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LA ENSEÑANZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS
PARA LA PREVENCIÓN DE LA GUERRA.
DIAGNOSTICO.
La guerra es algo implícito en la capacidad intelectual del ser humano.
En la serie de documentales de la Discovery Chanel “Homo Sapiens La Conquista Perfecta”
se destaca cómo nuestro cerebro nos brindó la capacidad intelectual para crear herramientas
que sirvieron a la supervivencia de la especie. Sin embargo, el sobrevivir como especie en
aquellos difíciles días, no solo consistía en que tan creativos fuésemos para cazar, construir o
recolectar. Había que sobrevivir a las demás especies “Homo” que luchaban por el acceso a
los recursos. Es así como nuestro cerebro nos facultó de tal creatividad para inventar armas y
defender nuestra posición en la tierra hasta ganarla. Por ello, el filósofo Norberto Bobbio
destaca que “Si nos remontamos a la edad de piedra veremos que los utensilios destinados a
la caza y a la guerra son aquellos en que se revela mayor esfuerzo y destreza” (Bobbio, 1982.
Pg 69).
Pero esta facultad cerebral, más tarde, se convirtió en nuestra maldición. La usamos ya no solo
para sobrevivir a otras especies o disputarnos con ellas los recursos naturales. Después de
imponernos como la única especie homo sobre el planeta, nos matamos ahora entre nosotros,
no solo por recursos, sino por ideas políticas o religiosas; hemos querido ganar, a lo largo de
la historia, como tribu, como clan, como comunidad, como imperio o como nación. Siendo así
que, la facultad con que fuimos dotados para imponernos como especie, es ahora la que
amenaza con acabarnos. Por esta razón, la psicóloga Kalbermatter asegura que:
Irónicamente, la más elevada diferencia entre los humanos y los animales constituye el
punto más deleznable. Como el hombre no es un proyecto cerrado, predeterminado por
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su equipamiento instintivo que regula automáticamente la agresión, puede ahora agredir
con fundamento teórico: elabora razones para matar y dominar, justifica las armas de
guerra o la violencia psicológica con los ideales o principios que enarbola en otra.
(Kalbermatter. Pg16)
Así ha transcurrido la historia de la humanidad hasta entonces. La misma humanidad con
grandes capacidades intelectuales, capaz de descubrir el fuego y crear herramientas con las
piedras, es la misma que desarrolló las flechas incendiarias y las bombas atómicas; la misma
cultura que creó las pirámides de Quiza esclavizaba a los hebreos; y el mismo Leonardo,
creador de las obras más sublimes era, entre tantas otras cosas, un gran ingeniero de guerra.
De igual forma, se podría encontrar en el basto catálogo de la historia, tanto grandes proezas
humanas como vejámenes aterradores perpetuados a través de una gran capacidad intelectual.
Parece que nuestras facultades intelectuales tienen esa dualidad entre lo macabro y lo
maravilloso. No solo porque las armas más pavorosas dejan ver al mismo tiempo gran
creatividad y capacidad científica; sino porque “Al responder a las imperiosas exigencias de
la guerra, la industria hizo grandes progresos y ganó mucho en capacidad y destreza”
(Bobbio. Pg 69). Y es que, al parecer, lo que ha propiciado nuestros grandes desarrollos
tecnológicos ha sido la guerra:
Muchos inventos y avances técnicos modernos, que han contribuido al bienestar general,
fueron desarrollados para fines bélicos. Sin ser exhaustivo, como ejemplos del aporte de
las guerras al progreso están el radar, el avión a reacción, el cohete, e incluso la internet,
cuya primera visión desarrolló el Departamento de Estados Unidos para permitir la
comunicación en caso de un ataque nuclear. (Pardo. Pg 29.)
Albert Einstein, en 1926, le hace la siguiente pregunta a Sigmund Freud: “¿Es posible controlar
la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de las psicosis del odio y la
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destructividad?”. () Pregunta que sigue en la cabeza de muchos intelectuales, aún con mayor
fuerza después de la barbarie de la segunda guerra mundial y luego de que la guerra fría pusiera
en riesgo al planeta entero. Tanto que García Márquez trató de explicar al mundo el peligro
que representaba la guerra nuclear, con las siguientes palabras:
Así es: hoy, 6 de agosto de 1986, existen en el mundo más de 50.000 ojivas nucleares
emplazadas. En términos caseros, esto quiere decir que cada ser humano, sin excluir a
los niños, está sentado en un barril con unas cuatro toneladas de dinamita, cuya explosión
total puede eliminar 12 veces todo rastro de vida en la Tierra. La potencia de aniquilación
de esta amenaza colosal, que pende sobre nuestras cabezas como un cataclismo de
Damocles, plantea la posibilidad teórica de inutilizar cuatro planetas más que los que
giran alrededor del Sol, y de influir en el equilibrio del Sistema Solar. Ninguna ciencia,
ningún arte, ninguna industria se ha doblado a sí misma tantas veces como la industria
nuclear desde su origen, hace 41 años, ni ninguna otra creación del ingenio humano ha
tenido nunca tanto poder de determinación sobre el destino del mundo. (García, 2008).
Sin embargo, tanto ha utilizado la humanidad su intelecto para fines bélicos, que sorprende
pesar en que la guerra fría, aún con todos los riesgos de autodestrucción que significó para el
planeta, paradójicamente, fue un periodo de tiempo prolongo en que, por lo menos Europa,
gozó de algo de paz:
Tan frecuente y común es esta actividad humana que, paradójicamente, un periodo de
intensas tensiones y con altos riesgos de destrucción del género humano por una
confrontación nuclear, como ocurrió durante la guerra fría, ha sido el espacio de tiempo
de paz más largo del que ha gozado Europa en toda su historia. (Pardo. Pg 19).
Sin embargo, no todo es negativo en nuestras capacidades intelectuales. Grandes pensadores
han realizado importantes aportes en pro de la convivencia pacífica de la humanidad e incluso
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han logrado, con sus actos, desvirtuar el pensamiento belicista. Gandhi lideró la
descolonización de la india por medio de la no-violencia, mismo método que usó el
movimiento por los derechos civiles en Estados unidos, cuyo exponente más destacado por la
historia ha sido el nobel de paz Martin Luther King. Del mismo modo Bertrand Russell exigió
el desarme nuclear unilateral del Reino Unido y Albert Einstein, entre sus tantos aportes al
pensamiento pacifista, tiene aquella correspondencia entre Sigmund Freud en donde se
preguntaban el porqué de la guerra y el cómo liberar a la humanidad de sus barbaries.
Por ello, no es de extrañar que en nuestro territorio colombiano se manifiesten los mismos
impulsos bélicos que manifiesta el resto de la humanidad. Tampoco nos puede caer como un
baldado de agua fría cada que un grupo armado, o un sujeto, utilice toda la fuerza de su
intelecto para agredir a un contrario; sin antes analizar las diferentes situaciones que, como
nación, nos mantienen enfocando nuestro intelecto hacía la agresión mutua.
LA CULTURA BÉLICA EN COLOMBIA
Tanto se habla actualmente de la barbarie perpetuada por los españoles a nuestros pueblos
indígenas, que, a veces, puede suponerse a los conquistadores como la semilla del mal que
sembró la violencia en nuestro continente. Sin embargo, olvidar que los pueblos originarios
del continente americano administraban sus propias guerras y con ella subsistían sus propios
métodos de imponerse violentamente; es negar que en ellos existen la misma dualidad creadora
y destructiva del resto de la humanidad. Así como nos maravillamos con la ciudad perdida de
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Teyuna, los templos solares, los pictogramas y los petroglifos indígenas, también podemos
encontrarnos en la historia colombiana, por ejemplo, con las guerras territoriales mantenidas
entre Panches y Muiscas. Y puesto que “… los europeos no trajeron la guerra a estas tierras,
trajeron su manera particular de hacer la guerra, pues las armas como medio de dominación
eran comunes en las culturas americanas” (Pardo 2008.pg,41) tenemos que admitir, en primer
lugar, que aún si no hubiésemos sido conquistados, no estaríamos a salvo de aquella evolución
mental al servicio del odio y la destructividad mencionada por Einstein.
Además, fue por métodos violentos por los que fuimos conquistados, pero fue también por
métodos violentos por los que nos liberamos. En la historia patria que se nos imparte en la
escuela, se nos suele enseñar el orgullo de que Simón Bolívar, junto con todos los libertadores,
hayan contado con la astucia para librar con éxito el conjunto de guerras que llevaron
paulatinamente a la independencia. Sin embargo, es poco frecuente que se conozcan los
vejámenes cometidos por aquellos ilustres, que poco pueden distinguirse de los actos
cometidos hacía nosotros por aquel pueblo venido de ultramar:
Aquella pléyade de jóvenes románticos inspirados en las luces de la revolución francesa
instauró una república moderna de buenas intenciones, pero no logró eliminar los
residuos de la Colonia. Ellos mismos no estuvieron a salvo de sus hados maléficos.
Simón Bolívar, a los 35 años, había dado la orden de ejecutar ochocientos prisioneros
españoles, incluso a los enfermos de un hospital. Francisco de Paula Santander, a los 28,
hizo fusilar a 38 prisioneros de la batalla de Boyacá, inclusive a su comandante.
(Marques, n.d.)
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Con aquella frase de “No hay documento de cultura que no lo sea, al tiempo, de barbarie.”
(Benjamin, 2018) Podemos identificar nuestra historia patria. Sin embargo, se nos enseña el
triunfo y lo hacemos cultura, una identidad de la que tenemos que sentirnos orgullosos, pero
se nos omite el costo en vida y los desmanes cometidos por quienes lo consiguieron.
Es como si se nos enseñara la guerra, pero no la responsabilidad que esta conlleva. Celebramos
los actos “nobles” conseguidos a través de los enfrentamientos armados y nos quedó la
tradición de justificar el costo en sangre, para omitir la responsabilidad que conlleva descargar
una bala en contra de un conciudadano.
Es así como desde la independencia, hasta ahora, se ha justificado la muerte del otro. A través
de las diferentes guerras por las que ha atravesado nuestra historia, le hemos quitado el rostro
humano a quien piensa o actúa diferente, reemplazándolo por palabras que, dependiendo del
bando o grupo poblacional, se radican en nuestro inconsciente colectivo como significantes de
maldad; argumentado así el exterminio mutuo, y considerando pocas veces una resolución
pacífica y equitativa a nuestras diferencias. La historia nacional está llena de aquellas palabras:
realista, cachiporro, chulavita, godo, liberal, comunista, guerrillero o paramilitar etc., son tan
solo algunas que dan cuenta de los diferentes enemigos que han nacido, ideológica o
territorialmente, en una u otra parte del pueblo colombiano.
Pero si en el artículo 11 de nuestra constitución, aquel contrato que hicimos para convivir como
nación, establecimos que “El derecho a la vida es inviolable…” ¿Qué pasa entonces? Parece
que aquella idea de respetarnos la vida ha quedado en el papel, mientras que en nuestra cultura
prevalece la idea de la eliminación del compatriota para hacer prevalecer, o incluso establecer,
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la forma en que mejor se entiende que se debe gobernar el país. Es como si existiera en nuestro
inconsciente colectivo aquella filosofía de que la guerra, nuestra guerra, es la política por otros
medios.
Un ejemplo de ello fueron las elecciones presidenciales del pasado 27 de mayo del 2018, cuyas
campañas políticas estuvieron marcadas por una fuerte opinión pública a través de las redes
sociales. Allí, varias formas de violencia tanto verbal como simbólica se manifestaron por
parte de los candidatos y los electores. Unos y otros nos ladramos palabras de odio; nos
reprochamos una falta de conciencia política; nos restregamos acontecimientos históricos
interpretados a la manera que mejor conviniera al candidato seguido; e incluso, algunos,
pidieron la muerte o manifestaron desearla para el candidato de convicciones contrarias.
Sin embargo, lo que se vio en aquel pasado reciente de las elecciones, es nada más y nada
menos que nuestra cotidianidad. Es muy probable que, si alguno de los dos candidatos
presidenciales hubiese sido asesinado, detrás de las voces indignadas de una gran parte de la
nación, se escucharan voces más oscuras justificando, o incluso celebrando, la muerte de
alguien que perdió su humanidad por representar ideas de izquierda o de derecha. Y no, no es
una exageración, ejemplos para esto son notables en la historia política de Colombia.
Pero no solo lo político es escenario para nuestras contiendas. En lo social, pervive un espíritu
mucho más tenebroso. Se nos camufla con el nombre de “limpieza social” para hacernos creer
que, como todo acto de limpieza, se está desechando lo que no sirve de la sociedad. Sin
embargo, como afirma Carlos Mario Pera (2015) en el informe titulado “Limpieza social una
violencia mal nombrada” lo que ocurre detrás de este nombre es un acto de exterminio. Es
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erradicar un tipo de población porque se considera sobrante, estorbosa, o inútil para la
sociedad. Y, como en el holocausto Nazi se justificó entre la comunidad alemana la muerte de
los judíos; aquí entre la comunidad se ha justificado el exterminio de un demográfico
específico de la población, llámese, indigentes, drogadictos o simplemente jóvenes que
salieron después de las diez de la noche; y sorprende ver la capacidad de organización que
existe detrás del asesinato sistemático de aquellas personas.
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La cosa de la limpieza es así —me dijo—. Aquí de vez en cuando a alguien le roban algo.
(…) Entonces nosotros llamamos a los vecinos y a la gallada, y nos ponemos a discutir.
‘Bueno pues hay que cazar a esa rata’. Nos ponemos de acuerdo en la hora y el día, siempre
de noche, cuando no haya nadie, y entonces sacamos las capuchas, nos las ponemos y
comenzamos a limpiar. A veces son los paracos los que nos llaman. Llegan con una lista y
nos reunimos en el colegio con representantes de cada barrio a examinarla: ‘A fulanito sí se
le puede matar, a este otro no’. Y luego salimos en combo. Uno de cada barrio, eso es muy
importante. “Toño”, en la crónica “Pasamos la noche en Cazucá y descubrimos cómo opera
la limpieza social” (Maldonado, 2014).
La violencia circula por nuestro inconsciente colectivo. De vez en cuando, cuando por
desgracia nos ocurre un hurto o la muerte violenta de un allegado, poco nos remitimos a
culpar nuestra cultura bélica, sino que recurrimos a los deseos más violentos hacía el autor
del crimen. Y pasa que, de vez en vez, logramos que aquellos deseos se hagan realidad.
No hay que ir muy lejos para ejemplificar casos como estos. Basta con escuchar la historia
de un familiar, un amigo, un vecino, la conversación de dos extraños en un bus, prender la
TV para escuchar las noticias o sintonizar en la noche un género de novelas televisivas que
no solo se encarga de mostrar, mediante la ficción, aquel germen violento que se manifiesta
por medio de venganzas y contravenganzas en los colombianos, sino que, tal vez, también lo
mantiene renovado y vigente. Este tipo de telenovelas es conocido por el nombre de Narco
Novela.
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LAS NARCO NOVELAS, LAS PELÍCULAS BÉLICAS Y LA ADMIRACIÓN POR
EL PODER DE LAS ARMAS.
Cómo si nuestra propia historia patria no fuera ya suficiente para hacer revisión de nuestras
manifestaciones bélicas, la televisión no solo reproduce los males sociales, sino que los
proyecta hacía las pequeñas generaciones que se vienen formando. A veces parece que la
televisión colombiana estuviera más interesada en continuar con la reproducción de la
violencia que en terminarla. Permite que pase por sus dos canales más importantes alegorías
a los narcotraficantes o delincuentes destacados del país, haciendo énfasis en la vida
conseguida por medio de los ilícitos, para terminar en una persecución emocionante y
dramática hasta su muerte o captura. Así, por ejemplo, la novela sobre el narcotraficante
Pablo Escobar, aunque comenzara con aquella frase “quien no conoce su historia está
condenado a repetirla” dando la ilusión de que la novela fue creada con fines de recuperar
la memoria histórica de los acontecimientos acaecidos durante la guerra de aquel
narcotraficante, termina haciendo una dramatización del acenso del pillo a la cúpula del poder
criminal (junto con sus grandes lujos) hasta su muerte, en donde queda claro que aquel poder
es efímero, pero dejando una especie de sensación dictando que de todas formas aquella vida
es buena mientras dura.
El propio Jhon Jairo Velásquez alias Popeye, en entrevista para el portal de Youtube
“badabun” reconoce que “las series son supremamente malas para la juventud. Porque los
niños y los jóvenes se identifican con estas series.” (Badabun, 2019) Y Luego aclara que los
niños y jóvenes pueden seguir el ejemplo de “La cultura fácil, las reinas de belleza, los
automóviles, no estudiar; sino que ser narco, que es el dinero fácil…”(Badabun, 2019)
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Pero desafortunadamente no solo las narconovelas entran en la mentalidad de los jóvenes e
influencian sus futuras carreras. Hollywood hace lo suyo. El género de acción en el cine es
el que mayores ventas consigue en esta industria. En este tipo de películas el héroe o los
héroes toman una causa y matan hombres que no le duelen a nadie, al contrario, dejan en el
público la satisfacción de que mueran, pues no podrán hacer más el daño por el cual el héroe
se ha alzado en armas. Es este el formato de Búsqueda implacable, Jhon Wick, Duro de matar,
entre tantas otras. Lo mismo ocurre con las películas realizadas sobre guerra pertenecientes
a este mismo género. Un ejército, por lo general estadounidense, se abandera de la defensa
de alguna problemática y entra a imponer su justicia. Muestra el drama que viven los soldados
estadunidenses en el campo de batalla y el público se siente plácido al ver que el ejército
enemigo es dominado o neutralizado, a veces hasta castigado, por los daños perpetrados. Sin
embargo, poco queda claro en el público las causas políticas, los ideales de justicia y el
sacrificio en sangre y lazos sociales del ejército enemigo. Véase para este ejemplo la película
titulada para Latinoamérica “La caída del Alcón Negro”
El mismo Popeye, en aquella entrevista con “badabun” reconoce que no solo fue la cultura
de la violencia en la que estaba inmerso en su tiempo la que lo llevó a ser un lugarteniente de
Pablo Escobar, sino que hubo una película que marcó su carrera:
...desde los doce años estoy en la calle. He tenido la pistola porque me di cuenta que
para salir adelante se necesitaba una pistola ¿por qué? Yo soy hijo de la violencia,
vengo de un hogar disfuncional, que hubo violencia intrafamiliar, en mi barrio mucha
violencia, mataban a mis amigos; y los norteamericanos, en el año 83, nos regalaron
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una película: Scarface cara cortada. Y tú como joven vas y ves Scarface cara cortada,
y te encuentras con Pablo Emilio Escobar Gaviria, sabes que con una pistola puedes
salir adelante. (Badabun, 2019)
Sin embargo, la industria del entretenimiento no tiene del todo la culpa de nuestra cultura
bélica. Es injusto atribuir el gusto por las armas o la violencia solo a las películas o las narco
novelas. No es que un joven por ver alguna de estas formas ficcionalizadas de violencia
ataque a su vecino. Para que esto ocurra tiene que existir un contexto que permita al joven
justificar moralmente el adoptar para si cualquiera de los arquetipos violentos proyectados
en el séptimo arte; y el contexto sin lugar a duda existe en nuestra cultura.
La guerra que se mantiene en nuestro territorio, sumada al difícil acenso económico y cultural
que se sobre lleva en país, crea en la cotidianidad arquetipos mucho más peligrosos para los
niños y jóvenes. En el libro “Emergencias de la memoria” uno de los jóvenes desmovilizados
de grupo guerrillero FAR EP manifiesta lo siguiente:
A mis amigos y a mí, lo que más nos pareció de todo eso era la afición por las armas.
mire, nosotros mirábamos esos chinos de catorce o quince años con un fusil, con una
pistola, con una metra. A nosotros nos pareció fácil irnos también a hacer lo mismo,
pero mentiras, nada salió como nosotros pensábamos. (Díaz, Amador, Delgado & Silva,
2010. Pg. 41)
Y no solo se puede atribuir a la admiración por las armas el hecho de que un niño adopte una
bandera armada y se monte un fusil al hombro. También, aquel difícil acenso económico y
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cultural, hace que en medio del llamado “rebusque” los niños y jóvenes vean en el “jíbaro”,
“el ñero”, “el narco”, “el para”, “el guerrillo”, “el ladrón” etc., arquetipos que llegan al infante
y/o adolescente por doble vía a través de la cultura y la televisión, aquella opción de vida que
lo sacará de la difícil situación de precariedad en la que se encuentra.
PARTE DE LA SOLUCIÓN.
Pero para lograr eliminar este gen violento de nuestro inconsciente colectivo necesitamos
poner sobre la mesa los acontecimientos y heridas que nos ha causado. Para este propósito
no hay mejor espacio que la escuela. Es allí desde donde podemos comenzar a formar sujetos
dispuestos a analizar las problemáticas que nos aquejan como sociedad; y es allí a donde
niños y jóvenes van a crear un pensamiento crítico sobre lo que viven a diario en el espacio
en que habitan.
Si existe un interés honesto a nivel gubernamental por alcanzar la paz, uno de los flancos más
importantes que debe atacar para ganarle a la violencia es el de la educación. No solo porque
allí vivimos gran parte de nuestra niñez y juventud, sino porque al crecer se logra reconocer
en la familia y la escuela los valores y las enseñanzas para el resto de la vida; además, porque
la escuela es el ala del estado encargada de mantener los valores cívicos y sociales que marcan
la ruta del proyecto de nación.
Por ello, no basta con un par de cátedras dedicadas a la paz, o unos talleres informativos
sobre memoria histórica. Se necesita que en los currículos los temas necesarios para buscar
la paz sean tratados de forma crítica. Dos temas fundamentales tendrían que ser trabajados
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de manera transversal en la escuela para buscar la paz en la sociedad colombiana: derechos
humanos y memoria histórica.
Educación en derechos humanos
La Declaración universal de los derechos humanos (1948) luego de que estableciese en el
artículo 26.1 que “Toda persona tiene derecho a la educación.” en el artículo 26.2 dice que
“La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el
fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales.” ("La
Declaración Universal de Derechos Humanos", 2019) Además, en la Conferencia mundial de los
derechos humanos que se realizó en Viena hacía 1993 se manifiesta que:
La Conferencia destaca la importancia de incorporar la cuestión de los derechos
humanos en los programas de educación y pide a los Estados que procedan en
consecuencia. La educación debe fomentar la comprensión, la tolerancia, la paz y las
relaciones de amistad entre las naciones y entre los grupos raciales o religiosos y
apoyar el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas encaminadas al logro
de esos objetivos. En consecuencia, la educación en materia de derechos humanos y
la difusión de información adecuada, sea de carácter teórico o práctico, desempeñan
un papel importante en la promoción y el respeto de los derechos humanos de todas
las personas sin distinción alguna por motivos de raza, sexo, idioma o religión y deben
integrarse en las políticas educativas en los planos nacional e internacional.
("Declaración y Programa de Acción de Viena", 2019).
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Así se destaca que el derecho a la educación tiene como fundamento el hecho de que es ésta
el medio por el cual se forman a los sujetos por el respeto a la humanidad y por ende a los
derechos humanos. Podríamos decir que la educación es un derecho fundamental porque es
la vía por donde se puede formar a toda una comunidad en los demás derechos
fundamentales. Por ello, aunque la educación también está encargada de formar a los futuros
científicos, está en su deber ser enseñar sobre el respeto a lo humano, y a los derechos del
otro y los propios, puesto que como dijo Víctor Frank en su ensayo Una fábrica de monstruos
educadísimos:
De nada sirve tener un título de médico, de abogado, de cura o de ingeniero si uno sigue
siendo egoísta, si luego te quiebras ante el primer dolor, si eres esclavo del qué dirán o
de la obsesión por el prestigio, si crees que se puede caminar sobre el mundo pisando
a los demás. (Frankl, 2019).
Y aunque es claro el mensaje de Víctor Frank, habría que complementar diciendo que no
podríamos obtener nuestros títulos de bachillerato sin tener una mínima conciencia sobre los
derechos propios y los derechos de los otros. Por ello, Susana Beatriz Sacavino en su libro
Democracia y educación en derechos humanos en América Latina dice que “…un aspecto
central de la educación en/para los derechos humanos es la formación de sujetos de derechos”
(Sacavino, 2012.Pg 241).
Es importante resaltar que dicha autora propone unas habilidades para que un sujeto se
reconozca como sujeto de derechos, “Que desarrolle un conocimiento básico de los cuerpos
normativos relacionados con los derechos fundamentales, de tal manera que pueda asegurar
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su cumplimiento y promoción, no solo de los derechos propios sino también de los de otras
personas.” (Sacavino, 2012. Pg 240), “Que reconozca mínimamente las instituciones
protectoras de los derechos, especialmente las de su entorno, en las cuales podría acudir en
caso de violaciones.” (Sacavino, 2012. Pg 39). “Una tercera competencia de gran importancia
que debe ser desarrollada para la formación de un sujeto de derechos, es el uso de la palabra
y la capacidad argumentativa.” (Sacavino, 2012. Pg39).
Estas habilidades o competencias van ligadas al desarrollo de actitudes como lo son la
solidaridad y el respeto mutuo:
Un sujeto de derechos se va construyendo en la medida en que su capacidad le permite
hacer uso de su libertad, de revindicar la igualdad mediante el reconocimiento de la
diversidad y de valorar la solidaridad a través del desarrollo de una actitud de respeto
mutuo. O sea, en la medida de aceptar al otro como ser diferente, legítimo en su forma
de ser y autónomo en su capacidad de actuar y exigir que otros respeten su alteridad.
(Sacavino, 2012.Pg 239)
Sobre el desarrollo de actitudes de solidaridad y respeto mutuo en la educación para los
derechos humanos, Rosa María Mujica en su artículo Educación para la paz: interrelación,
retos y logros (1999) proponía que:
Una educación para la solidaridad implica ir en contra de la corriente de una sociedad
que nos vende el “sálvese quien pueda” con tal de surgir, donde no importa pisotear al
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que se halle en medio y el éxito se mide por cantidad de dinero guardado en el bolcillo,
el puesto que se ocupa o el monto del salario. (Mujica, 1999. Pg.53)
Es así como se enlazan la importancia entre saber la norma y sentir la norma. Entre las dos
autoras citadas anterior mente, se puede destacar el hecho de que es importante la formación
en derechos humanos, que el sujeto de derechos que se está formando conozca los cuerpos
normativos, que conozca las instituciones protectoras de derechos y que desarrolle
habilidades argumentativas; pero que aquello no es suficiente si no se acompañan del
fortalecimiento capacidades humanas que permitan también reconocer en el otro los mismos
derechos que le son propios.
Así se destaca que la educación es la encargada de forjar sujetos de derechos, por medio de
la formación no sólo de los derechos humanos, sino de habilidades humanísticas que
permitan interiorizarlos, promulgarlos y hacerlos valer, para sí mismo y para quienes
comparten su espacio vital.
LA EDUCACIÓN EN MEMORIA HISTÓRICA PARA LA NO REPETICIÓN.
Pero, tal vez, una de las formas más saludables de que tiene el ser humano para estar en paz
consigo mismo es hacer revisión de su pasado y reconocer sus propios errores. Desde el cine,
la literatura y el periodismo, al igual que la academia en general, se ha hecho un gran esfuerzo
por recopilar, registrar y criticar los largos y amargos años de guerra que el país ha vivido.
Sin embargo, la poca conciencia y la amplia desinformación que existe sobre el conflicto
armado deja la sensación de que poco se ha trabajado sobre el tema. Por ello, es importante
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comenzar a trabajar desde la escuela, aquella memoria histórica recopilada a lo largo de
nuestra historia, a través de una pedagogía de la memoria.
Esta pedagogía de la memoria es entendida como una pedagogía en la que se cuestione qué
se nos está permitido olvidar del conflicto colombiano. Ya Jaime Garzón había advertido que
“Lo que nos enseñan a los colombianos no tiene nada que ver con las necesidades de los
colombianos.” (Garzón. 1997). Por ello se hace necesario que en las instituciones educativas
de dicho nivel se comience a formar a los estudiantes en memoria histórica y así evitar la
repetición de aquellos acontecimientos que han provocado, no solo el conflicto, sino toda la
barbarie que este ha traído consigo. Es decir, lo que se pretende es resaltar la importancia de
que en las instituciones educativas se forme para el nunca más. Esto:
“promueve el sentido histórico, la importancia de la memoria en lugar del olvido.
Supone romper la cultura del silencio, de la invisibilidad y de la impunidad […], lo cual
es un aspecto fundamental para la educación, la participación, la transformación y el
desarrollo de la democracia. Exige mantener siempre viva la memoria de los horrores
de las dictaduras, autoritarismos, persecuciones políticas, torturas, desapariciones,
exilios y muchas más violaciones de los derechos humanos. Implica saber releer la
historia con otros instrumentos y miradas, capaces de despertar energías de coraje,
justicia, verdad, esperanza y compromiso que impulsen la construcción y el ejercicio de
la ciudadanía (Sacavino, 2000, p. 44). Citado en (Sacavino, 2015, p.71 )
Sin embargo, no se trata de que las instituciones educativas dejen de lado algunas materias o
de que se remplacen algunas temáticas importantes para la formación de sus estudiantes; se
trata de que la memoria histórica le dé ese contexto del cual el científico Roberto Llínas en
su conferencia de la FILBO 2018 advirtió que le faltaba a la educación colombiana “En
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realidad la relación que existe en aprender, más que todo existe en la generación de contexto.”
(Llínas. 2018).
Hoy se han realizado, a través de varios institutos a nivel nacional, investigaciones sobre el
conflicto armado en Colombia. No obstante, estas investigaciones tendrían que servir en un
capo pedagógico para que lo que se nos enseñe a los colombianos, si tenga que ver con las
necesidades de los colombianos. Willian Ospina dijo que
“La humanidad cuenta con un océano de memoria acumulada; al alcance de los dedos y
de los ojos hay en los últimos tiempos un depósito universal de conocimiento, y parecería
que cualquier dato es accesible; sin embargo nunca ha sido tan voluble nuestra
información, tan frágil nuestro conocimiento, tan dudosa nuestra sabiduría. Ello
demuestra que no basta la información: se requiere un sistema de valores y un orden de
criterios para que ese ilustre depósito de memoria universal sea algo más que una sentina
de desperdicios.” (Ospina. 2012 pg 14)
Es a través de la educación, que nuestras investigaciones sobre el conflicto en Colombia no
se van a perder en aquél “océano de memoria acumulada” y en donde se pone aquella
información en un sistema de valores, tal vez los que hemos querido construir como sociedad
democrática, que permitirán definir un orden de criterios para que la memoria del conflicto
sea parte de la educación de los jóvenes colombianos y tengamos sujetos educados para el
nunca más.
CONCLUSIONES
De esta manera podemos decir, en primera medida, que los colombianos no pertenecemos a
una raza extraordinaria y ultraviolenta cuya naturaleza es la de violentarnos eternamente,
sino que manifestamos un impulso implícito en nuestras capacidades intelectuales. Sin
embargo, si tenemos en nuestro inconsciente colectivo una forma de ser y actuar violenta,
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que ha prevalecido a lo largo de nuestra historia y lo manifestamos, reproducimos y
mantenemos, no solo en nuestras vidas cotidianas, sino que también, a través del cine y la
televisión, más específicamente por medio de series como las narconovelas.
Sin embargo, uno de los flancos más importantes desde donde se puede atacar el tema de la
violencia en nuestro territorio nacional, es la educación. Desde este derecho fundamental, es
posible crear en los niños y jóvenes una conciencia sobre lo que es ser un sujeto de derecho,
reconociendo a su vez a los otros de la misma manera; lo que causa que no solo sea, afutro,
un defensor de sus propios derechos, sino que también sea capaz de defender los de los
demás. Por otra parte, es importante que sea la educación la que tome las banderas en cuanto
la enseñanza de la memoria histórica, puesto que es en este campo donde se encuentra el
contexto necesario para entender las problemáticas nacionales y en donde podemos
contrastar todos acontecimientos acaecidos durante nuestra historias violenta con nuestro
sistema de valores.
CIVERGRAFÍA:
Carlos Alberto Barbosa. ( 9 de julio de 2011) Jaime Garzón - Conferencia en Cali,
1997 (Completa). [Archivo de vídeo]. Recuperado de
https://www.youtube.com/watch?v=UHSOPgPBhKY
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