Post on 15-Apr-2018
Cervantes Valencia María José.
Fotografiando recuerdos
Era una tarde de octubre del año 1965, en Guadalajara. El clima se tornaba
perfecto, las hojas anunciaban el otoño. Matías, un joven apasionado por los
libros, el arte y la fotografía, probaba su nueva cámara fotográfica, una bonita y
pesada, aunque pequeña en comparación con las que estaban en el mercado.
Tenía un gran lente y un flash que podía deslumbrar a cualquiera. Era una Contax
Illa, una de las mejores cámaras de la época, novedosa y de alta calidad. Dicha
cámara había sido un regalo enviado a Matías por su abuelo paterno, don
Joaquín, un señor de edad avanzada que había quedado viudo hacía unos años y
que cada cierto tiempo enviaba cartas y regalos a su nieto y a sus padres.
Lamentablemente, el abuelo se encontraba en la Ciudad de México, por lo que la
distancia no hacía posible que se frecuentaran muy a menudo.
Los padres de Matías eran unos arquitectos bastante famosos que salían de
viaje continuamente y dejaban solo al muchacho. Esto a él no le molestaba,
entendía la profesión de sus papás y le emocionaba todo lo que ellos le contaban
acerca de sus viajes y sus travesías, de sus proyectos y de todo lo que tuviese
que ver con la arquitectura. Ellos habían estudiado en la Universidad de
Guadalajara, pero se habían conocido desde muy pequeños en la Ciudad de
México. Pasaron los años y tuvieron que separarse para por fin volverse a
encontrar en Guadalajara. Coincidieron no sóólo en el lugar de residencia, sino
también en la universidad y la carrera que estudiaroíann. Hasta eseese momento
habían formado una familia bonita, aunque un poco distante por su trabajo.
Mantenían comunicación con sus otros familiares en la ciudadsus otros familiares
en la ciudad, pero a veces Matías se sentía solo por esta ausencia de sus padres,
lo que lo hacía un chico bastante independiente. Una noche, Matías recibió una
llamada en la que le anunciaban la muerte de sus padres a consecuencia de un
accidente automovilístico que habían tenido en la carretera rumbo a
Aguascalientes. Esta noticia destrozóó a Matías, quien con tan sólo 18 años de
edad se había quedado solo.
El funeral de padres sus fue bastante triste; amigos y compañeros de trabajo
acompañaron al muchacho. Llegaban a la capilla y se quedaban dando sus
condolencias y preguntándole si tenía algún plan sobre qué haría de su vida.
Hubo quienes le ofrecieron que se quedara en su casa y prometieron que ellos
mismos se encargarían de su estancia y de lo que el chico pudiera necesitar. Éste
no daba respuesta alguna, sólo pedía que dieran tiempo para poder pensar con
claridad y pasar de la mejor manera posible el trago amargo por el que
atravesaba.
Después de unas horas, llegó su abuelo paterno desde la Ciudad de México.
Matías le había avisado de la situación por la que atravesaba y se trasladó lo más
rápido que pudo. Con lágrimas en los ojos y casi sin reconocerlo, Matías corrió a
sus brazos y le pidió que no lo abandonara. Para Don Joaquín esta pérdida era
muy dolorosa, pues el padre de Matías había sido el único hijo que había tenido.
Por lo que se prometió a sí mismo que le brindaría todo el apoyo y amor posible a
Matías, que lo protegería y que haría que alcanzará sus sueños, así como lo había
hecho con su hijo.
En ese momento, don Joaquín pidió a Matías que se fuera a vivir con él a la
Ciudad de México. Argumentó que vivir cerca de algún familiar le haría bien y
ayudaría a la recuperación y superación de su pérdida. El joven asintió de
inmediato y aunque no había convivido mucho con su abuelo, se le figuraba como
una persona con la que valía la pena platicar y, qué mejor, vivir. Don Joaquín se
regresó a la Ciudad de México para poder arreglar todo para la llegada de su nieto
y así darle a éste un poco de tiempo y espacio para que empacara y dejara todo
en orden.
Matías inició con la mudanza y con la recolección de sus pertenencias; sintió
cierta curiosidad de revisar las pertenencias de sus padres entre las cuales
encontró un pequeño baúl de madera que no tenía candado. Lo abrió y descubrió
cientos de cartas, flores secas y uno que otro boleto de cine de hacía unos
cuantos años atrás. Abrió algunas de las cartas y las leyó con mucho
detenimiento. En cada una se describía cómo sus papás se habían conocido,
cómo era la historia de amor que ellos habían construido, los lugares a los que
iban, en dónde se encontraban y la infinidad de sentimientos que despertaban el
uno por el otro. El joven quedó maravillado con todo lo que leyó; las descripciones
que sus padres hacían en las cartas era increíble. También se sintió atraído por la
Ciudad de México, pero en especial, se despertó en él un interés por saber acerca
del Palacio de Bellas Artes, lugar cuya construcción fue terminada en 1934, según
las cartas, y el cual había sido escenario de exposiciones de arte y varias obras de
teatro. En él sus papás se habían conocido y habían pasado momentos juntos
posteriormente. Debido a esto, decidió que de las primeras cosas que haría a su
llegada a la ciudad sería, sin duda alguna, visitar ese palacio.
Terminadas las maletas, guardó este pequeño baúl y lo llevó consigo. Viajó
hasta la central de autobuses y abordó el camión que lo llevaría a la Ciudad de
México. En el trayecto, la preocupación y el nerviosismo se apoderaron de él
porque dejaba toda una vida en Guadalajara, muchos recuerdos. Sus papás le
hacían mucha falta, pero sentía que al estar con su abuelo, de una u otra manera
tendría una parte de ellos consigo. Además, tendría el baúl que había encontrado
y la posibilidad de visitar los lugares que sus papás habían frecuentado.
El viaje fue largo y cansado. Matías estuvo tomando fotos de los paisajes que
iba observando por la ventana del autobús: montañas, bosques y formaciones
rocosas eran lo que se le iban presentando, además de uno que otro campo de
cultivo que estaba cerca de la carretera. Al llegar a la ciudad, su abuelo ya lo
esperaba en la estación de autobuses con una sonrisa esperanzadora y una
rebanada de pastel casero que el mismo don Joaquín había preparado, pues si
algo le había aprendido a su difunta esposa, era el hacer unos postres deliciosos.
En el trayecto hacia la casa de su abuelo, Matías no dudó en preguntarle sobre
sus padres. Le contó sobre el baúl que había encontrado y le dijo que había
sentido una especial curiosidad por conocer el Palacio de Bellas Artes, pues
quería comprobar si la belleza y majestuosidad con la que habían descrito el lugar
sus padres eran ciertoas.
–Ese lugar es hermoso, Matías–, respondió Don Joaquín. –Se ha conservado
sólido y magnífico desde su construcción en los primeros años del siglo XX. Lo
construyeron con el fin de que fuese el teatro de la Ciudad de México, que
albergara las obras de los pintores, muralistas y artistas más importantes del país.
Matías escuchaba atento.
–También lo pensaron como escenario de obras de teatro y conciertos que
ayudasen a la difusión de la cultura–, continuó, –pues aquellos habían sido
tiempos complicados en nuestra sociedad y las artes, así como la cultura, se
consideraban un buen método para amenizar la situación política y social que
atravesaba el país.
Don Joaquín prometió que le enseñaría algunas otras obras arquitectónicas de
suma importancia que se encontraban en el centro de la ciudad y que aunque no
estaban relatados en las cartas de sus padres, aunque sabía que ellos sí los
habían visitado.
Por fin, después de una larga charla, un café en el local favorito del abuelo y
una apacible caminata, Don Joaquín llevó a Matías a su casa, donde un grupo de
amigos del abuelo lo recibieron con mucho entusiasmo.
Don Joaquín ofreció a Matías la que había sido la recámara de su padre; una
habitación con una ventana muy grande que dejaba entrar la luz por la mañana y
tenía una vista hermosa hacia el centro de la ciudad. Ahí había fotos de su padre
cuando era pequeño, otras de la abuela de Matías, y afiches así como postales de
algunos edificios de la ciudad y del mundo. En el fondo del cuarto había una
pequeña caja en donde había recuerdos y más cartas de sus padres. Matías
decidió no revisarlas aún y sólo guardarlas junto con el resto de las otras misivas.
Acomodó su ropa, sus pertenencias y simplemente se dispuso a adaptarse a su
nueva habitación.
Había sido un largo día, una mudanza pesada y llena de sentimientos. En su
mesa de noche había una fotografía de sus papás, una lámpara que su abuelo le
había obsequiado y la cámara fotográfica. Decidió que era hora de descansar, de
dejar de pensar un rato en la situación por la que atravesaba. Dejó sobre la mesa
un libro que estaba por terminar, un par de cartas y se dejó llevar por el cansancio.
A la mañana siguiente, el joven despertó muy triste; la perdida había sido
bastante fuerte para él. Aunque la mayor parte del tiempo sus papás estaban
ausentes, al menos en ese entonces Matías sabía que ellos estaban bien, que en
algún momento del día llegarían y le darían buenas noticias, le contarían sobre
sus viajes o simplemente lo abrazarían. Eso se había acabado, sus padres ya no
estaban y tenía que asimilarlo poco a poco. Prendió la radio y se dispuso a seguir
desempacando y ordenando su nueva habitación. Colgó algunos cuadros con
fotos que tenía de él y sus padres, algunos bocetos y dibujos que él mismo había
hecho, así como un plano que su padre le había regalado representando a la
ciudad de México en los primeros años del siglo XX. Añadió varios recuerdos de
su antigua casa y algunos adornos que sus amigos y compañeros de escuela le
habían dado para que no se olvidase de ellos.
Se metió a bañar, se puso algo muy cómodo y al escuchar la voz de su abuelo
anunciando el desayuno, se dispuso a bajar a la cocina. Un par de huevos con
jamón, pan tostado, un vaso de jugo y un poco de café caliente fue lo que
desayunaron.
El abuelo era una persona con la que fácilmente se podía entablar una
conversación, era bastante elocuente y atento, divertido y con muchas historias
por contar. Después de desayunar, Matías se ofreció a lavar los platos que habían
ocupado y ordenó la mesa mientras su abuelo se alistaba para salir a impartir sus
clases gratuitas sobre arte contemporáneo, actividad que realizaba desde que se
había jubilado. El joven no se había percatado de que era martes y que las
obligaciones de su abuelo tenían que continuar.
Don Joaquín vivía solo. La casa en la que vivía había sido suya desde que el
papá de Matías era pequeño, así que contaba toda una historia. Estaba situada en
el centro de la ciudad, a unos veinte minutos a pie del Palacio de Bellas Artes. Era
grande y tenía varias habitaciones, con un estudio junto a la sala y un balcón que
permitía la entrada de mucha luz a dicha habitación. Estaba decorada al estilo
colonial, con alfombras y cuadros por todas partes, varias pinturas y algunos
reconocimientos del padre de Matías, así como su título universitario.
Matías se quedó solo y aprovechó para continuar instalándose en su
habitación. Esperaba que así llegara más pronto la tarde para esperar a su abuelo
y comer con él. Después de unas horas dieron las cuatro; el clima estaba muy
agradable, el viento soplaba y no hacía ni frio ni calor. Matías se paseaba por la
casa y sintió curiosidad de entrar al estudio. Ahí encontró muchas postales con la
imagen de Bellas Artes, así como cuadros pintados por alguien anónimo desde
diferentes ángulos y percepciones, libros y planos con información sobre el recinto
y algunos panfletos sobre exposiciones y diversas actividades que se habían
realizado en el lugar en aquellos años. El chico quedó maravillado, leyó todo con
sumo cuidado tratando de no desordenar nada para que su abuelo no se diese
cuenta de que había estado husmeando entre sus cosas.
Entre todo lo que encontró abrió un pequeño álbum, o lo que parecía uno, en el
que venían muchos panfletos sobre la edificación, y sobre una exposición en
particular. Hablaba sobre tres grandes artistas que habían pintado murales sobre
las paredes de dicho recinto y decía que al ser su aniversario, serian de las
principales atracciones de un evento por venir. Encontró también que su abuelo
había sido parte de ese proyecto para hacer que esos murales fueran la atracción
principal de la celebración. Él se entusiasmó mucho, estaba pensando en las
posibilidades que tendría de poder estar cerca de ese recinto y de entrar en él, de
vivir la experiencia de estar dentro de un lugar tan importante. El tiempo se le fue
de las manos y cuando menos lo esperaba, levantó la mirada para encontrar a su
abuelo mirándolo desde la puerta con cierta diversión y curiosidad. Aclaró un poco
la garganta y le dijo:
–¿Encontraste algo que te ayude a satisfacer tu curiosidad?
El chico contestó:
–Llegaste, abuelo. Perdón, es que yo estaba… lo sien… no quería… sólo estaba
aburrido. Pensé que aquí habría algo que me dijera más sobre la juventud de mi
papá, de verdad discúlpame.
El abuelo lo miró con ternura y sonrío. Luego, le pidió que le acercara el álbum
a la mesa además de todo aquello que le hubiera llamado la atención. Matías
asintió y agarró todo lo que le cupo en las manos. Se sentía un poco apenado por
la situación, pero su abuelo le daba cierta seguridad, una sensación que le hacía
recordar las tardes que había compartido con su padre.
Matías y don Joaquín se sentaron en la mesa a ver toda la información e
imágenes que el abuelo tenía sobre el Palacio. Le contó que había estado
trabajando un buen tiempo en aquel lugar, cuidando las colecciones especiales del
recinto y ayudando a la colocación de las exposiciones temporales. Le narró
algunas de sus experiencias, lo habló de los personajes importantes había podido
conocer gracias a su trabajo y explicó por qué había dejado de trabajar ahí.
Resulta que su abuelo había estado trabajando en el Palacio de Bellas Artes en
los años 50. Había tenido la oportunidad de conocer a los tres grandes muralistas;
David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera, así como a la
esposa de este último y a varios pintores de la época, además de a grandes
personalidades del ámbito artístico.
También le contó todo el trabajo que requería estar ahí, el esfuerzo y la
recompensa al final del día. Según el abuelo, era una tarea laboriosa el estar al
pendiente de luces, sonido y montaje de obras, pero lo que en particular les
llevaba tiempo era la protección y difusión del recinto, pues aunque el gobierno
daba dinero, a veces no era suficiente para el mantenimiento de dicho lugar, lo
que hacía difícil que las exposiciones llegaran al público y, más aún, se
mantuvieran. Por ello, no fue posible seguir con los proyectos del lugar, pues a
principios de los años 60, habían hecho un pequeño recorte de personal por falta
de presupuesto y él había sido uno de los que se habían visto forzados a dejar su
empleo, el cual, según contó, le gustaba y disfrutaba bastante, pues además de
que don Joaquín era amante del arte, gustaba de compartir con la juventud toda
esa nueva visión sobre el arte en la ciudad.
Don Joaquín notó que su nieto estaba bastante entusiasmado con la historia
que le estaba narrando, por lo que decidió que al día siguiente lo llevaría a primera
hora al Palacio y haría que viviera la experiencia de estar ahí.
Y así fue, a la mañana siguiente Matías se despertó desde muy temprano, cargó
con tres rollos y su cámara, una pequeña libreta para apuntar todo aquello que se
le hiciera curioso, lo guardó todo en una mochila y se sintió motivado para conocer
aquel lugar.
Caminaron por la calle de Madero, pues era la que los dejaba más cerca del
Palacio. Fueron recorriendo todo ese andador, admirando las casas antiguas y
con esa magia de la época virreinal. Pasaron por la que fuese la casa de Agustín
de Iturbide, por la iglesia de la Profesa, y por otros tantos lugares que dejaban ver
la riqueza arquitectónica que el centro de la ciudad tenía.
Llegaron a Bellas Artes, y el chico quedó maravillado con lo que vio.
–Este palacio blanco está hecho de mármol– explicó Don Joaquín. –Su
arquitectura es muy estilo art nouveau, aunque las esculturas de ángeles y
columnas que ves, combinan diversos estilos arquitectónicos.
–¿Esas cuatro figuras de ahí son pegasos? –preguntó Matías.
–Sí, los hizo Agustín Querol y los trajo el arquitecto que diseñó Bellas Artes, el
señor Adamo Boari.
Realmente era muy bello ese lugar, impresionaba lo blanco que era; tanto así, que
el resplandor reflejaba la luz del sol y lo hacía un lugar muy bello y lleno de vida.
En la parte superior, la cúpula color naranja y amarillo hacía que el blanco del
mármol resaltara aún más, que ese resplandor fuera más fuerte y todo ello
incrementara la belleza natural del Palacio.
Al recordar las cartas de sus padres, Matías sintió una ternura y un amor increíble.
En ellas sus padres relataban que se habían conocido desde la infancia al estar
contemplando el paisaje maravilloso del Palcio. Un día, según las cartas, un
fotógrafo del lugar había ofrecido a todos los niños que estuviesen en la zona la
oportunidad de salir en una foto conmemorativa. Tanto su madre como su padre,
que vivían en la misma cuadra, no habían dudado en ponerse sus mejores
prendas de vestir y correr hacía el Palacio a la hora indicada. Entre la multitud
habían quedado juntos, lo cual los había empujado a conversar y descubrir que
sus gustos eran bastante parecidos. Posterior a ello compartían tardes de risas y
juegos juntos. Así había sido por varios años hasta que ella había tenido que
marcharse, aunque la comunicación mediante cartas y llamadas continuó.. Las
cartas decían que eran muy unidos, que se habían convertido en muy buenos
amigos pero que lamentablemente ella se había tenido que ausentar por un
tiempo. Debido a ello, habían perdido comunicación por un par de años. Había
cartas que no se habían mandado. Matías supuso que su padre las había escrito,
pero al no saber dónde se encontraba su madre, no había podido enviarlas.
Ahí, frente a Bellas Artes, Matías veía a la gente pasar, seguir con su vida y no
decir nada ni detenerse a observar lo que tenían frente a sus ojos. Esa belleza
estaba situada en un lugar muy concurrido por la población mexicana, la cual
diariamente paseaba en sus automóviles, de aquí para allá, caminando y
siguiendo con su vida mientras el inmueble era escenario de múltiples escenas,
románticas y de desamor, de risas y de diversión, de culto y de emoción.
Don Joaquín observó a su nieto con tanta curiosidad que no pudo resistirse a
preguntarle qué le pasaba.
–¿Qué sientes? –preguntó. –¿Qué piensas?
El joven lo miró con lágrimas en los ojos y con la voz entrecortada le respondió:
–Aquí se conocieron. Este lugar fue testigo del amor de mis padres.
A don Joaquín se le hizo un nudo en la garganta. Su nieto estaba en aquel lugar
con él, un lugar que era significativo para ambos y que haría que ese momento
quedara en sus memorias para siempre.
Se quedaron ahí un par de minutos, viéndose el uno al otro cómo si la conexión
entre ambos de verdad fuera hacia un mismo pensamiento. Luego, el chico movió
la cabeza, miró de nuevo hacia donde estaba Bellas Artes y casi sin voz dijo a su
abuelo:
–¿Cómo puede pasar inadvertido este lugar? –preguntó sorprendido. –No es algo
común, deberíamos hacer algo al respecto, abuelo. Aquí se conocieron, aquí
vivieron momentos juntos y no creo que sea una historia exclusiva de ellos.
¿Cuántas personas no se han enamorado aquí? ¡Decenas! Rescatemos eso,
rescatemos su historia, las historias, unámoslas con el lugar, con su belleza y
majestuosidad. Que no se olvide.
Matías tomó la mayor cantidad de fotos que pudo hasta que sus rollos se
acabaron. Tomó cuanta fotografía pudo, desde distintos ángulos, e incluso tuvo la
oportunidad de subir a uno de los edificios aledaños a Bellas Artes y tomar fotos
desde arriba, donde la cúpula naranja se veía con más detalle. Tomó fotos en las
que posó su abuelo y en las que aprovechó que alguno que otro niño que se
cruzaba por su camino. Le dio buen uso a la cámara que su abuelo le había
regalado meses atrás.
El abuelo asintió ideando un plan para llevar a cabo la propuesta de su nieto y le
propuso regresar a casa. El chico siguió al abuelo por la calle de Madero, pasando
nuevamente por el Palacio de Iturbide. Llegando a la esquina de la casa del
abuelo, había un pequeño local donde vendían café. El abuelo le pidió a Matías
que entrase y que lo esperara ahí, que ordenara un par de bebidas para ambos y
unos churros con canela, y mientras, él iría por unos papeles que quería mostrarle.
El abuelo fue lo más rápido que pudo al estudio de su departamento, tomó un par
de folders llenos de fotos y mapas, una pequeña mochila, y volvió al café. Matías
lo estaba esperando con los dos cafés y un par de churros con canela y azúcar,
impaciente por escuchar lo que su abuelo quería decirle.
Don Joaquín abrió la mochila y sacó algunas cartas y una caja de cristal, la cual
contenía una pequeña réplica de Bellas Artes y sus alrededores. Le pidió a Matías
que extendiera la mano y colocó sobre ella aquella pieza.
–Guárdala bien, Matías. Es un regalo de bienvenida a la ciudad y sé que sabrás
darle buen uso.
Después, tomo los planos que tenía así como unas fotos y acuarelas muy
antiguas, se las mostró a su nieto y le contó algo que él no se esperaba: Don
Joaquín, además de trabajar en Bellas Artes, había sido colaborador de varias
exposiciones, curador y supervisor de ellas. Al ver que la gente estaba perdiendo
el gusto por ir a ese museo había decidido organizar una pequeña junta que viera
como cómo se podíaa atraer más público y visitantes, así que hicieron diversas
encuestas entre la población sobre los temas que les gustaría ver o que se les
harían interesantes. Con las respuestas que iban obteniendo armaron un plan que
incluía visitas guiadas e interacción directa con las obras que se presentaban,
dinamismo y vanguardia en la colocación de las piezas y las exposiciones en
general. Don Joaquín había sido parte de ese proyecto ambicioso que sabían
daría frutos sólo a futuro.
Matías, maravillado por lo que estaba escuchando, pidió a su abuelo que le
explicara cada detalle, pero al preguntarle si el proyecto había funcionado, a Don
Joaquín le cambio el semblante. Se puso algo melancólico, bajó la cabeza y muy
despacio, sin levantar la voz dijo:
–Lamentablemente jamás se realizó, no había dinero para inversiones así y
mucho menos si se trataba de arte.
Matías se quedó sin palabras, su abuelo tenía un semblante muy triste, cabizbajo
y sin palabras. El chico pagó los cafés, recogió las cosas de su abuelo y partieron
juntos rumbo a casa, donde más tarde volvió a sacar el tema del proyecto
inconcluso.
Don Joaquín le explicó a su nieto que la situación del país era complicada, que se
habían hecho varios recortes a ciertas áreas y que el arte y la cultura habían sido
víctimas de dichos recortes. También le contó que debido a esto hubía habido un
recorte de personal y a él lo habían despedido del museo, quedando así sólo el
recuerdo de las vivencias y momentos ocurridos en Bellas Artes. Le contó que él
estaba muy entusiasmado con el proyecto, que todos tenían sus esperanzas en él,
pero que así como él, otros tantos habían quedado decepcionados de la decisión
de los gestores y habían tomado caminos diferentes.
Al caer la noche, Don Joaquín se limpió una lagrima que corría por su mejilla, se
despidió de su nieto y partió a su recamara a descansar. El día había estado lleno
de sentimientos y recuerdos, pero él solo quería recostarse y dormir.
A la mañana siguiente, el abuelo se fue muy temprano a continuar sus actividades
dejando a Matías solo. Al despertar, Matías se preparó el desayuno y se fue de
inmediato al estudio de su abuelo. Algo en él intuía que había más información
sobre lo narrado la tarde anterior y que ésta le sería de mucha ayuda. El joven ya
no sólo quería saber la historia del lugar donde se conocieron sus padres, sino
también quería ayudar a su abuelo a cumplir el propósito de años atrás, ver al
museo como el gran Palacio que era, con sus exposiciones y sus obras al por
mayor, en todo su esplendor.
Buscó tratando de no desacomodar nada; quería que fuese una sorpresa para su
abuelo. Quería que éste se sintiera orgulloso de lo que el joven había hecho y
logrado. Lo quería ver feliz, satisfecho por cumplir su cometido.
Entre tantos papeles encontró una pequeña libreta con el nombre y la dirección de
cada persona que había participado en el proyecto. Había decenas de nombres y
teléfono, así que. al muchacho se le ocurrió buscar a las personas que estaban en
la libreta, investigar qué había sido de ellos y ver si sus direcciones correspondían
aún.
Él estaba muy emocionado, su hallazgo era algo bueno y quería convertirlo en un
bien para su abuelo. Tomó su cámara, una libreta y las llaves de la casa, se puso
su chaqueta café y emprendió el camino a Bellas Artes, buscando a quién dirigirse
y preguntarle sobre los proyectos del lugar.
Encontró a un señor llamado Eduardo, quien después de hacerlo esperar unos
minutos, lo atendió y le dio información acerca del lugar y de las colecciones
permanentes que estaban ahí. Matías le preguntó si el proyecto de difusión que su
abuelo y un grupo de personas había quedado registrado o si se tenía algún
antecedente de haberse realizado. Eduardo le contestó que no, que se había
quedado en proyecto inconcluso pero que a la fecha le parecía muy valioso
rescatarlo ya que aún se tenía el problema de difundir lo que significaba Bellas
Artes y lo que representaba para el país.
–Es un museo de arte–, señaló Eduardo–, el primero en el país, con obras que
van del siglo XVI al siglo XX. Este lugar cuenta historia por sí solo, pero además
es escenario de historias dentro y fuera de él.
Matías le contó la historia de sus padres. También mencionó que su abuelo había
sido partícipe de la idea del proyecto que se quería hacer, de la difusión del recinto
que merecía continuar de pie.
A Eduardo le pareció una idea fabulosa, así que quedaron en reunirse días
después porque Matías tenía que llegar a casa antes de que su abuelo regresara
de trabajar. Así, el muchacho agarró sus cosas y partió rumbo a casa, pensando lo
que quizá podría lograr y la felicidad que esto causaría en su abuelo.
Llegando a casa, don Joaquín aún no llegaba. Matías preparó algo de comer para
ambos, y decidió esperarlo para poder investigar más sobre el proyecto. El abuelo
llegó muy cansado, probó poco su comida y decidió irse a descansar. Se notaba
fatigado y triste. Matías prefirió no preguntarle, así que siguiendo los pasos de su
abuelo, fue a su recamara y se recostó, pensando en el día pesado que había
tenido y en lo que le esperaba al día siguiente. Pretendía ponerse en contacto con
la mayor parte de las personas que estaban en aquella libreta, deseando que aún
vivieran, y mejor aún, que estuviesen interesados en levantar de nuevo el
proyecto. Entre pensamientos y divagaciones, Matías se quedó dormido.
A la mañana siguiente, al verse de nuevo solo, se dispuso a marcar algunos de los
teléfonos que estaban en la libreta. En algunos casos tuvo éxito; en otros,
lamentablemente las personas ya habían fallecido o simplemente no tenían
interés. Después de un rato de algunas llamadas, visitas y platicas, logró reunir a
cinco amigos de su abuelo y a dos amigas. Cada uno le contó su interés por volver
al proyecto y le dieron su total apoyo para ir y hablar con Eduardo, planteándole la
posibilidad de retomar lo ya planeado.
Matías y las siete personas, se reunieron en las afueras de Bellas Artes, querían
hablar con Eduardo y exponerle sus ideas. Pasaron a su oficina y cada uno
expuso el motivo por el cual le gustaría regresar a trabajar y colaborar con el
mencionó la importancia que el inmueble había tenido en sus vidas tanto
profesionales como laborales.
Con tanto trabajo, Matías olvidó la hora que era, así que dejando a todos en la
oficina, corrió a casa de su abuelo, abrió la puerta a toda prisa y lo encontró en la
sala de la casa, sentado mirando hacia la pared. Matías entró y le preguntó si
tenía mucho tiempo esperándolo.
–¿En dónde te habías metido, Matías? No es posible que no dejes una nota para
avisar dónde estarás–, le dijo. No vuelvas a hacer eso, me angustié.
–Lo siento, abuelo, pero quisiera que vinieras conmigo. Te tengo preparada una
sorpresa.
Don Joaquín, un poco dudoso, lo siguió hasta Bellas Artes. Entrando a la oficina
pudo reconocer a las personas que estaban ahí, a sus amigos y compañeros de
trabajo reunidos, todos por un mismo propósito: el de rescatar la fama y crear
conciencia de la importancia de las visitas a Bellas Artes y de la conservación de
dicho lugar. Eduardo, junto con otros integrantes del comité representativo del
museo, después de escuchar cada historia y de empaparse del entusiasmo de
estos señores, decidió reinstituir el proyecto que se había abandonado, y darles
todo el apoyo posible para que se lograra. Hubo quienes se opusieron a que se
empleara de nuevo a dichas personas, e incluso a que el proyecto se retomara
tomando parte del presupuesto.
Aunque tuvieron algunas dificultades con las autoridades, al paso de unos meses
les llegó la noticia de que el proyecto por fin había sido aprobado, y de que las
personas que habían sido despedidas volverían a sus funciones y serían parte del
proyecto de rescate de Bellas Artes. En él, querían lograr que las nuevas
generaciones tomaran conciencia sobre la importancia de preservar los recintos
que brindan cultura y que representan escaparates de la realidad. El proyecto
pretendía promover la idea de que esos espacios tienen riqueza en contenidos,
cuentan historias, y guardan piezas de gran importancia histórica. El proyecto ya
era un hecho, todos estaban avisados y maravillados con la noticia.
Matías y su abuelo estaban felices. El cometido del muchacho se había logrado, y
aunque había sido un poco complicado había valido la pena todo esfuerzo. La
difusión de este recinto se llevaría a cabo, todo estaría en orden y la satisfacción
de saber que el Palacio podría ser visitado y contemplado por todos los
ciudadanos de una metrópoli tan grande como lo es la Ciudad de México, era algo
maravilloso.
Matías estaba muy feliz, al igual que su abuelo, y aunque sabía que faltaba
camino por recorrer, también sabía y tenía muy presente que lo harían juntos, en
memoria de sus padres y de todas aquellas personas que habían tenido como
escenario de sus encuentros e historias, a este majestuoso lugar. No sólo
recordaría a sus padres, no sólo se involucraría en un proyecto de gran magnitud,
sino que también ocuparía sus dotes de fotógrafo para ser él quien llevase a cabo
la difusión de imágenes por toda la ciudad. La cámara que su abuelo le había
regalado significaba mucho para Matías, pues las primeras imágenes que había
tomado con ella, serían ocupadas en la campaña de divulgación del inmueble
además de añadir unas nuevas tomas que le habían encargado, pues todos
habían quedado maravillados con las imágenes tomadas por el muchacho.
Al cabo de unos años, Matías, al lado de su abuelo y del grupo de personas
llamado muy graciosamente e incluso sarcástica, “los del siglo pasado”, lograron
darle difusión a Bellas Artes, y consiquieron que la gente se acercara más a la
cultura y las artes, dejando así un gran legado para la ciudad.