Post on 14-Aug-2015
GESTRAND
Me encuentro varado en una interminable playa de arena muy
fina y blanca. Siento las caricias de las cálidas aguas de este mar
azotándome en la popa de sol a sol.
Con la oscuridad, alguna vieja gaviota busca refugio en mi
bodega, y algunos intrépidos cangrejos se alían para subir a
bordo escalando la cadena del ancla que se encuentra hundida en
la arena.
Al amanecer, el sol estrella sus rayos contra mi cubierta y, hace
que mis óxidos brillen y refuljan los descarnados hierros de mis
amuras de estribor y babor.
Cada jornada en el mar, es una repetición de la anterior, como las
simétricas olas de este mar, que siempre tienen la misma
cadencia y altura.
Paso las horas sintiendo como el abrumador calor del día, va
resquebrajando mi armadura y, la humedad de la noche,
desollando mis gruesos tornillos y clavijas, con el ritmo
imponente de la naturaleza.
Echo de menos la gran estela que dejaba tras de mí, con la
maquinaria a pleno pulmón, a toda marcha.
STERKE KETENS
Un amanecer, antes que el sol lanzase de nuevo sus hirientes
rayos de nuevo, mientras los cangrejos descendían para hurgar y
hundirse en la arena hasta el atardecer, que salen a capturar su
sustento, y la última gaviota salió de mi bodega, desperezando
sus grandes alas, sentí como me enganchaban unas pesadas
cadenas en la popa.
Suspire ¡por fin! y pensé, como tiren con fuerza de ellas, con toda
certeza que me partiré en dos, la proa se quedará varada en la
arena y la popa dentro del mar, como las barras de pan que
partían los marineros para desayunar en mi cocina.
Al principio, sentí un tirón seco, como el ¡todos a una! que gritaba
el capitán Passer, cuando izaban los botes salvavidas del mar a
cubierta.
Las cadenas abrazaron toda mi manga y eslora con una inusitada
fuerza, y tras el segundo tirón, noté como mi proa se deslizaba
por la arena hacia el mar, y mi popa ya no sentía la arena debajo
de ella.
Volvía a flotar.
¿Dónde me llevaban? El anterior propietario me dejó varado en
esta abrasadora playa, pero conocí historias sobre otros
abandonos en otras playas, donde bandadas de voraces niños
pueden desguazar cualquier barco en menos de siete lunas llenas.
TURKOOIS ZEE
El destino en el mar, no es diferente al de en tierra.
Esta vez una organización dedicada a la preservación del mar y
el gobierno local de dónde quiera que se encuentre esta playa,
acordaron llevarme mar adentro, a una escogida zona, donde
existen algunas especies en peligro de desaparecer y, otras
amenazadas por la aparición de nuevos depredadores.
Hundirme en el fondo del mar, era la sabia decisión que habían
acordado para mí casco.
Mí última misión, sería convertirme en una especie de morada
para las especies más débiles, y mi único temor, era saber si los
rayos de luz del sol, tienen suficiente fuerza para iluminar el
fondo del mar.
No tengo ni idea si el destino se encontrará a gusto, con la
decisión que han tomado para hundirme, esas bondadosas
manos.
LAATSE REIS
En mi última travesía, sentía quejumbroso y lleno de ruidos que
desconocía que pudiese hacerlos, pero feliz, prefiero este final en
el lecho marino, que ir sintiendo como mi acero se va agrietando
y desmigando por el calor.
El sol que me ha escoltado en mis agotadores viajes, agita sus
brazos para acompañarme en mi última travesía.
El mar, al que siempre he tratado con el máximo respeto y amor,
parece que hoy tenga la textura de un delicado terciopelo azul y,
aunque será mi eterno camarada, ha querido que hoy fuese mi
mejor y más placentero día de navegación.
¿Cuánto queda?
GEZONKEN
Las cadenas dejaron de estrujarme, y lo agradecí, siempre me he
mareado un poco navegando hacia atrás, de repente, volvía a
escuchar y sentir pasos sobre mi cubierta.
Eran varios marineros que se apresuraron a soltar las cadenas,
correteando de popa a proa y de estribor a babor, colocando unos
pedacitos de goma por todos lados, que parecían las mismas
gomas que mascan los marineros, cuando se quedaban de guardia
por las noches en el puesto de mando.
Cuando el último marinero saltó de mi cubierta, me abandonaron
al pairo. Me quedé mirando tranquilo y fijamente al horizonte,
intuía que algo debía de sucederme pronto, pero no adivinaba
cuándo.
Escuché pequeñas explosiones de las gomas que me habían
colocado, me hicieron sentir cosquillas.
Las mismas que sentía cuando encendían por las mañanas el
motor.
Era la misma sensación que experimentaba cuando llegaba a un
nuevo puerto, y para atracar, siempre se acercaba un barco
remolcador con unas gomas negras en su proa para empujarme al
sitio asignado para la estiba.
En algunos puertos, cuando la proa del remolcador empezaba a
empujarme, sentía verdaderos ataques de risa, que a veces
hicieron peligrar la carga que transportaba en mis bodegas.
Sin darme cuenta, me encontraba sumergiéndome al fondo del
mar, mientras continuaba viendo los rayos de luz, no sentía al
miedo rondando por mi cubierta.
DUINEN
Al tocar el fondo me partí en dos, afortunadamente en el agua,
las roturas se sienten menos, no duelen como en tierra.
Podía ver aún los nítidos destellos de luz, me quedé más
tranquilo y, a mi alrededor todo era como una playa submarina,
pero con unas dunas mucho más grandes.
Me recordaban a las montañas que se divisan desde algunos
puertos.
Todo se reproduce y todo se parece, como afirmaba el capitán
Passer cuando arribábamos a un nuevo destino.
Cuando desapareció la polvareda de arena que levanté al
partirme, me encontré con una colorida variedad de peces, que
entraban y salían con la velocidad de “a toda máquina”, me
atravesaban tan rápido en sus primeras visitas que apenas podía
distinguir sus colores.
No tardé mucho en ser cobijo de muchos de ellos, mi oxidado
casco recobró vida de nuevo.
Las estrellas de mar y millones de caracolas, decoraban las
paredes de mi interior, y el casco exterior se afelpó por completo
de algas y sargazos.
Ahora presumía de tener rizado el casco, como las crestas de las
olas cuando hace mala mar.
Al cabo de un tiempo, descendieron varios buzos para
explorarme, podía escuchar sus comentarios leyendo sus labios a
través de las gafas de cristal que llevaban apretadas contra sus
rostros.
Pensaban que era sólo un viejo barco de recreo, lástima que el
papel de mi libro de bitácora se deshiciera con el agua salada,
sino hubieran podido comprobar que antes de ser un yate, que
únicamente navegó por las aguas del Mediterráneo, fui un
carguero, antes que me adecentasen como yate, que navegó a las
Américas durante muchos años, transportando la conocida marca
de jabones albacar y, también algarrobas, chocolates y naranjas
en mi barriga.
Los buzos no entenderían nunca el valor de una milla náutica
recorrida en los océanos Atlántico o Pacífico.
Sólo se aventuran hablar de los vientos alisios o cómo preparar
un buen fumé para el arroz caldoso de pescado.
STORMVOGEL
De Zwerver, la vieja taberna en el puerto de Rotterdam, abre sus
puertas cada día a las cinco de la mañana, para servir los
primeros cafés del día, a los tripulantes de todas las banderas del
mundo que atracan en este gigantesco puerto, donde sus colosales
grúas, parecen que pueden izar todo el peso de los diques que se
han levantado en Holanda.
Su especialidad son los arenques crudos con cebolla fresca;
cebollas importadas de la zona de Valencia, una agradable
población situada en la costa este de España, y algunos alcoholes
que también importa el matrimonio que regenta la taberna, para
contentar a su curtida clientela.
Son jornadas de trabajo largo y pesado, en las que el matrimonio
Raad al cargo del negocio, apenas han cambiado la decoración
original de la taberna.
Lo único que han puesto nuevo en la taberna en estos largos
años, ha sido un viejo letrero de madera con el nombre de un
viejo barco.
Stormvogel.
Han ribeteado el letrero con una fina luz de neón rojo, y lo han
colocado en medio de la estantería de las bebidas detrás de la
barra, al lado de una pequeña colección de antiguas botellas de la
ginebra típica holandesa, bols.
La vida es sólo el espacio que ocupamos.