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Nazi Negro y la torre de Babel Jair Piñón
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Nazi Negro y
la torre de Babel
PorJair Piñón
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Hace mucho tiempo, cuando la gran torre se alzó a los cielos, la fura de Dios fue lanzada al hombre cuando lo deafó, provocando guerras, muere y
detrucción. Arrogante, los hombre, ahora se deafían unos a otros creyéndose una raza superor; tratando una ve más de legar a lo más alto
de la torre de Babel.
1939-1940
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La dedcatora de ete libro e para la mujer que volvió día con día mi mundo
en un lugar hermoso. Mi made
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CAPÍTULO 1
El niño perdido
Todo comenzó en tiempos de la Alemania nazi, cuando nuevamente, una estrella roja apareció en el
firmamento de Alemania. Algunos notaron su extraña aparición, otros, asombrados por su
magnificencia, consideraban aquél fenómeno astronómico como una advertencia de los horrores que se
avecinarían para su nación. Para la directora Helga, significaba que ese era el día que tanto había
temido; ya había visto la misma estrella roja diecinueve años atrás y era por esta razón que paseaba
nerviosamente en su despacho sin dejar de mirar ansiosa y constantemente por la ventana, como si
esperara que alguien apareciera a mitad de la noche y resolviera su preocupación.
La directora Helga era considerada por muchos como una mujer respetable, dedicada y sobre todo
muy cautelosa; siempre tenía todo bajo control; no era por nada que se hacía cargo de una notable
institución, el orfanato, que albergaba a cientos de niños desamparados en la ciudad de Berlín. Durante
su estancia, había conocido toda clase de historias trágicas; conocía a cada niño, cada historia de aquel
lugar que le era imposible olvidarlas. Particularmente una era la que la ponía tan nerviosa cada noche
de los últimos meses del año. Sin embargo, esa noche había sido diferente a todas las demás en las que
vigiló el cielo nocturno; pues había vuelto a aparecer la estrella roja y ella tendría que hacer algo que
estaba absolutamente fuera de sus principios como directora de un orfanato, echar a Edmund a la calle
y abandonarlo a su suerte antes del amanecer.
A su mente llegó la noche en que Edmund apareció bajo el umbral de la puerta, el bebé se
encontraba en condiciones realmente alarmantes, según recordaba; una noche lluviosa de un nueve de
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octubre pero de mil novecientos veinte. Ella había aceptado cuidar del niño hasta que pasara el peligro,
lo había protegido y educado como a los otros infantes durante muchos años, pero a diferencia de los
otros, Edmund no podía ser candidato a la adopción. Sin poder explicarle lo que realmente pasaba,
Edmund siempre se quedaba observando el patio desde su ventana cómo los otros niños, bañados y
perfumados, se formaban para ser elegidos por las parejas que deseaban adoptarlos. En una ocasión,
una de ellas notó su pequeña cara aplastada contra el cristal y de inmediato la directora tuvo que
mentirles que el niño era su sobrino y que no estaba dispuesta a darlo en adopción aunque se tratara de
uno de sus antipáticos parientes y, una vez aclarado esto, hacía señas con la mano al niño para que se
escondiera.
A pesar de la tristeza que sentía, la directora procuraba no encariñarse con ninguno de ellos,
prefería simplemente despedirse y verlos tiempo después con una vida plenamente realizada, bastaba
con cuidarles e instruirles una buena educación; era lo que se repetía incontables veces. Pero el caso de
Edmund era muy diferente al de todos los demás, era un niño muy especial, lo sabía, procuraba ser
indistinta, pero nadie, ni siquiera ella, podía dar una explicación acertada sobre las cosas extrañas que
ocurrían a su alrededor.
Una noche, por ejemplo, aquellas en las que observaba el cielo en busca de la estrella roja, escuchó
una fuerte explosión de cristales en la habitación de Edmund. Alarmada y pensando en lo peor corrió en
su ayuda. Había despertado a todos en el edificio para auxiliarla en el rescate; histéricos y empujando la
puerta para que cediera, escucharon una segunda explosión de cristales. Los niños más grandes
aporrearon la puerta con sus hombros y manos lo más fuerte que pudieron, pero la puerta parecía no
permitirles paso alguno; hasta que de pronto y sin previo aviso, la puerta se abrió con un golpe feroz
dejándoles ver lo que ocurría en su interior. El niño de seis años se sujetaba colgando de las cortinas
para no caer por la ventana hacia el patio trasero y la directora Helga y otras asistentes más lo habían
sujetado a tiempo y pudieron salvarlo aquella noche de una caída mortal. Más tarde le cuestionaron,
pero el pequeño Edmund sólo propinaba un llanto incontenible al tratar de explicar, así que desistieron
en el tema y trataron de dejarlo en el olvido.
Una vez más la directora Helga miró a través de la ventana y tratando de pensar con claridad lo que
tendría que hacer contempló por unos instantes más la estrella roja; y entonces supo,
irremediablemente, que esa noche tendría que hacer lo que le habían pedido al pie de la letra. Así que,
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cautelosa, se dirigió a su escritorio donde había un periódico que rezaba en su primera plana: “Hitler
invade Polonia; comienza la guerra”. Y angustiada porque tendría que echar a un “niño” en medio de
una guerra, tomó el periódico temblando para arrojarlo al cesto de basura, y temerosa por lo que le
pasaría, abrió un cajón que resguardaba con llave; de su interior tomó un pesado cofre de plata que
tenía en su cerrojo el pico cerrado de una bestia alada; también, con las manos temblorosas, tomó un
sobre de pergamino que tenía una doble u grabada en su sello de cera roja; y sin más, salió en silencio
de su despacho rumbo a la habitación de Edmund, repasando las ordenes y precauciones que le habían
indicado aquellos misteriosos hombres tiempo atrás.
A medida que avanzaba por el pasillo, aguzaba el oído por si escuchaba algo anormal, algo que le
advirtiera del peligro que el orfanato corría con Edmund ahí dentro; así que apresuró el paso, subió las
escaleras y finalmente torció a la derecha; al final del corredor distinguió su puerta de madera oscura y
gastada. Mientras avanzaba con sigilo entre las demás habitaciones, pudo escuchar claramente a los
niños que dormían plácidamente en sus camas ignorando por completo el peligro que corrían, así que,
armándose de valor, tocó la hoja de la puerta con delicadeza y aguardó; minutos después, un joven alto,
delgado, de cabello y ojos color castaño apareció frotándose la cara aún en pijama.
–Edmund; lamento mucho importunarte tan tarde hijo –el joven, aún dormitando, la miró confuso,
como intentando distinguir su presencia de un sueño –pero creo que es el momento para que empaques
tus pertenencias ahora que los demás niños no observan.
Edmund la contempló sin saber qué hacer o decir, creyendo aún que la directora era producto de su
imaginación.
–Podrás irte esta misma noche, así los niños no sufrirán mucho por tu partida.
–Directora Helga, no comprendo; ¿alguien me ha adoptado? –la directora Helga negó rápidamente
con la cabeza –¿Entonces? ¿Por qué debo irme? No he hecho nada malo ¿verdad?
–Edmund, escúchame –la directora Helga le había hecho una seña con la mano para que hablara
más bajo y en un susurro continuó –es muy importante que me escuches con atención.
Ambos se quedaron callados pues algo extraño se había escuchado de súbito en la calle y miraron
unos segundos al mismo tiempo en dirección hacia la ventana con el corazón latiéndoles fuertemente.
–Hace diecinueve años unos extraños hombres te trajeron al orfanato, lleno de sangre y mal
envuelto en sábanas mugrientas. Habías nacido apenas una media hora antes; me lo confesó tu padre
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tiempo después cuando se presentó en mi despacho para dejarte esto –Edmund tomó incrédulo el cofre
de plata y el pergamino que la directora le ofreció sin apartarle los ojos de la cara –te lo entrego hasta
ahora porque hasta hoy ha aparecido la estrella roja en el cielo. Siempre me has preguntado por qué
nunca te he puesto en adopción y por qué no te he echado del orfanato a pesar de que ya eres mayor;
Edmund tal vez en esta carta encuentres las respuestas que siempre has querido conocer.
Edmund miró con tristeza a la directora Helga, ella lo tomó de la cara limpiando una lágrima, hizo
una pausa y continuó:
–Aquellos hombres me dieron instrucciones muy específicas Edmund, me dijeron que cuando
volviera a aparecer la estrella roja debía echarte sin importar la edad que tuvieras o los niños sufrirían
las consecuencias. Me sentí aterrada por la idea, pero lo que decían no tenía ningún sentido, yo los
tomé por locos y te aferré más y más a mis brazos aliviada de poder quitárteles de encima; y para
cuando se fueron te escondí de inmediato al cuidado de los niños mayores, pero luego, cuando intenté
comunicarme con la policía apareció tu padre en mi despacho; tu padre se veía destrozado, impotente,
lastimado; cubierto de sangre en las manos y cara. Me pidió que te mantuviera a salvo, que de aparecer
la estrella roja los próximos años te llevara a un lugar seguro, que no te abandonara. Yo creí en sus
palabras hijo, en sus palabras escuchaba la verdad y después de entregarme el cofre y el sobre se
marchó y jamás volví a verlo. Algo terrible sucedió esa noche Edmund casi estoy segura, pero yo no sé,
no sé más que eso... Edmund te lo suplico, debes abandonar el orfanato, ya no estás seguro aquí.
–¿Mi padre, directora? ¿Mi padre vive? Pero usted dijo que me habían encontrado a unas cuantas
calles del orfanato, ¡en la basura! –aturdido y sin entender del todo lo que estaba pasando Edmund
suplicó a la única mujer que lo había querido como a un hijo.
–Hijo yo no puedo, yo no... –titubeó.
–¡Directora Helga por favor! No quiero irme, no me eche, el orfanato es mi único hogar, ustedes
son mi única familia, no sé qué hacer o a dónde ir.
Entonces sus súplicas fueron apagadas por un viento extraño y en medio del silencio repentino miró
instintivamente hacia su cama vacía, y juntos vieron como una luz roja comenzaba a desplazarse por la
habitación impregnándola de un rojo intenso.
–No hay tiempo que perder Edmund, tienes poco tiempo para tomar tus pertenencias e irte de aquí
cuanto antes, ya no estás a salvo ni los niños tampoco. No me preguntes más hijo, ni yo misma sé qué
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es lo que está pasando; por favor, no hagas las cosas más difíciles Edmund, sólo vete, no puedo hacer
nada más por ti –la directora Helga lo abrazó fuertemente dándose cuenta de la crudeza de sus palabras
y luego con voz apacible añadió –Sé que estarás bien Edmund, desde que eras un bebe supe que eras
especial; esos hombres hablaron de lo que harías por ellos, por toda tu gente; estás destinado a hacer
grandes cosas Edmund, algún día todo el mundo te conocerá y conocerá las proezas de tu destino,
nunca olvides mis palabras. Sé valiente hijo, no tengas miedo por favor, ya que de eso es lo único de lo
que me arrepiento, el no haberte enseñado a defenderte de lo que te espera allá afuera –le dio un beso
en la frente como a un hijo y sabiendo que probablemente nunca más lo volvería a ver, se fue directo a
su despacho limpiándose las lágrimas para encerrarse con llave.
Tratando de aclarar su mente ante el hecho de que tenía que abandonar el orfanato a la brevedad,
Edmund empacó de inmediato en su vieja maleta sus pocas pertenencias procurando no despertar a los
niños que dormían con él en la habitación, guardó sus zapatos viejos, unos pantalones vaqueros, un
suéter beige, algunos bocadillos rancios y su silbato de plata de la suerte que le había obsequiado un
excéntrico hombre que cargaba con un mono en su hombro en una de las visitas que los niños
realizaban al circo de Berlín; también guardó torpemente una linterna y una fotografía en blanco y
negro de él, la directora Helga y sus compañeros del orfanato cuando salieron de la función circense;
todos ellos le sonreían alegremente, inclusive el hombre y su mono que se habían colado, todos ellos
ignorando por completo por lo que ahora estaba pasando. Revisó una vez más su habitación por si
olvidaba algo y luego, se fijó por primera vez en el cofre de plata y el sobre de pergamino con la doble
u en su sello rojo que había colocado sobre el buró antes de empacar; dudoso y sin saber si irse o
quedarse un rato más, revisó la parte trasera del sobre pero no encontró nada escrito; tomó su linterna,
la encendió y la luz salió disparada hacia la calle y entonces, al mirar por la venta, se asustó, pues creyó
ver que alguien lo miraba desde el otro lado, pero al comprobar que sólo había sido un truco de su
imaginación abrió la carta cuidadosamente y comenzó a leerla con las manos temblorosas; la carta tenía
una caligrafía color verde olivo muy elegante que decía lo siguiente:
Para mi hijo Edmund Wagner.
Querido hijo, quisiera haber podido hacer más de lo que ahora
puedo hacer por ti; estar a tu lado cada instante en que te sentiste solo
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contra el mundo, pero ahora sólo me resta advertirte que nuevamente
corres peligro, pude salvarte la vida cuando naciste, pero ahora no
podré protegerte, así que tendrás que salvarte esta vez tú solo. Si has
recibido esta carta es porque la estrella roja de Belén ha aparecido
nuevamente, augurando muerte y destrucción para nuestro pueblo, para
nuestra gente.
Es importante que busques un nuevo refugio hijo. Pudimos mantener
lejos a los cazadores en su momento, pero es probable que ahora mismo
ya estén buscándote; debes irte pronto del orfanato o pondrás en peligro
la vida de esos pobres niños, que es ya de por si triste y desdichada;
protege a esos solitarios huérfanos hijo, que no tienen a nadie más en el
mundo.
Probablemente tengas muchas dudas hijo querido, lo sé, pero es
importante que sepas que en aquella ocasión fuiste para los cazadores
un niño perdido, porque sé que te estuvieron buscando días después de tu
nacimiento, pero el anillo de mi padre hizo, en su mayoría, que fueras
para ellos indetectable. Supongo que ahora ya debe estar perdiendo su
fuerza al estar tanto tiempo desterrado, volviéndote así más vulnerable
frente a ellos; úsalo de ahora en adelante en todo momento hasta que
estés a salvo con Griffin, tal vez funcione mejor si lo llevas puesto, pero
en el futuro, te lo ruego, no lo portes demasiado tiempo, nada bueno le
sucede a quien lo porta, no importa lo que oigas; úsalo sólo cuando te
encuentres en grave peligro.
En el cofre de plata encontrarás tres objetos que han pertenecido a
la familia Wagner por décadas y que ahora te pertenecen; el anillo de
los nibelungos, el anillo indetectable de tu abuelo, Richard Wagner, que
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te ha mantenido oculto de los cazadores, ahora te pertenece, úsalo con
precaución y sólo cuando sea necesario, insisto, hasta que sea tiempo de
regresarlo al cofre. La flauta de Shirdal, labrada en madera, es una de
las pocas existentes de la gran cacería, te fascinará lo que tu abuelo te
ha dejado personalmente cuando aprendas a tocarla correctamente; y
finalmente, la llave del cerrojo, forjada hace muchos siglos para abrir
los secretos más profundos, no hay puerta en el mundo que no ceda ante
ella, ya lo verás, te gustará cuando llegues a la mansión; que de ahora
en adelante será tu nuevo hogar.
Una cosa más, en la bóveda subterránea está la fortuna de la familia
Wagner, asegúrate de girar la llave del cerrojo tres veces y la puerta
cederá. Todo lo que encuentres dentro de esa casa es absolutamente
tuyo, fue la última voluntad de tu abuelo que fueras el único Wagner que
tendría todas sus pertenencias; nadie de la familia tiene por qué
reclamarte lo que no se le ha dado. Yo por otra parte, sólo puedo legarte
el pequeño departamento que se encuentra en la ciudad de Munich y el
pequeño silbato de plata que seguramente tendrás ya en tus manos; le
pedí al viejo Scrabb que te lo obsequiara al cumplir tus once años,
espero que no te haya asustado mi buen amigo, ese pequeño artefacto
nos libró de muchas en las que creíamos que todo estaba perdido, con
soplarlo una vez es más que suficiente, pero por favor, no te metas en
tantos problemas como tu padre.
Mi querido Edmund, me mantengo firme con la esperanza de que
algún día te conoceré y podremos estar juntos, a tu madre le habría
encantado mudarnos al campo, seguro te encantará que vivamos ahí, ya
lo verás; te amo hijo mío, tengo fe de que todo estará bien, pero ahora
debes hacer lo que te pido de inmediato, ya te enterarás de todo lo
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demás a su debido momento, abandona el orfanato y dirígete a la que
ahora es tu casa, que se encuentra ubicada en la calle Horst Wessel
Platz. Sé que la encontrarás; no te permitas sucumbir ante el miedo.
Hijo, no me queda más que decirte lo mucho que significaste para tu
madre y lo que significas para mí ahora, eres la luz en medio de nuestra
oscuridad, en esta eminente guerra que está a punto de comenzar; pero
si hay algo que tu padre puede aconsejarte es:
La pluma es más fuerte que la espada.
Friedrich Wagner
Pasmado, Edmund releyó la carta una vez más, tratando de entender cada palabra que su padre
había escrito para él, un Wagner; su familia eran los Wagner y tenía muchas preguntas que hacerles.
Probablemente, pensaba, su padre estaría esperándolo en la mansión Wagner y resolvería todas sus
dudas, no era un huérfano a fin de cuentas, siempre había tenido una familia, sus padres lo querían y no
lo habían abandonado porque no lo quisieran, aunque no entendía por qué no lo habían protegido
estando a su lado, nadie se atrevería a tocarlo estando con su familia, pensaba, una familia se protege a
costa de todo pero juntos aunque de inmediato se cuestionó: ¿de qué lo estarían protegiendo realmente?
Se fijó en donde su padre le advertía que corría peligro porque los cazadores lo querían atrapar, y en
que los niños del orfanato también peligraban si se quedaba; al parecer era el anillo de su abuelo, el
anillo de los Nibelungos, el que lo había mantenido a salvo desde que era un niño y que se encontraba
en el cofre de plata; se fijó en el cerrojo de la bestia alada y su pico que permanecía cerrado; intentó
abrirlo con sus manos sin éxito alguno, y entonces, recordando que le quedaba poco tiempo para
marcharse, guardó la carta de su padre y el cofre de plata en su maleta y salió en silencio de su
habitación; cerró la puerta con cuidado y recorrió el pasillo de puntillas y dando grandes zancadas para
no despertar a los niños. Se alejaba de ellos, de sus vidas, deseaba al menos poder despedirse de ellos,
los iba a extrañar, pero no tuvo otra opción que continuar y salir del orfanato sin hacer el mayor ruido
posible.
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A unos escasos metros de la puerta se fijo en que la directora Helga había quitado los seguros de la
puerta principal y que también había dejado en el suelo, a los pies de la entrada, una pequeña bolsa gris
con algunos marcos de plata y una nota que decía:
El mejor amigo del hombre,
es una moneda en el bolsillo, buena suerte.
Helga Sinnen
Seguramente, pensó, la directora Helga ignoraba que su familia era rica, que le habían dejado una
fortuna y que no necesitaba de su dinero, pero creyendo que sería una grosería no tomar lo que le
habían dado de buena fe lo guardó en el bolsillo de su pantalón.
Y una vez estando frente a la puerta principal, se detuvo un momento, temblando y sin saber lo que
ocurriría estando allá afuera salió despacio. La luz roja que irradiaba la estrella en el firmamento se
volvió intensa y majestuosa, había iluminado por completo el recibidor de un rojo rubí, y cubriéndose
la cara, Edmund avanzó lentamente mirando por última ocasión al interior del orfanato; luego cerró la
puerta e inmediatamente todo quedó en la oscuridad. La estrella roja había desaparecido tras una
enorme nube gris. Temblando y pensando en los cazadores, Edmund caminó con premura a través de la
acera que permanecía aún húmeda por la lluvia de la tarde y antes de doblar por la esquina se detuvo a
contemplar por última ocasión el orfanato de Berlín que había sido su hogar durante diecinueve años y
que con tristeza tendría que abandonar para encaminarse hacia la mansión Wagner en la calle Horst
Wessel Platz. Absorto en sus pensamientos se alejó de aquél lugar, sin percatarse de que dos hombres
habían avanzado sigilosamente tras él bajo la oscuridad penetrante de la noche.
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