloviendo actual-
mente”. Mencionó que inconsultos (Diccionario de Autoridades, 1737:
244,2)11 con estolidez y violencia le insultaron y acometieron los señores
don Carlos Andrade y don Antonio Panúa, mercader de esta ciudad, llevan-
do en su compañía un negro y sobre sus hombros un talego de doblones.
Al entrar en su casa el alcalde preguntó “con modiicados términos lisi-
tos” [sic] el motivo de su atropello “a tan incompetente ora y con notable
10 Francisco Silvestre. Apuntes reservados, p. 722.
11 Inconsulto. Acción que se hace sin consulta.
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insistencia”12. Inmediatamente pensó que habían ido “a algún negocio
grave de justicia o de otra naturaleza”. Estando en la antesala de la casa
del señor alcalde, los insinuados Panúa y Andrade,
[...] sin atender a sus políticos estilos, se despecharon con inexplicable arre-
vatamiento, en movimientos, golpes en las puertas, grozerías disonantes,
voces blasfemias, contra el sacro santo nombre de Dios, y Jesucristo, no
contentos con los encarnecimientos, e insultantes palabras con que tra-
taban la persona de su merced, [reiriendose al señor virrey] mezclando la
altitud y grandeza de el excelentísimo señor Virrey con voces vilipendiosas
de su gobierno y cabeza13.
Esta airmación seguramente la hizo para reairmar y darle más peso a
la denuncia.
Al entablar la demanda sobre los hechos ocurridos, se consignó en el auto
cabeza de proceso que se levantaba orden de captura a unos señores que
van haciendo justicia por su propia cuenta y amedrentando a los funcio-
narios nuevos para mantener el poder local. Lo que se puede inferir de
este proceso es que los señores Panúa y Andrade tenían unas prácticas
que no estaban dispuestos a dejar ni a ceder el espacio político ganado,
a punta de ejercer el miedo en la sociedad y en la autoridad.
Después de generar todo ese alboroto dentro de la casa del alcalde
Mendibure14, con el in de amedrentarlo y señalar cómo le iría de aquí en
adelante si se metía con ellos, le botaron el costal que llevaba el negro
que los acompañaba, diciéndole:
ai tiene el alcalde viejo, diez y seis mil pesos, paguese de la demanda y mire
si se debe más, aunque sean cincuenta o cien mil pesos, que aquí se los trae-
mos para que otro dia no llame con alguaciles a los hombres de caliicada
12 A.G.N. Sección Colonia, Juicios criminales. T. 9, carpeta 02 ff 228 – 239.
13 Ibíd. Ff 230.
14 A.G.N. Sección Mapas y planos. Mapoteca 2, plano 1274 “Alcaldes de Bogotá 1538 – 1933”. Este alcalde gobernó en el año de 1751. Ver también: Caballero, J.M. (1989). Particularidades de Santafé,
p. 30. Alcaldía Mayor de Bogotá.
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distinción como nosotros, por la porquería de veinte pesos, ni diga a putas
mulatas, como esta, [reiriéndose a su esposa] que tenemos millones15.
La causa de este delito y práctica que se frecuentó en la ciudad por parte
de algunos tratantes y comerciantes fue la recaudación de impuestos y la
imposición de otros nuevos por veinte doblones. Al realizar la indagato-
ria, las autoridades evidenciaron que en el pasado el señor Panúa había
ejecutado “actos desvergonzantes y blasfemias” con varios funcionarios
del gobierno para amedrentarlos.
“- El primero que desvergonzadamente tuvo con Don Antonio Florez, en
hora de ronda, que hacía como alcalde ordinario de esta ciudad el año
pasado… por cuia inobediencia y resentimiento, le puso precio y cerrojado
con un par de grillos”, también mencionaron que por reconocer y pagar
ianzas de manera exagerada “sobre las millaradas que volca, salió libre sin
otra pena ni castigo alguno”.
- Segundo otra vozeria y alteración de repetidas alteraciones, que públi-
camente en la calle real, y de dia tuvo con el señor don Francisco González
Manrique, inmediatamente después de haver sesado en los empleos que
obtuvo de Gobernador y Capitán general, de este Reino, y Presidente de
esta real Audiencia y chancillería.
- Tercero: el público ultrajamiento que este año proxime pasado hizo al
doctor Juan Antonio Ramirez siendo alcalde ordinario de esta ciudad, y sin
nada de estos tres casos referidos para la solida justiicación de la pública
moralidad y delinquamiento con que voluntariosa y desinteresadamente
habla el expresado don Antonio Panúa desta ciudad, sin distinguir de
empleos, dignidades, monasterios, ocupaciones, personas o clases. Aban-
donando con escándalo el santo temor de Dios de su conciencia y respeto
de las justicias acostumbrandose a vurlarla16.
15 A.G.N. Sección Colonia, Juicios criminales. T. 9 carpeta 02 ff 232. Existieron otros casos que evidencian los alcances del poder local y el ocultamiento de las pruebas, por ejemplo, el del robo a la casa de un presbítero. A.G.N. Sección Colonia, Juicios criminales. T. 02 ff 613 – 658. Otro caso en donde se oculta evidencia por parte de los gendarmes y funcionarios del gobierno es el investigado por la muerte de una persona en la plaza mayor sin dejar testigos. A.G.N. Sección Colonia, Juicios criminales. T. 4 ff 706 – 748.
16 A.G.N. Sección Colonia, Juicios criminales. T. 9, carpeta 02 ff 237 – 239.
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Se puede apreciar que en la ciudad existieron personas que se enfrentaban
a la justicia, a las autoridades y al clero, despreciando su poder, con el in
de mantener su propio espacio, por medio de la violencia social17. Fue
así que generaron, a través de unas prácticas de enfrentamiento directo
y amedrentación, la inconformidad del pueblo frente a la legitimidad de
la política colonial.
Otro caso fue el sucedido el 21 de julio de 1759, cuando el señor Casal llegó
a la casa del corregidor “como a las doce y media”. Describe la víctima que
[...] hallandome en el sosiego de mi casa oi unas descompasadas y alteradas
voces que me obligaron a salir de lo ulterior de ella al zaguan […] pre-
guntandole lo que le ocacionaba aquel extraño movimiento, la respuesta
fue, levantar el manatil que llebava en las manos descargandome sobre el
hombro, y brazo dos o tres golpes, prorrumpiendo las ofensivas palabras
de tratarme de pícaro, cabrón, ruin, de vaja esfera18.
La causa de esta acción fue que el mismo día por la tarde el corregidor le
había aplicado un correctivo a la mujer de Casal al estar dando limosna
a la plebe y vagabundos de la ciudad: le pegó en la mano con el manatil
para prohibirle dicha acción que había sido vedada en las reformas. Aquí
se evidencia el plano axiológico de Todorov frente “al otro” como bueno
o malo. Y también el praxeológico al igualarlo a mí, es decir, la manera
como eran tratadas las personas del común con el mismo lenguaje.
Al revisar la pena y el inal del juicio se halló que el señor Casal incurrió
en abuso a la autoridad, ultrajes de palabra y obra, con otros agravios;
acciones que lo llevaron a la cárcel. Pero nunca se trató el caso del abuso
de autoridad del funcionario, pese a que se llevaron testigos y se denunció.
Para evitar estos malos entendidos, la gente del común actuaba bajo su
propia ley y justicia sin esperar que las acciones en contra del pueblo que-
17 Concepto utilizado por Wiliam Taylor (1987: 198-213), a partir del análisis del sociólogo George Simmel, quien destaca que la violencia social ocurre cuando las inestables estructuras de acomodamiento entre los que gobiernan y los súbditos pierden su viabilidad. Seguido a esto sugiere cuatro categorías de condiciones cambiantes: 1) cuando declina la legitimidad del grupo dominante; 2) cuando declina la vitalidad de los grupos dirigentes; 3) cuando los grupos subordinados recuperan el poder; 4) cuando los grupos subordinados ponen en actividad un poder latente.
18 A.G.N. Sección Colonia. Fondo Juicios criminales. T 10 ff 321- 328.
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daran impunes. Es el caso del maestro de sastrería Joseph López, a quien
en el año de 1782 el procurador de los de número de la Real Audiencia
hace acusación criminal por injurias y calumnias,
[...] porque en desprecio a la justicia y poco temor de Dios en el dia de ayer
entre 10 y 11 de la mañana llegó el maestro de sastrería y vecino de la
ciudad hacia a mi con un tono de altaneria preguntándome: ¿qué motivo
tenía yo para entorpecer su causa?19.
Posteriormente,
[...] levantando la voz e increpandome mas siguió tratandome de picaro
y el amago de darme, por cuio motivo me quite el sombrero y gorro y me
hinque de rodillas para que lo veriicase y lo que saqué de este humilde
hecho fue que me dijese: levanta picaro, lo que puntualmente obedecí y
viendome en pie continuo injuriandome pronunciando en altas pero inte-
ligibles voces que yo era un perraso, ladrón público, repitiendo esto hasta
por tres veces […] y no contento con esto continuó tras de mi de oicio en
oicio provocandome […] Suplico a V.A. se sirva mandar que en el dia de
hoy sea puesto en prisión que así es justicia […] y así escarmentandole su
voracidad y sirva este de ejemplo a otros20.
Existieron otros que no sólo se hacían escuchar en la calle o en la plaza
pública, sino que actuaban llevados por el odio, la rabia y el rencor repri-
midos por el control policivo. Uno de estos casos sucedió el 25 de junio
de 1770 en una corrida de toros realizada en la ciudad. El receptor de la
Real Audiencia se querelló contra un ex convicto llamado Florez por
[...] la herida que me cauzó en la cabeza y golpe que me dio en el ombro
del brazo derecho…y en satisfacción del agravio y afrenta que recibí de
los garrotazos que me dio Florez en lugar tan público y en presencia de
tanta gente, pues no solamente me injurió, sino también me afrentó man-
teniéndose en el puesto después que me dio los palos, diciendome me
fuese a San Juan de Dios ha curar con otras palabras que prorrumpio con
demasiada petulancia21.
19 A.G.N. Sección Colonia. Fondo Juicios criminales. T. 6 ff 681.
20 A.G.N. Sección Colonia. Fondo Juicios criminales. T. 6 ff 681.
21 A.G.N. Sección Colonia. Fondo Juicios criminales. T. 75, carpeta 04 ff 779 -788.
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Florez tumbó de su caballo al receptor de la Real Audiencia, que cruzaba
por el puente de San Francisco, en donde se encontraba escondido y
tapado con un antifaz, pero con tan mala suerte que en la medida que
golpeaba al funcionario, se le destapó la identidad y fue a parar otra vez
a la cárcel, porque nueve testigos declararon en su contra.
Resistencia pasiva
Por otro lado, también se pueden apreciar otro tipo de prácticas que
demuestran la inconformidad del pueblo y las distintas formas de ma-
nifestación. En las horas de la noche, cuando la ciudad estaba en calma,
algunas personas de la plebe pegaban papeles denigrativos y agraviantes
en los lugares públicos, como la pila de la plaza Mayor, las esquinas de la
calle del comercio, los chorros y fuentes públicas, para comunicar alguna
inconformidad o denuncia que se tenía en contra de algunas personas,
las cuales casi siempre fueron las que ostentaban el poder colonial y los
funcionarios del gobierno.
Estos papeles también se utilizaron para esconder a la persona o mani-
festantes que dirigían acciones en contra del gobierno. Es el caso de un
vecino que no estaba conforme con las nuevas disposiciones y trataba de
convocar al pueblo a luchar en contra de ello, pero sin tener o registrar
una participación activa sobre un brote de rebeldía de la plebe. Cuando
retiraron a los criollos de los cargos públicos, menciona Margarita Garrido
que fueron ellos “los que primero aglutinaron al pueblo alrededor de un
blanco señalado como tirano, como el enemigo”. Más adelante señala
que las diferencias sociales entre los criollos y la plebe desaparecieron,
debido a que “frente a las autoridades españolas o la posibilidad de una
invasión francesa, la élite criolla y el pueblo convergieron sin problema
como sujetos colonizados en rebelión” (Garrido, 1991: 93).
Frente a este tipo de prácticas, la ley contemplaba que
[...] aunque los enemigos de los jueces intentan a veces desacreditarlos por
medio de libelos o memoriales falsos sin irma, o con alguna supuesta, por
lo regular de persona no conocida, han de mirarse con absoluto desprecio
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tales escritos y por consiguiente no ha de dárseles curso alguno en obser-
vancia de lo prevenido en nuestras leyes22.
Fueron varios los episodios en los que en las calles de Santafé se pusieron
pasquines o circularon libelos difamatorios. Uno de ellos fue notiicado
por las altas cortes de España por medio de la cédula real de 14 de mayo
de 1772, dirigida desde Aranjuez para el virrey en Santafé exclusivamente,
en donde le informaba de la elaboración de una estampa satírica contra
el gobierno y contra la iglesia; después de esto lo previene de que esa
estampa ya estaba circulando en Santafé, por lo cual le da la orden real
de buscarlas y quemarlas todas23.
En otro momento también hubo revuelo en la ciudad por cuenta de
unos pasquines. El ambiente se ponía cada vez más tenso, debido a que
los criollos ya empezaban a plantear, en sus tertulias y en las reuniones
clandestinas de las trastiendas, formas para recuperar el poder local.
Además, en diciembre de 1793 ya circulaba la traducción e impresión
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Estos rumores llegaron a
oídos del virrey, quien ordenó que algunos abogados y funcionarios se
iniltraran en dichos encuentros.
De acuerdo con sus informes, la idea había nacido en el Colegio del Rosario y
era profusamente conocida por los americanos, entre quienes hasta las mu-
jeres y los niños esperaban la realización como el día más feliz. Se planteaba
dar muerte a todos los que no quisieran seguir al gobierno republicano
y algunos quisieron convencerlos de que ni siquiera era pecado venial24.
Al amanecer del 19 de agosto de 1794 aparecieron unos pasquines pegados
en los lugares acostumbrados de la ciudad. En uno de estos papeles sedi-
ciosos se hacía burla a los oidores por sus apodos, y en otro, más audaz, se
hablaba de la grave situación iscal y de sus consecuencias políticas: “si no
22 Archivo histórico Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. A.H.C.M.R. Ley 6, título 4, libro 2, de la recopilación y Real cédula de 18 de julio de 1766.
23 A.G.N. Sección Archivo anexo. Fondo Historia. Tomo 3 ff 50. Después del 20 de julio de 1810 don José Miguel Pey, quien fuera el alcalde de Santafé, decretó que todos los papeles que habían sido coniscados y prohibidos se publicaran mencionando que: “es preciso que los pueblos del reyno dotados de almas igualmente grandes conozcan sus derechos y que todo el mundo haga justicia a la capital”. A.G.N. Sección Colecciones. Fondo Enrique Ortega Ricaurte, caja 70, carpeta 255 ff 501.
24 Archivo General de Indias. A.G.I. Estado 55 (56-gob) en: Margarita Garrido (1993: 85). También de la misma autora: (1999: 37). Antonio Nariño. Editorial Panamericana.
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quitan los estancos / si no cesa la opresión / se perderá lo robado / tendrá
in la usurpación”25.
Los criollos actuaron rápidamente para planear un asalto y tomarse el
poder en Santafé junto con la plebe. Los santafereños vivieron un clima
de agitación y mayor control, de pesquisas, indagatorias y escrutinios26.
Por medio de estas acciones, los funcionarios se enteraron de la conspi-
ración en su contra, que iba a ser ejecutada en tres meses o en tres años,
y reportaron el plan así:
Luego que el señor virrey actual se fuese y su sucesor llegase a esta ciudad
premeditaban dar el asalto una noche de este modo: prender fuego a una
casa en el extremo de la ciudad y echarse sobre las armas del cuartel y luego
dar muerte a todos los que fueren al fuego y a los que no quisieren seguir
al gobierno Republicano (Hernández de Alba, 1980: 75-80).
Para el año de 1797 otro plan de rebelión se quiso realizar en tres etapas:
debido a que se iban a enviar tropas a Quito para reforzar la seguridad y
apaciguar los ánimos; en el pueblo de la Mesa, lugar obligado para pasar,
los iban a atacar con el in de quitarles las armas. El canónigo Rosillo, junto
con el alcalde Luis Caicedo, armarían tropas desde el Socorro. Antonio
Nariño y el oidor de Quito Baltasar Miñano darían un golpe hacia el mes
de septiembre, apoyados por las milicias apostadas en los llanos de Ca-
sanare para marchar hacia Santafé27.
El miedo se apoderó de los funcionarios locales y de la mayoría de los
españoles. Las medidas tomadas fueron supremamente fuertes y signi-
icaron una agresión para los criollos y la plebe santafereña. A manos del
virrey Mendinueta llegó un proyecto de defensa militar de la ciudad para
contener el tumulto, en el cual se aprecia el acantonamiento de
200 hombres, 30 de caballería, 50 en cada boca calle, 9 artilleros, 3 pedre-
ros y un cuerpo de reserva que se quedará en la plaza con 2 cañones para
25 Este caso se analiza de manera detallada en Margarita Garrido (1993: 85).
26 Ver la carta que le envía Camilo Torres a su padre, en la que se develan los hechos y el ambiente que percibieron los criollos en esos meses. Álvarez Bonilla, E. Los tres Torres, pp. 146-147.
27 Ortiz, Sergio Elías. Génesis de la revolución del 20 de julio, p. 36. También Margarita Garrido (1993: 103).
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avanzar con el mayor orden: como en tales casos suelen de las ventanas y
tejados disparar y tirar piedras, tras el cuerpo de tropas irán 10 hombres en
dos ilas por las aceras, con sólo el objeto de hacer fuego al que se asome
por ventana o tejado28.
Ni las autoridades ni los criollos contemplaron el poder de la plebe, pues
siempre menospreciaron las acciones individuales que sumadas agluti-
naban el malestar y la inconformidad. No se dieron cuenta de que en el
interior de Santafé se venía fraguando una explosión social de violencia
y desconcierto que alimentaba la atmósfera revolucionaria.
Resistencia frente al clero
Continuando con el tema de los pasquines, el día 3 de abril de 1807 un
parroquiano llamado Hermenegildo tenía que irmar un vale de quinientos
pesos por servicios que la iglesia le había prestado. Inconforme por la for-
ma de cobrar y por las amenazas de la pérdida de los bienes materiales si
no cumplía con sus obligaciones, al respaldo del vale escribió las injusticias
a las que habían sido sometidos los habitantes más pobres de la ciudad.
El canónigo Rodríguez, quien denunció esta acción, mencionó además
que este papel tenía el “siniestro y depravado in de mi difamación,
mengua a mi honradez, puntualidad y buen nombre”29. Señaló que al
parroquiano pobre
[...] se le tenía únicamente mandado pusiera el competente recibo de la
presignada cantidad, y no un folleto tan pobre de verdad y de fundamento
jurídico, como tan ricamente embutido de falsedades, injurias y calumnias
atroces contra mi eclesiástica persona y circunstancias, el qual, con todos
sus aspectos viene a ser un libelo infamatorio, baxo el especioso y solapado
pretexto de recibo…30.
28 Proyecto de defensa militar de Bogotá 1797. Biblioteca Nacional Fondo Pineda, Manuscritos Vol. IV. Publicado en Boletín de Historia y Antigüedades. Año II, No. 16, diciembre de 1903, pp. 230-232.
29 A.G.N. Sección Colonia. Juicios criminales. Tomo 96, carpeta 02 ff 388.
30 Juicios criminales. Tomo 96, carpeta 02 ff 388r.
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Hermenegildo, el parroquiano, escribió al respaldo del recibo toda una
serie de inconformidades o asuntos que no le podía decir en la cara al
canónigo. Ejemplos como estos permiten inferir que la insatisfacción del
pueblo no era solamente con los funcionarios del gobierno, sino con las
autoridades eclesiásticas, ya que estos últimos, en su mayoría, al verse
respaldados por un fuero divino, cometían todo tipo de atropellos frente
al pueblo.
El caso que se señala a continuación es la marginación y la negación de
los oicios eclesiásticos a una agrupación que pedía que a uno de los
miembros del común en Santafé se le diera sepultura en la capilla de la
Santa Vera Cruz y se le vistiera con los hábitos eclesiásticos.
El fraile Vicente Olarte recibió superior orden en la que se le notiicaba por
medio del cura de la parroquia de las Nieves “que le prevenía no diese el
habito de la religión para amortajar el cadáver de el guarda Agustin Olivera
por haber muerto este en términos que era necesario hacer averiguación
si se le debería privar o no de sepultura eclesiástica”31.
En las declaraciones que dio el respectivo guardián después de abrir el
proceso judicial en su contra se señaló que “habían llegado un grupo de
gentes que le pedían diera sepultura eclesiástica al muerto”, como no
sabía de dónde lo habían sacado ni en qué condiciones había muerto,
el sacerdote procedió a “rasgarle las vestiduras al cadáver cubierto con
el hábito de los monjes de la recoleta de San Diego”, lo cual señala el
mismo cura “era un deshonor según lo mandado por no tener sepultura
eclesiástica lo debian sepultar en algún campo”32.
La muchedumbre se le abalanzó para protestar por las acciones come-
tidas y el clérigo se defendió con la misma daga que utilizó para rasgar
las vestiduras. La plebe enardecida se agolpó frente al atrio de la iglesia
para reclamar por los atropellos, lo cual hizo que interviniera la justicia
ordinaria. Al realizar el proceso y tomar los testimonios de la gleba, en el
tribunal de justicia concluyeron que
31 A.G.N. Sección Colonia. Fondo Juicios criminales. Tomo 5 ff 707.
32 Fondo Juicios criminales. Tomo 5 ff 709.
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el teniente cura de la parroquia de Las Nieves se excedió en dar aviso u
orden […] y se le advierta al nominado cura quan responsable ha sido
este, su procedimiento, que ha traído consecuencias poco favorables a la
quietud y tranquilidad de los vasallos33.
La justiicación que presentó el clérigo como causa de sus acciones agu-
dizó más el malestar de la plebe, pues mencionó que el cuerpo “era un
cadáver hinchado y monstruoso que olía a fétido por eso no era digno
de usar una tela tan ina y tan sagrada como un habito”. Después de es-
cuchar el testimonio del cura, el tribunal “le mando al sacerdote de las
Nieves que en adelante se abstenga de semejantes excesos por no tener
facultad para ello”34.
La plebe reaccionó en varias ocasiones en contra de las acciones de los
clérigos, que también para ellos cometían abusos en contra de los más
desposeídos, como fue el caso de un clérigo apedreado por la turba, sin
poder identiicar entre tantos a un agresor para levantar cargos. Al no
encontrar al agresor, en muchos de los casos en los que intervenía la
plebe, las autoridades se limitaban a tomar el testimonio en el hospital o
lugar en el que fue ajusticiado.
El registro de una de esas agresiones fue levantado por el alcalde del barrio
La Catedral en 1804, quien le tomó testimonio al paciente don Francisco
José Moreno, clérigo de menores órdenes, a quien le tiraron una pedrada
la noche ocho del corriente, “al bajar de la toma del agua del barrio Egipto”.
Al preguntarle por alguno de los causantes de este hecho, señaló que un
"fulano serra le dio noticia que quien pudo haber sido fue un mulato que
existe en el colegio de San Bartolomé”35 [Sic].
Esta y las otras evidencias demuestran el poco aprecio y respeto que la
plebe tenía hacia sus superiores o hacia las personas que encarnaban los
poderes y símbolos del gobierno colonial en proceso de modernización.
En el mejor de los momentos, a altas horas de la noche o en los lugares
más apartados y solitarios de la ciudad, no desaprovechaban la oportuni-
33 Fondo Juicios criminales. Tomo 5 ff 718.
34 Fondo Juicios criminales. Tomo 5 ff 722.
35 A.G.N. Fondo Juicios criminales. Tomo 8, carpeta 02 ff 295.
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dad de señalar su inconformidad y molestia por medio de las agresiones
físicas, debido a que ellos en su cotidianidad soportaban vejámenes y
abusos de algunos clérigos y funcionarios.
Es el caso sucedido en 1807 con el capellán de la recoleta de San Diego,
quien al defender los linderos de la sementera fue atacado por la muche-
dumbre que se vio afectada porque les impidió el paso que era cotidiano
para entrar y salir de la ciudad. El padre Fray Santiago fue apaleado por la
plebe hasta caer al piso por los golpes propinados. Una de las personas
identiicada como agresora “dijo llamarse Manuela Navarrete de edad de
cuarenta años de estado casada con Francisco Guevara natural de esta
capital, vecina del barrio las Nieves, calidad mestiza y de oicio fullera”36.
Cuando se le tomó testimonio a esta habitante del común por la causa
de su prisión en la cárcel del Divorcio, respondió: “por haber intentado
pasar una sementera por cuyo camino les había prohibido el tránsito y le
[propinó] el padre dos empujones hasta hacerla caer al suelo”37. Al tomar
el testimonio de otro de los agresores, señaló que “el padre le contestó
dándole tres palos a la confesante, con el uno en la mano, otro en el
hombro izquierdo y el tercero en la cabeza hasta hacerle verter sangre”.
De todo este tumulto y gresca entre el sacerdote y la plebe se pudo
identiicar a cuatro agresores a quienes el iscal del crimen señaló que:
Francisco Guevara, Manuela Navarrete, Marcos Valdes, y Agustina Sanchez,
se unieron según resulta de este proceso, a maltratar al P. Fray Santiago La
Fuente, con poco o ningún respeto a su persona y al habito que viste y con
que se halla condecorado38.
La sentencia que les impuso el iscal del crimen fue trabajar dos años
consecutivos en las salinas de Zipaquirá, la cual sólo se le pudo aplicar a
la pareja de esposos Manuela Navarrete y Francisco Guevara, porque las
otras dos personas se escaparon y se les acusó de rebeldía39.
36 A.G.N. Fondo Juicios criminales. Tomo 102, carpeta 03 ff 446.
37 Fondo Juicios criminales. Tomo 102, carpeta 03 ff 446.
38 Fondo Juicios criminales. Tomo 102, carpeta 03 ff 448.
39 Fondo Juicios criminales. Tomo 102, carpeta 03 ff 475.
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Debido al fuero que amparaba a los clérigos bajo la protección del código
eclesiástico y la ley divina, la plebe actuaba inmediatamente sobre ellos
haciendo justicia por su propia cuenta, ya que sabían que en ningún caso
y bajo ninguna circunstancia implicarían a los religiosos en tratos ilícitos
o en procesos judiciales.
Por estas irregularidades algunos habitantes del común recurrían a otro
tipo de acciones para protestar. Si los criollos ilustrados utilizaban los
pasquines y las tertulias impregnadas de ideas de libertad, derechos y
autonomía, los mestizos, pardos y mulatos utilizaron el rumor, el chisme, la
habladuría y la sedición para hacerse sentir y manifestar su inconformidad.
El padre Joseph Cassani, en su relación de las misiones llevadas a cabo por
su compañía, describió, en un capítulo titulado “Disturbios y diicultades”,
algunas de las actividades que realizaba un mestizo llamado Hernando
Ortiz para apartar a los vasallos del control ejercido por la iglesia. “Un
malvado mestizo christiano en el nombre y bautizado para el carácter,
pero desaforado en sus costumbres, se había quedado en Thame, con
el in de destruir la christiandad y hacerse señor absoluto o al menos
partidario poderoso”40.
Mencionaba sus costumbres y vida como las de un
relajado y desesperado, dado a la rapiña y los pobres indios no tenian cosa
segura, ni en sus ranchos, ni en el campo; era mañoso, sabía hablar y cono-
ciendo que nuestros misioneros le habían de ir a la mano de sus insultos,
no declarándose enemigo, por no ser descubierto, obraba en secreto con
malos consejos, y destruía mas con palabras, que pudiera haber dañado
que con las armas41.
A las afueras de Santafé, el mestizo Ortiz era temido y respetado por las
acciones que emprendía. Lo tachaban de condición de “una iera” que se
iba al monte a maquinar todo el mal que iba a realizar; además incitaba
a los indígenas a que se fueran con él y se organizaran para sacar a los
40 Joseph Cassani (1741). Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús del Nuevo Reino de Grana-
da. Descripción y relación exacta de sus gloriosas misiones en el Reino, cap XVI ff 100-103. Madrid: Imprenta y Librería de Manuel Fernández.
41 Ibídem, cap XVI ff 102.
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sacerdotes de la ciudad, que de un modo u otro tenían el poder que
ostentar. Los sacerdotes sabían que “en Santafé tenían partido, que él se
había sabido ganar con embustes y con promesas falsas y se podía temer
que si se inquietaba el mar, zozobrase en la tormenta”42.
Este tipo de delincuentes vagabundeaban por la ciudad en fechas espe-
ciales cuando había mucha gente, y por lo tanto se podían esconder entre
la muchedumbre de las ferias, iestas y días de mercado. Asuntos como
estos sucedieron en todas las ciudades del virreinato. Por ejemplo, para
Antioquia se han rastreado este tipo de personas a nivel historiográico.
Es el caso de Isidro Ruiz, mulato andariego y concubino, quien el 13 de
marzo de 1782 prestaba indagatoria ante el gobernador “por vago y
concubinado con mujer casada”43.
Las penas contra estos vagos y malentretenidos era en la mayoría de los
casos el destierro, pero al incumplirlo fue apresado en la cárcel pública
y luego fue conducido a trabajos forzados en la plaza de Cartagena. El
mulato Ruiz, antes de que le determinaran la causa,
decidió escalar la cárcel rompiendo las prisiones que le tenían puestas para
huir hacia el Cauca arriba, frontera sur de la ciudad de Antioquia. Como
muchos otros forajidos y vagabundos, se instaló por un tiempo en aquellos
arcabucos de pobreza, tolerancia e ilegalidad, hasta que a ines de 1781 sus
frecuentes visitas a la ciudad lo enfrentaron de nuevo con las autoridades.
Coniado en el trajín y aluencia de gentes, propia de las iestas y carnavales
del lugar por época de navidad, creyó pasar inadvertido. Calculó mal. Los
guardias del gobernador lo apresaron de nuevo (Jurado, 1994: 76).
En Santafé existieron varios personajes que acostumbraban a equilibrar las
injusticias políticas y las diferencias sociales. Es el caso de Esteban Pinzón,
denunciado en marzo de 1785 por haber hurtado varios objetos de la casa
de doña Teresa, mujer del iscal de la Real Audiencia, y repartirlos a todos
los criados para que los usaran como prendas cotidianas.
42 Ibídem, cap XVI ff 102.
43 Archivo Histórico de Antioquia. A.H.A. Criminal, B-31, 1770 – 1780, 3, 12 folios. En: Juan Carlos Jurado Jurado (1994).
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Poco a poco, la mujer de don Francisco Antonio Moreno y Escandón, fun-
cionario público que levantó muchos resentimientos en la población, se
fue dando cuenta que los criados, cuando le servían, le iban mostrando
sus alhajas como forma de desafío. Al indagar la señora, se enteró que
había sido Pinzón, quien ya era un frecuente transgresor del orden, pues
cometía actos delictivos contra las personas que ostentaban poder. Por
tal motivo, lo denunció ante las autoridades como “ladrón público”, quien
“había hurtado a otros varios sujetos y también haber hecho el grande
absurdo de ingir papeles, con las irmas de distintos sujetos para cobrar
y pedir plata en nombre de estos, con otros depravados delitos”44.
Con esta última frase y leyendo los testimonios de otras personas sobre
el caso de Pinzón, nos pudimos dar cuenta que otra forma de protestar
frente a la aristocracia fue por medio del abuso carnal, pues a este mismo
sujeto lo perseguía la justicia con carta de captura “por haber hecho una
travesura con una niña de honor”45; en la declaratoria se puede inferir que
por algunas diferencias con el padre de la jovencita procedió a deslorarla.
Consideraciones inales
La imposición de las medidas reformistas de modernización generó en
la población santafereña un malestar que agudizó los problemas de
legitimidad y de poder, manejados entre la Corona contra sus súbditos,
y los funcionarios contra el pueblo. La metrópoli se expuso al tomar
distintas medidas de recuperación en varios niveles (Fontana, 1985: 16 y
ss.), tildadas de opresivas, a que las élites se resistieran y a que el pueblo
manifestara su descontento y su rechazo por medio de distintas acciones,
que se iban volviendo frecuentes.
En la ciudad se vivió, pues, un ambiente de protesta frente a los nuevos
cambios de orden social, político y económico que se implementaron,
y se creó la atmósfera adecuada de resistencia política por medio de las
acciones cotidianas de la plebe. Es así que
44 A.G.N. Sección Colonia, Fondo Juicios criminales. T 21. ff. 661.
45 A.G.N. Sección Colonia, Fondo Juicios criminales. T 21. ff. 662r.
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dejando de lado su sentimiento de superioridad étnica, los criollos convo-
caron al pueblo para la proclamación de la independencia, pues estaban
convencidos de que el pueblo debía participar en todo el proceso político
y de que era su participación la que debía legitimar el movimiento (Garrido,
1991: 85).
Los criollos sabían de la inconformidad del pueblo y de sus formas de
actuar, por medio de acciones directas de confrontación frente al otro y
también por medio de resistencia pasiva. Algunos criollos, huérfanos de
poder, pensaron que podían canalizar toda esta energía en una evidente
acción de protesta. Para ello, “estudiaron una estrategia que reuniera la
mayor cantidad de gente y así conformar un tumulto el 20 de julio de
1810 en la Plaza Mayor que desembocara en el inicio de la revolución”,
como lo ha acuñado la historiografía. Pero no hay tal. Por medio de este
artículo quiero invitar a pensar y demostrar que la revolución ya la esta-
ban haciendo las gentes del común, en los albores de la Independencia.
En el proceso de independencia se debe tener en cuenta cada uno de los
actores que participaron de manera autónoma y colectiva, el conjunto
de factores que intervinieron para que tanto los unos como los otros
agenciaran el desarrollo de la autonomía. La plebe no hubiera podido
ni buscaba la independencia de manera particular, así como los mismos
criollos también necesitaron de este grupo. La historiografía se debe hacer
cargo de rescatar las acciones de quienes han sido invisibilizados y que
tuvieron un papel primordial en la creación de un ambiente de protesta
y revolución mucho antes del vacío de poder por parte de la Corona y de
la exclusión de los puestos administrativos para los americanos.
Ahora lo que queda por hacer de forma particular es identiicar los in-
tereses de los distintos grupos étnicos que conformaban el pueblo de
Santafé. Saber cuáles fueron sus formas individuales de protesta frente
al establecimiento de un orden modernizador. Indagar cuáles fueron las
manifestaciones de cada individuo del pueblo: indios, mestizos, castas y
negros. Por otro lado, hay que tener en cuenta que con la Independencia
no llegó el cambio moderno de la nación, sino saber que estos cambios
y reformas ya se estaban aplicando hegemónicamente por la metrópoli;
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por lo tanto, la reacción que tuvo el pueblo frente a estos fue la misma
acción que tuvieron que enfrentar los nuevos mandatarios.
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Los conventos dominicos de Caracas y Mérida:
frailes entre la inidencia y la independencia
venezolana (1810-1830)*1
Fray Oswaldo Montilla**2
Recepción: 20 de agosto • Aprobación: 27 de septiembre
Resumen
El presente texto se enmarca en el estudio de las escabrosas relaciones
entre la Iglesia Católica y los nuevos gobiernos formados en los primeros
decenios del siglo diecinueve, especíicamente en el nacimiento de estos
nuevos Estados. El texto se decanta aún más del plano estrictamente
institucional para leer las opiniones, descarnadas de cualquier interés
literario, y conocer las apetencias políticas de los frailes dominicos de dos
conventos venezolanos: el de Caracas, cuyo santo titular es San Jacinto, y
el de Mérida, puesto bajo la protección del santo predicador San Vicente
Ferrer.
Palabras clave: Dominicanismo venezolano, emancipación, modernidad,
Independencia
* El presente artículo es el resultado de la investigación que el autor lleva a cabo y que fue socializada por primera vez en el I Congreso Internacional de Historia de la Universidad Santo Tomás, realizado entre el 8 y 9 de septiembre de 2011.
** Fraile dominico perteneciente a la provincia venezolana. Ha dedicado su labor académica a los estu-dios históricos de los conventos religiosos en Venezuela en el periodo de la Independencia. Correo electrónico: iehfaz@usantotomas.edu.co
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 195-242
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Dominican Convents from Caracas and Mérida:
Friars between Secrets and the Venezuelan
Independency (1810-1830)
Abstract
This article focuses on the study of the thorny relationship between the
Catholic church and the new governments settled in the irst decades of
the XIXth century, particulary during the birth of these new States. This
text frees itself even more from a strictly institutional plane to read the
opinions, free of any literary interest, and to get to know the political
desires of dominican friars from two Venezuelan convents: The one from
Caracas, whose principal saint is Saint Hyacinth; the other from Merida,
under the patronage of the dominican Saint Vincent Ferrer.
Keywords: Venezuelan dominicanism, emancipation, modernity, Inde-
pendence
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Les couvents dominicains de Caracas et Mérida:
frères entre déloyauté et Indépendance
vénézuélienne (1810-1830)
Résumé:
Ce texte entre dans le cadre de l’étude des relations scabreuses entre
l’Église catholique et les nouveaux gouvernements formés dans les
premières décennies du XIXè siècle et plus spéciiquement pendant la
naissance de ces nouveaux États. Le texte se détourne encore plus du
plan strictement institutionnel pour lire les opinions, dépourvues d’un
quelconque intérêt littéraire et connaître les goûts politiques des frères
dominicains de deux couvents vénézuéliens: celui de Caracas, dont le saint
patron est Saint Hyacinthe et celui de Mérida, placé sous la protection du
saint prédicateur Saint Vincent Ferrier.
Mots-clés: Dominicanisme vénézuélien, émancipation, modernité, In-
dépendance
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Introducción
La temática de la Iglesia y la Independencia no se aborda por primera
vez en la historiografía de Venezuela con ocasión del bicentenario de
la República; ya hacia mitad del siglo pasado dos grandes historiadores
pertenecientes al estado clerical estudiaron el tema con un gran espíritu
cientíico.
Nos referimos, en primer lugar, a monseñor Nicolás Eugenio Navarro
(1867-1960), quien escribió una obra en 1959 titulada El cabildo metropo-
litano de Caracas y la guerra de Emancipación, fruto de su larga investiga-
ción en el archivo capitular de la Catedral de Caracas. En segundo lugar,
debemos citar al padre Pedro de Leturia (1891-1955), quien, con su trabajo
Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica (1493-1835), profundiza
en esos años tan decisivos para nuestra formación republicana.
El padre Jaime Suriá, quien durante mucho tiempo organizó el Archivo
Arquidiocesano de Caracas, publicó en 1967 una cuantiosa documenta-
ción extraída de ese reservorio, bajo el título Iglesia y Estado 1810-1821.
En esos mismos años de la década de los sesenta salieron a la luz pública
dos obras más, que mencionaremos de entre otras muchas dedicadas
al estudio de la Iglesia y la Independencia: nos referimos al autor Carlos
Felice Cardot (1913-1986), cuando en 1962 publicó su obra La Iglesia y
el Estado en la primera república, y por último hacemos mención de Gui-
llermo Figuera y su ópera La Iglesia y su doctrina en la independencia de
América, del año 1960.
Entre los años 2010 y 2011 hemos asistido a una serie de congresos, con-
versatorios y publicaciones acerca del segundo centenario de la emanci-
pación de varios países de nuestro continente. Pero no todos los esfuerzos
apuntan a un mismo lugar. Algunos polémicos estudios donde se coloca
el acento preponderante en el modernismo que se vivía en España y se
minimiza el papel de la independencia han causado resquemor en estas
latitudes; tal es el caso del historiador galo François-Xavier Guerra con su
controversial estudio titulado Modernidad e independencias (1992), o la
situación parecida del historiador ecuatoriano de la Universidad de Cali-
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fornia, Jaime Rodríguez, quien al escribir La Independencia de la América
española (2005) airma cómo los sucesos políticos en España durante los
años de 1808 a 1824 dieron al traste con el poder ejercido por la Corona
en sus colonias americanas, y no fue originado por movimientos llamados
por el autor “protonacionalistas”, es decir, movimientos de insurrección.
Escuchar las quejas, improperios y vivas de un bando realista o aquellas
pertenecientes al bando republicano nos acerca a esas microhistorias del
pasado, a conocer una faceta de las comunidades alejada de los censos,
tributos, cofradías y fábricas conventuales, pulso corriente y muy preci-
so de la vitalidad colonial, ahora interrumpido por los sucesos políticos
que, irónicamente, comenzaron un jueves santo, el 19 de abril, cuando
el gobernador y capitán general de Venezuela don Vicente Emparan y
Orbe iba presuroso a los oicios religiosos de la Catedral de Caracas y se
le acercaron unos prominentes ciudadanos a proponerle continuar sus
pasos hacia el cabildo, porque habían asuntos urgentes por resolver:
deslastrarse de la autoridad de la Corona de España depositada en sus
manos y formar una Junta Suprema, la cual gobernaría los territorios de
la Capitanía General de Venezuela, creada en 1777.
1. Los conatos de rebeldía y las pretensiones
de independencia en Venezuela antes de la
emancipación deinitiva
La guerra por la independencia de Venezuela (1810-1821), iniciada por
diversos factores tanto en América como en la España borbónica, causó
honda huella en la sociedad, en los centros de poder y en la Iglesia colonial.
Antes del 19 de abril de 1810, cuando fueron destituidas las autoridades
de la Corona y sustituidas estas por una junta defensora de los derechos
del monarca Fernando VII, Venezuela había conocido en el siglo XVIII otros
intentos de sublevarse del poder civil y militar de la península.
No todos estos movimientos tuvieron un carácter o ideario exclusiva-
mente independentista, pero sí fueron relejo del descontento social de
la época colonial. El primero de ellos fue la rebelión del zambo Andresote
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contra los funcionarios de la Compañía Guipuzcoana (1730-1732); con el
mismo in se llevó a cabo la insurrección de Juan Francisco León entre
abril de 1749 y enero de 1752. Contra las políticas iscales del gobierno
español se levantaron los Comuneros de los Andes en mayo de 1781.
Muy destacado en su importancia va a ser el movimiento de José Leonardo
Chirino y José de la Caridad González en la ciudad de Coro en 1795, el
cual “tuvo todos los indicios de una verdadera insurrección de carácter
social clasista y aun político” (Verna, 1998: 1024-1026).
La conspiración de Manuel Gual y José María España (1796-1797) fue de un
tinte profundamente secesionista. Descubiertos los planes de la conjura,
feneció la llama parpadeante de una futura república.
Otro movimiento descubierto en Maracaibo en 1799, liderado por el
mulato Francisco Javier Pirela y el negro José Francisco Suárez, aspiraba
a establecer un gobierno republicano.
En los años iniciales del siglo XIX, Francisco de Miranda, bautizado por
la historiografía venezolana como el Precursor de la Independencia de
Venezuela e Hispanoamérica, decidido a actuar desde fuera del país,
planiicó en 1806 dos invasiones por vía marítima. No consigue el apoyo
de la población, indiferentes ante las proclamas libertarias, ni de la Igle-
sia, pues el IV obispo de Mérida, Santiago Hernández Milanés, rechazó
cualquier diálogo con el invasor y escribió, apenas pudo, una pastoral
advirtiendo del peligro que portaban los enemigos de la Corona y de la
Iglesia; tampoco recibió el apoyo de los mantuanos y vecinos principales
de Caracas, quienes cerraron ilas y mantuvieron una actitud de idelidad
a la monarquía.
La última abortada sedición ocurrió en 1808 y fue llamada "la conspiración
de los mantuanos". Ocho prominentes ciudadanos de Caracas intentaron
establecer una junta “similar a las que se habían constituido en España
para defender al Rey cautivo y oponerse a la usurpación francesa” (Quin-
tero, 2008: 8).
Este veloz recorrido por los momentos de disidencia política y económica
nos muestra el fermento o caldo de cultivo que formará el movimiento
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de independencia en las primeras décadas del siglo XIX. La Iglesia, en la
mayoría de su estructura bien articulada, desdeñó y condenó las voces
alzadas contra la monarquía de España, dejando bien claro su incondicio-
nal apego a la organización de poder instaurada por la península.
Sin embargo, cuando la guerra secesionista estalle, veremos cómo el
monolítico estamento levítico tendrá sus profundas grietas, las mismas
que echarán abajo una parte de su organización. La Independencia logró
desestabilizar la Iglesia y, en el caso venezolano, luego de establecerse
la república, sujetarla fuertemente con el mismo instrumento medieval
y colonial, como lo era el real patronato dado por los papas a los reyes
de España.
La Orden de Predicadores en Venezuela no estaba preparada para en-
frentar el cambio político trascendental que se avecinaba en el siglo XIX.
En medio del proceso de emancipación, iniciado el 19 de abril de 1810,
los dominicos tomaron partido en el bando patriota y también en aquel
realista, generando de esta forma divisiones canónicas y de conciencia
en los claustros de sus conventos. Quisiera ahondar en la historia de dos
conventos donde se relejaron con más ahínco las dos posturas ideoló-
gico-políticas del momento. Nos referimos a los frailes de los conventos
de San Jacinto de Caracas y de San Vicente Ferrer de Mérida.
2. La comunidad conventual de los frailes
dominicos de San Jacinto de Caracas
El convento de San Jacinto fue fundado a inales del siglo XVI. El docu-
mento más antiguo que atestigua la presencia de la comunidad de los
religiosos tiene fecha del 16 de diciembre de 1597 y nos informa que San
Jacinto perteneció jurídicamente a la Provincia de Santa Cruz de Indias1.
“En 1630 el Capítulo Provincial celebrado en el Convento de Santo Do-
mingo de la isla Española, pide que la casa de San Jacinto, en Caracas,
1 En territorio de la actual Venezuela, la Provincia dominicana de Santa Cruz de Indias, fundada en 1530, fundó otros cuatro conventos: Santísimo Rosario de la isla de Margarita, Nuestra Señora de la Candelaria de Trujillo, La Concepción de El Tocuyo y el de San Antonio de Cumaná.
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sea elevada a Priorato” (Bueno, 1998: 77-122); acontecimiento postergado
hasta 1639, según lo reiere el autor Bueno (1998). Para 1670 la comunidad
tiene noviciado y se erige como Estudios Generales por la Orden, donde
se imparten lecciones de artes, teología, moral y sagrada escritura, y los
frailes que habitaban las celdas del ediicio conventual llegaron a ser
unos treinta religiosos.
Podríamos asegurar que fue la etapa de esplendor en la vida colonial del
convento de San Jacinto. En las vísperas de la Independencia, comen-
zando el siglo XIX, la comunidad parece tener el mismo auge que en el
siglo anterior.
Las actas del Capítulo Provincial de Santa Cruz de Indias de la Orden de
Predicadores, celebrado en el convento de San Juan de Letrán de La Ha-
bana el 5 de enero de 18012, asignó al convento de San Jacinto diecisiete
frailes sacerdotes, seis frailes estudiantes o en proceso de formación y
tres hermanos conversos. Un total de 26. Pero leyendo en la nómina de
los frailes que han fallecido entre 1797 y 1801, observamos cómo en el
cenobio caraqueño han muerto cinco religiosos: un maestro en teología,
fray José Vicente Salazar; un padre presentado, fray Manuel Díaz Carballo;
un predicador general, fray Rafael Argumedo; fray Lorenzo de Orellana, y
el converso fray Andrés Espinosa3.
En las actas del año 18054, celebrado en el convento de San Jacinto de
Caracas a partir del 5 de enero, bajo la presidencia del nuevo provincial,
2 Archivum General Ordinis Praedicatorum, XIII-011000, S. Crucis Indiarum, Acta Capitulorum Provin-cialium (1801-1833). En adelante se citará AGOP.
3 Una serie de títulos académicos muy corrientes en la época de nuestro estudio: lector, presentado, maestro, predicador general, etc. Todos ellos de capital importancia dentro de las provincias domini-canas. Veamos brevemente la deinición de los títulos más relevantes: lector: “el religioso que ejercía el oicio de profesor de artes, ilosofía o teología en un colegio, convento o centro de formación de la Orden Dominicana. Normalmente se requería el título académico o Lectorado, otorgado por la Orden y obtenido por examen […] Presentado: título superior al Lectorado, adquirido también por examen y después de varios años de ejercer satisfactoriamente la docencia. Maestro: el supremo título académico dentro de la Orden Dominicana […] que se obtenía por examen y por méritos contraídos en el campo de la docencia y de la investigación ilosóico-teológica […] Predicador General: título concedido a un religioso por méritos contraídos, después de muchos años de ejercer en grado excelente el ministerio de la predicación sagrada. Un convento tenía un predicador general como regla. Al igual que el de maestro, el título de predicador confería también ciertos derechos o privilegios. El número de maestros y predicadores generales en una provincia era limitado por legislación”. En Neira, E., Ocio, H., ARNÁIZ, G. (2000). Misioneros Dominicos en el Extremo Oriente. En Life Today Publications, tomo I, pp. 13-14. Manila.
4 AGOP, XIII-011000, Acta Capitulorum Provincialium (1801-1833).
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fray Juan González de Oseguera, se asignaron 24 frailes sacerdotes al
cenobio caraqueño, una cifra muy signiicativa y que no corresponde al
crecimiento vocacional en los últimos cuatro años, sino que responde a
una pauta de ir despoblando los otros conventos repartidos en la geo-
grafía venezolana para fortalecer el de San Jacinto.
Tres estudiantes, tres novicios y tres conversos completan el crecido número
de los religiosos, para un total de 33 frailes. La merma continúa entre los do-
minicos que fallecieron desde el último capítulo. Las actas así lo relejaron:
en San Jacinto había fallecido el padre Eusebio Morales; en el convento de
Nuestra Señora del Rosario de Margarita, el reverendo padre predicador
general fray Antonio Díaz Juárez; en el cenobio de San Antonio de Cuma-
ná, el padre Domingo Carballo y en el convento de Nuestra Señora de la
Candelaria de Trujillo el padre Antonio Judas Picón y el hermano converso
Juan Félix Figueredo habían desaparecido físicamente en este periodo.
El siguiente encuentro provincial se concretó en el convento de Santo
Tomás de Puerto Rico en el mes de enero de 1807; en el lugar de las asig-
naciones, el convento de San Jacinto tiene una comunidad de 24 padres,
cuatro coristas o frailes estudiantes y dos hermanos conversos. Treinta
religiosos componen el convento más importante de los dominicos en
Venezuela. Los decesos notiicados en la reunión capitular corresponden a
varias casas religiosas, entre ellas San Jacinto, que ha presenciado la muer-
te del padre Pedro Campos. La crisis vocacional comienza a hacer mella
en la comunidad y los fallecimientos apuran las pérdidas comunitarias.
El último capítulo provincial, previo a la proclamación y guerra de la
Independencia, tuvo lugar en el convento de San Juan de Letrán de La
Habana en el mes de enero de 1809. La copia de las Actas que reposan
en el archivo de la Orden en Roma señala que los frailes sacerdotes son
18, hay cinco estudiantes y un pupilo.
También las Actas mencionan el fallecimiento de tres sacerdotes de la
comunidad. Ellos son: el ex provincial fray Vicente de Acosta, el padre
Manuel Fernández y el padre presentado fray Juan de ávila. Los dos
hermanos conversos fray Antonio Delgado y fray Juan de Arroya cierran
la lista de los decesos.
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Llama poderosamente la atención la ausencia de novicios en San Jacinto
a comienzos del siglo XIX. No hay generación de relevo y la juventud pa-
rece estar divorciada de los rezos y los estudios teológicos. Para colmo, la
comunidad ha visto desaparecer de sus ilas dominicanas a diez religiosos.
Las diicultades, muros conventuales adentro, son conocidas: relajación
de las costumbres religiosas, escaso interés por la predicación de las mi-
siones y el número insuiciente de los formandos o vocacionados; todos
ellos fueron factores decisivos y conspiraban, por así decirlo, con la bue-
na marcha comunitaria. El dominico fray Agustín Roze escribió en 1878
acerca de la terrible situación de postración en la que se encontraban las
provincias americanas; relexionaba a continuación:
¿Cuál ha sido la causa verdadera de esta decadencia? ¿Será sólo la perse-
cución? No. Esta, por más funesta que haya sido en esas repúblicas, no ha
podido ser el enemigo más terrible. Porque la persecución, generalmente,
no suele ser una calamidad de gran duración. Por otra parte, sólo puede gol-
pear la supericie. En lo religioso jamás llega al espíritu que anima y viviica,
el que da la verdadera vida y la fuerza. Frecuentemente es, en manos de la
Providencia, sólo como una medida de puriicación y mejoramiento para
una orden monástica. Poda los miembros viciosos y une más íntimamente
a los sanos. De este modo, prepara generaciones venideras más fuertes y
generosas (1997).
En la memorable obra escrita por el obispo Mariano Martí (1720-1792)
sobre la visita pastoral a la diócesis de Caracas entre los años 1771 a
1784, registró en ella el clero disponible contabilizando 247 sacerdotes.
Es incuestionable que los conventos habían decrecido en número de
religiosos. En las proximidades de la independencia de Venezuela no se
había fundado ningún convento de entre las órdenes religiosas existentes,
signo de una profunda crisis en la vida religiosa colonial.
2.1 La Iglesia de Caracas y la revolución de la
Independencia
La Iglesia Católica fue una de las pocas instituciones sobrevivientes de
la estructura colonial luego de la revolución independentista. Pero, en
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el caso venezolano –muy concretamente quiero referirme–, pervivió a
costa de un alto precio: la reducción de su personal fue signiicativa5. Esta
realidad fue funesta para las obras pías, cofradías, parroquias, hospicios,
conventos y, sobre todo, en las misiones llevadas por los religiosos entre
los naturales del país. La autora Rosa María Martínez de Codes no en balde
airma que “la Iglesia ejerció una gran inluencia en las masas populares,
sobre todo campesinas, por la función que desarrolló en el proceso de
aculturación de indios, mestizos y negros” (1992: 90).
La arquidiócesis de Caracas tiene su origen en la ciudad de Coro, cuando
esta fue asiento embrionario del poder colonial en el siglo XVI y el papa
Clemente VII decidió elevarla a sede episcopal en 1531. Más tarde, en
1636, el obispo Juan López Agurto de la Mata decidió trasladar a Caracas
la curia diocesana. La aprobación regia viene en forma de Real Cédula con
fecha del 7 de marzo de 1638. Sólo a principios del siglo XIX es elevada
al rango de arzobispado: en 1803. Los otros dos territorios eclesiásticos,
Mérida y Guayana, se convirtieron en sufragáneas de la sede de Santiago
de Caracas.
Cuando el 19 de abril de 1810, un jueves santo, fueron depuestas las
autoridades de la Corona, el arzobispo Narciso Coll y Prat (1807-1822)
se encontraba en altamar rumbo a Venezuela para tomar posesión de la
sede caraqueña vacante desde 1806 por la muerte del primer arzobispo,
Francisco de Ibarra. Al llegar al puerto de La Guaira tuvo que tomar el ju-
ramento de idelidad ante la Junta Patriota, formada el 19 de abril, antes
de poder trasladarse a la ciudad de Caracas.
Poco más de un año después, un conjunto de notables y eclesiásticos
(nueve en total) irmaron el Acta de la Independencia de Venezuela el 5
de julio de 1811 y marcaron el rumbo inexorable de separación de los
territorios de la antigua Capitanía General de Venezuela, desmembrán-
5 “Una primera lista de sacerdotes, formada ya muerto el arzobispo Ibarra y antes de 1810, da, con toda certeza, 347 sacerdotes para la Arquidiócesis, de los cuales 121 residían, con beneicio, en Caracas, distribuidos en las parroquias de la siguiente forma: en la primera de Catedral, 32 sacerdotes; en la segunda, 19 sacerdotes; en San Pablo, 25; en Altagracia, 24; en Candelaria, 9; en Santa Rosalía, 10 y en la Parroquia Castrense, 2. Además existían en los tres conventos 170 religiosos, en su gran ma-yoría sacerdotes; de modo que puede airmarse que los sacerdotes de la Arquidiócesis se acercaban a los 500 y superaban el número si se le añadían los religiosos de los conventos de Valencia, Carora, Guanare, etc.” (Suriá, 1967: 19).
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dola de la península. Había nacido Venezuela como nación republicana
y la guerra se avecinaba como el marco político de los próximos años.
Estos dos hechos políticos causaron escisión dentro y fuera de la insti-
tución eclesiástica. En el seno de la Iglesia, el cisma de las conciencias
salpicó desde los obispos hasta los frailes legos de los conventos. La
catolicidad venezolana –en palabras del jesuita José Virtuoso (2001)– se
sintió comprometida con las diversas posturas políticas del momento.
Por supuesto que el modelo de catolicidad colonial entró en crisis con el
cambio político dirigido a constituirse en república. El arzobispo Coll y
Prat y los franciscanos del convento de Valencia fueron los más conspicuos
representantes de esta catolicidad postmedieval.
Siempre actuó la Iglesia Católica según las directrices del nuevo gobierno,
aunque no estuviera de acuerdo en todos sus postulados. “Mostró una
franca oposición a las nuevas autoridades a partir de la supresión del
Fuero Eclesiástico en la Constitución de 1811 y desde el terremoto de
1812” (Gutiérrez, 2009: 79-103).
2.2 San Jacinto de Caracas: frailes dominicos ieles al
rey frente a los partidarios de la República
La extinción de los conventos masculinos en Venezuela, decretada en
1837, hizo desmantelar en esos años la presencia de los dominicos en el
país, y una de las consecuencias no solo atañe a la desaparición de los
templos y ediicios conventuales, sino a la destrucción considerable de
sus archivos y bibliotecas.
Los restos de este reservorio documental no dan cuenta de ningún pa-
pel oicial –si lo hubo no tenemos certeza– ni de la postura pública de la
comunidad de San Jacinto en el momento de estallar el conlicto revolu-
cionario y social contra las autoridades españolas en 1810.
En el documento titulado Libro de consultas de este convento del Señor San
Jacinto de Caracas, Orden de Predicadores, iniciado en 5 de marzo de 1806,
gobernando el R. P. Sub-Prior in capite Fr. Thomas Yanes, perteneciente al
archivo del actual convento de San Jacinto de Caracas, existe una única
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consulta hecha a la comunidad de los frailes en todo el año 1810 y tiene
como fecha el 13 de diciembre, donde se sondea a los religiosos la con-
veniencia de traspasar un tributo de don Fernando de La Madriz. Punto
único de la consulta, una vez inalizada, el prior Fr. Felipe Espinosa irmó
el acta junto con cinco dominicos pertenecientes a la comunidad.
No hay una sola nota acerca de la situación política de Venezuela que
pudiera hacer referencia a la destitución del poder monárquico en 1810
ni al establecimiento de un congreso y un poder republicano en 1811. Las
consultas son escasas, y más esporádicas o casi inexistentes las alusiones
a temas políticos.
Un caso bien extraño es el siguiente: el 12 de julio de 1811 a las siete de la
noche se presentó ante las autoridades defenestradoras de la monarquía
fray Juan Abreu “implorando su protección contra las persecuciones de
su prior Fr. Felipe Mota”. El padre Abreu ha igurado como uno de los re-
ligiosos sospechosos de inidencia, y Felipe Mota, aunque no nos consta
su actuación política, siempre la historiografía venezolana le ha querido
colocar entre los seguidores del poder regalista.
Sin embargo, el prior de San Jacinto Fr. Ramón Betancourt congrega
a los padres de la Consulta el 11 de octubre de 1813, pues ha recibido
un oicio del arzobispo Coll y Prat. La Iglesia vive una intensa agitación
política, pues la Primera República instaurada en 1811 fenece en 1812,
cuando Caracas es tomada por las tropas del general español Domingo
de Monteverde, y en agosto de 1813 vuelven al poder los insurgentes
ensamblando la Segunda República.
Desde el cuartel general de las tropas republicanas en Valencia se habían
girado instrucciones al arzobispo en los siguientes términos:
[…] y el deseo eicaz de que todo el clero contribuya en cuanto sea de su
resorte al perfecto establecimiento de nuestro actual gobierno, a cuyo in
como se van presentando los exhorta prolijamente para que cooperen a sus
benéicas intenciones y merezcan la satisfacción pública (Suriá, 1967: 218).
Los padres consejeros del convento de San Jacinto decidieron, luego de
la relexión comunitaria y viendo las necesidades de la comunidad, pues
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el convento y parte de la iglesia se habían venido abajo por causa del
temblor de tierra del 26 de marzo de 1812, ofrecer al ciudadano general
Simón Bolívar un donativo de 500 pesos6.
No resultaba cómodo para los gobiernos de turno recabar la información
veraz y suiciente sobre la conducta política de todos los eclesiásticos
pertenecientes a la vasta circunscripción del territorio de la arquidiócesis
de Caracas.
Las listas o nóminas, entregadas ya confeccionadas al arzobispo, dan
cuenta de la precaria situación de los levitas en la ciudad de Caracas. El
padre Suriá airma que los clérigos en la arquidiócesis eran, antes de 1810,
347 en total (1967: 19), cifra que se irá reduciendo al paso de la guerra
de independencia: los sacerdotes muertos o fugados de la arquidióce-
sis, unidos a la masacre de los seminaristas durante la contienda bélica,
empobrecieron el personal eclesiástico en estos años.
2.2.1 Los dominicos partidarios de la emancipación
La primera lista de los sacerdotes, confeccionada en el cuartel general
de Valencia el 8 de octubre de 1813, caliicando a los clérigos como los
que “merecen la conianza del Supremo Gobierno”, constaba de 127
eclesiásticos. Entre los adictos a la causa republicana se mencionan los
nombres de los religiosos dominicos: el P. maestro Fr. Manuel Samaniego,
el P. maestro fray Diego Coronado7, el P. presentado Fr. Félix Ravelo y el
padre Lorenzo Riveros.
El eminente historiador monseñor Nicolás Navarro encontró un expe-
diente con una nómina fabricada por los realistas donde se nombra al
padre Santiago Salamanca de nuevo, al padre Ramón Betancourt (en ese
momento prior de San Jacinto), al P. Manuel Samaniego, al P. Juan Abreu,
6 Archivo del Convento de San Jacinto, Libro de consultas de este convento del Señor San Jacinto de Caracas, Orden de Predicadores, iniciado en 5 de marzo de 1806, gobernando el R. P. Sub-Prior in capite Fr. Thomas Yanes, f. 36 rto y 36 vto. En adelante usaremos las siglas ACSJ.
7 En las Actas capitulares de 1813 se nombra prior del convento de San Antonio de Cumaná al padre Daniel Martínez Coronado, quien nació en la ciudad de Cumaná, episcopado de Guayana, el 12 de noviembre de 1750; le fue impuesto el hábito de los dominicos el 14 de mayo de 1766 y profesó sus votos en el convento de San Jacinto en 1767. Murió en 1819.
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Fr. José Antonio Cobo, “corista dominico (añadido por Mons. Navarro), y
al Fr. Tomás Acosta, converso dominico” (Suriá, 1967: 224), todos ellos do-
minicos. El total contabilizado por Navarro llega a 64 sacerdotes. El padre
Suriá escribió que la lista ofrecida por Navarro no tiene indicaciones de
dónde la consiguió; sin embargo, estamos seguros que corresponde a
un registro conservado en el Archivo General de la Nación, en su sección
de Causas de inidencia8.
Siguiendo la metodología del P. Suriá, en la nómina de los clérigos existen-
tes en la arquidiócesis, hecha en 1819 por el secretario Juan José Guzmán,
en el apartado sobre los dominicos aparecen los nombres de los padres
Lorenzo Rivero9, Miguel Espinoza, José Félix Ravelo10, Juan Abreu11 y el
hermano José Pérez.
Dentro de los muros conventuales de San Jacinto la situación resultaba
bastante inquietante. Los frailes no habían dejado pasar de lado la realidad
política y social y decidieron ijar posturas radicales y nada conciliatorias.
Un testimonio muy importante lo notamos en el P. Fr. Manuel de Samanie-
go, quien relató en un memorial elevado al Ministro de Gracia y de Justicia
de España los pormenores de esa histórica y memorable fecha de 1810:
Sucedida la Revolución de 19 de abril de 1810, y apoderados del mando sus
autores me conduje pasivo, según lo exigía la necesidad, sin tomar parte
en nada; y siendo mi ejercicio la predicación, jamás produje en el púlpito ni
una palabra acerca del Gobierno; conducta que se hizo reparable, y se notó
en aquel tiempo. Sólo me acerqué a los que mandaban para suplicarles por
8 AGN, Causas de Inidencia, tomo XXIV. Sunfondo Revolución y Gran Colombia, año 1814, f. 533 vto.
9 Según las Actas de 1805, el P. Fr. Lorenzo Rivero era el encargado de tocar el órgano; nació en la ciudad y arzobispado de Caracas el 15 de diciembre de 1779, tomó el hábito el 11 de marzo de 1798 y profesó el 7 de abril de 1799 en el convento de Caracas. También fue nombrado sacristán mayor de la iglesia conventual.
10 Siguiendo la lectura de las Actas de 1809, el padre José Félix Ravelo había sido lector y para ese año fue propuesto como superior del convento menor de Cumaná. En 1813 ya se encuentra en el convento de San Jacinto, pues su irma aparece en una consulta de la comunidad. Fue comisionado por el Gobierno del arzobispado el 22 de noviembre de 1837 para hacer el inventario del convento de San Jacinto antes de ser demolido por el gobierno civil. Había nacido en Caracas el 19 de marzo de 1760, tomó el hábito el 4 de noviembre de 1777 y profesó el 5 de noviembre de 1778 en el convento de San Jacinto.
11 El padre Juan Abreu aparece en las Actas de 1809 con el cargo de maestro de los estudiantes del Convento de San Jacinto de Caracas. Fue lector. Nació en el pueblo de Chacao el 15 de diciembre de 1779, tomó el hábito religioso el 29 de agosto de 1804 y profesó al año siguiente en el Convento de Santo Tomás de Puerto Rico.
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muchos europeos, por quienes me sacriicaba, y logré hacer mucho bien
y salvar muchas vidas12.
Si fuera cierto lo anterior, no podemos explicar su deportación a España
junto con otros doce levitas caraqueños en 1814. El sumario de la causa
de inidencia nunca llegó a la Corte y, cansados de esperar la misma, por
indulto real fue puesto en libertad en 1817, pero con la condición de no
volver a Caracas. No tardará en volver a su convento de Caracas. En algu-
nas consultas de la comunidad aparecerá su irma entre los miembros
consultados. La escasa información de estos años se debe a la separación
perentoria de los conventos de Venezuela de los otros que aún confor-
maban la Provincia de Santa Cruz de Indias.
El padre Samaniego fue instituido en las Actas del Capítulo Provincial de
la Provincia de Santa Cruz de 1801 como misionero para el territorio de la
diócesis de Caracas y ostentaba el título de presentado desde 1790. También
en las Actas de 1801 es propuesto para el título de maestro predicador.
Se dice en la postulación los siguientes datos del religioso: nació en la
ciudad y en el episcopado de Caracas el 24 de octubre de 1744. Recibió
el hábito dominicano en el convento de Nuestro Padre Santo Domingo
en la isla de La Española el 15 de diciembre de 1761 y profesó el 15 de
enero de 1763.
Por previa oposición, dictó la cátedra de ilosofía en el convento de San
Jacinto de Caracas desde el primero de enero de 1775 hasta el 22 de julio
de 1778, cuando por obediencia fue transferido al convento de Puerto
Rico, donde estuvo desde el 23 de junio de 1779 hasta el 28 de septiembre
de 1783. Allí ejerció los cargos de maestro de estudiantes y profesor de
los cursos de artes, física y metafísica.
De vuelta a Caracas, fue destinado a la cátedra de vísperas desde el día 13
de enero de 1782 hasta el 22 de enero de 1783. Ese mismo día fue hecho
rector segundo hasta el día 14 de septiembre de 1788. Todo esto le com-
putaron los religiosos del capítulo, trece años de actividad académica.
12 Archivo General de Indias, Sección: Audiencia de Caracas, Legajo 387: Memorial del P. Fr. Manuel Samaniego al Excmo. Señor Ministro de Gracia y de Justicia. En adelante AGI.
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Además, señalaron las tesis y trabajos defendidos en este espacio de
catorce años en el campo de la educación. Fue elegido superior en dos
oportunidades y también dos veces fue vicario del Provincial en el mismo
convento de Caracas, donde fue maestro de los novicios. Fue comisario
del Santo Rosario y depositario con gran habilidad.
Fue hecho prior del convento de los predicadores en la ciudad de Cuma-
ná en el capítulo celebrado en La Habana. Como prior del convento de
Puerto Rico ayudó a la ornamentación y adecentamiento de la iglesia.
En la predicación y en la dirección de las almas es un excelente sacerdote.
Fue postulado al cargo de maestro en el capítulo celebrado en el convento
de San Jacinto el día 5 de enero de 1793, donde fue propuesto para prior
de la comunidad de Puerto Rico, y nuevamente postulado en el capítulo
celebrado en el convento de Puerto Rico del 5 de enero de 1797, pues tenía
cuatro años como profesor. En las Actas de 1825 de la Provincia de Santa
Cruz en la lista de los frailes fallecidos aparece el nombre del P. maestro
Manuel Samaniego al igual que el del padre Betancourt.
El padre Samaniego volverá a insistir en su inocencia y en su traslado a
Caracas o a Puerto Rico, pero su petición no será escuchada hasta agosto
de 1820. Más información sobre el padre Samaniego doy en mi artículo
“Los dominicos en el proceso de emancipación de Venezuela” (Montilla,
2011: 53-90). Según las Actas de la Provincia de Santa Cruz de Indias del
año 1825, el padre Samaniego murió en el mes de enero de 1824 en el
convento de San Jacinto, dejando vacante el grado que ocupaba en los
títulos otorgados por la Orden.
No fue el único dominico deportado en el año de 1814. Fray Ramón Betan-
court, prior de San Jacinto, fue obligado a subir junto a los otros clérigos
en el bergantín Palomo, que los llevó a la península. El expediente debió
ser formulado por el gobernador político don Juan Nepomuceno Quero
(1783-1818) y su auditor de Guerra el doctor Isidro González, pero jamás
llegó a manos de las autoridades españolas.
Del padre Betancourt se dice en las Actas de 1801 que fue nombrado
lector de artes en la cátedra que regentaban los dominicos en la Univer-
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sidad Santa Rosa de Lima de Caracas. Nació en la ciudad y episcopado de
Caracas el 21 de octubre de 1773, tomó el hábito el 12 de octubre de 1788
y la profesión la emitió el 8 de noviembre de 1789 en el convento de San
Jacinto de Caracas. En las Actas de 1805 fue nombrado para ser profesor
de la cátedra de Sagrada Escritura en la Real y Pontiicia Universidad de
Santa Rosa de Lima. También fue nombrado enfermero del convento. En
el libro de consultas del convento de San Jacinto aparece la fecha de su
primera convocatoria como prior a los venerables padres de la Consulta
el 15 de julio de 1813. Realmente estuvo pocos meses como superior de
la comunidad de San Jacinto.
Las causas de inidencia de estos dos religiosos fueron notables por el
escandaloso suceso de la encarcelación y expulsión de los territorios
pertenecientes a Venezuela. Algunas acusaciones contra los padres Sa-
maniego y Betancourt las ofrecen los frailes del convento de San Jacinto
y otras provienen de personas notables de la sociedad caraqueña. Así lo
releja el informe levantado por órdenes del gobernador Quero.
Del maestro fray Manuel Samaniego dice la causa, que reposa en el Archivo
General de la Nación: “Este escandalizó a don Vicente Pérez cuando dijo:
‘que debían acabar con todos los canarios y españoles, y especialmente
con los criollos realistas’”13. Del padre Betancourt airma que era un exal-
tado predicador. El gobernador Quero justiicaba el traslado de estos y
otros reos, pues
[...] eran de los principales revolucionarios, dado el ascendiente que ejercían
por su carácter eclesiástico. I [sic] por la quietud y paciicación de mi Patria
me imponen el deber de presentar a V. E. como una medida indispensable
la separación de estos individuos de estas Provincias14.
El gobernador Juan Nepomuceno Quero había sido primero un entu-
siasta independentista para luego pasarse a las ilas del Rey. Al inal del
documento deja colar un amargo reproche a la situación vivida entre el
13 AGN, Sección Causas de Inidencia, tomo XXIV. Subfondo Revolución y Gran Colombia, año 1814, Expediente 12: Expediente sobre caliicar la conducta moral y política de eclesiásticos seculares y regulares durante el tiempo de la Revolución de esta Provincia, f. 526.
14 Ibíd., f. 529-530.
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clero: “Yo paso Excelentísimo Señor por el dolor de ver la ancianidad y el
respetable sacerdocio sufriendo”15. El padre Manuel Samaniego era un
hombre con setenta años cuando fue puesto prisionero.
Las causas de inidencia o traición al Rey se formaron en un voluminoso
expediente. Contaron para formarla con la licencia y aprobación del
arzobispo Narciso Coll y Prat, y las pruebas se evacuaron mediante el
testimonio de clérigos y personajes notables de la sociedad caraqueña.
Fueron ordenadas por el sargento mayor del Ejército y gobernador militar
de la ciudad de Caracas Juan Nepomuceno Quero, con acuerdo del auditor
de guerra interino don Isidro González. Las pruebas están compuestas de
la siguiente manera: al testigo llamado se le leía el oicio del arzobispo
concediendo fuero y licencia para testiicar –en el caso de un eclesiásti-
co–; seguidamente, debía realizar el juramento in verbo sacerdotis tacto
pectore et corona (también para los clérigos); inalmente, se le mostraba
la lista de los eclesiásticos y debía reconocer en ella aquellos desafectos
a la causa monárquica.
El día 9 de septiembre de 1814 compareció en calidad de testigo el reve-
rendo padre lector fray Juan José García Padrón, dominico. Había nacido
en 1769 en la isla de Santo Domingo e hizo el noviciado en 1800 en el
convento de San Jacinto de Caracas. En las Actas de 1807 fue instituido
como lector de gramática y en 1809 enseñó artes en la Universidad de
Santa Rosa.
En su testimonio decía que su hermano de religión fray Mateo de Es-
pinoza era adicto a la causa regia. En cuanto a los otros dominicos de
su convento, apuntó el dedo acusador contra el P. Santiago Salamanca,
manifestando que
[...] ha sido frenético en ambas revoluciones; que el P. Fr. Ramón Betancourt
no solo ha sido adicto en ambas revoluciones sino que aún en la primera
paciicación fue reconvenido por Su Señoría Ylustrísima sobre la exposición
del Evangelio porque se salió de los límites, y por esto fue suspenso pues
parece zahería el Gobierno monárquico16.
15 Ibíd., f. 530.
16 AGN, Causas de Inidencia, tomo XXIV, año 1814, expediente 12, f. 536 vto.
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Y continúa su testimonio sobre el P. Betancourt:
[…] que en la primera revolución conversando con el exponente y con el
P. Fr. Lorenzo Rivero se proirió diciendo, que D. Francisco Linares todavía
no pagaba con su cabeza por ser éste uno de los primeros que intentaron
deponer el Govierno revolucionario según el zelo con que éste deseaba
ver reinar sobre nosotros la Monarquía Española: que en esta segunda
revolución ha sido tan exaltado que en el día cuatro de agosto después
de haber almorzado en la casa de D. Pablo Echezuría se entró aún á las
piezas escusadas junto con D. Juan Bautista Garmendia y despojaron de
sus armas al expresado Echezuría, lo que sabe el exponente por las mas
repetidas quejas de ingratitud y que reclama la casa de Echezuría contra el
que se declara, procediendo éste al mismo despojo contra D. José Cayetano
Montenegro según las quejas del mismo17.
Sobre el P. Manuel Samaniego dijo que estando el religioso en casa del
notable realista José Domingo Díaz, había airmado que no volvería más a
nombrar en el sacriicio de la misa el nombre de los reyes entre las oracio-
nes por los vivos. También, de cómo tuvo conversaciones tocantes a temas
subversivos en la casa de doña Vicenta Pérez, “dejando a toda su familia
escandalizada”. Luego narró otro episodio que enseguida transcribimos:
En esta segunda subversión en el día ocho o nuebe de septiembre en la
casa del insurgente Gobernador Político en presencia de D. Pedro Lalinder
y de Don Francisco Paúl, dixo que debían acabar con todos los canarios y
españoles y especialmente con los hijos del país que seguían al Govierno
Monárquico, que también era forzoso desengañar al Pueblo para que no
creyeran en indulgencias ni Bulas, que todos los santos en la plaza pública
debían quemarse, á lo que contestó Don Francisco Paúl diciendo que pri-
mero debía quemarse el gran padre y patriarca Santo Domingo por haber
sido el que impuso la inquisición, contesta que hizo salir abochornado á
un hijo espurio de tan santo padre18.
Las acusaciones sobre el P. Samaniego son categóricas y abren el cami-
no para su deportación. Además, resulta contundente la condena a los
españoles de toda condición puesta en boca del dominico; podríamos
17 Ibíd., f. 536 vto.
18 Ibíd., f.536 vto-537 rto.
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especular acerca de si es suicientemente comprensible su actitud hacia las
personas contrarias a su postura política. Debemos recordar que estamos
en la época del decreto de guerra a muerte (1813-1820) ordenado por
Simón Bolívar, documento público y polémico en la vida del Libertador,
pero del cual Elías Pino Iturrieta dirá que ya existía en Venezuela la realidad
de una guerra a muerte, aunque sin estar plasmada en una decisión escrita
hasta el momento. Para el historiador Pino Iturrieta es claro que quien la
ha iniciado no es otro que el general realista Domingo Monteverde, con
los hechos sangrientos de su proceder, impronta trágica de su avance
militar por la geografía venezolana (Pino Iturrieta, 2009: 64).
El padre García –continuamos leyendo su testimonio– conirma que en
la lista se encuentran otros religiosos de la Orden de Predicadores como
son “Fr. Juan Abreu, Fr. José Antonio Cobo, Fr. Ambrosio González coristas
éstos dos, y Fr. Tomás Acosta converso del Orden de Predicadores no se
atreve a declarar por la extensión de sus excesos por evitar más difusión;
porque en ambas revoluciones lo han pasado de apóstatas”19. Luego,
irmó su alegato.
En ese mismo día también hizo acto de presencia el reverendo padre José
Anselmo Peña20, quien fungía como notario de las consultas del convento
de San Jacinto de Caracas. En las Actas Capitulares correspondientes al
año 1805 se encontraba asignado al cenobio caraqueño y se le describía
como un pupilo de la comunidad.
La primera acusación del padre Peña va dirigida hacia el prior del convento
fray Ramón Betancourt. Lo caliicaba de “adicto” al gobierno revolucionario
en todas sus actuaciones y de profesar odio al rey, a los españoles, a los
canarios y a los criollos ieles a la causa monárquica. De las mismas realida-
des anteriores culpaba a otro sacerdote de su convento: fray Juan Abreu.
De los dos estudiantes dominicos, fray José Antonio Cobo y fray Ambro-
sio González, expresó que “por pública y notoriedad han sido tenidos
19 AGN, Causas de Inidencia, tomo XXIV, año 1814, Expediente 12, f. 537.
20 En las Actas capitulares de 1809 nos informan que nació en Caracas el 21 de abril de 1788, tomó el hábito el 27 de mayo de 1807 y profesó al año siguiente. Fue notario de las consultas por muchos años.
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y reputados por adictos al gobierno insurgente y odiosos contra el del
Soberano, Españoles, Canarios y Criollos amantes y ieles á la monarquía”21.
Al padre Santiago Salamanca22 también le endosa el epíteto de revolu-
cionario y narra un episodio ocurrido en la celda del prior Betancourt en
la noche del 4 de agosto del año 1813, momento en que “se esperaba la
invasión de los traidores Bolívar y Rivas”, cuando reprendió al padre Peña,
pues el padre Salamanca no entendía cómo siendo americano el sacerdote
Peña, él y otros frailes del convento se manifestaran adictos al gobierno
monárquico, y acabó diciendo que los frailes, incluido el mencionado
Peña, deberían ser ahorcados y deseaba que no escaparan de tal suplicio.
Del hermano converso fray Tomás Acosta23 dice que apostató de su con-
vento hace cuatro o cinco años
[...] y acompañó de paje a Bolívar en la primera revolución y con él anduvo
hasta que volvió á entrar en el citado mes de agosto, y que es decidido
enemigo del Rey, la Nación Española europea y americana en términos de
haberse explicado diciendo que todos debían morir por afectos á la causa
del Rey y enemigos del Gobierno revolucionario24.
El siguiente testimonio fue el 16 del mismo mes. En esta ocasión com-
pareció don José Ignacio Ocampo, vecino de Caracas, quien acusó de
inidencia, entre otras personas eclesiásticas, al padre Ramón Betancourt
y al fray Santiago Salamanca.
Pedro Lalinde, vecino de la ciudad de Coro y administrador de la real renta
de tabaco, también señaló al padre Santiago Salamanca, al maestro Ma-
nuel Samaniego y al padre Juan Abreu como parte del grupo de clérigos
de los cuales tenía pleno conocimiento, por sus hechos y acciones, de ser
21 Ibíd., f. 537 vto.
22 Reverendo padre lector de vísperas desde 1801, Fr. Santiago Salamanca, quien nació en la ciudad y episcopado de Caracas el 3 de julio de 1763, tomó el hábito el 21 de diciembre de 1780 y la profesión la emitió el 22 de diciembre de 1781 en el convento de San Jacinto de Caracas. Fue prior del convento de San Jacinto.
23 En 1801 era novicio en el convento de San Jacinto. Nació en la ciudad de La Palma, episcopado de Canarias, el 20 de mayo de1766, vistió el hábito el 2 de agosto de 1799 y profesó el 3 de agosto de 1800. En las Actas de 1807 fue asignado al convento de Margarita y en las Actas de 1809 había sido destinado al convento de El Tocuyo y tenía el oicio de sacristán mayor.
24 AGN, Causas de Inidencias, tomo XXIV, año 1814, Expediente 12, f. 538.
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enemigos de la causa del rey. También señaló como cierto el relato del pa-
dre Juan José García Padrón, donde lo ubicaba a él en la disputa sostenida
entre el padre Manuel Samaniego y Francisco Paúl acerca de la quema
de las imágenes y el descontento y desprecio por las bulas pontiicias.
El día 17 siguieron recabando testimonio contra los levitas caraqueños.
El presbítero don José Antonio Melean, cura coadjutor del pueblo de
San José de Chacao, nacido en la ciudad de San Felipe el Fuerte, también
numera como sediciosos al padre Ramón Betancourt, quien en privado y
“en la cátedra del Espíritu Santo [sostuvo conversaciones con] algunos de
ellos”25 ha manifestado su enemistad a la causa regalista; el mismo caso
aplica para el padre Santiago Salamanca, el padre Manuel Samaniego y el
padre Juan Abreu. Nada dice de los religiosos estudiantes o del hermano
converso.
En ese mismo día leemos el testimonio de otro dominico del convento
de San Jacinto, se trata del muy reverendo padre fray Andrés Gil, para ese
momento subprior de la comunidad dominicana26.
Repasando su comunidad, señala como conspiradores contra el orden
colonial establecido al padre Juan Abreu, a los religiosos estudiantes José
Antonio Cobo y Ambrosio González, a fray Tomás Acosta, “apóstata de la
religión compañero de Bolívar en sus expediciones, invasión y fuga de
esta ciudad”27; no se le escapa de la lista el padre Santiago Salamanca ni
el prior Ramón Betancourt,
[...] a cuya celda ocurrían á tratar sobre la materia [insurrección] los citados
Pbro. Bachiller D. Miguel Santana, un secular, D. N. Volcán, D. Juan Verde,
el Pbro. D. Juan Félix Roscio, Fr. Manuel Samaniego, Fr. Juan Abreu […]
hablando contra el Soberano, su legítimo gobierno y los ieles españoles
de uno y otro hemisferios28.
25 Ibíd., f. 540.
26 Nació en el pueblo de Guarenas el 20 de marzo de 1761, vistió el hábito el 2 de junio de 1781 y profesó sus votos el 9 de junio de 1782 en el convento de San Jacinto de Caracas. En las Actas del Capítulo de 1805 fue nombrado sacristán mayor del templo de San Jacinto.
27 AGN, Causas de Inidencias, tomo XXIV, año 1814, Expediente 12, f. 541 vto.
28 Ibídem.
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Es la primera ocasión donde observamos que en las habitaciones del prior
de San Jacinto había reuniones clandestinas y de tinte revolucionarias;
tal acontecimiento es bien importante, pues no teníamos noticias, hasta
el momento, que ocurrieran estas tertulias políticas en el interno del
convento. El ambiente comunitario de los frailes debió estar bien cal-
deado, pues la discrepancia en torno a la situación política formó grupos
adversos entre sí que dieron al traste con la paz conventual. Si el superior
era independentista, el siguiente en la línea de gobierno del convento, el
subprior, era monárquico.
Otro religioso dominico fue llamado a testiicar en el proceso, seguido
por el gobernador Quero. Se trata del estudiante o corista –según la de-
nominación de la época– Miguel Olayzola29. Luego de los juramentos de
rigor, pormenoriza en los religiosos del convento de San Jacinto.
Cuando señala al padre Santiago Salamanca como simpatizante de los
insurgentes, además puntualiza cómo este religioso trataba de inculcarle
ideas sobre la monarquía en estos términos: “que el rey era un monifato,
que no había tal rey, que los españoles eran unos infames que los mal-
decía, que era preciso acabar con todos ellos y con los buenos criollos
ieles al Soberano y su monarquía”30. También escuchó al prior Betancourt
expresarse en estos términos:
[...] le oyó ultrajar á otros religiosos porque eran [tachada la palabra], epíteto
con que los insurgentes distinguían á los ieles españoles de los que eran
de la clase de aquellos; que los mismos insultos experimentó y toleró el
exponente del citado Padre Betancur y de Fr. Juan Abreu religioso del mismo
Orden, y del corista Fr. José Antonio Cobo, quien lo delató por opuestos al
sistema independiente y amantes al Rey y su legítimo Gobierno31.
29 Del hermano Miguel Olayzola sabemos que en las Actas de 1813 no aparecen asignaciones en el convento de San Jacinto, pues por el terremoto del año doce se consideraba cerrada la comunidad. Pero en las Actas de 1817, donde vuelve a considerarse en el apartado de las asignaciones la exis-tencia del convento, su nombre es colocado entre los religiosos en formación. Ya ostenta el orden del diaconado. Había nacido en Caracas el 30 de marzo de 1793, tomó los hábitos religiosos el cinco de octubre de 1805 y profesó los votos el 2 de octubre de 1808 (¿?), según se lee en las Actas.
30 AGN, Causas de Inidencias, tomo XXIV, año 1814, Expediente 12, f. 542.
31 Ibíd., f. 542 rto-542 vto.
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Del hermano lego o converso Tomás Acosta, dice lo que sigue:
[…] el lego apóstata […] quien acompañó á Bolívar desde la revolución an-
terior que destruyó el Sr. D. Domingo Monteverde hasta que volvió con él y
sus tropas á invadir esta ciudad, donde perseveró hasta que se profugó con
aquel caudillo y demás emigrados, y aún tiene noticia aunque no positiva
que aprendido en Cumaná fue traído á La Guayra y existe en las Bóvedas32.
También expuso que recibió insultos de parte del estudiante prófugo fray
Ambrosio González. Al inal declara su edad: veintiún años, estampando
su rúbrica luego de serle leída su evidencia.
Luego de la exposición de Olayzola, ojeamos en el expediente la compa-
recencia de otro estudiante del convento de San Jacinto. En esta ocasión
hace acto de presencia fray Miguel Espinoza33. Su testimonio es valioso
porque, además, atestigua cómo en el convento se reunían personajes
adeptos a la independencia. Narra el caso del presbítero Miguel Santana,
hermano del secretario de decretos del poder ejecutivo del gobierno
republicano, quien visitando a los frailes despotricaba contra las autori-
dades borbónicas y de aquellos seguidores y vasallos del régimen real,
sin veleidad alguna. Pensaba el levita Santana que con la llegada del
caudillo español José Tomás Boves (1782-1814) los ciudadanos de Cara-
cas perderían sus derechos, convirtiéndose en esclavos del indomable
caudillo realista. Del padre Santiago Salamanca tiene una semblanza
muy dantesca, salpicada de las anécdotas vividas entre la comunidad:
Que al Padre Fray Santiago Salamanca religioso Presbítero del mismo Or-
den de Predicadores oyó muchas ocasiones en conversaciones secretas y
públicas que sin reparo se profería en la mayor detestación contra el Rey
y los ieles españoles de aquellos y estos dominios abominando su justa
causa, persuadiendo y seduciendo á los oyentes la abandonasen y siguiesen
la de independencia, y quando se aproximaba la invasión que hicieron en
esta ciudad los insurgentes caudillos Bolívar y Rivas y secuaces, y habiendo
32 Ibíd., f. 542 vto.
33 Fray Miguel Espinoza aparece en las Actas de 1817, entre los religiosos en formación. Ha recibido el orden del subdiaconado para esa fecha; había nacido en Caracas el 29 de septiembre de 1794. Tomó el hábito dominicano entrando en el noviciado el 28 de enero de 1810 y había profesado en la Orden de Predicadores el 3 de febrero de 1811 en el convento de San Jacinto.
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emigrado muchos españoles se explicó en términos tan fuertes que los
maldecía a todos34.
La misma conducta observa fray Miguel Espinoza en el prior Betancourt
en sus actuaciones públicas y privadas. Otro tanto veía en el comporta-
miento exterior del padre Manuel Salamanca. Cuando reirió el carácter
insurgente del padre Francisco García, del Orden de los Menores, recordó
una conversación sostenida entre el padre franciscano y el prior Ramón
Betancourt sobre la suerte del convento de San Francisco de Caracas.
El guardián del cenobio de San Francisco era el padre ángel Cerezo, pero
el padre García pensaba que, con la llegada de las tropas patriotas de
Bolívar y de José Félix Rivas, la conducción de la comunidad caería sobre
su responsabilidad. El padre Cerezo fue, efectivamente, depuesto de su
oicio de guardián.
También señaló entre los revolucionarios de San Jacinto al padre Sama-
niego y al padre Juan Abreu. De este último recuerda que cuando fue
puesto preso y privado de toda comunicación el maestro que trabajaba
en la fábrica del convento, el albañil Hipólito Camejo acusado de godo,
el padre Abreu se dirigió a fray Miguel Espinoza y a Fray Miguel Olayzola,
quienes ayudaban en la fábrica del convento derruido por el terremoto
de 1812, por mandato expreso del P. prior, diciendo que ya que había
caído el maestro, faltaban sus discípulos.
“Que el corista de su comunidad Fr. Antonio Cobo además de su adhesión
al sistema insurgente delató a los religiosos de su convento Fr. José An-
selmo Peña, al corista Fr. Miguel Olayzola y al declarante por españoles”35.
Con respecto al fraile Tomás Acosta, reirió la misma historia de los demás
religiosos del convento: apostasía de la fe, emigración hacia el Oriente
con las tropas de Bolívar por la avanzada de Boves hacia Caracas y regreso
una vez reconquistada la ciudad.
34 AGN, Causas de Inidencias, tomo XXIV, año 1814, Expediente 12, f. 543.
35 AGN, Causas de Inidencias, tomo XXIV, año 1814, Expediente 12, f. 543 vto.
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El 19 del mismo mes compareció el señor Antonio Quevedo, natural de las
Islas Canarias. De la lista que le fue presentada señaló como insurgentes
a los padres Salamanca y Betancourt.
Don Pablo Echezuría, regidor del cabildo formado por disposición de
Boves, también asistió ante las autoridades para denunciar a aquellos
eclesiásticos con comportamiento político independentista. Entre los
dominicos recordó a los padres Betancourt, Juan Abreu y Santiago Sala-
manca como ieles seguidores de la causa separatista.
De los estudiantes Cobo36 y González y del hermano Acosta no le consta
nada, porque no los conoce suicientemente y no ha escuchado asomo
alguno sobre la conducta política de ellos. Parece que en estos últimos
casos quienes tienen más información, leyendo el voluminoso informe,
son los religiosos del mismo convento, porque cuando se les preguntó a
los caballeros y personajes principales de la sociedad sobre estos religio-
sos, demostraron ignorar las actividades de los frailes con escaso ascenso
dentro de la vida conventual.
Don Nicolás Peña, caraqueño y oicial cuarto del Tribunal de Cuentas,
hizo mención explícita de los nombres de los padres Ramón Betancourt,
Santiago Salamanca y el maestro Manuel Samaniego. Ningún otro nombre
recuerda de la lista del gobernador.
El último en comparecer ese día fue el padre Pablo Linares, religioso del
convento de Nuestra Señora de las Mercedes. Había sido su prior hasta
que el gobierno patriota decretó la suspensión de su gestión al frente de
la comunidad de los mercedarios. Entre los disidentes dominicos señala
a los padres Santiago Salamanca, Ramón Betancourt, Manuel Samaniego
y Juan Abreu. No entra en más detalles sobre los religiosos de Santo Do-
mingo. No fue el único religioso depuesto por las autoridades patriotas;
también le tocó al padre ángel Cerezo, el 20 de ese mes, comparecer ante
las autoridades. Recordemos su suspensión en el oicio de guardián del
36 En las Actas capitulares de 1809 se notiica que nació en Caracas el 30 de mayo de 1772, tomó el hábito dominicano el 12 de octubre de 1789 y profesó al año siguiente en el convento de Caracas. En la lista de los eclesiásticos, confeccionada por el gobernador Quero, aparece al lado del nombre del fraile estudiante Antonio Cobo que su condición en ese año de1814 es el de “emigrado”.
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convento de San Francisco de Caracas. Entre los dominicos inidentes
acusa a los padres Santiago Salamanca, Ramón Betancourt, Manuel Sa-
maniego y Juan Abreu, y al corista Ambrosio González.
Otro religioso franciscano realista era el padre ex provincial fray Joaquín
Castillo Beitía. Reconoce entre los revoltosos contumaces al padre Santia-
go Salamanca, al padre Ramón Betancourt, al hermano lego Tomás Acosta
y al Maestro Manuel Samaniego; todos ellos bien conocidos como adictos
al sistema revolucionario, contrarios al Rey y su gobierno en la ciudad de
Caracas y en los territorios de la Capitanía General de Venezuela.
No termina la lista de los franciscanos testigos. Fray Francisco Antonio de
Vera, deinidor conventual y originario del puerto de La Guaira, expuso
que entre los insurgentes debía señalarse a los dominicos padres Santia-
go Salamanca, Ramón Betancourt y Juan Abreu. Así mismo, reirió como
insurgentes a los coristas José Antonio Cobo y Ambrosio González; entre
los conversos señaló a fray Tomás Acosta.
El padre Francisco Antonio de Castro, ex provincial y miembro del conven-
to de San Francisco, sólo menciona en su relación a los padres Betancourt,
Salamanca, Samaniego y Abreu.
El predicador mayor del convento de los menores, fray Andrés González,
acusó de revolucionarios a los mismos religiosos del convento de San
Jacinto, denotados por sus hermanos. Sobre el padre Santiago Salamanca
dijo que un día saludándolo en la calle le espetó enardecido que si fuese
un juez o tuviera alguna autoridad acabaría con los godos.
El sacerdote Antonio Artola, andaluz y tesorero del arzobispo Coll y Prat,
manifestó que durante la época de la insurrección se mantuvo siempre
en su habitación, pero había oído decir que entre los dominicos insur-
gentes se hallaban los padres Santiago Salamanca, Ramón Betancourt,
el maestro Manuel Samaniego y Juan Abreu. No indaga sobre algún otro
insurrecto entre las ilas del convento de San Jacinto, y de la lista que le
presentaron indicó algún otro nombre para retirarse a las dependencias
del palacio arzobispal.
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Con las pruebas evacuadas gracias al testimonio de los clérigos y seglares
que testiicaron, se procedió a remitir a España, en el bergantín Palomo
conducido por su capitán Ramón y Rada, a los trece sacerdotes, entre ellos
a los dos dominicos Ramón Betancourt y Manuel Samaniego. Firman la
partida el gobernador Quero y el auditor de guerra Isidro González, en
Caracas el 21 de septiembre de 1814. El 23 de septiembre de 1814 zarpó
el bergantín Palomo del puerto de La Guaira.
El 29 de septiembre acudieron dos diáconos franciscanos, oriundos de la
ciudad de Maracaibo, que testiicaron contra los dominicos. Aunque no
conocieron personalmente a los religiosos de Santo Domingo, dijeron que
habían escuchado sobre ellos y era suiciente para endilgarles el adjetivo
de subversivos a la Corona. Se trata de los frailes José Manuel Fonseca
y José Joaquín Henríquez, quienes acusaron a los padres Betancourt,
Santiago Salamanca, Juan Abreu y al corista Cobo Fuentes.
La actuación de Quero sobrepasó con creces la legalidad de su proceder. Al
Consejo de Indias y al Rey le parecieron insuicientes las pruebas levanta-
das y se le hizo ver algunos vicios y faltas cometidos en la elaboración del
proceso. En virtud de lo anterior se le conminó a enviar la documentación
pertinente y en el futuro a proceder según el derecho37. El 23 de diciembre
de 1815 se envió comunicación a la Corte exponiendo, entre otras cosas,
que se remitían los documentos faltantes del proceso. Entendemos que
nunca llegaron a su destino, pues no hemos encontrado copia de ellos.
Por su parte, los frailes enviados prisioneros a España, luego de un tiempo
prudencial, decidieron tramitar su libertad al constatar las irregularidades
del caso. Extraditados de su país, reclusos en tierra extranjera, liberados
pero sin poder acercarse a la costa o puertos de España, tuvieron una
vida difícil mientras esperaban la libertad. El Consejo de Indias decidió el
traslado de los presbíteros a la ciudad de Córdoba y luego a diversos con-
ventos de las órdenes religiosas de los dominicos, franciscanos, oratorios
de San Felipe Neri, mercedarios, pues a ellos correspondía hacerse cargo
de la manutención de sus hermanos americanos privados de libertad.
37 La comunicación de Madrid viene con fecha del 6 de septiembre de 1815 y la copia hecha en Caracas es del 13 de abril de 1817. EN AGN, Causas de Inidencias, tomo XXIV, año 1814, Expediente 12, f. 574 rto y vto. Una segunda comunicación del mismo tenor que la anterior fue enviada de Madrid el 26 de octubre de 1815. La transcripción del documento corresponde al folio 575 recto y vuelto.
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Desde la ciudad de Cádiz escribe el padre Samaniego el 1 de agosto de
1817 al Ministro de Gracia y Justicia de España exponiendo su caso. El
día 12 del mismo mes y año insiste en que se le otorgue un pasaporte
para ir a Venezuela o a Puerto Rico. Ahora escribe desde Sevilla. También
aparece la petición del padre Ramón Betancourt, con otros documentos,
y solicitan ambos volver a Venezuela.
El 28 de diciembre de ese año de 1817 vuelven a escribir el padre Sama-
niego y el padre Betancourt exigiendo justicia en el caso que les atañe y
piden, si no existen alegatos suicientes para acusarlos, se les permita el
viaje a Venezuela. La misiva fue enviada desde Jerez de la Frontera.
Después de un periodo de silencio de dos años el padre Samaniego volvió
a la carga: escribió en tres oportunidades: 20 de abril, 23 de agosto y 31
de agosto de 1820, exponiendo su irregular caso ante la justicia:
Yo no estoy juzgado, ni sentenciado, y por tanto ningun cargo se me ha
hecho, en el dilatado tiempo de seis años de destierro, con ocho meses
de pricion, mil leguas de mi patria, sin tener donde bolver la cara, en un
pais cuyo contrario clima, ademas de mis abituales achaques propios de
la abansada edad de setenta y cinco años, me ha causado agudas y peli-
grosas enfermedades, dandoles fomento los muchos trabajos, y miserias
que é sufrido38.
El padre Ramón Betancourt tampoco permaneció de brazos cruzados.
Entabló una larga batalla comunicacional escrita con distintas autoridades
de la Corona con el in de verse liberado y poder viajar a su querida patria.
Hemos encontrado una carta escrita en Cádiz el 10 de septiembre de
181639 a la futura reina de España, María Cristina, donde le expuso su
inocencia y su deseo de pasar al convento de San Juan de Letrán de La
Habana, gracia que esperaba recibir con motivo de las nupcias reales.
38 AGI, Audiencia de Caracas, Legajo 387: Carta de Fr. Manuel de Samaniego a los Señores del Soberano Congreso (Jerez de la Frontera, 31-08-1820).
39 AGI, Audiencia de Caracas, Legajo 388: Carta de Fr. Ramón Betancourt a V. M. (Cádiz 10-09-1816).
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Con Fr. Manuel Samaniego enviaron ambos otras correspondencias: 22 de
marzo de 1815, 20 de abril de 1815 y 22 de julio de 181540, pidiendo que
se les auxiliara en la miseria y abandono en que se encontraban. El escrito
está enviado al Gobernador de Cádiz. No cabe duda que el problema no
fue resuelto, pues el 3 de agosto de ese mismo año vuelven a lamentarse
de su manutención ante el Sr. Presidente del Consejo de Indias. El 3 de
octubre el P. Ramón Betancourt, desde Cádiz, reanudó su caso. Escribió
en esta ocasión directamente al rey Fernando VII casi con los mismos
argumentos anteriores, y pidió ser trasladado a La Habana o Puerto Rico
dando como razones la benignidad de esos climas para su salud.
La última vez que aparece una súplica del P. Betancourt trae la fecha de
17 de junio de 1817. Está en Cádiz. Pide pasar al convento de La Habana,
insiste en su inocencia y acusa al expediente formado en Caracas de ser
absolutamente ilegal. Desea vivir en un clima más en consonancia con
su salud (Montilla, 2009: 159-160).
Del padre Santiago Salamanca sabemos que huyó, evitando así el encar-
celamiento y el inevitable destierro. Es la información aportada por las
autoridades del convento de San Jacinto al vicario general de la Orden,
Fr. Ramón Guerrero:
El R. P. Presentado Fr. Santiago Salamanca (condecorado ahora con el grado
de Maestro) en las emigraciones hechas de esta Provincia y Ciudad salió
para Curazao Ysla de la dominación Olandeza en donde permanece aun;
el ha ofrecido volver á la ciudad de Cumaná, y por eso lo hemos asignado
para allí instituyendole Prior de aquel Convento, ignoramos en realidad, si
es delincuente, o su fuga fue de miedo de los insurgentes41.
La carta42 enviada al vicario desde Caracas corresponde al año 1817.
40 Todas estas correspondencias en AGI, Audiencia de Caracas, Legajo 388.
41 Ibídem. En las Actas de 1809 el P. Santiago Salamanca aparece como Presentado. Nació en Caracas el 3 de julio de 1763. Tomó el hábito dominicano el 27 de noviembre de 1768 y profesó al año siguiente. Según estas fechas, habría tenido 5 años al profesar. Es un error porque en las Actas de 1817 al tomar los datos del P. Salamanca se dice que tomó el hábito el 21 de diciembre de 1780. Ya conocemos la causa de la salida del religioso de Venezuela.
42 AGOP, XIII-011005: Epístolæ variaque documenta: 1670-1825. Carpeta 1808-1817: Carta del deinitorio en que habla largamente de las contribuciones, (Caracas 13-01-1817).
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Del padre lector Juan Abreu, cuyo nombre se encontraba en la fatídica
lista de Quero, conocemos su huida de la persecución del gobernador
realista y ahora se encontraba en una situación precaria. Una consulta del
28 de enero de 1817, convocada por el subprior fray Andrés Gil, trataba
exclusivamente el caso del padre Abreu.
Dicho religioso pedía licencia para poder irse al convento de Puerto Rico
y allí poder proseguir su carrera académica, ‘pues ya behian que estaba
inabil que no podia ni confesar, ni predicar, ni siquiera poder salir á la calle
para hacer sus diligencias para remediar en algo sus muchas necesidades
por hayarse privado del el Gobierno’43. Los dominicos eran conscientes de
la pretensión del gobierno de darle pasaporte para ir a Puerto Rico y no
dudaron en otorgarle la licencia necesaria (Montilla, 2009: 169).
Sabemos que el P. Abreu estaba en 1828 de cura en los valles de Río Chico.
El informante no es otro que el padre Juan García Padrón, quien escribe
una carta donde informa del paradero de los religiosos pertenecientes al
convento de San Jacinto, pues las autoridades provinciales habían perdido
contacto con los conventos venezolanos.
2.2.2 Los dominicos ieles a Fernando VII
¿Qué ocurrió con aquellos frailes defensores de la continuación del poder
de la Corona española en Venezuela? Les hemos seguido la pista a varios
de estos dominicos y sus peripecias por las islas del Caribe, donde fueron
a trasladarse a conventos de la Provincia de Santa Cruz de Indias.
No conocemos cuándo el padre Felipe Espinosa decidió emigrar de Ve-
nezuela o si fue obligado a salir por el gobierno republicano. En las Actas
provinciales de 1829 se le concede el grado de presentado con título de
lector. Suponemos que estaba en el convento de Santo Tomás de Puerto
Rico, porque en las Actas de 1833 le fueron concedidos los grados de
regente segundo y lector de teología de vísperas que se dictaba en el
mismo cenobio dominicano.
43 ACSJ, L. C., f. 44.
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Y no era el único viviendo en la isla. También estaban el padre Anselmo
Peña, nombrado maestro de novicios del convento de Puerto Rico, y el
padre Juan García Padrón, quien hacía vida comunitaria en el hospicio
de San Germán. Algunos grados se conirieron a estos religiosos, pero
al año siguiente, 1834, se consideró suprimida o extinta la Provincia de
Santa Cruz de Indias.
El P. Juan García Padrón se encontraba gobernando el convento de San
Jacinto en ausencia del prior Yanez cuando fue expulsado de Venezuela
por órdenes del poder civil:
Cap. [Capitán] Lino de Clemente de la Orden de Libertadores condecorado
con el busto de la E. el Libertador General de Division y Comandante General
de la Provincia de Caracas = De orden de S. E[xcelencia] el Gefe Superior =
concedo pasaporte al Religioso de Santo Domingo Fr. Juan García para que
veriique su embarque fuera del territorio de Colombia con prohibición de
no volver mas á el. Caracas octubre 8, 1827, = El General = Lino de Clemente
= Comandancia de armas = Embarquese para Curasao en la Golera María
Carolina = Guayra octubre 17, de 1827 = 18º. Ramón Ayala44.
El padre García Padrón no llegó a la vecina isla de Curaçao como destino
inal: sus pies tocaron tierra en Puerto Rico el 12 de noviembre de 1827. El
22 de noviembre ya se encontraba haciendo gestiones para acreditar su
idelidad irresoluta a la Monarquía de España. Para ello había acudido a
los buenos oicios de don Miguel de La Torre para conseguir su testimonio
de iel vasallo de Fernando VII.
También el mismo día escribió al provincial de Santa Cruz de Indias
haciendo una relación pormenorizada de sus grados académicos y los
oicios ocupados por García Padrón desde el año de 1808 hasta su ex-
pulsión en 1827.
Una tercera misiva con el mismo destinatario, el provincial P. José María Espi-
nosa, tiene como inalidad narrar su exclusión de Caracas en estos términos:
44 AGOP, XIII-011008: S. Crucis Indiarum. Documentación sobre el P. Juan García Padrón. Para una visión general del comandante Lino de Clemente y Palacios (1767-1834), véase el artículo sobre el prócer en Sosa de León, M., “Clemente y Palacios, Lino de”, en Diccionario de Historia de Venezuela, tomo A-D, 692-3.
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La noche del veinte y ocho de Septiembre entre once y doce fui sorprendido
en nuestra celda por la fuerza armada, la que sin permitirme ni aun tomar un
sombrero ni dar llave á aquella, me condujo, acto continuo hasta el Puerto
de la Guaira. Allí se me encerró en una bodega con sentinela á la puerta, sin
mas auxilio que luz y agua; en cuyo estado permanecí por espacio de diez
y siete dias, al cabo de los cuales fui embarcado para la Ysla de Curasao,
con esprecion en el pasaporte de no volber á pisar aquellos dominios45.
Según narra al P. provincial, los frailes de ideas monárquicas habían
convenido en no abandonar el convento de los predicadores situado en
Caracas. Por tal motivo, allí se encontraba ejerciendo el oicio de subprior
y de regente de estudios de la comunidad cuando fue llevado contra su
voluntad al puerto de La Guaira.
Desea la vuelta del poder de la Corona en Venezuela. “La esperanza de una
reconquista nos ha animado siempre”, deja caer con anhelo. La realidad
es totalmente contraria y funesta para sus deseos: la batalla en el campo
de Carabobo en 1821 había desmontado las pocas probabilidades de
regresar al antiguo régimen, y Venezuela se había visto libre, por in, de
constituirse en una nación soberana.
La actual situación del padre García Padrón también se debe, en sus pa-
labras, a falsis fratribus que le habían perjudicado. No dice nombres y se
limita lacónicamente a expresar que en una carta como esa no es posible
entrar en más detalles. No cabe duda, se reiere a algunos religiosos de
la comunidad de San Jacinto.
Padecieron la misma suerte los otros padres dominicos afectos a la
Corona. En una Consulta de la comunidad de San Jacinto del año 1827
vemos irmando la misma a los padres Miguel Olayzola, Miguel Espinoza
y Anselmo Peña. Recordemos que ellos fueron llamados a testiicar en el
Sumario del gobernador Quero en 1814.
Las expulsiones de religiosos en Venezuela continuaron haciendo estra-
gos en la comunidad de San Jacinto. Hemos encontrado una carta46 en
45 AGOP, XIII-011008: S. Crucis Indiarum: Carta del P. Lr. Fr Juan García Padrón… folio 1 recto.
46 AGOP, XIII-011008: S. Crucis Indiarum: Carta del P. Fr. José Anselmo Peña al P. Maestro de la Orden (Puerto Rico 19-04-1828). Consta de un folio escrito por ambas caras.
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el Archivo General de la Orden, escrita por el P. José Anselmo Peña47 el
19 de abril de 1828, cuatro meses después de su exilio involuntario. La
descripción de la deportación en la misiva es parecida a la relatada por
el P. García. El padre Peña cuenta también los detalles de su detención y
expulsión de Venezuela de esta manera:
[…] me sorprendieron y prendieron en mi propia celda de aquel convento
los satélites del gobierno rebolucionario el dies y nueve de diciembre ultimo
conduciendome despues con tropas armadas a las bovedas del Puerto de
la Guayra, y de alli me embarcaron para la Ysla de Santomas, de donde tan
luego como pude me pasé a este nuestro convento de Sto. Tomás de Pto.
Rico en donde estoy para todo esto guste y quiera mandarme V. E. R. como
a su hijo rendido, y súbdito obediente48.
Había comenzado la correspondencia declarándose un religioso de con-
ducta impecable en todos los aspectos de su vida. Luego, con evidentes
muestras de desconsuelo y pesar, da algunas pinceladas sobre el mo-
mento político venezolano, añadiendo en ellas su opinión bien particular:
[…] Mas este feliz tiempo de serenidad y seguridad ya no existe: los insultos
y desordenes lo han reemplazado. Dio principio este en el asiago año de
Diez en que por primera vez se enarvoló por los traydores el estandarte de
la rebolucion en aquellos desgraciados paises dignos a la verdad de mejor
suerte […] Desde entonces sufro la mas atroz persecución por aquellos
rebeldes nada mas que por haberme manifestado siempre defensor de los
derechos imprescritibles que tiene sobre aquellos hermosos y dilatados
territorios nuestro muy amado Soberano el Señor Dn. Fernando Séptimo
que Dios gue […] permanecia yo con irmeza y constancia en mi acendrada
lealtad […] como en defender tambien nuestra Santa Religión y Profesión:
ultrajada en sus sarcasmos; en sostener el respeto veneración y decencia
propia y justamente debida á la Casa de Dios, y de nuestro convento:
profanada con sus crímenes, y por último en conservar todo el decoro y
dignidad tan bien merecido a nuestro sagrado habito, que tanto odian
47 Fue Notario del convento de San Jacinto por mucho tiempo. Al menos su irma como secretario aparece en el Libro de las Consultas desde el 4 de julio de 1811, siendo la última el 6 de diciembre de 1827, pocos días antes de su deportación.
48 AGOP, XIII-011008: S. Crucis Indiarum: Carta del P. Fr. José Anselmo Peña al P. Maestro de la Orden (Puerto Rico 19-04-1828), folio vuelto.
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y desprecian; a tanto grado de descatolisacion y corrupcion han llegado
aquellos reboltosos principalmente desde el año veinte y uno acá49.
Pero las noticias van llegando lentamente a Madrid. Por otro de nuestros
informantes, en este caso del P. Juan García, sabemos de algunos domi-
nicos expulsados de Venezuela conjuntamente con el P. Anselmo Peña.
Una carta enviada al maestro de la Orden el 5 de mayo de 1828 desde
su nuevo convento de Santo Tomás nos muestra cómo el P. Juan García
Padrón se interesó por la suerte del P. Anselmo Peña. Algunas noticias no
son alentadoras para la comunidad caraqueña de San Jacinto:
No pudo pasar en silencio la suerte que ha cabido á nuestros otros herma-
nos compañeros en el convento de estrecha observancia de la ciudad de
Caracas, el Pe. Presentado Fr. Felipe Espinosa, el Pe. Fr. Anselmo Peña y el Pe.
Fr. Miguel Olayzola (Q.E.P.D.) que expulsados de aquella ciudad, arribaron
los dos primeros a la Ysla de Santomas, con el dolor de haber dejado sepul-
tado en las aguas al ultimo que falleció en el transito, y estos sin perdida de
tiempo volaron a encerrarse en nuestros claustros como antes lo habían
practicado, á pesar de los disturbios, en nuestro convento de Caracas en
donde jamas se separaron, conservando siempre con la investidura de
nuestro santo habito el metodo de vida que prescriben nuestras Sagradas
Leyes en todo lo que fue posible50.
Las expulsiones de estos religiosos dejaron una comunidad desolada y
casi despoblada. Con menos de diez religiosos, pronto vendrá el cierre
deinitivo de sus puertas en 1837. La Iglesia y el convento serán demoli-
dos en 1873. Sus altares, imágenes religiosas, ropas litúrgicas, mobiliario
del convento y del templo, y objetos de culto fueron repartidos entre las
iglesias y capillas familiares de Caracas y sus alrededores.
49 Ibídem; folio recto.
50 Ibídem. La carta posee dos folios. La cita está tomada del folio 1 recto.
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3. La comunidad de los frailes dominicos del
convento de San Vicente Ferrer de Mérida
Los dominicos de la ciudad de Mérida estaban separados de sus hermanos
de San Jacinto no sólo por la enorme distancia entre uno y otro convento,
sino además por pertenecer el cenobio emeritense a la vecina Provincia
de San Antonino del Nuevo Reino de Granada51.
Efectivamente, los dominicos de la Provincia de San Antonino se habían
establecido en Pamplona en 1555. La expedición del capitán Juan Rodrí-
guez Suárez llega a la cordillera venezolana el 9 de octubre de 1558 con
el in de fundar la ciudad de Mérida, y con dicho acto también se echaron
las bases del futuro convento de San Vicente Ferrer.
El convento fue un puesto de avanzada para los frailes misioneros en
la sierra de Mérida y de aquellos que iban de camino a las misiones de
Barinas y Apure. Fue un convento modesto y de escaso personal. Las
leyes del congreso de Cúcuta cerraron sus puertas en 1821, y en 1828 el
Libertador Simón Bolívar decretó su reapertura para cerrar sus puertas
deinitivamente en 1837. Todos estos datos nos lo aporta el padre Alberto
Ariza (1971: 31-32).
3.1 La diócesis de Mérida-Maracaibo y la Independencia
Eclesiásticamente, la ciudad de Mérida estaba sujeta, en un inicio, a la
sede de Bogotá. La erección de la diócesis de Mérida de Maracaibo ocu-
rrió mediante bula del papa Pío VI el 17 de febrero de 1777. El segundo
obispo, fray Manuel Cándido Torrijos (1791-1793), y el tercer obispo, el
Maestro fray Antonio Espinosa (1795-1800), fueron dominicos y planearon
grandes proyectos para la recién creada diócesis, aunque la prematura
muerte de ambos prelados no pudo llevar a feliz término los deseados
planes para el episcopado.
51 Aprobada su erección en 1567 y formalmente establecida en 1571. Para las fuentes históricas de esta provincia, véase Zamora, A., Historia de la Provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada; cuatro tomos, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, Edit. Kelly, Bogotá 1980. La narración his-tórica del P. Zamora se interrumpe en 1696. Además, debemos mencionar la obra de Ariza, A., Los
Dominicos en Colombia, publicada en dos tomos por la Provincia de San Luis Bertrán de Colombia, Santafé de Bogotá, 1992.
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El cuarto prelado fue Santiago Hernández Milanés (1801-1812), y fue bajo
su pontiicado que sucedieron dos hechos interesantes para el estudio
de nuestra historiografía de la Independencia. El primero se reiere a la
invasión de las costas de Coro por el precursor Francisco de Miranda en
1806. El obispo Hernández Milanés rechazó entrevistarse con el invasor
y puso tierra por medio, suspendiendo la visita episcopal por la zona cos-
tera de su vasta diócesis cuando llegó Miranda con sus tropas y anhelos
de libertad.
El obispo “fue un empedernido realista, aunque después, en septiembre
de 1811, prestó juramento a la causa de la independencia y no tuvo en
adelante mayores choques con los patriotas” (Maradei Donato, 1978: 58).
No pudo hacer mucho más en la diócesis, pues en el terremoto del 26 de
marzo de 1812 murió bajo los escombros del palacio episcopal.
La postura política de Hernández Milanés debe entenderse desde la óp-
tica social del clero y de la sociedad merideña. No en balde “el clero de
Mérida y de Barinas era predominante por la independencia en muchos
casos, por lo menos, desde un punto de principios” (Watters, 1951: 49).
La autora Mary Watters expuso que el obispo se debatía entre las dudas
para respaldar este movimiento de emancipación. “Fue persuadido de
hacerlo por Talavera y Uzcátegui, miembros de su cabildo, y por Ortíz y
Villate, priores respectivamente de los Dominicos y Agustinos de Mérida”
(1951: 52).
El prior del convento de los dominicos estuvo muy activo en el campo
de la política desde 1810. Vamos a ver su trayectoria en el campo de la
inidencia, su actuación en el gobierno insurgente, su arresto, encarcela-
ción y puesta en libertad.
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3.2 San Vicente Ferrer de Mérida y su servicio a la causa
patriota
Al contrario de la comunidad de San Jacinto de Caracas, donde cam-
peaban las posturas realista y la patriótica escindiendo a los frailes en
dos bandos irreconciliables, el convento merideño fue gobernado por la
igura imponente del padre fray Juan Agustín Ortiz; no percibimos esta
dualidad política en el convento de Mérida.
La voluminosa obra Memorias de la Insurgencia, publicada por el gobierno
de Venezuela en este año del bicentenario de 2011, contiene la biografía
sucinta de 245 personajes considerados como conspiradores, motores de
los movimientos independentistas y traidores de la causa de la Corona.
Entre ellos están las biografías del padre Ramón Betancourt y del padre
Juan Agustín Ortiz. Dice la autora de la semblanza, Neruska Rojas, que el
padre dominico era natural de
Chiquinquirá en la provincia de Tunja del Virreinato de Santa Fé. En los albo-
res de la revolución de 1810 fue nombrado vocal de la junta revolucionaria
que se instaló en la citada ciudad [de Mérida], el 16 de septiembre, luego
del llamado que realizó el Ilustre Ayuntamiento (2011: 404).
El P. Ortiz formó parte de la Junta Suprema y estampó su irma en el
documento oicial. A partir de este momento comienza a trabajar por la
aceptación del documento que preparaba la nueva constitución de 1811.
También ofreció el escaso dinero que poseía el convento para comprar
armas. 50 pesos era una suma importante y releja el enorme interés por
parte del P. Ortiz para contribuir a la causa separatista.
El 28 de junio de 1812 fue despojado de su libertad y arrestado para ser
conducido a la ciudad de Maracaibo. Allí comenzó el proceso contra el
religioso dominico y otros cuatro eclesiásticos de Mérida.
Sucedió que el juicio presentó algunas irregularidades. Las quejas pre-
sentes en la documentación nos hablan de asperezas entre el defensor
del religioso dominico don Juan Nepomuceno Rubio y las autoridades
judiciales.
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El escribano de cabildo Joaquín de Faría, el 23 de julio de 1812, le notiica
al abogado Rubio que “se limite a hacer su defensa conforme a derecho
absteniéndose de lo inconducente, como es este escrito, y de lo que pa-
rezca estar dictado por el mismo espíritu de rebelión, e insubordinación,
que es el objeto de estas causas”52.
El señor Rubio decidió escribir el 24 de julio de 1812 para protestar por-
que su alegato había sido rechazado por el tribunal. También expone
que aceptó la defensa de los clérigos a pesar de no haber terminado sus
estudios de derecho, y agradece la conianza puesta por los magistra-
dos. No puede presentar una debida defensa pues tiene pocos días para
hacerlo; ya que los hechos de inidencia se cometieron en Mérida, debía
hacer ese penoso viaje para recabar toda la información necesaria y de
tal manera se encontraba en estos dos términos: defender y no poder
defender. Pedía, en todo caso, separarse de la causa.
Rubio no ceja en su empeño y al señor Gobernador Intendente y Coman-
dante General envía una carta con fecha del 26 de julio, donde expone
la situación de la defensa y le reprocha que no tenga la posibilidad de
abandonar la causa de los religiosos. El tribunal esgrime como argumento
carecer de suicientes facultativos en derecho para poder llevar adelante
la causa de insurrección e independencia de los padres Agustín Ortiz,
Antonio María Briceño, Enrique Manzaneda y José Lorenzo Aranguren. El
abogado defensor vuelve a insistir en el tiempo suiciente para ir a Mérida
y buscar los testimonios necesarios para la defensa.
El abogado Rubio volverá a hacer las mismas peticiones el 30 de julio
de 1812. En el alegato menciona algunas consideraciones sobre los reos
detenidos:
Que ellos juraron las Juntas, se separaron del Gobierno de Maracaybo, re-
conocieron la independencia de Venezuela, por razones sólidas y [ilegible
la escritura] que lo motivaron, y últimamente que han venido presos por
orden de V. S. Ellos están en los calabozos, nombraron defensor, y éste no ha
sido oído, pues contra él se puso auto de prisión, para ser arrestado, según
se dice, por haber defendido con carácter, y irmeza las leyes, que protege
52 AGN, Causas de Inidencias, tomo XIV, 1812-1813, Expediente 1, f. 7 vto.
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con tanta distinción a los reos. Así es, que éstos se hallan indefensos, y aún
lo estarán mientras el juez no tenga la bondad de admitir la demición del
defensor53.
La queja sigue; no se atienden sus reproches, se le obliga a continuar con
la causa caliicada por él de nula desde sus principios.
El decreto al primer escrito que presentó fue tachado por de espíritu revo-
lucionario, y sus doctrinas se han reputado criminales, siendo por esto…
violencia decidida infrángiendose las leyes, y no conociendo a los reos
la defensa que les corresponde por todos los derechos, natural, divino, y
positivo, formo este último acento protextando, como protexto ocurrirá
las superioridades54.
Otra comunicación al gobernador Ruiz de Porras entregada ese mismo
día por el abogado de la causa exige que se cumpla la Real Cédula de su
Majestad, en la cual se prohíbe absolutamente que ningún gobernador
pueda mancillar a sus vasallos o secuestrarlos de su provincia a otra des-
conocida sin la previa consulta de la Real Audiencia, “no puede V. S. por
ningún título, ni pretexto, expatriar o coninar a ninguno de mis clientes,
ni a otro alguno de los presos, sin la indispensable aprobación de S. A. y
mucho menos en el estado de indeferencia”55.
Todo parece indicar que la causa del P. Ortiz y de los otros levitas podría
trasladarse a la vecina isla de Puerto Rico. Rubio insiste en no trasladar y man-
tener a los eclesiásticos en Maracaibo. Los dominicos del convento de San
Vicente Ferrer, mientras tanto, recogieron la suma de 47 pesos para enviarla
al ilustre reo y menguar las necesidades del prior en la prisión de Maracaibo.
El gobernador Pedro Ruiz de Porras (brigadier de los Ejércitos Naciona-
les, gobernador militar y político, comandante general e intendente de
esta provincia) le pide al escribano que notiique a los reos que deben
elegir otro defensor. La comunicación tiene fecha del 30 de julio de 1812.
Entre tanto, la situación tiene un giro inesperado: contra los pronósticos
53 AGN, Causas de Inidencias, tomo XIV, 1812-1813, f. 12 vto.
54 Ibídem.
55 AGN, Causas de Inidencias, tomo XIV, 1812-1812, Expediente 1, f. 14 rto.
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del señor Juan Nepomuceno Rubio, la decisión inal sobre los presos se
traslada a la ciudad de Valencia, donde el 7 de noviembre de 1812 se
dicta sentencia.
Al padre Juan Agustín Ortiz, y a los presbíteros Enrique Salas Manzaneda
y Antonio María Briceño, se les condena a diez años de prisión en un
castillo; el último, el bachiller José Lorenzo Aranguren, a diez años en
una prisión. Firmaron dicha sentencia en Maracaibo el 29 de agosto de
1812 el gobernador Ruiz de Porras y el señor don José Vicente de Anca,
auditor general de guerra de las de Venezuela, teniente gobernador y
asesor del Gobierno de la de Caracas. Redactó el documento el escribano
de cabildo Joaquín de Faría.
Fueron acusados de insurrección en la ciudad de Mérida y de haber des-
empeñado otras funciones en el gobierno revolucionario. Cada uno debía
versar en la Real Hacienda el monto de 6.000 pesos para indemnizar los
costos del juicio. Una vez cumplida la pena carcelaria debían salir todos
desterrados a perpetuidad de los territorios gobernados por la Corona
de los Borbones.
El iscal pide para los reos eclesiásticos “todos los auxilios que exige la huma-
nidad y sean compatibles con su seguridad”56. El 23 de noviembre de 1812
se libró la correspondiente real provisión al gobernador de Maracaibo y al
despacho del comisionado general en Puerto Cabello para el recibimiento
de los cuatro sacerdotes y tener todo lo dispuesto sobre el alivio que pueda
dispensárseles en ese lugar. Firma el relator doctor Cayetano Arvelo.
Tenemos información motivada por el congestionamiento de las bóvedas
del castillo de Puerto Cabello y por minimizar las condiciones de presidio
de los eclesiásticos, en la que encontramos una nota con fecha del 12
de diciembre de 1812, donde se libra la orden al comandante político y
militar en Puerto Cabello “para que remita al convento de esta ciudad, y
a cargo y disposición de su Prelado a los Presbíteros Don Enrique Salas
Manzaneda, Dr. Dn. Juan María Briceño, y Fray Juan Agustín Ortiz”57.
56 Ibíd., f. 23 vto.
57 AGN, Causas de Inidencias, tomo XIV, 1812-1813, Expediente 1, f. 24 vto.
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Una real provisión con fecha del 14 de noviembre de 1812 viene a poner
en orden la situación irregular que se vivía en torno a los eclesiásticos
privados de su libertad. El iscal de Su Majestad Fernando VII considera que
[...] esta causa se ha sustanciado con el mismo desorden e ilegalidad como
que casi todas las demás sobre que ha representado el Fiscal, no dándose
lugar a la prueba de han ofrecido los tres primeros reos, y de fondo al úl-
timo absolutamente indefenso, por lo que no se halla la causa en estado
de sentenciarse”58.
Luego, el iscal enumera los vicios y errores contenidos en el expediente.
Faltan documentos, no se formaron expedientes a cada uno de ellos, no está
el acta o copia de la erección de la Junta Suprema, de los decretos emana-
dos de este gobierno, de los oicios del poder ejecutivo, de los testimonios
de las personas, de la irma de la constitución provincial; si alguno formó
parte del colegio electoral (el padre Ortiz perteneció a dicho colegio), se
debe ir a Mérida y a Maracaibo para recoger toda la documentación y se
hace absolutamente necesario darle nueva instrucción a la causa con todo
papel expedido por el gobierno revolucionario de Mérida, etc.
Firma don Manuel de la Cruz Rodríguez, escribano del Rey Nuestro Señor
y de Cámara interino de esta Real Audiencia, con el parecer y beneplácito
del regente y de los oidores.
El gobernador Ruiz de Porras manda se cumplan los requisitos exigidos
sobre la causa y ordena la suspensión de la pena pecuniaria hasta nuevo
aviso. La fecha del documento es del 3 de enero de 1813.
El expediente número dos del tomo décimocuarto de las Causas de
inidencias, conservado en el Archivo General de la Nación, contiene la
recopilación de los documentos contra los presbíteros don Enrique Salas
Manzaneda, el doctor don Antonio María Briceño y doctor fray Juan Ortiz,
y el bachiller José Lorenzo Aranguren.
58 Ibíd., f. 28 vto-29 rto.
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La primera que se copia aquí es el Acta de erección de la Junta Supre-
ma de Mérida59, hecho ocurrido el domingo 16 de septiembre de 1810.
Fueron convocados al ayuntamiento el pueblo, el clero, los militares, los
hacendados y los comerciantes de la localidad.
En ella fue elegido entre los doce vocales de la Junta Suprema el padre
Juan Agustín Ortiz. En ese mismo día hizo el juramento como vocal de la
Junta según el estado sacerdotal. También se sortearon los lugares que
debían ocupar los señores vocales de la Junta y en dicha ceremonia le
tocó al padre Ortiz el lugar número séptimo entre los doce sorteados.
La Junta Suprema constituida en Mérida decidió crear un batallón de milicias
regladas el 4 de diciembre de 1810. Estaría compuesta de ocho compañías
de fusileros y una de granaderos. Al pie del documento irmaba el prior del
convento de San Vicente Ferrer, entre otras autoridades de la Junta.
También las pesquisas mandadas a hacer por el gobernador Ruiz de Po-
rras encontraron otro documento donde se describe que al producirse la
vacante del teniente de la tercera compañía del batallón de las milicias de
la villa de Timotes, fue promovido al cargo el alférez de la misma compañía
Pedro José González, y para suplir esta vacante se promovió a Juan de
Dios Lobo. Firmaba el real decreto, entre otros miembros de la Junta, el
reverendo padre fray Juan Agustín Ortiz.
Una vez liberado hacia inales de 1812, regresó el padre Ortiz a su con-
vento de Mérida. Pero la situación de la guerra le obliga a ausentarse
nuevamente desde 1814 hasta 1821. Poco tiempo pudo estar de regreso,
porque el 18 de febrero de 1822 se le comunicaba, por medio de un oicio,
la extinción del convento, decretada el año anterior por los diputados
asistentes al Congreso de Cúcuta.
El 21 de febrero de 1822 volvieron a comunicarle la decisión e intentaron
que irmara la copia del decreto de extinción, pero el religioso se negó a
hacerlo excusándose y pidiendo la presencia de las autoridades para el día
siguiente. El 25 de febrero, cuando se presentaron de nuevo a imponerle
59 AGN, Causas de Inidencias, tomo XIV, 1812-1813, Expediente 2, f. 36 rto- 41 vto.
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la sanción de la supresión del convento, el padre Ortiz señaló que la ley
gravitaba sobre los conventicos con menos de ocho religiosos, pero que
el de San Vicente Ferrer tenía más. Sin embargo, el Consejo de Indias, en
consulta del 18 de enero de 1816, halló impracticable este proyecto. La
idea del prelado es retomada por el capitán general del ejército expedicio-
nario de Pablo Morillo (1778-1837). En un primer momento, el 18 de junio
de 1815, escribió a sus superiores pidiendo, entre otras cosas, “que si no se
le enviaban de España religiosos y curas, todos los medios de paciicación
serían infructuosos en Venezuela”60. Sin embargo, el Consejo de Indias,
en consulta del 18 de enero de 1816, halló impracticable este proyecto.
No retrocedió en su empeño el general Morillo. En 1818 volvió a proponer
la salida de un clero español para hacer frente a los problemas suscitados
en Venezuela. Con 40 ó 50 religiosos podría emprenderse la lucha en el
campo de la fe. Establecidos en los pueblos como curas, “harían más efecto
en la opinión pública” y contribuirían al tan ansiado apaciguamiento de
las provincias de Venezuela “que una buena división de tropas escogidas”.
No queremos entrar en la polémica sobre la actitud del Libertador Simón
Bolívar y su visión sobre la Iglesia. Nos limitaremos a decir que a partir de
1819 su cercanía a los obispos Lasso de La Vega de Mérida y Jiménez de
Enciso de Popayán lograron el apoyo de estos prelados a la causa patriota.
La guerra de independencia, junto con otros factores ad intra de la Orden
de Predicadores, motivó la exclaustración de los dominicos. Desde 1837
hasta 1902 fue un periodo de ausencia pero también de discernimiento.
Otros religiosos piensan en restaurar la vida dominicana, pero es ya una
historia distinta de contar…
Fray Oswaldo Montilla Perdomo, O.P.
60 AGI, Audiencia de Caracas, sección V, Legajo 386: Carta de Don Pablo Morillo al Ministerio de Gracia y Justicia de Yndias (Caracas, 18-06-1815).
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Fuentes documentales
Archivo del Convento de San Jacinto (Caracas):
Libro de consultas de este convento del Señor San Jacinto de Caracas, Orden
de Predicadores, iniciado en 5 de marzo de 1806, gobernando el R. P.
Sub-Prior in capite Fr. Thomas Yanes.
Archivo General de Indias (Sevilla):
Audiencia de Caracas, sección V, Legajo 386.
Audiencia de Caracas, Legajo 387.
Audiencia de Caracas, Legajo 388.
Archivo General de la Orden de Predicadores (Roma):
XIII-011000, S. Crucis Indiarum, Acta Capitulorum Provincialium (1801-1833).
XIII-011005, Epístolæ variaque documenta: 1670-1825. Carpeta 1808-1817.
XIII-011008, S. Crucis Indiarum.
Archivo General de la Nación (Venezuela):
Sección “Causas de Inidencias”: tomo XXIV (1814).
Expediente 12: Expediente sobre caliicar la conducta moral y política de
Eclesiásticos Seculares y Regulares durante el tiempo de la Rebolución
de estas Provincias (46 folios).
Sección “Causas de Inidencias”: tomo XIV (1812-1813).
Expedientes 1 y 2: Contra el reverendo Fray Agustín Ortiz, natural de Chi-
quinquirá, Reino de Nueva Granada; presbítero Dr. don Antonio María
Briceño Altuve; presbítero don Enrique Manzaneda y Salas, natural de
Trujillo y vecino de Mérida, y bachiller don Lorenzo Aranguren, vecino de
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Mérida, todos vecinos de la ciudad de Mérida y de los autores principales
de la insurrección de aquellos pueblos contra su legítimo gobierno. 1812.
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Fidelidad y realidades en el campo religioso:
el clero y la independencia en el Perú
(1820-1826)*1
Fernando Armas Asín**2
Universidad de Lima
Recepción: 20 de agosto • Aprobación: 27 de septiembre
Resumen
El presente texto busca precisar los términos en que fueron afectadas
las relaciones entre la religión, el poder y la sociedad por las guerras
de independencia. Se evidencia que esto ocurrió no solamente por las
ideas, la estructuración del nuevo Estado o las actitudes personales, sino
también por los acontecimientos económicos y por los nuevos impon-
derables pastorales. El documento trabaja esos términos y sus resultados
prácticos, que permiten explicar la real envergadura que implicó para el
campo religioso el giro de la nueva idelidad política de los eclesiásticos.
Palabras clave: Independencia del Perú, clero, catolicismo, historia pe-
ruana siglo XIX
* El presente artículo es el resultado de investigación del mismo nombre que el autor ha llevado a cabo en la Pontiicia Universidad Católica del Perú.
** Historiador peruano nacido en Lima en 1976. Es investigador en historia peruana y docente universita-rio. Es director de Agenda Histórica, boletín electrónico de historiografía peruana. Correo electrónico: faarmas@pucp.edu.pe
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 243-268
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Loyalty and Realities in the Religious Field:
the Clergy and Independence in Perú
(1820-1826)
Abstract
This text seeks to specify how much the relationships between religion,
power and society were afected by the wars of independence. It is evident
that these relationships were inluenced not only by the ideas, organiza-
tion of a new State or personal attitudes, but also by the economic events
and the new imponderable ministries. This document develops these
terms and their practical results, which help explain the real implications
for the religious ield of the change to a new political loyalty by the clergy.
Keywords: Peruvian Independence, clergy, Catholicism, XIXth century,
Peruvian history
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Fidélité et réalités dans le domaine religieux:
le clergé et l’indépendence au Pérou
(1820-1826)
Résumé
Ce texte cherche à préciser les termes selon lesquels les relations en-
tre la religion, le pouvoir et la société ont été afectées par les guerres
d’indépendance. Il met en évidence que ces relations se sont vues afec-
tées non seulement par les idées, la structuration du nouvel État ou les
attitudes personnelles, mais aussi par les événements économiques et les
nouveaux impondérables pastoraux. Le document travaille sur ces termes
et leurs résultats pratiques, qui permettent d’expliquer l’envergure réelle
qu’a impliqué, pour le domaine religieux, le revirement de la nouvelle
idélité politique des ecclésiastiques.
Mots clé: Indépendance du Pérou, clergé, Catholicisme, histoire péru-
vienne du XIXè siècle
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En una sociedad tan devota y religiosa como la de inicios del siglo XIX, la
Iglesia y los eclesiásticos controlaban el territorio de la moral social, de lo
que estaba bien y lo que estaba mal, inluyendo en el comportamiento
de los feligreses. Constituían además de los pocos actores históricos que
pertenecían al mundo letrado, gozando de un gran prestigio social y
moral e intermediando los contenidos educativos de otros estamentos
sociales. Estos religiosos crecieron en el lenguaje de la monarquía católica
borbónica, por lo que durante los días de la rebelión de Túpac Amaru
(1780-1781) fueron defensores de los ideales del Antiguo Régimen, en-
fatizando los conceptos de defensa de la unidad de la monarquía, y la
lealtad al rey y a la religión. Los años inmediatos posteriores estuvieron
marcados por los debates generados por la Revolución Francesa, con
un lenguaje negativo que enfatizó su carácter antirreligioso, violento y
opuesto a la tradición. Empero, en las primeras décadas del siglo XIX hay
dos momentos básicos de cambios político-sociales que los impactan y
fuerzan a tomar una nueva posición política. El primero gira en torno de
la crisis de la Corona (1808-1814) y su punto culminante es la jura de la
Constitución de Cádiz de 1812. El Perú fue uno de los territorios españoles
americanos en donde no cuajó un movimiento independentista derivado
de la crisis monárquica y de los debates del experimento constitucional
gaditano. El segundo momento se inicia con la llegada de José de San
Martín (1820) y las múltiples declaratorias de independencia que arribaron
junto con él. Este es el ciclo, por su envergadura y pertinencia para los
cambios deinitivos, sobre el que interesa trabajar.
1. Cohesión del primer momento
El cambio de pensamiento que se produjo en el siglo XVIII afectó tanto a
la población civil como al clero, puesto que algunas ideas cuestionaban
la validez de las religiones reveladas y, además, tomaron cada vez más
fuerza las doctrinas regalistas conducentes a subordinar las iglesias na-
cionales al poder temporal (Vargas Ugarte: 344). Esto creó desconcierto
en el clero, que se expresó muy bien en el VI Concilio Limense (1772) y se
seguiría manifestando en las actitudes que tomaría este estamento frente
a los sucesos políticos que empezaron a precipitarse desde la rebelión de
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1780 (Klaiber, 1988: 17). El clero ilustrado conformaba buena parte de esa
élite intelectual y se apreciaba en los discursos y sermones en los cuales
participaba, como se desprende del discurso del arzobispo Bartolomé de
las Heras, con motivo de la apertura y bendición del Cementerio General
de Lima1. Un clero que mostraba reservas a los límites de esas corrientes,
como la libertad religiosa, la formación de iglesias nacionales, la supresión
de los fueros eclesiásticos o la universalidad del Papa.
Cuando estallaron las primeras turbulencias, la defensa del sistema
colonial fue mayoritariamente cerrada entre ellos, tanto a nivel de sus
dignidades como de los sectores más bajos, debido a su posición esta-
mental y moral, su masiva postura anclada en los enunciados políticos
del Antiguo Régimen, la fuerte presencia de peninsulares entre ellos,
y a que Roma –a través del papa Pío VII, que en 1816 publicó el breve
Etsi longissimo, y del papa León XII– tomó una posición públicamente
anti-insurgente. Sus sermones y cartas hicieron ver un clero preocupado
por el desorden creado en América y España, producto de los males del
siglo, el alejamiento de las enseñanzas cristianas y dispuesto a apostar
por la unidad del imperio, el respeto y la subordinación a las autoridades
legítimas, manteniendo así el orden estamental y las tradiciones (Morán,
2008: 84-89; Saranyana, 2008: 34-44).
En Arequipa, los obispos combatieron las afrentas al rey y a la monarquía.
Luis Gonzaga de la Encina (1810–1816) y José Sebastián de Goyeneche
(1817–1821) son casos elocuentes. El más combativo fue Encina, natural
de Canarias, letrado, académico y buen orador. Exhortó a los párrocos
a no dar opiniones políticas ni incitar a la rebelión2. Este obispo dirigió
también tres pastorales contra Napoleón, en 1811, y dos sobre la paci-
icación de América y contra los curas revolucionarios. Tuvo que hacer
frente al ambiente patriota alentado por los argentinos en el Alto Perú y
en el sur del Perú en 1811 y 1813. La misma Arequipa fue trastornada por
la llegada de las fuerzas de Pumacahua y Angulo entre 1814 y 1815. En
1812 fue elegido diputado a las cortes, pero preirió permanecer al lado
1 Al aprobar su establecimiento como signo de ilustración e higiene (Odriozola: 240-247).
2 Él había observado directamente los problemas originados por la invasión francesa a España. Extremó su postura, además, porque el compromiso casi natural en muchos era con la metrópoli (Bermejo, 1960: 335-397; Carrión Ordóñez, 1969-1971).
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de su grey, según dijo, para orientarla en esos días de confusión. Además,
no reconocía un pleno derecho en la convocatoria, ya que “[...] las cor-
tes no se habían constituido conforme a las primitivas leyes de España,
convocando al clero y la nobleza...”, y “porque disminuía el poder del rey,
proveniente de Dios...” (Porras Barrenechea, 1974: 67-68). Los argumentos
que empleaba procedían de las más puras doctrinas escolásticas, a pesar
de su formación ilustrada.
En Lima, la centralización del poder español determinó una actitud igual
de sólida. Fue el caso del arzobispo Juan Domingo González de la Reguera
(1788–1805), quien anteriormente fue obispo de Santa Cruz de la Sierra. Él
se opuso a algunas reformas de Rodríguez de Mendoza en San Carlos, y su
sucesor Bartolomé María de las Heras (1806–1821) continuó este sendero.
En esta mirada, los casos de eclesiásticos rebeldes al sistema fueron pocos
numéricamente. Un ejemplo fue el cura cuzqueño Ildefonso Muñecas,
quien participó en la rebelión del Cuzco de 1814 y dirigió la columna que
llevó el movimiento rebelde a La Paz (Aparicio, 1974: 160-162). Ligados a
estos rebeldes estuvieron el arcediano cuzqueño José Benito Concha, el
provisor Hermenegildo de la Vega, el prebendado Francisco Carrascón y
los curas Navarro, Becerra y Juan Angulo (Vargas Ugarte, 1962: 137)3. Una
actuación confusa fue la del obispo de la ciudad, José Pérez y Armendáriz
(1790–1817), quien no obstante su avanzada edad, fue acusado por el
visitador Manuel Pardo y Rivadeneyra de incitar a la rebelión de 1814,
por la actitud de muchos eclesiásticos y regulares, todos alentados por el
citado provisor de la Vega. Sin embargo, el arzobispo las Heras explicó la
postura de Pérez y Armendáriz como una actitud conciliadora para evitar
mayores trastornos en la sociedad. Opinión similar la tuvo el historiador
Vargas Ugarte (1962).
En la rebelión de Huánuco (1812), el clero estuvo mayoritariamente en
contra de los rebeldes4.
3 Desde esa mirada es interesante el sermón del prebendado de la catedral de Cuzco, don Francisco Carrascón y Sola, hecho el 8 de setiembre de 1814, con motivo de la bendición de las banderas de los insurgentes (CDIP, 1971: 565-571; Aparicio, 1974: 116-121; Demelas, 1997: 79-95).
4 Incluso el cuerpo eclesiástico de esta ciudad dio dinero para combatir a los insurgentes (CDIP, 1971: 279).
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2. La Iglesia y la Independencia
Pero detrás de esta imagen, sólida en el discurso y la acción, se escon-
dían problemas estructurales en la Iglesia. El aparato oicial que llegó a
la Independencia sufría ya de una severa crisis, relejo del ambiente de
transición generado por la época, en términos occidentales. Había una
evidente “relajación de costumbres” o nuevos enfoques pastorales de
iglesia, producto del ambiente ilustrado previo, el regalismo y, en una
dimensión más genérica, el secularismo social y económico de la socie-
dad occidental. De nada valió el combate retórico protagonizado por la
alta jerarquía en las décadas anteriores contra la difusión de las nuevas
ideas tendientes a una sociedad individualista y una reducción de la
esfera de inluencia religiosa; tampoco valió la creciente injerencia de la
Corona en la vida religiosa, con medidas de reforma y constantes visitas
episcopales a monasterios y otras instituciones religiosas. Las órdenes
religiosas masculinas y los monasterios no solamente vieron la reducción
de sus miembros, sino que además el peril de estos eran de personas
segundonas y doncellas de escasos recursos, lo que resultaba en comu-
nidades religiosas que vivían cada vez más de sus propios patrimonios
institucionales, reduciendo la dinámica de reproducción del capital. Para
1820, muchos conventos y monasterios de la llamada "Iglesia regular" ya
estaban en una severa crisis económica y social, que la Independencia
sólo acentuó5.
En el clero secular, siendo la mayor parte conformado por criollos, estos
predominaban en los cabildos eclesiásticos y alcanzaron más de un obis-
pado, como es el caso de Goyeneche, no obstante las reformas borbónicas,
que los excluían de los cargos públicos (Klaiber, 1988: 61).
Sin embargo, la presencia mayoritaria de obispos peninsulares determinó
que casi la totalidad fuese expulsada del país al producirse la indepen-
5 Se trata, por cierto, de una crisis universal de las viejas órdenes religiosas, parte del proceso de transición religiosa dentro de la Iglesia, con una decreciente inluencia de los regulares en ella. Sobre la transición económico-social de los monasterios limeños, la reciente tesis de Ybeth Arias (2009: 102-103) recoge, con datos sólidos, muy bien nuestra apreciación. Antes sólo se tenía una impresión embrionaria del tema (Klaiber, 1988: 64). Sobre la decreciente reproducción de capitales, hay que hacer notar que era debido también a otros factores propios de la época, como lo explicaremos en el siguiente epígrafe.
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dencia. Tenemos, por ejemplo, al ya mencionado arzobispo de Lima, Bar-
tolomé de las Heras, que ayudó al virrey Abascal a apaciguar los ánimos
en la rebelión ocurrida en su antiguo obispado, Cuzco, en 1814 (Vargas
Ugarte, 1971: 250-267)6. Peninsular solo en el preciso momento en que el
ejército de San Martín entró a Lima, declaró su patriotismo. Y tal parece
que lo hizo bajo cierta presión. Su cabildo, lleno de criollos, parece que
simpatizó con la Independencia. Además, San Martín le aseguró que las
normas y reglas de la Iglesia no serían para nada afectadas. Es bajo esta
promesa que el arzobispo y su cabildo apoyaron a San Martín. Con ellos
el resto del clero, a través de proclamas, aseguró su lealtad al nuevo
régimen (Lostaunau, 1971: 345-347; Medina, 1907: 313-314, 323: Vargas
Ugarte, 1957: 68, 125-131)7.
Por cierto, estas halagüeñas perspectivas no se cumplieron: tiempo des-
pués, bajo presión del intransigente ministro Bernardo de Monteagudo
–que creía que las Casas de Ejercicios de Lima eran lugares de complot
realista–, salió del país.
En cuanto a los otros obispos, frente a lo sucedido en 1821, el de Arequipa,
José Sebastián de Goyeneche y Barreda, optó por adecuarse a la situa-
ción y seguir junto a los realistas –además de ser un hombre de Antiguo
Régimen, pesó que su obispado estuviese ocupado hasta 1825 por las
tropas españolas–. Era un criollo de primera generación y de tendencia
antiliberal (García Jordán, 1991: 22). El de Trujillo (José Carrión y Maril) y
el de Maynas (fray Hipólito Sánchez Rangel), ambos peninsulares, fueron
abiertamente pro-realistas. Es más, el de Trujillo ofreció voluntariamente
una apreciable cantidad de dinero para la lucha contra la expedición san-
martiniana8. Los dos saldrían también hacia España. Y el de Huamanga,
Pedro Gutiérrez de Coz, huyó a Lima cuando se iniciaron las correrías del
ejército de Arenales. Se negó a reconocer la independencia porque decía
que no podría regresar a gobernar su diócesis al estar en manos realistas.
Al inal se le obligó a salir del Perú (Vargas Ugarte, 1962: 187).
6 En particular, la proclama del 28 de agosto de 1814 (CDIP, 1974: 327-329).
7 Rubén Vargas Ugarte corrige y añade lo hecho por José Toribio Medina. El impreso de la página 698 es de 1821.
8 Sobre este asunto, Vargas Ugarte, Historia de la Iglesia...: tomo V, 62. Un libro antiguo pero útil en datos sobre el obispo es el del franciscano Francisco Quecedo (1942).
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Así, parece que la actitud de los obispos no se diferenció mucho de la
tomada por otros funcionarios españoles: apoyaron al virrey o transaron
con San Martín, con el in de acomodarse y acomodar su institución a las
nuevas circunstancias. Y cuando vino la vorágine inal, como muchos otros
peninsulares, salieron del país. Así quedó el Perú con sólo dos obispos
luego de la batalla de Ayacucho: los del Cuzco y Arequipa (Nieto Vélez,
1969-1971: 366-370)9.
Pronto destacaron ciertos sacerdotes en el Nuevo Régimen, como los
arequipeños Francisco Javier Luna Pizarro y Mariano José de Arce, quienes
entraron en evidentes compromisos políticos liberales hasta la década
de 1830, para luego regresar a sus compromisos pastorales. Luna Pizarro
(1780–1855) hizo parte de su carrera eclesiástica bajo la protección del
obispo del lugar, Chávez de la Rosa, al cual acompañó posteriormente a
España, reforzando sus ideas liberales y de soberanía popular. Asistió a
las cortes de Cádiz como capellán del presidente del Consejo de India.
Regresó al país en 1812 y fue elegido diputado suplente por Arequipa,
pero ya no volvió a Cádiz, aunque defendió la obligación de los parlamen-
tarios de ser ieles a la voluntad de los electores, inspirado en “el amor a
la justicia y celo por el bien del pueblo” (Luna Pizarro, 1959: XVIII). Luna
Pizarro fue liberal, separatista y republicano. Mantuvo correspondencia
con San Martín y contribuyó a la proclamación de la independencia, por
lo cual participó de la Junta de Puriicación para veriicar la conducta
política de los curas, juntamente con los eclesiásticos F. J. Echagüe y Ce-
cilio Tagle. En 1822 intervino en la preparación del primer Congreso y la
Constitución, y como rector de San Fernando estimuló a los alumnos y
profesores para adherirse a la independencia, a las nuevas disposiciones
legales y a la soberanía nacional. Formó parte de la Sociedad Patriótica
con los republicanos y presidió el Congreso de 1822 como representante
de Arequipa. Propició la creación de la Junta Gubernativa y a su caída,
por efecto del motín de Balconcillo (1823), “[…] quiso suspender toda
decisión hasta que desaparezca ‘el miedo grave’ que pesa sobre todos”
(Porras, 1974: 33). Consideró que se atentaba contra la soberanía popular y
9 En cuanto al obispo del Cuzco, fray José Calixto de Orihuela, criollo nacido en Cochabamba (actual Bolivia), su actitud fue muy semejante a la de Bartolomé de las Heras: realista hasta 1820; sin embargo, luego de entablar conversaciones con Arenales, se adhirió al Nuevo Régimen, lo que debió causarle algunos problemas si pensamos que su diócesis hasta el inal de la guerra estuvo en manos realistas.
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se retiró a Chile. Frente a Simón Bolívar –que estuvo en el país entre 1823
y 1826– su postura fue posteriormente recelosa y cuestionadora, por lo
que fue desterrado a Chile.
En cuanto a Mariano José de Arce (1780–1852), lector del Contrato So-
cial, se entusiasmó con los derechos del hombre y el antimonarquismo,
encarnando el espíritu “de renovación y de protesta”. Sus rasgos revolu-
cionarios los manifestó ya en 1814, al ser objeto de proceso por el obispo
de la Encina, debido a su entusiasmo por la presencia de Pumacahua y
Vicente Angulo. Fue irmante del Acta de la Independencia y participó en
la Sociedad Patriótica, en el bando republicano; sin embargo, enfatizó en
el valor que da la inteligencia para regir los destinos del país. Asimismo,
dirigió el órgano de la Sociedad Patriótica El Sol del Perú (1822). Elegido
diputado para el primer Congreso Constituyente, fue partidario de limitar
los poderes del Ejecutivo y formó parte de la comisión de constitución.
Indignado por el motín de Balconcillo, como congresista dijo: “Ya no soy
sino un simulacro de diputado del Perú”, aunque luego se adhirió a Bolívar
y contradictoriamente el 10 de octubre de 1825 presentó una moción
para prolongar su dictadura (Porras, 1974: 33, 63, 113-114).
Un índice de su radicalismo estuvo en su lucha por la tolerancia religiosa;
no obstante, propuso en las bases constitucionales la fórmula “su religión
es la de Jesucristo, como la profesa la santa Iglesia Católica, apostólica y
romana”, pero seguidamente ratiicó su espíritu liberal al suscribir su voto,
en el debate constitucional, con el añadido “convengo en todo, menos en
la intolerancia religiosa”. Igualmente, salvó su voto frente al juramento que
debían hacer los diputados para entrar en posesión de su cargo: “¿Juráis
a Dios defender la religión católica, apostólica, romana, sin admitir el
ejercicio de otra alguna en la república?”, puesto que eso equivalía a ser
permanentemente intolerante. Con el tiempo esta actitud se atemperó.
Le ocurrió lo que a otros intelectuales radicales de los primeros tiempos:
se desengañaron al ver los escasos frutos del liberalismo, el imperio de
los caudillos y el caos social. Tanto él como Luna Pizarro encontraron un
refugio en el desempeño de sus labores sacerdotales (Armas Asín; Porras,
1974: 110-111).
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Otras biografías siguieron las mismas lógicas: las de Carlos Pedemonte,
rector de San Carlos en 1817, quien ocupó un escaño parlamentario en
1822 y fue promovido infructuosamente por Bolívar para la dignidad epis-
copal limeña; Cecilio Tagle, comprometido en las conspiraciones limeñas
(1809–1810) y miembro del Cabildo limeño; Pedro José Tramarria, capellán
de San Martín, quien suscribió en San Marcos el acta que solemnizó la
independencia; los padres del Oratorio de San Felipe de Neri, Segundo
Carrión, Bernabé Tagle y Tomás Méndez Lachica; este último sostuvo que
“La reunión del poder legislativo con el ejecutivo [...] en una persona o
corporación es el origen de la tiranía [...]”, pero se opuso radicalmente a
la tolerancia religiosa; José Ignacio Moreno, colaborador de Rodríguez de
Mendoza en San Carlos, miembro de la Sociedad Patriótica, pero defensor
de la monarquía y más tarde del conservadurismo en el Perú, apologeta
del Papa y antiliberal declarado (Porras, 1974: 106).
Donde también se percibió reacomodo y continuidad fue en las relaciones
Estado-Iglesia. Producido el cambio político, San Martín y Bolívar fueron
conscientes del rol de la Iglesia para lograr articular un lenguaje de le-
gitimidad en torno a la emancipación y sus propios proyectos políticos.
En Roma, las autoridades eclesiásticas cuestionaron la independencia, lo
cual suponía diicultades para que el Estado tuviera legitimidad en ejercer
un patronato nacional y para que fuera reconocido como nación indepen-
diente. El papa León XII (1823-1829) dispuso una misión para América: la
del arzobispo Giovanni Muzzi. Este visitó entre 1823 y 1824 Montevideo,
Buenos Aires y Santiago de Chile, y su principal diicultad fue encontrar el
modo de responder frente al regalismo republicano. Esta misión implicaba
un cierto reconocimiento de Roma a la compleja situación de la Iglesia
ante la independencia americana y debía enfrentar una tensión entre la
lealtad al monarca y la nueva realidad política. Es interesante notar que
mientras la misión Muzzi se encontraba en América, León XII publicó el
breve condenatorio de independencia, Esti iam diu, en 1824.
Sin un acuerdo con el papado, el Estado peruano asumió un patronato de
facto que, en sus inicios, tuvo retóricamente una dura política en torno
a la adhesión eclesiástica al régimen. Por ejemplo, una de las primeras
medidas del Protectorado de José de San Martín fue la creación de las
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llamadas “Juntas de Puriicación” para separar a los religiosos realistas
y premiar a los clérigos partidarios de la independencia. Siempre he
sospechado de la laxitud con que se aplicó la medida, más allá de casos
políticamente notorios.
La Santa Sede no oicializó los patronatos nacionales debido a que estos
podían establecerse sólo mediante la irma de concordatos, donde se
establecerían las concesiones mutuas. Lo que hizo Roma fue restablecer
su autoridad sobre la Iglesia peruana concediendo sencillamente a los
gobiernos “el derecho de nombrar candidatos" (Klaiber, 1988: 68-69), pero
bajo la condición de que fueran personas aceptables para el papado,
es decir, que reconocieran la autoridad universal del papa y aceptaran
la posición de la Iglesia frente a las posturas liberales anticatólicas, así
como el celibato sacerdotal. En adelante se eligieron obispos peruanos
claramente antiliberales.
3. El impacto económico
La economía tradicional, basada en bienes vinculados que sostenían el
crédito, gasto e inversión, entró en crisis a partir del siglo XVIII, conforme
la economía y sociedad modernas fueron surgiendo y consolidándose.
La perspectiva secularizadora europea se centró en eliminar toda forma
de vinculación, estimulando la venta de los poseídos por la Iglesia y por
cualquier corporación, prohibiéndoles el derecho a la adquisición de
nuevos bienes, así como vedando los gravámenes perpetuos sobre la
tierra y airmando su carácter de enajenables (Jovellanos: 353-354; Prien,
1999: 33-96; Peset, 1976-1977: 464-469).
En España, desde 1768, se fue desarrollando una desamortización de
bienes municipales que amplió el mercado de tierras. La expulsión de
los jesuitas en 1767 lo continuó, aunque no fue propiamente una des-
amortización. Esto recién se daría en tiempos de Carlos IV mediante los
reales decretos del 19 y 25 de setiembre de 1798 y 11 de enero de 1799,
que enajenó los bienes y rentas de hospitales, hospicios, casas de miseri-
cordia, de reclusión, de expósitos, cofradías, memorias pías y patronatos
legos. Esos bienes debían venderse y los dineros líquidos ir al Estado,
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obteniendo los titulares 3% anuales por sus capitales. Era un préstamo
forzoso y se efectuó buscando la aquiescencia de Roma y de la jerarquía
clerical local10. En todo caso, los ines de la desvinculación parecían recu-
brirse con el manto de la gravedad inanciera que pasaba el reino. Pero
la crisis no se solucionó, antes bien se agravó, por lo que el real decreto
del 28 de noviembre y la real instrucción del 26 de diciembre de 1804
ampliaron la medida a América. El rey instó a los obispos a apoyar la me-
dida, y tal vez por ello y porque se presentaba como un préstamo seguro
en un momento álgido es que nuevamente no hubo mayores protestas
clericales, sino sólo de los laicos antes beneiciados con esos préstamos
seguros. Entre 1806 y 1808, la Junta de Consolidación limeña pudo en-
viar a España por redención de censos y venta de propiedades 1.291,187
pesos, de 1.487,093 pesos recaudados, siendo la diferencia utilizada en
gastos administrativos y inancieros diversos (Armas Asín, 2007: 17-45).
La medida fue suspendida por la Junta Central de gobierno de España
en el momento más delicado de la lucha contra Francia, a ines de 1808.
La última medida practicada por el gobierno colonial tardío fue la efec-
tuada por el virrey José de Abascal, en cumplimiento del decreto de las
Cortes de Cádiz del 22 de febrero de 1813, que mandó la supresión del
Tribunal de la Inquisición y el pase de sus incas y censos a manos de la
Nación (el Estado). Tanto razones económicas –la premura de recursos–
como ideológicas –el sustento liberal del régimen– llevó a esta medida.
Abascal lo cumplió a rajatabla, y desde el 30 de julio de 1813 se practicó
el inventario de bienes. El Estado colonial expropió pues 73,888 pesos en
moneda existentes en las cajas y 1.508,518 pesos en inversiones de incas
y censos. Como se comprenderá, estos recursos pasaron a engrosar los
capitales y las rentas del gobierno virreinal, sirviendo muy bien para cubrir
los crecientes gastos militares que el virrey Abascal tuvo que afrontar en
los inicios del proceso emancipador peruano y americano.
La actitud de la Corona de ir apropiándose de recursos de la Iglesia fue de
la mano, igualmente, de leyes restrictivas en materia de adquisición de
10 Con el tiempo, el rey obtuvo la facultad de Roma de enajenar bienes pertenecientes a conventos, parroquias y catedrales, ampliando las posibilidades de inanciamiento del Estado.
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bienes por parte de los eclesiásticos, a lo largo del siglo XVIII11. El crédito
se volvió muy escaso en el país y, ante todo, cada vez fue cubierto más
y más por los prestamistas laicos, que a subida tasa de interés avizora-
ban el nuevo rumbo económico del país, en un contexto secularizado
y mercantil. A lo cual agreguemos que el mercado de tierras y de incas
urbanas en muchas ciudades y lugares del país entró en crisis producto
de las guerras y conlictos regionales, impidiendo la reproducción de
bienes para sostener un marco de imposiciones sobre más y más incas y
haciendas, como había sido la tónica hasta la primera parte del siglo XVIII.
Ya en medio del proceso de independencia y en los años iniciales de la
república se buscaron reducir los espacios para las formas económicas tra-
dicionales y ahondar en la línea desvinculadora. El liberalismo triunfante
del siglo XIX, tanto como el oportunismo de caudillos y políticos de turno,
las necesidades coyunturales del Estado y las presiones de hacendados
y comerciantes laicos llevaron a este aceleramiento.
El proceso es rápido: el decreto bolivariano del 22 de abril de 1825, de
supresión de la Caja de Censos de Indios, mandó que de ese momento
en adelante todas las imposiciones sobre bienes rústicos pagasen solo
2% de réditos y los urbanos 3%, implicando una apreciable reducción
de las rentas, beneiciando a hacendados y a otros propietarios laicos.
Inmediatamente después, en pleno régimen vitalicio, especíicamente
durante el gobierno del Presidente del Consejo de Gobierno, Andrés de
Santa Cruz, se dio el famoso decreto de Reforma de Regulares (28 de
setiembre de 1826).
Al interés ideológico por combatir a los regulares –posición heredada
del siglo anterior–, por supuestamente aportar poco a la prosperidad
nacional, y a razones de posesión de bienes, dado su in de búsquedas
de simples rentas, que impedía el libre movimiento, se unieron intereses
mediatos más allá de la regulación de mercados: la necesidad de inan-
ciarse con esos recursos, en un contexto de crisis iscal tras la guerra,
y asimismo a la posibilidad –en la mentalidad bolivariana– de buscar
11 Había prohibiciones para adquirir bienes por parte de estas instituciones, ordenándose además la venta de bienes de hospitales, e instruyendo a los ordinarios para que, si desearan, enajenasen capellanías colativas u otras fundaciones pías (García Calderón, 1879: 117).
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recursos para costear la nueva obra de instrucción y beneicencia a la
que el Estado se sentía llamado. La medida suprimió los conventos con
menos de ocho religiosos, pasando las incas y censos de su propiedad a
manos del Estado, para destinarse a ines de instrucción y beneicencia.
Además, los conventos no supresos vieron pasar sus bienes y rentas a la
administración de síndicos nombrados por el Estado y bajo la supervisión
de los obispos locales12; se prohibió que en cada pueblo hubiera dos
conventos de una misma orden. Fue un decreto de aplicación para las
comunidades religiosas de ambos sexos.
El decreto de reforma golpeó de manera distinta a cada orden. La de
Santo Domingo, por ejemplo, que hasta 1826 contaba con cuatro con-
ventos en Lima y siete en diversas ciudades del Perú, quedó reducida al
convento grande del Rosario de Lima, el de San Pablo de Arequipa y el
de Santo Domingo del Cuzco. En Lima, el convento y colegio de Santo
Tomás, ya parcialmente deshabitado por el decreto sanmartiniano del 6
de julio de 1822, que mandó funcionara en ella la novísima Escuela Normal
Lancasteriana, vio llegar su rotundo in con el decreto bolivariano del 10
de octubre de 1826, que mandó que dicho local sirviera como sede a la
Casa de Maternidad y que las rentas de las capellanías y de la hacienda
de Santa Cruz, de su propiedad, sirvieran al Colegio Protomédico de la
República13. El convento de Santa María Magdalena, conocida como la
Recoleta Dominica, fue igualmente supreso y posteriormente sus rentas
sirvieron para un hospicio de mendigos, según decreto del 30 de julio
de 1867, dependiendo de la Beneicencia y pasando sus religiosos al
convento grande del Rosario14. También el convento de Santa Rosa siguió
igual suerte y fue clausurado. Los otros conventos dominicos de provin-
cias tuvieron que pasar por lo mismo, destinados a obras sociales o a ser
dependencias estatales, siendo sus templos anexos cerrados, víctimas del
deterioro y el saqueo de sus bienes cuando no del derrumbe.
12 Biblioteca Nacional del Perú – BN. Manuscritos. D 11786. Decreto oicial sobre Reforma de Regulares. Lima 1826. Decretos del 28-IX y 12-X.
13 CDIP, XIII-I, p. 293; XIV, p. 343. Tras ser ocupado por la Escuela Normal, ya habían pasado los religiosos al convento grande del Rosario, excepto los encargados del culto en la iglesia anexa.
14 Archivo del Convento de Santo Domingo de Lima - ACSDL. Recursos, Cartas y Oicios, 1821-1866.
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En cuanto a la orden de San Francisco, contaba con 21 conventos en el
Perú y 366 religiosos, teniendo en Lima tres conventos: el grande de San
Francisco, la Recolección de los Descalzos y el colegio–convento de Nues-
tra Señora de Guadalupe15. De estos tres se suprimiría el de Guadalupe,
aunque en las provincias se cerrarían muchos conventos, en particular los
recoletos, sobreviviendo el de Arequipa y algunos conventos mayores. En
cuanto a los mercedarios, en 1775 contaban con quince conventos en el
territorio peruano, comprendidos en dos provincias –Lima y Cuzco–. De
ellos fueron suprimidos los de Huamanga, Camaná, Arica, Trujillo, Paita,
Piura, Huánuco, Ica, Chachapoyas, Cajamarca, y el Colegio San Pedro
Nolasco y la Recoleta de Belén, ambos de Lima. El colegio se adjudicó
al convictorio de San Carlos, mientras la Recoleta de Belén y sus rentas
pasaron a la Beneicencia de Lima. Los conventos y rentas de Ica, Huaman-
ga, Huánuco, Cajamarca y Chachapoyas pasaron a ser parte de colegios
nacionales, mientras el convento de Trujillo se convirtió en oicinas del
Estado; sus rentas al seminario, a la vez que el local y rentas de Paita,
pasaron a engrosar la congrua de la parroquia del lugar. Templos anexos
como los de los conventos de Huánuco, Ica y Piura se entregaron al clero
secular. Solo permanecieron con los mercedarios los conventos del Cuzco,
de Arequipa y el grande de San Miguel, de Lima (Aparicio, 1996: 118-119;
Alarcón, 1982: 127-177; Secretaría de Estado, 1828).
En general, la medida reformista se cumplió a pesar de algunas resisten-
cias, y para 1840 había ya 61 conventos y monasterios supresos –28 en la
diócesis de Lima, catorce en Trujillo, siete en Huamanga, cinco en Cuzco,
cuatro en Arequipa y uno en Chachapoyas–. De los 61, 58 eran conventos
de varones y tres, monasterios de mujeres.
En la siguiente tabla podemos apreciar la relación de conventos y mo-
nasterios supresos.
15 Cifras para 1791, tomando en cuenta el censo colonial ejecutado (González Agüeros, 1791).
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Tabla 1. Conventos y monasterios supresos, por diócesis y órdenes
Diócesis Dominicos Franciscanos Agustinos Mercedarios Otros Monasterios
Ciudad de Lima
La Recoleta
Santa Rosa
Santo Tomás
Guadalupe
Nuestra Señora de Guía
Colegio de San Idelfonso
Belén
Colegio de S.P. Nolasco
Buena-muerte
San Francisco de Paula
San Felipe Nery
Montserrate
Santa Teresa
Santa Liberata
Interior del Arzobispa-do de Lima
Huánuco
Chincha
Huánuco
Chancay
Recoleta de Huaura
Huaraz
Pomabam-ba
Cañete
Pisco
Huánuco
Nasca
Cañete
Huánuco
Ica
Arequipa ArequipaCamaná
Arica
Buena-muerte de Arequipa
TrujilloTrujillo
Chicama
Trujillo
Piura
Cajamarca
Zaña
Trujillo
Guadalupe
Zaña
Trujillo
Piura
Cajamarca
Paita
Zaña
Chachapo-yas
Chachapo-yas
Huamanga
Huamanga
Huancave-lica
Huamanga
Huancave-lica
Huamanga
Huancave-lica
Huamanga
Cuzco
Cuzco
Urquillos
Urumbam-ba
Cuzco Betlemitas Cuzco
Fuente: Composición propia a partir de la información recabada.
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Hemos elaborado una investigación detallada y signiicativa de la mayor
parte de supresiones en todo el país, con sus incas e imposiciones, a
partir de la información recogida en archivos, producto de los inventarios
confeccionados entre 1829 y 1834 por los funcionarios encargados de la
administración del ramo de conventos supresos. En suma, los capitales de
esa muestra nos permiten cuantiicar en 1,5 millones de pesos de capita-
les vinculados y alrededor de un millón el valor de las incas apropiadas.
Aunque el Estado pudo aprovechar coyunturalmente de los bienes toma-
dos para obtener recursos y satisfacer apetencias políticas –a pesar de los
defectos de recolección de rentas y del estado caótico de las cuentas–, a
la larga no pudo sostener los bienes para las necesidades de instrucción
y beneicencia, pues ventas y desvíos de propiedades terminaron mer-
mando asignaciones y montos requeridos.
Por otro lado, quedaron en el Perú y en Lima diversos monasterios, conven-
tos y otras instituciones de beneicencia –hospitales, asilos, beaterios– que
no fueron expoliados por la reforma. Ellos detentaban un capital en incas
y en imposiciones que les servían para atender sus necesidades diversas.
Por ejemplo, el hospital y convento de los Betlemitas tenía como principal
fuente de ingresos las imposiciones; sin embargo, a lo largo de los años
siguientes a 1820 perdió muchos de ellos, debido al no pago de los réditos
de los capitales impuestos en el Tribunal del Consulado, de Caja de Indios,
estancos y en el Cabildo de la ciudad. Créditos que quedaron insolutos,
por disposición gubernativa, en el caso del Consulado, para evitar la quie-
bra de los comerciantes limeños agremiados en esta institución; y en el
caso de la Caja de Censos, de Estancos y de los fondos del Cabildo, para
no afectar el desenvolvimiento de dos instituciones estatales –Gobierno
central y municipio–, muy deterioradas en sus bienes por la guerra y por
los compromisos de deudas comerciales y otras obligaciones asumidas. La
medida no sólo afectó a los betlemitas, sino a toda institución que tuviese
esas imposiciones. Además, para este instituto religioso, la morosidad de
diversos censatarios también fue muy recurrente.
Parecida fue la situación del monasterio de las Descalzas de San José, en
la ciudad de Lima. La política desvinculadora, que empezó por reducir los
réditos de los censos rurales al 2% y los urbanos al 3% (1825), les signiicó
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una drástica disminución de los ingresos por este rubro, y continuó con
el hecho de que los censos impuestos sobre la real renta del tabaco, la
caja real y el Tribunal del Consulado no los asumió el nuevo Estado ni el
nuevo Consulado republicano. Si en 1817 tenían 23 censos impuestos en
132,565 pesos de capitales, en 1855 sus capitales productivos sólo eran
de 57,992 pesos16. En el caso del monasterio de la Encarnación, que para
1814 tenía censos que redituaban 17,804 pesos, para 1840, con la reduc-
ción de 1825, les debía redituar 13,111 pesos; sin embargo, el no pago de
los réditos de la renta del tabaco, Consulado y de particulares morosos,
había reducido estas cantidades. Como ocurrió con el monasterio del
Prado, que para 1827 percibía 9.480,7 pesos por réditos de 176,073 pesos
de capitales impuestos, pero en los años siguientes ellos no llegarían a
los mil pesos anuales17.
Una ley promulgada el 25 de agosto de 1831 reconoció las imposicio-
nes y depósitos hechos en el Estanco del Tabaco, cajas reales y Tribunal
del Consulado, pero ordenó que su pago se efectuara solo después de
satisfecha la deuda contraída en tiempos de la independencia. Según
un reconocimiento posterior de deuda hecho por el Estado en 1849, las
cantidades adeudadas a las instituciones eclesiásticas eran las siguien-
tes –se incluyen aquí otras deudas, como expropiaciones de inmuebles,
préstamos forzosos, etc.–:
Tabla 2. Deudas del Estado a Iglesia (en pesos) (Dancuart, 1904: 47)
Ramo Principal Réditos Total
Pago contra jesuitas 513.428,4 409.716 923.144,4
Conventos y parroquias 647.743,2 454.304 1.102.057,2
Monasterios y beaterios 1.822,443 1.480,878 3.303,321
Patronatos y capellanías 1.649,786 1.405,769 3.055,555
Varias cofradías 855.783,7 863.330 1.719.113,7
Culto de imágenes 149.069,7 142.746 283.815,7
Total 5.638,254 4.748,823 10.387.077
16 Archivo Arzobispal de Lima – AAL, Descalzas de San José. Leg. XII: 86 y Leg. XIII: 84.
17 AAL. Del Prado. Leg 7:21.
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Queda claro, pues, cómo la ruptura colonial supuso para las instituciones
eclesiásticas un rudo golpe, beneiciando a instituciones y personas di-
versas, muchas de ellas ligadas a los gobiernos de turno18. Sin embargo,
¿el golpe fue brutal para la disminución del patrimonio eclesiástico y la
extinción de los capitales vinculados a nombre de la Iglesia? Creemos que
aun con el traspaso al Estado de los bienes de los conventos supresos y
del no pago de ciertos capitales, el patrimonio eclesiástico siguió siendo
notable. Además, en una perspectiva global, debemos entender que los
bienes supresos continuaron algún tiempo, en buena proporción, bajo
el régimen de vinculaciones, por lo que los componentes típicos de la
economía tradicional siguieron existiendo (Armas Asín, 2007: 189-193).
El Perú era un país vinculado, y ello estuvo en el origen de la postrera ley
desvinculadora de 1829.
4. Una Iglesia conservadora y nacional
Después de los primeros años dramáticos de la república inicial, y en me-
dio de la experiencia de la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), Luna
Pizarro se retira de la vida política y liberal, despojándose rápidamente
de cualquier heterodoxia. En 1837 es nombrado obispo auxiliar de Lima,
y en 1843 es encargado del arzobispado, cuyo titularato recibe en 1846.
En su cargo le tocaría condenar la obra del sacerdote Francisco de Paula
González Vigil, en su regalismo y consideraciones sobre el Papa, uno de los
pocos sacerdotes liberales sobrevivientes tras los primeros años republica-
nos. Hemos revisado el caso de Arce y otros, al cual podríamos agregar el
caso del sacerdote mercedario arequipeño Juan Gualberto Valdivia, liberal,
que en 1827 pasó a las ilas de sacerdotes diocesanos –por el decreto
de reforma regular– y clamó por el inal del celibato sacerdotal. Político
y asesor de caudillos, tras la Confederación iría atemperando sus ideas,
obteniendo luego el deanato del cabildo arequipeño y posteriormente
labrando buena amistad con el presidente Ramón Castilla (1845-1851
y 1855-1862). Aunque no pudo obtener la mitra episcopal, como Luna,
18 No hemos incluido en esta descripción el impacto cuantitativo de la reducción en el cobro de diezmos –ingresos de las diócesis– ni de la disminución de pensiones, aranceles y otros ingresos ordinarios de estas instituciones.
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por oposición del papa Pío IX (1846-1878), su caso releja una tendencia
de la época.
En este punto hay siempre que recordar una dimensión local de la proble-
mática –el desengaño de la viabilidad liberal, el impacto del caudillismo
y el caos político inicial, el carácter estamental y tradicional de la institu-
ción–, pero también una dimensión universal. La Iglesia es una institución
universal y jerarquizada. Tras los impactos de la Revolución Francesa, con
Pío VII y el cardenal Consalvi empieza un movimiento que continuará
con León XII, Gregorio XVI y Pío IX, más allá de las peculiaridades de cada
dirección política: la romanización de la Iglesia. Poco a poco se va centra-
lizando la institución, se extiende el sistema de nunciaturas, se combaten
las tendencias liberales internas, y tras las revoluciones de 1830 y 1848 se
pasa a subrayar el carácter de lucha antimoderna del catolicismo. Como
es natural, las tendencias disconformes van desapareciendo lentamente.
Por ello en el Perú, Vigil no tiene más remedio que seguir su vida pública
fuera de la institución eclesial.
En el plano de la estructura institucional, también las cosas retomaban un
cauce tradicional. Toda la vorágine independentista implicó que durante
casi diez años varias diócesis permanecieran vacantes, y fue el obispo de
Arequipa quien estuvo, virtualmente, a la cabeza de la Iglesia peruana
(Rojas, 2006). Los gobiernos republicanos ejercieron de hecho el patronato
y cerraron gran número de conventos, debido a la marcada disminución
de religiosos y seminaristas; además forzaron a muchos regulares a pasar
al clero secular. En 1845 el arzobispo Luna Pizarro lamentaba los resul-
tados del decreto de reforma, pues en 24 años sólo se habían ordenado
de presbíteros cinco dominicos, cuatro mercedarios, un franciscano, dos
agustinos, un diácono de la Buenamuerte y, en cambio, se habían retirado
160 dominicos, otros tantos franciscanos, a los cuales había que sumar
los fallecidos, de donde resultaba un balance sumamente negativo para
la Iglesia (Luna, 1959: XXIX). Pero ya entonces se estaban tomando las
“providencias” del caso. En 1831, merced a una constitución apostólica,
el papa Gregorio XVI zanjaba el problema sobre el reconocimiento de
los patronatos de facto americanos, mediante el concepto de realidad
del régimen político americano –orillando la cuestión de la legitimidad–,
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procediendo a reconocer repúblicas y nombrar obispos. En 1835, Jorge
Benavente tomó posesión de su cargo de arzobispo de Lima y luego lo
harían otras dignidades en las sedes restantes peruanas. En tiempos del
arzobispo Luna Pizarro se reabrió el seminario de Santo Toribio y con la
ayuda del obispo arequipeño Goyeneche –grandes amigos, según se
desprende de su correspondencia publicada– se prosiguió la tendencia,
efectuando visitas diocesanas, fomentando las reformas internas de re-
gulares o propiciando la llegada de clero y religiosos extranjeros. En 1860
Goyeneche, un hombre de Antiguo Régimen, asumió el arzobispado de
Lima (Klaiber, 1988: 156-157; Saranyana, 2008: vol. II/2, 44; Vivero, 1892:
35-41).
Ya entonces sobresalían dos grandes apologetas de la Iglesia: José Ignacio
Moreno y Mateo Aguilar, que sustituyeron en presencia pública a los que
descollaron momentos antes en la independencia. El primero, sacerdote
diocesano, arcediano de la Catedral de Lima, tío de Gabriel García Moreno,
el futuro presidente tradicional-católico ecuatoriano; se distinguió no
sólo en 1822, durante sus intervenciones en la Sociedad Patriótica que
discutía sobre la mejor forma de gobierno, defendiendo el sistema mo-
narquista basado en un poder ejecutivo fuerte, sino que después, frente
a la reforma de regulares de 1826, cuestionó los procedimientos, pues se
debía pedir la anuencia del Papa, lo que le llevó a trabajar el problema
de la jurisprudencia patronal, que se vería claramente en su Abuso del
poder contra la libertad de la Iglesia, donde criticó el patronato de facto. En
1831, Moreno publicaría su célebre Ensayo sobre la supremacía del Papa,
en el que criticó vigorosamente a los escritores europeos que se oponían
o pretendían reducir el papel del obispo de Roma en la Iglesia universal.
Los argumentos sostenidos por los escritos de los santos padres y teólogos,
además de los documentos conciliares y pontiicios, marcaron las líneas que
servirían a lo largo de todo el siglo para rebatir las opiniones en contra del
primado (Moreno, 1831b)19. En cuanto al presbítero iqueño José Mateo Agui-
lar, en 1822 y a propósito de los debates parlamentarios que desecharon
la tolerancia religiosa en nuestra primera carta constituyente, denunció
la venta de libros contra la religión y también la “falsa” libertad de prensa
19 Cf. Moreno, J.I. (1822). Intervenciones y discursos en la Sociedad Patrióica de Lima. Lima. Moreno, J.I. (1831). Abuso del poder contra la libertad de la Iglesia. Lima: Imp. J. González.
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existente. Acusó que circulaba una Historia llamada del Papado, reedición
del texto de un español liberal residente en Londres, donde se atacaba al
Papa y a la Iglesia. Frente a ello había que “[...] desterrar de nuestro suelo
hasta el último miasma de tantos libros heréticos, y blasfemos, y sediciosos,
y que llevan consigo fermento de muerte capaces de aniquilar la más bien
organizada y robusta constitución de un Estado”20.
En estas palabras, como en las que expresarían posteriormente los po-
lemistas Pedro Gual y Bartolomé Herrera, a partir de la década de 1840,
está presente la idea irme de unión entre el Estado y la Iglesia en los
nuevos tiempos republicanos. Rápidamente, la Iglesia entendió que su
rol en la nueva sociedad no había variado sustantivamente en cuanto a
ser el sostén social –y ahora de la nacionalidad– al lado del Estado, que
la protegía. Detrás de la Constitución de 1823, todas las del siglo XIX le
garantizaron su rol de religión oicial y protegida. Al mismo tiempo, la
mayoría de sus miembros, otrora monarquistas y personajes de antiguo
régimen, devinieron en conservadores y defensores de los privilegios de
su institución (Armas Asín, 2004: 165-178).
No hubo en lo inmediato un cambio estructural en las relaciones políticas
y sociales en el campo religioso, más allá de las redeiniciones económicas
antes aludidas. Hubo una continuidad colonial, y el giro eclesiástico fue de
idelidades políticas antes que ideológico de largo plazo. La labor pastoral, el
proceso secularizador decimonónico –largo y difícil– tanto como los intrin-
cados escenarios políticos de la nueva realidad, con un Estado republicano
en plena construcción, exigían un comportamiento en tal perspectiva.
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Librería Clásica y Cientíica.
Fernando Armas Asín
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Normas para la presentación de artículos
y manual de estilo
La revista Análisis, cuya periodicidad es semestral, es un órgano de difu-
sión de resultados de investigación en el campo de las humanidades, las
ciencias sociales y la ilosofía; y lo es también de trabajos que emerjan
del diálogo de las disciplinas humanísticas con los demás saberes y la
ciencia en general. La Revista es coordinada por el Departamento de
Humanidades de la sede principal de la Universidad Santo Tomás de
Bogotá, Colombia. Esta publicación está dirigida a la comunidad acadé-
mica nacional e internacional interesada en los debates actuales inter y
transdisciplinarios en el campo de las humanidades y las ciencias sociales.
El objetivo de nuestra publicación consiste en difundir los resultados par-
ciales o inales de investigaciones avaladas por instituciones certiicadas
o artículos de autores que evidencien calidad cientíica dentro del ámbito
nacional e internacional, mediante convocatorias semestrales en las que
se indica el tema central sobre el que tratará cada número; esto no excluye
trabajos diferentes al número monográico, ya que en cada uno, según
evaluación del Comité Editorial, se incluyen separatas con temas variados.
Los trabajos presentados a la Revista se reciben por medio de un formato
de recepción. El autor entrega, según formato publicado en la página web
de la Revista (http://www.usta.edu.co/otras_pag/revistas/analisis/index.
html), una carta en la que certiica la originalidad del artículo y que este
es inédito; con respecto a esto último, el artículo no ha de presentarse
de manera simultánea en ninguna otra publicación en el momento de
entregarse a Análisis. Luego, el artículo se somete a la evaluación de árbi-
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 269-274
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tros externos e internos, y inalmente se aprueba o no para la publicación.
El Comité Editorial informará por escrito a los autores las razones por las
que no les sea aprobado el artículo y se comunicará con los autores de
los artículos aprobados para que irmen la carta de cesión de derechos
a Análisis. Revista Colombiana de Humanidades. En el momento en que el
autor cede los derechos de su artículo a Análisis, esta cuenta con los atri-
butos legales para disponer del artículo y su difusión, según lo determine
el Comité Editorial de la Revista.
Ni la Universidad Santo Tomás, ni el Departamento de Humanidades, ni
el Comité Editorial se hacen responsables del contenido de los artículos;
este compete directamente al autor.
La clase de artículos que recibe la Revista depende de la catalogación de
los mismos en relexión, estados del arte y estudios de caso. El artículo se
entrega mediante carta de presentación al Comité Editorial de la Revista,
en la carrera 9 # 51-11 (Departamento de Humanidades, ediicio Gregorio
XIII). Se deben entregar dos copias en medio impreso y magnético (CD o
DVD). Si el autor se encuentra fuera de la ciudad de Bogotá, puede enviarlo
junto con la respectiva solicitud a: revistaanalisis@usantotomas.edu.co
Para la clasiicación de los artículos, acogemos la descripción que hace
Publindex en el documento oicial de indexación, que es la siguiente:
1. Artículos de investigación. Presentan de manera detallada proyectos
terminados de investigación. La estructura utilizada generalmente
contiene cuatro apartes: introducción, metodología, resultados y
conclusiones.
2. Artículos de relexión. Presentan resultados de investigación termi-
nada, desde una perspectiva analítica, interpretativa o crítica sobre
un tema especíico, en el que se recurre a fuentes originales.
3. Artículos de revisión. Analizan, sistematizan e integran los resultados
de investigaciones, publicadas o no, sobre un campo del saber, para
dar cuenta de los avances y las tendencias prevalecientes. Presentan
una cuidadosa revisión bibliográica de, por lo menos, cincuenta
referencias.
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4. Artículos cortos. Presentan los resultados preliminares o parciales
de una investigación.
5. Reportes de caso. Presentan los resultados de un estudio sobre una
situación particular, con el in de dar a conocer las experiencias técni-
cas y metodológicas consideradas en un caso especíico. Incluyen una
revisión sistemática comentada de la literatura sobre casos análogos.
6. Revisión de tema. Presentan la revisión crítica de la literatura sobre
un tema particular.
7. Recensiones y reseñas bibliográicas. Presentan de manera re-
sumida los planteamientos principales de una obra recientemente
publicada o una obra que, por interés particular o de una investiga-
ción, se reseña.
8. Traducciones.
Los requisitos formales que debe cumplir el artículo son los siguientes
(no incluye recensiones, reseñas y traducciones):
1. Datos de autor. El nombre del autor se debe incluir en la margen
derecha, seguido de la institución a la que pertenece, en fuente Arial
12 puntos, en negrilla, y la institución en cursiva. Sus títulos, cargos
desempeñados y correo electrónico se deben poner en nota a pie de
página, no con número, sino con símbolo (*).
2. Resumen y palabras clave. El artículo debe presentarse con un
resumen de máximo 150 palabras y mínimo 100, en el que el autor
describe lo que va a desarrollar en su artículo. Se debe también incluir
un mínimo de cinco palabras clave y máximo ocho, que den cuenta
de las temáticas centrales, autores y demás temas por destacar en el
artículo. Tanto el resumen como las palabras clave deben presentar-
se en español y un idioma diferente que puede ser inglés, francés,
alemán o portugués.
3. Títulos y subtítulos. Ningún título debe ir enumerado. Para jerar-
quizarse se debe tener en cuenta que el título principal va centrado,
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en mayúscula sostenida y en negrilla; en nota de pie de página con
símbolo (*) se debe colocar el tipo de artículo al cual corresponde el
trabajo presentado y dentro de qué proyecto se desarrolla. El primer
nivel de subtítulo debe ir a la margen izquierda en minúscula y negri-
lla. El segundo nivel va a la margen izquierda en minúscula, negrilla
y cursiva (los subtítulos sólo deben incluirse con la primera letra del
título en mayúscula, excepto que haya un nombre propio).
4. Viñetas. Son una forma tipográica de especiicar o enumerar; sólo
se deben emplear en dicho caso. La marca de viñeta es punto.
5. Cursivas, negrillas y subrayados. La forma en que en el texto se
resaltan las ideas, palabras o demás partes del texto debe ser en
cursiva y sin comillas. Las negrillas son exclusivamente para el título.
Los subrayados se deben omitir.
6. Comillas. Aquellas que se utilizan son: para citas textuales, las latinas
(“”); para ideas textuales, de otras fuentes o para llamar la atención
sobre una palabra o frase, las latinas (“”); las inglesas no se utilizan («»)
y las comillas simples (‘’) se utilizan sólo cuando va un entrecomillado
entre otro más amplio.
7. Espacios. El espacio marcado en el párrafo del texto es de 1,5 puntos.
En las citas textuales que tengan más de tres renglones se disminuye
el espacio a 1,0 puntos. Entre los títulos se mantienen los 1,5 puntos
y se da doble espaciado.
8. Fuente. La letra para el artículo debe ser Arial 12 puntos y para las
citas textuales, con sangría de párrafo y en espacio de 1,0 puntos,
letra Arial 10.
9. Pie de página. Los pies de página se usan exclusivamente para notas
aclaratorias y/o ampliaciones que el autor considere que deben ir por
fuera del texto. La fuente es Arial 10. Los pies de página de símbolo (*)
se utilizan para los datos del autor y el tipo de artículo, según catalo-
gación señalada. La serie de estas notas a pie de página se aumenta
con un nuevo símbolo (*, **, ***…). Las notas a pie de página del texto
del artículo se inician en 1 y se continúa la serie.
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La norma técnica que adopta la Revista para citar y referenciar bibliografía
es APA. En nuestra página web contamos con un tutorial que le indica al
público cómo citar y referenciar fuentes desde el procesador Microsoft
Oice 2007 o superior (http://www.usta.edu.co/otras_pag/revistas/ana-
lisis/manual_de_estilo.html):
• Libro. Autor, A. A. (Año de la publicación). Titulo de la obra (edición,
si la hay). Ubicación (Ciudad y país, preferiblemente): Editorial. Ejem-
plo: Buber, M. (1995). ¿Qué es el hombre? (2a. ed.). México: Fondo de
Cultura Económica.
• Capítulo de libro. Autor, A. A. y Autor, B. B. (Año de la publicación).
Título del capítulo. En A. Editor & B. Editor (Eds.). Título del libro (páginas
del capítulo). Ubicación (Ciudad y país, preferiblemente): Editorial.
Ejemplo: Iser, W. (1997). La iccionalización: dimensiones antropoló-
gicas de las icciones literarias. En A. Garrido (Ed.). Teorías de la icción
literaria (pp. 42-65). Madrid, España: Arcos.
• Libro que ha sido traducido. Autor, A.A. (Año de la traducción).
Título. (Nombre del traductor, Trad.). Ubicación (Ciudad y país, pre-
feriblemente): Editorial. (Trabajo original publicado en año, en caso
de conocerse). Ejemplo: Bhabha, H. K. (2002). El lugar de la cultura (C.
Aira, Trad.). Buenos Aires, Argentina: Manantial.
• Revista o periódico. Autor, A. A., Autor, B. B. y Autor, C. C. (Año de la
publicación, incluya el mes y día de la publicación para publicaciones
diarias, semanales o mensuales). Título del artículo. Título de la revista,
del diario o del semanario, volumen (número), páginas. Ejemplo: Green,
A. (2007). La lucha de los siete hermanos y su hermana Olowalli en
defensa de la Madre Tierra: hacia la pervivencia cultural del pueblo
Kuna Tule. Educación y Pedagogía, 19 (49), 227-237.
• Internet. Si es posible, deben identiicarse los autores. (Año de publi-
cación, si existe). Título o descripción del documento. Ubicación (Ciudad
y país, preferiblemente, si lo tiene especiicado): Editorial (si es docu-
mento impreso convertido a digital). Recuperado el… (introduzca la
fecha de cuando se recuperó) del sitio web… (introduzca la dirección
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URL, “Uniform Resource Locator”). Ejemplo: Guerra, W. y Múnera, J. M.
(2001). Los apaalanchi: una visión del mar entre los Wayuu. Riohacha,
Colombia: Banco de la República. Recuperado el 13 de octubre de
2008 de http://www.lablaa.org/blaavirtual/antropologia/apaalanchi/
indice.htm
• Artículos obtenidos de una base de datos electrónica. Autor, A.
A. y Autor, B. B. (Año). Título del artículo. Título de la revista, volumen
(número), páginas. Recuperado el… (Introduzca el día, el mes y el
año) en… (Introduzca el nombre de la base de datos).
• Artículo publicado en revista de Internet. Autor, A. A. y Autor, B. B.
(Año, si se encuentra). Título del artículo. Título de la revista, volumen –si
se encuentra− (Número, si se encuentra). Recuperado el… (introduzca
el día, el mes y el año) de… (introduzca la dirección URL).
• Tesis consultada en biblioteca o hemeroteca. Autor, A. A. (Fecha).
Título. Universidad, ciudad, país.
• Citas textuales. Una cita textual se coloca entre comillas si no exce-
de las 40 palabras; si las excede se reduce a la margen izquierda. En
ambos casos se coloca la fuente al inal de la cita, entre paréntesis, así:
Apellido del autor, año, página(s). Ejemplo: (Ramírez, 1998, pp. 45-49).
• Citas contextuales, parafraseadas o comentarios. Para resumir o
confrontar una fuente, se coloca dentro del mismo texto la referencia
así: Apellido del autor (año) o cita (Apellido del autor, año).
Cabe señalar que, en nuestra publicación, aceptamos como citas válidas
la manera usual de citar textos de autores clásicos que tengan su propia
forma; por ejemplo, cuando se cita un diálogo de Platón, podría ser: (Pla-
tón, Fedón, 74a-83d). Se mantienen estos casos en grandes colecciones
como la Husserliana, los trabajos de Dewey, los parágrafos de Ser y Tiempo,
la usual manera de referir la Crítica de la Razón Pura, etc.
Todas las recomendaciones de estilo quedan sujetas a variaciones de
edición; estas se hacen con el in de estandarizar el proceso de evaluación
del artículo y la uniformidad en el diseño y la impresión de la revista.
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Rules for the Submission of Articles
and Style Handbook
Analysis Magazine, whose periodicity is half-yearly, is an organ for the
difusion of research results in the ield of Humanities, Social Sciences
and Philosophy. It also publishes works that emerge from the dialogue of
the humanistic disciplines with other ields of knowledge and science in
general. The magazine is coordinated by the Department of Humanities
at the headquarters of Universidad Santo Tomás of Bogotá, Colombia. This
publication is aimed at national and international academic community,
which is interested in current and inter- and transdisciplinary debates in
the ield of humanities and social sciences.
The purpose of our publication is to disseminate the partial or inal results
of research supported by certiied institutions, or articles by authors that
demonstrate scientiic excellence, both nationally and internationally,
through semi-annual calls in which we indicate the main topic of each
issue. This does not exclude papers diferent to the special issue, for in
each issue, as assessed by the Editorial Committee, ofprint in various
subjects are included.
Papers submitted for publication are received by a reception format.
The author provides, according to the published format on the website
of the magazine (http://www.usta.edu.co/otras_pag/revistas/analisis/
index.html), a letter certifying the originality of the article and that this is
unpublished. Also, that is not presented simultaneously to another publi-
cation at the time it is submitted to Análisis. The article, then, undergoes
evaluation by internal and external referees, and, inally, is approved or not
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 275-280
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approved for publication. The Editorial Committee will report in writing to
the authors of the approved articles, so they sign the letter of assignment
of rights to Análisis.Revista Colombiana de Humanidades(Analysis.Colom-
bian Journal of Humanities). At the time that the authors assign the rights
to their articles to Análisis, this has the legal attributes to have the paper
at its disposal and to publish it as determined by the Editorial Committee.
Neither Universidad Santo Tomas, nor the Department of Humanities, or
the Editorial Board will be held liable for the content of the articles. It will
be the responsibility of the author.
The kind of articles that the magazine receives depends on the catalo-
ging of relection articles, state of the art and study cases. The article will
be sent with a presentation letter to the Editorial Committee at Carrera
9 # 51-11 (Department of Humanities, Gregory XIII Building). It must be
submitted with two copies in both printed and magnetic means (CD or
DVD). If the author is out of the city of Bogotá, he or she can send his or
her paper and request to: revistaanalisis@usantotomas.edu.co
For the classiication of articles, we follow the description made by Pu-
blindex on the oicial document of indexing that is as follows:
1. Research papers. They present in a detailed way completed research
projects. The structure that is generally used contains four sections:
introduction, methodology, results and conclusions.
2. Articles for relections. They present completed research results
from an analytical, interpreting or critical perspective on a speciic
topic, in which original sources are consulted.
3. Review articles. They analyze, systematize and integrate research
indings published or not published on a ield of knowledge, to ac-
count for the progress and prevailing trends. They have a thorough
literature review of at least ifty references.
4. Short articles. They present the preliminary or partial results of an
investigation.
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5. Case Reports. They present the results of a study about a particular
situation, in order to disseminate the technical and methodological
experiences considered in a speciic case. It includes a commented
and systematic revision of the literature about similar cases.
6. Theme Review. It presents a critical revision of the literature about
a particular topic.
7. Recensions and Bibliographic Outlines. They present a summary
of the main approaches of a recently published work or a work that
is reviewed for a particular interest or a research.
8. Translations.
The formal requirements that an article should accomplish are the fo-
llowing (no recensions, reviews and translations are included):
1. Author’s data. The name of the author should be included on the right
margin followed by the institution name to which he/she belongs,
Arial Font 12, in bold letters, and the institution in italics. Titles, jobs
and electronic mail should be put as footnotes, not with a number
but with a symbol (*).
2. Abstract and keywords. The article should be presented with an
abstract of maximum 150 words and a minimum of 100, in which the
author describes what he/she is going to develop in his/her article. A
minimum of 5 key words and maximum of 8 should also be included
summarizing the central themes, authors and other topics highlighted
in the article. Both the abstract and key words should be presented
in Spanish, French, German or Portuguese.
3. Titles and sub-titles. No title should be enumerated. In order to rank
the information, it should be taken into account that the main title is
centered, written all in capital letters and in bold; the type of article
to which the work corresponds and in which project it is developed
should be put as footnotes with a symbol (*). The irst level of sub-title
should be on the left margin in small letters and in bold. The second
level of sub-title goes on the left margin in small letters, bold, and
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italics. (The sub-titles should only be included with the irst letter of
the title in capital letters, except when there is a proper name.
4. Bullets. They are a typographical way to specify or enumerate which
should only be used in such a case. The bullet sign is a dot.
5. Italics, bold and underline. The way to highlight ideas, words or
other parts in the text should be made in italics and without quota-
tion marks. Bold should solely be for the title. The underline should
be omitted.
6. Quotation Marks. Those are used: for textual quotations, the Latin
ones (“”); for textual ideas, other sources or to call attention about a
word or phrase, the Latin ones (“”); the English ones are not used (« »)
and the simple quotation marks (‘’) are used only when a text between
quotation marks goes within a broader one.
7. Spaces. The space in the paragraph of the text is 1.5 points. In tex-
tual quotations with more than 3 lines, the space is reduced to 1.0.
Between titles 1.5 points is kept and double space.
8. Font. The letter for the article should be Arial 12. Textual quotations
should be with paragraph indentation, a space of 1.0 points and Arial
letter 10.
9. Footnotes. They are used only for clarifying notes and/or widening
the author considers that should be out of the text. Font should be
Arial 10. Symbol footnotes (*) are used for the author’s data and type
of article according to pointed out cataloguing. The series of these
footnotes is increased with a new symbol (*, **, **…). Footnotes of
the article text start with 1 and the series continues.
The rules that the magazine uses for citation and bibliography are the
ones from the APA Style. In our website we count on a tutorial that indi-
cates people how to cite and make references of sources using Microsoft
Oice 2007 Wordprocessor or higher (http://www.usta.edu.co/otras_pag/
revistas/analisis/manual_de_estilo.html):
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• Book. Author, A. A. (Year of publication). Title of work (Edition, if avai-
lable). Location (It is better: city and country): Publishing Company.
Example: Buber, M. (1995). ¿Qué es el hombre? (2a. ed.). México: Fondo
de Cultura Económica.
• Chapter of book. Author, A. A& Author B. B. (Year of publication).
Title of chapter. En A. Editor and B. Editor (Eds.). Title of book (pages of
chapter). Location (It is better: city and country): Publishing Company.
Example: Iser, W. (1997). La iccionalización: dimensiones antropoló-
gicas de las icciones literarias. En A. Garrido (Ed.). Teorías de la icción
literaria (pp. 42-65). Madrid, España: Arcos.
• Translated book. Author, A. A. (Year of translation). Title. (A. A.
Translator, Trad.). Location (It is better: city and country): Publishing
Company. (Original work published in year, if it is known). Example:
Bhabha, H. K. (2002). El lugar de la cultura (C. Aira, Trad.). Buenos Aires,
Argentina: Manantial.
• Magazine or newspaper. Author, A. A., Author, B. B. y Author, C. C.
(Year of publication, it should appear the day and month of publishing
for daily, week and monthly issues). Title of article. Title of magazine
or newspaper, volume (number), pages. Example: Green, A. (2007).
La lucha de los siete hermanos y su hermana Olowalli en defensa de
la Madre Tierra: hacia la pervivencia cultural del pueblo Kuna Tule.
Educación y Pedagogía, 19 (49), 227-237.
• Internet. Authors (if it is possible). (Year of publication, if it exists).
Title or document description. Location (It is better: city and country):
Publishing Company (If it is a printed material published on Web). Date
of recovery and Internet address. Example: Guerra, W. y Múnera, J. M.
(2001). Los apaalanchi: una visión del mar entre los Wayuu. Riohacha,
Colombia: Banco de la República. Recuperado el 13 de octubre de
2008 de http://www.lablaa.org/blaavirtual/antropologia/apaalanchi/
indice.htm
• Article from an electronic database. Author, A. A. y Author, B. B.
(Year). Title of article. Title of magazine, volume (number), pages.
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Recuperado el... (Introduce day, month and year) en... (Introduce
database name).
• Article published on an online magazine. Author, A. A. y Author,
B. B. (Year, if available). Title of article.Title of magazine, volume (if
available), (Issue, if avaiable). Recuperado el... (Introduce day, month
and year) en... (Introduce the Internet adress).
• Thesis searched on library or newspaper library. Author, A. A.
(Date). Title.University, City, Country.
• In-text citations. An in-text citation is written in quotation marks if
itdoes not surpass more than 40 words; if it surpassess more than 40
words, the left margin is reduced. In both cases, the source is written
at the end, in brackets, as follows: Author’s surname, year, page (s).
Example: (Ramírez, 1998, pp. 45-49).
• Contextualized, paraphrased and commented citations. To sum-
marize or confront a source, the reference is writen in the text itself
as follows: Author’s surname (year) or Quote (Author’s surname, year).
It is good to mention that in our publication, we accept as authorized
citations the usual way of citing clasical authors that have their own way,
example, when it is a Plato’s dialogue citated, it may be: (Platón, Fedón,
74a-83d). These cases are kept in big compilations like the Husserlian one,
Dewey’s works, Being and Time paragraphs, the usual way to refer to the
Critique of Pure Reason, etc.
All the style recommendations are subject to editing variations. These are
done aiming at standarizing the article evaluation process and design
uniformity and magazine printing.
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Normes pour la Presentation d’articles
et manuel de styles
La revue Análisis, dont la périodicité est semestrielle, est un organe de
difusion de résultats de recherches dans le domaine des Sciences humai-
nes et de la Philosophie, ainsi que de travaux qui surgissent du dialogue
des disciplines humanistes avec les autres savoirs et la science en général.
La revue est coordonnée par le Département des Sciences humaines
du siège principal de l’Université Santo Tomás de Bogotá, en Colombie.
Cette publication se dirige à la communauté académique nationale et
internationale, intéressée aux débats actuels inter et transdisciplinaires
dans le domaine des sciences humaines et sociales.
L’objectif de notre publication consiste à difuser les résultats partiels
ou inaux de travaux de recherches approuvés par des institutions certi-
iées ou des articles d’auteurs qui présentent une qualité scientiique à
l’intérieur du milieu national et international, au moyen de mises au con-
cours semestrielles dans lesquels on indique le thème central dont traite
chaque numéro, sans exclure des travaux diférents de ceux du numéro
monographique, puisque, dans chaque numéro, selon l’évaluation du Co-
mité Editorial, sont inclues des parties séparées traitant de thèmes variés.
Les travaux présentés à la revue sont reçus au moyen d’un formulaire
ad hoc. L’auteur remet, selon le formulaire publié sur la page web de la
revue (http://www.usta.edu.co/otras_pag/revistas/analisis/index.html),
une lettre dans laquelle il certiie l’originalité de l’article, précisant qu’il est
inédit et qu’il n’est pas présenté simultanément à une autre publication au
moment où il est remis à Análisis. L’article est ensuite soumis à l’évaluation
ISSN: 0120-8454 No. 79 pp. 281-287
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de jurés externes et internes et, inalement, sa publication est approuvée
ou rejetée. Le Comité Editorial informera par écrit les auteurs des raisons
pour lesquelles leur article aura été refusé et entrera en communication
avec les auteurs des articles acceptés pour qu’ils signent une lettre de
cession de leurs droits à Análisis. Revista Colombiana de Humanidades
(Analyse. Revue Colombienne de Humanités).
Dès lors que l’auteur cède les droits de son article à Análisis, la revue
acquiert les attributs légaux ain de disposer de l’article et de sa difusion
d’après les décisions prises par le Comité Editorial de la revue.
Ni l’Université Santo Tomás, ni le Département des Sciences humaines, ni
le Comité Editorial seront considérés comme responsables du contenu
des articles, celui-ci dépendant exclusivement de l’auteur.
Le type d’articles reçus par la revue dépend de la classiication des articles
entre rélexion, état de lieux et études pertinentes. L’article doit être rendu
accompagné d’une lettre de motivation au Comité Editorial de la revue à
l’adresse suivante: Carrera 9 # 51-11, Département des Sciences humaines,
Bâtiment Gregorio XIII. Deux copies de l’article doivent être rendues tant
sous format magnétiquequ’ imprimé (CD ou DVD). Si l’auteur est hors de
la ville de Bogotá, il peut faire parvenir l’article et sa candidature par mail
à l’adresse suivante: revistaanalisis@usantotomas.edu.co
Pour la classiication des articles, nous nous en tenons à la description
faite par Publindex dans le document oiciel d’indexation, à savoir:
1. Articles de recherche. Ilsprésentent en détail des projets de recher-
che terminés. La structure utilisée est composée généralement de
quatre parties: introduction, méthodologie, résultats et conclusions.
2. Articles de rélexion. Ils présentent les résultats de recherches ter-
minées, dans une optique analytique, interprétative ou critique d’un
sujet spéciique, où l’on fait appel à des sources originales.
3. Articles de révision. Ilsanalysent, systématisent et intègrent les ré-
sultats de recherches publiées ou non sur un domaine du savoir, ain
de rendre compte des progrès et des tendances qui l’emportent. Ils
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présentent une révision bibliographique méticuleuse qui compte au
moins cinquante références.
4. Articles courts. Ils présentent les résultats préliminaires ou partiels
d’une recherche.
5. Rapports de cas. Ils présentent les résultats d’une étude sur une
situation particulière dans le but de faire connaître les expériences
techniques et méthodologiques considérées dans un cas spéciique.
Ils incluent une révision systématique commentée de la littérature
sur des cas analogues.
6. Révision de thèmes. Ils exposent la révision critique de la littérature
sur un sujet particulier.
7. Recensions et comptes rendus bibliographiques. Ils présentent
un résumé des positions principales d’un ouvrage récemment paru
ou d’un ouvrage ou d’une recherche dont on fait le compte rendu
par intérêt individuel.
8. Traductions.
Voici les critères formels auxquels l’article doit obéir (sans inclure les
recensions, comptes rendus et traductions):
1. Données de l’auteur. Le nom de l’auteur doit igurer dans la marge
droite de la page, suivi du nom de l’institution d’appartenance, avec la
police Arial 12 en gras, et pour l’institution, en italiques. Indication des
titres, postes exercés et du courriel. Les notes en bas de page doivent
être signalées par une astérisque (*) et non un numéro.
2. Résumé et mots clés. L’article doit être accompagné d’un résumé de
150 mots maximum et 100 mots minimum, où l’auteur décrit ce qu’il va
développer dans son travail. Au moins 5 mots clés et au plus 8 doivent
également être inclus. Ils doivent porter sur les thèmes centraux, les
auteurs et d’autres sujets à tenir en compte dans l’article. Le résumé,
tout comme les mots clés, doivent être présentés en espagnol ou dans
une langue telle que l’anglais, le français, l’allemand ou le portugais.
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3. Titres et sous-titres. Aucun titre ne doit être énuméré. La hiérarchi-
sation des titres et sous-titres doit suivre le modèle suivant:
Titre principal (centré), en majuscules ixes et en gras,
Note de bas de page marquée par une astérisque (*),
Type d’article auquel correspond le travail présenté, et
Projet auquel il correspond.
Le premier niveau de sous-titre doit être à la marge.
4. Puces. Les puces sont un moyen typographique de spéciier ou
d’énumérer et ne doivent être utilisées qu’à cette in. La puce utilisée
est le point.
5. Italiques, caractères gras et soulignement. La manière dans laquelle
les idées, les mots ou autres parties du texte sont mises en évidence
doit se faire par l’utilisation d’italiques et sans guillemets. Les carac-
tères gras servent uniquement au titre. Il faut éviter les mots soulignés.
6. Guillemets. Les guillemets utilisés sont les guillemets latins (“”), que
ce soit pour des citations textuelles, des idées textuelles ou d’autres
sources, ou pour attirer l’attention sur un mot ou une phrase. Les
guillemets anglais («») ne sont pas utilisés et les guillemets simples
(‘’) sont utilisés uniquement pour mettre un élément entre guillemets
à l’intérieur d’un autre plus long.
7. Espaces. L’espace utilisé à l’intérieur du texte est de 1.5 points. Pour
les citations textuelles qui ont une longueur de plus de trois lignes,
on réduit l’espace à 1 point. Entre les titres, on garde un espace de
1.5 points et on ménage un double espace.
8. Police. La police de l’article doit être Arial 12 points et Arial 10 pour
les citations, avec un retrait de paragraphe et un espace de 1 point.
9. Pied de page. Les pieds de page sont utilisés exclusivement pour
les notes explicatives et/ou des ajouts dont l’auteur considère qu’ils
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doivent igurer hors texte. La police est Arial 10. Les pieds de page
indiqués par l’astérisque (*) sont utilisés pour les données relatives à
l’auteur et au type d’article, selon le catalogage signalé. La progression
de la série de ces notes de pied de page est indiquée à chaque fois
par un nouvel astérisque (*, **, ***…). Les notes de pied de page du
corps de texte de l’article sont indiquées par des chifres arabes, en
commençant par 1.
La norme technique adoptée par la revue pour citer et référencier de
la bibliographie est la norme APA. Sur notre page Web, on trouvera un
document indiquant comment citer et faire référence à des sources avec
le logiciel Microsoft Oice 2007 ou supérieur (http://www.usta.edu.co/
otras_pag/revistas/analisis/manual_de_estilo.html):
• Livre. Auteur, A. A. (Année de publication). Titre de l’ouvrage. (Edition,
si elle existe). Lieu d’édition (Ville et pays, si c’est possible): Maison
d’édition. Exemple: Buber, M. (1995). ¿Qué es el hombre? (2a. ed.).
México: Fondo de Cultura Económica.
• Chapitre de livre. Auteur, A. A. y Auteur, B. B. (Année de publication).
Titre du chapitre. En Editeur A. y Editeur B. (Eds.). Titre du livre (pages
du chapitre). Lieu d’édition (Ville et pays, si c’est possible): Maison
d’édition. Exemple: Iser, W. (1997). La iccionalización: dimensiones
antropológicas de las icciones literarias. En A. Garrido (Ed.). Teorías
de la icción literaria (pp. 42-65). Madrid, España: Arcos.
• Livre traduit. Auteur, A. A. (Année de traduction). Titre. (Nom du tra-
ducteur, Trad.). Lieu d’édition (Ville et pays, si c’est possible): Maison
d’édition. (Trabajo original publicado en año - si elle est connue).
Exemple: Bhabha, H. K. (2002). El lugar de la cultura (C. Aira, Trad.).
Buenos Aires, Argentina: Manantial.
• Revue ou journal. Auteur, A. A., Auteur, B. B. y Auteur, C. C. (Année de
publication, en incluant le mois et le jour de la publication pour les
publications quotidiennes, hebdomadaires ou mensuelles). Titre de
l’article. Titre de la revue ou journal, tome (numéro), pages. Exemple:
Green, A. (2007). La lucha de los siete hermanos y su hermana Olowalli
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en defensa de la Madre Tierra: hacia la pervivencia cultural del pueblo
Kuna Tule. Educación y Pedagogía, 19 (49), 227-237.
• Internet. Auteur (S’il existe). (Année de publication, si elle existe).
Titre ou description du document. Lieu d’édition (Ville et pays, si c’est
possible): Maison d’édition (Si le document est imprimé). Recuperado
el… (Écrivez le jour, le mois et l’année de récupération du document)
del sitio Web… (Écrivez l’adresse URL). Exemple: Guerra, W. y Múnera, J.
M.(2001). Los apaalanchi: una visión del mar entre los Wayuu. Riohacha,
Colombia: Banco de la República. Recuperado el 13 de octubre de
2008 dehttp://www.lablaa.org/blaavirtual/antropologia/apaalanchi/
indice.htm
• Articles consultés dans une base de données électronique. Auteur
A. A. y Auteur B. B. (Année). Titre de Titre l’article. Titre de la revue, tome
(numéro), pages. Recuperado el… (Écrivez le jour, le mois et l’année
de récupération du document) del sitio Web… (Écrivez le nom de la
base de données).
• Article publié dans une revue en ligne. Auteur, A. A. y Auteur, B. B.
(Année, si elle est mentionnée). Titre de l’article. Titre de la revue, tome
–s’il est mentionné− (numéro, s’il est mentionné). Recuperado el…
(Écrivez le jour, le mois et l’année de récupération du document) del
sitio Web… (Écrivez l’adresse URL).
• Mémoire ou thèse consulté (e) en bibliothèque. Auteur, A. A. (Date).
Titre. Université, ville, pays.
• Citations textuelles. Une citation textuelle est placée entre guille-
mets si elle ne dépasse pas 40 mots. Dans le cas contraire, elle est
réduite à la marge gauche. Dans les deux cas, on cite la source à la
in de la citation entre parenthèse, ainsi: Nom d’auteur, année, page.
Exemple: (Ramírez, 1998, pp. 45-49).
Citations de contexte, paraphases ou commentaires: pour résumer ou
confronter à une autre source on place la référence ainsi, à l’intérieur
même du texte: Nom d’auteur (Année) ou Citation (auteur, année).
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Il importe de signaler que, dans notre publication, nous acceptons comme
citations valables la manière habituelle de citer des textes d’auteurs clas-
siques qui possèdent une forme propre. Par exemple, quand on cite un
dialogue de Platon, cela peut se faire ainsi: (Platon, Phédon, 74 a-83d). Ces
cas perdurent pour les grandes sommes comme les oeuvres complètes
de Husserl, les travaux de Dewey, les paragraphes d’Etre et Temps; c’est
la manière usuelle de citer la Critique de la raisonpure, etc.
Toutes les recommandations de style sont soumis à variations d’édition.
Les recommandations ci-dessus sont faites dans le but d’uniformiser
le processus d’évaluation de l’article et l’homogénéité du dessin et de
l’impression de la revue.
DEPARTAMENTO DE HUMANIDADES Y FORMACIÓN INTEGRAL
Certi�cado SC 4289-1
EditorialFabián Leonardo Benavides Silva
Diario de un convento: Santo Domingo de Tunja durante la IndependenciaP. Carlos Mario Alzate Montes, O.P.
El caso de la Comunidad Dominicana frente a la reforma educativa borbónica del siglo XVIII en el Virreinato de la Nueva GranadaCésar Augusto Vásquez García, Eduardo Alberto Gómez Bello, Édgar Arturo Ramírez Barreto, Juan Sebastián Ballén Rodríguez
La tradición colonial y la pintura del siglo XIX en ColombiaJaime Humberto Borja Gómez
Joanna de San Esteban: per�l hagiográ�co de una vida ejemplar en los albores de la IndependenciaMaría Constanza Toquica Clavijo
Rumores de libertad entre la población esclava: de la revuelta de los Comuneros a las guerras de independencia de la Nueva GranadaRoger Pita Pico
Participación de la plebe santafereña en los albores de la IndependenciaRobert Ojeda Pérez
Los conventos dominicos de Caracas y Mérida: frailes entre la in�dencia y la independencia venezolana (1810-1830)Fray Oswaldo Montilla
Fidelidad y realidades en el campo religioso: el clero y la independencia en el Perú (1820-1826)Fernando Armas Asín
Normas para la presentación de artículos y manual de estilo