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UNIVERSIDAD NACIONAL “HERMILIO VALDIZÁN”
FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
MÓDULO DE TRABAJO
( antologías)
DEPENDENCIA ESPAÑOLA II
Dr. Nicéforo BUSTAMANTE PAULINO.
HUÁNUCO – PERÚ 2012
[2]
PRESENTACIÓN
En el contexto del espacio y tiempo en que vivimos a diferentes niveles educativos se viene discutiendo temáticas referente a Emancipación Nacional, de cuyo hecho los estudiantes de la UNHEVAL no son ajeno. La Carrera Profesional de ciencias Histórico Sociales y Geográficas de la Facultad de Ciencias de la Educación, como parte de su política Académica viene brindando servicios de alta formación profesional dentro de la región y el país. En este marco es conveniente que el futuro profesional de la educación que participa tenga un perfil de alta competencia, conducentes a mejorar su desempeño profesional y personal
La emancipación, es un tema que se desarrolla dentro de la Cátedra de DEPENDENCIA II, el mismo que nos proporciona una visión panorámica de la diversidad y vigencia de los aportes teóricos que nos legó nuestro pasado histórico, mucho de los cuales son controversiales en su esencia y forma.
El texto está destinado a los estudiantes del pre grado, como parte de su reforzamiento y profundización académica, cuyo objetivo es conocer y estudiar a profundidad lo que es el proceso de la Independencia Nacional así como internalizar los diferentes contenidos temáticos que no están dentro de los alcances de los syllabus, pero que son inherentes a los temas que se desarrollan en la Cátedra de DEPENDENCIA ESPAÑOLA II.
Metodológicamente se ha extractado a diferentes autores a través de copias textuales, cuyos contenidos los hemos incorporado en su integridad dado el interés de la temática, a cuyos autores indicamos en la parte de referencia bibliográfica. Con propósitos didácticos el tema lo hemos conformado en varias unidades cada uno de ellos están orientado a propósitos específicos y se indica las orientaciones para su auto-evaluación y se sugiere una serie de actividades y/o estrategias metodológicas para reforzar su marco teórico y práctico.
Buscamos con esto, que el libro sea lo más ágil y ameno posible desde la aplicación didáctica de un auto aprendizaje escolarizado y des-escolarizado tanto dentro de las aulas universitarias como fuera de ellas
Expreso mi reconocimiento y agradecimiento a la Universidad Nacional Hermilio Valdizán, por permitirme reencontrarme con la comunidad universitaria, a través de la Facultad de Ciencias de la Educación.
Nicéforo Bustamante Paulino
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PRIMERA UNIDAD
LA REALIDAD DEL PERÙ EN LOS ALBORES DE LA INDEPENDENCIA
OBJETIVO.
1. Poseer información detallada del contenido y de los propósitos del curso.
2. Analizar críticamente la situación socio-económica, política, militar y cultural de
España y el Perú a partir del Siglo XVII, en el marco del proceso de la
independencia hispanoamericana y el Perú.
ESTRATEGÍAS METODOLÓGICAS
En base a la lectura que has realizado deslinde las siguientes preguntas.
1. ¿Cómo era –España en el siglo XVII, XVII y XIX. Describa y analiza con ejemplos
prácticos?.
2.. ¿ A qué factores se debió Independencia del Perú?
3. Lectura individual y grupal y fichajes para ser sustentados en aula a manera de
plenaria.
4. Participan activamente en la clase en base a la lectura del módulo.
5. Busca información complementaria en el aula virtual que el profesor le sugiere.
6. ¿Qué opina sobre el Proyecto de la emancipación y el proceso de la Independencia
del Perú y América?.
7. ¿Pertenece el Perú actual a la Cultura Occidental?.
Debaten en plenaria acerca de los contenidos de la unidad y llegan a conclusiones
básicas, con ayuda del docente de aula.
[4]
CONTENIDOS DEL MÓDULO
LA REALIDAD DEL PERÙ EN LOS ALBORES DE LA INDEPENDENCIA
La característica fundamental del régimen español en Perú, el rasgo que se encuentra a lo largo de la
historia de resistencia española a la rebelión y caída gradual del régimen es la pobreza. Esta es tanto una
causa como una explicación para la independencia. Paradójicamente, es también una causa y una
explicación para la larga resistencia del Perú a la independencia. De la misma manera como la pobreza
del Perú derrotó a los realistas, también derrotó a su sucesor, San Martín. Varios estudios recientes han
demostrado que la economía peruana estaba en grandes problemas en las últimas décadas de la era
imperial.1 En consecuencia, y ano es posible aceptar las historias sobre la increíble riqueza del Perú que
fueron un tema constante en la vieja historiografía. Tómese, por ejemplo, la descripción que Jean Descola
hace de Lima: ―En los días de la Perricholi, (Lima) había alcanzado su apogeo y encarnaba la gloria y
opulencia del Imperio Español en América‖. Benjamín Vicuña Mackenna describió Lima como ―una ninfa
del ocio, dormida a la orilla del floreciente Rímac (…) rodeada de verdes campos, coronada de rústicas
diademas, que levanta su voluptuosa frente a las caricias de un limpio cielo‖.2 Descripciones como éstas
dejan una falsa impresión que debe ser borrada para comprender la agonía de Lima en la época de la
independencia.
La Lima verdadera era mucho menos gloriosa, aunque sin duda era la ciudad más importante de
la costa española del Pacífico. En 1979 tenía una población de 52,547 personas, mientras que la ciudad
de México tenía 103,189. Hacia 1813 la población de Lima había crecido en sólo un 6 por ciento, a
56,284 habitantes, mientras que la ciudad de México en ese mismo año se había incrementado en un 16
por ciento, con 123,907 habitantes. Lima era la capital del Virreinato del Perú, el cual en 1975 tenía una
población total de 1`115,207, mientras que el virreinato de Nueva España en 1813, tanto el Perú como
Nueva España habían crecido del 4 al 5 por ciento. La población del Perú era de 1`180,669, mientras que
la de Nueva España era de 6`122,00.3 Tanto Lima como el Perú como totalidad estaba muy lejos de ser la
encarnación de la ―gloria y opulencia‖ del imperio español en América: esa distinción pertenecía a la
ciudad de México y al reino de Nueva España.
Una descripción mucho más realista de la verdadera Lima proviene de una fuente inesperada.
En febrero de 1818 el barco de la armada rusa Kamchatka, en medio de un viaje alrededor del mundo,
hizo una escala en Lima a fines de la colonia, un relato que no está teñido de etnocentrismo al menos no
de etnocentrismo español. Su evaluación de la ciudad es directa y algo inquietante: ―Pensaba yo hallar e
Lima una ciudad hermosa pero grande fue mi desengaño al ver que no hay en todo el mundo una gran
ciudad que tenga pobre apariencia‖. Con una prosa aguda y constante Golovnin destruyó las
pretensiones de sus anfitriones. ―Los habitantes del Perú alaban su país, y también lo hacen los
españoles que viven allí. Dicen que los únicos inconvenientes son los frecuentes temblores y la política
1 . J.R Fisher, Covernment and Society in Colonial Peru: The Intendant System. 1784-1814.
2- Daily Life, pp.74-75
3 . ”Plan de demostrativo de la población comprendida en el recinto de la Ciudad de Lima” Lima 5 de diciembre de
1790, publicado por la Sociedad Académica de Amantes del País. Archivo General de Indias, Sevilla (en adelante AGI)
[5]
colonial del gobierno español: y están de acuerdo en que el segundo inconveniente es mucho más
grande que el primero‖. Sobre los tan elogiados coches y carrozas, señaló: ―En toda mi vida no he visto
coches más cómicos, más sucios y más pobres que los que aquí‖. Sobre el cementerio y panteón
municipal, una de las glorias de la administración del virrey José de Abascal, dijo: ―De por sí el edificio y el
sitio no valen nada desde cualquier punto de vista, pero los españoles lo encuentran una maravilla y lo
enseñan a los extranjeros como algo raro y fuera de lo común. Sobre el arsenal militar y la Casa de la
Moneda: ―Los dos merecen muy poca atención si se le comparar con los de Europa‖.
Con respecto al puente de la piedra que cruzaba el Rímac detrás del palacio virreinal, anotó: ―La
gente de acá que nunca ha estado en Europa lo enseña como una maravilla de arquitectura, pero en
realidad no merece que se le mencione‖. Aunque Golovnin admiró los ricos muebles y la extravagante
decoración de las casas privadas que visitó, le pareció que arquitectónicamente las casas no eran
notables y se encontraban en mal estado. La calles, dijo, ―son largas y rectas; pero estrechísimas y
sucias‖. Llamó ―cómicos‖ a los famosos balcones cerrados de Lima. Las iglesias y conventos le
parecieron grandes, espléndidos, pero decorados ―con una multitud de columnas y de relieves
distribuidos sin ningún gusto‖. Al llegar a una plaza de mercado grande y sucia, reacciono con decepción:
―Pero ¡quién pudiera imaginar que este sitio tan desaseado fuera la plaza principal de la ciudad!‖
Cenando con el virrey Joaquín de la Pezuela, notó que el servicio de mesa ―no era como de Virrey (…)‖, y
que la comida era muy simple. El palacio virreinal tenía numerosas y magnificas habitaciones, pero
muchas de ellas virtualmente sin amoblar. Entre todos los muebles del palacio, el artículo que encontró
más adecuado fue un cuadro tamaño natural de la diosa de la justicia que estaba colgado cerca de la
puerta de la oficina del virrey. Comentó con sorna que ―no siempre le ayude la diosa con sus consejos‖.
En resumen, Golovnin no estuvo impresionado con Lima y le pareció que sus edificios eran todos
―pobrísimos‖ y que ―ninguno de ellos merecía llamar la atención en una gran ciudad europea‖4.
La opinión de Golovnin sobre la apariencia de Lima es confirmada por la más detallada
descripción contemporánea que existe, escrita por William Benet Stevenson, un inglés que vivió en Perú,
chile, Colombia y Quito desde 1804 a 1827, que eventualmente trabajó como secretario de Lord
Cochrane. En su historical and Desriptive Narrative of Twenty Years in South América describió Lima y el
Perú en general, con gran detalle. Aunque con una disposición mucho más favorable hacía el Perú que
Golovnin, describió Lima como una ciudad de casas bajas hechas en su mayoría de adobe con techos de
caña, muchas iglesias hechas de adobe, estuco y madera, y pocas obras arquitectónicas de importancia.
Dijo por ejemplo que el palacio virreinal estaba pobremente amoblado y no era adecuado para el rango
virreinal. Opinó que el palacio arzobispal era el edificio más notable de la ciudad, pero era pequeño.
Verificó que ―las iglesias de Lima no tienen nada que llame la atención, particularmente la de un
extranjero‖, aunque los conventos de las órdenes más importantes eran muy ricos.55. Para Stevenson,
como para la mayoría de otros visitantes, la característica más positiva del Perú era la extraordinaria
vivacidad y encanto de su gente, descrita con cálido e incluso cariñoso detalle por este inglés
trasplantado.
Perú era rico en sólo un producto, la plata. Mientras que un cuidadoso trabajo J. R. Fisher ha
demostrado que el sector minero del Perú continuaba en los últimos años antes de la lucha por la
4 . . Vasili M. Golovnin. Lima Y Callao en 1818“, en Esatuardo Nuñez, ed., Relaciones de Viajeros, CDIP, tomo, 1:147-
173
5 . William Bennet Stevenson, “Memorias sobre las campañas de San Martín y Cochrane en el Perú”, en Nuñez, ed.,
Relaciones de Viajeros, CDIP, tomo 27, 1: 147-173
[6]
independencia, los otros sectores económicos de la colonia, manufacturas, agricultura y comercio,
presentaron un cuadro de declive gradual durante el siglo dieciocho. En el plano comercial, el declive del
Perú comenzó a inicios del siglo dieciocho cuando el viejo sistema de flotas fue abolido y remplazado por
los navíos de registro, que llevaban bienes europeos desde Lima a través del Cabo de Hornos y
exportaban metales precisos a España. La sangre vital de Lima comenzó entonces a fluir desde el sur en
vez de Panamá en el norte como lo había hecho anteriormente.
Los navíos de registro; que ya no se encontraban bajo el control del sistema de flotas; tenían que
pasar por Buenos Aires, el puerto más nuevo; vibrante y competitivo antes de llegar a Lima. Buenos
Aires; con la innegable ventaja de ser un puerto Atlántico, comenzó su auge a medida que Lima
declinaba.
Lima continuó, en teoría, manteniendo el monopolio durante la mayor parte del siglo dieciocho, pero, de
hecho, Buenos Aires y los puertos chilenos comenzaron a tomar algo de su comercio. Simultáneamente,
la agricultura peruana decayó en productividad y eficiencia, debida principalmente a problemas en el
abastecimiento de mano de obra, capital y trasporte. Hacía 1776 el Perú ya no se abastecía de bienes
agrícolas esenciales y cada vez más dependía de mercancías importadas.6
En 1776 cayó el golpe más desastroso para la prosperidad peruana cuando, como parte de su
continuo programa de racionalización a través de amplias reformas económicas y administrativas, la
monarquía borbónica creó el nuevo virreinato del Río de la Plata, con su capital en Buenos Aires. Esta
medida arrebató a Lima el control de vastos territorios en el sur. Fue más desastroso aún que la región
del Alto Perú (Bolivia), centro de las ricas minas de plata, fuese separada del virreinato del Perú y
entregada al nuevo virreinato del Rio de la Plata. Desde ese momento hasta hoy, se ha atribuido la culpa
de los problemas económicos del Perú en el último medio siglo de dominio español a su pérdida del
control sobre el Alto Perú. Cada virrey y portavoz importante del gobierno virreinal del Perú repetía esto.
En fecha tan tardía como 1811 el arzobispo de Lima, Bartolomé de La Heras, dio como explicación de su
incapacidad de conseguir contribuciones más importantes para los esfuerzos de guerra españoles el
hecho que ―este reino es hoy un pálido simulacro de los que fue antes de desmembrarle las opulentas
provincias que siguen hasta el Potosí‖.7
La explicación del arzobispo; aunque técnicamente correcta, requiere ser desarrollada. No fue la
pérdida del control territorial sobre la vasta región se hizo con la idea de que Lima ahorrase dinero.
Además, en 1810, luego del levantamiento en Buenos Aires, el virrey Abascal, en 1810, luego del
levantamiento en Buenos Aires, el virrey Abascal reanexo el Alto Perú, y durante la Guerra de
Independencia los dos territorios funcionaron virtualmente como un solo. 88 Lo que fue importante sobre la
pérdida del Alto Perú fue despojó al Perú de su propia colonia virtual, que fue entregada a Buenos Aires,
dándole a ese puerto un impulso mayor en su objetivo de reemplazar a Lima como el más importante
centro comercial de América del Sur. La simple geografía determinó entonces al ganador. Buenos Aires,
fácilmente accesible desde todos los puntos del Atlántico, se convirtió ahora en el canal por el cual
pasaba la gran producción de metales precisos del Alto Perú, así como los bienes europeos necesarios
para abastecer el Alto Perú. En 1776 y 1778 el monopolio formal que ejercía Lima sobre el comercio
6 . J.F. Fisher, Silver Mines and Silver Miners in Colonial Perú, 1776-1824; Fisher, Government and
Society, p.130 7 . Las Heras a Nicolás MARÌA DE Sierra, Lima, 10 de agosto de 1811, AGI, Lima 1568
8 . Fisher, Government and Society, p.205
[7]
ultramarino del continente fue revocado. Separada por un continente de un fácil acceso a Europa y ahora
separada de mercados internos seguros en el Alto Perú, Lima no podía competir. Perú continuó
dominando el comercio de la costa del Pacífico, aunque los puertos en Chile robaron algo de sus
actividades. Los ―puertos menores‖ del Perú también comenzaron a desafiar a Lima, y con la concesión
del ―libre comercio‖ en 1778 por el que otros puertos recibieron el derecho de comercial directamente con
España. Lima comenzó a sentir aún más competencia. Se permitió que las fuerzas naturales del mercado
determinasen el flujo de bienes en un grado mayor, en detrimiento de Lima. El principal competidor en el
Pacífico era Guayaquil, aunque nunca igualó a Lima. Guayaquil fue transferido al control del virreinato del
Perú en 1803, pero regresó a la jurisdicción del virreinato de Nueva Granada en 1809.
La pérdida del Alto Perú puso en movimiento dos desafortunados procesos. Al haber perdido su
tradicional mercado para bienes manufacturados, el Perú ya no era más competitivo comercialmente.
Aunque se mantuvo como el principal abastecedor de productos agrícolas al Alto Perú,
principalmente vino, aguardiente, aceite, azúcar, pimientos y granos, dejó de abastecerlo de las baratas
telas peruanas que habían sido el rubro más importante del comercio.
El mercado para este producto fue ahora tomado por Buenos Aires, que importaba telas
europeas de mayor calidad y menor precio. Más aún, a medida que Buenos Aires y Chile comenzaron a
exportar bienes a Perú, las manufacturas textiles peruanas perdieron la mayor parte de su mercado
doméstico. A la vez, el Perú perdió el control de la exportación de las mayores cantidades de metales
preciosos de las minas del Alto Perú. Tradicionalmente, los bienes importados del Bajo Perú se habían
pagado con los metales preciosos que eran llevados luego a Lima para ser acuñados. Después de 1777
Lima recibió del Alto Perú solamente monedas acuñadas que habían sido producidas en la Casa de
Moneda de Potosí. Esto paralizó el comercio entre el Alto y el Bajo Perú.99
Lima se enfrentó con una competencia imbatible de bienes europeos. Técnicamente se suponía
que estos productos vendrían solamente desde España, Pero de hecho, debido al amplio contrabando en
Guayaquil, en pequeños pueblos costeros peruanos y especialmente en Buenos Aires, considerables
cantidades de bienes ingleses e incluso asiáticos estaban a disposición del consumido. Ya que las
manufacturas importadas eran infinitamente preferibles a los productos locales, los mercados peruanos
pronto se vieron completamente saturados con ellas. Como la agricultura también estaña en declive, el
Perú se acostumbró a importar incluso trigo chileno, que llegó a ser preferido en Lima al trigo doméstico.
Aunque Perú exportaba algunas materias primas principalmente cascarilla, cacao, cobre de Chile y
alguna lana de vicuña, el único producto que podía exportar en grandes cantidades para pagar por sus
grandes importaciones eran los metales preciosos, que todavía se producían en grandes cantidades en
Cerro de Pasco y en otras regiones mineras del país. El efecto neto de esto fue que la plata servía para
pagar prácticamente todo. Entre 1785 y 1789, por ejemplo, la plata conformaba el 88 por ciento de las
exportaciones totales del Perú (27´861.700 pesos en plata frente a solamente 3´624,657 pesos en todos
los otros productos juntos); y entre 1790 y 1794 los metales preciosos comprendieron el 85 por ciento de
todas las exportaciones (23780,977 pesos en metales preciosos frente a los 4'127,250 pesos en otros
bienes). 1010
De esta manera el Perú llegó a importar demasiados bienes manu-facturados e incluso alimentos
—lo que naturalmente retardó el desarrollo de la industria y la agricultura domésticas— mientras que
9. Ibid, p.130.
10 . ibid. p.136.
[8]
exportaba demasiado oro y plata. La excesiva dependencia de los metales preciosos era peligrosa
porque la producción anual de metales preciosos podía fluctuar tan violentamente como para volver la
existencia misma del Perú en un gigantesco juego de azar. Por ejemplo, en 1792 las exportaciones de
metales preciosos alcanzaron más de 8 millones de pesos, pero en 1793 totalizaron apenas un millón y
medio, mientras que en 1794 se aproximaron a los 4 millones.11
Fisher muestra que las exportaciones peruanas a inicios de los años 1790 valían un promedio de
unos 5 millones de pesos al año. Sin embargo en el trienio de 1785 a 1787, Perú importó 24 millones de
pesos en bienes, una balanza comercial desfavorable de 3 millones de pesos al año.
Además, hacia 1790 el comercio del Perú con la costa del Pacífico de América del Sur misma —
con Chile, Chiloé, Santa Fe y Guatemala— produjo un déficit anual de unos 445,000 pesos. Esto se
añadió a una balanza comercial total costera y ultramarina desfavorable de unos 3.5 millones de pesos al
año. La única porción del comercio peruano nacional que producía una balanza favorable era su venta de
productos agrícolas al Alto Perú, por la cual recibía pagos en plata y en otras mercancías, produciendo en
1790 un balance de 1170,190 pesos a favor del Perú. Pero ni esta balanza favorable sirvió para estimular
el desarrollo interno. ¿Qué hace un país que produce metales preciosos con más plata? Esta
simplemente pasaba por el Perú.
La respuesta del Consulado de Lima (el gremio de comerciantes) al acelerado declive de las
manufacturas peruanas y la pérdida del mercado interno en beneficio de los bienes importados fue
predecible y se repitió con tal consistencia hasta convertirse en una de las expresiones constantes en los
documentos peruanos desde los años 1790 hasta 1821. El Consulado exigió un programa de dos partes
para restablecer la salud de la economía peruana: una moratoria sobre las importaciones que se hacían
directamente desde Europa y Asia a Lima y que se prohibiera totalmente la importación al Perú de bienes
que habían pasado por Buenos Aires. La primera eliminaría o restringiría la competencia por bienes
españoles llevados directamente al Perú. La segunda se aplicaría principalmente a bienes ingleses, que
es lo que las palabras "vía Buenos Aires" significaban para el Consulado. Ambos objetivos, sostenía,
detendrían el flujo de moneda fuera del Perú, puesto que esto se había convertido en un verdadero
problema hacia los años de 1790. En realidad, tal vez la paradoja última en los asuntos económicos
peruanos fue que hasta el momento en que San Martín llegó a Lima en 1821, el país que era famoso
mundialmente como productor de plata sufría crónicamente de escasez de moneda para el uso en el
mercado interno.1213 En cualquier caso, el Consulado nunca consiguió lo que quería, aunque después de
1806 contó con el franco apoyo del mismo virrey Abascal. Esto se debió en parte a que los mercaderes
del Consulado estaban tratando muy claramente de recobrar antiguos privilegios monopólicos que tenían
la apariencia de un siglo anterior.
Sin embargo, hubo un considerable grupo de hombres de negocios en Lima, incluyendo a
muchos empresarios mercantiles, que estaban influenciados por la economía liberal de la Ilustración y
que creían que el libre comercio era deseable. Los escritores del Mercurio Peruano, por ejemplo,
explicaron la doctrina que el libre comercio difundía la prosperidad a una mayor parte de la población.
Sea cual fuere la razón, el Consulado, aunque hasta 1821 fue la voz más importante en asuntos
comerciales y económicos, había claramente dejado de ser el árbitro exclusivo del comercio. Y queda
todavía el hecho de que Perú, cualesquiera fuesen sus pretensiones de opulencia, simplemente carecía
de la mano de obra doméstica y del capital para volverse sobre sus propios recursos y funcionar
aisladamente en una época de crecientes expectativas de consumo. Lima, el emporio que alguna vez
había dominado todo el comercio del continente, halló que era cada vez más imposible vender incluso a
11
. Ibid p.135. 12
. Anna, “Economic Causes”. pp. 657-681
[9]
otros centros peruanos como Cuzco o Arequipa, mucho menos a centros fuera de su territorio. La lucha
entre los partidarios del libre comercio y los partidarios del monopolio se hizo muy aguda durante la
administración del virrey Joaquín de la Pezuela cuando, como veremos, el virrey mismo defendió el libre
comercio total incluso con naciones no hispanas como la única forma de recatar al régimen español.
La minería continuó siendo por lo tanto la principal actividad económica del Perú. A pesar de una
idea ampliamente difundida de que la minería había sido seriamente dañada por la pérdida del Alto Perú
en 1776, Fisher ha demostrado que, en marcada diferencia con el comercio y la agricultura, la minería en
Perú creció de manera impresionante durante el último cuarto del siglo dieciocho. La producción se
incrementó notablemente debido a la creación en 1786 de un tribunal de minería en Lima, formado según
el modelo del tribunal de la ciudad de México, y al descubrimiento y explotación de nuevos depósitos en
las intendencias de Arequipa y, más importante, Tarma. Las fluctuaciones en la producción total de plata
fueron el resultado de deficiencias en la mano de obra, de las interrupciones en el aprovisionamiento de
mercurio debido a las guerras en Europa y a la casi total paralización de la producción de mercurio en
Huancavelica (la única fuente doméstica del Perú) hacia 1808, de debilidades fundamentales en el
financiamiento de las minas, y del retraso tecnológico. Desde 1790 a 1810 la famosa misión minera del
barón alemán Thaddeus von Nordenflicht trabajó en el Perú tratando —sin éxito como sucedió—
modernizar la minería y las técnicas de extracción. A pesar del fracaso de Nordenflicht, la producción de
plata alcanzó su nivel más alto en 1799, y aunque declinó un poco en los siguientes años, se mantuvo
alta hasta 1812. Después de 1812 la producción de plata del Perú colapso finalmente, como resultado de
la inundación de las minas de Cerro de Pasco (que habían producido hasta el 40 por ciento de la plata
peruana) y de las conmociones causadas por la guerra de independencia. La minería, en cualquier caso,
había sido el único punto positivo en la situación económica del Perú durante la larga época de declive
comercial y agrícola. Fisher concluye que la condición relativamente saludable de la minería "no debe ser
vista como un reflejo fiel de la situación a fines del período colonial".
Otros tres elementos jugaron un papel importante en el declive económico del Perú: la escasez
(o mala distribución) de la mano de obra, la ausencia de buenos caminos y comunicaciones, y lo limitado
del capi-i al invertido. Con una población en 1795 de TI 15,207, Perú carecía de Difidente mano de obra
barata para llevar a cabo sus actividades agrícolas. La abolición del sistema de repartimiento en 1780, la
inmensa conmoción causada por el levantamiento de Túpac Amaru, y el hecho de que los indios vivían en
la sierra mientras que las haciendas estaban en los valles y las manufacturas en las ciudades, hacía difícil
que el Perú explotase a su población india de la manera que la mayoría de propietarios deseaba. Más
aún, el aislamiento geográfico del Perú hizo difícil y cara la adquisición de esclavos africanos para que
trabajasen en sus haciendas costeñas. En 1795 había 40,385 esclavos en todo el Perú, y de ese número
29,781 estaban en la provincia de Lima.
El territorio extraordinariamente difícil del Perú, combinado con la falta de vías adecuadas en el
interior, era una debilidad limitante para la agricultura y el comercio. Costaba tanto dinero llevar azúcar o
tabaco peruano algunas pocas leguas hacia un puerto costeño que casi todo el resto del imperio podía
producir bienes agrícolas con menos costos. Perú era, en realidad, rico en metales preciosos y pobre en
alimentos. I lacia la época de la independencia la mayor parte de la agricultura peruana proveía
solamente a un mercado interno, e incluso así, no completamente. Los impuestos se añadían a la
parálisis. Era más barato para Arequipa, por ejemplo, comprar productos importados, fueran estos
alimentos o bienes manufacturados, de Chile o Buenos Aires que de Lima.
Un cargamento de lino llegado a Buenos Aires y enviado por tierra a Arequipa, una distancia de
800 leguas, era más barato que el mismo cargamento llevado desde Europa alrededor del Cabo a Lima y
luego reembarcado a Arequipa, una distancia de 200 leguas. Hacia 1810, Lima misma dependía tan
[10]
completamente del trigo chileno que casi languideció cuando el abastecimiento fue cortado en 1818; sin
embargo los valles en los alrededores de la capital —Chancay, Huaura, Pativilca, Cañete y Chincha—
también producían trigo. Incluso entre Lima y su cercano puerto del Callao el transporte era difícil, caro y
constantemente interrumpido por los malos caminos o los bandidos. En 1798 se inauguró un nuevo
camino entre Lima y Callao, construido a un costo de 343,000 pesos. Sin embargo en 1816 el virrey
Pezuela envió al consejo limeño una larga carta criticándolo duramente por dejar que el camino al Callao
se deteriorase. Precisamente porque el Callao estaba muy cerca de Lima no quería decir que era barato
enviar mercaderías allí. En realidad, en 1823, luego que varios años de confiscación militar de muías
habían dejado negativas consecuencias, un mercader inglés contó que costaba más llevar mercaderías
del Callao a Lima que embarcarlas a Inglaterra.13
El efecto neto del declive económico del Perú, naturalmente, fue limitar aún más el capital disponible para
las inversiones. Tanto los individuos como las instituciones en el Perú eran mucho menos prósperos,
incluso relativamente, que sus contrapartes mexicanos. Mientras que Doris M. Ladd encontró que Nueva
España en 1810 tenía diecisiete familias que eran millonarias y nueve otras con fortunas de 500,000 a
900,000 pesos, en Perú —donde el mismo tipo de investigación aún no se ha realizado— sólo dos o tres
familias (entre ellos los Baquíjanos y probablemente los Lavalles) parecen haber sido reputados
millonarios. El hombre más rico del Perú parece haber sido el mercader José Arizmendi, quien, cuando
huyó al exilio luego de la independencia, dejó atrás bienes avaluados en 2'172,000 pesos, muchos de
ellos en forma de créditos que se le adeudaban. Tampoco había en Lima casas privadas como las que
había en la ciudad de México construidas a costos por encima de los 300,000 pesos. Tampoco hubo
familias de la élite de Lima con comitivas de más de treinta sirvientes en sus casas de la ciudad como las
hubo en México. No hubo un José de la Borda o una familia Fagoaga o Sardaneta peruanos como los
que D. A. Brading ha descrito invirtiendo millones de pesos en la minería mexicana. Perú tenía una
aristocracia, por supuesto, y una nobleza —en realidad, el total de títulos de Castilla era mayor en Perú
que en Nueva España—. Perú ostentaba nada menos que 105 títulos nobiliarios, que incluían a un
duque, 58 marqueses, 45 condes y un vizconde, mientras que Nueva España tenía solamente 63 títulos,
de los cuales 32 eran condes, 30 marqueses, y un mariscal de Castilla. La diferencia puede explicarse,
tal vez, por la precedencia histórica que Perú había tomado sobre Nueva España durante los dos
primeros siglos de la época colonial, puesto que la mayoría de títulos peruanos databa de antes de 1772.
En cualquier caso las condiciones se revirtieron claramente hacia el siglo diecinueve, como puede verse
de los frecuentes pedidos del cabildo de la ciudad de lima, o del cabildo eclesiástico de la catedral de
Lima, o del régimen de la Concordia, o del Consulado para que la corona les diese las mismas
preeminencias y títulos "como los tienen en Nueva España".
Y es palpablemente claro que los ingresos de la élite del Perú eran muchísimo menores que los de los
plutócratas de México. Durante la guerra española contra Napoleón, las contribuciones peruanas y las
donaciones privadas para ayuda a los esfuerzos de la guerra, sea en la península o en el Perú, no se
igualaban a las de los mexicanos.
Hay repetidas instancias en Nueva España de donantes individuales que daban 50,000 a
300,000 pesos para una sola colecta o fondo para ayudar a España. En Perú el mismo tipo de
contribuciones fue solicitado a inicios de la guerra de España con Napoleón, pero las sumas recolectadas
fueron penosamente pequeñas. Fortunas de tal tamaño simplemente no existían en Perú. En 1809 el
Perú envió a España, a bordo del San Fulgencio, una contribución de 1356,187 pesos para ayudar a los
esfuerzos de la guerra. Aunque esa parece una gran cantidad de dinero, muy poco provenía de donativos
voluntarios. En realidad, 1'211,187 pesos del total procedían de las recaudaciones de la Consolidación de
13
. Relaciones de viajeros, CDIP, tomo 27,2:251
[11]
los años 1804 y 1808. La Consolidación fue la amortización de todas las hipotecas puestas en manos de
los fondos píos de la iglesia, ordenada en 1804 por el régimen peninsular de Manuel Godoy para ayudar
a España a pagar masivos gastos de guerra. Encontró tal resistencia en América y fue tan destructiva —
ya que los fondos píos eran los más importantes dueños de hipotecas en todo el imperio— que fue
abolida en 1808. (Desafortunadamente, no se ha hecho ninguna investigación para evaluar los efectos de
la consolidación sobre la élite peruana). La mayor parte del resto de la contribución de 1809 vino del
montepío militar (el fondo de pensiones para viudas y huérfanos de los oficiales militares) y de la media
anata (la contribución pagada por los servidores del estado por sus nombramientos). El año siguiente,
1810, Perú envió a España una contribución de 2771,504 pesos a bordo del San Pedro Alcántara. Esta
parece en principio igualar el tipo de donaciones voluntarias que los mexicanos estaban haciendo; pero,
una vez más, la mayor parte del total no era voluntaria. Solamente 633,784 pesos venían de donaciones
voluntarias, mientras que 231,025 venían de préstamos voluntarios al gobierno. Todo el resto consistía en
donaciones de fondos gubernamentales, monopolios o del Consulado, es decir, de impuestos. Unos
185,951 pesos vinieron de Temporalidades (el fondo que administraba las propiedades de la suprimida
orden jesuita); 240,000 venían de los correos; 200,000 del monopolio del tabaco; 712,487 venían de la
Casa de Moneda en barras de plata; y 333,000 eran una subvención del Consulado.
Donde hay datos disponibles para indicar las donaciones o contribuciones individuales a la
guerra de España en 1808-1810, éstos dan la impresión general de que los limeños, incluso los
peninsulares que vivían en Lima, dieron sumas que eran mucho más modestas que las contribuciones de
los ricos peninsulares mexicanos. En este período, por ejemplo, Joaquín Mansilla, un abogado, dio una
donación voluntaria de 10,000 pesos; Martín de Osambela, un importante mercader, dio 5,000; y el
marqués de Fuente hermosa dio 4,000. Éstas son aproximadamente las donaciones privadas individuales
que pueden encontrarse en los documentos. No se comparan en generosidad a la sola contribución de
355,000 pesos dada por el hacendado mexicano Gabriel de Yermo en 1810, que fue a su vez sólo uno de
los grandes regalos o préstamos de él y otros peninsulares. Cuando el virrey Abascal contribuyó con
41,581 pesos en 1809, admitió que eran todos sus ahorros de su ejercicio durante trece años en América
como intendente de Nueva Galicia y virrey del Perú, y que los había reunido para que fueran la herencia
de su hija única, Ramona.
En 1808, el cabildo de Lima dio una contribución fija de 100,000 pesos para la causa de la
guerra. Esto ocurrió, sin embargo, junto con su pedido en noviembre de 1808 a la Junta Central para la
abolición de la Consolidación, un objetivo de cada miembro del cabildo. El dañino programa de
amortización había, en efecto, sido cancelado, pero el Perú no se dio cuenta de esto hasta junio de 1809.
Una breve enumeración de las contribuciones especiales del Consulado, que fue la institución en
Lima que contaba con considerables capitales a su disposición, sugiere la medida en que Lima era pobre
en capitales a inicios de la época de la independencia. Las contribuciones del Consulado fueron muy
grandes —tanto que en 1815 el virrey Abas-cal pidió al prior (el conde de Villar de Fuente) y a los
cónsules (Juan Francisco Xavier de Izcue y Faustino del Campo) que se les recompensara con la cruz de
la orden de Isabel la Católica, como lo habían sido el prior y los cónsules de la ciudad de México.26 Sin
embargo el conjunto de contribuciones del Consulado muestra dos características: después de 1810, sus
contribuciones fueron dirigidas en su totalidad a la defensa peruana antes que peninsular, y la mayoría de
las contribuciones representaba transferencias de fondos del Consulado —las cuales eran en sí mismas
derivadas de derechos de aduanas y otras donaciones estatales— en vez de provenir del capital privado.
Casi cada colecta para reunir dinero o compromisos de donación de los ciudadanos privados fracasó. En
1810, por ejemplo, el Consulado reunió un millón de pesos en una campaña, la mitad de los cuales fue
enviada a España mientras que la otra mitad fue reabsorbida en el tesoro virreinal. Sin embargo, el
arzobispo Las Heras testificó que los ciudadanos no habían contribuido tanto como se esperaba. Desde
[12]
1811 hasta mitad de 1813, miembros de la comunidad mercantil sostuvieron a mil hombres en el ejército
del Alto Perú, al costo de 480,000 pesos. Ésa fue una colecta directa. Desde 1813 al 815, los miembros
del Consulado prometieron pagar 35,600 pesos para apoyar al Regimiento Concordia. Pero el Regimiento
Concordia era una milicia compuesta de mercaderes y caballeros, de manera que es probable que el
Consulado simplemente tabulase contribuciones hechas a los oficiales mercaderes hacia sus propios
nombramientos o a sus propias tropas. En junio de 1812 el Consulado dio 100,000 pesos para
recuperar Quito. En agosto de 1812 dio un millón de pesos al gobierno. Sin embargo, toda esa suma con
excepción de 50,000 pesos era prestada. En abril de 1814 dio 104,500 pesos a Cádiz para pagar por el
transporte del Regimiento de Talavera a Lima, pero esto fue en forma de pagarés contra la cuenta del
Consulado en Cádiz. En julio de 1814 dio 110,000 pesos en efectivo para la expedición hacia Chile; en
agosto de 1814, 50,000 pesos para socorrer al Cuzco; y en setiembre de 1814, 50,000 pesos para
rearmar tropas en la provincia de Arequipa. Una última donación que totalizaba 102,000 pesos vino de los
propios bolsillos de los miembros del Consulado para Buenos Aires y el sustento de las tropas en Alto
Perú.
Ésta parece ser una considerable contribución del Consulado. El punto, sin embargo, es que del
total de casi 3 millones de pesos en contribuciones al estado, menos de un millón de pesos era en
donaciones en efectivo de los bolsillos de sus miembros y otros mercaderes, mientras que más de 2
millones venían como pagarés, préstamos directos, o promesas de donación. Por ejemplo, de la primera
colecta en 1810 de un millón de pesos, la mitad había quedado en el Perú, el Consulado informó, que "se
han entregado en estas casas matrices por disposición de este virreinato, con calidad de reintegro".
En otras palabras, el Consulado simplemente devolvía al gobierno dinero recolectado bajo el
privilegio que le había otorgado el gobierno. Es también impresionante que, « ni i e los hombres que
prometieron hacer donaciones en 1811 para el noyó de las tropas en el Alto Perú, casi la mitad ofrecieron
menos de [o que era la paga mensual de un soldado, esto es, dieciséis pesos.
Pero la evidencia más sólida de la debilidad de la economía peruana antes de la independencia
proviene de una "lista de productos naturales y artificiales del Perú en el virreinato de Lima", la cual,
aunque no está fechada, pertenece al período de aproximadamente 1807 a 1809.29. Este ilustra (véase
cuadro 1) que las únicas manufacturas significativas del Perú eran los textiles y la ropa. Las intendencias
de Lima y Arequipa eran las más productivas, seguidas por el Cuzco. Esto no corresponde con la
población, ya que la intendencia más poblada era Trujillo, seguida de Cuzco, Tarma, Lima y Arequipa. No
se computó ningún valor hará la intendencia de Puno, la cual fue añadida al virreinato del Perú sólo en
1795; tampoco se mencionó siquiera a las provincias de Maynas y Guayaquil, que fueron añadidas al
Perú en 1802 y 1803. Sin embargo, el valor comercial total de la producción anual del Perú, menos la de
Puno, valía solamente 8745,815 pesos. Esto no incluye, por supuesto, el valor de las importaciones;
tampoco, presumiblemente, incluye ningún intento por computar el valor de los alimentos y otros bienes
que no participaban en el comercio. Además, se asume que todo el mundo económico interno del trueque
y comercio indígena con el que la mayoría de la numerosa población indígena del Perú se sustentaba, no
estaba disponible para ser tasado. Lo que esta cifra representa es la "riqueza" del Perú. 8.7 millones de
pesos de productividad es una cifra increíblemente pequeña. Es ciertamente una base muy limitada para
sostener a una nación que gastaba aproximadamente cinco millones de pesos al año en importaciones y
unos 4 a 5 millones más al año en gobierno. Perú no sólo gastaba más de lo que tenía, sosteniendo un
estándar de vida excesivo, gastaba desastrosamente más allá de sus recursos.
Sin embargo la situación económica real del Perú de fines de la colonia era aún más sombría de
lo que estas cifras sugieren. Debemos recordar que el Perú exportaba la mayor parte de su oro y plata y
algo de sus productos agrícolas. Si las exportaciones anuales del país se sustraen de la producción anual
[13]
de 8.7 millones de pesos sabremos cuánto de la producción total del Perú permanecía en el país para el
consumo interno y el desarrollo. La producción promedio de oro y plata en los años 1807 a 1809 era de
4.3 millones de pesos al año en importaciones y unos 4 a 5 millones más al año en gobierno. Perú no
sólo gastaba más de lo que tenía, sosteniendo un estándar de vida excesivo, gastaba desastrosamente
más allá de sus recursos.
Sin embargo la situación económica real del Perú de fines de la colonia era aún más sombría de
lo que estas cifras sugieren. Debemos recordar que el Perú exportaba la mayor parte de su oro y plata y
algo de sus productos agrícolas. Si las exportaciones anuales del país se sustraen de la producción anual
de 8.7 millones de pesos sabremos cuánto de la producción total del Perú permanecía en el país para el
consumo interno y el desarrollo. La producción promedio de oro y plata en los años 1807 a 1809 era de
4.3 millones de pesos.
Extrapolando a partir de las cifras de Fisher, parece válido concluir que toda la moneda era
exportada.
En el período 1785-1794, por ejemplo, el Perú exportó un promedio de 5.3 millones de pesos al año en
oro y plata, pero la Casa de Moneda de Lima produjo un promedio de sólo 4.8 millones de pesos al año.
Esto significa no solamente que toda la producción de plata era exportada cada año, sino que medio
millón de pesos adicionales de reserva o metales preciosos procedentes del Alto Perú también era
enviado fuera del país. Además, Perú exportaba un promedio anual de 859,000 pesos de bienes
agrícolas en estos años.30 En total, por lo tanto, el Perú exportaba un promedio de 5.2 millones de pesos
de su producción anual total de 8.7 millones de pesos, quedando sólo un 40 por ciento o 3.5 millones de
pesos para el consumo interno.
A pesar de la extraordinaria precariedad de la economía peruana, el régimen virreinal fue capaz
de recolectar ingresos anuales que promediaban los 4.6 millones de pesos en los años de 1790,
alcanzando los 5.2 millones de pesos en 1812. En los años de 1790, el tesoro real había funcionado con
un excedente anual de más de un millón de pesos, pero hacia 1812 —cuando sus gastos fueron de 5.3
millones de pesos— había adquirido el hábito de gastar produciendo un déficit.31 Perú ingresó a la guerra
de independencia con una deuda de 8'088,212 pesos. Luego del restablecimiento del tributo en 1815, las
condiciones mejoraron un poco, de modo que hacia 1816 la deuda virreinal había subido a sólo 11
millones. Pero hacia 1819 el Ministerio de Finanzas en España estimó que la deuda peruana era al
menos de 16 a 20 millones de pesos, y probablemente mucho más. Nadie llevaba más las cuentas. El
resultado, según un memorando del ministro, fue que "su crédito [del Perú] haya desmerecido más; que
los billetes vencidos y libranzas executivas no se satisfagan, y que los préstamos y depósitos más
sagrados no puedan reintegrarse".32 Dado que el Perú inició la lucha con una economía tan
desequilibrada, no debe sorprender que un año antes que la expedición de San Martín hubiera siquiera
desembarcado en sus costas, el esfuerzo de la resistencia había sido ya demasiado y el país estaba en
bancarrota.
Hay dos explicaciones sobre cómo un sistema económico tan desequilibrado pudo haber
sobrevivido durante tanto tiempo. Una es que el Perú producía y exportaba oro y plata, mercancías que
todo el mundo quería y cuyo valor (si no el precio) estaba asegurado. La otra descansa en la desigualdad
del sistema social del Perú colonial. De una población total de I5115, 207 personas en 1795,674,615 (60
por ciento) eran indígenas; 244,313 (22 por ciento) eran mestizos; 41,004 eran pardos libres (en Perú,
negros mixtos), 40,385 eran esclavos, y 140,890 (12 por ciento) eran blancos. Sin embargo el 12 por
ciento de la población blanca controlaba la vida económica, política y social de la nación. Más aún, la
[14]
mayoría de las decisiones políticas de la época se hacían en Lima, donde la población blanca
representaba el porcentaje más grande del total y ciertamente era muchísimo más poderosa en cuanto a
su poder para tomar decisiones. El partido de Lima en 1813 tenía una población total de 63,809,
consistente en 20,175 blancos (32 por ciento), 10,643 indios (sólo 16.5 por ciento), 4,879 mestizos (sólo
un 7.5 por ciento), 10,231 pardos (16 por ciento) y 17,881 esclavos (28 por ciento).
Por lo demás, no es posible estimar con precisión la proporción de blancos que eran peninsulares o
criollos, ya que el censo de 1795 agrupaba a todos los blancos como españoles, mientras que el censo
de 1813 diseñado para repartir las lista constitucionales de votantes llamaba a todos los blancos, indios y
mestizos españoles. Dada esta imprecisión en los documentos, los estimados de algunos autores sobre
el número de peninsulares versus criollos deberían ser cuestionados.
El Perú real, en cualquier caso, era una sociedad en donde el 12 por ciento de la población en
términos gruesos (y mucho menos en términos reales, dado que muchos blancos también eran pobres),
disfrutaba de los beneficios de la productividad del resto de la población y tomaba las decisiones políticas.
La vasta mayoría de la población del Perú —los indios— no estaba simplemente deprimida; ni siquiera
tenía una participación en el sistema económico, político o social existente. Su papel en el proceso de
independencia fue mínimo porque las regiones predominantemente indígenas del país habían sido
controladas militarmente por destacamentos regulares del ejército desde la supresión de la gran rebelión
de Túpac Amaru de 1780.34 El papel jugado por los mestizos, pardos y esclavos —en las ciudades así
como en el campo— era considerablemente más importante. Conformaron la mayoría de fuerzas en los
levantamientos, de los ejércitos rebeldes y realistas, y de las bandas guerrilleras. Algunos mestizos y
pardos peruanos incluso compartieron las recompensas de la independencia; pero estos individuos eran
muy pocos, y sólo los blancos ejercieron el control político.
El proceso de independencia, entonces, es la historia de una minoría sobre privilegiada (incluso
con números considerables de criollos pobres entre ellos, los blancos eran todavía relativamente sobre
privilegiados) que trató de seleccionar entre distintos sistemas de gobierno el que le permitiría la mayor
cuota de riqueza, prestigio, poder, autorrealización o cualesquier otra cosa que buscaban. El genuino
patriotismo de algunos participantes no puede ser cuestionado. Sin embargo muchos otros
innegablemente actuaron de acuerdo al más puro oportunismo.
La minoría que realmente tomaba decisiones en el Perú era natural-mente mucho más pequeña
de lo que sugiere la gruesa cifra racial de 12 por ciento. En Lima es posible delinear en términos amplios
quiénes componían la élite colonial. Utilizando el censo de 1813, vemos que mientras que la población
blanca de Lima fue estimada en 20,175, sólo 5,243 varones tenían el derecho a votar. Otros 6,670
varones blancos estaban excluidos de la élite votante, probablemente debido a su ingreso, nivel de
alfabetismo, edad o profesión, y 11,460 mujeres blancas estaban excluidas. Pero aun eso es sólo parte
de la historia, porque la numeración de 1813 era seriamente inexacta porque debía adherirse a las
categorías sociales establecidas en la Constitución (para no mencionar el hecho de que sus sumas no
están hechas correctamente). La Constitución declaraba específicamente que todos los indios y castas se
llamarían en adelante españoles —un término anteriormente reservados en América a los blancos—. Lo
que necesitamos, por lo tanto, es un cuadro de habitantes por profesión. El censo de 1795 —aceptado
usualmente como la numeración colonial más precisa— no sirve porque enumera solamente categorías
raciales.
La variable de ocupación existe solamente en una numeración —el censo de Lima de 1790
publicado por la liberal Sociedad Académica de Amantes del País—.35 Este censo (véase el cuadro 2) no
[15]
sólo mostraba los rasgos más generales de la población limeña sino que también incluía una lista de
habitantes varones de Lima por "destino y categoría".
Esto era invalorable, porque la ocupación nos dice tanto sobre la posición social de una persona y sus
percepciones como cualquier criterio y al mismo tiempo sugiere su clase. El censo de 1790 es todavía útil
para Lima a inicios del siglo diecinueve porque la población de la ciudad cambió muy poco —de 52,547
en 1790 a 56,284 en 1813.
Por el simple expediente de retirar de la lista de 1790 de varones por ocupación aquellos cuyo
estatus, ocupación o ingreso los hubiera hecho formar parte del grupo que no era de la élite (un acto que
reconozco es subjetivo) es posible llegar a una cifra que representa a la élite y a aquellos que se creía
pertenecían a ella o que se veían a sí mismos como asociados a la élite (véase el cuadro 3). Por ejemplo,
los cirujanos pueden ser sacados de la élite pero no los médicos, debido al estatus muy inferior de los
cirujanos. Los pulperos pueden ser borrados, pero no los abastecedores, porque los pulperos eran
tenderos de esquina y vendedores al pormenor mientras que los abastecedores eran mayoristas y
aprovisionadores por contrato. Los artesanos, los trabajadores y los jornaleros se pueden eliminar
fácilmente, pero los fabricantes se mantienen en la élite porque el término probablemente se refiera a los
propietarios de manufacturas. Los estudiantes y los novicios serían menores de edad, o al menos
estarían considerados como aún no lo suficientemente maduros como para haber ingresado al ejercicio
de sus profesiones. Los demandantes son probablemente los miembros de la élite cuya ocupación no era
clara al momento del censo porque estaban en el proceso de solicitar el nombramiento real, litigaban por
herencias o estaban a la espera de una respuesta a alguna solicitud para tomar posesión de algún
puesto. Una vez que se han eliminado a los varones que no pertenecen a la élite, la élite ocupacional
hace un total de solamente 2,489 personas. Pero incluso esta cifra está probablemente inflada. Por
ejemplo, en la mayoría de casos los 711 miembros de las órdenes regulares (menos cualesquier
prelados) también hubieran estado excluidos de la participación activa en la toma de decisiones políticas,
como ciertamente lo estarían muchos empleados de menor importancia, escribanos y empleados de
cofradías, quedando el total de la población que tomaba decisiones políticas como un grupo mucho más
reducido —unos 1,500 hombres—. Incluso esta cifra, aunque tentativa y que expresa la pertenencia a las
clases media y alta, no debía ser considerada como si fuese lo mismo que la "élite dominante". Sólo los
varones que eran activos en alguna corporación, gremio asociación, junto con los oficiales reales,
autoridades y prelados, constituirían la clase dominante para las decisiones gubernamentales diarias.
Dado que el censo de 1813 listaba a 5,243 ciudadanos votantes —un número dos veces mayor incluso
que la élite ocupacional— es claro por qué el virrey Abascal y otros absolutistas pensaron que la
Constitución y las Cortes habían causado una liberalización radical en la clasificación social de la época.
El hecho más significativo que surge de estas cifras tiene que ver no sólo con el pequeño
número de la élite, sino con sus ocupaciones. Nótese cómo la posición social de cuántos de ellos no
dependía de la industria ni de la agricultura, o incluso del comercio. La gran mayoría dependía de
nombramientos eclesiásticos y de la corona. La vasta mayoría de la élite limeña no eran productores de
real riqueza sino sólo consumidores. Estrictamente hablando, sólo un 26.3 por ciento de la élite puede ser
clasificada como productores. Pero un sorprendente 41.7 por ciento eran religiosos regulares o seculares,
un hecho que seguramente debe darle un significado fresco al viejo cliché de la sociedad colonial "llena
de sacerdotes". Otro 18.2 por ciento estaba en el servicio de la corona o eran residentes permanentes
que gozaban del fuero militar (y esto no incluye al personal del ejército realista de la península, porque no
eran vecinos y no eran censados). Incluso en el caso de los nobles que poseían títulos, puede
considerarse que debían sus posiciones al nombramiento real, aunque se supone que cada uno de ellos
ya era rico por cuenta propia antes de recibir un título. Los escribanos, los síndicos de religión y los
empleados de las cofradías también dependían de nombramientos reales o eclesiásticos y los
[16]
demandantes estaban en el proceso de adquirir sus nombramientos. Sin embargo, si uno quiere continuar
con este punto e incluir a nobles, abogados y doctores como parte del sector productivo de la economía,
todavía resulta que el 67.2 por ciento de la élite ocupacional no eran productores de riqueza sino que
dependían de los nombramientos de la corona o eclesiásticos. No sorprende entonces que Lima
estuviese rebasada de pretendientes y aspirantes a cargos; tampoco sorprende que el tesoro real
estuviera presionado hasta sus límites.
La élite ocupacional masculina de Lima era considerada como muy próspera según criterios de
la época. Sin embargo, muy pocos de ellos debían sus ingresos a otra cosa que no fuese un
nombramiento. Una lista de propietarios de bienes inmuebles fechada en 1820 —elaborada para evaluar
un impuesto especial de guerra—muestra que sólo varones eran propietarios de inmuebles en Lima. Los
propietarios restantes eran 571 mujeres y 45 instituciones tales como colegios, monasterios,
hermandades, parroquias, cofradías, oratorios, hospitales y agencias de gobierno. Sin embargo el total de
la élite masculina por ocupación era tres veces más grande. Dos tercios de la élite, por lo tanto, no eran
propinar i os de bienes inmuebles (al menos no en la ciudad) y 84 por ciento de los votantes de 1813 no
lo eran. La lista de 1820, desafortunadamente no mostraba el valor de las propiedades ni dice qué
propietarios |M reían más de una propiedad. Es posible deducir, basándose en una .extrapolación de un
censo de propietarios de inmuebles realizado en la ciudad de México en 1813, que muchos estaban en
realidad entre las clases más pobres —gente que poseía casas de adobe o chozas en las afueras de la
ciudad— mientras que unos cuantos eran grandes propietarios que poseían muchas casas y tiendas. Sin
embargo, dado que el tipo de información que existe para la ciudad de México no ha aparecido para
Lima, cualquier estimado debe permanecer como muy tenue.36 Lo que es claro, en cualquier caso, es que
casi todo el clero, los oficiales, reales, y empleados privados vivían en alojamientos que se les daba o que
ellos alquilaban. Para la mayoría de limeños, por lo tanto, "propiedad" significaba dinero en efectivo,
muebles, inventarios o inversiones.
Con una porción tan grande de la élite dependiente, directa o indirectamente, de los
nombramientos reales o eclesiásticos, la pregunta sobre si eran criollos o peninsulares puede de hecho
ser una consideración claramente secundaria. Sus decisiones políticas, especialmente su actitud hacia el
gran problema de la separación de España, estarían muy influenciadas por su dependencia del Estado o
del tesoro de la iglesia. Cuando llegó el momento de tomar una decisión vacilarían y retrocederían
confundidos, incapaces de tomar la decisión política que necesariamente pondría en peligro sus empleos.
Hasta que se consiguiese la victoria total, ¿cómo podrían arriesgarlo todo en una inoportuna o muy
temprana declaración de apoyo por un bando u otro? Por otro lado ¿cuánto tiempo podría el régimen real
sostenerse financieramente en medio de la rebelión cuando una porción tan limitada de la elite era
productiva?
Sin embargo, no tendría sentido concluir que la élite limeña, debido a que era necesariamente
conservadora, también era reaccionaria. Por el contrario, el hecho mismo de que era tan dependiente de
las posiciones gubernamentales o eclesiásticas significó que muchos reaccionarían favorablemente
cuando la independencia implicó una promesa de promoción para los criollos —de una toma final por los
criollos de los es-culones más altos del estado y la burocracia de la iglesia. El problema radicaba en que
no era claro si la independencia sería lo mejor para sus mi creses.
Mientras que el joven criollo José de la Riva Agüero se convirtió en un partidario de la
independencia debido a sus quejas personales sobre asuntos de promoción y salarios, otros, como
Manuel Lorenzo Vidaurre, se vieron paralizados por un exceso de escrúpulos y un miedo genuino al
futuro desconocido. ¿Cómo podían saber si, una vez que el régimen español fuese destruido, habría
mejores nombramientos para los criollos? ¿Sería un nuevo y sin duda débil régimen independiente capaz
[17]
de superar los problemas financieros que el imperio español no podía resolver? ¿Surgiría nuevamente la
ira de los indios, demostrada tan recientemente en el levantamiento de Túpac Amaru para ahogar la
estabilidad, el orden y el buen gobierno en un mar de sangre? Era precisamente debido a que la élite
limeña era tan sofisticada, tan poco emotiva y tan consciente el riesgo en que se encontraban su estatus
e ingresos que la decisión se hizo imposible. El conocimiento de las quejas de los criollos en contra del
régimen imperial no explica la independencia, porque sus quejas sobre empleos y nombramientos, tal
como aparecieron, fueron tanto más grandes bajo el régimen de San Martín.
El poder español, en Perú y en todas partes en el imperio, descansaba en la uniformidad entre
los objetivos españoles y los intereses de los blancos. La separación política de España ocurriría
solamente cuando los peruanos activos políticamente se volvieran contra la corona, y tomasen su
decisión sobre la base de lo que consideraban su interés. Sin embargo, ¿cómo podían los peruanos estar
seguros de dónde estarían sus intereses? El Perú de fines de la colonia, lejos de gozar de una ilimitada
riqueza, en realidad tenía una situación económicamente difícil, lo que hacía el conspicuo consumo de la
pequeña élite mucho más notable y las quejas de los criollos de la clase media mucho más sentidas. Los
limeños políticamente activos sabían cuan inflexibles y delicadas eran las estructuras económicas y
sociales. ¿Cómo podían estar seguros de que la independencia les daría una porción más grande de la
notoriamente insuficiente riqueza del Perú? Dado que los más antiguos lazos de la historia los ataban a la
causa española, ¿cómo podían tener la seguridad de que la independencia era la solución para sus
quejas? Al final nunca fueron capaces de decidir, y eso, también es parte del Perú real. La decisión fue
tomada en el campo de batalla, fuera de la voluntad peruana.
La pobreza del Perú ocasionada por la relativa improductividad de su población y los gastos
masivos de la guerra, es la clave para el eventual colapso del régimen español; y, por paradójico que
pueda parecer, esa misma pobreza e improductividad es la clave que explica por qué los peruanos no le
dieron su apoyo entusiasta a la independencia.
En este contexto, por lo tanto, la respuesta del régimen virreinal a las muchas quejas expresadas
por los peruanos, se hizo mucho más importante, porque el Perú no se inclinaría por la independencia en
tanto que el sistema imperial funcionase y pareciese tener autoridad. Sólo el régimen podía negar su
propio derecho a existir; sólo fracasando podía ser destruido. En el mismo período de la crisis, a medida
que los peruanos se dieron cuenta de las alternativas al continuo dominio español, el gobierno real del
Perú estaba en manos del virrey Abascal, una de las figuras más notables de la historia colonial
hispanoamericana y uno de los más exitosos funcionarios que la corona española tuvo jamás.
AUTOEVALUACIÓN
1. Describir brevemente el proceso de la gesta independentista. Describa la
desigualdad social en el Perú en tiempos del virreinato.
2. Haz una monografía en torno a la lectura y el apoyo de otros textos indicados en el
syllabus.
3. Describa en forma pormenorizada los diversos pasajes de la causa
independentista.
4. Explicar gráficamente en el cuaderno o la pizarra, acerca del origen de las
corrientes libertadoras del norte y el sur?.
[18]
5. Analizar críticamente en forma grupal e individual de las consecuencias de la
pobreza a los inicios de la independencia en el Perú?.
6. Entregar como trabajo práctico los diversos mapas del proceso de la gesta
independentista.
II
[19]
SEGUNDA UNIDAD
LA PRIMERA ETAPA DE LA LUCHA EMANCIPATORIA.
OBJETIVO
Investigar, analizar y explicar críticamente el proceso de las luchas independentistas
del Perú e Hispanoamérica en el marco de las contradicciones externas e internas.
ESTRATEGIAS METODOLÓGICAS.
1. Lectura individual y grupal.
2. Lectura grupal del texto y fichajes por temas.
3. Elabora informe colectivo.
4. Sustenta en plenaria los argumentos teóricos después de la lectura.
5.Debate en plenaria entre los integrantes del salón de clases.
6. Invitan a una mesa redonda a profesores especializados.
7. Llegan a conclusiones con los aportes del docente de aula.
8. Rinden una evaluación individualizada en torno a la lectura.
9. elaboran una Monografía en torno a los datos que se halla en el módulo.
SEGUNDA UNIDAD
LA PRIMERA ETAPA DE LA LUCHA
Una vez establecido el hecho de la pobreza relativa del Perú, los reclamos de los peruanos al
antiguo régimen imperial y la respuesta de la autoridad real pueden verse como parte de un continuo que
en última instancia llevó a las anomalías de 1821-1824. Cada reclamo se reduce a una queja sobre
comercio, finanzas, nombramientos, prestigio o distribución de bienes y cargos. Casi se puede rastrear el
período de la independencia peruana sin tomar en cuenta las ideologías contradictorias expresadas por
los partidarios de uno u otro bando. En cualquier caso, los estudiosos no pueden utilizar la ideología
[20]
expresada para determinar las causas históricas en el movimiento de la independencia peruana, porque
la estridente propaganda producida por los realistas o los rebeldes se hace invariablemente insignificante
por la amarga lucha por la supervivencia económica entre individuos y entre movimientos. Cada facción
ideológica era un grupo de interés de una forma u otra. Los peruanos que abogaron por la independencia
actuaron por sus propios intereses, tal como lo hicieron los que se opusieron a ella.
El más importante entre los opositores a la independencia fue José Fernando de Abascal, virrey
del Perú desde 1806 a 1816. En la historia de la independencia sudamericana, Abascal es una figura
central, porque su administración fue capaz de contener la difusión de la independencia a través de la
mayor parte del continente.
A pesar de su importancia, existen pocas biografías de él.14 La historiografía moderna parece
verlo como una fuerza totalmente negativa —el hombre que demoró la independencia y retardó el flujo
natural del nacionalismo criollo, el "prior del convento colonial americano", como lo llamó un autor—15 Esa
opinión sobre Abascal, sin embargo, niega el hecho que los que temían la independencia lo vieron como
su salvador. Niega la realidad del Perú —-donde había un gran segmento de la sociedad para quienes el
modo de ser y pensar español aún tenía sentido y era la única forma racional de gobierno—. En medio de
la extremadamente difícil confusión de rumbo que hizo presa de los peruanos después de 1308, Abascal
se yergue como un pilar de rectitud, honestidad, claridad de pensamiento y liderazgo.16 La medida de sus
logros es que gobernó el Perú sin interrupciones durante el mismo tiempo en que el virrey José de
Iturrigaray de México, fue derrocado por los conservadores, y los virreyes del Río de la Plata y Nueva
Granada eran derrocados por los rebeldes. El muy especial historial de Abascal se basa en su habilidad
para contraatacar el disenso y mantener intacta la autoridad real. Abas-cal era un asturiano, nacido en
Oviedo. Llegó al Perú luego de cuatro períodos de servicio militar en América —en Puerto Rico, Buenos
Aires, Santo Domingo y Cuba— y luego de servir desde 1799 como intendente y presidente de la
audiencia de Nueva Galicia en Guadalajara, México. Originalmente había sido nombrado como virrey del
Río de la Plata, pero su barco fue capturado por un navío inglés y fue abandonado en la isla de San
Miguel en las Azores. Luego de regresar a España, fue nombrado para el cargo en Lima. Desembarcó en
Buenos Aires y viajó al tirú por tierra, lo que le permitió conocer las provincias del sur, llegando a Lima en
julio de 1806. En 1812 recibió el título de marqués de la Concordia Española del Perú, a pedido del
cabildo de la ciudad de Lima.
Aun dejando a un lado su resistencia a la independencia, los logros Abascal se igualan a los de
otros virreyes famosos. Gracias a su iniciativa o dirección, se introdujo la vacuna contra la viruela en el
Perú, creándose la Junta de Conservación y Propagación para mantener los aprovisionamientos ; se
avanzó con la limpieza y el ordenamiento de ! i ni a; se incrementó el número de vigilantes nocturnos; se
prohibió la práctica de enterrar a los muertos en las iglesias y se construyó un gran cementerio público;
se introdujeron los motores a vapor en las minas; se mejoró la Casa de Moneda de Lima; se reconstruyó
y reabrió el Colegio de San Pablo, o del Príncipe, para mestizos e indios; se creó el Colegio de
Abogados; se construyó el Jardín Botánico, y se fundó el famoso colegio médico de San Fernando. En
14 . Diccionario histórico biográfico, 1:33-35
15 . Neuhaus ―Hacia una nueva clasificación‖, en la causa de la emancipación del perù,pp.12-19
16 . Historia de la Emancipación, 1: 402
[21]
cuanto a gastos de defensa, se invirtieron muchos esfuerzos y dinero en la reconstrucción y
reforzamiento de varios fuertes; reabrió la fábrica de pólvora de Lima que bahía sido incendiada en 1792,
y establecieron dos nuevas divisiones regulares, proveyéndolas de instalaciones, armas, uniformes y
entrenamiento. Para la defensa de la región alrededor de Lima creó la milicia Regimiento de la Concordia,
compuesta de tres batallones y comandaba por los aristócratas de Lima, y también supervisó la creación
de un batallón de milicianos compuesto por empleados de comercio. Para la defensa de la península
misma, Abascal reunió tanto dinero que, según Germán Leguía y Martínez, cuando regresó a España
dejó al Consulado y al estanco del tabaco con deudas de 7 millones con 3.5 millones de pesos
respectivamente.17 4
En una prosa simple, hasta pedestre, Abascal orgullosamente pasó revista a estos varios logros
en su Memoria, sin vacilar en señalar sus propios errores, aunque solía atribuir cualquier error a la falta
de fondos o a la ineptitud de sus subalternos. Sus propias reflexiones parecen implicar que sentía que
ninguna tarea era demasiado grande (admitió que todo era difícil al inicio pero se hacía fácil con la
práctica) y sugirió que América necesitaba magistrados que poseyeran lo que obviamente él pensaba que
eran las cualidades más importantes: "un amor a la humanidad y al trabajo". 18 Considerado
erróneamente como un severo déspota, Abascal fue en realidad un servidor del rey completamente
profesional que amaba el trabajo, admiraba la eficiencia, no tenía paciencia con la incompetencia, no
gustaba de la pompa, pero disfrutaba del poder. Si fue arrogante, esto fue el producto del éxito y de la
confianza, no de la venalidad. Sabía quién era y por qué había sido enviado al Perú. En 1814 tuvo un
desacuerdo con la audiencia —con la que sus relaciones fueron malas por lo general— sobre el trato que
se le debía dar a un rebelde enviado desde Arequipa para ser juzgado. Cuando la audiencia se refirió a
su desacuerdo como a un "conflicto", el virrey respondió: "que otra vez evite conmigo la palabra conflicto,
porque no entiende su significado, o se olvida de lo que soy y de lo que represento". Esta seguridad de
propósito fue la característica más importante de Abascal.
Abascal heredó el control de un país que ya había sido abatido de muchas formas, desde un
violento levantamiento indígena hasta furiosos reclamos por justicia de parte de aristócratas del más alto
nivel social. El levantamiento de Túpac Amaru de 1780-1781, el desafío más serio al gobierno español
antes del movimiento de la independencia, fue la más terrible rebelión indígena en la historia de América.
Fue tanto una guerra de razas entre indios y blancos como un intento de revolución social dirigido a
asegurar una distribución más justa del poder político y de la riqueza para los indios y mestizos de la
sierra. Algunos historiadores peruanos citan el levantamiento de Túpac Amaru como la primera etapa de
la guerra de independencia, insistiendo en que su objetivo era la separación de España.
Parece más exacto, sin embargo, contar el de 1780 como uno más, si bien el más masivo, de los
levantamientos contra de la discriminación social y explotación económica que tuvieron lugar con
frecuencia en el Perú colonial. El programa que Túpac Amaru propuso incluía el establecimiento de una
audiencia en el Cuzco, el cambio del maltrato económico al que los mestizos y los indios estaban
sometidos a manos de los corruptos corregidores, la abolición del impuesto de las aduanas al comercio
entre provincias, la libertad de los esclavos, y la total abolición del repartimiento, la abolición de la mita y
la mejora en las condiciones de trabajo en las minas y obrajes, Túpac Amaru declaró repetidamente que
no se rebelaba contra la corona, ni contra la religión, sino que sólo quería derrocar a los administradores
inmorales que maltrataban a los indios desafiando las leyes que los protegían. Fue así como Túpac
Amaru tocó el tema fundamental de los reclamos peruanos entre 1780 y 1821 —que las mejores leyes y
los gobiernos más justos estaban siendo pervertidos miles de millas lejos del centro del poder en España
17
. Leguìa y Martínez, Historia de la emancipación, 1: 403-418 18
. Abascal, Memoria, 1:129.
[22]
por administradores españoles inmólales y codiciosos en el Perú—. La rebelión fue aplastada en el Bajo
Perú en 1781 y en el Alto Perú en 1782, al costo de 100,000 muertos. Luego que la rebelión terminó,
España estableció varias reformas básicas en la administración del interior. Se creó una audiencia en el
Cuzco, se abolió el repartimiento, y el sistema de intendencias, que ya se había puesto en marcha en
otras partes del imperio, fue importado al Perú para reemplazar a los corruptos corregidores.
Las reformas, sin embargo, estuvieron orientadas hacia una mayor centralización imperial que a
resolver los reclamos del Perú. León G. Campbell ha señalado que el efecto neto de la rebelión de Túpac
Amaru fue el endurecimiento de las actitudes realistas frente al peligro de una insurrección interna de las
clases bajas o criollas. Inmediatamente después de la revuelta, los españoles comenzaron a desmovilizar
a las milicias criollas y mestizas del interior del Perú y retornaron al antiguo sistema dependiente de
destacamentos permanentes de soldados veteranos. Después de 1784 las milicias se restringieron a las
intendencias de la costa y la sierra fue devuelta al cuidado de pequeños pero bien entrenados
destacamentos regulares donde no se permitió la influencia de los criollos. No fue sino hasta 1810 que el
Perú regresaría a depender de grandes fuerzas milicianas. Aunque Campbell pone tal vez demasiado
énfasis en el asunto cuando dice que "el Perú se mantuvo como un bastión del realismo gracias a un
ejército de ocupación", el hecho esencial es que el régimen realista peruano, único entre todos los
regímenes coloniales americanos, había enfrentado y vencido a una amenaza masiva al poder español
en la generación anterior al movimiento por la independencia, endureciendo así sus defensas y
forzándose a alterar la misión primaria del ejército después de 1784 de la defensa frente a un invasor
extranjero a la defensa frente a una rebelión interna de las clases bajas. Esta conciencia del peligro de
una rebelión indígena indudablemente fue una ventaja para el régimen peruano. El movimiento peruano
por la independencia no se iniciaría con un masivo levantamiento indígena como el mexicano Grito de
Dolores de 1810.
Otro aspecto de la reorganización administrativa de los años de 1780, en este caso no exclusivo
del Perú, fue la política de la península de reemplazar gradualmente a los funcionarios nombrados por la
corona nacidos en América, especialmente los miembros de la audiencia, con peninsulares.
Mark A. Burkholder y D.S. Chandler han demostrado que esta fue una política que abarcó a todo el
imperio y fue una de las más importantes reformas borbónicas defendidas por el ministro de Indias José
de Gálvez y el visitador general del Perú José de Areche. Más importante que la simple exclusión de los
criollos fue la exclusión específica de los limeños de la audiencia de Lima. Entre los años 1740 y 1770 los
limeños y criollos de otras partes de América conformaban una mayoría en la audiencia de Lima; sin
embargo hacia 1803 sólo un limeño, José Baquíjano y Carrillo, y otro criollo eran miembros de la
audiencia. Esta política, mientras que ajustaba el control de Madrid sobre la administración americana,
también provocó que los criollos sintieran que se les negaba la parte que les correspondía del poder,
parte que habían poseído en el pasado. El efecto neto de estas reformas fue por lo tanto contradictorio;
mientras tendieron a suprimir la rebelión de las clases bajas, añadieron nuevos reclamos de las clases
medias y altas.10 En Lima, donde las aspiraciones a un nombramiento del gobierno eran particularmente
agudas, el reclamo que los criollos debían ser nombrados al menos a un tercio o a la mitad de todos los
cargos en el gobierno fue constante desde lo» años de 1790 hasta la independencia.
Tampoco las quejas sobre corrupción y maltrato amainaron luego «lela supresión del
levantamiento indígena. En vez de ello, se esparcieron al grupo de caballeros pensadores en Lima que
habían sido fuertemente influenciados por sus lecturas de los filósofos de la Ilustración. Éste es el grupo
de precursores intelectuales sobre los cuales tanto se ha escrito. La cabeza de este grupo de
pensadores ilustrados fue José Baquíjano. En 781 Baquíjano fue elegido para pronunciar el principal
discurso de bienvenido al recientemente llegado virrey Agustín de Jáuregui (1780-1784). El discurso inició
[23]
toda una generación de debate y discusión sobre el tema de la política española en el Perú. Baquíjano
fue lo bastante franco como para criticar al régimen español —sólo cuatro meses después de la derrota
de Túpac Amaru— por el maltrato a los indios y señalar el hambre, la desolación y la miseria que ellos
sufrían.
Aunque el texto del discurso dé Baquíjano fue luego confiscado por real orden, las nuevas ideas
que se atrevió a enunciar abiertamente se convirtieron en la doctrina central de una generación de
pensadores liberales. Esta filosofía liberal alcanzó su cima en el período comprendido entre 1791 y 1795
con la publicación del Mercurio Peruano. Los más importantes intelectuales de Lima escribieron para el
Mercurio, utilizan-dolo para discutir abiertamente el estatus del indio y las filosofías del derecho y la razón
natural, los cuales eran considerados por los conservadores como potencialmente subversivos. Muchos
personajes en este grupo, la mayoría de los cuales pertenecía a la Sociedad de Amantes del País, eran
maestros o se habían graduado en el Real Convictorio de San Carlos, una institución fundada por el
virrey Manuel de Amat y Junient que funcionó como el principal colegio de Lima y era la sede de la
facultad de humanidades de la Universidad de San Marcos.
El Convictorio de San Carlos no sólo eclipsó a la universidad como la institución donde se transmitían
nuevas ideas, era la principal fuente para la difusión de la filosofía de la Ilustración. Bajo el rectorado de
Toribio Rodríguez de Mendoza —el principal maestro y guardián de la nueva corriente de pensamiento—
San Carlos produjo muchos estudiantes con un profundo conocimiento de los escritos de Locke,
Descartes y Voltaire, defensores del contrato social, el derecho natural y la primacía de la razón. 12
Los profesores y estudiantes de San Carlos fueron autores de las más importantes críticas
intelectuales del sistema español desde los años 1780 hasta fines de la década de 1810. El Perú produjo
uno de los grupos más grandes y significativos de pensadores de la Ilustración en toda América del Sur.
Sin embargo será muy claro en los próximos capítulos que la generación de Baquíjano y la generación
que la sucedió, hacia 1808, y que produjo mentes tan brillantes como Manuel Lorenzo Vidaurre, José
Faustino Sánchez Carrión y Francisco Javier Luna Pizarra, eran sobre todo críticos del régimen antes que
rebeldes. Es importante reconocer esta distinción. A menudo se cree que puesto que el Perú produjo
críticos sociales, libertarios y defensores de la igualdad, se hizo por lo tanto independiente. Muy por el
contrario; los defensores de la filosofía de la razón eran productos de la clase alta o aspirantes a formar
parte de ella. Aunque abogaban por el mejoramiento de la condición de los indios, también temían las
consecuencias de una posible rebelión indígena. Aunque opuestos al sistema del monopolio español, que
ponía el dominio sobre el comercio interno y externo del Perú en manos de peninsulares, buscaron en su
lugar el dominio de los criollos. Aunque opositores del escolasticismo, lucharon como nadie de manera
tan ardua para lograr la preferencia que les permitiese ser nombrados en cargos y por la seguridad de
tener un puesto de por vida en la universidad, el colegio, el protomedicato, la burocracia, o la iglesia. Sólo
una pequeña minoría de pensadores liberales, como lo dice Pike, creyó que la independencia resolvería
los problemas que consideraban eran los problemas del Perú.13 La mayoría buscó la reforma dentro del
sistema imperial, igualdad para los criollos y autonomía para el Perú.
El casi una regla general que los más racionales de los pensadores |.n ii.mos fueron los más
lentos en aceptar la idea de la independencia. Los pensadores peruanos que dependían del empiricismo
no podían no podían rechazar automáticamente la personalidad imperial de España; puesto que en tanto
que el antiguo imperialismo funcionaba, era en sí mismo racional. Los reformistas buscaban el "buen
gobierno", y la reforma del régimen existente parecía una manera más rápida y efectiva de conseguirlo de
lo que podría hacerlo una rebelión. En consecuencia, en 1812 ya encontramos a Baquíjano convertido en
[24]
un oidor, un noble con título y receptor de la gran distinción de haber sido elegido como consejero de
estado, escribiendo al virrey Abascal para iniciar una investigación sobre supuestas conspiraciones
liberales en la primera elección constitucional.
No se puede esperar que un hombre así sea un rebelde. Baquíjano acusó a fray Segundo Carrión de
promover irregularidades electo-mies, a fray Tomás Méndez de provocar el desorden entre los jóvenes y
las clases bajas, a fray Cecilio Tagle de ser un notorio defensor de la igualdad entre las clases, al
abogado Manuel Pérez de Tudela de "mantener las mismas opiniones criminales", a Francisco de Paula
Quiroz de expresar públicamente estas ideas, a Joaquín Mansilla de solicitar votos, y al conde de la Vega
del Ren de encaminarse equivocadamente por ideas traidoras.
A pesar del papel subversivo que jugaba en los asuntos del Perú, el Convictorio de San Carlos
continuó enseñando y difundiendo la filosofía de la Ilustración hasta 1816, cuando, como resultado de una
visita ordenada por Abascal y llevada a cabo por Manuel Pardo, regente emigrante de la audiencia del
Cuzco, se cerraron sus puertas temporalmente y Toribio Rodríguez de Mendoza, su rector durante más
de treinta años, fue despedido y reemplazado por Carlos Pedemonte. Aún así, no es claro si el convictorio
fue sometido a disciplina debido a su política o simplemente porque se encontró que sus finanzas y vida
comunitaria necesitaban reforma. El informe final de la visita de Pardo halló que los ingresos del
convictorio, usualmente de unos 18,000 pesos al año en tributos provenientes de varias haciendas y otras
donaciones del gobierno y de las pensiones de los estudiantes se habían reducido en 1816 a sólo 2,500
pesos. Hacia 1816 el convictorio tenía un rector, dos vice-rectores, y once profesores, pero solamente
setenta y tres estudiantes, no todos los cuales se alojaban en el convictorio como se suponía debían
hacerlo. Todos los estudiantes fueron cuestionados con respecto al currículo, a la vida comunitaria y a la
administración interna del colegio, y se encontró que la comida era extremadamente limitada y que las
estrictas reglas de conducta que se encontraban en las constituciones originales del colegio no eran
obedecidas. Pardo informó que la biblioteca del convictorio contenía algunos libros prohibidos, aunque
eran guardados bajo llave. Se propuso una nueva constitución para el colegio, que consistía
principalmente de reglas mucho más estrictas para la vida del colegio, sobre las comidas, contactos con
el exterior y currículo, pero Pardo admitió que no sería posible una mejora perdurable en el colegio debido
a la decadencia de la Universidad de San Marcos, a la que describía "no es más que un edificio de pura
pompa y ostentación". La lentitud del régimen virreinal en corregir el colegio se debió probablemente a la
gran importancia de San Carlos para el sistema educativo del virreinato. El virrey Joaquín de la Pezuela,
cuando envió a España el informe final de la reforma del colegio, admitió que su declive se sentía mucho
más profundamente "cuanto se podía llamar el único de su clase en este Reyno".
En muchos respectos entonces, el historiador que busque explicaciones para la independencia
del Perú concentrándose en el Convictorio de San Carlos y sus egresados estaría equivocado. Muchas
de las mal importantes lumbreras del grupo de liberales que produjo el convictorio en realidad nunca
estuvieron a favor de la rebelión, y muchos otros se unieron al movimiento por la independencia sólo
después de 1820. El convictorio colapso sólo en 1816, como resultado de su propia quiebra, y entonces
incluso el virrey Pezuela lamentó su desaparición. Un foco más importante de disenso se encontraba en
otra parte.
Además de la crítica precisa y racional de los pensadores ilustrados de Lima, el régimen español
también estaba sujeto a una ráfaga constante de reclamos y denuncias que tenían su origen en quejas
económicas v personales. De muchas formas estos reclamos personales dan una idea más práctica
aunque ordinaria de lo que molestaba a hombres y mujeres anónimos en el Perú a fines de la colonia. Un
tema predomina M estos reclamos, como en todos los otros: las acusaciones de corrupción e inmoralidad
[25]
dirigidas en contra de los administradores peninsulares del virreinato y centradas en la ansiedad por el
estatus y los tenores de carácter económico de los individuos.
La principal característica de Lima a fines de la colonia parece haber sido una propensión más
bien desagradable hacia el insulto. Esto se puede ilustrar mejor revisando la serie de furiosas cartas de
denuncia enviadas a España entre 1810 y 1817 por dos hombres llamados Domingo Sánchez Revata y
Antonio Pérez. Poco se sabe sobre uno u otro excepto lo que revelan sus numerosas cartas. Pueden
tomarse como re-I »i 1 tentativas, aunque con considerable exageración, de la gran poblarle >n de
letrados que caracterizaron a la Lima colonial tardía, porque ambos eran bien educados, desempleados
buscadores de un puesto en |] gobierno. Por ejemplo, Abascal definió la profesión de Sánchez Revata
como la de un "escribidor".16 Ellos eran más representativos de Lima de lo que eran los caballeros
pensadores de la aristocracia y los colegios. Impresionan al lector sobre todo con su ansiedad y
frustración. Este descontento, que deriva de un deseo por participar de manera más plena de las cosas
buenas de la vida que Lima ofrecía, es el centro de la confusa política limeña en los últimos años. La
ambición personal, la cólera y frustración jugaban una parte significativa en las decisiones que hicieron
los limeños, o no hicieron, en la guerra de la independencia.
Los quejosos, autocomplacientes, alucinados discursos de Domingo Sánchez Revata, a pesar de
sus excesos, reflejan los típicos temores y preocupaciones de la Lima colonial tardía. Revata parece no
haber tenido otra ocupación que escribir largas cartas a una sucesión de gobiernos peninsulares, cada
una de ellas con el objetivo de señalar la multitud de errores de las autoridades peruanas. En 1791, por
ejemplo, envió a España una denuncia de los abusos en la recolección del tributo indígena en Cañete,
servicio al estado por el cual fue recompensado con cuatro cargos hechos en su contra por el
subdelegado de Cañete, su encarcelamiento por breve tiempo, la confiscación de los bienes de su madre,
y una batalla legal para limpiar su nombre que duró quince años y que resultó, según dijo, en su completa
reivindicación. En 1806 se quejó de los abusos en el manejo de las denuncias que había llevado ante la
audiencia, y se enfureció cuando el virrey le exigió que enviase un bono de 1,000 pesos.
Durante el reinado de Carlos IV despachó informes acusando a la audiencia, a los tribunales, a los
magistrados, a los subdelegados y a los virreyes de actos injustos e innumerables extorsiones y abusos
de poder. Criticó el sistema de monopolio, implorando por la libre agricultura y comercio.
Propuso reformar las Leyes de Indias; la abolición de los cargos de regidor perpetuo del cabildo;
la abolición del cargo de asesor virreinal; la abolición del tributo, de la alcabala y de los monopolios
estatales; la abolición de los salarios de los oficiales del Consulado; el incremento de los salarios de los
magistrados y escribanos de modo que el público pudiese llevar casos a la corte sin tener que pagar una
infinidad de costos; y la abolición de los derechos eclesiásticos. Luego del establecimiento de la
Constitución escribió una serie de denuncias acusando al virrey y ala audiencia de desobediencia a la ley.
Aunque acusó a los miembros electos del cabildo de malversación de fondos, también acusó al anterior
consejo de regidores perpetuos de ser partidarios aduladores del virrey Abascal. Acusó al menos a la
mitad de los miembros de la audiencia de corrupción. Acusó a Ignacio de la Pezuela, secretario de la
Regencia española y luego ministro de estado, de ser un agente del virrey Abascal. En una sola frase
elogió a Joaquín de la Pezuela, hermano de Ignacio y subinspector de artillería del Perú, por ser un genio
responsable de mejorar las defensas del Perú y al mismo tiempo lo acusó de ser un traidor partidario de
Manuel de Godoy y Revata, en su histérico intento por ser escuchado, llegó a en-| tu una carta llena de
tales cargos a Jorge III, rey de Inglaterra.
Los blancos preferidos de Revata fueron el virrey Abascal, el cabildo de la ciudad de Lima, y la
audiencia. Abascal, denunció en varias cartas, gobernaba de manera despótica, desobedecía las órdenes
[26]
reales de su voluntad y su poder dependía de una camarilla de favoritos que m. Imán a los miembros de
la audiencia y a los regidores de la ciudad. En una carta resumía lo siguiente: "el virrey Abascal ha sido
el peor de los que han gobernado, ha sido arbitrario [...]. Su objeto principal ha sido adquirir cruces, titular
y acopiar moneda para dotar a su hija la Ramonsita, que a todos se la ofrecía en matrimonio [...]" Al
secretario del virrey lo llamó "un mulato, hijo adúltero de un cómico [...]" El cabildo, insistió, no era otra
cosa que un "gran mayorazgo de cada Regidor". Pero la audiencia y todos sus funcionarios estaban más
allá de las palabras. En una carta Revata resumió la multitud de faltas de sus magistrados al concluir que
"no solo ignoran la ley sino que no tienen un libro en sus cuartos de estudio [...]"[trad.]. Agotado por su
propia retórica, concluyó otra carta diciendo: "Los virreyes en Lima hacen cuanto quieren [...] y se han
hecho tan ridículos, que al oír celebrar sus hazañas imaginarias, por ellos mismos, me parece que oigo a
D. Quijote celebrar a su Dulcinea del Toboso"[trad.].
Citamos aquí a Revata para ilustrar el grado de enojo que sentían algunos limeños. Muchas de
sus acusaciones son demostrablemente falsas. En un momento, dijo por ejemplo que Abascal había
enviado ―millones‖ de pesos a Panamá para la herencia de su hija Ramona, cuando ele hecho Abascal
nunca se aprovechó personalmente de su administración. Igualmente falsa fue su carta a España fechada
el 8 de abril de 1810, en la cual acusaba a la iglesia peruana de extorsión en la cobranza de derechos por
concepto de bautismo y matrimonio. Esta fue una de las pocas cartas de Revata que motivó una
respuesta. La Regencia ordenó al arzobispo Bartolomé de Las Heras de Lima que moderara los cobros.
En respuesta, el arzobispo Las Heras, un hombre cuya rectitud y honestidad nunca han sido
cuestionadas, dijo a la Regencia que aunque él obedecería la orden, escandalizaría al clero, puesto que
negó enfáticamente que recibiesen pagos excesivos.
No sorprende que Revata provocara la ira del recto Abascal, quien ordenó su arresto en dos ocasiones. A
inicios de 1812 fue encarcelado acusado de ser el autor de documentos subversivos y de distribuir
proclamas de los insurgentes de Buenos Aires. Respondiendo a las acusaciones de Revata consistentes
en que el regente de la audiencia, Manuel de Arredondo, era culpable de colusión y conspiración en la
confiscación de haciendas en el valle de Cañete pertenecientes a partidarios de los franceses, Abascal
dijo que Revata "es un panfletista [...] que conspiran con sus detestables escritos al desorden [...] y tomar
por sorpresa a los Tribunales superiores con quejas y agravios que solo existen en sus desconcertados
cerebros"[trad.]. Otra vez en diciembre de 1812, durante las primeras elecciones constitucionales en
Lima, Abascal ordenó que Revata fuese confinado en Magdalena acusado de conspiración electoral y
envió guardias para que registrasen su casa en búsqueda de evidencias de traición. Cuando el virrey
Abascal pidió información sobre Revata a un selecto grupo de caballeros confiables en Lima en 1813,
sólo uno declaró conocerlo. José Baquíjano contestó que Revata "es un hombre malvado en el sentido
completo de la palabra".
Obviamente, la condena que Revata hizo de casi todos los que tenían poder en Lima no es creíble.
Algunas de sus acusaciones reflejan fielmente las preocupaciones de la gente común y corriente,
mientras que otras eran claramente falsas. Todas estaban motivadas por ambición personal, un violento
orgullo y, a juzgar por el a menudo incoherente estilo de sus cartas, más que una pizca de locura. Revata
era simplemente el más histérico de muchos otros quejosos que escribían a España acusando a las
autoridades virreinales de despotismo, corrupción y tiranía. Las percepciones populares de la realidad,
tanto como en la vida misma, son importantes para el historiador.
Las denuncias de Antonio Pérez eran más específicas que las de Revata pero no más creíbles.
En una serie de cartas, Pérez atacó a la audiencia y a la iglesia; su tema permanente fue la difundida
inmoralidad del Perú. Refiriéndose a la iglesia, acusó a los prelados y sacerdotes de vivir públicamente
[27]
con concubinas y sus hijos; afirmó que los prelados absorbían un tercio del ingreso de la iglesia para su
propia manutención mientras que otros sacerdotes vivían en gran necesidad; que las órdenes regulares
se habían deteriorado enormemente con la pérdida de la disciplina; que algunos miembros huidos de las
órdenes regulares se habían unido a las bandas de bandidos y violadores; y que muchos padres estaban
consignando a sus hijas a la vida religiosa a edades tan tiernas como los doce años.
La audiencia era el blanco favorito de Pérez. En una carta especificó las quejas que
comúnmente se hacía en contra de los oidores. Sólo el criollo Miguel de Eyzaguirre, fiscal del crimen, un
favorito de los peruanos, estaba por encima de toda sospecha. Todos los otros miembros de la audiencia,
dijo, eran venales y corruptos. Domingo Arnaiz había abandonado a su esposa y estaba viviendo con su
concubina en una panadería que había puesto para ella; Manuel María del Valle y Postigo era un famoso
fanfarrón propietario de varias haciendas que había robado 80,000 pesos a su cuñada; Manuel García de
la Plata era también un fanfarrón que había robado grandes sumas de dinero a las cofradías; José Pareja
era dueño de una gran hacienda y de una mantequería, y notoriamente exigía dinero de la gente que
tenía litigios; Juan del Pino Manrique, aunque no era un fanfarrón y no participaban el comercio, era
también venal, como lo era Tomás Ignacio Palomeque, quien había acumulado deudas en el juego por
31,000 pesos; Juan Bazo y Berri no vivía con su familia; y José Muñoz, el asesor virreinal que era muy
popular con los criollos, vivía en la más grande inmoralidad. En otra carta Pérez se quejaba de los
salarios excesivos de los oficiales reales y denunciaba a Abascal como un déspota. En otra, se quejaba
de los inmensos costos de la guerra y de los 400,000 pesos que el general Pezuela había gastado en
reconstruir las defensas de la capital, y denunciaba que los comandantes empleaban a los soldados
como sirvientes en sus casas. Dijo que los miembros del cabildo de Lima eran todos hombres pobres que
lograban mantener solamente las calles principales de la ciudad en buen estado mientras que el resto se
deterioraba, repitiendo exactamente una acusación hecha por Revata. Dado que los esclavos que
vendían comida y agua en las calles eran propiedad de los regidores del cabildo, nada se hacía para
controlar los pesos y los precios.
Las muchas cartas de Revata y Pérez no eran de ninguna manera las únicas denuncias que se
hacía de las autoridades del gobierno. Mariano Tramarria escribió en 1816 para repetir los cargos en
contra de los miembros de la audiencia. Ampliando su queja para incluir a todo el gobierno, dijo que
"desde el Capitán General hasta el más mínimo empleado en todos los ramos [...] son propiamente unos
tiranos a la sombra del regio manto". Un alto burócrata del gobierno, Joaquín Jordán, tesorero interino de
los monopolios nacionales, escribió en varias ocasiones para acusar al regente, Manuel de Arredondo, de
colusión en la compra y administración de haciendas. Mientras tanto, una denuncia anónima fechada el
10 de agosto de 1810 llevó los insultos a su extremo especificando a tres miembros de la audiencia que
eran adúlteros y nombrando a las mujeres que vivían con ellos; acusando a Manuel Valle de haber sido
aprendiz de herrero antes de llegar al Perú; a Juan Bazo y Berri de ser el hijo de un fraile mercedario y de
estar casado con una mestiza; a Gaspar Osma de ser un insurgente; a Tomás Palomeque de robar de un
taller de platería; a José Baquíjano de corromper la moral de los jóvenes nobles y de ser protestante. 23
El principal valor de estas cartas de denuncia es que revelan el ambiente de Lima a fines de la
colonia. Era una sociedad caracterizada por la sospecha, el insulto, de fuertes disputas personales, y de
ambición rapaz.
22. Pérez al gobierno español, Lima, 26 de Junio
23. Mariano Tamarria al rey, Lima, 1 de mayo de 1816,AGI,Lima 773
[28]
El aire estaba envenenado de recriminaciones y egoísmo. Sin embargo, el disenso se fundaba
en la ansiedad por estatus y la lucha por los cargos, no en los grandes principios del contrato social o los
derechos del hombre.
Simón Bolívar más tarde se refirió a ella de manera desesperanzada diciendo "este país está afligido de
pestilencia moral", ―y cada pillo quiere ser supremo". Basil Hall declaró que Lima estaba caracterizada
por un obsesionante egoísmo".24 Éste no era un invento; muchos visitantes lo notaron, y las propias
cartas de los limeños dan testimonio de ello. Habían demasiados aspirantes a ocupar los cargos estaban
necesariamente restringidos por los recursos limitados y por una consciente política imperial. A pesar de
todas sus quejas, por impuesto, los descontentos pretendientes de Lima se unirían a la corona cuando se
sintieron amenazados por el abrumador desastre de la rebelión indígena o de la invasión francesa, pero
cuando esos peligros no estaban presentes volvían a las luchas internas. Fue en este medio que el virrey
Abascal tuvo que actuar. De todos sus logros, el mayor fue que en un ambiente así fue capaz de
mantener el más fuerte y efectivo de todos los gobiernos españoles en el rebelde imperio
hispanoamericano.
La ansiedad por el estatus que reinaba entre los peruanos, y su incapacidad para ponerse de
acuerdo entre ellos, fue el mayor aliado de Abascal en la crisis política que barrió el imperio español en
1808. El 9 de agosto de 1808 el cabildo de la ciudad de Lima recibió la noticia del virrey que el rey Carlos
IV había abdicado a favor de su hijo Fernando VIL25 En otras partes del imperio esta revelación, y los
sucesos que siguieron de inmediato, llevó a un sostenido período de crisis constitucional sobre la
posesión de la soberanía. En Lima, aunque sería exagerado decir que no hubo conmoción, la abdicación
del rey y el derrocamiento de su principal ministro Manuel de Godoy no llevó a una revolución o a un
intento por crear un autogobierno local, como sucedió en Ciudad de México, Caracas, Bogotá y Buenos
Aires.
Sólo cuatro días antes de que llegasen las noticias de la abdicación, el cabildo de la ciudad de
Lima registró en sus actas una discusión sobre el estado de las defensas del Perú. Habiendo decidido
que el virrey Abascal, quien había estado en el poder durante dos años, era en gran medida responsable
por las mejoras en seguridad, el cabildo determinó enviar una carta al rey pidiendo que Abascal
permaneciera en el poder "sin que le comprehenda el término [habitualmente virreinal] de cinco años, ni
otro tal, no nombrándole sucesor".26 Aunque la carta probablemente no fue enviada en esta ocasión, el
cabildo escribió más tarde recomendaciones similares. Prefiriendo la seguridad a la conmoción, los
criollos apoyaron a Abascal. El virreinato del Perú fue gobernado en 1808 por un hombre que tenía la
confianza general de incluso el cabildo criollo de la capital, algo que no ocurrió en ninguna otra parte de
América. Preparada así contra la tormenta que iba a estallar, Lima comenzó a hacer planes para la fiesta
que llevaría a cabo en honor del acceso al trono de Fernando, y el virrey fijó el 1 de diciembre como la
fecha para el juramento formal de fidelidad al nuevo rey.
Luego, el 4 de octubre, llegaron las noticias, a través de Chile, de que Fernando VII también
había abdicado y que había sido encarcelado por Napoleón en Bayona. El cabildo notó que este evento
"causó un inexplicable dolor y sentimiento general" entre toda la población. Pero aún entonces no hubo
una crisis de confianza en el régimen español. El virrey informó al cabildo que Fernando siempre sería
reconocido como el único rey legítimo, y así fue. Abascal cambió la fecha para el juramento de fidelidad
más temprano, del 1 de diciembre al 13 de octubre. Luego de apresurados planes, el juramento tuvo lugar
el día señalado entre considerable pompa. Sólo un mes antes, el virrey José de Iturrigaray de México
había sido derrocado en un golpe de estado encabezado por mercaderes peninsulares conservadores
[29]
que temían que no fuese suficientemente leal al nuevo rey. En Lima no hubo tal confusión. Mientras que
lm rabudos de ciudad de México, Bogotá, Santiago, Caracas, Quito y Buenos Aires aprovecharon la
oportunidad de la cautividad del rey para proclamar la doctrina de la soberanía popular y encaminarse
hacia la autonomía bajo juntas provisionales creadas en nombre del rey, el cabildo de la ciudad de Lima
reunió sólo la franqueza suficiente para pedir al virrey, el 15 de octubre, que se suspendiera el cobro de
la amortización ordenada en 1804 por la Cédula de Consolidación.27 Los regidores limeños ignoraban
que la suspensión de la Consolidación ya había sido ordenada por la Junta Central Española.
La Junta Central era el gobierno formado a mediados de 1808 por las varias juntas provinciales
que habían surgido en España para resistir la invasión y conquista francesa luego que Fernando cayese
prisionero. Se reunió por primera vez a fines de setiembre de 1808, y durante dieciséis meses fue el
único gobierno legítimo en España y el imperio, con su sede primero en Sevilla, luego en Cádiz y la isla
de León. Cuando se anunció en Lima la creación de la Junta Central el 9 de marzo de 1809, la capital
respondió una vez más tranquila y lealmente reconociéndola tic inmediato como el gobierno legítimo.28
Lima permaneció tranquila v MU problemas en medio de la más grande crisis política que jamás había
aquejado al imperio. A pesar del descontento masivo de los peruanos con el régimen, cuando llegó la
tormenta la élite encontró en Abascal su faro de salvación.
Entre 1808 y 1810 el virrey Abascal elaboró él mismo la respuesta básica a las sucesivas olas de
crisis política que siguieron, una política de moderación y prevención. Mientras que trabajaba febrilmente
re-modelando las defensas del virreinato, creando el Regimiento de la Concordia en 1811 y gastando
grandes sumas de dinero en los trabajos de defensa del general Pezuela, también se cuidó de no ofender
a los Criollos peruanos prominentes que parecían encontrarse al borde del disenso. Su mano estaba en
todas partes, moderada cuando era necesario, firme y agresiva cuando así se requería. Su política
maestra, tal como resultó, fue prevenir la difusión de la insurrección en el Perú procedente de sus
vecinos.
Cuando Abascal necesitaba ser moderado, era notable cuan suave podía ser. Poco después de
que llegasen a Lima las noticias de la usurpación napoleónica del trono, un grupo de prominentes
médicos comenzó a llevar a cabo reuniones en el
Colegio de Medicina de San Fernando para discutir los acontecimientos políticos del imperio.
Incluyeron a José Pezet, quien entonces era el editor del periódico oficial del gobierno, la Gaceta de
Gobierno; Hipólito Unanue, la figura más importante del Colegio de Medicina; Gavino Chacaltana,
profesor de anatomía; y tal vez otros diez o quince profesores y estudiantes. Estas personas eran
importantes para Abascal y para la capital; habían elevado la práctica de la medicina a un nivel más
profesional y la sacaron del control de los charlatanes y cirujanos que la habían dominado en el pasado.
Además, eran demasiado talentosos para tenerlos como enemigos. Cuando Abascal recibió una
denuncia, tal vez de un estudiante del colegio, determinó, en vez de llevar a los doctores a juicio,
simplemente alertarlos de que desistieran de hacer más discusiones políticas. Cuando reconvino a cada
uno de ellos en privado, se mantuvieron en silencio. 29
Pero cuando apareció la conspiración entre las clases bajas, Abascal pudo atacar rápidamente.
Luego del levantamiento de Quito en agosto de 1809, por ejemplo, un grupo de habitantes relativamente
humildes de Lima urdió un complot para establecer una junta provisional y forzar al virrey a sancionar el
plan. Aunque el proyecto nunca fue más allá de la fase de las conversaciones, fue denunciado al virrey, y
los miembros de la conspiración fueron arrestados y encarcelados la noche del 26-27 de setiembre de
1809. Los principales conspiradores eran Antonio María Pardo, un agente de negocios que tenía la
protección de Francisco Zarate, el hijo del poderoso marqués de Montemira; y Mateo Silva, un joven
[30]
abogado criollo. A ellos se unieron: un peninsular, José Antonio Canosa; un empleado de la lotería, José
María García; un cajamarquino, Juan Sánchez Silva; un joven guardia nocturno, Pedro Zorrilla, y varios
jóvenes cadetes. Otra importante conexión provino de la membresía de José Santos Figueroa y
Villacorta, quien era un empleado del síndico del cabildo, Manuel Pérez de Tudela, tal vez el más
importante abogado liberal de Lima. Luego de una investigación de dos meses, el oidor Juan ha/o y Berri
expidió unas sentencias tan duras que hicieron parecer el complot más serio de lo que fue realmente.
Todos los conspiradores frieron sentenciados a prisión.30 Vicuña Mackenna llama a este el complot más
importante antes del levantamiento de Pumacahua en 1814, lo que muestra adecuadamente la relativa
ausencia de conspiraciones por la independencia en el Perú de Abascal.
Por lo tanto, aunque algunos peruanos comenzaron a virar hacia el disenso político, la mayoría
apoyó al virrey en nombre de su tan nuevo • i mío desconocido rey. Perú experimentó un emotivo
resurgimiento de lealtad a la madre patria y al príncipe que, creían los peruanos, había sido a (rapado y
destruido en un desastre político creado por la agresión del tirano francés y la ambición de su propio
padre. Como las verdaderas inclinaciones de Fernando no eran todavía conocidas, se convirtió en "el
deseado", la esperanza de la futura seguridad del imperio. Eventualmente Fernando mostró que no
merecía el afecto de su pueblo, pero por el momento todo, desde el virrey al peón, lo colocaron en el
pedestal creado por el orgullo nacional y la cólera contra los conquistadores franceses y sus
colaboradores españoles.‖
José Manuel de Goyeneche, un funcionario arequipeño enviado a Sudamérica en 1809 por la
Junta de Sevilla para entrevistarse con las autoridades y fortalecer la lealtad para con Fernando VII, viajó
por tierras desde Buenos Aires a Lima, visitando varias ciudades en su trayecto. En abril de 1809, luego
de presenciar el juramento de la ciudad de Lima a la Junta Central, escribió a España para dar testimonio
de la fidelidad tanto de Cuzco como de Lima. Definió la lealtad de Lima para con el rey como "eléctrica".
Esto fue en gran medida el resultado del trabajo de Abascal, el general Pezuela, y tres o cuatro miembros
de la audiencia. Sin embargo, hizo una nota de advertencia sobre Chile. Aunque no había visitado el país,
afirmó que Chile había sido ineficazmente gobernado durante algunos años, su lealtad no era fuerte, y no
tenía defensas. Profetizó que "[Chile] es la garganta de América del Sur; una vez perdido, el Perú estará
perdido". 32 Abascal nombró a Goyeneche presidente provisional de la audiencia del Cuzco, y en
adelante el arequipeño se convirtió en uno de los más importantes comandantes militares realistas en el
escenario Alto Peruano.
En este breve período de entusiasmo general, los primeros signos de los cambios
revolucionarios del gobierno que pronto llegarían en España fueron recibidos en el Perú con una mezcla
de alegría y ansiedad. En enero de 1809 la Junta Central en España anunció que los vastos territorios de
ultramar en América y Asia eran partes integrales de la nación española antes que colonias, y que cada
virreinato y capitanía general de América estaba invitado a enviar un delegado para formar parte de la
Junta. En Perú cada cabildo escogió a un nominado y sometió su nombre al virrey Abascal, quien
seleccionó a tres que pensaba estaban calificados para servir. Los finalistas fueron José Baquíjano, José
Manuel de Goyeneche (quien ya había partido al Cuzco), y José Silva y Olave, un doctor en leyes de la
universidad. Los tres nombres fueron puestos en una urna, y Ramona, la hija de Abascal, escogió al azar
el nombre de Silva.33 Silva viajó a España vía México donde fue informado de la disolución de la Junta
Central, regresando entonces a Lima.
La Junta Central en España se disolvió en enero de 1810 a favor de un recientemente creado
Consejo de la Regencia. La Regencia procedió, aunque con algunas reservas, a cumplir la anunciada
intención de la anterior Junta de convocar unas Cortes en Cádiz, o parlamento, de todo el imperio. Los
dominios americanos estarían representados en las Cortes sobre la base de un diputado por cada
[31]
100,000 habitantes blancos. Esta era una proporción desigual, a pesar de la declaración de la Junta
sobre la igualdad americana, ya que a la península se le asignó un diputado por cada 50,000 habitantes,
más uno por cada junta provincial y uno por cada ciudad importante. Además, la numerosa población
castiza de los territorios ultramarinos no fue contada en la distribución de sitios. Una discriminación tan
obvia garantizaba que las Cortes consistirían de una mayoría de diputados peninsulares aunque la
población colonial superaba en número a la europea. Aún así, la creación de un parlamento
proporcionaba al Perú un nuevo canal para expresar sus reclamos. La dualidad de la respuesta que
caracterizó a los peruanos durante todo su período de independencia ya era clara: lealtad frente a la
crisis extrema, combinada con interminables quejas por la tiranía española.
El 27 de agosto de 1810 el cabildo de la ciudad de Lima escogió de un grupo de tres nominados
el nombre de Francisco Salazar, hermano del Alcalde Andrés Salazar, como su diputado en las Cortes.
Salazar partió a España en enero de 1811, con los gastos pagados por el cabildo. Las cortes, que
gobernaban el imperio entre 1810 y 1814, se reunieron en Cádiz el 24 de setiembre de 1810. Como no
había habido tiempo para que los delegados de América llegasen a España, las Cortes comenzaron sus
sesiones con delegados sustitutos de los territorios ultramarinos escogidos entre los muchos naturales de
las colonias que residían en la península. Perú, al que se le habían asignado cinco sitios sustitutos,
estuvo representado por cinco peruanos que vivían en Cádiz. Vicente Morales y Duarèz, un limeño doctor
en leyes y teología; Ramón Olaguer Feliù, natural de Ceuta pero graduado en el Convictorio de San
Carlos; Dionisio Inca Yupanqui, un miembro de la dinastía inca del Cuzco, pero educado en España;
Antonio Suazo, un oficial militar criollo que había vivido los últimos veintiséis años en España; y Blas
Ostolaza, un ultrarrealista de Trujillo y antiguo tutor y capellán de Fernando VII 34. Estos cinco diputados,
a los que luego se unieron los diputados elegidos en Perú, representaron colectivamente la posición de
los criollos peruanos ante el gobierno español. En la semana en que se realizó la primera reunión de las
Cortes, casi toda América, con excepción del Perú, América Central y las islas del Caribe, estaba en
revuelta. Quito ya se había levantado en 1809, y en 1810 se iniciaron las insurrecciones en Venezuela, el
19 de abril en Buenos Aires y en el Alto Perú el 25 de mayo, en Nueva Granada el 20 de julio, en México
el 15 de setiembre, y en Chile el 18 de setiembre.
En los cuatro años siguientes, por lo tanto, los desafíos que enfrentó Abascal consistieron en la
rebelión en las fronteras del Perú y la revolución política en la madre patria, Sólo las rebeliones vecinas
eran susceptibles a la acción del virrey, ya que no podía controlar la dirección tomada por las Cortes. El
Perú de Abascal, militarizado y eficientemente ordenado, contuvo el torrente de rebeliones en Quito, Chile
y el Alto Perú. Con un ejército regular inicial que en 1809 contaba solamente con 1.500 hombres. Abascal
tuvo un principio que confiar en las varias milicias del virreinato, las que juntas sumaban más de 40.000
hombres.35 Estas fuerzas, bajo e comando de los cuatro grandes generales realistas: José Manuel de
Goyeneche, Joaquín de la Pezuela, Juan Ramírez y Mariano Osorio, fueron enviadas un ay otra vez
contra Quito en el norte, Chile en el sur y, más importante, contra los ejércitos de Buenos Aires en el Alto
Perú, sacándolo del control del ahora independiente Buenos Aires. Más aún, cuando no fue posible enviar
tropas, Abascal envió fondos para ayudar a reforzar los gobiernos reales que se encontraban asediados.
En 1811, por ejemplo, el Perú donó 30.000 pesos a Montevideo, y otras donaciones fueron enviadas a
Quito y al Alto Perú. En 1812 Lima gastó más de 1`275.000 pesos (un quinto de los ingresos virreinales)
en la defensa de otros territorios, incluidos el Alto Perú (820.000), Montevideo (188.000), Chile (67.000),
Quito (100.000), y Acapulco (16.000). En enero de 1814 Abascal declinó un pedido para que también
ayudase a Bogotà y Panamá, señalando que el tesoro peruano ya estaba apoyando al Alto Perú, Chile y
Quito y pagando los salarios de los oidores refugiados de esos lugares. Como si todo esto no fuera
suficiente,
[32]
Abascal también había tenido que enfrentar cuatro rebeliones regionales en el mismo Perú antes del
estallido del levantamiento más importante en Cuzco en 1814. Estos fueron el breve levantamiento de
Francisco Antonio de Zela en Tacna en junio de 1811, la toma de Tacna por Enrique Paillardelle en mayo
de 1813, la conspiración revolucionaria de Huamanga en 1812, y la rebelión de Huánuco en febrero de
1812.3
Durante casi cinco años el Perú fue el bastón del poder español su éxito militar fue
impresionante. Hacia 1815 sólo Buenos Aires seguía siendo independiente, mientras que las armas
virreinales habían destruido y derrotado a los gobiernos rebeldes en Quito y Santiago, había desalojado
varias veces a los rebeldes que ocupaban La paz, y había aplastado la rebelión interna en Cuzco y
Arequipa. Un siglo después, Germán Leguía orgullosamente declaró que el extraordinario éxito de
Abascal probaba que el pueblo peruano, si estaba bien gobernado, y los soldados peruanos, si estaban
bien dirigidos, eran invencibles. Es más, el Perú consiguió todo esto virtualmente sin refuerzos de
España. No fue sino hasta 1812 que llegaron los primeros refuerzos los 700 hombres del temible batallón
Talavera. Sólo después de la restauración del rey llegaron más refuerzos peninsulares. En 1815 llego un
refuerzo de 1.6000 hombres, parte de las fuerzas de Pablo Morillo, consistentes en el regimiento de
artillería de Extremadura comandado por Mariano Ricafort, el Cuarto Regimiento de Dragones de la
Unión, y una compañía de infantería. En 1816 llegaron los regimientos de Gerona y Cantabria (coronel
Juan Antonio Monet); en 1817 llegó el primer batallón del Regimiento de Burgos, un escuadrón de los
Lanceros del Rey, y algunos otros; y en 1818 más batallones del Cantabria. 37. Aunque la columna del
poder militar virreinal estaba compuesta de milicianos criollos, mestizos y pardos, hacía 1816 también
había una gran contingente de fuerzas expedicionarias europeas que proveyeron oficiales para la milicia
así como tropas de primera línea, muy móviles y bien entrenadas, para resistir la rebelión cuando esta
finalmente se esparció por el Perú.
Incluso cuando el virrey estaba lanzando la que resultó ser su exitosa resistencia militar a la
insurrección; las Cortes de Cádiz, que comenzaron a reunirse en setiembre de 1810, discutían la
demanda de los americanos consistente en que los territorios ultramarinos debían tener igual
representación. Los cinco delegados sustitutos abogaron firmemente a favor de una igual representación
y del reconocimiento de la igualdad de los indios con los españoles. Feliù declaró que "América ya no es
[...] un niño a quien se le envía a dormir con promesas, las que olvidará cuando despierte". Suazo declaró
que los americanos estaban "cansados de oír decretos brillantes y pomposos a su favor". Yupanqui
defendió apasionadamente la cultura india en contra de las ideas de los blancos sobre su inferioridad. El
más importante delegado peruano, sin embargo, fue Vicente Morales y Duárez. Un criollo de firmes ideas
liberales, propuso la libertad de prensa, la igualdad racial, la igualdad americana y la protección del indio.
Al defender a los indios de las calumnias de los delegados peninsulares que sostenían que eran inferiores
y aptos sólo para la esclavitud, declaró: "Hay hombres que parecen nacidos para la esclavitud porque en
realidad nacieron bajo ella [...]
Hay esclavos por naturaleza, porque fueron hechos esclavos en contra de la naturaleza".
Morales impresionó tanto a sus colegas diputados que el 24 de marzo de 1812 fue elegido presidente de
las Cortes, pero murió sólo seis días después de causas naturales. Luego de la muerte de Morales, el
total de la representación peruana en las Cortes extraordinarias —que se reunió hasta 1813 cuando se
reunieron las primeras Cortes ordinarias— era de doce. Esta cifra incluía a los cuatro diputados sustitutos
supervivientes y a ocho más que habían sido elegidos en Perú y que pudieron llegar a Cádiz. Los
diputados elegidos en Perú que llegaron a participar en las Cortes extraordinarias fueron Francisco
Salazar por Lima, José Lorenzo Bermúdez por Tarma, Pedro García Coronel por Trujillo y José Antonio
Navarrete por Piura (estos cuatro llegaron a tiempo para firmar la Constitución) y José Joaquín Olmedo
por Guayaquil, Tadeo Gárate por Puno, Juan Antonio Andueza por Chachapoyas, y Nicolás Araníbar por
[33]
Arequipa (todos los cuales llegaron más tarde).38 A pesar de la intensidad del sentimiento americano, la
representación igualitaria nunca fue concedida.
Las distintas demandas presentadas a las Cortes por los diputados peruanos proporcionan la expresión
más clara de los reclamos peruanos en contra del régimen imperial. En diciembre de 1810, por ejemplo,
los diputados peruanos se unieron a todos los otros miembros americanos y asiáticos de las Cortes en
presentar una lista de once reformas fundamentales que requerían los territorios de ultramar. Estas eran:
(1) representación en las Cortes en proporciones iguales, contándose a indios y castas; (2) libertad para
sembrar y manufacturar todas los bienes anteriormente prohibidos; (3) libre comercio con cualquier parte
de España y con aliados y neutrales; (4) comercio libre americano con Asia; (5) libre comercio con Asia
desde cualquier puerto americano o filipino (6) supresión de todos los monopolios estatales y privados;
(7) libre ejercicio de la minería de mercurio; (8) derechos iguales a los america-H0i para acceder a
empleos en el gobierno; (9) distribución de los puestos en cada territorio a nativos de ese territorio; (10)
creación de comités asesores en América para seleccionar a los criollos que recibirían esos puestos
públicos; y (11) restauración de la orden jesuita en América. 39 Estos objetivos fueron particularmente
atractivos para los peruanos; el cabildo de Lima envió copias de ellos a otros cabildos en todo el país.
Aunque todos los diputados peruanos respaldaron las demandas generales, una lista de
demandas más detallada y específicamente peruana llegó con las instrucciones del cabildo de la ciudad
de Lima a su diputado Francisco Salazar. En agosto de 1814, luego que se habían anulado Las Cortes y
la Constitución, Salazar escribió al secretario de Indias recapitulando no sólo sus instrucciones, sino el
resultado de cada demanda. I una había solicitado la abolición del tributo indígena y la mita, y las aportes
habían concedido ambas. Salazar dijo específicamente que el cabildo estaba preocupado con el estatus
de los indios de la costa y de los que vivían en Lima. El cabildo pidió el libre comercio del mercurio, y las
Cortes también lo concedieron, aunque la cantidad de mercurio disponible para el Perú no se incrementó
de manera significativa y la libre minería de mercurio nunca fue permitida.
Sin embargo, las Cortes no atendieron todas las otras demandas del cabildo de Lima. Lima
solicitó la restauración del derecho a acuñar moneda local, tanto de cobre como de plata, como
aparentemente se había hecho antes de la visita general de José de Areche. La falta de moneda
disponible en el Perú, ocasionada por la exportación de metálico a España, había debilitado seriamente el
comercio interno. "Presenté a las cortes un largo memorial demostrando la necesidad de crear una
moneda provincial para el Perú", escribió Salazar, "pero desde que pasó a la con-sideración de un
subcomité, nunca se emitió ningún informe". 40 El cabildo también solicitó la abolición de todos los
monopolios y derechos especiales sobre el comercio peruano, especialmente en lo que concernía a la
producción y venta de aguardiente, del cual dependían varias provincias. Salazar dijo que los distintos
monopolios habían causado que la exportación de aguardiente cayese de 15,000 o 20,000 botijas al año
a sólo 2,000 o 3,000. El cabildo también exigió que las insaciables demandas de los pretendientes se
satisficieran dando la mitad de todos los nombramientos en el gobierno a criollos y absorbiendo la milicia
limeña del Regimiento de Dragones en el ejército real. Salazar insistió en que "es muy importante abrir
una carrera honorable a los hijos de las principales familias de Lima" y afirmó que "la absoluta falta de
carreras en el Perú [...] hace que los hijos estudien simplemente para ser hacendados, sacerdotes o
abogados", un reclamo que se comprueba en las estadísticas.
Más aún, el cabildo de la ciudad de Lima pidió la abolición de todos los impuestos internos de
aduana entre las provincias del Perú, dejando sólo los impuestos portuarios y aduanas en la capital, pero
ni las Cortes ni el subcomité apropiado consideraron esta demanda. El mismo Salazar presentó un
memorial a las Cortes pidiendo la reducción de los pagos de aduana en las ventas interprovinciales de
muías desde el Tucumán, lo que las Cortes aceptaron pero nunca implementaron.41 El cabildo también
[34]
pidió la abolición del monopolio del azúcar. El azúcar era uno de los principales productos de las
haciendas en los valles de Cañete y Chincha —donde los regidores y otros miembros de la élite de Lima
tenían propiedades—. Con la rebelión en Chile, estos productores de azúcar perdieron un mercado muy
importante. Ahora pedían permiso para vender a Buenos Aires y pidieron que se prohibiera a Buenos
Aires comprar azúcar brasileño. Finalmente, el cabildo de Lima pidió un período de gracia de cuatro a
seis meses en el cobro de los impuestos sobre el aguardiente y otros productos de la viticultura en que la
elite criolla de Lima también estaba fuertemente involucrada.
Salazar también presentó un conjunto de demandas que le dio el Cabildo de lea. De manera muy similar
a Lima, incluía un pedido para la abolición del impuesto sobre el aguardiente, libre comercio de
aguardiente a Panamá y Guayaquil, el alivio de la necesidad de comprar los ingredientes esenciales para
el aguardiente de los monopolios y restauración del impuesto sobre el ají que anteriormente había estado
asignado al cabildo de Ica.
Esto concluyó con las instrucciones a Salazar desde Lima e Ica, pero añadió otro pedido suyo.
Solicitó que los puertos americanos fuesen hechos iguales al de Cádiz; en otras palabras, que se les
permitiera comerciar libremente con todas las partes del imperio, incluyendo Manila, Salazar sostuvo que
el Perú había él solo mantenido a Sudamérica sujeta a la corona española, con grandes costos. Estos
servicios debían ser recompensados con la concesión del comercio libre. 42
Con la lentitud que caracterizó su manejo de los asuntos controvertidos, el Consejo de Indias
pasó a cuatro largos años estudiando las demandas de Salazar, de la misma manera como las Cortes
habían anteriormente tomado cuatro años. En 1818 el fiscal para el Perú concluyó que aunque estas
demandas eran de interés general para toda América, no debía tomarse una acción específica porque
algunas de ellas ya habían sido decididas, algunas estaban en discusión, y otras en cualquier caso eran
asuntos pertinentes a la jurisdicción municipal. Ningunas nación en el mundo era tan experta como
España en eludir las demandas fundamentales de las colonias. Existe todavía otra indicación de los
objetivos de la élite criolla de Lima y del cabildo a inicios de la era de las Cortes, una que también
terminó en nada. En noviembre de 1810 el cabildo dio instrucciones a Salazar para que pidiera que se
concediese permiso a los mercaderes de Lima, bajo el auspicio oficial del cabildo en vez del Consulado,
para enviar un total de seis expediciones anuales para comerciar "en el puerto de Cantón, y en las costas
de Coromandel y Malabar". Cada expedición llevaría 500,000 pesos en plata peruana y otros productos
coloniales. El cabildo sostuvo que estas expediciones permitirían a los mercaderes y productores
peruanos compensar sus pérdidas durante las guerras con Gran Bretaña; produciría un estimado de 4
millones de pesos para el tesoro real en impuestos de importación y exportación; supliría las necesidades
de bienes asiáticos en el Perú, algo que la Compañía de las Filipinas, que contaba con una licencia
oficial, no era capaz de hacer; permitiría a los peruanos comprar en la costa de Asia a precios de
productor en vez de los precios de Manila y de los intermediarios; y permitiría a la ciudad de Lima pagar
su crecida deuda.43 No es necesario decir que las Cortes tampoco atendieron este pedido, porque el libre
comercio con Asia era firmemente rechazado por el Consulado, la Compañía de las Filipinas y el virrey
Abascal. Las Cortes se reunieron en el puerto español de Cádiz, centro del comercio peninsular con
América. Lo que era bueno para Cádiz era bueno para las Cortes, y eso puso fin a cualquier argumento
colonial a favor de la expansión del comercio con Asia o Europa.
Durante la primera mitad de 1811, el cabildo de Lima continuó exigiendo el libre comercio y la
abolición de los monopolios. El síndico de la ciudad, Ignacio de Orué, atacó los planes virreinales de
incrementar los impuestos a fin de recolectar dinero para enviar tropas al Alto Perú, diciendo que la
economía del virreinato ya estaba tan deprimida como resultado de las muchas restricciones al comercio,
que cualquier nuevo impuesto la debilitaría aún más.
[35]
En su lugar, sugirió que Abascal acordara un armisticio con los insurgentes en Buenos Aires de
modo que los patrones normales de comercio de los dos territorios pudiesen ser restablecidos, y el
cabildo en su totalidad respaldó esta representación.44
Había por supuesto, una importante implicancia política en las demandas criollas por autonomía
económica y comercial, una que los criollos mismos no siempre entendieron, Muchos criollos
importantes, de los cuales Baquíjano es tal vez el mejor ejemplo, ignoraban completamente las
implicancias que sus demandas tenían para el control peruano de la economía, porque aunque ellos se
oponían a la independencia, abogaban por los mismos principios que llevarían a la desintegración del
imperio. El virrey Abascal y la audiencia, por otro lado, percibían claramente las consecuencias que
tenían estas demandas de reforma. La mayoría de los funcionarios peninsulares, por ejemplo, se oponía
a la abolición de los monopolios, reconociendo que aunque estos eran anacrónicos e ineficientes
garantizaban no obstante que la economía estuviese bajo el control de los peninsulares y del Consulado.
El virrey y la audiencia también consideraron la abolición del tributo indígena equivalente al suicidio fiscal
e incluso social, porque el tributo era la marca del control español sobre la gran mayoría de la población.
Los peninsulares se opusieron a la acuñación local de la moneda porque los metales preciosos peruanos
tenían que ser preservados como el privilegio de la madre patria y era esencial para la supervivencia de
España; es más, la acuñación peruana de moneda significaría en efecto el establecimiento de una
moneda nacional. Ningún imperialista podía estar de acuerdo en incorporar a la milicia dominada por los
criollos en el ejército regular, porque eso constituiría el establecimiento de un ejército nacional peruano. Y
por supuesto ningún gobernante español podía estar de acuerdo con darles la mitad de todos los puestos
de gobierno a los peruanos, porque eso significaría una virtual autonomía administrativa. En resumen, las
demandas de los criollos pueden parecer ordinarias y limitadas, y los criollos las veían así, pero estas
estaban cargadas de un explosivo significado político. En 1812 Abascal señaló precisamente las
implicancias de las demandas de los criollos cuando escribió que el libre comercio ―sería igual a decretar
la separación de estos dominios de la Madre Patria, ya que, una vez establecido el comercio directo con
los extranjeros sobre las amplias bases que exigen, el destino de la España europea les importaría poco‖
Lo que pasa, por lo tanto, como un simple intento por mantener los privilegios de un puñado de
monopolistas europeos era en realidad una lucha para mantener las artificiales estructuras políticas,
institucionales y económicas que hacían que los peruanos pensaran que España era necesaria para su
existencia. En consecuencia, cualquier acto o evento que cuestionara esta dependencia tendía
directamente al debilitamiento de la soberanía española. En este proceso las Cortes jugaron un papel
muy importante, porque aunque los peninsulares en las Cortes no estaban dispuestos a otorgar todas las
reformas económicas e institucionales que exigían los peruanos, aun así, adoptaban políticas contrarias a
la continuación del viejo absolutismo por el cual gobernaba Abascal.
Es así como Abascal tuvo que resistir tanto a los rebeldes sudamericanos como a las Cortes
españolas.
La primera etapa de la lucha había entonces comenzado en el Perú. Fue una competencia entre el
absolutismo imperial y la autonomía colonial, expresada en términos de los reclamos peruanos —algunos
pequeños, otros fundamentales— sobre el comercio, las finanzas y los nombramientos. La lucha había
estado gestándose desde 1780, y el colapso del gobierno metropolitano en 1808 la llevó a una etapa de
crisis. Había otra gran diferencia, sin embargo, entre el Perú y la mayor parte del resto de
Hispanoamérica. Mientras que en Buenos Aires, Bogotá, Santiago y Quito esta crisis de las aspiraciones
americanas versus las necesidades imperiales llevó directamente al deseo por la independencia, en Perú
era simplemente la primera etapa. No hubo hasta entonces ninguna aspiración peruana significativa por
la independencia, con excepción de la suprimida rebelión de Huánuco de 1812. La guerra de la
[36]
independencia, que comenzó en otros países en 1810, no comenzaría en el Perú hasta 1820, luego de
que el gobierno virreinal fuera a la bancarrota y luego de que llegase el Ejército Libertador chileno. A
pesar de la intensidad de sus quejas, los peruanos en general apoyaron al gobierno virreinal durante los
siguientes diez años. Seguros de los peligros inherentes a la independencia —que desatarían las
ambiciones de los indios y otras clases oprimidas— los peruanos activos políticamente eran más reacios
a encontrar en la independencia la respuesta a sus reclamos.
AUTOEVALUACIÓN
1. Describir brevemente los procesos más importantes de la labor de Fernando
Abascal en tiempos en emancipación del Perú.
2. Haz una monografía acerca de Fernando Abascal.
3. Describa en forma pormenorizada las diversos acciones tomadas por Abascal en
torno a Hispanoamérica.
4. Explicar gráficamente en el cuaderno o la pizarra las acciones tomadas por
Fernando de Abascal en contra de la Independencia de Hispanoamérica?
5. Analizar críticamente en forma grupal e individual de las consecuencias de la
Independencia del Perú.
6. Entregar como trabajo práctico los diversos mapas del proceso de la independencia
del Perú e hispanopamerica.
[37]
TERCERA UNIDAD
LA ÉPOCA DEL ROMPIMIENTO
Por: José Ignacio López Soria
OBJETIVO.
Analizar y valorar el proceso violento de la emancipación y sus efectos en el Perú.
ESTRATEGIAS METODOLÓGICAS
1. Lectura individual del módulo.
2. Fichas de trabajo de manera individual
3. consulta a otros autores y comparar con los contenidos del módulo.
4. Participación en clase en base a la lectura del módulo.
5. Trabajo en equipo sobre los contenidos del módulo con indicaciones precisas del
profesor del curso.
6. Debate en aula acerca de los argumentos del módulo.
7. Aclaraciones del profesor acerca de los temas controversiales.
8. Participación en plenaria en base al contenido del módulo.
9. Debate doctrinal sobre la teoría del descubrimiento y conquista.
CONTENIDO
LA ÉPOCA DEL ROMPIMIENTO
(1780 - 1824)
CONTEXTO INTERNACIONAL
Europa occidental atraviesa, a lo largo del siglo XVIII, por un proceso de cambio que, en lo
económico, se expresa en el paso del capitalismo mercantil, predominantemente monopólico, al
capitalismo industrial de libre competencia. Acelerado desarrollo de la industria, revolución tecnológica,
crecimiento demográfico, concentración de la población en las ciudades, aumento de la demanda urbana
[38]
sobre los productos alimenticios, roturación de nuevas tierras para el cultivo, formación de grandes
haciendas mecanizadas, extensión de los sistemas financieros, ampliación del comercio, etc., son
algunas de las manifestaciones de este complejo proceso.
La burguesía industrial-comercial urbana se constituye en el grupo social que maneja en su
propio beneficio los cambios que van ocurriendo en la estructura económica. Para hacer prevalecer sus
intereses, la burguesía urbana necesita romper el freno que la vieja aristocracia de la tierra y los
comerciantes monopolistas ponen al desarrollo de la producción y de las relaciones entre el capital y el
trabajo. Un grupo social complejo, compuesto por nobles, alto clero y comerciantes monopolistas, se
bate en retirada. Otro grupo social, la burguesía industrial, pugna por sustituir al anterior en el control del
poder político. La mano de obra que labora en el campo siente en carne propia la explotación del
propietario de tierras. El débil proletario urbano, ligado al desarrollo de la industria, está más interesado
en el tipo de organización propuesto por la burguesía industrial que en el del antiguo régimen.
Los conflictos entre la burguesía industrial-comercial urbana, de un lado, y la aristocracia de la
tierra y los comerciantes monopolistas, del otro, se expresan concretamente en una larga pugna por el
poder por el poder político que llena las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del siglo XIX. Es el
―ciclo de las revoluciones burguesas‖ que comienza con la Revolución Francesa (1789) y termina con los
movimientos revolucionarios de 1848. Antes de la contienda y durante ella se ha ido gestando una
cultura, la cultura burguesa, que expresa los intereses de los grupos sociales ascendentes, justifica su
realización y ofrece pautas de comportamiento y de valoración. Liberales, enciclopedistas e ilustrados
(ingleses, alemanes y franceses principalmente) contribuyen a proveer a la burguesía de un cuerpo
conceptual y valorativo que se presenta con la pretensión de orientar las relaciones sociales. Si en lo
económico lo principal es introducir relaciones contracturales entre el capital y el trabajo, en lo político el
contrato entre los miembros de la sociedad (doctrina del contrato social) es considerado como el
fundamento del derecho. El ideal de gobierno es el democrático con su conocida división de poderes.
El ascenso de la burguesía al control político es Europa occidental ocurre simultáneamente a la
decadencia del poder de los Borbones, la intento napoleónico por hacer de Francia la nación hegemónica
y al triunfo definitivo de Inglaterra sobre el resto de Europa. Es cierto que la Francia de Napoleón
consigue, durante algunos años, la hegemonía en Europa, pero muy pronto logra Inglaterra, a través de
alianzas y coalición primeo y de la guerra después, restablecer el ―equilibrio europeo‖ bajo su tutela. Y
con el triunfo político y militar de Inglaterra, la burguesía industrial y comercial británica extiende su
influencia por los confines del viejo continente y de gran parte del mundo.
La metrópoli y las colonias
España y sus dominios, lejos de quedar al margen de estos conflictos, constituyeron parte
integrante de ellos. La llegada de los Borbones al trono español (1700) coincide con un indetenible
proceso de decadencia de la metrópoli y un progresivo deterioro de las relaciones coloniales. España,
carente entonces de una burguesía pujante y creadora y heredera todavía de no pocos restos señoriales,
no podía ya abastecer a las colonias en sus necesidades ni defender el proteccionismo comercial frente a
la agresividad de las burguesías extranjeras (inglesa, francesa y holandesa principalmente). Interesaba a
estas burguesías, empeñadas en extender su influencia económica a las colonas españolas, quebrar el
sistema comercial monopolista que España mantenía con sus ―dominios de ultramar‖. Ya en 1701 se
permite a los barcos de bandera francesa atracar en los puertos americanos para dejar allí su cargamento
[39]
de esclavos negros. En 1713 Inglaterra consigue licencia, por el tratado de Utrecht, para que un ―navío
de permiso‖ llegue a Portobelo con 640 toneladas de carga. El ―navío de permiso‖ tenía allí que esperar
el arribo de la armada procedente de España, pero si ésta no llegaba en cuatro meses, el barco inglés
quedaba autorizado para vender sus mercancías. Ocurría normalmente que al llegar las naves españolas
el barco inglés había vendido su cargamento y había recogido los mejores productos indianos. Si a estas
licencias oficiales añadimos el comercio de contrabando, en el que estaban frecuentemente implicados
los mismos funcionarios reales de las colonias, no es difícil suponer que el sistema de flotas y galeones
se fuese deteriorando hasta devenir en obsoleto. Su supresión en 1739, para ser sustituido por el
sistema de ―derrota libre‖ y del ―navío de registro‖, contribuyó a acelerar el fracaso del proteccionismo
mercantil
La relativa apertura del comercio con las colonias trajo como consecuencia importantes cambio:
reagrupación de los comerciantes monopolistas, apertura de vías de terrestres al tráfico comercial,
surgimiento de Buenos Aires como centro de comercio y de producción artesanal, nacimiento de nuevas
compañías de navegación, aumento del contrabando, disminución de las ganancias de los comerciantes
limeños, formación de burguesías comerciales urbanas en las más importantes ciudades de las colonias,
etc. Los mismos visitadores enviados por la corona, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, recomiendan a la
autoridad metropolitana que se abra legalmente el comercio internacional e intercolonial a fin de abaratar
los precios y facilitar el abastecimiento de los principales centros poblados de los dominios españoles. Se
van concediendo sucesivas libertades que culminan en el Reglamento de Comercio Libre (1778) dado por
Carlos III, 13 puertos españoles y 22 americanos quedan abiertos al tráfico mercantil. La tónica ideológica
del documento es claramente liberal. Con la libertad de comercio comienza la decadencia definitiva de
los comerciantes monopolistas radicados en Lima, alrededor del Tribunal del Consulado, y en Sevilla y
Cádiz, alrededor de la Casa de Contratación.
Además de esta importante reforma económica, los Borbones introdujeron otras modificaciones
en el organización de las colonias a fin de apuntalar un edificio que estaba ya derrumbándose. El enorme
territorio del virreinato peruano sufrió, a lo largo del siglo XVIII, varias desmembraciones. En 1717 se
crea el Virreinato de Nueva Granda y en 1776 el de Río de la Plata. La riqueza de Potosí quedó bajo el
control de los comerciantes porteños, los cuales pudieron desde entonces introducir legalmente sus
mercancías desde Buenos Aires hacia las regiones del Alto Perú. Esta situación vino a mermar los
ingresos de los comerciantes limeños y a ahogar en germen al incipiente artesanía peruana. Comienza
así la rivalidad económica y política entre Lima y Buenos Aires. Que durará varias décadas.
La creación de nuevas audiencias (Caracas y Cusco) y de nuevas capitanías generales (Cuba,
Venezuela, Guatemala y chile) siguió desmembrando el territorio y terminó de arrebatar a Lima la
hegemonía de que hasta entonces había gozado. La introducción del régimen de intendencias, copiado
del modelo francés, se suma a estas reformas ya puestas en práctica. La intendencia es una
demarcación que agrupa, bajo las órdenes de un intendente, a una determinada unidad geográfica y
económica. El intendente reúne funciones administrativas, judiciales, religiosas, políticas y económicas.
Sus subdelegados cumplen estas mismas funciones en cada uno de los partidos de que se compone la
intendencia. En el Perú se crean (1784) siete intendencias: Trujillo, Tarma, Lima, Huancayo, Huamanga,
Cusco y Arequipa. La intendencia de Puno, creada un poco después, perteneció primero al Perú pero
pasó luego a depender de Buenos aires.
El régimen de intendencias permitió un mejor funcionamiento del aparato administrativo y una
más efectiva centralización del poder. Los intendentes, formados especialmente para esta función,
concentraron sus preocupaciones en la realización de los intereses de la corona. Recaudar los tributos y
fiscalizar el tráfico comercial eran, sin duda, las principales tareas de estos funcionarios reales.
[40]
El siglo XVIII es testigo, además de otras reformas. Se reorganiza la Junta de Haciendas, se
simplifica el procedimiento del Tribunal de Cuentas, se reorienta el sistema de Cajas Reales y se crean
nuevos organismos como la aduana de Lima, la administración de rentas, la administración de correos, la
oficina de temporalidades, etc. Si a estas reformas añadimos la creación de nuevos estancos, la
incorporación de la Casa de la Moneda a la Corona, el establecimiento de nuevos centros de enseñanza
y la reestructuración de los reglamentos de la universidad, el levantamiento y ejecución de un plan de
defensa y fortificaciones para rechazar el ataque de los corsarios y aquietar los ánimos de los insurrectos,
etc., advertiremos que todo el siglo XVIII, y especialmente la segunda mitad, está recorrido por el deseo
de apuntalar desde la metrópoli el edificio colonial que estaba ya en proceso de desintegración. Otras
potencias (Inglaterra es la más importante pero no la única) se encargarán de seguir minando las bases
del vetusto edifico colonial a fin de posibilitar que sus burguesías nacionales lleguen hasta las colonias
españolas y pongan los cimientos de un nuevo pacto colonial.
Economía y sociedad
El hecho mismo de la separación de España no es entendible fuera del contexto que, en sus
rasgos fundamentales, hemos trazado en páginas anteriores. Y no es que, como ha querido la
historiografía tradicional, este contexto actúe como causa externa del fenómeno de independencia. Las
modificaciones en la estructura socioeconómica occidental (paso de capitalismo mercantil a capitalismo
industrial; auge de la burguesía industrial-comercial, especialmente inglesa) y sus expresiones jurídico-
políticas (régimen democrático) e ideológicas (liberalismo) no sólo generan el clima de la transición sino
que desencadenan fuerzas que el ―antiguo régimen‖ no puede ya contener aunque ponga en práctica un
calculado sistema de reformas. Esas fuerzas, a cuya formación han contribuido las relaciones coloniales
entre Europa y América, son controladas desde Europa (y, parcialmente todavía, desde Estados Unidos)
pero actúan también en las colonias a través de la intervención directa de las grandes potencias o por la
mediación de los grupos de poder internos. Estos grupos deben precisamente su posición de dominio a
la relación que mantienen con las burguesías extranjeras. El movimiento de independencia no es, por
tanto, una mera imitación o reflejo de lo que ocurre en Europa sino componente fundamental de un
proceso histórico que abarca tanto a Europa como a América.
Las fuerzas desencadenadas se expresan en el Perú de manera muy variada. En el llamada
―república de indios‖ se suceden durante todo el siglo XVIII movimientos sociales o rebeliones contra la
extorsión que sufren los indígenas de manos de corregidores, doctrineros, visitadores y oficiales reales en
general. A estas rebeliones se suman a veces criollos, mestizos y vecinos poco dispuestos a seguir
tolerando abusos, olvidos, injusticias y explotación sin cuento. En 1723 se amotinan los araucanos en
chile. En 1730 se levanta Calatayud en Cochabamba. Juan Vélez de Córdoba incita en Oruro, en 1739,
a indios, mestizos y criollo a sacudirse del yugo español. En 1742 Juan Santos Atahualpa exige en
Tarma la restauración del imperio incaico. Una rebelión de indios intenta en Lima, en 1750, abarcar con
el Virrey Superonda. La rebelión de Lima es continuada de Huarochirí. Se producen otros
levantamientos en Huamachuco, las regiones del altiplano (1770 y 1771), Santiago de Chuco (1773),
Chumbivilcas (1774), Huamalíes, Chota, Huanuco, Huaylas, cusco y arequipa. Estos y otros muchos
movimientos atestiguan la existencia de un clima de descontento en todo el territorio del virreinato.
La rebelión de Túpac Amaru (1780) no es pues, flor nacida en el desierto. Los motivos
inmediatos del levantamiento del cacique, pero la extensión y profundidad de la rebelión son muestras
evidentes de que estaban en juego exigencias muy sentida por la comunidad indígena. Las proclamas de
Túpac Amaru exigen justicia para los indios, mestizos, criollos postergados y gentes de ―castas‖; piden el
[41]
mejoramiento de las condiciones de trabajo en minas y obrajes; reclaman el cambio de corregidores por
alcaldes mayores; abogan por la modificación de la administración de justicia planteando la creación de
una audiencia real en Cusco; exige, en fin, que se destierren los abusos y que se rebajen las cargas
tributarias. Los planteamientos del cacique de Tungasuca adquieren, ante la negativa de las autoridades
coloniales, vuelo político y se plasman en la exigencia de un gobierno de indios y mestizos. La represión
no se hizo esperar. Túpac Amaru y algunos de sus familiares fueron descuartizados públicamente, los
jefes indígenas perseguidos de por vida, el idioma quechua abolido, prohibido el uso de indumentaria
incaica y vetada la lectura de los Comentarios Reales de Gracilazo. El miedo se había apoderado de la
―republica de españoles‖ (españoles y criollos). Las autoridades reales cayeron en la cuenta de la
existencia de una fuerza indómita en la población andina, y se propusieron desbaratarla. Los criollos, a
pesar del tímido apoyo de algunos sectores de intelectuales al movimiento tupacamarista, advirtieron
también que si la iniciativa de la protesta contra la Corona quedaba en manos de la comunidad indígena,
se ponía en peligro sus más caros privilegios. La lección fue sabiamente aprendida. Los indígenas –
pensaban los criollos – no deberían interponer sus intereses en los pleitos entre españoles peninsulares y
españoles americanos. Claro que lo que está en juego en esta idea son criterios más económicos que
raciales. El revestimiento, la expresión externa, puede ser más racial que económica, pero en el fondo se
mueven interesen predominantemente económicos. El análisis de la composición de la población criolla y
de su participación en la independencia permitirá aclarar este problema.
La élite criolla, cuyos intereses se concentraban en la actividad comercial, en el laboreo de minas
y en la agricultura, ejercía una verdadera dominación sobre el resto de la población. Interesaba a este
grupo social estar bien con la corona española para poder tener acceso a los puestos de control de la
burocracia colonial. Téngase en cuenta que estos puestos eran fuente de pingües ingresos y de prestigio
social. Pero la élite criolla no es homogénea en todo el virreinato. Los criollos de Lima, especialmente
los relacionados con el monopolio comercial, ejercían desde la capital el control sobre el negocio de
minas sobre el tráfico mercantil. Esta situación de privilegio se constituyó en fuente de conflictos entre la
élite criolla de Lima y de la de provincias. No es raro, pues, que los criollos provincianos se sumen a las
rebeliones de indios y apoyen, con más fervor que los limeños, el movimiento emancipador.
La ruptura del sistema de monopolio comercial vino a favorecer a aquellos comerciales que no
gozaban del privilegio monopolista. La libertad de comercio corta, en parte al menos, las amarras entre el
grupo comerciante de Lima y los de provincias. Esta situación merma el poder de la élite limeña y
robustece –a nivel local y regional- la primacía de las élites provincianas. El sistema de intendencias
intenta, para contrarrestar los efectos disgregadores de la libertad de comercio, reintegrar las provincias y
distritos y ponerlos al servicio de la Corona. Los cabildos urbanos, tan activos en el primer siglo colonial y
reducido luego a una vida lánguida por la política centralista de la Corona, fueron revitalizados por los
intendentes. Pero la intención de los intendentes era muy diversa a la de los cabildantes de la primera
época. Los cabildos de los tiempos de la fundación de las ciudades agrupaban a los vecinos con casa
solariega y defendían sus intereses señorialistas o feudales frente a los deseos centralistas de la Corona.
La revitalización de los cabildo al final del coloniaje responde más bien a la necesidad de mirar, desde
los centros productivos mismos, por lo intereses de la Corona. Advertimos, pues, que si bien la libertad
de comercio fortalece a la élite criolla de provincias, la intendencia procura mermar ese fortalecimiento.
No es raro, por tanto, que los cabildos urbanos se constituyan en centros de conflicto entre los intereses
de la ―burguesía‖ provincial y los de la Corona. Alrededor de esos conflictos se va tejiendo el clima
propicio para la emancipación.
[42]
Además de estos dos sectores de criollos con intereses encontrados (élite limeña y élites de
provincias), existía en la sociedad colonial del XVIII otro grupo criollo relacionado con el pequeño
comercio y con las labores artesanales. Artesanos y pequeños comerciantes se vieron afectados en sus
intereses por la enorme introducción de mercancías que siguió a la libertad de comercio. Había también
no pocos criollos que conseguían puestos de importancia en los ejércitos reales y en la administración
eclesial. Naturalmente este sector permaneció fiel a los intereses de la Corona.
El juego de los intereses
Era necesario hacer este bosquejo de los grupos sociales para poder entender el trasfondo de
las guerras de independencia. Puede decirse, en general, que los intereses de la comunidad indígena y
de las gentes de ―castas‖ (negros, mulatos, etc.) quedaron al margen de los conflictos por la
independencia. Ni realistas ni patriotas estaban interesados en que en sus pleitos se entremezclasen las
viejas apetencias de justicia social de la población explotada del Perú. Unos y otros supieron, sin
embargo, aprovechar en beneficio propio estas apetencias.
La élite criolla de provincias, relacionada con la minería, la agricultura y el comercio regional y
local, apoyó mayoritariamente la independencia pensando que la separación de España traería como
consecuencia la eliminación del control de los funcionarios reales y la supresión de los privilegios de la
élite limeña. Debajo de estos intereses se advierten, especialmente en el sector ligado a la agricultura,
viejos afanes señorialistas, sofocados desde las ―guerras civiles‖. Buscaban los terratenientes de
provincias liberarse del control ejercido por la Corona para reimplantar a sus anchas las formas feudales
de explotación de la tierra y de régimen laboral. Su anhelo de independencia está, pues, más ligado al
robustecimiento de las relaciones capitalistas. No es raro, en consecuencia, que se constituyan luego en
el más fuerte apoyo del sector conservador de los ideólogos. La ideología conservadora, que terminará
triunfando después de la independencia, da formas a los intereses de hacendados y terratenientes en
franca oposición a los ―ideales‖ aireados en los días del rompimiento. El peso de este sector social en la
organización de la sociedad después de 1821 será tal que terminará frustrando todo intento de reforma e
impidiendo el desarrollo de las fuerzas productivas en el Perú.
Entre los criollos urbanos, y especialmente limeños, se advierte la existencia de intereses
contrapuestos. Quienes estaban directamente emparentados con la administración colonial o habían
usufructuado del monopolio comercial constituyen el más fuerte grupo ―realista‖ o ―fidelista‖. Sus interese
estaban cifrados en la continuación del orden colonial. Este sector contribuye ―generosamente‖ a sofocar
los levantamientos independistas concediendo préstamos y donaciones que el virrey recauda y envía, en
la forma de situados, a las regiones más revueltas del Perú y América. El sector social interesado en la
independencia es, sin duda, el grupo de criollos urbanos que no gozaban de privilegios comerciales ni
había accedido a los puestos de control de la burocracia colonial. Comerciantes de menor importancia,
artesanos prósperos, funcionarios de segundo nivel, profesionales liberales e intelectuales en general ven
en el régimen de libertades primero, en la autonomía después y en el separatismo finalmente las
condiciones para la realización de sus intereses. Es este grupo el que, al elaborar la ideología
―emancipadora‖, da forma y coherencia al proceso independista y justifica su realización.
En la relación entre estos grupos sociales van gestándose contradicciones que posibilitan y
orientan los hechos de la independencia. La más alta élite criolla urbana, aliada a la burocracia colonial,
se enfrenta al resto de los criollos. Muestra evidente de este enfrentamiento es la pugna ideológica que
comienza con el Mercurio Peruano, se extiende a la universidad, resucita en los días de las Cortes de
Cádiz y llega hasta los primeros años de la república. Los afanes autonomistas de algunos criollos
urbanos se ensamblan, a pesar de la diferencia de intereses, con las tendencias señorialistas de los
[43]
hacendados de provincias. Los intereses inmediatos de ambos que los primeros se esfuerzan –en
relación con el capitalismo industrial y competitivo en surgimiento- en posibilitar para el Perú un desarrollo
de tipo capitalista. Unos y otros saben muy bien (por rebeliones indígenas y por los ―desórdenes‖ de la
Revolución Francesa) que, en cualquier caso, no conviene que la iniciativa del movimiento autonomista
quede en manos de la comunidad indígena o de las capas populares urbanas.
A este juego de intereses, en el que están ya brotando las contradicciones fundamentales de la
sociedad republicana (feudalismo-capitalismo, conservadores-liberales, clase dominante-clases
dominadas), se suman –encontrándose a ellos- las apetencias de las burguesías occidentales. No es
casual que Inglaterra despliegue una amplia campaña de apoyo moral, ideológico, económico y militar a
―precursores‖ y ―libertadores‖. Los gestores de la independencia, mayoritariamente provenientes del
grupo criollo no beneficiario del régimen colonial, están objetiva y subjetivamente dispuestos a convertirse
en socios del capitalismo inglés en expansión. La consecución de la independencia es la condición para
este tipo de actuación que, a la larga, significará el encadenamiento del desarrollo económico del Perú
"independiente" a los intereses del capitalismo internacional.
Expresiones ideológicas
Todo este mundo de contradicciones se expresa en la pugna ideológica que precede y
acompaña al movimiento emancipador. No podemos dar aquí cuenta pormenorizada del proceso
ideológico, pero tenemos que referirnos a algunos aspectos fundamentales. Podemos distinguir tres
momentos en este proceso: el Mercurio Peruano (1791-1794), las ideologías de la época del liberalismo
constitucionalista (1808-1814) y los planteamientos doctrinarios de los días de la restauración del abso-
lutismo (1814-1821).
El periódico titulado Mercurio Peruano recoge la euforia liberal que siguió a la dación del
Reglamento de Comercio Libre. Gentes agrupadas en la Sociedad de Amantes del País (Baquíjano,
Unanue, Egaña, Rossi y Rubí, Calero y Moreira, Cerdán y Pontero, etc.) dan a luz el Mercurio Peruano
con el deseo manifiesto de estudiar en profundidad la realidad peruana y con la intención, ya no tan
manifiesta, de defender los intereses de la capa criolla afecta a los cambios económicos y políticos de
signo liberal.
El segundo momento comienza en 1808, con la invasión de España por los ejércitos
napoleónicos, y termina en 1814, al volver Fernando VII (el "deseado" Fernando) al trono español.
Conoce España en esta etapa un cierto auge del liberalismo como consecuencia del desmoronamiento
del régimen absolutista y de la llegada al poder de los sectores burgueses metropolitanos. Las diversas
circunscripciones territoriales de España y las colonias se declaran autónomas para protegerse de la
intrusión de Napoleón y "preservar el trono" para el "deseado" Fernando. La formación de juntas
provinciales, de la junta central y, finalmente, de las Cortes de Cádiz, con representantes de todos los
dominios del rey español, es la más clara muestra política de este autonomismo liberal y
constitucionalista. Se proclama entonces la "libertad de imprenta" y se aprueba la Constitución de Cádiz
(1812). Los periódicos de esta época y la intervención de los diputados americanos en las cortes dan
testimonio de un liberalismo retraído y poco agresivo.
El tercer momento, ya más claramente separatista, comienza cuando Femando VII recupera el
trono español, restaura el régimen absolutista y echa por tierra las conquistas liberales. El planteamiento
separatista no era nuevo para los peruanos. Había sido insinuado en proclamas y manifiestos y se había
expresado ya nítidamente en el escrito de un jesuíta peruano, expulsado del Perú por Carlos III y
peregrino de las cortes europeas. Juan Pablo Vizcardo y Guzmán postula en su celebre Carta dirigida a
los españoles americanos (publicada por Miranda en 1799) que el dominio absoluto de las tierras de
[44]
América esté en manos de los descendientes de los conquistadores. En esta misma línea
reivindicacionista de los derechos de los criollos frente a la Corona se encuentra el planteamiento de José
de la Riva-Agüero en 28 causas para separarse de España, folleto escrito en Lima, "centro de la opresión
y del despotismo", y publicada en Buenos Aires en 1818. Manuel Lorenzo Vidaurre y Encalada había
criticado en 1810 (Plan del Perú) los errores de la organización colonial. En Memoria para la pacificación
de América Meridional (1817) propone que España no utilice la fuerza como mecanismo de dominación
sino que organice la estructura colonial de tal manera que América "halle su mayor felicidad en la
administración europea".
No es difícil advertir, especialmente en las expresiones ideológicas del tercer momento, que la
pugna de las ideologías —en la que no faltaron ideólogos que salieron a defender los "sagrados
derechos" de la Corona— va dando forma a los verdaderos intereses que se esconden detrás de la
búsqueda de la independencia. Se trata de emancipar a los criollos comerciantes, mineros, hacendados,
artesanos e intelectuales que no gozaban de los privilegios del sistema colonial. Las apetencias
autonomistas de los criollos fueron hábilmente aprovechadas por las burguesías nacionales extranjeras,
en proceso de expansión, para elaborar una ideología que justificase el hecho mismo de la separación y
posibilitase un tipo de ordenamiento económico-social y político que se adecuase a los intereses del ca-
pitalismo industrial y comercial de los países más desarrollados.
Las guerras separatistas y la formación del estado
Sobre estos componentes socioeconómicos e ideológicos se montan las guerras separatistas
que conducen a la proclamación de la independencia el 28 de julio de 1821. Las acciones bélicas son, en
el caso concreto del Perú, de escaso significado. El Perú debe su independencia, desde el punto de vista
militar, a la intervención de los ejércitos del norte (Bolivar) y del sur (San Martín). Pero el clima interior de
inestabilidad venía siendo preparado por pequeñas escaramuzas y levantamientos protagonizados por
peruanos. En 1809 se conocen revueltas y conspiraciones en Chuquisaca, La Paz, Quito y Lima. En 1811
levanta Zela en Tacna la bandera de la libertad. El espíritu separatista, empujado desde Argentina, hace
mella especialmente en las regiones del sur del Perú (Tacna, Arequipa, Moquegua y Tarapacá). En 1812
queda debelada una conspiración, en Huamanga. Huánuco, Huamalíes y Lima conocen también
sediciones y revueltas por esta misma época. Chocaban, sin embargo, todas ellas con la astucia y rigidez
de Abascal, hombre dispuesto a defender los intereses de la Corona más allá de conveniencias
personales. Su sucesor, Joaquín de la Pezuela, se vio envuelto en las rencillas locales y en los conflictos
entre los jefes realistas. El alto mando de los ejércitos del rey fue pasando, a medida que llegaban
refuerzos peninsulares, a manos de los españoles. Sabedor Pezuela de la formación de un contingente
de tropas al otro lado de los Andes por el sur, envía a Chile refuerzos para apoyar las acciones del
capitán general Marcó del Pont. El "ejército de los Andes", a órdenes de San Martín, atraviesa las
serranías y derrota a los realistas en Chacabuco (1817). Los ejércitos del rey consiguen vencer a los
soldados de San Martín en Cancha Rayada (1818) pero pronto el jefe argentino reorganiza a sus hom-
bres y cosecha un aplastante triunfo en Maipú. Chile ha quedado definitivamente liberado.
El ataque al Perú comienza con la escaramuza de Brown en 1816. En 1819 la escuadra patriota,
dirigida por Cochrane, enrumba hacia el Callao. Las correrías de Cochrane y la acción de los
comisionados de San Martín preparan los ánimos para la llegada de la expedición chileno-argentina.
Cartas y proclamas se encargan de minar la fidelidad de los criollos peruanos, sembrar el descontento e
invitar a la deserción entre los ejércitos del rey. Pezuela sabe que no puede confiar plenamente en un
ejército minado por la deserción, falto de ideales y sembrado de conflictos entre los jefes liberales y los
conservadores. El cambio de signo de la política española, restauración del régimen liberal y
[45]
proclamación de la constitución (1820), coadyuvó al desenlace de los acontecimientos. 8 barcos y 4,118
hombres, dirigidos por San Martín, Cochrane, Las Heras. Arenales, Guido, Alvarez Jonte, Monteagudo y
García del Río llegan a las costas de Paracas el 8 de setiembre de 1820. Venían dispuestos a enfrentar a
los 23,000 soldados de que se componían los ejércitos del rey.
Van y vienen los comisionados entre el cuartel general del ejército libertador y el palacio de los
virreyes. Se suceden las conferencias entre los dos bandos en busca de un arreglo pacífico. Arenales se
interna en las serranías, dispuesto a dar batalla a los soldados del rey acantonados en la sierra central.
San Martín recorre la costa lanzando proclamas e invitando a los pueblos a levantarse. Pezuela está
bloqueado. Las deserciones en el campo realista siguen en aumento. La Serna depone a Pezuela y se
hace proclamar virrey en Aznapuquio. La disensión ha llegado hasta el centro mismo del poder colonial.
Poco es lo que queda por hacer. Las armas terminarán por decidir la victoria del lado de los ejércitos
libertadores. El flamante virrey se queda en la sierra en espera de refuerzos de la metrópoli. San Martín
entra en Lima y proclama la independencia el 28 de julio de 1821. Bajo el mando del general argentino,
se crea el protectorado como gobierno provisorio hasta quo quede totalmente derrotado el ejército realista
y puedan reunirse los peruanos para decidir por si mismos la forma de gobierno. García del Río,
Monteagudo y Unanue ocupan las carteras ministeriales. Faltan aún dos tareas básicas: derrotar a los
realistas y establecer un gobierno definitivo en el Perú. La acción de Bolívar interfiere y coadyuva al
mismo tiempo en la realización de estas tareas.
Guayaquil había proclamado su independencia en 1820. Bolívar, después de cosechar victorias
en Venezuela y Colombia, llega a Guayaquil y reúne a la asamblea de vecinos para decidir la situación
jurídica de esta región. Los congresistas guayaquíleños, convenientemente preparados por Sucre y
atemorizados por las bayonetas colombianas, se pronuncian en favor de la anexión a Colombia y aceptan
la constitución de Cúcuta. Los dos libertadores (Bolívar y San Martín) se reúnen en Guayaquil para
decidir la continuación de la guerra, establecer formas de gobierno y definir los límites entre el Perú y
Colombia. Bolívar insiste en la anexión de Guayaquil a Colombia, en la necesidad de pasar al Perú para
derrotar definitivamente a los españoles y en la implantación de sistemas democráticos de gobierno
unidos en una federación. San Martín, consciente de la incompatibilidad entre sus posiciones y las de
Bolívar, abandona las conversaciones y regresa al Perú. Ya en Lima, aprovecha la protesta de los criollos
contra Monteagudo —quien le supliera en el mando durante su permanencia en Guayaquil— para
convocar al congreso y dejar el mando en manos de peruanos (setiembre de 1822). El congreso elige
como presidente al jefe de los liberales, Luna Pizarro, y como secretarios a Sánchez Carrión y Francisco
Javier Mariátegui. Queda también elegida una junta gubernativa (La Mar, Salazar y Baquíjano y Alvarado)
y se aprueba el documento titulado "Bases de la constitución política" (diciembre de 1822).
La primera carta constitucional del Perú es de signo marcadamente liberal. Se compone de 24
artículos y en ella quedan asentados el principio de la soberanía que reside en la nación, la democracia
representativa, el catolicismo como religión oficial, el voto directo, la libertad de residencia y de prensa, la
inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia, la igualdad de todos ante la ley, etc. Se establece
igualmente la división de poderes conforme al más rancio esquema liberal. El cenado estaría compuesto
por delegados de las provincias y se encargaría de vigilar la observancia de las leyes y de la constitución,
nombrar al ejecutivo, designar empleados públicos religiosos y civiles y convocar al congreso
extraordinario. Diríase que los intereses de la burguesía industrial quedaban bien resguardados. El único
problema era que esa burguesía era prácticamente inexistente. Las "Bases de la constitución política" de
1822 reflejan, pues, un doctrinarismo liberal que poco o nada tenía que ver con la realidad peruana pero
que abre las puertas del Perú a la penetración de las burguesías extranjeras.
[46]
La euforia liberal del congreso duró apenas unos días. La élite criolla de provincias,
especialmente la relacionada, con la agricultura, tenía que sentirse poco satisfecha con un tipo de
organización política que no favorecía sus intereses. El ejército realista, campeando a sus anchas por las
serranías, amenazaba con echar por tierra al débil gobierno de Lima, En enero de 1823 las tropas
patriotas, mandadas por R. Alvarado, sufren un serio revés en Moquegua. Se ha presentado la ocasión
propicia para que los Jefes militares, poco propensos al doctrinarismo liberal, puedan satisfacer sus
apetencias personales e imponer el primer gobierno de jacto de nuestra historia republicana. El motín de
Balconcillo, protagonizado por Riva Agüero, es el primer acto de una cadena de golpes militares que
recorre hasta hoy la vida republicana y expresa, al menos al comienzo, la oposición entre un liberalismo
sólo doctrinario y un autoritarismo de signo conservador y feudalizante. Riva-Agüero se propone continuar
la guerra. Los congresistas aprovechan su salida a campaña para deponerlo y encargar a Tagle el mando
supremo. La anarquía anunciaba la guerra civil. Sucre, el fiel servidor de Bolívar, se encargaría de sugerir
que sólo la presencia de "el libertador" lograría acabar con las disensiones y derrotar definitivamente al
enemigo.
Bolívar sabía que sin Perú independiente no había Colombia libre. Sus deseos de intervención
en el Perú se ven favorecidos por las luchas intestinas entre el congreso y los militares. El 1º de setiembre
de 1823 llega al Callao. El congreso le concede la suprema autoridad militar en todo el territorio y la
autoridad política cuando las exigencias de la guerra así lo requiriesen. Naturalmente las exigencias de la
guerra lo requirieron muy pronto. En febrero de 1824 es ya Bolívar supremo dictador. Armado de los
poderes concedidos por el congreso, Bolívar se apresta para presentar batalla a los realistas. Concentra
sus tropas en Huaylas y pasa después a Cerro de Pasco. El choque se produce el 6 de agosto de 1824
en las pampas de Junín. La victoria lograda en Junín es el comienzo del fin para los ejércitos del rey.
Bolívar regresa a Lima mientras Sucre prepara la batalla definitiva en las sierras. Los ejércitos
beligerantes se encuentran en los campos de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824. El triunfo patriota es
total. En la capitulación se establecen los siguientes acuerdos: los soldados realistas pueden embarcarse
rumbo a España a costa del Perú, los prisioneros serían intercambiados, tanto militares como civiles
españoles pueden permanecer en el Perú comprometiéndose a respetar las leyes, los españoles que
permanezcan en el Perú serán considerados peruanos y los militares podrán conservar sus grados en el
ejército libertador.
Estaba definitivamente quebrada el dominio de España sobre el Perú. En gran medida intactas
quedaban las instituciones, las bases económicas y la organización social. La restauración de la
normalidad comenzó a hacerse sobre estas bases. La vida republicana se asienta, pues, sobre las
mismas estructuras, jerarquías, privilegios y valores de la sociedad colonial. La república se construye de
acuerdo al esquema tradicional: aristocracia de la tierra feudalizante y autonomista, burguesía comercial
reducida pero nutrida de privilegios, sector intelectual escasamente conocedor de nuestra realidad,
militares ávidos de poder y con las miras puestas en las tierras abandonadas por los españoles, y una
enorme masa de indios, mestizos, negros y mulatos sin status ciudadano. Se llegaba así a la república
con fuerzas poco capaces de proponer un proyecto político coherente, demasiados débiles para resistir
las imposiciones del nuevo centro de poder o demasiado interesadas en convertirse en socio de la nueva
imposición.
AUTOEVALUACIÓN
[47]
1. Dibujar un Mapa de Sud América y ubicar al Perú en el contexto de los
rompimientos con la metrópoli.
2. Debate sobre el significado del rompimiento con España
3. ¿Tenían los españoles derecho a querer perpetuarse en el Perú?
4. ¿Qué opinas de los criollos limeños del Perú? Explique con ejemplos sus actos.
5. ¿Qué opina usted acerca de los próceres de la Independencia?
6. ¿ Que significa prócer, héroe, y precursor, comente con ejemplos?
7. ¿Qué significa para usted la palabra independencia, emancipación y patria?
8. ¿Cómo era el problema de las castas en el proceso de la independencia?
9. Haz un comentario personal acerca del indio y el negro en la independencia.
CUARTA UNIDAD
GESTIONES MOTINES Y SUBLEVACIONES INDIAS
INICIALES GESTIONES INDIAS DEL SIGLO XVIII Y SUBLEVACIONES
OBJETIVO
Describir y explicar la situación de la resistencia indígena y los actos del proceso de
la independencia del Perú.
ESTRATEGIAS METODOLÓGICAS
1. Presentación individual de fichas sobre la unidad.
2. Lectura grupal en el aula sobre el contenido y el carácter de la conquista del Perú.
[48]
3. Significado de la presencia indígena y las castas en la independencia del Perú.
4. Elaboración de un trabajo monográfico en base a la lectura del módulo.
6. Sustentación en plenaria sobre el contenido de la monografía.
7. Observan películas sobre el proceso de la emancipación con fines de
reforzamiento.
8. Debate en el aula acerca de la exposición de la monografía.
9. Conclusiones con ayuda del profesor del curso.
10 Evaluación escrita sobre el contenido del módulo en una fecha programada.
CONTENIDO
GESTIONES MOTINES Y SUBLEVACIONES INDIAS
INICIALES GESTIONES INDIAS DEL SIGLO XVIII Y SUBLEVACIONES
(Texto corresponde a Virgilio Roel Pineda)
A lo largo de todo el siglo XVII, los indios por conducto de sus curacas y personalidades
principales, se esforzaron por mejorar sus condiciones de vida y de trabajo, para cuyo efecto llevaron a
cabo largas y pacientes gestiones, en la creencia que la justicia española podría hacer que las leyes de
Indias fueran aplicadas en su favor.
Esta creencia se fundaba en el hecho objetivo de que había una legislación ambigua, que en su parte
enunciativa era aparentemente benévola, pero que en su parte resolutiva otorgaba facultades
direccionales a los funcionarios coloniales, en aplicación del principio de que la realidad podía hacer
necesario que las normas legales pudieran ser pasadas por alto para mantener la autoridad y la
estabilidad del régimen colonial, esta facultad, empleaba con prodigaldad por las autoridades virreinales,
hacía inútil la parte enunciativa de las ―Leyes de Indias‖, con el resultado de que el panorama real de la
vida era tremendamente inhumana e insoportable, tanto para los indios del común como para los
esclavos de los centros de laboreo y para el pueblo pobre de las ciudades, (formado en este nivel por
españoles pobres, criollos desheredados, mestizos, vagabundos y delincuentes).
Durante la Colonia, (Y también durante la República), los sostenedores del Virreinato justificaban las
lames tangibles e inamovibles de la realidad con en manido argumento de que ello era debido a las malas
autoridades y funcionarios de la Corono hispánica, que actuaban en ―desacuerdo con las leyes vigentes‖.
Esta argumentación fue admitida y creída por varios curacas e indios principales, que en plena
concordancia con dicho principio emprendieron reclamaciones ante las altas instancias de la
administración colonial. Quienes no admitieron el argumento y pensaban que era todo el sistema el que
provocaba la opresión, avasallamiento y maldades generalizadas, propiciaron el alzamiento directo, unas
veces aisladamente y otras en forma más o menos coordinada y extensiva.
[49]
La combinación de estas dos tendencias, la que podemos llamar reformista (y que prefirió la vía de las
gestiones administrativas), y la que podemos denominar radical (Y que prefirió la vía del conato, el
alzamiento y la sublevación), dieron como resultado un vasto movimiento indianista, inspirado en una
permanente añoranza incásica, en la que se combinan o suceden las reclamaciones, las conspiraciones
y la insurgencia, con una cronología que es con algunas omisiones, la siguiente:
En tiempos del virreinato de Castell fuerte, (1724-1736). Los indios de Azángaro, Carabaya, Cotatambas
y Castro virreina dan muerte a los corregidores de sus provincias, en protesta por las formas abusivas en
que estos funcionarios reales hacían efectivos, tanto el tributo indígena cuanto los repartimientos de
mercaderías y las mitas. La reacción virreinal fue rápida y brutal; los indios fueron masacrados,
ajusticiados sin juicio, y condenados de por vida a las mitas de Potosí y Huancavelica y a los obrajes y
panaderías.
Durante los largos 11 años que van de 1722 a 1732, (virreinatos del arzobispo Diego Morcillo y del
marqués de Castelfuerte), el curaca de Chicama, don Vicente Mora Chimo Càpac (descendiente de los
gobernantes chimúes e incas), logró pasar del Perú a España sin la autorización virreinal, lo que fue
aprovechado por varios de sus otros colegas curacas, que de inmediato le enviaron sus respectivas
representaciones y con cuyo apoyo presentó memorial tras memorial ante la corte de Madrid, reclamando
justicia para los indios quejándose de los funcionarios reales.
El año de 1736 los curacas de Paita logran penetrar la barrera virreinal y hacen llegar a la corte madrileña
un extenso memorial conteniendo denuncias y reclamaciones a favor de los indios.
Sabiendo que las gestiones y memoriales no daban resultado alguno, varios curacas e indios principales,
pertenecientes a viejas pancas incas del Cusco, coordinan acciones para emprender una rebelión. La
jefatura de los conspiradores le asumió el curaca con Adrès Ignacio Cacma Condori, apoyado por el
prestigioso curaca del tradicionalmente incásico barrio cusqueño de San Blas, don José Orco Huaranca;
se encontraban implicados en la conjura 17 curacas, La movilización empezó en 1737, pero como en
noviembre de ese año se desencadenan actos violentos en Azángaro, las autoridades coloniales
actuaron con gran rapidez, deteniendo a 89 indios principales del Cusco, mientras columnas milicianas
armadas por los mercaderes entraban a sangre y fuego en Azángaro, en que luego de tropelías y
asesinatos apresaron a 39 indios sindicados como cabecillas del conato, Las condenas fueron diversas;
prisiones, mitas forzadas y a ración en las minas los obrajes y las panaderías.
En 1738 los indios de la Villa de Oruro se alzan bajo la jefatura de Juan Velèz de Córdova, que se
proclama descendiente de los gobernantes incas; en el manifiesto que hacen público declararon su
decisión de concluir con el dominio español, porque la concesión dada por el papa Alejandro VI a favor de
los reyes de España, para poderarse de estas tierras se efectuó con la exclusiva obligación de difundir el
cristianismo, y en lugar de ello, los conquistadores y coloniales se convirtieron en asesinos de los incas y
usurpadores de sus bienes y atribuciones; y que, a más de eso, procedieron a imponer el tributo indígena,
las mitas y los abusos sin cuentos, sin que los afectados pudieran tener siquiera el recurso de la
reclamación. Usando las armas del engaño los coloniales reducen a los alzados, a quienes les aplican
penas brutales. Los cabecillas fueron victimados.
En 1742 se alzan los indios de la selva central, bajo el comando del guerrillero jamás vencido, don Juan
de Santos Atao Walpa Apo Inca, que se proclamo sucesor del último inca gobernante del Tawantinsuyo.
Indio de una gran cultura, (pues dominaba 5 idiomas; quechua, aymara, latín, campa y castellano), Juan
Santos Ataowallpa reunió a los guerreros de las selvas del Gran Pajonal, Perenè y Cerro de la Sal y con
estas fuerzas destruyó 27 misiones poniéndose al ataque de la sierra, pero para entonces, el gobierno
virreinal había tendido un cordón militar desde Huánuco hasta Huanta. Los corregidores de Jauja y
[50]
Tarma, la mando de un ejército de represión, penetran al área liberada en medio de una fuerte
hostilización. Eludiendo a estas tropas, Juan Santos se lanzó sobre Huancabamba, en que se habían
atrincherado fuerzas coloniales para defenderla. Para contener a los insurgentes, los coloniales instalaron
un fuerte en Quinir, (hoy llamado La Merced), pero al poco tiempo de que el fuerte estuvo concluido, los
rebeldes derrotaron a sus defensores, apoderándose de la plaza. En represalia, el virrey organizó un
nuevo ejército, a cuyo mando fue puesto a un militar profesional, el marqués de Mena Hermosa, que al
penetrar en la zona liberada por Juan Santos sufrió emboscada tras emboscada, hasta que prácticamente
fue aniquilado, debiendo fugar precipitadamente. Puestos a la defensiva, los coloniales procedieron a
construir dos fuertes de contención; el primero en Oxapampa, y el segundo en Chanchamayo. Tomando
como puntos de apoyo estos dos fuertes, Mena Hermosa emprendió otra campaña contra los libres,
cuando corría el año 1750, de la que nuevamente salió totalmente derrotado. Dos años después, en
1752, Juan Santos toma la iniciativa asaltando y apoderándose de los pueblos de Andamarca y
Acobamba; las apresuradas medidas adoptadas por las fuerzas virreinales impidieron que las unidades
de Juan Santos tomaran contacto con los indios andinos, cuya participación en el poderoso movimiento le
habría otorgado una formidable amplitud.. Pero si los rebeldes no pudieron adentrarse en las enormes
zonas controladas por los libres, a pesar de que los combates fueron continuos y recios, hasta que hacía
1761 muere Juan Santos, el gran guerrero libertario y sucesor, por derecho propio, del inca vilmente
asesinado por Pizarro en Cajamarca al punto que el historia se le conoce con idéntico nombre; Juan
Santos Atao Wuallpa Apo Inca.
En junio de 1750, contrariando la sagrada norma del secreto de la confesión, un sacerdote hizo saber al
vice.´- soberano, conde de Superunda, que estaba forjando una conspiración incásica, según se lo
habían revelado algunos de los comprometidos en la trama. El virrey actuó con rapidez; prendió, juzgó
sumariamente u ejecutó a seis identificados en la contra. Pero dos de los cabecillas pudieron huir a Lima:
Ellos eran Francisco Inca y Pedro de los Santos, quienes se refugiaron en Lahyatambo, donde con
asombrosa rapidez organizaron una poderosa columna armada, con la que pudieron cerco y tomaron la
importante ciudad de Huarochirí; allí juzgaron al corregidor y a sus secuaces, a los que se le ajustició por
los abusos y arbitrariedades sinfín que habían cometido. El virrey, gravemente alarmado, organizó un
poderosos ejército, al mando del marqués de Monterrico, que atacó con abrumadores medios a los
insurgentes, los cuales cayeron con extraordinario heroísmo en la ensangrentada y valerosa ciudad de
Huarochirí. Muchos de los dirigentes del formidables alzamiento fueron asesinados en el mismo
Huarochirí; a los restantes se les trajo en condiciones infames a Lima, en donde también fueron
ejecutados con una vesania inconcebible. La violencia de la rebelión y la ferocidad de los asesinatos
coloniales conmovieron profundamente todo el virreinato.
Durante todo el mes de mayo de 1766 hubo sucesivas tensiones y amotinamientos en la ciudad e Quito,
en los que participaron conjuntamente los indios y los mestizos, que protestaban por el establecimiento
de las aduanas. Para aquietar a la población tuvieron que ser enviadas tropas desde Lima.
El año 1770 los indios de Sicasica dan muerte al teniente del corregidor y atacan con suma violencia al
corregidor. Los indios sacrificados se contaron por centenas.
El año de 1771 los indios de Pacajes dan muerte al corregidor y persiguen a sus colaboradores
inmediatos. Las tropas represoras aplastan con suma crueldad a los amotinados.
El año de 1773 los indios y mestizos de Santiago de Chuco se amotinan en protesta por los exorbitantes
precios de las mercaderías dadas en reparto por el corregidor. Como al año siguiente se renuevan las
protestas, las fuerzas represoras apresan a los cabecillas visibles de las movilizaciones.
[51]
El año de 1774 el corregidor de Chumbivilcas apresa al curaca local por encabezar la protesta general
contra los repartimientos abusivos de mercaderías; los indios reaccionaron violentamente dando muerte a
l prepotente corregidor. Tropas de línea provocan un baño de sangre en la población chunbivilcana.
El año de 1774 los indios de Urubamba se sublevan contra las autoridades coloniales, que logran huir
para luego volver con refuerzos militares, que reprimen la sublevación con brutalidad.
El año de 1780 establecen relaciones conspirativas influyentes plateros como Lorenzo Farfán de los
Godos, Lidefonso, José Gómez y Eugenio Cárdenas, con el prestigioso curaca de Pisac, don Bernardo
Tambowaqso Pumayali. Descubiertas la conjura son apresados los conspiradores, pero escapa el curaca
Tambowaqso. En junio de 1780 son ajusticiados de complot Farfán de los Godos y seis de sus
compañeros de complot. Luego de ello se produce la captura del joven curaca Bernardo Tambowaqso,
por acto de traición de su propio cuñado. Pese a que su apresamiento se había producido en el interior de
una iglesia, por lo que estaba bajo el amparo del derecho de asilo, el curaca fue juzgado con sus
lugartenientes; sus jueces, temerosos por la amplitud del formidable alzamiento de Túpac Amaru, trece
días después del mismo, cuando corría el 17 de noviembre de 1780, determinaron que fueran
sacrificados, por sentencia capital, en la ciudad del Cusco, el heroico curaca Bernardo Tambowaqso y
sus colaboradores Quispe Tito, Conchay Tambo, Huambo Paro y otros.
LOS INICIOS DE LA REBELACIÒN DE TUPAC AMARU
Los inicios de la gran rebelión de Túpac Amarù no pueden entroncarse sino con las gestiones en que el
curaca participa a favor de un mejor trato de los indios, particularmente en lo tocante a su régimen de
trabajo y a sus condiciones de vida. Las gestiones del gran curaca se habían orientado al mejoramiento
global de la situación de los indios en general, pero puso acento en que éstos fueran exceptuados de la
inicua mita del asiento minero de Potosí, para lo que efectuó un viaje especial a Lima, en donde presentó
sus argumentos y reclamaciones ante las más altas autoridades virreinales. Todo este esfuerzo no tuco la
debida acogida, y es prácticamente simultáneo con la muerte del indio principal Blas Túpac Amarù
(Pariente del inca9, que hacía comienzos de 1755 se había embarcado con destino a España cargado de
representaciones y documentos para gestionar ante la misma corte madrileña la supresión de la mita
minera y el alivio de todas las obligaciones que abrumaban a los indios. El hecho es que el trayecto de
ida a la península, Blas Túpac Amarù fue asesinado en circunstancias que nunca llegaron a esclarecerse.
No cabe duda que este crimen convenció a Túpac Amarù de que las gestiones no conducirían n a
resultado alguno; por eso es que a partir de este momento José G. Túpac Amarù opta por el camino de la
conspiración para expulsar al colonizador europeo.
Diversos estudios (entre los que destaca el de Boleslao Lewin), estiman que Túpac Amarù comenzó a
establecer contactos políticos reservados desde 1770, para los que se valió no solamente de sus viajes,
sino también de emisarios y de transeúntes que pasaban por su casa de Tungasuca. En este contexto de
larga preparación, parece que durante su estadía en Lima, de 1777 y 1777, decidió por pasar de las
simples coordinaciones políticas a las de naturaleza directamente insurreccional. Con este propósito creó
un núcleo cusqueño y probablemente limeño, (ninguno de los cuales jamás sería conocido, porque el
gran curaca, con infinito valor, se obstinó en ocultarlos ante sus interrogadores). Dese entonces comienza
su acopio de armas, e incluso llega a instalar una fundición en la que se podían vaciar cañones de largo
alcance. En tres oportunidades lo visito subrepticiamente Julián Apasa (El futuro Túpac Catari). Los indios
principales que eran recibidos por Túpac Amarù, llevaban a sus pueblos retratos del Inca, así como
instrucciones de éste dirigidas a la preparación de la insurrección.
De entre todos los dirigentes indios que actuaban en coordinación con Tùpac Amarù, el que mayor
actividad mostró fue indudablemente Tomás Catari, que operaba en el corregimiento de Chayanta,
[52]
integrante de la provincia de Potosí. En su pueblo, Catari había tenido choques con el cacique impuesto
por los españoles, llamado Blas Bernal; contra este Bernal, Tomás Catari inició una acción judicial
impugnando la validez de su cargo, (que le correspondía sin duda alguna al propio Tomás Catari), y
denunciándolo por usurpación de los reales tributos, mediante el procedimiento de llevar dos padrones de
los obligados, La denuncia es comprobada por los investigadores, que avalan la acusación de Catari, en
febrero de 1778. Pero cuando el expediente llegó a manos del corregidor, éste en lugar de actuar contra
el cacique ladrón, apresa a Catari y a su colaborador Isidro Acho; más el recio indio no se deja arredrar y
fuga de la prisión para luego recurrir al protector de indios, que falló a favor de Catari, no obstante lo cual
el corregidor Alòs y su cómplice Bernal continuaron hostilizando implacablemente al indio recio. Es
entonces que Catari apela a las autoridades de Potosí y de La Plata (Chuquisaca), sin obtener nada
positivo, salvo resoluciones en el papel, que el corregidor ni las cumple ni las acata. Administrativamente
no le restaba sino el recurso de ir hasta Buenos Aires, sede del reciente virreinato segregado del Perú;
pero había el inconveniente de que el camino era muy largo y en gran parte desolado, pese a lo cual
Tomás Catari, acompañado del hijo de su lugarteniente, Tomás Acho, emprende la marcha; y es así que
prácticamente sin nada (salvo sus ropas puestas), llevan a cabo la hazaña de atravesar a pie 600 leguas,
hasta llegar a Buenos Aires, a fines de 1778.
El puerto busca al protector de indios y con su ayuda se presenta al virrey, a quien le expone los abusos
que se cometían en Chayanta, (el alegato fue expuesto en quechua, pues ni Catari ni Acho conocían el
castellano). Como el protector de indios no se muestra eficiente, Catari es ayudado por indios porteños
que dominan el castellano, con cuyo concurso presenta un brillante escrito al virrey Vèrtiz, que no tiene
otra alternativa que decretar una severa investigación de la denuncia de Catari. El decreto es enviado a la
Audiencia de Charcas, en donde sigue su ruta burocrática esterilizante, en tanto que Catari y Acho hacen
el extraordinario recorrido de vuelta, caminando a paso firme y durmiendo a la interperie o al abrigo de las
chozas de generosos indios que hallan en su ruta.
En Chayanta, Catari encontró todo igual, por cuya razón los indios que lo apoyaban le exigieron acción,
mas como Túpac Amarù no tenía sus hilos suficientemente atados, Catari dio la directiva de hacer
―resistencia pasiva‖, mediante el desconocimiento, de hecho, del cacique Bernal, en sustitución del cual
asumió las funciones de curaca. La respuesta oficial consistió en la orden de apresamiento expedida y
ejecutada por el corregidor, Pero en el camino hacia la cárcel de Aullagas, Tomás Catari ejecuta la
proeza de escapar de sus guardianes
Los indios de Chayanta, al entrarse de la prisión de Catari, se dirigieron amenazadoramente a la casa del
cacique Bernal, el 19 de mayo, allí encontraron en prisión y libertaron a los lugartenientes de Catari,
mientras Bernal huía apresuradamente.
Bernal acusó a Catari de los acontecimientos del 10 de mayo, y el corregidor Alòs de inmediato organizó
un expediente contra el bravo indio, que vivía protegido por el pueblo de Chayanta, a cuyos habitantes
mantuvo en actividad, mientras extendía continuamente sus conexiones Paralelamente al expediente.
Alòs dictó orden de captura contra Catari, que es apresado en julio de 1779; el gran indio reclama a la
Audiencia, que ordena la sustanciación de la causa en la misma localidad de Chayanta, hacía donde
conducen a Catari, que es puesto al cuidado del feroz cacique Lupa. Lógicamente, los indios, temiendo
por la vida de su dirigente deciden libertarlo por acción directa, lo que consiguen inmediatamente que
llegue a su pueblo, en abril de 1780. Alcanzada nuevamente su liberación por la lucha popular, Catari
decide recurrir una vez más a al Audiencia de Charcas en busca de justicia, y allí se dirige
personalmente, pero es nuevamente detenido el 10 de junio.
[53]
La paciencia de los indios se colmó, en tanto que los agentes de Túpac Amarù distribuían consignas de
acción, particularmente después de la asonada que protagonizaron los indios y mestizos de Arequipa, en
enero de 1780, contra el establecimiento de las aduanas, y luego del descubrimiento de la conspiración
de Tambowaqso y los plateros cusqueños. Es así que el 23 de julio de 1780, los indios de Chayanta, con
resuelta actitud amenazante cercaron al corregidor Alòs en un paraje de Pocoata, en donde le exigieron
la libertad de Catari y la rebaja de los tributos. El corregidor, para librarse del asedio, accedió a todo lo
pedido, señalando como fecha de su cumplimiento el 24 de agosto, en que se realizaba la feria tradicional
y en que se efectuaba el listado de la mita a ser cumplida por el pueblo. Pero Alòs, en lugar de cumplir su
promesa, reunió a la milicia provinciana y cuando se estaba realizando el despacho de la mita de Potosí,
el 26 de agosto, asesinó a la vista de todo el pueblo curaca Tomás Acho, que le había ido a recordar su
ofrecimiento de poner en libertad a Catari. Los ánimos llegaron a su punto más caldeado, con el resultado
de que, como movido por un resorte, todo el pueblo se lanzó sobre las milicias, con `solo palos y piedras;
muchos indios murieron, pero toda la milicia cayó prisionera, lo mismo que el corregidor Alòs. Los
amotinados exigieron la libertad de Tomás Catari a cambio de la vida del corregidor. La Audiencia,
temerosa de que el alzamiento de Pocoata se extendiera, accedió a las exigencias y Catari volvió a su
pueblo, ungido como curaca. Los indios cumplieron su promesa y pusieron en libertad al corregidor Alòs,
(que merecía la muerte por el asesinato de Acho, Todo el pueblo, en asamblea abierta, acuerda ajusticiar
al cacique traidor Florencio Lupa, a quién se le aplica la pena capital el 5 de setiembre. La insurrección ya
era un hecho insurrección ya era u hecho incuestionable, pero Catari todavía pretendía acatar los
mandatos reales ala espera de las directivas y decisiones que tomaría el comandante supremo de la
insurgencia que se iniciaba: José Gabriel Túpac Amarù).
LA SUBLEVACIÒN DE TÙPAC AMARÙ
Túpac Amarù Inca, caraca de Pampamarca, Surimana y Tungasuca poseía una gran cultura, bebida de
los indios viejos y de sus parientes mayores, todos de ascendencia inca, además de la instrucción que
recibió en el colegio de nobles indios del Cusco. Infatigable viajero, conocía muchos lugares y ciudades,
principalmente Lima y Cusco, donde cultivó amistades con personajes destacados, entre los que se
hallaban admiradores del Tawantinsuyu, como Miguel Montiel, apoderado del inca en Lima y que como
un aditivo de sus actividades comerciales, era conocido por su labor difusora de los Comentarios reales
de los incas, de Garcilaso de la Vega.
Sabedor de la grandeza del Tawantinsuyu y del sentido de justicia y habilidad que los incas pusieron en el
ejercicio del gobierno tawantinsuyano, e que el individualismo era suplido por una continuada práctica del
colectivismo, expresado en el gobierno por los consejos (ocamachino) de los ayllus. Túpac Amarù fue
tomando conciencia creciente de su papel libertario, derivado de su ascendencia incásica: por su madre
se entroncaba con Túpac Amarù Inca, (al que los españoles le pusieron el nombre de Felipe), y quien en
el siglo XVI había asesinado al feroz virrey Francisco de Toledo, cuando el Inca apenas contaba 18 años
de edad, basado en esa reminiscencia, era obvio que José Gabriel fuera acrecentando su decisión por
continuar la obra de sus ascendientes, restaurando un Tawantinsuyu modernizado, por la vía de luchar
contra las injustas, crueles e inhumanas instituciones traídas por el conquistador europeo, Fue así cuando
asumió el curacazgo, bajo el aliento de sus compañeros Micaela Bastidas, inició sus largas
reclamaciones en favor de los indios que eran sistemáticamente desoídas, denegadas y relegadas por las
autoridades virreinales. Por esta experiencia negativa, fue afirmándose en la convicción. Por esta
experiencia negativas fue afirmándose en la convicción de que no había otra alternativa que la violencia
insurreccional para lograr sus propósitos, (la única gestión a favor de los indios que Túpac Amarù no hizo
fue emprender el largo viaje a la península, por causa de que su pariente Blas Túpac Amarù cuando
viajaba por Europa en procura de justicia; fue misteriosamente asesinado; así supo que no ganaría lada,
salvo la muerte, si intentaba la travesía hacia la corte madrileña).
[54]
Parece ser que según la estimativa de Túpac Amarù, la sublevación que se proponía llevar a cabo no
había concluido todavía su fase preparatoria, por lo menos en plano internacional, en que no llegó a
conectarse con las potencias que estaban en guerra con España, como es el caso de Inglaterra. Además
de esta razón hay otra, de gran peso, que abona a favor del criterio de que no había llegado aún el
momento de la insurrección, que es la siguiente: como es sabido, hasta comienzos de noviembre e! joven
curaca Tambowaqso (que se encontraba procesado) tenía todavía posibilidades de salir airoso de su
litigio judicial, porque el derecho canónico lo protegía dado que había sido apresado en el recinto de una
iglesia, !o cual hacía aconsejable una espera, no sólo por la energía que podía desplegar el joven
Tambowaqso, sino también porque Túpac Amaru tenía un especial y muy grande afecto por él.
Pese a estas razones, el Inca se decidió a la acción inducido por los acontecimientos de Chayanta,
cuando corrían los primeros días del mes de noviembre de 1780. El acto inicial fue muy bien concebido y
su ejecución resultó impecable: el 4 de dicho mes emboscó al corregidor de la provincia de Tinta, general"
Antonio de Arriaga, a quien luego de amordazarlo Io puso en prisión, con-el mayor sigilo y secreto, en su
casa de Tintaj Allí obligó al funcionario hispano a redactar y firmar una carta dirigida a su cajero, en que le
ordenaba entregarle a Túpac Amaru 22,000 presos, algunas barras de oro, 75 mosquetes, varias bestias
de carga y algunos otros objetos más de gran utilidad para sus propósitos bélicos, El cajero, ignorante de
lo sucedido, entregó esos bienes al curaca. Pero además de esa carta, el antes arrogante corregidor
firmó sumisa y tímidamente una serie de órdenes disponiendo que todos los habitantes de los pueblos de
su provincia se reunieran en el término de las 24 horas siguientes. Las órdenes llevaban la fecha del 8 de
noviembre, pero fueron distribuidas el 9, de manera que la gran concentración en Tinta debería tener
lugar e! 10 de noviembre de 1780.
El célebre día del 10 de noviembre de 1780, se reunió una imponente multitud en la plaza de Tungasuca.
Al centro del vasto escenario se instaló un gran cadalso, rodeado por dos hileras de milicianos armados
de ondas, macanas y fusiles. El acto fue organizado a la española: un pregonero precedía al reo, leyendo
una proclama en quechua y castellano, según la que se hacía saber que, por mandato real, Túpac Amaru
declaraba que Arriaga era dañino al reino por su múltiples arbitrariedades; por el mismo pregonero se
declaraban formalmente suprimidas las alcabalas, las mitas y las aduanas. Una vez al pie de la horca, el
pregonero expresó en quechua y castellano que se ajusticiaba a! corregidor por orden del rey de España.
La enorme multitud quedó asombrada, y fuera de los colaboradores más inmediatos de! inca, la mayoría
no-sabía aún que estaba viviendo el inicio de un formidable acontecimiento-libertario, pues luego- de
ejecutado el repudiare funcionario colonial, el curaca José Gabriel Túpac Amaru arengó en quechua a los
asistentes,, expresando que la misión regla que se le había encomendado consistía en asumir, el poder
supremo para liquidar a todos los corregidores, puesto que ellos contribuían y alentaban la miseria de los
indios, y de toda la población, incluidos los mestizos y criollos. Terminó mandándoles obedecer sus
órdenes para llevar a cabo-su obra transformadora.
Así empieza e! gran alzamiento, que fue desde el principio un camino sin retorno, es decir que desde el
momento en que el inca dio e! paso de ejecutar a! corregidor Arriaga sabía que no había ninguna
posibilidad de reconciliarse con el sistema colonial; era plenamente consciente de que luego de esa
medida no cabían sino dos posibilidades: o la independencia total o la derrota con su secuela de
masacres y muertes. Por eso es que no hay dos períodos en la sublevación tupacamarísta: la
pretendidamente fidelista, seguida.de la separatista, por la simplísima razón de que en la Colonia no se
podía ser "fidelista" luego de ejecutar públicamente a un alto representante del rey de España, como lo
era todo corregidor. Por eso es que las proclamas fídelistas de Túpac Amaru es preciso estimarlas como
medidas finamente calculadas por el gran estadista.
[55]
El inca toma su siguiente paso con rapidez: se movió sobre Quiquijana para prender al corregidor, pero
Fernando de Cabrera había huido con suma precipitación, de manera que Túpac Amaru se encaminó al
obraje de Pomacanchi, lo hizo abrir y a la vista de los curacas que había" invitado, exclamó en voz alta
que su misión no sólo era acabar con los corregidores, sino también con los obrajes, de modo que
procedió a pagar a todos los acreedores del obraje con las existencias al I í-habidas, y todo el sobrante lo
distribuyó entre los indios. A cargo del obraje puso a su hermano Juan Bautista Túpac Amaru.
El 12 de noviembre fue enterrada sorpresivamente la ciudad del Cusco de los acontecimientos ocurridos
en Tungasuca, por boca del corregidor Cabrerg, huido de Quispicanchis. El corregidor del Cusco procedió
a formar de inmediato una Junta de Guerra, encomendando la jefatura militar a Joaquín de Valcárcel,
que instaló su cuartel general en el antiguo convento de los jesuítas; allí concentró todas las armas
disponibles de la ciudad y dio aviso de Los acontecimientos al virrey de Lima, al que pidió auxilio,
igualmente, y con el propósito de contar con avanzadillas de control; destinó una división al mando del
corregidor Cabrera, que con el apoyo de los caciques Sahuaraura y Chillitupa y con unidades de gentes
"distinguidas", marcharon teniendo como punto de destino Huayrapata. Pero como el comando represor
vio el camino despejado, se animó a incursionar en profundidad, así es que avanzan hasta Sangarará,
pueblo al que liega el 17 de noviembre toda la división compuesta de unos 1,200 efectivos que acampó
en la plaza de la población, en donde pernoctaron. Al amanecer del 18 de noviembre Los vigías hicieron
saber que se hallaban rodeados por combatientes indios; es entonces que los coloniales, bajo las
órdenes de Tiburcio Landa, procedieron a refugiarse atropelladamente en el recinto de la iglesia. En
actitud generosa Túpac Amaru los intimó dos veces a que se rindieran; como no tuvo respuesta positiva
alguna procedió a pedir que salieran las mujeres y los criollos, porque con ellos no tenía cuentas
pendientes. Entre los coloniales se desencadenó una lucha dentro del templo, enfrentándose quienes
deseaban rendirse con los que propiciaban resistir. La gresca fue tan grande, que el cura solicitó a Túpac
Amarù que interviniera para restablecer el orden. Estando así las cosas es que estalló la pólvora que
traí.an los coloniales y la iglesia se consumió en Jalmas mientras grupos de enemigos salían a combatir,
con el resultado de que se desató una lucha dispersa y desordenada hasta las once .de la mañana, en
que toda resistencia cesó. De la expedición colonial se contaron 576 muertos, varios heridos, y los
restantes se entregaron como prisioneros. Túpac Amaru entregó, en actitud de- plena humanidad, 200
pesos .al cura para que enterrara todos los cadáveres. A los rendidos, el inca les explicó el alcance de
sus objetivos y luego los dejó en libertad. Pese a que prometieron no tomar las armas contra los
libertadores, casi todos volvieron nuevamente con las tropas represoras.
En abierta contravención de los hechos, el obispo Moscoso del Cusco culpó a Túpac Amaru del incendio
que destruyó el templo de Sangará, con cuyo pretexto ordenó que en todas las iglesias fueran colocados
cedulones por los que se declaraba a Túpac Amaru excomulgado. Ante este abuso de las creencias, el
inca respondió con una circular dirigida a todos los curas de la región explicándoles que su causa no iba
orientada contra la religión, sino que estaba destinada a "...destruir el temerario abuso y perversa
costumbre de repartos y demás hechos que amenazan a todos..." No obstante, es evidente que algún
efecto nocivo debió surtir el anatema de la alta clerecía colonial contra su movimiento, señaladamente
entre los criollos, aunque entre los indios su efecto fue totalmente nulo.
Luego de su estruendosa derrota de Sangarará, los coloniales procedieron a reforzarse febrilmente en el
Cusco, pidiendo para el efecto toda clase de ayudas y refuerzos a la capital del Virreinato. De su lado, el
inca dispuso que se construyera una fortificación en torno a Tinta, mientras enviaba destacamentos hacia
las provincias circunvencinas a la antigua capital tawantinsuyana. José Gabriel Túpac Amaru tomó el
camino del sur, por el viejo Collasuyo, cruzó la cordillera del Vilcanota por Santa Rosa y el 13 de
diciembre entró al pueblo de Azángaro, en las orillas del lago Titicaca, de donde había huido el cacique
traidor Choquehuanca, que se unió a los coloniales. Allí, recibió noticias alarmantes sobre el volumen que
[56]
iba tomando el ejército virreinal en el Cusco, por lo que volvió sobre sus pasos, permaneció unos días en
Tungasuca y el 28 de diciembre hizo su aparición con sus unidades en las alturas del cerro cusqueño
llamado Picchu; pero, probablemente porque esperaba que los comprometidos con su movimiento en el
seno de la ciudad del Cusco actuaran en algún momento, el inca no se decidió a combatir en las calles de
la población, con el resultado de que ella devino en el centro de operaciones contra los insurgentes,
En efecto, una vez que en Lima se supo de la sublevación, tanto el virrey Jáuregui como el visitador de
coló nías José Antonio de Areche, (llegado de la península para supervisar el incremento de los
impuestos e ingresos reales en sus colonias americanas), se preocuparon sobremanera, porque después
de lo de Sangarará no podían tomarse las cosas sin una sobredosis de alarma; por eso es que desde
noviembre fueron partiendo de Lima sucesivas oleadas de tropas entrenadas, y a mediados de diciembre
el propio visitador partió de Lima con un cuerpo de 700 efectivos, 6 cañones y 3,000 fusiles adicionales.
Entretanto, parece ser que algo hacían los partidarios de Túpac Amaru dentro del Cusco, pues en la
ciudad se formaron dos bandos: uno partidario de rendir las armas y otro contrario a. la aceptación de los
pedidos de capitulación del inca. Como las autoridades se negaron a ceder, el pánico cundió en la
población, que empezó a empacar con vistas a la huida. La junta extraordinaria de guerra dispuso que
nadie saliera del Cusco bajo la amenaza de la pena de muerte a quienes intentaran hacerlo. El 3 de
enero el inca-envió una embajada formada por dos personas que portaban una nueva y formal
proposición para que la ciudad se rindiera, con la repetición del compromiso de que se protegerían y
llevarían a cabo: las aspiraciones y derechos de los criollos. La embajada fue maltratada, contra todo
precedente militar.
Puesto que los efectivos coloniales habían aumentado grandemente, los coloniales decidieron atacar las
posiciones de Túpac Amaru en Picchu. Este ataque lo pudieron montar debido a que las unidades de
Diego Cristóbal Túpac Amaru, primo del inca, habían sido detenidas en su avance hacia la pampa de
Anta, por acción principalmente de los caciques Rosas y Pumacahua, que contuvieron a estas fuerzas
que podrían haber caído sobre el camino de aprovisionamiento que. permitía el paso de los refuerzos
coloniales. Así es que se organizaron los dos ataques sobre el cerro Picchu, emprendidos por el enemigo
los días 8 y 10 de enero de 1781. En ninguna de esas acciones hubo ni vencedores ni vencidos, pero
Túpac Amaru prefirió retirarse del lugar, por razón de que no valía la pena continuar una batalla sino era
conveniente tomar el Cusco por la fuerza, pues nunca quiso el inca que su entrada a la gran ciudad de
sus mayores fuera realizada de esa forma.
Las operaciones en gran escala contra los insurgentes se dieron inicio cuando Areche llegó al Cusco el
23 de febrero. Areche y el inspector general, mariscal José del Valle, reunieron en la ciudad un ejército de
más de 17 mil soldados. A mediados de marzo este ejército salió en campaña, dividido en tres columnas,
cada una con una fuerza principal de choque, y una masa de indios llamados "fieles", a quienes se les.
Había conducido mitad con engaños y mitad por la fuerza. El grueso.de las tropas coloniales marchaba
por la región montañosa hacia el valle del Vilca-mayo, sin encontrar trazas de los insurgentes. La causa
de ello era que el inca preparaba una gran celada; en que caerían aplastadas tales tropas. La fecha de la
emboscada fue fijada para la noche del 21 de marzo, mas, por desgracia .el plan fue delatado por un
tránsfuga,(Zumiñano Castro), lo que se tradujo en una violenta lucha nocturna, pero en la que ya no hubo
sorpresa. El inca dispuso un repliegue ordenado tras sus ligeras fortificaciones de Tinta, las que
constaban principalmente de un conjunto abigarrado de trincheras, en que la caballería no podía operar.
El 3 de abril ambos ejércitos estaban frente a frente y sin posibilidades físicas de que uno pudiera vencer
al otro, de lo que el mariscal del Valle desprendió que lo aconsejable era bloquear al ejército insurgente,
que no tenía un adecuado sistema de aprovisionamiento,(la caballería de Túpac Amaru, compuesta de 4
mil unidades, precisaba de la llanura para su alimentación). Esta falta de vituallas obligó a Túpac
[57]
Amaru a intentar un ataque sorpresivo en la noche del 5 al 6 de abril, que no dio los resultados esperados
porque los enemigos habían sido puestos sobre aviso. La luchase tomó descontrolada por el lado
tupacamarista, de manera que hacía las 4 de la mañana el inca optó por retirarse con su escolta hacia el
lado opuesto del río Combapata. Tras él venía una compañía enemiga, que lo pudo apresar
sorpresivamente por la delación de uno de los encargados de su custodia, junto con él fue apresada casi
toda su familia.
Habían salvado de la trampa, Diego Cristóbal Túpac Amaru (primo), Andrés Túpac Amaru (sobrino),
Miguel Túpac Amaru (cuñado) y Mariano Túpac Amaru (hijo), que establecieron su cuartel general en
Azángaro, en donde concibieron el plan de rescatar a los cautivos durante su traslado a ¡a ciudad del
Cusco. Para evitar que los prisioneros fueran, liberados, el propio mariscal del Valle condujo a los ilustres
presos custodiados por casi todo el ejército colonial, hasta la ciudad de Urcos, en donde los esperaba .el
visitador Areche, con grandes refuerzos. De allí se le trasladó al Cusco, ciudad en la que se montó un
espectáculo muy propio de los coloniales: desde los accesos de la población hasta la plaza, mayor las
tropas formaban en doble fila, marchando en procesión con el visitador a la cabeza, seguido por una
horca, tras la que venía el inca, sentado en una silla colocada en el lomo.de una muía. Túpac Amaru se
encontraba con cadenas en los pies; vestía un uncu de terciopelo, (o sea, que su ropa era el tipo inca
clásico), con insignias de oro en el pecho; sus calcetines eran de seda blanca y calzaba zapatos de
terciopelo negro; su semblante lucía muy sereno, con rasgos indios puros. Tras el inca venía Micaela
Bastidas, montada en una muía blanca, con vestimenta inca clásica, pero sin sombrero; en seguida
venían los demás prisioneros ilustres.
EL MARTIRIO SUPREMO DE TUPAC AMARU INCA
El inca y sus más allegados parientes y colaboradores fueron encerrados en el cuartel general de los
coloniales en el Cusco: el convento de la expulsada Compañía de Jesús, (hoy convertido en el local
central de la Universidad Nacional del Cusco). Las seguridades impuestas y el despliegue de fuerzas del
adversario no le atemorizaron. El 19 de abril comenzaren a interrogarlo, pretendiendo que les revelara
sus relaciones ocultas en el Cusco, así como unas supuestas relaciones con los ingleses, así como
quiénes eran sus seguidores inmediatos y los pasos seguidos para efectuar la insurrección. Pero los
cargos e interrogatorios brutales no lo abatieron/ (en su curso ¡e rompieron los dos brazos); no lograron
que les revelara nada. Pero, en cambio, desde el 27 de abril hasta el 12 de mayo, sus carceleros
detectaron por lo menos tres Intentos de Túpac Amaru para establecer relaciones con- sus allegados
cusqueños, con el, propósito dé evadirse de la prisión. En uno de esos intentos se descubrió un pequeño
lienzo, escrito con su propia sangre, para un amigo al que pedía dinero para escapar.
Al cabo, el 17 de mayo de 1781 se dictó la sentencia contra es inca y sus allegados prisioneros, que es el
documento más horroroso que registran los anales de la maldad humana a través de todos los tiempos.
Se cumplió el 18 de mayo, en la plaza mayor del Cusco. Un conocido relato de la época .es
suficientemente explícito sobre la forma en que ella se llevó a efecto. Ese relato es el siguiente:
que tenía sus rejones y algunas bocas de fuego, y cercada la horca de cuatro caras con el cuerpo de
mulatos y huamanguinos; arreglados todos con fusiles y bayonetas caladas, salieron de la Compañía
nueve sujetos, que fueron los siguientes: José Verdejo, Andrés Gástelo, un zambo, Antonio Oblitas (que
fue el verdugo que ahorcó al general Arriaga), Antonio Bastidas, Francisco Túpac Amaru, Tomasa
Condemaita, cacica de Aeos, Hipólito Túpac A maní, hijo del traidor, Micaela Bastidas, su mujer, y el
insurgente José Gabriel. Todos salieron a un tiempo, y uno tras otros venían con sus grillos y esposas,
metidos en unos zurrones, de éstos que se trae' yerba del Paraguay, y arrastrados a la cola de un caballo
aparejado. Acompañados de los sacerdotes que los auxiliaban y custodiados de la correspondiente
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guardia, llegaron todos al pie de la horca y se les dieron por. medio dedos verdugos las siguientes
muertes:
A Verdejo, Gástelo y a Bastidas se les ahorcó llanamente. A Francisco Túpac Amarù, tío del insurgente, y
a su hijo Hipólito, se les cortó la lengua antes de arrojarlos de la escalera de la .horca; y a la india
Condemaita se le dio garrote en un tablillo que estaba dispuesto, con torno de fierro que a este fin se
había hecho y cine jamás habíamos visto por acá. Habiendo el indio y su mujer visto con sus ojos
ejecutar estos suplicios hasta en su hijo Hipólito, que fue el último que subió a la horca, luego subió la
india Micaela al tablado, donde asimismo, a presencia del marido, se le cortó la lengua y se le dio garrote,
en que padeció infinito, porque teniendo el pescuezo muy delicado no podía el torno ahogarla y fue
menester que los verdugos, echándole lazos al pescuezo, tirando de una y otra parte y dándole patadas
en el estómago y pechos, la acabasen de matar. Cerró la función el rebelde José Gabriel, a quien se le
sacó a media plaza. Allí le cortó la lengua el verdugo, y despojado de los grillos y es-posas, le pusieron
en el suelo, atáronle a las manos y pies cuatro lazos, y asidos éstos a la cincha de cuatro caballos tiraban
cuatro mestizos a cuatro distintas partes. Espectáculo que jamás se había visto en esta ciudad. No sé si
porque los caballos no fuesen muy fuertes o el indio, en realidad, fue de fierro, no pudieron
absolutamente dividirlo, después que un largo rato lo tuvieron tironeando, de modo que le tenían en el
aire en un estado que parecía una araña] tanto-que el Visitador, movido de compasión, porque no
padeciese mas aquel infeliz, despachó de la Compañía (desde donde dirigía la ejecución) Una orden,
mandando le cortase el verdugo ¡a cabeza, como se ejecutó. Después se condujo el cuerpo, debajo de la
horca, donde se le sacaron los brazos y-los pies. Esto mismo se ejecutó con la mujer, y a los demás se
les sacaron las cabezas para dirigirlas .a diversos pueblos. Los cuerpos del indio y su mujer se llevaron a
Picchu, donde estaba formada una hoguera en la que fueron arrojados y reducidos a cenizas, las que se
arrojaron al aire y al riachuelo que por allí corre. De este modo acabaron José Gabriel Túpac Amarù y
Micaela Bastidas, cuya soberbia y arrogancia llego a tanto que se denominaron reyes del Perú, Chile,
Quito, Tucumán y otras partes, hasta incluir el gran Paititi, con locuras de este tono.
Este día concurrió un crecido número de gente, pero nadie gritó ni levantó una voz. Muchos hicieron
reparo, y yo entre ellos, de que entre tanto concurso no se veían indios, a los menos en el traje mismo
que ellos usan; y si hubo algunos, estarían disfrazados con capas y ponchos.
"Suceden algunas cosas que parece que el diablo las trama y dispone para confirmar a estos indios en
sus abusos, agüeros y supersticiones. Di gol o porque habiendo hecho un tiempo muy seco y días muy
serenos, aquél amaneció tan atoldado que no se le vio cara al sol, amenazando por todas partes a llover.
Y a hora de las doce, en que estaban los caballos estirando al indio, se levantó un fuerte refregón de
viento y tras éste un aguacero que hizo que toda la gente, y aun las guardias, se retirasen a toda prisa.
Esto ha ido causa de que los indios se hayan puesto a decir que el cielo y los elementos sintieron la
muerte del inca que los españoles, inhumanos e. impíos, estaban matando con tanta crueldad".
El sacrificio horroroso, y sin paralelo en la historia universal, convirtió al inca en el mártir humano más
grande de todos los tiempos y latitudes. Pero los opresores no sólo querían escarmentar y aterrorizar a la
nacionalidad inca, sino también agredir de la forma más profunda y total a las manifestaciones de nuestra
cultura nacional; por eso es que en el texto mismo de la sentencia dictada por el crudelísimo visitador
Areche, se estipulan disposiciones terminantes para extirpar las expresiones de la gran nacionalidad que
pretendían destruir. En efecto, en dicho documento se manda: A suprimir los curacazgos (o cacicazgos),
sustituyéndoseles por los alcaldes de indios; impedir el uso de los trajes incas (las indumentarias que no
podían vestirse, ...son el uncu, que es una especie de camiseta; yacollas, que son unas mantas muy ricas
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de terciopelo negro y tafetán, mascalpacha, que es un círculo a manera de corona de que hacen
descender cierta especie de nobleza antigua, significada en una mota o borla de alpaca colorada, y
cualesquiera otro de esta especie y significación...); destruir todos los retratos de los gobernantes incas,
que por entonces los había con gran pro fusión en todas las casas y locales públicos; destruir los escritos
quechuas y el rico teatro inca; cuya representación quedó prohibida terminantemente; prohibir el uso de
los pututos; impedir que los indios usen trajes negros, porque " lo usan como duelo por la muerte de sus
gobernantes incas y, ...del día o tiempo de la conquista, que ellos tienen por fatal; prohibir que los
"...indios se firmen incas, imponer con la mayor energía y violencia el uso del castellano, en sustitución
del quechua, por medio de las escuelas y de los curatos, y con premio para los pueblos que cambien de
lengua; y así otras medidas similares.
Es de señalar que el rey de España, Carlos III, por cédula fechada el 28 de abril de 1783, aprobó los
crímenes cometidos por Areche y sus acompañantes, haciéndose de esta forma cómplice de tamaña
felonía.
LA REBELIÓN INCA PROSIGUE
Luego del desastre de Tinta, los insurgentes se reagruparon con sorprendente velocidad, resueltos a
liberar a su caudillo a como diera lugar. Días después de la captura del inca, su primo Diego Cristóbal
comandaba la lucha, en Langui, (pueblo en el que fuera apresado José Gabriel Túpac Amaru), mientras
en Pisac los insurgentes obtenían una ciara victoria, que les permitió aproximarse al Cusco, casi al tiempo
que el inca llegaba a esa ciudad, El grueso ríe las tropas del mariscal del Valle fueron durísimamente
atacadas por oleadas de indios mandados por Pedro Vilca Apasa, que estaba dispuesto a todo por llegar
hasta donde estaba su inca. Pero aunque la violencia de la lucha fue tremenda, no fue posible obtener el
triunfo, porque las acciones se condujeron sin suficiente orden. En ese momento quedó en claro que si no
se conseguía la sorpresa, no era factible derrotar a un ejército bien organizado, con sólo el ardor de
multitudes heroicas.
Diego Cristóbal Túpac Amaru reemplazó al inca mártir en la dirección del alzamiento. Examinó su
situación luego de los intentos por libertar al inca, y llegó a la conclusión de que. era preciso aprovechar
mejor los gran des espacios que lo favorecían, de manera que trasladó su cuartel general a la ciudad
altiplánica de Azángaro, en donde es estableció junto con Mariano, hijo de José Gabriel Túpac Amaru.
Desde allí avanzó y tomó Sorata y participó activamente en el segundo asedio de La Paz.
Quien comandó el asedio y asalto de Sorata fue Andrés Túpac Amaru, sobrino del inca, que apenas
contaba 18 años de edad, pero que pronto adquirió un gran prestigio. El cerco de la ciudad empezó en
mayo de 1781, pero no pudo prosperar no sólo porque el armamento de los coloniales era mayor, sino
también porque las defensas estuvieron bien organizadas y ¡as tropas coloniales tenían un entrenamiento
muy superior; contra esta barrera, los insurgentes sólo podían oponer su número y heroísmo, pero eso no
era suficiente para vencer. Consciente de la situación, Andrés decidió desviar los ríos Quilimbaya,
Lakathia y Chiiicani hacia un embalse que construyó sobre la ciudad y que luego vació sobre el poblado.
En su primer intento fracasó, pero el segundo esfuerzo, Nevado a cabo en agosto de 1781, alcanzó los
resultados esperados: Sorata se inundó y sobre los charcos los combatientes, comandados por el joven
Túpac Amarù dieron fácil cuenta de los coloniales.
Es de resaltar que todo el Altiplano (o Alto Perú) estaba en un estado de extrema, tensión por efecto de
los acontecimientos de Chayanta en donde Tomás Catariha había sido sorpresivamente apresado por un
grupo armado que Jo emboscó, (este grupo armado se encontraba a las órdenes del minero Manuel
Álvarez); una vez preso, Catari fue puesto bajo la escolta de! funcionario real Acuña, quien decidió
conducirlo a Charcas. La reacción del-pueblo fue instantánea: todos-los indios se alzaron, resueltos a
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liberar a su dirigente. Al verse rodeados poruña inmensa multitud, los custodios de Tomás Catari
resolvieron matarlo, arrojándolo a un precipicio, como en efecto lo hicieron el 15 de enero de 1781. La
multitud, enardecida por el asesinato de su jefe, dio muerte inmediata a los verdugos de Tomás Catarí.
Ya en plena insurrección, tomaron la conducción de las acciones los hermanos del indio sacrificado,
llamados Dámaso y Nicolás, quienes organizaron rápidamente una fuerza de 7,000 efectivos, pobremente
armados, que hacia el 13 de febrero de 1781 se encontraba sobre Charcas, hoy la ciudad boliviana de
Sucre. Los Catari en lugar de atacar de inmediato Chuquisaca o Charcas, decidieron esperar su
rendición, que se hubiera producido si no llegaban las tropas coloniales mandadas por el coronel Ignacio
Flores, qué atacó a los rebeldes el 20 de febrero, obligándolos a retroceder a causa de su falta de
organización y concierto. Replegado en su provincia en Chayanta, Dámaso Catari y veintiocho de sus
familiares y lugartenientes fueron entregados a las autoridades de Chuquisaca, por obra de algunos
traidores, el 1o de abril de 1781. Sentenciado a muerte, fue ejecutado en esa ciudad alto peruana el 27
de abril de 1781. Algunos días después, el 7 de mayo de 1781, fue ahorcado, por mandato de Flores,
Nicolás Catari, el último hermano de Tomás.
Pero la agitación se había extendido tan grandemente por la región, que en la villa de Gruro, cuando los
milicianos (principalmente mestizos) fueron convocados a su acuartelamiento el 10 de febrero de enero
se negaron a cumplir la orden, y, en lugar de ello, se concertaron para atacar a los "chapetones" que se
habían refugiado en la casa de José Endelza, que después de una intensa balacera fue incendiada,
siendo muertos todos los que allí se encontraban. Despavoridos por la: furia del "cholaje", el corregidor y
sus auxiliares fugaron velozmente hacia Cochabamba, mientras la población era invadida por los indios,
que obligaron al cabildo a que asumiera el gobierno de la ciudad. Los cabildantes, temerosos de la
multitud, aparentaron ser "tupacamaristas". Mientras por lo bajo conspiraban para expulsar a los indios de
la villa, cosa que no podían hacer sin someter previamente al "chola je" alzado. Este doble juego de los
cabildantes permitió, meses después, que las milicias coloniales retomaran el poder efectivo de la ciudad,
que de esta manera resultó frustrada en sus propósitos libertarios.
No obstante la agitación tan generalizada, las fuerzas más organizadas y por tanto las más poderosas
eran las que se encontraban a las órdenes de los Túpac Amaru, que se habían afirmado en Azángaro.
Pero la cercana población de Puno estaba sometida aún al dominio de las autoridades coloniales. Al
comenzar el mes de mayo, Diego Cristóbal puso cerco a la ciudad de Puno, cuya guarnición se salvó de
ser diezmada por la llegada de las tropas del mariscal del Valle, que arribaron a la ciudad lacustre muy
disminuidas por las deserciones sufridas. Estas tremendas deserciones ponían de manifiesto la
desmoralización de las tropas represoras, por lo que del Valle decidió abandonar Puno, acompañado de
las familias y tropas coloniales sobrevivientes. Salieron el 23 de mayo, mientras los libres ocupaban la
gran ciudad de Puno, desde la cual, el 6 de setiembre de 1781, Diego Cristóbal Túpac Amaru decretó
nuevamente la libertad de los esclavos. La manumisión de los esclavos fue inicialmente proclamada por
José Gabriel Túpac Amaru el 16 de noviembre de 1780, o sea apenas 6 días después de su alzamiento.
En los acontecimientos posteriores a la desgraciada acción de Tinta, comenzó a despuntar un indio con
grandes dotes-llamado Julián Apasa, que en homenaje a Túpac Amaru y a Tomás Catari tomó sus
apellidos, por lo que pasó a la historia como Julián Túpac Catari. Obedeciendo órdenes de Diego
Cristóbal, se puso a la cabeza de 40,000 indios pobremente armados, pero totalmente resueltos a tomar
por asalto la ciudad, de La Paz, cuyo primer asedio comenzó el 13 de marzo de 1781. Este primer cerco
de la ciudad altiplánica duró 109 días, en que los libres mostraron un arrojo y heroísmo verdaderamente
admirables; pero una vez más se puso de manifestó que esas solas virtudes no son suficientes contra
una defensa bien planteada, asumida por unidades dirigidas por profesionales de las armas. Los
enfrentamientos de este asedio concluyeron cuando el general Ignacio Flores, que había asumido la
[61]
presidencia de la Audiencia de Charcas, llegó a los alrededores de La Paz el 1o de julio de 1781. Las
tropas de Túpac Catari evitaron el enfrentamiento y se retiraron en orden.
Hecho su ingreso a La Paz, Flores se encontró con que su ejército comenzó a esfumarse por obra de las
enormes deserciones, debidas a la desmoralización de los reclutas. Esto explica que el 4 de agosto, bajo
la pesarosa mirada de los habitantes de la Villa, Flores emprendiera una rápida retirada. Quedó en ella
una guarnición reforzada y ya fogueada, al mando del teniente coronel Sebastián de Seguróla. Como era
de esperarse, las fuerzas de Túpac Catari volvieron a cercar nuevamente la ciudad. Pocas semanas
después se presenta en los altos de La Paz el joven Andrés Túpac Amaru, quien diseña una táctica igual
a la que empleó en Sorata, para asaltar la población: cuidadosamente construyeron una gran represa a
tres leguas. Por !a noche del 12 de octubre de 1781 abrieron las represas e inundaron parte de la ciudad,
destruyendo varias de las fortificaciones enemigas. Algunos obstáculos físicos imprevistos no permitieron
que la inundación completa se llevara a cabo, así es que los combates se efectuaron sobre el lodo y las
piedras, lográndose- la merma continuada de las fuerzas defensoras, que estaban a punto de rendirse
cuando se supo la aproximación de las tropas enviadas por el virreinato de Buenos Aires, al mando de
José Roseguín.
Ante la proximidad del adversario, Túpac Catari levantó el segundo cerco de La Paz y se replegó a los
cerros de Pampajasi, desde cuyas estribaciones continuó el hostigamiento de los coloniales. Andrés
Túpac Amaru, por su parte,' se dirigió a Azángaro, llamado por su tío Diego Cristóbal, que deseaba tomar
su parecer sobre los ofrecimientos de paz y perdón publicados por el virrey Jáuregui, de Lima.
LA ESPANTOSA MUERTE DE JU LIAN TUPAC CATARI
Los coloniales, angustiados por las consecuencias desastrosas que para ellos comportaba la
continuación de la lucha incásica y preocupados por las noticias de que Inglaterra (en guerra con España)
preparaba una expedición marítima hacia Sudamérica, concibieron la maniobra de ofrecer perdón y paz a
los insurgentes. La iniciativa de la medida la tomó el virrey de Lima, Jáuregui, y fue seguida de inmediato
por el virrey de Buenos Aires, Vértiz. La propuesta le llegó a Diego Cristóbal Túpac Amaru, quien la
estudió con sus lugartenientes.
Entre tanto, Reseguín penetró a La Paz, dio descanso á sus tropas y luego abrió campaña contra Túpac
Catari, que luego de una heroica y tenaz resistencia debió replegarse al Santuario de Nuestra Señora de
Las Peñas, en donde se encontraba Miguel Bastidas, al mando de fuerzas de reserva, con las que
pensaba proseguir las luchas anticoloniales. En este momento es que llegaron las comunicaciones del
cuartel general de Diego Cristóbal Túpac Amaru, por las que se disponía acogerse al indulto concedido
por el virrey Jáuregui.
Túpac Catari estuvo de acuerdo, conjuntamente con Micaela Bastidas, en obedecer las órdenes de Diego
Cristóbal, pero como la compañera de Túpac Catari, doña Bartolina Sisa, se encontraba prisionera en La
Paz, el gran jefe indio solicitó a Reseguín, como una demostración de buena voluntad, que se libertara a
la ilustre prisionera. El jefe colonial se negó, hecho que fue interpretado muy correctamente por Túpac
Catari en el sentido de que la oferta de la administración colonial era sólo una infame maniobra que
encubría torvos propósitos de traición. Así es que mientras Miguel Bastidas aceptó acogerse a la falaz
clemencia, Túpac Catari decidió no hacerlo, (aunque el mismo Diego Cristóbal, sin percibir la perfidia
enemiga, le instó a confiar en el adversario); y en consecuencia, marchó a la localidad de Achacachi, que
es una población establecida en las orillas del lago: Titicaca, con la resolución de reorganizar las fuerzas
que tendían a dispersarse, en obediencia de las órdenes del comando supremo indio, que estaba en
manos de Diego Cristóbal Túpac Amaru. Cuando estaba dedicado a. esta labor, fue traicionado por un
[62]
sujeto que cobró por su villanía: en la noche del 9 de noviembre de 1781 fue apresado Túpac Catari; en
un lugar llamado Chinchaya.
De inmediato, Reseguín encomendó al cruel auditor Tadeo Diez de Medina el juzgamiento del jefe indio.
La sentencia se dictó en el Santuario de Nuestra Señora de las Peñas, el 1 3 de noviembre de 1 781. Por
ella se condenó a muerte a Julián Apasa, o Julián Túpac Catari, para lo que debía ser sacado de la
prisión arrastrado a la cola de un caballo, "con una soga de esparto al cuello", precedido de un pregonero
que iba proclamando sus pretendidos delitos de luchar por la liberación de los indios esclavizados por el
colonizador, para finalmente ser descuartizado por cuatro caballos tucumanos. El brutal
descuartizamiento se llevó a cabo el 15 de noviembre de 1781, con el ensañamiento propio de los
bestiales opresores: la cabeza, del jefe indio fue puesta encima de una horca de la ciudad de La Paz, una
de sus manos fue colocada en una picota en Ayo Ayo, la otra fue expuesta en Achacachi y sus piernas se
condujeron para ser expuestas en las Yungas. Pasado un tiempo estas partes dispersas fueron
quemadas y sus cenizas echadas al viento.
Después de varios meses, cuidadosamente calculados por la felonía de los opresores, Bartolina Sisa, la
india lugarteniente y esposa de Túpac Catari, fue sentenciada a la horca el 5 de setiembre de 1782; una
vez ejecutada de esta cruel manera, su cabeza y sus miembros fueron clavados y expuestos en los
alrededores de La Paz, "para que el público escarmiente".
El mismo 5 de setiembre se condenó a la horca a la hermana de Túpac Catari, llamada Gregoria Apasa, o
Gregona Túpac Catari, que tuviera destacada y heroica participación al lado de Andrés Túpac Amaru en
la toma de Sorata. Esta; sentencia se expidió en contravención del ofrecimiento' de indulto y se ejecutó
conduciendo a la víctima al cadalso con una corona de espinas y clavos (por el "delito" de que se le
llamara coya incásica), para luego de ser ejecutada y descuartizar su cadáver, su cabeza y miembros
fueron puestos en exhibición en So rata y en el pueblo de Achacachi.
LA TRAMPA DEL INDULTO Y EL EXTERMINIO DE LOS FAMILIARES DEL INCA TÙPAC AMARÙ
En una torva maniobra para quebrar el alzamiento indio, cuyas repercusiones eran ya enormes, la
administración colonial proclamó el indulto y el perdón de todos los jefes y combatientes insurrectos que
voluntariamente se rindieran. Rodeado el ofrecimiento de todas las formalidades del caso y efectuada
toda la publicidad posible, el bando un estudio detenido de la situación tornó la determinación de
acogerse al indulto, para dar un poco de paz a sus huestes y a la espera de una nueva oportunidad. De
esta forma Diego Cristóbal Túpac Amarù, Andrés Túpac Amarù y decenas de prominentes jefes indios
deciden entregar sus armas, en busca de la paz, No obstante, varios de los comandos insurgentes
desconfiaron, con toda razón, de los ofrecimientos virreinales y decidieron seguir la lucha en la ciudad de
Puno, Entre los renuentes a someterse a! indulto se contaron: Melchor Laura, Mario Cápac, Pedro Vilca
Apasa, Calisaya, Nina Catari, etc.
Los solemnes actos del indulto se celebraron el .27 de enero de 1782 en Sicuani, con la participación del
mariscal del Valle, de! obispo del Cusco, Moscoso, y de Diego Cristóbal Túpac Amaru y los suyos. El acto
fue de carácter religioso y el acta firmada fue legalizada. Una parte de los jefes volvieron a sus provincias,
en tanto que otros fueron conducidos a Lima.
Los coloniales asaltaron Puno en febrero de 1782, así como Azángaro. El 3 de abril es capturado Pedro
Vilca Apasa, y sin más tardanza, el 8 de abril es arrastrado engrilletado al centro de la plaza de Azángaro,
donde es descuartizado por cabal los "que parten en cuatro distintas direcciones. Momentos antes de!
[63]
suplicio, e! heroico jefe indio invoca a los apos del incario y con altivo orgullo insulta a sus verdugos. Don
Melgar Laura es también apresado cuando se efectúa el asalto de Pomata por los coloniales, que en
luchas parciales pueden ir reduciendo los principales focos de resistencia rebelde, hasta que en julio de
1782 el mariscal del Valle estima que el apaciguamiento del sur ha sido alcanzado en lo sustantivo, pese
a que en varios puntos de difícil acceso se mueven aún los libres.
Conseguida la primera parte de su artero plan, la administración colonial decidió aplastar a todos los
rebeldes acogidos tan solemnemente al indulto ofrecido. El 15 de marzo de 1783 es capturado por
sorpresa Diego Cristóbal Túpac Amaru, en Tinta, momento a partir del cual se da una enorme cacería de
sus familiares, allegados y lugartenientes. En Lima, adonde fueron invitados en actitud de plena doblez, el
mismo mes de febrero fueron apresados Mariano Túpac Amaru, hijo del gran inca y su primo Andrés
Túpac Amarù.
El 19 de julio de 1783 la plaza mayor del Cusco vuelve a ser escenario del suplicio de los heroicos
rebeldes: Diego Cristóbal es sacado de la cárcel donde se hallaba preso."...arrastrado de la cola de una
bestia de alabarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atado de pies y manos, .con voz de pregonero
que manifiesta su delito debajo de la horca y al lado de una hoguera fueron quema; das sus carnés con
tenazas de hierro al rojo vivo (a este suplicio le llamaban los coloniales el "atenazado") y cuando
prácticamente había perdido el conocimiento por el dolor sufrido con altivez, fue colgado del pescuezo...
después, a su cadáver se le arrancaron los miembros y la cabeza,(estas partes del cuerpo se
distribuyeron para ser puestos en picas: la cabeza en Tungasuca, un brazo en Lauramarca, el otro en
Carabaya, una pierna en Paucartambo, la otra en Calca y el tronco fue colocado en una picota, en el
camino del Cusco al Collasuyo); quedaron confiscados todos sus bienes y sus casas fueron arrasadas y
saladas.
A Marcela Castro, activa tupacamarista, se le extrajo de la cárcel arrastrada a la cola de un caballo, con
una soga en el cuello, atados sus pies y manos, con pregonero junto a la horca se le cortó la lengua, para
luego colgarla hasta su muerte por ahorcamiento; después de muerta fue descuartizada y descabezada,
distribuyéndose sus partes clavadas en picas, en distintos lugares de las localidades en que vivió y actuó.
A Simón Condori se le condenó a muerte y ejecutó de la misma manera cruel, bestial e inhumana que a
Marcela Castro.
A Lorenzo Condori también se le ejecutó con la aparatosidad inhumana que caracterizó a la represión
colonial.
La furia hispánica no estaba satisfecha con estos asesinatos, ni siquiera con los de otros miles de indios
anónimos muertos en las prisiones, en las persecuciones y en las innumerables matanzas de miles de
familias enteras, sino que se extendió a todos los parientes de los Túpac Amaru, hasta su quinta
generación. Cientos de allegados por consanguinidad e identidad fueron sentenciados\a destierro:
cargados de grillos y cadenas y amarrados los unos a los otros partieron del Cusco, con escoltas
armadas fuertemente; iban a pie, y muchos ancianos y niños fueron muriendo en el camino; Fernando
Túpac Amaru, el menor de los hijos dejóse Gabriel, que había presenciado la muerte de sus padres y de
su hermano Hipólito, cuando apenas contaba nueve años de edad, estuvo entre los que llegaron a los
inmundos calabozos de Lima, al cabo de largos meses de marcha a pie.
En Lima habían sido apresados los jóvenes Andrés Túpac Amaru, sobrino del mártir y Mariano Túpac
Amaru, hijo de José Gabriel, y luego de ser sentenciados a destierro perpetuo y 10 años de presidio en
las cárceles de España, se les unió al grupo de los condenados, con los que compartieron el
hacinamiento de las celdas, la inmundicia y el hambre, hasta que el 13 de abril de 1784, encadenados,
[64]
famélicos y semidesnudos fueron aglomerados en las pestilentes cubiertas de los navios de guerra "El
Peruano" y "San Pedro de Alcántara", con destino a la península. Allí también fue a dar el hermano de
José Gabriel, llamado Juan Bautista Túpac Amaru, que en su honorable ancianidad, al término de la
Independencia, escribió el conmovedor opúsculo titulado "Cuarenta años de cautiverio". De los cientos
que partieron del Cusco, sólo un treinta por ciento llegaron a Lima, de la misma manera que de los que
partieron de Lima, sólo unas decenas llegaron a España, (el navio "San Pedro de Alcántara" naufragó en
las costas de Portugal, pereciendo casi todos los prisioneros). Mariano Túpac Amaru murió en la travesía
y fue lanzado al mar desde la cubierta de "El Peruano", su pequeño hermano Fernando, que logró
salvarse del naufragio del "San Pedro de Alcántara", fue recapitulado y conducido a los calabozos del
castillo de Santa Catalina de Cádiz, en donde padeció inmensas penalidades, hasta que en 1788 fue
conducido a la "Escuela Pía de Getafe" y de allí pasó a la "Escuela de Abapies" de Madrid. Al cumplir su
condena salió de esa escuela, negándose a tomar hábitos y prefiriendo vivir en la mayor indigencia; sin
ningún amigo en Madrid, su vida se fue extinguiendo presa de una terrible y conmovedora melancolía,
hasta que murió solitario, en agosto de 1789.
LOS ECOS DE LA REBELIÓN DE TUPAC AMARU
Los efectos de la rebelión inca fueron tremendos en toda la América dominada por España. Esta
vastedad da la medida en que podría haberse expandido el movimiento insurreccional si se hubiera
buscado la prolongación de! mismo, en lugar de empeñarse en la búsqueda de batallas decisivas. Una
breve y sumaria relación de los brotes provocados por el alzamiento sería más o menos la
siguiente,(desde luego es incompleta);
1. Repercusiones en Buenos Aires. En el Virreinato de Buenos Aires se sintió y tomó con simpatía la
insurrección de Túpac Amaru, según las informaciones que trasmite a la Metrópoli peninsular el virrey
Vértiz, con el agregado de que era por ese lado que se podía esperar una incursión británica. Así
como en Buenos Aires, en la ciudad interior de Córdoba el cabildo temió que las milicias movilizadas
se alzaran conjuntamente con los campesinos. No obstante, ni en Buenos Aires ni en Córdoba llegan
a •cuajar los movimientos de descontento, por la carencia de organicidad de las inquietudes. Á
diferencia de lo anterior, en las alturas de Jujuy los indios quechuas fueron sensibles a la agitación, y
al conjuro de. la liberación del dominio hispánico y del surgimiento del inca de Tinta iniciaron su
organización para atacar la ciudad, dirigidos por José Quiroga. Es así que tuvieron .cercado Jujuy, en
donde se atrincheró-el gobernador Zegada, quien pidió socorro cuando las tropas represivas estaban
ocupadas en combatir contra los indios de Cusco y del Chaco que limita con la ciudad de Salta. En
esta-ciudad que era la cabeza de la provincia, el gobernador Mestre tuvo que hacer frente a una
rebelión generalizada de los indios. Mestre había dispuesto la movilización de toda la población de la
provincia de Tucumán, pero los milicianos de Rioja y de Río del Valle se sublevaron; mas, como no
surgió ningún núcleo rebelde organizado, las autoridades coloniales pudieron emprender el
aplastamiento de los focos insurgentes, lo que culminó hacia abril de 1781. Para completar la
sujeción de- los indios, los coloniales hicieron gala de una brutalidad sin límites: mataron sólo para
aterrorizar, se excedieron en las sentencias, marcaron a hierro al rojo con la letra R (de rebelde) a los
que no fueron asesinados, (El virrey Vértiz, criollo elevado a la mayor categoría administrativa del
virreinato bonaerense, pasó por alto estos crímenes del gobernador Mestre). En genera!, puede
afirmarse que en todo el norte de lo que hoy es Argentina, y que antes formó parte del Tawantinsuyu,
hubo una enorme agitación que pudo haberse encendido si el movimiento incásico hubiera
perdurado unos meses más.
2. Los comuneros de Nueva Granada y de Venezuela. El alzamiento de los comuneros de Nueva
Granada fue desencadenado al conocerse las noticias de la sublevación de Túpac Amaru, a quien
[65]
desde el comienzo se le conoció como el "rey del Cusco". Empezó el 16 de marzo de 1781.cuando
Manuela Beltrán hizo pedazos una ordenanza que mandaba aumentar los tributos; las gentes se
agolparon y asumieron el gobierno de la villa, exigiendo libertad para los cultivos, disminución de la
alcabala y reducción de los tributos. De pueblo en pueblo la hoguera insurgente se extendió por todo
el Virreinato de Nueva Granada, llegando hasta Venezuela. En la circunscripción de Casanare, el
indio Javier Mendoza se proclamó jefe tupacamarista y procedió a ordenar que no se cumplieran las
reglas católicas europeas. El gobierno colonial envió de inmediato un destacamento represivo que en
su marcha fue rápidamente rodeado en la parroquia de Puente Real por unos 5,000 comuneros casi
desarmados; el número y la decisión de los insurgentes amedrentaron a las milicias oficiales, que en
total desmoralización arrojaron sus armas y huyeron. Los comuneros, atentados por el triunfo y ya
más armados, marcharon sobre la odiada capital virreinal de Bogotá, que ante el anuncio fue
conmovida hondamente; aquí también habría de hacerse presente la doblez de los coloniales, que
enviaron con suma presteza una comisión encabezada por el arzobispo para negociar con los
atacantes. En Zipaquirá se reunieron los delegados de uno y otro bando, con el resultado de que
todas las reclamaciones de los comuneros fueron aceptadas por las autoridades virreinales, (en ese
mismo momento, se redactaba un acuerdo secreto por el que se desconocían las concesiones
hechas, por haber sido alcanzadas por la fuerza). Uno de los dirigentes comuneros, José Antonio
Galán sospechando de la falsía del enemigo, repudió la capitulación de Zipaquirá; como una prueba
de su traición, el virrey Flores desde Cartagena desconoció el tratado de Zipaquirá. El desorden que
estos acontecimientos produjo se agudizó por la labor corruptora que los funcionarios coloniales
desarrollaron entre los dirigentes de la sublevación, a muchos de IQS cuales los nombraron para
cargos prebendados. El virrey, acompañado de poderosas fuerzas; reingresó a Bogotá, asesinando y
masacrando a los insurgentes, que resistieron con sumo valor, (agosto de 1781). En las zonas
norteñas. Galán siguió en campaña al. paso que el virrey proclamaba un perdón general para todo el
que entregara sus armas y volviera a sus poblaciones; Galán no aceptó el ofrecimiento virreinal, por
lo que la Audiencia ordenó su captura, en laque participaron algunos de los renegados del
movimiento; el jefe insurgente fue capturado por sorpresa en unos parajes extraviados, el 13 de
octubre de 1781. Herido y encadenado fue sentenciado a muerte por la Audiencia el 30 de enero de
1782: se le llevó al cadalso a rastras y luego de su ahorcamiento se le descuartizó, distribuyéndose
su cabeza y miembros a los lugares en que desarrolló sus actividades; varios de sus partidarios
también sufrieron la muerte y otros castigos. Pero la insurgencia en la Capitanía General de
Venezuela no se detuvo; allí los jefes insurgentes Carnero y Suárez, al grito de i Viva el Rey del
Cusco! se hicieron rápidamente de Cúcuta, y en su marcha ocuparon los pueblos de La Garita y
Lagunillas. Temeroso de las proporciones que tomaba la sublevación, el gobernador de Maracaibo se
comprometió formalmente a suspender los tributos. La marea insurgente llegó a Mérida, desde donde
fueron enviados mensajes a sus pobladores, que se negaron a plegarse al movimiento; a partir de
aquí, la sublevación empieza a debilitarse, por obra de la labor de zapa de los clérigos españoles y
por las violentas acciones represivas desatadas por la administración colonial.
3. El conato de Quito. Cuando llegaron las noticias sobre la sublevación de Túpac Amaru, seguida por
los comuneros de Socorro, en Quito se movió el ambiente muy favorablemente a los alzados,
principalmente entre indios, mestizos y pueblo en general. Estando así las cosas, un ebanista
apellidado Fajardo denunció ante el presidente de la Audiencia, José García de León, que el
escribiente Miguel Tovar había dirigido una carta al inca, "animándole a que siguiese su empresa y a
que se trasladara a aquella provincia", o sea a Quito. Las autoridades procedieron con gran cautela
en la captura de Tovar, porque todas las evidencias apuntaban en el sentido de que éste mantenía
relaciones con otros probables conspiradores. Al prisionero se le procesó y sentenció el 24 de
[66]
octubre de 1781 a 10 años de presidio en el castillo de Chagres, en cuyas mazmorras sufrió
terriblemente porque encegueció, para después morir encerrado, en diciembre de 1783.
4. El conato de Chile. Para evitar todo contagio rebelde, las autoridades de la Capitanía General de
Chile evitaron aplicar las medidas de aumentos tributarios que perseguían los visitadores de colonias,
no obstante lo cual loa indios de las zonas altas se movilizaron, al punto que el curaca Chicaguala
llegó al valle de Santiago de Chile, como embajador de José Gabriel Túpac Amaru. El presidente de
la Audiencia, Ambrosio O'Higgins, al tomar conocimiento de los movimientos de Chicaguala entre los
indios, quechuas de la región, (antes integrante del Tawantinsuyu), actuó con rapidez: se trasladó a
los poblados indios y tranquilizó a los caciques, ofreciéndoles paz. La noticia de las negociaciones
entre Diego Cristóbal Túpac Amaru y las autoridades virreinales contribuyó a sosegar los ánimos,
que de otro modo pudieron haberse encendido en una forma impredecible.
5. El movimiento de Huarochirí: En conexión con. Diego Cristóbal Túpac Amaru, Felipe Ve lasco Túpac
Inca Yupanqui, secundado por el indio Ciríaco Flores, movilizó a seis pueblos .'de la provincia de
Huarochirí. informado el virrey, lanzó contra los dirigentes de! movimiento al corregidor de Huarochirí,
al gobernador de Yauyos y aun destacamento que fue desde Lima, con e! resultado de que :)os
agitadores fueron rápidamente apresados por sorpresa, con lo que la insurgencia pudo contenerse,
Formado el proceso, Felipe Velasco Túpac Inca Yupanqui fue ejecutado en Lima, el 7 de julio de
1783.
EL INTENTO INSURRECCIONAL DE AGUILAR YUBALDE
El terrorismo y las represiones desatadas por el virreinato contra el movimiento indio, después del
alzamiento de Túpac Amaru, dieron poco margen para las actividades revolucionarias. Además de todo el
aparato represivo que fue puesto en movimiento, varias reformas administrativas se llevaron a efecto,
tales como el cambio de los corregimientos por las intendencias, así como la extensión del cabildo de
indios y ¡a afirmación de la autoridad de los alcaldes, en reemplazo de los curacas. En el Cusco se
estableció una Audiencia.
Pero el incaísmo seguía teniendo una poderosa fuerza de atracción, como modelo político, y los indios
mantuvieron siempre sus sueños puestos en el retorno del Tawantinsuyu. Es en este ambiente que se
gesta una trama conspirativa en la ciudad del Cusco, que fue denunciada por un comprometido a uno de
los oidores, que a su vez se lo trasmitió al presidente de la Audiencia, conde Ruiz de Castilla. En la
conspiración participaron tanto indios principales como mestizos. El plan consistía en apoderarse de las
autoridades coloniales del Cusco y alzaren armas a La población, bajo la dirección de José Gabriel
Aguilar, quien era- un mineralogista nacido en Huánuco, de una gran cultura y que había estado en
Europa Secundaban el plan el abogado Manuel Übalde, el regidor Manuel Valverde Ampuéro, quien por-
su madre era descendiente de los incas, por lo qué se entendió que de triunfar la conjura sería
consagrado como inca gobernador del Perú; también participaron fray Diego Barranco, el abogado
Marcos Dongo, el indio principal de! barrio San Blas del Cusco, Cusihuamán y el presbítero José
Bernardino Gutiérrez.
Pese a que la conjura fue denunciada el 25 de junio de 1805, recién en diciembre se pronunció sentencia
contra los comprometidos, del siguiente modo: José Gabriel Aguilar y Manuel Ubalde fueron sentenciados
a muerte en la horca (lo que se cumplió en la plaza de armas del Cusco, el 5 de diciembre de 1805);
Marcos Dongo recibió condena de 1Q años de cárcel; a Manuel Valverde y Cusihuamàn se les mandó a
cumplir dos años de prisión en Cádiz; y a los clérigos Barranco y Gutiérrez se les desterró a España..
[67]
AUTOEVALUACIÓN.
1. Identifica en un mapa los principales hechos de rebelión indígena.
2. Define el rol de las guerrillas, montoneras y las rabonas con ejemplos.
3. Resume los principales hechos de las rebeliones indígenas en torno a la
emancipación nacional.
4. ¿Cuáles eran las principales materias en debate acerca de los Indios? Explique
sobre razas, castas y clases sociales.
5. Enumere el comportamiento de los criollos, mestizos, negrosn y españoles en el
proceso de la independencia.
[68]
QUINTA UNIDAD
LA REVOLUCIÓN DE HUÁNUCO PANATAHUAS Y HUAMALIES DE 1812
(PROLOGO)
OBJETIVOS
1. Identificar los principales hechos de Huánuco en el contexto de la
emancipación nacional,
2. Resaltar la participación de los pueblos huanuqueños en la gesta
independentista.
ESTRATEGIAS METODOLÓGICAS.
1. Escenificación teatral sobre el proceso de sometimiento a la masa indígena
en los repartimientos y las protestas populares.
2. En base a la lectura enumere las principales movimientos de Huánuco en la
emancipación nacional..
3. Exposición en clase sobre la importancia de las rebeliones populares
huanuqueñas.
4. Mesa redonda sobre el contenido del módulo con aclaraciones del profesor
del curso.
5. Debate en el aula sobre los contenidos de la lectura del módulo.
6. Plenaria con participación del docente y conclusiones generales.
CONTENIDO
LA REVOLUCIÓN DE HUÁNUCO PANATAHUAS Y HUAMALIES DE 1812
Por: Ella DUNBAR TEMPLE.
Entre los aspectos menos esclarecidos de la historia de la Emancipación peruana se señala el
atañedero a las rebeliones precursoras, enfocadas no sólo desde el punto de vista de los sucesos o
[69]
acaecimientos externos, sino a la luz de un análisis integral de sus raíces más remotas y en una visión de
carácter crítico interpretativo.
No se ha investigado ni sistematizado las verdaderas direcciones del largo proceso ideológico
preparatorio de la Emancipación peruana, ni se ha destacado, en su rica y unívoca singularidad, la serie
ininterrumpida de conatos, motines e insurrecciones indígenas, mestizas y criollas, ejes claves para
captar la esencia de la Emancipación y la toma de conciencia del separatismo y de la nacionalidad pe-
ruana.19(1)
La Emancipación peruana no significó tan sólo el resultado de la influencia del nuevo pensamiento
foráneo, o la acción decisiva de los ejércitos libertadores, sino, fundamentalmente, la eclosión de una
lenta y laboriosa preparación, el remozamiento de tendencias e ideas fuerzas emanadas del propio y
secular fondo histórico peruano; y el estallido final de la conciencia criolla, mestiza e indígena, madurada
a lo largo de la dominación española en el Perú.
Por lo que toca a la República de Indios, la revolución de Túpac Amaru, de probadas dimensiones
continentales, comporta el hito más rotundo en la línea de las protestas e insurrecciones indígenas, la
mayoría de ellas con identidad de motivaciones y formas de acción, persistentes, asimismo, en las
rebeliones de la masa india de los finales del siglo XVIII y principios de la décimanona centuria. Cabe
anotar, como una de las tantas constantes históricas de esos movimientos de subversión, que casi todos
se ampararon bajo la égida nostálgica del mito del Incario, utilizando sus dirigentes la influencia telúrica
de su fuerza revolucionaria en los indígenas.(2)
(1) En relación con el tema de las insurrecciones indígenas, si bien existen apreciables monografías, el
único estudio de presentación de conjunto es el del Dr. Carlos Daniel Valcárcel, cuyo carácter
general explica la ausencia del aparato bibliográfico documental. Cf. Rebeliones indígenas. Lima,
Perú, 1946.
(2) En el proceso incoado en el Cuzco, el año de 1572, se imputa a Don Carlos Inca, hijo del
españolizado Paullu Inca, el cargo de delito de "lesa majestad" por haberse hecho llamar "Capac" y
jurado como príncipe a su hijo Don Melchor; y la conjura se califica por el Juez Loarte de "probada
rebeldía" y "delito de levantamiento".. El propio Don Melchor fue sindicado, por los años de 1600, de
cabeza en los presuntos conciertos levantiscos tramados en la Ciudad Imperial, donde se explotaba
por 'los descontentos" su calidad de vástago de la nobleza incaica.
El año 1601, en los alborotos del Cuzco y Huamanga, que terminaron con el lastimoso suceso de la
ejecución del buen caballero Don García de Solís Portocarrero, aparecen complicados dos
descendientes de la estirpe imperial de los Incas, uno de ellos D. Alonso Titu Atauchi.
La sublevación de Oruro de 1737, encabezada por D. Juan Vélez de Córdova, enarbola como
bandera el nombre de un descendiente de los Incas, presumiblemente D. Juan de Bustamante
Carlos Inca, se pretende "restaurar el Imperio de los Incas" y el Manifiesto de agravios, reviste un
trascendental contenido precursor. Cf. Ella Dunbar Temple, Don Carlos Inca. En "Revista Histórica",
Tomo XVII, Lima, 1948, pp. 173-74; Id. Los Bustamante Carlos Inca. En "Mercurio Peruano", vol.
XXXVIII, num. 243, Lima, Junio, 1947, págs. 291-92; Id. Azarosa existencia, de un mestizo de sangre
imperial incaica. En "Documenta", I, Lima, 1948, págs. 127-28. Id. Marcos Beltrán Ávila, Capítulos de
la, historia colonial de Oruro. La Paz, 1925, págs. 58-66. Id. Boleslao Lewin, La rebelión de Túpac
Amaru y los orígenes de la Emancipación Americana. Buenos Aires (1957), págs. 118.120.
[70]
La rebelión de Huánuco, Panatahuas y Huamalíes, por su magnitud y repercusiones superiores a
todas las habidas anteriormente, con excepción de la encabezada por José Gabriel Túpac Amaru, y por
su prevalente carácter indígena y de entraña peruanísima, ofrece un rico campo de investigación, análisis
comparativo y de interpretación. La bibliografía histórica sobre el tema, con alguna excepción, se ha
detenido sólo en la historia externa de la rebelión, sin pulsar su potente contenido ideológico, la
multiplicidad de sus causas concurrentes, la complicada trama de su realidad humana y, en especial, sus
exactas dimensiones y caracterización dentro del cuadro histórico de la época.
La documentación que presentamos en esta primera recopilación, ofrece un ingente caudal
informativo sobre esos y otros muchos aspectos del movimiento precursor huanuqueño. Al hilo de los
copiosos expedientes curialescos y de la complicada maraña procesal, fluyen las corrientes de aguas
profundas de la historia vivida del acontecer revolucionario. A través de las confesiones de los reos,
pruebas testimoniales sobre la toma y saqueo de la ciudad por la turba ávida y desenfrenada, procesos
de embargos de bienes, inquisición y averiguamiento en torno a los dramáticos sucesos de la rebelión,
se avizoran los más variados aspectos de la sociedad y economía urbana y rural de la vasta región
andina en la cual se centralizó y propagó el movimiento revolucionario.
La finalidad de este prólogo, circunscrito como es de rigor a la mera presentación del material
documental allegado, y ajeno a toda intención crítica, nos impide el análisis histórico de su contenido. No
nos corresponde en modo alguno ahondar en todos los ángulos y perspectivas históricas que ofrece, ni
el cotejo de estas fuentes con la bibliografía antecedente sobre la materia. Todo ello es labor de crítica e
interpretación que toca a otros realizar, porque nuestro intento se limita a fijar y valorizar en forma
general los textos, indicando a grandes rasgos la importancia de los mismos.
El acercamiento a las fuentes primarias de raíz peruana es, en puridad de verdad, el único camino a
seguir para rectificar juicios y apreciaciones, a menudo preconcebidas, sobre la Emancipación peruana.
Los estudios históricos, basados en esta documentación y la que se allegue en futuras y más completas
investigaciones, han de ofrecer perspectivas nuevas y la auténtica imagen de este movimiento re-
volucionario, engarzado en el conjunto de las insurrecciones precursoras peruanas.
LA BIBLIOGRAFÍA DE CARÁCTER DOCUMENTAL SOBRE LA REVOLUCIÓN DE 1812
Por la índole de este prólogo, es de rigor el señalamiento de los principales trabajos publicados sobre
el tema de la revolución de los Partidos de Huánuco, Panatahuas y Huamalíes, ciñéndose exclusi-
vamente, y en orden cronológico, a los que reproducen o mencionan documentos y sin abocarnos a
planteamientos críticos sobre las mismas obras.
En la historiografía clásica general o en la específica sobre la Emancipación peruana, no se dedica a
esta rebelión sino muy corto espacio, a menudo datos escuetos y errados y sin la indispensable colación
de las fuentes.
Vicuña Mackenna, base de casi todos los relatos posteriores sobre el tema, se fundamenta en la
Gaceta del Gobierno de Lima de 1812, en informes orales del Sr. Gobea, "testigo de vista" de la in-
surrección, y afirma que espera otras versiones del Dr. Ingunza para utilizarlas en un apéndice que no
[71]
llegó a publicar. Torrente, Paz Soldán, Lorente, Mendiburu y N. Vargas Ugarte, no mencionan esta
rebelión o no aportan datos nuevos ni documentación alguna.(3)
Raymundo Tafur en su breve folleto sobre la ciudad de Huánuco, editado el año de 1863, afirma que
el procer Gabriel Aguilar mantuvo correspondencia con los religiosos P r. Mariano Aspiazu, Fr. Ignacio
Villavicencio y Fr. Marcos Duran Martel, principales actores de la revolución huanuqueña, pero sin avalar
documentalmente ese dato de evidente interés. (4)
En 1902, el historiador Aníbal Gálvez publicó un primer artículo periodístico sobre los principales
sucesos externos de la insurrección en el cual inserta algunos fragmentos de documentos sin indicar su
origen. Empero, de sus apuntaciones se deduce, y así se confirma en sus trabajos posteriores, que ya en
esos años tuvo acceso a parte de los procesos inéditos de la rebelión.(5)
Se debe al Dr. Luis Antonio Eguiguren, el año de 1912, la primera contribución documental
específica sobre la revolución de Huánuco(6). En el Proemio de su obra advierte que del archivo de la
Real Audiencia de Lima, depositado en la Corte Superior de la República y ordenado por el Dr. Aníbal
Gálvez, se habían ya extraído "seis preciosos cuadernos" que formaban el proceso seguido a los
rebeldes de Huánuco y que habían sido infructuosas sus gestiones para recuperarlos. En la breve Nota
Bibliográfica que acompaña ese trabajo, menciona únicamente, en cuanto a tal linaje de fuentes, el
Proceso seguido a los rebeldes de Huamalíes.
La colección del Dr. Eguiguren agrupa, entre otros y en forma poco sistemática, documentos sobre
las Cortes de Cádiz, actuación de González de Prada en el Alto Perú, correspondencia del Virrey Abascal
con la Gobernación de Ultramar, parte de los cuales, si bien contribuyen al esclarecimiento de la época,
no competen estrictamente a la rebelión de 1812. Cabe observar, y esta connotación es fundamental, la
total ausencia de referencias acerca del origen de la documentación y de sus respectivos repositorios. El
autor se limita a expresar: "De la situación de los documentos que aquí se contienen y de otros que
posteriormente haré conocer, daré noticia en el volumen final de una proyectada colección".
La casi totalidad de esa documentación es, como él mismo indica, "de índole administrativa" y "de
origen español"; lo que no recorta su valor, pero es dé observar que no utiliza ninguna pieza del proceso
de los rebeldes de Huamalíes que menciona en su bibliografía. Por otra parte, presenta como inéditos
algunos documentos que no revisten ese carácter. Tal es el caso de los partes oficiales de González de
Prada sobre la insurrección, publicados en la Gaceta del Gobierno de Lima, del 3 de Abril- de 1812. De
(3) Cf. B. Vicuña Mackenna, La revolución de la independencia del Perú desde 1809 a 1819. Lima: 1860,
pág. 184 y nota 5; Mariano Felipe Paz Soldán, Historia del Perú Independiente. Primer Periodo. 1819-
1822, Tomo I, Buenos Aires, 1962 (Reimp. facs. de la ed. de 1868), pág. 27; Sebastián Lorente,
Historia del Perú bajo los Borbones. 1700-1821. Lima, 1871, pág. 311; Manuel de Mendiburu,
Diccionario Histórico-biográfico del Perú, T. IV, Lima, 1932, pág. 239.
(4) Raymundo Tafur, Opúsculo sobre la ciudad de Huánuco. Lima, Imp. de Aurelio Arnao, 1863, pág. 20.
(5) Aníbal Gálvez, Historia vieja (Crónica de 1812). Pastel Inca I.: Insurrección de Huamalíes (Crónico, de
1812); La Insurrección de Huamalies (Crónica de 1812). En "El Comercio", Lima, 18 de mayo, 22 de
junio y 6 de julio de 1902, pág. 3.
(6) Luis Antonio Eguiguren, Guerra Separatista del Perú 1812. La Rebelión de León de Huánuco. Lima
(Enero), 1912, págs. 12-14; 231-234; Id. Guerra Separatista del Perú. 1812, Lima, 1913, Cf. Juan
Estudiante [Luis Ulloa], El libro de Eguiguren y la revolución de 1812. En "La Prensa", Lima, viernes
23 de Febrero de 1912, pág. 2.
[72]
todas formas, la colección del Dr. Eguiguren, pese a posibles reparos, representa un primigenio aporte
documental sobre el movimiento revolucionario de Huánuco y da a conocer piezas de importancia, en
especial la carta de Fr. Marcos Duran Martel, fechada en Ceuta el 8 de Julio de 1816 (?).
En el segundo volumen de su obra, publicada con el mismo título en 1913, incluye la Segunda
tentativa de rebelión en León de Huánuco (1813), trabajo acompañado de dos documentos, asimismo sin
colación bibliográfica, meros testimonios de valor indirecto y que, por otra parte, no competen; en forma
estricta, al tema que nos ocupa,
Con ocasión del primer centenario de la rebelión de Huánuco, se publicaron en los periódicos locales
algunos trabajos de cierto interés documental. José Fermín Herrera dio a conocer un extracto o resumen
de un informe sobre los encausados en la rebelión, de reiterada reproducción posterior. El documento en
mención, sin firma ni fecha, constaba de "cuatro páginas manuscritas" y no se señala su origen,
limitándose el Dr. Herrera a indicar que era de su propiedad y "parece más bien, desprendido en 1812 de
un libro en blanco". (7) El Dr. Baldomero Fernández Maldonado conceptúa que su autor pudo ser algún
funcionario que intervino en el proceso, quizá el Fiscal Protector D. Miguel Eizaguirre(8). En los actuados
de la rebelión seguidos ante la Real Audiencia, que damos a conocer en esta colección, figuran los
amplios informes del Intendente González de Prada, remitiendo los procesos y presentando el resumen
de los cargos, coincidentes en el fondo con el fragmento documental en referencia. Los dictámenes del
Dr. Eizaguirre, insertos en esos mismos autos, son de otro tenor, pero ello no excluye la posible existen-
cia de un borrador o de otro dictamen del mismo Fiscal, quizá contenido en alguno de los cuadernos
perdidos de los procesos. Reproduce, asimismo, el Dr. Herrera, con la calidad de inédito, el bando de
indulto del Virrey Abascal del ―1º de Abril de 1812", que figura en la Gaceta del Gobierno de Lima del 15
de Abril de ese año, pero con la fecha del 13 del mismo mes. El ejemplar que poseía el Dr. Herrera debió
ser uno dé los varios que circularon en la época-
El Dr. Aníbal Gálvez publicó el mismo año otro artículo sobre la rebelión, en el cual se inserta un
fragmento del pedido de súplica interpuesto contra la sentencia de vista en el proceso seguido a los
insurgentes.(9) Este documento es auténtico, pero constituye una mínima parte del expresado recurso
presentado por el Fiscal Eizaguirre el 30 de Julio de 1812 y que figura a fs. 50 de-los precitados autos
ante la Real Audiencia. Los partes oficiales de González de Prada sobre los sucesos de la rebelión,
anexos al mismo artículo, no tienen el carácter de inéditos porque fueron editados en la Gaceta del
Gobierno de Lima del 3 de Abril de 1812.
Es importante señalar, desde el punto de vista eurístico, que el Dr. Gálvez, como lo confirma el
propio contenido de su artículo, fue el primero que consultó los cuadernos de los procesos de la rebelión
de Huánuco y Huamalíes. El Dr. Eguiguren explícitamente indica que el Dr. Gálvez ordenó el antiguo
archivo de la Real Audiencia de Lima y que los seis cuadernos de la rebelión de Huánuco habían sido
sustraídos cuando intentó su consulta; agregando que el Dr. Gálvez tuvo "la previsión de extractar
algunas piezas interesantes del proceso citado".
(7) José Fermín Herrera, Centenario de la Primera revolución de Huánuco por la Independencia* En "El
Comercio", Lima, viernes 23 de Febrero de 1912.
(8) Baldomero Fernández Maldonado, Huánuco en la revolución de la independencia. Lima, Imprenta
Americana, 1938, pág. 2-4.
(9) Aníbal Gálvez, El Centenario de la insurrección de Huánuco. Id. La Insurrección de Huánuco. Partes
oficiales de Gomales Prada. En "La Prensa", Lima, viernes 23 de Febrero de 1912, págs. 1-2.
[73]
El Dr. Fernández Maldonado informa, a su vez, que revisó en el archivo de la Corte Superior de Lima
el índice preparado por el Dr. Gálvez, en el cual figuraban los procesos de Huánuco y Huamalíes con su
respectiva signatura, pero que de la búsqueda efectuada por el Secretario, Dr. Várela y Orbegoso, quedó
verificado que sólo existía el de Huamalíes y no dio resultado alguno la investigación ordenada por el
Presidente del Tribunal. (Cf. nota 8).
De señalado interés es la edición, por el P. Domingo Ángulo, de la Relación del cura español de la
doctrina de Huariaca, Dr. Pedro Ángel de Jado, que constituye un verdadero diario de operaciones sobre
los acaecimientos de la rebelión.(10) Este documento abarca del 19 de Marzo al 19 de Setiembre de 1812
y comporta el más importante testimonio, ajeno a la literatura jurídica, sobre la insurrección.
Complementariamente, el P. Ángulo publica tres documentos, de índole eclesiástica, del mismo año,
firmados por el P. Ramón Moreno, Vicario de la ciudad de Huánuco y partícipe en los sucesos.
Mons. Berroa, en la monografía de la diócesis de Huánuco y Junín(11), reproduce, sin mención
bibliográfica, la carta de Duran Martel, publicada por el Dr. Eguiguren y le asigna la fecha de 8 de Julio de
1813; el parte de González de Prada al Virrey Abascal, el bando de indulto, con la misma fecha que
señala el Dr. Herrera; y el texto del informe tomado del artículo del precitado autor.
El Dr. Fernández Maldonado, como indicamos, debió haber revisado el proceso de Huamalíes en el
archivo de la Corte Superior de Lima, pero en su trabajo, publicado el año de 1938, (Cf. nota 8) no inserta
textos documentales, a excepción de un breve extracto del expediente seguido por el Dr. Fuentes y
Berrio, abogado de varios de los reos de la insurrección, con la comunidad de Pampas, de valor indirecto
en relación con los sucesos
El P. R. Vargas Ugarte S.J. revela por vez primera, en su Catálogo de Manuscritos del año 1945(12)
la existencia en la Memoria Prado de tres cuadernos pertenecientes a los procesos de la rebelión. El
signado con el Nº 3, versa sobre la causa de la insurrección de Huamalíes y contiene las pruebas de los
reos; el expediente, sin título, sobre la sublevación de Huánuco constituye una de las sumarias;-y el
titulado "Sublevación de indios de Huánuco", compete a la pesquisa secreta abierta en Tarma por el
Gobernador Interino de la Intendencia, Dr. Ignacio Valdivieso. El P. Vargas Ugarte ofrece una sumilla de
las piezas principales de estos expedientes, todos los cuales se editan en esta colección.
En 1951, con el título Versos que circularon en Huánuco y Huamalíes en 1814 (sic), el P. Vargas dio
a conocer unas poesías de las muchas que se difundieron en los días del movimiento revolucionario de
1812, asignándoles, por agible error de imprenta, la fecha de 1814. El P. Vargas no ofrece ninguna
colación bibliográfica, pero de una rápida confrontación de esos textos con otros similares que figuran en
los autos de los procesos, parece deducirse que no han sido tomados de esos expedientes. Podría
tratarse quizá de una de las hojas volantes o proclamas citadas a menudo en las declaraciones de los
encausados en la rebelión.
(10) P. Domingo Ángulo, La revolución de Huánuco de 1812. Breve y auténtica relación de todo lo
sucedido en la revolución que estalló en la ciudad de León de Huánuco el sábado veintidós de
Febrero de 1812, escrita por don Pedro Ángel de Yodó (sic.). En "Revista del Archivo Nacional del
Perú", T. II, Ent. II, Lima 1921, págs. 293-346.
(11) Mons. Francisco Rubén Berroa, Monografía Eclesiástica de la Diócesis de Huánuco y Junín.
Huánuco, Tip. "EJ Seminario", 1934, págs. 153-165.
(12) Rubén Vargas Ugarte S.J., Manuscritos Peruanos en las Bibliotecas de América. Biblioteca Peruana.
Tom. IV, Buenos Aires, MCMXLV, págs 271-79.
[74]
El Dr. Carlos Neuhaus Rizo Patrón en un trabajo de enfoque crítico sobre la Independencia peruana,
publicado en 1959(14) ofrece la primera información sobre uno de los cuadernos de los procesos
pertenecientes a los fondos del antiguo archivo de la Real Audiencia de Lima y depositado en la Corte
Superior de la República. Se trata de los Autos criminales seguidos de oficio contra D. Mariano Cárdenas
y D. Manuel Rivera, por revolucionarios en el Cerro de Yauricocha, y también contra el religioso ausente,
fray Mariano Aspiazu de la Orden de La Merced. Año de 1812. El Dr. Neuhaus ha tomado de ese
expediente las coplas en décimas atribuidas al P. Aspiazu y las publica con ligeros comentarios
intercalados. Por no ser el tema concreto de su estudio, no consigna datos sobre el propio proceso.
Empero, indica que Cárdenas declaró en su instructiva que los indios cantaban "los llamados versos de la
concordia, coplas armadas con motivo de la creación del Regimiento del mismo nombre", y que Rivera
afirmaba en su declaración que se las había entregado el P. Aspiazu "para que las hiciera circular, de
veinticinco a treinta décimas". Esos versos, como indica el Dr. Neuhaus, contenían los pasquines que se
colocaron en Pasco el año de 1811, en la noche del día de Pascua de Resurrección.
En 1959, el Dr. Eguiguren, en su obra Hojas para la Historia de la Emancipación del Perú(15), aporta
nuevas contribuciones documentales para la historia de esta rebelión, aunque presenta los textos sin la
debida estructuración y en forma caótica. En la primera parte de ese trabajo, inserta sumarios y,
reproduce los índices y razones de despachos, causas, libros de conocimientos de procuradores y
relatores, de condenas y resoluciones y acuerdos de la Real Audiencia de Lima; y aún glosas de
procesos tomados de expedientes y libros judiciales. Como no indica el lugar de procedencia de esos
documentos no es posible determinar con exactitud los repositorios originales. Acota el Dr. Eguiguren
que conceptúa una falta haber estudiado en España los libros de la Real Audiencia limeña y no haber
revisado "los que pudieran existir en Lima, en el archivo custodiado por la Corte Superior". Cita en
efecto, en algunos casos, como fuente de información los legajos 111-1-22 (Lima 794), 112-3-5 y 112-3-2
(Lima 1010) del Archivo General de Indias, pero en el índice de la obra menciona el Archivo de la Corte
Superior de Lima; y, por otra parte, analiza, como veremos, el proceso contra los insurgentes del Cerro
de Yauricocha, que consultó en ese repositorio. Aunque no es agible en un prólogo de este linaje cotejos
definitorios conviene indicar que por lo menos parte de esa documentación judicial integraba los fondos
del antiguo archivo de la Real Audiencia de Lima.(16)
Los datos de índole procesal sobre el curso seguido por los distintos expedientes de la rebelión, son
de indiscutible interés como guía, si bien incompleta, para la reconstrucción del conjunto de los
cuadernos que integraron los procesos de la rebelión, algunos de ellos, como hemos indicado, perdidos
en la actualidad.
El Dr. Eguiguren utiliza en esta obra los autos seguidos a los revolucionarios del Cerro de
Yauricocha, a los cuales hemos ya hecho referencia. Cita la publicación del Dr. Neuhaus y reproduce, a
su vez, las proclamas en verso y décimas a la Junta. Reedita la carta de Ceuta del P. Duran Martel con la
fecha de 8 de julio de 1814, diversa, a la indicada en su anterior trabajo; y algunos importantes
(14)
Carlos Neuhau-s Rizo Patrón, Reflexiones sobre la Independencia del Perú. En "Letras" (Órgano de la
Facultad de Letras de la Univ. Nac. Mayor de San Marcos) núms. 50-53, 1» y 2° Sem., Lima, 1954,
págs. 188-193.
(15) Luis Antonio Eguiguren, Hojas para la Historia de la Emancipación del Perú. Primer tomo, Lima, 1959,
págs. 4, 34, 35, 94, 118, 119, 146, 205, 206, 213, 214, 215, 226, 227, 236, 250, 501-541.
(16) En algunos antiguos trabajos hemos consultado esos documentos, concretamente, las razones de
causas y libros de conocimiento de procuradores. Cf. Ella Dunbar Temple, Los Bustamante Carlos
Inca, ob. cit., pág. 287, nota 6.
[75]
documentos complementarios sobre el señalado rebelde agustino, tomados del Archivo General de
Indias. Menciona, finalmente, en esa obra, pero sin especificación alguna, la existencia de un cuaderno
de la insurrección en la Memoria Prado y otros tres en la Biblioteca Nacional del Perú, anotando que
"sería muy interesante conocer quien vendió o donó a esa institución los cuadernitos, mediatizados, de la
rebelión de Huánuco".
El Dr. José Varallanos en su obra Historia de Huánuco, editada en 1959 y que revela una acuciosa
exploración en las fuentes primarias, dedica el capítulo II de la cuarta parte a la rebelión de Huánuco.(17)
En el orden documental el Dr. Varallanos ofrece una lista bibliográfica comprensiva de seis procesos de
la rebelión que se conservan en la Biblioteca Nacional del Perú; uno, sin sigla pero que corresponde a la
Memoria Prado; cuatro del antiguo Archivo de la Real Audiencia de Lima, depositado en la Corte
Superior; y uno sin referencia bibliográfica.
Confrontando ese elenco con el que figura en la nota enumerativa de sus fuentes tocantes al tema,
se verifica que ha consultado en la Biblioteca Nacional del Perú los documentos que figuran en el ca-
tálogo de ese repositorio con las siguientes signaturas: D8533, D6027 D600, D601, D602 y D605. El
titulado 'Autos de la insurrección dé Huánuco de 1812 y otros documentos anexos. Cuaderno N9 3. Ps. ut.
90", es, evidentemente, aunque carece de colación bibliográfica de la Memoria Prado. Del Archivo de la
Corte Superior, cita dos cuadernos, de 444 fs., que corresponden a la causa de la insurrección del
Partido de Huamalíes; el expediente relativo a los revolucionarios del Cerro de Yauricocha, utilizado en
parte por los Drs. Neuhaus y Eguiguren; la causa criminal contra José Condeso, Antonio Zavala y demás
moradores de ¡as montañas de Chinchao, sumaria 7; y los autos relativos al saqueo de la ciudad de
Huánuco, sumaria 8. Consigna, asimismo, en referencia aparte, un cuaderno 4 sobre la insurrección del
Partido de Huamalíes, de fs. 440 a 505, sin indicación del repositorio donde se encuentra y que no hemos
ubicado. Se colacionan por el Dr. Varallanos, en forma unitaria, un total de once expedientes sobre los
procesos y uno sin el preciso señalamiento bibliográfico.
Cabe observar que sobre este expediente D6027, de los fondos de la Biblioteca Nacional del Perú,
se consignan en esa obra dos fichas bibliográficas diversas. En la nota 4 de la página 454 de la obra
figura, sin indicación de signatura, como "Expediente del proceso seguido a los insurgentes de Huánuco
encabezados por el Regidor Juan José Crespo y Castillo, Huánuco, mayo 21 de 1812. 448 fs. útiles y 31
en blanco"; y se señala que el primitivo rótulo del .expediente era: "Autos de los delitos de sublevación,
saqueo y otras incidencias iniciadas y proseguidas por don José González de Prada en Huánuco, el año
de 1812". En la bibliografía de la misma obra' aparece el documento D6027, de la Biblioteca Nacional del
Perú con el título de "Expediente relativo a la insurrección de indios de Huánuco. Tarma, mayo 1 de 1812.
427 ff.". Del cotejo de los dos elencos citados, cabe concluir que se trata del mismo expediente, fichado
en la Biblioteca en referencia con el número D6027 y con 448 fs. En la carátula de ese documento se
consignan 442 fs., pero en la actualidad, como veremos más adelante, sólo consta de 441 fs. Pollo que
toca a la aseveración del Dr. Varallanos en punto a que el dictamen Fiscal del Dr. Eizaguirre, en realidad
el recurso de súplica de la sentencia de vista, que reproduce el Dr. Gálvez, formó parte de ese
expediente, de su revisión se desprende que no se inserta en esos autos, sino en los seguidos ante la
Real Audiencia de Lima.
Debemos reiterar que los "Autos que se siguieron a los insurrectos del Partido de Huamalíes, 1812.
(Revolución de Huánuco). Cuaderno 49. De fojas 440 a fojas 505", citados por el Dr. Vara-llanos sin
(17) José Varallanos, Historia de Huánuco. Buenos Aires, Imp. López 1959 4* parte, cap. II; en especial
págs. 454-55 y 650-51.
[76]
colación bibliográfica, no hemos podido hallarlos en los repositorios conocidos, ni tenemos ninguna otra
referencia al respecto.
En el texto de su obra, el Dr. Varallanos incluye citas de algunos de los expedientes, reproduce el
extracto del informe publicado por el Dr. Herrera, el recurso del Fiscal Eizaguirre, tomado del artículo del
Dr. Gálvez; y extensos párrafos de la Relación del Pedro Ángel de Jado, editada por el P. Ángulo. Del
expediente seguido a los revolucionarios del Cerro de Yauricocha, transcribe "en su totalidad y
literalmente" las "Décimas a la Junta".
En 1967, el Sr. Elmo Ledesma presentó al IV Congreso Nacional de Historia del Perú un trabajo en el
cual se menciona por primera vez el "Expediente Gubernativo seguido por el Sr. Dr. Dn. Ignacio
Valdivieso, Abogado de la Real Audiencia de Lima, Teniente Asesor del Gobierno, Auditor de Guerra, y
Gobernador Intendente Interino de Tarma. Sobre precaucionar insurrecciones, dictando las providencias
de buen gobierno, Policía (ilegible). Tarma. 1812. Escribano el de Gobierno Dn. Nicolás Berroa". Este
expediente, depositado en la Facultad de Educación de la Universidad Nacional "Daniel A. Carrión" de
Cerro de Pasco, ha sido incorporado a esta colección.(18)
HEURÍSTICA DE LA INVESTIGACIÓN
De la somera reseña bibliográfica sobre la documentación del movimiento revolucionario de 1812, es
fácil verificar que los diversos expedientes de los procesos han estado sujetos a un inexplicable destino
adverso y que, aún en muy cercanas fechas, continuaron desapareciendo piezas importantes de los
mismos. Es interesante anotar que en los propios días de la tramitación de las causas por los saqueos de
la ciudad de Huánuco, el meticuloso D. José González de Prada, temía la pérdida de los cuadernos de
embargos, de los cuales "no quedaba antecedente en la Intendencia" al elevarse ante la Real Audiencia.
No le asistía en verdad plena razón al Dr. Eguiguren al afirmar, en 1912, que no existían ya los
presuntos seis cuadernos de los autos de la insurrección de Huánuco, quedando sólo uno de los co-
rrespondientes a la de Huamalíes; como tampoco, en 1959, al menospreciar la documentación sobre la
materia que se conserva en la Biblioteca Nacional del Perú. Empero, es evidente que algunos de los
cuadernos de los autos principales y de las sumarias no figuran en los repositorios conocidos, públicos y
privados.
Al iniciar esta investigación no nos guiaba sino una finalidad inmediata, enderezada a destacar la
participación peruana en la etapa precursora de la Emancipación; y, urgidos por la razón del limitado
tiempo señalado a la tarea, fue nuestro propósito concretarnos a la edición de un corto número de las
fuentes básicas y de fácil acceso. No empecé, el interés del tema y las propias dificultades en el hallazgo
y acopio del material, incitaron esta investigación hasta desbordar sus planteamientos originales, en un
infructuoso intento por presentar un corpus documental sobre la rebelión de los Partidos de Huánuco,
Panatahuas y Huamalíes.
(18) Elmo Ledesma, Algunos documentos de la insurrección de Huánuco. En "Anales del IV Congreso
Nacional de Historia del Perú". Centro de Estudios Históricos Militares del Perú. Lima, Agosto de
1967, págs. 322-25. El Dr. Sócrates Villar Córdova, Asesor de la Comisión Nacional del
Sesquieentenario de la Independencia del Perú, fue designado para gestionar la copia de este
expediente, siendo de advertir qué, según la noticia dada por el Dr. Ledesma, constaba de 88 págs.,
pero en la actualidad sólo contiene 55.
[77]
La documentación que hemos allegado es el resultado de una escrupulosa búsqueda de fuentes
primarias en los repositorios nacionales, tanto limenses como provinciales, de índole oficial, eclesiástica y
aún particular. Por lo que respecta a los archivos extranjeros, la tarea se ha cumplido por la doble vía de
nuestras investigaciones personales, en frecuentes viajes de estudio anteriores a esta labor específica,
gestionando datos y documentos, o hurgando en los catálogos y guías de esos repositorios.
Buena parte de este laborioso trabajo heurístico ha sido de resultados negativos, en especial por lo
que toca a la localización de piezas documentales básicas, revisadas por nosotros hace muchos años y
en la actualidad desaparecidas. La lista de repositorios que se anexa a esta obra no refleja, por lo tanto,
la integralidad de la investigación efectuada, ya que se ciñe exclusivamente a aquellos de los cuales
hemos obtenido los documentos publicados en esta colección.
De la información documental conocida por los sucesos de la rebelión da fe el esquema bibliográfico
presentado; y por lo que respecta al resto de la misma, el cuadro provisional de reconstrucción de los
procesos que ofrecemos a continuación, puede servir de útil pauta para las futuras investigaciones.
El exhaustivo examen de los ficheros de la Biblioteca Nacional del Perú, nos ha permitido incorporar
a esta colección, no sólo expedientes, algunos de ellos no conocidos, de los procesos seguidos a los
reos de la rebelión, sino, además, documentos básicos sobre causas e informaciones aún en trámite o
iniciadas en años posteriores a la insurrección.
Hallazgo de trascendental importancia ha sido el de los autos de la rebelión seguidos ante ¡a Real
Audiencia de Lima, que contienen los informes de remisión de los procesos por el Intendente González
de Prada, los dictámenes fiscales, las sentencias de vista y revista, cuyos textos completos aún eran
inéditos, los pedimentos de suplicación de los reos condenados a la pena capital y sumarias informa-
ciones que no figuraban en los restantes expedientes. Esta documentación que constituye un cuerpo
procesal independiente se hallaba en un microfilm de la Lilly Library, sin identificación determinada y se
ubicó casualmente en el curso de otra investigación sobre las guerrillas patriotas.
Por lo que respecta a los fondos del antiguo archivo de la Real Audiencia de Lima, hemos
investigado en ellos hasta en tres diversas oportunidades: en el antiguo local del Palacio de Justicia,
donde se guardaban en total dispersión y abandono; seguimos sus huellas en el depósito provisional que
ocuparon a su traslado al actual edificio de los Tribunales de Justicia, comprobando ya en aquel
entonces la merma de muchos documentos; y, finalmente, en el archivo de la Corte Superior de Lima, en
el mismo Palacio de Justicia, cuando se iniciaba la clasificación y ordenamiento de esos valiosos fondos
documentales.
En la actualidad ese archivo de la Real Audiencia se ha trasladado íntegramente al Archivo Nacional
del Perú y se encuentra en el proceso previo de inventario y clasificación. De los expedientes de los
procesos sobre la rebelión, que habíamos revisado anteriormente en forma muy ligera por no ser materia
concreta de nuestras investigaciones, hemos logrado ubicar los que editamos en esta colección. Empero,
se ha perdido por lo menos uno de los cuadernos principales, en esa nueva emigración que confiamos
sea la última de la larga odisea de los fondos del tribunal limeño, cuyas mermas y ex-poliaciones se
iniciaron ya desde los finales de la décima octava centuria.
De la investigación realizada en el Archivo Arzobispal de Lima además de un nuevo cotejo de la
Relación del Dr. Pedro Angel de Jado que nos permitió el hallazgo de un plano no publicado por el P
Ángulo, hemos acocado otros documentos sobre los eclesiásticos actores principales del movimiento
revolucionario de 1812. Queda evidentemente mucho por investigar en ese ingente repositorio donde
[78]
deben existir documentos de primerísimo valor, algunos de los cuales se mencionan en los procesos de
la rebelión.
En el archivo Histórico del Ministerio de Hacienda, nos limitamos a la consulta de la documentación
que figura en los catálogos, porque era en verdad una tarea ilusoria intentar en tan corto tiempo la
exploración del copioso material anterior a 1820 y sin inventariar, que se conserva en ese repositorio.
Se han incorporado en esta colección los expedientes de la rebelión que pertenecen a la Memoria
Prado, de los cuales sólo se conocía la sumilla que figura en el catálogo del P. Vargas Ugarte
Publicamos, asimismo, de ese archivo privado la Visita de los pueblos de indios de la jurisdicción del
Partido de Huánuco practicada el de 1812 por el Intendente González de Prada; para el análisis integral
de la insurrección huanuqueña.
Se incluye igualmente el Expediente Gubernativo seguido por el Dr. Ignacio Valdivieso,
Gobernador Interino de la intendencia de Tarma, que se publica por primera vez, pero, según parece, no
en su integridad porque no contiene el número de folios señalado por el Dr. Ledesma. (Cf. nota 18).
Finalmente, debemos indicar que en el curso de un viaje a los archivos de Huánuco, realizado hace
muchos años, ubicamos en la Notaría Falconi un grueso expediente sobre la insurrección de Huánuco,
del cual no tomamos notas por el breve tiempo de que disponemos y en particular porque se solicitó su
traslado al Archivo Nacional del Perú.
Las investigaciones efectuadas en la notaría de B Manuel Gayoso, donde se encuentra en la
actualidad el archivo en referencia, no han dado resultado alguno, ignorándose, por lo menos"
oficialmente, el destino de ese expediente.(19) Cabe esperar que al igual que han reaparecido muchas
piezas de los procesos que se suponían perdidas, el resto, entre ellos el que acabamos de mencionar, se
encuentre algún día en las cavas de alguno de los conventos donde se recluyeron a los reos
eclesiásticos, promotores de la insurrección, en la trastienda de otra notaría, o en las buhederas de
alguna casona particular.
El manejo y presentación del material que integra esta Colección ha sido indudablemente más arduo
de lo que a primera vista pudiera parecer. Los expedientes se hallan, como hemos expuesto, muy
dispersos y discontinuos en los diversos repositorios, generalmente mal encuadernados o cosidos, a
veces con hojas truncas o sueltas, con foliación alterada o sin ella; y, lo que es más grave, con carátulas
diversas a las que originalmente les correspondían y, en los casos de documentos catalogados, con
fichados deficientes o dataciones inexactas. A mayor abundamiento, se agregan a estas dificultades
(19)
El 4 de setiembre de 1945, por R.S. Nº 311, el Ministerio de Justicia y Trabajo nombró una Comisión
ad-honorem, integrada por los Drs. Raúl Porras Barreneceha, Ella Dunbar Temple y el Arq. Rafael Marquina Bueno, encargada de presentar un plan integral para la reorganización del Archivo Nacional del Perú. La precitada Comisión, entre otras disposiciones previas, acordó proceder a la centralización de los diversos repositorios documentales dispersos en toda la República. Con tal pro. pósito determinado, el autor de este prólogo efectuó un viaje a Huánuco, ubicando en la notaría de D. Víctor Falconí importantes documentos de los siglos XVI y XVII, tales como escrituras sobre los primeros fundadores de la ciudad, composiciones de tierras, grandes propiedades rurales, obrajes, etc.; y, entre ellos, el expediente citado de la rebelión de 1812, que se encontraba en una de las ventanas de la notaría y sin seguridad alguna. Por oficio del 3 de octubre del mismo año, la Comisión solicitó al Ministerio el traslado de esa documentación al Archivo Nacional y se citó, en forma expresa, la importancia de ese expediente. Sensiblemente, la Comisión no tuvo éxito en ese trámite, como tampoco pudo cumplir, por razones ajenas, con los fines que motivaron su creación. En el curso de esta investigación, se designó al Dr. Sócrates Villar Córdova, para que averiguara el actual paradero del expediente en referencia, pero, según informe que obra en poder de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, ese documento no existe en la Notaría del Dr. Gayoso, donde se trasladaron los archivos del fallecido notario Falconí.
[79]
"accidentales", que complican la correcta identificación y debido ordenamiento de las piezas procesales,
otras de mayor consideración y a las cuales ya hemos aludido. La pérdida de cuadernos básicos de los
procesos principales y de las sumarias, casi imposibilitan el ajuste ordenado sobre líneas cronológicas
estrictas o sobre un orden procesal preciso. Razones son éstas que explican y justifican la estructuración
dada a la colección. Con la finalidad de lograr una visión más o menos unitaria de los hechos que
presentamos, se ha ordenado el material provisionalmente, según su contexto, tratando de formar uni-
dades temáticas en cada grupo de secciones; y dentro de ellas, en lo agible, de reconstruir el orden
adjetivo procesal.
Al terminar la tarea no se nos oculta la insuficiencia de esta investigación que bien hubiéramos
deseado proseguir si el ceñido lapso prefijado no nos hubiera obligado a recortar la búsqueda de otras
fuentes informativas, en especial en los archivos parroquiales y notariales de Huánuco y los demás
centros donde se desarrollaron los sucesos de esta gran insurrección. Corresponde a los investigadores
del tema y a mejores plectros, completar los resultados de esta apurada pesquisa preliminar, y subsanar
sus deficiencias. Consideramos esta Colección como un punto de partida para nuevos y más proficuos
hallazgos y como mera guía para los interesados -en la materia.
CONTENIDO DOCUMENTAL DE LA COLECCIÓN
Previamente y como una pauta para proseguir las investigaciones sobre el tema, presentamos un
intento de reconstrucción, a grandes rasgos, del contenido original de los diversos procesos de la re-
belión en los Partidos de Huánuco, Panatahuas y Huamalíes, que ha de servir, a un tiempo mismo, para
aquilatar la bibliografía antecedente y compulsar debidamente esta colección.
En la secuela del proceso ante la Real Audiencia de Lima (Doc. XXX de la colección), figura el
Informe de González de Prada, fechado a 5 de junio de 1812, por el cual remite "el adjunto cuerpo de
autos continuación de los tres" enviados anteriormente. A fs. 132 de este expediente aparece una
constancia por la cual se devuelven al Tribunal Superior "los diez y seis cuadernos de la causa sobre
revolución de los Partidos de Huánuco y Panataguas de la Provincia de Tarma", quedando pendiente la
seguida al P. Aspiazu, mercedario de la Provincia de Quito. Por otra parte, en el Informe del Intendente
de Tarma se presenta el resumen de las sumarias remitidas a la Audiencia. Estos datos, empero, no son
comprensivos de la totalidad de los procesos, porque González de Prada no especifica las piezas
separadas que abarcaron algunas sumarias, ni precisa el contenido y número de los cuadernos
anteriores, sobie los cuales no hay tampoco información completa en el resto de los expedientes
ubicados en la actualidad. Además de los procesos en trámite en la fecha de ese Informe, se siguieron
varias informaciones sumarias y se iniciaron nuevos expedientes a raíz de la dación de la Real Cédula
de indulto del año 1817. (20) Los libros de conocimientos y razones de causas de la Real Audiencia de
Lima que publica parcialmente el Dr. Eguiguren, no son de mayor utilidad al respecto, por la notoria
inexactitud en las fechas y en los números asignados a los procesos.
Enumera el Intendente de Tarma las siguientes sumarias que forman parte de los autos de
insurrección:
Sumaria 1, de 800 fs., en 3 cuadernos, signados con las letras A, B y C, que comprendían la
pesquisa general, causas de la insurrección y reos insurgentes con la indicación de las pruebas
(20) Cf. Juan Joseph Matraya y Ricci, El Moralista Filalethico Americano. Tomo I, Lima, MDCCCXIX.
Por Don Bernardino Ruíz, pág. 534, N' 2687 y 2688, pág, 538, Nº 2725.
[80]
actuadas, figurando como reo ausente y "autor principal" de la rebelión, el agustino Fr. Marcos Duran
Martel.
Sumaria 2, con 404 fs., de esclarecimiento de los "delitos en común" de los pueblos y haciendas de
los Partidos de Huánuco y Panatahuas- Esta sumaria amplía la anterior y se incluyen nuevos reos.
Sumaria 3, de 91 fs., referente a los sucesos de Huánuco y Ambo, la pesquisa sobre la creación de una
Junta Gubernativa y la instructiva tomada a los reos.
Sumaria 4, con 80 fs., ceñida a la participación decisiva en la insurrección de los habitantes del
pueblo de San Miguel de Huácar, curato de Huánuco.
Sumaria 5, de 31 fs., sobre los excesos cometidos por los indios y mestizos de la doctrina de
Acobamba, del Partido de Tarma, y la participación de otros de las quebradas, en especial los de
Parianchacra, cuyo párroco hubo de fugar, desamparando el pueblo.
Sumaria 6, con 75 fs., circunscrita al alzamiento del pueblo de Cayna y sus adyacentes o anexos,
Coquín, Llamor, Cauri, Tangor, y el importante obraje de Colpas, "distantes once leguas del Cerro de
Yauricocha" y de activa intervención en los sucesos revolucionarios. Por lo que toca a la doctrina de
Cayna, del Partido o distrito Capital de Tarma, González de Prada menciona que "hace doce años, po-
co más o menos, tuvo otro alzamiento y no obstante hacer sido destruido" "ha sido uno de los que con
mejor disposición ha entrado en el presente"
Sumaria 7, de 51 fs., que se refiere a la causa seguida contra José Condeso, Antonio Zavala y
demás moradores de la montaña de Chinchao, contiguos a los indios infieles Panataguas y donde los
vecinos de la ciudad de Huánuco tenían sus haciendas de cocales. Esos indios y los de Acomayo,
estaban ya alterados cuatro meses antes de la rebelión y, como indica González de Prada, constituían
mayor peligro porque habitaban en "lugar apartado y casi impenetrable".
Sumaria 8, con 230 fs., correspondiente a los saqueos de la ciudad de Huánuco. No empecé que
"en el principal proceso N° 1", figuraban ya encausados por esos latrocinios, se formó expediente se-
parado sobre esta considerable y grave materia. Conviene indicar.
Sección cuarta.— En esta sección se publican doce documentos, ceñidos a los propios sucesos de
la invasión de la ciudad de Huánuco, acciones bélicas, actitud del cabildo, intervención decisiva del
elemento indígena y mestizo, la rebelión de los pueblos, haciendas y estancias de Huamalíes, las
proyecciones y la debelación del movimiento revolucionario y los procesos seguidos a los insurgentes.
La densidad del contenido de esta documentación, de riqueza aún inexplorada, nos limita a su rápida
presentación. De su conjunto, aunque incompleto, surge la visión integral y dinámica de la revolución de
esos Partidos de la Intendencia de Tarma, y cuadros, llenos de vivido realismo, de la vida económica,
social y cotidiana de los centros urbanos y rurales de esa región.
El documento Nº X, de la Memoria Prado, se inicia con un oficio del Cabildo de Huánuco a González
de Prada, del 20 de marzo de 1812, y un Superior Decreto ordenando que se tomara declaración
instructiva al conductor de ese pliego. El expediente consta de 90 fs. n., lleva de letra moderna la
anotación "Cuaderno 3º" y, evidentemente, corresponde a la Sumaria 3 mencionada por el Intendente de
Tarma en su Informe a la Real Audiencia.
[81]
A través de este expediente, uno de los más interesantes de los actuados sobre la insurrección, se
presentan, ordenadamente y desde sus comienzos, los sucesos de la historia externa de la rebelión. Se
insertan los textos de las proclamas de González de Prada y sus tratos preliminares con el Cabildo
huanuqueño, así como los parlamentos del Intendente de Tarma con las comunidades de pueblos de in-
dios. Se pueden seguir todas las vicisitudes y hesitaciones del juego político del cabildo insurgente y su
actitud de aparente conciliación y de encubierto desafío frente a González de Prada. Le advierten, en
sucesivos oficios, encabezados por Crespo y Castillo, que se acrecienta la fuerza corrosiva de la
insurgencia y que el pueblo ya sabe que "Vuestra Señoría no les trae sino el temor y muerte" y están
cada día "más llenos de coraje" y "determinados a morir o vencer". Los mismos religiosos, criollos y
mestizos del clero secular de la ciudad, informan a González de Prada, en velada advertencia, que no
deben volver los europeos porque los indios "convocados por cartas anónimas", voceaban que la
insurrección no era contra los americanos sino "los chapetones". El propio Comendador de la Merced,
Fr. Juan José Ordóñez, no vacila en sostener que la rebelión de los indios se imputaba a las autoridades
políticas locales, las cuales, "debido a sus repartos y hostilidades", habían dado mérito a que los indios
"con solo un papelito", estuvieran prontos a la insurrección; agregando que los vecinos de la ciudad "le
tenían más miedo a los europeos que a los indios".
Significativa es la participación de esa masa indígena, a todas luces instigada por los "ilustrados"
religiosos criollos y utilizada por el Cabildo como fuerza de presión y amenaza para impedir la entrada de
González de Prada, pero que termina por imponerse dictando órdenes dentro del mismo cuerpo edilicio y
removiendo a los jefes insurrectos, hasta el punto que el propio Crespo y Castillo y los demás procesados
alegan como defensa que estaban atemorizados por los indios y califican el movimiento como
"sublevación puramente de indios".
Empero, a lo largo de la compulsa de las pruebas actuadas en este expediente, en concordancia con
el resto de los procesos de la rebelión, se verifica que la figura central y quizá uno de los principales
autores intelectuales de ese movimiento revolucionario, fue el agustino Fr. Marcos Duran Martel,
personaje de trazos evasivos y siempre en planos de penumbra. Tan evidente es esa participación
decisiva de Duran Martel que en la pesquisa ordenada por el Intendente, se determina que se indague su
conducta y sus contactos con los indios; y se esclarece sus "íntimas relaciones y amistad" con José
Rodríguez, el más empecinado de los jefes insurrectos. Surge la figura del rebelde agustino, leyendo a
los indios en la puerta de la iglesia de la doctrina del Valle los pasquines sediciosos, exhortándolos a
concluir con la empresa de la revolución y animándolos con el anuncio de los auxilios de Huamalíes. Se
le atisba al lado de los indios en el saqueo de la ciudad y en la "primera acción de Ambo y, como
resultado de las averiguaciones de la sumaria, se dicta contra él auto de prisión y embargo de bienes,
cometido al Capitán Diego Adalid (fs. 82 v. de autos).
La caracterización abiertamente revolucionaria del movimiento insurgente se perfila con el examen
de estos actuados. El cabildo huanuqueño habla de la "presente revolución", al igual que González de
Prada y los comandantes realistas. Revisten los caracteres de una verdadera lucha armada todos los
aprestos de la Expedición Pacificadora en sus cuarteles generales de Chauca y Ambo; los encuentros
bélicos, en especial el triunfo inicial de los rebeldes en Ambo contra los voluntarios del Cerro, en el cual
los vecinos criollos y mestizos y los indios, capitaneados por el General Crespo y Castillo y el Co-
mandante José Rodríguez, salieron al combate y "derrotaron completamente a aquellos guerreros"; la
misa de campaña en celebración del triunfo; la liga de los pueblos insurgentes, prontos "a la primera
orden que se les impartiese" para acudir a la resistencia; la activa participación de once pueblos y todas
las haciendas de la doctrina del Valle; el apoyo ofrecido por la indiada del Huamalíes; la invasión y la
entrada a saco de la ciudad; y el típico requerimiento del General en Jefe González de Prada a los
rebeldes, antes de iniciar la acción final que culminó con el triunfo realista.
[82]
El propio lenguaje de los insurgentes adopta giros con reminiscencias revolucionarias afrancesadas.
En uno de los oficios de los religiosos, entre los cuales figuraba el P. Villavicencio, se describe el furor de
las turbas desenfrenadas durante la invasión y saqueo de la ciudad, los asaltos a moradas, tiendas y
conventos, protanando hasta el sagrado depósito del Sacramento; y su desfile por las calles llevando en
triunfo la cabeza de uno de los decapitados, añadiendo el relato que eran "semejantes a los santcullotes
de la Francia".
De gran importancia en este expediente es el verdadero Manifiesto enumerativo de las Causas que
motivaron los movimientos que hicieron los indios revolucionarios de Huánuco, firmado por los
cabildantes huanuqueños, a la cabeza de los cuales figuraba Crespo y Castillo, pero cuya redacción, a
tenor de los testimonios, se debió a la pluma del P. Villavicencio, aunque el estilo refleja ciertas simi-
litudes con la "Carta de Ceuta" del P. Duran Martel.
Núcleo fundamental de la sumaria es la pesquisa ordenada por González de Prada sobre el intento
de la creación de una Junta Gubernativa Provisoria, con la activa participación de los miembros del
Cabildo y de los religiosos criollos y mestizos y en la cual, como decía el Intendente, "se imitaron las
pérfidas ideas de la Junta Revolucionaria de Buenos Aires". Explicable era que González de Prada, con
su larga y accidentada experiencia en la Intendencia de Cocha-bamba, se alarmara grandemente al tener
noticias de esa Junta que adoptaba las modalidades fidelistas de las demás americanas de su índole,
pero cuyos ocultos alcances se atisban a través de los testimonios y careos de la pesquisa. La sagacidad
del Intendente, su rápida toma de conciencia de la gravedad de los sucesos, así como la inmediata
acción bélica y la carencia, por parte de los rebeldes, de un jefe decidido y capaz, impidió que Huánuco
fuera tal vez cabeza, en 1812, de un foco separatista en el Perú.
Las comunicaciones de Crespo y Castillo y de Duran Martel y otros de los jefes insurgentes a
Gonzales de Prada, asegurándole que se había jurado a Fernando VII y acatado al "Augusto Rey y
Cortes que nos gobiernan" fueron calificadas con justeza por el Intendente de "capciosos oficios" (fs. 36
v.). Por otra parte, al mismo tiempo le advertían que el pueblo había decidido defenderse, acusaban a
las autoridades, en particular al conflictivo Subdelegado Diego García, de haber hecho abandono de sus
cargos, desamparando "sin el menor rubor" la ciudad, y le reiteraban con persistencia que los indios no
aceptarían el regreso de los chapetones "objeto de sus iras y desesperación". Los propios Alcaldes de los
pueblos indios, portavoces de sus comunidades, se permiten contestar al parlamento del Intendente,
comunicándole que la paz no les convenía "por ahora", que sus espías y correos les habían informado
que venía acompañado por sus "acérrimos enemigos europeos", y le intimaban, a su vez, que no osara
entrar a la ciudad.
Las pruebas actuadas en esta sumaria, si bien no muy esclarecedoras en lo referente al verdadero
carácter de la Junta, son ampliamente demostrativas en punto a la autodeterminación del Cabildo, indios,
vecinos y religiosos, criollos y mestizos, para implantar un cambio violento en las instituciones políticas y
una nueva forma de gobierno local. Se produjo el nombramiento de autoridades políticas, hacendarías y
militares y, como consta de los oficios de González de Prada y de las declaraciones de los encausados,
se procedió a comunicar posteriormente los hechos al Virrey Abascal. Los testigos sindican las "Causas
que motivaron la formación de Junta", se nominan cuatro Diputados: los tres curas de las doctrinas de la
ciudad y de Chavín de Pariarca y el P. Villavicencio; y se adoptan una serie de disposiciones al margen
de las autoridades legalmente constituidas. El mismo P. Villavicencio declara en su instructiva que se
hablaba públicamente en la ciudad sobre la creación de la Junta. El Prior del Convento de San Juan de
Dios, Fr. Pedro José Moreno, expresa, a fs. 81, de los autos, que había firmado maquinalmente el acta
[83]
constitutiva de esa Junta, pero que al siguiente día "empezó a imaginar sobre una palabra Junta
Provisional y Governativa que le chocó, y diciendo entre sí: que ensalada ha hecho el Padre Villavi-
cencio"; agregando que su hermano, el Dr. Ramón Moreno, le había anunciado que darían parte al Virrey
"de la intención de formar Junta".
Por lo que toca a la figura de Juan José Crespo y Castillo, sin intentar en modo alguno precisar el
verdadero rol que jugó en la insurrección, se observa en este expediente que, aunque su defensa,
apoyada en su propia confesión, gira en torno al consabido argumento exculpatorio de su senectud e
incapacidad de acción, el propio caudillo en varios de sus escritos al Intendente, afirma que fue pro-
clamado por más de 10,000 indios, abultando posiblemente el número de sus secuaces para alarmar a
los realistas. En contra de su pregonada buena fe, un buen número de testimonios lo presentan como el
General en Jefe de los rebeldes, organizando a los indios, numerándolos "con piedrecitas", alentándolos
con la promesa de la llegada de los auxilios de Huamalíes, y obligando a los vecinos timoratos a plegarse
a la resistencia contra las fuerzas reales en la acción de Ambo. Insurge en la misa de acción de gracias
por la victoria como un típico caudillo, llevado en triunfo por los indios, con asiento y cojín de terciopelo
colorado y vestido "con volante y calzón verde". Unánimemente declaran los testigos que la Junta se
formó "en la sala de Castillo de seis varas de largo", con la presencia de los vecinos y de una
muchedumbre de indios, agolpados en la mesa donde se redactaba el Acta y los oficios al Intendente.
El documento XI integra la causa criminal contra D. José Condeso, D. Antonio Zavala y demás
moradores de la montaña de Chin-chao, por complicidad en la sublevación de los Partidos de Huánuco y
Panatahuas. Se inició el 14 de Marzo de 1812, consta de 52 fs. n. y perteneció a los fondos del archivo
de la Real Audiencia de Lima. Corresponde este expediente a la sumaria Nº 7, citada en el Informe del
Intendente de Tarma, y es de advertir que a fs. 8 v. de los autos se manda formar cuaderno separado de
los embargos.
Se registran en este expediente las indagaciones efectuadas en las montañas de Chinchao para
comprobar las conexiones de sus habitantes con los insurgentes huanuqueños. Escombrando en su con-
tenido se deduce que los principales acusados, el Alcalde de españoles y reo prófugo, D. José Condeso,
y su sustituto, D. José Zavala, convocaron a los hacendados, mayordomos y peones de las haciendas
para que, unidos a los indios de Acomayo, avanzaran sobre Huánuco, apersonándose Condeso con su
gente a la casa de Crespo y Castillo.
De la instructiva tomada a Zavala y de los testimonios actuados, consta que cuatro ó nueve meses
antes del estallido insurgente de Huánuco, D. Antonio Espinoza el limeño había venido de esa ciudad al
asiento de Mesapata a difundir ideas subversivas, colocando pasquines contra el Subdelegado y los
chapetones y difundiendo la noticia de la inminente llegada de Castelli. Figura en los autos una carta de
Zavala a Crespo y Castillo en la cual le informa que ha vigilado a los chapetones fugados, sin encontrar
ninguno, salvo un anciano ya decrépito, y que el alcalde de la otra banda de la montaña era chileno "y en
su tierra también han hecho lo mismo de botar a todos los chapetones" (24). Le comunica, asimismo, que
(24) Un interesante documento inédito de Agosto de 1811, entre otros similares, revela las actividades de
los patriotas chilenos en el Virreinato peruano. En ese año, D. Manuel de la Cruz Muñoz, Teniente de
Caballería del Batallón de Milicias de San Fernando el Real, oriundo de la ciudad de Chile y que
actuó años más tarde al lado de los patriotas peruanos, presenta un recurso, desde su prisión en la
Real Cárcel de Lima, alegando que ésta se había debido a "habérsele atribuido cierta conversación
perturbativa al Estado, pero que todo se había reducido a la difusión de las noticias que había leído en
la Gaceta, en poder de D. Antonio Bueno. De su pedimento consta que había emigrado de Chile
clandestinamente y sin licencia, temeroso de que "la revolución de esos lugares hiciera padecer a su
país algunos cambios fatales, considerándolo próximo a seguir el propio desorden en que se hallaban
los de Buenos Aires", L. L. Fot. B.N.P.
[84]
los hacendados se hallaban dispuestos a obedecer sus órdenes como a su General y a derramar su
sangre en defensa de "nuestra Patria". La montaña no se encontraba en modo alguna sosegada y
constituía un inquietante centro de peligro. Los indios de esa zona se dirigieron a Huánuco a tomar parte
en los saqueos y los de Panao, Pillao y Acomayo estaban prestos a ingresar en persecución de los
europeos e intimaban a los vecinos a unirse a la rebelión.
Alega Zavala en su defensa que no tuvo parte "en el principio de la revolución" porque se dirigía
contra los europeos y él era hijo de vizcaíno, "honrado de su color" y sólo por accidente había nacido en
Huánuco. Al invocar su participación en los combates de Ambo, según su propio aserto, al lado de las
fuerzas del Intendente de Tarma, destaca interesantes episodios sobre los sucesos, la fuga de los
atemorizados vecinos, el papel jugado por los indios, encabezados por José Rodríguez, y acusa a José
Contreras "el cholo más encarnizado contra los blancos". Como índice significativo de la personalidad de
Crespo y Castillo, se advierte que al ser preguntado acerca de sus tratos con Zavala, elude
comprometerlo y declara que no mantuvo con él conversaciones ni correspondencia.
Los documentos XII y XIII comportan problemas de eventual esclarecimiento bibliográfico y
consideramos que corresponden en realidad a los cuadernos 1 y 2 de los autos seguidos sobre la insu-
rrección de los Partidos de Huánuco y Panatahuas. Pertenecen a los fondos de la Biblioteca Nacional del
Perú y llevan, respectivamente, las signaturas D6027 y D601. En la ficha de la Biblioteca, el D6027 se
titula: "Expediente relativo a la insurrección de indios de Huánuco", y el D601: "De los autos seguidos
sobre el descubrimiento de los autores y cómplices y demás reos que cooperaron en la insurrección del
partido de Huamalíes. Cuaderno 2? Letra B". Empero, del examen de ambos expedientes se deduce que
debieron integrar una misma unidad procesal y que se refieren a los procesos de la rebelión de los
Partidos de Huánuco y Panatahuas y no a la del Partido de Huamalíes. En la propia carátula original del
signado con el N" D6027, se indica: "Este cuaderno se contrae a los reos de Huánuco y Panatahuas";
anotándose, a continuación, que a fs. 52 corre el oficio de contestación de D. Diego Adalid sobre el
embargo de bienes, y a fs. 129, el auto respectivo; piezas que en efecto figuran en los mencionados
folios.
El Cuaderno 1º Letra A (D6027) consta en la actualidad de 441 fs. n.; y el 2º, Letra B (D601),
empieza a fs. 443, comprende hasta el f. 754 y se observa que está incompleto. Es de suponer que la
titulación de estos expedientes por los escribanos de la época no fue exacta, ó que ocurrió una
trasposición posterior de sus carátulas originales; y, además, evidente pérdidas de folios. En la
imposibilidad de mayores verificaciones, nos limitamos a mantener, como es de rigor, el título de las
carátulas originales, unificando nuestras fichas y anotando la actual foliación. Debemos, empero, indicar
que esa foliación es correlativa, y que en la carátula del Cuaderno 1º, Letra A, se anota que consta de
442 fs., en cuyo caso se habría perdido un folio; y que, como acabamos de señalar, el 2º empieza
actualmente en fs. 443 y termina en el f. 754. La portada de este último expediente indica que "empieza
en fs. 443 y concluye en fs. 755", lo que comportaría, asimismo, el. extravío de un folio. A mayor abunda-
miento, en el cuaderno 1º (D6027) figura la siguiente nota: "Estos dos cuadernos comprenden útiles fojas
657" (?). Es posible que estos cuadernos integraran la sumaria I, comprensiva de los autos principales,
citada en el Informe de González de Prada a la Audiencia de Lima.
El Documento XII, D6027, comprende la sumaria información, iniciada el 21 de marzo, a raíz de la
entrada de González de Prada a Huánuco, las instructivas, confesiones, careos y defensas de los reos y
las declaraciones de los testigos.
Conviene insistir en la necesidad de una rigurosa hermenéutica al compulsar este expediente con
miras a una crítica histórica, finalidad que, reiteramos una vez más, no informa este prólogo, ceñido a la
[85]
simple presentación de los documentos. El material probatorio que obra en estos autos, al igual que en
gran parte de los demás expedientes de los procesos de la rebelión, es fundamentalmente de índole
testimonial y sujeto, por lo tanto, a inevitables fallas de imprecisión y falsedad; acrecentadas por el hecho
de que la mayoría de los testigos son, a su vez, sospechosos de complicidad en los sucesos y tratan de
liberarse de cargos e imputaciones. Por lo que corresponde a los deponentes indígenas, son de gran
validez en estos casos los principios señalados en las Ordenanzas toledanas para valorizar esas
pruebas. (25)
En el auto cabeza de proceso se ordena un interrogatorio, enderezado a indagar dos aspectos
básicos: las causas y los instigadores del movimiento revolucionario, en particular los que alucinaron a la
indiada sosteniendo' el carácter represivo de la Expedición Pacificadora y la intervención en ella de los
europeos avecindados en Huánuco; las razones que motivaron el abandono de la ciudad por las
autoridades y los saqueos perpretados por las masas.
En relación con las causas de la rebelión, abundan los testimonios concordes en señalar las
motivaciones de tipo socio-económico, tales como las expoliaciones a los indios, a los cuales les quitaban
"hasta las semillas quebradas" y los ponían en prisiones; los repartos y negocios de muías, las mitas de
especies; las presuntas amenazas de extinción de los tabacales; y en cuanto a los criollos se mencionan
una serie de maltratos y segregaciones, afirmándose que sólo les dejaban los cargos de "cobradores de
muías". Se plantea así un abierto enfrentamiento entre los "españoles europeos" y los "españoles
americanos", incluyendo en las protestas a los mestizos y extendiendo esa pugna al clero secular y
regular de las mismas connotaciones clasistas.(26)
Se sindica como principales culpables de estas motivaciones al Subdelegado de Huánuco, D. Diego
García, al de Panatahuas, 1). Alonso Mejorada, a su mujer y al sustituto D. José Castillo, al cual se le
acusaba, entre otras tropelías, de haber expresado que "se hartaría con la sangre de los criollos"; y a
otras autoridades y militares entre ellos al Coronel y Alcalde Provincial, D. Pedro Antonio de Echegoyen.
Son, igualmente, concurrentes las pruebas en lo tocante a que los indios por sí solos no eran
capaces de una insurrección de tales proporciones y que fueron movidos por "sugestiones extrañas",
pasquines y papeles anónimos, en idioma índico, que circularon profusamente en todos los pueblos de
los Partidos de Huánuco, Panatahuas y Huamalíes, y aún en los aledaños, preparándose en forma cau-
telosa- el movimiento desde casi un año antes de su estallido. Además de las muchas cartas cambiadas
entre los Alcaldes de los pueblos indios y los rebeldes huanuqueños, son copiosos los testimonios sobre
(25) Cf. Juan de Solórzano y Pereyra, Política Indiana. Tomo I, Madrid-Buenos Aires, 1930 Lib. II, Cap.
XXVIII, N* 33-37.
(26) Una carta inédita, fechada en Lambayeque el 10 de Febrero de 1811 y dirigida a D. Carlos Lisson por
un "Salazar", contiene datos muy .significativos en relación con el ambiente general del Virreinato
peruano. Se menciona en esa misiva la creación de una "Reunión Peruana", compuesta de la
nobleza y el comercio, haciendo soldados simples a los miembro de la primera, "para desvanecer la
rivalidad de Europeos y Americanos, reunir los ánimos, en cuya desorganización trabajan con tanto
ahínco los emisarios del Infame Napoleón".
Otro dato de interés en esta carta es el concerniente a la posible influencia de la revolución del
Virreinato rioplatense, expresando*» ti respecto lo siguiente: "la determinación del Gobierno de
mantener quiltro mil hombres en el sitio del Desaguadero para contener la internación de los
insurgentes de Buenos Aires la considero muy útil para mantener la tranquilidad de este Virreinato,
pues acaso estos perbersos pudieran corromper el ánimo de sus habitantes y sumergirnos en las
desgracia» que están sufriendo los de Buenos Aires". L.L. Mss. Fot. B.N.P. s.c.
[86]
esas instigaciones. El Juez de Aguas, José Meza, declara que "un hombre blanco incógnito", con la cara
cubierta por un pañuelo de gasa, llevaba papeles a los indios y mestizos. Se insiste en un inglés, en cuya
tienda en la ciudad de Huánuco se hacían juntas clandestinas. (27). Muchos de los principales jefes del
movimiento circularon por los pueblos de indios, exhortándolos a la lucha. Figura entre estos mensajeros
el titulado Comandante de indios, D. José Rodríguez, del pueblo de Chalhuacocha, de gran ascendiente
en las masas nativas, que estuvo la víspera del estallido insurgente en los pueblos de los tres Partidos,
llevando papeles de incitante contenido contra los europeos. Antonio Espinoza, el limeño, en realidad
cuarterón de mulato libre, casado con una huanuqueña y encarnizado enemigo de los blancos, aparece
nuevamente en estos autos, .efectuando iguales recorridos y propagando que "de limosna debían estar
ya muertos los chapetones". La difusión de estas noticias era tal que el propio Virrey Abascal, en carta
del 5 de Marzo de 1812, se dirige a González de Prada, comunicándole que "ocho días antes de haber
acontecido el asalto de Huánuco por los tumultuarios se había ya conocido en Lima, "lo que persuade
haber en esta capital algunos malévolos cómplices en tan enorme crimen".
Se comprueba en estos autos que corría por los pueblos la noticia de la venida de Castelli,
verdadero pendón, esgrimido por los jefes insurrectos, entre ellos el propio Juan José Crespo y Castillo,
los cuales se titulaban capitanes del caudillo bonaerense y afirmaban que mantenían frecuente
correspondencia con él, no siendo ajenos al tema los religiosos que utilizaban el mismo argumento
subversivo. De los testimonios fluyen las más vagarosas versiones sobre la anhelada llegada de Castelli.
Se afirmaba que ya estaba en el Cuzco, ó se pretendía que venía a Huánuco por los fragosos y lontanos
caminos de Maynas. Según parece desprenderse de los testimonios, Crespo y Castillo convocaba a los
pueblos anunciándoles la peregrina noticia de la muerte de Fernando VII, la unión de Castelli con
Goyoneche, y que él había asumido el Generalato de las siete Provincias de la Intendencia.
El vernacular tema del Incazgo surge con reiteración en estos actuados. El "cholo" José Contreras,
principal del pueblo de Acomayo, propagaba que se iba a coronar y, por otra parte un José Encarnación
Ortiz y Quiñones aparece como "José el Inga". Aún a través de la seca prosa curialesca, restaña el
anhelo alucinante de la indiana por la restauración del Incazgo. Se pregona como la más eficaz tea de
rebelión la venida de ese "Rey Inca" que extinguiría los tributos y al cual le prestarían acatamiento indios
y mestizos. José Mirabal, uno de los insurgentes huanuqueños, revela que la intención de los indios era
hacer su población en Huánuco, terminar con los blancos y coronar Rey a uno de su parcialidad.
En la invasión de la ciudad de Huánuco, se revela una organización ajena a los propios indios. Los
pueblos, en perfecto pie de guerra, ingresan por grupos con sus capitanes, muchos de ellos mestizos, y
enarbolando banderas rojas y blancas. Se mencionan las entradas, en días consecutivos, de los indios de
Santa María del Valle, Malconga, y los de Acomayo, Pillao, Panao y Chinchao, contiguos a los infieles
Panatahuas; Pachabamba, Pumacucho, Llacón y Churu-bamba; Rondos, Chusquis, Marías, Chupan,
otros de sus inmediaciones y hasta de las quebradas de Chaupihuaranga.
(27) En las rebeliones indígenas insurgen a menudo reales o supuestos "hombres rubios", ingleses o
anglicanos. Tal se observa en la entrada de Jo_ sé Gabriel Túpac Amara a la ciudad de Azángaro; y
ocurre lo mismo con el misterioso Dr. Jeremías. En esta rebelión de Huánuco, el tema aparece
esgrimido en diversas formas. Así, en otra de las piezas de los procesos, se dice que, en Octubre de
1811, había llegado a ¡a casa del Subdelegado Diego García un inglés anglicano, capellán del navío
inglés "Estandarte", fondeado en el Callao, el cual cortejaba a los europeos, El anónimo personaje
había pasado a Huamalíes con cuadernos o un plan topográfico de los lugares por donde transitaba
y se internó en las montañas, midiendo alturas con barómetro y "delineando" pueblos. Se expresa en
la declaración que los indios creían que venía toda la nación británica a sojuzgar su territorio.
[87]
Esas masas coaligadas de indios y mestizos encauzan sus ataques contra los "chapetones
europeos" a los cuales les dan plazo para abandonar la ciudad, advierten que la revolución no es contra
los americanos y les dan vivas por las calles de Huánuco. Los preparativos bélicos se hacen ostensibles
en los pueblos, se funden cañones y piezas de artillería, y los indios fabrican hondas y piden "volcanes de
fuego" "para matar europeos". La insurgencia de los pueblos indios fue general, abarcando "más de 80 de
todas las doctrinas de los Partidos de Huánuco, Panataguas y Huamalíes y aún de la propia capital de la
Intendencia".
Las averiguaciones acerca del abandono de la ciudad revelan que no se pudo defender el puente
de Huayaupampa ni impedir la derrota de los cerreños en el primer combate de Ambo, por la falta de
armamento, la belicosidad de los indios y la fuga de las autoridades y europeos. Se verifica, una vez
más, la unión masiva de los vecinos criollos y mestizos, voluntariamente o por temor, con la indiada
invasora; y, los encuentros bélicos se califican de "batallas" por los propios actores de la insurrección.
En los relatos de los saqueos de la ciudad y haciendas huanuqueñas se proyecta nuevamente la
visión de un abigarrado conjunto, no sólo de indios, sino de mestizos, diversas castas, y aún criollos de la
plebe, con una cierta organización inicial y jefes sindicados; y es interesante destacar que los indios
alegaban, como justificación de sus latrocinios, el título de la "compensación". Esas descripciones de la
invasión y los asaltos sin permitir ni el refugio de las mujeres "para que las matasen los indios", se
caracterizan también en este testimonio por el más patético realismo y definen los rasgos sociológicos de
la plebe ávida e incontrolable. Justamente esa tipicidad de delito colectivo, de imposible individualización
de los responsables, obligó al Intendente a formar procesos apartes de los saqueos, con separación de
los reos indios cuyos actos vandálicos y docilidad a las perversas sugestiones, inducen a plantear en este
proceso al P. Villavicencio la curiosa pregunta de si cree que los indios "son capaces de discernimiento",
interrogación que conlleva reminiscencias de las polémicas surgidas a los inicios de la Conquista.
Los rebeldes huanuqueños respiran por su parte igual rencor contra los "europeos" y la autoridad de
González de Prada se desconoce totalmente. De las prolijas especificaciones de las pruebas se allegan
nuevos datos sobre esa rivalidad de larga y latente maduración. Los testigos, en forma sistemática,
afirman que todo Huánuco aborrecía a los chapetones porque monopolizaban los cargos y centralizaban
el giró comercial.
El expediente ofrece interesante caudal informativo sobre los dos caudillos principales de la
insurrección de Huánuco. Por lo que respecta a la personalidad de Crespo y Castillo, no existe tampoco
correspondencia entre el testimonio que comporta este documento y los argumentos ya mencionados que
esgrime el jefe rebelde en su confesión y defensa. Los diversos deponentes afirman que cada vez que
llegaban pliegos y proclamas de González de Prada, Crespo y Castillo convocaba a los pueblos y los
arengaba en lengua índica, sosteniendo que ya no había Rey ni autoridades y reiteraba que él asumía el
mando de las siete provincias de la Intendencia. Prevenía que mientras él viviese no volverían los
europeos que sólo querían acabar con los criollos, instaba a la indiana a resistir con balas y pólvora y
ofrecía mantenerlos con su ganado vacuno. Se relata su fuga en una muía, con un cuchillo, espadín al
cinto y una escopeta descompuesta, rumbo a las montañas. En su recorrido por Quera o Pachacoto,
Pumacucho, Pachabamba, los indios lo ayudaban a remudar muías y él los alentaba diciéndoles que iba
a esconderse y a encontrar a Castelli; y cuando se vio perdido, en el lugar de Secina de las montañas de
Zapan, donde lo aprehendió Martín Yabar, le pidió a los indios que lo degollasen e intentó el mismo poner
fin a sus días.
Su participación en los combates de Ambo se confirma por muchos testimonios, al igual que su
vinculación con Fr. Marcos Duran Martel. Tenía con él frecuentes entrevistas en su casa y en una de
[88]
ellas le prestó su ejemplar de la "Curia Filípica" de Hevia y Solanos. Sus cartas a los pueblos y otros
documentos comprometedores se hallaron al hacerse el inventario de sus petacas. Si bien son las cir-
cunstancias las que decidieron su destino y no su propia actitud vital, los testimonios ofrecen pocas
dudas acerca de su acción militante en la rebelión y de su enconada posición incriminatoria contra los
"españoles europeos". Su propia confesión revela sutiles matices que no concuasan con su declaración
de incapacidad mental. Al ser interrogado acerca de su conocimiento de los sucesos de Buenos Aires,
contesta que si bien no los conocía en globo, sabía que los criollos estaban en guerra con los españoles;
y a la pregunta referente al dicho que se le atribuía de "muera el mal gobierno", se limita a responder que
los jueces españoles eran malos.
José Rodríguez, el segundo de los ajusticiados en la rebelión, aparece induciendo a los indios con
pasquines y arengas a terminar con los "europeos"; y en los combates de Ambo surge su figura, siempre
a caballo, capitaneando 1,000 ó 2,000 indios, con bandera enarbolada y seguido de sus familiares. En su
confesión alega que pasaba su vida en los montes y que los chapetones "le engañaban su sudor". Como
dato interesante cabe señalar que, según testimonios, en una reunión con Duran Martel sacó un pliego
con un águila pintada, con aves y un letrero al pie en los términos siguientes: "un lucero de asero
obscurecerá en Huánuco". El propio Rodríguez aclara que era una pintura de un águila de muchas flores,
en negro y colorado y en letras de los mismos colores se decía "El lucero está eclipsado"; que lo trajo del
Cerro donde había otros y que Duran Martel le dijo que era útil "para formar otros pasquines". El origen
de esta pintura se aclara con la declaración de Manuel Reyes, el cual expresa que en el Cerro un
bordador le vendió esa pintura y al mostrársela a Rodríguez se quedó con ella y se negó a su devolución.
No menos importante es en estos autos la actitud del clero, criollo y mestizo, del orden regular y
secular. Los religiosos huanuqueños no excusan el declarar a cada paso contra los frailes españoles, ale-
gando entre sus agravios, que no querían recibir cholos en sus conventos y comprendiendo en esta
imputación hasta a los religiosos de Ocopa, cuya valiosa labor misionera parecen no recordar. Participan
en la rebelión abiertamente, como instigadores intelectuales y como sujetos activos de la misma, repican
campanas para festejar la primera victoria de Ambo, conspiran y acopian armas en sus celdas, redactan
proclamas, componen versos revolucionarios y remiten cartas subversivas a los pueblos indios
sembrando en ellos la más fructífera semilla de rebelión
En la vasta lista de religiosos complicados destacan las figuras de Marcos Duran Martel, Mariano
Aspiazu, Ignacio Villavicencio y Francisco Ledesma. Formaban todos ellos un cenáculo intelectual,
componían versos y eran a un tiempo mismo muy versados en doctrina política, conocedores de los
sucesos españoles y europeos y con probadas conexiones con los focos revolucionarios de América,
como Quito, Santa Fe, Caracas, Buenos Aires, Chile, La Paz (28).
(28) Las noticias sobre los insurgentes de Buenos Aires circularon por toda América y por lo que toca al
Perú, se difundieron ampliamente en las Provincias del Sur. Agentes de BU propagación en Huánuco
fueron los religiosos venidos del Cuzco, Tucumán, etc., cuyas filiaciones aparecen en los autos de los
procesos.
Como forma de contrarrestar esa propaganda subversiva se imprimen en Lima, desde fines del año
1810, una serie de proclamas, advertencias y reflexiones contra la Junta Gubernativa bonaerense, las
cuales, en última instancia, comportaban otro medio informativo sobre los sucesos revolucionarios. Cf.,
entre otras muchas, la proclama a los Leales Habitantes del Perú, Vargas ligarte, Impresos Peruanos
(1810,1817) (Biblioteca Peruana. T. XI), Lima, 1957, p. 152, N« 3506; Id. Catecismo para la firmeza de
los verdaderos Patriotas y fieles vasallos del .Señor Don Fernando Séptimo, contra las seductivas
máximas y errores ■que contiene el Pseudo Catecismo, Impreso en Buenos Aires. En la Real Imprenta
de los Huérfanos (1811) ; Reflexiones filantrópicas sobre el espíritu, nulidad o resultas de las Juntas de
[89]
Fr. Marcos Duran Martel, el escurridizo agustino huanuqueño, es sin duda alguna una de las figuras
centrales y principal instigador de la insurrección y, posiblemente, quien decidió el destino de caudillo
asumido por Crespo y Castillo. Al iniciarse los autos ya aparecen cartas incitadoras, redactadas por él y
dirigidas a los Alcaldes de Panao, Pillao, Pachas, Acomayo, etc. firmadas "Tu General", con órdenes de
sacar copias y repartirlas a los demás pueblos.
Convocaba a los indios a entrar en la ciudad, armados con hondas, macanas, piedras, cuchillos,
escopetas y sables, para acabar con los chapetones, les advertía que en el convento de S. Francisco los
curas españoles guardaban pólvora y armas, los incitaba con los falaces argumentos de que se les iba a
privar de sus tierras, exhortándolos en su lengua a terminar la empresa con el prometido auxilio de 5000
indios de Huamalíes. A la entrada de la indiada a la ciudad, Duran Martel continuó su campaña de
incitaciones y arengas en quechua; y consta en los actuados que increpaba a las masas diciéndoles: "Ya
ves que buen proyectista soy, y ustedes tenían miedo, ahora no habrán más chapetones". Estaba,
asimismo, como hemos visto, en conexión con los jefes rebeldes huanuqueños y los testimonios lo
sindican como autor de la revolución, participante en las reuniones de la Junta Provisional y redactor de
pasquines que hizo circular hasta en el Cerro.
Según los testimonios, Fr. Marcos andaba siempre por las calles de Huánuco o se detenía en las
esquinas leyendo y formando corrillos para seducir a los huanuqueños. Utilizaba frases de gran efecto
persuasivo como aquellas de que "los mozos de Huánuco no tenían calzones y que si él no tuviera
hábitos en el día castigaba a los chapetones él solo", porque venían a "hacerse acaudalados a costa del
sudor de los criollos"; y los instruía acerca de los acaecimientos de Santa Fe y Cochabamba donde ya
"habían pasado a cuchillo a los chapetones". Su figura humana se perfila como la de un hombre adusto,
que no comía en el convento porque se llevaba mal con el prior, poco amigo de los coristas y que sólo
acogía en su intimidad al P. Villavicencio. Tenía familiares en la ciudad, entre ellos su hermano Pedro
Duran Martel, con tienda abierta de abarrotes y que testifica en los autos, y otros parientes como doña
Ciriaca Martel; y estaba también emparentado con el caudillo insurgente D. José Rodríguez
Duran Martel, "el capitán de los alzados indios y mestizos", como lo llaman en algún documento,
había convertido su celda en un verdadero centro de agitación revolucionaria. Allí se redactaban los
pasquines y se señalaban los sitios donde debían fijarse, almacenaba piezas de artillería y dos cañones
de maguey que él había fabricado, discutía con el P. Villavicencio el modo de perfeccionarlos y cargar-
los; y en su celda también recibía a los emisarios de los pueblos de indios. Es interesante indicar que
guardaba también la pintura de un águila con aves y letras de acero oscurecidas, posiblemente la misma
ó una copia de la que poseía José Rodríguez.
Su posición contra los europeos es muy definida. Sostenía que sólo los criollos debían ser jueces
"como en Arequipa" y no debían sufrir más las prisiones injustas y los castigos que les infligían los
europeos, alentándolos a defender a la Patria y arrojar a todos los chapetones. Aconsejaba a los
huanuqueños los mejores medios de acabar con ellos, como por ejemplo golpear a sus puertas y
liquidarlos a su salida, ó "balearlos cuando anduviesen en la patrulla".
Fue, asimismo, Duran Martel quien hizo circular las noticias de que los curas de S. Francisco
querían acabar con los sacerdotes criollos y cholos; y, girando en el círculo de sus propios intereses,
América, Lima, 1 de Diciembre de 1811. Impreso en la Real Casa de Niños Expósitos. (Bib. de la U. -de
San Marcos).
[90]
porque tenía tabacales en la ciudad, atribuye al subdelegado la orden de extinguirlas de raíz, instruyendo
a los indios que esa disposición era violatoria del libre comercio y de la supresión de los estancos y que
no podía emanar del Consejo de Regencia(29).
Por lo que toca a los versos y literatura subversiva de la revolución, el testigo Narciso Ponce declara
que Duran Martel sacó en su presencia un pliego con 18 décimas para que las copiara y habiendo
entrado Fr. "Ignacio Villavicencio a la celda, le dijo que él pondría los puntos y comas y corregiría las
copias; y se menciona entre sus producciones de ese tipo literario un pliego de cuartetos sobre el tabaco
del estanco, con el cual "se quería matar porque daba moquillo"; así como otros versos en quechua y
castellano.
Fr. Ignacio Villavicencio, cuzqueño y maestro de novicios, era hombre de cultura y muy informado de
los sucesos de Buenos Aires y del Alto Perú. Aficionado a la poesía, como todo ese grupo de religiosos,
colaboró con Duran Martel en la redacción de pasquines y parece que fue autor de las décimas copiadas
en la celda de ese fraile agustino y de las cuales figuran en los autos los siguientes fragmentos: "Nunca
decirse se oyó; / el Rey a su trato faltase / porque nadie criticase/ pero en fin ya sonó/". Intervino también
en las décimas escritas en quechua sobre la extinción de los tabacales y cita de memoria la cuarteta:
"Pillcumasicuna, / la Patria en unión, / quispichinacuson / de la chapitón /".
Confiesa que fue autor de oficios contra "los chapetones opresores y tiranos", agregando que así los
llamaban los indios. Sus vinculaciones con la insurgente Buenos Aires se comprueban en los autos, a
pesar de sus exculpaciones. Como buen conocedor de la teoría político-jurídica de la Monarquía
española y de los acaecimientos de la Metrópoli, declara que la revolución contrariaba la Soberanía y la
Ley, desobedeciendo al Consejo de Regencia que mandaba a nombre de Fernando VII, y protesta no
estar de acuerdo con la oposición entre criollos y chapetones porque debe haber "unión de dominios" y
esa distinción es un ardid de que se han valido los emisarios de Napoleón. Insiste en que la insurrección
no ha sido contra el Estado ni la Monarquía, sino contra los chapetones que tiranizaban y robaban a los
indios; y cuando se le pregunta si la sublevación fue un pretexto, contesta ambiguamente que escuchó a
los indios vivar al Rey "en el acto que quebrantaban sus derechos". Consta, empero, que hubo
expediente reservado sobre la materia y que expresó pareceres muy contrarios, como aquel de que en
tres siglos la Metrópoli no escuchó a las Américas y les dio trato de colonias, sin otorgarles la igualdad
que reclamaban. De gran importancia es el planteamiento de su defensa. Sostiene que fue inducido por
Duran Martel y por los Diarios de las Cortes en los cuales figuraban los discursos de los Diputados
americanos, Feliú, Morales Duarez y Mexía, que las mismas Cortes extraordinarias reconocían que la
América, estaba relegada e invoca la libertad con que se expresaba el periódico limeño "El Peruano",
amparado por la Ley de libertad de imprenta.(30) Interesante es recordar que Duran Martel, en su
(29) La Real Orden del Consejo de Regencia, del 24 de marzo de 1811, sancionando el Decreto de las
Cortes por la cual se otorgaba a los americanos igualdad y representación en las Cortes, amplia
opción a todos los empleos y libertad para sembrar y cultivar, fue comunicada por el Virrey Abas-cal el
20 de Setiembre del mismo año.
(30) Como se deduce de los procesos, los religiosos criollos y otros elementos cultos de Huánuco estaban
enterados ampliamente de los sucesos de las Cortes. Conviene recordar que el propio Cabildo de
Lima hacía circu. lar, en forma impresa, las resoluciones dictadas por las Cortes Soberanas. Cf.
Medina, ob. cit., p. 10, N» 2612; p. 12, N' 2618; p. 15, N« 2632. Los discursos de los Diputados
americanos en.las Cortes y las disposiciones dictadas por el Consejo de Regencia se reimprimían en
las prensas limeñas y se difundían en las Provincias del Virreinato, entre ellas las referentes a la Real
Orden sobre igualdad entre españoles y americanos, impresa en Lima, marzo de 1811; y la de
exención del tributo a los indios y castas de América, reimpresión limeña del 16 de Setiembre de
1811. (B.N.P., Col. de hojas imp.).
[91]
representación al Rey dirigida desde Ceuta, presenta esos mismos argumentos, compartidos por todo
ese grupo de religiosos de Huánuco y alegados con reiteración en los procesos de la rebelión. (Cf. anexo
3 de esta colección).
El mercedario Fr. Mariano Aspiazu, otro de los religiosos de primer plano en la insurrección
huanuqueña, había venido de Quito y mantenía sus contactos con ese foco revolucionario. Hablaba siem-
pre en función de América y no del Perú, se vanagloriaba a voces de haber actuado en el movimiento
insurgente de Quito, afirmando que allí "habían botado a los chapetones con sólo sus pasquines", y que
en las esquinas de la ciudad hizo pintar las letras A, E, y O que servían como contraseña, porque
agregándoles letras se leía "ya es hora". Había estado en el Cerro de donde vino a Huánuco con Fr.
Vicente Moyano y se alojó en el convento de la orden de N.P.S. Juan de Dios, viviendo en la celda de Fr.
Francisco Ledesma, también inculpado, al igual que Moyano, en los sucesos de la rebelión de Huánuco.
Los testigos relatan que estaba siempre enfermo y encerrado, escribiendo con velas hasta el amanecer y
que siempre escondía papeles. Lo visitaban muchos forasteros, en particular cerreños; y participó en el
segundo combate de Ambo, fugando a raíz de la victoria de González de Prada y sin que pudiera ser
habido a pesar de los muchos edictos dictados para su aprehensión. Aspiazu manejaba mucho dinero, de
fuente desconocida, y redactaba proclamas y pasquines en quechua, idioma que dominaba a la
perfección. Acérrimo enemigo de los "europeos", los calificaba de "perros" y, según declaraciones del
propio Villavicencio, fue autor de las "Décimas a la Junta".
Debía estar el P. Aspiazu vinculado también con la capital limeña porque, según su compañero de
celda, el P. Ledesma, decía que estaba pensando en la Concordia del Regimiento de Lima, la cual no
podía seguir porque, y expresaba su pensamiento en verso, la unión de criollos y "europeos" era como la
del gavilán con el pollo.(31)
Fr. Francisco Ledesma, limeño y mercedario, era, igualmente, muy aficionado a la poesía y se decía
autor de un "Elogio al Ejército". Le atribuye a Aspiazu los versos subversivos, según él 30 ó 40 décimas
que habían hecho alboroto en Pasco y menciona la siguiente: "Después que ya la maraña / de la Europa
está savida, / ¿Deberá seguir unida / nuestra América a la España ?...". Relata también que Aspiazu
reiteraba a menudo que era necesario arrojar a los chapetones que maltrataban a los criollos y patricios,
le atribuye la redacción de una proclama a los Americanos y afirma que le comunicó la sublevación de
Huánuco, la cual terminaría con los chapetones porque los "matarían poniendo estacas en las aceras con
lazos para amarrarlos".
Otro de los personajes que figura en estos autos es el misterioso lego, prófugo de la revolución de La
Paz, que vivía en el Convento y el cual, según parece inferirse de otras piezas de estos procesos, se
llamaba Fr. Cayetano Morales o González.
En el documento D601 prosigue la actuación de las pruebas y la etapa procesal de la defensa,
encomendada a los designados por los reos o a los nombrados de oficio, muchos de los cuales no eran
letrados por la notoria falta de abogados en la ciudad.
El defensor de Crespo y Castillo, consecuente con la confesión del caudillo, alega su ilustre
nacimiento, pocas luces e instrucción, torpeza y debilidad de cabeza, y sostiene que actuó intimidado por
(31) El tema del Regimiento de la Concordia Española del Perú se reitera en los autos de los procesos.
Circularon en Lima y en las Provincias del Virreinato, por los años de 1811, una serie de elogios en
prosa y en verso sobre la instalación de ese cuerpo de Voluntarios. Por otra parte, el Regimiento
festejó el triunfo de Goyoneche, lo que puede explicar el tenor de los versos subversivos de la rebelión
de Huánuco. Cf. Medina, ob. cit. p. 12, N« 2620; p. 13, N» 2622; p. 14, N" 2626
[92]
los indios. Protesta, además, porque se le niega información, sostiene que todos los parientes
abandonaron a su patrocinado y se anticipa a recordar que las Cortes "han desterrado la pena de
muerte".
En el curso de este expediente se sindican también como autores principales a Crespo y Castillo,
José Rodríguez y Duran Marte! y se reiteran los cargos e interrogatorios sobre los pasquines y la pro-
paganda revolucionaria anterior al movimiento insurgente, la presunta llegada de Castelli, la rivalidad
entre criollos y peninsulares; y, nuevamente se cita la influencia de "El Peruano" y los discursos de los
Diputados de las Cortes de Cádiz. Los defensores esgrimen todos los argumentos y, como índice de la
trascendencia de esta rebelión, es interesante señalar que el abogado Francisco Calero, tan patriota
como exaltado demagogo, sostuvo que su defendido, el P. Ledesma, no podía estar complicado "en la
ruina de todo un Pueblo, o tal vez de todo un Reino". Dato significativo es el referente a la llegada, en uno
de los correos del año 1811, de una "carta de lugar distante", que fue recibida por el regidor Crespo y
Castillo, acordándose en el Cabildo que se remitiese original y sin dejar copia al Virrey, "juramentándose
antes todos los capitulares de guardar secreto"; y se agrega que se silencia el nombre del firmante y su
contenido "porque no conviene pasar adelante". Podría tratarse de una de las proclamas de Castelli,
dirigidas como hemos indicado, por esos años de 1811, a diversos cabildos del Virreinato, todas las
cuales se sujetaron a esos mismos trámites de orden reservado.
Sobre la Junta Provisional de Huánuco, calificada abiertamente de "sacrílega contra el Estado y la
Patria", se presentan en esos actuados una serie de consideraciones que permiten inducir sus agibles
fines reales y proyecciones. El Capitán Santos de la Vega, defensor del P. Villavicencio, se refiere al
estado de la ciudad de Huánuco cuando entraron los indios, a la falta de autoridades y la anarquía, com-
parando esa situación con la de España subyugada cuyas Provincias se unieron bajo la dirección de una
Junta sometida al Rey. Afirma que la que se había constituido en Huánuco no tenía el carácter de
Gubernativa y se había limitado a elegir autoridades provisorias. No embargante, al plantear la defensa
concreta de su patrocinado, sostiene que no se reunió a formar esa Junta fanática y subversiva "que ha
dado mérito a que se conozca en nuestros días, la quimera de la Independencia que no conocieron los
siglos"; y que no es posible creer "que al mismo tiempo que desea, o introduce la Independencia", se
dirigiera al Virrey haciendo protestas de su obediencia. El mismo defensor, entre otros alegatos, expresa
que el siglo XIX ha sido el de los mayores excesos, que los Diputados de Cádiz hablan en tono de
desconfianza y descontento, que "El Peruano" es un volcán "que exhala mil de expresiones", y que
Villavicencio fue seducido por esas influencias y compuso sus poesías "llevado de la oscuridad que traen
consigo los Diarios de Cortes y El Peruano"
El documento XIV, de la Memoria Prado, se refiere a la causa de la insurrección de Huamalíes,
seguida por el Comisionado D. Miguel Maíz y Arcas, Comandante de la Expedición Auxiliar de ese Par-
tido. Según su carátula original corresponde al cuaderno 3° de esos actuados y contiene las pruebas de
los reos. El expediente abarca de fs. 444 a 657. En el catálogo del P. Vargas Ugarte se indica, por
evidente error de imprenta, que consta de fs. 444 a 457.
Estando ya impresa esta sección, en la cual se han agrupado los procesos habidos de la rebelión, se
nos comunicó por el Jefe de la Sección Histórica del Archivo Nacional del Perú, Sr. Alberto Rosas Siles,
la reaparición de otro de los expedientes de la causa del Partido de Huamalíes, que habíamos ya
considerado perdido después de las acuciosas investigaciones efectuadas en ese repositorio. Como ya
no era posible incluirlo en el lugar correspondiente en la colección, nos hemos visto obligados a integrarlo
en un apéndice especial al final de la misma. Empero, su análisis se presenta en este prólogo con la
finalidad de ofrecer una visión más o menos orgánica de las piezas que conformaron esos procesos.
[93]
El expediente en mención carece actualmente de carátula, de la cual no existe sino un fragmento en
blanco de parte del borde interno. No empecé, de la consulta de antiguos apuntes tomados en el Archivo
de la Corte Superior de Lima, donde se guardaba ese documento antes de su traslado al Archivo
Nacional del Perú, y del análisis de su contenido, cabe deducir que se trata de los mismos cuadernos
mencionados por el Dr. Varallanos, quien tuvo también oportunidad de revisarlos cuando conservaba su
carátula original, o sea los titulados "Causa seguida sobre la insurrección del Partido de Huamalíes, por
don Miguel Francisco Maíz y Arcas, Comandante de la Expedición de Guerra Auxiliar de Huamalíes y
Comisionado para la pesquisa de los rebeldes. Escribano Toribio Figueroa. Dos cuadernos. Fs. ut 444".
Es de observar que en su estado actual este expediente abarca 441 fs., faltando los tres finales.
El documento de la Memoria Prado (Nº XIV de esta colección), que empieza, como ya indicamos, es
el folio 444 y termina en el 657, debe ser continuación de los anteriores actuados. Por otra parte, cabe
advertir que este conjunto procesal guarda correspondencia con los datos del Informe de González de
Prada sobre las causas de la insurrección de Huamalíes, inclusive en la paginación final.
A fs. 234 del expediente que se inserta en el Apéndice, figura el informe del 13 de Mayo de 1812 del
Comisionado Maíz y Arcas en el cual se consigna la remisión de esos actuados en tres cuadernos: el 1º,
de 101 fs. conteniendo papeles, borradores y los oficios y decretos expedidos por el Intendente de Tarma
para la apertura de la sumaria; el 2º, de 230 fs., con las informaciones, careos, confesiones y lista de los
reos; y el 39, dividido en "tres numeraciones de pruebas", de las cuales la 1», de fs. 1-37 v., concierne a
D. Pío Miraval, la 2% de fs. 1-44 v., a diversos pedimentos de los indios y del Protector, y la 3», de fs. 1-8
v., sobre el Presbítero Ayala. Advierte el Comisionado que ha tenido que suspender la actuación del
proceso por falta de acusador fiscal y para proseguir con la búsqueda de los reos fugados a las
montañas. Revisando ese expediente se confirma, en efecto, la existencia de tres antiguas
numeraciones, pero unificadas finalmente en otra correlativa y asimismo de la época, que se inicia en el
folio 1 y prosigue sin interrupción hasta el actual folio 441. Por lo demás, el contenido del documento
coincide con las piezas enumeradas por el Comandante Maíz y Arcas. Empero, dados los avatares de
estos procesos, cabe en lo agible la aparición de nuevos expedientes que modifiquen estas hipótesis de
trabajo, tanto en lo que toca al ordenamiento procesal como a las colaciones bibliográficas que
presentamos.
Del examen conjunto de estos expedientes surge la visión completa de la rebelión en el Partido de
Huamalíes que revistió caracteres de la más definida tipicidad. Espigando en los testimonios, confesiones
y careos, se allega un considerable caudal informativo sobre sus distintos aspectos y principales actores.
El ambiente geográfico de esos pueblos era propicio a los levantamientos del tipo de guerrilla o
montonera; y los indios habían dado reiteradas muestras de su belicosidad en anteriores y muy se-
ñaladas ocasiones y en sus continuos alborotos contra los Justicias y los curas.(32) Los excesos de las
autoridades en esos alejados pasajes.
(32) Los indios de Huamalíes promovieron continuos tumultos y motines des. de el s. XVII, agudizados en
la décimaoctava centuria. En 1732, los de la doctrina de Llacta y de Jesús y Baños, suscitaron
disturbios por la recaudación de tributos y, al año siguiente, contra el Corregidor y el cura de Baños
(Cf. A.N.P. Derecho Indígena y Encomiendas, Leg. XV, c. 359). En 1777, se señala el grave suceso
ocurrido en el mismo pueblo de Llacta y en otros inmediatos contra el Corregidor, Ignacio de Santiago
y Ulloa, su Teniente, el Coronel Domingo de la Cajiga y el Jefe de Milicias, Capitán José de Cajiga.
[94]
AUTOEVALUACIÓN
1. Elabore una monografía en base a las principales datos de la lectura.
2. Que funciones cumplía los indígenas en el proceso de la emancipación nacional
3. Compara el papel del indígena y el rol de los mestizos y criollos.
4. Enumera las funciones de los alcaldes indios en la emancipación.
5. Haz un cuadro comparativo entre las funciones de los subdelegados y del
Presidente del del Gobierno Regional.
6. En dos hojas sintetiza todo lo que es la participación indígena y entrega al profesor
del curso.
BIBLIOGRAFÍA
Jorge Luis Valdez Morgan y Gonzalo Villamonte Duffo. Educared Perú. "El
Virreinato del Perú".
Clarence H. Haring. El Imperio Hispanico En América(I PARTE).
Guevara Espinoza, Antonio. "Historia del Perú". (T III).
Castillo Morales, Juan. “Historia del Perú“. (T. III).
Chaunu, Pierre. “Historia de América Latina”.
Fisher, John. “Gobierno y Sociedad en el Perú Colonial. Régimen de las
Intendencias”..
Levene, Ricardo. “Historia de América”..
Marban Escobar, Edilberto. “Historia de América..
Ots capdequi, José María. “El Estado Español en las Indias”..
Roel Pineda, Virgilio. “Historia Social y Económica de la Colonia”..
Sempat Assadourian, Carlos. “El Sistema Económico Colonial. Regiones y
Espacios Económicos”.
Silva Santisteban, Fernando. “Historia del Perú”. (T. II).
Vargas Ugarte, Rubén. “Historia General del Perú. (Tomo III, IV, V).
Zarate, Agustín. “Historia de la Conquista del Perú”..
Vicens Vives, Jaime. “Historia Social y Económica de España y América.
[95]
[96]
EL MILITARISMO Y LA DOMINACIÓN BRITÁNICA
(1825 - 1845)
Por: Alberto Flores Galindo.
OBJETIVOS.
1. Identificar los intereses externos e internos en torno a la independencia del Perú e
Hispanoamérica.
2. Debatir y concluir con los afanes expansionistas de Gran Bretaña en trono a la
independencia de los pueblos sudamericanos.
ESTRATEGIAS METODOLÓGICAS.
1. Elabora un informe final sobre la injerencia Británica en el proceso de la
Independencia nacional.
2. En base a la lectura y la consulta a los libros indicados en el syllabus
menciona a los principales ingleses que participaron de la independencia del
Perú.
4. Mesa redonda sobre el contenido del módulo con aclaraciones del profesor
del curso.
5. Debate en el aula sobre los contenidos de la lectura del módulo.
6. Plenaria con participación del docente y conclusiones generales.
CONTENIDO
EL MILITARISMO Y LA DOMINACIÓN BRITÁNICA
(1825 - 1845)
Por: Alberto Flores Galindo.
En los años iniciales de la República nuestro país podía provocar desconcierto y asombro a
cualquier europeo. A diferencia de Francia o Inglaterra donde las distancias se acortaban y las ciudades
crecían aceleradamente (Londres tenía más de un millón de habitantes), el Perú era un país rural y Lima
la ciudad más populosa con apenas 60,000 habitantes, sin faltar ejemplos como Cusco donde la
urbanización por el contrario decrecía; cerca del 50% del país estaba compuesto por territorios poco
conocidos: el vasto espacio amazónico; las fronteras políticas persistieron poco definidas y fueron motivo
de conflicto con la Gran Colombia y con Bolivia. Durante el período comprendido entre 1825 y 1845
[97]
disminuyó la circulación monetaria y al igual que en Abancay, según una descripción de la época, en
muchos lugares el comercio fue "ridículo" y sólo se pudo hacer en "base de permuta"; las comunicaciones
se tornaron muy difíciles porque a pesar de su extensa costa el Perú en 1826 sólo contaba con cinco
puertos mayores (Arica, Islay, Callao, Huanchaco y Paita) y las viejas rutas que habían vinculado a Lima
con Arequipa o Cusco y luego el Río de la Plata sufrían un relativo abandono; a los riesgos habituales de
la geografía peruana el viajero debía añadir la amenaza persistente de los bandidos. Tal vez mostremos
con mayor claridad lo peculiar del país si decimos —sin hacer ningún énfasis—, que viajar era una
empresa peligrosa y llena de sorpresas, por eso el viajero fue un personaje y los libros de viaje un género
apasionante, con autores que supieron reunir la calidad del suizo Jacobo von Tschudi o de la francesa-
peruana Flora Tristán.
Sobre este escenario una determinada sociedad se inició en la vida política con el propósito de
fundar un orden pretendidamente burgués y liberal. Para los mejores intelectuales de esos años —
pensemos por ejemplo en Sánchez Carrión y los redactores de La Abeja Republicana—, ese proyecto
significaba abolir el oscurantismo y romper con las cadenas opresoras de los tres siglos coloniales. Tras
una considerable distancia temporal, podemos sonreír ante estas ilusiones y calificarlas de utópicas. Sin
embargo siempre es útil preguntarse por lo nuevo y lo viejo, por lo que cambió y lo que continuó en la
"iniciación de la República". Veremos cómo muchos acontecimientos que se originaron entonces todavía
siguen gravitando sobre el Perú contemporáneo.
Inestabilidad política y militarismo
¿Que cambios ocurrieron? El cambio más evidente, a la par que la ruptura con España, fue el
abandono de los aparatos administrativos (Audiencia, Intendentes, etc.) y la consiguiente anulación de la
burocracia colonial. Para culminar con la ruptura política era preciso contar con una clase social dispuesta
a organizar el nuevo Estado y a dirigirlo, como lo había hecho la burguesía con el liberalismo europeo.
Pero los diversos sectores que componían la clase dominante de la época pasaban por una
grave crisis. En algunos casos, como entre los hacendados y comerciantes de la costa norte peruana,
esta crisis venía desde los años iniciales del siglo XVIII. En otros, como los propietarios de minas, se
remontaba apenas a los inicios del siglo XIX, aunque ellos nunca habían detentado un gran poder y
siempre permanecieron subordinados al capital comercial. Los grandes comerciantes limeños, cuyo
poderío había sido indiscutible, se vieron afectados por el incremento del comercio vía Buenos Aires y por
el amenazante desarrollo de Valparaíso. El debilitamiento de los comerciantes a su vez interfirió en la
producción azucarera de los valles cercanos a Lima, intercambiada desde entonces por el trigo chileno.
En el conjunto de la costa central, desde Santa hasta Nasca, la producción agrícola, excepción hecha, de
la vid, observaba una tendencia que podríamos definir como estagnante. Posteriormente las haciendas
vitivinícolas sufrieron la competencia del aguardiente de caña, como explicaremos páginas adelante. En
cuanto a la sierra, la crisis minera de los inicios del siglo XIX restó el escaso mercado que tenían los
productos de las haciendas agrícolas y ganaderas. De esta manera, hacendados, comerciantes y
mineros, a su heterogeneidad y diferenciación regional, añadieron un estado de postración que los hacía
poco aptos para asumir ellos directamente el poder en el nuevo Estado, lo cual no significa que no
buscaran usufructuar de mayores prerrogativas.
[98]
La carencia de una clase burguesa hizo de la República sólo en apariencia, un Estado burgués.
La democratización de la vida pública fue obstaculizada por el militarismo y hasta por los propios
legisladores, que pronto aumentan de 21 a 25 años la edad mínima de los votantes, limitando ese
derecho a los alfabetos y exigiendo un cierto nivel de ingresos para poder ser elegido diputado o senador,
con todo lo cual quedaba automáticamente marginada la masa campesina e indígena.
En lo que se refiere a los intelectuales que temprana o tardíamente se afiliaron al separatismo
(abogados, médicos, profesores, periodistas), no tenían la solidez necesaria como para ser una real
alternativa de poder. No pensaron, desde luego, en buscar el respaldo de las masas populares porque
aún persistía muy vivamente el temor a esas masas indígenas que habían visto actuar cuando el
movimiento de Túpac Amaru II o cuando Pumacahua.
Todo lo anterior condujo a una situación, en la cual el poder político tendió a fragmentarse.
Surgieron así tendencias regionalistas que derivan en un claro separatismo de Lima, especialmente en
los departamentos del sur peruano, Arequipa y Cusco. Surgen también fenómenos de autonomía local.
La debilidad del Estado central y la desaparición de la burocracia colonial, posibilitan que en las áreas
apartadas —que son las más del territorio— los hacendados añadan a la propiedad de la tierra el ejercicio
político dando origen a lo que José Carlos Mariátegui, recogiendo la terminología popular, denominó
gamonalismo: es decir, el terrateniente más el poder local. Este es el trasfondo de la anarquía en los
primeros años de la República. Se entiende así que en 1838 puedan existir hasta siete presidentes en el
Perú.
En estas circunstancias sólo encontramos dos instituciones que funcionan a escala nacional: la
iglesia y el ejército. En cuanto a la primera, proporcionó algunos de los más relevantes intelectuales.
Pocos como Luna Pizarro tuvieron posiciones liberales. La mayoría —y el mejor ejemplo es Bartolomé
Herrera con sus sermones—, avalaron a las posiciones conservadoras. Pero la iglesia, aparte de una no
menospreciable concentración de tierras, tenía sólo las ideas y el "poder moral" y eso, en años convulsos
como los de entonces, no era suficiente.
El ejército, aparte de las ideas, definibles en la mayoría de los casos como conservadoras,
autoritarias, pretendidamente aristocráticas y muchas veces chauvinistas (siendo el mejor ejemplo el
Mariscal Gamarra), tenía obviamente las armas. En esos primeros veinte años de vida republicana la
violencia importa más que el consenso para el control político. Se debe tener en cuenta quo las clases
populares, salvo cuando en 1834 protestan, en Lima contra Gamarra y el militarismo en su conjunto, no
intervienen activamente en las disputas de los caudillos. (Los sucesos del 28 de enero de 1834
constituyen el primer movimiento urbano y popular de envergadura en la República. Participaron
heterogéneamente artesanos, comerciantes, intelectuales, además de mujeres y niños, "Por primera vez,
dice Jorge Basadre, en lucha callejera, el pueblo había derrotado al ejército").
Inicialmente el ejército tuvo como respaldo el prestigio de las guerras de la independencia. Luego
se hizo indispensable por la tensión existente en las fronteras. Recordemos por ejemplo como el Perú
[99]
estuvo en guerra con Bolivia (1828), la Gran Colombia (1829), en cierta manera y según el punto de vista,
con Bolivia, Chile y Argentina durante los años de la Confederación (1835-1839), nuevamente con Bolivia
(1841 y 1842). Además su produjeron tensiones muy fuertes con Bolivia en 1831 y con Ecuador en 1842.
Todo lo relacionado con el ejército (armas, uniformes, pertrechos, sueldos de oficiales, etc.) ocupa el
primer lugar en los gastos fiscales.
Pero el ejército al que nos estamos refiriendo no es, en sentido estricto, una institución
profesional. Está fragmentado como lo está el país y se articula en tomo a ciertas personalidades. Esos
caudillos son el resultado y la explicación de un estilo político elemental y violento. Entonces los
generales —y no es una frase retórica— "sí sabían morir". Dejemos a un lado la validez de sus ideas. Lo
cierto es que luchaban efectivamente por ellas. Como ejemplo, allí están Felipe Santiago Salaverry y sus
ocho compañeros de armas, ninguno de los cuales tenia más de treinticinco años, fusilados por Santa
Cruz en la plaza de armas de Arequipa un 18 de febrero de 1836. Otro ejemplo, Agustín Gamarra
invadiendo a la cabeza de sus tropas el territorio boliviano y muriendo en pleno campo de batalla (Ingavi,
1841). Uno más, Domingo Nieto, que no se resigna a ser expatriado por Salaverry y gracias a un
ingenioso ardid se apodera de la goleta en la que era conducido y desembarca en Huanchaco, para
movilizar nuevas tropas.
El ejército, sin embargo, no fue capaz de establecer un nuevo orden e iniciar una fase de
estabilidad política. Uno de los gobiernos más sólidos del período, el que correspondió al Mariscal
Gamarra (1829-1833), tuvo que combatir catorce actos subversivos, razón por la cual el propio Presidente
debió dejar en varias ocasiones el cargo. De 1838 a 1845 se produjeron once cambios de gobierno,
violentos todos ellos.
Al interior de estas circunstancias difíciles se ubica el proyecto político más ambicioso en los
inicios de la República: la Confederación Perú-boliviana. Santa Cruz había intentado organizar un Estado
moderno en Bolivia y aprovechando luego las luchas entre Gamarra, Orbegoso y Salaverry, en 1835 cre-
yó llegada la ocasión para integrar a ambos países. Tras la victoria de Socabaya (febrero de 1836) y el
fusilamiento posterior de Salaverry, se gestaron las bases jurídicas de la Confederación en las asambleas
de Sicuani (16 de marzo), Huara (3 de agosto) y el congreso de Tapacarí en Bolivia. Quedaron
establecidos los Estados Nor y Sur peruanos. Se podría criticar desde el inicio el carácter artificial y poco
representativo de esas asambleas y el consiguiente autoritarismo de Santa Cruz, quien asumió el titulo de
Supremo Protector, pero en contrapartida la Confederación prometía reanudar las sólidas vinculaciones
del sur peruano con Bolivia, que se remontaban al siglo XVI —si no antes—, y que absurdamente habían
sido obstaculizadas desde la creación del Virreinato del Río de la Plata. Por eso los proyectos de Santa
Cruz fueron vistos con simpatía en algunos medios de Arequipa, ciudad cuyo comercio estuvo siempre
vinculado al altiplano. Menores fueron los entusiasmos en Cusco, a pesar de la política proteccionista a la
artesanía local. Pero en Lima la oposición fue total. Igual en el norte.
A nivel internacional, la Confederación pudo haber decidido en favor del Perú la disputa entre
Callao y Valparaíso por la hegemonía en el Pacifico sur. Pero en Chile el presidente Joaquín Prieto y su
Ministro del Interior y Relaciones Exteriores Diego Portales, percibieron claramente este riesgo. Desde
[100]
1836 en carta dirigida a Blanco Encalada, Jefe de las fuerzas navales y militares chilenas. Portales
planteó el problema con toda claridad: "No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma la existencia de
dos pueblos Confederados y que, a la larga, por la comunidad de origen, lengua, hábitos, religión, ideas,
costumbres, formarán como es natural, un solo núcleo. Unidos estos dos Estados aun cuando no sea
más que momentáneamente, serán siempre más que Chile en todo orden de cuestiones y
circunstancias". Lógicamente Chile prestó todo el apoyo a la oposición peruana (Vivanco, Castilla y
Gamarra), llegando a organizar sucesivamente dos expediciones "restauradoras"', la última de las cuales
terminó poniendo fin a la Confederación. Buenos Aires también había declarado la guerra al nuevo
Estado.
Conviene señalar el lugar significativo que ocuparon en la oposición a Santa Cruz intelectuales
como Felipe Pardo y Aliaga, uno de los más importantes emigrados peruanos en Santiago y fundador del
periódico El Intérprete (del que aparecieron hasta treinta números). Para aquella clase alta limeña a la
que pertenecía Pardo, no podía omitirse la raigambre mestiza del Protector —resultado del matrimonio
entre un hidalgo huamanguino y una indígena aymara—, y a la par que se criticó su nacionalidad
boliviana, se recurrió a la burla y a la ironía fácil, para pretender ridiculizar sus ancestros indios en un,
despliegue poco decoroso de racismo: "De los bolivianos/ será la victoria/ ¡qué gloria, qué gloria/ para los
peruanos!/ Santa Cruz propicio,/ trae cadena aciaga/ ah ¡como se paga/ tan gran beneficio!/ ¡Que la
trompa suene!/ Torrón, ton, ton, ton;/ que viene, que viene/el cholo jetón".
¿Por qué fracaso la Confederación? El proyecto de Santa Cruz —para decirlo brevemente—
implicaba enfrentar la anarquía remante, la fuerte tendencia centrífuga, las divisiones y las
fragmentaciones políticas que caracterizaban al Perú y a la América Latina durante esos años. Contra la
Confederación estuvieron la clase alta peruana, los intereses regionales, los principales caudillos, y
además. Chile y Argentina. En todo caso, lo que puede asombramos es que la crisis generada pos-
teriormente no terminara fragmentando al Perú, a partir de los intereses diversos del norte y la capital, por
un lado, y el sur por otro. Pero indudablemente los intereses regionales y locales tampoco alcanzaron el
poderío suficiente. Existió el riesgo de asemejar la historia andina a la historia centroamericana. Pero sólo
el riesgo.
Otro factor explicativo en el fracaso de la Confederación, no por último desdeñable, radicó en
que el proyecto implicaba devolver una hegemonía perdida a las áreas del interior del país, a la sierra en
perjuicio de la costa que había adquirido una importancia inédita luego de la independencia, al amparo
de la penetración comercial británica. Aquí también Santa Cruz intentó imponer su proyecto en contra de
la corriente histórica que predominaba. Pero su voluntad no bastó, sus bases sociales carecieron de
solidez y quedaron relegados el pasado común y los previsibles beneficios futuros de ambos países.
Bandolerismo, montoneros y soldados
La entusiasta aplicación de algunos dispositivos liberales llevó a que Bolívar (1824) eliminara la
protección legal que tenían las comunidades indígenas. Efectivamente, desde entonces las tierras de
comunidad podían ser vendidas, lo cual, teniendo como trasfondo la debilidad del Estado y el desorden
de la administración, abrió posibilidades al proceso expansivo de la gran propiedad. En algunas arcas
[101]
apartadas del territorio aumentaron —es un indicador de este proceso— el número de indios tributarios
sin tierras. En Abancay hacía 1826 apenas 3% de los indios tributarios no tenían tierras y en 1845 este
porcentaje aumentó a 23%. Pero no en todas partes el proceso fue tan rápido. En otros lugares recién se
iniciaría a la mitad del siglo y tampoco faltan casos más tardíos.
En la costa, la expulsión de los españoles y la venta de las propiedades del Estado, condujo a
que en muchos valles aparecieran nuevos propietarios; se trataba de criollos que de una manera u otra
habían participado en la independencia o en la vida política republicana. En el valle de Chancay
encontraremos como hacendados a Andrés Reyes, José Balta y Rufino Echenique. En el valle de
Jequetepeque lo fueron José María Plaza y Domingo Casanova.
En los valles de la costa central las guerras de la independencia trastocaron la estructura agraria
y trajeron, a partir de las levas y las movilizaciones militares, una ocasión para que los negros esclavos
terminaran huyendo a los montes cercanos.
AI llegar 1821 la población esclava en el Perú ascendía a más de 40,000 habitantes; entre
Casma y Nasca residía la mayor parte. Desde fines del siglo XVIII estos valles habían sido
persistentemente amenazados por cimarrones, que hasta incursionaban en las propias haciendas. Pero a
partir de 1825 el bandolerismo recrudeció.
En el camino entre Lima y Cerro de Pasco estaban apostadas varias bandas a la espera de los
arrieros. Tablada de Lurín y la Legua en el límite entre Lima y Callao, eran entonces parajes difíciles
frecuentados por salteadores. Chorrillos, a cuyas afueras se aventuró el cónsul británico Belford Hinton
Wilson con algunos acompañantes que terminaron asaltados y obligados a regresar sin ropas, tampoco
era lugar seguro para nadie.
Eran riesgosos los alrededores de la capital. Una de las tareas del ejército fue combatir a estos
bandidos. Pero los riesgos a veces llegaban hasta la misma ciudad. Cuando Salaverry marchó a combatir
a Santa Cruz y las tropas de Orbegoso todavía no llegaban a Lima, hizo su ingreso a la capital el negro
León Escobar (enero, 1836), saqueando el domicilio del Arzobispo, casas y establecimientos comerciales.
De las unidades navales extranjeras ancladas en el Callao desembarcaron 150 marineros, obligando a
los bandidos a replegarse al barrio de San Lázaro. El orden fue finalmente impuesto por el general Vidal y
en una escena que retrata a la época, formó a sus tropas en la plaza de armas, mandó llamar a León
Escobar y ante unos 10,000 testigos luego de reprender al bandido, lo fusiló con la consiguiente
estupefacción de todos. En 1842 ocurrió otro acontecimiento similar: el cadáver del bandido Pedro León,
que había sido muerto a traición, fue exhibido durante tres días delante de la catedral.
No sólo en estos rasgos violentos los bandidos se confundían con el ejército. Desde las guerras
de la emancipación subsistían, particularmente en la sierra central, las partidas de guerrillas, las llamadas
montoneras, a medio camino entre el bandolerismo y la organización militar, y que fueron un factor im-
[102]
portante en las guerras civiles. Los montoneros supieron hostilizar con persistencia a las tropas que
dirigió Gamarra contra la Confederación en 1838.
El bandolerismo y las montoneras fueron manifestaciones elementales de la anarquía política y
del malestar social en el periodo que nos ocupa. Es preciso comprender que el bandolerismo puede ser
una forma de protesta social, aunque espontánea y poco efectiva, y no sólo un medio desesperado de
subsistencia. Entre 1825 y 1845, en el ámbito rural, no se produjo ningún gran movimiento social. "A
pesar de todas las alternativas del oleaje de las revoluciones y de la anarquía —citando a Jorge
Basadre—, nadie alzó como una bandera las tradiciones, los usos, los detalles característicos de las
serranías".
Hasta aquí hemos mencionado reiteradamente al ejército. ¿Quiénes lo componían? ¿Quiénes
pelearon en los conflictos internacionales y en las disputas entre los caudillos? Habría que distinguir,
como es evidente, entre los oficiales y la tropa. A nivel de los oficiales, muchos de ellos provinieron del
ejército realista; ingresaban siendo muy jóvenes; raros eran los que tenían procedencia popular, algunos
podrían ser ubicados dentro de las capas medias y la mayoría en la clase alta, siendo considerados
incluso como aristócratas.
Al interior de la tropa la situación era diferente. Previamente debemos preguntarnos por su
número. En tiempos de paz el ejército peruano tuvo un promedio da 3,000 hombres. La cifra más alta se
dio después de Paucarpata (tratado entre la Confederación y Chile que puso fin a la primera expedición
Restauradora), cuando Santa Cruz movilizó 16,000 hombres, de los cuales 11,000 eran peruanos.
En la infantería predominaban los indígenas. En la caballería —lanceros, coraceros, húsares—,
más bien los negros. Los soldados marchaban acompañados por sus mujeres, también conocidas como
rabonas, a quienes los oficiales toleraban porque eran auxiliares en el abastecimiento de la tropa y
garantizaban además un menor número de deserciones. Las tropas de esa época tenían una fisonomía
peculiar, porque a las rabonas debían sumarse los arrieros e indios cargadores. Aparte del armamento,
los ejércitos tenían que transportar todo lo necesario para las grandes marchas, incluyendo agua y leña
tan imprescindibles como escasas sobre todo en la costa. Debemos reparar en que estas tropas
recorrieron por más de veinte años los parajes más contrastados del Perú. Un área especialmente estra-
tégica por su cercanía a Lima y su riqueza agrícola, fue siempre el valle del Mantaro, Los departamentos
de Ayacucho, Cusco y Arequipa estuvieron convulsionados con cierta frecuencia. El destino de la
Confederación se definió primero en las afueras de Lima, entre Ancón y Portada de Guía, y luego en el
callejón de Huaylas. Todo lo anterior lleva a suponer que muchas bajas eran producto de accidentes o de
enfermedades.
Las tropas, como es evidente, no se conformaban de manera voluntaria. En forma imprevista y
compulsiva eran reclutados los soldados. Recibían luego un sueldo "sí no fantástico, al menos regular", el
equipo correspondiente y los alimentos. Algunos indios preferían el trabajo en las haciendas a la milicia.
[103]
Tal vez tenían razón. Desde entonces la conscripción militar se convirtió en un tópico de la crítica
progresista en el Perú.
Los inicios de la dominación británica
En pocos años la dominación colonial española fue reemplazada por la dominación inglesa.
Algunos la calificarían de colonialismo informal, otros de neocolonialismo; en definitiva lo que importa
subrayar es el control ejercido por Gran Bretaña al amparo de mecanismos crediticios y comerciales, y
con la tolerancia, resignación o ceguera de quienes quisieron dirigir el país entonces.
Los mecanismos crediticios se hicieron presentes desde las guerras de la independencia. En
1823 Bolívar envió una misión a Londres que obtuvo un préstamo de 6'000,000 de pesos para el Ejército
Libertador. Posteriormente continuaron estos préstamos. Cuando no se recurrió directamente al gobierno
británico, se solicitaron a los comerciantes establecidos en el Perú, la mayoría súbditos de su Majestad.
Efectivamente, en 1824 existían en el Perú 36 casas comerciales inglesas, de las cuales 20
tenían su sede en Lima y 16 en Arequipa, Los comerciantes ingleses, algunos de los cuales vinieron
atraídos por la fama de la minería colonial peruana se dedicaron con prioridad a la importación de
productos textiles y a su posterior venta en las ciudades y áreas del interior. Para ello debieron reconstruir
las rutas comerciales de la colonia y reorganizar el sistema del arrieraje, para terminar años después
encontrando las limitaciones propias de una economía atrasada y con escasa circulación monetaria,
donde el trueque no era precisamente un rezago.
El comercio con Gran Bretaña representó —según análisis realizados por Heraclio Bonilla— más
del 50% del comercio exterior peruano en la primera mitad del siglo XIX. La balanza comercial fue
claramente desfavorable para el Perú hasta 1845, cuando el comercio guanero contribuyó a variar esta
tendencia. Del total de importaciones, 95% estaban compuestas por productos textiles.
¿Cómo se puede explicar el rápido dominio de los intereses británicos sobre la economía
peruana? Aparte de considerar en la respuesta el poderío de Gran Bretaña (consecuencia de la primera
revolución industrial), es necesario atender a algunos factores internos que terminaron cuando menos
facilitando un, proceso que parecía inevitable.
Debemos tener en cuenta, en primer lugar, la ya mencionada debilidad de los comerciantes
nacionales. De un capital comercial limeño calculado en 1790 en más de 15 millones de pesos, en 1826
la cifra era inferior al millón de pesos.
Paralelamente los comerciantes limeños perdieron el control que habían tenido sobre la
navegación en el Pacífico sur, como consecuencia de las destrucciones o las pérdidas de barcos durante
[104]
las guerras de la independencia, a lo que se añadió el desarrollo tecnológico posterior difícil de alcanzar
para un país como el nuestro. El Perú nunca había desarrollado una industria naval. Nuestro astillero
colonial había estado en Guayaquil, La dominación británica se consolidó con la formación de la Pacifíc
Steam Navegation, empresa que desde 1840 inició la navegación a vapor con los navíos Perú y Chile y
que todavía en el siglo XX ejercería un duro control sobre el comercio en el Pacifico (a través de cargas
en los fletes por ejemplo).
Pero desde tiempo antes, la marina de guerra británica garantizaba a los comerciantes ingleses.
Tanto británicos, como norteamericanos o franceses establecieron estaciones navales en el Pacífico. Con
el nombre de estaciones navales se alude a flotillas de barcos de guerra apostados cerca de los
principales puertos con la misión de observar la vida comercial y política del país y dar protección a sus
connacionales. Fueron un medio de presión. Es fácil suponer que terminaron excediéndose. El caso más
conocido se produjo en mayo de 1830 cuando la escuadra británica bloqueó al puerto del Callao y
capturó a la corbeta peruana Libertad, en la que se encontraba nada menos que el vice-presidente de la
República, para tratar de presionar al gobierno en un litigio de importancia menor.
Posteriormente, en 1844 dos buques británicos decidieron embargar los buques peruanos
anclados en Islay. Días después, una de esas naves, el buque Cormoran, bombardeó el puerto de Arica
porque dado el precedente, las autoridades de ese puerto no quisieron permitirle hacer "aguada" sin
previa consulta con sus superiores.
El Estado peruano no podía representar ninguna traba a cualquier dominación extranjera. De allí
que las pocas veces que se adoptaron políticas proteccionistas de los intereses económicos peruanos,
estas duraron poco y no tuvieron ningún, éxito. El contrabando fue en todo momento una actividad incon-
trolable. Era sabido por ejemplo que ingresaban ilegalmente géneros y tocuyos por los puertos de Pisco y
Lambayeque, restando ingresos al fisco y contribuyendo al deterioro de la artesanía local.
La fragilidad económica del país, la debilidad administrativa, el desorden y la anarquía política,
todos estos factores, terminaron facilitando la expansión británica.
¿Qué pasaba —mientras crecían las importaciones provenientes de Gran Bretaña— con la
producción interna? El Perú, a pesar de todo, seguía siendo un país minero. Las minas de Cerro de
Pasco se recuperaron de los catastróficos efectos de las guerras emancipadoras (inundaciones y
destrucción de maquinarias). El oro y la plata ocuparon entre 1830 y 1840 el primer lugar en nuestras
exportaciones, hasta alcanzar un 80%.
Tardó más en recuperarse la producción azucarera. Sólo en 1835, y en calidad de ensayo, la
casa Gibbs exportó 280 toneladas de azúcar peruana a Inglaterra. A su vez se comenzó a desarrollar la
producción de ron de caña, que restó rápidamente mercado al pisco que venía siendo producido en los
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valles iqueños y que resultaba más costoso. La decadencia de la vid afectó también a Moquegua y la
antes opulenta villa colonial fue desplazada por Tacna.
A partir de 1839, terminado el enfrentamiento entre Perú y Chile, este país volvió a ser el
principal mercado para nuestro azúcar. Los dueños de las plantaciones costeras supieron respaldar el
conservadorismo de Gamarra.
Pero la consecuencia más importante de la dominación británica fue la ruina de la producción
artesanal. Durante la colonia se había gestado una importante producción textil peruana que tuvo como
escenario principal a la sierra sur, empleó como materia prima lana de oveja y de auquénido y se confor-
mó en los obrajes y obrajillos. Los primeros fueron perjudicados directamente por la política colonial
española y sintieron tempranamente los efectos de la introducción de textiles británicos. Los obrajillos, en
cambio, supieron resistir mejor. Se trataba de centros artesanales, de carácter semi-familiar y cuya
producción se destinaba a los indígenas. Seria impropio denominarlos "industrias" pero estaban tal vez
allí los gérmenes de una posible industrialización. Sin embargo el mercado les fue también disputado por
las casas comerciales y si bien no convendría pensar que los obrajillos desaparecieron al poco tiempo, es
preciso reconocer que tanto ellos como los obrajes vieron anuladas sus posibilidades de expansión. La
dominación británica consiguió lo que no habían podido alcanzar las políticas monopolizadoras de los
Borbones.
La historia de la artesanía textil se repitió con otros productos, como el jabón de Pisco cuya
producción también decayó. La producción vinícola peruana, además de la competencia del ron, se vio
perjudicada por las importaciones de vinos y licores de Francia que llegaron a absorber el reducido mer-
cado que eran las clases altas de entonces.
Después de Gran Bretaña, el segundo país importante para el comercio exterior peruano fue
Estados Unidos. El sistema comercial norteamericano pretendía articular a los puertos de ese país, con el
Callao, Coquimbo y Valparaíso, y además con los puertos de la lejana China. Pero la presencia
norteamericana también se manifestó a través de una actividad muy peculiar: la pesca de ballenas. Esta
actividad se remontaba a fines del siglo XVIII, pero fue hacia 1820-1830 que adquirió una mayor
envergadura. El puerto de Paita se convirtió en un alto casi obligatorio para los barcos balleneros que
surcaban fundamentalmente la costa norte del país.
En un modesto tercer lugar se ubicó el comercio suntuario francés, al que ya hemos aludido.
Finalmente, España, cuyas exportaciones ascendían apenas a 60,000 libras (en 1834) y sus mercaderías
eran transportadas por barcos de otra nacionalidad: débil rezago de la vieja dominación colonial.
Desde 1841 empezaron las primeras exportaciones de guano de las islas. Poco tiempo después
este producto se convertiría en la primera exportación peruana, generando grandes ingresos al fisco;
recién entonces la anarquía será superada y la alta clase mercantil recompuesta. Junto con los
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comerciantes, también los hacendados norteños sabrán beneficiarse de esos años fugazmente
prósperos.
1. Elabore una monografía en base a las principales datos de la lectura.
2. Que funciones cumplía los británicos en el proceso de la emancipación
nacional
3. Compara el papel del indígena, el rol de los mestizos, criollos y la injerencia
de los británicos infiltrados en la Independencia nacional.
4. Entrega de un tesina acerca de la participación Británica ebn la independencia
nacional.
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