Post on 02-Jul-2015
UNIVERSIDAD TÉCNICA DE MACHALA Calidad, Pertinencia y Calidez
VICERRECTORADO ACADÉMICO
CURSO DE NIVELACIÓN DE CARRERA
CIENCIAS E INGENIERIA
CURSO DE NIVELACIÓN DE CARRERA
SEGUNDO SEMESTRE 2013
MÓDULO 2:
LÓGICAS DEL PENSAMIENTO
ASIGNATURA:
“INTRODUCCIÓN A LA COMUNICACIÓN CIENTÍFICA”
PROYECTO DE AULA
“NOVELA”
PROFESORA:
ING. BERTHA MAZON O. MG.SC
ESTUDIANTE:
JUAN ABARCA CALDERON
MACHALA
NOVIEMBRE 2013
INTRODUCCION:
Esta novela que escribí es de tipo
Narrativo-Lirico, porque en su totalidad
trata de la narración de la historia de un
joven y su historia de amor que el
anhela tener para ser feliz.
RAFAEL Y SU GRAN AMOR…
Había una vez en un pueblo lejano viva un muchacho muy
fuerte que desde muy pequeño supo valorar lo que tenía era
muy trabajador y servicial vivía con sus padres y su hermanos.
Un día cuando trabajabacon los hombres, sucedió una
tragedia: el agua del rio se detuvo y no circulaba como si
estuviera al mismo nivel, las montañas se movían muy
fuertemente precian que ya se derrumbaban, las casas se
caían destrozadas la tierra se partía, era una catástrofe; el
muchacho se quedó paralizado viendo todo lo que pasaba a su
alrededor y corrió despavoridamente a ver a sus familiares
entre los escombros y no pudo rescatar a ninguno de los suyos
ese desastre la madre naturaleza fue muy fatal para él; desde
entonces Rafael quería rehacer su vida fuera de ese pueblo.
El soñaba en tener su gran amor, vivir en paz buscar la otra
mitad de su corazón, trabajar y ser feliz con su amada.
Una tarde muy cansado este muchacho tan sentimental quedó
dormido, desde entonces, él soñaba donde podría encontrar a
la mujer de su sueños. ¿Quién podría saber dónde vivía ella,
dónde encontrarla? Pensaba, la soñaba noche y día, su
corazón no encontraba paz.
Así que, intentando hallar a la adorable muchacha de su sueño,
abandonó el pueblo natal y se fue por el mundo.
Pasaron muchos días y muchos meses y Rafael vadeó
incontables ríos, atravesó innumerables montañas
y gigantescos desiertos, hasta que llegó a una gran ciudad.
Aunque tenía muchas esperanzas de encontrar alguna
ocupación, con el sitio y la gente no le eran familiares, se sentía
con las manos atadas: apesadumbrado tomó asiento al lado de
un pozo de los contornos de la ciudad.
Entonces, una anciana que venía con dos baldes a cargar agua
notó en qué situación estaba y se interesó:
Le dijo muchacho, ¿qué te pasa?
El muchacho levantó lentamente la cabeza y respondió:
Abuelita, ¡estoy rodeado por muchas preocupaciones!
¿Qué pena te aqueja, niño? ¿No será que tus padres te han
echado?
No, yo no tengo padres, soy huérfano y he llegado aquí
buscando un trabajo. Pero no conozco a nadie y el sitio me
resulta desconocido. ¿Qué voy a hacer? Es por eso que estoy
tan preocupado.
Hijo, no pienses más, ¿para qué te vas a buscar más penas?
Acepta ser hijo mío y de hoy en adelante seré tu madre. Vamos
a casa. – Y dicho esto la anciana se fue con el joven, llevando
a cuestas los dos baldes de agua.
Desde entonces él le pastaba las vacas a la mujer y le traía
agua. De ese modo, uno a uno fue pasando los días.
Cierta vez llevó a las vacas hasta la orilla de un río y allí vio
numerosas muchachas que se estaban bañando. Entre ellas
había una muy hermosa y cuyo rostro le resultaba muy familiar.
Le parecía haberla visto en algún lugar, pero no podía
recordarlo. Se escondió y quedó mirando cómo las jóvenes
jugaban entre sí tirándose agua.
Entonces una de ellas llamó a la más hermosa: “¡Amanda!”.
Esto iluminó el cerebro del muchacho: aquélla era la muchacha
de su sueño que tanto estaba buscando. “La encontré”, dijo
para sí mismo muy contento, y al mismo tiempo cortó un trozo
de caña, se improvisó una flauta y comenzó a tocar sentado
bajo un árbol, una música emocionante y desoladora a la vez.
Las muchachas se pegaron un gran susto pero cuanto más
escuchaban más les gustaba; salieron del agua, se vistieron y
caminaron hacia el lugar de donde venía la música…
Tocando y tocando Rafael se había olvidado de las vacas y al
pararse de golpe chocó su cabeza contra la rama del árbol por
lo que se le cayó el sombrero, dejando al descubierto una rubia
cabellera y el rostro bien parecido y con aire sentimental. A
primera vista, Amanda se quedó prendada de él.
Al día siguiente Rafael recogió en el jardín de su madre
adoptiva un ramo de flores, puso dentro de él una pequeña
nota y salió a pastorear como todas las jornadas.
Cuando el sol llegó a ocultarse entre las montañas, pudo
observar que las muchachas llegaban a bañarse y arrojó el
ramo de flores al curso superior del río para que las aguas lo
llevaran hasta ellas. La suerte quiso que el ramo fuera recogido
justamente por Amanda. Ella vio el papelito que había en el
ramo, una carta llena de cariño. “¡Las llamas del amor están
quemando mi corazón y no había pensado que en el suyo está
sucediendo lo mismo! – Pensó para sí la joven – “Nuestros
corazones están unidos, si esto resulta sería maravilloso”. Las
demás jóvenes no sabían palabra de aquel secreto, y eso fue
todo lo que pasó en aquel día.
Otra vez que las muchachas fueron a bañarse al río, Amanda le
contó su secreto a una íntima amiga pidiéndole que se fuera a
jugar con las demás, mientras ella, a escondidas, caminaba por
la orilla en busca de Rafael.
Después de que los dos enamorados se encontraron, hablaron
largo y tendido: cada uno le expresó al otro sus ardientes
sentimientos.
Desde entonces se encontraban frecuentemente y
embriagados por la felicidad, pasó quién sabe cuánto tiempo.
Un día que salieron a caminar Rafael le dijo: “¡Qué maravilloso
sería que viviéramos juntos!”
Amanda se puso muy contenta, pero contestó con cierta
angustia:
Pues entonces busca una casamentera para que vaya a
pedirles mi mano a mis padres.
Esa noche, después de cenar, Rafael se sentó al lado de su
madre y dijo con seriedad:
Mamá, te quiero pedir un favor, si me lo permites hablaré.
Di, hijo, ¿quién mejor que tu madre para escucharte?
Por favor, no te extrañes. Me gusta mucho Amanda, ¿podrías
ser la persona que me represente e ir a pedir su mano a sus
padres?
¡Ay, hijo mío! Soy una viuda pobre y tú un huérfano que vive en
mi casa; ellos son ricos de fama, ¿cómo van a relacionar a su
hija con una familia tan pobre? Como expresa el dicho: “Los
funcionarios con los funcionarios, el pueblo con el pueblo y los
pobres con los pobres”. Además, si un pobre como nosotros va
a esa casa a pedir en matrimonio a la hija, lo más probable es
que se mueran de risa. ¡No pienses más en tonterías!
Pero las palabras de la anciana no hicieron mella en sus oídos.
Siguió insistiendo:
Madrecita, ¡te ruego que vayas de todos modos!
La mujer se conmovió y para no lastimarlo aceptó hacer el
intento.
Al otro día cuando apenas había amanecido la madre se
levantó y con sus baldes de agua y una escoba llegó hasta la
puerta de la familia adinerada. Luego de barrer muy bien, se
detuvo frente a la puerta y cantó:
Soy casamentera, soy casamentera,
Vengo a hablar de una unión.
Rafael me ha pedido que lo haga
¿Están de acuerdo o no?
El rico y su esposa estaban dormidos pero tan pronto oyeron la
canción se levantaron extrañados, salieron a mirar, y no había
nadie. Sólo notaron que el patio estaba muy limpio y como
sabían que esa era una forma de actuar de las casamenteras,
se quedaron en la puerta esperándola.
Por la noche, la madre combinó con algunas viejas vecinas
para ir juntas a la casa del potentado. Primero hablaron de
cosas en general y luego mencionaron la razón de su visita. El
dueño de casa preguntó inmediatamente quién era Rafael, qué
cargo tenía su padre y cómo era la situación económica de la
familia…
Rafael es un huérfano – respondió la madre –, y ahora vive en
mi casa.
Al rico se le erizaron los pelos de la rabia y gritó:
Soy un rico famoso en toda la ciudad, ¿dónde se ha visto que
un pobretón pretenda la mano de mi hija? ¡Si es como para
morirse de cólera! ¡Se me van pronto de aquí y no vuelvan a
pisar esta casa! ¡Y el que vuelva a venir saldrá, cuanto menos,
con una pierna rota! – Diciendo esto empujó a la madre y las
otras ancianas fuera de la casa.
¿No te lo había dicho? No es posible – manifestó la madre su
hijo cuando llegó a casa –. Es como el dicho “No estires la
mano hasta donde no te llega el brazo”. Piensa un poco.
¿Cómo un rico va a unir en casamiento a su hija con esta
familia pobre? Olvídalo, no pienses más en ella. De lo contrario,
será torturarte en vano. Yo te voy a buscar una muchacha
bonita y adecuada para ti.
No te preocupes, mamá, en el mundo no hay nada imposible
de realizar. – Y decidió ir en busca de Amanda para pensar con
ella otra salida.
Sin embargo, desde aquel día no volvió a verla. Sucedió que
después de que se hubieron ido las casamenteras el rico había
encerrado a su hija en la casa sin permitirse salir. Como ella
estaba muy preocupada y enfadada, le encargó a su hermana
del alma que le llevara una carta a Rafael.
“Estoy encerrada en mi casa – leyó el joven – y no me dejan
moverme libremente. Quiero hablar contigo. Esta noche camina
siguiendo la orilla del río y llegarás hasta la boca de un pozo de
agua del patio trasero de mi casa; entra allí y escóndete entre
las flores a esperarme. Yo iré a buscarte a media noche.”
Cerca de la medianoche Rafael hizo como se le decía en la
misiva y se agazapó a la espera de su amor.
Amanda permaneció en la cama sin pegar un ojo hasta las
doce de la noche y luego se levantó sigilosamente, saliendo a
buscar a Rafael. Una vez que se encontraron discutieron largo
rato y acordaron en que se escaparían en la noche del viernes.
Y llegó el día esperado. Amanda le pidió al capataz que la
ayudara a preparar dos buenos caballos y que por la noche
esperara detrás del jardín.
Cuando la noche avanzaba ella se levantó, hizo un atado con
sus ropas en el edredón y salió en puntas de pie.
Su padre llegó con un farol al cuarto de su hija distinguiendo
vagamente las frazadas levantadas. “Está profundamente
dormida”, se dijo a sí mismo y se retiró de allí.
En ese mismo momento el capataz estaba esperando en la
parte de atrás del jardín con los dos caballos prontos. Amanda
y Rafael llegaron uno detrás del otro. Se despidieron del
palafrenero, montaron en los caballos y se marcharon como
flechas a la casa de la anciana madre del muchacho para
expresarle su agradecimiento. Cuando la anciana supo que se
iban a escapar cantó tristemente:
En el camino hay escabrosas montañas
¿Cómo harás para atravesarlas?
En el desierto hay leopardos
¿Cómo harás para pasarlo?
A la orilla del río hay una inmensa selva
¿Cómo harás para pasarla?
En el camino hay bandidos
¿Cómo lo pasarás?
Cantando y llorando a la vez la anciana se negaba a dejar
partir a su hijo. Rafael le contestó con otra canción:
No temo a las escabrosas montañas
mi caballo podrá ayudarme.
No temo al leopardo del desierto
Tengo balas que me ayudarán.
No tengo miedo de la inmensa selva
El fuego podrá ayudarme.
No tengo miedo de los bandidos
El destino me ayudará.
Aunque la madre sentía mucha pena, sabía que si no
escapaban les podría ocurrir cualquier desgracia y entonces les
manifestó mirándolos a la cara:
¡Hijos míos! ¡Que Dios os proteja!
Después de despedirse de la anciana, los jóvenes montaron en
sus corceles y partieron.
Anduvieron muchos días hasta que llegaron frente a un gran
precipicio escarpado. Sus caballos lo atravesaron paso a paso
y así llegaron a un lugar donde se les abalanzaron cinco lobos
feroces. Rafael disparó tres tiros: los animales se asustaron y
huyeron. Mas tarde llegaron a orillas de un río. Una inmensa
selva les impedía el paso. Entonces le prendieron fuego y así
se abrieron un camino. Siguieron andando: hete aquí que siete
bandidos les cerraron el paso.
¿Quieres conservar la vida o las
cosas materiales? – le preguntaron
ferozmente a Rafael.
No comprendo lo que quieren decir
– respondió el joven.
Si quieres conservar la vida déjanos
tu caballo y esta muchacha, y
escapa. Si quieres conservar las
cosas materiales no pienses en
regresar vivo.
Si quieren los caballos, llévenselos,
pero esta muchacha es mi esposa y
no la voy a abandonar.
Los bandidos se lanzaron en pleno sobre Rafael con el fin de
matarlo a golpes y luego le ordenaron a Amanda que les
hiciera de comer. Mientras cocinaba, la joven pensaba en un
método de venganza. Pensando y pensando, se acordó de un
veneno que llevaba siempre consigo por si acaso, lo volcó en la
comida y se la sirvió a los forajidos. Estos comieron muy
contentos y al ratito se fueron quedando uno a uno con los ojos
en blanco.
Rafael no había sido muerto, solamente estaba desmayado.
Amanda lo hizo reaccionar con agua fría, le vendó las heridas y
le ayudó a subir al caballo, para reemprender el camino.
Marcharon unos cuantos días más hasta que por fin llegaron al
pueblo natal de Rafael, donde empezaron una vida nueva
plena de dicha.