Ciclo B Hoy el evangelio nos habla de un leproso que va donde Jesús.

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Ciclo B

Hoy el evangelio nos habla de un leproso que va donde Jesús.

La lepra es una enfermedad muy desagradable.

Viene a ser la enfermedad de los pobres, de la miseria, muchas veces por falta de higiene.

En tiempos de Jesús era peor, por creer ser incurable, y especialmente porque el leproso quedaba excluido de la sociedad.

Lo peor es que se creía ser consecuencia de los pecados propios.

Debían llevar algo para hacer ruido, o gritar: “impuro, impuro”, para que las demás personas no se acercasen.

En la edad media existía una ceremonia terrorífica, que llamaban “la separación de los leprosos”. Consistía en una misa como de difuntos, bendición de utensilios y procesión con la cruz hasta la cabaña donde iba a vivir el leproso.

El sacerdote, poniendo tierra del cementerio decía: “Muere para el mundo y renace para Dios”.

No sólo la lepra era mala en tiempos de Jesús

En la puerta ponían una cruz y una caja para las limosnas. Se le permitía ir a la ciudad en los días de Pascua.

“En recompensa”, cuando morían se les celebraba la misa, como se celebra a los santos, pues eran honrados como “los queridos pobres de Dios”.

En tiempos de Jesús, el leproso no tenía derecho a nada. Era como maldito de Dios y de los hombres. Era un ser intocable.

La mentalidad de entonces era que, si algo malo tenía, era porque algo malo habría hecho.

Jesús quería trastocar completamente esas razones. La enfermedad no es un castigo divino. Es un signo doliente que espera una respuesta compasiva de Dios y de los hombres. Todos tienen una gran dignidad.

Esto es muy difícil comprenderlo para algunos. Pidamos su gracia y cooperemos como Dios quiere.

No hay hombres distintos para el Padre Dios; a todos los hizo con el mismo amor.

Automático

Siguiendo sus huellas, puedes alcanzar que algún día haya hombres que vivan la paz.

Que vivan la paz.

No desprecia a nadie; sus hijos son todos, quien vive en miseria, quien nada en confort.

Él nunca aprueba la desigualdad y pide un reparto

Con amplia mirada está atento a todos. Jamás volvió el rostro a quien le invocó.

al joven, al viejo o al niño sin pan, a aquella familia

No hay hombres distintos para el Padre Dios; a todos los hizo con el

mismo amor.

Siguiendo sus huellas, puedes alcanzar que algún día haya hombres

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Hoy se nos muestra el encuentro de esta gran miseria con la mayor misericordia, que es Jesús.

Una de las grandes revelaciones de Jesús fue la misericordia de Dios.

En los milagros de Jesús lo que más resalta no es el poder o la grandeza, sino la piedad y la misericordia.

Dice el evangelio que se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”.

Aquel leproso habría oído hablar de Jesús y empezó a creer en él como un enviado de Dios, como profeta o el Mesías. Comenzó a buscar a Jesús, dentro de su situación desesperada, pues debía ir oculto o tapado. Cuando supo que estaba Jesús cerca, se acercó y le gritó de rodillas.

Es una expresión de confianza y es un ejemplo para nosotros, ya que muchos estamos leprosos en el alma.

Vayamos con confianza a Dios y expongamos nuestras miserias, Dios ya las conoce; pero quiere que nosotros lo reconozcamos y le pidamos misericordia.

Jesús, sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó.

Este es un acto grandioso de misericordia.

Había una barrera legal entre el leproso y los demás. Jesús, al tocar al leproso, está derribando esa barrera.

Lo peor de esa barrera, inventada por los hombres, es que hasta se ponía a Dios por autor o complaciente, debido a las leyes religiosas.

La verdad es que para Dios no hay excluidos y marginados de ningún tipo: ni por razas ni por clases, ni por enfermedad o deficiencias, ni por cultura ni siquiera por religión.

Jesús no sólo toca aquel cuerpo, sino que se vuelca hacia la personalidad del leproso y toca aquel corazón triste, sobre todo por la separación de la sociedad. Jesús se acerca a aquel leproso, no sólo en lo físico sino en lo afectivo y espiritual. Y a través de aquel toque quiere entrar en él la salud y la gracia.

Toda la misericordia de Dios se vuelca sobre la miseria humana

También se vuelca sobre nuestra propia miseria.

Desde el fondo de nuestro corazón le digamos: “Una palabra tuya bastará para sanarme”.

Una palabra tuya bastará para sanarme.

Automático

Señor, dí una palabra.

bastará para sanarme.

Una palabra tuya bastará para sanarme.

Señor. dí una palabra.

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El amor de Dios es efectivo. Y acompañaría a sus palabra la mirada enternecida y el deseo de abrazarlo. Así mira Jesús a todas las personas que sufren.

Cuando Jesús dice “quiero” es como si dijese: “Te quiero”.

Con esta palabra de amor se le quitó la lepra inmediatamente, y quedó limpio.

El lo despidió, encargándole severamente: “No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote

y ofrece por tu purifica-ción lo que mandó Moisés”.

Los sacerdotes de entonces eran los encargados de certificar la marginación de una persona cuando se hacía leprosa. También eran los encargados después de certificar el ingreso en sociedad si algún leproso se había curado.

Y lo decía el libro del Levítico, que no era propiamente de Moisés, sino mucho más tardío.

Cuando el que había sido leproso se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones.

Termina el evangelio diciendo que Jesús ya no entraba en los pueblos, sino que se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

Nosotros no sólo debemos acudir a Jesús buscando misericordia, sino que debemos continuar el signo de Jesús, que es la misericordia.

La misericordia nos une a Dios. Por eso debemos ser agentes activos de misericordia. Jesús dijo: “Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia.

Hay muchas personas que necesitan misericordia: enfermos, solitarios. ancianos. tristes, marginados sociales o por la edad y hasta por la religión.

Muchos se sienten leprosos en el espíritu y necesitan personas que les comprendan y

compartan su tristeza.

La Iglesia, que siempre se ha preocupado, por mandato del Señor, de la salud integral del ser humano, procura consolar, ayudar y curar en lo posible a los afectados por la lepra.

En la Iglesia hay santos y aun congregaciones religiosas que se han santificado atendiendo con amor a leprosos. De ese amor provenían los hospitales especiales para ellos.

Entre otros santos podemos recordar: santa Catalina de Siena, santa Clara, Santa Odilia de Alsacia, santa Judit de Polonia, san Edmundo de Canterbury, san Francisco Javier, santa Juana de Chantal.

Pero hay otros más famosos.

Es destacable el ejemplo de santa Isabel de Hungría, hija de reyes. Cuando enviudó, se dedicó a atender con todo amor principalmente a los leprosos.

Es famoso el ejemplo de san Francisco de Asís, cuando aún vestía como rico.

Vio a un leproso y, bajando del caballo, lo abrazó.

Después sería una tarea muy frecuente en su vida: atender a los leprosos.

El ejemplo más famoso es el de san Damián de Molokai.

Era joven, de buen porte humano, pero de espíritu más grande.

Pidió ir de misionero a la isla de Molokai donde estaban desterrados por vida muchos leprosos.

Después de muchos años de trabajar por el bienestar de los leprosos, quedó leproso él y murió entre los suyos, pero glorificando al Señor.

Decía: “Sé que voy a un perpetuo destierro y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo”.

El papa, beato Juan Pablo II, visitó la leprosería de san Lázaro en Cuba y fue saludando y abrazando a cada uno de los leprosos.

Son épocas de mayor higiene y atenciones; pero es un símbolo del espíritu de la Iglesia.

La verdadera lepra espiritual del alma son los pecados.

Es como un mar agitado y peligroso.

Nos hace mal a nosotros y también a la comunidad.

Por eso debemos pedir que venga el SOL de la gracia, que es Jesús, y nos limpie y nos sane.

A veces convendrá pedirlo casi gritando como aquel leproso.

para que el Señor nos conceda la paz y la alegría en lo profundo del alma.

Postrado ante tu altar, yo te vengo a implorar

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que hoy te viene a rezar.

yo no supe vivir.

La vida me achocó sin compasión. La pena y el pudor fue mi consolación.

Por eso yo te pido, mi Señor, que calmes esta pena, este dolor.

Merezco un poco de tu compasión, perdóname. Señor.

Por eso yo te pido, mi Señor, que calmes esta pena, este dolor.

Merezco un poco de tu compasión, apiádate de mi.

AMÉN