Post on 22-Jul-2016
description
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
1
Colección Emancipación Obrera IBAGUÉ-TOLIMA 2015
GMM
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
2
© Libro No. 1780. Una Condición Sine Qua Non. Siletski, Alexandr. Colección E.O.
Junio 6 de 2015.
Título original: © Una Condición Sine Qua Non. Alexandr Siletski
Versión Original: © Una Condición Sine Qua Non. Alexandr Siletski
Circulación conocimiento libre, Diseño y edición digital de Versión original de
textos:
http://www.mediafire.com/download/awv03qdad682zcd/Alexandr+Siletski+-
+Una+condicion+sine+qua+non.doc
Licencia Creative Commons:
Emancipación Obrera utiliza una licencia Creative Commons, puedes copiar,
difundir o remezclar nuestro contenido, con la única condición de citar la fuente.
La Biblioteca Emancipación Obrera es un medio de difusión cultural sin fronteras, no
obstante los derechos sobre los contenidos publicados pertenecen a sus respectivos
autores y se basa en la circulación del conocimiento libre. Los Diseños y edición digital
en su mayoría corresponden a Versiones originales de textos. El uso de los mismos
son estrictamente educativos y está prohibida su comercialización.
Autoría-atribución: Respetar la autoría del texto y el nombre de los autores
No comercial: No se puede utilizar este trabajo con fines comerciales
No derivados: No se puede alterar, modificar o reconstruir este texto.
Portada E.O. de Imagen original:
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/e/eb/German_army_retreat_f
rom_Moscow.gif/800px-German_army_retreat_from_Moscow.gif
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
3
Una Condición Sine Qua Non
Alexandr Siletski
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
4
Una Condición Sine Qua Non
Alexandr Siletski
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
5
Alexandr Siletski
Alexandr Siletski Nace en 1947. Se diploma en el Instituto de Cinematografía, en la
facultad de realizadores. Trabaja de redactor literario en la revista Zemliá y Vselénnaya
( “La Tierra y el Universo”). Publicó en la prensa más de una docena de relatos de
ciencia ficción incluidos entre ellos Camino Polvoriento, Lluvias Estelares y
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
6
Ciberomagia. En 1962 y 1995 fue premiado en concursos internacionales de autores
de fantaciencia de los países socialistas. Reside en Moscú.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
7
No había recuerdos. Ni tampoco sueños. El mundo entero -el pasado y el presente-
estaba envuelto en una niebla sin forma ni color que susurraba sin cesar con voces
diferentes una misma cosa:“Mi-da.., mi-da.., co-mi-da” Aparecía también una vaga
imagen de algo dulce que aplaca el hambre. Y luego, todo un pedazo de pan; tibio y de
intenso olor acre-picante que daba hasta vértigo... Después, el costado grasoso y dorado
de una chuleta espléndida...
Kletsov gimió, ahuyentando esta obsesión y abrió lentamente los ojos. “Así que -pensó
en sí mismo como en alguien ajeno- también hoy he podido volver a despertarme, hoy
también sigo con vida. Entonces, trabajaré. Hasta que me fallen las fuerzas...
¡Tonterías! Debo habituarme al hambre, debo habituarme a este
cuerpo hinchado de hambre... Si se me muere... ¡Stop! ¿ En qué estoy pensando? No
puedo, no debo relajarme; debo ir tirando. Uno, dos, tres días: cuanto pueda...
Se levantó de la cama, se dirigió hacia la ventana, arrastrando ya por costumbre -como
si fuera un viejo- sus pies por el piso frío; descorrió la cortina y sopló un poco sobre el
cristal escarchado hasta formar en él una mirilla transparente.
Era una mañana gris de invierno. El Neva estaba helado. Los hombres, cual puntitos
negros, avanzaban cansadamente hacia un claro abierto en el hielo. . . La aguja del
Almirantazgo, envuelta en harpillera, casi se confundía con el bajo cielo frío. Se oían
sordos golpes ininterrumpidos de cañonazos cercanos...
La guerra. El bloqueo. La ciudad medio helada, medio destruida, medio despoblada.
Sacaba fuerzas de flaqueza para sobrevivir...
“Yo también soy soldado a mi manera -pensó Klevtsov-. Existe el trabajo que debo
concluir y existe el hambre a la que debo sobreponerme. Sé que mi trabajo será útil
después, cuando termine la guerra.”
Hacia frío. La leña se le había acabado. Anteayer había llevado los últimos maderos
que le quedaban al apartamento vecino, donde vivían tres niños pequeños con su madre
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
8
moribunda. Anoche les había entregado también su última ochava de pan1. No le
quedaba más nada.
La cabeza le daba vueltas, le faltaba aire...
“No importa -se animó a sí mismo por enésima vez-, esto debe pasar, ahora pasará.
Voy a sentarme al escritorio y a trabajar.”
Alguien golpeó tímidamente a la puerta.
El no respondió.
La puerta se abrió con un chirrido, irrumpiendo en el apartamento una nueva ráfaga de
frío; en el umbral se vieron tres figuritas abrigadas de pies a cabeza. Por debajo de los
gorros y pañuelos unos inmensos ojos infantiles miraban con horror, como los de
animales espantados que habían corrido para salvarse y, por fin, se pararon
extenuados...
- Tío2 Klevtsov -articuló uno, moviendo con esfuerzo sus labios fríos- mamá se murió.
- Ahora todo se acabó -añadió otro.
Klevtsov sintió que el entumecimiento y la debilidad desaparecieron como por arte de
magia. Se irguió y, arrancándose de la peana, dio varios pasos al encuentro de los
pequeños.
- ¿ Cómo es que todo se acabó? -preguntó reciamente.
Los niños permanecían quietos, sin llorar ni quejarse. Seguramente, habían decidido
entre ellos vivir cuanto les toque y morir cuando les toque, cuando el tiempo se agote.
Muy simple. Y no habría nada más.
- Es todo -dijo el tercero abriendo los brazos con manoplas agujereadas en un ademán
de amargura-. Hoy la mamá... Mañana...
- Nos moriremos sin ella -pronunció con fría sensatez el mayor de los niños-. No
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
9
tenemos qué comer ni madera para encender la estufa. Y no hay quien entierre a mamá.
Klevtsov siempre se había tenido por un hombre buenísimo, pero ahora miraba a los
pequeños casi con odio.
¿Cómo pueden decir tales cosas?
Sí, comprendía perfectamente que estaban condenados a morir; sí, condenados. Mas,
¿cómo se atreven a hablar de ello, si tienen aún fuerzas para moverse, para conversar
y, después de todo, para desear algo? Mientras que él... ¿Acaso está tan débil que ni
siquiera merece la confianza de estas criaturas?
- Ustedes se quedan conmigo -dijo bruscamente.
- Tío Klevtsov -replicó quejumbrosamente el segundo de los niños-,¿para qué va a
cargar con nosotros?
- No podrá mantenernos -suspiró el menor-, y todos nosotros moriremos.
- ¡Qué disparate! -se enfadó Klevtsov-. ¿Por quién me tienen?
Entretanto, su voz interna le machacaba que los pequeños tenían razón. ¿No sería todo
inútil? ¿O es que creía amargo morir en soledad? ¡Estaba claro que los chiquillos
desconfiaban de él! Y con razón. “Sí, pero no puedo dejarlos abandonados -pensó con
desesperación-. Aunque no los salve, por lo menos aliviaré sus sufrimientos... Es
necesario. Son niños. Niños pequeños al borde de la catástrofe... No es posible que la
tengan por inminente a pie juntillas. Si todavía creen en los cuentos de hadas y gustan
oírlos... ¡Momento! ¡Eureka!”
- ¿Así que desconfían de mí? -les inquirió con picardía y acuclillándose con dificultad.
- N…noo… -Esta pregunta tan directa les tomó, seguramente, desprevenidos.
- Pero, ¿saben quién soy?
- El tío Klevtsov -contestaron a desentono los chiquillos asombrados.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
10
- No, pregunto si saben qué hago, de qué me ocupo.
- Pues -dijo el mayor-, usted escribe libros.
- Tal vez -asintió Klevtsov.
- Mamá decía que usted es un científico famoso -precisó el menor.
- Quizás sea así -convino el hombre.
- Mamá decía también que usted está inventando algo en bien de todos los hombres.
Usted es bueno -resumió el mediano.
- No está descartado. Ahora bien, ¿díganme por qué?
Los niños permanecían callados.
- Porque soy Papá Noel.
- ¡Cómo?
- Sencillamente. En invierno soy Papá Noel y el resto del año invento algo, realmente.
- Entonces, ¿por qué se murió mamá? -dijo el niño mediano con un brillo en los ojos-.
¿Por qué? Si usted es tan fuerte y tan bueno...
Para salir de alguna manera del apuro, el hombre tuvo que mentir sin pensar en las
consecuencias.
- Vean, pues -empezó como si quisiera hablar de cosas evidentes para todos-. ¿Qué
fecha es hoy? -se incorporó desentumeciendo a duras penas sus piernas heladas y miró
de reojo el calendario colgado en la pared, encima de su cama-. Hoy es 31 de diciembre.
Así que mañana es Año Nuevo. Estoy tan atareado ahora que ni pueden imaginar.
Tengo que, sobrevolar la ciudad entera, visitar cada hogar y ver si todo está preparado
para la fiesta. Me había propuesto visitarlos a ustedes hoy por la mañana, pero he aquí
que... -hizo un gesto de amargura-. Si los hubiera ido a ver anoche, todo hubiera sido,
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
11
claro está, distinto. En efecto, nada malo hubiera ocurrido. Mas, comprenderán que, si
bien soy Papá Noel, no puedo, lamentablemente, tenerlo todo en cuenta. No soy tan
fuerte como creen... De ser un mago durante el año entero...
Los niños le escuchaban con mucha atención. Al parecer, comenzaban a darle crédito.
- Pero ¿puede usted resucitar a nuestra mamá? -preguntó inesperadamente el menor de
los niños.
- No, pequeñín. Esto, ay, no está en mi poder.
Los niños decayeron de ánimo.
- Pues, ¿qué? ¿Se quedan conmigo?
Los chiquillos, indecisos, se movían en un mismo sitio, escondiendo de Klevtsov los
ojos.
- Entonces, se quedan -suspiró con alivio el hombre-. Acomódense donde quieran. Pero
les ruego que por ahora no armen ruido, puesto que tengo que trabajar un poco. Y
luego...
¿Luego qué? ¡ Con qué alegría les hubiese dicho que los llevaría a un comedor público
para que comieran hasta quedar ahítos o que iría a una tienda a comprar manjares de
toda clase para luego ejercer su arte en la cocina, al compás del sonar de cazuelas y
sartenes, mientras en la estufa bailarían las llamas anaranjadas y todos se verían
envueltos en el confort y el calor!
“¿Luego qué?”
De repente se sintió mal.
El aire que llenaba la habitación se puso a cantar de una manera asquerosa, con una
vocecita fina y desagradable; las paredes se tambalearon y se fueron hundiendo en una
oscuridad color violeta cargado.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
12
Como a través de una almohada con que alguien le tapara los oídos distinguió:
- ¡Tío Klevtsov, tío Klevtsov, no se muera!
- “No me ha pasado nada. Ahora yo…” -quiso contestar él.
Pero no pudo hacerlo.
Otra almohada, caliente, sofocante, cayó sobre su rostro.
En derredor, un mundo incorpóreo. Nada más que humos policromos alzándose a la
infinidad.
Ni techo ni piso. Klevtsov creía estar pendiendo en el vacío, habiéndose convertido en
el centro de este caos silencioso.
Descubrió de pronto que estaba animado y absolutamente sano; más aún, tenía calor -
un calor verdadero- y ni pizca de hambre...
“¿Qué será? ¿Me estaré muriendo? -pensó con horror-. ¿Será que cuando llega la
muerte uno tiene esa sensación de calor y de hallarse ahíto por completo? ¿O estoy
simplemente delirando?”
-¿Usted es el filósofo Klevtsov? -resonó una voz brusca y cristalinamente sonora.
- Sí -susurró al vacío el hombre conmocionado.
- Iba a morir de hambre.
- Probablemente... -no acababa de entender qué ocurría.
- Por eso usted está aquí.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
13
- Pero, ¿dónde? Dígame, ¿dónde? -casi gritó Klevtsov inesperadamente para sí mismo-
. ¿Qué han hecho conmigo y por qué?
- Usted debe concluir su trabajo.
- ¿Cómo, si me faltan fuerzas y tiempo?
- Nosotros le ayudaremos. No le hubiéramos importunado en vano.
- No... no comprendo... ¡No puede ser! ¿Será una figuración, verdad? ¿O…? ¿Por qué
no contesta?
Se daba cuenta de que estaba en tris de tener un ataque de histeria.
“¡Voy a volverme loco! -pensó con aflicción-. ¡No lo soportaré! ¡No podré
soportarlo!... ¡Basta con lo que he sufrido ya!”
La Voz no contestaba, como si estuviera resolviendo un problema extraño e
inverosímilmente difícil.
- Está bien -volvió a sonar-. Usted ha llegado en su trabajo a la idea de que existen
mundos contiguos.
- No es más que una hipótesis -respondió Klevtsov con un hilo de voz... Aunque...
¡Acaso?
Volvió a sentirse mejor. Iba recobrando la calma. Aún no había recuperado seguridad,
pero si la calma, una calma pesada y ciega como la de entonces, la de hacia poco
tiempo... ¿La de cuándo precisamente? ¿La de hace cinco minutos o la de hace una
eternidad? No, algo no cuadraba. Era un tanto más complicado.
- ¡ Todo es correcto! Los mundos son como isótopos de un mismo elemento. Unos son
estables; otros, no. Existen también mundos indefinidos que con el tiempo pueden
consolidarse o, por el contrario, tornarse polvo, como, por ejemplo, la Tierra.
- Sí, sí -balbuceó Klevtsov como enajenado, con una esperanza incierta-. Usted quiere
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
14
decir...
- Nuestro Consejo de Sistemas Estabilizados hace tiempo que ejerce la tutela sobre los
mundos indefinidos. Lamentablemente, no es fácil detectarlos y no siempre, ni mucho
menos, los encontramos al comienzo de su desarrollo. Hay veces en que acudimos
demasiado tarde, cuando nuestra ayuda ya no es necesaria-. La Voz hablaba sin
expresión, dejando caer monótonamente las palabras en el espacio, como si estuviera
comunicando cosas comunes y corrientes-. Con ustedes hemos tenido suerte. Que
ustedes no hayan desaparecido, testimonia, más bien, que el suyo es un mundo estable.
Pero también puede sucumbir. Justamente por eso nos hemos encargado de ayudarles.
- ¿Para qué? -se le escapó involuntariamente a Klevtsov-. ¿Para qué lo necesitan
ustedes?
- Ahora, quizás, no lo necesitemos. Pero, más tarde... Más tarde hemos de colaborar.
Esto es útil. Lo vivo no debe morir así por así. El fuego de la vida arde, precisamente,
para ser eterno. Existen muchos Universos, y la vida en cada uno de ellos es una sola.
Cualquier Universo muerto es un nuevo paso hacia la degeneración del Existir. Esto
atañe a cuantos se proponen seguir viviendo.
Klevtsov cerró por un segundo los ojos, para no ver los danzantes torbellinos
policromos, y trató de concentrarse. ¡Qué disparate! Aunque, no, en general, todo era
lógico. El mismo había pensado en eso... Ellos querían ayudar. Ayudar a todos los
hombres. ¿No estará él aquí con este objeto? Pero a eso justamente no encontraba
explicación. ¿Qué podía hacer él solo? ¿O la Voz no le habría dicho todo?
- Yo no creo -pronunció queda, pero claramente-. No creo. Mi trabajo solo no aportará
nada. No aportará nada a nadie.
- Usted se equivoca. Es útil no sólo el trabajo que hace usted, sino también su vida
vinculada con este trabajo. Toda su vida y cada uno de sus actos. Es menester tenerlo
siempre presente. Por varias razones de orden superior no podemos intervenir
directamente en la historia de ustedes ni tampoco imponerles unas u otras acciones. Lo
único que podemos hacer es brindarles nuestro apoyo indirecto, basado en el
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
15
conocimiento elemental de las más perentorias necesidades materiales de ustedes. Esto
es algo. Máxime que no nos está prohibido entrar en contacto con algunos que otros
individuos. Recuerde cuántos hombres ilustres de todos los tiempos fallecieron sin
haber podido llevar a feliz término sus empresas.
-Las más de las veces simplemente les impedían hacerlo -comentó con amargura el
filósofo-. Les ponían trabas adrede, a sabiendas.
- Mientras que nosotros ayudamos a sabiendas. Creamos las condiciones idóneas para
que tales seres lleven a efecto aunque sea lo fundamental de su obra. Es de señalar que
los que les rodean no advierten nada. Todo aparece completamente natural. Lo ga-
rantizamos. No puede ser de otro modo.
- Entonces, ¿qué? ¿Soy el único elegido en todo nuestro planeta? -preguntó Klevtsov,
incrédulo.
- Claro que no. Hay muchos como usted. Simplemente la situación en la Tierra no
permite que se conozcan. No ha llegado la hora. Mas, cuando cada uno de ustedes
aporte su óbolo...
- Comprendo -dijo Klevtsov-. Resulta que yo estaré aquí con ustedes y trabajaré. Otro.
hombres morirán bajo las balas o de hambre y frío, mientras que,,yo viviré lo mío en
el calor y la abundancia y luego me presentaré y les diré: miren, he elaborado para
ustedes una teoría, alégrense y desarróllense. ¿Es así? ¿Esto es el progreso, a su
entender?
- Cálmese. Usted va a regresar. -La Voz sonaba impasible, como si hubiera perdido
todo interés por el destino de su interlocutor-. Nos era importante cercioramos hasta el
fin de... Díganos, ¿qué le impide terminar tranquilamente su trabajo?
- ¿Usted me propone una transacción? -Klevtsov sonrío con malicia-. ¿Vender mi alma
o algo por el estilo?
- No diga disparates. Su trabajo y su vida son realmente necesarios a los hombres. Y
nosotros queremos realmente ayudarle a usted. ¿Qué es lo que le impide hacerlo?
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
16
¡Diga!
“¿Quizá mandarlo todo a volar y aceptar? Después de todo, yo mismo había soñado
con algo semejante. He luchado y vivido en aras de ello. Además, necesito tan poca
cosa... -reflexionaba Klevtsov.
“¿La guerra? Ellos no pueden suspenderla... ¿El desbarajuste, el hambre? ¡Todo es de
la misma índole!”
Tres pares de ojos infantiles, asustados, hambrientos, llenos de angustia surgieron de
súbito ante sus ojos.
“Mi trabajo lo necesita... ¿Quién? ¿Lo necesitan estos tres niños condenados a morir?
¿U otros como ellos?”
- Me falta pan -dijo dura y secamente-. Una ración diaria de pan. Con la cual pueda ir
tirando de alguna manera. Hasta que termine el sitio. ¿Qué le parece?
- Bueno -asintió la Voz-, si usted cree que esto es suficiente... que así sea. Todo debe
verse como algo natural.
- Si, sí -pronunció apresuradamente Klevtsov como si temiera que la Voz cambiase de
opinión-. Pero, si fuera posible, cuatro raciones para adultos.
- Imposible -replicó con indiferencia la Voz.
- Pero, ¿por qué? -se sorprendió el hombre-. Si usted ha dicho: el deber...
- El deber con respecto a usted. Y nada más. No podemos dar más de lo que exige el
mínimo razonable. Se nos prohíbe ayudar a personas que no están directamente
relacionadas con el asunto.
- Mas, ¿ si esas personas me importan como mi vida, como mi trabajo?
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
17
- Recuerde: no estamos autorizados a controlar los actos. No podemos sino indicar un
cauce deseable, reforzándolo con una indispensable ayuda material. En cuanto a lo
demás, piense usted mismo. Según nuestra computadora, usted ha hecho una elección
correcta. Lo que ha pedido le bastará para poder seguir trabajando. Siempre que no
devalúe esta ayuda con un paso en falso. Dentro de un año lo controlaremos. Adiós.
- Gracias -contestó Klevtsov, desconcertado-. Pero...
Las tinieblas que súbitamente se precipitaron sobre él, lo tumbaron y no pudo seguir
hablando.
A duras penas iba recobrando el conocimiento. Jamás la debilidad había paralizado de
tal manera su cuerpo ni empañado tanto su razón.
“No podré sobrevivir otro desmayo”, fue la idea que pasó por su mente y se desvaneció
en seguida.
Gritos desesperados, ajenos, apenas llegaban a sus oídos:
- ¡ Tío Klevtsov, tío Klevtsov, no se muera, por favor!
“Es a mi a quien suplican -pensó-. Bueno, ¿a santo de qué voy a inquietarme ahora? Si
ya lo he convenido, si me han prome....... ¿Quién? ¿Cuándo? ¡Qué absurdo! Si ha sido
una visión. Cosas así no suceden... Si bien cuadran con mi trabajo... ‘Entropía del
tiempo. Factor de la vida’. Claro que cuadran... Me falta un solo capítulo, el último.
Pero en él todo se resume... Luego, ¿es que ha podido suceder? ¿Ha sucedido?”
“!Qué débil estoy, madre mía!”
Abrió los ojos e intentó incorporarse, apoyándose con un brazo tembloroso en el piso
sucio.
Sentía en el estómago un dolor sordo a causa del hambre. La habitación estaba fría a
más no poder. Tras la ventana seguía resonando el cañoneo. Todo como de costumbre.
Ante él estaban los chiquillos con los ojos llorosos, pero ya alegres.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
18
“¿Acaso uno necesita mucho para sentirse feliz? -pensó con dolor-. Nada más que saber
que está vivo. Y que alguien a su lado también lo esté. Ya que ha nacido.”
- ¡ Oh, tío Klevtsov, nos hemos asustado mucho. Hemos creído que .......
- Nada de eso -Klevtsov esbozó una sonrisa forzada-. Soy fuerte, muchachitos. ¿Acaso
desconfían de que soy Papá Noel?
Recordó a tiempo el juego que había empezado, y ellos, como si no huhiera habido
interrupciones inoportunas lo continuaron con entusiasmo.
“¡Me creen! -denotó para si con una alegría repentina-. ¡Ahora sí que me creen!”
Por fin, logró levantarse y con movimientos torpes se acercó y se sentó al escritorio.
Los niños no le quitaban ojo.
“¡Vaya! -comprendió con desesperación-. ¡De verdad están esperando a que obre un
milagro!...”
Automáticamente echó una mirada a la mesa.
Además de manuscritos, nada.
Removió los papeles. Tampoco encontró nada debajo de ellos.
Era de esperar. Todo en plena consonancia con las leyes de la naturaleza. O con lo que
se habitúa a llamar así. Por el momento no había otra cosa. Para explicarlo necesitaba
tiempo... ¿Cuánto?
- Bueno, jovencitos -articuló lentamente-. Tengo una sed bárbara. A ver si alguno de
ustedes va al río y trae hielo. ¿De acuerdo? Antes de que anochezca tengo que escribir
muchísimo.
- Pero, ¿recibiremos un regalito de Año Nuevo? -preguntó de pronto el menor de los
niños.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
19
Klevtsov lo miró indiferente como si no comprendiera de qué se trataba.
- ¡ Pues claro! -cayó en la cuenta-. Hasta la noche queda bastante tiempo. Aguarden.
¿Y qué era lo que aguardaba él? ¿En qué creía? Sin duda, Papá Noel es un personaje
muy simpático. Además, esas visiones extrañas mientras deliraba... Muy entretenidas.
. . Mas lo real era su trabajo. También el hambre, el frío y la pena... Si le afectaran
solamente a él, pase, pero estos tres pequeños, ¿por qué deben sufrir? ¡Qué absurdo!
- Bueno, ya -dijo tomando con sus dedos helados el resto de un lápiz-. Vayan por hielo.
Y a trabajar hasta que anochezca. Porque tampoco ustedes pueden estar sin hacer nada,
¿verdad?
…Cuando la mecha casi se extinguió y no esparcía alrededor sino una luz escasa, las
letras y las palabras se fundieron en líneas ininterrumpidas y difusas. Entonces
Klevtsov miró el reloj.
Las once de la noche... Una hora más y el día iría a parar en el vacío.
¿Qué seria luego?
Los niños dormían en un rincón del piso, sobre un colchón viejo, muy apretados unos
a otros bajo una angosta frazada de lana. Probablemente, soñaban con algo bueno. La
víspera del Año Nuevo todo se torna bueno y maravillosamente sencillo...
Klevtsov cerró por un instante los ojos ahuyentando la debilidad que lo estaba
venciendo. Cuando los volvió a abrir, se estremeció.
No podía ser. Aunque recónditamente había esperado durante el día entero a que
sucediese. Ahora que esto había sucedido, se sorprendió. Incluso quedó sobresaltado.
En medio de la mesa había un paquetito atado en cruz con una soga. Apenas se
distinguía bajo la escasa luz de la mecha. Era su ración personal. Prometida y expedida,
por fin, para ir apareciendo de aquí en adelante a la hora fija. Hasta el fin del bloqueo.
Hasta que terminase el trabajo, tan necesario a cuantos vivían y, sobre todo, a cuantos
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
20
vivirían.
Su mano se extendió, abúlica, hacía el paquetito y quedó suspendida en el aire.
Al lado, a dos pasos de él, dormían los niños que creían en los cuentos mágicos y por
eso temían más que nada en el mundo ver defraudadas sus esperanzas. Si ocurriese, el
final seria trágico. Ellos lo intuían. Pese a que no lo comprendieran.
Mientras que él si que comprendía. Comprendía todo. Por algo se había propuesto
explicar la esencia de la vida en el Universo... Explicar todas sus leyes y todos sus
cambios, así como su esplendor eterno.
Todo lo verdadero, en aras de los vivientes. Todo lo que está contra ellos, es falso.
“Entropía del tiempo. Factor de la vida’. El capítulo inconcluso... El básico, pero,
¿acaso el valor de un tratado científico estriba únicamente en lo que se expone por
escrito? Porque las verdades no se escriben sólo con palabras ni obligatoriamente en el
papel. Las palabras, incluso las más bonitas, pero simplemente palabras, no son nada.
Es una máxima equilibrada y petrificada en sí y sólo para si. Las explicaciones están
de más. O uno llega a comprenderlo, o...
Tratando de no hacer ruido, Klevtsov apartó la silla de la mesa y se puso de pie. Una
vez más miró a los chicuelos dormidos, sonrió como siempre cuando intuía que, por
fin, había encontrado aunque fuese una milésima parte de la solución buscada, trazó
varias palabras en el dorso de una hoja acribillada con sus ideas, sopló la mecha,
apagándola, y con el paso firme de un ciego que conoce cada grieta en las paredes de
su casa, se encaminó hacia la puerta.
Por la mañana los niños se enterarían de todo. Y algún día lo entenderían. Más tarde.
Tenía un hambre feroz, sentía vértigo.
Salió al descansillo y, aferrándose a la pasarela, empezó a bajar la escalera.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
21
- Pero, ¿dónde está el tío Klevtsov? -preguntó uno de los niños.
- Oh, ¡miren! ¿Qué es esto?
Los tres se precipitaron a la mesa.
En el crepúsculo violáceo de la mañana invernal el paquetito níveo sobresalía en el
enchapado oscuro de la mesa. Al lado se veía el recado.
Los dos niños menores aguardaron a que su hermanito mayor lo deletreara.
“Chiquillos, este es mi regalo. Les deseo que estén sanos y bien comidos. Vivan
siempre. Cuando tengan mucho frío, enciendan la estufa con estos papeles. Papá Noel.”
Importunando unos a otros, desataron el paquetito.
- ¡Vaya! -dijo, por fin, el menor-. ¡El tío Klevtsov es un mago verdadero!
Dividieron el trozo de pan en partes iguales y se lo comieron hasta la última migaja.
En la habitación pareció entrar una ráfaga tibia.
- ¿Y dónde está el tío Klevtsov?
- Andará de casa en casa felicitando a los niños -dijo inseguro el menor.
- ¿Vamos a ver? -propuso el mayor.
Klevtsov estaba sentado en el último peldaño de la escalera frente a la puerta de la casa,
abierta de par en par, encorvado, apretándose contra la pared helada como si ésta
pudiera darle un poco de calor...
Los niños comprendieron todo en seguida. Sólo les asombró que el Papá Noel muerto
se veía como vivo. Seguramente porque, no como otros muertos, sonreía.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
22
Todas las noches sobre la mesa, como por arte de magia, aparecía un paquetito. .. Y
siempre a la misma hora.
Un día antes de que terminase el sitio, los niños, atormentados totalmente por el frío,
juntaron los papeles de la mesa y encendieron la vieja estufilla.
Aquella noche en el fogón danzaron alegremente las llamas...
1 Ración diaria consistente en 125 gramos, que durante el sitio recibían los
leningradenses.
2 Trato que los niños rusos acostumbran dar a los adultos.