¡Me Siento Solo, Señor!

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¡Me siento solo, Señor! Ps. Diego Arbeláez.

"Anduvieron perdidos por el desierto, por la soledad sin camino, sin hallar ciudad en donde vivir." (Salmos 107:4)

La soledad, el aislamiento obligado, es una de las trágicas características de nuestra frenética sociedad, es la gran enfermedad del siglo XXI, es uno de los sentimientos más dolorosos que una persona puede tener, y que todos intentamos evitar a toda costa. Los que han pasado tiempo en confinamiento solitario lo consideran como una de las peores formas de castigo que existe sobre la tierra. Por todas partes encontramos gente sola, cargada de pesar y añoranza: La soledad puede ser causada por la sensación de que estorbamos, algo común entre los ancianos. Después de muchos años de productividad, los echan a un lado; quizá los llevan a un asilo, como náufragos en una generación a la que solo le interesa el "ahora". Los ancianos hablan de sentir soledad, en especial después de la muerte del cónyuge. Esto puede hacer que se desmorone y hunda un mundo que antes era hermoso. La aflicción se une a la soledad y esa es una combinación atormentadora y algunas veces mortal. La soledad se les viene encima como una neblina que oscurece sus visiones y esperanzas de que haya algún futuro. Muchos sienten que ya no tienen nada que contribuir al mundo, y que mejor les sería salir de él.

Los recién jubilados, tan acostumbrados a un amplio círculo de conocidos y colegas, están solos. Viejos amigos y las antiguas responsabilidades han desaparecido, dejando sólo un dolor interno por lo que una vez fue y por amigos que ya no están cerca.

Los que tienen su nido vacío después de haber criado a sus hijos se sienten solos.

Los Exiliados, los que se mudan a nuevas ciudades, sienten soledad. Muchos salieron de su tierra amenazados o dejando atrás a algún ser querido muerto, entonces el rencor puede más que la nostalgia. Con el exilio, el alma queda a la intemperie. David lo expresó muy bien: "No duermo. Soy como un pájaro solitario en el tejado." La traición de un amigo también puede ser algo muy devastador. ¿Alguna vez le ha confiado a un amigo un problema íntimo, sólo para que ese amigo lo divulgue? Cuando pasa esto, comenzamos a sentir que no se puede confiar en nadie y nos ensimismamos en nuestras heridas. Preferimos sufrir solos antes que atrevernos a abrir nuestro corazón a otra persona por miedo de ser heridos.

Un divorcio o una separación es una situación en extremo traumática. Literalmente despedaza las emociones y, con mucha frecuencia, el sentimiento más intenso es una profunda soledad, un aislamiento de todo el mundo. Se aprecia muy bien en la siguiente oración de una mujer separada:

"Señor, este fue un día duro. Diez horas de trabajo. El tráfico va muy lento, y los niños me esperan en casa. La vida exige sacrificio.

Hoy se cumplen dos años de separación en nuestro hogar... pero, a pesar de su egoísmo, todavía quiero a mi marido.

Señor como duele la soledad, soledad del espíritu, soledad sentimental, pues aunque una tenga amigas, si no tiene quien le brinde cariño se siente sola.

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El recuerdo de días felices hay veces que alimenta el alma, y más el recuerdo de quien fue un todo sin poder ser nada, de quien se quiere todo sin poderlo pedir.

Señor: ¡Qué soledad, tan solísima! Incluso cuando estoy entre mucha gente me invade este fuerte sentimiento de que estoy sola; que nadie sabe que estoy allí. Es como si fuera invisible, como estar en una fiesta donde nadie me hace caso.

No puedo soportar la soledad. Me parece que las paredes me caen encima. Los días parecen interminables. ¡Me daría lo mismo echarme a morir en un rincón!"

Esta melancólica oración es un crudo testimonio de esa soledad espantosa que es como una flor carnívora, y que es uno de los mayores problemas del hombre moderno y una de las principales causas del suicidio. Existe también soledad de Dios, una especie de aislamiento cósmico que nos pone muy inquietos. Fuimos hechos para Dios, y sin él, nos sentimos vacíos y solitarios. Pero Jesús llama a la puerta de nuestro corazón diciendo: "Deseo entrar, ¿me permites?" El no entra a empujones. Tenemos que abrir la puerta, e invitarlo que entre. Es entonces cuando podemos decir con el rey David: "Aunque ande en valle de sombras de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu callado me infundirán aliento."

"La soledad es un buen lugar para visitar, pero un mal sitio para quedarse".

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