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PRO-DROMO1
I. EPÍLOGO
En el tiempo transcurrido entre la redacción de nuestro ensayo, su premiación y posterior edición para
la imprenta, nuestra posición original y presentada en el mismo ha sufrido una dramática evolución.
Habiendo sido impactados por las conclusiones geoestratégicas propuestas por Jaime
Mendoza en, El factor geográfico en la nacionalidad boliviana y El Macizo Boliviano, emprendimos la morosa
pero inexcusable faena teórica de acceder a la totalidad de su obra2 para mejor comprenderlo.
En ese marco, el ensayo que ustedes tienen entre sus manos carece de una perspectiva global
de la obra de Jaime Mendoza la cual es el límite de nuestra crítica epistémica ya que pronto descubrimos
en la lectura de los libros, El Mar del Sur y La Ruta Atlántica ambos publicados después de 1925, fecha
en la cual Mendoza lanza sus postulados geográficos pero con sentido geopolítico en su obra El factor
geográfico en la nacionalidad boliviana, que su propuesta geo-política-estratégica tiene en estos dos libros
posteriores su correspondiente filosofía de la historia; filosofía de la historia en el sentido clásico:
como ciencia política integral; lo cual aclara pero también complejiza su determinista propuesta
original. En cambio, en El Macizo Boliviano, publicado en 1935, Mendoza da por supuesto ideas
desarrolladas con anterioridad. Por tanto, en nuestro parecer, la clave para entender el pensamiento
geopolítico mendocino consiste en una lectura de cinco obras en orden cronológico: El factor geográfico
1 “si la materia es complicada por sus ramificaciones, o por la inconexión aparente de los conceptos que la componen, el discurso preliminar es un Pródromo, esto es, un Escrito Precursor, que anuncia el principal, y en calidad de tal, debe presentar el cuadro completo de la idea.” Rodríguez, Simón. (1828) 1990. Sociedades Americanas. Biblioteca Ayacucho: Venezuela. p. 8
2 La obra histórica consultada es la siguiente: 1924. Figuras del pasado. Gregorio Pacheco. Soc. Imp. y Lit. Universo: Santiago; 1924b. Homenaje al centenario de Ayacucho. Imp. «Bolívar»: Sucre; (1925) 2016. El factor geográfico en la nacionalidad boliviana. Biblioteca del Bicentenario de Bolivia: La Paz. 2° ed.; 1926. El Mar del Sur. Imprenta “Bolívar”: Sucre; 1927. La Ruta Atlántica. Imp. «Bolívar»: Sucre; 1933. La tesis Andinista. Bolivia y el Paraguay. Ensayo. Sucre: Imp. Bolívar; 1933b. La Tragedia del Chaco. Estudio. Imprenta y Litografía Salesiana: Sucre; (1935) 2016. El macizo boliviano. Biblioteca del Bicentenario de Bolivia: La Paz. 2° ed.; 1937. El Chaco en los albores de la Conquista. Imprenta salesiana: Sucre; 1938; 1939. Chuquisaca. Editorial Charcas: Sucre. Por otro lado, la faceta más ‘literaria’ resulta fundamental para comprender sus intenciones y motivaciones más profundas. Esta faceta aparece a veces entreverada entre otras dedicadas al estudio histórico, geográfico e incluso médico, razón por la cual los siguientes libros pueden ser considerados apenas como ejemplares «ideales»: (1911) 1980. En las tierras del Potosí. Librería Editorial Juventud: La Paz; 1916. Los malos pensamientos. Imprenta “Bolívar”: Sucre; 1917. Páginas bárbaras. 2 vol. Arnó Hnos: La Paz; 1918. Memorias de un estudiante. Tipografía Ligera de Wáyar Hermanos: Sucre; 1926b. Oruro. Poema. Imprenta “Bolívar”: Sucre; 1928. Los héroes anónimos. Editorial López: Cochabamba/La Paz; 1936. Apuntes de un médico. Ensayos y semblanzas. Escuela tipográfica salesiana: Sucre; 1936b. El lago enigmático. Novela. Editorial “Charcas”: Sucre; 1938. Homenaje a la Universidad de Chuquisaca en el CCCXIV aniversario de su fundación. Editorial Charcas: Sucre
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en la nacionalidad boliviana (1925) - El Mar del Sur (1926) - La Ruta Atlántica (1927) - La tesis Andinista.
Bolivia y el Paraguay (1933) - El Macizo Boliviano (1935).
Esto es, una aproximación directa a la obra de 1925 realizando un salto directo hasta la
publicada en 1935 no es una forma correcta de acceder, ni de comprender, ni de presentar la esencia
geopolítica de su pensamiento. No es metodológicamente acertado presentar el preludio y, de
inmediato, las conclusiones sin haber siquiera tocado el desarrollo y despliegue del contenido. En ese
marco, al igual que El Macizo Andino, su obra, La tesis Andinista. Bolivia y el Paraguay, es una síntesis de
ideas anteriormente presentadas. Valga esto para posteriores ediciones de su obra.
Por ello, el énfasis que Mendoza pone en el “fin trascendental” que se deriva del imperativo
geográfico, de su “tesis andinista” en El factor geográfico… nos resultó chocante por su craso
materialismo cosmológico, propio del principio metodológico de la geopolítica clásica que apelaba a
la existencia humana determinada radicalmente por la localización geográfica de un Estado, pueblo o
cultura.
En sus obras posteriores, sin embargo, Mendoza es menos determinista y más abierto a la
contingencia, a la voluntad por sobre la necesidad. En algún momento, incluso, propone la existencia
de una “tesis orientalista”3 que no desarrolla tanto como nos hubiese gustado pero que en nuestro
criterio es mucho menos determinista y pertinente para la Bolivia de hoy que su original “tesis
andinista”. La “tesis orientalista” consiste en “Dar las espaldas al Pacífico”.
Por último, el acceso apresurado a la esencia del pensamiento mendocino nos llevó a
interpretar su propuesta de hacer de Bolivia una especie de corredor económico como definitiva
cuando, en verdad, tal propuesta es funcional a otras más esenciales. Es más, Mendoza propone un
orden de prioridades que lo diferencia profundamente de Julio Méndez4 y Alberto Ostria Gutiérrez5
que optan por hacer de Bolivia una especie de buffer country. Mientras que ellos asumen la factibilidad
del proyecto histórico boliviano como una producción del espacio desde afuera hacia adentro,
Mendoza defiende tal producción en función de la construcción del poder nacional desde adentro
hacia afuera y, de paso, sostiene una herejía que no aparece en el pensamiento señorial de los dos
3 Cfr. La tesis Andinista. Bolivia y el Paraguay. 1933. Ensayo. Sucre: Imp. Bolívar. p. 78, 96 pero, además: La Ruta Atlántica. 1927. Imp. «Bolívar» p. 278-280, 295, 298
4 Cfr. Méndez, Julio. 1874. Realidad del equilibrio hispano-americano y la necesidad de la neutralización perpetua de Bolivia. Primera parte. Atacama y el Chaco. Impr. La Patria: Lima; también La secesión de Bolivia, o su unión federal con el Perú: (dos manifiestos y un brindis del autor). 1880. Impr. El Ciudadano: La Paz
5 Cfr. Ostria Gutiérrez, Alberto. 1946. Una obra y un destino. La política internacional de Bolivia después de la Guerra del Chaco. Editorial Ayacucho: Buenos Aires.
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anteriormente nombrados: el indio como factor de poder. Mendoza, en ese sentido, es un pensador
antiimperialista y decolonial avant la letre.
II. PRÓLOGO Y CONTEXTO
Este ensayo se dedica a la memoria de Jaime Mendoza y a todos(as) aquellos(as) que al igual que él
sintió, ahora sienten en su corazón la ira del fuego sagrado que arde día y noche. Se dirige a todos(as)
aquellos(as) que se sienten realmente incomodos e indignados con el estado actual de las cosas en el
cual estamos sometidos, primero, por un país hermano a ser mediterráneos, segundo, por el yanqui
que nos invade, nos sanciona y nos inocula su dominación cultural hasta el punto de hacernos creer
que no tenemos otra alternativa. Pero sí tenemos no una sino varias alternativas:
Nuestra América, el Abya Yala, la Patria Grande, CELAC.
No se trata, entonces, de no contar con alternativas sino de tener fé en nosotros mismos.
Se trata de desempolvar una tradición de pensamiento geopolítico-internacionalista boliviana que es
necesario estudiar, esto es, considerar críticamente los orígenes y las funciones metodológicas de las
categorías fundantes.
Desde la caída del imperio británico luego de la Segunda Guerra Mundial y el ascenso de su
respectivo acólito de sangre, los Estados Unidos de Norteamérica, no hemos vuelto a experimentar
una situación en la cual sea posible posicionarnos favorablemente en el sistema internacional. Pero en
el presente tal situación está aconteciendo. Crisis climática, decadencia del imperio estadounidense,
posible retorno de una carrera armamentística entre las grandes potencias, depresión económica, la
inteligencia artificial y la biotecnología al servicio de la dominación. El modelo civilizatorio que
Occidente intentó imponer definitivamente al mundo mediante la globalización neoliberal está caduco
y las reacciones ante ese vacío no se dejan esperar. Rusia resurge de sus cenizas y vuelve a ser un global
player por la fuerza de las armas junto a China que luego de una corta siesta anuncia sus intenciones
de ser una vez más el centro del mundo, primero por la pujanza económica, después... ¿por la
hegemonía que garantiza la inteligencia artificial? Irán desafía en el Medio Oriente a la entidad sionista
y a Arabia Saudita, quizás el país más totalitario del mundo y, de ese modo, a la dominación de Estados
Unidos en la región. La India es un elefante dormido que también comienza a despertar luego de su
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narcótico sueño colonial y que exigirá sin duda el dominio de su propio mar: el mar Índico. Más al
norte, Turquía todavía recuerda sus últimos días imperiales de gloria… ¡y quiere volver a vivirlos!
Nosotros, enanos geopolíticos, sufrimos unos más que otros las luchas de estos gigantes. Ya
no hacemos la historia, sino que la padecemos. Venezuela en estado de excepción permanente. Cuba
sitiada desde hace décadas. Resurgen fascismos y modelos político-económicos neoliberales que
seducen mediante un discurso que promete recuperar las certezas ontológicas de un sistema
internacional que hasta hace pocos años atrás tenía su centro y sentido en la hegemonía unipolar de
Estados Unidos. He ahí a Bolsonaro y a Macri. Entonces…
¿Qué hacer para no padecer más la historia?
Se pueden hacer muchas cosas, pero la experiencia de esta última década, de la pasada “Primavera
Política”, nos muestra que no basta la voluntad ni los oportunos análisis de coyuntura; es necesario
tener claras las ideas, producir nuevos sistemas, tener, al fin, una utopía factible que nos oriente ante
la decadencia de Estados Unidos, la Modernidad y la crisis climática. No podemos crear lo nuevo si
antes no lo imaginamos. Si bien es cierto que no debemos hacer lo que no se puede es también cierto
que solo sabremos lo que se puede hacer si tenemos una idea sobre el futuro. Y las ideas sobre el
futuro son planteadas desde un presente que tiene conciencia de su pasado. Para ello es necesario
tornar la vista hacia los orígenes y emprender una reflexión metodológica que nos permita comprender
cuales son los horizontes de posibilidades que se desprenden de una comprensión crítica de los
fundamentos que para nosotros no pueden sino provenir de una tradición de pensamiento propia que
debemos comenzar a desempolvar. De ahí se infiere:
Principio categórico de las ciencias sociales de-coloniales:
el retorno a nuestros clásicos.
La tradición clásica de la geopolítica boliviana comienza con el pensamiento de Huamán Poma de
Ayala.6 La expresión práctica de esa propuesta tiene su actant tanto en Túpac Amaru como en Túpac
Katari. El segundo momento corresponde al pensamiento bolivariano y su concreción en el proyecto
6 Cfr. Guaman Poma de Ayala, Felipe. 1980. Tomo I y II. Biblioteca Ayacucho: Venezuela.
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de Confederación Perú-Boliviana de Andrés de Santa Cruz Calahumana.7 Ante el fracaso del proyecto
de Santa Cruz y la amenaza de invasión chilena al Litoral, Julio Méndez8 propondrá la neutralidad
como doctrina de política exterior y, después de la Guerra del Pacífico, la posible anexión de Bolivia
al Perú (lo mismo que sostendrá más tarde D’Avis9 en los años 20 del siglo pasado); Jaime Mendoza,
en cambio, recogerá las frustraciones geopolíticas acumuladas hasta el momento y desarrollará, por
primera vez, un pensamiento geopolítico y geoestratégico que contradiciendo a sus antecesores, no
contempla ni la anexión al Perú ni la necesidad de hacer de Bolivia una especie de buffer country que
absorba los políticas externas de sus vecinos, sino que sostendrá la “Tesis Andinista” como principio
metodológico y la necesidad de hacernos “fuertes” y la “unidad”; además serán de gran importancia
las mediaciones viales para la integración interna del país; habiendo perdido gran parte del territorio
nacional en la Guerra del Chaco, Alberto Saavedra Ostria10 (y Fernando Guachalla11) con su doctrina
de “Bolivia, país de contactos” buscará sacar a Bolivia de su “desmesurado aislamiento” haciendo un
despliegue más detallado de la propuesta elaborada en su momento por Julio Méndez. El cierre de
este ciclo correspondería a la crítica que Sergio Almaraz12 realiza a la geopolítica clásica boliviana y, en
particular, a los efectos empíricos de la instauración del modelo propuesto por Alberto Saavedra Ostria
que fue, después de todo, el que terminó imponiéndose de manera socapada en la producción nacional
del espacio y que, creemos, todavía permanece como lastre que impide alcanzar cierto umbral mínimo
de poder necesario para dejar de ser un país subordinado en la esfera internacional.
En base a lo anterior creemos que es posible tipificar a la tradición de la geopolítica clásica en
tres corrientes:
a) La que sostiene la integración de la territorialidad en función de la reconstitución del
Tawantinsuyo o de la unión de Perú con Bolivia en un solo Estado. Esta corriente se halla
dormida pero siempre latente desde el fracaso de las insurrecciones indias de Túpac Amaru y
el exilio de Andrés de Santa Cruz.
b) La que sostiene la factibilidad de Bolivia como país solo si ésta se dispone a desempeñarse en
el sistema internacional como un territorio virtualmente soberano pero, en los hechos,
7 Cfr. Sobrevilla Perea, N. 2011. The caudillo of the Andes. Andrés de Santa Cruz. Cambridge University Press: Cambridge. 8 Cfr. Méndez, Julio. 1874 y 1880. Op. cit. 9 Cfr. D’Avis, Julio Alberto. 1944. Editorial Universitaria: Cochabamba. 10 Cfr. Ostria Gutiérrez, Alberto. 1946. Op. cit. 11 Cfr. Guachalla, Luis Fernando. 1937. Mensaje. Fundación Mundial de Radiodifusoras de Boston: Washington. 12 Cfr. Petróleo en Bolivia y Hacia una Política Nacional del Petróleo. 1958 en, Almaraz Paz, Sergio. 2017. Obra reunida. Biblioteca
del Bicentenario de Bolivia: La Paz.
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funcional a los intereses de stackeholders regionales y mundiales (y cuando decimos mundiales
nos referimos sobre todo a Estados Unidos) para lo cual es ineludible asumir una especie de
“realismo periférico”13 como criterio de orientación de la política exterior e incluso interior,
una claudicación calculada que en un futuro nos pueda permitir acumular mayores márgenes
de maniobra.
c) La que sostiene en cambio, que todo tipo de producción del espacio nacional se debe acometer
como una empresa inspirada en el “espíritu de la tierra” en función de la creación de las
condiciones para el desarrollo de una industrialización endógena y una integración vial efectiva;
así, se sentarían las bases del poder nacional y se podrían emprender exitosamente otro tipo
de proyectos favorables al interés nacional que no se dirimirían apelando solo a la buena
voluntad de los ejecutores del Derecho Internacional. Se trata del contenido de una teoría de
la “Insubordinación Fundante”14 que, de ser llevada adelante de modo consistente, nos
permitiría superar los desfavorables términos del intercambio centro-periferia y, en un futuro,
emprender la constitución de una zona geopolítica autónoma meridional.15
El pensamiento geopolítico de Jaime Mendoza puede ser enmarcado en este último tipo y su
argumento puede resumirse como sigue:
a) El tiempo es espacial y por ello la historia es sierva de la geografía. Esta articulación
subordinada del tiempo al espacio, presupone, a su turno, una concepción espacial a priori que
en Mendoza no es otra que la propia del determinismo geográfico que en el caso boliviano
tiene su eje discursivo en una categoría espacial que sirve para hacer una lectura de la
territorialidad boliviana en cuanto totalidad: el Macizo Boliviano; cuyas ‘notas’ conceptuales
consisten en ser un sistema montañoso e hidrográfico; un núcleo centrípeto; un núcleo
centrífugo y por todo lo anterior, un Heartland estratégico situado en las tierras altas. Este
Macizo Boliviano es la imagen que representa el concepto de totalidad metodológica de análisis
de la realidad que puede describirse como un sistema natural, esencialmente montañoso, que
debe ser correspondido por el sistema histórico de los seres humanos. El funcionamiento
óptimo de este sistema se logra cuando habiendo correspondencia entre ambos se alcanza la
13 Cfr. Escudé, Carlos. 2012. Una teoría argentina y su vigencia ante el ascenso de China. Lumiere: Buenos Aires. 14 Cfr. 2015. Gullo, Marcelo. La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones. Fundación
Editorial El perro y la rana: Caracas 15 Cfr. Martin, André Roberto. Qual é nosso “Bloco”? O Brasil procura seu lugar no mundo en, Scarlato, Francisco
Capurano et al (Org.). 2002. O novo Mapa do Mundo: globalização e espaço latinoamericano. 4 ed. Hucitec: São Paulo.
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armonía o, en sus propias palabras, el “marco natural” o el “marco eurítmico”. El medio
geográfico es determinante.
b) Este medio geográfico es la fuerza que está detrás de la irrupción del Estado boliviano. Es la
causa profunda detrás de lo fenoménico. Es de tal magnitud su influencia que “determinó las
demás fuerzas que concurrieron en la aparición de Bolivia” (286) 16 La fuerza es el medio y el
medio es la fuerza que aparece físicamente como “Un macizo montañoso culminando a
manera de gigantesco torreón en el continente […] Tal es el Macizo Boliviano: una sola
montaña, vamos a decir… Y ese es el núcleo fundamental, el substrato físico de la
nacionalidad.” (286) Por lo tanto, Bolivia es hija de la fuerza telúrica de las montañas: “El
advenimiento de Bolivia fue resultado de un proceso de reconstrucción, o mejor, de
renacimiento nacional sobre el mismo bloque montañoso que antaño sirviera de plataforma a
otras razas que llenaron aquí grandes misiones.” (288)
c) Mostrada ya la causa primera –que determina geográficamente la historia– se sigue el
reconocimiento, la toma de consciencia de que en Bolivia el “sustrato de su nacionalidad”
radica en el Macizo andino. De ahí que la explicación sobre la historia boliviana cuando se
busca en la misma historia solo alcanza a ser una apreciación superficial. La explicación
profunda, en cambio, está en el espacio, luego en la historia. Por tanto, lo que pasa a nivel
geológico determina lo que pasa a nivel temporal. El tiempo y el espacio se corresponden en
una especia de mímesis cósmica, siendo el espacio la última instancia del tiempo. El sentido
de la historia de Bolivia, incluso las Tierras Bajas, no es más que el sentido de su geografía
montañosa, por tanto, el proyecto histórico de Bolivia es en realidad un proyecto natural.
Bolivia solo debe reconocer tal hecho natural, actuar en consecuencia y tendrá éxito.
d) Habiendo ya articulado en una relación subordinada y determinante el tiempo al espacio y en
éste último a la centralidad geográfica como la categoría analítica central de la totalidad del
territorio, Mendoza infiere ahora las posibilidades del proyecto histórico boliviano, o sea, dado
que Bolivia es parida por la fuerza telúrica de las montañas, por lo cual la historia se subordina
a la geografía y dada su condición de Heartland, entonces su vocación, su destino, consiste en
16 Cfr. El factor geográfico en la nacionalidad boliviana. El Macizo Boliviano. 2016. Biblioteca del Bicentenario de Bolivia: La Paz. 2° ed. Todas las citas entre paréntesis corresponden a esta edición.
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ser el puente entre los dos océanos, el Atlántico y el Pacífico. Ese sería el “fin trascendental”
boliviano.
Nuestro ensayo, pues, se esfuerza en mostrar que el determinismo geográfico de Mendoza como
principio metodológico no puede continuar siendo un fundamento de la geopolítica boliviana. Ello
no significa, no obstante, que se deba desechar toda su propuesta como inservible, mas bien,
conservamos su propuesta de “unidad” y “fuerza” (y en ésta el indio como factor de poder) así como
buscaremos desarrollar su “tesis orientalista” que implica un “dar las espaldas al Pacífico”.
Considérese, por último, que Mendoza elaboró su propuesta como una respuesta al pesimismo
en cuestiones internacionales que prevalecía en su época. Su intencionalidad, además de ética, era
profundamente crítica. Por tanto, como dice Franz Hinkelammert:
La reconstitución del pensamiento crítico no significa hacerlo de nuevo o inventar algo completamente
diferente. La reconstitución solo es posible en la continuidad. No obstante, se rompe con dispositivos
del pensamiento que han sido considerados como centrales o esenciales, [esta reconstitución] … no
puede ser una ruptura con este pensamiento, sino la elaboración de sus elementos que han sido dejados
de lado y marginados. Por eso tiene que ser una crítica desde adentro, no una crítica externa. Se trata
necesariamente de una autocrítica.17
17 Hinkelammert, Franz. 2010. “Yo vivo, si tú vives.”: El sujeto de los derechos humanos. Palabra Comprometida Ediciones/ISEAT: La Paz. p. 115
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Las alternativas para superar la crisis del moderno sistema mundo existen. Por ello, es necesario tener
fé en los discursos teóricos producidos por nuestros pensadores clásicos. Se impone el volver hacia
nuestras empolvadas tradiciones para conocerlas críticamente y, conociéndolas así, superarlas. Y esta
es la razón por la cual es necesario ocuparse del pensamiento de Jaime Mendoza pues su pensamiento
es fundamental para la construcción empírica de alternativas que nos permitan liberarnos de la
subordinación regional e imperial que actualmente padecemos como país y como continente.
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PENSANDO CRÍTICAMENTE
EL FACTOR GEOGRÁFICO DEL MACIZO BOLIVIANO
EN
JAIME MENDOZA.
ELEMENTOS PARA SUPERAR LA GEOPOLÍTICA CLÁSICA
BOLIVIANA
Ensayo para pensar a Bolivia
como
el gran proyecto histórico que nació en Charcas
pero que debe
–si quiere tener futuro–
ser pensando, ahora, también
desde
la territorialidad de las Tierras Bajas
Luis Felipe Limarino Montalvan
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La crítica que aquí vamos a desplegar apunta directamente a evaluar el marco categorial del modelo geopolítico
boliviano a cuya fundamentación el pensamiento de Jaime Mendoza en sus obras, El advenimiento de la nacionalidad
boliviana, El factor geográfico en la nacionalidad boliviana y El macizo boliviano,18 contribuyó muchísimo.
Sabio multifacético y realmente comprometido con la suerte de su país y los condenados de la tierra, Mendoza
es cronológicamente el segundo gran geopolítico boliviano después de Julio Méndez. En lo que a este ensayo
corresponde, su mérito radica en la construcción de un pensamiento legitimador de la unidad nacional en un contexto
en el cual Bolivia ya había perdido importantes territorios como el Litoral y el Acre y los problemas fronterizos con
el Paraguay comenzaban a presentarse. Las derrotas consecutivas estaban haciendo mella en el sentimiento nacional
y era ya evidente la carencia de un proyecto histórico de país y no meramente de clase. Su propuesta fue la legitimación
de la unidad nacional en torno a un factor geográfico que el juzgaba irresistible: el Macizo Boliviano.
Sin embargo, el pensamiento de Jaime Mendoza carga con la ideología geopolítica propia de su tiempo. Esa
ideología etnocéntrica, racista, dualista y determinista, propia de la geopolítica clásica, es a lo que apuntamos en nuestra
crítica. No queremos hacer una denuncia. En cambio, la faena consiste en descubrir los efectos, en la realidad, de esa
ideología.
La crítica de esa propuesta es necesaria porque no se trata apenas de un discurso académico, formal. Tiene
implicaciones reales en la vida de los Estados, en el funcionamiento del Mercado, en la vida cotidiana de los seres
humanos y también en la naturaleza. Sus efectos son palpables para bien o para mal cuando son el contenido de las
políticas públicas sean internas o externas. Pensemos en la territorialización de las matrices del sistema vial, de
hidrocarburífero y fluvial boliviano (Hoffman, 2011: 136) que responde más a intereses extranjeros que bolivianos
generando así una dinámica exógena que ningún gobierno ha buscado corregir (Villegas, 2013: 65-66) sino
simplemente aprovechar como si la modificación del espacio no tuviese efectos político-económicos y la inercia que
empuja a continuar con su intencionalidad primera desapareciera por decreto supremo.
En Bolivia todavía estamos presos del marco categorial de la geopolítica clásica y neoclásica sin haber tomado
consciencia de ello. Bolivia no está sola en esto. En general, la tradición geopolítica latinoamericana es ciega a las
implicaciones políticas de su ceguedad metodológico-epistémica. Esta falta de reflexividad deviene en lo que Cox
llama problem-solving theories, (Cfr. Cox, 1981) o sea, teorías que toman la realidad como dada y únicamente pretenden
corregir ciertas imperfecciones. Son teorías que tienen su razón de ser en la conservación del sistema mundial de las
relaciones de poder. Al no ser problematizadas en su marco categorial devienen pertinentes para la dominación de
países y sociedades periféricas. Son ideologías de la dominación aplicadas con buena voluntad que, al partir de
categorías y conceptos creados para otras realidades, producen un desfase entre la teoría y la realidad concreta, luego
18Todas ellas editadas por la Biblioteca del Bicentenario.
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se siguen efectos contraproducentes para países que buscan liberarse de su condición periférica mediante la
constitución inconsciente de estructuras de dominación discursivamente repudiadas pero que prácticamente
producen y aplican. Por ello “En América Latina se echa en falta el análisis geopolítico crítico. […] Gran parte de los
escritos geopolíticos […] siguen un determinismo geográfico.” (Nolte; Wehner, 2015: 41) Nuestra larga historia de
derrotas es también tributaria de una mentalidad colonizada categorialmente. Parafraseando a Lenin, es verdad que
una revolución crea su contra revolución, pero es verdad también, agregamos nosotros, que la contrarrevolución está
dentro de uno mismo. Consiste en creer que estamos haciendo lo que creemos hacer cuando en realidad estamos
haciendo otra cosa.
Ante la nueva reconfiguración del orden mundial, la geopolítica vuelve a la escena. Siempre estuvo presente.
Ahora nos damos cuenta de su importancia. Comenzamos también a pensar geopolíticamente. No queremos ser
subordinados por siempre. Pero el discurso geopolítico no es universal. Toda teoría en el ámbito de la world politics “is
always for someone and for some purpose.” (Cox, 1981: 128) La solución ilusoria a ese impasse ha consistido en la
construcción de un pensamiento geopolítico nacionalista. Con todo, no se trata del desplazamiento de una teoría
geopolítica metropolitana por otra de corte nacionalista que categorialmente también podría ser dominadora. Por el
contrario, de lo que se trata es de construir una ciencia geopolítica crítica, es decir, una ciencia social. Construir ciencia
social significa hacer una reflexión metodológica que, en un segundo momento, permita la creación de un
pensamiento epistémico que, luego y recién, permita plantearnos – con plena conciencia del horizonte histórico y
marco categorial – la articulación con la racionalidad instrumental en forma de teorías parciales de concreción. A la
mentalidad geopolítica tradicional clásica y neoclásica esa operación se le figura especulativa, filosófica, metafísica,
incluso – en estos tiempos de renacimiento del fascismo – de «izquierda». Esta es la razón por la cual la geopolítica
estándar no nos sirve porque se trata de una teoría que no está dispuesta a ser crítica so pena de revelarse en el
contenido de su marco categorial como una ideología colonizadora. Necesitamos desesperadamente producir un
pensar propio que supere la yuxtaposición pragmática entre voluntad política progresista y conservadurismo
categorial que ya no busca cuestionar el orden vigente para transformarlo, sino que lo acepta «realistamente» apenas
para «humanizarlo».
Por ello es necesaria la geopolítica crítica si por crítica entendemos el desarrollo de un discurso que pone de
manifiesto los presupuestos ontológicos, las incoherencias dialécticas, la afirmación encubierta de mitos, la
subordinación dominadora y explotadora del ser humano y la naturaleza (las dos fuentes de vida y riqueza) a fetiches,
todos ellos ocultos en la maraña categorial y conceptual de las ciencias pero también del sentido común y que, por lo
tanto, propone una transformación política de la realidad al mostrar aquello que se invisibiliza e incluso se extermina.
Al mostrar lo negado se muestra una exterioridad desde la cual se puede superar la ontología de lo dado, del orden
geopolítico vigente, de la Modernidad. Ello conlleva la asunción de una ética que se deriva de el mismo
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funcionamiento de la realidad y no de valores eternos: el bien común de todos que se fundamenta en la vida del ser
humano concreto, necesitado y corporal. De esta manera concebimos a la geopolítica como una ciencia para la
sobrevivencia de la humanidad lo cual, es al fin el objeto de la misma: “la geopolítica refiere a la condición mínima
para la existencia de un país, su territorio,” (Villegas, 2013: 14). Esta ciencia tiene que ver con la anterioridad que
realmente condiciona las condiciones para la producción, reproducción y desarrollo de la vida humana y la vida de la
naturaleza. Esa anterioridad es problemática en el sentido de que no está dada, sino que debe ser constantemente
garantizada, cuidada y defendida. La geopolítica se ocupa de ello: es una ciencia que garantiza las condiciones sin las
cuales no podríamos vivir como sociedad.
En efecto:
“La geopolítica es en sí parte del aparato para crear «la correcta disposición de las cosas» al interior de los estados y las
sociedades mediante la adopción de ciertas tecnologías de visualización (como la cartografía y ciencias sociales como la
geografía), el establecimiento de ciertas redes territoriales tecnológicas (ferrocarriles, telegrafía, autopistas, prensa nacional y
ahora banda ancha para la información digital), la implementación de ciertas reformas gubernamentales (uniones aduaneras,
reformas tarifarias, programas de gastos militares) y la persecución de ciertas estrategias militares y tecnologías (astilleros,
líneas estratégicas de comunicación, perímetros defensivos y bases estratégicas).” (Ó Tuathail; Dalby, 2002: 7) (Traducción
libre)
Por ello es importante ocuparse del pensamiento de Jaime Mendoza con la seriedad crítica que merece. En
consecuencia, este ensayo no aspira a ser una presentación o una introducción a su pensamiento ni mucho menos
una apología patriótica. Es un intento de enfocar críticamente su propuesta geopolítica para Bolivia. Por eso no
tememos ser bastante severos con sus inconsistencias metodológicas pues la crítica que aquí presentamos no está
dirigida contra su persona sino contra los efectos prácticos de su pensamiento. Por lo mismo, el lenguaje empleado
no teme tampoco la irreverencia y en algunas ocasiones dará la impresión de un ir y venir, lo cual no es sino la espiral
de nuestro propio pensar que no quiere plegarse a la linealidad del discurso estructural-funcionalista. Permítasenos
esa libertad.
EL DISCURSO GEOPOLÍTICO DE JAIME MENDOZA
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1. La historia como conspiración
Todo pensamiento geopolítico estándar (clásico y neoclásico) presupone una concepción del tiempo y del espacio.
La norma ha sido determinar el tiempo por el espacio. En el caso de Mendoza, al retrotraer la historia nacional a sus
orígenes, descubre la presencia de algo oculto que siempre actúa a espaldas de los actores.19 El nacimiento de Bolivia
como Estado fue producto de la audacia de aquellos que no querían estar ni con Lima ni con Buenos Aires sino ser
independientes: “Así nació Bolivia. Ella, como se ha visto, no fue obra de Bolívar ni de Sucre, bien que uno y otro
hubiesen contribuido en gran manera a su advenimiento. Bolivia nació por voluntad y por obra de sus propios hijos,
los altoperuanos.” (284)20 Bolivia nació inesperadamente. Su nacimiento, empero, no obedeció tanto a la voluntad
de los asambleístas, los militares; al ambiente político inspirado en las revoluciones norteamericana y francesa; a la
interesada presencia comercial inglesa; a las ideas universitarias de San Francisco Xavier. Bolivia vino a la vida traída
por una fuerza a la que nadie se puede oponer. Esta fuerza explica todo lo demás, incluso la voluntad independentista:
“Pero, sí debemos detenernos aún en un factor cuyo papel en el proceso de nuestra nacionalidad creemos que es de capital
significación; un factor grande, rudo, incontrastable, que vela callado y grave detrás de las acciones humanas, que parece
extraño a ellas y no obstante las dirige; un factor, en el cual está la clave de muchas cosas que nos parecen enigmáticas: el
medio físico. “El medio hace al hombre”. O de otro modo: el hombre no es sino su propio medio plasmado en forma de
personalidad humana. […] el medio es forjador de razas y creador de naciones.” (285)
Este medio geográfico es la fuerza que está detrás de la irrupción. Es la causa última detrás de lo fenoménico.
Es de tal magnitud su influencia que “determinó las demás fuerzas que concurrieron en la aparición de Bolivia” (286)
La fuerza es el medio, el medio es la fuerza y aparece físicamente como “Un macizo montañoso culminando a
manera de gigantesco torreón en el continente […] Tal es el Macizo Boliviano: una sola montaña, vamos a decir…
Y ese es el núcleo fundamental, el substrato físico de la nacionalidad.” (286) Por lo tanto, Bolivia es hija de la fuerza
19Mendoza se pliega así a la tradición historiográfica que concibe que la historia boliviana puede explicarse fundamentalmente como un gran complot. Los males de la nación, el subdesarrollo, la subordinación imperial, etc., son producto de fuerzas ocultas que no se ven pero que se sienten y actúan constantemente en contra nuestra. El mostrar su secreto, el traerlas a la luz, es conjurarlas, debilitarlas, saber vencerlas o incluso usarlas a nuestro favor. La historia como conspiración es –Dice Carlos Real de Azua–“una concepción de la acción histórico-social esencialmente esotérica, de una interpretación general de todos los acontecimientos importantes estimados como el resultado de las decisiones de esas fuerzas ocultas” Como se cita en Mario Murillo, 2019. De las anécdotas a las instituciones: Estado, recursos naturales y política en Sergio Almaraz Paz en, Almaraz Paz, Sergio. 2017. Obra reunida. Biblioteca del Bicentenario de Bolivia: La Paz. p. 21 Por otro lado, esta manera de subordinar el tiempo al espacio, de pensar el tiempo desde parámetros espaciales, tan característico por otra parte del pensamiento geopolítico estándar es lo que John Agnew, denomina turning time into space (Agnew, 2003: 35) 20De aquí en adelante citaremos la obra de Jaime Mendoza de este modo: el número de páginas entre paréntesis. Los números de página corresponden a la edición de la Biblioteca del Bicentenario.
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telúrica de las montañas: “El advenimiento de Bolivia fue resultado de un proceso de reconstrucción, o mejor, de
renacimiento nacional sobre el mismo bloque montañoso que antaño sirviera de plataforma a otras razas que llenaron
aquí grandes misiones.” (288)
Mostrada ya la causa última es posible ahora explicar nuestras desdichas nacionales: un determinismo geográfico
no reconocido. Reconocerlo, en cambio, significaría acatar sus mandatos puesto que detrás del devenir está la
permanencia geológica que es la última instancia, esto es, si la historia boliviana aparece como una fatalidad, como un
callejón sin salida, es porque no hemos sabido comprender su determinación última que no es histórica sino
geográfica. La grandeza de Tiahuanaco radica en haber sido construida en la altiplanicie, en el centro de la cordillera.
Los quechuas “se proyectaron” desde ese centro hacia el resto de la cordillera llegando incluso hasta la selva. Ambos
rebalsaron su cultura hacia las tierras bajas. Llevaban consigo la energía de la montaña encarnada.21 En cambio, Bolivia
nace sin la consciencia de que el “sustrato de su nacionalidad” radica en el Macizo andino. Padece una especia de
insensibilidad telúrica de sus orígenes y por ello sus élites no tienen un proyecto histórico. No les ha nacido todavía la
consciencia nacional por ello no reconocen que el proyecto histórico de Bolivia es en realidad un proyecto natural.
Bolivia solo debe reconocer tal hecho natural. A ese reconocimiento le seguirá una toma de consciencia de su real
capacidad ya que “Es, pues, de decisiva trascendencia para un pueblo haberse hecho sobre un sólido basamento
natural” (285) Los pueblos que no tienen ese basamento son como casas cuyo cimiento está sobre la arena y por
consiguiente acabaran por derrumbarse. Súmase a esa falta de conciencia telúrica la desgracia de haber venido al
mundo incompleta. Bolivia, nació “deformada” al no haber ocupado todo el espacio geográfico que, por naturaleza,
luego por derecho, le correspondía. En parte, ello es consecuencia de la ambición de los países vecinos, el Perú y la
Argentina que ocupan los espacios geográficos bolivianos, ajenos a ellos por naturaleza. En parte, ello es consecuencia
del espíritu anárquico que cunde en su interior (que metodológicamente debería ser también producto de la fuerza
telúrica que imprime un temperamento arisco en los andinos) y del regionalismo, “Lo cual, por lo demás, es el
resultado de nuestra misma estructura geográfica” (108) La historia conspira contra la bolivianidad, como se había
dicho, pero ello es solo una apreciación superficial. La explicación, en cambio, está en el espacio.
La incompletitud espacial exterior repercute en la interior, hay caos porque falta la armonía, “El marco eurítmico
donde el nuevo Estado debía desarrollarse normalmente” (79) Si tan solo tuviésemos todo el espacio territorial que
21Finalizando El factor geográfico en la nacionalidad boliviana, Mendoza alaba al indio andino por haber sobrevivido a siglos de opresión colonial y ahora republicana. Le sorprende su capacidad de resistencia que, coherente con sus presupuestos metodológicos, es resultado de su compenetración con el medio: “Y todas estas admirables cualidades las adquirió el indio por la acción de su propio medio. El medio, con el lento pasar de millares de siglos, fue infiltrando en ese organismo el frío glacial de sus alturas, la severidad de sus montañas, la indiferencia terrible de su cielo. […] Y todas esas cualidades, creadas por el medio, se fueron trasmitiendo en él de generación en generación hasta llegar a constituir una herencia específica que ha concluido por hacer del indio el tipo fiero y resistente que hoy admiramos.” (112-113) El indio es, en nuestra opinión, uno de los elementos maximizadores del modelo ideal mendocino. Trataremos de ello más adelante.
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por naturaleza nos corresponde, otra sería nuestra historia, ergo, los problemas nacionales se explican, en última
instancia, porque la nación no ocupa todo el espacio que le corresponde por naturaleza: “cuando nació Bolivia, no
alcanzó, desgraciadamente, a ocupar todo ese marco geográfico que parecía haberle trazado la Naturaleza para hacer
de ella un Estado robusto y grande” (77) He aquí el pecado original, la causa de nuestra miserias: “el factor principal
que nos explica los más de sus males pasados y actuales. Defecto, como se ve, de carácter ante todo geográfico, pero
que ha tenido la virtud de trascender a lo moral, causando dificultades que solo podrán desaparecer el día en que se
lo corrija.” (79)
Podemos ya caracterizar el pensamiento de Mendoza. Éste parte de una dialéctica entre el caos (el “espíritu
anárquico”) y la armonía (el “marco eurítmico”). Se trata de dos conceptos trascendentales, no empíricos, pues no
existe sociedad completamente caótica ni una sociedad en la que la armonía sea plena. En el primer caso una sociedad
caótica es también una sociedad que se destruye constantemente, luego no existe; en el segundo caso, una sociedad
armoniosa implicaría una identificación entre los intereses particulares y los intereses de todos, luego sería una
sociedad espontánea, no necesitaría la institucionalidad como mediación. No habría clases sociales. No necesitaría
una división social del trabajo ni la delegación de poderes. Sería una sociedad de dioses no corporales que pensarían
a una velocidad infinita y estarían en todos los espacios al mismo tiempo. Solo es posible concebir sociedades de ese
tipo lógicamente.
Mendoza se sirve de ambos polos para establecer las coordenadas de su análisis geopolítico. El acercamiento al
polo de la armonía significa cumplir con los mandatos de la naturaleza cuyo orden debe reflejarse en el orden de la
sociedad. Se vale de una especie de mímesis cósmica cíclica lo cual revela su concepción histórica. Lo que se repite
en la naturaleza también se repite en la historia: “la nación de hoy es la misma nación de ayer, como será la nación del
porvenir” (288) Por el contrario, el acercamiento al polo caótico es una desviación de ese orden eterno que solo puede
culminar con la destrucción: “Bolivia, para seguir viviendo mañana, deberá ocupar el marco físico que le corresponde
por los dictados de la Naturaleza.” (98) Las coordenadas, entonces, sirven como criterio de orientación política
estratégica. Si lo que se desea es el éxito de la acción, entonces deber es tender hacia el polo de la armonía. El fracaso
solo puede ser resultado de una tendencia hacia el caos. Ahora bien, estas coordenadas que se relacionan como
oposiciones son una especie de empírea idealizada que metodológicamente Mendoza traspasa sin percatarse a la
realidad para juzgarla. Coherente con el marco de mímesis cósmica, encuentra la equivalencia del polo armonioso en
lo que él denomina El Macizo Boliviano y su opuesto, si bien no lo menciona, está implícito como contrario en el
concepto del Macizo o unidad integral:22 es la no unidad, la desintegración, la disgregación.
22“Así en las naciones. Por distintos que sean aparentemente sus componentes, ellos deben tender a constituir una sola unidad que es la que llamamos unidad integral.”
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Aparecen así las oposiciones analíticamente correspondientes en dos planos: el plano del tiempo-espacio ideal
o trascendental correspondiente a la relación armonía-caos y el plano del tiempo-espacio real o histórico
correspondiente a la relación unidad integral-desintegración. Categorialmente hablando, estas oposiciones son
propias de la interpretación conservadora de la realidad. (Hinkelammert, 2000: 27- 47) por lo tanto, este modelo de
análisis de la realidad tiene como fin la conservación de lo dado. La transformación o superación del orden vigente
no es importante sino el conservarlo. Por lo mismo, delimita el campo de lo políticamente posible. Es posible aquello
que cumple con el imperativo geográfico; es imposible y quimérico aquello que no cumple con ese imperativo.
Los elementos empíricos de su concepción trascendental son construidos como las mediaciones empíricas
para alcanzar un objetivo que, si bien se da en la historia, en última instancia es también mítico, o sea inalcanzable. Es
necesario advertir que estos elementos son articulados desde una idea de totalidad que corresponde al polo de la
armonía desde el cual Mendoza desprende un sistema, una tecnología y valores estabilizadores. Mendoza describe
este polo con mucho fervor, patriotismo y preocupación pues ante la amenaza de una realidad marcada por un
tiempo que complota, que amenaza con hacer desaparecer la bolivianidad, quiere mostrar públicamente la
irrebatibilidad de la evidencia empírica espacial que a diferencia de la contingencia histórica es perenne y necesaria: el
Macizo Boliviano.
Bolivia se funda en ese hecho, por lo tanto, puede legitimarse sólidamente y, al legitimarse lograr la cohesión
indispensable para la construcción postergada del país. Ese hecho es irrebatible – algo en lo que Mendoza se demora
muchas veces – une a todos y a todo en el espacio, a pesar del tiempo, independientemente de su voluntad e
individualidad. Darle la espalda a ese hecho es para Mendoza caer en el caos, ser presa de la contingencia, del tiempo
como conspiración. Entonces, a diferencia del pensamiento conservador que legitima un orden social a partir de la
existencia dada de una institucionalidad, algo posible en sociedades con un Estado en forma,23 el conservadorismo de
Mendoza busca legitimar la bolivianidad en un hecho geográfico ante la falta del mismo Estado. El Macizo Boliviano
es tan evidente que legitima la existencia del Estado boliviano por el simple hecho de estar ahí. La facticidad objetiva
fundante de la legitimación está ahí y Mendoza no hace más que manifestarla por lo cual su discurso geopolítico
cumple también una función legitimadora, aunque derivada de la legitimación empírica primera.
2. El Macizo Boliviano como totalidad metodológica de análisis
23Frase de Spengler. Connota una sucesión regular del gobierno conforme a un orden jurídico y la existencia de un nítido y fuerte sentimiento nacionalista.
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El macizo Boliviano en el pensamiento de Mendoza es la imagen que representa el concepto de totalidad
metodológica de análisis de la realidad24 que puede describirse como un sistema natural que debe ser correspondido
por el sistema histórico creado por los seres humanos. El funcionamiento óptimo de este sistema se logra cuando
habiendo correspondencia entre ambos se tiende hacia el polo de la armonía. El cómo debe funcionar este sistema
resulta en el modelo geopolítico de Mendoza. Veamos ahora cómo lo describe.
El Macizo Boliviano es la sub-unidad de otra más grande, la cordillera de los Andes. Hay otras sub-unidades
montañosas que también dieron lugar al nacimiento de otros Estados, a saber, Ecuador, México, Colombia. En el
caso boliviano el Macizo es “un bloque colosal de los Andes, formado por una meseta circundada de dos cordilleras”
(63) Los elementos de este sistema natural son la Meseta Central o Altiplano, la Cordillera Volcánica o de la Costa, la
Cordillera Real u Oriental y los Nudos; la Zona Hidrográfica, “un acuarium gigantesco” compuesto por el lago Titicaca
y Poopó y la convergencia de cuatro sistemas: del Pacífico, de la Altiplanicie, Amazónico, del Plata; finalmente el clima:
cálido, frío y templado.
La grandiosidad de este “bloque colosal” no se agota, sin embargo, en su expresión física; importa tanto más
por su cualidad centrípeta y estratégica implícita:
“Desde la prehistoria, el Macizo Boliviano fue núcleo centrípeto de notables éxodos humanos – entre ellos los guaraníticos
que llegaron hasta sus flancos orientales empujados “por el gusto de pillajes” y “cierta aspiración mística” (Metraux). Y esa
es también otra forma del andinismo: la montaña atrayendo a la llanura. Y es el factor económico,25 sobre todo, el que la
explica.” (129)
Con todo, el Macizo no solamente atrae, sino que también expele, es también centrífugo. Culturalmente ello se
expresa como un difusionismo cultural migraciones mediante, por ejemplo, cuando Mendoza interpreta los
pictogramas de Ihuirapucuti en el Chaco boliviano preguntándose y respondiéndose: “Qué pretendían significar los
primitivos con estas representaciones de pies humanos? Quizá este es el lenguaje en que los antepasados nos hablan
de sus éxodos admirables, desde la Altiplanicie hasta las más diversas latitudes.” (208)
La humanidad habría bajado de las montañas para poblar al mundo:
24“La totalidad no es todos los hechos, sino que es una óptica epistemológica desde la que se delimitan campos de observación de la realidad, los cuales permiten reconocer la articulación en que los hechos asumen su significación específica. En este sentido, se puede hablar de la totalidad como exigencia epistemológica del razonamiento analítico.” (Zemelman, 2012: 50) 25Pero “el factor económico” explica muy poco al interior del discurso mendocino porque es siempre traído ad hoc para apoyar su determinismo geográfico.
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“Pensamos nosotros en el hombre primitivo. Vímoslo realizando – hace millares de años – sus éxodos prodigiosos, desde
las altitudes del Macizo Boliviano hacia los cuatro puntos cardinales: ya un día cruzando la Cordillera Occidental, rumbo a
las costas del Pacífico, donde han quedado muestras de su inteligencia y su poder; ya siguiendo – por el norte y el sur – la
gran hilera de los Andes, hasta sus más remotos extremos; o ya, en fin, perforando, por el oriente, la Gran Cordillera y
descendiendo a las cuencas subyacentes, para dejar también en ellas las huellas inconfundibles de su paso.” (220)
Cuando la humanidad desciende del macizo andino cumple una labor civilizadora: “Allí, en esas extremidades,
fue a encontrarse el colla civilizador con el bárbaro guaranítico” (102) Ese movimiento es una migración, una
irradiación: “es muy sabido que la dominación quechua – incásica – se irradió en la hoya amazónica,” (220)
Por el contrario, cuando la humanidad asciende los Andes es intrusa porque es bárbara: “las hordas guaraníticas
que, viniendo desde el Brasil y el Paraguay embestían el Macizo de Charcas” (226) o “así fue uno de los trayectos
principales que escogieron los invasores tupis y guaraníes para abordar desde el Paraguay el Macizo de Charcas;”
(224)
En efecto, para Mendoza los pueblos de tierras bajas son bárbaros, los de tierras altas civilizados, luego los
pueblos andinos no invaden, se irradian. Las tierras bajas son retrasadas y bárbaras respecto a las tierras altas. En la
historia hay pueblos que son civilizadores y otros que son invasores. ¿Por qué? La causa profunda está en la fuerza
telúrica incontenible del Macizo Andino. Así Mendoza reproduce en Bolivia el prejuicio racial que sirvió a Europa
para definir su identidad ante el mundo colonizado. En la geopolítica clásica el etnocentrismo es un elemento
discursivo que funciona muy bien al momento de situarse en el centro de la historia mundial al mismo tiempo que
hace periferia al resto del mundo. (Ranâ, 2010: 109)26 Lo bárbaro se distingue de lo civilizado. Siguiendo esos pasos
metodológicos inconscientemente el andinismo de Mendoza se torna un andinocentrismo que buscando evitar el
regionalismo y la disgregación (que aquejan agudamente a la Bolivia de su tiempo) cae en el centralismo. Su sistema
articula la totalidad no como un equivalente sino como una “dependencia”, como una periferia en torno a un centro.
Reproduce así el ordenamiento fundante de la geopolítica moderna. Aúna a su concepción histórica de la lucha entre
el orden y el desorden, el determinismo geográfico y la distinción identitaria entre lo bárbaro y lo civilizado.
Finalmente, este maniqueísmo metodológico entre lo bárbaro y lo civilizado, entre el llano y la montaña, entre
la armonía y el caos, desemboca en la eterna repetición de la historia:
26“En síntesis, el proceso de “alterización” y “barbarización” a lo largo de las fronteras civilizacionales, lo cual fue una necesidad para el desarrollo de la e identidad europea, ha jugado un rol crucial en la formación de la identidad occidental/europea, la dominación mundial, su legitimación, y continúa haciéndolo. Más aún, esta mentalidad civilizacional se desarrolló en cercana asociación con las exploraciones geográficas. […] “Nosotros” [los europeos] hemos continuado leyendo todo el mundo a través de esas oposiciones básicas.” Ranâ Gökmen, Semra. 2010. Geopolitics and the study of International Relations. Thesis for degree of Doctor of Philoshopy. The graduate school of social sciences of Middle East Technical University: Turkey. p. 109 Traducción libre.
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“Y hoy vemos que a la vuelta de cuatro centurias se está reproduciendo el mismo fenómeno migratorio humano. Una
nueva irrupción va avanzando por el lado del mismo Río de la Plata, en dirección a Charcas, la Bolivia actual. Los
descendientes de aquellos guaraníes prehistóricos y de los castellanos del siglo XVI, buscadores de tesoros, emprenden una
vez más el viejo camino. Han atravesado el Chaco y ahora embisten los primeros tramos de la gran escalinata que conduce
al hogar boliviano. Y los hijos de Charcas, por su lado, descienden de sus montañas a la trágica hoya para cerrar el paso a
los invasores. Y es a esto que se llama la Guerra del Chaco... […] El drama de los tiempos pretéritos hoy se reproduce bajo
nuevas formas. El Chaco es solo el teatro de la lucha multisecular, no por el Chaco mismo, sino por algo que está más allá,
en la Bolivia del presente, en la Charcas de antaño.”27 (239)
Ya habíamos observado que esta concepción histórica tiene su correspondiente natural en el espacio: “Era la
evolución humana calcada, vamos a decir, sobre las mismas direcciones que siguieron las tierras de acarreo que,
desprendidas por la erosión desde las montañas andinas, han ido a formar una gran faja de terrenos [las tierras bajas]
de estructura geológica uniforme a lo largo de la cordillera suramericana.” (102) El tiempo es el reflejo del espacio.
Lo que sucede en la historia lógicamente ya ha sucedido en la geografía. Para leer la historia es menester saber leer la
geografía luego la historia se juzga desde la geografía. El determinismo geográfico de Mendoza es contundente. Sin
duda, entonces, el sentido histórico corresponde a la dirección del desprendimiento de tierras de acarreo, a la manera
de un agente político, que ha determinado la extensión geográfica natural de Bolivia:
“La República de Bolivia, al extenderse en esas direcciones, no ha hecho, pues, sino seguir las mismas huellas de las razas
de antaño y aun de los elementos físicos cuyo camino fue ese. Era el cumplimiento de una ley natural. Era la ley de la
gravitación que es fatal en los seres y en las cosas. Y es así como, no solo políticamente sino también naturalmente, se ha
formado este país.”28 (103)
27Nos sorprende el cómo Mendoza en éste pasaje realiza saltos metodológicos que desconocen todos sus argumentos anteriormente expuestos. De repente muda de voz. La continuación de este pasaje citado no es coherente con su determinismo geográfico: “Nosotros lo hemos dicho ya y lo repetimos: los dos pueblos, boliviano y paraguayo, unidos por la tradición, por la geografía y por sus comunes intereses, deben ser buenos amigos. El río Paraguay no debe dividirnos, sino más bien unirnos. Y el Chaco, en lugar de ser en el futuro el teatro de una guerra estúpida, debe ser el nexo áureo entre Bolivia y Paraguay. Y henos ahora ante la dura realidad” (239-240) Sin embargo, el Paraguay ya había sido representado como el descendiente “de aquellos guaraníes prehistóricos [invasores y bárbaros] y de los castellanos del siglo XVI, buscadores de tesoros”. ¿Qué clase de comunidad y mutuos intereses puede haber con un invasor bárbaro? Para sostener ello Mendoza debería romper con las implicaciones geográficas deterministas centrípetas de su tesis andinista, pero no lo hace. Inserta, ad hoc, afirmaciones que revelan una incoherencia ya no solamente lógica sino dialéctica con su discurso global. Su biógrafo, José Roberto Arze, es más condescendiente con tales incoherencias metodológicas (Mendoza, 2016: 18) 28El argumento de “La fruta madura” de John Quincy Adams – que podría ser considerado el germen de la Doctrina Monroe – para anexar Cuba a Estados Unidos apela también a las leyes de gravitación universal: “...hay leyes de gravitación política, como leyes de gravitación física, y Cuba, separada de España, tiene que gravitar hacia la Unión, y la Unión, en virtud de la propia ley, no iba a dejar de admitirla en su propio seno. No hay territorio extranjero que pueda compararse
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Entonces, hay leyes en la historia que solamente se pueden comprender si se comprenden las leyes naturales.
La política exterior se puede explicar a partir de la fuerza de atracción que el Macizo ejerce sobre los países vecinos.
La política interior se explica por la ley de la gravitación (repulsión) que imprime una direccionalidad a la estatización
del territorio y a su poblamiento. Malagrida que comparte con Mendoza las mismas coordenadas conservadoras de
análisis concordaría con Mendoza en este aspecto: “Sobre este panorama de conjunto, el dinamismo de la vida
americana se presenta como un sistema de equilibrio entre dos fuerzas, centrífuga y centrípeta. Falta de unidad
dinámica en el exterior, falta de estabilidad orgánica en el interior; he ahí los términos del problema.” (Malagrida, 1919:
134-135) El Macizo Andino, entonces es el centro natural de esas dos fuerzas. Por ello, su cualidad de centro natural
permite que sea también un heartland estratégico. Mendoza lo había descrito como “Un macizo montañoso
culminando a manera de gigantesco torreón en el continente: he ahí lo que desde luego caracteriza este suelo.” (286)
La figura militar es evidente. Durante la guerra por la independencia, “el Alto Perú, por sus condiciones geográficas
sigue llenando un papel enorme. Aquí los insurgentes que se habían lanzado a una aventura realmente temeraria,
saben aprovechar todos los recursos que les ofrece el terreno.” (73) De ahí que cualquiera que sepa poner al Macizo
a su favor será difícil de derrotar: “los españoles volvieron en su favor las condiciones estratégicas del gran Macizo
altoperuano. Y de esta suerte, cuando ya la guerra continental había concluido y la España había sido vencida desde
Venezuela hasta la Argentina, todavía continuaba adherida al Alto Perú.” (74) Mendoza establece así una guerra de
clases internacional entre quienes encarnan el imperativo geográfico del Macizo y entre quienes procuran
conquistarlo: la clase andina contra la clase no andina. Esa misma lógica volcada al interior legitima a cualquier clase
burocrática o militar que advoque la construcción de la nacionalidad fundada en el imperativo geográfico.
— § —
La idea de totalidad de Mendoza consiste en: 1) un sistema montañoso e hidrográfico en los cuales se pueden
encontrar fundamentalmente tres climas: el frío, el templado y el cálido. 2) Un núcleo centrípeto que atrae al llano (las
tierras bajas) y por ende a sus habitantes, en particular al pueblo guaraní; pero luego también a los conquistadores
españoles durante la época colonial y a los descendientes de ambos, es decir, al Paraguay. 3) Aunque Mendoza no lo
para los Estados Unidos como la Isla de Cuba. Esas islas de Cuba y Puerto Rico, por su posición local, son apéndices del continente Americano, y una de ellas, Cuba, casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión” EcuRed. (3/10/18) Conflicto entre Cuba y Estados Unidos. Recuperado de https://www.ecured.cu/Conflicto_entre_Cuba_y_Estados_Unidos#Corrientes_pol.C3.ADticas_ideol.C3.B3gicas_en_la_.C3.A9poca
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menciona explícitamente, también se presenta una cualidad civilizacional difusora o centrífuga. La historia de la
cultura se correspondería con la geología de las tierras de acarreo que merced a la gravitación formaron las tierras
bajas. En ese marco, la ley gravitacional sería la explicación de la irradiación andina en las tierras bajas y la legitimación
de la soberanía sobre las mismas que serían sus dependencias, es decir, su hinterland. 4) De la cualidad centrípeta y
centrífuga Mendoza desprende la cualidad estratégica de las tierras altas. Las tierras altas son también un heartland. 5)
Todos estos elementos forman parte de una idea de totalidad sistémica que Mendoza denomina el Macizo Boliviano
que, a su turno, presupone una filosofía o concepción de la historia subordinada a la geografía.
Este modelo, al fin, tiene su momento operativo cuando se analiza el cómo el sistema del Macizo funciona o
debe funcionar. Son las mediaciones institucionales necesarias sin las cuales toda idea de totalidad sería simplemente
eso, una idea. Se podría hablar también de teorías de concreción parciales o, incluso mejor, del modo como la
racionalidad instrumental, la relación medio-fin al ser aplicada desde una intencionalidad – que en este caso
corresponde al proyecto histórico boliviano – garantiza el acceso a las posibilidades de vivir. La necesidad de hacer
operativo el modelo propuesto por Mendoza se expresa en la idea tan cara a la tradición realista de la world politics de
“Ser un país fuerte”
“Hemos dicho que la principal preocupación de Bolivia en el porvenir deberá ser la de reconstituirse dentro de su marco
natural, […] ¿Cómo podrá Bolivia llenar una obra de tal magnitud? Respondemos: siendo un país fuerte. He aquí la principal
condición que debería llenar este país para afrontar tal solución. Ser un país fuerte. Ser un país fuerte para proceder por las
vías pacíficas mostrando sus derechos o ya para imponerlos por medio de la guerra.” (107)
La aspiración debe hacerse proyecto y el proyecto historia. Ser un país fuerte significa garantizar las fuentes de
ese poder, pero el qué y el cómo se debe ello hacer se deriva de un fin: la reconstitución del marco eurítmico de la
nacionalidad boliviana, o sea, el proyecto histórico boliviano según Mendoza. El conocimiento geopolítico debe ser
transformado en tecnología, entonces. La forma como se interrelacionan los elementos del sistema debe adquirir un
sentido de maximización, o sea, de aproximación asintótica a ese ideal.
Para ello propone, por un lado, las reglas de funcionamiento del sistema. Son valores conservadores en el sentido
de valores estabilizadores que evitan la desintegración nacional mediante el fomento de la integración nacional.
Mendoza los denomina “la unidad moral” y la “unidad moral de la raza”: “Para ser Bolivia un país fuerte, debe, ante
todo, ser un país unido. Es decir, Bolivia debe empezar por llevar a la práctica aquella su bella divisa: “La unión es la
fuerza”. Sobre la unidad geográfica debe surgir la unidad moral sin la cual se esterilizan las mayores ventajas que ofrece
un suelo privilegiado.” (108) Esta unidad moral de los ciudadanos, empero, no es suficiente si no abarca también al
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indio que: “está en la base misma de nuestra nacionalidad [y que es] lo más sólido y productivo para la economía
nacional. [Además] Como soldado, sencillamente, no tiene igual.” (112)
Por el otro propone una institucionalidad tecnológica que sirve de mediación para lograr, igualmente, la unidad
integral: la vialidad que “debe influir decididamente en la solución del problema caminero, fundamental para Bolivia.”
(199) Es una propuesta dispersa en diferentes escritos suyos pero presente como factor necesario – aunque
secundario después de la “unidad moral de la raza”– 29 para el cumplimiento del objetivo supremo: “Bolivia necesita
vencer ya las montañas de la Cordillera Blanca por medio de la carretera y el riel. Este es un punto vital dentro de un
plan integral de articulación interna que se debe realizar para poder consolidar la verdadera nacionalidad.” (185)
Este es el modelo ideal geopolítico de Jaime Mendoza que contribuyó a fundamentar el modelo geopolítico
trascendental boliviano.30
CONCLUSIÓN
No conocemos una crítica en regla de los presupuestos metódico-epistemológicos de la tradición geopolítica
boliviana. Pero es necesaria. Los retos de la realidad mundial; la crisis climática; la posición secundaria de América
Latina en el mundo de hoy, y de Bolivia, geográficamente central en el continente, pero al mismo tiempo periférica
en el mundo; la decadencia de Estados Unidos y la ascensión de China, así lo exigen. No se trata de construir un
discurso nacionalista contra uno metropolitano. En la historia boliviana los intentos realizados en ese sentido han
terminado por repetir los elementos dominadores del mismo discurso metropolitano, pero de forma encubierta.
Todo comienza cuando la necesidad pragmática y funcionalista menosprecia el momento científico crítico de la
producción del conocimiento que es siempre un momento filosófico, fundante, inexcusable y primero. Por ello, se
trata de hacer ciencia geopolítica y no apenas un discurso patriota que se sirve de una concepción genética de la
historia para apoyar estereotipos geográficos ilustrados con mapas y representaciones gráficas.
En ese marco, hay dos elementos que en el pensamiento de Jaime Mendoza nos parecen altamente
problemáticos. El primero tiene que ver con el andinocentrismo que no es sino la consecuencia de la naturalización
29Después de haber sustentado la “unidad moral” como el valor para garantizar la cohesión del sistema, Mendoza sugiere la vialidad, la construcción de vías de comunicación internas como “herramienta” para la concreción de su modelo ideal: “Esa es la unidad moral que Bolivia necesita consolidar para asegurar su vida y su grandeza por los siglos de los siglos. Con ella vendrán los lazos materiales a fortalecerla: por ejemplo, los ferrocarriles. Pero, sin ella, con ferrocarriles y todo, irá Bolivia a la muerte.” (110) La vialidad es condición, pero la unidad moral es condición condicionante. 30Reconocemos que no hemos tratado sobre la controversia que nuestro pensador sostuvo con Badía Malagrida. Sin embargo, ello no afecta la comprensión fundamental ni de nuestra exposición ni del pensamiento mendocino.
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de la centralidad geográfica y el prejuicio racista que la geopolítica clásica carga consigo. El segundo con el discurso
defensivo que él, junto a Julio Méndez – desde la interpretación que el canciller Guachalla realiza luego de la Guerra
del Chaco y al que Ostria Gutiérrez le imprime operacionalidad – contribuyeron a fundar y que resulta en el concepto
trascendental que inspira toda geopolítica boliviana hasta el momento. Se podría decir que la geopolítica boliviana
tiene en este discurso la médula de su tradición. (Cfr. Perrier, 2015) Para Julio Méndez se trata de la “persecución de
los tres destinos”. Para Mendoza es el “fin trascendental del Macizo de Charcas” y lo formula del siguiente modo
cuando habla de las aspiraciones ferroviarias brasileras para llegar al Pacífico:
“De desear es, pues, por las proyecciones así nacionales como internacionales de tal vía, un acuerdo entre Bolivia y el Brasil
para concluirla, por una parte, y estudiar, por otra, la construcción de una carretera, en la misma dirección de la ferrovía,
que facilite ciertas formas de transporte hacia el Atlántico, carretera que, mediante otra convención entre Bolivia y sus
vecinos Perú y Chile, podría llevarse hasta el Pacífico.
Así se llenaría el fin trascendental que atribuimos al Macizo de Charcas, el punto más favorable en la inmensa barrera de los
Andes para el paso de las corrientes humanas entre uno y otro mar.” (258)
Luis Fernando Guachalla lo llama “una tierra de contactos, no de antagonismos”. Este discurso solo se
transformó en el tiempo, pero nunca fue negado. Durante el neoliberalismo Saavedra Weise escribió el libro:
Perspectivas de Bolivia en torno a los corredores bioceánicos, (Cfr. Saavedra, 1996) que expresa la política exterior boliviana de
ese tiempo cuyo discurso continúa siendo coherente con esa tradición. En la actualidad Evo Morales quiere hacer de
Bolivia el Corazón energético de Sudamérica.31 No hay ruptura del discurso solo transformación. Se podría decir lo mismo
del andinocentrismo.
1. El andinocentrismo geopolítico
En la obra El martirio de Laureano Ibáñez del historiador argentino Pablo Ibáñez Bonillo, éste sostiene que la etnología
tradicional a partir de la obra Handbook of South American Indians, de Julian Steward habría contribuido a fundamentar
esta óptica histórica: “Esta obra supone la creación de un modelo estándar de interpretación de las poblaciones
amazónicas, que quedan reducidas de una manera homogénea al modelo de sociedades horticultoras de tala y quema
situadas en un escalón intermedio de la escala evolutiva.” (Ibáñez, 2011: 24) Establecido ya ese parámetro según el
cual los pueblos amazónicos estarían fatalmente limitados por sus ecosistemas, por tanto, dependientes de sus
31 Prensa Latina. (30/09/18) Bolivia, corazón energético de Suramérica para 2025, dice Evo Morales. Recuperado de https://www.prensa-latina.cu/index.php o=rn&id=213084&SEO=bolivia-corazon-energetico-de-suramerica-para-2025-dice-evo-morales
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relaciones con las zonas andinas, las cuales, debido a la diversidad de pisos ecológicos, serían más prodigas para
cualquier proyecto civilizatorio, considerar a las tierras bajas como de bajo nivel civilización sería la conclusión
evidente. Esta tesis antropológica encontró en la crítica estructuralista de Levy-Straus a su mayor crítico, pero, a su
vez, su mayor confirmación ya que, si bien el francés desecho los condicionamientos geográficos como
determinantes irrebasables para cualquier emprendimiento civilizacional, propuso otra determinación categorial al
elaborar los términos «sociedades calientes» y «sociedades frías». Para Levy-Straus las culturas calientes tendrían
aptitud para el progreso histórico en tanto que las culturas frías tenderían a ser renuentes al cambio histórico. Esto es,
independientemente de las condiciones geográficas el etos de las culturas sería, en última instancia, el determinante
irrebasable. Dicho de otro modo, existirían culturas que por su forma profunda de ser estarían más predispuesta a
brillar en el firmamento de la historia en tanto que otras serían estrellas fugaces. Las culturas amazónicas serían,
entonces, «sociedades frías». Este remozamiento del condicionamiento geográfico a condicionamiento cultural
pronto fue criticado en la obra de la antropóloga Betty J. Meggers publicada en 1971, Amazonia: hombre y cultura en un
paraíso ilusorio y las investigaciones de la arqueóloga Anna C. Roosevelt en la década de los 80’s en la isla de Marajó, en
la desembocadura del río Amazonas. Esta última sostuvo que…
“Marajó fue ‘uno de los logros culturales indígenas más extraordinarios del Nuevo Mundo’, un centro neurálgico que existió
durante más de mil años; ‘posiblemente tenía más de 100.000’ habitantes y abarcaba miles de kilómetros cuadrados. Más
que dañar la jungla, la ‘gran población, la subsistencia intensiva y el importante sistema de obras públicas’ de Marajó
supusieron grandes mejoras: los lugares anteriormente ocupados por los marajoara mostraron un exuberante y diverso
desarrollo.”32
Roosevelt abrió así, una brecha en el parámetro histórico de las tierras bajas como civilizacionalmente atrasadas.
Marajó, entonces, sería una de las grandes civilizaciones de la Amazonía, insuficientemente estudiadas, como en
Bolivia la cultura hidráulica de los llanos de Mojos cuyos primeros habitantes llegaron caminando desde lo que hoy
conocemos como la actual Venezuela. Fueron los Arawak, un pueblo caminante que al llegar a estos llanos se volvió
también navegante. Crearon en medio del agua un mundo de la vida, una «Limnocultura», esto es, una cultura cuya
concepción de la realidad está ligada a su relación orgánica con el agua: “El agua en Mojos significa riqueza, riqueza
biológica, productividad, y el manejo del agua en Mojos significa la posibilidad de sustento, la comunicación a través
de sus ríos y canales, el alimento de sus gentes.”33 Surgió así una subjetividad capaz de saber tanto adecuarse a los
32Mann, Charles C. 2006. 1491. Una nueva historia de las Américas antes de Colón. Editorial Taurus: Madrid. p. 390 citado en, IBÁÑEZ, Pablo B. 2011. Op. cit. p. 24 33“Prologo”. (29/05/2012) Mojos. Una limmocultura. Descargado de http://www.ceam-ong.org/publicaciones-y-recursos/publicaciones/Mojos-una-limnocultura” CEAM-HOYAM.
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ritmos de la naturaleza como de saber recrearla para sus particulares propósitos de sobrevivencia: “Los antiguos
mojeños modificaron el medio a fin de obtener, durante todo el año, el agua y la fertilidad necesarias para sus lagunas
y para sus cultivos.”34
Fue en Mojos donde se desarrolló la cultura hidráulica más extensa de todo el continente. Lo antiguos mojeños
crearon un complejo hidráulico monumental y amplio, hoy en día todavía poco estudiado. Por ello “Toda la geografía
de Mojos está marcada por la presencia de numerosos restos precolombinos: campos de cultivo, canales de transporte
y riego, diques, terraplenes y lomas o mounds que contienen numerosos restos arqueológicos.”35
Cuando se contemplan desde el aire estas modificaciones en la sabana nos asalta la perplejidad. Inmediatamente
comprendemos que los cientos y miles de terraplenes y canales artificiales que, en algunos casos, miden hasta 20
kilómetros de extensión, capaces de contener y redireccionar las anuales inundaciones de los ríos, no pudieron ser
obra de unas cuantas tribus bárbaras que bailaban alrededor del fuego ni de cojudos que se pintaban el cuerpo porque
no tenían nada más que hacer. En Mojos existió una gran civilización que colapsó, todavía no sabemos cuándo ni
cómo.36 Tiahuanaco no fue la única gran civilización precolombina.
Mojos, pues, para desgracia de quienes no conocen su historia, no es simplemente una región exuberante
poblada por naciones itinerantes, tecnológicamente atrasadas – si se comparan con las culturas andinas –, carentes de
tradición histórica, de memoria. Pero la historia boliviana sostiene ese presupuesto que implica una construcción
histórica racista pues, por un lado, se coloca en la parte inferior de la jerarquía cultural a las culturas amazónicas y en
la superior a las culturas andinas. Esta es una concepción, a la par de jerárquica, colonial. Reproduce en la conciencia
del boliviano una novela según la cual todo lo más importante habría sucedido en la zona andina. Las tierras bajas
habrían vivido al margen de la historia.
“Porque ése es el otro gran mito que ha ensombrecido la investigación histórica de la Amazonía. Desde el siglo xix, e incluso
antes, se ha dado por sentado en la comunidad científica que la Amazonía era un universo cerrado e impenetrable, donde
las comunicaciones eran prácticamente inexistentes. En ese entorno salvaje, era absurdo imaginar un contacto prolongado
y fluido entre los pueblos amazónicos y otros grupos humanos situados en las alturas andinas o en otras regiones distantes.”
(Ibáñez, 2011: 25)
“Un número cada vez más grande de investigadores ha llegado a la conclusión de que la cuenca del Amazonas […] Lejos
de ser la tierra virgen intemporal y con un millón de años de antigüedad que muestran las postales, […] es el resultado de
una interacción histórica entre el medioambiente y el ser humano.” […]…durante mucho tiempo unos pobladores
34Idem. 35Idem. 36Cfr. Josep_Barba_Moxos una Limnocultura. https://www.youtube.com/watch?v=38qtVSj7r7Q
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inteligentes, que conocían trucos que nosotros aún estamos por aprender, utilizaron grandes parcelas de la Amazonia sin
destruirla. Ante un problema ecológico, los indios lo resolvían. En vez de adaptarse a la naturaleza, la creaban. Estaban en
pleno proceso de formación de la tierra cuando apareció Colón y lo echó todo a perder.”37
Lo anterior, más que una reivindicación, es una advertencia epistemológica, ya que se tiende a enfocar el
conocimiento histórico de las tierras bajas desde un parámetro falso que determina el devenir histórico como débil
en esta parte de la geografía del país.38 Por ello, no estamos en contra de lo andino, sino en contra del andinocentrismo.
El andinocentrismo en geopolítica es una conciencia espacial andina de origen colonial que si bien reconoce la
existencia de las tierras bajas, en lugar de relacionarse o articularse con ellas como un equivalentes, las subsume como
una periferia (“dependencia”, diría Mendoza).39 Se trata de una conciencia espacial colonial porque:
“Los preconceptos españoles hacen mucho para consolidar el contraste entre la “civilización” andina (asociada en bloque
con la complejidad, la diferenciación social, la concentración, la jerarquía, etc.), y la “barbarie” de los llanos (asociada
genéricamente con la simpleza, la indiferenciación, la atomización, el igualitarismo, etc.). El ejemplo canónico es la
clasificación de los pueblos amerindios del jesuita José de Acosta, […] Conscientemente o no, esta división perduró en las
37Mann, Charles C. 2006. Op. Cit. p. 378 citado en, AA.VV. 2007. Territorialidad de la dominación: La integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA). Observatorio Latinoamericano de Geopolítica: Buenos Aires. p. 7 38Este andinocentrismo todavía permea con sus parámetros categoriales ciertas apreciaciones contemporáneas. Por ejemplo, Álvaro García Linera incurre en un salto metodológico de ese tipo cuando compara a los pueblos indígenas de tierras altas con los de tierras bajas: “En la amazonía no son pues los pueblos indígenas quienes han tomado el control del poder territorial, como sucedió hace años atrás en las zonas de tierras altas y de los valles, en donde los sindicatos agrarios y comunidades desempeñaron el papel de micro-Estados indígenas con presencia territorial, y en realidad fueron la base material previa de la construcción del actual Estado Plurinacional.” (Linera, 2012: 25) Para que esa afirmación sea contundente debería antes demostrar que los núcleos de San Lorenzo, Rosario, San Francisco, San Ambrosio, San Antonio, Todos Santos y otros rancheríos que todavía hoy perviven, fundados durante la búsqueda de la Loma Santa convocada por Guayocho como una forma de resistencia a la esclavitud del enganche gomero, la enajenación de tierras, la servidumbre y la destrucción de su cultura reduccional; alejados de la población criolla; donde los indígenas reformularon el patrón cultural heredado de los jesuitas a través del cabildo, el ordenamiento urbano, las actividades agrícolas, ganaderas, artesanales y, en gran medida, la praxis religiosa y festiva católica jamás existieron. Tendría que demostrar, también, que al frente de todo ese proyecto de reconstitución territorial José Santos Noco Guaji, el «corregidor ejemplar», ávido lector de cuanto pasaba en el escenario local y nacional, que hablaba y escribía muy bien el mojeño y el español, siendo por ello el último de los grandes corregidores-caciques ilustrados representando a toda la región del Sécure, o sea, el Fac Totum entre el río Sécure y el rio Mamoré, donde por mandato suyo ningún hombre blanco-mestizo podía permanecer por más de 24 horas, jamás existió. He aquí “la base material previa de la construcción del actual Estado Plurinacional.” en las tierras bajas. El cómo lo hicieron y su efectividad es algo a ser considerado desde parámetros producidos desde la realidad de tierras bajas y no inferido por una comparación prejuiciada. Linera desconoce la historia de la Amazonía y por ello le imprime una concepción andinocentrica que es el trasfondo de todo su discurso geopolítico. En ese sentido repite el método de Jaime Mendoza. 39“Queremos todavía acompañarlo por unos ratos más a otras tierras que aun cuando no integran ya, propiamente, el cuerpo del Macizo, tienen, sin embargo, estrechos nexos con él; se le articulan geográfica y geológicamente y aun diremos histórica y sociológicamente, y en cierto sentido, vienen a ser sus dependencias en esos campos, como lo son también en el político. Nos referimos al sistema de tierras bajas …” (211)
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ciencias sociales modernas: la historia se apropió de las “altas culturas” andinas y relegó al campo de la antropología a los
pueblos “salvajes” o “marginales” de las tierras bajas.” (Villar; Combès, 2012: 21-22)
Hay todavía mucha tela por cortar para la formación de un Estado plurinacional. Sin embargo, ello no se puede
hacer desde una geopolítica que todavía piensa desde las montañas. El andinocentrismo de Mendoza nos resulta
completamente contraproducente para un país que al día de hoy tiene su polo económico en Santa Cruz, la tierra de
los bárbaros guaraníticos. El problema, sin embargo, no está tanto en su andinocentrismo como en la presencia del
mismo en los discursos contemporáneos que terminan por influir tanto en las geopolíticas públicas (geopolítica
práctica) como en el sentido común (geopolítica popular) y que no es problematizado por la academia (geopolítica
formal). Como Agnew (2003: 85-113) ya había hecho notar, los discursos geopolíticos no desaparecen
completamente según su orden de sucesión, sino que continúan existiendo superpuestos. En cierto modo, la
originalidad de un pensamiento geopolítico depende de la autonomía o relación crítica y consciente que tenga
respecto a sus predecesores. Es momento de romper con el prejuicio andinocentrista.
2. La geopolítica boliviana como discurso defensivo
Afirma Saavedra Weise:
“En materia geopolítica, Bolivia no sólo estuvo siempre a la defensiva sino que, lo realmente notable, es que no haya logrado
plasmar sus propias doctrinas. Sí todo el mundo discute acerca de nosotros; si se habla de Bolivia como “pivote”, etc. ¿por
qué los bolivianos no hemos sido capaces de instrumentar una concepción autónoma del dominio geográfico? Más allá de
la forma en que se elabore una doctrina, es imprescindible tenerla. No podemos seguir siendo objeto de especulaciones sin
tener una base endógena de sustentación al respecto.” (Saavedra, 1998: 333)
Y, sin embargo, Bolivia si cuenta con una «doctrina» geopolítica que persiste a lo largo de su historia. Laetitia
Perrier la llama: Bolivia, país de contactos. Es un discurso esencialista que surge como una respuesta al enclaustramiento
marítimo y las sucesivas pérdidas territoriales: “Esta narración nacional dice que el país podría sobrevivir con la sola
condición de convertirse en un país útil, que facilite la comunicación continental entre sus vecinos, asegurando el
balance entre las grandes potencias, Brasil y Argentina, y ofreciendo materias primas a cambio de su integridad
territorial.” (Perrier, 2015: 102) El modelo ideal de la geopolítica boliviana presupone que el equilibrio del poder entre
las potencias continentales depende de la gestión del espacio. Esa es la misión trascendental de Bolivia que en
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consecuencia, según Julio Méndez, significa hacer de la neutralidad su política externa.40 Jaime Mendoza agrega la
mediación institucional operativa: la infraestructura vial. El espacio boliviano debería ser un territorio en el que la co-
presencia, la movilidad y las tele-comunicaciones (determinaciones básicas del manejo social del espacio) se
concreticen como un lugar de paso. En el fondo, lo que esta narrativa se propone es que Bolivia sea un territorio
fronterizo lo cual produce una tensión entre la afirmación nacional interna y su subordinación externa pues, ¿cómo
se puede ser territorio nacional y al mismo tiempo frontera?
La explicitación de este discurso permite comprender la articulación entre utopía geopolítica nacional y utopía
geopolítica continental; entre Bolivarianismo-Panamericanismo y «doctrina» geopolítica boliviana; entre proyectos de
integración nacional y continental. Estos últimos son de dos tipos: “los enfocados en lo económico, que buscan crear
un mercado común a escala continental y los orientados hacia lo político, que tratan de fomentar el poder político del
bloque continental.” (Perrier, 2015: 101) La tradición geopolítica boliviana es la historia de la construcción y
transformación del discurso nacional ante los discursos continentales. Por tanto, ese discurso no es un discurso, en
rigor, nacionalista. Dicho de otro modo, su nacionalismo, cuando es visto en sus conceptos constituyentes (Macizo,
centralidad, contacto, balanza de poder, neutralidad) y evaluado críticamente en sus determinaciones y efectos
históricos reales41 se revela como un discurso antinacionalista. La apariencia superficial, sin embargo, es que Bolivia
es un país de vínculos, de intercomunicaciones, que se integra, que es central y que, en la medida que logre alcanzar
el mayor grado de integración (hoy ya se habla de conectividad), habrá cumplido con su destino. Lo posible y lo que
tiene sentido es la integración. Creemos ver la realidad a secas y obviamos que siempre la vemos mediatizada por
categorías. Luego, para Bolivia no existe otro proyecto de vida sino el que dimana del imperativo geográfico que,
traducido a nuestro tiempo, consiste en ser un país de contactos. Cegados por las promesas del modelo no podemos ver
más allá de sus categorías. Perdemos objetividad y por ello no advertimos las consecuencias:
“Recordemos que todo proceso de integración continental compromete el destino individual de cada país que participa en
él. […] Si bien la dinámica de integración actual permite que Bolivia participe en todos los bloques regionales, también
podría reforzar su marginalidad dentro de cada bloque regional. Peor aún, sus múltiples lealtades territoriales, que reflejan la
naturaleza geoestratégica del altiplano boliviano al cual todos los bloques quieren unirse, podrían llevar a neutralizarlo.”
(Perrier, 2015: 121)
40Cfr. Méndez, Julio. 1874. Realidad del equilibrio hispano-americano y la necesidad de la neutralización perpetua de Bolivia. Primera parte. Atacama y el Chaco. Lima 41Toda la obra Geopolítica de las Carreteras y el Saqueo de los Recursos Naturales de Pablo Villegas se puede resumir en esa demostración. (Cfr. Villegas, 2013)
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El problema geopolítico de Bolivia no radica en el reconocimiento de esa tensión sino en el cómo trata con ella.
La respuesta ha consistido en evitar asumir la dura y difícil tarea de construcción interna del poder a largo plazo como
política de Estado para producir una geopolítica defensiva oculta bajo el manto grandioso de las posibilidades de la
centralidad geográfica (que siempre es relativa y depende del observador). Para ello se ha servido del marco categorial
de la geopolítica tradicional. De ese modo Bolivia oculta sus reales carencias: su baja densidad demográfica, su
pequeña economía, su marginalidad, etc. De ese modo niega la posibilidad de descubrir las potencialidades de
superación que no caben al interior del modelo geopolítico ideal boliviano. Lo que no está en su mapa mental no
existe.
Por ello, contra Saavedra Weise, sí es de vital importancia el cómo se elabore la geopolítica nacional puesto que
cada «doctrina» geopolítica corresponde a un proyecto histórico. No se trata de saber manejar una computadora,
mucho menos de saber ensamblarla. Se trata de producir inteligencia artificial. La no consciencia de los marcos
categoriales de la teoría repercute fatalmente en el plano practico-estratégico.
Bolivia se concibe como un territorio fronterizo, de paso, de transición, un nexo y no como un territorio con
sustantividad propia. El modelo geopolítico boliviano es un constructo teórico contradictorio que traslada esa
contradicción a la realidad. Plantea la constitución unitaria de un territorio mediante mecanismos cuya intencionalidad
última no es la integración interna sino la desintegración interna en función de la integración externa. Carga con una
especie de temor a la autoafirmación (producto quizás de las sucesivas perdidas territoriales) y por ello su
autoafirmación consiste en la no afirmación, en el querer estar bien con todos sus vecinos (es el único país que está
en casi todos los organismos de integración regional). Sufre del complejo Potosí que es su mito fundacional: se sabe
centro en la medida que los otros dependan de él pues Potosí fue un modelo de desarrollo hacia afuera. Fue un
enclave. Y todo enclave es un centro ilusorio. Ello explica la actitud defensiva de la geopolítica boliviana que molesta
tanto a Saavedra Weise. La defensividad de esta geopolítica se funda en las coordenadas conservadoras del análisis de
la realidad, ante la posible desaparición por fagocitación externa, que emplea Jaime Mendoza y en la supuesta
centralidad geográfica del Macizo Boliviano. Por tanto, una “concepción autónoma del dominio geográfico” conlleva
la ruptura con el marco categorial de la tradición geopolítica boliviana. Una ruptura en la continuidad. Una crítica de
la tradición no para desecharla sino para evaluarla y tomar de ella lo que todavía nos sirve en función de la
sobrevivencia de la comunidad boliviana. Esa ruptura solo puede ser existencial, pero comienza con la crítica
categorial.
3. Un horizonte de investigación pendiente
El problema geopolítico boliviano, esa tensión entre las exigencias externas e internas, solo puede ser enfrentado en
dos frentes concomitantes. La crítica de la tradición geopolítica boliviana y, a partir de esa crítica, el desarrollo de
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teorías parciales de concreción que enfrenten la inercia de sus efectos negativos reales al mismo tiempo que afirman
las condiciones que garantizan la producción de la vida humana y la naturaleza, pero, sobre todo, la posibilidad de
reproducción de una forma de vida no moderna.
1) Una crítica de la tradición geopolítica boliviana. Una crítica evaluativa de los clásicos del pensamiento formal a nivel
categorial y metodológico. Una investigación sobre la geopolítica popular. Una investigación sobre los
efectos de las políticas públicas, tanto externas como internas, bolivianas y extranjeras. La creación de una
concepción del espacio y tiempo no modernos.
2) El desarrollo de teorías parciales de concreción. Sin abandonar las tecnologías e instituciones de vialidad y
conectividad, desarrollar tecnologías de preservación de la naturaleza y de potenciamiento del poder interno:
económico, político y cultural. Esas tecnologías y mediaciones institucionales no pueden tener su lógica de
funcionamiento en la racionalidad instrumental ni su telos en la eficiencia y eficacia formales. Su lógica debe
ser la de una racionalidad reproductiva.
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