Post on 22-Mar-2016
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EL SUJETO
Trabajo en una tienda de disfraces y todos los días uso uno distinto para
hacer publicidad para el local. Es algo bastante divertido realmente. ¡Algunos
trajes son muy buenos! Y siempre le saco sonrisas a la gente por la calle,
reparto alegría, doy brillo. Yo… bueno está bien, no puedo mentir: La gente se
burla de mí ya que hago el ridículo diariamente pero ¡de verdad los hago reír!
Igualmente a mí me gusta ese trabajo, quiero decir ¡por lo menos tengo
trabajo! ¿Cuánta gente hay desempleada en el mundo? Yo me considero muy
afortunado; además tiene la peculiaridad de darle algo de extrañamiento a la
aburrida vida cotidiana.
Aunque me fascina y, por suerte, me llevo muy bien con mi vida, hay algo que
me amarga y por más que intenté una y mil veces poner sonrisas ante todo, se
me hace imposible no gruñir por eso.
Es un sujeto, un frío, notablemente amargado y, aunque odio admitirlo, apuesto
sujeto. Tiene una mirada muy profunda y pareciera no conocer las sonrisas.
Como podrán deducir, es muy difícil que alguien como él y alguien como yo nos
llevemos bien. Somos muy diferentes y dudo que un ser humano con las
características de mencionado sujeto tenga amigos.
Antes de empezar: no quiero que piensen que yo soy el que buscó el
conflicto, no, no, no, para nada. Realmente quería aclararlo porque luego
vienen las confusiones y los muy famosos: “Yo opino que…” Y ahí se desatan
una serie de prejuicios en cadena al estilo conventillo y… bueno, tengo que
controlarme; mis amigos siempre hacen bromas basándose en la facilidad que
tengo para irme por las ramas al hablar. Sí, lo sé, es algo divertido pero no es
Delirios
muy lindo que te llamen mono parlanchín, el Tarzán “mudo” o por otros apodos
realmente patéticos. En fin, iniciaré mi relato.
Todo comenzó una mañana de tantas, un día con nada fuera de lo normal. La
noche anterior había programado la alarma de mi reloj despertador para las
seis de la mañana, para luego levantarme a las seis y media. ¿Suena raro? Es
que de esa forma tengo tiempo de sobra para hacer “fiaca”, disfrutar de ese
placer tan lindo del descanso prohibido.
Esos minutos dan la sensación de que los disfrutás mucho más que diez horas
de sueño porque sabés que tendrías que estar haciendo otra cosa, no estar
metido en la cama.
Luego de gozar el descansito, me levanté y abrí de par en par los dos roperos
que tengo junto al espejo de pie perteneciente a mi bisabuela, para decidir qué
vestimenta usar ese día.
La mañana era muy primaveral, el sol brillaba en la ventana y se sentía el
dulce aroma de las flores de mi pequeño jardín. El ambiente era tan contagioso
que decidí vestirme con un disfraz temático pero no muy exagerado, un par de
colores claros con un fondo negro y algunos accesorios serían la perfección.
No es que sea un engreído ni nada por el estilo, pero realmente tengo gusto
para vestirme, la creatividad emana de mis manos a la hora de escoger la
ropa…en fin. Terminé de colocarme el disfraz y estaba muy satisfecho con las
ideas que había tenido en el momento de escogerlo.
Salí de mi casa apresuradamente y prácticamente volé a la oficina, era muy
tarde.
Por suerte llegué a tiempo y pude tomarme un café con medialunas antes de
comenzar mi jornada laboral. Todo marchaba con la normalidad monótona de
Delirios
todos los días; aproveché un momento en el que no había clientela y fui al
tocador.
Cuando crucé la puerta con el típico dibujo de la silueta masculina colgando,
fue cuando comenzó todo.
Al principio no me percaté de su presencia pero luego sí, y no pude dejar de
notarla. Fueron tres segundos, tres segundos que cambiaron el curso de mis
días, tres segundos en que nuestros ojos se cruzaron y pasé a odiar a ese
sujeto.
No puedo describir con exactitud cómo ocurrió ya que en el momento mi mente
estaba bloqueada por una oleada de odio interno, quería despedazarlo.
¿Cuál era el motivo de mi ira? Muy sencillo: se burlaba. El despreciable hombre
que tenía adelante en ese momento estaba haciendo una clara demostración
de degradación hacia mi persona. El muy infeliz se había vestido con un traje
ridículo, demasiado patético. Estaba lleno de flores secas, tenía puesto unos
zapatos gigantes como los de los payasos y llevaba el pelo como la almohada
se lo había dejado; ¡hasta se colocó lentes de contacto celestes para parecerse
más! Todo indicaba que hacía una muy mala imitación de mí, al parecer con el
fin de ofenderme. Lo miré por unos segundos directamente a los ojos y hasta
me dio gracia la expresión deprimente que tenía en su cara. El pobre hombre
intentaba sonreír pero se notaba una gran soledad en su mirada, un dolor
eterno. Di media vuelta y marché nuevamente a mi puesto de trabajo. Me
planteé la idea de que no tenía sentido hacerme mala sangre, ya que seguro
era alguien de visita y sería la única vez que tendría que ver ese ridículo rostro.
No fue así.
Delirios
A la mañana siguiente fui a mi trabajo y, ¿adivinen qué? Él estaba allí,
esperándome.
Estaba con un sombrero mexicano inmenso en tonos muy chillones, llevaba
unos pantalones rotosos y una camisa desteñida. De su hombro colgaba un
intento de poncho muy descuidado. No pude evitar el reír ante dicha imagen,
era demasiado. No me causó gracia el hecho de que él llevara puesta esa
ropa, sino que lo que me hacía largar carcajadas sin control era la idea de que
se había vestido así para intentar burlarse de mí. Pero realmente ni se
acercaba al elegante traje mexicano que yo llevaba puesto. Lo de él parecía
cosido por los tres ratones ciegos mientras que el mío estaba confeccionado
por mis expertas manos. Resolví ignorarlo nuevamente; por suerte soy un
hombre de paciencia.
Pero este episodio no se había repetido solamente unos dos o tres días, sino
que venía ocurriendo lo mismo hacía tiempo, alcanzando un mes desde su
inicio.
Todas las mañanas lo veía, llegué hasta el punto de no saber si seguía
soñando una horrible pesadilla o si ya había despertado y lo encontraba
nuevamente. Lo peor era que sus burlas eran cada vez más y más duras para
él. Se notaba que hacía un esfuerzo terrible por imitarme. Es decir, aunque sus
disfraces no mejoraban, aunque sea no empeoraban; pero se destacaba en su
cara que estaba harto aunque no quería parar, al parecer quería destruirme
emocionalmente pero no lo lograba, y eso lo frustraba; o tal vez sólo estaba
muy desconforme con su vida…sí, debía ser eso. Reconozco ese aire ausente
al caminar ya que muchos de mis compañeros lo tienen. El punto es que era
inaguantable, demasiado. Resolví enfrentarlo de una vez por todas.
Delirios
En el tocador de mi trabajo arreglé el encuentro. En realidad no fue un acuerdo
ya que nunca le planteé la idea a él, pero sabía que me seguía día y noche y
seguramente lo encontraría en donde yo fuera; y así ocurrió.
Estaba allí, observándome. Apenas divisé su cara se me cruzaron los mismos
pensamientos que tuve desde un principio respecto a él. Es un ser amargado,
infeliz, desconforme con el universo, sin amigos, seguramente su madre no se
acuerda de él y a nadie le importa en el mundo. Demasiado irritable porque por
más que su mirada expresaba todo eso él se empeñaba en sonreír con una
sonrisa realmente espantosa. Era algo inútil intentar disimular su triste agonía
sentimental ya que prácticamente tenía una remera que decía TENGO UNA
MALA VIDA, pero bueno, allá él.
Decidí no dar vueltas por lo cual lo miré fijamente y le dije que me tenía harto.
Le pregunté por qué estaba decidido a intentar ofenderme cuando lentamente
el que se ponía en ridículo era él, y le di un largo discurso sobre la paz, la
tolerancia y el respeto, el cual estaba seguro de que le llegaría.
¿Saben qué hizo el sujeto? Me miró, fue lo único. Pero esos profundos ojos
claramente enrojecidos por el odio provocaron en mí un maremoto de ira y
estoy convencido de que aunque me hubiera insultado en treinta idiomas,
nunca me habría enfadado tanto como con esa mirada. Era intolerable, algo
realmente infantil y desagradable.
¡Salí corriendo y gritando desaforadamente! Había estallado.
En los días que siguieron lo único que veía era al irritable hombre con su
sonrisa en sorna. Estaba por todos lados, en el trabajo, en la calle, en los
centros comerciales ¡hasta dentro de mi propia casa! Lo veía continuamente,
Delirios
realmente estaba enloqueciendo. Tenía visiones, fueron unos días muy
desagradables.
Pero llegó un momento en que no pude más con mi ánimo, ya no hacía más
que tomar, gritar y reír. Largas y largas carcajadas desesperadas salían de mi
boca, era muy intimidante pero no podía evitarlo.
Lo busqué directamente a él en lugar de ignorarlo, quería terminar con ese ser.
Así fue que el día de ayer mi persona fue manchada y lo hice yo mismo. Mi
imagen de señor alegre, feliz, agradecido por la vida fue degradada. Y no me
importó, sólo quería acabar con él.
Esa histórica mañana lo crucé en mi misma habitación, el muy osado había
pasado los límites del atrevimiento y decidió esperarme justo junto a mi armario
preferido: perfecto.
Me acerqué lentamente a mi adversario agazapado como las fieras cuando
están por cazar su alimento; mi expresión era igual de salvaje.
Cuando estuve exactamente a un paso me abalancé sobre él. Primero lo
empujé hacia el suelo y luego le di una fuerte patada. Mi rodilla derecha se
llenó de sangre. Lo golpeé una y mil veces con los ojos cerrados, realmente
estaba gozando el momento. Reía y reía sin parar mientras destruía uno a uno
los pedazos de ésa asquerosa persona. Era un momento de paz y consuelo,
ése que no tenía hacia casi un mes. Mi odio afloraba en cada golpe que le
propinaba y mi placer en las risas que volaban de mi boca. Fue fantástico.
Por fin terminé con el sujeto tan repulsivo que me atormentó por semanas y
semanas. Ese ser tan diferente a mí. Me atrevo a pensar que le hice un favor al
terminar con su triste existencia. Al fin y al cabo él me imitaba, no estaba
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conforme con su vida y quería proveerse de la mía, tan perfecta y brillante.
Pero no lo logró.
Con mis propias manos había acabado con esa sonrisa tan patética y con esa
mirada tan deprimente. Estoy seguro de que muchas personas me
agradecerán si algún día se enteran de que fui yo. Seguramente al principio no
lo creerán, no podrán aceptar la idea de que alguien tan feliz, solidario, amable;
alguien de quien emana la alegría notablemente, alguien con una vida perfecta
como yo podría pegarle y pegarle a alguien hasta terminar con su existencia.
Pero así fue y estoy orgulloso ya que seres así no se merecen la vida.
¿Es increíble cuan bajo ha caído el ser humano, no?
Es decir ¡intentó imitarme seguramente para reemplazarme! Es ridículo.
Por suerte he terminado con ese frío, amargado y desagradable ser. He
terminado el día de ayer con ese sujeto y tiré en distintas bolsas sus restos. Lo
rompí completamente.
Ahora que lo pienso, creo que tendré siete años de mala suerte.
Delirios