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¿Maler les vinges por amalar el noema? Traducción del glíglico del capítulo
68 de Rayuela1
Por Ney Fernandes
Introducción
Rayuela, de Julio Cortázar, tal como lo sugiere el título, es una novela lúdica, en la
que el lector se ve profundamente involucrado en el juego; una historia que a la vez son
varias historias, en las que el lector se sorprende tirando la piedrita junto con el protagonista
con el fin de alcanzar el Cielo. Asimismo, Rayuela es un juego que a la vez contiene varios
juegos. Entre estos juegos destaca el glíglico, un lenguaje inventado por Cortázar para
describir una escena erótica, que transcurre en el capítulo 68 (ver anexo). Los dos
protagonistas de la novela recurren al glíglico cuando conversan de su intimidad, y sobre
todo cuando hablan de sexo. Cortázar, en cuanto anarrador omnisciente, se apodera de ese
lenguaje para evitar el uso de expresiones non sancto (recordemos que Rayuela fue
publicado por primera vez en 1963) y, al mismo tiempo, permitir al lector participar en
forma activa en el desarrollo de la escena. De esa forma, el diálogo que se establece entre el
autor y el lector adquiere la misma dimensión de intimidad que para los protagonistas de la
novela, pero con la diferencia de que uno de los interlocutores no posee las claves para
descifrar completamente el código que se le impone. Surgen entonces algunos
interrogantes: ¿cómo hacer participar al lector extranjero en este juego de Rayuela? ¿Cómo
permitirle participar con las mismas armas? ¿Cómo brindarle los mismos indicios para que
pueda desencadenar en su intelecto los mismos procesos mentales a los que se lleva al
lector hispanohablante con el glíglico en español? El glíglico es, entre otras cosas, un
lenguaje musical, un dialecto puramente sugestivo y, por ende, debe entonar las mismas
notas y sugerir las mismas imágenes al lector extranjero. Se trata, como todo texto, de un
sistema, un mecanismo que posee un funcionamiento preciso, un juego entre morfología y 1 La presente ponencia, presentada en las Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana celebradas en Niterói (Río de Janeiro, Brasil) en julio de 2010, es una versión resumida de una tesina de licenciatura presentada en la Universidad Sorbona Nueva-París III en junio de 2001.
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campo semántico, entre sonoridad y sugestión. ¿Cómo reproducir los engranajes
adecuados? Para traducir el glíglico, es decir, reinventarlo dentro de los esquemas del
idioma al cual se traduce Rayuela, se requiere la pretensión de haber dilucidado el dialecto,
y luego, el mensaje. ¿Pero es realmente posible comprender el glíglico? ¿Es legítimo creer
haber comprendido un idioma que no nos habla directamente, sino que juega con nuestro
inconsciente y nuestra imaginación? Trataremos, pues, de comprender cómo procedieron
los traductores de Rayuela para llevar a cabo su labor, mediante el análisis del
funcionamiento del glíglico y algunas comparaciones entre las versiones en francés y en
portugués.
La intimidad
El glíglico es antes que nada el lenguaje de la intimidad. Es un dialecto que sirve
para expresar el mundo en el que viven los dos protagonistas, que solo ellos conocen y
viven a su manera. En cuanto concretización del carácter inaccesible de esa dimensión
íntima, es un idioma que permite proteger esa intimidad que refleja. Por consiguiente, uno
de los retos que entraña la traducción de este lenguaje es la expresión de esa misma
intimidad, haciéndola accesible al lector a la vez que conserva el hermetismo, la privacidad
del mensaje.
El carácter lúdico
Andrés Amorós, autor del prefacio a la edición de Cátedra de Rayuela, resume el
funcionamiento del glíglico de la siguiente manera: «Nuestra imaginación rellena de
sentido claro y concreto los huecos, llenados en el texto por palabras ininteligibles»
(CORTÁZAR, 1997, p. 59). Esta es una de las principales características del glíglico,
idioma erótico para la pareja, elemento lúdico para el lector. Sin embargo, cabe señalar que
Andrés Amorós descuida su comentario al afirmar que se trata de palabras «ininteligibles»,
ya que de ser así, el glíglico no apelaría a la imaginación del lector, o mejor, no le dejaría
ningún espacio que rellenar, pues el lector carecería de los indicios necesarios para rellenar
esos huecos. En tanto, Milagros Ezquerro, autora de Rayuela: estudio temático, indica: «el
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glíglico no es propiamente inteligible, sin embargo “significa”, no mediante conceptos
claros y precisos, sino mediante intuiciones aproximativas y polisémicas» (CORTÁZAR,
1996, p. 625). De esa forma, el traductor tropieza con otro gran reto, ya que debe, en su
nueva versión, respetar las sutilezas del mecanismo lúdico del lenguaje, hacer que este
signifique sin usar conceptos existentes. Es decir, debe proporcionar a la imaginación la
misma libertad y las mismas restricciones que impone Cortázar. Debe sugerir sin revelar,
debe evocar imágenes eróticas sin describirlas, en fin, debe reinventar un glíglico que
funcione.
Dice Andrés Amorós que el lector «se avergonzará, quizá, al comprobar cómo su
imaginación ha recurrido a términos más gráficos que los empleados por el escritor»
(CORTÁZAR, 1997, p. 59). Cabe preguntarse si el lector francófono o el lusohablante, al
leer la traducción, corre el mismo riesgo de avergonzarse con la insospechada picardía de
su propia imaginación.
En busca del texto fuente
La gran incógnita a la que se enfrenta el traductor es la existencia de un texto fuente.
Cabe recordar que, en traductología, uno de los aspectos de la traducción que se enseña es
precisamente la búsqueda, casi metafísica, de un texto fuente anterior al texto que se
traduce, es decir, el pensamiento bruto que da origen a una intención de discurso. Sería
surrealista intentar traducir un idioma inventado del cual solo el autor posee las claves. El
traductor se ve entonces obligado a esbozar un modelo del texto fuente si quiere traducirlo.
Una vez comprendido el mensaje, el traductor puede pretender traspasarlo a su idioma,
elaborando lo que vendría a ser un nuevo glíglicos. Pero este procedimiento, a priori
imprescindible ya que no se puede traducir lo que no se comprende, supone la existencia de
ese mensaje original, un texto fuente concebido en algún idioma (¿o por qué no en varios
idiomas a la vez?), que Cortázar procedió luego a traspasarlo al glíglico. ¿Pero existe
realmente dicho texto? Como se expuso en la introducción, ese texto existe en cierta
medida apenas en la imaginación de cada uno. La tarea del traductor se ve entonces
transformada: a la vez que traduce, estará de alguna manera reinventando el mensaje, el
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texto fuente. Sin embargo, existen rastros de un escrito original, anterior al glíglico, que
constituyen para el traductor su principal punto de apoyo y, por ende, imponen la primera
regla a respetar. Se trata de la estructura del texto.
La estructura
Si aislamos las palabras en español que dan forma al discurso y rigen el glíglico,
obtenemos el siguiente esqueleto:
Apenas él le... a ella se le... y caían en... Cada vez que él procuraba... se
enredaban en... y tenía que... sintiendo como poco a poco… se... hasta quedar
tendidos como el... al que se le han dejado caer unas... Y sin embargo, era apenas
el principio, porque en un momento dado ella se... consintiendo en que él
aproximara suavemente sus... Apenas se... algo como un ... los... de pronto era
el... se sentían... Temblaba el... se vencían las... y todo se... en un profundo... que
los... hasta el límite de las...
Se descubre aquí el esqueleto perfectamente lógico del mensaje. Esta estructura
constituye un indicio importante para el traductor, y sugiere en parte el significado de los
vocablos inventados: «Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso».
Aunque resulte muy difícil entender con exactitud de qué se trata la acción de amalar y lo
que podría ser el noema, entendemos, gracias a la estructura en español, que se trata de una
acción sumamente delicada, por no decir sensual, para la mujer.
El ritmo
Un aspecto de este texto que no pasa inadvertido para el lector, aunque puede que
no tenga plena consciencia de ello, es la sucesión de morfemas del glíglico en frases
considerablemente largas. El lector inevitablemente siente el efecto de las oraciones que se
arrastran y se alargan con vocablos cada vez más complejos y largos. En la segunda línea,
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por ejemplo, se lee: «...y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos
exasperantes».
Tenemos aquí tres sintagmas nominales que van extendiéndose: el primero tiene
cuatro sílabas (hi-dro-mu-rias), el segundo tiene seis sílabas (sal-va-jes am-bo-nios) y el
tercero posee ocho sílabas (sus-ta-los e-xas-pe-ran-tes). El efecto logrado es el de
movimiento, de un crecimiento de la intensidad, como una serie de olas que avanzan, cada
una un poco más larga que la anterior. No nos parece necesario hacer más explícito el
vínculo con el acto sexual. Este aspecto presenta otra dificultad más para el traductor, pues
también debe intentar reproducir el mismo efecto rítmico, dada su importancia.
La sintaxis
Por razones de espacio es imposible entrar en detalles sobre las dificultades que
supone la construcción sintáctica de este texto, que, más allá de los juegos rítmicos que
acabamos de ver, da sustento al desarrollo lógico de la acción mediante una serie de
relaciones de causa y consecuencia. Como estas relaciones proporcionan indicios
adicionales sobre lo que sucede entre los dos protagonistas, el traductor debe ser
especialmente cuidadoso a la hora de traspasar este capítulo a otro idioma. No sabemos qué
es el clémiso, pero curiosamente en la traducción en portugués, debido a una mutación
sintáctica, pasa a tener un papel distinto en la acción: «a ella se le agolpaba el clémiso» para
el traductor brasileño es una escena donde «ela lhe dava com o clêmiso».
De una reacción natural, instintiva, seguramente involuntaria, vemos que la mujer
pasa a tener un papel activo en su reacción al estímulo masculino. La mujer sencillamente
deja de experimentar y pasa a actuar junto con su pareja. Cabría preguntarse qué motivó al
traductor a tomar esa decisión.
En busca de los morfemas fuente
Acabamos de exponer las características de la estructura y de la sintaxis del texto
que sirven de soporte para el mensaje original. No obstante, si bien los términos inventados
para la elaboración del glíglico son desconocidos para el lector, existen también en ellos
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algunos rastros del texto fuente. Se trata de prefijos, sufijos y concordancias de verbos
inventados. Cortázar concilia hábilmente las reglas gramaticales con la necesidad de crear
un vocabulario altamente sugestivo, capaz de producir en el instinto del lector la reacción
deseada. El lector difícilmente pasa por alto la semejanza entre palabras del glíglico como
relamar y el vocablo en español relamer, o el poder sugestivo de palabras como
entrepalmarse. Pero antes de interesarnos por los vocablos en glíglico, detengámonos en
otros aspectos que ayudan a comprender mejor de dónde proviene este lenguaje.
Cortázar y los juegos fónicos
a. El Cementerio
Uno de los juegos favoritos de los dos protagonistas, y que comparten con otros
personajes secundarios, es el del Cementerio, nombre que asignan al diccionario, pues
según ellos este contiene, bien encerrado, un idioma que yace muerto en sus páginas. El
Juego del Cementerio consiste en elegir casualmente una palabra en el diccionario y, a
partir de ella, escribir un pequeño cuento utilizando únicamente las palabras que suceden al
término de partida, pero otorgándoles sentidos nuevos. La interpretación, o comprensión
del resultado, así como con el glíglico, requiere un trabajo de imaginación por parte del
interlocutor y, desde luego, del lector. Un ejemplo del Juego del Cementerio en Rayuela:
«Hartos del cliente y de sus cleonasmos, le sacaron el clíbano y el clípeo y le hicieron
tragar una clica. Luego le aplicaron un clistel clínico en la cloaca, aunque clocaba por tan
clivoso ascenso de agua mezclada con clinopodio, revolviendo los clisos como clerizón
clorótico» (CORTÁZAR, 1997, p. 393).
b. La jitanjáfora
Otro juego bastante presente en Rayuela es la elaboración de jitanjáforas. La
jitanjáfora fue inventada por el escritor mexicano Alfonso Reyes en 1929, y Cortázar sin
duda se inspiró en esta invención para la elaboración de su glíglico. Es un juego que
consiste en trabajar únicamente con sonoridades sugestivas, despojando el idioma que se
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inventa de todo rastro morfológico y sintáctico tradicional. Un ejemplo de jitanjáfora
presente en Rayuela: «U Nu, U Tin, Mya Bu, Thado Thiri Thudama U E Maung, Situ U
Cho, Wunna Kyaw Htin U Khin Zaw, Wunna Kyaw Htin U Thein Han, Wunna Kyaw Htin
U Myo Min, Thiri Pyanchi U Thant, Thado Maba Thray Sithu U Chan Htoon»
(CORTÁZAR, 1997, p. 395).
Nadie puede pretender conocer el significado de estas palabras, al contrario del
glíglico, como lo demuestra un comentario del protagonista de Rayuela: «—Los tres
Wunna Kyaw Htin son un poco monótonos, se dijo mirando los versos. —Debe significar
algo como “Su excelencia el Honorabilísimo”. Che, qué bueno es lo de Thiri Pyanchi U
Thant, es lo que suena mejor. ¿Y cómo se pronunciará Htoon?» (CORTÁZAR, 1997, p.
395). Vemos cómo el lenguaje puramente musical es menos elaborado y mucho menos
sugestivo que el glíglico, que contiene todo un sistema de estructuras y ritmos y, como
veremos luego, de reglas morfológicas.
c. Palabras fusionadas
El tercer y último juego que nos parece interesante para comprender el glíglico
consiste en cruzar y fusionar palabras: «Qué mamúa padre. The Doors of Perception, by
Aldley Huxdoux» o «Un soliloquio tras otro, vicio puro. Mario el epicúreo, vicio púreo»
(CORTÁZAR, 1997, p. 214). El juego aquí consiste en entrecruzar las palabras o aplicarles
atributos de otros morfemas parecidos, por ejemplo, con el fin de obtener un resultado
divertido.
Hemos visto aquí los tres juegos predilectos de Cortázar, que se repiten una y otra
vez en Rayuela: el que atribuye nuevos sentidos (gracias a nuevos contextos y sonoridades)
a morfemas existentes, el que inventa textos puramente musicales, desprovistos de
significado (la jitanjáfora), y el que transforma los morfemas entrecruzándolos y
elaborando anagramas. Lo que se quiere demostrar aquí ya es evidente: el glíglico es la
suma de esas tres recetas.
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Traducción del glíglico
Al observar las diferentes versiones del glíglico sobresale un hecho bastante
intrigante: algunos términos tienen una morfología muy parecida, cuando no idéntica,
mientras que otros fueron completamente reinventados. Cabe preguntarse qué elementos
llevaron al traductor a conservar ciertos fonemas intactos y cambiar otros por completo.
Para ello, es necesario estudiar las transformaciones que se llevaron a cabo en las
traducciones.
a. Similitud morfológica y diferencias semánticas
Si comenzamos con las similitudes morfológicas entre las diferentes versiones,
podemos observar que muchas de las adaptaciones del glíglico original al francés o al
portugués se hacen sobre la base de estructuras habituales. Es decir, se usan las
equivalencias existentes para los diferentes prefijos y sufijos. De esa forma, en muchos
casos el traductor parece aceptar el término como si existiera en el vocabulario español y
traducirlo según las pautas morfológicas existentes: así como América tiene el equivalente
Amérique, el vocablo inventado mátricas se convierte en matriques. El procedimiento es el
mismo para todas las palabras terminadas en [a] que, en francés, terminan en [e]:
ergomanina/ergomanine; marioplumas/mariplumes; carinias/carennes. El problema surge
cuando, al mantener una morfología similar, se pierde la referencia semántica que había en
glíglico. Un ejemplo sencillo es la traducción del término grimado, que en glíglico
portugués se mantiene intacto. Mientras que grima en español significa desazón, comezón,
irritación, en portugués grima significa rabia, odio. ¿Cómo justificar el abismo existente
entre una y otra acepción? Nos parece una pregunta perfectamente legítima, en la medida
en que grimado evoca tanto grima=desazón para el lector hispanohablante como
grima=rabia para el lector lusohablante. El traductor cae fácilmente en la trampa de
mantener a toda costa la similitud morfológica, provocando un empobrecimiento del
sistema de referencias de su versión del glíglico.
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b. Diferencias morfológicas en pos del sentido
Lo más interesante de este análisis es sin duda la diferencia existente entre ciertos
morfemas, sobre todo entre la versión original y la versión en francés, ya que es esta la que
más transformaciones contiene. El mejor ejemplo es quizá embocapluvia, vocablo formado
probablemente a partir de la palabra embocar y de la raíz latina plóvere. Notemos que en
francés se conservó la idea de boca (embouchaverse). Sin embargo, se transformó por
completo la morfología del vocablo al usarse la palabra averse. Ahora bien, una averse en
francés es un tipo de lluvia, calificada como «súbita y abundante». Así, vemos que el
traductor recurrió a una transformación para conservar la misma idea, que podemos
interpretar como algo mojado y relativo a la boca. Otro ejemplo interesante es la traducción
de esterfurosa por furialante, que reproduce la idea original de un sonido caracterizado por
el sentimiento de furia. Asimismo, la traducción de cariaconcia (que remite a
cariacontecido en español) mantiene la referencia a una expresión facial en bouderoque
(pues en francés, bouder significa poner cara de fastidio, amohinarse), mientras que la
traducción de jadehollante conserva la idea de una respiración penosa con halesoufflant (al
mezclar haletant y soufflant). Es decir, se cambió la morfología para conservar el campo
semántico.
Conclusión
Con un lenguaje inventado, más que con cualquier otro texto, el traductor tiene que
crear. Pero no se trata de una creación a ciegas, sino de un intento por comprender el
mecanismo del glíglico, y a partir de ese mecanismo, crear otro lenguaje que también
funcione. El mecanismo del glíglico pasa por el español y por sus raíces latinas y griegas.
La versión en portugués deja abiertos algunos interrogantes sobre el modus operandi del
traductor, pues es difícil comprender por qué se tradujo sobrehumítica por sobremítica.
Nada impediría al traductor conservar el mismo morfema en español, ya que desde el punto
de vista tanto morfológico como semántico funcionaría a la perfección. ¿Como comprender
el uso de sobremítica, que pierde toda la alusión al líquido, al fluido, a la humedad, a la
transpiración, tan importante en el contexto preciso en el que se encuentra? De esto se
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infiere que el traductor brasileño se dejó llevar por la proximidad morfológica entre el
español y el portugués para realizar una traducción perezosa, en la que se limitó a aplicar
reglas de gramática y ortografía lusitana al texto original. La mejor prueba de ello es que,
mientras todos los términos del glíglico portugués son casi idénticos a los del texto original,
más de la mitad cambian considerablemente en la versión en francés, tanto en su
morfología como en su sistema de referencias. Esto se debe en gran medida a que el francés
y el portugués son más distantes desde el punto de vista morfológico, pero también a que el
traductor responsable de la versión en francés primero se esforzó por comprender los
mecanismos del texto, y luego construyó el gliglicien, sumamente distinto, mediante esos
mismos mecanismos. Cabe señalar, para terminar, que los traductores que trabajaron con
obras de Cortázar muchas veces tuvieron la suerte de contar con la ayuda del autor, quien
por muchos años se desempeñó como traductor en la Unesco. Laure Guille-Bataillon,
responsable por el gliglicien, fue una de esas personas. Probablemente Fernando de Castro
Ferro no tuvo esa dicha.
Referencias:
CORTÁZAR, J. Rayuela. Buenos Aires: Ediciones Cátedra, 1997. 746 p.
CORTÁZAR, J. O jogo da amarelinha. Río de Janeiro: Civilização Brasileira, (1999).
CORTÁZAR, J. Marelle. Paris : Gallimard, (1966).
YURKIEVICH S. Julio Cortázar: mundos y modos. Buenos Aires: Anaya y Mario
Muchnik, (1994).
EZQUERRO, M. Rayuela: estudio temático. In: CORTÁZAR, Julio. Rayuela. Nanterre:
ALLCA XX / EDUSP, 1996. p. 615-628.
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Anexo
68
Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en
hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba
relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse
de cara al nóvalo, sintiendo como poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban
apeltronando, redumplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al
que se le han dejado caer unas filulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio,
porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él
aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio
los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa
convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del
merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del
murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las
marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas
gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
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68
A peine lui malait-il les vinges que sa clamyce se pelotonnait et qu'ils tombaient
tous deux en des hydromuries, en de sauvages langaisons, en des sustales exaspérants. Mais
chaque fois qu'il essayait de buser dans les sadinales, il s'emmêlait dans un geindroir
ramurant et, face au novale, force lui était de se périger et de sentir les rainules peu à peu se
miroiter, s'agglomurer en se réduplinant et il restait éfloué, tout comme le tryolisat
d'ergomanine dans lequel on laisse tomber quelques filules de bouderoque. Et pourtant, ce
n'était là que le début, venait le moment où elle se modulait les hurgales et acceptait qu'il
approchât doucement ses orphelunes. A peine s'étaient-ils entrepalmés, quelquechose
comme un ulucorde les transcrêtait, les tréjouxtait, les permouvait, et c'était soudain le
culminaire, la convulcation furialante des matriques, l'embouchaverse halesoufflant de
l'origame, les éprouances du merpasme dans une surhumitique pâmeraie. Evohé! Evohé!
Volposés sur la crête du murèle, ils se sentaient balparamer, perlines et marulles. Le dolle
tremblait, les mariplumes s'effaçaient et tout se résolvirait en un profond éminoir, en des
niolames de gases arguetendues, en des carennes presque cruelles qui les transfilaient aux
limites de la joussure.
Traducido por Laure Guille-Bataillon
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68
No mesmo instante em que ele lhe amalava o noema, ela lhe dava com o clêmiso e
ambos caíam em hidromurias, em abanios selvagens, em sústalos exasperantes. De cada
vez que procurava relamar as incopelusas, ele emranhava-se num grimado queixoso e tinha
de envulsionar-se de cara para o nóvalo, sentindo como se, pouco a pouco, as arnilhas se
espechunassem, se fossem apeltronando, reduplimindo, até ficar estendido como o
trimalciato de ergomanina no qual se tivesse deixado cair umas filulas de cariacôncia. E,
apesar disso, aquilo era apenas o princípio, pois, em dado momento, ela tordulava-se os
hurgálios, consentindo que ele aproximasse suavemente os seus orfelunios. Logo que se
entreplumavam, algo como um ulucórdio os encrestoriava, os extrajustava e paramovia,
dando-se, de repente, o clinón, a esterfurosa convulcante das mátricas, a jadeolante
embocapluvia do órgumio, os esprêmios do merpasmo numa sobremítica agopausa. Evohé!
Evohé! Volposados na crista do murélio, sentiam-se balparamar, perlinos e marulos.
Tremia o troque, as marioplumas eram vencidas, e tudo se resolvirava num profundo
pínice, em niolamas de argutendidas gasas, em carínias quase cruéis que os ordopenavam
até ao limite das gunfias.
Traducido por Fernando de Castro Ferro