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Director: Reynoso, Diego
Del Valle, Hugo Damián
Tesis presentada para la obtención del grado de Licenciado en Sociología
Cita sugerida Del Valle, H. D. (2009) Opinión pública y comportamiento electoral: De las opiniones al voto [en línea]. Trabajo final de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.579/te.579.pdf
Opinión pública y comportamiento electoral: De las opiniones al voto
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UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA
LICENCIATURA EN SOCIOLOGÍA
TRABAJO FINAL
“Opinión Pública y Comportamiento electoral.
De las Opiniones al Voto.” Damián Del Valle Legajo: 61252/0 Correo electrónico: damiandelval@yahoo.com.arDirector: Dr. Diego Reynoso Fecha: 5 de Mayo de 2009
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RESUMEN
¿Los ciudadanos votan igual a como opinan? Este trabajo parte de
observar que, tanto las teorizaciones acerca de la opinión pública, como
los estudios del comportamiento electoral, generalmente suponen una
igualdad o linealidad en la relación entre opinión y voto, lo que equivale
a sostener que las personas se comportan tal cual a como opinan.
En este sentido, las diferentes corrientes dentro del campo de estudios
de la opinión pública y de las teorías que procuran comprender el
comportamiento de voto, han tendido a equiparar ambos conceptos. Con
el objetivo de explorar y cuestionar este supuesto, este trabajo se
propone describir la relación opinión pública – comportamiento
electoral a través del desarrollo conceptual de la opinión pública y en el
campo teórico de la investigación del voto, presentando las diferentes
formas en que se fue dando la vinculación opinión-voto e indagando
sobre los avances en perspectivas analíticas que logran poner de
manifiesto que ambos conceptos no necesariamente se corresponden.
TÉRMINOS CLAVES
Comportamiento electoral - Opinión pública – Teorías del voto – Elección
racional – Voto - Público
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INDICE
INTRODUCCIÓN
PARTE 1. OPINIÓN PÚBLICA: De los Públicos a las Opiniones.
a. Lo público y los públicos: aspectos colectivos de la opinión pública.
b. La disgregación del público de electores: aspectos individuales de la
opinión pública.
c. Opinión pública y comportamiento de Voto.
PARTE 2. COMPORTAMIENTO ELECTORAL: De las Opiniones al Voto
a. Las explicaciones sociológicas: La influencia del modelo sociológico
de lo público.
b. Las explicaciones psicopolíticas: Opiniones, Actitudes y Voto.
c. Elección Racional: más allá de la paradoja del voto
PARTE 3. CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
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I – INTRODUCCIÓN
“La opinión pública es una figura temporaria e imperfecta del cuerpo electoral, de manera que los sondeos son representativos de la opinión pública, y esta,
en parte, es representativa de las conductas electorales.” (Mac-ferry, 1998: 26)
La opinión pública y el comportamiento electoral se encuentran entre los objetos de
estudio más investigados en la actualidad, tanto desde la Ciencia política, como por las
Ciencias Sociales. Pero a la vez, los estudios electorales son considerados fundamentales
para la investigación del funcionamiento y formación de “la opinión pública”, del mismo
modo que saber qué perciben y opinan los ciudadanos sobre los diversos temas de interés
público se considera, cada vez más, un conocimiento clave para explicar los
comportamientos de voto.
Esta imbricación entre el campo de la opinión pública (que se ocupa de las
opiniones) y el de los comportamientos electorales (que lo hace sobre el voto), sugiere que
su vinculación conforma ya un ámbito de investigación en sí mismo. En este sentido, es
creciente la literatura que se encuentra bajo la referencia “opinión pública y
comportamientos electorales”1 (Sartori, 1992). En esta línea, la presente tesis pretende
poner de manifiesto la relevancia de la vinculación conceptual entre opinión pública y
1 Converse se ocupo de revisar la literatura sobre Opinión pública y comportamiento electoral bajo el título “Public Opinin and Voting Behavior”, en F Greenstein. N. Polsby (eds): Handbook of Political Science. Reading, Addison Wesley, 1975, vol IV. Sin embargo, hay que señalar que fuera de este trabajo, la relación es sostenida, en la mayoría de la bibliografía, de manera simplemente enunciativa, es decir, como títulos o simple referencia a un campo de problemas, sin ser analizada en su alcance teórico conceptual. En este sentido este trabajo pretende plantear algunas líneas de discusión para seguir profundizando tanto desde la investigación teórica como empírica.
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comportamiento electoral, a partir de confrontar un supuesto que recorre, como veremos, el
campo de análisis: que “opinión” es igual a “voto”.
¿Los ciudadanos votan igual a como opinan?
Tanto las teorizaciones acerca de la opinión pública, como los estudios del
comportamiento electoral, generalmente suponen una igualdad o linealidad en la relación
entre opinión y voto, lo que equivale a sostener que las personas se comportan tal cual a
como opinan. En este sentido, las diferentes corrientes dentro del campo de estudios de la
opinión pública y de las teorías del voto, han tendido a identificar ambos conceptos, de
manera que, la mayoría de las investigaciones se basan en un supuesto que equipara
analíticamente opinión pública y comportamiento electoral u opinión con voto. En la
literatura este supuesto se refleja en frases como: “es en el voto como el ciudadano termina
por expresar su propia opinión” (Sartori, 1992); “desde la perspectiva del análisis de la
opinión pública, el voto es tanto comportamiento como opinión” (Mora y Araujo, 2005) o
“el acto de votar es una clara expresión conductual de la opinión” (Price, 1992: 73)2.
2 En esta línea se pueden encontrar otros autores como Mac‐ferry (1998) que, de manera menos directa, plantea que en la tradición democrática se admite que la opinión pública es “una figura temporaria e imperfecta del cuerpo electoral”, de manera que “los sondeos son representativos de la opinión pública, y esta, en parte, es representativa de las conductas electorales.” (1998: 26). Así como también otros que dan cuenta de la disociación entre opinión pública y comportamiento electoral. Manin (2006) por ejemplo sostiene que la resultante de la división de la opinión pública ya no se produce ni coincide necesariamente con las fracturas electorales (2006: 136) y Habermas (1981) que “las luchas electorales, no se dan ya a partir del sostenimiento de una disputa entre las opiniones” (1981: 237), poniendo en entredicho la supuesta correspondencia. Estas referencias de Manin y Habermas han motivado en gran medida esta tesis, aunque se debe aclarar que fuera de la enunciación de la escisión empírica que observan, no se ocuparon específicamente de profundizar teóricamente la diferencia.
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Con el objetivo de explorar y cuestionar este supuesto, el siguiente trabajo se
propone describir la relación opinión pública – comportamiento electoral, a través del
desarrollo conceptual de la opinión pública y en el campo teórico de la investigación del
voto, e indagar sobre los avances en perspectivas analíticas que logran evidenciar que
ambos conceptos no necesariamente se corresponden.
El trabajo se organiza de la siguiente manera:
En la parte I se repasa el concepto de opinión pública, observando que en principio,
desde un enfoque sociológico de “lo público” es considerada equivalente a las conductas
colectivas y en tanto es observada como “público elector”, asimilada a las conductas
electorales. A medida que el concepto se fue individualizando y adaptando a la
investigación empírica, “opinión” se diferenció de conceptos como “actitud”, “valores”,
“identificaciones”, etc. Sin embargo (ya sea desde enfoques colectivistas o individualistas)
opinión y voto permanecieron identificados en diferentes perspectivas teóricas de la
opinión pública.
En la parte II se presentan las explicaciones del comportamiento político, repasando
las principales teorías del voto. Las teorías sociológicas y psicológicas, sostuvieron la
identidad entre opinión pública y comportamientos electorales y, sobre la base de una
consideración estructuralista de la acción, no dan cuenta de la distancia existente entre
opinión y voto. Para finalizar, se exponen diferentes explicaciones del voto en el marco del
programa de investigación de la elección racional, observando que algunas teorías
contenidas en este programa, en el intento por solucionar lo que se conoce como “la
paradoja del voto”, arribaron a lo que llamo “una solución de compromiso”, logrando
diferenciar ambos conceptos.
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PARTE I.
OPINIÓN PÚBLICA: De los Públicos a las Opiniones
“No puede ya la opinión pública del público constituido por la reunión de las personas privadas seguir
gozando de una base para su unidad y su verdad; acabará recalando en la etapa de un subjetivo
opinar de muchos” (Habermas, 1986: 151)
a. Lo público y los públicos: aspectos colectivos de la opinión pública
Los investigadores han estado con frecuencia enfrentados en sus enfoques
conceptuales acerca de si la opinión pública es acaso una agregación simple de visiones
individuales o un producto emergente de nivel colectivo que no puede ser reducido a
individuos (Childs, 1939). Como sugiere Price (1992), conectar los conceptos “publico” y
“opinión” representa, en sus orígenes, un intento liberal-filosófico de unir el “uno” y el
“muchos”, para enlazar las ideas y preferencias individuales con el beneficio colectivo. No
es casual, entonces, que los esfuerzos para definir el concepto oscilen entre la visión
holística, que ubica a la opinión pública en el reino de lo colectivo y las definiciones
reduccionistas que focalizan en el individuo3. Así mismo, en la definición del concepto
3 Un problema inherente al término opinión pública es la forma de diferenciar entre sus aspectos individuales y colectivos, para reconciliarlos posteriormente. Un impedimento para la resolución satisfactoria de este problema ha sido la tendencia a cosificar el concepto de opinión pública, o lo que es lo mismo, a conceptualizar la relación del proceso de opinión pública a la acción colectiva, de forma que convierte el proceso en un ser o algo que actúa por sí mismo, separado de los individuos que componen la colectividad. Esta propensión a reificar el proceso de opinión pública procede del hecho de que aunque las opiniones son sostenidas por individuos, siempre existe una sensación de que el proceso tiene que ver con algo más que el pensamiento y la conducta de los individuos y que ‘existe una realidad social más allá de las actitudes individuales’ (Back, 1988: 278).
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convive otra dualidad que separa a quienes la consideran un fenómeno esencialmente
racional de quienes la observan como resultado de procesos sociales y por tanto no-
racionales.4 No es difícil comprender que, como reconocen varios autores (Noelle-Neuman,
1992; Price, 1992; Young, 1986), el concepto de opinión pública presenta múltiples
complejidades para una definición acabada. Kimball Young (1986), por ejemplo, sugiere
que la mayoría de las confusiones y dificultades por lograr una definición, provienen
principalmente de las diferentes formas en que se utiliza el término “público” (1986: 7).
En el concepto de “público” vinculado a opinión convive un sentido sustantivo y
otro adjetivo (Young, 1986). Como sustantivo significa gente, totalidad de los miembros de
una comunidad o masa transitoria de individuos y es empleado generalmente como
sustantivo colectivo para referirse al cuerpo de ciudadanos interesados en los problemas
políticos. Como adjetivo, se refiere a hechos o actividades humanas que concentran el
interés de la comunidad, se habla de “asuntos públicos”. Desde esta doble utilización del
término se puede decir que una opinión es publica “no solo porque es del público
(difundida entre muchos, o entre los mas), sino también porque afecta a objetos y materias
de naturaleza pública: el interés general, el bien común y en esencia la res publica”
(Sartori, 1992: 164). Podemos decir, entonces, que una opinión se denomina pública
cuando reúne las acepciones sustantiva y adjetiva, es decir, la difusión entre públicos y la
referencia a la cosa pública.
4 De esta manera podemos encontrar 4 perspectivas en la definición de Opinión pública: una combina un enfoque colectivista que la considera como esencialmente racional (Colectivista/Racional) y una perspectiva colectivista que la considera irracional o resultado de procesos sociales (Colectivista/irracional). Un enfoque individualista/racional y un enfoque individualista/irracional.
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Esta definición, que pone el acento fuertemente, tanto en el sentido de “lo público”
como de “los públicos”, es propia de una visión colectivista del concepto, asociada a los
tratamientos iníciales que la identifican con el comportamiento colectivo o con un hecho
social supraindividual. Observada como un fenómeno que trasciende la opinión individual,
refleja un bien común abstracto más que un mero compromiso de intereses individuales y
se remonta a principios de siglo, época en que el interés propio del momento en las
manifestaciones de conductas colectivas (como las multitudes, la masa, etc) dio inicio a una
conceptualización del el/lo público que equiparaba a la opinión pública con las conductas
colectivas (James 1890; Le Bon 1895/1960). Algunos autores se refirieron a este enfoque
como un “modelo discursivo orientado sociológicamente” o “sociológico de lo público”
(Price, 1992; Young, 1986) en el que “lo público, como entidad social en desarrollo,
teóricamente se forma a través del tiempo con argumentos espontáneos, discusión y la
oposición colectiva hacia un asunto”5 (Price, 1992: 42).
Ahora bien, los intentos originales por definir la opinión pública como un hecho
colectivo, se debaten también entre posiciones racionales e irracionales.
5 Este enfoque colectivista sostiene que solo las opiniones expresadas colectivamente, y en este sentido “públicas” pueden tener fuerza política. En esta línea podemos ubicar a Pierre Bourdieu, que en su clásica conferencia “la opinión pública no existe” define opinión pública como “discurso constituido que pretende una coherencia, que pretende ser escuchado, imponerse” (Bourdieu, 2000). Ahora bien, es interesante observar en el planteo de Bourdieu que el hecho de no tener una opinión (que equivale a que el problema no se encuentre constituido políticamente) no implica elegir, decidir o comportarse de modo azaroso, sino que las personas se guían por “el sistema de disposiciones profundamente inconsciente que orienta sus elecciones en los ámbitos más diferentes, desde la estética o el deporte hasta las preferencias económicas” (Bourdieu, 1997).
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Habermas (1981), uno de los autores más influyentes en la historia del concepto,
enfatiza el aspecto racional de la opinión pública, legado de la Ilustración. Para este autor
es una encarnación del discurso razonado de la conversación y del debate activo. Este
debate es considerado “público” en al menos dos sentidos. En un sentido se dirige a
determinar la voluntad común y por tanto no puede ser entendido como un mero conflicto
de intereses individuales; en otro, también se considera público en el sentido de una
participación que es abierta a todos. Estas nociones tendrán mucho que ver con los intentos
sistemáticos de los sociólogos para definir la naturaleza de lo público como un colectivo
social (Price, 1992) y proporcionan la base de lo que llegará a ser el modelo “clásico” de la
opinión pública (Berelson, 1950, Lazarfeld, 1957).
Sartori (1992), por otra parte, en su definición del concepto se refiere a “estados
mentales (difusos) que interactúan con los flujos de información sobre el estado de la cosa
pública” (1992: 149-150) otorgando un lugar al modo en que los públicos se relacionan con
las informaciones y reciben los mensajes. Sin embargo enfatiza que las opiniones no solo
tienen relación con las informaciones, sino que se derivan también de los grupos de
referencia (familia, amigos, trabajo), de manera que estas provienen finalmente de dos
fuentes: mensajes informadores e identificaciones (Sartori, 1992: 156)6. En esta definición
6 Dice Sartori (1992): “en el primer contexto nos encontramos con opiniones que interactúan con informaciones, lo que no las convierte, evidentemente, en opiniones informadas, sino que las caracteriza como opiniones expuestas, y en cierto modo como influidas por flujos de noticias. En el contexto de los grupos de referencia es fácil encontrarse, por el contrario, con opiniones sin información. Con ello no se entiende que en este tipo de opinión la información esté totalmente ausente, sino que las opiniones están pre constituidas con respecto a las informaciones. La opinión sin información es, por lo tanto, una opinión que se defiende contra la información”. En esta línea, la investigación empírica sobre Opinión Publica recalo en la diferenciación conceptual entre “opinión” y “disposición”. Bourdieu (1997), por ejemplo, concluirá su clásica conferencia “la opinión pública no existe” diciendo: “he dicho que existen, por una parte, opiniones
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se reconoce la vinculación entre públicos o sentidos colectivos de la opinión y
determinaciones sociales, de grupos de referencia, destacando un aspecto no racional y
afectivo en el proceso de formación de la opinión pública (Berelson, 1950). Desde una
perspectiva más claramente no racional Elisabeth Noelle– Neumann (1995), por ejemplo,
también indica que la práctica totalidad de definiciones de la opinión pública puede
articularse en torno al eje racional / irracional:
1. La opinión pública como racionalidad que contribuye al proceso de formación de
la opinión y de toma de decisiones en una democracia. Y;
2. La opinión pública como control social, cuyo papel consiste en promover la
integración social y garantizar que haya un nivel suficiente de consenso en el que puedan
basarse las acciones y las decisiones. (1995: 280)
Esta autora se decide claramente por la segunda posibilidad, y en relación a la
dimensión irracional de la opinión pública observa una serie de condicionantes que la
conducen a definirla, de una manera ya clásica, como “opiniones sobre temas
controvertidos que pueden expresarse en público sin aislarse” (Noelle– Neumann, 1995: 88,
cursivas en el original).
Finalmente, en términos generales, esta concepcion “sociologica de lo publico”,
concibe a la opinión pública como una colectividad organizada que surge en el curso de la
discusion que rodea un problema y que en la actualidad puede ser observada a partir de
constituidas, movilizadas, de grupos de presión movilizados en torno a un sistema de intereses explícitamente formulados; y por otra, disposiciones que, por definición no son opinión” (Bourdieu, 1997).
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colectividades diferentes. Independientemente de ser considerada racional o irracional, la
opinión pública puede ser vinculada con diferentes tipos de públicos. Hay quienes la
asocian, en este sentido, con grupos que participan activamente en el debate sobre un tema
(publico activo), con un sector general de la poblacion que parece informado o atento
(público atento), directamente con el electorado o finalmente con la población como un
todo. De esta manera, se puede plantear, en un continuo que va desde la noción de “la
masa” a la de “publico”, una segmentación entre diversos tipos de públicos, que colaboran
y participan en mayor o menor medida en la formación de la opinión pública:
a) Público en general: la población en su totalidad
b) El público que vota: se identifica con el público que, en principio, decidiría la
acción política, es decir, el electorado.
c) El público atento: el público al que dedicarían su atención los actores políticos
sería la parte del electorado que presta habitualmente atención a los asuntos
públicos.
d) El público activo: Corresponde con los actores políticos y, de una manera más
amplia, con las élites implicadas en la toma de decisiones.
La concepción de “lo público” como un hecho colectivo, entonces, ya sea
considerado desde una visión racional o irracional (es decir tomando a las opiniones
relacionadas con informaciones o provenientes de identificaciones), es asociada al
comportamiento colectivo en términos generales. Y, en particular, en tanto es observado
como “público elector” o “público que vota” lleva implícita la concepción del voto como
opinión asimilándose directamente la opinión pública con las conductas electorales.
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b. La disgregación del público de electores: aspectos individuales de la opinión
pública
Los años 30 significan un cambio crucial en el pensamiento sobre la opinión
pública, claramente marcado por una retirada de la concepción de la opinión como
fenómeno colectivo hacia una perspectiva más individualista, caracterizada por “una
concepción agregada de ´una persona-un voto´”7 (Price, 1992: 69). La definición más
común comenzará a equipararla con una agregación más o menos directa de opiniones
individuales o con “lo que las encuestas de opinión tratan de medir” (P. Converse, 1987:
13; Mora y Araujo, 2005) 8. Se asiste así a “la disgregación como publico del publico de
electores” (Habermas, 1986) y al pasaje del modelo sociológico a uno centrado en la noción
de agregación de opiniones (Price, 1992: 69-72)9.
7 Esta referencia de Price al estudio de la opinión pública como “una persona un voto” a mi parecer es también una manera retórica del autor de referirse a la inevitable imbricación del campo de estudio de la opinión pública con el del comportamiento político, de manera que la misma evolución del concepto de opinión pública habría estado guiado por la demanda de un sistema político que parte de la acción individual agregada para el establecimiento de gobiernos legítimos.
8 Este cambio se explica en gran medida por la creciente utilización de técnicas cuantitativas, en un principio utilizadas principalmente para medir escalas de actitudes (enfoque psicológico de la conducta) y la aplicación del muestreo científico en la investigación social.
9 Price describe este proceso de la siguiente manera: “ligado como está al concepto de lo público como una entidad amorfa y cambiante, el modelo sociológico resultó inapropiado para la descripción empírica en la medida en que la investigación y el muestreo de opinión declinaron en los años 30 de este siglo la desalentadora tarea de observar empíricamente al público como un grupo estructurado fluido y complejo”. (Price, 1992)
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Para Habermas (1981), así como se debate la noción de público (como vimos en principio
elemento central de la opinión pública) entre una consideración racional de la opinión
pública y una irracional, lo mismo ocurre con la noción de “opinión”, en relación al
concepto de “actitud”. Dice:
“Opinión es, por lo pronto, identificada con expression on a
controversial topic, luego con expression of an attitude y,
posteriormente, con attitude sin más. Al final, la opinión acaba por no
necesitar siquiera de la capacidad de verbalización; ella comprende no
sólo cualesquiera hábito o costumbres que se manifiestan en
determinadas concepciones (...), sino también modos de conducta sin
más”. (1986: 266)
Habermas denomina esto como la “disolución socio – psicológica de la opinión
pública” (Habermas, 1981), o conversión de un proceso raciocinante, formado por
ciudadanos ilustrados en los asuntos públicos, en la mera suma de opiniones y/o actitudes
individuales.
Para poner más claridad sobre este punto comenzaré por presentar algunas
definiciones de “opinión” y el modo en que se ha relacionado con otros conceptos en el
proceso de su formación a nivel individual.
Opinión es un término variable, que algunas veces refiere a un fenómeno conductual
y otras a un fenómeno psicológico, de modo que se puede diferenciar entre “opiniones
abiertas”, que son los juicios expresados acerca de acciones propuestas de importancia
colectiva, realizadas en situaciones conductuales específicas (esto es por ejemplo en una
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situación de respuesta a una encuesta) y “opiniones encubiertas”, que son los juicios
internos formados en la mente. Se considera también que “opinión es una respuesta que se
da a una pregunta en una situación determinada” (Lane y Sears, 1964: 13); que es lo que la
gente piensa y dice, los juicios que formula cada individuo acerca de situaciones exteriores.
Ahora bien ¿cuál es la estructura y los componentes presentes en la Opinión
individual? ¿Cómo se originan las opiniones? Zaller (1992) dice que “cada opinión es un
casamiento ente información y predisposición”, la opinión contiene un componente que se
encuentra previamente en el sujeto y un componente externo, no son innatas y no surgen de
la nada, sino que son el fruto de procesos de formación a partir de unos condicionantes
previos. El principal de ellos, y el más estudiado en relación con el proceso de formación de
opiniones en escala individual, es el de actitud10.
Generalmente, opinión y actitud fueron utilizadas de manera intercambiable. Por
ejemplo Dobb, define a las opiniones como “las actitudes de la gente ante un tema” y
Childs (1965) como “una expresión de la actitud en palabras”. Sin embargo, en el
desarrollo conceptual y metodológico del estudio de la opinión pública comenzaron a
diferenciarse en al menos 3 sentidos:
10 En la investigación de las opiniones se han utilizado una serie de conceptos además del de actitud como son los “esquemas”, “valores” e “identificaciones grupales” que refieren a estructuras de información, y reflejan diferentes aspectos del proceso de información que pueden influir en el cálculo y expresión de las opiniones. A partir de este planteo varios investigadores llegaron a hablar de las opiniones en diferentes estados de cristalización o definición (Berelson 1950) Las opiniones expresadas pueden de esta forma constituir conductas prueba que ayuda a una persona hacia la elaboración de un juicio bien formado. Para un detalle mayor de la diferencias y similitudes entre los conceptos de actitud, esquemas, valores e identificaciones ver Price (1992: 78‐86)
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“Primero, las opiniones se han considerado como respuestas verbales y
observables ante un tema o cuestión, mientras que una actitud es una
predisposición o una tendencia psicológica encubierta. Segundo, aunque
tanto actitud como opinión implican aprobación o desaprobación, el
término actitud apunta más hacia el afecto (p.e., el agrado o desagrado
fundamental), y la opinión más fuertemente hacia lo cognitivo (p.e., una
decisión consciente para apoyar u oponerse a alguna política, político o
grupo político). Tercero, la actitud tradicionalmente se conceptualiza
como una orientación global y permanente hacia una clase general de
estímulos, mientras que la opinión se considera más situacionalmente
como pertinente a un tema especifico en una situación conductual
particular” (Price, 1992: 71)
Wiebe (1953) logra resumir estos planteos de la siguiente manera:
“una actitud es una predisposición estructural –una orientación
permanente para responder a algo de manera favorable o desfavorable.
Una opinión, por otro lado, se elabora conscientemente en respuesta a
una cuestión particular en una situación específica”.
En este sentido considera a las actitudes como una orientación general de la
conducta, algo latente y afectivo; mientras toma a la opinión como algo cognitivo,
situacional y manifiesto. Concluye que la opinión es una decisión que adapta las actitudes
relacionadas con el tema a las percepciones que el individuo tiene de la realidad en al que la
conducta debe respirar.
A pesar de los intentos por precisar sus significados, como lo anticipó Habermas
(1981), el concepto de opinión siguió aplicándose de manera más o menos consistente con
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la actitud, refiriéndose tanto a estados psicológicos internos (opiniones encubiertas) como a
conductas manifiestas (opiniones abiertas) (Price, 1992: 72; Allport, 1937: 15).
En 1935 Gallup y Roper fundan el American Institute of Public Opinion11 y
comienzan a referirse a los resultados de las encuestas como “opinión pública”, antes que
“actitudes políticas”, adoptando un concepto de opinión que, trascendiendo la noción de
actitud, se vincula directamente con la conducta. En 1936 se consagran públicamente las
técnicas de muestreo con la realización de sampling referéndum (término usado por Gallup
para indicar que se trataba de revelaciones de las orientaciones políticas de los ciudadanos,
“una elección nacional en escala reducida”)12. La opinión pública aparece, entonces, como
el conjunto, la suma de todas las opiniones individuales, que se identificaran a su vez
directamente con la conducta de voto. A partir de la encuesta de estas opiniones se puede
reeditar el conocido principio: no sólo una- persona- un- voto sino también, una- opinión-
un voto.
Como conclusión, las opiniones serán finalmente consideradas fenómenos
conductuales que se explican a partir de “posiciones-tema” y un indicador claro del
comportamiento probable. Dejando de ser simplemente “medidas de las actitudes”, se
reafirma la asociación entre opinión y voto.
11 Y en 1937, nace la revista «Public Opinion Quarterly».
12 Según tituló el new york times en un artículo en 1936
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c. Opinión pública y comportamiento de Voto13
Hasta aquí me referí al concepto de opinión pública desde el enfoque colectivista e
individualista, observando que en su desarrollo conceptual opinión pública y
comportamiento electoral u opinión y voto son considerados equivalentes.
Ahora bien, si como sostiene Sartori “es en el voto como el ciudadano termina por
expresar su propia opinión” (Sartori, 1992), es importante preguntarse al menos en qué
medida la opinión pública se manifiesta en el comportamiento electoral, ¿cómo se traducen
las opiniones en votos?, ¿cuál es el grado efectivo o el nivel de información que sustenta las
opiniones que se traducen en votos?
Sobre estas cuestiones han reflexionado extensamente los estudios e investigaciones
sobre los comportamientos electorales, organizados alrededor de dos enfoques claramente
diferentes en sus concepciones acerca de las propiedades de la opinión pública: el consenso
pesimista y el consenso optimista (Adrogue, 1998).
Berelson (1954), dando cuentan de la centralidad que revista la investigación de
opinión pública para la explicación del comportamiento electoral asimila a los gustos las
opiniones que se expresan en el voto. En un pasaje ya clásico escribe:
“para muchos electores, las preferencias políticas son algo muy
parecido a los gustos culturales. Ambos despliegan estabilidad y
13 “Opinión pública y comportamiento de voto” es el subtitulo utilizado por Giovanni Sartori en el capítulo referido a Opinión pública en su célebre tratado “elementos de teoría política” (Sartori, 1992: 169).
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resistencia al cambio en los individuos particulares, pero flexibilidad y
ajustamiento generacional en la sociedad en su conjunto. Ambos
incluyen sentimientos y disposiciones más que preferencias razonadas”
(B. Berelson, P. F. Lazarsfeld, W. N. Mcphee, 1954)
Tomando partido por el enfoque pesimista, plantea que las opiniones se anclan
sobre todo en los grupos de referencia. En esta representación los mensajes e informaciones
tienen poca posibilidad de influir porque el elector es activo al bloquearlos, al rechazarlos o
al recodificarlos de acuerdo a su imagen y conveniencia. El consenso pesimista, en gran
medida centró sus argumentos en la falta de información que poseen los ciudadanos para
poder dar una opinion racional. Y al explicar el modo en que los ciudadanos traducen estas
opiniones irracionales en voto recurrió a razonamientos determinísticos, tanto sociológicos
como psicológicos. Adrogue (1996) resume bien esta idea de la siguiente manera:
“Si bien el hombre de la calle carece de los elementos necesarios para
tomar una decisión racional, al menos cuenta con elementos para actuar
como si fuera racional: haciendo lo que hacen sus pares (Columbia) o,
simplemente, reproduciendo la misma conducta electoral en función de
un apego psicológico (Michigan)” (1996; 150).
Por el contrario, la vertiente optimista, sostiene que las opiniones son
principalmente “opiniones informadas” u opiniones que interactúan con las informaciones.
Fundan la racionalidad de la opinión pública en la disponibilidad de la información de la
que efectivamente gozan los ciudadanos. En este sentido Page y Shapiro (1992) sostienen
que la racionalidad es una de las propiedades distintivas de la opinión publica ya que los
cambios en sus orientaciones responden al devenir de los acontecimientos y a la
20
disponibilidad efectiva de información, hecho que demuestra su capacidad para establecer
juicios coherentes a lo largo del tiempo.
Finalmente entonces, en la medida en que se asimilan a los gustos las opiniones que
se expresan en el voto, y que las preferencias políticas se entienden más en función de
sentimientos y disposiciones, que de preferencias razonadas, la relación entre opinión y
voto (vista desde una perspectiva pesimista) es considerada necesariamente equivalente o
lineal. Este es el caso tipo de las perspectivas tanto colectivistas como individualistas desde
un enfoque no–racional. Sin embargo, como los autores enrolados en el consenso optimista
sostienen, la opinión pública puede ser considerada racional. Esto nos permite dar cuenta de
que la relación opinión - voto se encuentra atravesada, independientemente de la naturaleza
colectiva o agregada del concepto de opinión pública, por un debate más general que
enfrenta a un enfoque optimista y otro pesimista respecto de sus características esenciales.
El debate de fondo es si ésta es considerada racional o irracional. De esta forma damos
cuenta que, en la medida en que la opinión pública que se expresa en el voto se considera
racional, abre un interrogante acerca de la supuesta linealidad de la relación opinión-voto.
Para seguir explorando este planteo y antes de arribar a una conclusión en este
sentido, en la siguiente parte presentaré las teorías centrales del comportamiento de voto.
21
PARTE 2.
COMPORTAMIENTO ELECTORAL: de las Opiniones al Voto.
“¿Cuál es la estructura y cuáles los componentes de lo que se llama, de modo resumido y global, opinión? (…) Los estudios e
investigaciones que analizan estas cuestiones son sobre todo las investigaciones sobre los comportamientos electorales. Es fácil entender
porque, si recordamos que lo que más importa, en el ámbito de la opinión del público, es opinar sobre la res pública.”
(Sartori, 1992: 164)
a. Las explicaciones sociológicas: La influencia de modelo sociológico de lo
público.
Las explicaciones tradicionales del voto se remontan originalmente a los análisis
sociológicos del comportamiento electoral. Cuando lo único disponible eran datos
agregados, los principales investigadores y la experiencia cotidiana dejaban en claro la
presencia de agregados colectivos en forma de grupos sociales con comportamientos
sociales distintos, entonces, determinantes como la clase social de pertenencias (o grupo
étnico, filiación religiosa, etcétera, entre otros) sobresalían como determinantes de la
conducta política (Etchegaray, 1996) 14.
La explicación sociológica argumenta que existe una correlación entre los
determinantes sociales y el voto sugiriendo que la pertenencia a distintos grupos sociales
influye en las decisiones de voto (véase por ejemplo, Lazarsfeld et al., 1944). Se considera
14 Este enfoque también es conocido como “geografía electoral” en consecuencia con la naturaleza agregada de los datos que maneja. (Molina, 2005).
22
que los votantes son instrumentales, es decir, que votan a los partidos que reflejan mejor los
intereses de sus grupos. Los orígenes de este enfoque se remontan a la Escuela de
Columbia, cuyos estudios formularon las condiciones determinantes de la persistencia del
voto de grupo como sigue:
“En suma, las condiciones que subyacen a la persistencia de las divisiones del
voto parecen ser (1) la diferenciación social inicial que hace que las
consecuencias de las medidas políticas sean material o simbólicamente
diferentes para grupos diferentes; (2) las condiciones de transmisibilidad de
generación en generación y (3) las condiciones de proximidad física y social
para continuar en contacto con el endogrupo en generaciones futuras”
(Berelson, Lazarsfeld y McPhee, 1954:75).
En la década del 40 Lazarfeld, exponente fundamental de esta corriente, estudia la
formación, los cambios y la evolución de la opinión pública, centrándose
fundamentalmente en el análisis de los “votantes mutantes”, es decir de aquellos individuos
que cambiaron su opinión, actitud o voto puesto que “eran precisamente los sujetos en
quienes se podían observar los procesos de cambio y de formación de las actitudes” (Paul
Lazarsfeld, Bernard Berelson, Hazle Gaudet, 1962). En “El pueblo elige”, junto con otros
investigadores de Columbia ofrece una caracterización de las diferencias ideológicas entre
republicanos y Demócratas en Estados Unidos, determinadas por su condición de clase y
sus opiniones sobre asuntos públicos15. Para esto elaborarán un “índice de predisposiciones
15 Es de destacar que en sus estudios, las referencias a Actitudes, opiniones o comportamiento y voto, se dan la mayoría de las veces de manera intercambiable. Esto refuerza nuestra idea acerca de que las investigaciones tradicionales del voto no logran diferenciar opiniones de comportamientos.
23
políticas” (IPP), basado en una combinación de variables, a partir de lo cual predecir el
voto. El índice es establecido a partir de una estratificación por religión y residencia dentro
de cada celda de Nivel socio económico vinculado con la identificación partidista. El
estudio concluirá que son estas variables sociales las que mejor explican las opiniones de
los ciudadanos y a partir de ahí el comportamiento electoral.
Como resultado de su investigación los autores acuñaron tres conceptos para
explicar las variaciones en el comportamiento del electorado:
- Cristalizantes: aquellos votantes que pasaron del “no se” al voto republicano o al
voto demócrata.
- Fluctuantes: Aquellos que tenían una posición definida y luego se retractaron,
cambiaron de partido y presentaron mayor imparcialidad.
- Mutantes de partido: Aquellos que de manifestarse partidarios de uno cambiaron su
voto por el partido opuesto.
En estudios posteriores agregarán como variable independiente a la influencia
personal por parte de familiares y amigos obteniendo una fuerte correlación con el
comportamiento electoral. De esta forma, en los casos donde existía consenso sobre las
intenciones de voto al interior de una familia, entre el 80 y el 90% mantenía su intención
de voto en el tiempo.
Algunas de sus principales conclusiones apuntan a que la decisión del electorado
está definida en gran parte por la pertenencia a grupos sociales primarios (familia, amigos,
trabajo, origen étnico), que la influencia de las campañas es poco significativa y que la
24
comunicación al interior de los grupos primarios influye en la toma de decisiones
electorales, debido al fuerte sentido de pertenencia al grupo.
Estos hallazgos tuvieron un fuerte impacto en el campo académico, puesto que
pusieron en cuestión la percepción muy difundida en la época acerca del efecto ilimitado de
los medios masivos de comunicación sobre el comportamiento político. Es así que el
enfoque sociológico del voto es conocido también en el campo de la comunicación como
“paradigma de los efectos limitados”, según el cual la clase social y otras variables sociales,
limitarían el poder de los medios de comunicación en la formación de opinión y en el voto.
Como observa Elihu Katz (1998), “las repercusiones de los medios están atemperadas por
procesos selectivos de atención, percepción y memoria. Estos dependen a su vez de
variables de situación y de predisposición como la edad, la familia y la pertenencia
política” (Katz, 1998). El papel central en esta perspectiva, lo ocupa entonces el grupo
primario.
En definitiva, el enfoque sociológico sostiene que las identidades de grupo afectan
a las actitudes y a los intereses. A su vez, estas actitudes afectan a cómo votan las personas.
De estas investigaciones se deduce, entonces, que la pertenencia a un grupo determina de
igual modo a las actitudes y la opinión pública como al voto.
Otra obra influyente que coincide con en el paradigma sociológico es la de Lipset y
Rokkan (1967), quienes defendieron que las identidades de grupo no sólo influyen en el
comportamiento electoral, sino que también determinan el número de partidos políticos. En
otras palabras, los partidos políticos evolucionan en respuesta a las divisiones sociales.
25
En los años 60, a partir del trabajo clásico de Lipset y Rokan (1967) comienza a
cobrar relevancia el término clivaje o “línea de fractura”, concluyendo que los clivajes
sociales de entonces simplemente reproducían los clivajes sociales de una generación
anterior. Entre dichos clivajes incluían los que oponían a clericales y seculares, agraristas e
industrialistas, urbanos y rurales16.
Sin embargo, a pesar de la fortaleza que demostró este modelo a mediados de los
60, comenzó a plantear algunas limitaciones. La principal de ellas es que no es capaz de
predecir los cambios en el comportamiento electoral cuando los determinantes sociales se
mantienen estables17. Como afirma Etchegaray (1996), “si la pertenencia de clase, aún en
situaciones de movilidad social, acompañaba al individuo por años, si no décadas, ¿cómo
explicar la variabilidad en los porcentajes de votos obtenidos por partidos de clase obrera o
de clase media?” (1996). Es un hecho de la realidad que ante situaciones criticas o
coyunturales se redefinen alineamientos partidarios e identificaciones políticas y esta
misma posibilidad es una muestra de la pérdida del peso de las divisorias sociales como
determinantes del comportamiento politico.
Como sostiene Paramio (1998), entonces, parecería lógico admitir que el papel de
las divisorias sociales en la determinación de la identificación política, las preferencias y
16 Estas posiciones analíticas tuvieron un importante arraigo en los análisis Latinoamericanos, que comenzaron a encontrar pruebas empíricas en su realidad histórica particular y a identificar a partir de clivajes sociales como la clase social, al voto Peronista, Aprista, Varguista con el voto obrero, de la misma manera que el voto Radical. Democristiano, Copeyano o Panista, con la clase media (Mora y Araujo y Llorente, 1980; Ames 1971).
17 La comprensión de esta limitación es importante para entender por qué la teoría sociológica no logra explicar la creciente volatilidad electoral que prevalece en las democracias contemporáneas y por ende la necesidad de recurrir a teorías del tipo de la opción racional.
26
opiniones, es bastante más reducida de lo que se suele entender y que es más realista una
teoría como la de Converse (1969), que concentra sus explicaciones en función de la
socialización y el aprendizaje (Paramio, 1998: 81).
27
b. Las explicaciones psicopolíticas: Opiniones, Actitudes y Voto.
En la medida en que se produjeron cambios en la composición de la estructura
social de las sociedades avanzadas, los determinantes sociales perdieron capacidad
explicativa, en el sentido que se empezó a demostrar una correlación empírica débil entre
estos y el voto. Por otra parte, ligado a la mayor accesibilidad que fueron ganando los
estudios de opinión pública, se fue gestando un enfoque que priorizaba el papel de los
vínculos afectivos con la política, desarrollados por el individuo en el proceso de
socialización. A partir de los sentimientos y valores heredados de los padres u otros agentes
de socialización política, las personas se comienzan a identificar con determinado partido
político, lo cual determina su voto en las urnas.
Este enfoque cobra relevancia a partir de los 60 con un influyente trabajo de la
denominada “escuela de Michigan”. Los autores de este trabajo son Angus Campbell,
Philips Convers, Warren Millers y Donald Stoker y la obra “The american Voter”. Este
enfoque se construye a partir de la observación de las actitudes políticas de los votantes,
identificando tres tipos de actitudes como las de mayor peso explicativo en la decisión del
voto: la identificación partidaria; la actitud frente a los temas del debate electoral y la
simpatía por el candidato. Sin embargo, el papel dominante en la investigación del
comportamiento electoral lo jugará durante mucho tiempo la noción de “identificación
política” que es entendida como un fenómeno psicológico afectivo que se desarrolla desde
la niñez y que presenta gran estabilidad a lo largo de los años. Estos autores argumentan
que la influencia de la identificación partidista en las preferencias sobre elementos
relevantes de la política es mayor que la influencia de estos últimos sobre la identificación
28
partidista. En otras palabras los individuos se aproximan a la política con los lentes de la
identificación partidista, es decir que evalúan los objetos políticos desde sus propias
preferencias partidarias18.
El modelo de Michigan o enfoque psicológico de la conducta política también puso
énfasis en el estudio de la comunicación política, especialmente a partir de la crítica a los
trabajos de Columbia quienes consideraban limitado el impacto de la comunicación. Para
los investigadores de Michigan, a diferencia de los de Columbia, era necesario tomar en
cuenta elementos claves como “la activación de predisposiciones latentes” o la motivación
de los votantes a partir de una identificación partidaria ya definida.
Como afirma Campbell et al. (1960)
“En la competición de voces que pugnan por alcanzar al individuo, el
partido político es una agencia muy importante de formación de
opiniones. La fuerza de la relación entre la identificación partidista y la
dimensión de las actitudes del simpatizante sugieren que las respuestas
a cada elemento de la política nacional están profundamente afectadas
por las adhesiones duraderas del individuo al partido”.
Esto implica que la relación entre la pertenencia al grupo y las actitudes debería ser
similar a la que se da entre la pertenencia a un grupo y el voto. Si bien en este sentido no
habría mayores diferencias con el enfoque sociológico, este modelo admite que podría
18 Para un análisis desde esta perspectiva en Argentina, ver el trabajo de Gerardo Adrogue y Melchor Almesto (1998) publicado en Desarrollo Económico, vol. 38, no. 149 en el que para analizar la opinión pública polìtica definen como “campo de significación partidaria” a la evaluación politica que realizan los ciudadanos desde las propias preferencias partidarias.
29
suceder que diferentes contextos políticos indujesen relaciones entre grupos y actitudes que
sean distintas de las postuladas por el enfoque sociológico19.
La noción de “identificación partidista” jugó un papel central en la investigación del
comportamiento electoral hasta la década pasada. Campbell, Converse, Miller y Stokes
(1960) la definieron como “la orientación afectiva de un individuo hacia un importante
grupo-objeto de su ambiente”, un fenómeno psicológico afectivo que se desarrolla desde la
niñez y que presenta una gran estabilidad a lo largo del tiempo. Si bien lo central de este
modelo es la idea de que la identificación partidaria determina el voto, se ha observado a
través de la creciente difusión de encuestas, que ésta no presenta actualmente la estabilidad
que caracterizó al modelo en su momento de esplendor. Las fluctuaciones observadas en
general responden a variables de corto plazo en contraposición a la larga duración que
caracterizaba a la noción de identificación partidaria. Es decir, las actitudes que cobran
relevancia en la investigación son las relacionadas más directamente con las campañas
políticas, con los candidatos y temas prevalecientes. Por otra parte, el modelo de
identificación partidaria se ha encontrado con una fuerte limitación empírica en su
incapacidad para explicar el comportamiento electoral de los “votantes independientes” que
constituyen un grupo cada vez más importante del electorado.
Como se pudo observar hasta aquí, el modelo sociológico, referente a variables
estructurales, sociales y demográficas, se mantuvo mientras las elecciones mostraban
estabilidad y los canales de comunicación reflejaban en gran medida las opiniones de
19 Sin embargo se entiende que desde ambos enfoques se postula la determinación estructural del comportamiento electoral, sea o no mediado (y medido) por la identificación de actitudes hacia los objetos políticos.
30
grupos constituidos políticamente. A medida que el voto comenzó a fluctuar la teoría
psicológica se mostró útil para analizar las fuentes de estabilidad (los vínculos afectivos
con partidos políticos) y separar las fuentes de cambio, relacionadas con variables de corto
plazo (las actitudes en relación a candidatos y temas de campañas). Sin embargo, si bien la
teoría psicológica logra explicar más acabadamente el comportamiento político, en la
medida en que supera una de las principales limitaciones del enfoque sociológico (explicar
los cambios en el comportamiento electoral cuando los determinantes sociales se mantienen
estables) se encuentra con una fuerte limitación empírica en el evidente desapego partidario
que prevalece en las democracias desarrolladas.
31
c. Elección Racional: mas allá de la paradoja del voto
El enfoque de la elección racional parte de rechazar las teorías tradicionales (teorías
sociológicas y psicológicas) que centran sus explicaciones en variables sociales o de
socialización con partidos políticos, señalando que el mecanismo por el cual se decide el
voto es un cálculo costo-beneficio a partir de la evaluación real o potencial de determinada
fuerza política en el gobierno. En esta perspectiva se da un importante peso a los efectos de
corto plazo en el voto, como ser las fluctuaciones económicas, las crisis políticas o más
directamente elementos específicos de cada elección como son los candidatos y temas
prevalecientes de campaña
El modelo, conocido como “cálculo del voto”, fue inicialmente desarrollado por
Anthony Downs (1957) y reconoce que el elector decide en dos momentos conforme a un
cálculo de utilidad esperada (Downs, 1957). En un primero momento decide votar o
abstenerse en función de los costos o beneficios de acudir a votar. En un segundo momento
decide votar por el candidato más cercano a sus posiciones políticas ideales y del que
espera el mejor desempeño. El acto de votar sería producto de un cálculo sobre los costos o
beneficios, así como de las probabilidades percibidas por el ciudadano de que su voto sea
decisivo en el resultado de la elección. En principio, entonces, la decision de votar se
explica básicamente a partir de 3 parámetros:
1) B= los beneficios (materiales como inmateriales) derivados de que el candidato o
partido preferido por el elector sea elegido.;
2) p = la probabilidad de que su voto determine el resultado de la elección;
32
3) C = los costos de votar, que incluyen el tiempo y dinero invertido en recurrir al
lugar de la votación, más los costos de obtener la información para votar correctamente.
El modelo predice, entonces, que los ciudadanos votan siempre que pB > C
Ahora bien, el modelo de “cálculo del voto”, tal cual fue concebido originalmente
por Downs enfrenta algunos problemas que llevaron a lo que se conoce como “la paradoja
del voto”. Si los componentes esenciales del cálculo del voto son pB el modelo conduce a
que el resultado en elecciones en que no es obligatorio votar será la abstención mayoritaria.
Sin embargo, “desgraciadamente para la teoría, la mayoría de la gente vota” (Criado
Olmos, 2003: 3). Lo que ha llevado a sostener que “este desequilibrio entre lo que predice
la teoría y la realidad observada supone un fracaso empírico para la explicación del voto
desde la teoría de la elección racional”20 (Green y Shapiro 1995: 54-57).
Los intentos por solucionar la paradoja del voto desde dentro del programa de la
elección racional ha generado una importante cantidad de literatura (Criado Olmos, 2003;
Overbye, 2003; Riker, 1995; Aldrich 1995; Ferejohn y Fiorina, 1974). Uno de los intentos
de solución más extendidos es el de la inclusión de un parámetro D que representa la
utilidad que el elector recibe por el hecho de votar en sí. Ya en Downs (1957) estaba
presente la idea de que los sujetos racionales estarían motivados por cierto sentido de
responsabilidad. Riker y Ordeshook (1968, 1973) desarrollan esta intuición inicial
considerando que D representa el valor de cumplir con el deber cívico, así como el valor
20 Si bien no es nuestro objetivo realizar un desarrollo de las “patologías de la elección racional”, ni de los intentos de solución a la “paradoja del voto”, a partir del intento de solucionar algunas de estas cuestiones problemáticas dentro del programa de la elección racional, se encuentra algunas explicaciones del modo en que las opiniones y preferencias se convierten en votos. Para mayor detalle de este debate ver el número 102/103 de Zona Abierta, dedicado “La elección racional y el comportamiento electoral”.
33
derivado de expresar apoyo al sistema político. Este factor es considerado como un
“componentes expresivo” del voto, en el sentido que los electores reciben beneficios por el
hecho de votar independientemente de las consecuencias de su acción. El voto “se convierte
en un acto de consumo en lugar de un acto de inversión” (Fiorina, 1976).
De esta manera, el modelo predice que si pB + D > C el resultado será la
participación de la mayoría.
Green y Shapiro (1995) han criticado esta solución a la paradoja del voto
considerando que incluir un término en el cálculo del voto que implica la gratificación
psicológica derivada del cumplimiento de un deber cívico es una explicación ad hoc y está
fuera del ámbito de la elección racional (1995: 52). De esta manera, si la decisión de votar
depende del término D que refleja la “utilidad expresiva” del voto, se convertiría esta
decisión en una cuestión de “gustos”, y como los modelos de la elección racional no
explican cómo se originan los gustos y preferencias, el voto no puede ser explicado por la
elección racional21.
Otro problema está relacionado con el factor p, dado que en una elección masiva no
existen bases racionales para calcular que un voto determinará la elección, por lo cual si no
puede calcularse el término p tampoco es posible justificar racionalmente el acto de votar.
21 Riker, replica esta crítica diciendo que la teoría de la elección racional no dice nada acerca del tipo de preferencias que debe tener el individuo, solo parte del supuesto de que los individuos saben lo que quieren y tienen la capacidad de ordenar sus preferencias transitivamente. Se trata de actores intencionales cuyas acciones dependen del orden de sus preferencias. Ahora bien, esta asunción de intencionalidad no implica necesariamente que las preferencias deban ser consecuencialistas. No hay nada que excluya preferencias que derivan del hecho en sí de votar. (Riker, 1995).
34
Existen, sin embargo, interpretaciones del modelo del cálculo del voto según las
cuales la decisión de votar puede ser entendida como producto de una elección racional y
no simplemente como una cuestión de gustos (Barry, 1978; Overbye, 1995; Aldrich,
1993)22 y desde una perspectiva más amplia permite entender no solo el abstencionismo en
particular, sino el comportamiento electoral en general. En esta línea, Jonh Aldrich (1993)
toma en cuenta 3 factores para dar un mayor valor explicativo al modelo del cálculo del
voto.
1- Sostiene que el votar o abstenerse es una decisión baja en costos y en beneficios,
por lo que la decisión se realiza casi siempre en “el margen”. Por lo tanto es un error
considerar el voto como un ejemplo arquetípico de los problemas de la acción
colectiva, ya que estos implican siempre altos costos y altos beneficios (Aldrich,
1993: 265).
Esta explicación ha sido acusada de “un tanto desesperada” (Criado Olmos, 2003),
puesto que la solución sería dejar al voto fuera del ámbito de la elección racional, por no ser
un típico problema de acción colectiva. Sin embargo, esta es una crítica parcial (desde mi
punto de vista) ya que no tiene en cuenta los otros 2 factores mencionados por Aldrich, a
partir de los cuales queda claro que la intención no es dejar fuera del ámbito de la elección
racional al voto.
22 Overbye explica esta motivación expresiva del voto desde una aproximación de la elección racional sosteniendo que el voto puede ser visto como una decisión racional de inversión. Pero no de una inversión para conseguir determinado resultado electoral, sino más bien una inversión en un tipo de reputación que los individuos están interesados en mantener (Overbye 2003).
35
2- En esta aproximación a una solución a la paradoja del voto, replanteando el
término p aparece como un elemento central a tener en cuenta el hecho de que la
elección no puede ser entendida de manera aislada de las estrategias de campaña y
del historial de desempeño político del gobierno y de los partidos. En este sentido
se parte de reconocer que la decisión no se realiza en un “vacío político”, sino
tomando en consideración la información proporcionada por las campañas y por
“políticos estratégicos”.
En esta perspectiva, por más que el elector carezca naturalmente de la “base racional”
para realizar el “cálculo de su voto” es el político quien mediante sus decisiones
estratégicas se encarga de ofrecer la cantidad de información que considera necesaria y/o
bajar los costos de votación de acuerdo a cada coyuntura electoral (Aldrich, 1993). Señala
en este sentido, que el papel decisivo de los políticos estratégicos en el cálculo del voto
explica por qué los datos agregados muestran consistentemente un nivel más alto de
participación en las elecciones cerradas, a pesar de que los votantes, según informan las
encuestas, desconozcan el término p, es decir el valor de su voto, en la decisión de votar o
no. (Aldrich, 1993). Los ciudadanos pueden considerar o no importante lo cerrado de las
elecciones, pero los políticos necesariamente lo consideran en sus decisiones estratégicas.
3- Respecto del término D, como vimos, refleja consideraciones de largo plazo, y es
intepretado generalmente como un sentido de deber cívico, de mantenimiento de la
democracia y por tanto no relacionado con las campañas en particular, sino con la
polìtica en general. Aldrich lo reintrepreta argumentando que este término refleja un
sentido de “eficacia externa”: qué tanto siente el ciudadano que el gobierno es capaz
36
de responder a sus demandas y resolver sus problemas. El sentido de eficacia
externa es producto de la historia polìtica, ya que refleja cómo las instituciones y
gobernantes se han desempeñado en el pasado a juicio del electorado. Por lo tanto
este interpretacion está dentro de la elección racional. Si el sentido de eficacia
externa es bajo, el valor del voto disminuye, pues no se derivan beneficios de elegir
a algún candidato en especial.
Este avance en la perspectiva de la elección racional se ajusta perfectamente al
modelo del cálculo del voto de Downs que se basa en el impacto del conocimiento
imperfecto sobre la acción política. Desde un supuesto de conocimiento perfecto ningún
ciudadano podría influir sobre el voto de otro, “cada uno sabe lo que más le beneficia, lo
que el gobierno está haciendo y lo que otros partidos harían si estuvieran en el poder; por lo
tanto la estructura de preferencias políticas del ciudadano le conduce a una decisión no
ambigua sobre cómo debería votar” (Downs, 1992: 98). Desde este supuesto, entonces la
opinión necesariamente es considerada igual al voto (O = V)23. Ahora bien, sabemos que
estamos en un mundo en el que prevalece la información imperfecta, por lo cual como
sostiene Downs, “en cuanto aparece la ignorancia, el claro camino que conduce de la
estructura de preferencias a la decisión de voto se oscurece por falta de conocimiento”
(Downs, 1957). De esta manera, la evidencia creciente de un electorado indeciso, conduce
a la necesidad de producir información para aclarar sus preferencias, tras lo cual surgen los
“persuasores” (en la terminología de Downs o “políticos estratégicos” en la de Aldrich) que
23 Suponiendo que el conocimiento sea perfecto, no habría diferencias en este punto con las teorías tradicionales en el sentido que opinión y comportamiento (voto) se siguen correspondiendo de manera directa. Más adelante regresaré sobre esta cuestión al referirme a la teoría de la preferencia revelada.
37
pueden ser muy efectivos en producir estos hechos. Esta falta de información, crea una
demanda en el electorado que será respondida por los partidos políticos creando una oferta
(Downs, 1957).
De esta manera, un elemento importante a tener en cuenta, como resultado de los
intentos de superación de la “paradoja del voto”, es que se parte de considerar que si bien
las preferencias políticas pueden ser exógenas al juego político, las decisiones electorales
no se dan “en el vacío”, sino que dependen en última instancia de la interacción entre las
preferencias de los votantes, las campañas y las posiciones de los partidos (Robert
Andersen y Anthony Heath, 2001)24.
A esta altura, entonces, estamos abordando el segundo momento que contempla esta
teoría: la dirección del voto.
En este aspecto, como señalamos anteriormente, la teoría supone que los electores
votan al partido que en su programa se aproxima más a sus propias preferencias, valorando
no solo las promesas, sino la probabilidad de que el partido las cumpla, la capacidad de los
candidatos y las posibilidades que tiene de ganar, es decir, predice que el elector votará al
candidato del que espera mejor desempeño en relación con los aspectos que considere más
relevantes para su vida. Los factores claves en la definición de la dirección del voto son,
24 Es importante resaltar que este enfoque permite comprender el sentido “reactivo” del voto, característico de las democracias actuales en las que, según el análisis de Manin emerge el “voto respuesta” en contraposición al “voto expresivo” propio de las democracias clásicas de Partidos que dieron lugar a los enfoques tradicionales de la teoría del voto (modelo sociológico y psicológico). De esta manera los enfoques tradicionales y de la elección racional se diferenciarían también en que los primeros buscan explicar el voto en el sentido de una expresión, ya sea de una identidad de clase o identificación política, mientras los segundos explican la decisión y el sentido del voto como una “respuesta” a la oferta política en cada coyuntura.
38
entonces, las posiciones ideales de políticas de los electores y la manera en que estos
obtienen y utilizan la información respecto a los programas y desempeño esperado de los
candidatos25. De esta manera existen en el marco de la elección racional, distintos enfoques
que buscan interpretar estos y otros factores para explicar la dirección del voto.
En principio se considera que la utilidad que orienta el voto puede ser tanto
económica como no económica, dependiendo de la cuestión que privilegia el votante, así
como del tema que cobre más relevancia pública en la sociedad. El enfoque prevaleciente
en este aspecto fue el que asume a dicha utilidad en términos estrictamente económicos y es
conocido como enfoque del “voto económico”. Este enfoque supone que los individuos
deciden racionalmente su voto calculando el interés de acuerdo a los beneficios o perjuicios
económicos que le ofrece el partido gobernante o la oposición. Sin embargo existen
variadas versiones del voto económico26 que analizan las diferentes orientaciones del
electorado y el tipo de reglas de decisión que siguen para definir el voto. Aquí entran
diversas posibilidades a tener en cuenta:
En una dimensión que la literatura especializada ha organizado como Egotropica vs.
Sociotropica, algunos votantes consideran que lo importante es cómo el gobierno ha
manejado la economía Nacional, mientras que para otros solo importa el impacto personal
25 Como señalamos más arriba, se parte del supuesto de que la decisión de votar se toma en un ambiente de “información imperfecta”, dado que pocos electores invertirán el tiempo necesario en seguir con detenimiento las campañas políticas, evaluar las propuestas y estimar los beneficios derivados de las distintas opciones. Puesto que el voto es una decisión baja en beneficios (entre otras razones porque la probabilidad de que un voto determine la elección es muy bajo), existen incentivos para mantenerse “racionalmente ignorante”.
26 Para un interesante y completo estudio de las diferentes versiones del “voto económico” ver (Etchegaray, 1996) en el que propone explorar la heterogeneidad intrisnseca al modelo del voto económico.
39
de las políticas implementadas. De esta manera, uno de los dilemas que acompaña al voto
es el objeto de referencia: el individuo o la colectividad. Así, las personas usan variados
procesos cognitivos para ahorrar costos de información, evaluando las condiciones
económicas personales y los éxitos o fracasos de la política económica del gobierno en este
aspecto (lo que se ha dado en llamar el “voto bolsillo”) o eligen, no tanto en función de
progresos personales, sino de orden colectivo, tomando en consideración el estado general
de la economía Nacional y las condiciones del conjunto de la población.
Por otro lado se ha considerado que los votantes realizan cálculos haciendo
evaluaciones retrospectivas o prospectivas. En este sentido quienes sostienen la perspectiva
retrospectiva del voto (Fiorina, 1978; V.O. Key 1966) consideran que los electores juzgan
al gobierno anterior por sus resultados y lo castigan votando a la oposición o lo premian
revalidando su mandato (Etchegaray, 1996). De esta manera se podría argumentar
siguiendo a V.O. Key que dado que la única información de que dispone el elector es la que
se refiere a lo que ya realizó el gobierno, es razonable concluir que los votantes deciden en
función de una evaluación primordialmente retrospectiva. Así sostiene que
“los patrones de cambio del voto retratan nítidamente al electorado
como un evaluador de eventos pasados, desempeños pasados, y
acciones pasadas. Este juzga retrospectivamente (…) Los votantes
pueden aprobar o rechazar sobre la base de lo que conocen, pero es
poco probable que se sientan atraídos por promesas” (V.O. Key, 1966).
En un sentido contrario hay quienes se inclinan a sostener que el votante opta por
proyectos de política económica, es decir tomando en cuenta sus expectativas a futuro,
prospectivamente. Downs (1957) plantea que lo racional para el individuo es votar
40
pensando en los resultados futuros, ponderando la capacidad de las fuerzas en competencia
para llevar adelante una política económica positiva27.
Si bien la perspectiva del voto económico se convirtió en un enfoque predominante
en el análisis electoral, presenta algunas limitaciones. En principio, si como dijimos el
modelo de la elección racional plantea que la utilidad que orienta al voto puede ser tanto
económica como no económica, la perspectiva del voto económico tiende a ignorar la
importancia de los temas no económicos lo cual equivale a “descontextualizar el escenario
de la opción electoral” (Etchegaray, 1996). Por otra parte no tiene en cuenta que la
decisión del voto se produce en el medio de una campaña electoral en la que tanto el
gobierno como la oposición apelan a estrategias y mensajes que exeden el terreno de la
acción económica.
Fabián Etchegaría resume esta critica diciendo:
“Al presuponer tácitamente que el proceso de decision electoral se da en
el vacío, sin atender a los antecedentes historico culturales ni a las
campañas públicas, en procura de reclutar y movilizar nuevos apoyos
electorales por parte de las fuerzas en competición, la perspectiva del
voto económico deja abierta un flanco demasiado grande. Si sus
virtudes reside en ofrecer una vision parsimoniosa de cómo actúan los
27 La vinculación entre las percepciones retrospectivas / prospectivas, y personales /sociotrópicas de la economía y el voto dio lugar a una basta literatura sobre el tema que ha conjugado estas dos dimensiones dando origen a lo que se conoce como el “voto campesino” (peasants) y el “voto banquero”(bankers). El voto campesino tipifica a aquellos electores que hacen primar las evaluaciones personales–retrospectivas en su decisión de voto, en tanto que el voto banquero corresponde a aquellos que priorizan las evaluaciones prospectivas acerca de la economía del país.
41
individuos, esto es, votando por el gobierno cuando evalúan
positivamente su gestión y en contra cuando esta deja que desear, sus
falencias son demasiado gruesas para ser ignoradas. (Etchegaray, 1996)
Una interpretación más avanzada28 del voto económico, que recupera las opiniones
tanto retrospectivas como prospectivas respecto de la economía, es la de Jose María
Maravall y Adam Przeworski (1999). Sostienen que incluso si los votantes toman
decisiones con la mirada puesta en el futuro, pueden seguir basando sus previsiones de
modo exclusivo en los antecedentes de gobierno y oposición, simplemente extrapolando el
pasado, pero que los individuos pueden también pensar en el futuro sin hacer inferencias a
partir del pasado, aprovechando los indicios que les proporcionan la campañas u otras
fuentes (1999: 13). De esta manera, los votantes pueden pensar que las dificultades del
pasado fueron necesarias para un prospero futuro (Susan C. Stokes, Adam Przeworski y
Jorge Buendía Laredo 1997) o concluir que aunque el futuro bajo el gobierno actual es
poco prometedor, la oposición empeoraría las cosas; y, a la inversa, que aunque el gobierno
está haciendo las cosas bien, la oposición las haría mejor29. Ahora bien, quizas lo más
28 En el sentido que ofrece una explicación que contempla que la decisión “no se da en el vacío”.
29 Siguiendo a Stokes podemos distinguir diferentes mecanismos interpretativos (tipos) que la gente utiliza para procesar y evaluar información sobre la economía: 1) La gente puede considerar los resultados económicos pasados como buenos, esperar que sean buenos en el futuro y recompensar al gobierno. Puede, por el contrario, ver mal el futuro y apoyar a la oposición. Estas posturas son «normales», al menos normalmente esperadas en el modelo de voto económico 2) La gente puede considerar los resultados económicos pasados como malos, pero creer que mejorarán si al gobierno se le permite continuar en el poder. Por lo tanto, aunque las valoraciones retrospectivas sean negativas, el castigo al gobierno carece de sentido: sus políticas, aunque dolorosas, son la causa de las expectativas optimistas. Estas posturas son «intertemporales»25. 3) La gente puede esperar que el futuro sea malo, al margen de cuáles sean sus valoraciones retrospectivas del pasado. Es decir, puede considerar los resultados económicos pasados y los esperados en el futuro en términos recurrentemente negativos, o creer que se deteriorarán. Pero no responsabilizan al gobierno de estas evaluaciones negativas, cuya causa ven en el legado de la mala gestión
42
interesante para el argumento de esta tesis, es que este planteo sostiene que “la dirección de
la causalidad” opinión sobre la economía-voto “no es obvia” (Jose María Amravall y Adam
Przeworski , 99), ya que estas interpretaciones pueden basarse en la evidencia a la que
tienen acceso los votantes, pero tambien pueden constituir racionalizaciones ex post de
decisiones de voto basadas en compromisos polìticos o ideologías previas. Mediados por la
clase y la ideología, las mismas condiciones económicas pueden tener diferentes
interpretaciones. (Gamacho s.f.).
Concluyen que las reacciones políticas a la economía no se corresponden siempre
con la lógica del voto económico. Aunque las opiniones sobre la economía pueden haber
producido reacciones políticas, estas opiniones también resultan de consideraciones
políticas previas. Los votantes deciden, por las razones que sean, apoyar al gobierno o a la
oposición, y después elijen los argumentos que sostienen su decisión. De esta manera,
ponen en cuestión la relación causal según la cual las opiniones sobre la economía son
útiles para predecir el voto.
Si bien esta interpretacion puede ser cuestionada por recurrir a explicaciones por
fuera del modelo de la elección racional (ya que remitirían a explicaciones de tipo
sociológicas o psicológicas), a pesar de su énfasis individualista, desde la propia teoría
económica de gobiernos anteriores o en fuerzas que escapan al control de cualquier gobierno. Los votantes son pesimistas, pero no castigan al gobierno. La oposición no es una opción mejor. Estas posturas son «exonerativas». 4) Sea como sea el pasado, los ciudadanos pueden pensar que el futuro de la economía será bueno. Pero no recompensan al gobierno por este optimismo: si se espera que la economía funcione bien (y quizás se considere que ha funcionado bien en el pasado), o no relacionan esto con las políticas económicas o simplemente no les gusta el gobierno por cualquier otra razón. Por lo tanto, están inclinados a votar a la oposición. Estas posturas son «de oposición». 5) La gente mira hacia el pasado, escruta el futuro y, cualquiera que sean sus diagnósticos sobre la economía, no extrae ninguna conclusión sobre recompensas o castigos políticos. Estas posturas de duda (o de «indecisión»)28 son, pues, compatibles con diferentes diagnósticos retrospectivos y prospectivos sobre la economía: los ciudadanos pueden ser optimistas o pesimistas sobre el futuro, pero dudan si otra opción política mejorará esta perspectiva de la economía
43
económica se ha dado fundamentos para sostener que el supuesto de la elección racional no
es necesariamente incompatible con las teorías tradicionales del voto. Amartya Sen (1986)
en su crítica a los fundamentos conductistas de la teoría económica o supuestos
conductistas en la descripción del comportamiento efectivo, sostiene que la teoría
económica:
“asigna un ordenamiento de preferencias a una persona, y (…) se
supone que este ordenamiento refleja sus intereses, representa su
bienestar, resume su idea de lo que debiera hacerse, y describe sus
elecciones y su comportamiento efectivo. ¿Podrá hacer todo eso un
ordenamiento de preferencias? Una persona así descripta puede ser
racional en el sentido limitado de que no revele inconsistencias en su
comportamiento de elección, pero si no puede utilizar estas distinciones
entre conceptos muy diferentes, diremos que es un tonto. En efecto, el
hombre puramente económico es casi un retrasado mental desde el
punto de vista social” (Sen, 1986, cursivas en el original)
En el fondo de esta crítica se encuentra un cuestionamiento a la “teoría de la
preferencia revelada”, para la cual si se observa que la persona A escoge x y rechaza y, se
declara que tiene una preferencia “revelada” por x sobre y. La utilidad de la persona A se
definiría simplemente como una representación numérica de esta “preferencia”, asignando
una utilidad mayor a la opción “preferida”. Desde una definición como esta no se podría
dejar de maximizar la propia utilidad, excepto por obra de la inconsistencia (Sen, 1986,
181-182). Este enfoque es muchas veces asociado a “la elección racional” ya que como
Amartya Sen (1986) reconoce:
44
“En este enfoque se consideran racionales las elecciones de una persona
si, y solo si, todas estas elecciones pueden explicarse en términos de
alguna relación de preferencia consistente con la definición de la
preferencia revelada, es decir, si todas sus elecciones pueden explicarse
como la elección de opciones «preferidas por encima de todas» con
respecto a una relación de preferencia postulada. La justificación de este
enfoque parece basarse en la idea de que solo puede entenderse la
preferencia real de una persona si se examinan sus elecciones electivas,
y no puede entenderse la actitud de una persona hacia las opciones en
forma independiente de la elección”
La solución que encuentra Sen (1986) para seguir explicando el comportamiento
racional sin necesidad de recurrir a la preferencia revelada es la de considerar al
“compromiso”30 en el marco de la elección racional. El compromiso implica la posibilidad
de la elección en contra de las propias preferencias “lo que destruye el supuesto crucial de
que una opción escogida debe ser mejor que las otras, para que la persona la escoja”31. Esta
solución, que podríamos llamar “solución de compromiso” se encuentra en la base de la
mayoría de los intentos de superación de la paradoja del voto y resume uno de los quizás
mayores logros de algunos de estos intentos (al menos en lo que respeta al argumento que
trato de presentar en este trabajo): la posibilidad de que variables sociales y psicológicas
30 “Podemos definir al compromiso en el sentido de que una persona escogerá un acto que en su opinión producirá un nivel de bienestar personal para él menor que otro acto también a su alcance” (Sen, 1986, 188)
31 Esta cuestión es también pertinente para el análisis de la votación estratégica, como veremos enseguida.
45
puedan ser tenidas en cuenta en el mecanismo de la elección racional rompiendo con el
supuesto de que “es natural que se defina lo «preferido» como lo «escogido»” (Sen, 1986)
o, en los términos que venimos planteando en este trabajo, la opinión como voto.
De esta manera, entre los votantes irracionales de la teoría sociológica y psicológica
y los “tontos racionales” (Sen, 1986) de la explicación básica del voto económico
“normal”, podemos encontrar “soluciones de compromiso” que permiten vincular las
teorías tradicionales y de la elección racional y que, si bien desde dentro del modelo de la
elección racional (Overbye 2003), admiten, por ejemplo, la posibilidad de que las
identidades sociales jueguen un papel en la decisión del voto32, de manera que las
preferencias puedan verse determinadas por la posición social de la persona o por
“metapreferencias” u “ordenamiento de ordenamiento de preferencias”33 (Sen 1986).
En una línea de razonamiento similar, Morris Fiorina (1981) reformula la noción de
“identificación partidista” en el marco de la elección racional (poniendo énfasis en sus
aspectos cognitivos, más que afectivos) como una variable producto de la historia política
que considera las “memorias” de las experiencias políticas pasadas de la persona, que son
reevaluadas en el presente. La identificación partidista redefinida sería “la diferencia de las
experiencias del individuo con los partidos políticos, perturbada por un factor ´x´ que
representa los efectos no incluidos directamente en las experiencias políticas de los
32 Otro intento de reconciliar las teorías tradicionales con la elección racional es el de Einar Overbye que desde un modelo principal‐agente ofrece un terreno de dialogo al considerar que si todos somos principales al observar a otros y agentes a los ojos de otros, este tipo de razonamiento agente‐principal coincide con el enfoque sociológico en argumentar que la presión de grupo y las expectativas acerca de una conducta adecuada influye en el comportamiento político (voto).
33 Amartya Sen plantea que “los ordenamientos de la acción”, “metapreferencias” u “ordenamiento de ordenamiento de preferencias”, “pueden utilizarse para describir una ideología particular o un conjunto de prioridades políticas o un sistema de intereses de clase” (Sen, 1986, p. 207)
46
individuos (por ejemplo, la identificación política de los padres” (Fiorina 1981). Esta
identificación partidaria se explica por las evaluaciones que realiza la persona acerca del
desempeño de los partidos políticos en las últimas elecciones. Cuando la persona logra la
conciencia política, ese factor ´x´, representado por la influencia de los padres y otros
agentes de socialización temprana pesan más en la decisión del voto y disminuye a medida
que la persona gana en experiencia, cobrando más relevancia los hechos políticos que el
individuo observa directamente. La identificación partidaria así replanteada, más que
entenderla como determinante de las actitudes políticas (como lo hace la teoría
psicológica), es considerada como los balances continuos que realizan los votantes de las
acciones y resultados de los partidos. A diferencia de las teorías tradicionales (sociológica y
psicológica), para las que la pertenencia a grupos determina tanto las actitudes, como las
opiniones y votos, este enfoque no implica que la decisión del voto se tome considerando
únicamente las actitudes determinadas por la pertenencia a grupos. Esta perspectiva del
modelo de la elección racional contempla que la relación entre preferencias políticas y voto
puede variar de acuerdo al contexto político reforzando la idea de que la decisión del voto
no se da en el vacío y que en la medida en que se modifica la oferta política, puede variar la
relación entre actitudes y voto (Robert Andersen y Anthony Heath, 2001: 176).
Finalmente, otra variante en el modelo de la elección racional sostiene que el voto
no solo es racional, sino en ocasiones, estratégico (Riker, 1995). El voto estratégico
implica votar por el candidato que representa la segunda opción para el votante y que se
percibe con mayores probabilidades de ganar que el candidato de su primera preferencia34.
La evidencia creciente de voto estratégico en diversas elecciones indica efectivamente,
34 Es por esto que el voto estratégico tiene sentido en elecciones que participan más de 2 candidatos
47
como señala Kerpel, que “los votantes realizan cálculos de utilidad esperada, esto es,
estiman las probabilidades de ganar de los distintos candidatos y deciden en consecuencia”
(Kerpel, 1994). El voto estratégico, es quizás también una de las expresiones teóricas más
claras de la elección racional, que sostiene la posibilidad de una diferenciación entre
actitudes, opiniones y voto. En este enfoque se parte de considerar que una persona puede
expresar sinceramente una opinión o su primera preferencia, pero votar estratégicamente
por su segunda preferencia. Del mismo modo puede presentar actitudes que no se
correspondan necesariamente con su voto. Todo ello sucede en virtud de que si bien las
preferencias políticas pueden ser exógenas al juego político, las decisiones electorales
dependen en última instancia de la interacción entre las preferencias de los votantes y las
posiciones de los partidos, favoreciendo explicaciones propiamente políticas, que le dan
cabida al contexto político.
48
PARTE 3: CONCLUSIONES
“Esta identidad se ve oscurecida a veces por la ambigüedad del término “preferencia”, ya que el uso normal de la palabra permite la identificación de la preferencia con el concepto de mejoramiento, y
al mismo tiempo es natural que se defina lo “preferido” como lo “escogido”. No tengo una postura dogmática sobre el uso correcto de la palabra
“preferencia”, y me sentiría satisfecho mientras no se hagan ambos usos simultáneamente, intentando una afirmación empírica por medio
de dos definiciones”. (Sen, 1986: 192)
El propósito de este trabajo fue presentar la relación entre opinión pública y
comportamiento electoral, en principio observando dicha relación en la conceptualización
de la opinión pública y luego analizando las diferentes explicaciones del voto, buscando
indagar y cuestionar la supuesta equivalencia o linealidad de la relación entre ambos
términos.
Opinión pública y comportamiento electoral en la conceptualización de la opinión
pública. Al repasar el concepto de opinión pública se pudo observar que en su teorización,
se identifico opinión pública con comportamiento electoral y opinión (O) con voto (V),
suponiendo que las opiniones se traducen de manera más o menos directa en la conducta.
Se observó así, que desde un enfoque colectivista – racional (cuadro 2. cuadrante I),
la opinión pública es considerada como un producto del debate razonado o, desde un
enfoque colectivista – no racional (cuadro 2. cuadrante II) como un producto de
identificaciones grupales. En cualquiera de los dos enfoques, es asociada al
comportamiento colectivo en general y, en tanto es considerada como público elector, al
comportamiento electoral (O = V). A medida que el concepto de opinión pública se fue
49
individualizando y adaptándose a la investigación empírica, se intentó definir claramente
“opinión” respecto a otros conceptos, principalmente al de “actitud”. Las actitudes fueron
conceptualizadas como una disposición latente o motivo subyacente de las opiniones y
comportamientos, luego como una inclinación afectiva y finalmente como una orientación
general de la conducta. En contraposición las opiniones fueron observadas como productos
manifiestos, decisiones conscientes (cognitivas) y referidas a un tema público concreto. Sin
embargo, en general “opinión” y “actitud” se siguieron utilizando de manera más o menos
idéntica en la investigación y a pesar del esfuerzo por su precisión conceptual, en la medida
que cobro relevancia una concepción individualista producto de un enfoque psicosocial y
del predominio de las encuestas de opinión, en el concepto de opinión pública se consolido
la identificación entre opinión – actitud y voto (O = V).
Una vez identificada la vinculación de ambos términos en el desarrollo conceptual
de “opinión pública” nos preguntamos acerca de ¿cómo se traducen las opiniones en votos?
Dimos cuenta, entonces, que la problematización de la relación opinión pública – voto se
encuentra recorrida, independientemente de la naturaleza colectiva o agregada del concepto
de opinión pública, por un debate mayor que enfrenta a “optimistas” y “pesimistas”
respecto de sus características esenciales. Más allá de que sea considerada individual o
colectiva, el debate de fondo es si esta es racional o irracional (cuadro 1).
Cuadro 1
COLECTIVISTA
INDIVIDUALISTA
RACIONAL
Consenso Optimista
CONSENSO OPTIMISTA
NO RACIONAL
Consenso pesimista
CONSENSO PESIMISTA
50
Desde el consenso pesimista, se planteó como un argumento central la falta de
información que poseen los ciudadanos para poder dar una opinion racional. De esta forma,
al explicar el modo en que los ciudadanos traducen estas opiniones irracionales en voto los
investigadores pertenecientes a esta corriente recurrieron a razonamientos determinísticos,
tanto sociológicos como psicológicos. Así, en la medida que las opiniones y preferencias
políticas que se expresan en el voto se entienden más en función de determinates sociales,
disposiciones y afectos, opinión y voto son considerados equivalentes (O = V). Para el
consenso optimista, en cambio, las opiniones son “informadas” y fundan su racionalidad en
la disponibilidad de la información de la que efectivamente gozan los ciudadanos. La
racionalidad es una de las propiedades distintivas de la opinión pública y en la medida que
se le reconoce al individuo la capacidad de opinar (y actuar) racionalmente, abre la puerta
para cuestionar la linealidad de la relación.
De las opiniones al voto. Finalmente, se exploró el modo en que se explica el
comportamiento político. Vimos en principio que la teoría sociológica explicó al
comportamiento electoral como determinado por variables sociales. En este enfoque, las
identidades de grupo afectan a las actitudes y opiniones y estas a su vez al voto.
Por otro lado, la teoría psicológica del voto, desde una perspectiva individualista –
no racional (cuadro 2. cuadrante III) a pesar de que comenzó a darle un lugar al individuo,
enfocándose en las actitudes (producto del proceso de socialización) como determinante del
voto, en la medida que considero las opiniones como una simple manifestación verbal de
actitudes subyacentes, tampoco logro diferenciar opinión de voto (O = V). Esta explicación,
51
si bien implica que la relación entre la pertenencia al grupo y las actitudes sea similar a la
que se da entre la pertenencia al grupo y el voto (modelo sociológico) considera la
posibilidad de que diferentes contextos políticos induzcan relaciones entre grupos y
actitudes diferentes a las postuladas por el enfoque sociológico. De esta manera, a medida
que el voto comenzó a fluctuar, la teoría psicológica se mostró útil para analizar las fuentes
de estabilidad (los vínculos afectivos con partidos políticos) y separar las fuentes de
cambio, relacionadas con variables de corto plazo (actitudes en relación a candidatos y
temas de campañas).
Lo expuesto hasta aquí lo podemos observar de manera esquemática y resumida en
el siguiente cuadro, en el que se muestra que los enfoques presentados, referidos a los
cuadrantes I, II y III plantean una relación equivalente entre opinión y voto (O = V).
Cuadro 2
COLECTIVISTA
INDIVIDUALISTA
RACIONAL (Consenso Optimista)
I
Racional / Colectivista
(Modelo sociológico Discursivo de lo Público)
Habermas
IV
Racional / Individualista
(Elección racional) Downs
NO RACIONAL (Consenso Pesimista)
II
No racional / Colectivista
(Identificaciones Grupales) Berelson
III
No racional / Individualista
(Identificación partidaria) Converse
Como conclusión de lo expuesto a lo largo de este trabajo, es posible sostener que a
medida que se le da mayor cabida al contexto político en la explicación del comportamiento
52
electoral y que se le reconoce la capacidad de optar racionalmente a los ciudadanos,
opinión y voto pueden dejar de considerarse necesariamente en una relación de
equivalencia. Como se muestra en el cuadro 3, la perspectiva individualista – racional
(cuadrante IV), base de las explicaciones del voto desde el modelo de la elección racional,
es el enfoque que permite tomar en cuenta la diferencia.
Cuadro 3
COLECTIVISTA
INDIVIDUALISTA
RACIONAL (Consenso Optimista)
I O = V
IV O ≠ V
NO RACIONAL (Consenso Pesimista)
II O = V
III O = V
Finalmente, si las teorías sociológicas y psicológicas consideran lineal la relación
entre opiniones y votos, vemos que el enfoque de la elección racional, si bien recibió
fuertes criticas según las cuales tendría limitaciones para explicar el comportamiento de
voto (la paradoja del voto), en su intento de dar respuestas a estas críticas sentó las bases
teóricas para observar las diferencias.
A partir de considerar que la decisión de voto “no se da en el vacío”, criticando los
“supuestos conductistas”, desde los que en principio teorías como las del “voto económico”
intentaron explicarlo, la elección racional avanzó en perspectivas teóricas que tienen puntos
de contacto con las teorías tradicionales del voto.
53
Una solución de compromiso. Llegados a este punto y concluyendo, retomo las
palabras citadas de Amartya Sen que encabezan este apartado, en las que advierte de la
ambigüedad del término “preferencia”, que se identifica con el concepto de mejoramiento,
y al mismo tiempo iguala lo “preferido” con lo “escogido”. Sen (1986) termina esta idea
diciendo que:
“La conexión básica entre el comportamiento de elección y el logro del
bienestar en los modelos tradicionales se rompe en cuanto se admite el
compromiso como un ingrediente de la elección” (1986: 164, las
cursivas son mías)
Del mismo modo se puede reconvertir estas palabras y decir que la conexión básica
entre las opiniones y el voto se rompe en cuanto se admite que variables sociales o
psicológicas sean tenidas en cuenta en el marco de la elección racional.
De esta manera, entre los votantes irracionales de la teoría sociológica y psicológica
y los “tontos racionales” de la explicación básica del voto económico, podemos encontrar
soluciones de compromiso que, sin salirse del marco de la elección racional, admiten, por
ejemplo, la posibilidad de que las identidades sociales jueguen un papel en la decisión del
voto. En este sentido las preferencias pueden verse relacionadas con la posición social de la
persona o con “ordenamientos de ordenamientos de preferencias”, reforzando la idea de
que la decisión del voto no se da en el vacío y poniendo en evidencia el valor de tomar en
cuenta el contexto político a partir del cual se pueda observar la variación de la relación
entre las actitudes, las opiniones y el voto.
54
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