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Prof. Dr. Ángel Jorge Barahona Plaza
Universidad Francisco de Vitoria
LA PERTE E CIA A LA IGLESIA.
1. Porque me encontré con la Iglesia, creo en Dios
Mi relación con la Iglesia ha pasado por tres momentos. Un primer momento fue el
inercial: nací dentro de la tradición social y religiosa a la que pertenezco, la de una España
católica y en el seno de una familia bien anclada en este estilo de vida. Un segundo
momento, en el que se rompieron esos vínculos, cuando tuve que desarraigarme para ir a
una ciudad vecina al lugar donde vivía para cursar mis estudios universitarios. Los vínculos
se disolvieron como el azúcar en el agua. De repente me vi inmerso en un clima de
incredulidad, de sospecha, de crítica al sistema de valores que había considerado mío y sin
respuestas a un mar de preguntas urgentes. Me dejé llevar por la corriente mimética de una
juventud comprometida con la realidad social, alejándome de la fe de mis padres y
buscando fuentes de legitimación de una conducta auténtica. Todo lo demás era tachado de
costumbre e hipocresía. Un tercer momento llegó cuando, hastiado de ese fulgor del vivir
para mí mismo, todo se trocó en oscuridad. Este momento fue un tiempo clave de la acción
del Espíritu Santo. Sentía dentro de mí una especie de pregunta radical e inquietante: �¿eso
es todo lo que la vida te puede ofrecer?� Y una certeza: �todo lo que me queda por
experimentar son fuentes de alienación aún más alienantes que las que he recibido de mis
padres�. El que no tiene un Dios tiene un ídolo resonaba en cada momento, en cada
pensamiento o decisión. Pero no tenía dónde retornar. Me habían llenado de prejuicios
contra la Iglesia: inautenticidad, hipocresía, doblez, ritualismo vacío, extrañamiento del
sufrimiento humano, lejanía de los problemas reales� Un sinfín de tópicos pesaban sobre
mi cabeza inmovilizándome. Me encontré sin quererlo frente al abismo intentando llenarlo
con una montaña de libros de todo tipo de estilos.
Ahora veo que mi historia personal se mezclaba fusionada con la de mi generación.
Después de la confirmación, y coincidiendo con la vida universitaria, pocos permanecían
vinculados a un útero de la Iglesia en la que habíamos sido insertados por el bautismo
social, que se quedaba estrecho. No veíamos la aventura maravillosa que supone buscar a
Jesucristo, pertenecer al Iglesia, cargados como estábamos de estereotipos y de falsas
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imágenes de la fe. Leí muchos libros porque muchos libros se han escrito para intentar
fundamentar, desde el punto de vista de la teología, la necesidad de la Iglesia1, pero era
difícil que con los farragosos argumentos �casi todos para iniciados o teólogos-, me
convenciera, y menos siendo ya un resabiado aprendiz de filosofía, seducido por los gestos
y la palabras grandilocuentes, por los guiños a la vida hedonista que recibía, subliminal o
descaradamente, a todas horas y por los cantos de sirenas de filósofos resentidos.
La gente �yo- no tenía tiempo para leer tediosos desarrollos argumentales. Todo
empezaba a ir muy deprisa. En ese momento especial y oscuro de la acción del Espíritu
Santo, sin buscarlo, también por inercia, por vínculos afectivos, me encontré escuchando
unas catequesis para adultos que me desarmaron existencialmente, y con el paso del
tiempo, indagando en las fuentes librescas de la fe, también intelectualmente. Escuché un
kerigma2, de labios de un hombre sin más recursos que el haber sido enviado y haber
obedecido a lo que él llamaba �la Iglesia�.
Empezó un combate interior que duró poco tiempo, gracias a Dios, porque algo
dentro de mí me iba certificando qué era lo que siempre había querido oír: que Dios es
amor, que perdona a los que erramos una y otra vez, que renueva su alianza con los
alejados, que no excluye de su Iglesia a los que no valen, que ha enviado a su hijo para
mostrarnos una forma de vida plena. La liturgia fue esta fuente inagotable de teología para
legos.3
Sin embargo, un escollo seguía haciéndome mantener la distancia: este viejo tema
de origen evangélico de que Cristo es su Iglesia era cada vez es más acuciante resolverlo.
Este obstáculo es el mismo que veo que experimenta la gente, hoy en día, cuando yo me
encuentro en el mismo papel que se encontró el primer hombre que me anunció el Kerigma.
1 R. BLÁZQUEZ, Jesús sí, la Iglesia también, Sígueme, Salamanca 1983. 2 «La fe es recibida por la necedad del kerigma, el anuncio trae la salvación: Yo permanezco en la Iglesia porque creo que la fe, realizable solamente en ella y nunca contra ella, es una verdadera necesidad para el hombre y para el mundo. Yo permanezco en la Iglesia porque solamente la fe de la iglesia salva al hombre. El gran ideal de nuestra generación es uno, sociedad libre de la tiranía, del dolor y de la injusticia. En este mundo el dolor no se deriva sólo de la desigualdad en las riquezas y en el poder. Se nos quiere hacer creer que se puede llegar a ser hombres sin el dominio de sí, sin la paciencia de la renuncia y la fatiga de la superación, que no es necesario el sacrificio de mantener los compromisos aceptados, ni el esfuerzo para sufrir con paciencia la tensión de lo que se debería ser y lo que efectivamente se es». Conferencia Testimonio en Alemania: Joseph RATZINGER, "Por qué pertenezco a la Iglesia", 4 de junio, 1971, en la Academia Católica de Bayern, en Münich 3 Cipriano Kern: �El coro de la Iglesia es la cátedra de teología�. Cf. I.H. DALMAIS, Teología de la
celebración litúrgica, en La Iglesia en oración, Barcelona 1988, p. 251-304.
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Un texto del Cardenal Ratzinger me sirve de ejemplo para la intuición que iba
haciéndose carne en mí:
«Podemos pensar en la iglesia católica comparándola con la luna: por la relación luna-mujer
(madre) y por el hecho de que la luna no tiene luz propia, sino que la recibe del sol sin el cual sería
oscuridad completa. La luna resplandece, pero su luz no es suya sino de otro. La sonda lunar y los
astronautas descubrieron que la luna es solo una estepa rocosa y desértica, como montañas y arena,
vieron una realidad distinta a la de la antigüedad: no como luz. Y efectivamente la luna es en sí y por
sí misma desierto, arena y rocas. Sin embargo, es también luz y como tal permanece incluso en la
época de los vuelos espaciales.
¿No es ésta una imagen exacta de la Iglesia? Quien la explora y la excava con la sonda, como la luna,
descubrirá solamente desierto, arena y piedras, las debilidades del hombre y su historia a través del
polvo, los desiertos y las montañas. El hecho decisivo es que ella, aunque es solamente arena y rocas,
es también luz en virtud de otro, del Señor.
Yo estoy en la iglesia porque creo que hoy como ayer e independientemente de nosotros, detrás de
nuestra iglesia vive Su iglesia y no puedo estar cerca de Él si no es permaneciendo en su iglesia. Yo
estoy en la Iglesia porque a pesar de todo creo que no es en el fondo nuestra sino suya.4
A medida que iba descubriendo en mí que en todos los intentos de realización
personal me encontraba haciendo daño a alguien o a mí mismo �lo que la Iglesia llama el
pecado- iba perdonando a la Iglesia los suyos, y creándose dentro de mí paz: descansaba de
mi agitación interior. Yo tenía cráteres, era todo un cráter, pero había una luz que se iba
haciendo imposible de opacar y que quería que yo fuese su reflejo.
1.1.Un encuentro personal y transferible: ¿qué ha hecho la Iglesia conmigo?
Se podrían decir muchas cosas al respecto pero hay una que me parece definitiva:
desalienarme.
Meterme de lleno en la verdad de quién soy. Por encima de las disquisiciones
filosóficas, que lo que hacen es impedirme entrar en el barro, me ha descubierto que todos
4 Conferencia Testimonio en Alemania: Joseph RATZINGER, "Por qué pertenezco a la Iglesia", 4-06-1971.
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mis proyectos, mis ideas, mi ir y venir de una experiencia a otra es un vagar de zorra en
busca de presa para saciar un hambre con tintes ontológicos.
Las decenas de cosas que se me iban abriendo a lo largo de mi vida eran objetivos
nuevos que intentaban suplir la frustración experimentada en los anteriores. La amistad, el
amor como eros, la carrera, el trabajo, el matrimonio, el afecto, el éxito, el reconocimiento
de los demás en sus mil y una caras, son necesarias para llenar el tiempo y dar sentido
positivo a la existencia, pero no son estaciones término, siempre están de paso. Si se ancla
uno en alguna es porque tiene miedo de quedarse suspendido en el vacío. Ahí intenta
poseer: a la amada, la posición, las sensaciones de seguridad, pero el descubrimiento de la
sabiduría que guarda la Iglesia acerca de los ídolos me hizo descubrir que todo son victorias
pírricas; todo está amenazado, todo es precario, nada es definitivo. Si nada es definitivo,
intentar que lo sea es un esfuerzo titánico infructuoso que exige reciprocidad, pero el otro,
su libertad, sus miedos, la vida, las circunstancias se empeñan en no salir como uno espera.
Todo lo cual, si quieres una vida auténtica, te lleva a plantearte que la vida no tiene sentido
o que no está ahí. La primera solución tiene dos salidas: sobrepujar en el orgullo diciéndote
a ti mismo que �todo es transitorio, nada merece la pena; hay que sacarle el jugo a lo que
queda�. A partir de ese momento el egoísmo es la bandera, y sólo se comparte lo que
devuelve algo a cambio. El resquemor y la sospecha del otro se convierten en una obsesión.
Esta salida es la nihilista. El postmodernismo que hay en el ambiente relativiza el valor de
las cosas, lo aprovecha en beneficio propio, y el orgullo se reafirma en la divinización
personal de algún aspecto que se convierte en culto: el arte, la literatura, lo cultural,
culinario, folclórico, la nación, la filosofía, las colecciones de cosas y vicios privados,
además de la televisión para gran parte de los hombres �más prosaica pero no menos
eficaz-. La otra salida es el resentimiento contra toda esperanza, la lucha contra los que
pretenden que hay una salida a la depresión colectiva. Aquí el postmoderno que habita en
nosotros se vuelve él mismo relativista, le concede poca importancia a las cosas, se vuelve
sabio nihilista, cínico, sospecha de la vacuidad de todo, sonríe con compasión cuando ve a
alguien que cree o confía en algo o en alguien, es la antesala de un nihilismo destructivo,
porque vive de la presa: el crédulo o el ingenuo, pero, a la postre, resulta positivo� Esta
segunda solución requiere un paso previo: ¿si no está �ahí�, dónde está?, preguntas que
inauguran la investigación. Y aquí hay muchos caminos: la ciencia, la filosofía, y la
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teología. Los adoradores de estas disciplinas del conocimiento buscan desaforadamente,
aún en los recovecos más empiristas, fríos y asépticos, dar un sentido a la pregunta
inaplazable: ¿quién soy yo y para qué vivo? Este es el camino de la verdad, pero el camino
es largo y es normal entretenerse cogiendo margaritas. Eso es la alienación.
Pocos llegan a la sabiduría de reconocer que no saben nada de lo que realmente
importa y menos los que sacan las consecuencias de esta sabiduría y empiezan a buscar de
nuevo. Se resignan5.
Para mí fue la Palabra de Dios el camino. ¿Cuál es la primera verdad que abre
camino para el encuentro?: �que soy un hombre finito�, dicen unos, pero que de manera
prosaica significa que �soy un pecador�. Es decir, no tengo la vida dentro de mí como un
recurso a mano, la tengo que buscar y lo hago fuera de mí; busco fuera lo que no tengo
dentro, sea el amor, el ser para el otro, la admiración� y utilizo cualquier estrategia a mi
alcance: atajos, caminos intermedios insinceros, mentiras, tácticas, pero todas giran en
torno a completar mis carencias, mi no-ser que creo tiene el otro (aunque el otro es tan
carente como yo, no en los mismos aspectos, pero con pocas variaciones). El
descubrimiento de que somos fabricantes de modelos de imitación (ídolos), y que estamos
envueltos en un ciclo infinito de mímesis sin salida definitiva, me vino a través del medio
de desalineación que me ofreció la Iglesia: frecuentar la Palabra de Dios, sabiduría de
Dios� �¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?� ¿Quién
me podrá mostrar el camino si todos lo estamos buscando? Resonaba en mí el �YO SOY�
(Ex 3, 14) el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob� (Ex 3,6; Mt 22, 32)
porque aunque Dios es siempre el mismo (IS 43, 12-13), y su revelación en Cristo única y
definitiva (DV 4; Hb 1, 1-2), la experiencia de Dios es personal. Ahí estaba Dios
esperándome pacientemente para dejase conocer por mí con un respeto delicado y absoluto
a mis miedos, inseguridades y neurosis propias de mis pecados.
5 Entrevista de J.P. Manglano a Severo Ochoa, citada en Vivir con sentido: «Yo, entonces, empecé a preguntarle cosas más �abstractas�: ¿por qué es la vida?, ¿cuál es el origen?, ¿qué es la muerte?, ¿qué hay después?, ¿sabe usted dónde está el amor de su esposa?, ¿me podría explicar sobre una pizarra por qué, al atardecer, se pone usted tan triste? Severo Ochoa escuchaba. Pensaba un rato. Es pues, por sus carnosos labios dejaba caer un lacónico �no lo sé�. Y así, entre �no lo sé� y �no lo sé�, pasamos un largo rato. Al fin, se puso en pie, altísimo como era. Dio una vuelta por la sala. Volvió. Me miró desde arriba, en contrapicado. Y soltó su tremenda confesión: �No tengo ni una sola respuesta para nada de lo que de verdad me interesa. Puedes escribir bien grande que te he dicho que soy un extraño sabio� un sabio que no sabe nada�.
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Lo siguiente que hizo conmigo entra en la categoría de misterio: descubrir que
todo es fruto de una elección particular. No me ha convencido de ningún dogma, ni con
ningún argumento, no me ha seducido con promesas vanas o quiméricas. He sido elegido,
alguien me ha llamado y me ha dicho: tú ven y sígueme. Ese don significa que el Espíritu
Santo ha querido meter la vida divina dentro de mí. Lo cual no significa la vida intachable,
ni la perfección del espíritu, porque se trata de un regalo, es algo obvio para el que me
conoce, sino el don, sus dones. El primero, el del discernimiento: es decir, empezar a saber
qué es bueno y qué es malo. La consciencia preclara de que esa elección no ha sido por mis
virtudes, que son escasísimas, ni por mis méritos, porque no hay esfuerzo en la elección. Lo
único que ha habido ha sido no resistencia a la llamada (hablo como si se tratara de una
vocación, porque que lo es). El segundo: vivir en el agradecimiento, la perfecta alegría es
saber que todo es un don. La salud y la enfermedad, la vida y la muerte, el sufrimiento y el
gozo, porque todo está en función de la vida eterna6. Esta premisa relativiza todos los
demás absolutos. Si todo viene de lo alto, todo tiene un sentido, queda inaugurado el
descanso. Parece la indiferencia del cínico o del sabio, pero ni lo uno ni lo otro, es la vida
confiada en la bondad de Dios. La �gloria� de Von Balthasar es para mí vivir en la
alabanza: toda virtud brota ya del agradecimiento, de la constancia de la paciencia de Dios
y no de una conquista personal.
1.2.Una intuición: el paso del �yo� al �nosotros�.
Mi experiencia personal me ha permitido entender de alguna forma lo que está
pasando. El nivel de barbarie iletrada �en el sentido de masa mimética que se deja llevar
por las corrientes, como era mi caso- aumenta exponencialmente. La decepción que el
hombre de hoy experimenta sobre Iglesia está basada en tópicos, prejuicios, opiniones poco
fundamentadas forjadas sobre los amarillos medios de comunicación, y hace que la tarea de
desbrozado de la historia y purificación de la imagen que tiene ante el mundo sea tarea casi 6 J. Ratzinger, Escatología, Herder, Barcelona 2008 2ª Edc. p.122«La crisis de Occidente se debe, no en último lugar, a una educación y una filosofía que quieren salvar a l hombre rehuyendo de la cruz, contra la cruz y, en consecuencia, contra la verdad. La vida eterna y sólo ella es la respuesta suficiente a la cuestión sobre la existencia y la muerte humana en este mundo»
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imposible o desazonadora. Masas de hombres están frustradas: tal vez esperaban una
Iglesia perfecta para tener a quién imitar, a qué aspirar, y no han entendido que el pecado
que habita en ella, a pesar de su santidad, es algo con lo que Cristo contaba para que todo
hombre se sintiera incluido en la salvación a través de ella7. Les hemos defraudado, les
hemos provocado el escándalo, porque nos hemos presentado como moralistas cumplidores
de una ley exigente que nos excedía. Tal vez sea ese el problema: anhelaban ver en
nosotros algo que no les hemos sabido transmitir y se encuentran resentidos contra nosotros
y amargados respecto a ellos porque les hemos robado la esperanza, ya no confían en que la
alegría, el amor, la paz, todo aquello que les ofrecíamos con nuestras palabras, sea posible
en la realidad8, porque con nuestros actos lo convertimos en palabrería vana. Sólo nos ven
como portadores de una carga pesada que piensan que para ellos es imposible de soportar y
que, por lo tanto, en nosotros es falso. Creen que la puerta estrecha es la tortura de una ley
que hay que cumplir con esfuerzo para entrar y no el camino de vida que realmente es.
Una vez franqueada la puerta de la Iglesia�por la humildad que nos hace pequeños:
�yo no puedo dar la talla, muéstrame tu misericordia y seré libre�- vivimos contentos por
un amor comprensivo y gratuito, donde todo esfuerzo moral nuestro dimana del
agradecimiento9 por la paciencia de Dios para con nosotros. El resto de los hombres, que no
7 «Su santidad [la de Cristo] se mostraba en el contacto con los pecadores que se acercaban a él, hasta el punto de que él mismo se convirtió en �pecado�, en maldición de la ley en la cruz, en plena comunidad con el destino común de los perdidos (cf. 2 Cor 5,21; Gal 3,13). Él atrajo los pecadores así, los hizo partícipes de sus bienes, y reveló así lo que era la �santidad�. Nada de separación, sino purificación, nada de condenación, sino amor redentor. ¿No es acaso la Iglesia la continuación de este ingreso de Dios en la miseria humana? ¿no es la continuación de la participación en la misma mesa de Jesús con los pecadores? ¿no es la continuación de su contacto con la necesidad de los pecadores, de modo que hasta parece sucumbir? ¿no se revela en la pecadora santidad de la Iglesia frente a las expectaciones humanas de lo puro, la verdadera santidad aristocrática de lo puro e inaccesible, sino que se mezcla con la porquería del mundo para eliminarla? ¿Puede ser la Iglesia algo distinto de un sobrellevarse mutuamente que nace de que todos son sostenidos por Cristo? Confieso que para mí la santidad pecadora de la Iglesia tiene en sí algo consolador. ¿No nos desalentaríamos ante una santidad inmaculada, judicial y abrasadora?» J. RATZINGER, Introducción al cristianismo, Cf. el Capt. La santa Iglesia Católica. 8
Ibidem: «Respecto a las expectativas que abrió Iglesia y que hemos dejado en [�] un amargor del corazón que quedó defraudado en su alta expectación y que ahora en amor enfermo y herido sufre la destrucción de su esperanza. ¿Qué diremos a todo esto? En último término sólo podemos profesar nuestra fe y dar el porqué que nos permite, a pesar de todo, amar en la fe a la Iglesia; sólo podemos decir por qué vemos el rostro de la Iglesia santa a través de su faz deformada.» 9 «Existe un test por el que se puede entender si la catequesis en una parroquia, en una asociación, en un movimiento, en un grupo, es una dimensión auténtica de la vida cristiana capaz de alimentar en el persona el seguimiento de Cristo y el sentido de pertenencia a la Iglesia. Este test es la misión. En la Carta Pastoral hemos definido la misión como la fuerza de la gratitud de aquellos que, p gracia, son cambiados en su humanidad por el encuentro con Cristo� La misión nace de la sobreabundancia del corazón de un hombre tan
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se atreven a franquear la puerta, sin embargo, deciden entrar por la puerta ancha
construyéndose su propio templo. Creyendo que la construcción personal es el camino de la
felicidad, en realidad �mezclado con pequeños logros de autorrealización- encuentran
desorientación, caos, angustia, desasosiego, derivado todo del tener que estar allanando
continuamente un camino pedregoso, sin destino, donde yo soy el topógrafo y el ingeniero
que lucha a brazo partido con los otros topógrafos e ingenieros que pretenden el mismo
sendero.
1.3. El paso de Cristo a su Iglesia
1.31. Un vistazo a la situación del mundo
¿En qué medida es difícil, para el hombre de hoy, decir Sí a la Iglesia, incluso
aunque diga Sí a Cristo?
Las estadísticas de las distintas conferencias episcopales europeas sobre la
asistencia a misa y el número de bautismos, último baluarte para medir el sentido de
pertenencia efectiva a la Iglesia, son explícitas. Algunos hablaron en el Sínodo de los
obispos de Europa de situación de �franca apostasía�. Si esas estadísticas midieran la
coherencia de la vida con esa participación en los sacramentos el rango sería todavía más
escandaloso. Está comprobado en Alemania, en Francia, en Holanda, y ahora mismo en
España: el abismo que existe entre doctrinas medulares de la fe de la Iglesia y la conducta
social de los que dicen pertenecer a ella. Es el caso evidente de la recepción de la Humanae
Vitae en estos países en su momento y la evolución mimética que tomó en el resto.
Las estadísticas que se refieren a la creencia en Cristo solo, sin Iglesia, sin
confesionalidad y práctica eclesial, nos dicen una cosa clara: no nos garantizan la
autenticidad de la fe, porque sin Iglesia, se puede hacer de Él un gurú, un guía
acomodaticio o un maestro de cualquier talante, pacifista, ecologista, naturalista...
Un error común consiste en diferenciarlos, pero es un error razonable. No es
evidente que Una refleje al Otro, porque sus signos son a veces contradictorios y diversos,
y en algún caso se confunde al hábito con el monje. ¿Cómo entonces presentar al Uno y a la
Otra al hombre de hoy? ¿Qué puede llamar a la fe? ¿Qué puede contrarrestar la influencia
profundamente tocado por el acontecimiento que ha encontrado como para comunicar con alegría, inevitablemente, lo que él miso vive» p. 460, Angelo Scola, �Serán todos enseñados por Dios�, Communio, Año 16, Sept-Oct 1994.
9
omnímoda de los medios de comunicación que nos bombardean desprestigiando sin cesar al
cuerpo de Cristo?
Hemos de cambiar de mentalidad: porque para presentarlos según es costumbre, es
decir, ver a Cristo en la Iglesia, ya hace falta previamente tener fe10. Ver a Cristo en los
sacramentos también exige la fe11. Los que nos manifestamos como testigos de su acción
salvífica tampoco somos a veces dignos de crédito. No parece haber signos fiables que
representen fielmente aquello de lo que deberían ser signo. Al menos eso es lo que
machaconamente nos refriegan los medios últimamente con la pederastia, la educación
católica, las contradicciones del mensaje�
Las preguntas que nos asaltan ante esta insistencia son variadas: ¿Y si la Iglesia
católica está en vías de desaparición12? O ¿si el desprestigio es irreversible, cómo
vamos a apelar a ella para presentar a Cristo al mundo que lo desconoce? Nosotros
advertimos la influencia del Maligno en la obsesión de los medios por desprestigiarla �
aunque no nos sirva de excusa, pues éste actúa astutamente también a través nuestro-,
pero, para los demás, esa manipulación ha calado hondo y todo lo que hace es ratificar
su connivencia con el mundo: corrupción, pecado, doblez, mentira son etiquetas
adosadas al corazón de la opinión pública. Parece prevalecer la imagen que daba
Guillermo de Auvernia (siglo III), quien afirmaba que deberíamos temblar al ver la
10 CIC 23: "Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios, pero, como signos, también tienen un fin instructivo. No sólo suponen la fe, también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones; por se llaman sacramentos de la fe" (SC 59). Y en el 1124 se dice la clave: �La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel�. 11 CIC 1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" la dispensación o comunicación de su obra de salvación- "Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, `ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7). 1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7) 12 En Holanda se han cerrado decenas de Iglesias en los últimos años. En Francia el 80% de los nacidos en la última década no han sido bautizados. En Marsella se han cerrado decenas de Iglesias. En cambio hay casi dos centenares de nuevas Mezquitas. En Alemania hay innumerables Iglesias cuyos edificios están en alquiler.
10
perversión de la Iglesia: La Iglesia ya no es una novia, sino un monstruo
tremendamente salvaje y deforme...13
Podemos hablar sin ambages de crisis, ciertamente, aunque sin pesimismo porque,
como dice Fabrice Hadjadj, en declaraciones a 'Le Figaro' a raíz del �escándalo mediático�
en torno a la pederastia: «la Iglesia ha crecido a través de las crisis», «la crisis está en su
propia naturaleza� se trata de un fenómeno casi increíble: mientras que todas las demás
instituciones han sido barridas por las tempestades de la historia, ésta, la barca de Pedro,
sigue aquí desde hace más de dos mil años, con una sucesión apostólica ininterrumpida y
una doctrina que en lo esencial se ha desarrollado sin contradecirse a sí misma».
¿Qué podría llamar otra vez la atención sobre la singularidad única y maravillosa
de la Iglesia y su identidad con Cristo?
1.3.2 Análisis a vuela pluma de la situación actual
ÿ Se da de hecho un divorcio entre Fe y Vida que provoca un escándalo en el no
creyente. Por muchos ejemplos positivos que haya en contrario es más morboso y
más fácil dejarse llevar por el escándalo que afanarse en la búsqueda costosa de la
verdad.
ÿ En el ingente mercado de las ofertas de salvación, la de la Iglesia aparece, ante el
multiculturalismo al uso, como una más entre todas. ¿Por qué diferenciarla o
privilegiarla?
ÿ Se da un desencuentro entre los llamados a ser testigos y los que tienen que percibir
ese testimonio. No hay peor ciego que el que no quiere ver o sordo que no quiera
oír, pero aún oyendo o viendo, aún siendo nuestro testimonio auténtico siempre está
ya bajo sospecha.
ÿ Existe una contaminación indepurable del mensaje que exige una nueva
evangelización, porque hemos de tener en cuenta que uno de los principales
problemas es que nunca se ha depurado el paganismo14 del alma humana: la
13 Cf. H. U. von BALTHASAR, Casta meretrix: Sponsa Verbi. Guadarrama, Madrid 1964, 239 s.; también H. Riedlinger, Die Makellosigkeit der Kirche in den lateinischen Heheliedkommentarem des Mittelalters, Münster 1958. 14 Paganismo: como usos y costumbres sacrificialistas, mistéricas, mágicas, que mantienen el culto a las fuerzas de la naturaleza, a su violencia.
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religiosidad natural, que tantas veces se ha identificado con el mensaje genuino de
Cristo y su Iglesia, sigue teniendo un papel protagonista en los ritos y en las
costumbres. Disociar al catolicismo de la religiosidad o de su paganismo subyacente
no es tarea fácil. Precisamente, el no estar delimitados esos lindes, es lo que ha
generado tanta confusión en la historia de la Iglesia entre cristianismo y cristiandad.
ÿ Estamos en una sociedad postcristiana, incluso anti-cristiana.
ÿ Los jóvenes oyen el tic-tac que nos acerca a la muerte (Hanna Arendt) pero parece
que viven sin más y no se preguntan por el sentido de la vida efímera.
ÿ Nuevas herejías cristianas irrumpen en el horizonte complicando aún más el
problema: cristianismo laicista (se pueden tener opiniones divergentes de la doctrina
sin sentirse fuera de la Iglesia). Se confunde al Cristianismo con un humanismo
liberador. O se considera la propuesta cristiana moralista y alejada de la realidad
aunque se siga participando de los sacramentos. O, los que se dicen cristianos, se
refugian encastillados en tradiciones culturales reaccionarias que poco o nada tienen
que ver con evangelio.
ÿ En el humus relativista es difícil encajar el revestimiento dogmático aparente de la
Iglesia. Reducción de la vida al naturalismo, temporalismo, historicismo,
situacionismo (F&R).
ÿ Los intentos revisionistas de la historia por nuestra parte, de las manipulaciones de
los sucesos pasados que gravitan sobre nuestra propuesta (las cruzadas, la
inquisición, las guerras de religión, los escándalos de los clérigos, la incoherencia
de la vida del cristiano), caen en saco roto ante la propaganda mucho más simple y
eficaz de los nuevos maestros, de los medios y del lastre histórico que soportamos
desde la Ilustración.15
1.3.3. 5ecesidad de un cambio de mentalidad.
15 La tesis de Willian T Cavanauhg en El mito de la violencia religiosa nos ilustra en este sentido. Desde la Ilustración se intenta separar la violencia religiosa de la violencia secular con la clara intención de convertir al Estado en el salvador de la tiranía de la religión: �Lo que cuenta como religioso o secular en un contexto dado es función de las diferentes configuraciones del poder� [este] intento de crear un concepto transhistórico y transcultural de la religión, que sería proclive naturalmente a la violencia, es uno de los mitos fundacionales que legitiman el estado-nación� Willian T Cavanauhg, El mito de la violencia religiosa, ideología secular y
raíces del conflicto moderno. Granada, Nuevo Inicio, 2010, P. 14.
12
Esta situación del mundo en relación con la Iglesia nos exige una reeducación total, un
vuelco de mentalidad, reconocer que la Iglesia está en franca retirada en la Europa de masas
descreídas, que como institución no es aceptada16 y que los hombres ya no se identifican
con ella como pudieron haberlo hecho con anterioridad. Mirando de cara a esta nueva
situación, que hace que, aunque se mantenga viva, falten generaciones enteras de jóvenes
que no van a recibir el anuncio17 del evangelio, nos vemos obligados a�:
ÿ Presentar los signos que llaman por ellos mismos a la fe en todos los
ámbitos de nuestra presencia.
ÿ Presentar una nueva apologética diferenciadora entre Fe y Creencias, porque
son cosas antitéticas.
� Porque una cosa son las tradiciones culturales y otra la fe.
� Porque una cosas son los argumentos anti-teológicos y otra los
anti-Dios.
� Porque una cosa son los argumentos anti-clericales y otra los
anti-eclesiales.
Son distintos discursos y requieren distintas respuestas.
ÿ Presentar la genuinidad inapelable del cristianismo es la tarea urgente.
Caritas Christi urget nos� ¿Qué es la caritas? Este es el sentido de una de
las últimas encíclicas de Benedicto XVI: depurar la genuina diferencia del
cristianismo respecto de todas las demás ofertas de salvación transcendente
o inmanente, basadas en la empatía o en la solidaridad o en el egoísmo..
Desde el punto de vista de la propia Iglesia jerárquica también es necesario un
cambio de mentalidad apoyada en fuentes teológicas, que superen la mentalidad de
civilización o cristiandad y se abran a la mentalidad más genuina de origen evangélico.
16 Se han hecho estadísticas sobre la confianza de los españoles en las instituciones y la Iglesia no está en los primeros puestos del ranking: sólo el 37 % la sitúa en los primeros puestos. No es un consuelo que los políticos estén en la cola. Cf. http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=17054 17 En este sentido Giussani se hace la misma pregunta y demuestra la misma inquietud: «La palabra iglesia indica un fenómeno histórico cuyo único significado consiste en que constituye para el hombre la posibilidad de alcanzar a certeza sobre Cristo, en ser en definitiva la respuesta a esta pregunta: �dado que yo llego el día después de que Cristo se haya marchado, ¿Cómo puedo saber si realmente se trata de Algo que me interesa más que nada, y cómo puedo saberlo con razonable seguridad?» CF. L. Giussani, Los orígenes de la
pretensión cristiana, pp. 39-47. Ed. Encuentro, Madrid, 1989. In p. 13. Por qué la Iglesia, la pretensión
permanece, ED. Encuentro, Madrid 1991.
13
ÿ No es necesario que todos estén dentro de la Iglesia, no se trata de una tabla de
náufrago sin agarrarse a la cual no hay salvación, sino de un sacramento: signo de�
que se ofrece y no se impone.
ÿ Ser luz, sal y fermento, es ser sacramento de salvación con el propio cuerpo: implica
morir sin más, para diluirse y dar sabor o luz, o volumen, a una masa mimetizada,
anodina e insípida, que pronto estará hastiada de sí misma y no tendrá donde
agarrarse, después de haber experimentado y agotado todas las fuentes posibles de
donde cree mana la vida.
ÿ Lo que la Iglesia puede hacer es seguir haciendo lo que ya hace ofreciendo lo que
nadie puede dar: un amor por encima de la muerte, una unidad por encima de toda
diferencia, un sentido al sufrimiento inédito y singular. Muchos han muerto de
forma ignominiosa e injusta, pero ninguno ha resucitado ante testigos como lo ha
hecho Cristo. Tenemos una buena noticia que seguir anunciando.
ÿ Levantar la cruz es el único antídoto contra el veneno de la muerte que nos ronda
detrás de cada decepción, detrás de cada acontecimiento donde esperábamos
realizarnos. El aburrimiento crece18 y empieza a ser motivo de preocupación para
los psicólogos de la sociedad del bienestar.
El Papa Benedicto XVI ya lo anunciaba desde antes de su elección como tal:
«En realidad el hombre no es salvado sino a través de la cruz y la aceptación de los
propios sufrimientos y de los sufrimientos mundo, que encuentran su sentido liberador en la
pasión de Dios. Solamente así el hombre llegará a ser libre. Todas las demás ofertas a mejor
precio están destinadas al fracaso.
El amor no es estético ni carente de crítica. La única posibilidad que tenemos de
cambiar en sentido positivo a un hombre es la de amarlo, transformándolo lentamente de lo
18 El aburrimiento en la filosofía aparece en Pascal, Kierkegaard, Schopenhauer, Nietzsche, Leopardi, Lacan y sobre todo en Neil Postman. Cuando las fuentes de la alienación se agotan o se vuelven repetitivas y monótonas irrumpe el aburrimiento por saturación haciéndonos presente inadvertidamente a la muerte. Heidegger (¿Qué es metafísica?) nos dice que por el hastío o aburrimiento el velo habitual de los seres se descorre y la existencia o los entes quedan desprovistos de esa cobertura. El ente en su totalidad agobiante, se nos hace presente. "Estamos aburridos de todo". Y aquí todo se refiere a la totalidad del ente. Estamos muy próximos a la "náusea" sartreana. La totalidad de los seres se esfuma en tanto que seres y se desnudan los entes como masa amorfa. La gratuidad de todo lo que es, la falta de fundamentación, entonces, se transparenta. Kierkegaard asocia el aburrimiento a la melancolía. Y lo considera como una de las consecuencias del ejercicio de la vida estética. Uno de los tres primeros niveles o formas en que se hace soportable la existencia humana.
14
que es en lo que puede ser. ¿Sucedería de distinto modo en la Iglesia? »19
2. El gran descubrimiento de la Iglesia es la vocación del hombre al amor.
Vocación natural para amar. El hombre está hecho para realizarse amando. La
autopoiesis consiste en donarse, entregarse. El hombre que no se dona experimenta la
frustración de sus expectativas, no sólo espirituales sino físicas, vive la experiencia de
fracaso del ser. Para rescatarse a sí mismo intenta la alienación: hacerse con el ser del otro,
pero el otro, al que me acerco buscando que él sea la fuente de mi alegría, no experimenta
el amor sino la posesión y la envidia. La creación del mundo en la libertad cuenta con esa
posibilidad de enajenación, para hacerle la vida llevadera al hombre si no acepta el reto de
la autenticidad. Sin embargo, esa salida de sí mismo está preñada de egoísmo y, por tanto,
el hombre, vuelve a sí mismo, sin haber salido realmente, sin advertirlo. A medida que
experimentamos nuestra incapacidad de ser amados como somos por los demás,
devolvemos a los otros esa percepción, viéndonos cada vez más los unos a los otros como
objetos más que como personas. Hasta descubrir cómo nos ama Dios20, la vida se convierte
en camino, en largo itinerario. La fe no es un fogonazo en la mayoría de los casos, sino una
pedagogía de carácter mistagógico.
La forma, inédita en la historia, hasta la llegada del cristianismo, es explícita en la
Deus Caritas est: donarse gratuitamente es la plena realización del ser humano. Antes que
dar objetos o darse a sí mismo como objeto, hay que haber recibido de otro su ser21. ¿Qué
es lo que el hombre necesita en una sociedad que se da todo, desde la salud al trabajo, y que
cubre las necesidades primarias de seguridad y bienestar suficientemente, en la que el
Estado paternal cubre casi todas las necesidades y que, sin embargo, el número de muertes
violentas más alarmante lo constituye el suicidio? Las estadísticas de la OMS son
explícitas. El 50 % de las muertes violentas en el mundo son suicidio.
19 Conferencia Testimonio en Alemania: Joseph RATZINGER, "Por qué pertenezco a la Iglesia", 1971. 20 Próspero de Aquitania, Sententiae ex operibus S. Agustini delibatae, 1, Sentencia 56: Tales nos amat Deus quales futuri sumus ipsius dono, non cuales sumus nostro merito� (Prospero, II concilio de Orange canon 12, Dz 185. DH 382. �Dios nos ama tal como hemos de ser por don suyo, no como somos por mérito nuestro�. Esta fórmula es la más bella expresión de la gratuidad que habremos de descubrir. El futuro anterior expresa el exquisito respeto divino a nuestra libertad. 21 La encíclica Deus Caritas est comentada: cf: www.angelfilosofia.es. Bonhoeffer: «El hombre es �para otros�. El ser para-sí es declarar que los otros son el infierno»
15
La muerte del ser se cura dando el ser22. La enfermedad recibiendo cuidados. Dar el
ser es entrar gratuitamente en la dinámica del sacrificio: ¿Qué es sacrificar? La búsqueda
del sentido de los ritos, de la liturgia, de los símbolos, es algo constitutivo del ser humano.
Sacerdote es el que hace lo sagrado, que es el sacrificio. Pero cuando lo hace está
conmemorando el único sacrificio que vale: el de un Dios que se dio a sí mismo en
expiación. Este sacrificio hace pasar el culto de la iglesia de lo sagrado a lo santo. Por eso
el sacerdote, más que un repartidor de culto al otro, es el transmisor de la misma sangre en
su propia sangre: o se da así mismo o está vacío de sentido lo que hace. Lo sagrado se
queda en numinoso, misterioso, envuelto en sangre23, lo santo se transforma en liturgia de
santidad24: El sentido del celibato se esconde detrás de este argumento: ¿se trata de donarse
todo o sólo en parte? Todo el mundo reclama el todo. No quiere compartir nada, y menos
en lo no compartible, que es el ser, que no se puede trocear. ¿Pero todo el ser quién se lo va
a dar? El mercadeo del amor es el consuelo de los que habiendo aspirado a todo se han
quedado a medias. Los hombres se autoafirman: no hay nada más. La tristeza y la amargura
se apoderan de ese sentimiento frustrante de que no hay nada más. ¿Pero es que acaso
puede un ciego guiar a otro ciego? O los dos reclaman lo mismo y ninguno lo puede dar�
no se puede dar lo que uno no tiene. Tiene uno que haberlo recibido todo para poder darlo
22 Por eso el centro de toda la vida de la Iglesia es la eucaristía, y por eso en su cabeza (Cristo) la representa el sacerdote: hace lo sagrado, no un culto vacío; hacer lo que sacrifica es darse. San Ignacio de Antioquia pidiendo a sus hermanos que dejen que los leones lo mastiquen, ejemplifica esta visión perenne de la vocación de la Iglesia. 23 Respuesta del Señor Michel SERRES al discurso del Señor René Girard: Discurso pronunciado en la
sesión pública de la academia francesa, jueves 15 de Diciembre de 2005: «Hay dos clases de religión. Casi naturalmente, las culturas engendran las religiones de lo sagrado, que se distinguen de aquellas que estos mismos colectivos apenas pueden tolerar [el cristianismo] porque, santas, impiden el asesinato. Raro y difícil de vivir por su excepción insoportable, el monoteísmo trae la crítica más devastadora de los politeísmos corrientes, que resucitan sin cesar con su fatalidad. Lo santo critica lo sagrado, como el monoteísmo la idolatría [�] De golpe, usted me ha hecho comprender esto, que ha cambiado mi vida, la de distinguir lo santo de lo sagrado, ni más ni menos que lo falso de lo verdadero. Teología, ética, epistemología hablan, en tres disciplinas, como una sola voz. [�]Lo santo se distingue de lo sagrado. Lo sagrado mata, lo santo pacifica. No violenta, la santidad se aleja de la envidia, de los celos, de las ambiciones de las posiciones de grandeza, asilos del mimetismo y así nos libra de las rivalidades cuya exasperación conduce hacia las violencias de lo sagrado. El sacrificio devasta, la santidad ilumina. Vital, colectiva, personal esta distinción recubre aquella, cognitiva, de lo falso y lo verdadero. Lo sagrado une violencia y mentira, asesinato y falsedad; sus dioses, modelados por la colectividad furiosa, rezuman lo inventado. Por el contrario, lo santo armoniza amor y verdad. Sobrenatural genealogía de la verdad que la modernidad no lo sospechaba: no llamamos verdadero más que a amar inocentemente; no descubriremos, no produciremos nada si no nos convertimos en santos.»
24 "Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios" (Rom 12,1) ...
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todo. El europelagianismo25 cree que no se necesita a la Iglesia ni la ayuda de la gracia para
hacer el bien, pero con eso se pierde una dimensión antropológica y social que no puede dar
la solidaridad entre los pueblos, la ética cívica o la educación para la ciudadanía. ¿De qué
tipo de bien hablamos? El concepto de bien que manejan las éticas dominantes, se queda
corto. Haría falta una supraética para comprenderlo. Se trata según la encíclica DC de un
amor por encima de la muerte. No valen pactos. ¿Puede brotar la fuerza que el hombre
necesita para amar así, la capacidad de donarse a sí mismo para que el otro sea, de un
sacramento devaluado, o considerado un rito en desuso, o mejor, desnudado de su
significado? La fuerza deriva de la participación en un sacramento que, sin tener que pasar
por el sufrimiento de Cristo, sin embargo, produce el mismo efecto que produjo en él: hace
experimentar la resurrección en aquél que come su carne y bebe su sangre, es decir, da la
fuerza para vivir para el otro26. Este descubrimiento está en las antípodas de la vida sin
Cristo y sin la Iglesia. Lo que el hombre no ha advertido es que vivir para uno mismo, algo
que no se pone en cuestión como objetivo vital del hombre postmoderno, es el infierno, es
la soledad y el miedo al otro, una condenación que pesa como una losa. Vivir para el otro es
la fuente de la vida, de la realización como persona, de la verdadera humanización.
Ahora bien el tema es si se puede dar lo que uno no tiene. ¿Dónde y cómo se puede
recibir? Esta es la oferta de salvación en la historia que prepara para el más allá de la
historia. La necesidad de un amor no negociable, de un amor gratuito, que el hombre tiene
como posibilidad, aún cuando cree que no existe, si se abre a la fe. ¿Dónde encontramos
esa vocación a la caridad?
Es la oportunidad de anunciar el evangelio. Sólo la Iglesia tiene la posibilidad de
comunicar este secreto a voces que guarda desde hace milenios, porque ella es este mismo
cuerpo redivivo, hecho carne, que hace extensivos los miembros de Cristo al hombre de
cada generación para que se pueda unir a él, tocarle, conocerle. La Iglesia hace de manos de
Cristo.
2.1.¿Por qué la vida comunitaria?
25 Otra herejía expresada en el espíritu prometeico (activismo de la Iglesia). 26 2ª Cor, 5, 15.: 2. �Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, mas para aquel que murió y resucitó por ellos�
17
En la comunidad cristiana es donde se expresa fácilmente esta dimensión anhelada
por todo hombre del la caridad: compartir los bienes, los conflictos, las penas, las alegrías,
la reconciliación. Es el mejor medio natural en un mundo individualista, enclaustrado, lleno
de miedos a la relación con el otro. Es el momento de anunciar que la Iglesia es el cuerpo
de Cristo y es por tanto una comunidad de amor. Amor y unidad posibles por encima de la
determinación de nuestra soberbia, es la hora de la unidad en el éxtasis del individualismo,
la sospecha y desconfianza del otro. El aprendizaje de la donación al hermano sólo se puede
experimentar en la comunidad, en una Iglesia, comunidad de los que creen en Cristo, que se
haga visible, para que atraiga la atención de los que viven encerrados en sí mismos,
habiendo ya desesperado de un amor así. Al �mirad como se aman�, podríamos añadir el
�mirad cómo aman a los demás�27.
«Se piensa a veces que la fe vivida en una cultura secularizada debe ser una fe intimista,
fuertemente cerebralizada, sin ritos ni símbolos. La verdad es que, cuanto más se secularice la
sociedad y la cultura en la que vivimos, la fe debe marcar más su fuerza expresiva, no sólo en los
aspectos éticos del vida real, sino en la profesión común, en las celebraciones festivas, en los
símbolos, en la rotura gratuita de la estrecha cárcel del pragmatismo en el que se va encerrando el
hombre. En un mundo empobrecido de mercantilismo es urgente la misión de los cristianos:
manifestar la fuerza salvadora de lo gratuito, del ocio, de la alegría de la fe. Lo que hace falta es que
estas celebraciones y símbolos de la fe no sean vacíos, sino que estén engarzados con la vida real,
capaces de descubrir, realizar y manifestar la salvación de todos los recovecos de la vida desde la fe
en Dios y la celebración de la Pascua de Cristo. Se trata de superar el divorcio entre la fe y la vida, la
incomunicación entre celebrar y vivir, descubrir la fe como renovación de la vida y la vida renovada
y celebrada desde la gracia de Dios en quien creemos»28
La vida de comunidad nos hace descubrir parte del misterio de la Trinidad.
�Si Dios es communio, y el hombre fue creado como imagen de este Dios para expresar en
sí dicha imagen cada vez más y, de este modo, hacerse más semejante a Dios, con ello se pone de
relieve también el sentido último del hombre: está llamado a convertirse en lo que Dios es desde
27 Thomas E. WOODS, Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental. Cf. Capt. �Cómo la caridad católica cambió el mundo�. P. 212: «Registrar en su totalidad la obras de caridad católica realizadas por individuos, parroquias, diócesis, monasterios, misioneros, frailes, monjas, organizaciones laicas exigiría muchos y extensos volúmenes. Baste decir que la caridad católica no ha tenido parangón en cuanto a cantidad y diversidad del trabajo realizado y el alivio al sufrimiento y de la miseria humana. Vayamos aún más lejos: fue la Iglesia católica quien inventó la caridad tal y como hoy la conocemos en occidente» Cf. También: Santiago Cantera, Historia breve de la caridad y la acción social de la Iglesia, Voz de Papel, Madrid, 2004.
28 E. JIMÉNEZ, Hombre en fiesta, Desclée de Brouwer, Bilbao 1992. p.29-30.
18
siempre �comunidad, intercambio de vida- para tener parte de una vez por todas en la consumada
communio del Dios trinitario�
La communio tiene para el hombre una doble orientación: es comunidad con Dios y también
comunidad con los demás seres humanos, e incluso con la creación entera. Ambas cosas van muy
íntimamente unidas�29.
Precisamente esto es la Iglesia. Ella, que nació de la actividad del Espíritu de
Pentecostés, debe seguir siendo �como dice el Concilio Vaticano II- �como un sacramento,
o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género
humano� (LG 1)�.30
�En la medida en que el Espíritu Santo es aquello persona divina que consigue la unidad y
hace desbordarse la vida divina, es para la Iglesia el �principio� que une y también (en aras de la
plenitud y la multiplicidad) distingue (mejor dicho: distingue para unir-une para distinguir)��31
En este mismo sentido nos dice Gisbert Greshake:
�El Espíritu Santo es la garantía de que la unidad del pueblo de Dios se realice precisamente
no de manera uniforme, sino en la multiplicidad de formas y dones (carismas) sumamente diferentes,
y de que dicha multiplicidad de lo diferente, converja en la unidad en virtud del intercambio mutuo.
Pues la unidad trinitaria es justamente esto: no uniformidad ni tampoco adición y suma de realidades
diferentes, sino la conjunción y existencia para los demás de personas distintas. La communio se
realiza como �unidad pericorética�, es decir, como una comunidad en la que cada uno tiene parte en
el ser particular del otro�.32
En el rezo del Angelus en la Solemnidad de la Santísima Trinidad del 2009, el Papa
Benedicto XVI subraya algo parecido a lo que venimos defendiendo:
�Hoy contemplamos la Santísima Trinidad� Tres Personas que son un solo Dios, porque el
Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo,
infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida
que se entrega y comunica incesantemente.
Lo podemos intuir, en cierto modo, observando tanto el macro-universo �nuestra tierra, los
planetas, las estrellas, las galaxias� como el micro-universo �las células, los átomos, las partículas
29 Gisbert Greshake, Creer en el Dios uno y trino. Ed. Salterrae, Santander 2002, pp.55-56�30 Ibidem, p.84 31 �El Espíritu Santo es sobre todo un principio interior de vida nueva que Dios da, envía, suministra. Recibido por la fe y el bautismo, habita en el cristiano, en su espíritu, y aún en su cuerpo. Este espíritu, que es el espíritu de Cristo, hace hijo de Dios al cristiano y hace habitar a Cristo en su corazón. Sustituyendo al principio malo de la carne se hace en el hombre principio de fe, de conocimiento sobrenatural, de amor, de santificación. No hay que exigirlo, ni contrístalo, uniéndonos con Cristo realiza la unidad de su cuerpo� (Nota de la Biblia de Jerusalén a Rm 5,5) 32 Gisbert Greshake, Op.cit., p.88
19
elementales�. En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el "nombre" de la Santísima
Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-
relación, se trasluce en última instancia el Amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y
se mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y libertad�
La prueba más fuerte de que hemos sido creados a imagen de la Trinidad es esta: sólo el
amor nos hace felices, porque vivimos en relación, y vivimos para amar y ser amados. Utilizando una
analogía sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en su "genoma" la huella
profunda de la Trinidad, de Dios-Amor�.33
2.2. Una experiencia personal de esa realidad comunitaria
La gente que empieza a llegar a nosotros no pisaba la Iglesia, vienen empobrecidos
por la carencia de una experiencia de amor gratuito, están de vuelta de los amores que han
resultado frustrantes, interesados, negociados en el mercado de los afectos que exigen la
reciprocidad. Son personas que se han descubierto rodeados de falsedad o de mediocridad y
sienten la necesidad de algo más. Vienen porque han sido �salados�: conocen a alguien que
les habla y que les muestra un cuerpo � la comunidad- que potencia todas las dimensiones
del ser. Es decir, ven cómo se aman en comunidad, cómo están atentos a las necesidades
del otro, cómo se vive en una libertad insospechada, cómo, a pesar de todas las dificultades
de la relación humana, no se rompe nada porque tras el conflicto se da el perdón. La vida en
comunidad es un hallazgo del cristianismo y puebla la vida de la Iglesia desde siempre. En
los tiempos que corren, esa vida en medio de la vida urbana, sumida en la vorágine
cotidiana, en una sociedad de masas, es un tesoro escondido sólo revelado a los pequeños, a
los que no valen. Descubren una liturgia pausada, bella, cargada de símbolos, celebrada por
un pueblo y vienen de un mundo donde viven encerrados en sí mismos, en su
individualismo y soledad, donde todo lo que se comparte es mediatizado por la
reciprocidad, en el que el tiempo vertiginoso cotidiano les arrastra y que aquí, en la Iglesia,
ha sido exorcizado. Descubren que el cristiano no es un tipo amuermado y reprimido,
sumiso y aburrido, sino que vive en fiesta. Es el descubrimiento de un contraste inesperado,
de una ruptura con la monotonía que es impactante34.
33 Benedicto XVI, Angelus de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, 7 junio 2009 34 «Celebrar una fiesta es reconocer que la vida es radicalmente buena, que el mundo es bueno, que las cosas son buenas, que la historia es buena. Hacer fiesta es incorporarse al gesto creados de Dios y reconocer en Él
20
2.3. La vida comunitaria como necesidad del hombre
El hombre es un ser comunitario, un ser social por naturaleza (Aristóteles). Hay
múltiples metáforas que apuntan a comparar el cuerpo con la sociedad (Tito Livio habla de
los miembros y el estómago); San Pablo lo aprovecha para hacerlo con la Iglesia35, para
significar la unidad necesaria que da cohesión a los diferentes miembros. El hombre es un
ser que se constituye como ser humano por el amor que recibe de otros. Pero la carencia
con la que nace no la puede cumplimentar nada ni nadie. Es más profunda que la necesidad
de alimentarse, de cuidado, de ternura. Su neotenia es espiritual36.
El ansia de amor absoluto no lo cubre ni el amor de una madre, que ya es decir, no
digamos los amigos, ni el resto de la familia o cualquier persona, ni mucho menos la
sociedad civil o, en nuestros tiempos, el Estado paternalista. El afecto, el sentimiento, las
efusiones amorosas, la amistad, cubren el aspecto más urgente de la necesidad de amor del
ser humano, pero no van hasta el fondo. Se nos ha acostumbrado a un vitalismo clausurado
en lo biológico: no hay nada más que sensaciones, emociones, experiencias estéticas
aderezadas con algunas gotas de ética de la solidaridad, pero eso es una mutilación. El
hombre no se satisface con eso, aunque puede conformarse o resignarse convencido de que
no es nada más que un animal con necesidades puramente animales de supervivencia, de
reproducción, de ocio. Hay en él un eco del paraíso que se expresa de manera infantil en las
miles de Arcadias, paraísos terrestres que quiere forjar en la nación, en la tierra madre, en la
familia, en los amigos o en sus fantasías, fórmulas de entretenimiento o pequeños mundos.
Siempre aflora la insatisfacción y el disgusto ante las pequeñas adversidades, ante la
finitud, lo efímero y quimérico de sus experiencias. Ese eco reclama la búsqueda constante
del hombre, herido por el pecado original y expulsado del paraíso, del camino de retorno.
Ese camino de retorno es el que propone Cristo a través de su Iglesia.
«Si yo estoy en la Iglesia es por las mismas razones porque soy cristiano. 5o se puede creer en
solitario. La fe es posible en comunión con otros creyentes. La fe por su misma naturaleza es fuerza
que la creación es buena� De esta afirmación gozosa de Dios y del mundo surge la gratitud y la alabanza, como expresión de la alegría que embarga a quienes celebran la fiesta». Ibídem, p.31. 35 1 Cor 12, 12 �Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo�� y así también su Iglesia. 36 Fabrice Hadjadj, La profondeur des sexes: pour une mystique de la chair, éd. du Seuil, París 2008.
21
que une. Esta fe o es eclesial o no es tal fe. Además así como no se puede creer en solitario, sino sólo
en comunión con otros, tampoco se puede tener fe por iniciativa propia o invención37».
La dificultad para este retorno o este inicio novedoso reside en que, en el fondo, el
hombre postmoderno ya no confía en nadie, ni siquiera en él mismo, a lo sumo se aguanta a
sí mismo o acepta resignadamente convivir con los demás como un mal menor. La única
posibilidad para que pudiese abrirse a la esperanza, y se concediese a sí mismo la
oportunidad de escuchar o beber de la fuente, sería que la Iglesia respondiese a su utopía. El
hombre al que no le es indiferente, que critica a la Iglesia y se distancia de ella, en el fondo
le pide que sea perfecta, porque necesita ese eco de amor que supone que debería ostentar y
que no encuentra por ningún lado38. ¿Por qué se obsesiona contra ella si dice tener tan poca
relevancia en su vida? No quiere que nadie le diga que hay otra forma de vida si él no sabe
cómo dársela a sí mismo y disfrutarla.
Todos los hombres tenemos este eco del paraíso, del reino, cuya caja de resonancia
es para nosotros la Iglesia, pero no para el hombre de la calle, al cual los prejuicios le hacen
descartarla como posibilidad de su salvación. Les es difícil entender en qué consiste la
santidad, se mantienen en el paradigma clásico que confunde lo sagrado con lo santo, que
espera la perfección intachable en sus miembros -que brilla por su ausencia39- como
expresión de autenticidad. No sabe cómo interpretar ese eco, y mira a cualquier sucedáneo
de amor para encontrar la respuesta40. Y lo encuentra en lo que el AT denomina idolatría y
el Nuevo la tentación del �te daré todo lo que ves si te postras y me adoras�.
Como eso que anhela, que pertenece a este imaginario cultural judeo-cristiano, no se lo
ofrece de inmediato ni a primera vista, la impaciencia ha llevado a los hombres a la
37 Conferencia Testimonio en Alemania: Joseph RATZINGER, "Por qué pertenezco a la Iglesia", 1971 38 Hadjadj, F., Declaraciones a Le Figaro (20/08/2010): �Si efectivamente los medios de comunicación se conmueven más por el mismo delito cuando lo comete un sacerdote que cuando se trata de un profesor de educación física, es algo significativo. �La paradoja es: si atacan más cuando son personas de iglesia las que se corrompen, es que perciben la especial pureza de su misión�. 39 «Símbolo no llama a la Iglesia �santa� porque todos y cada uno de sus miembros sean santos, es decir, personas inmaculadas. Este es un sueño que ha renacido en todos los siglos, pero que no tiene lugar alguno en el Símbolo; expresa el anhelo perpetuo del hombre de que se le dé un cielo nuevo y una tierra nueva, inaccesibles en este mundo. En realidad, las más duras críticas a la Iglesia de nuestro tiempo nacen veladamente de este sueño; muchos se ven defraudados, golpean fuertemente la puerta de la casa y tildan a la Iglesia de mentirosa». J. RATZINGER, Introducción al cristianismo, Cf. el Capt. La santa Iglesia Católica. 40 �Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa.� Gilbert Keith CHESTERTON
22
fabricación de utopías totalitarias, pero como éstas han sido fuente de frustración indecible
y de conflictos sin parangón en la historia, se vuelve sobre sí mismo, encerrándose en el
último reducto: el individualismo. Nuestra sociedad actual se encuentra encerrada en este
lema postmoderno: �no esperes nada fuera de ti, vive para ti mismo, el infierno son los
otros�. Otros más confiados miran a la ciencia anhelantes para ver si ésta les responde: �yo
lo solucionaré todo, sólo espera un poco�. La pérdida de vista de esta dimensión
comunitaria y de la confianza en un cielo nuevo y una tierra nueva hace que los hombres se
vuelvan contra cualquiera que pretenda advertirles que esto es una autocondenación. Se
revuelven despreciando la oferta con diversos argumentos autojustificatorios, con una
postura despectiva y crítica, y frustrados:
ÿ Harto de intentarlo sin éxito la desdeñan �tal vez les gustaría que ese amor fuera
conseguido mágicamente-. La fábula de la zorra y las uvas es ilustrativa de esta
posición: mira a las uvas inaccesibles con desdén y dice �va, están verdes�.
ÿ La Historia está llena de errores humanos y de pecados que le sirven de excusa, y
viene aderezada con tópicos que no responden más que a una parte de la realidad
tomada por el todo: La Iglesia se ha presentado ante sus ojos tantas veces como
perfecta que se ha dejado confundir con una ética esforzada, exigente, moralista,
ocultando su cara precaria, frágil. De esta amanera, cuando se han visto las
vergüenzas de sus miembros, le ha sobrevenido el escándalo.
ÿ Los hombres se sienten lejos de ella porque se miran a sí mismos y se ven incapaces
de dar la talla. Están más dispuestos a perdonar las debilidades �sobre todo si
reflejan las propias- que a ver las virtudes �sobre todo si no son las propias-.
Aunque seamos hipócritas siempre rechazamos las conductas que revisten
hipocresía, esa falsa apariencia de perfección que denuncia nuestra imperfección.
ÿ El hombre necesita sentirse amado en su debilidad, pero le ofrecemos la imagen de
lo que ya ha hecho en nosotros Cristo, y no como éramos y somos. Esa imagen
sublimada, edulcorada o purificada, le hace sentirse juzgado, no perdonado. Se
siente lejos, la siente falsa. Se mira a sí mismo y se hunde como Pedro en medio del
lago Tiberiades (Jn 21, 1-14).
3. Tarea para el presente y futuro o ¿qué hacer en el Siglo XXI?
23
¿Cómo corregir eso que venimos constatando? Tal vez la urgencia de amor de la
humanidad nos dé una oportunidad de acercar los hombres a la Iglesia. Lo que siempre ha
sido un atractor magnético en la historia ha sido mostrar los signos de la fe: el amor sin
condiciones, al prójimo, sea amigo o enemigo, en la dimensión de la cruz. ¿Pero dónde se
puede experimentar eso que el hombre necesita? ¿Es una cuestión de ideas? ¿Un
convencimiento, fuerte? ¿Hay un lugar, un locus theologicae?
La Iglesia es la que, no obstante todas las debilidades humanas existentes en ella, nos da a Jesucristo;
solamente por medio de ella puedo yo recibirlo como una realidad viva y poderosa, aquí y ahora. Sin
la Iglesia, Cristo se evapora, se desmenuza, se anula. ¿Y qué sería la humanidad privada de Cristo?41
Dónde y cómo se pueden dar los signos que el mundo le exige. Es necesario pensar
en una educación en la fe para adultos. La catequesis que damos es infantil, o precaria, y
justo en un momento de la historia en el que los hombres son asaltados por los ataques
virulentos del laicismo y se requiere que sea más existencial, más cercana a su sufrimiento.
Cuando no hay preguntas las respuestas son inútiles. Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto
XVI lo vieron bien: se debe hacer después, lo que no se pudo hacer antes del bautismo. La
nueva Evangelización debe incluir a los bautizados. Como la primera evangelización
empezó por las sinagogas, para después ir a las ovejas que no pertenecían a Israel. Hay que
empezar como si fuera de cero, sin presuponer nada, aunque tengamos el bagaje de la
historia, esta nos enseña a aprender de nuestros errores y sabiendo que depende de nosotros,
aunque no sólo, porque�
"� este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria
procede de Dios y no de nosotros" (2 Cor 4,7).
El mundo, los hombres, están reclamando testigos creíbles por sus actos. Eso es lo
que nos enseñó Juan Pablo II y Teresa de Calcuta, por poner como ejemplo los más
públicos y emblemáticos. �Haced lo que ellos dicen y no hagáis lo que ellos hacen� (Mt 23,
3), tiene que ser reescrito en: �mirad cómo aman� �lo que ellos hacen- y entonces
41 Conferencia Testimonio en Alemania: Joseph RATZINGER, "Por qué pertenezco a la Iglesia", 1971
24
entenderéis �lo que ellos dicen��, que es muy importante. Una sola cosa pero muy
importante. 42
3.1.La verdadera singularidad del cristianismo
En un mundo en el que la violencia es una plaga, el amor al enemigo es el signo
principal� el que presenta la belleza del amor en la dimensión de la cruz. Si no se da ese
signo ¿quién va a querer ser católico? Todas las demás cosas que constituyen nuestra
identidad han sido usurpadas por las instituciones sociales que copian lo mejor del
cristianismo: las universidades, la caridad, los hospitales, la ayuda a los necesitados. Un
signo público del amor en esa dimensión originariamente cristiana es el amor a lo que el
mundo desprecie, o a lo que el mundo tema, pero sin alienaciones idealistas: sólo se puede
hacer con el cercano, lo demás es utópico� por eso la iglesia tiene que vivirse en
comunidad. Para que se vea el �mirad cómo se aman�, para amase así, hay que tener vida
eterna dentro. Esta vida eterna se manifiesta en hechos -el hebreo no conoce las
abstracciones-. ¿El mal? ¿El amor? Es todo concreto. El hombre de hoy, como el hebreo,
sólo está dispuesto a admitir hechos concretos, ser amado concretamente, por el que tendría
que odiarle o por el que no le debe nada.
3.2.¿Cuál es el signo distintivo de la pertenencia del cristiano a la iglesia?
Es importante definir en qué consiste hoy ser cristiano: ¿en rezar? Los musulmanes
rezan más. Podríamos hacer mil disquisiciones sobre la oración y sus diferencias, y decenas
de apuntes teológicos sobre lo que implica en uno y otros, pero a la hora de la verdad ver
cómo otro reza no me salva. ¿En trabajar y en ser honesto?: cualquier ciudadano, del signo
42 Juan Manuel DE PRADA, "Mirad cómo se aman", ABC, 28.I.06: En su Apología contra los gentiles, Tertuliano nos ofrece un testimonio de primera mano sobre la vida de los cristianos primitivos. Allí leemos que los paganos, admirados de la fraternidad que se entablaba entre los seguidores de Jesús, murmuraban envidiosos: «Mirad cómo se aman». Sin duda, esta concepción de la Iglesia como comunidad fundada en el amor, donde todos -con sus flaquezas e imperfecciones- tienen cabida fue el fermento que facilitó la expansión de la fe en el Galileo; y deberíamos preguntarnos, con espíritu crítico, si no habrá sido precisamente el decaimiento de esa concepción y su sustitución por otra demasiado «legalista» la que ha determinado a la postre su retroceso. Al recordarnos en su encíclica que el amor es el acontecimiento nuclear de la experiencia cristiana, Benedicto XVI nos propone un viaje hacia las raíces mismas de la fe, que San Juan supo compendiar en una sola frase: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él».
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que sea, se siente comprometido con el trabajo y la honestidad, aunque sea en beneficio
propio. Tal vez podríamos aventurarnos ya a esa definición: Llevar siempre en nuestro
cuerpo la forma de morir de Jesús (San Pablo 2ª Cor 4, 6-12) para que se vea que Cristo
está vivo. Ir como un cordero al matadero (Is 53, 7), al degüello por el otro que está
esperando ese testimonio de que en nosotros no hay miedo a darnos y anularnos porque
tenemos vida eterna dentro (Jn 3, 36). Esta figura no está cifrada en la sangre sino en la
belleza. La belleza será el último reducto de la salvación. La belleza más sublime se
configura en el contraste: el amor al enemigo es el máximo contraste.
Ante las múltiples clases de fe (religiosa, cultural, individualista, humanista, etc.),
estas afirmaciones parecen exageradas o fundamentalistas pero no son tanto si se miran
desde la urgencia de la caridad (Caritas Christi urget nos). Son muchos millones de
hombres los que no conocen a Cristo y que dependen de nuestra sincera conversión para
tener un encuentro con Él. No podemos no reflejar su rostro, no podemos sustituirle con
ideas o con sucedáneos, y su rostro es el de la cruz, ese es del que tenemos que ser espejo.
Pero sólo se puede ser espejo como don sobrenatural, como don gratuito del cielo, que uno
no se puede dar a sí mismo, sino que se experimenta como elección� Nosotros, la Iglesia,
no hemos optado, �yo� no he optado, sino que he sido elegido... Yo os he elegido (Jn 15, 9-
17)� hemos sido escogidos: tú ven y sígueme (Lc 9,59; Mt 4,19 y 9, 9), y dejándolo todo,
le siguieron (Lc 5,11).
El espíritu mismo da a nuestro espíritu testimonio (Rom 8, 19) de que Dios existe,
que somos amados, que somos adoptados� Sella dentro de nuestro espíritu esta
experiencia. No nos lo dice la razón, ni las verdades filosóficas: la fe es un encuentro a
través del Espíritu Santo. Cuando se anuncia el kerigma, desciende el Espíritu y hace esta
llamada: nos denuncia de pecado y luego nos dice que nos ama, personalmente, a cada uno.
Así es en todos los que se encuentran con Cristo. Si uno se lo cree puede pasar los pecados
a Cristo. Eso es el perdón gratuito y el inicio de una vida nueva.
La predicación tiene una gran tarea en la deconstrucción de los tópicos, y el más
grande de todos es el que el pecado es una simple transgresión moral de una ley abusiva y
contradictoria externa. En realidad los hombres creen que se realizan pecando, es decir,
haciendo su propia voluntad, cualquiera que sea y en cualquier ámbito en el que se dé. Pero
los pecados son todos hijos del mismo pecado, y son todos son la expresión del hombre que
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se tiene que compensar de algún modo por la insatisfacción y el sufrimiento de una vida en
la que no se tiene más que a sí mismo. El pecado mata, esconde un germen de muerte,
creemos realizarnos pero nos vemos abocados a la frustración, a la soledad y al vacío
después de cada acción u omisión.
«El pecado lleva a la tristeza, privando a la persona de la capacidad de gozar y reposar el
bien. Reduce la capacidad de apreciar, de ser agradecido, de participar del gozo de otras personas y
de ser fuente de alegría para ellas. Quizás imite el gozo mediante una demostración de alborozo, pero
su risa será hueca. Intentará proyectar un sentido del humor, pero será sarcasmo e ironía �hasta el
cinismo- que daña las relaciones. Como no está en paz consigo mismo, se sentirá continuamente
tentado a luchar contra algo o contra alguien»43.
Cristo ha muerto para que los hombres no vivan más para sí mismos, como les
recuerda Pablo a los corintios ―eso es el pecado original y eso es lo que nos provoca una
profunda insatisfacción―. La amargura, el suicidio, la tristeza o la falsa alegría, son los
síntomas de que el hombre no soporta la vida porque no ama a nadie o no es amado por
nadie como es. Sentimos todos que somos amados en tanto en cuanto devolvemos el amor,
entramos en el juego de las reciprocidades, y sólo mientras seamos educados y no molestos
para el otro. En el trato cotidiano descubrimos que todos somos perfectos egoístas, aunque
nos cueste admitirlo, porque eso sería reconocer que no nos realizamos ni siquiera en la
egolatría. En el matrimonio se descubre esto una vez casado, creemos descubrir la verdad
insoportable cuando el otro no nos devuelve el amor que creímos tener en él, pensamos que
hemos vivido en la mentira, que la verdad es que el otro es un egoísta, y ese es el infierno
del otro que denuncia el existencialismo. El descubrimiento, que se vive como un
verdadero hallazgo, es que vivir para uno mismo es una condenación, una cárcel en la que
el prisionero guarda él mismo la llave. Lo que los hombres encuentran en su madurez como
solución a sus conflictos, que es vivir para sí mismos, como fuente de la felicidad, resulta
ser a la postre una prisión insufrible, llena de resquemor, desconfianza en el otro, de
actitudes precavidas, de encerramientos resignados en la soledad no querida...
¿Eso es malo? ¿Dónde está el problema? Que los hombres sean dioses de su propio
destino no es que sea malo o bueno, es que es una sensación pírrica, prometeica. Nietzsche
es el gran embaucador, nos pone ante un dilema falso, porque que este amor manifestado en
43 B., HÄRING, Libertad y fidelidad en Cristo, I, Barcelona, 1985, p.272.
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la cruz es la verdad. Al otro lado del dilema sólo está la violencia, la desesperación, la vida
apegada a la tierra como resignación e impotencia para tocar lo que anhelamos: la vida
eterna. El nihilismo nos ha resabiado, nos ha hecho creer que eso es para los débiles, pero,
en realidad, los fuertes mueren solos, abandonados, se apean antes de tiempo. La
humanidad se ha hecho Dios de sí misma y todos los dioses son rivales. Los dioses que
somos todos no encontramos repuesta a nuestro mal, al sufrimiento; los hombres tenemos
pánico a la enfermedad y a la muerte, y confiamos en la medicina y en la genética, en la
magia de la ciencia, como la última utopía del siglo XXI, pero ésta se mostrará incapaz
porque no tocará el corazón del hombre, sólo su caparazón.
Ninguno puede creer si el Espíritu Santo no actúa, no es una obra de la virtud. Por
eso tiene que ser anunciada la Buena Noticia. Una noticia no depende de la dignidad del
mensajero, ni siquiera de su antigua credibilidad, sino de la situación en la que se encuentra
el receptor y del contenido de esa noticia. Filípides podía ser un soldado ateniense
mentiroso, pero ante la perspectiva de la muerte segura frente al enemigo superior, el
anuncio de una victoria suponía un respiro para el que esperaba angustiado la resolución de
la batalla. Ante la batalla definitiva, la buena noticia tiene que ser definitiva.
«Al hombre esclavo del pecado, muerto por el pecado, incapaz de darse por sí mismo la
vida, el cristianismo no le presenta una nueva ley, por perfecta que sea, para aplastarle y hundirle
más hondo. Cristo no se presenta como un modelo, que el hombre de pecado no puede imitar, para
impulsarle a la desesperación. La fe cristiana no es tampoco una doctrina sublime, que de nada
serviría a un hombre que se siente ahogar en las aguas de la muerte. El Evangelio de Cristo es
evangelio: buena noticia de la salvación»44.
Por eso San Pablo insiste e insiste en que el cristiano deje de juzgarse y condenarse
a sí mismo severamente, porque Dios no piensa como nosotros. He visto a muchos hombres
alejarse con dolor de la Iglesia porque no podían soportar su pecado. A muchos jóvenes no
volver, después de la confirmación, a pisar la Iglesia porque han experimentado la
decepción de sí mismos ante la conciencia de su primer pecado inaplazable, serio45, que le
44 E., JIMÉNEZ, Hombre en fiesta, DDB, Bilbao 1992, p. 79. 45 «Lo especial del hecho cristiano se muestra en su convencimiento de la grandeza del hombre: la vida del hombre va en serio. No procede con la argucia de las ideas� Se da lo irreversible y también la destrucción irremediable. El cristiano tiene que vivir con este jugárselo todo y con la conciencia de que está sucediendo así» p. 233. J., RATZINGER, Escatología, Herder, Barcelona 2007.
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hace sentir el vértigo de una acción conscientemente dañina, para sí mismo o para los
demás46. Lo que hay detrás es una mala comprensión del Evangelio. �Yo no puedo estar
ahí, porque eso es para los perfectos�, se dicen. En el fondo nos hemos aniñado como
cristianos, porque sólo los niños ― o porque no tienen conciencia de pecado, o porque
piensan que no hacen daño con él y entonces es irrelevante, o porque no lo consideran
grave― pueden sentirse dentro, según esta mentalidad hemos convertido a la Iglesia en una
guardería de la infancia permanente.
«Tanto amó Dios al mundo que entregó a la muerte a su Hijo único» (Jn 3,16). Un
amor así, que duele tanto, no puede ensañarse con otro dolor añadido: el de que la criatura
se haga daño a sí misma por el pecado. Por eso Dios no va a reparar el daño con una Ley
que hurgue en la herida, sino con un acto curativo: te amo por encima de que [te]-me causes
la muerte y te lo demuestro de manera indudable, dando la vida por ti.
«Todos pecaron y están privados de la gloria, de la presencia de Dios. Pero gratuitamente les
justifica con el don de su amor, mediante la salvación realizada en Cristo Jesús» (Rom 3, 23-24)
Reconciliados con Dios en la sangre de Cristo «no hay ya motivo de condenación
para los que están unidos a Cristo Jesús» (Rom 8, 1). En la Iglesia se encuentra el
descanso del pecador, del hombre desasosegado, del solitario que encuentra un cuerpo,
un pueblo. La Iglesia es el cuerpo de Cristo que da cohesión y acogida a los miembros
doloridos.
3.3.¿Qué podemos hacer para proponer nuestra experiencia?
En una entrevista en el 2000 a Robert Spaemann respondía a la pregunta del
entrevistador sobre si jugaba todavía el cristianismo un papel importante en la sociedad
46 No tanto por la conciencia de haber ofendido a Dios, sino de no sentirnos perfectos y de haber hecho un daño irreparable a una imagen falsa que teníamos de nosotros mismos y que creíamos que era la que Dios quería de nosotros o la que los demás aceptarían de nosotros. Dios nos servía de coartada para presentarnos a los demás como dignos de ser amados, pero no lográbamos escapar de un juego de espejos en el que lo único realmente en juego era nuestro propio proyecto de cómo creemos que seremos amados. La ofensa a Dios, que nos aleja de él, es porque, habiendo sido creados perfectos para el amor, con el pecado nos hacemos daño a nosotros mismos. Santo Tomás, Suma contra gentiles III, 122: «Nosotros no ofendemos a Dios si no es por lo que hacemos contra nuestro bien».
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diciendo y, en el caso de que así lo fuera, cómo debería desempeñarlo: «Otra cuestión
completamente distinta es el anuncio de la fe. Éste se sitúa bajo el lema �oportuna e
inoportunamente�. Tiene que acoger el contenido completo de la fe, no una selección hecha
�a la carta�. En efecto, con ese anuncio la Iglesia no pretende hacerse más simpática, sino
seguir transmitiendo aquello que le fue confiado. Por lo demás, sólo así puede continuar
siendo apreciada. �La fe a medias �me dijo una vez hace bastantes años, el antiguo Obispo
de Maguncia, Cardenal Volk� es mucho más difícil de transmitir que la fe entera�, ya que
aquella es mucho menos coherente, y al presentarse en forma fragmentaria pierde mucho en
fuerza de persuasión. Recuerdo a este propósito una preciosa cita de Nicolás Gómez
Dávila: �A una Iglesia que no vuelve la espalda al mundo, éste le da la espalda�»47.
Nuestra acción al respecto no puede ser una pastoral sacramentalizante (demanda la
fe), ni humanista (no hay diferencia con cualquier otra oferta intelectual), ni claudicante
(que renuncie a su idiosincrasia) adaptándose a la modernidad; ni una pastoral que busque
caer simpática rebajando los presupuestos del costoso aprendizaje de milenios que
constituye la enseñanza de la Iglesia. Tales fórmulas podrían servir �aunque ni siquiera-
para conservar a los que ya están en la Iglesia, pero para los alejados son insuficientes y
engañosas.
Podría abrirse paso en el debate intelectual, pero los interlocutores del otro lado del
debate rechazan su aportación porque han decido, los que se llaman a sí mismos tolerantes,
ideológica y dogmáticamente, que no tiene nada que decirles. Por lo tanto no están abiertos
al diálogo. Evocan un �déjà vu� inapelable.
Para los que tenemos fe son evidentes las ventajas y la importancia social de la
forma de vida propuesta por el cristianismo y la Iglesia, pero son más radicales y eficaces �
a la hora de ser imitadas- las propuestas negativas, que no reconocen su necesidad, y que ni
siquiera están dispuestas a admitir los lastres y perjuicios48 que llevan aparejados las nuevas
normas de convivencia social, familiar, etc., alejadas de los principios morales católicos.
47 Entrevista a Robert SPAEMANN publicada en la revista Politische Studien, Hans Seidel Stiftung, Atwerb-Verlag KG, Heft 372, Jahrgang 51, Juli/August 2000, pp. 9-22. Las preguntas en nombre de Politische
Studien las formuló Burkhard Haneke, Director del Departamento de Prensa y de Publicidad de la Fundación Hans-Seidel. 48 Son múltiples los estudios que ponen en relación psicopatologías y conductas antisociales de todo tipo en el comportamiento juvenil con los fenómenos de padre ausente, familias monoparentales. Son relevantes estadísticamente en relación comparativa con las derivadas de familias estándar.
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Por tanto debemos depurar las visiones erróneas acerca de la misión de la iglesia,
que es lo que muchas veces ha alejado a los hombres de ella. Esto nos obliga a rescatar de
la lectura de la historia el papel de la Iglesia desde los primeros tiempos.
La historia de la Pasión es un paradigma de lo que en cada generación puede
repetirse con carácter universal. El centro de la vida del cristiano es la Pascua. El hombre es
el mismo en cualquier sitio, sufre por lo mismo, necesita ser querido para ser. Si no es
amado no se realiza, por eso todo lo que hace es buscar ser reconocido, estimado,
admirado, mediante sucedáneos del amor verdadero del que se siente despechado porque no
tuvo paciencia en escucharlo y aceptarlo. Sin embargo, el sucedáneo que ahora tiene no
acaba de colmarle en toda la profundidad que necesita. El hombre huye del sufrimiento,
como un instinto darviniano de supervivencia, pero no se da cuenta de que si no entra en él
nunca podrá experimentar lo que hay al otro lado, de misterioso y de esperanzador.
No hay nada nuevo: el hombre sigue siendo el mismo, las circunstancias parecen
distintas, pero las diferencias son cuantitativas no cualitativas. El mensaje de la cruz es
universal porque todo hombre sufre, y, por tanto, también lo que hay detrás de ella, porque
todo hombre busca agarrarse a la esperanza de que el sufrimiento no es la última palabra.
No obstante la predicación de la cruz no puede esconder la pretensión de seducir a
todo hombre. La Iglesia siempre ha sido un resto: muchos son los llamados pero pocos los
escogidos y sólo unos cuantos los que entran por la puerta estrecha. Además no es el
triunfo lo que persigue sino que cuenta con que el resultado sea la persecución. Siempre ha
sido perseguida �hasta por ella misma-, siempre se ha encontrado frente a los intentos de
convertirla en una creencia más o en una religión al estilo de las que vino a reasumir y
superar. Siempre se ha defendido frente a la manipulación o tergiversación del mensaje,
siempre dice lo que nadie quiere oír, y cuando no hemos hecho bien lo que teníamos que
hacer y hemos invertido el mensaje de la cruz dulcificándolo o amaestrándolo, se ha
repuesto de los escándalos que producimos los que decimos hablar en su nombre. La
profecía de que �las puertas del infierno no prevalecerán contra ella� es algo más que una
promesa poética.
La tarea es concreta: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los
otros. Que como yo os he amado, así os améis los unos a los otros. En esto conocerán los
demás que sois discípulos míos» (Jn 13, 34-35). ¿Y cómo se hace eso? Es fácil.
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Decía Juan Pablo II en el Monte del Gozo, en Santiago de Compostela:
«¿No estáis aquí para convenceros definitivamente que �ser grandes� quiere decir �servir�?
Pero este servicio no es ciertamente un servicio humanitario. Ni la comunidad de discípulos de Cristo
es una agencia de voluntariado y de ayuda social. Un servicio de esta índole quedaría reducido al
horizonte de �espíritu de este mundo�. ¡No! Se trata de mucho más. La radicalidad, la calidad y el
destino del servicio, al que somos llamados se encuentra en el misterio de la redención del hombre.
Porque hemos sido creados, hemos sido llamados, hemos sido destinados, ante todo y sobre todo, a
servir a Dios, a imagen y semejanza de Cristo que, como Señor de todo lo creado, centro del cosmos
y de la historia, manifestó su realeza mediante la obediencia hasta la muerte, habiendo sido
glorificado en la resurrección. El reino de Dios se realiza en este servicio, que es plenitud y medida
de todo servicio. No actúa en el criterio de los hombres mediante el poder, la fuerza y el dinero. Nos
pide a cada uno total disponibilidad de seguir a Cristo, el cual �no vino a ser servido sino a servir�.
Si de veras deseáis servir a vuestros hermanos, dejad que Cristo reine en vuestros corazones, que os
llene de todo su amor, que os lleve por el camino que conduce a la �condición del hombre perfecto�.
¡No tengáis miedo a ser santos! Esta es la libertad con la Cristo nos ha liberado (Gal 5,1). No como
la prometen con ilusión y engaño los poderes de este mundo: un autonomía total, una ruptura de toda
pertenencia en cuanto criaturas e hijos, una afirmación de autosuficiencia, que nos deja indefensos
ante nuestros límites y debilidades, solos en la cárcel de nuestros egoísmos, esclavos del �espíritu de
este mundo�, condenados a la �servidumbre de la corrupción� (Rom 8 21). ¡Sí!, es necesario conocer
bien qué dones te ha concedido Dios en Cristo, para saber darlo a los demás»
3.3.1 Hace falta una reeducación en la fe, profundizar o aquilatar el bautismo.
Transformar �desde dentro y hasta lo profundo de la raíz� (Evangelium 5untiandi,
19 y 20). Superar las imágenes que han reducido al cristianismo a una moral, o a un
intelectualismo, a una filosofía de vida, a una religión sacrificialista como lo son todas las
demás49.
La experiencia de la iglesia a lo largo de los años tiene que servirnos de algo. Es la
experiencia del erizo. La zorra sabe muchas cosas pero ninguna es relevante, todas son
igual de insignificantes. El erizo sólo una pero muy importante.
La frase de Dostoievski en El idiota, en boca del protagonista que es definido como
un cristiano verdadero es: la belleza salvará al mundo. Pero ¿de qué belleza habla?
Estamos en la época del minimalismo, de la fragmentación y descomposición de la figura,
49 Cf. René GIRARD, Los orígenes de la cultura, Ed. Trotta, Madrid, 2006.
32
de la destrucción del canon, en la que cualquier cosa que a uno le guste es arte. Esta oleada
de relativismo estético, que aboga por el �sobre gustos hay mucho escrito pero nada
definitivo�, no hace justicia al afán universal de constancias, de comunicación, de
experiencias estéticas compartidas. ¿Habrá una belleza que pueda ser aceptada por todo
hombre? Si bien es verdad que la belleza para el cristiano no es más que un �indicio�50, lo
contrario sería un ídolo, que tiene que remitir a un referente que vaya más allá del eros.
Amar al enemigo es el signo principal por el que se muestra una belleza al mundo
inédita. � el que presenta la belleza del amor en la dimensión de la cruz. Todo el mundo
entiende el amor, hasta los pervertidos que se engolfan en sus fetiches, todo el mundo
reconoce qué es ser escuchado o despreciado, todo el mundo sabe qué sería para él ser
amado, ser aceptado tal cual uno es, aunque sea un desecho humano.
Ese canon nos lo ofrece el Evangelio. Amar como se muestra en la cruz. La cruz es
un signo estético millones de veces representado, pero es algo más.
Un signo público universal del amor. Todo el que lo contempla en una casa, en un
hospital, en una clase tiene delante una respuesta a su sufrimiento51. Ahora bien no es sólo
un pensamiento, o un consuelo, no es una abstracción, es una invitación a la acción:
entregarse por todos, aunque no basta. Experimentar que otro se entrega sólo se puede
hacer con el cercano, lo demás es la acción de un idealista. Después aparece una dimensión
más de esta forma de amor: entregarse es algo inaudito, maravilloso, pero no agota las
posibilidades del amor, todavía hay algo más grande que darse a sí mismo: es dar lo que
uno ama con toda su alma. Eso lo que ejemplifica el AT en Abraham y el NT en Dios Padre
dando a su Hijo, a su único.
La iglesia refugium pecatorum expresa la gratuidad, el amor de Dios va en serio, no
es el fruto de un desiderátum o de un ejercicio literario. En ella tiene cabida todo hombre,
50 «Así es como lo estético en el mejor de los casos puede servir como indicio para lo cristiano [�] «ya en la vida de la naturaleza es Eros el lugar por excelencia de la belleza: lo que se ama �sea profunda o superficialmente � aparece siempre como algo espléndido; y objetivamente como conocimiento admirable no pasa a formar parte de los que perciben más que en la certidumbre de un Eros� Ambos polos, correspondientes entre sí, son superados en el campo de la revelación donde el logos de Dios, que desciende kenóticamente, se manifiesta a sí mismo como amor, como ágape y, por ello, como gloria» p. 53. Hans Urs Von BALTHASAR, Sólo el amor es digno de fe, ED. Sígueme, Salamanca 51 El judío Elías CANETTI dice: �no hay un solo perseguido [o sufriente], sea cual sea el motivo por el que sufra, que en alguna parte de su alma no se vea a sí mismo como Cristo� Canetti, E., Masa y poder, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, 2002, p. 606.
33
no es un club de selectos, de héroes, sino de todos los que sufren, de todos os hombres
débiles.
El sentido de la vida en comunidad es porque ésta constituye el cuerpo de Cristo y
éste es perfecto, tiene todos sus miembros puestos al servicio de cada uno. Miembros
vertebrados por la cabeza que es Cristo. La fe en solitario es un sinsentido, porque el amor
de Cristo no va referido a la familia, o no solo, sino al enemigo.
La historia personal tiene un sentido, una vocación. En un mundo biologiscista se
puede ver nuestro quehacer cómo la arbitrariedad laboriosa de una hormiga que vaga sin
sentido por la vida buscando cómo sobrevivir, pero desde el punto de vista de la fe todas
nuestras acciones son finalistas, somos responsables, tenemos una misión y un lenguaje que
nos comunica con la eternidad: la oración es la búsqueda de cuál sea la �voluntad de Dios�.
Para vivir así es imperiosa la necesidad de ser reeducados en la fe, de redescubrir el
bautismo. El cristiano nace del bautismo, pero la Iglesia nace en la Pascua de Cristo,
cuando Cristo �pasa� de este mundo a su Padre (Jn 13,1). Con Cristo que sale del sepulcro
y viene a ser �espíritu vivificante� (1 Cor 15, 45), surge una humanidad nueva (Ef 2, 125;
Gál 6, 15), una creación nueva� El cuerpo eclesial sólo es vivo si es el cuerpo de Cristo
resucitado (�despertado�, cf. Ef 5,14) y que derrama el Espíritu (Act 2, 33). Esta efusión del
Espíritu comienza ya el día de Pascua (Jn 20, 22).
3.3.2. La vida como acontecimiento pascual permanente.
La pascua es el centro de la vida de la comunidad: el ¡OH, feliz culpa! del Pregón
pascual, fue, personalmente, la llave de mi entrada a la iglesia.
Profundicemos un poco más en esto: el pecado descubierto en uno mismo produce
escándalo, es la causa del abandono de la iglesia o de no querer entrar en ella, pero es no
haber entendido el misterio. El hombre siempre espera de sí mismo ser querido, y cree que
ser querido es ofrecer a los otros la imagen de nosotros que creemos es la que les atraerá,
pero no es ahí, ni por eso, por lo que los hombres nos quieren. Insistimos una y otra vez,
sólo cuando estamos cansados de frustrarnos al no conseguirla, es cuando, resignados,
desistimos y sentimos que el amor no existe. No nos damos cuenta que los otros no quieren
lo que nosotros les mostramos de nosotros mismos; si nos quieren será en la verdad y si no
será una fantasía. El que nos quiere es porque ve y acepta nuestra debilidad, por eso el amor
34
de Dios nos sorprende con esta felix culpa que mereció tan gran redentor. El pecado que
habita en mí, sólo me escandaliza a mí, porque no pertenece a mi proyecto egolátrico, pero
para Él es la oportunidad de encontrarse conmigo. El prejuicio de que el pecado es
entendido como la mácula en la perfección, me llena de orgullo cuando lo descubro y me
aleja del amor de Dios, cuando es la condición de la verdadera humanidad, me lleva a la
humildad y al encuentro con Cristo: como Zaqueo yo también he sentido �hoy ha llegado la
salvación a esta casa�52.
3.3.3. María y la familia de 5azaret como paradigma de la Iglesia-comunidad.
Rescatar la imagen de María como imagen de la Iglesia debe ser el camino de esa
restauración53: ella fue la matriz de Cristo y es la matriz de todo cristiano. Ella guardaba
todo en su corazón, ella nos recibió como hijos adoptivos - �He ahí a tu hijo�-, ella es la
matriz de paredes interiores rugosas donde se puede anclar el feto del futuro cristiano.
María es la imagen de la reeducación bautismal que necesitamos para encontrar la belleza y
la riqueza que esconde este misterio: ella recibió el kerigma, ella gestó durante un tiempo al
niño en su seno sin comprometerle a nada, calladamente, dándole su alimento y ella le
educó en la familia de Nazaret, y ella estuvo a su lado en la prueba y en el momento
culmínante de toda vocación: enfrentarse a la persecución y a la cruz.
El hombre es un buscador de sentido, un creador de signos, vivimos de rituales y
liturgias; estaríamos todavía repitiendo lo mismo que los hombres primitivos si no
hubiéramos experimentado una evolución en la interpretación, en el escrutinio de los
signos, en la lectura de los acontecimientos. María54 es esa clave hermenéutica en la que la
Iglesia puede descubrir su esencia y su vocación, pues tiene todavía tiene mucho que decir
al respecto. La Iglesia es un memorial vivo del misterio pascual y el misterio pascual es la
reasunción de todos los rituales culturales de la humanidad. Pone en evidencia la inocencia
de las víctimas cuya sangre ha sido derramada en la historia del hombre sobre la tierra y 52 Lc, 19, 9-10 «Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abrahán, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». 53 J. RATZINGER-H.U. VON BALTHASAR, Maria prima Chiesa, Edizioni Paoline 1981. 54 La Redemptoris Mater de Juan Pablo II es genial en este sentido, porque va más allá de lo que hemos descubierto gracias al Concilio Vaticano II: está estructurada según el esquema conciliar, pero con una fuerte impronta bíblica. Presenta a María, en primer lugar, como el misterio de Cristo (7-24) después, la sitúa en el centro de la Iglesia en camino (25-37), para subrayar al final su mediación materna (38-50). La novedad respecto al Concilio está en la insistencia de su dimensión histórica: presenta a María en su itinerario de fe, destacando su carácter de �noche espiritual� y �kenosis�.
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que Cristo decidió mezclar con la suya y hacer suya en la Iglesia. Dar la vida es ese secreto
que María ha visto y encarna, silenciosa y discretamente, y por el que nos enseña a esperar,
porque Dios es �causa primera�, que lleva la historia. Todo se basa en un Acontecimiento
único: la cruz. No es una idea, no es concepto� interroga y demanda posicionarse. Así
como ella lo hizo y entendió todo lo que había guardado en su corazón sin entender, a la
Iglesia le espera el mismo destino: esperar (amar, guardar y al final entender) la
consumación de todas las cosas en la cruz de Cristo.
Cuando su hijo le dice desde la cruz: Mujer, ahí tienes a tu hijo, le estaba mostrando
a cada uno de nosotros55.
«Y si uno quiere conocer lo que es la Iglesia, que entre en ella»56.
55 «Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu
hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa (Jn 19, 26-27). 56 J. RATZINGER, Introducción al cristianismo, Cf. el Capt. La santa Iglesia Católica.