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Universidad de La Salle Universidad de La Salle
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Filosofía y Letras Facultad de Filosofía y Humanidades
2019
La comprensión del concepto de banalidad del mal en Arendt: un La comprensión del concepto de banalidad del mal en Arendt: un
análisis al caso Eichmann análisis al caso Eichmann
Mónica Marcela Guatibonza Camero Universidad de La Salle, Bogotá
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LA COMPRENSION DEL CONCEPTO DE BANALIDAD DEL MAL EN ARENDT:
UN ANALISIS AL CASO EICHMANN
Mónica Marcela Guatibonza Camero
Trabajo de grado dirigido por:
Hernán F. Rodríguez García
Universidad de la Salle
Facultad de filosofía y Humanidades
Programa de Filosofía y Letras
Bogotá, Colombia, 2020
2
Tabla de Contenido
1. Introducción………………………………………………………………………. 4
Capítulo I…………………………………………………………………………...8
2. El caso de Eichmann: el Juicio……………………………………………………8
Capítulo II…………………………………………………………………………20
3. Lo que quiero es comprender: un acercamiento al concepto
de la comprensión en Arendt……………………………………………………20
Capitulo III……………………………………………………………………….32
4. El mal banal………………………………………………………………………32
5. Conclusiones………………………………………………………………………40
6. Bibliografía………………………………………………………………………..43
3
Introducción
“Vendrá el día
en que ningún balance
de la vida, del dolor,
contará.”
Arendt 1942, Consuelo (Poemas)
Hannah Arendt es una de las pensadoras más influyentes en el análisis del totalitarismo.
Su experiencia como judía le permitió reflexionar sobre los límites de la comprensión frente a la
condición humana ante escenarios de guerra. Algunas de sus obras más representativas sobre el
totalitarismo, la guerra y el mal son El Origen del Totalitarismo, (1951), Eichmann en Jerusalén
(1963) y La vida del espíritu (1984). En ellas, Arendt analiza tanto el problema de los regímenes
totalitarios, como el tema del mal, específicamente, el mal radical y la banalidad el mal; concepto
que será significativo para acercarse a entender la dinámica del régimen nazi. Al respecto, el
significado de la banalidad del mal, se establece en la forma en que el hombre pierde toda facultad
del pensar y reflexionar sobre los actos a los que son enfrentados. En Arendt esta ausencia de
pensamiento es entendida como la forma en como los seres humanos aceptan irreflexivamente
cualquier criterio, por más inhumano que este sea; a su vez, la filósofa judía pretende analizar
este fenómeno a través de la comprensión como ejercicio fundamental del entendimiento.
El objetivo de este trabajo consiste en abordar a través del concepto de banalidad del mal,
propuesto por Arendt hacia el final de su trabajo Eichmann en Jerusalén (2013) la noción de la
comprensión como herramienta esencial para pensar el fenómeno político que resulta del régimen
4
nazi. De acuerdo a la hipótesis que se sustentará a lo largo del texto, el camino de la comprensión
ha sido tema de estudio el cual ha tenido un proceso inadecuado sobre hechos históricos, ya que,
de forma tergiversada, el surgimiento de los estados totalitarios se produce por lenguajes propios
de adoctrinamientos que han generado diferentes discusiones para comprender la historia. Para
Arendt (2002), el principio fundamental para entender el fenómeno del totalitarismo, está en
diferenciar lo que se produce cuando se obtiene información de algo, de cuando se obtiene
comprensión de las cosas. Comprender es un ejercicio ético de aceptación de la condición humana
que no puede juzgarse mediante la exigencia de una explicación.
Para el estudio de este tema, se analizará lo ocurrido en el caso de Eichmann y el Juicio
sobre los crímenes cometidos durante el Holocausto. Al respecto, la reflexión que Arendt trata
sobre la banalidad del mal, es un tema que será necesariamente con relación a las consideraciones
que había desarrollado poco antes en su libro Los Orígenes del Totalitarismo (1951), a partir del
concepto del mal radical, reflexión propuesta también por la filósofa judía.
Estos dos conceptos, mal radical y banalidad del mal, aunque propuestos en periodos de
tiempo distintos y trabajados bajo diversas fuentes, son dos caras de la misma moneda, ya que
exponen la deshumanización promovida por los regímenes totalitarios: por un lado, el mal
radical, al convertir a las víctimas en “entes superfluos” despojados de cualquier atributo humano
ejerciendo en su comportamiento una actitud indolente respecto a los demás. Y, por otro lado, la
banalidad del mal al suprimir la capacidad reflexiva del pensamiento, donde llama a los hombres
a “cumplir con el deber”, ausentes de cualquier actividad de autorreflexión. Frente a esto, Arendt
apoya su pensamiento en el caso de Adolf Eichmann, dirigente acusado en el año de 1963 en
Jerusalén por sus actuaciones en el régimen nazi, evidenciando la falta de reflexión en el Juicio
que adopta el exdirigente nazi frente a los hechos atroces cometidos durante el Holocausto y de
los cuales se le hace responsable.
5
Por ello, el Juicio será para Arendt un punto fundamental para entender el ejercicio de la
comprensión, un proceso del entendimiento que requiere más que tener información correcta o
procesos científicos verdaderos. Comprender, según Arendt (2010), es un ejercicio ético y
político en el que nos cuestionamos a nosotros mismos y nos exponemos a los otros, es una
exposición a la realidad tal y como nos es dada mediante la cual nos afirmamos en el mundo.
Comprender es también una forma de alteridad porque requiere no equivocarse respecto a la
realidad, es decir, es asumir nuestra condición humana desde la aceptación de tal cual somos.
Hablar de comprender, es establecer “un modo especifico de estar vivo”1 y su condición es dada
a partir del momento que vivimos hasta que morimos, sujeta a constantes cambios y variaciones,
en últimas es lo que se comprende en la realidad del mundo y entendimiento del hombre respecto
a su quehacer.
Para desarrollar tanto el tema de la banalidad del mal, como el de la comprensión, el texto
procederá en el siguiente orden: en la primera parte se dará una mirada al caso de Eichmann
mostrando algunos datos que reflejan las implicaciones ético-políticas que surgieron del Juicio.
Una vez contextualizados estos hechos, la segunda parte abordará el concepto de la comprensión
que analiza Arendt, específicamente sobre el surgimiento de los estados totalitarios y cómo hasta
el día de hoy no desaparecen; a su vez, se irá desarrollando el concepto del comprender, desde el
caso de Eichmann. Por último, se analiza la génesis del concepto de banalidad del mal, poniendo
de relieve su ruptura frente al concepto de mal radical esbozado por Arendt en su trabajo de 1951
Los orígenes del totalitarismo. En consecuencia, se abordará el sentido de la banalidad del mal
en el ejercicio de la comprensión como medio para establecer la conciencia responsable frente a
la voluntad de los hombres, en este caso, desde la guerra.
1 Arendt, Hannah, Comprensión y política: las dificultades de la comprensión. Revista de Filosofía No 26. 2012: 17-
18
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Capítulo I
El caso de Eichmann: el Juicio
El Juicio de Eichmann fue un acontecimiento de gran importancia al tratarse sobre los
hechos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial y de escuchar la verdad sobre lo sucedido
en los campos de concentración durante la guerra. Fue un trabajo periodístico al que Arendt fue
llamada a cubrir por la revista New Yorker en el año de 1963, y que se cumpliría en Jerusalén
para presenciar este acontecimiento que, para muchos, sería lo que le pondría fin a la verdad
sobre el nazismo.
En la obra de Eichmann en Jerusalén (2013), Arendt analiza en los primeros capítulos de
cómo se fue desarrollando el juicio en Israel, desde la conformación del tribunal hasta las difusas
y controversiales respuestas de Eichmann sobre las acusaciones que se declararan en su contra,
confesiones que para la filósofa fueron efecto de una incapacidad de acercarse a una conciencia
moral reflexiva frente a las imputaciones a las que se enfrentaba sobre los actos que se dieron
durante la guerra y su participación en dicho proceso. En consecuencia, también se evidencia la
equivocada forma que terminó funcionando el juicio frente al caso, escenario que para Arendt no
mostraría la culpabilidad sobre el dirigente nazi ni la verdad alrededor de la guerra. La actitud de
los tribunales ante la presencia de Eichmann a la hora de reconocer los crímenes cometidos, no
fue consecuente con la naturaleza de lo que significó la guerra; al contrario, fue una actitud abierta
y muy normal al responder por las acusaciones presentadas en el juicio.
Este juicio para Arendt, fue la revelación de la decadencia social del siglo XX a la cual
venía haciendo referencia en sus obras, una condición que suscita Eichmann en el juicio y es la
ausencia total de conciencia del hombre y su falta de reflexión sobre sus actos. Estas condiciones
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humanas, Arendt las conduciría y replantearía en el camino de analizar el mal, tema el cual había
tratado en su obra Los orígenes del totalitarismo, refiriéndose a este como mal radical y que con
Eichmann surgiría esa condición de mal en una banalidad del mal.
Al respecto Arendt afirma:
Eichmann tenía plena certeza de que él no era lo se llama un innerer Schweinehund, es decir, un
canalla en lo más profundo de su corazón; y en cuanto al problema de conciencia, Eichmann
recordaba perfectamente que hubiera llevado un peso en ella en el caso de que no hubiese cumplido
las órdenes recibidas, las ordenes de enviar a la muerte a millones de hombre, mujeres y niños, con
la mayor diligencia y meticulosidad. Evidentemente, resultaba difícil creerlo (Arendt, 2013, p. 45-
46).
Como lo expresa Arendt, durante el juicio se generó un ambiente de inconformismo y un
sin sabor al notar que este juicio solo sería una burla para los judíos, mostrando irregularidades
que, en este caso, lo describió como un “juicio tan sensacional como el juicio de Nuremberg, con
la diferencia de que en la presente ocasión” el tema principal seria la tragedia del pueblo judío”
(Arendt, 2013, p. 18).
Para la filósofa, este juicio solo sería un show más de las múltiples ocasiones en las que
se mostró las consecuencias que había dejado la guerra, proceso que para la historia serian
escenarios importantes pero ambiguos para la saber la verdad de la guerra y, en consecuencia, la
reparación a las víctimas, en este caso, del Holocausto. Este hecho, a su vez, lleva a Arendt
también a cuestionar la forma en cómo la justicia israelí tomó de forma ligera el caso del dirigente
nazi, centrándose en cuestionar cómo fueron los hechos y no el porqué de sus acciones, preguntas
que no dejarían establecer la finalidad del mismo sin obtener el objetivo fundamental de su
captura, haber declarado quien habría ayudado a organizar el traslado masivo de seis millones de
judíos hacia los campos de concentración. Arendt señala:
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La justicia exigía que el procesado fuera acusado, defendido y juzgado, y que todas las
interrogantes ajenas a estos fines, aunque parecieran de mayor trascendencia, fuesen mantenidas
al margen del procedimiento. El tribunal no estaba interesado en aclarar cuestiones como: ¿Cómo
pudo ocurrir?, ¿Por qué ocurrió? ¿Por qué las victimas escogidas fueron precisamente los judíos?
“(…) la justicia dio importancia únicamente a aquel hombre de estatura media, delgado, de
mediana edad, algo calvo, con dientes irregulares, y corto de vista, que a lo largo del juicio
mantuvo la cabeza, torcido el cuello seco y nervudo, orientada hacia el tribunal (...) el objeto del
juicio fue la actuación de Eichmann, no los sufrimientos de los judíos, no el pueblo alemán, ni
tampoco el género humano, ni siquiera el antisemitismo o el racismo. (Arendt, 2013, p. 16-17)
Al respecto, Arendt cuestiona la aparente justicia a la que fue juzgado Eichmann, ya que
sus argumentos y justificaciones ante los actos ocurridos durante la guerra fueron parte de la
anulación de las probabilidades de entender la verdad. Esto, por el contrario, cuestiona la labor
real del juicio, ya que advierte que tanto la postura de Eichmann como la de los fiscales,
representarían esa ausencia de comprender las justificaciones que se dieron a la defensa del
dirigente nazi y las preguntas a las cuales sugirió la justicia en aras de saber la verdad. Al respecto,
Arendt dice:
En momento alguno adoptaron los jueces actitudes teatrales. Entraron y salieron de la sala
caminando sin afección, escucharon atentamente, y acusaron como es natural (…) su
impaciencia ante los intentos del fiscal para prolongar indefinidamente el juicio fue
espontanea, su comportamiento para con el defensor quizá resulto excesivamente cortes,
como si en momento alguno olvidaran que el Doctor Serviatus librara casi solo una agotadora
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batalla, en un ambiente que le era desconocido, y su actitud con respecto al acusado fue
siempre irreprochable. (Arendt,2013, p.14).
De igual manera, según Cabildo (2005), describe que, durante el juicio, quienes le servían
de defensa a Eichmann, Wechtenbruch y el Doctor Servatius, parecían estar más impresionados
por su educación que por sus crímenes. Justificaciones que parecerían ir en contra de las
verdaderas razones con las que debió haber respondido respecto de sus actos. Una de las
evidencias más claras sobre esta falta de conciencia fueron las palabras que utilizó para dar
explicación a sus acciones durante el juicio.
Al respecto Arendt en su ensayo Comprensión y política (1953) califica estas palabras
como distractores, lenguajes que solo demostrarían lo que había hecho el régimen totalitarista en
la mente de los hombres y el peligro al cual la sociedad debía enfrentarse. Justificaciones sin
sentido, donde no se encontraba ninguna acción de culpa y que las aparentes formas de contestar
frente a las acusaciones no mostraban anormalidades en lo que respecta la guerra, menos
comprender lo que significaba haber llevado a cabo la Solución Final. Al respecto, señala Arendt:
Las palabras usadas con el propósito de combatir pierden su cualidad de discurso: se transforman en
clichés. La difusión con la que los clichés se han introducido subrepticiamente en nuestro lenguaje y
discusiones cotidianas nos puede indicar bastante bien no sólo hasta qué punto nos hemos privado de
la facultad del discurso, sino además hasta qué punto estamos dispuestos a usar medios violentos más
efectivos que los malos libros con los que resolver nuestras disputas (y sólo los malos libros pueden
ser buenas armas) (Arendt, 2005, p. 7).
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Las acusaciones a las que Arendt hace referencia tienen que ver con forma de responder
y justificar su forma de actuar sobre las acusaciones que argumento en el juicio, con un
vocabulario y frases que no coincidían con actitudes que determinaran unas pautas morales sobre
lo que significó el horror de la guerra. En sus relatos, en el juicio revelo el papel que había estado
desarrollando para el “exterminio” de los judíos mediante acuerdos, aliados y estados
involucrados que pretendían tener el mismo objetivo, afianzar en Europa el antisemitismo. Con
este fin, se consolidan fuertes poderes que apoyarían materialmente a la eliminación de los judíos;
la distribución de trenes como medio de transporte de los judíos a los campos de concentración
y las soluciones a los problemas logísticos (políticos, económicos) fueron algunos de los aportes
facilitados a los que habían acudido el ejército nazi para la ejecución de miles de judíos.
Las ausentes y pocas garantías en las que se llevó a cabo el juicio de Eichmann, también
fueron acompañadas de las supuestas buenas intenciones de quienes habría judicializado a
Eichamnn. Uno de ellos fue David Ben Gurión, primer ministro de Israel, quien se habría
encargado del rapto de Eichmann, y de conseguir que el caso del dirigente nazi fuera llevado a
los tribunales con garantías que mostraran la importancia que debía dársele, respetando y
llevando al pie de la letra lo acordado. Sin embargo, este mensaje y las palabras a las que se debía
acoger, no hicieron eco en el juicio.
El primer ministro brilló por su ausencia, ya que durante el juicio no asistió a ninguna
sesión y quien tomaría la vocería y representación del gobierno sería Gideon Hausner, fiscal
general. Frente a esto, Arendt dará cuenta que tanto las actitudes de Eichmann, como quienes
habrían celebrado en juicio, carecían de una justicia en la que se determinara las actuaciones de
quien habría sido el responsable directo de la solución final. Sobre todo, porque esto suena
inapropiado para las características que presentaba el acusado respecto a las supuestas acciones
que se debían tomar frente a este caso. Al respecto Arendt aclara:
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El objeto del juicio fue la actuación de Eichmann, no los sufrimientos de los judíos, no el pueblo
alemán, ni tampoco el género humano, ni siquiera el antisemitismo o el racismo. Y la justicia,
aunque quizá sea una abstracción para quienes piensan como el primer ministro, demostró ser, en
el caso de Eichmann mucho más severa y exigente que Ben Guiron y el poder concentrado en sus
manos(…). Permitía que el acusador público fuera interrogado en conferencias de prensa y ante
la televisión durante el periodo en el que se celebraba el juicio (…), e incluso permitía que el fiscal
hiciera espontaneas manifestaciones a los periodistas en el propio Palacio de Justicia, a quienes
manifestaba que ya estaba harto de interrogar a Eichmann, cuyas respuestas eran todas mentiras.
(Arendt, 2013, p. 17).
En el transcurso del juicio, lo que Arendt evidencio fue que pese a las diversas
justificaciones y pautas para llevar el proceso de Eichmann hacia un final sobre la verdad de la
guerra y las actuaciones del dirigente nazi como el manejo que tuvo el tribunal israelí frente al
juicio, opacaron las reales razones por las que se habría realizado este acto público en su contra.
Según Arendt, este fue el fracaso del seguimiento de lo que había dejado rastro el juicio de
Nuremberg, en donde solo se diferenciaría de un tema central, “la tragedia del pueblo judío”, ya
que la motivación real de este juicio si sería el protagonismo del hombre responsable de la
eliminación de miles de judíos en los campos de concentración.
De nuevo, queda evidente que la justicia ante la verdad, disfrazó mediante palabras y
formas de lenguaje que desviarían el sentido real de comprender las acciones de Eichmann y la
guerra, ya que el mensaje que se transmitió ante el juicio era revelar los sufrimientos de los judíos,
mas no las actuaciones del dirigente nazi. Incluso, las afirmaciones de quien le daría la exigencia
al proceso, distinguir las razones tanto de los judíos como los de Eichamnn sonaba irrelevante.
Este distinguir no era significativo ya que, “tan solo hubo un hombre cuyas actividades se
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centrarán exclusivamente en las gentes judías, cuyo objetivo fuese su destrucción, cuyas
funciones en el establecimiento de aquel inocuo régimen se limitarán a cuanto a los judíos
concernía. Y este hombre es Adolf Eichmann” (Arendt, 2013, p.18).
Respecto al caso en general, se puede apuntar que en el desarrollo del juicio de Eichmann
se dieron diversos sucesos para observar; el primero, que la justicia del Estado de Israel dispusiera
normas que no iban acorde con lo esperado en el juicio, ya que el objetivo del mismo era decir la
verdad y convocar a la comunidad judía, a que se concientizara de los acontecimientos que habían
marcado un episodio en la historia como fue los crímenes cometidos a la humanidad por el
régimen nazi. Lo segundo, mostrar que, a pesar de haber dispuesto otra dinamia al juicio, este
término por complacer al Estado de Israel, debido a que la presencia de la prensa, los perfiles que
requería el estrado, los componían magistrados que por ninguna razón pudieron obviar su
presencia. Y aún más la figura de la defensa, que brindaron un espectáculo que tuvo una particular
actitud frente al estrado con argumentos que se mantuvieron al margen de los testigos, sin
atacarlos, y mostrando frente a la audiencia prudencia en sus intervenciones resultando estas
engañosas.
A lo anteriormente dicho, al encontrar estas dificultades sobre el juicio, era evidente que
la misma actitud del dirigente nazi también caería en el mismo protagonismo. La personalidad
de Eichmann siempre se mostró en apariencia normal y una aparente forma de verse como un
individuo sin remordimiento de sus actos, sin ninguna característica que mostrara una
personalidad cruel y mucho menos capaz de haber dirigido la muerte de millones de judíos. A su
vez, su personalidad iba acompañada de un tipo de lenguaje que expresó durante el juicio, en
donde siempre se mostró muy sensato en sus declaraciones y en el uso de clichés que
acompañaban continuamente e transcurrir de su defensa.
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Este tipo de intervenciones ausentes de sentido, hicieron que la justicia israelí perdiera su
objetivo esencial, es decir, dirigir el juicio acorde a una población que representaría a todas las
naciones del mundo, en especial a los sobrevivientes del genocidio para conocer la verdad y que
por medio de Eichmann se revelaran más datos de aliados o cómplices que hubieran sido parte
fundamental sobre los crímenes perpetuados durante el Holocausto.
En lo que respecta a Eichmann y su juicio, Arendt caracteriza su imagen como una
persona normal, incluso ignorante y poco consecuente a sus argumentos, ya que ellos no eran lo
suficientemente sólidos. Su memoria no resultaba ser su mejor aliada a la hora de reconocer sus
crímenes y de recordar con precisión algunos hechos a los cuales el estrado quería retomar y que
servirían para que su condena fuera innegable en el juicio. No obstante, lo que sí logró fue una
fuerte atención sobre su larga lista de frases clichés permanecían muy amables en su memoria,
aunque con ello carentes de realidad, pues estaban más emparentadas con aquellas viejas victorias
del régimen nazi.
Ahora bien, desde la mirada Arendtiana, la tendencia a una irreflexión y falta de
objetividad e incapacidad en los actos ocurridos en el Holocausto, son, como Arendt los
describió, “actos sin una firme convicción y faltos de pensamiento crítico frente a nuestras
acciones2”. A eso, se le llama banalidad del mal, un concepto al que atribuye en su obra, donde
ubica al dirigente nazi Adolf Eichmann como un “agente del mal capaz, de cometer actos
objetivamente atroces sin alguna motivación maligna específica3”. Desde este enfoque, Arendt
2 Marrades, Julián,la radicalidad del mal, Logos, anales del seminario de metafísica Vol. 35. Universidad de Valencia.
2002: 80. Sobre el tema de la banalidad el mal, surge para Arendt la mirada de delimitar tanto lo ya trabajado en su obra
los orígenes del totalitarismo respecto al mal radical y construyendo sobre este mal una mirada hacia el mal banal,
término que le atribuye al estado de inconciencia al que Eichamann justifica en el juicio al describir de manera irreflexiva
las atrocidades cometidas durante el Holocausto y su complicidad ante los mismos. 3 Marrades, Julián, 2002: 81
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quiere mostrar que la banalidad del mal no describe el ser malo o tener actos malos o buenos,
sino carecer de una firme convicción de su proceder y de una ausencia de la dignidad y del pensar.
Este tipo de actuaciones, fueron el principio para que Arendt se preguntara, qué tenía
Eichmann en su actitud que no se correlacionaba con su actuar. Pareciera que todo dependía era
de las variaciones de estado de ánimo que presentaba, no le importaba aún siquiera si lo que decía
era coherente con lo que decía o con lo que había dicho. Estos actos de “inconsecuencias” los
llevo, al parecer, hasta el día de su muerte.
Al encontrarse Arendt con esta realidad, la filósofa acude como primera instancia a la
construcción de los momentos y relatos más significativos sobre el surgimiento de la Segunda
Guerra Mundial, observando de manera general lo ocurrido en el marco histórico que comprende
la muerte de millones de judíos y haciendo una invitación hacia una “reflexión ética” sobre el
verdadero sentido de la guerra y el significado que le atribuye hablar de la banalidad del mal. Por
eso, al referirse sobre el mal banal sostiene que: “―los actos fueron monstruosos, pero el agente
– al menos el responsable que estaba siendo juzgado en aquel momento (Eichmann) – era
totalmente corriente, común, ni demoniaco ni monstruoso. No presenta ningún signo de
convicciones ideológicas sólidas ni de motivos específicamente malignos” (Arendt,2013, p. 30).
Al respecto, la banalidad del mal, Arendt lo asume como la irreflexión y falta de
objetividad en el pensamiento accediendo a que los actos puedan llegar a ser fácilmente
manipulables, sean estos buenos o malos y sin minimizar los efectos que puedan generar. Es
decir, es dar cuenta sobre el problema de la irreflexión, expresada en la carencia de pensamiento
en donde no se manifiestan signos de maldad en el comportamiento y, por ende, llegando a verse
normal.
Para ello, Arendt parte del juego que Eichmann quería establecer en el juicio cuando se
le pregunta por los casos atroces de los que fue participe, mostrando plena normalidad a la hora
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de contestar y sobre todo, una firme convicción de la realización de los asesinados sin ningún
tipo de sentimiento de culpa. Al respecto, Arendt observa que las medidas sobre las cuales
Eichmann estaba acudiendo era el juego de las apariencias como herramienta fundamental para
justificar los hechos atroces producidos en el Holocausto, en el cual su naturaleza no evidencia
ningún tipo de personalidad que mostrara rasgos fuera de lo considerado como normal. A su vez,
considera que, de esta misma forma, la población alemana opta por seguir el partido nazi
aceptando el genocidio.
Este tipo de consideraciones, reflejan que, frente a un poder de convencimiento, manejado
desde una apariencia de bienestar, crecimiento y estimulo social, son parte fundamental de la
poca asimilación de una realidad y que, de alguna manera, desfigura el sentido que categoriza al
ser humano por excelencia, su actuar. Al respecto, Arendt realiza una reflexión frente a este tema
y considera que, por ejemplo, quienes aceptaron pertenecer a las filas nazis, no tenían idea de lo
que hacían, ya que el ejercicio de los militares no existe ninguna reflexión moral que indique la
importancia del significado de la otredad, el interés por el otro, es decir que todo lo que hago es
aceptar bajo una influencia de poder que me dirige qué puedo hacer y no lo que debo hacer4.
Una de las razones que la autora resalta de la sociedad alemana acuden a los factores
psicologicos que experimentaron desde la Primera Guerra Mundial y las concecuencias de la
misma, tales como la derrota, el agotamiento del espiritu alemán y desmotivación hacia la
sociedad. Con la llegada de Hitler al poder, Alemania encuentra un incentivo y que el significado
nazi identificaria la nueva mirada alemana frente al nazismo.
4 Según Cabildo, en su artículo, el sentido arendtiano de la banalidad del mal (2005), señala que a raíz de las situaciones
por las que pasa la población alemana, opta por seguir el partido nazi y su generalizada y la aceptación de las acciones
que se vinculan a ello. P. 138-139
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Los sentimientos generados a partir del nazismo permitieron abrir las puertas para
encontrar un espiritu de lealtad, obediencia, exaltación a un nuevo pensamiento y ansia de poder
para alcanzar los obejetivos del nuevo orden social. “La satisfacción emocional que les
proporcionaba el poder del nazismo compensaba el empobresimiento cultural y económico de
sus vidas” (Cano,2005, p.139). Este nacionalismo adoptado como nuevo referente hacia el pueblo
aleman, explica los rasgos que se presentan frente a la realidad tanto en general como en las
diferentes clases sociales propias de Alemania respecto al significado que pretende exaltar la
ideología nazi. Esa realidad muestra una nación en la que se define por manifestar amor al fuerte,
odio al débil, sordidez, oposición, aspectos generados no solo desde el aspecto economico, sino
moral y emocional de la sociedad.
Frente a esta obeservación, lo que puede deducirse es que la vulmerabilidad y la
deseperanza social que evidenciaba el pueblo aleman generó un estimulo y un poder emocional
que no permitió que se detuvieran a pensar bajo qúe tipo de condiciones se construiria ese nuevo
espiritu nazi. “la falta de pensamiento convierte a cualquier ser humano en presa fácil de
manipulación ideológica, por estúpida que sea. De hecho, Arendt sostiene que el
nacionalsocialismo se mantuvo gracias a personas superficiales e irreflexivas” (Cano,
2005,p.139).
Es por ello, que se vuelve fundamental resaltar las palabras que Arendt busca sobre la
experiencia de Eichmann, en cuanto a la explicacion que surge por lo que ha generado el juicio.
Las actuaciones que se protagonizaron en este importante pero frustrado caso, son evidencia y
reflejo de un carente espíritu de conciencia sobre los crimenes de la natauraleza de la Segunda
Guerra Mundial, y las implicaciaones que ello trae en los procesos históricos de la humanidad.
De tal magnitud, es por esto que Arendt reflexiona sobre este juicio, mostrando la cara de la
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banalidad y como ella se ha introducido en las socidadades modernas y las causas de tal mal: la
irrelfexion sobre nuestros actos morales.
Con esto, es importante aclarar que a pesar de tomar en cuenta las características que
mostró en general el juicio en Jerusalén, la intención de haber tomado este contexto, contiene la
base en la que Arendt estudiara, tanto la personalidad de Eichmann, como las dificultades que
esto conlleva a preguntarse por el papel de la comprension en los escenarios del hombre en lo
politico, relacionados a su existencia cotidiana con el mundo.
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Capitulo II
Lo que quiero es comprender: un acercamiento al concepto de la comprensión en Arendt
“Desde la oscuridad suenan suavemente
pequeñas melodías arcaicas. Escuchémoslas,
separémonos,
rompamos por fin las filas”
Arendt 1942, W.B (Poemas)
Uno de los temas en los que Arendt quiere situar la discusión sobre los gobiernos
totalitarios tiene que ver con la manera como se ha mostrado la política y la historia en la sociedad
del siglo XX, ya que halla en este fenómeno una pérdida de sentido y de reflexión en el mundo.
Para Arendt, la comprensión, será la respuesta a esa falta de sentido y como este fenómeno
deviene en los procesos tanto políticos, como históricos.
Comprender en el sentido arendtiano será un “proceso complicado que nunca produce
resultados inequívocos. Es una actividad sin final, en constante cambio y variación, por medio
de la cual aceptamos la realidad y nos reconciliamos con ella, esto es, intentamos sentirnos a
gusto en el mundo”. (Arendt, 2010, p. 3). Es decir, que frente a un fenómeno como es el del
totalitarismo, surge la importancia de comprenderlo, con el fin de lograr una reconciliación frente
a los acontecimientos a los que el mundo constantemente se enfrenta.
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Esta actividad del pensamiento, refleja como el hombre, desde su individualidad, pretende
encontrar la aceptación de una la realidad y de la experiencia, una necesidad de una continua
reconciliación con el mundo, tratando de sentirse a gusto con él. Para Arendt, este será el
resultado para la comprensión hacia la forma en que el individuo en su especificidad logre
interiorizar la necesidad de mediar su existencia con el mundo, en donde su ser se da en el “seguir
la búsqueda del sentido”. (Campillo, 2002, p.125). El modo al que se debe conseguir esta
condición, será la reafirmación de estar vivo, lo que implica entender que hay un mundo ajeno a
mí mismo que debo comprender aceptando el camino de su existencia y reconciliándose con ella
para así sentirse a gusto con el mundo, enfrentándose continuamente a esa realidad.
La filosofa judía plantea la necesidad que el comprender sea un ejercicio de lo político,
no como un conocimiento científico, ni como una información acertada sobre algo, sino provocar
que mediante la comprensión sea necesario tratar de sentirse a gusto con el mundo tal cual está
dado y en ello, se está en constante búsqueda. Al respecto, Campillo (2002) en su artículo”
Comprensión y Juicio en Arendt”, explica que, para esa búsqueda de sentido frente al surgir de
los gobiernos totalitarios, el hombre tiene la facultad de entender este fenómeno como un
acontecer de su existencia, haciendo parte de él, sin permitirse ignorarlo, ya que su labor será la
de reconciliarse con ese hecho, con el fin encontrar la conciencia de lo que se hace y se piensa.
Al respecto Arendt señala: “El resultado de la comprensión es el sentido, que hacemos
brotar en el mismo proceso de vivir, en la medida en que intentamos reconciliarnos con lo que
hacemos y padecemos” (Arendt, 2005, p. 4). El comprender requiere no solo dar cuenta de esa
pérdida de sentido, sino de encontrar las verdaderas causas de esa falta de reaccionar sobre lo que
se piensa, facultad que se presume, es propia del espíritu.
Sin embargo, Arendt da cuenta en su obra La vida en el espíritu (1984), al referirse que
el pensamiento se da a partir de la una actividad espiritual en que todos los seres humanos
20
tenemos “potencialidad” de generar, es decir, “atreverse a pensar”, factor humano que no se
considera como ejercicio del comprender. Por el contrario, Arendt establece que al ser espiritual
esta actividad, no corresponde a la dinámica que la existencia del hombre relacionaría con el
mundo, y en ese sentido, comprender. Atendiendo a esta condición, Arendt dedicara su análisis
al sentido de la labor humana y el significado que requiere el alma sobre estos temas. Para la
filosofía, el alma será la actividad que corresponda buscar el sentido, propio al movimiento que
da impulso a la vida. Al respecto Cabildo en su artículo “Sentido arendtiano de la banalidad el
mal” (2005), señala esta dicotomía a la que Arendt hace referencia:
Para Arendt, el espíritu difiere por completo del alma en cuanto que la característica fundamental de
la vida del espíritu es el estar solo y relacionarse con uno mismo, mientras que el alma es el lugar de
donde emergen nuestras pasiones, sentimientos y emociones, que no se auto regeneran, sino que
suscitan por acontecimientos externos (Cabildo,2005, p.145).
Es por ello, que, para el ejercicio de la comprensión, el interés de pensar, no será el centro
de las realizaciones que el hombre debe asumir en la experiencia con el mundo. El asumir un
pensar sugiere más a la idea de relacionarse con uno mismo, es decir, que por voluntad propia el
hombre es capaz de darle valor de “servirse del propio pensamiento5” y de esta manera, se atreve
a pensar; su valor radica en hacer uso de ella en la medida en que sirva como instrumento contra
5 La insistencia de Arendt por tratar de explicar la circunstancia histórica, remite a Kant, ya que tras el gusto descubre el juicio, una facultad humana hasta entonces no advertida. Se podría pensar que allí se encontraría una vinculación con la esfera moral, en la que Kant da respuesta a ello mediante la Ilustración como esa salida hacia el entendimiento del hombre en miras de no quedar incapaz de pensar, y no necesitar del otro para direccionar su actuar. “¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración”.
21
la manipulación y que nadie puede quitar , garantizando en ella, una actitud escéptica que
permitirá cuestionar criterios sobre los prejuicios e ideologías que surgen de las problemáticas
del mundo. Frente a la actividad el pesar, Arendt señala:
Si el pensar- el dos-en uno del dialogo silencioso- actualiza la diferencia dentro de nuestra identidad,
dada en la conciencia, y por ello produce la conciencia como su subproducto, entonces el juzgar el
subproducto del efecto liberador del pensar, realiza el pensamiento... (…) Y esto, en los raros
momentos en que se ha alcanzado un punto crítico, puede prevenir catástrofes, al menos para mí.
(Arendt,2002, p. 215)
Ahora bien, a esto, la verdadera búsqueda de sentido para reconciliarse con los
acontecimientos de la experiencia, no se construyen mediante un espíritu del pensar, que sugiere
más a una actividad de contemplar que de actuar. Contario a esto, será en despertar el acto de
vivir con lo que trae contrastar lo caótico con lo que se padece en el mundo, dando re significación
a los hechos que se han padecido o vivido, y que el alma será la idea que motive a reaccionar
sobre los acontecimientos externos ejerciendo una aptitud para cuestionar y criticar para así llegar
a comprender su existencia.
Arendt, al tratar la comprensión, relacionará lo que le pasa en la existencia del individuo
con lo que ha dejado la historia y la política en la construcción de mundo. Esto es, pensar estos
fenómenos como actores reveladores de la claridad de la existencia humana mediante la acción
propia del hombre creando nuevas categorías para pensar y configurarnos como sujetos políticos
dentro del mundo de la acción en el surgimiento del siglo XX. Lo político es su nacer, se
transforma en condición política, modo en el que emerge lo que Aristóteles llamo la segunda
naturaleza del “animal político”, “capaz de vivir juntos y de logos, ya que “por naturaleza el
22
hombre es un ser político”6 Al respecto, hablar de la acción será para Arendt “organizar la vida
en común y asegurando la paz como condición de contemplación en el mundo”, específicamente,
en cómo se debe juzgar las narraciones que hace el hombre, no epistemológicamente, sino
cognitivamente sobre la acción, entendida esta como “revelación del agente7.
Campillo (2002), expone la forma en que Arendt establece la búsqueda de sentido como
una tarea crítica, entendida desde lo que corresponde el sujeto respecto a la acción y los juicios.
Sobre esto, expone que para entender el campo de la acción este debe tratarse, en principio, a
partir de lo político, sobre un mundo común, en el que no implica pensarlo racionalmente, sino,
dado a partir de las vivencias y la cotidianidad del mundo. Esta condición de la acción como
revelación, según Campillo, vista como “inicio de algo nuevo”, impulsa a la comprensión hacer
posible que “los hombres que actúan puedan aceptar finalmente lo que irrevocablemente ha
ocurrido y reconciliarse con lo que irrevocablemente existe”. (Campillo, 2002, p. 126).
Esta mirada que se establece sobre la acción, puede ser entendida sobre la condición de
que, si emerge de lo político, aparece a su vez introducida bajo el sentido en que Arendt quiere
tratar y es mostrar la importancia de como emerge la mirada de la pluralidad, es decir, sobre ese
mundo común, que va desarrollándose a través de “espacios públicos”8, que implican un sentido
de re significación sobre lo político para Arendt y que será el gran aporte a la modernidad, en
donde convergen el poder de la grandeza de la humanidad, realizándose en una democracia.
6 Aristóteles (1991), Ética a Nicómaco L II 1097b, Aguilar, p. 282. 7 Campillo lo critica al mostrar las pretensiones de Arendt al querer encontrar en Kant una filosofía política que la dirija hacia propuestas que aún no se habían estudiado. Al respecto establece que “el juzgar se relaciona con los particulares”, término introducido en la Critica del Juicio, que le proporcionaría a Arendt un elemento complementario para explicar la acción, y es “la revelación del agente” (Campillo, 2002:128) 8 Campillo, al referirse sobre la acción como búsqueda de sentido en lo político.
23
Al establecer esta idea, considera que, sobre lo colectivo, el hombre tiene la condición de
reivindicarse con lo que existe bajo criterios redentores que posibilitan el sentido de lo político,
esto es, reconciliarse frente a los valores que priman en su naturaleza:
La convicción de que todo lo que sucede en la Tierra debe ser comprensible para el hombre puede
conducir a interpretar la Historia como una sucesión de lugares comunes. La comprensión no
significa negar lo que resulta afrentoso, deducir de precedentes lo que no tiene tales o explicar los
fenómenos por tales analogías y generalidades que ya no pueda sentirse el impacto de la realidad y
el shock de la experiencia. Significa, más bien, examinar y soportar conscientemente la carga que
nuestro siglo ha colocado sobre nosotros — y no negar su existencia ni someterse mansamente a su
peso—. La comprensión, en suma, significa un atento e impremeditado enfrentamiento a la realidad,
un soporta miento de ésta, sea como fuere. (Arendt, 2008, p. 8-9)
Ahora bien, respecto a los juicios, según Arendt (2010), estos surgen de las voluntades
individuales de los hombres, lo que lo conllevan a estar solo y, por ende, el juzgar a los otros.
Para Arendt, el querer juzgar implica una constante búsqueda sobre la relación del interés privado
y las pretensiones que se buscan de ella, universales que conllevan hablar sobre la verdad, la
belleza, o ideales que interpretan una noción distinta a la de la que el mundo comprende. Al
respecto, describe que estos juicios desvirtúan completamente el actuar mismo, ya que son por el
uso de pretensiones o particularidades que no permiten cuestionar lo que puede verse evidente en
el mundo, simplemente contemplamos, más no actuamos.
Al introducirse en el totalitarismo, Arendt (2010) lo describirá como un “fenómeno que
pulveriza” todas las condiciones del pensamiento respecto a lo político y criterios fundamentales
de los juicios morales del hombre. Al ser la comprensión como esa “buscadora de sentido”, será
24
una condición que no es ajena al hombre. Por el contrario, se halla casi que inherente en la vida
del hombre, ya que, en su naturaleza, comprende y conducirá el hecho de la reconciliación con
los actos que hace y los que padece. El problema radica, según Arendt, en cómo deviene el
fenómeno totalitarista sin esperanza, a causa de la ideología, y, por ende, la falta de reflexión
sobre las acciones que replican en los juicios y prejuicios. Es por ello, que, al hablar de
totalitarismo, implícitamente incita a referirse a su condición política como un desarrollo de uso
popular justificado en adoctrinamientos utilizados como atajos a los procesos irrumpiendo en las
actividades del comprender.
Campillo (2002) explica que el adoctrinar será la causa que pervierte la compresión de
los hechos tanto políticos como históricos en el reconocimiento de los regímenes totalitarios;
analizar lo que los origina, no será la cuestión primordial del pensar, sino sus acciones, ya que en
ella se desatan no categorías de su poder político, sino patrones de juicio moral, que significaría,
estar en la búsqueda del sentido. Para ello, Arendt se remite a explicar el significado del sentido
del juicio y la construcción de una cultura crítica, categorías que serán la que responderán a la
necesidad de una “acción política responsable”, y que con ellas desaparecería en fenómeno
totalitarista.
Según esto, el adoctrinar es lo que se ha permitido entorpecer el camino en el intento de
comprender, pretendiendo llevar un mensaje equivocado sobre los estados y desvirtuando la idea
sobre el comprender. Para la consolidación de gobiernos totalitaristas, esto hace que su propósito
central sea difundir un menaje de poder que termina apoyando la idea que apoyar la irreflexiva
forma de entender este tipo de fenómenos políticos. A su vez, introduciendo más violencia dentro
del ámbito político a través de lenguajes populares puestos como compresiones previas de los
hechos y que su valor alrededor de los acontecimientos impuestos sobre la especulación. Es por
25
ello que las narrativas que se deben juzgar y pensar sobre los procesos políticos-históricos darán
como resultado una constante pérdida de sentido en el debate sobre el fenómeno totalitario.
Este tipo de reflexiones, son las que para Arendt, son acciones que carecen las sociedades
del siglo XX, ya que, por el problema del adoctrinar, desvirtúa la forma en cómo se sirve la
“bienintencionada” manera de educar sobre los temas de lo político y la historia9. En esa
construcción, el abreviar o querer que el ejercicio del comprender sea tarea propia de la
educación, elevando el sentido de la opinión pública, se retorna equivocada su intensión, ya que
la idea de educarla, no haría parte en la sintonía entre lo político ni libros y violencia.
Para Arendt dialogar entre libros y armas, no existe ningún tipo de discurso. Este tipo de
dinámicas, dice Arendt, radican en dar malas interpretaciones, ya que el lenguaje puede generarse
malintencionado y las palabras carezcan de sentido, irrumpiendo el hilo de la comprensión
misma, creando adoctrinamientos peligrosos para la comprensión.
El propósito de repensar la condición política debe ser en función de la igualdad humana
y de gran importancia para analizar lo que origina los gobiernos totalitarios, que no pertenece a
la idea de lo que se dice de ella, sino sus acciones, ya que no se desatan categorías de su poder
político, sino patrones de juicio moral, que significarían, estar en la búsqueda del sentido, al
aparecer como una condición de posibilidad en el ejercicio político.
Casos como el que se dio con Eichmann, Arendt ejemplificara las consecuencias que trajo
consigo el fenómeno totalitarista, un fracaso en el sentido de, privarse la historia de comprender
los hechos ocurridos tanto en el juicio, como las actuaciones del dirigente nazi, fueron hechos
que para Arendt sería el haber presenciado el juicio donde describe el sentido de un movimiento
9Nótese que, frente al tema de la educación, parte de la importancia que el siglo XX adjunta en su cotidianidad, que no
tiene que ver con educar, sino por el contrario, adoctrinar mediante un sistema que desboque a la sociedad sobre esa
actividad de la irreflexión y del ejercicio del pensar. Tómese de Comprensión y política. Dificultades de la comprensión
sobre Arendt. Revista de Filosofía, No 26, 2012: 17.
26
totalitarista a través de Eichmann, encontrando en su actuar la crisis en la conciencia de tales
regímenes exterminados por un estado de irreflexión total y absurda ante las acciones a las cuales
respondieron respeto al significado de la guerra.
Respecto a la figura del dirigente nazi, Arendt descubre en Adolf Eichmann un hombre
que actuó dentro de un sistema, sin pensar sobre sus actos, desapropiándose de su condición de
individualidad en la que puede negársele su espontaneidad, del ser parte de esa experiencia, en
cuanto ser vivo, y de iniciar por sí mismo un curso de acción. Por el contrario, el sentido de la
obediencia de las órdenes del Führer, fueran el verdadero incentivo para hacerse partícipes de la
Solución Final. Según Arendt, el privar al hombre su conciencia, sería el peor crimen a los que
puede llegar un hombre, en el que surja un déficit de pensamiento, en cuanto es anulado como
persona individual, en apariencia, consciente del mundo:
Eichmann consideraba que la obediencia hacia Hitler era la virtud suprema; el respeto por las normas
establecidas y la opinión mayoritaria de la sociedad nazi, los fundamentos de su actuar. Estos factores
pusieron ante los ojos de Arendt la idea de que Eichmann era una persona incapaz de pensar y juzgar
de manera autónoma. (Cabildo: 2005, p. 137)
La figura de Eichmann para Arendt (2013), sería la revelación de la desvinculación de los
actos, en el sentido en el que ante el juicio presenta constantemente una tendencia irreflexiva,
resultado de una incapacidad de juzgar, incluso ausencia de dignidad, al no dar respuesta de
porque lo había hecho. Esta falta de reflexión, para Arendt, impide la conexión entre el pensar y
el comprender, demostrando la ausencia de pensamiento crítico frente a las acciones sin tomar
en cuenta el mal que hago al otro, es decir, no ponerse en los zapatos del otro. Por otro lado, en
su condición de víctima, al tratarse de ser parte del poder totalitario y no poder elegir entre lo que
27
está bien o mal, ya que su única alternativa que le queda, para evitar un mal, es al cometer otro
mal, es decir, colaborar con el verdugo, para eludir su propia muerte en donde le resulta imposible
hacer el bien. “cuando lo que debe comprenderse es que el verdadero espíritu puede ser destruido sin
llegar a la destrucción física del hombre; y que, desde luego, el espíritu, el carácter de individualidad,
bajo determinadas circunstancias, sólo parecen expresarse por la rapidez o lentitud con la que se
desintegran” (Arendt, 2013, p. 536).
Arendt a este tipo de actitudes que implican un cierto tipo de hombres dominados por su
afán de obediencia, les atribuye una idiotez moral, en el que sistemas como el totalitarismo
imponen una moral sobre las masas orientados hacia la consecución de comportamientos
generalizados, mediante seguimientos ciegos de la ley, carentes de pensamiento independiente
respecto a los asuntos morales y políticos. Con esto se adaptan a nuevos sistemas sin mayor
conflicto, ya que buscan seguir refugiándose en normas legalmente aceptadas. Este tipo de
comportamientos generan un mal común entre la sociedad que conlleva al adoctrinamiento que
para Arendt será la perversión para el ejercicio de la comprensión. Al respeto Arendt, señala:
El adoctrinamiento es peligroso porque surge principalmente de una perversión no del conocimiento,
sino de la comprensión. El resultado de la comprensión es el sentido, que hacemos brotar en el mismo
proceso de vivir, en la medida en que intentamos reconciliarnos con lo que hacemos y padecemos
(Arendt, 2010, p.4).
El ejercicio de comprender requiere salir de esos atajos en los que caemos en la vida
cotidiana que la actualidad se procesa en la vida, juicios y prejuicios que pretenden desarrollarse
sobre un uso de un lenguaje popular anulan la condición política, configurando una serie de
clichés y comodines al servicio de los gobiernos totalitarios.
28
Al considerar el factor lenguaje en los procesos de adoctrinamiento, en este caso para el
totalitarismo, Arendt hace claridad al establecer que para llegar a la comprensión de lo que hay
detrás del totalitarismo. No solo hay que limitarse a saber sobre qué hay sobre la lucha, sin
comprenderlo aún, difícilmente se sabrá lo que se está enfrentando. Por tanto, después de generar
la lucha sin estos aspectos surge la resignación, resultado de un fracaso ante la carencia de
conocimiento y comprensión de los hechos, en este caso sobre los hechos ocurridos bajo
regímenes totalitarios. Al respecto afirma Arendt:
En otras palabras, el fenómeno del totalitarismo, el suceso mismo que intentamos y debemos intentar
comprender, nos ha desprovisto de nuestras tradicionales herramientas para la comprensión. En
ninguna otra parte se ha mostrado tan claramente esta propiedad, que nos deja perplejos, como en el
abismal fracaso de los juicios de Nuremberg (Arendt, 2010, p.6)
Por esto, la necesidad de Arendt dejar expuesto todo lo que es capaz de fomentar los
regímenes totalitaristas, alimentándolas a partir de esa ausencia del comprender, movimiento
propio del alma, promoviendo políticamente “instituciones estatales en agentes criminales que
simplemente se limitan a obedecer órdenes sin detenerse a pensar en el contenido de las mismas
y sus implicaciones éticas”. (Arendt, 2010. p.25). Es por ello, que, para el siguiente capítulo, el
hablar de la banalidad del mal, requiere no solo tomar en cuenta la personalidad de Eichamann,
sino el porqué de una decadente sociedad que, como el dirigente nazi, da indicios a su propia
anulación dese el individual hacia un colectivo en los entornos político e histórico.
29
Capitulo III
El Mal Banal
A lo largo de la historia del pensamiento, las reflexiones en torno al mal se han
caracterizado por una perspectiva moral. El problema del mal ha sido estudiado bajo el concepto
de perversión, la privación del ser, la ausencia de armonía y orden en la naturaleza; y han tendido
a concluir que el mal es algo que excede la capacidad analítica y explicativa de la razón humana.
Al ilustrarse el pensamiento de Arendt sobre la banalidad del mal, esta problemática implica
delimitar sus criterios frente al mal moral y evidenciar una reflexión de transformación a la
mirada que se tiene del mismo, en este caso, frente a los aspectos relacionados en el plano de la
violencia o la guerra.
El estudio sobre el mal ha sido una problemática constante en relación a las cuestiones
existenciales y filosóficas en el mundo. Su confusa forma de entenderse parte de exceder las
posibilidades humanas de dar claridad sobre este fenómeno, sobre todo, al tratarlo desde el plano
moral. A medida que el mundo cambia, cambia también lo que se considera bueno y malo, y ese
cambio dificulta la reflexión en torno al problema del mal.
El concepto de la banalidad del mal ha recibido gran atención respecto a esas miradas que
surgen en las sociedades actuales respecto al mal, y Arendt (1963), mediante una reflexión
filosófica, desarrolla una problemática sobre el tema. Esta atención se ha centrado en trabajos
desarrollados por la filósofa, como, Comprensión y política (2012), la vida del espíritu (1984),
Ensayos de comprensión (2005), Responsabilidad y Juicio (2003), Sobre la violencia (1970),
30
entre otros, distintos a Eichmann en Jerusalén (1963), texto en el que originalmente fue
formulado por primera vez el concepto del mal banal.
Esta preocupación señalada por Arendt, será el análisis sobre el horror de la modernidad”,
los desastres de la Europa de la posguerra y la reflexión moral que se dio en la “era de los
genocidios”. Estos aspectos notorios en el ambiente de las reflexiones filosóficas de la era
contemporánea, serán para la filósofa, una excusa para estudiar el sentido del mal frente a las
situaciones que surgieron durante la Segunda Guerra Mundial, específicamente, las condiciones
que se dieron en los campos de concentración, mostrando las consecuencias que traen consigo
los métodos de eliminación en lo colectivo, detonando en ello, un mal radical como acercamiento
primero en el estudio filosófico del ejercicio del pensamiento basado en los modelos sociales del
siglo XX. Al respecto Cano afirma: la falta de pensamiento convierte a cualquier ser humano en
presa fácil de manipulación ideológica, por estúpida que sea. De hecho, Arendt sostiene que el
nacionalsocialismo se mantuvo gracias a personas superficiales e irreflexivas (Cano,2005, p.
139).
Al respecto, el tema de la dominación y la creación de los campos de concertación,
sugieren establecer que las sociedades se sometan a estructuras políticas sometidas y que
obedezcan a una estructura en la que desaparezca la subjetividad el hombre en sociedad,
convirtiéndose en individuos determinados como sujetos-objeto de los cuales se puede disponer,
aislándolos de cualquier posibilidad de defensa o reclamo con relación a su actuar, llevados por
el miedo, que para Arendt, sería la verdadera realidad del mal radical. Arendt señala en su obra
los Orígenes del totalitarismo:
Cuando lo imposible es hecho posible se torna en un mal absolutamente incastigable e imperdonable
que ya no puede ser comprendido ni explicado por los motivos malignos del interés propio, la
31
sordidez, el resentimiento, el ansia de poder y la cobardía (…). Es inherente a toda nuestra tradición
filosófica el que no podamos concebir un «mal radical», y ello es cierto tanto para la teología
cristiana, que concibió incluso para el mismo Demonio un origen celestial, como para Kant, él único
filósofo que, en término que acuñó para este fin, debió haber sospechado al menos la existencia de
este mal, aunque inmediatamente lo racionalizó en el concepto de una «mala voluntad pervertida»,
que podía ser explicado por motivos comprensibles. Por eso no tenemos nada en que basarnos para
comprender un fenómeno que, sin embargo, nos enfrenta con su abrumadora realidad y destruye
todas las normas que conocemos (Arendt, 2002, p. 680-681)
Hablar sobre la banalidad del mal es remitirse en primera instancia al concepto de mal
radical, discusión que Arendt mantuvo en su obra Los orígenes del totalitarismo (2002), en donde
estudia el sentido del mal como una problemática que surge a través de las acciones perpetradas
por el régimen nazi, soportadas sobre el miedo y una ideología concentrada en la obediencia a
partir de la manipulación. Este estudio sobre el totalitarismo despertó en Arendt el interés de
observar cómo los seres humanos terminamos siendo seres superfluos mediante los gobiernos
totalitarios, en la que se promueven estrategias para la dominación de los individuos, en las
sociedades actuales.
Al respecto, estas preocupaciones reivindicarían el “derrumbe completo de todas las
pautas morales”10 de la modernidad y su firme lógica burocrática deshumanizante, estableciendo
regímenes totalitarios con un solo objetivo: ser capaces de establecer un “mal sin límites”,
desarrollándose sobre una visión en la que el hombre no es capaz de diferenciar responsablemente
10 Arendt, Hannah.” Algunas cuestiones de la filosofía moral”, en Responsabilidad y Juicio, Barcelona, Paidos, 2007, pag.77-78. Como ya se había tratado anteriormente, la preocupación sobre las nuevas miradas hacia el siglo XX eran las bases que para Arendt se preocupara y advirtiera, de alguna forma la deshumanización de las sociedades, en la que el hombre, caería en la condición que Eichmann había reflejado en el Juicio, en donde la conciencia era completamente ausente, tanto del pensar como en el actuar.
32
entre el bien y el mal. Esta problemática, lleva al hombre a ver necesariamente unos sustitutos de
los principios morales, tales como los gobiernos totalitarios, instituciones que innegablemente
muestran un mundo con un grado de “objetividad”, en donde queda ausente la subjetividad de
los individuos, reducidos a ser piezas de engranaje en una “maquinaria administrativa, logrando
así deshumanizarlos”11
Arendt, al encontrarse con un panorama político desalentador, analizara el problema en
el que radica esta falta de reflexión de los individuos, planteando su tesis, ya trabajada por Kant
sobre el concepto del mal radical, como un mal indecible que no reconoce la reflexión y por el
contrario refleja la ausencia del pensar: no es que haya mala voluntad, sino que la maldad tiene
como raíz un obrar irreflexivo. De esta manera, se puede ver que el mal radical significa la
perversidad en su máxima expresión, un horror indecible que vuelve los hechos algo incapaz de
ser perdonados, o en ultimas, castigados.
Más adelante en su obra “Eichmann en Jerusalén”, a partir del actuar del dirigente nazi,
Arendt analiza la postura del criminal más grande del siglo XX, en donde ve que no es la
representación de la monstruosidad ni el demonio mismo, simplemente era un burócrata más del
régimen nazi. A través de esta mirada, la filosofía judía parte de que el mal radical, no era
exactamente lo que se busca hablar sobre el mal, sino, una banalidad del mal.
Estas dos miradas sobre el mal, serán dos modos distintos de distinguir este fenómeno.
Con respecto al problema del mal radical, se hace referencia a un mal “sin confines”, es decir, la
perversidad vista como un horror en el que no cabe nombrarse. El problema radicara en las
interpretaciones que surgen por la mirada que muchos autores habían afirmado sobre el problema
del mal radical y lo expuesto sobre el caso de Eichmann.
11 Arendt, Hannah. “Algunas cuestiones de la filosofía moral” 2007: 82.
33
Marrades en su ensayo “la radicalidad del mal banal” (2002) expone la discusión que
surge de la filósofa judía y el pensador Gershom Scholem12 mediante una carta en la que trata el
mal radical. En contestación a esto, dice Arendt:
Ahora estoy convencida, de que el mal nunca puede ser “radical”, sino únicamente extremo ya que
no posee profundidad ni tampoco una dimensión demoniaca. Puede extenderse sobre el mundo entero
y echarlo a perder precisamente porque es un hongo que invada las superficies. Y “desafía el
pensamiento” tal como dije, porque el pensamiento intenta alcanzar cierta profundidad, ir a la raíz,
pero cuando trata con la cuestión del mal esa intensión se ve frustrada, porque no hay nada. (Arendt,
2000, p. 237).
Al respecto, Arendt aclara en esta carta no volvería a hablar sobre el mal radical, puesto que se
da cuenta que le mal no podría ser nunca radical, ya que “no posee profundidad ni tampoco ninguna
dimensión demoniaca”13. Sobre esto, es prudente pensar que lo que Arendt expresa sobre el mal radical,
es algo distinto, pero no incoherente a la banalidad del mal, por dos razones fundamentales y evidentes en
su pensamiento. En principio, porque el dilema a resolver en este momento requería evidenciar los
problemas del totalitarismo en relación al “execrable horror de los hechos y la innegable insignificancia
del hombre que los ha perpetrado”14. Es decir, entrar a resolver el tema entre un mal radical, corporeizado
a un horror indescriptible, y un mal banal que se corporeiza en una imagen tan simple como la que fue de
Eichmann, insignificante, insustancial, radicalmente normal, son en últimas, la razón por la cual Arendt
se propondrá descubrir lo que ocurre con el totalitarismo: no solo buscar la dominación arbitraria de los
12 Scholem escribe varias cartas a Arendt, criticando fuertemente el concepto de la “banalidad del mal”, discutiendo que
no solo este se contraponía al supuesto concepto de mal radical, ya estudiado por la filósofa judía en los Orígenes del
totalitarismo, sino que además justificando que aquel concepto era mejor, ya que aportaba un “gran nivel de sabiduría
elocuente y erudita”, a diferencia del nuevo concepto del mal banal. 13 Este texto pertenece a la carta a la que se hace referencia sobre la discusión entre Arendt y Scholem incluida en la
cita del artículo de Bernstein, Richard: ¿Cambio Hannah Arendt de opinión? Del mal radical a la banalidad el mal, en
F. Birulés (ed.), Hannah Arendt. El orgullo de pensar, Barcelona, Gedisa, 2000: 235. 14 Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalen, ed. Delbolsilo, 2013: 80.
34
hombres, sino, generar un sistema en donde los hombres fueran incapaces de pensar, superfluos y banales.
Sobre este tema, Bernstein15, también indica esta dicotomía que existe sobre las miradas que se
le han asignado al mal y la importancia de re-significar el sentido del mal radical:
Arendt pensaba que el mal era inevitable. Yo estoy de acuerdo con ella, pero creo que debemos volver
a pensar con esmero lo que queremos significar con el término “mal”. Era esto lo que ella buscaba
hacer en su batalla por dominar conceptualmente el mal radical sin precedentes del totalitarismo. (…)
Los campos sirvieron para el espantoso experimento de eliminar cualquier vestigio de espontaneidad
y pluralidad humanas. Buscaban transformar a los seres humanos en algo que ya no es humano, en
seres que eran a la vez humanos y no-humanos. Esto es lo que Arendt tomó por la forma más extrema
del mal radical sin precedentes. A esto se refería con la expresión “convertir a los seres humanos en
seres humanos superfluos. (Bernstein: 2012, p. 52-54)
Ahora bien, al centrarse en el concepto de la banalidad del mal, Arendt analiza este
fenómeno del mal a partir del proceder de Eichmann, en quien descubre un agente del mal capaz
de cometer actos objetivamente monstruosos sin motivaciones malignas específicas. La falta de
correlación entre el daño causado y los motivos por la que lo hicieron actuar de forma irreflexiva,
serian la base para que Arendt se detuviera en analizar el mal banal. Según esto, para Arendt, los
peores crímenes no requieren un fundamento positivo en el agente, sino que pueden surgir de un
déficit de pensamiento.
En concordancia con lo anteriormente dicho, la banalidad del mal se comprende a partir
de analizar la perversidad no como algo indecible, sino vista como ausencia de criterios propios,
intuida por la forma en que Arendt vio plasmada la figura de Eichmann en el juicio, un hombre
15 Bernstein, Richard: “¿Son relevantes todavía hoy las reflexiones de Arendt sobre le mal?”, en Hannah Arendt,
pensadora en tiempos de oscuridad. Revista Al margen, No 21-22. Editor: Mauro Arrubla. Colombia, 2007.p 50
35
carente de reflexión, que ignoraba toda actividad directa o indirecta sobre su trabajo en el régimen
nazi. A su vez, Arendt parte de la actitud que Eichmann quería establecer en el juicio cuando se
le pregunta por los casos atroces en los que fue participe, en donde su forma de mostrar su
culpabilidad, fue mostrando plena normalidad y deshumanización a la hora de contestar y, sobre
todo, una firme convicción de la realización de los asesinados sin ningún tipo de sentimiento de
culpa. Al respecto, Arendt señala:
El verdadero horror comenzó (…) cuando los hombres de las S.S., se encargaron de la administración
de los campos. La antigua bestialidad espontánea dio paso a una destrucción absolutamente fría y
sistemática de los cuerpos humanos, calculada para destruir la dignidad humana. La muerte se evitaba
o se posponía indefinidamente. Los campos ya no eran parques de recreo para bestias con forma
humana, es decir, para hombres que realmente correspondían a instituciones mentales y a prisiones;
se tornó cierto lo opuesto: se convirtieron en «terrenos de entrenamiento» en los que hombres
perfectamente normales eran preparados para llegar a ser miembros de pleno derecho de las S.S.
(Arendt, 2002, p. 673-674).
Al respecto, Arendt observa que las medidas a las cuales Eichmann estaba acudiendo, era
el juego de las apariencias, herramienta fundamental para justificar los hechos atroces producidos
en el Holocausto, en donde su naturaleza no evidencia ningún tipo de personalidad que mostrara
rasgos fuera de lo considerado como normal. Esto es, considerar que, de esta misma forma, la
población alemana optaba por seguir el partido nazi aceptando el genocidio y negar la absoluta
conciencia sobre el actuar.
Estas miradas hacia el caso particular de Eichamnn, reflejaban el sentimiento generado a
partir del nazismo y el permitir abrir las puertas a un espíritu de lealtad, obediencia, exaltación a
un nuevo pensamiento y apetito de poder para alcanzar los objetivos del nuevo orden social. “La
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satisfacción emocional que les proporcionaba el poder del nazismo compensaba el
empobrecimiento cultural y económico de sus vidas” (Cano, 2005, p. 139). Este nacionalismo
adoptado como nuevo referente hacia el pueblo alemán hace referencia a los rasgos que se
presentan frente a la realidad tanto en general como en las diferentes clases sociales que presenta
Alemania respecto al significado que exalta la ideología nazi. Esa realidad muestra una nación
en la que se define por manifestar amor al fuerte, odio al débil, sordidez y el trato violento a la
oposición; estos aspectos se generaron no solo desde el aspecto económico, sino moral y
emocional de la sociedad alemana.
Este tipo de consideraciones reflejan que, frente a un poder de convencimiento, manejado
desde una apariencia de bienestar, crecimiento y estimulo social, serían parte fundamental de la
poca asimilación de una realidad, en la que se desfigura el sentido que categoriza al ser humano
por excelencia, su actuar. Al respecto, Arendt señala:
Incluso, para Eichmann, la acusación de asesinato era injusta y declaró lo siguiente: “«Ninguna
relación tuve con la matanza de los judíos. Jamás di muerte a un judío, ni a persona alguna, judía o
no. Jamás he matado un ser humano. Jamás di órdenes de matar a un judío o a una persona no judía.
Lo niego rotundamente»” (Arendt, 2013, p. 41).
Arendt (2013), realiza una reflexión frente a este tema y considera que, por ejemplo,
quienes aceptaron pertenecer a las filas nazis, no tenían idea de lo que hacían ya que el ejercicio
de los militares no existe ninguna reflexión moral que indique la importancia del significado de
la otredad, el interés por el otro, es decir que todo lo que hago es aceptar bajo una influencia de
poder que me dirige qué puedo hacer y no lo que debo hacer. Bajo esta observación, Cabildo
(2005, p. 138) analiza esta mirada en Arendt, argumentando los factores por los cuales el
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totalitarismo lleva a los hombres a una sumisión extrema frente al régimen, no solo a los alemanes
sino a los propios judíos.
Uno de los factores por os que muchos alemanes se adhirieron al nazismo fue, desde el punto de vista
psicológico, el cansancio y la resignación que traía la clase obrera por las derrotas sufridas después
de sus victorias, durante la revolución de 1918. Con Hitler, encontraron un incentivo; su gobierno se
identificó con Alemania, y, asimismo, la oposición al nazismo no significaba otra cosa que la
oposición a la patria. En contraste con la resignación asumida por la clase obrera y la burguesía liberal
y católica, las capas inferiores de la clase media acogieron con gran entusiasmo la ideología nazi.
(Cabildo, 2005, p. 138)
Frente a esta observación, lo que puede deducirse es que la vulnerabilidad y la
desesperanza social que evidenciaba el pueblo alemán generaron un estímulo y un poder
emocional que no permitió que se detuvieran a pensar bajo qué tipo de condiciones se construiría
ese nuevo espíritu nazi. Sin embargo, esto no justificaría para Arendt las motivaciones por la
cuales los hombres no tengan la capacidad de conciencia frente a los crímenes que perpetro el
régimen nazi. Arendt también reflexionaría por los que no se dejaron “corromper” por lo que
significaría pertenecer al régimen:
Unos cuantos, pocos siguieron dando toda su importancia al acto de jurar en el nombre de Hitler (…)
Por fin, se dio el caso de dos muchachos campesinos, cuya historia cuenta Günther Weisenborn en
Der lautlose Aufstand (1953), que, al ser llamados a las filas por las SS, al final de la guerra, se
negaron a alistarse. Fueron condenados a muerte, y en el día de su ejecución escribieron a sus
familiares: “Preferimos morir a llevar sobre nuestra conciencia crímenes tan horribles; sabemos muy
bien cuáles son los deberes de las SS”. La actitud de estos individuos que, desde el punto de vista
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práctico, nada hicieron, era muy distinta a la de los conspiradores. Su capacidad de distinguir el bien
del mal había permanecido intacta, y jamás padecieron de una “crisis de conciencia” (Arendt, 2013,
p. 154).
Estas crisis de conciencia a la que hace referencia Arendt en su obra, se debe a esa falta
del pesar, ya que mediante su ejercicio es donde se concibe una voluntad capaz de auto reflexionar
y crear garantías sobre lo que genera un criterio propio del actuar. Es decir, se crea un
compromiso con uno mismo generada autonomía tanto en el pensar como en el actuar, y no
dejándose llevar de prejuicios externos del mundo. Sobre esta condición, es donde Arendt
reivindica la existencia del hombre, en tanto comprenda los criterios redentores (libertad,
promesa, perdón, solidaridad) como muestra de que es posible entablar relaciones humanas
personales y publicas auténticas y confiables. “La ausencia de pensamiento es un factor poderoso
en los asuntos humanos, desde el punto de vista estadístico el más poderoso, y no solo en la
conducta de la mayoría, sino en la de todos”. (Arendt, 1984. p. 93)
Es por esto que más allá de querer reflexionar sobre lo ocurrido en el juicio de Eichmann,
Arendt a su vez, quiere proponer que frente a ese mal banal no solo acabaría con las víctimas,
sino también con los victimarios, en la medida de aceptar de manera irreflexiva cualquier criterio,
por más cruel que fuera. Esta idea sobre la conciencia que los mismos judíos tuvieron al aceptar
el régimen, también acuñe a ser parte de la responsabilidad que atañe a su sistema, y fue el no
actuar de los judíos frente al nazismo. Así como en Eichmann cuestionó su actuar, de la misma
manera, Arendt cuestiona al pueblo judío el no haber reaccionado y por el contario, haber
aceptado cumplir las órdenes que debían obedecer al régimen.
En este sentido, el contexto del totalitarismo también será escenario para que Arendt
aborde el tema de la responsabilidad y la culpa (temas que se pretenderán trabajar en futuros
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trabajos) y que atañe al problema que durante este escrito la filosofía judía ha pretendido
reflexionar, abrir discusiones frente a un tipo de régimen que imposibilito al hombre a repensar
el mundo, a ser autocritico frente a las acciones que suscita mediante su experiencia en constancia
con los demás, partiendo de su conciencia en su pensar y actuar.
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Conclusiones
Recapitulando lo expuesto anteriormente, se puede ver que como Arendt lograr el
propósito de abrir el camino hacia la comprensión y develar que frente a los conceptos del mal
radical y el mal banal, existe una gran distinción. La propuesta de Arendt, al querer indagar sobre
el problema de la banalidad del mal y lo que trae consigo esta usencia del pensar, le ha permitido
a la filosofía crear espacios de discusión frente a estas nociones, que más que referirse a un tema
que surge por los regímenes totalitarios, evidencia una realidad en la que analiza a las personas
quienes habrían cometido los actos más atroces en contra de la humanidad, concluyendo en ellos
que el peor mal que puede existir en el hombre se debe a ser “abrumadoramente normales”. Ese
estudio filosófico sobre el mal banal, significa para Arendt, atender a otro a dimensión del mal,
mucho más inquietante que la representaría el genocidio mismo. Es un mal que no asiste al
castigo, sino a la ausencia del pensar.
Respecto a esto, se considera que bajo las consideraciones analizadas en el presente texto,
se deduce que Arendt al reflexiona sobre el mal banal, deja claro que regímenes totalitarios
orientados hacia la obediencia y adoctrinamiento, son el resultado de la deshumanización
representada bajo la ausencia del pensar y falta de reflexión de los hombres, dejando diluida su
conciencia frente a las acciones de responsabilidad y culpa frente a su existencia, es decir una no-
existencia del hombre, en cuanto a ser pensante. Claro ejemplo de ello fue la figura que representó
Eichmann en el juicio y las discusiones que surgieron alrededor del Holocausto, en donde Arendt
pretende entrever el peligro al que el hombre se expone frente a esta ausencia del pensar, y en
que todos estamos expuestos a enfrentar, no guiado por motivaciones respecto al mal, sino por
frustrar la integridad moral de los hombres. Ante esto, Arendt advierte la importancia de la
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conciencia para no caer en esta irreflexión., tanto en la vida individual, como en la pública, ya
que su objetivo es centrar las relaciones humanas desde el ejercicio de lo político.
Es por eso que, mediante el ejercicio de autorreflexión, el compromiso conmigo mismo,
permite que pueda juzgar, y en esa manera no se persiguen consecuencias dañinas en el propio
obrar. Dicho esto, lo que persigue este mecanismo, será el de asumir una responsabilidad sobre
el actuar, cumpliendo con su condición humana, hacerse cargo del mundo, comprendido
mediante la acción, que responderá a la colectividad, principio fundamental de la sociedad.
El que Arendt haya sobrevivido bajo las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial,
contribuye a pensar sobre su postura frente al mundo, conciliando las situaciones las cuales
padeció durante la guerra y por la que acude a su estudio a replantear la idea de los hombres
frente al sentido de vivir, que será el “intentar reconciliarse con el mundo16”. Esta idea a pesar
de verse muy romántica, adquiere gran importancia al acercamos a Arendt y dar cuenta de la
experiencia cercana que tuvo frente al mal y analizarlas bajo las cuestiones morales que el mundo
revela en su constante cambio.
Al respecto, Arendt da cuenta que estas ausencias de pensamiento, solo van encaminadas
a un derrumbe completo de todas las acciones morales establecidas tanto en la vida pública, como
en la privada, en donde el hombre se “sincroniza” con lo que ve, mas no con lo que piensa,
actuando mediante motivaciones que solo entiende desde el externo. Esto abrió paso para
16 “El resultado de la comprensión es el sentido, que hacemos brotar en el mismo proceso de vivir, en la medida en que
intentamos reconciliarnos con lo que hacemos y padecemos (…)”. En este sentido, la actividad de la comprensión es
necesaria; si bien por si mima no puede inspirar la lucha o suministrar objetivos que de otro modo se perderían, solo ella
puede dar un sentido y propiciar nuevos recursos al espíritu y al corazón humano, que quizás solo logren desempeñar
un papel una vez que se gane la batalla”. (Arendt, H. (2002): Comprensión y política, las dificultades de la comprensión.
Barcelona, Paidós. P. 18-19)
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cuestionar sobre la preocupación que surgen en las sociedades actuales, en donde hablar en
términos morales, es hablar sobre una “negación a la moral” 17
Frente a estas dificultades de las que Arendt trata respecto a la moral, y lo que surge de la
modernidad, los hombres no comprenden el mundo sin estar en un sistema establecido,
contribuyendo a la incapacidad de concebir alternativas a los criterios impuestos en el mundo,
mediante nociones que podrían dar razón a este fenómeno. Uno de ellos, sin afirmarlo, podría
ser, el proceso d una rotunda rapidez del cambio, en donde el hombre persigue mediante esos
fenómenos instaurados en la realidad, nuevas formas de entenderse éticamente tanto como en su
individualidad como en lo colectivo, desvirtuando la manera crítica de construir la realidad. A su
vez, en esta dinámica, las condiciones sociológicas también hacen parte de esa diluida forma de
percibir de manera critica la existencia, imposibilitando el ejercicio que pretende la ética en su
ejercicio sobre la sociedad.
Con el ánimo de dejar abierto el tema y no afirmar las anteriores versiones a lo que
respecta hablar sobre esas ausencias del hombre en su pensar y actuar, cabe dejar expuestas las
siguientes preguntas, que, a mi modo der ver, son pertinentes para seguir contribuyendo a la
discusión sobre la problemática que existe en constancia del hombre frente al mundo. ¿Por qué
la irreflexión del hombre, si todos tenemos la capacidad de pesar?, y si todos somos seres
pensantes ¿tendríamos todos en potencia la capacidad de pensar?
17 Arendt en su obra Algunas cuestiones de Filosofía Moral, explica cómo la modernidad tuvo lugar “de la noche a la
mañana, de repente sin darnos cuenta” un proceso por el cual la moral paso a ser simplemente “un conjunto de mores,
costumbres y maneras susceptibles de ser sustituido por otro conjunto análogo con mucha mayor dificultad que la que
planearía cambiar hábitos de comportamiento en la mesa de un individuo o un pueblo”. (Arendt, 2003: 76)
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