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Proletarios de todos los países, uníos
IZQUIERDA Y COMUNISMO EN EL PERÚ CONTEMPORÁNEO
Arturo Chávez Panta
ᵙ Piura, abril de 2014 ᵙ
1. IZQUIERDA Y COMUNISMO EN EL PERÚ CONTEMPORÁNEO
En términos generales, la denominación “izquierda”, en la presente época, denota a
una tendencia que propugna cambios en una situación dada. Esta definición, así formulada,
no nos explica nada acerca de la modalidad del cambio que se propugna ni sobre la calidad
social de quien la sustenta. Por estas causas, resultan en la izquierda una multiplicidad de
actores políticos.
En nuestro país, dos son los principales grupos sociales que integran a la izquierda:
los proletarios y los pequeñoburgueses. Mas, por las características de la opresión
imperialista y por el prestigio del movimiento revolucionario, concurren también algunos
elementos de la burguesía nacional a apoyar, en determinadas circunstancias, a la tendencia
izquierdista.
Tenemos, entonces, al proletariado y a la pequeña burguesía agrupados en el mismo
movimiento de cambio; sin embargo, aunque son de izquierda o, mejor dicho, están en la
izquierda en el movimiento general, no son iguales como agrupación social, ni en sus
expresiones ideológicas, políticas ni organizativas.
La pequeña burguesía no es una clase definida; es una “clase” de tránsito, que oscila
entre la burguesía y el proletariado. El relativo peso numérico y estabilidad social que logra
en el Perú se debe a las condiciones limitadas, atrasadas, del desarrollo capitalista. A
medida que éste se desarrolla, la suerte de la pequeña burguesía corre aún más entre el
aburguesamiento y la proletarización. En estas condiciones, su aspiración inmediata es
convertirse en burguesa. Entre tanto, mentalmente oscila entre la ideología de la burguesía
y la del proletariado, aunque en la lucha se declare simpatizante o hasta “militante” de ésta.
Estas son las causas económica, social e ideológica que producen las expresiones
partidarias que ostenta: desde partidos con ideas liberales hasta partidos con ideas
“comunistas”. Por su propia característica social, la pequeña burguesía no puede tener un
partido definido. Es decir, no puede tener un partido.
La clase obrera es la única clase que puede tener un partido que la representa; o,
dicho de otra manera, solo hay un partido que representa a la clase obrera: el Partido
Comunista.
Sin embargo, en el Perú hay varias organizaciones que se denominan “Partido
Comunista”. Pero el Partido es uno solo; su fundamento principista es uno solo: el
marxismo-leninismo. La historia no reconoce otro contenido. Por ello, el comunismo en el
Perú puede ser solo uno. No puede haber muchos ni puede estar muerto. Mientras exista el
capitalismo, su sepulturero estará al lado.
El comunismo en el Perú ha sido declarado mil y un veces “muerto”, “fósil”,
“antediluviano”, “dinosaurio”, etc.; a pesar de ello, se discute constantemente acerca de su
vigencia, de su presencia, de su papel histórico y práctico. En estos días, los esfuerzos de
unificación de la izquierda alrededor del Frente Amplio, con miras a los procesos
electorales, han revivido también, en el seno de la misma izquierda, los términos de esta
polémica; así que será motivo para tratarlos.
2. UNA VEZ MÁS: MATANDO AL COMUNISMO EN EL PERÚ
En el plano formal, el movimiento Tierra y Dignidad (Tierra y Libertad, en su
denominación general) ha sido el puntal de la aglutinación legal de la izquierda en el Perú,
dado que era la única agrupación de este tipo que tenía una inscripción electoral nacional.
Esto permitió que diversos partidos de izquierda, así como organizaciones populares,
sindicales y personalidades democráticas, convergieran para constituir un Frente Amplio de
izquierda, como bien se le ha dado en llamar, con el propósito de participar en el proceso
electoral de todo el país.
A pesar de este mérito histórico de Tierra y Libertad, de aquí ha partido también el
ataque frontal contra el marxismo-leninismo que, una vez más, busca liquidarlo. Pedro
Francke lo pretende así en su escrito Abajo los dogmas1. Le antecede en este propósito,
preparando el ambiente, David Roca Basadre con su escrito La izquierda cansada2. El
objetivo central de ambos autores es acabar con todo lo que queda de comunismo en el
Perú.
David Roca toca más que nada una faceta práctica en el movimiento de izquierda.
El aspecto de fondo, principista, es tocado por Pedro Francke; así que nos detendremos en
este tema vital, en primer lugar.
3. LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA EN LA IZQUIERDA PERUANA
“La única idea previa que había tenido antes −recuerda Pedro Francke− vinculando
política con parto, es la conocida frase de Marx: ‘la violencia es la partera de la historia’.
No me gusta la frasecita. Simplista como mirada de la historia; tremendo juicio de valor
contrabandeado como ciencia. Al tacho de basura.”
Así, porque simplemente no le “gusta la frasecita” de la violencia revolucionaria,
Pedro Francke la manda “al tacho de basura”, y con ello busca mandar también “al tacho” a
todo el marxismo-leninismo.
Resulta especialmente conmovedora la forma como Francke trata de contrabandear
este propósito de liquidar al comunismo. Primero realiza este disparo directo al corazón del
marxismo-leninismo y, luego, lo encubre escribiendo acerca del “parto” no violento que
habría tenido el Frente Amplio. En efecto, la relación entre política y parto la describe
Pedro Francke al momento de redondear el informe sobre su participación en el nacimiento
del Frente Amplio, su “bebé”:
“Este bebé a quien quiero tanto: ¿Vivirá? ¿Saldrá bien?... Como analista, como
científico social, la verdad es que quién sabe cuál será el futuro del Frente Amplio y del
Perú. Como persona, pienso que vale la pena lucharla, esforzarse porque este bebé siga
creciendo sano y fuerte. ‘No hay peor lucha que la que no se hace’, decía mi mamá.”
El planteamiento candoroso de estas ideas resulta absolutamente contrastante con el
contenido negativo que encierran.
En primer lugar, aclaremos que no es cierto que el nacimiento del Frente Amplio
haya estado exento de “violencia”. El propio Francke lo reconoce: “ando metido hasta el
cogote en este enredo”; “teniendo que cuadrar a un personaje que quería hacer lo que le
daba la gana”; “las discusiones… la política como si fuera ‘Combate’”; “mejor ir a ‘El
valor de la verdad’ que tener ética política y responder por los millones que te robaste o la
sangre que provocaste”; “el final fue medio tumultuoso”… Vemos, pues, que el nacimiento
del Frente Amplio no ocurrió en el paraíso. Es más, la aparición del frente obedece a una
causa más profunda: es producto de la lucha de clases.
En nuestro país el proletariado se enfrenta a la burguesía y al imperialismo, y la
pequeña burguesía oprimida concurre también a este enfrentamiento. Los grandes
capitalistas tratan de evitar o aniquilar toda expresión de lucha que puedan levantar
proletarios y pequeñoburgueses. Son estos grupos dominados, cada uno por su lado o
aliados, los que constantemente crean organizaciones para enfrentar al poder establecido.
Como producto de esta lucha, de este proceso violento, ha nacido en el Perú el Frente
Amplio. Y su destino tampoco será idílico: vivirá constantemente en luchas internas, por la
discordancia de las clases y de las organizaciones que la integran, y en luchas externas, por
el fuego cruzado que sufrirá desde las clases dominantes.
En segundo lugar, diré que es sumamente raro, por decir lo menos, que un
“militante de la izquierda peruana desde hace 37 años”, como dice que es Pedro Francke,
solo conozca, como “única idea previa que vincula violencia con parto”, a la vieja idea de
Carlos Marx. No existe teórico del marxismo-leninismo que no haya tratado, en el fondo,
sobre esta relación, y no existe “militante de izquierda” en el Perú que no conozca, o
reconozca, este tema fundamental en el marxismo-leninismo. El mismo Pedro Francke nos
cuenta que fue “militante de un partido marxista-leninista durante 15 años”.
¿Y qué aprendió allí durante todo ese tiempo?
La verdad es que el “Partido Unificado Mariateguista” (PUM), que es en donde
militó Francke, no era un partido marxista-leninista, por más que se proclamase de este
tipo; fue uno más de los muchos partidos pequeñoburgueses que han tomado el nombre del
marxismo-leninismo sin serlo. He ahí la razón por la que Francke no aprendió nada
valedero acerca del papel de la violencia revolucionaria como partera de la nueva sociedad,
y por qué tenía a la tesis de Marx como “única” idea sobre el tema. Para no ir muy lejos, le
recordaremos una hermosa frase que cualquiera que haya pasado por un partido
“mariateguista” debe saber:
“La revolución es la gestación dolorosa, el parto sangriento del presente”.
Esta idea del fundador del comunismo en el Perú sigue plenamente vigente.
Tenemos, en suma, que ni el nacimiento del Frente Amplio fue pacífico ni la idea de
Carlos Marx es la única que relaciona violencia con parto. Pero es sobre la base de estas
dos deformaciones que Francke manda “al tacho de basura” al viejo fundamento marxista.
Ninguna argumentación teórica en contra. Solo recurre a un subterfugio grotesco, lleno de
subjetividad:
“No me gusta la frasecita”.
El marxismo-leninismo no se duele de que sus principios y fundamentos sean
desagradables a la ideología de los burgueses y de los pequeñoburgueses. Sería una grave
señal de alerta que ocurra lo contrario. Pero en las cuestiones ideológicas no cuentan para
nada los “me gusta” o “no me gusta”. Lo que pasa con Pedro Francke es que siempre ha
pertenecido a la pequeña burguesía reformista, aquella que ve con horror a la violencia, en
general, y de manera particular a la violencia proletaria. Por esta sencilla razón es que
nunca ha admitido, ni admitirá, el papel de la violencia revolucionaria como partera de la
historia. Y, aunque también se dijo “mariateguista”, la verdad es que nunca entendió a
Mariátegui, porque Mariátegui tampoco hubiese podido entenderse con él:
“Estoy políticamente en el polo opuesto de Lugones −de Pedro Francke, nos
atreveríamos a agregar hoy día en la cita del Amauta−. Soy revolucionario. Pero creo que
entre hombres de pensamiento neto y posición definida es fácil entenderse y apreciarse, aun
combatiéndose. Sobre todo, combatiéndose. Con el sector político con el que no me
entenderé nunca es el otro: el del reformismo mediocre, el del socialismo domesticado, el
de la democracia farisea. Además si la revolución exige violencia, autoridad, disciplina,
estoy por la violencia, por la autoridad, por la disciplina. La acepto, en bloque, con todos
sus horrores, sin reservas cobardes.”
¡Horror! –pondría el grito en el cielo Pedro Francke−. ¡Visión “simplista como
mirada de la historia; tremendo juicio de valor contrabandeado como ciencia”!
Al contrario; lo más simplista para la ciencia sería atenerse “al gusto” subjetivo de
Francke. Los fundadores del comunismo jamás se atuvieron a un “me gusta” o “no me
gusta” al realizar sus evaluaciones de la historia. Realizaron un balance universal del
movimiento de la sociedad y descubrieron las leyes generales que gobiernan este proceso.
En particular, descubrieron las leyes que determinan el movimiento y el devenir de la
sociedad capitalista. Y esto no lo desarrollaron de un modo abstracto. Marx y Engels
estudiaban cada proceso revolucionario que se vivía en los países de su época. De este
modo enriquecían su teoría; la hacían más concreta. Los sucesores de Marx y Engels han
seguido por el mismo camino. Aquí no hay nada de simplismo ni de subjetivismo. Producto
de estos estudios constantes es que el comunismo mantiene y sostiene la idea general de la
violencia revolucionaria como partera del mundo nuevo, censurando a las corrientes
adversas a esta tesis fundamental:
“… De que la violencia desempeña en la historia otro papel [además del de agente
del mal], un papel revolucionario; de que, según la expresión de Marx, es la partera de toda
vieja sociedad que lleva en sus entrañas otra nueva; de que la violencia es el instrumento
con la ayuda del cual el movimiento social se abre camino y rompe las formas políticas
muertas y fosilizadas, de todo eso no dice una palabra el señor Dühring. Sólo entre suspiros
y gemidos admite la posibilidad de que para derrumbar el sistema de explotación sea
necesaria acaso la violencia, desgraciadamente, afirma; pues, el empleo de la misma, según
él, desmoraliza a quien hace uso de ella. ¡Y esto se dice, a pesar del gran avance moral e
intelectual, resultante de toda revolución victoriosa! Y esto se dice en Alemania, donde la
colisión violenta que puede ser impuesta al pueblo tendría, cuando menos, la ventaja de
destruir el espíritu de servilismo que ha penetrado en la conciencia nacional como
consecuencia de la humillación de la Guerra de los Treinta años. ¿Y estos razonamientos
turbios, anodinos, impotentes, propios de un párroco rural, se pretende imponer al partido
más revolucionario de la historia?" (Federico Engels, Anti-Dühring).
El espíritu de Engels es cualitativamente antagónico al que muestran Pedro Francke
y todos los reformistas peruanos.
Sobre la naturaleza nada subjetiva de la teoría marxista de la revolución violenta, y
sobre la necesidad de educar en este espíritu a las masas, leemos en El Estado y la
revolución de Lenin:
“Ya hemos dicho más arriba, y demostraremos con mayor detalle en nuestra ulterior
exposición, que la doctrina de Marx y Engels sobre el carácter inevitable de la revolución
violenta se refiere al Estado burgués. Este no puede sustituirse por el Estado proletario (por
la dictadura del proletariado) mediante la ‘extinción’, sino sólo, por regla general, mediante
la revolución violenta. El panegírico que dedica Engels a ésta, y que coincide plenamente
con reiteradas manifestaciones de Marx (recordaremos el final de Miseria de la Filosofía y
del Manifiesto Comunista con la declaración orgullosa y franca sobre el carácter inevitable
de la revolución violenta; recordaremos la crítica del Programa de Gotha, en 1875, cuando
ya habían pasado casi treinta años, y en la que Marx fustiga implacablemente el
oportunismo de este programa), este panegírico no tiene nada de ‘apasionamiento’, nada de
declamatorio, nada de arranque polémico. La necesidad de educar sistemáticamente a las
masas en esta, precisamente en esta idea sobre la revolución violenta, es algo básico en toda
la doctrina de Marx y Engels. La traición cometida contra su doctrina por las corrientes
socialchovinista y kautskiana hoy imperantes se manifiesta con singular relieve en el olvido
por unos y otros de esta propaganda, de esta agitación. La sustitución del Estado burgués
por el Estado proletario es imposible sin una revolución violenta. La supresión del Estado
proletario, es decir, la supresión de todo Estado, sólo es posible por medio de un proceso de
‘extinción’.
Marx y Engels desarrollaron estas ideas de un modo minucioso y concreto,
estudiando cada situación revolucionaria por separado, analizando las enseñanzas sacadas
de la experiencia de cada revolución.”
“De otra parte, la tergiversación ‘kautskiana’ del marxismo es bastante más sutil.
‘Teóricamente’, no se niega ni que el Estado sea el órgano de dominación de clase, ni que
las contradicciones de clase sean irreconciliables. Pero se pasa por alto u oculta lo
siguiente: si el Estado es un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de
clase, si es una fuerza que está por encima de la sociedad y que ‘se divorcia cada vez más
de la sociedad’, es evidente que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin
una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del Poder estatal que ha
sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel ‘divorcio’. Como
veremos más abajo, Marx llegó a esta conclusión, teóricamente clara por sí misma, con la
precisión más completa, a base del análisis histórico concreto de las tareas de la revolución.
Y esta conclusión es precisamente −como expondremos con todo detalle en las páginas
siguientes− la que Kautsky… ha ‘olvidado’ y falseado.”
Parece como si Lenin le respondiera al mismo Francke.
“Atacar la violencia como algo que es inadmisible, cuando se sabe que, en último
análisis, no conseguiremos nada sin violencia...” (Archivo Marx y Engels, vol. I).
Por más que “no le guste” a Pedro Francke, la violencia revolucionaria es uno de los
soportes vitales que sostiene la doctrina comunista. Que se mantiene vigente, y que no
puede ser alegremente mandada “al tacho de basura” por puro “gusto” o porque “mi mamá
me dijo”.
La izquierda peruana está de acuerdo con el cambio; pero, ¿cómo se realizará ese
cambio, de la manera pequeñoburguesa reformista o de la manera proletario
revolucionaria? Esta es una divergencia que sigue latente en este periodo de la revolución,
pero no es obstáculo para que obreros y pequeñoburgueses marchen juntos por el cambio,
en un frente de izquierda, para la lucha contra la burguesía y el imperialismo. El Partido
proletario, en cambio, no puede reconocer como “marxista-leninista”, ni permitir en su
seno, a quien niegue o “mande al tacho de basura” a la violencia revolucionaria, una de sus
proposiciones fundamentales. Considerando esta base, del parto sangriento, es que dirigirá
su política de frente, como un elemento importantísimo de su dirección sobre el proceso
revolucionario.
Lo que sucede con la apreciación de Pedro Francke es que la formula en una
situación sumamente ventajosa para el oportunismo. En el Perú vivimos un momento en
que la palabra izquierda sirve como una piel de oveja, para que, bajo ella, pasen todo tipo
de oportunistas y hasta revisionistas y otras corrientes contra revolucionarias. Izquierdista
es un marxista-leninista, es un demócrata revolucionario, pero también es un demócrata
reformista, un demócrata “popular”, un demócrata liberal, un nacionalista, un socialista, un
maoísta, un jrushovista, un socialdemócrata, un trostkista, etc., etc. Nadie puede negar que,
al final, todos los que no son comunistas tratan de acogerse al prestigio que ha ganado el
movimiento de Marx y Lenin. Y he aquí que llegamos al punto en que todas aquellas
corrientes que no son proletarias se creen o se presentan como “fundidas” con el marxismo-
leninismo. De esta suerte, ellos han creado un ambiente en que resulta indistinto decir
izquierda o comunismo, porque pueden parecer o aparecer como “plenamente” idénticos, o
diferenciarse solo por algún matiz; precisamente, por el “matiz” que manden “al tacho de
basura”.
Una de las causas principales por la que impera esta desgraciada situación de
indefinición es la profunda debilidad ideológica, política y organizativa de los marxista-
leninistas peruanos. Lo que deriva en una tarea inmediata por resolver.
Tales son las condiciones reales gracias a las cuales Pedro Francke puede pontificar,
desde la tribuna de un “frente amplio de izquierda”, contra el marxismo-leninismo. Al final
de cuentas, todas las corrientes no marxistas que tratan de “corregirlo”, o de acomodarlo a
“su gusto”, lo que buscan es darle muerte como teoría revolucionaria. Y esto es lo que en
realidad hace Pedro Francke, al “mandar al tacho” a una las tesis fundamentales del
comunismo.
Cuando Francke se levanta contra esta tesis, para que todo el “frente amplio de
izquierda” la “mande al tacho de basura”, en el fondo lo que está buscando es eliminar al
espantoso marxismo-leninismo del frente, y de todo escenario político, para que domine su
adocenado reformismo.
La violencia revolucionaria no está planteada como un requisito de unidad para
conformar un “frente amplio”. Es una cuestión que se resolverá en la práctica, en la fase
final de la gestación dolorosa de la revolución. No es una cuestión de principio para un
frente, sino una cuestión práctica, que los comunistas pondrán a la orden del día, como un
aspecto de vida o muerte de la revolución, cuando las condiciones y el momento así lo
determinen. Lo que no es obstáculo para que constantemente eduquen en este sentido, y en
este espíritu, a la clase obrera y a las masas del pueblo. Esta es una tarea incesante de los
comunistas. Las tareas del Partido son distintas a las tareas del frente. Pero no se puede
anular a la teoría y al quehacer de los comunistas en el frente por un simple “gusto”, como
quiere el “demócrata” Pedro Francke.
Como se ha visto, desde el siglo XIX el comunismo combate a los Pedro Francke
que hay en todo el mundo, porque desde siempre combate y seguirá combatiendo al
reformismo. Y en el Perú es muy necesario realizar esto en la actualidad, dado el
predominio de esa corriente en el ámbito legal, y dada la necesidad del proletariado por
diferenciarse, en lo ideológico, en lo político y en lo organizativo, de manera nítida y
tajante, de esa corriente perniciosa.
4. LA DICTADURA DEL PROLETARIADO
“Hoy hace falta nueva unidad pero también, una vez más, renovación. Más que
renovación; refundación. Poner definitivamente en el tacho las ideas viejas que hablaban de
la dictadura del proletariado, del partido de cuadros, de la glorificación del líder, del
centralismo anulador de discusiones y críticas, del estatismo a ultranza.”
Haciendo malabares, nuevamente Pedro Francke trata de hacer pasar, de soslayo, su
burda liquidación del marxismo-leninismo.
Luego de dar “una mirada histórica de la izquierda peruana”, Francke plantea
“refundarla”, “mandando al tacho definitivamente las viejas ideas” que, para él, provienen
del marxismo-leninismo.
La izquierda peruana, en realidad, no necesita ser “refundada”. Socialmente existe
desde que existen la pequeña burguesía y el proletariado en el Perú. Políticamente ha tenido
múltiples formas de expresión. La clase obrera es la pionera en la formación de
organizaciones gremiales, sindicales y políticas, desde finales del siglo XIX, y es la que
más ha avanzado, merced a la constitución de su partido en 1928. La pequeña burguesía ha
venido concurriendo al movimiento de lucha contra el capitalismo y el imperialismo, y,
sobre todo a finales del siglo pasado, ha contribuido en la constitución de múltiples
organizaciones de lucha. En este proceso, proletarios y pequeñoburgueses han llegado a
conformar diversos organismos de lucha común. Esta es la izquierda que existe en el Perú,
y que existirá hasta el derrocamiento del gran capital en nuestras tierras. No puede ser
“refundada”. En cada período de nuestra historia se hace presente: de un modo objetivo, por
la expresión de las clases en la vida de la sociedad; de un modo formal, por la constitución
de frentes que llegue a crear. “Revive” de diversas formas, pero no puede ser “refundada”,
porque la base de su fundación es una sola: la lucha común contra el gran capital. Y,
objetivamente, mientras el imperialismo y la gran burguesía no sean derrocados, no puede
haber otra base de unidad que funda la lucha de obreros y pequeñoburgueses.
¿Y por qué Francke nos habla, entonces, de “refundación”?
Porque identifica izquierda con comunismo.
Como hemos visto, Francke es un renegado del comunismo. Se aprovecha de la
gran confusión en que se vive hoy día respecto a la diferencia esencial que hay entre
izquierda y comunismo, para querer “refundar” a la “izquierda” sin el comunismo. Y
quiere que esta negación la haga toda la izquierda.
La unidad de la izquierda está fundada en un principio único. La unidad del
comunismo está fundada sobre múltiples principios. En nuestro país, por la consecución del
“principio” izquierdista –derrocamiento del imperialismo y del capitalismo– concurren dos
clases sociales. Por la consecución de la meta comunista –la sociedad sin clases sociales–
solo se hace presente la clase obrera.
La unidad comunista se basa en los principios del materialismo dialéctico, del
materialismo histórico, de la dialéctica de la naturaleza, de la economía proletaria, del
socialismo científico. Por ninguna circunstancia los comunistas pueden exigir a los
pequeñoburgueses que el conjunto, o alguno, de estos principios sea requisito indispensable
para la constitución de un frente unitario. La unidad de los comunistas y sus principios son
cosas cualitativamente diferentes a la unidad de los izquierdistas y su principio.
Ya hemos visto que, actualmente, en la izquierda se hacen presente comunistas,
demócratas, anarquistas, revisionistas, liberales, etc., etc. En el comunismo solo se hacen
presente los marxista-leninistas. En una organización de izquierda pueden encontrarse
obreros, campesinos, artesanos, pequeños y medianos industriales, pequeños y medianos
comerciantes, estudiantes, profesionales, etc., etc., etc. En un partido comunista sólo se
encuentran proletarios. En suma, comunismo e izquierda no son iguales, aunque tengan un
eslabón que los vincule. Los principios con que se funda uno no equivalen al principio
sobre el que se funda el otro.
Pero Francke deforma esta relación, y clamando por “la unidad de la izquierda”
reclama “que se mande al tacho, definitivamente”, a ideas que solo aluden al marxismo-
leninismo.
En efecto; la dictadura del proletariado, el partido de cuadros, el centralismo
democrático son ideas centrales del comunismo, que “la izquierda” no tiene por qué
“mandar al tacho”, por la sencilla razón que no le competen. Esas ideas no son ni pueden
ser la base de unidad de la izquierda; son parte de las bases de unidad de los comunistas. La
izquierda, entonces, no tiene por qué ser “refundada” dejando ideas que no son la suya; no
tiene por qué “mandar a la basura” ideas sobre las que no se une. Lo que busca Pedro
Francke, en el fondo de su almita, es desterrar de la faz de la tierra, definitivamente, a las
ideas del comunismo que desde siempre le han causado terror. Un pavor de clase, como
hemos visto más arriba. Pero el “contrabandazo” que realiza, estamos seguros, no surtirá
efecto en el movimiento político.
“Permítanme contarles –rememora Francke en su Renovación en el Frente Amplio3−
que fui militante de un partido marxista-leninista durante 15 años. Recuerdo bien mi lectura
de ‘El estado y la Revolución’ de Lenin. Pero las ideas hay que reevaluarlas y repensarlas a
la luz de la historia. Y la historia de los partidos que aplicaron esa dictadura del
proletariado no me parece defendible. Hoy sabemos que ‘el gran salto adelante’ del
camarada Mao y el PCCH significó la muerte de hambre de entre 18 y 32 millones de
personas, y que Stalin persiguió y mató a la mayor parte del Comité Central del Partido
Comunista, cayendo bajo su guadaña los mejores camaradas de Lenin. No puedo hacerme
de la vista gorda de esos hechos centrales de la historia mundial ni del hecho que la teoría
de la ‘dictadura del proletariado’ las justificó. Tampoco me parece sensato olvidar que una
dictadura no puede ser, no es, una democracia: son antónimos. Ni que una democracia no es
solo el predominio de las mayorías, ‘el proletariado’, sino también reglas que aseguren
derechos civiles y políticos para todos, y contrapesos en la dirección del estado.”
Ya hemos visto lo mal que Francke estudió la literatura comunista, lo mal que fue
educado en un partido que no era marxista-leninista, y el verdadero contenido democrático
burgués de su ideología. La cita apuntada no hace más que corroborar todos los puntos
anteriores, y lo ratificaremos recurriendo al mismo texto que Francke “recuerda bien”.
Comencemos por el final: sobre la ilusión pequeñoburguesa de crear un Estado “que
asegure derechos civiles y políticos para todos y contrapesos en su dirección”:
“El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones
de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado
demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables. En torno a este punto
importantísimo y cardinal comienza precisamente la tergiversación del marxismo,
tergiversación que sigue dos direcciones fundamentales. De una parte, los ideólogos
burgueses y especialmente los pequeñoburgueses, obligados por la presión de hechos
históricos indiscutibles a reconocer que el Estado sólo existe allí donde existen las
contradicciones de clase y la lucha de clases, ‘corrigen’ a Marx de manera que el Estado
resulta ser el órgano de la conciliación de clases. Según Marx, el Estado no podría ni surgir
ni mantenerse si fuese posible la conciliación de las clases. Para los profesores y publicistas
mezquinos y filisteos −¡que invocan a cada paso en actitud benévola a Marx!− resulta que
el Estado es precisamente el que concilia las clases. Según Marx, el Estado es un órgano de
dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del
‘orden’ que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. En
opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente la conciliación de las
clases y no la opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos
conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha
para el derrocamiento de los opresores…
… Que el Estado es el órgano de dominación de una determinada clase, la cual no
puede conciliarse con su antípoda (con la clase contrapuesta a ella), es algo que esta
democracia pequeñoburguesa no podrá jamás comprender. La actitud ante el Estado es uno
de los síntomas más patentes de que nuestros socialrevolucionarios y mencheviques no son
en manera alguna socialistas (lo que nosotros, los bolcheviques, siempre hemos
demostrado), sino demócratas pequeñoburgueses con una fraseología casi socialista.”
(Subrayado por mí)
En general, el Estado proletario, el Estado de la dictadura del proletariado sólo
puede ser establecido mediante la violencia revolucionaria. Y este Estado será también un
órgano de dominación de una clase por otra: de la burguesía por la proletaria. Aquí –como
en todo tipo de sociedad– no hay una democracia “para todos”; hay una democracia
obrera.
¿Recordará Pedro Francke las ideas leninistas sobre la lucha de clases y su relación
con la victoria del proletariado, sobre el significado de la dictadura del proletariado, sobre
el contenido ideológico y de clase de esta idea, sobre la trascendencia histórica que la
“justifica”?
“En 1907, publicó Mehring en la revista Neue Zeit (XXV, 2, pág. 164) extractos de
una carta de Marx a Weydemeyer, del 5 de marzo de 1852. Esta carta contiene, entre otros,
el siguiente notable pasaje: ‘Por lo que a mí se refiere, no me caben ni el mérito de haber
descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna, ni el de haber descubierto la
lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto el
desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía
económica de las clases. Lo que yo aporté de nuevo fue demostrar: 1) que la existencia de
las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción
(historische Entwicklungsphasen der Produktion); 2) que la lucha de clases conduce,
necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí
más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases’.
En estas palabras, Marx consiguió expresar de un modo asombrosamente claro dos cosas:
primero, la diferencia fundamental y cardinal entre su doctrina y las doctrinas de los
pensadores avanzados y más profundos de la burguesía, y segundo, la esencia de su teoría
del Estado. Lo fundamental en la doctrina de Marx es la lucha de clases. Así se dice y se
escribe con mucha frecuencia. Pero esto no es exacto. De esta inexactitud se deriva con
gran frecuencia la tergiversación oportunista del marxismo, su falseamiento en un sentido
aceptable para la burguesía. En efecto, la doctrina de la lucha de clases no fue creada por
Marx, sino por la burguesía, antes de Marx, y es, en términos generales, aceptable para la
burguesía. Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede
mantenerse todavía dentro del marco del pensamiento burgués y de la política burguesa.
Circunscribir el marxismo a la doctrina de la lucha de clases es limitar el marxismo,
bastardearlo, reducirlo a algo que la burguesía puede aceptar. Marxista sólo es el que hace
extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del
proletariado. En esto es en lo que estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un
pequeño (o un gran) burgués adocenado. En esta piedra de toque es en la que hay que
contrastar la comprensión y el reconocimiento real del marxismo.”
¿Acaso no es cierto que los “hechos centrales de la historia mundial” vienen
comprobando, objetivamente, esta teoría?
Pero Francke no lo entiende así, porque él tiene una comprensión simplona, de
diccionario, de lo que es dictadura y democracia:
“Tampoco me parece sensato olvidar que una dictadura no puede ser, no es, una
democracia: son antónimos”.
¿Pedro Francke “recordará” la siguiente “lectura” de Lenin?
“Las formas de los Estados burgueses son extraordinariamente diversas, pero su
esencia es la misma: todos esos Estados son, bajo una forma o bajo otra, pero, en último
resultado, necesariamente, una dictadura de la burguesía. La transición del capitalismo al
comunismo no puede, naturalmente, por menos de proporcionar una enorme abundancia y
diversidad de formas políticas, pero la esencia de todas ellas será, necesariamente, una: la
dictadura del proletariado.”
La esencia de todos los Estados es la dictadura. Esta dictadura puede asumir
diversas formas: autocracia, democracia, oligarquía, monarquía, parlamentarismo,
fascismo, etc., etc. Para la clase obrera, la democracia es la mejor forma para desarrollar su
lucha. Pero no se hace ilusiones sobre lo que significa esta democracia. De ninguna manera
la democracia de la burguesía es antónima o antagónica a su dictadura: es una de las formas
con la que desarrolla su opresión contra el proletariado. Democracia en la forma, dictadura
en la esencia. Es la democracia para la burguesía y la dictadura contra el proletariado.
Democracia y dictadura al mismo tiempo, en una relación de diferencia e identidad. Esta es
la realidad, materialista y dialéctica, aunque el diccionario de Francke diga lo contrario.
Solo la pequeña burguesía puede hacerse ilusiones con ideas intermedias o “igualitarias”.
La clase obrera adopta la forma democrática en su dictadura. Sin engañar a nadie,
reconoce abiertamente la esencia del ejercicio de su poder estatal: la dictadura. Pero es la
primera clase social en la historia con la que comienza a hacerse verdadera la democracia,
al ser la dominación de la minoría explotadora por la mayoría explotada. Aquí no hay
“derechos para todos”; hay contención, limitación, anulación, sujeción de los “derechos”
de la burguesía, de sus intereses o esfuerzos contrarrevolucionarios; para mantener y
desarrollar los intereses y esfuerzos revolucionarios, los derechos de la mayoría de la
población, de los anteriormente oprimidos y explotados. Aquí no hay “contrapesos en la
dirección del estado”; como antes, hay el ejercicio de la dirección del Estado por una
clase; esta vez, la proletaria. Y, cuando por el ejercicio de esta dictadura, la mayoría se
imponga de una manera “total” en la sociedad, entonces ya no habrá mayoría ni minoría, no
existirá la democracia ni la dictadura. Los contrarios se habrán suprimido en su identidad.
Esta dialéctica materialista tampoco puede ser entendida por la lógica simple y
anticomunista de Francke.
“Democracia para una minoría insignificante, democracia para los ricos: he ahí el
democratismo de la sociedad capitalista. Si nos fijamos más de cerca en el mecanismo de la
democracia capitalista, veremos siempre y en todas partes, hasta en los ‘pequeños’, en los
aparentemente pequeños, detalles del derecho de sufragio (requisito de residencia,
exclusión de la mujer, etc.), en la técnica de las instituciones representativas, en los
obstáculos reales que se oponen al derecho de reunión (¡los edificios públicos no son para
los ‘de abajo’!), en la organización puramente capitalista de la prensa diaria, etc., etc., en
todas partes veremos restricción tras restricción puesta al democratismo. Estas
restricciones, excepciones, exclusiones y trabas para los pobres parecen insignificantes
sobre todo para el que jamás ha sufrido la penuria ni se ha puesto en contacto con las clases
oprimidas en su vida de masas (que es lo que les ocurre a las nueve décimas partes, si no al
noventa y nueve por ciento de los publicistas y políticos burgueses), pero en conjunto estas
restricciones excluyen, eliminan a los pobres de la política, de su participación activa en la
democracia.
Marx puso de relieve magníficamente esta esencia de la democracia capitalista, al
decir, en su análisis de la experiencia de la Comuna, que a los oprimidos se les autoriza
para decidir una vez cada varios años ¡qué miembros de la clase opresora han de
representarlos y aplastarlos en el parlamento! Pero, partiendo de esta democracia capitalista
−inevitablemente estrecha, que repudia por debajo de cuerda a los pobres y que es, por
tanto, una democracia profundamente hipócrita y mentirosa− el desarrollo progresivo, no
discurre de un modo sencillo, directo y tranquilo ‘hacia una democracia cada vez mayor’,
como quieren hacernos creer los profesores liberales y los oportunistas pequeñoburgueses.
No, el desarrollo progresivo, es decir, el desarrollo hacia el comunismo pasa a través de la
dictadura del proletariado, y no puede ser de otro modo, porque el proletariado es el único
que puede, y sólo por este camino, romper la resistencia de los explotadores capitalistas.
Pero la dictadura del proletariado, es decir, la organización de la vanguardia de los
oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores, no puede conducir tan sólo a la
simple ampliación de la democracia. A la par con la enorme ampliación del democratismo,
que por vez primera se convierte en un democratismo para los pobres, en un democratismo
para el pueblo, y no en un democratismo para los ricos, la dictadura del proletariado
implica una serie de restricciones puestas a la libertad de los opresores, de los explotadores,
de los capitalistas. Debemos reprimir a éstos, para liberar a la humanidad de la esclavitud
asalariada, hay que vencer por la fuerza su resistencia, y es evidente que allí donde hay
represión, donde hay violencia no hay libertad ni hay democracia. Engels expresaba
magníficamente esto en la carta a Bebel, al decir, como recordará el lector, que ‘mientras el
proletariado necesite todavía del Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para
someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal
dejará de existir’. Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la
fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los explotadores, para los opresores del
pueblo: he ahí la modificación que sufrirá la democracia en la transición del capitalismo al
comunismo.
Sólo en la sociedad comunista, cuando se haya roto ya definitivamente la
resistencia de los capitalistas, cuando hayan desaparecido los capitalistas, cuando no haya
clases (es decir, cuando no haya diferencias entre los miembros de la sociedad por su
relación hacia los medios sociales de producción), sólo entonces ‘desaparecerá el Estado y
podrá hablarse de libertad’. Sólo entonces será posible y se hará realidad una democracia
verdaderamente completa, una democracia que verdaderamente no implique ninguna
restricción. Y sólo entonces la democracia comenzará a extinguirse, por la sencilla razón de
que los hombres, liberados de la esclavitud capitalista, de los innumerables horrores,
bestialidades, absurdos y vilezas de la explotación capitalista, se habituarán poco a poco a
la observación de las reglas elementales de convivencia, conocidas a lo largo de los siglos y
repetidas desde hace miles de años en todos los preceptos, a observarlas sin violencia, sin
coacción, sin subordinación, sin ese aparato especial de coacción que se llama Estado. La
expresión ‘el Estado se extingue’ está muy bien elegida, pues señala el carácter gradual del
proceso y su espontaneidad. Sólo la fuerza de la costumbre puede ejercer y ejercerá
indudablemente esa influencia, pues en torno a nosotros observamos millones de veces con
qué facilidad se habitúan los hombres a guardar las reglas de convivencia necesarias si no
hay explotación, si no hay nada que indigne a los hombres y provoque protestas y
sublevaciones, creando la necesidad de la represión.
Por tanto, en la sociedad capitalista tenemos una democracia amputada, mezquina,
falsa, una democracia solamente para los ricos, para la minoría. La dictadura del
proletariado, el período de transición hacia el comunismo, aportará por primera vez la
democracia para el pueblo, para la mayoría, a la par con la necesaria represión de la
minoría, de los explotadores. Sólo el comunismo puede aportar una democracia
verdaderamente completa, y cuanto más completa sea, antes dejará de ser necesaria y se
extinguirá por sí misma. Dicho en otros términos: bajo el capitalismo, tenemos un Estado
en el sentido estricto de la palabra, una máquina especial para la represión de una clase por
otra, y, además, de la mayoría por la minoría. Se comprende que para que pueda prosperar
una empresa como la represión sistemática de la mayoría de los explotados por una minoría
de explotadores, haga falta una crueldad extraordinaria, una represión bestial, hagan falta
mares de sangre, a través de los cuales marcha precisamente la humanidad en estado de
esclavitud, de servidumbre, de trabajo asalariado. Ahora bien, en la transición del
capitalismo al comunismo, la represión es todavía necesaria, pero ya es la represión de una
minoría de explotadores por la mayoría de los explotados. Es necesario todavía un aparato
especial, una máquina especial para la represión, el ‘Estado’, pero éste es ya un Estado de
transición, no es ya un Estado en el sentido estricto de la palabra, pues la represión de una
minoría de explotadores por la mayoría de los esclavos asalariados de ayer es algo tan
relativamente fácil, sencillo y natural, que costará muchísima menos sangre que la
represión de las sublevaciones de los esclavos, de los siervos y de los obreros asalariados,
que costará mucho menos a la humanidad. Y este Estado es compatible con la extensión de
la democracia a una mayoría tan aplastante de la población, que la necesidad de una
máquina especial para la represión comienza a desaparecer. Como es natural, los
explotadores no pueden reprimir al pueblo sin una máquina complicadísima que les permita
cumplir este cometido, pero el pueblo puede reprimir a los explotadores con una ‘máquina’
muy sencilla, casi sin ‘máquina’, sin aparato especial, por la simple organización de las
masas armadas (como los Soviets de Diputados Obreros y Soldados, digamos,
adelantándonos un poco). Finalmente, sólo el comunismo suprime en absoluto la necesidad
del Estado, pues bajo el comunismo no hay nadie a quien reprimir, ‘nadie’ en el sentido de
clase, en el sentido de una lucha sistemática contra determinada parte de la población.
Nosotros no somos utopistas y no negamos, en modo alguno, que es posible e inevitable
que algunos individuos cometan excesos, como tampoco negamos la necesidad de reprimir
tales excesos. Pero, en primer lugar, para esto no hace falta una máquina especial, un
aparato especial de represión, esto lo hará el mismo pueblo armado, con la misma sencillez
y facilidad con que un grupo cualquiera de personas civilizadas, incluso en la sociedad
actual, separa a los que se están peleando o impide que se maltrate a una mujer. Y, en
segundo lugar, sabemos que la causa social más importante de los excesos, consistentes en
la infracción de las reglas de convivencia, es la explotación de las masas, la penuria y la
miseria de éstas. Al suprimirse esta causa fundamental, los excesos comenzarán
inevitablemente a ‘extinguirse’. No sabemos con qué rapidez y gradación, pero sabemos
que se extinguirán. Y, con ellos, se extinguirá también el Estado. Marx, sin dejarse llevar al
terreno de las utopías, determinó en detalle lo que es posible determinar ahora respecto a
este porvenir, a saber: la diferencia entre las fases (grados o etapas) inferior y superior de la
sociedad comunista.”
Tal es la teoría general del marxismo-leninismo sobre el Estado, y de manera
particular sobre el lugar y el papel de la dictadura del proletariado en la historia de la
sociedad. Ni más ni menos que esto es lo que no “recuerda bien” Pedro Francke, de sus
“lecturas” como “marxista-leninista”. Y es que nunca lo fue. Y ahora llama a todas voces a
“poner definitivamente en el tacho esas viejas ideas”, enredando y encubriendo este ataque
directo a los fundamentos del partido comunista con las ideas de unidad que debería o no
debería tener un “frente amplio de izquierda”.
¿Y cuáles son las ideas de unidad que Pedro Francke nos trae a cambio?
“Poner la democracia −dice− y los derechos al centro, así como el pluralismo de
ideas y la paz. Atender los problemas ambientales hoy y no seguir dejándolos para mañana,
las mujeres en condiciones de paridad, la igualdad para quienes no son heterosexuales, al
mismo tiempo que seguimos criticando y resistiendo esa loca idea de que el libre mercado
es lo mejor que puede haber sobre la faz de la tierra.
Debemos ser Socialistas y Libertarios, Ecologistas y Feministas, Demócratas a carta
cabal.”
Perfecto. Estas son ideas de unidad que se encuentran dentro del ámbito de la
democracia burguesa. Un frente amplio tranquilamente puede reclamar esas ideas como
partes de sus bases de unidad. Los obreros no tendrán ningún problema en aceptarlas y en
participar. De igual modo procederán los campesinos, los ambulantes, los tenderos, los
maestros, los universitarios, los ingenieros, los homosexuales y hasta los burgueses
“socialistas”, porque esas ideas son para un “frente amplio”, no son ideas para un partido.
Y si lo fueran, éste no pasaría de ser un conglomerado amorfo de esencia burguesa. Esas
ideas no son las que sostienen al partido de los comunistas. A su vez, las ideas sobre las
que se une el partido comunista no son ni pueden ser las que se exigen o exigirían para
formar un frente amplio, por más de “izquierda” que éste sea. Por lo tanto, aquí no hay nada
que “mandar al tacho” ni “refundar”. Todo esto es elemental. Pero a tan mala situación nos
ha llevado la vida a los comunistas en el Perú, que un “renegado” se atreve a confundir, sin
rubor, esta cuestión tan primaria, buscando así liquidar al marxismo-leninismo.
“Democracia” pura, “derechos” absolutos, “pluralismo” infinito, “paz” eterna,
“socialismo” no comunista, “libertarios” universales, “ecologistas” inmaculados, etc., etc.;
en una palabra: “demócratas a carta cabal”. Todas estas son fantasías que deambulan en la
cabeza del pequeñoburgués. La “democracia”, los “derechos”, etc., no existen como tales,
por sí solos; o son burgueses o son proletarios. Aún en el Estado Socialista existirá la
represión de una clase por otra: de la burguesía por el proletariado. El Estado de la pequeña
burguesía, de democracia o de libertad “para todos”, no existe más que en su fantasía.
¡“Democracia a carta cabal”! −reclama el pequeñoburgués, como si por el simple
hecho de usar una palabra altisonante se pudiera situar por encima de aquella disyuntiva
real, cuando no hace más que mostrar su medrosa esencia democrático burguesa.
En conclusión, en el mejor de los casos el izquierdismo de Pedro Francke es
democrático pequeñoburgués; y por su alcance político es reformista burgués. Desde el
punto de vista de su crítica al marxismo-leninismo, es un “renegado” anticomunista.
5. LA CRÍTICA JRUSHOVISTA
El revisionismo pro ruso ha criticado las ideas de Pedro Francke con el artículo de
Carlos Mejía Sobre democracias y dictaduras4.
“Todo empieza con un artículo provocador de Pedro donde señala la necesidad de
cambiar algunas ideas, conceptos y tradiciones en la izquierda local. Es interesante que este
ánimo renovador tenga el énfasis en aquellas ideas más cercanas al marxismo.”
¿“Artículo provocador de Pedro”?
¡Si es un artículo sumamente liquidador, abiertamente anticomunista!
¿“Es interesante que el ánimo renovador tenga énfasis en las ideas más cercanas al
marxismo”?
¡Cuál “ánimo renovador” si se trata del viejo afán de eliminar, “definitivamente”, al
comunismo! ¡Cuál “énfasis en las ideas más cercanas al marxismo” si se trata de un ataque
directo al meollo del marxismo-leninismo! ¡Y nada menos que todo esto le parece
“interesante” al revisionismo peruano pro ruso! ¡Tanta gentileza y consideración para dejar
que pase tranquilo y feliz todo lo que desnaturalice al marxismo-leninismo!
Ya aquí nos encontramos con una de las características centrales de esta corriente:
la ambigüedad, que deja todas las puertas abiertas para que se filtre, en el seno del
marxismo, cualquier tipo de oportunismo o de revisionismo.
“La propuesta de Pedro −continúa Mejía− parte por una crítica al concepto de
‘dictadura del proletariado’. Para ello refiere algunos de los pasajes más terribles de la
experiencia socialista china y rusa del siglo pasado.
En este esfuerzo llama la atención, en primer lugar, que utilice esos hechos para
demostrar la supuesta inviabilidad del concepto.”
En primer lugar, vayamos entonces “al concepto” de la dictadura del proletariado.
Por su forma y por su contenido no se trata de un concepto espectral del marxismo;
al contrario, está lleno de vida, se concreta día a día.
Por su forma, la dictadura del proletariado subraya, de manera franca, sin
hipocresía, la modalidad violenta, coercitiva, disciplinada, firme, con la que el proletariado
ejerce su poder contra la burguesía. Al mismo tiempo, este concepto encierra −aunque no lo
entiendan las mentes burguesas ni pequeñoburguesas− el ejercicio de la democracia para el
proletariado y las masas anteriormente desposeídas. La experiencia vivida por los países
socialistas, surgidos a partir del triunfo de la revolución bolchevique de 1917, demuestra la
verdad y la rica variedad en que se expresa esta forma del concepto.
El revisionista −que es un nuevo tipo de burgués− aborrece y teme, también, a esta
parte del “concepto”. Nótese, para el caso, que Carlos Mejía escribe la “terrible” palabra
dictadura del proletariado ¡entre comillas!, y lo mismo hará más adelante, como
despreciando a este concepto fundamental del marxismo-leninismo. En realidad, lo hace
para ocultar la cobardía típica de la burguesía que, cuando está en el poder, ejerce
diariamente, en diversas formas y en diversos grados, su dictadura contra el proletariado,
pero cuando se ve amenazada por el embate del movimiento revolucionario, o por la clase
obrera triunfante, clama y reclama contra el modo dictatorial en que se emplea el poder
contra ella. La pequeña burguesía hace de coro llorón en este proceso; se muestra
pusilánime ante los “horrores” de la revolución y de la dictadura del proletariado. La
burguesía revisionista, en particular, emplea una forma pacata para encarar a la dictadura
del proletariado: a sabiendas de lo que significan la forma y el contenido de ésta, los
adultera para escudar y salvar a su social imperialismo.
La esencia del concepto viene dada por la clase social que ejecuta la dictadura:
invariablemente, la clase obrera; y por el papel histórico universal que contiene: periodo de
destrucción del Estado burgués, de abolición de las clases sociales y de extinción del
Estado. Estas son ideas medulares que nos han legado los fundadores del marxismo-
leninismo, que cobran y que cobrarán vida en múltiples formas, a lo largo de las vicisitudes
que se presenten en la historia de cada pueblo; proposiciones que hoy pretenden ser
falsificadas por el revisionismo jrushovista.
“En sentido estricto −prosigue Carlos Mejía−, la tradición marxista no reconoce
como ‘dictadura del proletariado’ ni al Salto Adelante de Mao ni al ejercicio del stalinismo
en Rusia. Hasta donde recuerdo, sin tener los 37 años de militancia que señala Pedro, las
experiencias socialistas de China y Mao han sido entendidas como ‘capitalismo de estado’,
‘estados obreros deformados’, ‘culto a la personalidad’, ‘bonapartismos’, ‘despotismo
hidráulico’ entre varios otros términos a debatir.”
El debate que aquí nos ocupa gira en torno a caracterizaciones generales de la
sociedad, por el momento no profundizaré sobre el lugar y el papel de las personalidades en
la historia. Lo único que indicaré sobre esto es que, “en sentido estricto”, no es cierto que
“la tradición marxista” “reconoce” a “la experiencia socialista” de Mao como “culto a la
personalidad”. Reconoce, más bien, su carácter democrático revolucionario; y, en lo que
toca a la ideología del proletariado, lo ubica en el campo del revisionismo.
El término culto a la personalidad lo encontramos ya planteado por los fundadores
de la teoría comunista. Mas, históricamente, fue machacado por Nikita Jrushchov en su
ataque contra Stalin. Este fue uno de los conceptos con los que el PCUS hizo historia: dejó
de ser un partido marxista-leninista y se convirtió en revisionista. Por esto es que el término
es tan caro a todos los revisionistas del mundo; no dejan de levantarlo cuando se acercan a
dirigentes reconocidos del proletariado, empleándolo cual estigma hacia la deformación
que hacen de Stalin. Lejos de ello, el marxismo-leninismo de Stalin prevalece en la historia.
Por otro lado, no es cierto que “la experiencia socialista de China” ha sido
“entendida”, “por la tradición marxista”, en los términos que Mejía plantea. La
caracterización “despotismo hidráulico” fue acuñada por el renegado anticomunista August
Wittfogel, resultado de una deformación de la categoría modo de producción asiático. El
término “Estados obreros deformados” resulta de otra desnaturalización trotskista. Mientras
que los términos “capitalismo de Estado” y “bonapartismos” resultan unilaterales e
insuficientes, y por ello mismo no marxistas, para plantear una adecuada comprensión de
la experiencia China. ¡Tenemos, en suma, que Mejía, como buen revisionista, ha
presentado todo tipo de concepciones anticomunistas como si fueran parte de la tradición
marxista-leninista!
Tampoco es cierto que los comunistas no reconozcan “al ejercicio del stalinismo en
Rusia” como dictadura del proletariado, como quisiera Carlos Mejía.
“Difícilmente existen partidos o intelectuales marxistas −argumenta− que asuman
esos periodos históricos como la ‘dictadura del proletariado’ en el sentido que tenía Marx
del mismo. En la Unión Soviética misma solamente se habló de ‘dictadura del
proletariado’ hasta inicios de 1918 cuando empieza el ‘comunismo de guerra’ y de allí a la
NEP.”
Todo esto es falso, de extremo a extremo.
Para todos los partidos e intelectuales fieles a la tradición marxista, el tiempo en que
el Estado Soviético es dirigido por Stalin es de dictadura del proletariado.
Es más, en general, todo el período que va desde la conquista del poder por la clase
obrera hasta la extinción del Estado es de dictadura del proletariado. Por ello mismo, resulta
una falsedad decir que en la Unión Soviética “solo se habló de ‘dictadura del proletariado’
hasta 1918”. ¡Un año de dictadura de proletariado, y ni siquiera el mismo Lenin llegó a
saber que fue así! El jrushovista tiene que plantear las cosas así, de no dictadura en la
Unión Soviética, para luego destilar su teoría sobre la “coexistencia pacífica” del
proletariado con la burguesía; es decir, en esencia, su idea de la eliminación de la lucha de
clases y de la dictadura del proletariado en la etapa del socialismo.
El atrevimiento tergiversador de los revisionistas no tiene límites. Veamos “el
sentido” marxista planteado por Lenin:
“El oportunismo no extiende el reconocimiento de la lucha de clases precisamente a
lo más fundamental, al período de transición del capitalismo al comunismo, al período de
derrocamiento de la burguesía y de completa destrucción de ésta. En realidad, este período
es inevitablemente un período de lucha de clases de un encarnizamiento sin precedentes, en
que ésta reviste formas agudas nunca vistas, y, por consiguiente, el Estado de este período
debe ser inevitablemente un Estado democrático de una manera nueva (para los proletarios
y los desposeídos en general) y dictatorial de una manera nueva (contra la burguesía).
Además, la esencia de la teoría de Marx sobre el Estado sólo la ha asimilado quien haya
comprendido que la dictadura de una clase es necesaria, no sólo para toda sociedad de
clases en general, no sólo para el proletariado después de derrocar a la burguesía, sino
también para todo el período histórico que separa al capitalismo de la ‘sociedad sin clases’,
del comunismo.”
Ateniéndonos al verdadero “sentido” marxista-leninista de la dictadura del
proletariado encontramos la base teórica para comprender la naturaleza anticomunista, en
general, y contra Stalin, en particular, de los revisionistas rusos.
“Allí, es donde el marxismo sigue explicando las cosas −profundiza el tema Mejía−.
Entre la ‘democracia burguesa’, la teoría marxista propone la ‘dictadura del proletariado’.
La figura literaria que se permite el viejo de Treveris busca denotar la contradicción que
supone un régimen de dominación de una clase bajo el membrete de ‘democracia’.”
¡No! ¡No es cierto! ¡La teoría marxista no propone la dictadura del proletariado (sin
comillas) “entre” la democracia burguesa (también sin comillas), sino frente y contra ella!
¡Más bien, el revisionismo es el que se propone y manifiesta entre las corrientes de la
ideología burguesa e imperialista!
El marxismo desenmascara las ilusiones sobre la democracia burguesa, subraya la
vigencia esencial de la dictadura de esta clase aun cuando presente esa forma de régimen
político. Por esto mismo, el materialista dialéctico de Tréveris, en general, jamás buscó
“denotar” que era una “contradicción” llamar democracia a un régimen de dominación. De
esta manera sólo pueden pensar los burgueses, los pequeñoburgueses y los revisionistas.
En particular, Marx no creó el término dictadura del proletariado como una simple
“figura literaria”, para evitar “la contradicción” que significaría utilizar “el membrete” de
democracia para el “régimen de dominación de una clase”, de la clase obrera. Entenderlo
así es tener la misma comprensión de diccionario de Pedro Francke. En la concepción de
Marx, democracia y dictadura están comprendidas dentro del concepto de dictadura del
proletariado. La democracia del proletariado es la dictadura del proletariado. Pero, por lo
visto, ni el renegado Francke ni el jrushovista Mejía jamás llegarán a comprender esto.
“Para muchos −prosigue Mejía− que a diferencia de Pedro, seguimos siendo
marxistas a la fecha [!!!], el concepto de ‘dictadura del proletariado’ sigue siendo una útil
herramienta teórica que nos permite ilustrar la tensa relación entre estructura económica y
régimen político.”
¡Qué manera tan sesuda y apacible de falsificar al marxismo!
Se plantea la relación entre la base económica y la superestructura política al
momento de abordar el estudio de la sociedad en sus rasgos más generales; es decir,
propiamente, desde la visión del materialismo histórico. Aquí se estudia cada término de la
relación, el vínculo entre uno y otro, su acción recíproca, la unidad y el movimiento que
generan, las condiciones y características de este proceso, su choque, ruptura, etc. En
efecto; a título de “ilustración” cabe aquí indicar el lugar de la etapa de la dictadura del
proletariado. ¿Pero, para quien es “marxista a la fecha”, es valedero que reduzca y oculte
este principio fundamental dentro de una “ilustración”, como un simple ejemplo de las
teorías generales?
El jrushovista teme a la dictadura del proletariado, por eso busca todos los caminos
posibles para desviar a los revolucionarios de la ruta verdadera.
Infinitamente más que una simple “ilustración teórica”, la dictadura del proletariado
es una categoría concreta y operante, constituye el núcleo central de la teoría comunista de
la revolución.
No es que simplemente “ilustre la tensa relación entre estructura económica y
régimen político”, en general. De manera particular, como concepto encierra el estudio
sobre la fase social en que el proletariado dirigirá la eliminación de esa “tensa relación”: a
través de la violencia revolucionaria, de un cambio cualitativo en el modo de producción,
de la expropiación de los poseedores, de la ejecución de medidas coactivas contra la
burguesía, de la construcción de un orden económico y social nuevo, que elimina por
completo las clases sociales, elimina la necesidad del Estado, éste se extingue y, en
consecuencia, desaparece la política y todo régimen político; esto es, desaparece “la tensa
relación entre estructura económica y régimen político”. La contradicción es suprimida.
De modo especial, el concepto dictadura del proletariado no se encuentra escondido,
como una “ilustración”, en el manejo de las generalidades teóricas: se enriquece todos los
días; se hace más macizo, preciso y gigante con la experiencia concreta de la lucha del
proletariado en cada país; recoge sus victorias y sus derrotas, sus progresos y retrocesos,
sus aportes y limitaciones. La historia no es lineal ni se acaba con nosotros, lo sabemos bien
los marxistas… y lo sabe también la burguesía; por ello, mientras mejor concretemos
nuestra teoría comunista tanto mejor pertrechados marcharemos hacia la consecución de
nuestro ideal.
En suma, para el revisionismo jrushovista la dictadura del proletariado no es una
categoría viva, que se encarna y seguirá encarnándose en todas las insurgencias victoriosas
del proletariado; es, simplemente, “una útil herramienta teórica”. Con esto también
pretende enterrar la conciencia sobre todo lo que es la lucha de clases y la trascendencia
histórica de esta dictadura en el tránsito hacia el comunismo. Esto es típico en la ideología
de todo revisionismo: utilizar los conceptos del marxismo-leninismo, realizar un manejo de
esta concepción, pero no con fines de lealtad y de fidelidad, sino para liquidarlo
soterradamente, como en el presente caso lo ha intentado Carlos Mejía.
6. LA CRÍTICA MAOÍSTA
Desde el lado del revisionismo maoísta, la polémica hasta aquí planteada ha sido
encarada por dos militantes de Patria Roja.
En su escrito ¿Dogmáticos versus libertarios? Sobre el artículo de Pedro Francke
“Abajo los dogmas” 5
, Paúl Gutiérrez Ramírez no rebate ninguno de los puntos principistas
que Francke ha tocado. Su argumento más contundente y concluyente consiste en
parafrasearlo:
“Muchas veces aquello presentado como lo más nuevo, resulta de lo más viejo”.
Nos encontramos, entonces, con que este intelectual maoísta permite que pase
tranquilamente toda la abjuración anticomunista de Pedro Francke. Actitud típica del
revisionismo y contraria al marxismo-leninismo.
Casi lo mismo se puede decir de Arturo Ayala Del Río quien, en su Respuesta a
David Roca y Pedro Francke: a propósito de “La izquierda cansada” y “Abajo los
dogmas” 6
, tampoco llega a formular su contraste teórico frente a las tergiversaciones de
Pedro Francke. El único argumento que presenta es el siguiente:
“Francke quiere ‘poner definitivamente en el tacho las ideas viejas que hablan de la
dictadura del proletariado’. Tendría que ponernos a varios en el tacho…”
Argumento falaz e inconsistente. Falaz porque mantiene la característica
revisionista de eludir la polémica sobre las cuestiones centrales que encierra el principio de
la dictadura del proletariado. Inconsistente por el recurso superficial que utiliza.
Desde el lado que se les mire, los maoístas mantienen su naturaleza revisionista.
7. LA IZQUIERDA PERUANA Y EL COMUNISMO
El aspecto práctico de este debate ha sido desarrollado por David Roca Basadre.
Formalmente lo hace tocando el tema generacional: a los viejos izquierdistas y,
especialmente, a “los desdibujados dirigentes de los pequeños partidos existentes” “les ha
llegado la hora del gesto histórico de renuncia personal para dar paso al destacamento de
renovación que haría posible el verdadero resurgimiento de una opción necesaria”.
Roca incluso grafica la situación de esta “izquierda cansada”:
“Un viaje por cualquier provincia del país, al azar, muestra el panorama de las
izquierdas. En cada lugar hay un par o tres militantes, generalmente ya veteranos, de alguna
organización de las que se mencionan: socialistas, comunistas, villaranistas, Ciudadanos
por el Cambio, otros. Luego, nada. Salvo la presencia relativamente clara de Patria Roja y
la aparición emergente y en crecimiento de Tierra y Libertad, puede declararse desierta la
plaza. Conducida por los mismos rostros cansados y de siempre desde hace más de cuarenta
años, sus antiguos seguidores desertaron o murieron o se cansaron también.”
La visión que nos presenta Roca es extremadamente superficial, a pesar de que,
inmediatamente, él mismo recuerda las apreciaciones mucho más profundas del maestro
César Lévano:
“El viejo discurso no alcanza. Como dijo César Lévano, a raíz de la desaparición de
Javier Diez Canseco: ‘la izquierda, un sector necesario de las sociedades modernas,
atraviesa en nuestro país por una crisis de dispersión, al compás de una ausencia de teoría y
doctrina, así como de liderazgos respetados’.”
Efectivamente, la izquierda, en general, atraviesa por una crisis de dispersión. Esta
dispersión se manifiesta, de manera inmediata, en la ausencia de una lucha común entre las
clases que la integran, en la ausencia de una organización común que las centralice y
convoque para la lucha. Esta es la misión del Frente Amplio.
De manera particular, la izquierda comunista atraviesa también por una crisis de
dispersión. Esta crisis se manifiesta por “una ausencia de teoría y doctrina, así como de
liderazgos respetados”. Cierto; los comunistas peruanos, como parte de la crisis del
movimiento comunista mundial, vivimos “sin teoría”, en el sentido que estamos desligados
de una visión común de los marxista-leninistas sobre la situación mundial, y en el sentido
que carecemos de una teoría concreta sobre nuestra realidad y sobre las tareas que de ésta
se derivan. Nuestra doctrina general sigue siendo el marxismo-leninismo. La crisis que
vivimos se manifiesta en la falta de concreción particular de esta teoría. Este es el
problema central que tenemos que resolver los comunistas peruanos, como parte de la
solución de la crisis mundial de los comunistas.
El Partido de los comunistas en el Perú nació en 1928, al influjo de las luchas
obreras y campesinas y del avance de la intelectualidad revolucionaria. Rápidamente su
militancia hizo frente a la crisis del sistema capitalista generada por la primera guerra
mundial. En este proceso quedó definitivamente marcado el antagonismo con el partido
aprista, que se develó como un lacayo oportunista de las clases dominantes. Sin embargo, la
serie de problemas que trajo la segunda guerra mundial fue aprovechada por el sucesor de
Mariátegui en la dirección del Partido, Eudocio Ravines, quien terminó de truncar todo
desarrollo teórico, desvió la orientación práctica de la militancia y adocenó la organización
revolucionaria de la clase obrera. Militantes y jefes importantes del Partido logran expulsar
a Ravines en 1942 y, ejerciendo dirección en la lucha de clases del país, apoyan la gran
guerra patria soviética, la instauración del campo socialista y el levantamiento de las luchas
populares en el mundo. Sin embargo, la debilidad teórica del Partido se hizo manifiesta
durante todo este tiempo. Tanto fue así que, a pesar de que desde mediados de la década del
50 Nikita Jrushchov instaura en la URSS una línea antimarxista-leninista, contra Stalin, y
de conversión del socialismo en socialimperialismo, es recién en 1964 que en el seno del
Partido se produce la ruptura con el revisionismo pro soviético. Pero esta debilidad no era
solo de los comunistas peruanos; el Partido Comunista de China había deslindado recién un
año antes con el PCUS, y el Partido del Trabajo de Albania tenía tres años de haber roto
vínculos con este Partido.
En el Partido Comunista Peruano, la ruptura con el revisionismo soviético, que se
produjo en 1964, no fue producto de un amplio y profundo deslinde teórico y político. Su
sello particular fue retomar sus raíces fundacionales, especialmente el legado de
Mariátegui, y su naturaleza y alcance general consistió en situarse en la línea del
revisionismo maoísta. Pero esto no estuvo claro desde un inicio: una prueba más de la
debilidad ideológica de los marxista-leninistas peruanos. A nivel mundial, tampoco los
comunistas tuvieron claridad sobre el lugar y el papel del revisionismo maoísta. Si bien es
cierto que desde la década del 60 el PTA formuló serias divergencias frente al PCCh, fue
recién en 1976 que planteó, internacionalmente, la polémica contra este revisionismo.
Mientras, el Partido Comunista Peruano caía en el desbarrancadero de la dispersión.
La ruptura entre el revisionismo pro soviético y el revisionismo pro chino trajo como efecto
visible que cada grupo generado en uno u otro campo tomara el nombre de “Partido
Comunista”. Desde entonces, todos los grupos escindidos provenientes del Partido adoptan
su título, distinguiéndose por el órgano que publican o por la procedencia orgánica o local
que tuvieran. Así es como aparecen, a lo largo del tiempo, los “Partido Comunista”:
Unidad, Bandera Roja, Patria Roja, Sendero Luminoso, etc. Todos ellos de esencia
revisionista. Pero esta explicación debe ser complementada.
La dictadura del proletariado en el país de los soviets se vivió de 1917 a inicios de la
década del 50. Fallecido Stalin en 1953, el revisionismo capturó la dirección del Partido,
primero, y luego trastocó su dirección comunista. Pero la victoria del campo socialista se
había visto complementada con el levantamiento y victorias de importantes movimientos de
liberación popular y nacional; es decir, el movimiento proletario comunista se había visto
complementado por el movimiento pequeñoburgués democrático, con la particularidad de
que este movimiento estaba dirigido en, gran número de países, por Partidos Comunistas. A
pesar del ascenso de los movimientos populares, la influencia de la “ideología”
pequeñoburguesa se hacía sentir sobre esos movimientos y sobre los Partidos Comunistas
que los dirigían. La revolución peruana estaba enmarcada en este tipo de movimiento. En
general, vivió la influencia directriz de la pequeña burguesía, especialmente campesina, y
en el caso del Partido Comunista sufrió, además, la influencia de las corrientes
revisionistas.
La década del 60 nos presenta, en el Perú, otra particularidad. Ante la inacción
revolucionaria a la que el revisionismo había llevado al Partido, y presentándose todavía un
movimiento democrático mundial favorable, aparecen expresiones políticas relevantes de la
democracia pequeñoburguesa. Surgen los grupos guerrilleros: el Ejército de Liberación
Nacional y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Y, además de esta democracia
radical, se hace presente también su contraparte reformista: Vanguardia Revolucionaria.
Son estas organizaciones −las que de ellas se derivan y otras que surgen a su influjo− las
que se hacen llamar “la nueva izquierda”, para “diferenciarse”, a la par de mantener
confusión, respecto del comunismo. Este es el tiempo en que nace el confusionismo que
hoy domina.
La década del 70 fue un periodo de lucha de clases muy aguda, que puso a prueba a
los actores aquí mencionados. El revisionismo pro ruso manifestó abiertamente su
naturaleza derechista, mientras que el revisionismo maoísta se escindía en múltiples
sectores, desde extremistas hasta contemplativos, pasando por los reformistas. Las
agrupaciones políticas de la pequeña burguesía igualmente se debatían entre esos matices.
Pero la década del 70 nos presenta una peculiaridad más importante aún: en general,
fue popular, y esencialmente obrera. Los paros nacionales de 1977-1978 pusieron en
marcha a lo más valioso de la clase obrera y de la democracia revolucionaria
pequeñoburguesa. La expresión orgánica más elevada de este movimiento fue el Comando
Unitario de Lucha. La fuerza del movimiento obrero y popular fue tal, que neutralizó los
afanes traidores de los revisionistas y obligó a la dictadura militar a recurrir a una salida
constitucional.
En esta época, ninguno de los “partidos comunistas” fue vanguardia en la lucha. La
práctica puso al descubierto, de quienes efectivamente luchaban, que entre tantos “Partidos
Comunistas” ninguno era verdadero. Surgieron en todo el país células y grupos
comunistas, ajenos a esos “partidos”. Obreros de innumerables fábricas constituían células
y grupos marxista-leninistas. Demócratas revolucionarios, en todos los campos, se dirigían
hacia esta orientación. Ellos fueron la vanguardia motriz de las grandes luchas de la década
del 70.
La dictadura militar no quiso morir sin matar: descabezó, mediante el despido
arbitrario y la represión, a miles de dirigentes obreros, campesinos, y luchadores de
vanguardia de este periodo. El sistema democrático fue reconquistado para el país sobre la
base de este sacrificio obrero y popular.
Descabezada de esa manera, la lucha directa de masas, obrera y popular, entró en
un período de reflujo. Se puso en la orden del día la lucha legal. La democracia reformista
toma la batuta a nivel político legal y el maoísmo extremista se hace presente en el campo
ilegal. La vanguardia obrera y popular pierde la cohesión que tuvo. Muchos de sus
integrantes pasan al movimiento radical, y sus nombres figuran entre los asesinados, por los
diferentes gobiernos, en las prisiones, en el campo y en la ciudad.
Pero el comunismo en el Perú no ha muerto ni morirá. No solo siguen existiendo,
aunque dispersos, muchos comunistas de antaño, además cada día surgen, en todos los
puntos cardinales del país, personas, células o agrupaciones que asumen el comunismo, o
que buscan el marxismo-leninismo. Son bolcheviques sin Partido; que luchan por la
unificación de su Partido. No se mostrarán a los ojos de Pedro Francke o de David Roca,
pero están ahí y seguirán naciendo; en las fábricas, en los barrios, en los poblados, en las
comunidades, en las universidades, etc., etc.
Por todo esto, la visión que Roca nos presenta sobre la vieja izquierda, en general, y
sobre los comunistas, en particular, resulta en extremo superficial.
Incluso, el fenómeno de constante renovación ideológica y política en función del
comunismo se puede ver en el mismo seno de los llamados “partidos comunistas”, y hasta
en muchas de las otras organizaciones políticas de izquierda. En el fondo, esto lo muestra el
mismo joven Arturo Ayala, a pesar de sus confusiones sobre izquierda y comunismo:
“Ahora, cabe resaltar que para nosotros la renovación no es sólo generacional. La
edad no define la renovación ni mucho menor la superioridad, es decir, el joven no es
‘superior’ por ser joven. Los jóvenes de Patria Roja, nos reconocemos como continuidad y
ruptura; continuidad del sacrificio de esa mal llamada ‘vieja izquierda’ que ha sabido
resistir a los embates de Sendero Luminoso y la dictadura de Fujimori, la desaparición de
muchas otras organizaciones de izquierda, el acomodo de otros tantos militantes de su
generación. Esa izquierda a la cual algunos atacan constantemente como discurso para
diferenciarse, pero a la que se rinde homenaje cuando se recuerdan glorias pasadas o
compañeros que nos dejan...
Y sí, también somos ruptura. Rompemos y nos cuestionamos constantemente el
sectarismo, dogmatismo, hegemonismo, y muchos otros males de la izquierda que debemos
superar los partidos, pero eso sí, no son exclusividad de ningún partido, como podemos
apreciar.”
Es alentador que cuadros como Ayala “cuestionen constantemente el sectarismo,
dogmatismo, hegemonismo, y muchos otros males” de sus propios “partidos comunistas”;
de esta manera tendrán un ojo abierto para llegar a comprender la naturaleza antimarxista
de éstos. Y, cuando lo comprendan, se darán cuenta también que era un consuelo de tontos
decir que esos “males” “no son exclusividad de un partido”.
La historia del comunismo en el Perú es una sola. En estos momentos, el
imperialismo se encuentra en una ofensiva mundial; el socialimperialismo se reagrupa; los
pueblos y las naciones oprimidas del mundo mantienen su lucha; los marxista-leninistas en
el mundo se hallan dispersos; los comunistas peruanos, igualmente. Aquí la debilidad de los
comunistas es tal que los revisionistas y los oportunistas campean tranquilamente en
ideología, en política y en organización, desvirtuando incluso principios elementales y
fundamentales del marxismo-leninismo, como los aquí tratados. Tanto mejor para nosotros:
sin el esclarecimiento de estos principios, en lucha frontal contra cualquier tipo de
revisionismo y de oportunismo, no podremos forjar la unidad que necesitamos, y que es
tarea del presente, para forjar el Partido único de la clase obrera peruana.
Arturo Chávez Panta
Piura, abril de 2014.
NOTAS
1 Francke, Pedro. Abajo los dogmas; en: http://www.facebook.com/notes/movimiento-tierra-y-
libertad-per%C3%BA/abajo-los-dogmas-pedro-francke/10151882446205598
2 Roca Basadre, David. La izquierda cansada; en: http://www.jornaldearequipa.com/H13-Zurdos.htm
3 Francke, Pedro. Renovación en el Frente Amplio; en: https://es-
la.facebook.com/notes/movimiento-tierra-y-libertad-per%C3%BA/renovacion-en-el-frente-amplio-por-pedro-francke/10151930931235598
4 Mejía, Carlos. Sobre democracias y dictaduras; en: http://www.pcperuano.com/sobre-
democracias-y-dictaduras/
5 Gutiérrez Ramírez, Paúl. ¿Dogmáticos versus libertarios? Sobre el artículo de Pedro Francke “Abajo los dogmas”; en: http://www.pcdelp.patriaroja.org.pe/dogmaticos-versus-libertarios-sobre-
el-articulo-de-pedro-francke-abajo-los-dogmas/#.UyDiUoUvHIU
6 Ayala Del Río, Arturo. Respuesta a David Roca y Pedro Francke: a propósito de “La izquierda cansada” y “Abajo los dogmas”; en: http://www.pcdelp.patriaroja.org.pe/respuesta-a-david-roca-y-
pedro-francke-a-proposito-de-la-izquierda-cansada-y-abajo-los-dogmas/#.UyDkWIUvHIU