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Historia Contemporánea
Carrera: Historia
2013
Apunte: Parte II
(1º Parcial, Practicos 3, 4 y 5)Busca tus apuntes digitalizados en: www.biblioceffyh.com
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Apunte de Historia Contemporánea
Parte II (material para el segundo parcial y prácticos III, IV y V)
Profesor Adjunto a cargo de la cátedra: Dr. Daniel F. Gaido
Profesores Asistentes: Jorge Santarrosa y Carlos Mignon
Escuela de Historia (UNC)
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U
REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCION EN
ESPAÑA. LA GUERRA CIVIL
FELIX MORROW
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Introducción
Las trincheras de los soldados fascistas y las de los milicianos están unas junto a otras. A
través de ellas, en un alto de la lucha, discuten a gritos:
“Vosotros sois hijos de campesinos y de obreros”, grita un miliciano. “Vosotros deberíais
estar aquí con nosotros, luchando por la república, donde hay democracia y libertad.”
La respuesta no se hace esperar; es el argumento con el cual el campesino ha contestado a
todo llamamiento reformista desde la llegada de la república en 1931:
“¿Te ha dado de comer la república? ¿Qué ha hecho la república por nosotros para que
debamos luchar por ella?” En este pequeño incidente, aparecido casualmente en la prensa, se
encuentra la esencia del problema de la guerra civil.
El campesinado, el 70 por 100 de la población, tiene aún que ser ganado para la causa del
proletariado. No jugó ningún papel en la implantación de la república en 1931. Su pasividad y
hostilidad condujo al triunfo de la reacción en noviembre de 1933. Menos en Cataluña y en
Valencia, donde el proletariado se ha declarado en favor de confiscar la tierra y se la está
entregando al campesino, y en partes de Andalucía, donde los jornaleros se han apoderado de la
tierra, las masas del campesinado no se han levantado a luchar junto a la clase obrera.
Nunca se ha ganado una guerra civil tan profunda como la española sin presentar un
programa social revolucionario. Sin embargo, el único programa de la coalición gubernamental,
encabezada por Caballero, es un programa meramente militar. “Sólo después de la victoria
podremos defender los problemas sociales y políticos de los distintos grupos que componen el
Frente Popular”, dice un portavoz gubernamental, (New York Times, 20 de septiembre). “Sólo hay
un punto en nuestro programa: obtener la victoria.” Sin embargo, la consigna de la coalición
gubernamental “Defiende la república democrática”, sí que contiene un programa social; pero es el
programa reformista de defender el “bondadoso” instrumento político del modo de producción
burgués.
En la gran Revolución francesa, la consigna “Libertad, Igualdad y Fraternidad” significaba,
concretamente, tierra para los campesinos, libertad para los siervos, un nuevo mundo de trabajo y
enriquecimiento, arrebatar el poder económico de los opresores feudales y poner a Francia en las
manos de la burguesía revolucionaria. En la Revolución rusa, la consigna “Tierra, Pan y Libertad”
unió con éxito al pueblo contra Kornilov y Kerensky porque significaba la transformación de
Rusia. El proletariado español o elabora igualmente consignas revolucionarias o no ganará la guerra
civil.
El proletariado catalán ya ha reconocido esta gran verdad. Su programa revolucionario no
permanecerá confinado dentro de sus propias fronteras. Hoy mismo han llegado noticias de que
otro partido del Frente Popular, el Partido Sindicalista, formado después de la insurrección de
octubre por anarcosindicalistas que reconocían la necesidad de participar en la vida política, han
exigido un programa socialista para continuar la guerra civil.
El gobierno de Caballero, la “extrema” izquierda del Frente Popular, es en sí una prueba,
aunque tergiversada, de que las masas no lucharan por mantener el capitalismo. Pero los éxitos
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anteriores de Caballero no pueden y no sustituirán el contenido definido de un programa de
socialismo revolucionario.
En las siguientes páginas se relata la rica historia de la experiencia revolucionaria que cinco
cortos años han brindado al proletariado español. Aparte de la sabiduría que ha logrado en tan
extraordinaria y concentrada experiencia, el proletariado español está aprendiendo a tomar en sus
manos su propio destino. A las lecciones de la Revolución rusa se añaden ahora las igualmente
profundas lecciones de la Revolución española.
New York, 22 de septiembre de 1936.
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La guerra civil en España
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I. El nacimiento de la república. 1931
“Gloriosa, incruenta, pacífica, armoniosa” fue la revolución del 14 de abril de 1931. Dos días
antes el pueblo había votado la coalición republicano-socialista en las elecciones municipales; esto
fue suficiente para terminar con Alfonso. La república española llegó tan fácilmente... Su
advenimiento, sin embargo, fue casi el único hecho incruento conectado con la revolución antes o
desde 1931.
Durante un siglo España había intentado crear un nuevo régimen. Pero la parálisis de siglos
de decadencia senil desde los días del imperio habían frustrado cualquier intento. La historia de las
derrotas y sus castigos fue sangrienta. Cuatro revoluciones importantes antes de 1875, seguidas por
cuatro terrores blancos, fueron simplemente crescendos en una sinfonía casi continua de revueltas
campesinas y motines militares, guerras civiles, insurrecciones regionalistas, pronunciamientos del
ejército complots de las camarillas cortesanas.
Cuando la burguesía moderna irrumpió tardíamente en escena, no pasó a preparar la
revolución burguesa. El transporte y la industria moderna datan de la guerra hispanoamericana, que
trajo a España un nuevo fermento. Los años 1898-1914 son llamados del “renacimiento nacional”
(fueron también los años de penetración del capitalismo mundial en la India). Los industriales
españoles y catalanes que florecieron en esas dos décadas rivalizaban en lealtad a la monarquía con
las más antiguas familias propietarias de la tierra. Algunos —como el conde de Romanones- fueron
ennoblecidos, compraron grandes extensiones de tierra y combinaron en sus propias personas la
antigua y la nueva economía; otros fortalecieron los lazos entre ambas a través de hipotecas y
matrimonios con la aristocracia. El rey mantuvo los atavíos feudales, pero apenas tuvo reparos en
asociarse con la burguesía en sus aventuras económicas más dudosas. Buscando nuevos campos de
explotación, la burguesía obtuvo de Alfonso la campaña y conquista de Marruecos, comenzada en
1912. Con la rentable neutralidad de España durante la guerra mundial, Alfonso logró el apoyo de la
burguesía, que durante cuatro años encontró el mercado mundial abierto a sus mercancías.
Cuando después de la guerra los imperialistas recuperaron el mercado, el proletariado catalán
y español emprendió grandes luchas y los campesinos y obreros no respetaban al régimen a raíz de
los desastres militares en Marruecos, los industriales catalanes financiaron el golpe de Primo de
Rivera.
El programa del dictador, de obras públicas y control de precios, prohibición de los
anarcosindicalistas y los comités paritarios obligatorios para los sindicatos socialistas, dio un nuevo
ímpetu a la industria y Rivera y Alfonso obtuvieron la adulación más ferviente de la burguesía. La
crisis mundial truncó la prosperidad española y Rivera cayó, junto con la peseta, en enero de 1930.
Pero la burguesía, en su mayor parte, todavía se aferraba a Alfonso. Así, el 28 de septiembre de
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1930, en un acto de masas contra la política del gobierno, Alcalá Zamora, que iba a presidir la
república, pudo aún terminar su discurso con una alabanza a la corona.
Mientras tanto, en mayo de 1930 los estudiantes y obreros de Madrid habían enarbolado
banderas rojas y republicanas. Se produjeron disparos en los enfrentamientos con la policía. En
septiembre los socialistas y la UGT pactaron con los grupos republicanos para terminar con la
monarquía: huelgas generales revolucionarias se sucedieron en Sevilla, Madrid, Bilbao, Barcelona,
Valencia, con gravísimos encuentros con las fuerzas armadas en cada caso. La sublevación de
soldados del 12 de diciembre, realizada precipitadamente antes del momento planeado, frustró un
levantamiento de obreros que debía coincidir con un motín republicano en el ejército; pero la
ejecución de los líderes provocó la firma de un manifiesto por los dirigentes republicanos y
socialistas que anunciaba el siguiente objetivo: La inmediata instauración de la república. Los
firmantes fueron encarcelados en la Prisión Modelo, de Madrid, que se volvía así el centro de la vida
política española. El intento desesperado del primer ministro Berenguer de establecer unas Cortes,
basadas en el viejo modelo, de apoyo a Alfonso, fue derrotado por el boicot republicano-socialista;
Berenguer dimitió. Las elecciones municipales demostraron que las masas estaban con la república.
Sólo en este último momento los industriales, atemorizados por las huelgas generales, el
progresivo aumento de armas en poder de los obreros que se realizaba abiertamente y por la
amenaza socialista de una huelga general nacional, decidieron que la monarquía era un sacrificio
barato que había que hacer a los lobos revolucionarios. Entonces, y sólo entonces, cuando el mismo
Alfonso aceptaba que luchar era inútil, la burguesía aceptó la república.
El espíritu de la nueva república se caracteriza por el hecho de que el más antiguo y el mayor
de los partidos republicanos, el Partido Radical de Lerroux, no hizo nada para traerla y pronto se
alió con los monárquicos. Los cargos contra este partido, de sobornos, chantajes, engaños y estafas,
llenan tres décadas del parlamentarismo español. Los demagogos del Partido Radical sirvieron a la
monarquía en su lucha contra el nacionalismo catalán. El robo y el chantaje que hicieron famosos a
sus homónimos francesas (ahora encabezando el Frente Popular) empalidecen al compararlos con
las atrevidas campañas que los radicales españoles dirigieron contra banqueros e industriales y que
terminaron repentinamente, en cada caso, al ser entregado silenciosamente el esperado y abultado
sobre. Dentro del Partido Radical, el método de polémica normal eran mutuas acusaciones de
corrupción y chantaje. A causa de su historia, extremadamente sucia, y a pesar de ser el partido
burgués republicano más antiguo y más numeroso, hubo una oposición fortísima a que participara
en el primer gobierno republicano. Esta oposición vino hasta de los católicos que, como Alcalá
Zamora, al principio estaban seriamente a favor de la república y que, al haber sido ministros de la
monarquía, sabían muy bien cómo Alfonso había utilizado a los radicales.
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A pesar de tener muchos partidarios entre la burguesía, por ser el partido republicano más
conservador, los radicales de Lerroux no lograron un liderazgo político. Se ocupaban en buscar
puestos lucrativos. El horror, compartido por igual por otros republicanos y socialistas, de que
cualquier escándalo alcanzara a la joven república, tuvo una influencia terriblemente represiva para
los radicales.
Fueron más felices cuando rápidamente abandonaron el gobierno y se aliaron con los
clericales de Gil-Robles. ¡Los radicales, cuya principal mercancía en venta había sido el
anticlericalismo!
Los otros partidos republicanos, menos la izquierda catalana, que tenía campesinos entre sus
filas, eran meras componendas creadas para las elecciones de abril y sin apoyo de masas, ya que la
clase media baja española es insignificante e impotente.
El único apoyo real para la república venía, entonces, del proletariado socialista y sindicalista.
Este hecho significaba que la república sólo podía ser la transición a una lucha por el poder entre la
reacción monárquico-fascista y el socialismo. En España no tenía sentido, en esta tardía etapa, la
república democrática.
Sin embargo, desafortunadamente, la dirección socialista no se preparó para esta lucha. Por el
contrario, compartió el proyecto pequeño-burgués de los “azañas”.
Este proyecto fue elaborado explícitamente en la Revolución francesa de 1789. Se suponía
que España tenía ante sí una larga etapa de desarrollo pacífico, en el cual las tareas de la revolución
burguesa serían realizadas por los socialistas aliados con los obreros. Después de esto -décadas
después de 1931- la república se transformaría en una república socialista. ¡Esto es demasiado
lejano!, pensaban los líderes socialistas: Prieto, Caballero, De los Ríos, Basteiro, Del Bayo,
Araquistáin, quienes habían ya llegado a la edad madura, como mínimo, bajo el régimen casi asiático
de la monarquía. Madrid, bastión del socialismo, era aún, en parte, la ciudad de artesanos de
principios de siglo; su socialismo era una mezcla del reformismo provinciano de Pablo Iglesias, su
fundador, y de la peor socialdemocracia alemana: la de la postguerra.
La otra corriente importante en el proletariado español, el anarcosindicalismo, que disponía
en la CNT de alrededor de la mitad de la fuerza que tenía la UGT, el sindicato socialista, dominaba
Barcelona, moderna ciudad industrial, pero había cambiado poco desde su origen en el Congreso de
Córdoba en 1872. Apolítico, sin remedio, no jugó ningún papel en la llegada de la república; luego
viró, en los días de luna de miel, hacia una postura de apoyo pasivo, que se transformó en un
putschismo salvaje tan pronto como la atmósfera rosa desapareció. España no encontraría su liderazgo
político aquí. Fueron necesarios cinco años de revolución para que el anarcosindicalismo rompiese
con su negativa doctrinaria a entrar en el juego político y luchar por un estado de obreros.
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La construcción de la Unión Soviética -país campesino, como España- y sus logros
alcanzaron un gran eco popular. Pero la metodología bolchevique de la Revolución rusa era
prácticamente desconocida. La formación teórica del socialismo español había producido sólo una
pequeña escisión bolchevique en 1918. Los progresos que ésta había logrado en
1930 fueron truncados por la expulsión por la Komintern de prácticamente todo el partido, por
trotskista, “derechista” y otras herejías. A pesar del amplio apoyo que la Komintern brindó al PC
oficial, éste no desempeñó ningún papel importante en el período inmediato. En marzo de 1.932 la
Komintern descubrió una nueva herejía y expulsó de nuevo a toda la dirección. Siguiendo su
ideología del “tercer período” (1929-1934), los estalinistas se opusieron a los frentes unitarios con
organizaciones anarquistas y socialistas, a las que consideraban gemelas del fascismo; formaron
vacíos “sindicatos rojos” opuestos a la CNT y a UGT; hicieron vacuos alardes de que estaban
formando soviets campesinos, en un momento en que no tenían seguidores entre el proletariado, que
es quien debe dirigir tales soviets. Agitaban a favor de la “revolución democrática de obreros y
campesinos” -concepto repudiado por Lenin en 1917-, diferenciándola de las revoluciones
burguesas y proletarias, confundiendo así, sin remedio, las tareas de luchar por el apoyo de las masas
y la ulterior lucha por el poder. Los estalinistas abandonaron el confusionismo del “tercer período”
en 1935, para levantar el desacreditado “Frente Popular”, política de coaliciones con la burguesía.
Del principio al final jugaron un papel profundamente reaccionario.
La verdadera tradición bolchevique fue representada coherentemente en España sólo por un
pequeño grupo, la Izquierda Comunista, simpatizante del movimiento “trotskista” internacional.
Trotsky mismo escribió dos importantes panfletos, La revolución en España, algunos meses antes de la
llegada de la república; La revolución española en peligro, poco después, y varios artículos a medida que
los hechos se desarrollaban. Nadie puede entender la dinámica de la revolución española sin leer los
proféticos análisis de Trotsky. En cada cuestión básica los hechos han refrendado sus escritos.
Rebatió las doctrinas pseudojacobinas del socialismo oficial con una demostración marxista-
leninista, rico en análisis concretos de las condiciones españolas, de la imposibilidad de que la
república burguesa realizara las tareas democráticas de la revolución. A las tonterías
pseudoizquierdistas de los estalinistas opuso el programa concreto con el cual un partido
revolucionario podía ganarse las masas españolas y conducirlas a una revolución victoriosa.
Pero la Izquierda Comunista era un pequeño grupo y no un partido. Los partidos no se
construyen, ni siquiera en una situación revolucionaria, de la noche a la mañana. Un grupo no es un
partido. La Izquierda Comunista, desgraciadamente, no comprendió esto, y no siguió a Trotsky en
su valoración del significado profundo-del giro izquierdista entre las filas socialistas, después de que
los hechos confirmaron las predicciones de Trotsky. A este “izquierdismo” siguió una línea
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oportunista que condujo a firmar el programa del Frente Popular. Sólo después de comenzar la
actual guerra civil, los anteriores trotskistas (ahora en el POUM) volvieron a una línea bolchevique.
Así el proletariado, cuando llegó la república, carecía de una dirección que le preparase para
sus importantes tareas. ¡Hubo de pagar muy caro por este vacío!
II. Las tareas de la revolución
democrático-burguesa
La república burguesa se enfrentó a cinco grandes tareas; habían de ser resueltas o el régimen
daría paso a la reacción monárquica o fascista, o a una nueva revolución y a un estado de
trabajadores.
1. La cuestión agraria
Más de la mitad de la renta nacional, casi dos tercios de las exportaciones y la mayor parte de
los ingresos fiscales internos, provenían de la agricultura; el 70 por 100 de la población era rural. La
agricultura se convertía así en el problema clave para el futuro de España.
La distribución de la tierra es la más desigual de Europa. Los terratenientes poseen un tercio
de la tierra, en algunos casos, con fincas que cubren la mitad de una provincia. El grupo de
“medianos propietarios”, más numeroso que el de los terratenientes, posee otro tercio, también en
grandes extensiones cultivadas por aparceros y jornaleros. El tercio restante pertenece a los
campesinos, la mayoría dividido en explotaciones equipadas de forma primitiva, de cinco hectáreas o
menos de secano, tierra pobre, insuficiente para mantener a sus familias. Si el campesino dispone de
buenas tierras -extensiones hortícolas en la costa mediterránea-, éstas están divididas en parcelas del
tamaño de un pequeño jardín.
Cinco millones de familias campesinas pueden dividirse en tres categorías:
-Dos millones poseen extensiones insuficientes. Sólo en las provincias del Norte hay algunas
familias campesinas que llevan una existencia moderadamente confortable. La gran mayoría de estos
millones de “propietarios” se mueren de hambre igual que los que no poseen nada de tierra,
teniendo que trabajar de jornaleros siempre que pueden.
-Un millón y medio de aparceros dividen la cosecha con el propietario de la tierra, sujetos a
una triple opresión: la del propietario, la del usurero que financia la cosecha y la del comerciante que
la compra.
-Un millón y medio de jornaleros venden su fuerza de trabajo a jornales increíblemente bajos
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y, en el mejor de los casos están en paro durante noventa a ciento cincuenta días por año. Un buen
jornal es de seis pesetas por día.
La explotación del trabajo se complementa con el expolio impositivo. Del total de impuestos
recaudados en el campo en el primer año de la república, más de la mitad provenían de los
campesinos propietarios.
Las condiciones bajo las que viven millones de familias es indescriptible. Algo comparable se
puede encontrar en Oriente, en las condiciones de vida del campesino chino e hindú. Morirse de
hambre entre las cosechas es un proceso normal. La prensa española, en estas ocasiones, informa
repetidas veces que en comarcas enteras los campesinos se alimentan de raíces y de hierbas silvestres
cocidas. Revueltas desesperadas, saqueos de grano, ataques a almacenes de víveres y períodos de
lucha semibandolera han formado parte de la historia de España durante un siglo. En cada ocasión
se demostró, una vez más, que el campesinado disperso, sin ayuda de las ciudades, no podía
liberarse.
Las últimas décadas hostigaron al campesino. Los serenos años de la guerra mundial, 1914-
1918, dieron a la agricultura española la oportunidad de entrar en el mercado mundial y de obtener
altos precios. El alza resultante en el precio de los productos y de la tierra fue capitalizada en
efectivo por los terratenientes a través de hipotecas. Los campesinos apenas obtuvieron beneficios.
Sin embargo, el peso del hundimiento de la agricultura, al terminar la guerra, recayó sobre los
campesinos. La crisis de la agricultura, parte de la crisis mundial, agravada por los obstáculos
arancelarios establecidos por Inglaterra y Francia contra la agricultura española, llevó al campesino a
tal estado que, en 1931, en regiones enteras había peligro de exterminación por hambre; y un
ejército permanente de parados en el campo.
La única solución de esta situación deplorable era la inmediata expropiación de los dos tercios
de tierra en manos de los propietarios (grandes y “medianos”) y su distribución entre el
campesinado. Aun esto no sería suficiente. Excepto en las regiones hortícolas del Mediterráneo, los
métodos de cultivo utilizados son primitivos. El rendimiento por hectárea es el más bajo de Europa.
Los métodos intensivos de agricultura, que requieren formación técnica, herramientas modernas,
fertilizantes, etc., e implican una ayuda estatal sistemática a la agricultura, tendrían que completar la
distribución de la tierra,
La propiedad feudal de la tierra en Francia fue destruida por los jacobinos, favoreciendo las
relaciones de producción capitalistas. Pero en España, en 1931, la tierra ya se explotaba bajo
relaciones capitalistas. Hacía tiempo que la tierra era enajenable, comprada y vendida en el mercado;
por tanto, hipotecable y endeudable. Por consiguiente, confiscar la tierra significaría confiscar el capital
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bancario, e implicaría un golpe de muerte al capitalismo español, agrícola e industrial.
De este hecho evidente, la coalición gubernamental llegó a la conclusión de que entonces la
tierra no podía confiscarse. En su lugar elaboró extensos e inútiles planes, de acuerdo con los cuales
el gobierno, a través del Instituto de Reforma Agraria, debía comprar extensiones de tierra y
parcelarlas para arrendárselas a los campesinos. Como España es un país empobrecido, con un
estado de pocos recursos, este proceso sería necesariamente muy largo. Los propios cálculos
gubernamentales demostraron que este método de distribuir la tierra después de comprarla y
arrendarla a su vez duraría, al menos, un siglo.
2. El desarrollo de la industria española
Si la coalición republicano socialista no podía resolver el problema agrario, ¿podía desarrollar
las fuerzas productivas de la industria y el transporte?
Comparada con la industria de las grandes potencias imperialistas, España está muy atrasada.
¡Sólo 8.500 millas de vía férrea en un país más grande que Alemania! En 1930 suponía el 1,1 por 100
del comercio mundial, un poco menos de lo que suponía antes de la guerra.
La etapa de desarrollo de la industria española fue corta: 1898-1914. El desarrollo de la
industria en los años de la gran guerra se transformó en una fuente de dificultades posteriores. El fin
de la guerra provocó que la industria española, infantil y sin el respaldo de una potencia fuerte,
pronto se quedará atrás en la carrera imperialista por los mercados. Ni siquiera el mercado interno
pudo ser preservado para su propia industria. El control de precios de Primo de Rivera provocó
represalias de Francia e Inglaterra contra la agricultura española. Como ésta suponía de un tercio a
los dos tercios de las exportaciones, la medida conllevó una terrible crisis agrícola, seguida del
derrumbe del mercado interior para la industria. Esta crisis, en 1931, fue el anuncio de la república,
Estos hechos saltaban a la vista, pero la coalición republicano-socialista repetía, como si fuera
una fórmula mágica, que España estaba en el comienzo del desarrollo capitalista, que de alguna
forma desarrollarían la industria y el comercio, que la crisis mundial se solucionaría, etc. La república
encontró casi un millón de parados entre obreros y campesinos; antes de finales de 1933 eran un
millón y medio que, junto con las personas que de ellos dependían, suponían el 25 por 100 de la
población.
Con lógica de hierro los trotskistas demostraban que la débil industria española, bajo
relaciones capitalistas, sólo puede desarrollarse en un mercado mundial en expansión, y el mercado mundial se ha
reducido progresivamente; la industria española sólo puede desarrollarse bajo la protección de un monopolio del comercio
exterior; pero la unión del capitalismo mundial en España y la amenaza de Francia e Inglaterra sobre
las exportaciones agrícolas significaban que un gobierno burgués no podía crear un monopolio de
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comercio exterior.
Si el retraso de la industria española impidió su desarrollo posterior bajo el capitalismo, ese
mismo retraso (como el de Rusia) ha provocado la concentración del proletariado en grandes
empresas en unas pocas ciudades. Barcelona, el puerto y centro industrial más importante, junto a
las ciudades industriales de Cataluña, concentran el 45 por 100 de la clase obrera española. Vizcaya,
Asturias y Madrid, la mayor parte del resto. España, en conjunto, tiene menos de dos millones de
obreros industriales, pero su peso específico, por su concentración, es comparable al del proletariado
ruso.
3. La Iglesia
La separación de la Iglesia y el estado no era una tarea meramente parlamentaria. Para lograr
la separación, la Revolución francesa confiscó las tierras de la Iglesia, alentó a los campesinos a
apoderarse de ellas, disolvió las órdenes religiosas, confiscó las iglesias y su riqueza y durante
muchos años ilegalizó y prohibió el ejercicio del sacerdocio. Sólo entonces la aún inadecuada
separación de la Iglesia y el estado fue llevada a cabo en Francia.
En la España de 1931 el problema era todavía más urgente y acuciante. La Iglesia, por su
pasado, sólo podía ser un mortal enemigo de la república. Durante siglos la Iglesia había impedido
cualquier tipo de progreso. Hasta un rey tan católico como Carlos III se había visto obligado a
expulsar a los jesuitas en 1767; José Bonaparte tuvo que disolver las órdenes religiosas y el liberal
Mendizábal las suprimió en 1835. La Iglesia había aniquilado todas las revoluciones del siglo XIX;
como respuesta, cada revolución, cada avance en la vida española, había sido necesariamente
anticlerical. Incluso el rey Alfonso, después de las revueltas en Barcelona en 1909, tuvo que anunciar
que “daría cauce a las aspiraciones populares de reducir y regular el excesivo número de órdenes
religiosas” y que establecería la libertad religiosa. Sin embargo, Roma cambió la decisión de Alfonso.
Cada intento de ampliar las bases del régimen fue frustrado por la Iglesia, la última vez en 1923,
cuando vetó la propuesta del primer ministro, marqués de Alhucemas, de convocar Cortes
Constituyentes, y apoyó la dictadura. No es extraño, entonces, que cada período de agitación desde
1912 haya sido seguido por quema de iglesias y matanzas de clérigos.
Se puede medir el poder económico de la Iglesia por la estimación, dada a las Cortes en 1931,
de que la Orden de los jesuitas poseía un tercio de la riqueza nacional. Las tierras confiscadas
después de la revolución de 1868, fueron indemnizadas por la reacción tan generosamente que la
Iglesia emprendió una carrera en el mundo de la industria y las finanzas. Sus bancos monopolistas
de “crédito agrícola” eran los usureros del campo y sus bancos urbanos los socios de la industria.
Las órdenes religiosas eran dueñas de establecimientos industriales (molinos de harina, lavaderos,
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talleres de costura, vestidos, etc.) con fuerza de trabajo gratis (huérfanos, “estudiantes”),
compitiendo, con gran ventaja, con la industria. Como era la religión oficial, recibía anualmente
decenas de millones del presupuesto estatal, estaba libre de impuestos, incluso en la producción
industrial, y recibía sustanciosos honorarios por bautizos, bodas, entierros, etc.
Su control oficial de la educación salvaguardaba al estudiante de radicalismos y mantenía al
campesino analfabeto. La mitad de la población „española en 1931 no sabía leer ni escribir. Hasta
hace poco las indulgencias papales se vendían por unas cuantas pesetas; firmadas por el obispo, se
compraban en tiendas que exhibían el anuncio: “Las bulas están baratas hoy.” Esto nos da una idea
de la magnitud de la superstición originada por la Iglesia.
Sus “hordas ataviadas” eran un verdadero ejército que se enfrentaba a la república; de 80 a
90.000 en 4.000 casas de órdenes religiosas, y más de 25.000 curas párrocos. El número de religiosos
sobrepasaba el total de los estudiantes de enseñanza media y doblaba el número de estudiantes de
enseñanza superior en el país.
En los primeros meses de la república, la Iglesia actuó cautelosa y deliberadamente en su
lucha contra el nuevo régimen: una carta pastoral aconsejando a los católicos votar a los candidatos
católicos que no eran ni “republicanos ni monárquicos” fue contestada, en mayo, por la quema
masiva de iglesias y de conventos. Sin embargo, para nadie era un secreto que el ejército
innumerable de monjes, monjas y curas párrocos agitaban vigorosamente, de casa en casa. Como en
cada período crucial de la historia española en que la Iglesia se sentía amenazada por el cambio, su
actividad se centraba en propagar rumores supersticiosos de incidentes calificados como milagros -
estatuas que lloraban, crucifijos que sangraban-, presagios de malos tiempos que hacían su aparición.
¿Qué podía hacer el gobierno republicano ante esta poderosa amenaza?
El problema con la Iglesia provocó la primera crisis gubernamental; Azaña formuló un
compromiso que fue aceptado. Las órdenes religiosas no debían ser molestadas a no ser que se
probase, como en el caso de cualquier otra organización, que eran nocivas al bien público. Hubo un
pacto de caballeros de que esto se aplicaría sólo a los jesuitas, que fueron disueltos en enero de 1932,
después de que se les brindó amplias oportunidades para transferir la mayor parte de su riqueza a
particulares y a otras órdenes. La declaración de separación Iglesia-Estado terminó formalmente con
las subvenciones gubernamentales al clero, pero fueron recuperadas, en parte, por la Iglesia, en
pagos por la educación; ya que la expulsión de la Iglesia de los colegios iba a ser un plan de “larga
duración”. Este fue todo el programa eclesial del gobierno. Aún esta legislación patéticamente
insuficiente, provocó las iras de la burguesía; se opusieron, por ejemplo, no sólo los ministros
católicos Alcalá Zamora y Maura, sino también Lerroux, republicano radical, que había hecho
carrera, durante toda una vida en la política española, basándose en el anticlericalismo. Anticlerical
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de palabra y deseosa de un reparto más justo del botín, la burguesía republicana estaba tan unida a
los intereses de los terratenientes-capitalistas que, a su vez, se apoyaban en la Iglesia, que era incapaz
de un ataque serio a su poder político y económico.
La Izquierda Comunista declaró que ésta era una prueba más de la bancarrota del gobierno de
coalición. Ni siquiera podía cumplir la tarea “democrático-burguesa” de
controlar a la Iglesia. Los revolucionarios exigieron la confiscación de toda la riqueza eclesial, la
disolución de todas las órdenes, la inmediata prohibición de profesores religiosos en los colegios,
la utilización de los fondos de la Iglesia para ayudar al campesinado a cultivar la tierra y llamaron a
los campesinos a apoderarse de las tierras de la Iglesia.
4. El ejército
La Historia de España, durante el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, es una historia de
complots y pronunciamientos militares. La monarquía acudió al ejército para terminar con la
oposición; esto le otorgó un papel privilegiado y tuvo como consecuencia el mimo de una casta
oficial. Los oficiales llegaron a ser tan numerosos que toda la administración colonial y gran parte de
la nacional (incluida la Guardia Civil) les fue confiada. Los oficiales utilizaron la necesidad, cada vez
mayor, de Alfonso de apoyo militar para atrincherarse. La Ley de Jurisdicciones de 1905, que otorgó
a los tribunales militares el poder de juzgar y castigar los libelos civiles sobre el ejército, transformó
la crítica de la prensa y de la clase trabajadora en crimen de lesa majestad. Incluso en 1917, el primer
ministro de Alfonso, Maura, señaló que los oficiales estaban impidiendo el gobierno civil. En 1919 la
casta militar, en desacuerdo con las concesiones hechas a raíz de la huelga general, organizada en
Juntas de Oficiales para presionar al gobierno y a la opinión pública, exigieron la destitución del jefe
de Policía. El ministro de la Guerra era siempre uno de ellos. Había un oficial por cada seis soldados,
y el presupuesto militar crecía junto con ellos. El presupuesto militar llegó a ser tan insoportable que
incluso Primo de Rivera intentó reducir la oficialidad; las Juntas de Oficiales se vengaron, dejándolo
caer sin protestar, a pesar de que lo habían apoyado cuando el golpe. Alfonso los defendió hasta el
final.
La tradición de una casta independiente y privilegiada era un grave peligro para la república.
En un país donde la clase media baja es tan insignificante, los oficiales tienen que ser reclutados
entre las clases altas; así estarán unidos por lazos de parentesco, amistad, posición social, etc., con los
terratenientes e industriales reaccionarios. Para evitar esto, los oficiales deberán ser reclutados entre
el campesinado y los obreros. Este problema era acuciante: el control del ejército es una cuestión de
vida o muerte para cualquier régimen.
La coalición republicano-socialista puso este grave problema en las manos de Azaña, ministro
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de Guerra. Azaña redujo el ejército por un sistema de retiro voluntario para los oficiales tan
favorable, que en pocos días 7.000 oficiales se retiraron. El Cuerpo de Oficiales disminuido,
continuó siendo lo que había sido bajo la monarquía.
La Izquierda Comunista denunció esto como una traición a la revolución democrática...
Exigió la destitución de todo el Cuerpo de Oficiales y su sustitución por oficiales reclutados entre la
tropa, elegidos por los soldados. Izquierda Comunista llamó a los soldados a tomar el asunto en sus
manos, señalando que la república burguesa les trataba tan bárbaramente como la monarquía. Su
meta era conducir a los soldados a confraternizar y formar consejos comunes con los obreros
revolucionarios.
La democratización del ejército era considerada por los revolucionarios como una tarea
necesaria, no para el derrocamiento revolucionario de la burguesía -otros órganos eran necesarios
para esto- sino como medida de defensa contra el regreso de la reacción. El fracaso del gobierno de
coalición en esta tarea elemental de la revolución democrática era, simplemente, otra prueba más de
que sólo la revolución proletaria resolvería las tareas democrático-burguesas en la revolución
española.
5. El problema colonial y nacional
La monarquía “feudal” había sido no sólo moderna para alentar el origen, desarrollo y
decadencia de la industria y finanzas burguesas, sino también ultramoderna, al embarcarse en la
conquista y explotación de colonias en el estilo más reciente del capitalismo financiero. El
“renacimiento nacional” incluyó la conquista y pacificación de Marruecos (1912-1926).
Sólo en el desastre de Annual (1921) perdieron la vida 10.000 obreros y campesinos,
obligados al Servicio Militar durante dos años. El coste de la campaña de Marruecos después de la
guerra mundial fue de 700 millones de pesetas. El golpe de Primo de Rivera fue precedido de
alborotos al llamamiento de reclutas y reservas y de motines al embarcarse. La alianza con el
imperialismo francés al año siguiente llevó a la victoria decisiva sobre el pueblo marroquí. Una
administración colonial cruel y asesina explotó a los campesinos y tribus marroquíes para beneficio
del gobierno y de unos pocos capitalistas.
La coalición republicano-socialista gobernó las colonias españolas en Marruecos como lo
había hecho la monarquía, a través de la Legión Extranjera y de los mercenarios nativos. Los
socialistas argumentaban que cuando se diesen las condiciones extenderían la democracia y las
mejoras de un régimen progresista a Marruecos.
Trotsky y sus partidarios calificaron la postura socialista de acto de traición a un pueblo
oprimido. Incluso por la seguridad del pueblo español, Marruecos debía ser liberado. Los
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especialmente viciosos legionarios y mercenarios que allí se criaban serían la primera fuerza en ser
utilizada por un golpe reaccionario y Marruecos su base militar. Los trabajadores debían luchar por
la retirada inmediata de todas las tropas y la independencia de Marruecos, e incitar al pueblo
marroquí en este sentido. La libertad de las masas españolas estaría en peligro mientras las colonias
no fuesen liberadas.
La solución a la liberación nacional de los pueblos catalán y vasco era similar a la de la cuestión
colonial. El fuerte partido pequeño-burgués Esquerra Cataana tenía su principal apoyo entre los
aparceros militantes, que debían aliarse con los trabajadores revolucionarios, pero que sucumbieron
al programa nacionalista de la pequeña burguesía, la cual encontró así el apoyo del campesinado
contra el papel desnacionalizador del gran capital y la burocracia estatal española. En las provincias
vascas la cuestión nacional, en 1931, tuvo consecuencias aún más serias; el movimiento nacionalista
estaba controlado por los clericales y conservadores y se transformó en el bloque de los diputados
más reaccionarios en las Cortes Constituyentes. Como las provincias vascas y catalanas son las
regiones industriales más importantes, éste era un problema decisivo para el futuro del movimiento
obrero. ¿Cómo liberar a estos obreros y campesinos del control de clases enemigas?
Los bolcheviques rusos dieron el modelo para la solución: inscribieron en su programa la
liberación nacional y la llevaron a cabo después de la Revolución de Octubre. La autonomía más
amplia para las regiones nacionales es perfectamente compatible con la unidad económica; las masas
no tienen nada que perder con una medida de este tipo, que en una república de obreros permitirá a
la economía y a la cultura desarrollarse libremente.
Cualquier otra postura que no sea el apoyo a la liberación nacional apoya, directa o
indirectamente, la máxima centralización burocrática de España exigida por la clase dominante, y así
será extendida por las nacionalidades oprimidas.
El nacionalismo catalán se había desarrollado bajo la opresión de la dictadura primorriverista.
Así, un día antes de la proclamación de la república en Madrid, los catalanes habían ocupado los
edificios del gobierno y proclamado una república catalana independiente. Una comisión de los
líderes republicanos y socialistas se precipitaron a Barcelona y combinaron promesas de un estatuto
de autonomía con amenazas extremas de represión; el arreglo final dio a Cataluña una autonomía
muy restringida, que dejó a los políticos catalanes agraviados, hecho que podían utilizar
provechosamente para mantener a sus seguidores obreros y campesinos. Bajo el pretexto de que el
movimiento nacionalista vasco era reaccionario, la coalición republicano-socialista retrasó la
solución de esta cuestión, y otorgó así a los clericales vascos, amenazados por la proletarización de la
región, una nueva influencia entre las masas. Los socialistas, alegando liberarse de los prejuicios
regionales, se identificaban con el punto de vista del imperialismo burgués español. Así, en todos los
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campos, la república burguesa demostró ser absolutamente incapaz de realizar las tareas
“democrático-burguesas” de la revolución española. Esto significaba que la república no podía tener
estabilidad; sólo podía ser una corta etapa de transición, que dejaría su lugar a la reacción militar,
fascista o monárquica, o a una revolución social auténtica que diese a los obreros poder para
construir una sociedad socialista. La lucha contra la reacción y por el socialismo era la única tarea y en
el orden del día.
III. El gobierno de coalición y el retorno
de la reacción
La revolución de 1931 no tenía un mes cuando ya ocurrieron luchas sangrientas entre obreros
y soldados.
El mandato del cardenal primado a los católicos de no votar ni monárquicos ni republicanos
condujo a la masiva quema de iglesias. Los obreros abuchearon una reunión en un club monárquico
el 10 de mayo. Los monárquicos dispararon e hirieron a obreros; al correrse la noticia en Madrid,
grupos de obreros iniciaron una redada de monárquicos. La lucha contra la Iglesia y los
monárquicos alcanzó tales proporciones que los obreros comprometidos no acudieron a las fábricas
por unos días, para llevar adelante la lucha. Los socialistas se unieron a los republicanos pidiendo
calma y la vuelta al trabajo; los revolucionarios exigían exterminar las organizaciones monárquicas y
arrestar a sus líderes. Los socialistas dieron órdenes a sus milicias de ayudar a la Policía a mantener la
ley y el orden. En las luchas siguientes la Guardia Civil hirió a 10 trabajadores. Una comisión de sus
compañeros exigió del gobierno provisional la disolución de la Guardia Civil. La réplica del
gobierno fue la declaración de la ley marcial y el acuartelamiento de tropas en las ciudades
importantes. El ejército y la policía de Alfonso, su casta de oficiales, todavía llorando al rey exiliado,
se solazaban en ataques a aquellos que habían provocado la huida del rey. Los trabajadores tuvieron
su primer contacto con la república y con la participación socialista en el gobierno burgués.
Al redactar la nueva Constitución, los socialistas consideraron la coalición republicano-
socialista como el gobierno permanente de España. Era más importante dar al gobierno español
fuertes poderes que dejar las riendas sueltas a los anarquistas y a los comunistas “irresponsables”,
para que incitaran a las masas al desorden.
¿Había alguna justificación posible de la postura socialista? Los socialistas españoles planteaban que
su apoyo al gobierno estaba justificado porque ésta era una revolución
burguesa, que podía ser realizada por un gobierno republicano y que la “consolidación de la
república” era la tarea más inmediata para evitar el regreso de la reacción. Con este argumento se
hacían eco de la socialdemocracia alemana y austríaca de la postguerra. Pero negaban abiertamente
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la auténtica tradición y práctica del marxismo.
Las revoluciones de 1848 habían fracasado y habían sido seguidas por el retorno de la
reacción por la indecisión de los republicanos pequeño-burgueses. Sacando lecciones de 1848, Marx
llegó a la conclusión que la lucha contra la vuelta de la reacción y para asegurar los máximos
derechos a los obreros bajo la nueva república requerían que en las revoluciones burguesas
siguientes el proletariado luchase con independencia, política y organizativa, de los republicanos pequeño-
burgueses1.
Las concepciones estratégicas de Marx fueron aplicadas en la Revolución rusa de 1905, donde
el proletariado creó soviets de obreros, constituidos por delegados elegidos en las fábricas, talleres y
barrios, como instrumento flexible para unificar a los obreros de distintas tendencias en la lucha
contra el zarismo. Los obreros rusos siguieron el consejo de Marx de que no es necesario ninguna
alianza con, incluso, los sectores más progresistas de la burguesía: ambas clases golpean al mismo
enemigo, pero las organizaciones proletarias persiguen fines independientes sin la limitación y el
compromiso innecesario de una alianza -esto es, un programa común que sólo podrá ser mínimo y,
por tanto, un programa burgués- con la burguesía. En febrero de 1917 los soviets fueron creados
nuevamente, en un momento en que la mayoría de los marxistas pensaban que se trataba de una
revolución burguesa.
Así, aun para una revolución “burguesa”, los soviets eran necesarios. Las revoluciones alemana
y austríaca enseñaban cosas muy distintas a las lecciones que los socialistas extraían. Estas
1 “Para luchar contra un enemigo común no se precisa ninguna unión especial. Por cuanto es necesario luchar
directamente contra tal enemigo, los intereses de ambos partidos coinciden por el momento...” El propósito de la pequeña
burguesía será, en cuanto quede asegurada la victoria, utilizarla en beneficio propio, invitar a los obreros a que
permanezcan tranquilos y retornen al trabajo, evitar los llamados excesos y despojar al proletariado de los frutos de la
victoria”...
“Durante la lucha y después de la lucha, los obreros, en cada oportunidad, deben presentar sus propias exigencias
en contradicción con las exigencias que plantean los demócratas burgueses... Deben detener, siempre que sea posible,
cualquier manifestación de embriaguez por el triunfo y de entusiasmo por el nuevo estado de cosas, y deben explicar
claramente su falta de confianza, en todos los sentidos, en el nuevo gobierno a través de un análisis despiadado del nuevo
estado de cosas. Deben, simultáneamente, erigir su propio gobierno obrero revolucionario paralelo al nuevo gobierno
oficial, sea en la forma de comités ejecutivos, juntas de barrios, clubs obreros o comités obreros, para que el gobierno
democrático-burgués no sólo pierda la posibilidad de contener a los obreros, sino que, además, se sienta observado y
amenazado por una autoridad que representa las masas de obreros. En una palabra: desde el primer momento del triunfo,
y después de él, la desconfianza de los obreros no debe ya dirigirse al vencido partido reaccionario, sino a su anterior
aliado, los demócratas pequeño burgueses, que desean explotar el triunfo común solamente a su favor.” (Marx: “Mensaje
del Comité Central de la Liga de los Comunistas” [1850], tercer apéndice a “Revolución y contrarrevolución”, de Engels.)
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revoluciones también habían creado soviets; pero dominados por los reformistas, fueron disueltos tan
pronto el capitalismo recuperó su estabilidad. Las verdaderas lecciones de las revoluciones alemana
y austríaca eran que los soviets requieren un programa revolucionario; que como órganos sin poder
político no pueden existir indefinidamente, que no se puede apoyar, a la vez, al gobierno y a los
soviets, como los reformistas alemanes y austríacos y los mencheviques rusos intentaron hacer; que
los soviets pueden comenzar como comités de huelga poderosos, pero que deben transformarse en
órganos de poder estatal.
Estas habían sido las conclusiones de Marx ochenta y seis anos atrás, reforzadas por todas las
revoluciones siguientes.
El rumbo seguido por los socialistas españoles de 1931 era, entonces, completamente ajeno al
marxismo. “España es una república de trabajadores de todas las clases.” Esta necia frase fue
aprobada, bajo la iniciativa socialista, como el primer artículo de la Constitución.
La Constitución limitó el voto a los mayores de veintitrés años y estableció un sistema para
elecciones a Cortes que favorecía las coaliciones y hacía casi imposible la representación de los
partidos minoritarios. ¡Los líderes socialistas confesaron, cuando este método se volvió contra ellos,
que lo habían aprobado bajo el supuesto de que la coalición con los republicanos duraría
indefinidamente!
Igual que bajo la monarquía, el Servicio Militar obligatorio se establecía en la Constitución. El
presidente de la república tenía poder de elegir al primer ministro y de disolver las Cortes dos veces
en el período presidencial de seis años; sólo podía ser sustituido de su cargo por el voto de los tres
quintos de las Cortes. También se estableció un tribunal de garantías constitucionales con poderes,
para anular la legislación, equivalentes a los del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, y un
dificultoso sistema para enmendar la Constitución.
El documento español, como la Constitución de Weimar, contenta una gran cantidad de
fraseología sobre derechos sociales, pero con un “comodín”, el artículo 42, que preveía la
suspensión de todos los derechos constitucionales. Inmediatamente se aprobó la Ley para la
Defensa de la República, copiada casi literalmente de la ley alemana equivalente. Difundir noticias
que perturben el orden público y la buena reputación, denigrar las instituciones públicas, posesión
ilícita de armas, rehusarse irracionalmente a trabajar y promover huelgas fueron definidos como
“actos de agresión contra la república”. Todavía se le dio aún más poder al ministro del Interior,
para suspender reuniones públicas “en interés del orden público”; suspender clubs, asociaciones y
sindicatos; investigar las cuentas de asociaciones y sindicatos y requisar armas en posesión ilícita.
También fue sancionada una ley que continuaba los comités paritarios mixtos de Primo de
Rivera para solucionar las huelgas. El ministro de Trabajo, Largo Caballero, declaró el 23 de julio de
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1931: “Introduciremos el arbitraje obligatorio. Aquellas organizaciones obreras que no lo acepten
serán declaradas ilegales.” Las huelgas por motivos políticos fueron declaradas ilegales, y era
también ilegal hacer huelga sin haber presentado las exigencias por escrito a los patronos con diez
días de antelación.
Esta fue la estructura legal adoptada por la coalición republicano-socialista. Ni un solo
diputado votó en contra y fue aprobada el 9 de diciembre de 1931 por 368 votos a favor y 102
abstenciones.
Los revolucionarios replicaron recordando a los socialistas la teoría marxista del estado. El
gobierno español, independientemente de quien se siente en el Gabinete, es un gobierno capitalista.
Sus poderes son poderes en manos de la clase capitalista. Dar a este gobierno el poder de suspender
las garantías constitucionales o de intervenir en las disputas laborales, etc., es un acto de traición
contra el proletariado.
Limitar el voto a los mayores de veintitrés años (¡en un país meridional, donde los muchachos
de dieciséis años son figuras activas del movimiento obrero!) es despojar a la clase obrera de un
medio poderoso de introducir en la vida política la fuerza más revolucionaria del país: la juventud.
El proletariado es el que menos debe temer una democracia profunda: el esquema electoral asegura
que grandes sectores del proletariado y del campesinado no estarán representados en las Cortes.
Democratizar el régimen burgués concentrando las funciones gubernamentales en el Cuerpo
más representativo, las Cortes, es un principio fundamental de la política de la clase obrera; dar
poderes a un Tribunal Supremo, un presidente y un Gabinete es un crimen contra la democracia.
Teniendo en cuenta que estos órganos más pequeños son mucho más susceptibles a las influencias
reaccionarias.
¿Buscamos democratizar el estado para apoyarle? ¡No! La clase obrera fortalece sólo sus
propias organizaciones, sus propios órganos de clase. Las limitadas posibilidades de democratizar el
aparato del estado burgués son importantes sólo en cuanto nos permiten construir el DOBLE
PODER de los soviets.
* * *
Los sangrientos enfrentamientos de mayo fueron sólo el principio. “Distribuir noticias que
perturben el orden público y la buena reputación” fue una descripción lo suficientemente amplia
como para incluir la mayoría de la crítica marxista o anarquista. No es raro que los hombres de
Azaña secuestraran cinco de seis ediciones sucesivas de un periódico comunista. La prohibición de
promover huelgas fue un golpe de muerte a los métodos sindicalistas de lucha. Las huelgas eran
desplazadas del campo de batalla a los cauces debilitantes de los comités paritarios antes de que los
obreros tuvieran la oportunidad de presionar para obtener un arreglo favorable. Los socialistas
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advirtieron a los huelguistas de la CNT de que obtendrían mejores condiciones si se integraban en
“el sindicato gubernamental”. Ante la crisis, cada vez más profunda, de la agricultura, los
terratenientes arreciaban sus ataques al “nivel” de vida de los aparceros y jornaleros; no fueron
respetados los convenios que elevaban sus salarios y a los trabajadores se les prohibió hacer huelga,
mientras los delegados gubernamentales realizaban interminables investigaciones y conversaciones
con los terratenientes.
El clero, ileso por las insignificantes leyes eclesiales, presentó sus exigencias, que encontraron
importantes portavoces en el gobierno. Cuando en agosto de 1931 el vicario general de Sevilla fue
cogido cruzando ilegalmente la frontera con documentos que revelaban la venta y la ocultación de
propiedades pertenecientes a los jesuitas y a la Iglesia en general, los ministros católicos en el
gobierno provisional, Maura y Zamora, lograron impedir la publicación de tales documentos. Maura
se retiró del gobierno cuando finalizó, en diciembre, el Gabinete provisional; pero Zamora, que
quería irse porque era contrario a las cláusulas constitucionales y a las leyes que atañían a la Iglesia,
los socialistas le persuadieron de aceptar la presidencia de la república. Desde ese importante puesto
y desde el primer día, Zamora ayudó a las fuerzas clericales de la reacción.
El socialista Indalecio Prieto se integró en el Gabinete como ministro de Finanzas. El
gobierno fue sacudido como por un terremoto ante su primer intento de controlar el Banco de
España. Hubo un cambio de gobierno y el Ministerio de Finanzas fue ocupado por un capitalista,
quien nombró directores “satisfactorios” para el Banco.
El último día del primer año republicano, los campesinos de Castelblanco dieron el primer
grupo importante de presos políticos a la república. Los líderes campesinos, que habían resistido
firmemente un ataque de la Guardia Civil, fueron enviados a prisión por largos períodos.
Desde aquí en adelante, el drama siguió su curso hacia un fin inexorable: la reacción. Cuando
llegó a ser evidente que el curso gubernamental no sólo dejaba intacta a la reacción, sino que además
la permitía fortalecerse, los líderes socialistas tuvieron que hablar más de sus propias organizaciones
y menos de los logros gubernamentales. Los miembros, crecientes, de la UGT y las milicias
socialistas sujetaban a los trabajadores rebeldes. Los revolucionarios señalaban que la UGT no podía
ser un baluarte contra la reacción mientras apoyase al gobierno. La lucha contra el capitalismo y el
apoyo a un gobierno burgués son incompatibles. El prestigio del gobierno depende de su capacidad
para “mantener el orden”, el ministro de Trabajo, Caballero, debe impedir las huelgas con la ayuda
de los comités paritarios (de arbitraje) o reprimirlas si estallan sin su consentimiento. Así, las milicias
socialistas, creadas con el consentimiento del gobierno y usadas como auxiliar de la policía, sólo
servían para hacer ostentación en desfiles. Una milicia realmente proletaria no puede
comprometerse a apoyar a un gobierno burgués ni limitarse ni verse limitada por las organizaciones
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obreras leales al régimen; debe ser una genuina arma de clase que lucha por los derechos
democráticos sin limitarse a la legalidad burguesa, tan dispuesta a pasar a la ofensiva como a luchar a
la defensiva.
Al aplastar a la CNT, las tropas extendieron la represión a toda la clase obrera. Con la excusa
de reprimir un golpe anarquista en enero de 1933, la Guardia Civil “limpió” varios grupos de
activistas. El enfrentamiento de Casas Viejas llegó a ser una causa célebre que conmovió al régimen
y abrió la puerta a la reacción.
La contrarrevolución se había alzado en armas (10 de agosto de 1932) en Sevilla cuando el
general Sanjurjo, al mando de tropas y de guardias civiles, intentó restaurar la monarquía (el
movimiento fue aplastado por obreros sevillanos que enarbolaban slogans revolucionarios y que
alarmaron más a Azaña que a Sanjurjo). La contrarrevolución descubría ahora que podía vencer a
los socialistas y republicanos por medio de llamamientos demagógicos a las masas. Los partidos
monárquicos y católicos enviaron su propia comisión investigadora a Casas Viejas; desenterraron
una terrible historia. La Guardia Civil, obedeciendo órdenes directas de Quiroga, ministro del
Interior, de “no hacer prisioneros”, había bajado al pequeño pueblo, donde, después de dos años de
esperar pacientemente que el Instituto de Reforma Agraria dividiera la finca próxima del duque,
ocuparon la tierra y comenzaron a cultivarla. Los campesinos apenas pudieron resistirse a la Guardia
Civil; fueron cazados por los campos como animales; hubo 20 muertos y varios heridos. Los
delegados gubernamentales previnieron a los supervivientes de que, de no quedarse tranquilos,
correrían la misma suerte.
Azaña se negó a investigar y retrasó la interpelación en las Cortes. Finalmente, la coalición
republicano-socialista tuvo que enfrentarse al problema. Los diputados monárquicos católicos
derramaban abundantes lágrimas por los campesinos masacrados y enronquecieron condenando a
un gobierno tan cruel. Cuando Azaña finalmente admitió la verdad sobre Casas Viejas, intentó
responsabilizar a la Guardia Civil, pero ésta implicó al mismo Quiroga. Los diputados socialistas
permanecieron silenciosos y votaron una moción de confianza. Los reaccionarios avanzaban
posiciones: aparte de Casas Viejas, denunciaron al gobierno por reprimir la prensa obrera y por el
gran número de prisioneros políticos, casi todos obreros, en las cárceles (los comunistas estimaron
unos 9.000 en 1933). Los reaccionarios también presentaron a las Cortes un proyecto de amnistía
para todos los presos políticos, aplaudido con entusiasmo por los anarquistas.
Los obreros, y sobre todo los campesinos, asistían desconcertados ante tan audaz y efectiva
demagogia. ¿Quiénes eran sus amigos? Los republicanos y socialistas les habían prometido tierra y
habían incumplido su promesa. “¿Te ha dado de comer la república?” La república había matado y
encarcelado a los valientes campesinos de Castelblanco y Casas Viejas. Los socialistas en vano daban
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argumentos y se defendían; lo que los campesinos conocían era su propia miseria.
El final fue bastante rápido. En junio de 1933 Alcalá Zamora maniobró para echar a la
coalición, pero no lo logró; los socialistas anunciaron que responderían ante cualquier otro intento
con la huelga general. Era una amenaza vacía. Es dudoso que los obreros, desconcertados y
desilusionados, hubiesen respondido al llamamiento. ¡Demasiado habían pasado por el aro! Tres
meses más tarde, Alcalá atacó de nuevo, destituyó al Gabinete y disolvió las Cortes, Lerroux fue
nombrado primer ministro.
En noviembre se celebraron elecciones; la victoria de la coalición de reaccionarios y
derechistas fue aplastante. Los socialistas dieron muchas explicaciones; los recalcitrantes anarquistas
habían agitado con efectividad por el boicot; los comunistas habían llevado listas separadas; las
mujeres, que votaban por primera vez, estaban bajo la influencia clerical.
Los socialistas, con listas independientes en la mayoría de los sitios por la presión de la base,
cayeron víctimas de sus propias estúpidas medidas sobre el funcionamiento electoral; los caciques
locales y terratenientes aterrorizaron a los pueblos y compraron votos; las elecciones fueron
fraudulentas en varios lugares, etc. Pero ésta era una mala coartada y sus detalles, sin lugar a dudas,
una prueba del fracaso, en dos años y medio, de la coalición republicano-socialista para ganarse y
compenetrarse con las masas o para aplastar la reacción. Las frías estadísticas señalaban que de 13
millones de electores ocho votaron, más de la mitad, por la coalición de derechas, el “frente
antimarxista”, y otro millón por los partidos de centro. Los republicanos pequeño-burgueses fueron
derrotados, sólo obtuvieron siete diputados; la mayoría, como Azaña, por los votos socialistas.
Citamos a Indalecio Prieto como testigo de nuestro análisis de las causas de la victoria de la
reacción. En un vuelo a París, después de la insurrección de octubre de 1934, y en un arranque de
extrema honestidad y sinceridad, Prieto declaró al Petit Journal, contestando a la pregunta ¿cómo
explica usted el descontento en España y el éxito de Gil- Robles en las elecciones?: “Precisamente
por la política derechista del régimen de izquierdas -dijo Prieto-. Este gobierno nacido con la
república y creado por la república se volvió el baluarte de las fuerzas adversas a la república. Es
verdad que el gobierno español de izquierda llevó a cabo una política de derechas enfrentándose a
Lerroux y a Samper. En este periodo de declive del capitalismo, la burguesía española no podía
llevar a cabo ni la revolución democrático-burguesa.”
IV. La lucha contra el fascismo.
Noviembre 1933-febrero 1936
Aunque las crisis gubernamentales cambiaron los integrantes del Gabinete seis veces durante
dos años, los radicales de Lerroux permanecieron al timón, con Lerroux o sus lugartenientes -
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Samper, Martínez Barrios -como primer ministro. Los radicales garantizaron a la izquierda que
ningún hombre de Gil-Robles entraría al Gabinete. Este arreglo fue ordenado por Gil-Robles, quien
había estudiado los métodos de Hitler y de Mussolini, y no se atrevía a tomar el poder abiertamente
hasta que su movimiento fascista adquiriese una base de masas.
Ciertamente era adecuado que este régimen degenerado y reaccionario fuese dirigido por los
radicales, a cuya maloliente historia nos hemos referido anteriormente. Un partido tan grotesco y
bufón (“¡De cada monja una madre!”, había sido un slogan de Lerroux) sólo podía existir mientras el
capitalismo y el proletariado no se enfrentasen en un combate a muerte. Pronto se disolvería; su
final fue provocado, en el momento justo, por una serie de escandalosas revelaciones de
especulaciones financieras que comprometían a toda la dirección del Partido. Pero durante el bienio
negro sus cínicos sátiros sirvieron como ministros a los austeros clericales.
La estructura legal proporcionada por la coalición republicano-socialista fue de gran utilidad a
Lerroux y a Gil-Robles. Más de cien ediciones de El Socialista fueron requisadas en un año. La
Internacional Socialista calculó que en septiembre de 1934 había 12.000 obreros encarcelados. Las
milicias socialistas fueron prohibidas y sus armas confiscadas. Se cerraron los locales de reunión de
los obreros, se revisaron las cuentas de los sindicatos para descubrir el uso de fondos con propósitos
revolucionarios. Los socialistas y otros trabajadores elegidos en las elecciones municipales fueron
destituidos. Todas las leyes que los socialistas pensaban utilizar contra los “irresponsables” eran
usadas contra ellos.
El problema principal de Gil-Robles era asegurarse una base de masas, tarea difícil en España
porque la clase media baja es extremadamente pequeña. Aparte del pequeño grupo de prósperos
campesinos -propietarios del Norte (Vizcaya y Navarra), donde fue organizada una fuerza similar a
la milicia clerical-fascista austríaca-, le iba a ser muy difícil a Gil-Robles reclutar entre las clases más
bajas. Estaban, sin embargo, el millón y medio de parados en la ciudad y en el campo. Para
ganárselos, Gil-Robles presentó un proyecto de ley estableciendo el seguro de desempleo, buscando
explotar el hecho de que el gobierno republicano-socialista había abandonado a los parados. Los
clericales presentaron un programa de repoblación forestal gubernamental, utilizando los campos de
trabajo como escuelas de fascismo. Fundaron un movimiento juvenil: Federación Sindical Católica y
una Federación de Campesinos Católicos. Gil-Robles hasta atemorizó a sus aliados, los
terratenientes del Partido Agrario, al hablar de dividir las grandes fincas. Aparentemente, aun para
los observadores hostiles, Gil-Robles estaba logrando seguidores entre las masas. Pero cuando,
después de unos meses de trabajo paciente y grandes gastos, los fascistas clericales intentaron
enseñar los resultados a través de grandes concentraciones de masas organizadas, fueron aplastados
y disgregados por el proletariado socialista.
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¿Por qué? Es un hecho que a menudo el fascismo clerical era inepto. Sin embargo, la falta de
una demagogia convincente no había impedido al fascismo clerical derrotar al proletariado en
Austria. El fascismo clerical español no venció porque el proletario, a diferencia del alemán, luchó, y
luchó antes de que fuese demasiado tarde, a diferencia del proletariado austríaco.
El proletariado español demostró estar realmente decidido a no dejarse vencer por el
fascismo. El giro hacia la izquierda que tomó la socialdemocracia internacional, después de las
derrotas en Alemania y Austria, se realizó en España antes que en ningún otro lado. Caballero se
unió al ala izquierda, cuyo soporte principal, la juventud socialista, tenía una postura muy crítica con
respecto a la II y III Internacional. El ala izquierda se declaró a favor de preparar la revolución
proletaria, que debía conseguirse por la insurrección armada. El ala central del Partido, encabezada
por Prieto y González Peña, prometió públicamente en las Cortes que cualquier intento de
establecer un régimen fascista sería combatido con la revolución armada. Sólo una pequeña ala
derechista, encabezada por Besteiro, rehusó aprender de lo que había sucedido en Alemania y
Austria. En la UGT, Caballero libró una decidida batalla; los socialistas del ala derecha que se
opusieron fueron obligados a dimitir de la Ejecutiva. Precisamente porque habían dependido tanto
ideológicamente de los Kautskys y Bauers, la caída de sus maestros permitió a los socialistas
españoles una ruptura tan radical con su pasado. Los burgueses, analizando la política proletaria por
analogía a la burguesa, pensaron que todo era un bluff, hasta que se convencieron, atemorizados, al
encontrar grandes depósitos de armas en los edificios y hogares socialistas.
Con el Partido Socialista dispuesto a batallar, la lucha contra el fascismo se vio facilitada
enormemente; no es exagerado decir que el giro a la izquierda del Partido Socialista hizo posible, en
las condiciones existentes, la victoria sobre el fascismo. Haber reorganizado a las masas a pesar de los
socialistas, hubiese requerido un partido revolucionario de un calibre y proporciones que no existía
en España.
Sin embargo, fue imposible que el Partido Socialista asumiese la concepción marxista de la
insurrección. Aun los mejores líderes socialistas de izquierda sostenían una concepción
extremadamente estrecha. En términos pseudoizquierdistas, similares a los de los anarquistas y de
los estalinistas del “tercer periodo”, los socialistas declararon no estar ya interesados en el curso de
la política republicano-burguesa. ¡Como si la revolución no pudiese beneficiarse de, o influir en, el
curso de la política burguesa! Por ejemplo, los derechistas habían ganado Cataluña en las elecciones
de noviembre, pero era tal el resurgir de las masas que, sólo dos meses después, el bloque de
izquierdas los barrió en las elecciones municipales catalanas. La derrota de noviembre provocó una
crisis en la CNT, donde parte de los líderes exigían terminar con el boicot a las elecciones. Así, una
campaña socialista exigiendo la disolución de las Cortes y nuevas elecciones, podría haber unido a
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las masas, arrancando a los sindicalistas de los anarquistas e introduciendo una cuña entre Gil-
Robles y muchos partidarios de Lerroux. Aparentemente, sin embargo, los socialistas temían no ser
suficientemente izquierdistas.
El carácter amplio de la insurrección proletaria fue explicado por la Izquierda Comunista
(trotskista). Dedicó sus esfuerzos a construir el instrumento indispensable para la insurrección: los
consejos obreros constituidos por delegados de todos los partidos y sindicatos obreros, de los
talleres y barrios. Debían ser creados en cada localidad coordinados a nivel nacional; una verdadera
dirección de masas en la que, a medida que funcionase, se irían integrando todos los obreros, los sin
partido, sin sindicato, los anarquistas, que estuviesen seriamente interesados en luchar contra el
capitalismo. Desafortunadamente, los socialistas no comprendieron la profunda necesidad de estas
alianzas obreras. No era tan fácil superar las tradiciones burocráticas. Caballero, que no podía
comprender mucho más que Prieto, comprendía que el liderazgo de las masas en la revolución debía
ser más amplio que el liderazgo de un partido. Para los líderes socialistas, las alianzas obreras
significaban que tendrían, simplemente, que compartir la dirección con la Izquierda Comunista y
otros grupos comunistas disidentes. De este modo, aunque la Izquierda Comunista logró crear las
alianzas en Asturias y Valencia y existían en Madrid y en algún otro sitio, no pasaron de ser, en la
mayoría de los casos, comités en las “alturas”, sin delegados elegidos o de la base, es decir, comités
de coordinación entre las direcciones de las organizaciones. Y ni siquiera esto se completó con la
unión de un comité nacional.
Aunque parezca increíble, la obra del escritorzuelo fascista Curzio Malaparte, Técnica del golpe
de Estado, estaba de moda entre los líderes socialistas. ¡Pensaban que los descabellados diálogos de
Malaparte entre Lenin y Trotsky, que elaboraban una concepción puramente putschista de la toma
del poder por pequeños grupos de hombres armados, eran transcripciones reales! Los socialistas
parecían tener una completa ignorancia del papel de las masas en la Revolución de Octubre del 17.
No explicaron a las masas lo que la revolución venidera significaría para ellas. Aunque dirigieron, en
junio de 1934, una huelga general de casi medio millón de pequeños propietarios del campo, no
consolidaron la unión entre el campo y la ciudad, organizando a los obreros ciudadanos para que
apoyasen la huelga con piquetes y fondos; tampoco se utilizó la huelga para difundir
sistemáticamente el slogan de ocupar la tierra, aunque durante esos meses la ocupación de tierras por
los campesinos alcanzaron el punto más alto. Como consecuencia, cuando la amarga huelga terminó
sin la victoria, la conciencia de clase de los trabajadores del campo, siempre mucho más débil que la
del proletariado industrial, estaba tan golpeada que no jugaron ningún papel en la insurrección de
octubre. Tampoco estaba el proletariado industrial preparado para ocupar las fábricas y las
instituciones públicas, ni estaba imbuido de la convicción de que era cosa suya derrotar al
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capitalismo y comenzar a construir un orden nuevo. Por el contrario, los socialistas aludían
oscuramente a sus preparativos para hacer la revolución por ellos mismos.
A pesar de esto, en sus luchas parciales contra la amenaza fascista, los socialistas se
comportaron magníficamente, Gil-Robles había dedicado grandes esfuerzos a planificar,
cuidadosamente, tres concentraciones: la de El Escorial, cerca de Madrid, el 22 de abril de 1934; la
de los terratenientes, en Madrid, el 8 de septiembre, en contra de las leyes de arriendo liberales
aprobadas por el gobierno catalán, y la del 9 de septiembre en Covadonga, Asturias. Ninguna tuvo
éxito. Los obreros declararon huelgas generales en cada zona; se rompieron calzadas, se
interceptaron los trenes, era imposible comer y alojarse, se bloquearon las carreteras con barricadas
y con puños y armas se hizo retroceder y se dispersó a los reaccionarios. Los pequeños grupos de
jóvenes ricos y sus sirvientes, clérigos y terratenientes que lograron pasar con la ayuda del ejército y
de la Guardia Civil contrastaban de forma tan ridícula con las fuerzas de sus adversarios que la
pretensión fascista clerical de representar a toda España recibió un golpe irreparable.
La oposición de los obreros fue reforzada por la lucha de liberación nacional. Cataluña se
movilizó contra su estatuto de semiautonomía. Companys, todavía en el poder, tuvo que permitir
una serie de gigantescas manifestaciones contra Gil-Robles. Finalmente, los diputados nacionalistas
abandonaron, todos juntos, las Cortes. El centralismo reaccionario encontró la hostilidad, incluso,
de los conservadores vascos; en agosto de 1934, en una reunión de ayuntamientos vascos, se decidió
no colaborar con el gobierno. La respuesta de Lerroux, arrestar a todos los alcaldes vascos, sólo
agudizó la crisis.
Los fascistas clericales no se atrevieron a esperar más. No habían logrado una base de masas,
pero cada día que pasaba la oposición se fortalecía. La desunión entre los trabajadores tendía a
disminuir de forma lenta pero eficaz. A pesar del juego de Lerroux de trato favorable a la CNT, para
reforzar los elementos apolíticos que planteaban que todos los gobiernos eran iguales de malos y el
gobierno de Lerroux no era peor que el último, las propuestas socialistas comenzaron a ser
aceptadas. En varias huelgas la CNT cooperó con la UGT, y en varios sitios, sobre todo en Asturias,
los anarquistas se habían integrado en las alianzas obreras.
También los estalinistas tuvieron que integrarse. Desde noviembre de 1933 habían recibido
cada giro socialista hacia la izquierda con las invectivas más injustas. Kuusinen, informador oficial en
el XIII Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, en diciembre de 1933, acusó a
los socialistas españoles de cooperar “en la preparación para establecer una dictadura fascista”. “No
existen desacuerdos entre los fascistas y los socialfascistas en cuanto a la necesidad de la
facistización posterior de la dictadura burguesa”, sostenía el CEIC. “Los socialdemócratas están a
favor de la facistización siempre que se preserve la forma parlamentaria... ; lo que le preocupa a este
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gente es que los fascistas, en su furibundo ardor, puedan acelerar la caída del capitalismo... ; la
fascistización de la socialdemocracia está ocurriendo a pasos acelerados” (INPRECORR, vol. 14,
pág. 109). Cuando en abril de 1934 el secretario del Partido Comunista de España, Balbontín,
dimitió porque la Internacional Comunista no aprobó un frente unitario, se le contestó: “Los
socialfascistas tienen que mantener el engaño entre las masas de que ellos son enemigos de fascismo, y
de que se entabla una gran lucha entre el socialismo y el fascismo, como algunos
contrarrevolucionarios pequeño-burgueses (Balbontín) pretenden hacer creer a las masas” (ibid, pág.
545).
En junio de 1934, cuando los fascistas mataron a la socialista Juanita Rico en Madrid, el
Partido Comunista tuvo que aceptar la invitación socialista a participar en el funeral. Sin embargo, el
12 de julio rechazó una invitación socialista para unificar la acción y entrar en las alianzas obreras y
declaró: “Nuestra táctica correcta con respecto al frente unitario nos permite frustrar los planes
contrarrevolucionarios de las alianzas obreras.” Alrededor del 12 de septiembre la presión desde sus
propias filas era irresistible; los delegados del Partido Comunista se integraban el 23 de septiembre a
las alianzas obreras, justo unos pocos días antes de que la lucha armada comenzase. Si los
exponentes principales de la teoría del socialfascismo se habían integrado al frente unitario
proletario, pronto los obreros de la CNT seguirían el mismo camino. Gil-Robles no podía esperar
más; y contraatacó.
Alcalá Zamora nombró a Lerroux para formar un nuevo gobierno; entraron tres de los
candidatos de Gil-Robles. Los socialistas habían declarado que responderían con las armas a un
cambio de este tipo. Si no cumplían su palabra, Gil-Robles tomaría la iniciativa y las masas
quedarían desmoralizadas. Los socialistas asumieron el reto en seis horas. Las alianzas obreras y la
UGT, en la medianoche del 4 de octubre, declararon la huelga general.
Los agitados sucesos de los quince días siguientes son conocidos y, por tanto, no se repetirán
aquí. A pesar de la ausencia de verdaderos soviets, de la falta de claridad acerca de los objetivos de la
lucha, de no haberse llamado a los campesinos y a los obreros a ocupar la tierra y las fábricas, los
obreros se lanzaron heroicamente a la lucha. La negativa de los obreros ferroviarios de la CNT a
unirse a la huelga quebró la columna vertebral de la resistencia y permitió al gobierno transportar
municiones y tropas. Las pocas horas de diferencia entre el llamamiento a la huelga general y la
movilización de las milicias obreras dieron tiempo al gobierno para arrestar a los soldados, con los
cuales se contaba para dividir al ejército; el fallo de no haber armado a los obreros de antemano no
podía repararse en unas pocas horas, mientras las tropas gubernamentales y la Policía revisaban
todos los edificios sospechosos. Hubo muchas delaciones de depósitos de armas; muchos hombres
claves huyeron cuando la derrota parecía inminente. En Cataluña, que debía haber sido el alma de la
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insurrección, fue fatal depender del gobierno pequeño-burgués de Companys. Más temeroso de
armar a los obreros que de capitular con Gil-Robles, difundió mensajes tranquilizadores hasta que,
rodeado por tropas madrileñas, se rindió de forma abyecta.
A pesar de todo esto, los obreros resistieron tremendamente. En Madrid, Bilbao y otras
ciudades los encuentros armados no pasaron de “paqueos” por parte de la clase obrera; pero las
huelgas generales continuaron largo tiempo, sostenidas por el proletariado con ejemplar entusiasmo
y disciplina, paralizando la vida industrial y comercial como no se había hecho nunca. La lucha de
Asturias fue la más importante y gloriosa. En Asturias, las alianzas obreras eran casi soviets y habían
funcionado, durante un año, dirigidas por el Partido Socialista y la Izquierda Comunista. Los
mineros, conducidos por Peña y Manuel Grossi, a falta de armas utilizaban dinamita y herramientas
para llevar a cabo su victoriosa insurrección. “La república de obreros y campesinos” dio la tierra a
los campesinos, confiscó las fábricas, juzgó a sus enemigos en tribunales revolucionarios y durante
quince días históricos resistió a la Legión Extranjera y a las tropas moras. Se dice en España que, de
haber habido tres Asturias, la revolución habría triunfado. Sólo el fracaso de la revolución en otras
partes permitió al gobierno concentrar todas sus fuerzas en Asturias.
El período siguiente no fue de pesimismo en las filas obreras. Por el contrario, se reconocía
que no habían sido derrotados a nivel global. Como las masas habían hecho solamente huelga y
limitado su lucha a desembarazarse de esquiroles, sus filas estaban intactas. Pronto lucharían de
nuevo, y esta vez con más experiencia. La terrible historia de cómo habían sido asesinados 3.000
obreros asturianos, la mayoría después de rendirse, sólo sirvió para fortalecer la decisión de las
masas. Se ofreció una fiera resistencia a los intentos de Gil-Robles de apoderarse de los “cuarteles
generales” obreros, clausurar sindicatos y confiscar los fondos. Aparecieron órganos ilegales para
sustituir a la prensa obrera confiscada, que circulaban abiertamente. Se hicieron huelgas generales
cuando se ejecutaron a los prisioneros de octubre. Numerosas huelgas económicas demostraron que
la moral proletaria permanecía incólume. El 1.° de mayo de 1935, a pesar de los esfuerzos frenéticos
del gobierno, se paralizó totalmente las actividades laborales, menos los servicios públicos, atendidos
por las tropas del gobierno. Las campañas proamnistía, pidiendo el indulto de los condenados y la
liberación de los presos, movilizó amplios sectores del campesinado y de la pequeña burguesía. El
grito de “¡Amnistía! ¡Amnistía!” integró a la vida política a estratos que hasta ahora se habían
mantenido al margen. El régimen clerical-radical comenzó a resquebrajarse.
El presidente, Alcalá Zamora, no se atrevió a ir más lejos. Antes de que finalizara la lucha,
conmutó la pena de muerte de los dirigentes catalanes. El Partido Radical se dividió cuando en
mayo el perspicaz Martínez Barrios (que como primer ministro, en 1933, había reprimido
ferozmente una intentona anarquista) encabezó un grupo antifascista y se unió con Azaña y otros
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republicanos para luchar por la amnistía. El mismo Lerroux retrocedió e indultó el 29 de marzo a
Peña y otros 18 socialistas condenados. Cuando Gil-Robles se vengó retirando a sus ministros,
Alcalá nombró a Lerroux nuevamente primer ministro. Lerroux disolvió las Cortes durante un mes,
en que los radicales gobernaron solos. El 4 de mayo Lerroux formó gobierno de nuevo con los
fascistas clericales, esta vez con Gil- Robles como ministro de la Guerra. Pero el curso de los
acontecimientos había quedado claro desde el 1.° de mayo. Ahora sabemos que Gil-Robles aceptó el
Ministerio de la Guerra para preparar el ejército, los depósitos de armas y emplazamientos secretos
alrededor de Madrid para la lucha que actualmente se está desarrollando, previendo, como todo el
mundo sabía, que pronto seria desplazado del poder.
Se realizaron grandes concentraciones antifascistas exigiendo la disolución de las Cortes y
nuevas elecciones. Eran normales los mítines de 1.000 y 2.000 personas. El sentimiento de unidad
era dominante en la clase obrera. Los anarquistas, muy desacreditados por su negativa a unirse a la
insurrección de octubre, intentaban disculparse alegando la represión, que en su momento desató
Companys contra ellos, y aseguraban que estaban dispuestos a unirse a los socialistas para luchar por
la libertad. Angel Pestaña se escindió de la CNT y organizó el Partido Sindicalista para participar en
las elecciones que se acercaban; y hasta la dirección de la CNT declaró que permitiría a sus
integrantes votar contra el régimen semifascista. Ante la marcha de los acontecimientos, la mayoría
de la prensa burguesa se puso en contra de Gil-Robles. Sólo hacía falta el toque final de que un
escándalo financiero comprometiese al gobierno de Lerroux. Los fascistas clericales habían llegado a
un callejón sin salida y tuvieron que retirarse.
No tenían idea, sin embargo, de la magnitud de la ola que los barrería. Pensaban que los
grupos centristas ganarían las elecciones de febrero. Así también pensaba Azaña, quien ocho días
antes de las elecciones intentó posponerlas, temiendo que la coalición republicano-obrera no
hubiese tenido suficiente tiempo para hacer propaganda. Pero las masas de campesinos y de
obreros, de hombres y mujeres, pudieron expresarse finalmente.
Y no sólo en las urnas. Al conocer los resultados electorales, las masas se manifestaron en las calles.
A los cuatro días de las elecciones, Azaña estaba nuevamente a la cabeza del gobierno; pedía paz y
que los obreros regresaran al trabajo, desechando cualquier espíritu de venganza. ¡Ya estaba
repitiendo las frases y siguiendo la política de los años 1931-1933!
V. El gobierno del Frente Popular y
sus aliados. 20 de febrero- 17 de julio
de 1936
¿Quiénes son los criminales y traidores, responsables de haber hecho posible que, cinco meses depués de los días
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de febrero en que los obreros arrancaron a los fascistas clericales del gobierno, los reaccionarios dirijan al ejémto y a la
policía en una contrarrevoluáón tan poderosa?
Todo comunista y socialista serio quiere saber responder a esta pregunta fundamental no sólo
importante para España y para Francia, donde algo similar está ocurriendo, sino para el proletariado
de todo el mundo.
La respuesta es: Los criminales y traidores son el gobierno republicano de “izquierda” y sus
aliados, el Partido Comunista y los socialistas reformistas.
Cuando llegaron las elecciones de febrero, el ala izquierda de los socialistas se oponían a una
lista electoral común con los republicanos, porque no creían que los republicanos tuviesen respaldo
real y por el odio de las masas contra estos hombres: la Esquerra Catalana de Companys había
traicionado en la revolución de octubre; la Unión Republicana de Martínez Barrios era sólo un
vestigio de los radicales de Lerroux, que entonaban una nueva canción apropiada a la situación;
Azaña y sus republicanos de izquierda repudiaron a la revolución de octubre y no eran nada más que
un puñado de intelectuales. Los socialistas de izquierda fueron especialmente ultrajados cuando
Prieto y el Partido Comunista accedieron a dar la mayoría a estos republicanos en las listas
electorales comunes: ¡Las listas daban 152 diputados a los republicanos y 116 a las organizaciones
obreras!
Pero no fue éste el verdadero crimen. Los bloques con propósitos electorales no son una
cuestión de principios para los revolucionarios, aunque muy pocas veces se justifican por
consideraciones tácticas. Pero esos acuerdos electorales deben limitarse sólo al intercambio de votos.
Antes, durante y después de las elecciones, el partido proletario continúa expresándose desde su
propia plataforma, con su propio programa, explicando a los obreros que no puede llegar a ningún
acuerdo programático con sus temporales aliados electorales. Porque el llamado “programa común”
podía ser, y era realmente, únicamente el programa de la clase enemiga. Este fue el verdadero
crimen, que las organizaciones obreras suscribieron y garantizaron otra carta de la burguesía,
necesariamente idéntica a la de 19311933.
Prieto olvidó que había dicho: “En este período de declive del capitalismo, la burguesía
española no podía llevar a cabo ni la revolución democrático-burguesa.” El Partido Comunista,
obedeciendo servilmente la nueva orientación de la Internacional, abandonó su crítica de los años
1931-1933 sobre la imposibilidad de la burguesía de realizar las tareas democráticas de la revolución,
y declaró que la coalición con la burguesía llevaría a cabo estas tareas2.
2 Para atraer con engaños a los socialistas de izquierda a la coalición, los estalinistas utilizaron un lenguaje muy de
“izquierdas”: “El Partido Comunista conoce la peligrosidad de Azaña igual que los socialistas que colaboraron con él
cuando estaba en el poder. Ellos saben que es un enemigo de la clase obrera... Pero también saben que la derrota de la
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El programa del Frente Popular fue un documento básicamente reaccionario:
1. La cuestión agraria. El programa establece: “Los republicanos no aceptan el principio de la
nacionalización de la tierra y su libre distribución entre los campesinos, solicitado por los delegados
del Partido Socialista.” En su lugar promete estimular las exportaciones, créditos, seguridad a los
arrendatarios y la compra de fincas para arrendarlas a los campesinos. En otras palabras, el
programa de 1931, que ya había demostrado ser una broma cruel.
2. La expansión de la economía española promete un sistema más eficaz de protección arancelaria,
instituciones para encaminar la industria (un departamento de comercio, de trabajo, etc.), colocar el
Tesoro y los bancos al servicio de la “reconstrucción nacional”, sin pasar por alto el hecho de que
“cosas tan sutiles como el crédito no pueden ser arrancadas del campo seguro del esfuerzo útil y
remunerativo”. Los partidos republicanos no aceptan las medidas de nacionalización de los bancos
propuestas por los partidos obreros. “Grandes planes” de obras públicas. “Los republicanos no
aceptan el subsidio de paro solicitado por la delegación obrera, ya que se piensa que las medidas de
política agraria y las que se llevarán a cabo en la industria, las obras públicas y, en suma, todo el plan
de reconstrucción nacional, cumplirán no sólo sus fines propios, sino también la tarea esencial de
absorber el desempleo.” Esto, también, igual que en 1931.
3. La Iglesia. Sólo el párrafo sobre educación afecta a la Iglesia. La república “impulsará, con
el mismo ritmo que en los primeros años de la república, la creación de escuelas primarias... La
educación privada estará sujeta a vigilancia en interés de la cultura, análoga a la de las escuelas
públicas”. ¡Sabemos, por la historia de los años 1931-1933, de qué ritmo se trataba!
4. El ejército. El único párrafo que afecta al ejército es el que promete la investigación y el
castigo de los abusos de la policía, destituyendo a los oficiales con mando encontrados culpables. ¡Ni
siquiera la democratización insincera del ejército que se planteaba en 1931! Así el Cuerpo de
CEDA (Gil-Robles) traería automáticamente „un debilitamiento de la represión, al menos por cierto tiempo‟.”
(INPRECORR, vol. 15, pág. 762.) Pero ¿propusieron entonces los estalinistas que una vez que Azaña estuviese en el poder
los obreros debían luchar contra él? No: por el contrario, este “enemigo de los obreros” realizaría las tareas democráticas
básicas: “Tierra para los campesinos, libertad para 1as nacionalidades oprimidas y liberar a Marruecos de la opresión
imperialista.” (Ibid., pág. 639.) Para justificar esta clara adhesión a la concepción menchevique de la revolución burguesa,
los estalinistas tuvieron que ocultar su pasado: García, en el séptimo congreso, denunció a la dirección del Partido de 1931:
“En lugar de proponer consignas que correspondieran al momento, se pronunciaron en contra de la república,
alimentando así ilusiones muy fuertes entre las masas, proponiendo las consignas „Abajo la república burguesa‟, „Vivan los
soviets y la dictadura del proletariado‟. Con la expulsión de estos renegados (en 1932), nuestro Partido español comenzó a
actuar de una manera comunista (ibid., pág.
1310). ¡Pero estas consignas habían sido enarboladas no sólo por los „renegados‟, sino por el Partido, al comienzo de 1935,
por Ercoli, Pieck y la misma Komintern!”
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Oficiales queda intacto. En los cinco meses posteriores, el gobierno del Frente Popular eludió
cualquier investigación de la masacre de Asturias y otros crímenes perpetrados por el Cuerpo de
Oficiales.
5. Las cuestiones nacional y colonial. Ni una palabra en el programa del Frente Popular.
Marruecos permaneció en las manos de la Legión Extranjera hasta que finalmente, el 18 de julio,
tomaron absolutamente el poder. El estatuto de semiautonomía para Cataluña fue más tarde
restaurado, pero no garantizó más autonomía. Para los vascos hubo una solución aún menos liberal.
6. Democratización del aparato de estado. Consejos laborales mixtos, Tribunal Supremo,
presidente, censura, etc., todo fue restaurado como en 1931. El programa prometía la
reorganización de los consejos laborales para que “los partidos interesados pudieran adquirir
conciencia de la imparcialidad de sus decisiones”. Y, como una bofetada final, “los partidos
republicanos no aceptan el control obrero solicitado por la delegación socialista”.
Por este plato de lentejas los líderes socialistas depusieron la lucha de clases contra la
república burguesa. ¡Piénselo el lector! El mismo programa, por el cual los socialistas y estalinistas se
comprometían a defender el gobierno de la república burguesa, hacía inevitable el asalto de la
reacción. Las bases económicas de la reacción, tierras, industrias, finanzas, la Iglesia, el ejército y el
Estado quedaban intactas. Los tribunales eran colmenas de reaccionarios; la prensa obrera está llena,
entre febrero y julio, con relatos de fascistas que, cogidos con las manos en la masa, quedaban en
libertad, y de obreros detenidos por motivos triviales.
El día que la contrarrevolución estalló, en las cárceles de Madrid y de Barcelona había miles
de presos políticos obreros, especialmente de la CNT, pero también muchos de la UGT. La
burocracia administrativa estaba tan corrompida por la reacción, que permaneció aparte el 18 de
julio. Todo el Cuerpo diplomático y consular, salvo unas pocas excepciones, se pasó a los fascistas.
La “imparcialidad” gubernamental impuso una rígida censura de prensa, modificó la ley
marcial, prohibió manifestaciones y mítines sin autorizar y se denegaba la autorización en todos los
momentos cruciales. En los días críticos, después de los asesinatos del teniente Castillo y de Calvo
Sotelo, se clausuraron las sedes obreras. El día antes del alzamiento fascista, la prensa obrera
apareció con espacios en blanco porque el gobierno había censurado los editoriales y las partes de
artículos donde se prevenía contra el golpe de estado!
En los últimos tres meses antes del 18 de julio, en intentos desesperados para parar el
movimiento huelguístico, cientos de trabajadores fueron encarcelados en masa, las huelgas generales
locales declaradas ilegales y las sedes regionales de los socialistas, comunistas y anarquistas
clausuradas durante semanas. Por tres veces, en junio, la sede madrileña de la CNT fue clausurado y
su dirección encarcelada.
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Para los líderes socialistas y comunistas fue imposible contener el odio de sus partidarios por
esta repetición de los años 1931-1933. Incluso ese vociferante defensor del gobierno, José Díaz,
secretario del Partido Comunista, tuvo que admitir: “El gobierno, a quien apoyamos lealmente en la
medida en que cumple el pacto del Frente Popular, es un gobierno que está comenzando a perder la
confianza de los trabajadores.” Y luego añade este importante reconocimiento: “Y yo digo a este
gobierno republicano de izquierda que su camino es el camino equivocado de abril de 1931” (Mundo
Obrero, 6 de julio de 1936).
¡Así, en el mismo momento que pedía a los mineros asturianos que no rompiesen con el
Frente Popular, José Díaz tenía que admitir que febrero-julio de 1936 era la repetición del desastre
de 1931-1933! Cuando la contrarrevolución estalló, los estalinistas aseguraron que no habían cesado
de apremiar al gobierno acerca de la necesidad de aplastar a la reacción. Ya hemos visto, sin
embargo, que el programa del Frente Popular protegía a la reacción en todos los frentes
importantes.
Ningún apremio puede cambiar a la república burguesa. Un gobierno de coalición así,
comprometido en mantener el capitalismo, debe actuar como Azaña en 1931 y en 1936. El gobierno
se comporta de forma idéntica en ambos casos porque su programa es construir la economía
española bajo el capitalismo. Esto significa que no puede tocar las bases económicas de la reacción porque no
quiere destruir al capitalismo. El programa básico de Azaña se resume en dos frases que dijo poco
después que regresó al poder: “Ninguna venganza”; “Gil-Robles también será un día azañista.” Este
programa no está dictado por debilidad psicológica, sino que se debe a las premisas capitalistas de
Azaña. Su gobierno no ha sido débil y no ha cometido “equivocaciones”. Ha dado a los
reaccionarios amplias posibilidades de armarse y movilizarse, porque ésa es una consecuencia
inevitable del carácter capitalista del programa del Frente Popular.
Trotsky ha dejado al descubierto la anatomía de la relación del gobierno del Frente Popular
con la reacción: “El Cuerpo de Oficiales representa el centinela del capital. Sin este guardián la
burguesía no se mantendría ni un solo día. La selección de sus miembros, su educación y
entrenamiento hace de los oficiales, como grupo definido, enemigos intransigentes del socialismo.
Así se plantean las cosas en todos los países burgueses... Eliminando cuatro o cinco agitadores
reaccionarios del ejército, se deja todo básicamente igual a como estaba antes... Es necesario sustituir
las tropas en los cuarteles bajo el mando de la casta de oficiales por las milicias populares, es decir,
por la organización democrática de los obreros y campesinos armados. No hay otra solución. Pero
un ejército así es incompatible con la dominación de los grandes y pequeños explotadores. ¿Pueden
los republicanos estar de acuerdo con una medida así? Radicalmente, no. El gobierno del Frente
Popular, es decir, el gobierno de coalición de los obreros con la burguesía es, en su esencia, un
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gobierno de capitulación ante la burocracia y los oficiales. Esta es la gran lección de los
acontecimientos ocurridos en España, por la cual se pagan ahora miles de vidas humanas.”
De la misma manera que en 1933, el apoyo socialista al gobierno imposibilitó evitar la
reacción, el apoyo comunista-socialista en 1936 abrió las puertas a la contrarrevolución. Pero los
obreros pueden preguntar: ¿No es posible apoyar al gobierno y al mismo tiempo movilizar a los
obreros y campesinos contra sus enemigos? ¡No! Dos importantes ejemplos serán suficientes:
1. En la provincia de Albacete, cerca de Yeste, los campesinos ocuparon una gran finca. El
28 de mayo de 1936 fueron atacados por la Guardia Civil; el saldo fue de 23 campesinos muertos y
30 heridos. El ministro del Interior saludó este baño de sangre enviando un telegrama de felicitación
a al Guardia Civil. La prensa consideró, correctamente, esta situación una repetición de la masacre
de Casas Viejas en 1931. La interpelación en las Cortes el 5 de junio fue aguardada con ansiedad...
pero los diputados comunistas y socialistas absolvieron al gobierno de toda responsabilidad.
“Sabemos que el gobierno no es responsable por lo que ha sucedido y que tomará medidas para que
no se repita, pero estas medidas deberán ser tomadas rápidamente en interés del Frente Popular”,
dijo un diputado socialista. “El complot está claro”, decían los estalinistas. “Los terratenientes
provocan, sistemáticamente, la desesperación en los campesinos, y cuando éstos toman medidas
para arreglar la situación, los terratenientes encuentran guardias civiles venales dispuestos a
derribarles a tiros. La Guardia Civil ha consumado un baño de sangre y los políticos de derechas se
esfuerzan para explotar este suceso y destruir al Frente Popular. Políticamente el asunto de Yeste
fue un fracaso, pero puede ser y será repetido.”
“El Partido Comunista tenía razón cuando respondió a la maniobra política de la derecha
situando el asunto en sus bases reales y exigiendo acciones contra los terratenientes ricos. El Partido
Comunista señaló que la lucha debía orientarse, sobre todo, contra la miseria y el hambre;
aumentadas por los caciques y terratenientes cuando sabotean las órdenes del gobierno y de la
república y niegan el pan a las masas. El Partido Comunista exigió que la reforma agraria debía acelerarse”
(INPRECORR, núm. 32, 11 de julio de 1936, pág. 859).
En pocas palabras: la lucha contra los terratenientes debe limitarse a los intentos „de
persuadir al gobierno a que realice la reforma agraria. Porque ir más allá, y que el mismo
campesinado luche con actos militantes en la tierra, que es la única manera verdadera de luchar,
conduce a sucesos como el de Yeste, que provocan conflictos entre las masas y el gobierno, y
debemos evitar la ruptura con el Frente Popular. “¡No romper con el Frente Popular” sólo significa
limitar la lucha a la persuasión amistosa en la arena del parlamento!
2. Los obreros madrileños de la construcción, más de 80.000, fueron a la huelga, exigiendo,
principalmente, la semana de treinta y seis horas. El gobierno impuso arbitraje a los trabajadores; se
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decidió una semana de cuarenta horas. La UGT y los comunistas aceptaron y dieron instrucciones a
sus miembros de volver al trabajo. La CNT, sin embargo, se negó a aceptar el arreglo
gubernamental y, lo que es más importante, los obreros de la UGT apoyaron a los anarquistas. Los
estalinistas dieron las siguientes razones para suspender la huelga:
“No es un secreto para nadie que, después del 16 de febrero, los patronos fascistas utilizan
como forma de lucha el empujar primero a los obreros a declarar conflictos y luego prolongar su
solución, mientras sea necesario y posible, para desesperar a las masas, lo cual
provocará actos esporádicos sin finalidad ni efectividad... , pero que enfrentarán a los obreros con el
gobierno, por que ésta es una de las condiciones... para un golpe de estado... La actitud de los
patronos... hace necesario que los obreros de la construcción, aunque no estén satisfechos con el
convenio, terminen una situación cuya prolongación implica un grave peligro para todos los
trabajadores... Ha llegado el momento de saber cómo finalizar una huelga, sin renunciar a la
posibilidad, establecida en el convenio, de continuar las conversaciones sobre el
problema de los salarios en el consejo laboral mixto” (Mundo
Obrero, 6 dejulio). En pocaspalabras: los patronos insisten en combatimos, pero esto os
lleva a un conflicto con el gobierno (¡lo cual significa que el gobierno tiene más en común con los
patronos que con vosotros!) y pone en peligro al Frente Popular. Por tanto, finalizad la huelga. Pero,
entonces, ¿para qué comenzar huelgas? La lógica del reformismo no siempre va tan lejos, porque
entonces los obreros lo rechazarían de plano. Los obreros insisten en hacer huelga. El deber del
Partido Comunista es parar la huelga antes de que el gobierno se enfurezca.
Esta política de limitar la lucha contra la reacción a la arena parlamentaria sólo llevaría a la
derrota eventual de las masas, Es un principio fundamental del marxismo que la movilización de las
masas sólo puede realizarse a través de la lucha militante. Si los obreros hubiesen seguido la política del
Frente Popular, hoy lloraríamos la ruina del proletariado español.
VI. La lucha de las masas contra el fascismo a pesar
del Frente Popular: 16 de febrero a 16 de
julio de 1936
Afortunadamente para el futuro de España y de la clase obrera internacional, las masas, desde
el primer día de la victoria de febrero, no cesaron de luchar. Las lecciones del período 1931-1933
estaban grabadas en su memoria. Si ahora, por el momento, estaban libres de la dominación de Gil-
Robles, era porque habían ganado esta libertad con las armas en la mano, a pesar de la traición de
Companys y la “neutralidad” de Azaña. Las masas no esperaron que Azaña cumpliera sus promesas.
En los cuatro días entre las elecciones y la entrada precipitada de Azaña en el gobierno, las masas
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llevaron a cabo eficazmente la amnistía, abriendo a la fuerza las cárceles; con tal eficacia que la
comisión permanente de las anteriores Cortes, incluido Gil-Robles, ratificó unánimemente el decreto
de amnistía de Azaña, tanto por miedo a las masas en la calle como para aparentar que el gobierno
constitucional controlaba el país. Tampoco esperaron los obreros el decreto gubernamental ni la
decisión sobre su constitucionalidad -¡que no llegó del Tribunal de Garantías
Constitucionales recién el 6 de septiembre!- para reintegrar a sus puestos de trabajo a los despedidos
de la insurrección de octubre, en cada taller y fábrica los obreros impusieron la readmisión de los
despedidos. El ajuste de cuentas de responsabilidades por los excesos de octubre se realizó por el
“método plebeyo” de la movilización obrera y campesina. Los diputados estalinistas y socialistas del
ala derecha enronquecieron suplicando a los obreros que dejaran todo esto en las manos del
gobierno del Frente Popular. ¡Pero los obreros sabían lo que debían de hacer!
Al odiado clero, soberano durante el bienio negro, los campesinos oprimidos los trataron de
la forma ya tradicional. Sobre todo después de quedar claro que el gobierno no tocaría al clero, las
masas tomaron el asunto en sus manos. No sólo se quemaron iglesias, sino que se obligó a los
sacerdotes a marcharse de los pueblos, amenazándoles de muerte si volvían. Aparte de la abyecta
lealtad al régimen, los estalinistas denigraron la lucha contra el clero: “¡Recordad que quemar
monasterios e iglesias ayuda a la contrarrevolución!” (INPRECORR, 1.° de agosto, pág. 928). No se
les escuchó más que a Azaña. En la provincia de Valencia, donde los obreros han aplastado
actualmente, con tanta decisión, la contrarrevolución, casi no había ninguna iglesia funcionando.
Las acciones de masas comenzaron con toda su fuerza después que una serie de hechos
revelaron el comienzo de un acercamiento entre republicanos y reaccionarios. Casi todos los
derechistas votaron a Martínez Barrios como presidente de las Cortes. En marzo, Azaña prorrogó la
censura de prensa y el estado de excepción decretado por el anterior gobierno reaccionario. El 4 de
abril, ocho días antes de que se celebrasen las elecciones municipales, las primeras desde 1931,
Azaña las retrasó indefinidamente, satisfaciendo una exigencia de los reaccionarios. El día antes,
Azaña, en un discurso, prometió a los reaccionarios que no se saldría de los límites establecidos en el
programa del Frente Popular y que impediría las huelgas y la ocupación de tierras. El discurso fue
recibido por la prensa reaccionaria con una alegría delirante. Calvo Sotelo, el monárquico, declaró:
“Se expresó como un verdadero conservador. Su declaración de respeto a la ley y a la Constitución
deberían impresionar favorablemente a la opinión pública.” El portavoz de la organización de Gil-
Robles declaró: “Apoyo el 90 por 100 del discurso.” El 15 de abril, cuando se desarrollaban muchas
huelgas económicas, los derechistas exigieron que se pusiera fin al “estado de anarquía”. “Los
alborotadores y agitadores serán exterminados”, prometió el ministro Salvador en nombre del
gobierno. El mismo día, Azaña atacó duramente al proletariado: “El gobierno revisará todo el
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sistema de defensa para terminar con el reino de la violencia.” “El comunismo significaría la muerte
de España.” El portavoz de los terratenientes catalanes, Ventosa, declaró, alabándole: “Azaña es el
único hombre capaz de ofrecer al país seguridad y defensa de todos los derechos legales.” En el
mismo día, envalentonados los fascistas y los oficiales de la Guardia Civil, dispararon en una calle
obrera de Madrid.
Esta era la atmósfera en el gobierno cuando el 17 de abril la CNT declaró huelga general en
Madrid para protestar contra el ataque fascista. La UGT no había sido invitada a unirse a la huelga y
al principio la denunció, igual que los estalinistas. Pero los trabajadores salieron de los talleres, de las
fábricas y de los servicios públicos no porque hubiesen cambiado de filiación, sino porque querían
luchar y sólo los anarquistas los llamaban a la lucha. Mientras toda la vida comercial de Madrid
comenzaba a paralizarse, los estalinistas aún declaraban: “Quizá se participe más adelante. La
decisión presente es apoyar al gobierno de Azaña mientras realice acciones efectivas contra los
reaccionarios” (Daily Worker, 18 de abril). Esa tarde, cuando a pesar de ellos la huelga había sido un
gran triunfo, la UGT y los estalinistas la apoyaron tardíamente antes de que finalizara.
La burguesía se dio cuenta que la huelga general del 17 de abril y la ola de huelgas económicas
que inspiró se transformarían en una ofensiva proletaria contra el capitalismo y su agencia, el
gobierno. ¿Cómo parar esta ofensiva) El ejército propuso aplastarla a la fuerza. Pero entre los
reaccionarios había dudas sobre si en ese momento era posible; Azaña tenía una solución mejor: que
los líderes obreros impidiesen las huelgas. Introducido en mayo como nuevo presidente de la
república, al sonido de la Internaáonal cantada con los puños cerrados por los diputados socialistas y
estalinistas que lo habían elegido (los reaccionarios no habían presentado candidato), Azaña llamó a
Prieto para hacer un gobierno de coalición.
Prieto estaba más que dispuesto a ser primer ministro. Pero el rumor produjo tal oposición en
el Partido Socialista que no se atrevió a aceptar. Caballero previno a Prieto que no debla entrar sin el
consentimiento del Partido; y detrás de Caballero y a su izquierda estaba la mayoría del Partido y de
la UGT.
El núcleo madrileño, el más fuerte de las organizaciones del Partido, había aprobado un
nuevo programa en abril, e iba a presentarlo para su aprobación en la convención nacional de junio.
El programa declaraba que la burguesía no podía llevar a cabo las tareas democráticas de la
revolución, que, sobre todo, era incapaz de solucionar la cuestión agraria y que, por tanto, la
revolución proletaria era una cuestión actual. El programa estaba debilitado por grandes errores
sobre todo el no comprender el papel de los soviets. Pero indicaba una profunda ruptura con el
reformismo.
Lógicamente, este programa, aceptado por Caballero, debería haber sido acompañado por una
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ruptura decisiva con la política del Frente Popular. La lógica, sin embargo, raras veces guía a los
centristas. Declarando que el gobierno “todavía no había agotado completamente sus posibilidades”
y que la unidad de los sindicatos y la fusión de los partidos marxistas debe preceder a la revolución,
Caballero continuó dirigiendo a los diputados socialistas por la vía de criticar al gobierno, pero
apoyarle en cada problema crucial. Sin embargo, a pesar de sus tremendos ágapes de oratoria con los
estalinistas, el órgano que controlaba la izquierda socialista, Claridad, continuó ofreciendo un
contraste diario con los órganos del Partido Comunista y de la derecha socialista. Claridad planteó el
carácter fraudulento del programa agrario; demostró cómo los proyectos de riego favoritos de Prieto
enriquecían a los terratenientes mientras los campesinos permanecían en su pobreza, y hasta publicó
artículos donde se llamaba a los campesinos a ocupar las grandes fincas, ¡Simultáneamente los
estalinistas y la derecha socialista elogiaban la reforma agraria del gobierno de Quiroga! Aunque
Caballero finalmente había apoyado a Azaña para presidente, Claridad publicó los artículos de Javier
Bueno que denunciaban a Azaña como el candidato de la derecha. Los elementos revolucionarios
entre la izquierda socialista eran tan fuertes que se expresaban a pesar de Caballero.
Caballero no se atrevía a romper con los partidos revolucionarios por el asunto de la entrada
de Prieto en el gobierno. Tampoco quería someter esta cuestión a la convención nacional para que
decidiera. Entonces tuvo lugar una extraordinaria campaña de presión para que el Partido permitiese
a Prieto ser primer ministro. Casi todo el mundo no perteneciente al Partido Socialista quería que
Prieto se integrase al gobierno. La prensa republicana pedía que se solucionara el conflicto dentro
del Partido con la entrada de Prieto. El partido de Martínez Barrios, Unión Republicana, que
representaba a la mayoría de la burguesa industrial desde que los radicales de Lerroux habían
desaparecido, declaró que quería un primer ministro socialista y que éste debía ser Prieto. Miguel
Maura, que representaba a los industriales y terratenientes de extrema derecha, abogaba por un
régimen autoritario que disolviera las Cortes, llevado a cabo “por todos los republicanos y aquellos
socialistas no contaminados por la locura revolucionaria”. El gobierno catalán y sus aliados,
incluidos los estalinistas, apoyaban la entrada de los socialistas.
Los estalinistas perseguían que su apoyo a esta demanda reaccionaria tuviese una connotación
muy radical. “Si el gobierno continúa por este camino (el falso camino de 1931) trabajaremos no
para romper el Frente Popular, sino para fortalecerlo e impulsarlo a la solución de un tipo de
gobierno revolucionario popular, que realizará aquellas cosas que este gobierno no ha comprendido
o no ha querido comprender” (Mundo Obrero, 6 de julio). ¡Pero lo único que faltaba para hacer que
este gobierno fuera completamente idéntico al de
1931 era incluir en él rehenes proletarios!
Hasta el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) se unió al coro. Formado por una
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fusión de los llamados trotskistas con el Bloque Obrero y Campesino, un grupo catalán
seminacionalista había firmado el pacto del Frente Popular, había declarado su “independencia” de
este pacto y atacado el concepto de Frente Popular sólo para volver a apoyar al Frente Popular en
las elecciones municipales y de nuevo declarar su independencia cuando Azaña las prorrogó. Para
justificar su negativa a entrar en el Partido Socialista, como proponía Trotsky, y de este modo unir
sus fuerzas -sólo unos miles, de acuerdo a sus propias estimaciones- al ala izquierda, se negó a
admitir el profundo significado del desarrollo de esta ala izquierda. Efectivamente, en La Batalla del
22 de mayo negó que hubiese diferencia real entre el ala derecha e izquierda dentro del socialismo.
Esta errónea estimación llevó a tácticas deplorables: el POUM demandó “un auténtico gobierno del
Frente Popular, con la participación directa (ministerial) de los partidos Comunista y Socialista”,
como medio de “completar la experiencia democrática de las masas” y acelerar la revolución, al
mismo tiempo que la izquierda socialista se enfrentaba al ala derecha por este problema.
Esta presión universal no quebrantó la decisión de la izquierda socialista. Entonces Prieto
intentó medidas desesperadas. El Comité Ejecutivo Nacional, controlado por él, aplazó la
convención de junio a octubre; prohibió Claridad y le quitó los fondos del Partido; dio instrucciones
a los comités provinciales para “reorganizar” los sectores disidentes y celebró unas elecciones de
farsa para cubrir vacantes en el ejecutivo, sin contar los votos del ala izquierda. Esta condenó dichas
acciones y declaró que Prieto había perdido la confianza del Partido.
A pesar de las maniobras de Prieto, estaba claro que la base apoyaba al ala izquierda.
Caballero había sido reelegido secretario de la UGT por una abrumadora mayoría. Y detrás de
Caballero estaban elementos más decididos. Javier Bueno, líder de la insurrección de Asturias, exigía
en grandes mítines no sólo el final de la política de Prieto, sino también el de la de Caballero.
Sectores importantes del Partido se negaron a apoyar la lista del Frente Popular para las elecciones
presidenciales y habían presentado listas socialistas. Mientras que la política que Caballero trazaba
para la UGT a nivel nacional era poco mejor que la de los estalinistas, otros líderes, a nivel local o
laboral, se unían a la CNT para realizar huelgas poderosas que lograban su objetivo. Comités
permanentes unían a los dos sindicatos en puertos, barcos y ferrocarriles; de esta forma los obreros
portuarios y de astilleros ganaron huelgas nacionales; y los ferroviarios acababan de votar una huelga
nacional cuando se produjo el alzamiento. Los atrasados elementos campesinos del Partido
Socialista tenían suficiente erudición como para saber lo que querían. Dos días después que Vidarte,
secretario de Prieto, había negado indignado el rumor difundido por la United Press de que el
campesinado socialista de Badajoz estaba ocupando la tierra, 25.000 familias campesinas, dirigidas
por los socialistas, ocuparon las fincas grandes. Lo mismo pasó en otras partes. Prieto intentó
encubrir el significado revolucionario de la ocupación, logró que el Instituto de Reforma Agraria
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enviara ingenieros y legalizara la ocupación, esto sólo sirvió para alentar a la izquierda socialista a
repetir el proceso. Los combativos mineros de Asturias, que habían sido el gran apoyo de Prieto,
comenzaron huelgas políticas contra el gobierno;
30.0 pararon el 13 de junio, exigiendo la destitución de los ministros de Trabajo y de Agricultura
(¡este último, Funes, amado por los estalinistas!) y el 19 de junio cumplieron su amenaza de llevar al
paro a los 90.000 mineros. El gobierno se las arregló para que regresaran al trabajo el 23 de junio,
pero el 6 de julio los mineros y los obreros de Oviedo amenazaron con una huelga general, en
protesta por la destitución por el gobierno del gobernador de Asturias, Bosque (Calvo Sotelo, jefe
de la reacción, había recibido un telegrama insultante del gobernador proobrero e insistió, con éxito,
para que lo destituyeran). Los mineros repitieron su exigencia el 15 de julio y hubiesen ido a la
huelga si no se hubiera producido el alzamiento. Ante estos claros indicios del temperamento
revolucionario del proletariado socialista, Prieto no se arriesgó a entrar en el gobierno.
Mientras tanto, la oleada de huelgas alcanzó las proporciones de una crisis revolucionaria.
Sólo podernos indicar su magnitud en términos generales. Durante estos cinco meses tuvo lugar, en
todas las ciudades de cierta importancia, al menos una huelga general. El 10 de junio había casi un
millón de huelguistas, medio millón el 20 de junio, un millón el 24 de junio, más de un millón los
primeros días de julio. Las huelgas eran realizadas tanto por los obreros de la ciudad como por los
del campo; estos últimos rompieron los límites de lucha tradicionales de la ciudad, sosteniendo, por
ejemplo, una huelga de cinco meses en toda la provincia de Málaga que involucraba a 125.000
familias campesinas.
El Socialista denunció la oleada de huelgas: “El sistema es genuinamente anarquista y provoca
la irritación de los derechistas.” Mundo Obrero señalaba a los obreros que las luchas los enfrentaban al
gobierno del Frente Popular. Ese gobierno y sus gobernadores provinciales lanzaron a la Guardia
Civil contra los huelguistas en un intento desesperado de detener la ofensiva. Medidas
particularmente desesperadas se tomaron contra la CNT; Companys llenó las cárceles de Barcelona
con anarquistas. En Madrid cerraron sus sedes y 180 anarquistas fueron detenidos en una redada el
31 de mayo. El 4 de junio, el ministro Augusto García anunció que “si los sindicalistas persisten en
desobedecer las órdenes del ministro del Trabajo, el gobierno se propone ilegalizar al sindicalismo”.
El 19 de junio el gobierno cerró de nuevo las sedes de la CNT. ¡Pero no estábamos en 1931, cuando
el mismo Caballero dirigió el ataque a la CNT! La UGT se solidarizó con los compañeros
anarcosindicalistas y el gobierno tuvo que retroceder.
También se desarrollaron huelgas políticas contra el gobierno. El 8 de junio se convocó una
huelga general en Lérida para presionar al gobierno a que cumpliese su promesa de mantener a los
parados. Los mineros de Murcia se manifestaron el 24 de junio protestando porque el gobierno no
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había cumplido su promesa de mejorar las condiciones de trabajo. El 2 de julio, la Federación de
Obreros Agrícolas de Andalucía exigió al gobierno fondos para paliar la pérdida de las cosechas. Ya
hemos mencionado las huelgas políticas asturianas. El 8 de julio, los estudiantes de los colegios
católicos de Barcelona hicieron huelga exigiendo la sustitución de los sacerdotes por profesores
idóneos. El 14 de julio, los obreros se manifestaron en Madrid llevando fotografías ampliadas de un
baile oficial que se había celebrado en la embajada de Brasil, bajo el título: “Los ministros
republicanos se divierten mientras que los obreros mueren.” Estos son ejemplos de decisiones
políticas tomadas por las masas. ¡Podemos estar seguros que no eran conducidas por los partidarios
del Frente Popular!
Ni las acusaciones de El Socialista de que Claridad recibió dinero de un banco de católicos
reaccionarios, ni las sucias calumnias de Mundo Obrero de que la CNT estaba aliada con grupos
fascistas, ni las medidas represivas del gobierno, pudieron impedir el desarrollo revolucionario de la
izquierda socialista, la creciente unidad entre la CNT y la UGT y la ola de huelgas.
La política del Frente Popular de permitir a los fascistas organizarse y armarse encontró
resistencia en el proletariado militante. El rogar al gobierno que parase a los fascistas se les dejó a El
Socialista y a Mundo Obrero. Los obreros revolucionarios se enfrentaron a los fascistas en la calle.
Entre febrero y el alzamiento de julio estas luchas callejeras dejaron como saldo dos muertos y seis
heridos por día. Era, verdaderamente, la guerra civil; los fascistas sufrieron las mayores bajas. Los
golpes de muerte a la moral de los grupos fascistas prepararon, también, para el liderazgo en el 18 de
julio, a miles de militantes.
Finalmente, las mejoras en salario y horario conseguidas en las huelgas, que no fueron
seguidas por un aumento en la producción (la crisis mundial despojó de este posible aumento a la
industria española), tuvieron como consecuencia el aumento de los precios; a principios de julio la
prensa madrileña estimaba que la subida había sido del 20 por 100 en un mes. Los trabajadores se
sintieron engañados y se prepararon para realizar huelgas más decisivas para lograr todas sus
exigencias. ¡Un paso idéntico está ocurriendo actualmente, mediados de septiembre, en Francia! La
reacción, es decir, el capitalismo español, había depositado por un tiempo sus esperanzas en Azaña.
Cuando éste demostró ser impotente para contener a los obreros, sus esperanzas se trasladaron a
Prieto, pero la izquierda socialista impidió esta solución. No había esperanza entonces de repetir lo
ocurrido en 1931-1933 y una vuelta pacifica de la reacción. La derecha socialista y los estalinistas no
podían impedir la evolución revolucionaria del proletariado español. Armados y preparados para lo
peor, los contrarrevolucionarios no se atrevieron a esperar que la ola revolucionaria los aplastara.
Contando con el 90 por 100 del Cuerpo de Oficiales, la Legión Extranjera, las tropas moras y la
mayoría de las 50 guarniciones de provincias, el capitalismo español se sublevó contra su inminente
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destrucción.
VII. Contrarrevolución y doble poder
1. La traición del gobierno del Frente Popular
La respuestas de Azaña y del gobierno del Frente Popular a la contrarrevolución fue intentar
llegar a un arreglo.
Los estalinistas comprometidos sin remedio por su política de Frentes Populares intentaron
explicar esta traición inventando una distinción entre republicanos “débiles” como Martínez Barrios
y “fuertes” como Azaña. La verdad es que Azaña dirigió la tentativa de llegar a un compromiso con
los generales fascistas y que todos los grupos republicanos estaban implicados en esta maniobra.
Estos son los hechos indiscutibles, recogidos de El Socialista y de Claridad.
En la mañana del 17 de julio el general Franco, habiendo ocupado Marruecos, radió su
manifiesto a las guarniciones. Recibido en una estación de la Marina cercana a Madrid, por un
operador leal, fue comunicado inmediatamente al Ministerio de Marina. Pero el gobierno no divulgó
las noticias hasta las nueve de la mañana del día 18; y entonces sólo emitió una nota tranquilizadora
en que se decía que España estaba completamente bajo el control del gobierno. Más tarde fueron
emitidas otras dos notas gubernamentales; la última a las 15,15 horas, cuando el gobierno ya tenía
información completa y precisa del alcance del alzamiento e incluso de la ocupación de Sevilla. Sin
embargo, esa nota final decía:
“El gobierno habla de nuevo para confirmar la absoluta tranquilidad de toda la
Península.
El gobierno reconoce los ofrecimientos de ayuda que ha recibido (de las
organizaciones obreras) y aunque los agradece, declara que la mejor ayuda que se puede dar al
gobierno es garantizar la normalidad de la vida cotidiana, para dar un alto ejemplo de
serenidad y confianza en los medios de fuerza militar del estado.
Gracias a las medidas de previsión aprobadas por las autoridades, puede considerarse
que ha sido disuelto un amplio movimiento de agresión contra la república; no ha encontrado
apoyo en la Península y sólo ha logrado partidarios en un sector del ejército de Marruecos...
Estas medidas, junto con las órdenes habituales a las fuerzas en Marruecos que se
esfuerzan en vencer el alzamiento, nos permiten afirmar que la acción del gobierno será
suficiente para restablecer la normalidad” (Claridad, 18 de julio).
Habiéndose negado, de esta forma, a armar a los obreros y justificando su traidora negativa
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con esta nota increíblemente deshonesta, el gobierno de Azaña se dedicó a conferenciar toda una
noche. Azaña hizo dimitir al gobierno de Quiroga, de su propio partido, Izquierda Republicana, y
nombró primer ministro al antiguo lugarteniente de Lerroux, Martínez Barrios, cabeza del partido
Unión Republicana. Barrios y Azaña formaron un gobierno “respetable” con hombres de Barrios y
republicanos de derecha que no pertenecían al Frente-Popular. Este gobierno también se
comprometió a negar las armas a los obreros,
Más que armar a los obreros -¡sus aliados en el Frente Popular, que los habían colocado
en el poder!-, Azaña y los republicanos se estaban preparando para firmar la paz con los fascistas, sacrificando a
los obreros. Si Azaña hubiese llevado a cabo este plan los fascistas habrían conquistado España.
Pero en las mismas horas en que los ministros se apiñaban en el palacio presidencial, el
proletariado ya se estaba movilizando. En Madrid, las milicias de la Juventud Socialista distribuían su
exiguo depósito de armas; levantaban barricadas en las calles clave y alrededor del Cuartel de la
Montaña; organizaban patrullas para detener a los reaccionarios casa por casa; a medianoche habían
lanzado el primer ataque al cuartel. En Barcelona, recordando la traición de octubre de 1934 de este
mismo presidente de Cataluña, Companys, los militantes de la CNT y del POUM (Partido Obrero
de Unificación Marxista) habían tomado por asalto varios depósitos de armas del gobierno en la
tarde del 18. Cuando la guarnición se sublevó, a la una de la mañana siguiente, los obreros armados
habían rodeado a las tropas en un círculo de hierro, armando reclutas entusiastas con equipo
requisado a los fascistas y con todo lo que pudo ser confiscado de los almacenes del Ministerio. Más
tarde la milicia se apoderó de todos los arsenales. Los mineros asturianos armaron una columna de
6.000 hombres para marchar sobre Madrid antes de que la crisis ministerial se resolviera del todo.
En Málaga, puerto estratégico frente a Marruecos, los ingeniosos obreros, desarmados, habían
rodeado la guarnición reaccionaria con un cerco de casas ardiendo con gasolina y barricadas. En
Valencia, los obreros, que no obtuvieron armas del gobernador, se prepararon a enfrentarse a las
tropas con barricadas, piedras y cuchillos de cocina; hasta que sus compañeros dentro de la
guarnición fusilaron a los oficiales y entregaron las armas a los obreros. En una palabra, sin ni
siquiera pedir permiso al gobierno, el proletariado había comenzado una guerra a muerte contra los
fascistas. Companys y Azaña encontraron ante sí a los primeros regimientos del ejército rojo del
proletariado español.
El plan de Azaña y Barrios de negociar con los generales fascistas fracasó porque los obreros
lo impidieron. ¡Y por ninguna otra razón! Sólo gracias a su total desconfianza del gobierno las masas
pudieron impedir la traición. Movilización independiente, bajo sus banderas, sólo esto impidió la
victoria del fascismo.
De esta forma, junto al poder formal que todavía ejercía el gobierno, surgió un poder “no
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oficial”, pero mucho más profundo: el del proletariado armado, el “doble poder”, como Lenin lo
llamaba. Un poder, el de Azaña y Companys, era ya demasiado débil para desafiar la existencia del
otro. A su vez, el otro poder, el del proletariado armado, todavía no era bastante fuerte, bastante
consciente de su importancia como para prescindir de la existencia del otro. El fenómeno del “doble
poder” ha acompañado todas las revoluciones proletarias; significa que la lucha de clases está apunto
de alcanzar el momento donde uno de los dos contrincantes debe volverse el dueño indiscutido. Es
el equilibrio crítico de alternativas sobre el filo de una navaja; un largo período de equilibrio es
imposible, ¡uno u otro pronto triunfará!
Aniquilar la contrarrevolución volverá infinitamente más probable el establecimiento de un
gobierno de obreros y campesinos. A la burguesía no le interesa, entonces, una victoria sobre los
generales fascistas: los verdaderos intereses del capitalismo español consisten en una victoria de la
contrarrevolución o, lo que es lo mismo, en un compromiso con ella. Esta es la razón de que el
gobierno del Frente Popular actuase de forma tan traicionera en los primeros días de la
contrarrevolución y de que continuase actuando así. Rodeados por obreros armados, los
republicanos no se atrevieron a pasarse abiertamente al enemigo, pero su política en el frente y en la
retaguardia permitió éxito tras éxito a la contrarrevolución. Este era el sentido evidente del cambio
del gobierno después de la caída de Irún. Estaba bastante claro en las declaraciones a la prensa de un
portavoz del gobierno de Caballero, quien “subrayó que la toma de posesión de Largo Caballero del
cargo de primer ministro, la semana pasada, ha provocado una mejora en la moral de las milicias”.
“Ellos saben que ahora, son dirigidos de forma inteligente. Saben que si mueren no
será por culpa de órdenes irresolutas y fortuitascomo las que
caracterizaron a la última administración.
Ahora tomaremos la ofensiva y atacaremos a los rebeldes en sus puntos débiles, en vez
de como antes, atacarlos donde son fuertes y capaces de rechazarnos” (New York Times, 7 de
septiembre).
Si así condenan al gobierno de Azaña-Giral los que aún tendrán que explicar al proletariado
por qué permitieron que un gobierno así dirigiese la lucha de las siete primeras
semanas, toda la verdad debe ser muchísimo peor.
La justificación aparente del Frente Popular es que este gobierno aseguró la ayuda de los
republicanos contra el fascismo contrarrevolucionario. El Frente Popular, sin embargo, cumplió la
función opuesta: impidió que el proletariado arrancase a los políticos
republicanos la pequeña burguesa, la cual en todas las revoluciones victoriosas se une al proletariado
cuando ve que lucha de forma decidida por una vida nueva y rica bajo un nuevo orden social. El
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Frente Popular subordinó a la pequeña burguesía y a las masas proletarias al liderazgo traidor de los
políticos burgueses. Sólo el doble poder del proletariado ha impedido, por ahora, la victoria de la
reacción.
2. El doble poder en Cataluña
Precisamente en Cataluña, donde el Frente Popular era más débil, el doble poder se ha
desarrollado con más decisión y ha transformado las cuatro provincias catalanas en la fortaleza más
inexpugnable de la guerra civil.
La CNT y la FAI (Federación Anarquista Ibérica), que dirigen la mayoría del proletariado
catalán y gran parte del campesinado, nunca formó parte del Frente Popular. El POUM, después de
muchas vacilaciones, rompió finalmente con el Frente Popular; realizó un giro repentino hacia la
izquierda y con extraordinaria rapidez se transformó en un partido de masas en Cataluña en dos
meses de guerra civil. Los únicos partidarios proletarios del Frente Popular en Cataluña son la
UGT, mucho más débil aquí que la CNT, y la organización estalinista: el llamado Partido Socialista
Unificado. Lejos de debilitar su capacidad de lucha, como declaraban los apologistas del Frente
Popular, esta relativa libertad de vínculos con la burguesía permitió que las masas catalanas
derrotasen la contrarrevolución en Cataluña y acudiesen en ayuda del resto de España. ¡De aquí
puede extraerse una profunda lección para aquellos que todavía creen en el Frente Popular!
El proletariado catalán entiende que en la guerra civil debe lucharse con métodos revolucionarios
y no bajo los slogans de la democracia burguesa; que en una guerra civil no se debe combatir sólo
con métodos militares, sino también con métodos políticos, que integrando a las masas en acción,
pueden hasta arrebatar al ejército a los oficiales reaccionarios. El proletariado dirige la lucha en el
frente y en la retaguardia no a través de las agencias del gobierno, sino a través de los órganos por
las organizaciones proletarias.
El Comité Central de las Milicias Antifascistas de Cataluña dirige la lucha. Los anarquistas
tienen tres representantes por la CNT y dos por la FAI, A la UGT se le dieron tres, aunque tenga
menor número de partidarios, para fomentar organizaciones semejantes por otras partes. El POUM
tiene uno y los estalinistas uno. Los partidos burgueses de izquierda tienen cuatro, haciendo un total
de 15. Actualmente, el Comité Central está dominado por la CNT, la FAI y el POUM.
Estos últimos tienen un programa tan radicalmente diferente al que se propugna en Madrid,
que la UGT y los estalinistas son arrastrados sólo porque temen quedarse apartados, y la burguesía
de izquierdas porque está a merced del proletariado armado. Este programa es idéntico al que
propusieron los bolcheviques, en agosto de 1917, en la lucha con la contrarrevolución de Kornilov.
Control obrero de laproducaón, despertando el máximo de iniciativa y de entusiasmo del proletariado.
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Movilización de las masas armadas, independientemente del control gubernamental. Vigilar al gobierno para evitar la
traición y no renunciar, ni por un momento, a hacerle fuertes críticas, e integrar al campesinado a la lucha con el único
“slogan” que puede verificar al hambriento y retrógrado campo: ¡La tierra para el que la trabaja!
Al comenzar la contrarrevolución, la CNT ocupó todo el transporte, los servicios públicos y
las grandes plantas industriales. El control democrático se asegura a través de la elección de comités
de fábrica con representación proporcional. También se han establecido comités de este tipo para
controlar la producción en talleres y fábricas que aún son propiedad privada. La dirección de la vida
económica está en las manos del Consejo de Economía, que aunque todavía unido al viejo orden se
encuentra obligado, al menos, a hablar de medidas socialistas. Tiene cinco miembros
anarcosindicalistas, uno del POUM, uno de la UGT y uno del gobierno catalán. El 19 de agosto
emitió su programa, que incluye: colectivización de las fincas rurales para que sean administradas
por los sindicatos de jornaleros; colectivización de los servicios públicos, del transporte y de la gran
industria; colectivización de los establecimientos abandonados por sus propietarios; control obrero
de los bancos hasta que se nacionalicen; control obrero de los establecimientos que continúan bajo
propiedad privada; integración de los parados a la agricultura y la industria colectivizada;
electrificación de Cataluña; monopolio del comercio exterior para proteger el nuevo orden
económico.
En medio de la guerra civil, los comités de fábrica están demostrando la superioridad de los
métodos proletarios de producción. El comité de CNT-UGT que dirige a los ferrocarriles y al Metro
informa que eliminando los altos salarios de los directores, los beneficios y el despilfarro, se han
ahorrado decenas de miles de pesetas, se han subido los salarios de la mayoría de los obreros para
crear igualdad en las pagas, se planifica extender las líneas, se bajarán las tarifas, los trenes son
puntuales y pronto se introducirá la jornada de seis horas.
Las plantas metalúrgicas se han transformado y producen municiones; las fábricas de
automóviles producen coches blindados y aviones. Los últimos partes demuestran que el gobierno
de Madrid depende en gran parte de Cataluña para pertrecharse de estos importantes elementos.
Una considerable parte de las fuerzas que protegen el frente de Madrid fueron enviadas por las
milicias catalanas.
Pocos se dan cuenta de la campaña victoriosa realizada por las milicias catalanas en el frente
Zaragoza-Huesca. En los planes de los generales fascistas, Zaragoza, sede de la Academia Militar y
una de las guarniciones más grandes, tendría que haber sido para el este de España lo que Burgos
había sido en el Oeste. Pero la rapidez con que el proletariado de Cataluña atacó las guarniciones
catalanas y marchó hacia el Oeste, en dirección a Aragón, frustró los planes fascistas.
Las milicias catalanas marcharon sobre Aragón como un ejército de liberación social. Han
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logrado levantar a los campesinos, cosa que no fueron capaces de hacer las fuerzas madrileñas, y así
han paralizado la movilización del ejército reaccionario. Al llegar a un pueblo, los comités milicianos
patrocinan la elección de un comité antifascista del pueblo, a disposición del cual se ponen las
grandes fincas, cosechas, provisiones, ganado, herramientas, tractores, etc., que pertenecen a los
terratenientes y propietarios. El comité del pueblo organiza la producción sobre nuevas bases y crea
una milicia del pueblo para llevar a cabo la socialización y luchar contra la reacción. Los
reaccionarios son juzgados por la asamblea general del pueblo. Todos los títulos de propiedad,
hipotecas y documentos de deudas encontrados en los archivos se arrojan al fuego. ¡Habiendo
transformado así la vida del pueblo, las columnas catalanas pueden seguir avanzando con la
seguridad de que cada pueblo queda convertido en una fortaleza de la revolución!
El gobierno catalán sigue existiendo, extiende decretos aprobando los pasos que toma el
proletariado y pretende que dirige la lucha. El gobierno de Madrid se hace cómplice de esta
pretensión: consulta a Companys, pero luego debe despachar todos los asuntos con la milicia y los
comités de fábrica. Al final de julio Companys hizo un intento “hábil” para recuperar el poder,
reorganizando el gobierno catalán: tres miembros del estalinista Partido Socialista Unificado
entraron en el gobierno. Pero esta maniobra fracasó a los pocos días. Los anarcosindicalistas
comunicaron a los estalinistas que consideraban su entrada en el gobierno como una ruptura en el
bloque proletario y los estalinistas se vieron obligados a dimitir. La poca influencia que aún tiene el
gobierno por su representación en el Consejo de Economía y en el Comité Central de las Milicias
Antifascistas tenderá, sin duda, a desaparecer cuando estos órganos se amplíen al integrarse, como
propone el POUM, los delegados elegidos por la milicia y las fábricas. El curso revolucionario
seguido por el proletariado catalán y su consiguiente éxito en la producción y en el frente
constituyen la condena más radical a la política del Frente Popular que aún se sigue en Madrid. ¡Sólo
por el camino del proletariado catalán pueden las masas españolas vencer a la contrarrevolución!
3. El régimen de Madrid
Mientras los obreros catalanes tomaban el poder que había caído de las manos del gobierno,
la derecha socialista y los estalinistas devolvían, diligentemente, el poder al gobierno de Madrid.
Como resultado, la relación entre el gobierno y las organizaciones proletarias es casi la opuesta a la
que prevalece en Cataluña.
Ya hemos visto la traición que implicaba la política del gobierno Azaña-Giral. ¡Sin embargo, a
este gobierno le concedieron todo el poder la derecha socialista y los estalinistas!
No existe la más mínima diferencia entre el punto de vista de la burguesía y el de estos
“lideres” obreros. Las milicias obreras deben limitar su lucha a defender la república, esto es, a
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mantener el capitalismo, a apoyar lealmente al gobierno burgués y a no soñar con el socialismo. El
manifiesto socialista del 18 de agosto fue calurosamente elogiado por la prensa burguesa por una
buena y única razón: ¡no incluye ni una exigencia social! Ni una palabra acerca de la ocupación de
tierras, libertad para Marruecos, control obrero de la producción, ¡sólo lealtad abyecta a la burguesía!
Pero esto no es todo. Los estalinistas no quieren un estado obrero ni aun después de vencida la
contrarrevolución: “Es absolutamente falso que el actual movimiento obrero tenga por objeto
establecer la dictadura del proletariado después que la revolución haya terminado”, declara el 10 de
agosto el jefe estalinista Jesús Hernández. “No puede decirse que tengamos un motivo social para
participar en la guerra. Nosotros los comunistas somos los primeros que repudiamos esta hipótesis.
Nuestro motivo es exclusivamente el deseo de defender la república democrática.” La ocupación de
propiedades es una medida meramente de defensa temporal, declaran los estalinistas españoles
(Daily Worker, 18 de septiembre). Para darnos cuenta de lo ajenas que son al leninismo esas cobardes
tonterías, debemos recordar las directrices de Lenin, en medio de la lucha contra Kornilov,
condenando cualquier ayuda política al gobierno y su programa de luchar contra la
contrarrevolución ocupando la tierra o estableciendo el control obrero de la producción. Habiendo
reclutado a la mayoría de sus seguidores bajo los slogans del Frente Popular, desde febrero, el Partido
Estalinista puede utilizarlos en la devoción a un régimen burgués; nunca un partido proletario ha
sido culpable de una devoción tan vergonzosa.
La izquierda socialista distinguió su postura de la estalinista en un editorial titulado “La
dialéctica de la guerra y la revolución”.
“Alguna gente dice: “Derrotemos primero al fascismo, terminemos la guerra
victoriosamente, y luego tendremos tiempo para hablar de revolución y de hacerla si es
necesario.” Aquellos que afirman esto no han contemplado con madurez el formidable
proceso dialéctico que nos arrastra. La guerra y la revolución son una y la misma cosa. No se
excluyen ni se estorban, sino que se apoyan y se complementan. La guerra necesita a la
revolución para triunfar, de la misma manera que la revolución ha requerido la guerra... Es la
revolución en la retaguardia la que hará más segura y más inspirada la victoria en los campos
de batalla” (Claridad, 22 de agosto).
Esta concepción correcta, grabada en la izquierda socialista por el ejemplo del proletariado
catalán, es, sin embargo, distorsionada a continuación, de una forma típicamente centrista, por los
redactores de Claridad: simplemente adjudicando al gobierno catalán los logros, llevados realmente a
término por los obreros. El editorial finaliza:
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“La clara visión histórica del gobierno catalán sólo merece alabanza. Ha decretado
medidas gubernamentales que reflejan la íntima relación entre la guerra y la revolución.
Expropiar y colectivizar al capital rebelde es la mejor forma de colaborar al triunfo, de extraer
de la guerra las máximas conquistas sociales y de destruir el poder económico del enemigo...
En este punto y en el de organizar los partidos y sindicatos alrededor del gobierno para hacer,
simultáneamente, la guerra y la revolución, Cataluña es guía de Castilla y del resto de España.”
Cuando el gobierno de Azaña-Giral intentó crear un nuevo ejército, el programa estalinista
reveló como nunca su carácter antiproletario. La burguesía reconocía que aunque las milicias obreras
estaban subordinadas a las órdenes militares del Estado Mayor, la estructura interna de las mismas,
organizadas en columnas separadas que correspondían a los distintos partidos y sindicatos
proletarios bajo el mando de obreros elegidos, volvía imposible todo intento de asegurar un control
efectivo de la burguesía sobre ellas. Por tanto, el gobierno llamó a filas a 10.000 soldados de reserva
para establecer una fuerza separada bajo el control directo del gobierno. El manifiesto estalinista del
18 de agosto apoyó esta decisión contrarrevolucionaria. La postura estalinista estaba de acuerdo con
su concepción de la milicia, que Mundo Obrero había declarado el 11 de agosto:
“No. Nada de milicias dirigidas por partidos y organizaciones. Ni nada de milicias de
partidos o sindicatos. Son milicias que tienen su base fundamental en el Frente Popular, leales
a la política del Frente Popular”.
“Algunos compañeros han querido ver en la creación del nuevo ejército voluntario una
amenaza al papel de las milicias”, declaraba Mundo Obrero el 21 de agosto.
Los estalinistas negaban esta posibilidad:
“De lo que se trata es de complementar y reforzar las milicias para darles mayor
eficacia y terminar la guerra rápidamente.”
Y terminaba su defensa de la propuesta gubernamental:
“Nuestra consigna, hoy como ayer, es la misma. Todo para el Frente Popular y todo a
través del Frente Popular.”
Esta postura profundamente reaccionaria, fue analizada por Claridad. El órgano de la
izquierda socialista examinó las razones que se daban para justificar la creación de un nuevo ejército.
Demostraba que alegar que suministrarla fuerzas adicionales es falso, ya que “el número de hombres
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que están ahora incorporados en las milicias, o que están dispuestos a incorporarse, pueden ser
considerado virtualmente ilimitado”. Alegar que los soldados en la reserva aportarían la experiencia
militar que falta a las milicias, se rebate con el hecho de que esas reservas “que no han querido unirse
a las fuerzas armadas hasta ahora, no estarán animadas por el mismo ardor combativo y político que
llevó a los milicianos a enrolarse”.
Rebatidas las justificaciones del nuevo ejército, la izquierda socialista concluía claramente:
“Pensar en otro tipo de ejército para sustituir a los que realmente luchan y que, en
cierta forma, controlan su propia acción revolucionaria, es pensar en términos
contrarrevolucionarios. Esto es lo que Lenin dijo (El Estado y la Revoluaón): “Cada revolución,
después de la destrucción del aparato de estado nos enseña cómo la clase dominante intenta
restablecer cuerpos especiales de hombres armados a „su‟ servicio y cómo la clase oprimida
intenta crear una nueva organización capaz de servir a los explotados y no a los
explotadores.”
Estamos seguros que esta idea contrarrevolucionaria, que sería tan impotente como es
inepta, no ha pasado por la mente del gobierno, pero la clase obrera y la pequeña burguesía,
que están salvando a la república con sus vidas, no deben olvidar las correctas palabras de
Lenin, y deben cuidar que las masas y el liderazgo de las fuerzas armadas, que deberían ser
ante todo el pueblo en armas, no se les escapen de las manos” (Claridad, 20 de agosto).
¡No aquellos que usurpan el prestigio de la Revolución rusa, sólo para traicionar sus
principios al servicio de la burguesía, no los estalinistas, sino la vanguardia de la izquierda socialista
enseña al proletariado español la concepción leninista de la naturaleza de clase del ejército!
Las diferentes concepciones sobre el carácter de la presente contienda se enfrentan también
en otras cuestiones.
Los anarcosindicalistas, el POUM y la Juventud Socialista que reconocen, en diferentes
grados, el papel traidor de la burguesía, exigen depurar todas las instituciones de elementos
dudosos, e insisten en retener armas en la retaguardia, para defenderse si la burguesía traiciona. Los
estalinistas, por otro lado, mantienen la misma “amplia” definición de antifascista de los
republicanos y lanzan la consigna: “¡Ni un rifle ocioso en la retaguardia!” Tan amplia es su
concepción de los antifascistas, que Claridad denunció (19 y 20 de agosto) que la Alianza de
Escritores Antifascistas, controlada por los estalinistas, estaba acogiendo a contrarrevolucionarios.
García Oliver, líder de la CNT, respondió correctamente en Solidaridad Obrera a la despreciable
campaña de la burguesía y los estalinistas para desarmar la retaguardia, volviendo el asunto
hábilmente contra ellos: “Deseamos que nuestros compañeros, haciéndose cargo de la situación,
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hagan un inventario del material de guerra que controlan y procedan a hacer un estudio de lo que les
es indispensable para asegurar la necesaria salvaguarda del orden revolucionario en la retaguardia, enviando lo
que no necesiten.”
Podemos resumir el carácter del régimen Azaña-Giral señalando un hecho fundamental:
continuó censurando la prensa de las organizaciones obreras cuyos miembros morían en el frente. Hasta el abyecto
Mundo Obrero aprendió lo que es un gobierno de Frente Popular: ¡su edición del 20 de agosto fue
confiscada porque habían publicado una fotografía considerada inaceptable! Claridad que informa
sobre esto último, recibe diariamente el estigma del censor. Los estalinistas, por supuesto, ocultaron
fuera de España la existencia de esta situación intolerable y vergonzosa.
4. El gobierno de Caballero
No dudamos que la entrada de Caballero en el gobierno fue recibida con gran alegría por
grandes sectores del proletariado. Caballero se había mantenido muy a la izquierda de los estalinistas
y de Prieto; especialmente las milicias deben haber sentido que Caballero las libraba de los
republicanos traidores.
No tenemos medios de saber cuánta de esta alegría se esfumó rápidamente cuando, hace unos
pocos días, los “defensores” republicanos de San Sebastián, después de echar a los
anarcosindicalistas, la entregaron intacta al enemigo; y cuando estos mismos republicanos,
retirándose a las fortificaciones de Bilbao, organizaron a los 40.000 milicianos de tal modo que la
mayoría del ejército enemigo del general Mola ha sido enviado a los frentes de Madrid y Zaragoza.
El frente norte ha sido traicionado y esto ha sucedido desde que Caballero se hizo cargo del
gobierno.
¿Cuál es el programa de Caballero? No ha dicho ni una palabra. ¿Es su programa uno
“mínimo”, es decir, un programa burgués, satisfactorio para los cinco miembros burgueses de su
gobierno? ¿Es el programa de Prieto y los estalinistas, que es el programa de la burguesía? ¿Cuál es la
diferencia fundamental entre el gobierno de Caballero y el de su predecesor? ¿Acaso que Caballero
es más sincero? Pero, como dijo Lenin, de una vez para siempre, no se ha inventado aún el
“sincerómetro”. Lo fundamental es el programa. Si el programa de Caballero no difiere del de su
predecesor, su dirección de la lucha tampoco será distinta.
El proletariado español deberá emprender el camino por el que ha comenzado a marchar el
proletariado catalán. ¡No hay otro camino para alcanzar la victoria!
¿Quiénes son los soldados de tropa de los ejércitos de Franco y por qué hay tan pocas
deserciones entre sus filas?
Son, en su mayor parte, hijos de campesinos que cumplen el Servicio Militar de dos años. Si
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se gana a sus familias para la causa del proletariado, pueden ser ganados ellos también, inducidos a
desertar y a disparar contra sus oficiales. ¿Cómo? Ayudándoles a ocupar la tierra. Este slogan debía
haberse lanzado después de la victoria del 16 de febrero; cosa que no se hizo, lo cual explica la
victoria de los fascistas en las provincias del Sur, incluida una plaza fuerte de los estalinistas: Sevilla.
“¿Te ha dado de comer la república?” El resultado de esto ha sido una acentuada pasividad entre los
campesinos. Dentro de los territorios que controlan, los obreros deben ayudar a los campesinos a
ocupar y distribuir las grandes fincas. Este hecho, que transforma el mundo del campesino, será
irradiado por 100 cauces a las provincias en manos de los fascistas... ; aparecerán los campesinos
antifascistas y el ejército de Franco se desplomará.
El que las organizaciones no luchasen por dar tierra a los campesinos ha provocado la muerte
de miles de obreros. Miles más han muerto porque sus organizaciones no lanzaron la consigna de
“Libertad para las colonias españolas”. Esta consigna, incluso actualmente, y una activa campaña de
propaganda en Marruecos, desintegrarían mejor que las balas las legiones moras de Franco.
Cataluña ha demostrado que el proletariado, una vez que controla las fábricas, acomete tareas
prodigiosas en la producción. Empero los comités obreros de Madrid que, en un primer momento,
se encargaron de los servicios públicos y de muchas fábricas grandes, fueron subordinados después
a la administración burocrática del gobierno. Esta constricción no ha mejorado porque actualmente
haya una delegación socialista en el gobierno. Hasta que los obreros no se adueñen de las fábricas,
éstas no serán plazas fuertes de la revolución.
Sobre todo es intolerable que los obreros, que son los que mueren y están abrumados de
tareas, no tengan voz en la dirección de la lucha. Caballero ha anunciado la reapertura de las Cortes
el 1 de octubre. ¡Esto es una broma cruel! ¡Esas Cortes reflejan el sentimiento del pueblo en la
misma medida que el siglo XIX se parece al XX! Ha pasado mucho tiempo, políticamente hablando,
desde que la burguesía republicana logró la mayoría el 16 de febrero por los votos obreros. La única
voz auténtica del pueblo sería hoy día el Congreso Nacional de Delegados elegidos por las milicias
que están luchando, los obreros que producen y se encargan del transporte y los campesinos que
abastecen de alimentos. Sólo a un soviet emanado de los comités de las fábricas, de las milicias y de
los pueblos le compete hablar actualmente en nombre de España.
Todas estas necesidades básicas de la revolución pueden llevarse a cabo sólo contra la
voluntad de la república burguesa. Esto implica rebasar al Frente Popular. Tal “ruptura” significará
una “pérdida” sólo para los políticos republicanos traidores y los grandes capitalistas; sectores
mayoritarios de la pequeña burguesía se sumarán al nuevo orden social como ocurrió en la
Revolución rusa.
Los compañeros de Caballero en el gobierno, los estalinistas, han dejado clara su firme
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oposición al programa revolucionario: “La consigna hoy es, todo el poder y la autoridad al gobierno
del Frente Popular” (Daily Worker, 11 de septiembre). Esta consigna quiere decir exactamente lo que
dice. La consigna de Lenin “Todo el poder a los soviets” significaba nada de poder al gobierno de
coalición. La consigna estalinista significa nada de poder a los incipientes soviets: los comités de
fábrica, de milicia y de los pueblos, Así como el estalinismo sacrificó la Revolución alemana por
mantener el statu quo europeo, así ahora intenta sacrificar la revolución española para mantener la
alianza franco-soviética. El estalinismo no planteará la consigna de “Libertad para Marruecos”
porque entorpecería la política colonial francesa. El estalinismo no pasará del Frente Popular a la
revolución española porque esto pondría inmediatamente la revolución a la orden del día en Francia,
y el estalinismo, impregnado como toda burocracia de una cínica falta de fe en las masas, prefiere un
fuerte aliado burgués en Francia a la posibilidad de una Francia soviética. La esencia de la política
estalinista es: “El socialismo en un solo país y en ningún otro país.” Los estalinistas se han
convertido abiertamente en descarados enemigos de la revolución proletaria. Afortunadamente para
el proletariado mundial, el estalinismo en España no controla las fuerzas que controló y sujetó en
Alemania; precisamente porque el proletariado español ha aprendido las lecciones de Alemania.
Se dispone de grandes fuerzas para la victoria proletaria. Al calor de la guerra civil se
unificarán en un único partido revolucionario. La contradicción entre la tradicional teoría apolítica
del anarcosindicalismo y su presente práctica político-revolucionaria hará pedazos su forma sindical
de organización.
Miles y miles de cenetistas ya se han pasado al POUM. Esta organización, que tiene en sus
cuadros a los elementos revolucionarios más experimentados del país, se ha apartado
considerablemente de su línea centrista3, pero sus fuerzas principales se limitan a Cataluña y
Valencia. Podemos estar seguros que los cuadros más importantes del resto de España, los
revolucionarios entre los socialistas de izquierda, que se han ido impacientando por las vacilaciones
de Caballero, se integrarán a la corriente revolucionaria. Los mejores elementos entre los cuadros
inexpertos de la organización estalinista también integrarán el nuevo partido revolucionario. La
revolución, como siempre, tendrá un liderazgo más amplio que el de un partido; pero las tareas
gigantescas que planteará llevarán a la unificación de las corrientes revolucionarias de todos los
partidos.
3 La importancia de este giro puede medirse si se compara su política con la de su “organización internacional”, el
Comité Internacional de Socialistas Revolucionarios (SAP de Alemania, ILP de Inglaterra), cuyo manifiesto al proletariado
español no contiene ni una palabra de crítica al Frente Popular. ¡Esta primera y “cauta” palabra de este pretendiente al
título de centro revolucionario tiene fecha de 17 de agosto!
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5. España y Europa
Claridad ha venido publicando extractos, “Textos refundidos”, de unas pocas líneas y
variando cada día, de la Historia de la Revoluáón rusa, de Trostky. La elección de Trotsky no es
accidental. Refleja una preocupación central de los revolucionarios españoles: el problema de la
revolución europea. Atrasados tecnológicamente y con el peligro de una intervención militar de
Hitler y Mussolini, los revolucionarios españoles se han dado sutilmente cuenta de la relación
inextricable entre su revolución y la de Europa, especialmente Francia. Por esta razón recurren a
Trotsky, la autoridad del internacionalismo revolucionario.
El 30 de julio, unos pocos días después de comenzada la guerra civil, Trotsky se ocupó de
este problema y del significado de los acontecimientos españoles para Francia. Sus palabras finales
son más agudas que cualesquiera que yo pudiese escoger para finalizar:
“Ciertamente el proletariado español, como el proletariado francés, no quieren
permanecer desarmados ante Hitler y Mussolini. Pero para defenderse de estos enemigos es
necesario primero aniquilar al enemigo en el propio país. Es imposible derrocar a la burguesía
sin aniquilar a los Cuerpos de Oficiales. Es imposible aniquilar a los Cuerpos de Oficiales sin
derrocar a la burguesía. En cada contrarrevolución triunfante los oficiales han jugado un
papel decisivo. Cada revolución triunfante, de carácter profundamente social, ha destruido a
los Cuerpos de Oficiales. Este fue el caso de la gran Revolución francesa al final del siglo
XVIII, y el de la Revolución de Octubre de 1917. Para decidir tal medida uno debe dejar de
arrastrarse arrodillado ante la burguesía radical. Una verdadera alianza entre los obreros y los
campesinos debe crearse contra la burguesía, incluyendo los radicales. Debe tenerse confianza
en la fuerza, la iniciativa y el coraje del proletariado, y el proletariado sabrá atraer al soldado a
su causa. Esta será una verdadera, no una falsa, alianza de obreros, campesinos y soldados.
Esta alianza se está creando y templando actualmente en el fuego de la guerra civil en España.
La victoria del pueblo significa el final del Frente Popular y el comienzo de la España
soviética. La revolución social triunfante en España se propagará inevitablemente por el resto
de Europa. Para los verdugos fascistas de Italia y Alemania será mucho más terrible que todos
los pactos diplomáticos y todas las alianzas militares.”
Revolución y contrarrevolución en EspañaI. La razón del levantamiento fascista
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El 17 de julio de 1936, al amanecer, el general Franco se puso al frente de los moros y
legionarios del Marruecos español y lanzó un manifiesto al ejército y a la nación, llamándoles a
unirse a él para establecer un estado autoritario en España.
En los tres días siguientes la casi totalidad de las 50 guarniciones del ejército español, una tras
otra, se declararon en favor del fascismo. Los capitalistas y terratenientes más importantes que
habían colaborado en la preparación de la conspiración franquista, se trasladaron a las zonas
controladas por los fascistas o abandonaron el país antes o después del alzamiento.
Estaba claro desde el principio que este levantamiento no tenía nada que ver con los
pronunciamientos de un sector de la burguesía contra otro, que el ejército había apoyado tantas
veces.
No se trataba de un puñado de generales, sino del total de la clase gobernante, que dirigía sus
esbirros armados sobre todo contra las organizaciones económicas, políticas y culturales de la clase
obrera.
El programa de Franco es idéntico en lo fundamental a los de Mussolini e Hitler. El fascismo
es una forma especial de reacción, el producto de un período de degeneración del capitalismo. Para
comprenderlo mejor basta comparar el régimen de Franco con el de la monarquía. El último récord
de Alfonso fue una larga lista sangrienta de asesinatos de campesinos y obreros, de terrorismo y
asesinato de los dirigentes proletarios. Pero paralelamente a las sistemáticas medidas de represión, la
monarquía permitía la actividad restringida de las organizaciones económicas y políticas de la clase
obrera y órganos nacionales y municipales de democracia parlamentaria. Aun bajo la dictadura de
Primo de Rivera (1923-1930), el Partido Socialista y la UGT existían legalmente, de hecho, Largo
Caballero, secretario general de la UGT, era consejero de Estado bajo Primo de Rivera. En otras
palabras, incluso una monarquía reaccionaria buscaba una parte de su apoyo de masas en el
proletariado organizado, a través de dirigentes reformistas, como Prieto y Largo Caballero. Del
mismo modo, un sistema de sindicatos legales y partidos socialdemócratas existían en los imperios
de Wihelm y Francisco José. Aun bajo el zar Nicolás los sindicatos, cooperativas y la prensa obrera
en la que los bolcheviques pudieron trabajar, aunque el Partido era ilegal, disfrutaban de una cierta
tolerancia. Pravda tenía una tirada de 60.000 ejemplares en los años 1912-14.
La diferencia entre esos regímenes reaccionarios y el carácter especial del fascismo consiste en
la extirpación de cada una de las organizaciones independientes de la clase obrera. Cuando el
sistema capitalista está en declive, no puede permitirse ni las concesiones más elementales a las
masas. Uno tras otro, los países capitalistas, al llegar al colapso total, toman la vía del fascismo.
Italia, “vencedor” en la guerra mundial, con un débil desarrollo en industrias básicas, no
podía competir con países más avanzados en la carrera imperialista por los mercados. Asfixiada en
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sus contradicciones económicas, la clase capitalista italiana sólo podía encontrar una salida
apoyándose en los huesos rotos de las organizaciones obreras. Las hordas de la pequeña burguesía
“enloquecida”, organizadas y uniformadas por Mussolini, entrenadas como matones, fueron
finalmente desatadas con el fin especial de aplastar las organizaciones obreras.
La burguesía no apoya al fascismo sin antes pensarlo bien. La burguesía alemana no ayudó
prácticamente al movimiento nazi en el golpe de 1923. En la década siguiente, hasta 1932, el
movimiento nazi solamente pudo obtener el apoyo financiero de unos pocos capitalistas. La
burguesía alemana dudó durante un largo período de tiempo antes de aceptar la maquinaria de
Hitler; prefirió apoyarse, durante quince años, en los dirigentes socialdemócratas. Pero en la cima de
la crisis del sistema capitalista, Alemania, técnicamente avanzada, reprimida por el Tratado de
Versalles y los conflictos imperialistas con Inglaterra, Francia y América, únicamente podía
“resolver” temporalmente su crisis en bases capitalistas, con la destrucción de las organizaciones
obreras que habían existido durante tres cuartos de siglo.
El fascismo es una forma espeáal de dominación capitalista que la burguesía adopta finalmente cuando la
continuación de la existencia del sistema capitalista es incompatible con la existencia de la clase obrera organizada. Se
recurre al fascismo cuando las concesiones, que son debidas a las actividades de los sindicatos y los
partidos políticos obreros, se convierten en una carga intolerable para la clase capitalista dominante
y, por consiguiente, intolerable para la continuación del capitalismo. Para la clase obrera, en ese
momento, la situación exige una solución inmediata: fascismo o socialismo.
El capitalismo español había llegado a ese punto cuando Franco se levantó. Su movimiento,
aunque incorporaba los restos de la aristocracia feudal española, no es más “feudal” en su carácter
social básico que el de Mussolini o Hitler.
La principal industria española, la agricultura, que aportaba más de la mitad de la renta
nacional, casi dos tercios de las exportaciones y la mayor parte de los ingresos internos del gobierno,
con el 70 por 100 de la población viviendo en el campo, estaba en una situación desesperada. La
distribución del campo era la peor de Europa: un tercio en manos de los grandes terratenientes, en
algunos casos en propiedades que cubrían media provincia; otro tercio, poseído por numerosos
terratenientes, pero también en grandes propiedades; sólo un tercio poseído por los campesinos, y la
mayor parte en granjas primitivamente equipadas de unas cinco hectáreas o menos de una tierra
extraordinariamente seca y pobre, insuficiente para alimentar a las familias que necesitaban trabajar
como jornaleros en las grandes propiedades para poder subsistir con dificultad. Así, pues, la mayor
parte de los cinco millones de familias campesinas dependían de la apercería o trabajos en las
grandes fincas.
La agricultura española utilizaba métodos primitivos. La producción por hectárea era de las
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más bajas de Europa. Para aumentar la producción se necesitaba invertir capital en maquinaria y
fertilizantes, emplear técnicos, formar a los campesinos. Desde el punto de vista de los
terratenientes era más barato continuar con los medios primitivos a costa del campesinado. El
período de buen precio para el producto, durante los años de la guerra, 1914-18, que dio a la
agricultura española una oportunidad temporal de conseguir beneficios en el mercado mundial, en
vez de ser aprovechado para mejorar el campo, fue cobrado en efectivo por medio de hipotecas
obtenidas por los terratenientes. Después de la guerra, la agricultura española perdió el mercado
mundial y sucumbió. La crisis general de la agricultura, primero precediendo a la crisis mundial y
luego como parte de ella, agravada por las tarifas aduaneras que Inglaterra y Francia levantaron
contra la agricultura española, trajo el paro y el hambre generalizados.
Precisamente en la cima de la crisis, en 1931, la república impulsó la organización de
sindicatos de obreros agrícolas. Los aumentos de sueldo resultantes fueron muy pequeños. Seis
pesetas diarias era un buen sueldo. Pero incluso eso era una amenaza de muerte para los beneficios
de los terratenientes españoles, en la época del declive de la agricultura europea. Australia y las
grandes llanuras sudamericanas proveían de trigo y carne de vaca a Europa a precios que suponían
para la agricultura europea un golpe incomparablemente más duro que el que le dio Norteamérica
durante la época de expansión capitalista. Así, pues, la existencia de sindicatos de obreros agrícolas y
organizaciones campesinas era incompatible con la supervivencia del capitalismo hacendado en España.
Los terratenientes tuvieron un respiro durante el bienio negro de septiembre de 1933 a enero de
1936, cuando los gobiernos reaccionarios de Lerroux y Gil-Robles aterrorizaban a las masas y
aplastaron la insurrección de octubre de 1934. Durante este periodo los jornales en el campo
bajaron a dos o tres pesetas. Pero las masas se levantaron pronto. El intento de Gil-Robles de
reconstruir una organización de masas fascista fracasó a causa de su propia ineptitud y de los golpes
de los obreros. La comuna asturiana de octubre de 1934, aunque aplastada por los moros y
legionarios, se convirtió en una inspiración para las masas, y Lerroux - Gil-Robles dejaron paso al
Frente Popular en febrero de 1936, en vez de esperar a un ataque más decisivo del proletariado. Los
obreros agrícolas y campesinos construyeron sindicatos, incluso más formidables, de febrero a julio
de 1936, y la precaria condición de los beneficios agrícolas condujo a los terratenientes y sus aliados,
la jerarquía católica y los bancos, a recurrir lo más pronto posible a las armas para destruir las
organizaciones obreras.
Los capitalistas de la industria y el transporte estaban igualmente en un callejón sin salida.
El período de expansión de la industria española había sido corto: 1898-1918. El mismo
desarrollo de la industria española durante los años de la guerra se convirtió en una fuente de
posteriores dificultades. El fin de la guerra significó que la industria española, infantil y sin apoyo de
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ningún poder estatal fuerte, se quedó atrás en la guerra imperialista para repartirse los mercados.
Incluso, a largo plazo, el mercado interno español no podía ser reservado para la industria española,
El intento de Primo de Rivera de preservarlo por medio de aranceles aduaneros produjo represalias
contra la agricultura española por parte de Inglaterra y Francia. La crisis agrícola resultante causó el
colapso del mercado interior para la industria. En 1931, este país de 24 millones de habitantes tenía
casi un millón de cabezas de familia, obreros y campesinos, en paro, y antes del final de 1933
alcanzaba el millón y medio de parados.
Al final del bienio negro las luchas económicas obreras tomaron una extensión extraordinaria.
Conscientes de haberse liberado del dominio de Gil-Robles por su propio esfuerzo, las masas no
esperaron a que Azaña cumpliera sus promesas. En los cuatro días transcurridos entre las elecciones
de febrero de 1936 y la apresurada toma del poder de Azaña, las masas llevaron a cabo de una
manera efectiva la amnistía, abriendo de par en par las cárceles. Tampoco esperaron las masas al
decreto del gobierno o a la confirmación de su constitucionalidad -que no salió de la Corte de
Garantías Constitucionales hasta el 6 de septiembre, cerca de dos meses después del alzamiento de
Franco- para devolver los puestos de trabajo a los que habían sido despedidos después de la
insurrección de octubre de 1934. En los talleres y fábricas los obreros reinstauraron a los despedidos
en sus puestos. La huelga general del 17 de abril de 1936 en Madrid empezó un gran movimiento de
masas, que incluía a menudo entre las demandas algunas políticas, pero fundamentalmente pedían
mejores sueldos y condiciones de trabajo.
Solamente podemos indicar la magnitud de la gran ola de huelgas en líneas generales. Las
huelgas cubrían ciudades y zonas rurales. Cada ciudad y provincia de alguna importancia tuvo, por
lo menos, una huelga general entre febrero y julio de 1936. Casi un millón estuvo en huelga el 10 de
junio, medio millón el 20 de junio, un millón el 24 de junio, más de un millón durante los primeros
días de julio.
El capitalismo español difícilmente podía esperar resolver sus problemas conquistando
nuevos mercados de bienes manufacturados. Tenía el camino cerrado al exterior por las potencias
internacionales; en el interior, el único camino de extenderse era crear un campesinado hacendado,
pero eso significaba una redistribución del campo. A menudo, el capitalismo urbano y el propietario
hacendado eran la misma persona, o pertenecían a la misma familia. En cualquier caso, la cumbre
del capitalismo español, los bancos, estaban totalmente ligados a los intereses de los terratenientes,
cuyas hipotecas tenían. El capitalismo español no tenía salida alguna para su desarrollo, pero podía
resolver sus problemas temporalmente de una manera: destruyendo los sindicatos que ponían en
peligro los beneficios.
La democracia burguesa es una forma del estado capitalista que necesita el apoyo de los
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obreros garantizado por los dirigentes reformistas. Los capitalistas españoles llegaron a la
conclusión de que la democracia era intolerable, y eso significaba que la democracia burguesa y el
reformismo habían terminado en España.
Mussolini declaró que él había salvado Italia del bolchevismo. Desgraciadamente, la verdad es
que el levantamiento obrero de la postguerra había retrocedido ya, facilitando, por tanto, la toma del
poder de Mussolini. Hitler decía lo mismo, en un momento en que los obreros estaban totalmente
divididos y desorientados. Franco necesitaba el mismo mito para justificar el haber recurrido a las
armas. Lo que sí era verdad en Italia, Alemania, y ahora en España, es que la democracia no podía
continuar existiendo. Precisamente, el hecho de que el fascismo tuviera que tomar el poder, aunque
no hubiese peligro inmediato de una revolución proletaria, es la prueba más evidente de que la
democracia había terminado.
La rebelión de Franco dejaba únicamente dos alternativas: o el fascismo vencía, o la clase
obrera se ganaba al campesinado dándole la tierra, destruía el fascismo y con él al capitalismo en que
estaba arraigado.
Los estalinistas y socialdemócratas, buscando justificación teórica a su colaboración con la
burguesa liberal, declaraban que el arraigo del fascismo en España era feudal. Para los estalinistas,
ésta era una teoría totalmente nueva, confeccionada ad hoc. El fascismo español no es más feudal
que el italiano. El retraso de la industria en ambos países no se puede superar dentro del marco
capitalista, ya que ninguno de los dos puede competir con los países industriales avanzados en una
época de retroceso de los mercados mundiales. Podían solamente asegurar una estabilización
temporal reduciendo el coste de la mano de obra a nivel inferior al europeo, y para hacer eso es
necesario aplastar cualquier forma de organización obrera. La agricultura española es atrasada y
“feudal” en los métodos de trabajo. Pero la tierra ha sido comprada, vendida e hipotecada, como
cualquier otro bien de consumo, durante dos siglos. Por consiguiente, la cuestión de la tierra es una
cuestión capitalista.
Los estalinistas recurrieron de una manera frívola al “feudalismo” como una explicación de la
guerra civil y denunciaban como agente del fascismo al que se atrevía a discrepar. Sin embargo, los
periodistas estalinistas que escribían fuera de la prensa del Partido eran menos afortunados. Tenían
que explicar ciertos fenómenos evidentes; si la lucha es contra el feudalismo, ¿por qué está la
burguesía industrial al lado de Franco?
El periodista estalinista Louis Fischer escribe:
“Es bastante extraño que los pequeños industriales españoles apoyaran la postura
reaccionaria que tomaron los terratenientes. Los industriales deberían haber agradecido la
reforma del campo que hubiera creado un mercado interior para sus productos. Pero
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creyeron que estaba en juego algo más que la economía. Temían que repartir la tierra a los
campesinos pudiera desposeer del poder político a las clases poseedoras. Por tanto, los
industriales que deberían haber apoyado a la república en el intento de preparar una
revolución pacífica que hubiera enriquecido el país, se unieron a los terratenientes retrógrados
para impedir toda reforma y mejora” (“La guerra en España”, publicado por The Nation).
A Fischer no se le pasa por la imaginación que el terrateniente y el capitalista son a menudo el
mismo, o de la misma familia, o que el fabricante, que depende de los bancos, teme por las
hipotecas bancarias del campo. Pero incluso de la manera que Fischer plantea el problema la
respuesta es clara. El fabricante teme la disminución del poder político de las clases poseedoras.
¿Por qué? Porque la debilitación del poder de la policía permite a los obreros de su fábrica
organizarse y eso diezma sus beneficios. El fascismo español es el arma no del “feudalismo”, sino
del capitalismo. La clase obrera lo puede combatir ayudada por el campesinado, ellos y sólo ellos
pueden hacerlo.
II. Los “aliados” burgueses en el Frente Popular
Los intereses de los partidos y sindicatos obreros en la lucha contra el fascismo estaban
claros: su existencia misma estaba en juego. Al igual que lo habían hecho Hitler y Mussolini antes
que él, Franco proyectaba asesinar a los dirigentes y cuadros activos de las organizaciones y dejar a
los obreros, una vez desunidos y atomizados obligatoriamente, a merced del capitalismo
concentrado. La lucha contra el fascismo, por tanto, era una cuestión de vida o muerte no sólo para
las masas obreras, sino también para los dirigentes reformistas. Pero eso no significaba que esos
dirigentes supieran cómo luchar contra el fascismo. Su error más fatal fue su creencia de que la lucha
contra el fascismo concernía a sus aliados burgueses en el Frente Popular tan vivamente como a
ellos mismos.
La Izquierda Republicana de Azaña, la Unión Republicana de Martínez Barrios, la Izquierda
Catalana de Companys se habían fundido con los partidos Comunista y Socialista y la UGT -con el
consentimiento tácito de los anarquistas, cuyos militantes votaron por el Frente Popular- en las
elecciones del 16 de febrero de 1936. Los nacionalistas vascos se habían unido también. Esos cuatro
grupos burgueses, por tanto, se encontraron al otro lado de las barricadas frente a la alta burguesía el
17 de julio. ¿Se podía depender de su leal cooperación en la lucha contra el fascismo?
Nosotros decimos que no, porque ninguno de los intereses vitales de la burguesía liberal era
amenazado por los fascistas. Los obreros estaban en peligro de perder sus sindicatos, sin los cuales
se morirían de hambre. ¿Se enfrentaba la burguesía liberal a una pérdida similar? Sin lugar a dudas,
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en un estado totalitario, los políticos profesionales tendrían que encontrar otra profesión; la prensa
de la burguesía liberal quebraría (si los políticos burgueses y los periodistas no se pasan al lado de
Franco totalmente). Italia y Alemania han demostrado que el fascismo se niega a reconciliarse con
políticos demócratas individualistas; algunos van a la cárcel, otros tienen que emigrar. Pero eso son
tan sólo inconvenientes de menor importancia. La estructura básica de la burguesía liberal continúa
como antes del advenimiento del fascismo. Si les alcanzan los favores especiales concedidos por el
estado fascista a los capitalistas que se habían unido al fascismo antes de la victoria, si comparten las
ventajas de los sueldos bajos y los restringidos servicios sociales. Están sujetos al peso del fascismo
sólo en la misma medida que los demás capitalistas, a través del
Partido o del gobierno, que es el alto precio que el capitalismo paga al fascismo por los servicios
prestados. A la burguesía liberal española le bastaba con mirar a Alemania e Italia para estar
tranquila ante el futuro. Mientras los oficiales sindicales han sido aplastados, la burguesía liberal ha
encontrado fácilmente sitio en donde ser asimilada. De lo que se trata aquí es de un criterio de clase: El
fascismo es fundamentalmente el enemigo de la clase obrera. Por consiguiente, es absolutamente falso y
fatal pensar que los elementos burgueses del Frente Popular tienen un interés fundamental en la lucha contra el
fascismo.
Segundo, nuestra prueba de que Azaña, Barrios, Companys y otros de su especie no pueden
ser aliados fieles de la clase obrera se apoyaba no sólo en análisis deductivos, sino en experiencias
concretas: el pasado de estos señores. Ya que socialistas y estalinistas en el Frente Popular han
ocultado los datos acerca de sus aliados, nosotros debemos conceder algún espacio a esta cuestión.
Desde 1931 a 1934 el Komintern llamaba a Azaña fascista, lo que, desde luego, era
incorrecto, aunque señalaba correctamente su sistemática opresión de las masas. Tan tarde como
enero de 1936, el Komintern decía de él:
“El Partido Comunista conoce el peligro de Azaña tanto como los socialistas que han
colaborado con él cuando estaba en el poder. Sabe que es un enemigo de la clase obrera...
Pero también sabe que la derrota de la CEDA (Gil-Robles) traerla consigo automáticamente
un cierto alivio de la represión, al menos temporalmente” (INPRECORR, vol. 15, pág. 762).
La última frase es una admisión de que la represión vendrá de la dirección del mismo Azaña.
Y, efectivamente, si vino como José Díaz, secretario del Partido Comunista, se vio forzado a
admitir, solamente antes de que estallara la guerra civil:
“El gobierno, al que apoyamos lealmente -en la medida en que completa el pacto del
Frente Popular, es un gobierno que comienza a perder la confianza de los trabajadores, y yo
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le digo al gobierno republicano de izquierdas que su vía es la vía equivocada de abril de 1931”
(Mundo Obrero, 6 de julio de 1936).
Uno debe recordar la “vía equivocada de abril de 1931” para darse cuenta de la concesión
que los estalinistas están haciendo después de todos sus intentos de diferenciar el gobierno de
coalición de 1931 del Frente Popular de 1936. La coalición de 1931 había prometido tierra a los
campesinos y no les dio ninguna porque la tierra no podía ser dividida sin minar al capitalismo. La
coalición de 1931 había negado alivio al paro obrero. Azaña, como ministro de la Guerra, no había
tocado la reaccionaria casta de oficiales del ejército, y había reforzado la infame ley bajo la cual toda
crítica al ejército por civiles era una ofensa contra el estado. Como primer ministro, Azaña había
dejado intactos los crecidos bienes y el poder de la jerarquía eclesiástica. Azaña había dejado
Marruecos en las manos de los legionarios y los mercenarios moros. Azaña sólo había sido riguroso
con los obreros y campesinos. Los anales de 1931-33 son los anales de la represión de obreros y
campesinos llevada a cabo por su gobierno. En otra parte4 he contado la historia completa.
Azaña, como Mundo Obrero admitía, demostró no ser mejor como jefe de gobierno del Frente
Popular de febrero a julio de 1936. Una vez más su régimen rechazó la idea de redistribución de la
tierra y aplastó al campesinado cuando intentó tomarla. La Iglesia conservó el control total de sus
grandes bienes y poder. Marruecos permaneció en manos de la Legión Extranjera hasta que,
finalmente, se apoderaron de él completamente el 17 de julio. De nuevo las huelgas fueron
declaradas ilegales, la ley marcial, modificada, fue impuesta, las manifestaciones y asambleas de
obreros disueltas. Baste decir que en los últimos días críticos, tras el asesinato del dirigente fascista
Calvo Sotelo, los locales de las organizaciones obreras fueron obligados a cerrar. El día antes del
levantamiento fascista la prensa obrera aparecía con grandes espacios en blanco debido a la censura del gobierno, que
había secuestrado editoriales y secciones de artículos advirtiendo el golpe de estado.
En los últimos tres meses, antes del 17 de julio, en un intento desesperado de parar el
movimiento huelguístico, cientos de huelguistas fueron arrestados en masa, huelgas generales locales
fueron declaradas ilegales y las oficinas regionales de la UGT y la CNT cerradas durante semanas.
Lo más condenable de Azaña fue su actitud hacia el ejército. La casta oficial era desleal a la
república de corazón. Esos niños mimados de la monarquía habían aprovechado todas las
oportunidades desde 1931 para vengarse de manera sangrienta de los obreros y campesinos en que
se apoyaba la república. Las atrocidades que cometieron al aplastar la insurrección de octubre de
1934 fueron tan terribles que la promesa de juzgar a los responsables figuraba en la campaña
electoral de Azaña. Pero ni uno solo de los oficiales fue juzgado en los meses siguientes. Mola,
4 La guerra civil en España. Septiembre 1936. Pioneer Publishers.
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director general de Seguridad bajo la dictadura de Berenguer -que se había colocado tras los talones
de Alfonso mientras en las calles se ola el eco de los gritos de las masas de “Abajo Mola”-, a este
Mola, Azaña le devolvió el cargo de general en el ejército, y a pesar de su complicidad con Gil-
Robles en el bienio negro, era comandante militar de Navarra en el momento de la revuelta fascista y
se convirtió en estratega principal del ejército de Franco. Franco, Goded, Queipo de Llano, todos
tenían expedientes igualmente malolientes de deslealtad a la república, y así y todo Azaña dejó el
ejército en sus manos. Todavía más, pidió a las masas que se sometieran a ellos.
El coronel Julio Mandaga, ahora luchando con las fuerzas antifascistas, que había sido
juzgado por una corte marcial y expulsado del ejército por estos generales a causa de su
republicanismo, es testigo del hecho de haber informado repetidamente a Azaña, Martínez Barrios y
otros dirigentes republicanos de los planes de los generales. En abril de 1936, Mandaga publicó un
panfleto, profundamente documentado, que no sólo exponía el complot fascista, sino además
probaba claramente que el presidente Azaña estaba completamente informado del complot cuando,
el 18 de marzo de 1936, por exigencia del Estado Mayor, su gobierno da al ejército el visto bueno.
Refiriéndose a “insistentes rumores que circulan concerniente a la salud mental de los oficiales y
subalternos del ejército”, “el gobierno de la república ha sabido con indignación y pena de los
injustos ataques de que los oficiales del ejército han sido objeto”. El Gabinete de Azaña no sólo
repudiaba esos rumores, describiendo a los conspiradores militares como “remotos a toda lucha
política, fieles servidores del poder constituyente y garantía de obediencia a la voluntad popular”,
sino que declaraba que “sólo un deseo criminal y tortuoso de minar el ejército puede explicar los
insultos y ataques orales y escritos que se les han dirigido”. Y, finalmente, “el gobierno de la
república aplica y aplicará la ley a todo el que persista en tal actitud antipatriótica”.
No es extraño que los dirigentes reaccionarios alabaran a Azaña. El 3 de abril de 1936 Azaña
pronunció un discurso prometiendo a los reaccionarios que pararía las huelgas y las tomas de la
tierra. Calvo Sotelo lo alababa: “Era la expresión de un auténtico conservador. Su declaración de
respeto por la Ley y la Constitución debería causar buena impresión en la opinión pública.” “Yo
apoyo el 90 por 100 de su discurso”, declaraba el portavoz de la organización de Gil-Robles. “Azaña
es el único hombre capaz de ofrecer al país la seguridad y defensa de todos los derechos legales”,
declaraba Ventosa, el portavoz de los terratenientes catalanes. Alababan a Azaña porque les estaba
preparando el camino.
Aunque el ejército estaba preparado para rebelarse en mayo de 1936, muchos reaccionarios
dudaban de si seria posible tan pronto. Azaña insistió en su solución: dejar que los dirigentes
reformistas detuvieran las huelgas. Su oferta fue aceptada. Miguel Maura, representante de los
terratenientes e industriales de extrema derecha, pidió un régimen fuerte de “todos los republicanos
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y los socialistas que no estuvieran contaminados de demencia revolucionaria”. Y así, al ser elegido
presidente, Azaña ofreció el puesto de primer ministro al socialista de derechas Prieto. Los
estalinistas, la Esquerra Catalana, la Unión Republicana de Martínez Barrios y la burguesía
reaccionaria apoyaron al candidato de Azaña.
La izquierda socialista, sin embargo, impidió que Prieto aceptara. Con Prieto de primer
ministro, la burguesía reaccionaria hubiera tenido más tiempo para prepararse mejor, pero al haberle
fallado su táctica, se lanzó a la guerra civil.
Tal fue el papel de la Izquierda Republicana de Azaña. El de los otros partidos “liberales”
burgueses fue quizá peor todavía. La Esquerra Catalana de Companys había dirigido Cataluña desde
1931. Su nacionalismo catalán sirvió para contener a las capas más retardadas del campesinado
mientras Companys usaba la fuerza armada contra la CNT. En la víspera de la insurrección de
octubre de 1934 había reducido a la CNT a una situación semilegal, con cientos de dirigentes
encarcelados. Fue esta situación la que llevó a la CNT a negarse tan imprudentemente a participar
en la insurrección contra Lerroux-Gil-Robles, declarando que Companys era tan tirano como ellos;
mientras Companys, puesto en la encrucijada entre armar a los obreros o someterse a Gil-Robles,
escogió esto último5.
En lo que se refiere a la Unión Republicana de Martínez Barrios, no era más que el remanente
reconstruido de lo que quedaba de los radicales de Lerroux, los aliados de Gil- Robles. El mismo
Martínez Barrios había sido lugarteniente de Lerroux, y había servido como uno de los primeros en
el bienio negro, aplastando cruelmente un levantamiento anarquista en diciembre de 1933. Había
abandonado con gran habilidad el barco de los radicales cuando se iba a pique, al ver claramente que
el aplastamiento de la insurrección de octubre de 1934 no había sido capaz de contener a las masas e
hizo su debut como “antifascista” en 1935 al firmar la petición de amnistía para los prisioneros
políticos. Cuando Lerroux cayó debido a un escándalo financiero, sus seguidores se volvieron hacia
Martínez Barrios.
El cuarto partido de la burguesía, el Nacionalista Vasco, había colaborado estrechamente con
los ultrarreaccionarios del resto de España hasta que Lerroux intentó cortar los antiguos privilegios
regionales. Partido católico, dirigido por los grandes terratenientes y capitalistas de las cuatro
provincias vascas, los nacionalistas vascos habían apoyado a Gil-Robles en el aplastamiento de la
comuna asturiana de 1934. Desde el principio estaban incómodos en la alianza con las
organizaciones obreras. El que no se pasasen al otro lado de las barricadas inmediatamente se
5 El Estat Catalá, una división del Esquerra, que combinaba el separatismo extremo con el vandalismo antiobrero,
había preparado a sus miembros para romper huelgas; había desarmado a los obreros durante la insurrección de 1934. Esta
organización, también, después del 19 de julio, apareció en el campo “antifascista”.
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explica por el hecho de que la región de Vizcaya era una esfera tradicional de influencia del
imperialismo anglo-francés y, por tanto, dudaba ante la idea de entrar en una alianza con Hitler y
Mussolini.
Estos, pues, eran los “leales”, “seguros” y “honorables” aliados de los dirigentes reformistas-
estalinistas en su lucha contra el fascismo. Si en tiempo de paz la burguesía liberal se había negado a
tocar la tierra, la Iglesia o el ejército, porque no querían minar las bases de la propiedad privada,
¿cómo se podía pensar que ahora, con las armas en la mano, la burguesía liberal podía apoyar
lealmente una guerra hasta el final contra la reacción? Si el ejército de Franco era aplastado, ¿qué le
pasaría a la burguesía liberal, que en el fondo había mantenido sus privilegios gracias al ejército?
Precisamente a causa de estas consideraciones, las fuerzas de Franco se movían descaradamente,
con la seguridad que Azaña y Companys no resistirían. Precisamente a causa de estas
consideraciones, Azaña y la burguesía liberal intentaron llegar a un acuerdo con Franco.
Los estalinistas y reformistas, comprometidos con la política del Frente Popular, se habían
confabulado con la burguesía liberal para ocultar casi completamente al mundo exterior los hechos
desnudos que revelan la traición de que Azaña y sus asociados eran culpables en los primeros días
del levantamiento. Pero aquí están los incontrovertibles hechos.
En la mañana del 17 de julio de 1936 el general Franco, después de haber tomado Marruecos,
radió su manifiesto a los cuarteles españoles ordenándoles tomar las ciudades. La comunicación de
Franco fue recibida en la estación naval cerca de Madrid por un operador leal y puntualmente
revelada al ministro de Marina, Giral. Pero el gobierno no divulgó la noticia de ninguna forma hasta
la mañana del 18 y entonces se limitó a una nota tranquilizante:
“El gobierno declara que el movimiento es exclusivamente limitado a ciertas ciudades
de la zona del Protectorado (Marruecos) y que nadie, absolutamente nadie en la Península, se
ha sumado a tan absurda intentona.”
Más tarde, ese mismo día, a las tres de la tarde, cuando el gobierno tenía información
completa y positiva de los fines del alzamiento, incluyendo las tomas de Sevilla, Navarra y Zaragoza,
lanzó una nota que decía:
“El gobierno habla de nuevo para confirmar la absoluta tranquilidad en toda la
Península.
El gobierno agradece las ofertas de apoyo que ha recibido (de las organizaciones
obreras) y, aunque da las gracias por ellas, declara que la mejor ayuda que se le puede dar al
gobierno es garantizar la normalidad de la vida diaria, para dar ejemplo de serenidad y
confianza en los medios de las fuerzas militares del estado.
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Gracias a los previsores medios adoptados por las autoridades, un amplio movimiento
de agresión contra la república se estima que ha sido destruido; no ha encontrado ayuda en la
Península y sólo ha conseguido asegurarse seguidores en una sección del ejército de
Marruecos...
Estas medidas, junto con las habituales órdenes a las fuerzas de Marruecos que están
trabajando para aplastar el alzamiento, nos permite afirmar que la acción del gobierno será
suficiente para restablecer la normalidad” (Claridad, 18 de julio de 1936).
Este comunicado, increíblemente deshonesto, fue lanzado para justificar la negativa del
gobierno a armar a los obreros, como pedían los sindicatos. Pero esto no era todo. A las 5,20 y a las
7,20 de la tarde, de nuevo, el gobierno lanzaba comunicados similares; en el último declaraba que
“en Sevilla... se producían actos de rebelión de elementos militares que eran repelidos por las fuerzas
al servicio del gobierno”. Durante la mayor parte del día Sevilla había estado en manos de Queipo
de Llano.
Después de haber engañado a los obreros acerca del verdadero estado de cosas, el Gabinete
se “sumergió” en una sesión que duró toda la noche. Azaña hizo dimitir al primer ministro, Casares
Quiroga, miembro de su propio partido, y lo reemplazó por Martínez Barrios, aparentemente más
respetable, y se pasaron la noche buscando dirigentes burgueses fuera del Frente Popular que
pudieran ser convencidos para formar parte del Gabinete. Con esta combinación de derechas,
Azaña hizo frenéticos intentos de contactar a los dirigentes militares y llegar a un compromiso con
ellos. Los dirigentes fascistas, sin embargo, tomaron las puestas como una señal segura de su
victoria y negaron a Azaña cualquier clase de compromiso que le salvara la cara. Pidieron que los
republicanos se quitaran del medio para instaurar abiertamente una dictadura militar. Cuando Azaña
y los ministros del gobierno conocieron esto, tampoco tomaron ninguna medida para organizar la
resistencia. Mientras tanto, cuartel tras cuartel, informados de la paralización del gobierno, se
envalentonaron y desplegaron la bandera de la rebelión.
Así, durante dos días sucesivos, los rebeldes avanzaban mientras el gobierno les suplicaba que
le salvaran la cara. Este no se preocupó de declarar disueltos los regimientos en rebeldía, de declarar
a los soldados que no tenían obligación de obedecer a sus oficiales. Los obreros, recordando el bienio
negro y el destino del proletariado en Italia y en Alemania, exigieron armas. Hasta los dirigentes
reformistas llamaban a las puertas del palacio presidencial, suplicando a Azaña y a Giral que armaran
a los trabajadores. En las proximidades de los cuarteles, los sindicatos habían declarado una huelga
general para paralizar la rebelión. Pero una huelga de brazos cruzados no era bastante frente al
ejército. Un silencio siniestro envolvía el Cuartel de la Montaña, de Madrid. Allí los ofíciales de
acuerdo con el plan del alzamiento, esperaban a que los regimientos que rodeaban Madrid
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alcanzaran la ciudad, entonces se les unirían. Azaña, Giral y sus asociados esperaban con los brazos
caídos a que les cayera el golpe.
¿Pero podía realmente suceder de otra manera? El lado de Franco decía: Nosotros somos los
verdaderos dueños del capital, los verdaderos portavoces de la sociedad burguesa, os decimos que la
democracia tiene que acabarse si el capitalismo quiere sobrevivir, Escoge, Azaña, entre la
democracia y el capitalismo. ¿Qué estaba más profundamente arraigado en Azaña y en la burguesía
liberal? ¿Su “democracia” o su capitalismo? Respondieron inclinando la cabeza ante el avance de las
filas fascistas.
Por la tarde del 18 de julio, los Comités Nacionales de los partidos Comunista y Socialista, los
aliados obreros más importantes de la burguesía, lanzaron una declaración conjunta:
“El momento es difícil, pero de ninguna manera desesperado. El gobierno está seguro
de poder contar con los suficientes medios para poder superar el intento criminal... En la
eventualidad de que los medios del gobierno no sean suficientes, la república tiene la promesa
solemne de que el Frente Popular, que reúne bajo su disciplina a la totalidad del proletariado
español, serena y desapasionadamente está decidido a intervenir en la lucha tan pronto como
se le llame... El gobierno manda y el Frente Popular obedece.”
¡Pero el gobierno no llegó a dar la señal! Afortunadamente, los trabajadores no esperaron por ella.
III. La revolución del 19 de julio
El proletariado de Barcelona impidió la capitulación de la república ante los fascistas. El 19 de
julio, con las manos prácticamente vacías, tomaron al asalto los primeros cuarteles con éxito. A las
dos de la tarde del día siguiente eran los dueños de Barcelona.
No fue accidental que el honor de empezar la lucha armada contra el fascismo perteneciera al
proletariado barcelonés. Barcelona, con el puerto marítimo y el centro industrial más importantes de
España, rodeado de las ciudades industriales catalanas, concentraba la mitad del proletariado
español, por eso Barcelona ha sido siempre la avanzada revolucionaria. El reformismo
parlamentario de la UGT, dirigida por los socialistas, no ha tenido nunca aquí un asiento firme. La
unión de partidos socialista y estalinista (PSUC) tenía menos miembros el 19 de julio que el POUM.
Los obreros estaban casi todos organizados en la CNT, cuyo sufrimiento y persecución bajo la
monarquía y la república había introducido en las masas una tradición militante anticapitalista,
aunque la filosofía anarquista no les daba una dirección sistemática. Pero antes de que esta teoría se
revelara trágicamente inadecuada, la CNT alcanzó niveles históricos en su victoriosa lucha contra las
fuerzas del general Goded.
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Como en Madrid, el gobierno catalán se negó a armar a los obreros. Los emisarios de la CNT
y el POUM, al pedir armas, fueron informados sonrientemente que podían recoger las que dejaban
caer los guardias de asalto heridos.
Pero los obreros de la CNT y el POUM, durante la tarde del 18, recorrieron tiendas de
deportes buscando rifles, tajos de la construcción buscando dinamita, casas fascistas buscando
armas ocultas. Con la ayuda de unos cuantos simpatizantes en la Guardia de Asalto, se hicieron con
unos cuantos armarios de rifles del gobierno. (Los obreros revolucionarios habían amontonado
afanosamente unas cuantas escopetas y pistolas desde 1934.) Eso -y tantos vehículos como pudieron
encontrar- era todo lo que los obreros tenían, cuando a las 5 de la mañana del 19 los oficiales
fascistas empezaron a sacar destacamentos de los cuarteles.
Encuentros aislados ante las barricadas de piedras amontonadas llevaron a un encuentro
general por la tarde. Y allí las armas políticas sobrepasaron al armamento militar fascista. Algunos
obreros heroicos se adelantaban de las líneas para pedir a los soldados que se enteraran por qué
estaban matando a sus compañeros los trabajadores. Caían bajo el rifle o la ametralladora, pero
otros tomaban su sitio. Por aquí y por allá un soldado empezaba a disparar desviado. Pronto otros
más intrépidos se volvían contra sus oficiales. Un genio militar anónimo -quizá muriera entonces-
aprovechó el momento y las masas obreras le levantaron y se lanzaron adelante. Los primeros
cuarteles fueron tomados. El general Goded, capturado por la tarde. Los obreros limpiaron
Barcelona con las armas que sacaron de los arsenales. En unos cuantos días toda Cataluña estaba en
sus manos.
Simultáneamente se movilizó el proletariado de Madrid. La izquierda socialista distribuyó las
escasas armas que se habían salvado de octubre de 1934. Se levantaron barricadas en las calles más
importantes y alrededor del Cuartel de la Montaña. Grupos obreros buscaban a los dirigentes
reaccionarios. Al anochecer del 19, las primeras patrullas obreras de milicias tomaban sus puestos. A
medianoche se intercambiaron los primeros disparos en los cuarteles, pero hasta el día siguiente,
cuando llegaron las grandes noticias de Barcelona, no se tomaron los cuarteles.
Valencia también fue recuperada pronto de los fascistas. Después que el gobernador,
designado por Azaña, se hubiese negado a dar armas, los obreros se prepararon para hacer frente a
las tropas con barricadas, piedras y cuchillos de cocina, hasta que sus camaradas de dentro de los
cuarteles mataron a los oficiales y dieron las armas a los obreros.
Los mineros asturianos que habían luchado en la comuna de octubre de 1934, equiparon una
columna de 5.000 dinamiteros para marchar sobre Madrid. Llegaron el día 20, justamente cuando
los cuarteles ya habían sido tomados, y se pusieron a hacer guardia en las calles.
En Málaga, puerto estratégico frente a Marruecos los ingeniosos obreros, desarmados al
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principio, habían abatido los cuarteles reaccionarios formando una pared de fuego, incendiando
casas y barricadas con gasolina.
En una palabra, sin permiso del gobierno, el proletariado había empezado una guerra a
muerte contra los fascistas. A la burguesía republicana se le había escapado la iniciativa de las
manos.
La mayor parte del ejército estaba con los fascistas. Era necesario enfrentársele con otro
ejército. Cada organización obrera se dedicó a organizar regimientos de milicias, equiparlos y
mandarlos al frente. El gobierno no tenía contacto directo con las milicias obreras. Las
organizaciones presentaban sus peticiones y sus nóminas al gobierno, quien entregaba los
suministros y los fondos, que eran distribuidas por las organizaciones a las milicias. Los oficiales que
quedaban en el campo republicano eran destinados como “técnicos” a las milicias, al lado de los
oficiales obreros. Sus propuestas militares eran transmitidas a las milicias mediante los oficiales
obreros. Las Guardias Civil y de Asalto, que todavía estaban adheridas al gobierno, desaparecieron
pronto de las calles. En la atmósfera reinante, el gobierno se vio obligado a mandarlas al frente. Sus
obligaciones policiales habían sido asumidas por la policía obrera y por las milicias.
Los marinos, tradicionalmente más radicales que los soldados salvaron una buena parte de la
flota matando a sus oficiales. Comités de marinos, democráticamente elegidos, tornaron el control
de la flota republicana y establecieron contacto con los comités obreros en la costa.
Comités de obreros armados tornaron los puestos de los oficiales de fronteras en las aduanas.
Una cartilla sindical o un carnet rojo de partido era mejor que un pasaporte para entrar en el país.
Pocos reaccionarios pudieron salir a través de los cordones obreros.
Las medidas revolucionarias obreras estaban acompañadas de medidas económicas
revolucionarias contra el fascismo. Cómo es que sucedía esto, si las tareas históricas mundiales
pedían únicamente “la defensa de la república”, es algo que los demócratas- estalinistas todavía
tienen que explicar.
Esto es verdad especialmente en Cataluña, donde desde el 19 de julio y en el plazo de una
semana el transporte y la industria estaban completamente en las manos de los comités obreros de la
CNT, o de los comités conjuntos de la CNT-UGT. Los comités sindicales tomaron el poder
sistemáticamente, restableciendo el orden y acelerando la producción para satisfacer las necesidades
del tiempo de guerra. El mismo proceso se extendió a Madrid, Valencia, Alicante, Almería y Málaga,
alcanzando, en primer lugar, a las factorías y sucursales en estas provincias de las empresas
establecidas en Barcelona, aunque en ninguna de estas capitales el proceso fue tan generalizado
como en Cataluña. En las provincias vascas, sin embargo, donde la alta burguesía se había declarado
a favor de la república democrática, ésta continuó siendo dueña de las fábricas. Un comité de la
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UGT- CNT se encargó de todo el transporte en España. Pronto delegaciones de las fábricas irían al
extranjero a organizar las importaciones y exportaciones.
No hizo falta que se obligase a los campesinos a tomar la tierra. Venían intentándolo desde
1931, pero Casas Viejas, Castilloblanco, Yeste era nombres de pueblos famosos donde los
campesinos habían sido masacrados por las tropas de Azaña porque se habían apoderado de la
tierra. Ahora Azaña no podía detenerlos. Tan pronto como las noticias llegaron de las ciudades, los
campesinos se lanzaron sobre la tierra. Las guadañas y las hachas se encargaron de todo oficial del
gobierno o terrateniente republicano lo suficientemente imprudente como para interponerse en su
camino. En muchos sitios, empapados de las ideas de los anarquistas y socialistas de izquierdas, los
campesinos se organizaron directamente en explotaciones colectivas. Los comités campesinos se
encargaron de alimentar a las milicias y las ciudades, dando o vendiendo directamente los alimentos
a los comités de aprovisionamiento, columnas militares y sindicatos.
En todas partes las formas gubernamentales existentes y las organizaciones obreras
demostraron ser inadecuadas como métodos de organización en la guerra y la revolución. Cada
distrito, ciudad y pueblo creó su comité militar para armar a las masas e instruirlas. Los comités de
fábrica de la CNT-UGT, dirigiendo a todos los obreros, incluyendo a los que no se habían
organizado antes, desarrollaron una actividad más amplia que las organizaciones sindicales
existentes. La vieja administración municipal desapareció, generalmente, para ser reemplazada por
los acordados comités que representaban a todos los partidos y sindicatos antifascistas. Pero los
políticos de la Esquerra y la Izquierda Republicana aparecían raramente en ellos. Fueron
reemplazados por obreros y campesinos que, aunque todavía adheridos a los partidos republicanos,
seguían la dirección de los obreros más avanzados que estaban con ellos.
El Comité Central de las Milicias Antifascistas de Cataluña, organizado el 21 de julio, era el
más importante de estos nuevos órganos de poder. De sus 15 miembros, cinco eran anarquistas, de
la CNT y FAI, y ellos dominaban el Comité Central. La UGT tenía tres miembros, a pesar de su
debilidad numérica en Cataluña, pero los anarquistas esperaban animar de esta manera la formación
de comités similares en otras partes. El POUM tenía uno, la Unión Campesina (Rabassaires) uno y
los estalinistas (PSUC) uno también. Los partidos burgueses tenían en total cuatro.
A diferencia de un gobierno de coalición que en realidad descansa en la vieja maquinaria del
estado, el Comité Central, dominado por los anarquistas, se apoyaba en las organizaciones obreras y
las milicias. La Esquerra y las fuerzas más cercanas a ella -los estalinistas y la UGT- se limitaban a
seguir de cerca de momento. Los decretos del Comité Central eran la única ley en Cataluña.
Companys obedecía a los requisitos y demandas de dinero sin hacer preguntas. Empezó
probablemente como el medio de organización de las milicias e inevitablemente tenía que tomar
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cada vez más funciones gubernamentales. Muy pronto organizaría un departamento de policía
obrera; después, un departamento de abastecimientos, cuya palabra era ley en las fábricas y puertos
de mar.
En esos meses en que el Comité Central existió, sus campañas militares iban paralelas a sus
actos revolucionarios. Esto es evidente en la campaña de Aragón, en la que las milicias militares de
Cataluña en cinco días conquistaron Aragón como un ejército de liberación social, Se organizaron
comités, antifascistas en los pueblos, a los que se les entregaron las grandes haciendas, cosechas,
abastecimientos, ganado, herramientas, etcétera, que pertenecían a los grandes terratenientes y
reaccionarios. Inmediatamente el comité del pueblo organizaba la producción de una manera nueva,
normalmente en colectividades, y creaba una milicia popular para llevar a cabo la socialización y
lucha contra la reacción. Los reaccionarios capturados eran puestos ante la asamblea del pueblo para
ser juzgados. Todos los títulos de propiedad, hipotecas y documentos de débito existentes en los
registros oficiales fueron quemados en público. Después de haber transformado así la vida del
pueblo, las columnas catalanas podían seguir adelante, seguras de saber que cada pueblo que dejaban
atrás era una fortaleza de la revolución.
Los estalinistas han hecho mucha propaganda maliciosa con respecto a la supuesta debilidad
de la actividad militar de los anarquistas. La apresurada formación de milicias, la organización de la
industria de guerra, inevitablemente fueron descuidadas en manos no muy expertas. Pero en esos
primeros meses, los anarquistas, apoyados por el POUM, compensaron sobradamente su
inexperiencia militar con su amplia política social. En la guerra civil, la política es el arma
determinante. Tomando la iniciativa, tomando las fábricas, animando al campesinado a tomar la
tierra, las masas de la CNT aplastaron los cuarteles catalanes. Al marchar sobre Aragón como
liberadores sociales, movieron al campesinado a paralizar la movilidad de las fuerzas fascistas. En los
planes de los generales, Zaragoza, sede de la Academia Militar y quizá el mayor cuartel del ejército
debería ser para el este de España lo que Burgos fue para el Oeste. En vez de eso, Zaragoza fue
inmovilizada desde los primeros días.
Alrededor del Comité Central de las milicias se concentraba la multitud de comités de
fábricas, pueblos, abastecimientos, comestibles, policía, etc., en forma de comités conjuntos de
varias organizaciones antifascistas, ejerciendo en realidad mayor autoridad que la de sus
constituyentes. Después de la primera marejada revolucionaria, los comités, sin lugar a dudas,
revelaron su debilidad básica: estaban basados en un acuerdo mutuo entre las organizaciones en que
reclutaban sus miembros, y después de las primeras semanas, la Esquerra, apoyada por los
estalinistas, recobró sus ánimos y lanzó su programa. Los dirigentes de la CNT empezaron a hacer
concesiones en detrimento de la revolución. De aquí en adelante, los comités solamente hubieran
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podido funcionar progresivamente si hubieran abandonado el método de acuerdo mutuo y
adoptado el método de decisiones mayoritarias con delegados elegidos democráticamente en las
milicias y en las fábricas.
Las regiones de Valencia y de Madrid también desarrollaron una serie de comités de milicias
conjuntos antifascistas, patrullas obreras, comités de fábrica y comités de barrio para barrer a los
reaccionarios de las ciudades y mandaron las milicias al frente.
Así, pues, paralelamente a los gobiernos oficiales de Madrid y Cataluña, habían aparecido
órganos controlados fundamentalmente por los obreros, a través de los cuales las masas
organizaban la lucha contra el fascismo. Principalmente, la lucha militar, económica y política se
llevaba a cabo independientemente del gobierno y, a la larga, a pesar suyo.
¿Cómo hemos de caracterizar este tipo de régimen? Era esencialmente idéntico al que existía
en Rusia de febrero a noviembre de 1917 -un régimen de doble poder-. El uno, el de Azaña y
Companys, sin ejército, policía u otra forma armada propia era ya demasiado débil para desafiar la
existencia del otro. El otro, el del proletariado armado, todavía no era lo suficientemente consciente
de la necesidad de prescindir de la existencia del poder de Azaña y Companys. Este fenómeno de
doble poder ha acompañado a todas las revoluciones proletarias. Significa que la lucha de clases está
a punto de alcanzar el punto en que uno u otro debe de convertirse en el amo indiscutible. Es un
balance crítico de alternativas en el filo de una navaja. Un largo período de equilibrio está
descartado; uno o el otro deben prevalecer. La “revolución del 19 de julio” estaba incompleta, pero
que fue una revolución lo demuestra el hecho de haber creado un doble poder.
IV. Hacia una coalición con la burguesía
En cualquier otro período de doble poder -Rusia de febrero a noviembre de 1917, Alemania
de 1918-19 son los más importantes- el gobierno de la burguesía continuo existiendo gracias
solamente a la entrada en él de los representantes de las organizaciones obreras reformistas, que
desde este momento se convirtieron en el apoyo más importante de la burguesía. Los mencheviques
y socialrevolucionarios no sólo defendieron el gobierno provisional de los soviets, sino que también
se sentaron con los ministros burgueses en el gobierno. Ebert y Scheidemann tenían la mayoría en
los Consejos de Soldados y Trabajadores, pero al mismo tiempo se sentaron en el gobierno. En
España, sin embargo, durante siete semanas críticas ningún representante obrero entró en el
gobierno.
No era que la burguesía no los quisiera allí, o que los dirigentes obreros no quisieran o no
estuviesen dispuestos a formar parte del Gabinete. Por la tarde del 19 de julio, cuando se confirmó
definitivamente la toma de Barcelona por los obreros, Azaña, por fin, abandonó el intento de
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formar un “gabinete de paz” con Barrios a la cabeza. Giral fue nombrado primer ministro. Azaña y
Giral le pidieron a Prieto y a Largo Caballero que entraran en el Gabinete. Prieto estaba más que
deseoso de hacerlo. Largo Caballero rechazó la propuesta de Giral y Prieto no osaba entrar sin él.
En Cataluña, durante los últimos días de julio, Companys metió tres dirigentes estalinistas en
su Gabinete. Pero en tres días se vieron obligados a dimitir por exigencia de los anarquistas, que
denunciaron su entrada como contraria a su papel de dirigentes en el Comité Central de las Milicias.
Así, pues, durante siete semanas los gobiernos burgueses permanecieron aislados de las masas
al no contar con la protección de los ministros reformistas. Tampoco la conducta de los
republicanos realzó su prestigio. Los funcionarios más cobardes se largaron a Paris. Solidaridad
Obrera, órgano de la CNT, publicaba cada día una “Galería de Hombres Ilustres”, se trataba de los
republicanos que se iban largando. El gobierno tenia en su poder una de las mayores reservas de
oro, fuera de las de los grandes poderes imperialistas -más de 600 millones de dólares-; así y todo,
no hizo ningún intento durante esos dos primeros meses de comprar armas en el extranjero. Alabó
los intentos de Francia de organizar la “no-intervención”. Chillaba contra la toma de las fábricas por
los obreros y la organización de la producción para la guerra. Denunciaba los comités de barrio y las
patrullas obreras que estaban limpiando la retaguardia de reaccionarios.
El régimen catalán-burgués, dirigido por el astuto Companys -había sido una vez abogado de
la CNT y conocía bien el movimiento obrero-, cabalgando sobre un levantamiento revolucionario
mucho más intenso que el de Madrid, se portó mucho más inteligentemente que el de Azaña-Giral.
En las primeras semanas rojas aceptó sin hacer preguntas cada paso dado por los obreros. Pero el
Gabinete de Barcelona estaba todavía más aislado que el de Madrid. A los gobiernos de Madrid y
Barcelona les faltaba el instrumento más indispensable de soberanía: las fuerzas armadas. El ejército
regular estaba con Franco. La policía regular ya no existía como fuerza independiente, había sido
arrastrada por la riada de obreros armados. La burguesía madrileña, aunque estaba despojada de su
policía, la mayoría de la cual había sido enviada al frente voluntariamente o bajo presión de los
obreros miraba con recelo el status oficial concedido a los dirigentes obreros de las milicias por el
gobierno catalán. La discreta explicación dada por el dirigente de la Esquerra Jaime Miravittle es un
libro abierto:
“El Comité Central de las Milicias nació dos o tres días después del movimiento
(subversivo), en ausencia de una fuerza pública regular y cuando no había ejército en
Barcelona. Por otra parte, ya no había Guardia Civil ni de Asalto, ya que todos habían
luchado tan duramente, unidos con las fuerzas del pueblo, y ahora forman parte de la misma
masa y permanecen mezclados con ella. En estas circunstancias, las semanas pasadas sin que
fuera posible reunir y reagrupar las fuerzas dispersas de la Guardia Civil y de Asalto” (Heraldo
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de Madrid, 4 de septiembre de 1936).
De hecho, la realidad es que a pesar del surgimiento del doble poder, a pesar del alcance del
poder del proletariado en las milicias y su control de la vida económica, el estado obrero permanecía
embriónico, atomizado, dispersado en las diversas milicias y comités de fábrica y comités locales de
defensa antifascista constituidos conjuntamente por las diversas organizaciones. Nunca se llegó a
centralizar en Consejos de Soldados y Obreros a nivel nacional, como se hizo en Rusia en 1917 y en
Alemania en 1918-19. Unicamente cuando el doble poder asume tales proporciones de organización
se plantea la alternativa de elegir entre el régimen actual y un nuevo orden revolucionario en que los
Consejos se transforman en el estado. La revolución española no llegó nunca a este punto, a pesar
del hecho de que el poder real del proletariado era mucho más grande que el poder ejercido por los
obreros en la Revolución alemana o verdaderamente tan grande como el ejercido por los
trabajadores rusos antes. A nivel local, y en cada columna de milicias, los obreros mandaban; pero en
la cumbre estaba sólo el gobierno. Esta paradoja tiene una explicación muy sencilla: no había
partido revolucionario en España listo para potenciar la organización de soviets de manera audaz y
consciente.
Pero ¿acaso no hay una gran diferencia entre negarse a crear los órganos para derrocar a la
burguesía y aceptar el papel de colaborador de clase con la burguesía? Absolutamente, no. En un
periodo revolucionario las alternativas se balancean en el filo de una navaja: uno o el otro. Cada día
que pasa es como una década en tiempo de paz. El “realismo” de hoy se transforma en la entrada a
la colaboración con la burguesía mañana. La guerra civil es encarnizada. La burguesía liberal se
ofrece a colaborar en la lucha contra los fascistas. Es evidente que los obreros deben aceptar ayuda.
¿Cuáles son los límites de esa colaboración? Los “sectarios” bolcheviques, en la lucha contra
Kornilov, pusieron unos límites excesivamente agudos. Sobre todo aglutinaron el poder en las
manos de los soviets.
En lo más acalorado de la lucha contra la contrarrevolución de Kornilov de septiembre de
1917, cuando Kerensky y los otros ministros burgueses del gobierno de Companys clamaban contra
Franco, los bolcheviques avisaron a los obreros de que el gobierno provisional era impotente y que
sólo los soviets podían vencer a Kornilov. Es una carta especial dirigida al Comité Central del Partido
Bolchevique, Lenin criticaba a los que lanzaban “frases acerca de la defensa del país”, “acerca del
apoyo al gobierno provisional”. “Nosotros lucharemos, estamos luchando contra Kornilov, incluso
como lo hacen las tropas de Kerensky, pero nosotros no apoyamos a Kerensky”, decía Lenin. “Por
el contrario, nosotros desenmascaramos su debilidad. Esa es la diferencia. Es una diferencia
bastante sutil, pero es de gran importancia y no se debe olvidar.” Y no tenía la mínima intención de
esperar hasta que la lucha contra Kornilov hubiera acabado para tomar el poder del estado. Por el
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contrario, declaraba Lenin, “incluso los acontecimientos de mañana pueden poner el poder en
nuestras manos y entonces no lo abandonaremos” (Obras, vol. XXI, libro I, pág. 137). Lenin estaba
dispuesto a colaborar con el mismo Kerensky en una unión técnico-militar. Pero con esta condición
por delante: las masas organizadas en órganos de clase, elegidos democráticamente, donde los
bolcheviques pudieran luchar para obtener la mayoría.
Sin organizar los soviets -consejos obreros- era inevitable que incluso los anarquistas y el
POUM se inclinaran a la colaboración gubernamental con la burguesía. Pero ¿qué significa en la
práctica el hecho de negarse a construir los soviets en medio de la guerra civil? Significa reconocer el
derecho de la burguesía liberal a dirigir la lucha, que es tanto como decir: dictar sus límites políticos
y sociales.
Así fue como todas las organizaciones obreras sin excepción se inclinaron cada vez más
claramente al lado de la burguesía liberal. En las semanas intermedias, Azaña y Companys
recuperaron la calma al ver que las conquistas de los obreros no finalizarían con la toma del poder
estatal. Azaña reunió a todos los oficiales que, cogidos tras las líneas, se proclamaban republicanos.
Al principio los oficiales podían tratar con las milicias sólo a través de los Comités de Milicias. Pero
el método bolchevique de utilizar los conocimientos técnicos de los oficiales sin darles poder sobre
los soldados sólo puede ser empleado en la cima de la transición del doble poder a un estado obrero
o a un régimen soviético. Poco a poco los oficiales se hicieron con el mando directo.
El control del Tesoro y de los bancos por el gobierno -ya que los obreros, incluidos los
anarquistas, no llegaron a tomar los bancos instituyendo simplemente una forma de control obrero
que no era más que una defensa contra la fuga de capitales de los fascistas y para obtener préstamos
de capital para fábricas colectivas- significó un poderoso medio de influencia para estimular a las
numerosas empresas extranjeras (que no habían sido tomadas) a que colocasen representantes del
gobierno en las fábricas, para intervenir en el comercio exterior, para facilitar el crecimiento rápido
de pequeñas fábricas, tiendas y comercios que se habían salvado de la colectivización. Madrid, al
controlar las reservas de oro, las usaba como un argumento irrebatible en Cataluña en momentos en
que Companys carecía de poder. Bajo el capitalismo actual, el capitalismo financiero domina
industria y transporte. Esta ley económica no fue abrogada, aunque los obreros hubiesen tomado en
sus manos las fábricas y los ferrocarriles. Todo lo que los obreros hicieron al tomar esas compañías
fue transformarlas en cooperativas de productores, dejándolas sujetas a las leyes de la economía
capitalista. Para que pudieran ser liberadas de esas leyes, toda la industria y el campo, junto con el
capital bancario y las reservas de oro y plata, tendrían que transformarse en propiedad del estado
obrero. Pero esto requería el derrumbamiento del estado burgués. La manipulación del capital
financiero para contener el movimiento obrero es una fase de la lucha española que se merece un
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estudio cuidadoso y desarrollado e indudablemente dará nuevos discernimientos de la naturaleza del
estado burgués. Esta arma fue abiertamente desatada con toda su fuerza mucho más tarde, pero
incluso en las primeras siete semanas su cuidadoso uso permitió al régimen recuperar mucho
terreno perdido.
En las mismas primeras semanas el gobierno, consciente de su debilidad, volvió al uso de uno
de los instrumentos de poder estatal que más odiaban los obreros: la censura de prensa. Era
particularmente odiada por el uso que el gobierno hizo de ella durante los últimos días antes de la
rebelión fascista, cuando los avisos de los anarquistas y socialistas contra la inminente guerra civil
fueron tachados. Azaña se apresuró a asegurar a la prensa que la censura se limitaría a noticias
militares, pero esto no era más que un puente a la censura general. Los defensores incondicionales
del Frente Popular, los estalinistas y socialistas de Prieto, lo aceptaron sin replicar. Un artículo
imprudente en el estalinista Mundo Obrero, del 20 de agosto, condujo a la supresión del número.
Claridad, de Caballero, aceptó a regañadientes. Los anarquistas y el POUM le siguieron. Unicamente
el órgano de la Juventud Anarquista de Madrid le negó la entrada al censor. Pero la censura no era
un problema aparte: inevitablemente sería la prerrogativa del poder estatal.
En agosto, la CNT entró en la Junta de Defensa Vasca, que no era, de ninguna manera, una
organización militar, sino un gobierno regional en el que el partido de la alta burguesía vasca
controlaba los puestos financieros e industriales. Este hecho -por primera vez en la historia los
anarquistas participaban en un gobierno- fue recogido por la prensa anarquista sin ninguna
explicación. Al POUM se le presentó una oportunidad excelente de ganar a la base de la CNT para
la lucha por un estado obrero, pero el POUM no criticó el gobierno vasco, ya que él actuó
idénticamente en Valencia.
La Ejecutiva Popular, con participación burguesa, se constituyó en Valencia como un
gobierno regional. El POUM también entró aquí. En esos días el órgano central del POUM, La
Batalla, pedía un gobierno de todos los obreros en Madrid y Barcelona: la contradicción entre esta
reivindicación y la actitud tomada en Valencia no mereció su atención.
El Comité Central de las milicias catalanas -que había actuado como el Centro Militar
durante los dos días del levantamiento- comenzó a emplear también la colaboración de la
burguesía en actividades económicas. Si el Comité Central se hubiera transformado en un Cuerpo
elegido democráticamente por delegados de las fábricas y de las columnas de milicias, hubiera
tenido más poder y autoridad y, al mismo tiempo, habría reducido el papel de la burguesía a su
actual fuerza en las milicias y las fábricas. Esta era la única solución al dilema. Pero la CNT no veía
el problema y el POUM se mantuvo silencioso.
Finalmente, el 11 de agosto, se formó el Consejo de Economía por iniciativa de Companys,
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para centralizar la actividad económica. A pesar del cebo de un programa económico radical, esto
fue, indiscutiblemente, una forma de colaboración socioeconómica bajo la hegemonía de la
burguesía. Pero la CNT y el POUM entraron en él.
Así, en cada esfera, la burguesía se metía poco a poco. De este modo, los obreros fueron
llevados paso a paso hacia un gobierno de coalición con la burguesía.
Para entender este proceso claramente hemos de examinar más de cerca las concepciones
políticas de las organizaciones obreras.
V. La política de la clase obrera española
1. Los socialistas de derechas
Prieto, Negrín y Besteiro se aferraron constantemente a la teoría de que España tenía ante si
un período considerable de desarrollo capitalista. Besteiro y los otros se habían desprestigiado
denunciando el hecho de que los obreros recurrieran a las armas en octubre de 1934. Pero Prieto,
Negrín y sus principales aliados se habían portado por lo menos tan bien como Largo Caballero en
la lucha asturiana y la huelga general sin cambiar, sin embargo, su perspectiva política. Habían
llevado al Partido, a pesar, de la oposición de izquierda, a la coalición de febrero de 1936. Los
socialistas de izquierdas, sin embargo, impidieron que Prieto entrara en el gobierno. Prieto había
dicho claramente que si la izquierda se salía con la suya y ganaba el control del Partido, él estaba
preparado a unirse a la Izquierda Republicana de Azaña. En los meses anteriores a la guerra civil
había llegado tan lejos que se había unido a Azaña para denunciar la ola de huelgas. En sus
concepciones políticas, los socialistas de derechas no eran más que simples republicanos pequeño-
burgueses que, en la lucha contra la monarquía, habían estimado correctamente que sólo ganarían el
apoyo de las masas vistiéndose de socialistas. Durante la etapa republicana que se abrió en 1931, en
la primera prueba seria demostraron ser hermanos de sangre de Azaña.
Prieto era un industrial vasco de considerable riqueza, su órgano El Liberal, de Bilbao, era uno
de los más influyentes entre la burguesía. Décadas de colaboración de clases le habían
proporcionado la completa confianza de la burguesía vasca. Más que ninguna otra figura, Prieto
sirvió de puente de enlace entre los católicos, los capitalistas vascos de mente estrecha, los cínicos
cosmopolitas de Azaña y las fuerzas estalinistas. Inflexible, rudo, capaz, Prieto no tenía ninguno de
los temores subjetivos de los dirigentes de los partidos laboristas escandinavos y británicos. Era
consciente del significado de la política en que Stalin se embarcó cuando empezó la guerra civil y
por eso fue alabado por los portavoces estalinistas como hermano ideológico.
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2. Los estalinistas
El programa político de los estalinistas en 1936 utilizaba un lenguaje muy diferente al que
había utilizado en 1931, al denunciar de manera ultraizquierdista a Azaña, Prieto, Caballero, los
anarquistas, etc., de “fascistas” y “socialfascistas”. Pero en esencia la política era la misma. En 1936,
como en 1931, los estalinistas no querían una revolución proletaria en España.
Walter Duranty, apologista extraoficial del Kremlin, descubre su actitud en 1931:
“El primer comentario soviético sobre los acontecimientos españoles aparece en la
editorial de hoy de Pravda, pero el órgano del Partido Comunista Ruso no parece demasiado
contento con las perspectivas de lucha revolucionaria que se espera claramente, sigan a la
caída de Alfonso...
El inesperado tono pesimista de Pravda... quizá se explique por la preocupación
soviética de que los acontecimientos de España alteren la paz europea en este período crítico
del plan quinquenal. Correcta o equivocadamente, aquí se cree que la paz de Europa depende
literalmente de un hilo, que la acumulación de armamentos y los odios nacionales son más
grandes que antes de la guerra y hacen la situación actual no menos peligrosa que en la
primavera de 1914, y que los fuegos artificiales españoles pueden provocar fácilmente una
conflagración general” (New York Times, 17 de mayo de 1931).
“Paradójicamente, sin embargo, parece que Moscú se regocija de esta circunstancia -de
hecho, se puede decir que si la revolución española “se inclina a la izquierda”, como espera
Moscú, éste se siente más embarazado que contento...
Así, pues, en primer lugar, la Unión Soviética está excesivamente y quizá
indebidamente nerviosa acerca del peligro de guerra y “observa con alarma” cualquier
acontecimiento que pueda transformar el status quo europeo... En segundo lugar, la política
actual del Kremlin defiende con mayor ahínco el éxito de la construcción socialista de Rusia
que la revolución mundial...” (New York Times, 18 de mayo de 1931).
En 1931, el Kremlin se había asegurado su propósito con una política que impedía la
colaboración con el resto de los partidos proletarios. De este modo, los comunistas estaban aislados
del movimiento de masas, dividían sindicatos, rechazaban frentes unidos de organizaciones,
atacaban otras asambleas de la clase obrera etc. En 1931, el Kremlin aspiraba solamente a mantener
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el status quo de Europa. En 1936, sin embargo, el Komintern adoptó una perspectiva diferente, que
había sido elaborada en su VII Congreso. El nuevo curso era mantener el status quo durante el mayor
tiempo posible, pero esta vez no sólo impidiendo revoluciones, sino colaborando activamente con
la burguesía en los “países democráticos”. Esta colaboración estaba destinada, en caso de que
comenzase una guerra, a garantizar a Rusia la alianza de Francia e Inglaterra. El precio que Rusia
ofrecía pagar por una alianza con el imperialismo anglo-francés era la subordinación del proletariado
a la burguesía. El “socialismo en un solo país” había revelado su significado completo como “no
socialismo en ninguna otra parte”.
Lenin y los bolcheviques eran lo suficientemente realistas para permitir al estado soviético
utilizar los conflictos entre los diferentes poderes capitalistas hasta llegar a usar uno contra el otro
en caso de guerra. Más fundamental todavía en su política revolucionaria, sin embargo, era la
doctrina de que, cualquiera que sean las alianzas militares soviéticas, el proletariado de cada país
tenía el deber inalterable de oponerse a su “propia” burguesía en la guerra, derrocarla en el curso de
la misma y reemplazarla por un gobierno revolucionario obrero que es el único aliado real posible
de la Unión Soviética.
Este principio fundamental del marxismo fue rechazado por el VII Congreso del Komintern.
El Partido Comunista Francés había declarado ya abiertamente que estaba preparado para apoyar a
su burguesía en la guerra que se avecinaba. A pesar de esto, la frialdad inglesa había quitado fuerza al
pacto francosoviético. Incluso bajo Blum el pacto no había llevado todavía a discusiones entre los
dos estados mayores. La guerra civil española dio al Kremlin una oportunidad de probar de una vez
por todas a ambos imperialistas que no sólo el Kremlin no animaría ninguna revolución, sino que
además estaba preparado a dar ejemplo aplastando una que, no obstante, había empezado.
Aparentemente, ni siquiera todos los corresponsales estalinistas extranjeros en Barcelona se
habían dado cuenta, en los primeros días de la guerra civil, que el Komintern se había propuesto
deshacer esta revolución que estaba casi terminada. El 22 de julio, el londinense Daily Worker decía
en la editorial: “En España, socialistas y comunistas luchan hombro con hombro en encendida
batalla para defender sus sindicatos y sus organizaciones políticas, para salvar la república española y
para defender las libertades democráticas para poder avanzar hacia una república soviética española.” Y el
mismo día, su representante barcelonés, Frank Pitcairn, telegrafiaba: “La milicia roja aplasta
fascistas. Triunfo en Barcelona.” “Las fuerzas de la clase obrera unida llevan ya ventaja. Aquí las
calles están siendo patrulladas por coches llenos de obreros armados que se encargan del orden y la
disciplina. Las preparaciones para la formación de una milicia permanente siguen adelante.”
Los estalinistas españoles, sin embargo, se habían unido a Prieto y a Azaña en suplicar a los
obreros que no tocasen la propiedad privada. Los estalinistas fueron los primeros en abrir las
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puertas de su prensa al censor. Fueron los primeros en pedir la liquidación de las milicias obreras y
los primeros en entregar a sus milicianos a los oficiales de Azaña. No habían transcurrido más que
dos meses de guerra civil cuando empezaron -lo que el gobierno no se atrevió a hacer hasta un año
más tarde- una campaña asesina en contra del POUM y la juventud Anarquista. Los estalinistas
pedían subordinación a la burguesía no sólo durante el período de la guerra civil, sino después
también, “Es absolutamente falso -declaraba Jesús Hernández, editor de Mundo Obrero (6 de agosto
de 1936)- que el actual movimiento obrero tenga la intención de establecer una dictadura proletaria
después de que la guerra haya terminado. No se puede decir que nosotros tenemos un motivo social
para participar en la guerra. Nosotros los comunistas somos los primeros en rechazar esta
suposición. Nosotros estamos únicamente motivados por el deseo de defender la república
democrática.”
L’Humanité, órgano del Partido Comunista Francés, publicaba el siguiente comunicado a
primeros de agosto:
“El Comité Central del Partido Comunista de España nos pide que informemos al
público, en respuesta a los fantasiosos y tendenciosos reportajes publicados por ciertos
periódicos, que el pueblo español no está luchando por el establecimiento de la dictadura del
proletariado, sino que tiene un solo fin: la defensa del orden republicano, respetando la
propiedad privada.”
Al pasar los meses, los estalinistas adoptaron una postura todavía más firme contra todo
menos contra el sistema capitalista. José Díaz, “adorado dirigente” del partido español, en la sesión
plenaria del Comité Central del 5 de marzo de 1937, declaraba:
“Si al principio los diversos intentos inmaduros de “socialización” y “colectivización”,
que fueron el resultado de un confuso entendimiento del carácter de la lucha presente, podían
haber sido justificados por el hecho de que los grandes terratenientes e industriales habían
abandonado sus haciendas y fábricas y que era necesario, a cualquier precio, continuar la
producción, ahora, por el contrario, no se pueden justificar en absoluto. En el momento
presente, cuando existe un gobierno del Frente Popular, en el que están representadas todas
las fuerzas envueltas en la lucha contra el fascismo, tales cosas no sólo no son de desear, sino
absolutamente intolerables” (Communist International, mayo de 1937).
Reconociendo que el peligro de una revolución proletaria venía primero de Cataluña, los
estalinistas concentraron enormes recursos en Barcelona. Al no tener prácticamente organización
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propia allí, reclutaron a su servicio a los dirigentes obreros conservadores y a los políticos pequeño-
burgueses, fundiendo el Partido Comunista de Cataluña con la sección catalana del Partido
Socialista, la Unión Socialista (una organización nacionalista limitada a Cataluña) y Catalá Proletari,
una división del burgués Esquerra. La fusión, el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), se
afilió al Komintern. Sólo tenía unos cuantos miles de miembros al principio de la guerra civil, pero
tenía ilimitados fondos y las hordas de funcionarios del Komintern. Se ganó a la moribunda sección
catalana de la UGT y, cuando la Generalitat declaró obligatoria la sindicalización de todos los
empleados, reclutó a la mayoría de los obreros y empleados más atrasados, que preferían esta
respetable institución a la radical CNT. Pero la gran base de los estalinistas en Cataluña fue la
federación de comerciantes, industriales y hombres de negocios, las Federaciones de Gremios y
Entidades de Pequeños Comerciantes e Industriales (GEPCI), que en julio se llamó sindicato y se
afilió a la UGT catalana. La llamada sección catalana operaba en completa independencia de la
Ejecutiva Nacional de la UGT, controlada por Largo Caballero. Por consiguiente, como jefe y más
riguroso defensor de la burguesía, el PSUC reclutó militantes intensamente en las filas de Esquerra
Catalana.
Los estalinistas siguieron un curso similar en el resto de España. Desde el principio, el
sindicato agrícola de la CNT y la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (UGT) -ambas
apoyaban la colectivación de la tierra- acusaron a los estalinistas de organizar sindicatos aparte con
los campesinos ricos que se oponían a la colectivación. El partido estalinista creció más rápidamente
que ningún otro, ya que abrió sus puertas de par en par. Dudosos elementos burgueses se apuntaron
en masa para protegerse. Tan pronto como el 19 y 20 de agosto de 1936 Claridad, el órgano de
Caballero, acusaba a la estalinista Alianza de Escritores Antifascistas de albergar reaccionarios6.
Cuando, tras los tres largos meses de boicot, en la tercera semana de octubre los primeros
aviones y armas soviéticas llegaron finalmente, el Partido Comunista, que hasta entonces había
estado a la defensiva, incapaz de responder al agudo criticismo del POUM sobre la negativa de
Stalin a mandar armas, recibió un ímpetu tremendo. De aquí en adelante sus propuestas vinieron
acompañadas siempre con la amenaza de que Stalin no mandaría más aviones y armas. En Madrid y
en Valencia, el embajador Rosenberg, y en Barcelona el cónsul general Antonov-Ovseyenko,
pronunciaban discursos políticos indicando abiertamente sus preferencias. Cuando en noviembre se
celebró el aniversario de la Revolución rusa en Barcelona (en un desfile en que participaron todos
6 H. H. Brailsford, socialista británico y defensor del Frente Popular, dice: “El Partido Comunista ya
no es primordialmente un partido de obreros industriales o ni siquiera un partido marxista, y esta situación
debiera ser permanente. Me apoyo para esta afirmación en la composición social del Partido Comunista en Cataluña y en
España.” (New Republic, 9 de junio de 1937.)
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los partidos burgueses), Ovseyenko terminó su discurso con “Viva el pueblo catalán y su héroe, el
presidente Companys”, a los obreros no les quedó ninguna duda de a qué clase apoyaba el Kremlin7.
Sólo hemos esbozado la política estalinista lo suficiente para encuadrarla. La veremos crecer
más abiertamente, ruda y contrarrevolucionaria, durante el año siguiente.
3. Largo Caballero: La izquierda socialista y la UGT
Largo Caballero pertenecía a la misma generación de Prieto. Ambos habían alcanzado la
madurez bajo la monarquía y se habían formado siguiendo el ala derecha de la socialdemocracia
alemana. Como dirigente de la UGT, Largo Caballero había aceptado en silencio la supresión de la
CNT por Primo de Rivera. Más todavía, lo había aprobado, al aceptar un puesto del dictador en el
Consejo de Estado. Había entrado en el gobierno de coalición de 1931-33 como ministro de
Trabajo y había patrocinado una ley para continuar los Consejos Arbitrarios Mixtos para regular las
huelgas. “Introduciremos arbitrio obligatorio. Las organizaciones obreras que no se sometan a él
serán declaradas fuera de la ley”, declaraba el 23 de julio de 1931. Bajo su ministerio, era contrario a
la ley declararse en huelga por razones políticas o sin diez días de notificación por escrito al jefe. No
se podía llevar a cabo ninguna asamblea sindical o laboral sin la policía presente. Junto con Prieto,
Largo Caballero habían defendido la represión contra los campesinos sedientos de tierra y los miles
de arrestos por razones políticas.
Después del colapso de la coalición de 1931-33, una fuerte corriente de izquierda se
7 Hay un incidente extraordinario que merece ser mencionado. El 27 de noviembre de 1936, La
Batalla pudo demostrar que la CNT, UGT, el Partido Socialista y la Izquierda Republicana estaban todos a favor de la
representación del POUM en la Junta de Defensa de Madrid; así y todo, el POUM no estaba representado. ¿Cómo era
posible que la oposición estalinista por sí sola impidiera al POUM, con sus columnas de milicias en todos los frentes, estar
representado? ¿Podían los estalinistas por sí solos ejercer el veto? La respuesta estaba en la intervención de la embajada
soviética. “Es intolerable que, como factura por la ayuda que nos dan, intenten imponernos sus normas políticas
terminantemente, terminantes vetos, intervenir e incluso dirigir nuestra política”, se quejaba La Batalla. El incidente del
Consejo de Defensa de Madrid, el discurso de Ovseyenko en noviembre, los discursos de Rosenberg, fueron los incidentes
públicos que levantaron al POUM; a través de su puesto en el gabinete en la Generalitat tuvieron conocimiento de
incidentes incluso más serios a los que no se podían referir por estar en el gobierno.
La nota a la prensa del cónsul general Ovseyenko, contestando al POUM, probablemente no tiene paralelo en
toda la historia de la diplomacia. Parecía una editorial de Mundo Obrero, denunciando las “maniobras fascistas” del
POUM, como un “enemigo de la Unión Soviética”. Pero antes de un año, Ovseyenko fue más lejos. El 7 de diciembre el
POUM pidió a la Generalitat que ofreciera asilo a Leon Trotski. Antes de que la Generalitat respondiera, el cónsul general
soviético declaraba a la prensa (La Prensa lo recogía aquí) que si le era permitido entrar en Cataluña a Trotski, el
gobierno soviético cortaría toda ayuda a España. Verdaderamente el despotismo burocrático no podía ir más lejos.
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desarrolló, primero en las juventudes Socialistas, pidiendo una reorientación del Partido. En 1934,
Largo Caballero inesperadamente se declaraba a favor de ello. Había leído, decían sus amigos, a
Marx y a Lenin por primera vez después que lo echaran del gobierno. Sin embargo, el grupo de
Largo Caballero no se preparó seriamente para el levantamiento de 1934. En Madrid, donde eran
más fuertes, el levantamiento no llegó a ir más lejos de una huelga general. Al ser juzgado por incitar
la insurrección -fue absuelto-, Largo Caballero negó los cargos.
Aunque se declaraba en contra de coaliciones y por la revolución proletaria, Largo Caballero,
sin embargo, estuvo de acuerdo con la coalición electoral de febrero de 1936 y apoyó el Gabinete de
Azaña en todas las cuestiones esenciales en las Cortes. La postura de Largo Caballero, de hecho, era
no repetir su papel de ministro de Trabajo en la coalición de 1931-1933, pero apoyar a Azaña desde
fuera del Gabinete, y así tener libertad de crítica. Difícilmente se podía llamar a esto implacabilidad
revolucionaria. Era simplemente una forma de crítica leal, que no ponía en peligro el régimen
burgués. Durante la ola de huelgas de febrero a julio (1936), Largo Caballero fue criticado
duramente por la CNT y por su propia base por desanimar las huelgas. Al abogar ardientemente por
la fusión de los partidos Comunista y Socialista, él fue el mayor responsable de la fusión de las
juventudes comunistas y socialistas. Había recuperado su posición entre la izquierda del Partido, al
dirigir la lucha para impedir a Prieto aceptar el puesto de primer ministro. En la lucha que siguió, la
Ejecutiva de Prieto puso a Claridad (el periódico de Largo Caballero) fuera de la ley, reorganizó los
distritos del partido pro-Largo Caballero y pospuso indefinidamente el Congreso del Partido. La
escisión era inevitable, pero la guerra civil intervino y para presentar una imagen de armonía, las
fuerzas de Largo Caballero cedieron a Prieto el centro nacional del Partido.
Durante el momento de mayor auge del movimiento obrero en las primeras semanas de la
guerra civil, Largo Caballero chocó con el bloque Azaña-Prieto-estalinistas. Mientras la disciplina en
los cuarteles y la administración de la alimentación, alojamiento y nóminas, estaban en las manos de
las organizaciones obreras, y las milicias organizaban libremente discusiones sobre cuestiones
políticas, la casta militar burguesa no podía tener ninguna esperanza de asegurarse la primacía real.
Por tanto, el gobierno, como primer ensayo, llamó a alistarse a 10.000 soldados reservistas como
una fuerza separada bajo control directo del gobierno. Los estalinistas defendieron la propuesta.
“Algunos camaradas han visto en la creación del nuevo ejército voluntario una amenaza al papel de
las milicias”, decía Mundo Obrero el 21 de agosto. Los estalinistas negaban la posibilidad y terminaba:
“Nuestro slogan, hoy como ayer, se aplica también aquí. Todo para el Frente Popular y todo por el
Frente Popular.”
Esta postura, totalmente reaccionaria, fue efectivamente denunciada por Claridad, el órgano
de la UGT:
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“Pensar en otro tipo de ejército para sustituir a los que actualmente luchan y que en
cierto modo controlan su propia acción revolucionaria es pensar en términos
contrarrevolucionarios. Eso es lo que Lenin dice (El Estado y la Revolución): “Cada revolución,
tras la destrucción del aparato del estado, nos enseña cómo la clase gobernante restablece
cuerpos especiales de hombres armados a „su‟ servicio, y cómo las clases oprimidas intentan
crear una nueva organización de un tipo capaz de servir no a los explotadores, sino a los
explotados.”
Nosotros... debemos cuidar de que las masas y los dirigentes de las fuerzas armadas,
que deben ser sobre todo el pueblo en armas, no se nos escapen de las manos” (Claridad, 20
de agosto de 1936).
A pesar de todo, Largo Caballero y el resto de los dirigentes de la izquierda socialista, en esas
primeras semanas críticas se acercaron más a Azaña, Prieto y los estalinistas. Se estaba demostrando
que el doble poder era un método embarazoso e inadecuado para organizar la lucha contra las
fuerzas fascistas. Sólo se presentaban dos alternativas inexorables: unirse al gobierno de coalición o
reemplazar el poder burgués por un régimen enteramente obrero.
Sin embargo, aquí los errores programáticos demuestran sus terribles resultados prácticos. En
abril de 1930 el grupo dirigente de la izquierda socialista, la organización de Madrid, había adoptado
un nuevo programa pronunciándose a favor de la dictadura del proletariado. ¿Qué forma de
organización tomaría? Luis Araquistain, el ideólogo de Largo Caballero, defendía que España no
necesitaba soviets. Consecuentemente, el programa de abril había incorporado la concepción de que
“el órgano de la dictadura del proletariado seria el Partido Socialista”. Pero el aplazamiento del
Congreso por Prieto impidió a la izquierda socialista tomar el control formal del Partido y desistió
de seguir luchando por el control al estallar la guerra civil. Más todavía, de acuerdo con su programa,
tendrían que esperar hasta que el Partido incluyera a la mayoría del proletariado. Este fallo
programático significaba no prever la necesidad de que socialistas, comunistas, anarquistas,
poumistas, etcétera, estuviesen unidos a los sectores más atrasados de las masas, para la acción
conjunta, a través de los consejos obreros (soviets). Esta distorsión de las lecciones de la Revolución
rusa fue un error fatal que la izquierda socialista no debería haber cometido y especialmente en
España, con sus tradiciones anarquistas. De esta manera daban la razón a los dirigentes anarquistas
cuando criticaban a comunistas y socialistas de entender por dictadura del proletariado la dictadura
de un partido.
El camino de la dictadura del proletariado estaba claramente ante los ojos del proletariado. Lo
que hacía falta era dar a los comités de fábrica, de milicias, de campesinos un carácter democrático
haciendo que fueran elegidos por todos los trabajadores en cada unidad; juntar a esos delegados en
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cada pueblo, ciudad, provincia, que a la vez mandaría delegados electos al congreso nacional. En
verdad, la forma soviética no resolvería por sí misma el problema entero. Una mayoría reformista en
el Comité Ejecutivo rechazaría la toma del poder del estado. Pero los trabajadores siempre
encontrarían en los soviets su órgano natural de lucha hasta que elementos genuinamente
revolucionarios en los diferentes partidos se juntaran para ganar una mayoría revolucionaria en el
Congreso y establecer un estado obrero.
El camino estaba claramente ante los ojos del proletariado, pero, no por casualidad, el
programa para recorrer ese camino no lo habían heredado los socialistas de izquierdas. Largo
Caballero criticaría, se quejaría, atacaría, pero no ofrecería ninguna alternativa a la coalición con la
burguesía. Finalmente se convirtió en la cabeza de la coalición.
4. CNT-FAI: La Confederación Nacional del Trabajo y la
Federación Anarquista Ibérica
Los seguidores de Bakunin tienen en España raíces más profundas que los marxistas. La
CNT había sido tradicionalmente anarquista en la dirección. La corriente de la Revolución de
Octubre se había apoderado de la CNT por algún tiempo, Mandó un delegado al Congreso de 1921
del Komintern. Entonces los anarquistas recurrieron al trabajo de fracción organizada y la
recuperaron. Desde entonces, aunque continuando con tradicionales epítetos contra los partidos
políticos, el anarquismo español tenía en la FAI un aparato altamente centralizado a través del cual
controlaba la CNT.
A pesar de ser ferozmente perseguida por Alfonso y Primo de Rivera hasta el punto de ser
disuelta por un tiempo, la CNT, desde 1931 en adelante, gozaba de una indiscutible mayoría en los
centros industriales de Cataluña y gran implantación en otras partes. Después del comienzo de la
guerra civil, era sin duda mayor que la UGT (algunas de sus secciones mayores estaban en territorio
fascista).
Hasta ahora, en la historia de la clase obrera, el anarquismo nunca había sido probado a gran
escala. Ahora, dirigiendo grandes masas, iba a tener una tarea definitiva.
El anarquismo se ha negado continuamente a reconocer la distinción entre un estado burgués
y un estado obrero. Incluso en los días de Lenin y Trotsky, el anarquismo denunciaba a la Unión
Soviética de ser un régimen de explotadores. Precisamente el fallo de no distinguir entre un estado
burgués y un estado obrero habían llevado a la CNT, en los felices días de la revolución de 1931, al
mismo tipo de errores oportunistas que cometen siempre los reformistas -quienes, a su manera,
tampoco distinguen entre estado burgués y estado obrero. Dominada por los “himnos de la
revolución”, la CNT había saludado benévolamente la república burguesa: “Bajo un régimen de
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libertad, la revolución incruenta es más posible todavía, incluso más fácil que bajo la monarquía”
(Solidaridad Obrera, 23 de abril de 1931). En octubre de 1934 se inclinó al otro extremo, igualmente
falso, de negarse a unirse con los republicanos y socialistas en la lucha armada contra Gil-Robles
(con la honorable excepción de la organización regional de la CNT de Asturias).
Ahora, bajo los humos todavía más poderosos de “la revolución del 19 de julio”, cuando los
habituales límites entre lo burgués y lo proletario se habían fundido de momento, la tradicional
negación anarquista a distinguir entre el estado burgués y el proletario les llevó lenta, pero
decididamente, a un ministerio de un estado burgués.
Lógicamente, puede parecer que las falsas ideas anarquistas sobre la naturaleza del estado les
debieran haber llevado a negarse rotundamente a participar en el gobierno. A pesar de controlar la
industria catalana y las milicias, los anarquistas, sin embargo, tenían la intolerable posición de poner
objeciones a la necesaria centralización y coordinación administrativa del trabajo que ellos mismos
habían empezado ya. Se tiene que despojar de su antiestatismo “como tal”. Lo que quedó, para
llevarlos al desastre al final, fue su negativa a reconocer la diferencia entre un estado burgués y un
estado obrero.
Realmente, la colaboración de clases está encerrada en el corazón de la filosofía anarquista.
Está escondida, durante los periodos de reacción, por el odio anarquista a la represión capitalista,
pero en un período revolucionario de doble poder tiene que salir a la superficie. Ya que entonces el
capitalismo ofrece con una sonrisa colaborar en la construcción del nuevo mundo. Y el anarquista,
estando en contra de “toda dictadura”, incluyendo la dictadura del proletariado, pedirá al capitalista
simplemente que se deshaga del aspecto capitalista, lo que éste, naturalmente, aceptará, para
preparar mejor el aplastamiento de los obreros.
Hay un segundo principio fundamental en la teoría anarquista que lleva en la misma
dirección. Desde Bakunin, los anarquistas han acusado a los marxistas de sobrestimar la importancia
del poder estatal y los han comparado con la preocupación del pequeño burgués intelectual por
ocupar lucrativos puestos administrativos. El anarquismo pide a los obreros que se vuelvan de
espaldas al estado y tomen el control de las fábricas como la real fuente de poder. Teniendo
asegurada la fuente última de poder (relaciones de propiedad), el poder estatal se derrumbará para
no ser reemplazado nunca. Los anarquistas españoles fueron incapaces de comprender que fue
únicamente el derrumbamiento del poder estatal, al pasarse el ejército al lado de Franco, lo que les
permitió tomar las fábricas y que, si se permitía a Companys y sus aliados reconstruir el estado
burgués, pronto les serían arrebatadas las fábricas a los obreros. Intoxicados por su control de las
fábricas y las milicias, los anarquistas creyeron que el capitalismo había desaparecido ya de Cataluña.
Hablaban de la “nueva economía social” y Companys estaba demasiado deseoso de hablar como
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ellos, ya que esto cegaría a los anarquistas pero no a él.
5. El POUM
Esta era una excelente oportunidad incluso para un partido revolucionario pequeño. Los
soviets no pueden ser construidos a voluntad, sino que sólo pueden ser organizados en un período de
doble poder, de levantamiento revolucionario. Pero en el período en que son necesarios, un partido
revolucionario puede promover su creación, a pesar de la oposición de los partidos reformistas más
poderosos. En Rusia, los mencheviques y socialrevolucionarios, particularmente después de julio,
trataron de disipar la fuerza de los soviets en el gobierno, trataron de desalentar su funcionamiento o
la creación de otros nuevos sin ningún éxito, a pesar del hecho de que estos reformistas todavía
esgrimían una mayoría en los soviets. En Alemania, los dirigentes socialdemócratas, incluso más
determinantemente, ya que tenían las lecciones rusas frescas ante ellos, trataron de prevenir la
creación de consejos de obreros y soldados. En España, la oposición directa de los estalinistas y
Prieto, la oposición “teórica” de Largo Caballero y los anarquistas, no hubieran sido eficaces, ya que
las unidades básicas de los soviets estaban ya allí, en la fábrica, milicia, y los comités campesinos, y
sólo necesitaban ser democratizados y unidos a nivel local. En ciudades industriales controladas por
el POUM, como Lérida y Gerona, si se hubiera dado el ejemplo de delegados elegidos en cada
fábrica y taller, unidos a delegados de las patrullas obreras y de las milicias para crear un Parlamento
obrero que funcionara como el cuerpo gobernante de la zona, esto hubiera contagiado a Cataluña e
iniciado un proceso idéntico en el resto del país.
El POUM era la única organización que parecía apropiada para tomar sobre sí la tarea de
crear los soviets. Sus dirigentes habían sido los fundadores del movimiento comunista en España. Sin
embargo, tenía sus debilidades. La mayoría provenían del Bloque de Obreros y Campesinos de
Maurín, cuya célula había colaborado con Stalin en el período 1924-28 en mandar al Partido
Comunista Chino al Kuomintang, “bloque de cuatro clases”; en crear partidos de jornaleros y
granjeros y de “dos clases” de “obreros y granjeros” (un caprichoso nombre para un bloque con
reformistas y la burguesía liberal), y, en una palabra, en el completo curso del oportunismo de esos
años. Maurín y sus seguidores habían terminado con el Komintern no por esas cuestiones básicas,
sino por otras razones -la cuestión nacional catalana, etc.-, cuando el Komintern había vuelto al
unionismo dual, “socialfascismo”, etc., en 1929. Por otra parte, la fusión de los maurinistas con la
antigua Izquierda Comunista (trotskistas) dirigida por Andrés Nin y Juan Andrade -cuya negativa
previa a diferenciarse agudamente de la ideología maurinista había sido el objeto de años de
controversia en la Oposición de Izquierdas Internacional- era un amalgamiento sin conciencia, en
que los elementos de la Izquierda Comunista adoptaron un programa “conjunto” que era
- 90 -
simplemente el viejo programa de Maurín, del que Trotsky había dicho en junio de 1931:
“Todo lo que he escrito en mi último libro La revoluáón española en peligro, contra la
política oficial del Komintern en la cuestión española, se aplica enteramente a la Federación
Catalana (Bloque de Obreros y Campesinos)..., representa un puro “Kuomintangismo”
trasplantado a suelo español. Las ideas y métodos contra los que la oposición luchó
implacablemente cuando se trataba de la cuestión de la política china del Kuomintang,
encuentra su expresión más desastrosa en el programa de Maurín... Un falso punto de partida
durante una revolución se traduce inevitablemente en el curso de los acontecimientos al
lenguaje de la derrota” (The Militant, 1 de agosto de 1931).
Los primeros frutos de la fusión habían sido escasamente tranquilizadores. Después de los
meses de campaña contra una coalición con la burguesía, el POUM, de la noche a la mañana, entró
en la coalición electoral de febrero de 1936. Renunció a la coalición tras las elecciones, pero en la
víspera misma de la guerra civil (La Batalla, 17 de julio) pedía un “gobierno auténtico del Frente
Popular, con la participación (ministerial) directa de los partidos Socialista y Comunista” para
“completar la experiencia democrática de las masas” y acelerar la revolución -un slogan
absolutamente falso, que no tenía nada en común con el método bolchevique de demostrar la
necesidad de un estado obrero y la imposibilidad de reformar el estado burgués forzando a los
reformistas a tomar el poder gubernamental sin los ministros burgueses.
Sin embargo, muchos tenían la esperanza de que el POUM tomaría la iniciativa para
organizar los soviets. Nin estaba ahora a la cabeza del Partido. En los primeros años de la Revolución
rusa, había sido un dirigente de la Unión Internacional Roja del Trabajo. ¿Resistiría el
provincianismo de las células dominados por Maurín? Los obreros del POUM mejor entrenados
políticamente que los anarquistas, jugaron un gran papel, totalmente desproporcionado con su
número en las primeras semanas revolucionarias, tomando las tierras y las fábricas. De 8.000
habitantes, la víspera de la guerra civil, el POUM creció rápidamente, aunque continuó siendo,
esencialmente, una organización catalana. En los primeros meses cuadriplicó su número. Su
influencia creció todavía más de prisa como prueba el hecho de que reclutó más de 10.000 milicios
bajo su bandera.
La creciente marea de coalicionismo, sin embargo, sumergió al POUM. Las premisas teóricas
para ello estaban presentes en la ideología maurinista, a la que Nin se había plegado en la fusión. Los
dirigentes del POUM se adhirieron a fa CNT. En vez de competir abiertamente con los anarco-
reformistas por la dirección de las masas, Nin buscó ilusoriamente fuerza identificándose con ellos.
El POUM mandó sus militantes a la insignificante y heterogéneo UGT catalana, en vez de competir
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por la dirección de los millones de obreros de la CNT. Las milicias organizadas del POUM
circunscribieron su influencia en vez de mandar sus fuerzas a las enormes columnas de la CNT, a las
que se unían las secciones decisivas del proletariado. La Batalla señalaba la tendencia de los
sindicatos de la CNT a tratar la propiedad colectivizada como suya propia. Nunca atacaba las teorías
anarco-reformistas que crearon la tendencia. En el año siguiente, nunca hizo un ataque de principios
a los dirigentes anarco-reformistas, ni siquiera cuando los anarquistas estuvieron de acuerdo en la
expulsión del POUM de la Generalitat. Lejos de dirigir una acción conjunta con la CNT, esta falsa
política permitió a la CNT-FAI volver la espalda al POUM con total impunidad.
Más de una vez, en los días de Marx y Engels, y en los primeros años revolucionarios del
Komintern, una dirección nacional débil había sido corregida por sus colaboradores internacionales.
Pero los contactos internacionales del POUM estaban a la derecha del Partido español. El Comité
Internacional de Unidad Socialista Revolucionario -principalmente el ILP (Partido Laborista
Independiente) británico y el SAP alemán- lanzó un manifiesto para el proletariado español el 17 de
agosto de 1936, que no contenía una sola palabra de crítica al Frente Popular. El SAP iba a
ensedarse muy pronto en un Frente
Popular, mientras el ILP se uniría al Partido Comunista en una Campaña de Unidad. Tales eran los
hermanos ideológicos por los que Nin y Andrade renunciaron al “trotskismo”: el movimiento para
la construcción de la Cuarta Internacional. Bien es verdad que la Cuarta Internacional eran pequeñas
organizaciones comparadas con los partidos reformistas de Europa, pero le ofrecían al POUM la
ayuda más rara y preciosa: un análisis marxista consistente de los acontecimientos españoles y un
programa revolucionario para derrotar al fascismo. Nin fue más “práctico” y renunció a la
oportunidad de dirigir la revolución española.
VI. El programa del gobierno de coalición
de Largo Caballero
¿Es necesario, a estas alturas, explicar que el Gabinete de tres hombres de Largo Caballero,
tres de Prieto, dos estalinistas y cinco ministros burgueses, que se formó el 4 de septiembre de 1936,
era un gobierno burgués, un gobierno típico de colaboración de clases?
Aparentemente todavía es necesario, ya que tan tarde como el 9 de mayo de 1937 una
declaración del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Socialista USA caracterizaba a este régimen
como un “gobierno provisional revolucionario”.
En la toma de posesión del nuevo primer ministro, Giral dijo: “Permanezco como ministro
en el Gabinete para demostrar que el nuevo gobierno es una ampliación de la vieja forma desde el
momento en que el presidente del gobierno que dimite continúa formando parte del nuevo.”
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Largo Caballero resumió bastante concisamente el programa de su gobierno en las Cortes:
“Este gobierno ha sido constituido, tras la previa renuncia de los que lo formamos a
defender nuestros principios y tendencias particulares para permanecer unidos en una sola
aspiración: defender a España en su lucha contra el fascismo” (Claridad, de octubre de 1936).
Ciertamente, caballero había renunciado a sus principios, pero no la burguesía y los
estalinistas. Ya que el campo común en que se unieron a Largo Caballero para formar el gobierno
era la continuación del viejo sistema burgués.
La declaración programática del nuevo Gabinete no contenía nada que no hubiera podido
firmar el anterior gobierno. El punto segundo es su esencia:
“El programa ministerial significa esencialmente la firme decisión de asegurar el triunfo
sobre la rebelión, coordinación de las fuerzas del pueblo, a través de la unidad de acción
requerida. Todos los intereses políticos se subordinaron a esto, dejando de lado las
diferencias ideológicas, ya que en este momento no puede haber otra meta para asegurarse la
liquidación de la insurrección” (Claridad, 5 de septiembre de 1936).
¡Ni una palabra sobre la tierra! ¡Ni una palabra sobre los comités de fábrica! Y, “como
representantes del pueblo”, estos “demócratas” convocaron las antiguas Cortes, elegidas el 16 de
febrero por un acuerdo electoral que había dado la mayoría a la burguesía en el conjunto de los
candidatos.
Unas pocas semanas antes de aceptar el puesto de primer ministro, Largo Caballero había
atacado (a través de Claridad) la idea de separar la revolución de la guerra. Había protestado contra el
desplazamiento de las milicias. Ahora se convertía en el dirigente de la reconstrucción del estado
burgués. ¿Qué había pasado?
No hace falta que especulemos sobre lo que pasaba dentro de su cabeza. El evidente cambio
reflejado en Claridad era que en vez de depender de la clase obrera española y de la ayuda de la clase
obrera internacional, Largo Caballero puso ahora sus esperanzas en ganarse la ayuda de las “grandes
democracias”, del imperialismo anglo-francés.
El 2 de septiembre, en una entrevista con la agencia Havas, Prieto se había declarado
“contento de que el gobierno francés había tomado la iniciativa en la propuesta de no-
intervención”, aunque “no tiene el alcance que Francia quiere darle”. “Cada día es más urgente para
Francia trabajar con más energía para evitar problemas para todos.”
¿Por qué actúa la CNT como si nos encontráramos ante una revolución completa?, se quejaba
- 93 -
El Socialista:
“Nuestra ley geográfica no es la misma de la inmensa Rusia, en cualquier caso. Y
tenemos que tener en cuenta la actitud de los estados que nos rodean para determinar nuestra
propia actitud. No nos dejemos llevar por la fuerza espiritual por la razón, sino en conocer
cómo renunciar a cuatro para ganar un ciento. Esperamos todavía que la opinión que de los
acontecimientos españoles tienen ciertas democracias cambie, y sería una pena, una tragedia
comprometer esas posibilidades acelerando la velocidad de la revolución, que en este
momento no conduce a una solución positiva” (El Socialista, 5 de octubre de 1936).
Los típicos socialdemócratas de la escuela de Prieto podían decir de esta manera, con toda
sencillez, lo que el “Lenin español”, Largo Caballero, y los ex leninistas, el Stalintern, tenían que
ocultar: Se estaban confabulando con el imperialismo anglo-francés para estrangular la revolución.
Hasta fecha tan avanzada como el 24 de agosto, Caballero había esperado que la intransigencia de
Hitler bloqueara la formación del comité de no- intervención. Pero con el embargo, en esa fecha, de
los cargamentos de armas por parte de Hitler y la declaración soviética de adherencia, estaba claro
que el bloqueo español duraría bastante tiempo. La cuestión se planteó agudamente: luchar contra el
bloqueo de no- intervención y denunciar a Blum y a la Unión Soviética por apoyarlo o aceptar la
perspectiva estalinista de ganarse gradualmente a Francia y a Gran Bretaña, demostrando la
respetabilidad burguesa y estabilidad del gobierno español. En otras palabras, aceptar la perspectiva
de la revolución proletaria y la necesidad de levantar al proletario internacional en ayuda de España
y, por tanto, extender la revolución a Francia o aceptar la colaboración de clases en España y en el
extranjero. Cuando no había más remedio que elegir una de las dos alternativas, Largo Caballero
eligió la última. En pocos días, su compañero Álvarez del
Vayo fue a postrarse a los pies de los imperialistas de la Liga de las Naciones.
Largo Caballero comprendía muy bien que para mover a las masas españolas a esfuerzos
supremos era necesario ofrecerles un programa de reconstrucción social. En una circular del
Ministerio de la Guerra de Largo Caballero a los comisarios políticos que
estaban en el frente de guerra decía:
“Es necesario convencer a los contendientes de que están defendiendo el régimen
republicano con sus vidas y que al final de la guerra la organización del estado sufrirá una
modificación profunda. Desde la presente estructura iremos a una estructura social,
económica y jurídica orientada en beneficio de las masas trabajadoras. Tendremos que imbuir
tales concepciones en el espíritu de las tropas por medio de ejemplos simples y sencillos”
- 94 -
(Gaceta de la República, 7 de octubre de 1936).
Pero Largo Caballero probablemente esperaba que las masas se pudieran convencer con
palabras, mientras que los astutos imperialistas británicos y franceses se contentarían únicamente
con hechos.
Mover al campesinado a la lucha, obtener sus mejores hijos para la guerra, no como reclutas
sombríos y desmoralizados valientes -obtener el alimento y fibras necesarias para alimentar y vestir
al ejército y la retaguardia-, sólo podía hacerse dando la tierra al campesinado, tierra a los
campesinos que la trabajan. Era necesario dar la tierra a los jornaleros en usufructo y conservando la
propiedad nacionalizada. Propaganda para la libertad, etc., no es suficiente. Estos no son los
granjeros americanos o franceses que ya tienen algo de tierra, suficiente para vivir de ella sin pasar
hambre:
“La miseria todavía azota Extremadura, Albacete, Andalucía, Cáceres y Ciudad Real.
No se trata de una exageración literaria cuando se dice que los campesinos se mueren de
hambre. Hay pueblos en las Hurdes, en la Mancha donde los campesinos, totalmente
desesperados, ya no se revuelven. Comen raíces y frutas. Los acontecimientos de Yeste (toma
de la tierra) son dramas de hambre. En Navas de Estena, a unas treinta millas de Madrid,
tenedores y camas son desconocidos. La dieta principal del pueblo consiste en sopa hecha
con pan, agua, aceite y vinagre.”
Estas palabras no son de un agitador trotskista, sino del testimonio involuntario de un
funcionario estalinista (INPRECORR, 1 de agosto de 1936). ¿Cómo se puede esperar seriamente
mover estos abismos, si no es tomando la única medida que les puede convencer que están ante una
nueva era: darles la tierra? ¿Se puede esperar de ellos que “defiendan la república” -la de Azaña-, que
los había matado como a perros por tomar la tierra y el grano?
Ahora los campesinos y obreros agrícolas habían tomado la tierra -no en todas partes todavía-
, pero todavía no estaban seguros de que el gobierno no se lo permitiera sólo como una medida
provisional a causa de la guerra y que no tratara de quitársela más adelante. Lo que los campesinos
querían era un decreto nacional nacionalizando el campo en todo el país, dándolo después en
usufructo a los que lo trabajaban para que ningún usurero se lo pudiera quitar nunca más.
Igualmente, los labradores querían el poder de asegurar su tenencia de la tierra, y eso sólo podía ser
posible con un gobierno de su propia carne y hueso -un régimen de obreros y campesinos.
¿Es que es necesaria una gran imaginación para ver el efecto que un decreto tal tendría sobre
las fuerzas fascistas? No sólo sobre los campesinos hambrientos de tierra en las zonas fascistas, sino,
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sobre todo, sobre los hijos de los campesinos que formaban las filas del ejército fascista y que
habían sido engañados por los oficiales en lo que se refería a las causas del conflicto. Unos cuantos
aviones llenos de panfletos tirados sobre los frentes fascistas, anunciando el decreto sobre la tierra,
valdrían más que un ejército de un millón de hombres. Ningún otro movimiento del lado
republicado podía sembrar más desmoralización y descomposición en las filas fascistas.
Pero treinta años de “dirigente responsable” habían dejado una huella demasiado profunda.
Las fuerzas internas de las masas habían sido durante demasiado tiempo objeto de preocupación y
miedo para Largo Caballero, algo que él había tenido que contener y canalizar dentro de límites
seguros. El decreto sobre la tierra del 7 de octubre de 1936 se limitaba a legalizar el reparto de
haciendas pertenecientes a conocidos fascistas, las propiedades pertenecientes a terratenientes ricos,
explotadores campesinos, etc., permanecieron intactas, La angustiosa espera del campesinado se
frustró.
Los obreros de la UGT en las fábricas, talleres y ferrocarriles estaban organizando sus
comités de fábrica, ocupando las factorías. ¿Qué podía decirles a ellos Largo Caballero? El gobierno
intervino rápidamente en Valencia y en Madrid, nombrando representantes suyos para limitar la
actuación de los comités de fábrica a actividades rutinarias. No hubo, hasta el 23 de febrero de 1937,
un decreto sobre las industrias adoptadas (lanzado bajo el nombre de Juan Peiró, el ministro de
Industria anarquista). No daba a los obreros ninguna seguridad sobre el futuro régimen industrial,
establecía una estricta intervención del gobierno. “Control obrero”, en sus términos, demostraba ser
poco más que un contrato colectivo, como funcionaba, por ejemplo, en talleres afiliados al sindicato
amalgamado de trabajadores del vestido en América, es decir, no había control obrero de ninguna
clase.
Largo Caballero había denunciado al gabinete Giral por construir un ejército al margen de las
milicias obreras y por reconstruir la vieja Guardia Civil. La gran columna “Caballero” en el frente de
Madrid había pedido en su periódico, que no había pasado por censura, resistencia directa a la
propuesta de Giral. Ahora Largo Caballero cubría con su prestigio los planes de Giral. El decreto de
reclutamiento siguió la forma tradicional, no dejando lugar a comités de soldados. Eso significaba
resucitar el ejército burgués, con supremo poder en las manos de la casta militar.
¿Libertad para Marruecos? Delegaciones de árabes y moros se acercaron al gobierno
suplicando un decreto. El gobierno no se movería. El formidable Abd-el-Krim, exiliado en
Francia, envió una carta a Largo Caballero pidiéndole que interviniera ante Blum para que se le
permitiese volver a Marruecos con el fin de dirigir una insurrección contra Franco. Largo Caballero
no intervendría y Blum no haría nada. Movilizar el Marruecos español podía poner en peligro la
dominación imperialista en toda África.
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De este modo, Largo Caballero y sus aliados, los estalinistas, se mantuvieron al margen de los
métodos revolucionarios de lucha contra el fascismo. A su debido tiempo, a finales de octubre, llegó
su recompensa: un módico envío de armas de Stalin. En los meses siguientes llegaron más envíos,
particularmente tras grandes derrotas: tras el sitio de Madrid, tras la caída de Málaga, tras la caída de
Bilbao, suficientes envíos para salvar a las fuerzas republicanas de momento, pero nunca suficientes
para permitirles llevar a cabo una ofensiva sustancial que pudiera producir la caída total de Franco.
¿Cuál era la lógica política de este continuo abrir y cerrar el grifo de los envíos de armas? Si el
problema era la escasez de armas en Rusia, esto no explicaría, por ejemplo, por qué no se mandó a
todos los aviones en masa para una batalla, decisiva en un momento dado y si se les mandó con
cuentagotas. La explicación del grifo no es técnica, sino política. Se entregó lo suficiente para
impedir una derrota rápida de los republicanos y la consecuente caída del prestigio soviético ante la
clase obrera internacional. Y esto encajaba perfectamente con la política anglo-francesa, que no
deseaba una victoria inmediata de Franco. Pero no se llegó a dar lo suficiente para facilitar una
victoria definitiva que pudiera traer -una vez que el espectro de Franco hubiera desaparecido- una
España soviética.
Tal era el programa del “gobierno provisional revolucionario” de Largo Caballero. Ni se le
añadió nada, ni se le quitó nada con la entrada de los ministros de la CNT el 4 de noviembre de
1936. Para entonces las “grandes democracias” habían tenido oportunidad, observando a la CNT en
el gobierno catalán formado el 26 de septiembre, de asegurarse de la “responsabilidad” de estos
anarquistas.
Había un punto de preocupación: el Consejo de Defensa de Aragón controlado por los
anarquistas, que comprendía el territorio arrancado a los fascistas por las milicias catalanas en el
frente de Aragón; este Consejo tenía una terrible reputación de ser un cuerpo archirrevolucionario.
El precio de cuatro ministerios para la CNT en el Gabinete fue una cierta seguridad sobre Aragón.
Por tanto, el 31 de octubre, el Consejo de Aragón se reunió con Largo Caballero. “El objeto de
nuestra visita -declaraba el presidente del Consejo, Joaquín Ascaso- ha sido mostrar nuestro respeto
al jefe del gobierno y asegurarle nuestro sometimiento al gobierno del pueblo. Estamos dispuestos a
aceptar todas las leyes que adopte y nosotros, a la vez, pediremos al Ministerio toda la ayuda que
necesitemos. El Consejo de Aragón está formado por elementos del Frente Popular, así es que
todas las fuerzas que mantienen el gobierno están representadas en él”. “Entrevistas con el
presidente Azaña, con el presidente Companys y con Largo Caballero -añadía un informe de la
Generalitat el 4 de noviembre- han destruido, cualquier sospecha que pudiere existir de que el
gobierno que se ha constituido (en Aragón) fuese de carácter extremista, sin relación con los otros
órganos gubernamentales de la república y opuesto al gobierno de Cataluña.” Ese día los anarquistas
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se sentaron en el Gabinete de Largo Caballero.
VII. El programa de gobierno de la coalición catalana
El 7 de septiembre de 1936, en un discurso criticando la coalición de Madrid con la
burguesía, Nin había lanzado la consigna: “Abajo los ministros burgueses”, y la multitud se había
vuelto loca de entusiasmo. Pero el 18 de septiembre La Batalla publicaba una moción del Comité
Central del POUM aceptando el coalicionismo:
“El Comité Central cree ahora, como siempre, que este gobierno debe estar
exclusivamente compuesto por representantes de los partidos obreros y las organizaciones
sindicales. Pero si este punto de vista no es compartido por las otras organizaciones obreras,
estamos dispuestos a dejar la cuestión abierta, más especialmente desde que el movimiento de
la Izquierda Republicana catalana, de una naturaleza tan popular -que lo distingue
radicalmente del movimiento de la Izquierda Republicana española-, y las masas campesinas y
las secciones obreras en que se basa se mueven definitivamente hacia la revolución,
influenciados por los partidos y organizaciones proletarios. Lo más importante son el
programa y la hegemonía del proletariado, que deben ser garantizados. Hay un punto en que
no puede haber duda: el nuevo gobierno debe hacer una declaración de principios
incuestionables, afirmando su intención de encauzar el impulso de las masas hacia una
legalidad revolucionaria y dirigirlo en el sentido de la revolución socialista. En lo que a la
hegemonía proletaria se refiere, la mayoría absoluta de representantes obreros le asegurara
completamente.”
Los dirigentes de la Esquerra, políticos burgueses endurecidos durante veinte o treinta años
de lucha contra el proletariado, fueron transformados de esta manera por el POUM, de la noche a la
mañana, en un movimiento “de profunda naturaleza popular”. Y a esta declaración digna de un
prestidigitador, el POUM añadía el principio estratégico, hasta ahora desconocido, que el camino
para ganar a los obreros y campesinos de la Esquerra, que se inclinaban a la izquierda, era
colaborando en un gobierno con sus dirigentes burgueses.
“La clase obrera no puede apoderarse simplemente de la existente maquinaria del estado y
usarla para sus propios fines”, declaraba Marx. Esa fue gran lección de la Comuna de París: “No es
cuestión, como en el pasado, de transferir la maquinaria burocrática y militar de una mano a otra,
sino de destruirla; y ésa era la condición previa para cualquier revolución popular en el Continente. Y
esto es lo que nuestros heroicos camaradas han intentado en Paris.” ¿Qué es lo que debe reemplazar
a la maquinaria del estado una vez destruida? En esto, la cuestión fundamental de la revolución, la
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escasa experiencia de la Comuna, fue ampliamente desarrollada por Lenin y Trotsky. El
parlamentarismo tenia que ser destruido. En su lugar levantar los comités obreros en las fábricas, los
comités de campesinos en el campo, los comités de soldados en el ejército, centralizarlos a nivel
local, regional y, finalmente, soviets nacionales. De esta manera, el nuevo estado, un estado obrero,
está basado en la representación industrial, lo que automáticamente quita el poder político a la
burguesía. Sólo si los burgueses, tras la consolidación del poder obrero, se unen individualmente al
trabajo productivo se les puede permitir participar en las elecciones dentro de los soviets. Entre el
viejo estado burgués y el nuevo estado obrero existe un abismo que la burguesía solamente podrá
salvar para volver al poder, derrocando el estado obrero.
Este principio fundamental es la esencia de la experiencia acumulada por un siglo de lucha
revolucionaria, después del cual el POUM volvió a entrar en la Generalidad8. Recibieron su
ministerio de las manos del presidente Companys. El nuevo Gabinete se limitó a continuar el trabajo
del antiguo, y como el antiguo, podía ser dimitido y reemplazado por uno más reaccionario. Tras la
barrera protectora del Gabinete del POUM- CNT-PSUC-Esquerra, la burguesía aguantaría la
ofensiva revolucionaria, uniría sus dispersadas fuerzas y, con la ayuda de los reformistas, en el
momento oportuno, recuperaría todo el poder. Para conseguirlo, la burguesía no necesitaba
participar en el Gabinete. Ha habido gabinetes “completamente obreros” en Alemania, Austria,
Gran Bretaña, que de este modo han permitido a la burguesía salvar situaciones críticas y, una vez
superadas, quitar del medio a los ministros obreros.
El estado obrero, la dictadura del proletariado, no puede existir hasta que el antiguo estado
burgués sea destruido. Sólo puede existir por la directa intervención política de las masas, a través de
consejos (soviets) de fábrica y pueblo hasta el punto en que la mayoría en los soviets es controlada por
partido o partidos obreros que han decidido derrocar el estado burgués. Tal fue la contribución
teórica básica de Lenin. Precisamente esta teoría fue distorsionada por el POUM. El mismo
discurso de Nin pidiendo la dimisión de los ministros burgueses contenía una concepción que sólo
podía llevar a la conservación del estado burgués:
“La dictadura del proletariado. Otra concepción que es objeto de diferencia con los
anarquistas. La dictadura del proletariado significa la autoridad ejercida por la clase obrera. En
Cataluña podemos afirmar que la dictadura del proletariado existe ya. (Aplausos.) ... No hace
muchos días que la FAI lanzó un manifiesto afirmando que se opondría a toda dictadura
ejercida por cualquier partido. Estamos de acuerdo con ellos. La dictadura del proletariado no
8 Los que defendieron esta violación -lovestonitas, los socialistas de Norman Thomas, ILP, etc.- indicaron de este
modo cuál sería su conducta futura en la crisis revolucionaria.
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puede ser ejercida por un sector aislado del proletariado, sino por todos, absolutamente
todos. Ningún partido obrero o centro sindical tiene derecho a ejercer la dictadura. Digamos
a los presentes que si la CNT o los partidos Comunista o Socialista quieren ejercer la
dictadura de un partido se tendrán que enfrentar con nosotros. La dictadura del proletariado
debe ser ejercida por todos” (La Batalla, 8 de septiembre de 1936).
Nin sustituía aquí la dictadura del proletariado, como una forma estatal, apoyada en las
amplias bases de la red de consejos obreros, campesinos y combatientes a través de la industria, el
campo y el frente de batalla por una concepción enteramente diferente: un acuerdo conjunto entre
los altos dirigentes de las organizaciones obreras para tomar la responsabilidad del gobierno. ¡Falso!,
¡y sin nada en común con la concepción marxista de la dictadura proletaria! ¿Cómo podía ser
ejercida la dictadura proletaria conjuntamente con los demócratas estalinistas y los socialdemócratas
que apoyaban la democracia burguesa? ¿Cómo podían sustituir los acuerdos entre partidos la
necesidad de una vasta red de consejos obreros?
La predicción leninista de que cada revolución pasa por una situación de doble poder se había
confirmado el 19 de julio: los comités de milicias, de abastecimientos, las patrullas obreras, etc., la
estrategia leninista pedía la centralización de esos órganos de doble poder en un órgano nacional, y
la toma del poder a través de éste. La disolución de los órganos de doble poder, como en Alemania
en 1919, fue llamada por Lenin “la liquidación de la revolución”.
Los recuerdos molestos de esto llevó a los dirigentes del POUM, al anunciar su entrada en la
Generalitat, a añadir al final:
“Nos encontramos en un estado de transición en que la fuerza de los acontecimientos
nos obliga a colaborar directamente con el Consejo de la Generalitat, junto con otras
organizaciones obreras... A partir de los comités de obreros, campesinos y soldados, por cuya
formación luchamos, nacerá la representación directa del nuevo poder del proletariado.”
Pero esto no era más que el canto del cisne de los comités de doble poder, ya que uno de los
primeros pasos que tomó el nuevo Gabinete de la Generalitat fue disolver todos los comités revolucionarios
que se formaron el 19 de julio.
El Comité Central de Milicias fue disuelto y sus poderes traspasados a los Ministerios de
Defensa y Seguridad Interior. La milicia local y los comités antifascistas, casi invariablemente de
composición proletaria, que habían gobernado ciudades y pueblos, fueron disueltos y reemplazados
por administraciones municipales compuestas en la misma proporción que el Gabinete (tres,
Esquerra; tres, CNT; dos, PSUC; uno, Sindicato Campesino; uno, POUM, y uno, Accio Catala, la
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organización burguesa de derechas). A continuación, para asegurarse que ningún órgano
revolucionario había sido pasado por alto, se aprobó un decreto adicional que merece ser citado
entero:
“Artículo 1.° Se disuelven en toda Cataluña los comités locales, cualquiera que sea el
nombre o título que lleven, así como todos los organismos locales que se hayan formado para
aplastar el movimiento subversivo, con fines culturales, económicos o de otras especies.
Art. 2.° La resistencia contra su disolución será considerada como un acto fascista y
sus instigadores serán puestos ante los Tribunales de justicia Popular” (Decretado el 9 de
octubre de 1936).
La disolución de los comités marcaba el primer gran avance de la contrarrevolución. Alejó el
naciente peligro “soviético” y permitió al estado burgués empezar a recobrar en cada esfera el poder
que se le había escapado de las manos el 19 de julio. El POUM, completamente desorientado, ni
siquiera intentó explicar cómo podían compaginarse su apoyo a los comités, declarado públicamente
hacía dos semanas, con que un ministro de su partido firmase su disolución dos semanas después.
Además, el Parlamento permanecía en las manos de la burguesía, su medio tradicional, puesto que el
POUM ni siquiera obtuvo a cambio de su participación en el gobierno un decreto disolviendo el
Parlamento. Por el contrario, los decretos financieros del nuevo Gabinete llevaban el añadido
habitual que exigía dar cuentas al Parlamento catalán. El Parlamento ha muerto, le aseguraba el
POUM a los obreros, pero el gobierno en que se sentaba no decía lo mismo. Es verdad que, a
diferencia de Largo Caballero, Companys no se atrevió a reunir el Parlamento por muchos meses,
pero este instrumento legal de la burguesía permaneció intacto. La asamblea de diputados al
Parlamento, reunida el 9 de abril de 1937 en medio de una crisis ministerial, asustó a la CNT de tal
manera que volvió a entrar en el gobierno. Y en los días de mayo, tras derrotar a los obreros,
Companys convocó el Parlamento ¡que el POUM había jurado que estaba muerto!
Otro paso más importante para la consolidación del poder del estado burgués se llevó a cabo
el 27 de octubre de 1936: un decreto para desarmar a los trabajadores:
“Artículo 1.° Todas las armas largas (por ejemplo, rifles, ametralladoras, etc.) que se
encuentren en manos de los ciudadanos deberán ser llevadas a las municipalidades o ser
recogidas por ellas, en un periodo de ocho días a contar desde la publicación de este decreto.
Tales armas han de ser depositadas en los Cuarteles de Artillería y en el Ministerio de Defensa
de Barcelona, para poder atender las necesidades del frente.
Art. 2.° Al final del citado período, los que aún retengan armamento serán
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considerados fascistas y juzgados con el rigor que su conducta merece” (La Batalla, 28 de
octubre de 1936).
¡El POUM y la CNT publicaron este decreto sin explicar una palabra sobre su significado a
sus seguidores!
De esta manera se había conseguido la salvación del estado burgués. El POUM, después de
haber sido utilizado en los momentos críticos, fue expulsado del gobierno en la reorganización del
Gabinete del 12 de diciembre de 1936. La CNT, que contaba con grandes masas de seguidores, fue
mantenida en el gobierno hasta julio del año siguiente, debido a su sometimiento, cada vez más
claro, a la dominación de la burguesía. Pero el poder que el gobierno adquirió, gracias a la
colaboración en él del POUM y la CNT, quedó en las manos del gobierno.
1. El Programa Económico del gobierno de coalición
El POUM justificaba su entrada en el gobierno, además de por la “mayoría obrera”, por la
“orientación económica socialista”. Este criterio era profundamente falso; el marxismo
revolucionario ha explicado siempre que la condición necesaria para una economía socialista es la
dictadura del proletariado.
Incluso en 1917 los bolcheviques admitían la posibilidad de mantener durante un cierto
periodo de tiempo, y en determinados campos, la industria privada, sometida al control obrero
sobre la producción, pero una vez implantado el estado obrero. Precisamente los campos de la vida
económica en que los bolcheviques actuaron primero, fueron sobre los que la coalición catalana no
actuó nunca: la nacionalización de los bancos y la tierra.
El capital financiero, en la retrasada España, como en todas partes, domina las demás formas
de capital. Así y todo, sobre lo único que se puso de acuerdo la coalición, en el punto 8 del
programa económico, fue: “Control obrero de las empresas bancarias hasta llegar a la
nacionalización de la Banca.” “Control obrero” en la práctica significaba simplemente prohibir la
retirada de fondos por parte de simpatizantes fascistas y personas no autorizadas. El “hasta” aplazó
la nacionalización definitivamente. La coalición nunca llegó a hacer nada al respecto. Esto
significaba, como demostraron los meses siguientes, que las industrias colectivizadas estaban a
merced de aquellos que podían negar los créditos. Precisamente con estos medios, el estado
burgués, de mes en mes, iba a reducir, poco a poco, el poder económico de la clase obrera.
Los bolcheviques habían nacionalizado el campo y otorgado su control a los soviets locales:
eso significa el final de la propiedad privada de la tierra. El campesino no necesitaba formar parte de las
tierras colectivas; no podía, sin embargo, comprar o vender la tierra, y ningún acreedor podía
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quitársela9.
En el “radical” programa catalán, “la colectivización de las grandes propiedades rurales y el
respeto por las pequeñas propiedades agrícolas” encubría una perspectiva reaccionaria: el campo
podía ser comprado y vendido todavía. Más importante todavía: de acuerdo con el estatuto de
autonomía catalana, el gobierno central tenía la última palabra en las cuestiones económicas que
afectaban toda España, y sólo había autorizado confiscar las haciendas pertenecientes a fascistas. La
coalición “ignoró” la discrepancia entre los decretos. El POUM no tuvo el suficiente sentido como
para publicar la contradicción y forzar al gobierno central a reconocer formalmente el decreto
catalán, o hacer declarar a la Generalitat su total autonomía en las cuestiones económicas. Esto
significaba que una vez que la burguesía hubiera recuperado su fuerza, el decreto del gobierno de
Madrid sobre la tierra prevalecería.
El 24 de octubre se promulgó un decreto, largo e intrincado, concretizando la concepción
gubernamental sobre “colectivación de grandes industrias, servicios públicos y transportes”. Antes
de entrar en el gobierno, el POUM había criticado la “colectivización” industrial, señalando que los
sindicatos, e incluso los obreros, trataban las fábricas aisladamente, como propiedad propia. “El
capitalismo sindical” estaba haciendo de las fábricas una simple forma de cooperativas de
productores, en las que los obreros se dividían los beneficios. Pero la industria sólo se podía
explotar eficazmente como una entidad nacional, junto con todas las facilidades bancarias y el
monopolio del mercado exterior. Ahora, después de entrar en el Gabinete, el POUM aceptaba
“colectivización”, que no era más que cooperativas de productores, ya que la planificación real era
imposible sin el monopolio bancario y comercial. El “control del mercado exterior” que se había
prometido no se llegó a materializar. La propuesta del POUM de incluir en el decreto un “Banco
Industrial y de Crédito de Cataluña” para atender a las necesidades y requerimientos de la industria
“colectivizada” fue rechazado. Así, pues, se sentaron las bases para hacer pedazos las industrias
colectivizadas por los obreros.
Otro golpe mortal a las fábricas “colectivizadas” fue el convenio de indemnización a sus
antiguos dueños. Contrario al sentimiento popular, la cuestión de la indemnización por la propiedad
confiscada no está excluida de antemano para los marxistas revolucionarios. Si la burguesa no ofrece
resistencia, Lenin ofrecía fijar una compensación parcial. El POUM llegó a la conclusión,
correctamente, que la burguesía española o ya se había pasado al lado de Franco o estaba en una
posición -los que estaban en la zona republicana- en que no tenía más solución que aceptar la
9 Louis Fischer, con una ignorancia fortalecida por la impudencia, argumenta contra las colectivizaciones
españolas que la colectivización en Rusia se produjo muchos años después de la revolución. Se olvida del pequeño
“detalle” que el primer decreto de Lenin fue la nacionalización del campo y el final de la propiedad privada sobre la tierra.
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“oportunidad de trabajar, y si no podían, acogerse a la Seguridad Social en las mismas condiciones
que los demás obreros” La cuestión de la indemnización a los capitalistas extranjeros no estaba en
discusión, ya que todos estaban correctamente de acuerdo que esto tenía que ser reconocido; pero al
pretexto de esta fórmula abstractamente correcta, el gobierno pronto iba a “indemnizar” a los
extranjeros, ¡devolviéndoles sus fábricas! El resto de la coalición, incluyendo a los anarquistas,
rechazaron la propuesta del POUM. Ni fijaron normas definitivas de indemnización. Ni ésta -como
en el caso del capital extranjero- dependía del gobierno. En vez de eso, “el balance crediticio
inventariado de una firma” “seria acreditado al beneficiario” (antiguo dueño) “como una
compensación social” y “la compensación a los dueños españoles se suspenderla para determinación
posterior”. En español liso y llano significaba que la compensación se cargaría a la empresa
colectivizada, es decir, a los obreros implicados, y la cantidad a pagar se estimaría más adelante. Es
decir, la burguesía exprimiría a las empresas obreras en favor de sus antiguos dueños y el único
criterio para saber hasta dónde se atrevería a ir la burguesía en su intento de cargar forzosamente a
los obreros los intereses sobre la deuda capitalista, era el grado de reconstrucción en que se
encontrase el poder burgués. Sí el gobierno se fortalecía lo suficiente, los antiguos dueños
continuarían recortando sus cupones y recibiendo sus dividendos, exactamente como antes. El
POUM dijo que ésta era una cuestión “fundamental”, pero permaneció en el gobierno de coalición
a pesar de todo.
El decreto de colectivización preveía la intervención en cada fábrica de un agente del
gobierno como miembro del consejo de fábrica. En todas las compañías con más de 500
empleados, su director tenía que ser aprobado por el gobierno. Una vez elegido por los obreros en
la fábrica, el consejo de fábrica permanecía durante dos años en el puesto, excepto en el caso de
total abandono de las obligaciones, “congelando” así la composición política de los consejeros y
haciendo imposible para un partido revolucionario el ganar el control de las fábricas. Los consejos
generales, que comprendían a una industria completa, eran menos flexibles todavía, ocho de cada
doce miembros eran nombrados por los dirigentes de la UGT y CNT, y presididos por
representantes del gobierno. Estas medidas, que aseguraban que no habría “revuelta desde abajo”,
fueron aprobadas por todos, incluyendo al POUM.
¿Acaso no es evidente que el programa de la Generalitat simplemente aceptaba algunas de las
victorias logradas por los mismos obreros y las combinaba con una serie de medidas políticas y
económicas que eventualmente barrerían esas victorias? Así y todo, por esto y un asiento en el
Gabinete, el POUM vendió su oportunidad de dirigir la revolución española. Al aceptar sin críticas
el programa del gobierno, la CNT reveló la bancarrota completa del anarquismo como la vía a la
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revolución social10.
2. La política internacional de la Coalición
Como sus compinches en Madrid la Esquerra y el PSUC se dirigieron a la Liga de las
Naciones y a las “grandes democracias” en busca de ayuda. La CNT no actuó mejor. Juan Peiró, tras
la caída del gobierno de Largo Caballero, declaraba ingenuamente que la CNT había recibido
garantías de que el programa moderado del gobierno era únicamente para consumo internacional11.
Esto implica, sin lugar a dudas, que la CNT no mandó delegaciones organizadas al extranjero
a hacer propaganda entre los obreros.
También el POUM cayó víctima de su política oportunista. A pesar de su comprensión
abstractamente correcta del papel internacional reaccionario de la burocracia soviética, y su crítica a
la negativa de Stalin a vender armas a España durante los tres primeros meses, el POUM no supo
entender el hecho de que la nota soviética del 7 de octubre de 1936 —“si la violación no se detiene
inmediatamente, se considerará libre de toda obligación resultante del acuerdo”- no quería decir
abandonar el comité de no- intervención, y en ningún caso garantizaba suficientes cargamentos de
armas para cambiar el curso de las cosas. “No hay duda de que el reciente paso del gobierno
soviético de romper el pacto de no-intervención será de extraordinarias consecuencias políticas.
Probablemente es el acontecimiento político más importante desde la guerra civil”, decía La Batalla.
Todavía peor, la perspectiva del POUM era que el imperialismo francés mandaría armas: “¿Cómo
respondería el gobierno francés a esta situación? ¿Mantendría su actitud de neutralidad? Esto
significaría la impopularidad y el descrédito más profundos. Blum caería en medio de la condena
general... Nosotros no creemos que León Blum vaya a cometer un error tan colosal. Si tenemos en
cuenta que el único obstáculo para cambiar su política era la actitud del gobierno soviético, el
cambio de este último determinará un cambio completo en la política de Blum” (La Batalla, 11 de
octubre de 1936). Aquí, como en todas partes, el POUM había perdido sus blasones. No es
accidental que durante sus meses ministeriales no mandara delegaciones al extranjero para hacer
propaganda entre la vanguardia obrera.
10 Tras los días de mayo, la Generalitat repudió la legalidad del decreto que colectivizaba la industria.
11 La burguesía internacional se negaba a abastecernos con esas demandas (armas). Era un momento trágico:
teníamos que crear la impresión de que los amos no eran los comités revolucionarios, sino más bien el gobierno legal;
fallando esto, no hubiéramos recibido nada en absoluto... Teníamos necesariamente que adaptamos a las circunstancias del
momento, es decir, aceptar la colaboración gubernamental. (García Oliver, ex ministro de Justicia, discurso en París, texto
publicado por la revista anarquista España y el Mundo, 2 de julio de 1937.)
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VIII. El renacimiento del estado burgués
Septiembre de 1936-abril de 1937
1. La contrarrevolución económica12
Los ocho meses siguientes después de que los representantes obreros entraran en los
gabinetes de Madrid y Barcelona, vieron reducidas poco a poco las conquistas proletarias en el
campo económico. Controlando el Tesoro y los bancos, el gobierno podía imponer su voluntad a
los obreros, amenazándolos con retirar los créditos.
En Cataluña, principal centro industrial, el proceso iba más lentamente, pero en la misma
dirección. Alrededor de 58 decretos financieros de la Generalitat en enero restringían agudamente el
campo de actividad de las fábricas colectivizadas. El 3 de febrero, por primera vez, la Generalitat se
atrevió a declarar ilegal la colectivización de una industria: productos lácteos. Durante la crisis
ministerial de abril, la Generalitat anuló el control obrero de las aduanas, negándose a certificar
como propiedad de los trabajadores el material que había sido exportado y había sido detenido en
Cortes extranjeras a petición de los antiguos dueños; así, pues, las fábricas y colectivos agrícolas que
exportaban bienes de consumo estaban a merced del gobierno.
Camorera, dirigente del PSUC, se había apoderado del Ministerio de Abastecimientos el 15 de
diciembre, cuando el POUM fue echado del Gabinete. El 7 de enero decretó la disolución de los
comités de abastecimientos, encargados de comprar alimentos a los campesinos. Por este portillo se
colaron los especuladores y comerciantes del GEPCI (Gremio y Entidades de Pequeños
Comerciantes e Industriales) -con carnets de la UGT- y el almacenamiento de los productos y las
subidas de precios resultantes llevaron a la malnutrición general. Cada familia recibía cartillas de
racionamiento, pero los abastecimientos no fueron racionados de acuerdo al número de personas
servidas por cada almacén. En los distritos obreros de Barcelona las filas se prolongaban durante
todo el día, los abastecimientos se acababan a menudo antes de llegar al final de las filas, mientras
que en los barrios burgueses había en abundancia. Los restaurantes tenían abundantes suministros
para los que los podían pagar. No había leche para los hijos de los trabajadores, pero se podía
12 “España ofrece a todas las naciones liberales y democráticas del mundo la oportunidad de tomar una fuerte
actitud agresiva contra las fuerzas fascistas, y si esto significa guerra, deben aceptarla antes de que sea demasiado tarde. No
deben de esperar hasta que el fascismo haya perfeccionado su maquinaria de guerra.” (Edición oficial en inglés núm. 107, 8
diciembre 1936. Comisariado de Propaganda de la Generalitat.)
Federica Montseny (destacada dirigente de la CNT): “Creo que un pueblo tan inteligente (Inglaterra) se dará
cuenta de que el establecimiento de un estado fascista al sur de Francia... iría directamente en contra de sus intereses. El
destino del mundo, así como el resultado de esta guerra, dependen de Inglaterra.” (Idem, núm. 108, 10 diciembre 1936.)
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comprar en los restaurantes. Aunque el pan (a precio fijo) era difícil de obtener, los pasteles (a
precio incontrolado) se podían comprar siempre. En el sexto aniversario de la república (14 de abril,
boicoteado por la FAI, la CNT y el POUM), las manifestaciones de la Esquerra y los estalinistas
fueron eclipsados por las manifestaciones de amas de casa protestando contra el precio de los
alimentos. Todavía los estalinistas iban a hacer uso político de sus crímenes. Se hizo creer a las
masas que perteneciendo a la UGT y al PSUC se obtendrían mejores raciones. Carteles anónimos
culpaban a las granjas colectivizadas y al transporte de las subidas de los precios.
Vicente Uribe, ministro de Agricultura estalinista, jugó aquí el mismo papel que el ministro de
Agricultura estalinista en el régimen Wang-Ching-wei de 1927, en Wuhan, luchando contra los
campesinos. El departamento de Uribe desmanteló las colectivizaciones, organizó a los antiguos
terratenientes, a los que devolvió sus haciendas como coadministradores, e impidió que las
colectivizaciones vendieran sus productos sin intermediarios.
Una campaña nacional por el “control estatal” y “municipalización” de la industria sentó las
bases para arrebatar todo el poder de las manos de los comités de fábricas.
Sin embargo, la contrarrevolución económica procedía, en comparación, lentamente. El
bloque estalinista-burgués comprendió, lo mismo que los estalinistas antes que la condición
necesaria para destruir las conquistas económicas de los trabajadores era aplastar las milicias y
policía obreras, y desarmar a los obreros en la retaguardia. Pero para conseguir esto se necesitaba
algo más que fuerza. La fuerza tenía que combinarse con la propaganda.
2. La censura
Para facilitar el éxito de su propia propaganda, el bloque reformista-burgués recurrió a la
censura sistemática de la prensa y la radio de la CNT-FAI-POUM.
El POUM era la víctima principal. Cuando estaba todavía en la Generalitat, la Hoja Ofiáal
catalana boicoteaba toda mención de las asambleas y transmisiones radiofónicas del POUM. El 26
de febrero, la Generalitat prohibió una asamblea de la CNT-POUM en Tarragona. El 5 de marzo,
La Batalla fue multada con 5.000 pesetas y se le rechazó el derecho de réplica por desobedecer al
censor militar. El 14 de marzo, La Batalla fue suspendida por cuatro días, esta vez abiertamente por
un editorial político. Al mismo tiempo, la Generalitat negaba al POUM el uso de la estación oficial
de radio para transmitir. En Lérida, Gerona, etc., los diarios del POUM eran continuamente
acosados.
Sin embargo, el golpe mortal al POUM, en este período, le fue dado fuera de Cataluña. La
Junta de Defensa de Madrid, controlada por los estalinistas, suspendió permanentemente el
semanario del POUM. La misma autoridad suspendía o confiscaba las prensas del Combatiente Rojo,
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el diario de la milicia del POUM, el 10 de febrero, y poco después suspendía la estación de radio del
POUM, cerrándola definitivamente en abril. La Junta se negó a permitir a la Juventud Comunista
Ibérica (sección juvenil del POUM) que publicara La Antorcha y afirmaba que la “Juventud
Comunista Ibérica no necesita prensa”. Juventud Roja, órgano de la juventud del POUM de Valencia,
sería severamente censurado en marzo. El único órgano del POUM que permaneció intacto fue El
Comunista, de Valencia, órgano semanal ferozmente antitrotskista y medio estalinista de derechas.
Otro importante campo de trabajo entre las masas se le cerró al POUM cuando Ayuda Roja
del POUM fue excluida, a petición del PSUC, del Comité Permanente de Ayuda a Madrid. La CNT,
en nombre de la unidad, apoyó este acto criminal, que se generalizó a nivel nacional en abril, cuando
Ayuda Roja del POUM fue excluida de la Semana de Madrid.
Este bosquejo de la persecución gubernamental de las actividades del POUM antes de mayo
rebate de forma concluyente la justificación estalinista de que el POUM fue perseguido por su
participación en los acontecimientos de mayo.
La censura contra el POUM la llevaron a cabo gabinetes en los que participaba la CNT. Sólo
la Juventud Libertaria (juventudes Anarquistas) protestó públicamente. Pero la prensa de la CNT
era también objeto de hostilidad sistemática. ¿Acaso recuerda la historia otro caso de ministros
sometiéndose a la represión de su propia prensa?
El diario de la FAI Nosotros, de Valencia, fue suspendido indefinidamente el 27 de febrero por
un artículo atacando la política de guerra de Largo Caballero. El 26 de marzo, el gobierno vasco
suspendió CNT del Norte, arrestó a la plantilla editora y al Comité Regional de la CNT, y entregó las
prensas al Partido Comunista Vasco. Varios números de CNT y Castilla Libre, ambos de Madrid,
fueron suspendidos en abril del 11 al 18. Nosotros fue suspendido otra vez el 16 de abril.
La censura y la suspensión eran medidas formales. Por lo menos tan eficaces eran las medidas
“informales” por las que los paquetes de prensa de la CNT-FAI-POUM no “conseguían” llegar al
frente o llegaban con semanas de retraso. Mientras tanto, grandes ediciones de la prensa estalinista y
burguesa, sin tocar por la censura y siempre repartida a tiempo, eran distribuidas gratis entre las
milicias de la CNT, UGT y POUM. Las estaciones de radio gubernamentales estaban siempre al
servicio de los Nelkens y las “Pasionarias”. Casi todos los llamados comisarios políticos en el frente
eran estalinistas y burgueses. Así, pues, el engaño complementaba a la fuerza desnuda.
3. La policía
En los primeros meses después del 19 de julio, los deberes policiales estaban casi enteramente
en manos de las patrullas obreras en Cataluña y de las “milicias de retaguardia” en Madrid y
Valencia. Pero la oportunidad de disolver permanentemente la policía burguesa se les escapó de las
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manos.
Bajo Largo Caballero, la Guardia Civil fue rebautizada .como Guardia Nacional Republicana.
Los remanentes de ésta y de la Guardia de Asalto fueron gradualmente retirados del frente. Los que
se habían pasado al lado de Franco fueron simplemente reemplazados por nuevos hombres.
El paso más extraordinario para reconstruir la policía burguesa fue el desarrollo rápido de la
fuerza de Aduanas, hasta ahora pequeña: los carabineros, siendo Negrín ministro de Hacienda, hasta
llegar a ser una guardia pretoriana bien armada de 40.000 hombres13.
El 28 de febrero se prohibió a los carabineros pertenecer a partidos políticos y sindicatos o
asistir a asambleas. El mismo decreto fue aplicado a la Guardia Civil y de Asalto más adelante. Eso
significaba aislar a la policía de la clase obrera. ¡Los ministros anarquistas, totalmente desorientados,
votaron por esta medida creyendo que detendría el proselitismo estalinista!
En abril se despojó finalmente de todos los deberes policiales a las milicias de Madrid y
Valencia.
En la fortaleza proletaria que era Cataluña, este proceso encontró una oposición firme por
parte de las masas de la CNT. Se produjo, además, un “desafortunado incidente” que desaceleró el
esquema burgués. Se demostró que el jefe superior de la policía catalana, nombrado por el Gabinete
-André Reberter-, había sido uno de los principales conspiradores en un complot para asesinar a los
dirigentes de la CNT, establecer una Cataluña independiente y hacer un pacto separado con
Franco14. Esto fortaleció la actividad de las patrullas obreras, dominadas principalmente por la
CNT.
Pero entonces las patrullas fueron atacadas desde dentro. El PSUC ordenó a sus miembros
13 Una fuerza de Policía se está construyendo lenta pero eficazmente. El gobierno de Valencia descubrió un
instrumento ideal para este propósito en los carabineros. Estos eran originalmente oficiales y guardias de Aduanas, y
siempre tuvieron una buena reputación de lealtad. Se sabe de buena fuente que los 40.000 hombres fueron reclutados de
estas fuerzas, y que 20.000 habían sido ya armados y equipados... Los anarquistas se habían dado cuenta ya y protestaron
ante la fuerza que este Cuerpo estaba adquiriendo en un momento en que de todos era sabido que no había mucho tráfico
de fronteras, por mar o por tierra. Se dieron cuenta de que serían usados contra ellos.” (James Minifie, Herald Tribune, de
Nueva York, 28 abril 1937.)
14 El servicio de inteligencia de la CNT descubrió el complot, y Solidaridad Obrera publicó los datos el 27 y 28 de
noviembre. Al principio los estalinistas y la Esquerra se mofaron, pero se vieron obligados a ordenar una investigación. El
resultado fue que se descubrió que el policía en jefe estaba involucrado con el Estat Catalá, una organización paramilitar
separatista que se había escindido de la Esquerra, y el subsecretario general y más de cien dirigentes fueron arrestados. El
jefe de policía, Reberter, miembro del Estat Catalá, fue condenado y ejecutado. Casanovas, presidente del Parlamente
Catalan, “al principio jugueteó con el complot, después lo rechazó”, decía la explicación oficial. A Casanovas se le permitió
irse a Francia, ara volver luego a la actividad política en Barcelona después de los días de mayo.
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retirarse de ellas (la mayoría no lo hicieron y fueron expulsados del PSUC). La Esquerra también se
retiró de las patrullas. De aquí en adelante todos los métodos estalinistas de difamación conocidos
fueron utilizados contra las patrullas, tanto más fuertemente cuando éstas arrestaban industriales del
PSUC y GEPCI por haber estraperlo con los alimentos.
El 1 de marzo, un decreto de la Generalitat unificó todas las fuerzas policiales en un solo
Cuerpo controlado por el estado se prohibió a sus miembros afiliarse a sindicatos y partidos y eran
elegidos por razón de antigüedad. Esto significaba la abolición de las patrullas de trabajadores y la
exclusión de sus miembros de la policía unificada. Aparentemente, los miembros de la CNT votaron
a favor del decreto. Pero ante la protesta generalizada de las masas catalanas, la CNT se unió al
POUM, y ambos declararon que se negarían a aceptarlo. A pesar de todo, el 15 de marzo, el
ministro de Orden Público, Jaime Ayguade, intentó, sin éxito, suprimir por la fuerza las patrullas
obreras en los suburbios de Barcelona. Esta cuestión fue una de las que llevó a la disolución del
Gabinete catalán el 27 de marzo. Pero no hubo cambios cuando el nuevo Gabinete, también con
ministros de la CNT, fue convocado el 16 de abril. Ayguade continuó sus intentos de desarmar las
patrullas, mientras que los ministros de la CNT se sentaban en el Gabinete, dedicándose únicamente
a advertir a los obreros de la provocación.
4. Liquidación de las milicias
Desde luego, no podía haber ninguna esperanza de reconstruir un régimen burgués estable
mientras la responsabilidad de organización y administración de las fuerzas armadas estuviera en
manos de los sindicatos y partidos obreros -quienes presentaban las nóminas, requisitorias, etc., a
los gobiernos de Madrid y Cataluña- y mientras éstos se mantuvieran entre las milicias y los
gobiernos.
Los estalinistas pronto trataron de “dar ejemplo” poniendo sus milicias bajo control del
gobierno, ayudando a institucionalizar el saludo, la supremacía de los oficiales tras las líneas, etc. “Ni
discusión, ni política en el ejército”, gritaba la prensa estalinista, refiriéndose, desde luego, a la
discusión y a la política de la clase obrera.
El ejemplo no surtió efecto entre las masas de la CNT, Por lo menos un tercio de las fuerzas
armadas eran miembros de la CNT. Estos, recelosos de los oficiales enviados por el gobierno, los
relegaron a la situación de “técnicos” y no les permitieron interferir en la vida política y social de las
milicias. El POUM, que contaba con 10.000 milicios que actuaban de la misma manera, reimprimió,
para ser distribuido entre las milicias, el original del Manual del Ejército Rojo, de Trotsky, dotando al
ejército de un régimen interno y una vida política democráticas. La campaña estalinista para acabar
con la vida democrática interna de las milicias, bajo el slogan de “comandos unificados”, fue
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contrarrestada por una simple e incuestionable pregunta: ¿Por qué necesita un comando unificado
restablecer el antiguo régimen de cuartel y la supremacía de una casta oficial burguesa?
Pero el gobierno se salió con la suya finalmente. Los decretos de movilización y
militarización aprobados en septiembre y octubre con el consentimiento de la CNT y el POUM
proveyeron reclutamiento de ejércitos regulares organizados bajo el antiguo sistema militar. La
selección sistemática de candidatos para las escuelas de oficiales daba preponderancia a la burguesía
y a los estalinistas, y eran éstos quienes mandaban los nuevos regimientos.
Cuando los primeros destacamentos del nuevo ejército estuvieron a punto y fueron
mandados al frente, el gobierno los enfrentó a las milicias, exigiendo la reorganización de las milicias
de manera similar. Para marzo, el gobierno había tenido bastante éxito en el frente de Madrid,
controlado por los estalinistas. En los frentes de Aragón y Levante, controlados principalmente por
las milicias de la CNT-FAI y el POUM, el gobierno preparaba la liquidación de las milicias por
medio de una política cruel y sistemática de negar las armas. Solamente después de la
reorganización, se informó a las milicias, se entregaran armas adecuadas para una ofensiva en todos
los frentes. Así y todo, la totalidad de los integrantes de la milicia de la CNT impidieron al gobierno
conseguir sus objetivos hasta después de los días de mayo, cuando el ex ministro de Guerra de
Azaña, el general Pozas, se puso al mando del frente de Aragón.
En último análisis, sin embargo, el éxito final del gobierno no vino de sus propios esfuerzos
tanto como del falso carácter político de la petición de CNT-POUM por un “comando unificado
bajo el control de las organizaciones obreras”.
Los estalinistas y sus publicistas simpatizantes de la Cataluña de Louis Fischer y Ralph Bates
han tergiversado deliberadamente los hechos de la controversia entre el POUM-CNT y el gobierno
acerca de la reorganización del ejército. Los estalinistas lo hacían aparecer como que el POUM-CNT
querían mantener las desorganizadas milicias en oposición a un ejército eficazmente organizado y
centralizado. Esto es una mentira de una pieza, como lo demuestran los miles de artículos en la
prensa de CNT-POUM de aquel momento, pidiendo un ejército disciplinado bajo un comando
unificado. El tema real de controversia era: ¿Quién controlará el ejército, la burguesía o la clase
obrera? El POUM- CNT no fueron los únicos en plantear la cuestión. Al oponerse al proyecto
original de Giral de un ejército especial, el órgano de la UGT, Claridad, había declarado: “Debemos
tener cuidado de que las masas y los dirigentes de las fuerzas armadas, que deben ser principalmente
el pueblo armado, no se nos escapen de nuestras manos” (20 de agosto de 1936).
Este era el verdadero argumento. La burguesía venció a causa del estúpido error que la UGT,
el POUM y la CNT-FAI cometieron al tratar de crear un ejército controlado por el proletariado
dentro de un estado burgués. Con tanto ahínco defendían un comando centralizado y unificado, que
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votaron a favor de los decretos del gobierno, los cuales, en los meses siguientes, sirvieron para
barrer todo el control obrero del ejército. El apoyo dado a esos decretos por la UGT, el POUM y la
CNT no fue más que el crimen menor contra la clase obrera.
La reivindicación de un comando unificado bajo control de las organizaciones obreras era
falsa porque no preveía el método para conseguir ese propósito. La demanda que debería haber sido
planteada, desde el primer día de la guerra, era la fusión de todas las milicias y los pocos regimientos
existentes en una fuerza única, con elecciones democráticas de comités de soldados en cada unidad,
centralizado en una elección general de soldados delegados a un consejo nacional. A medida que se
formaron nuevos regimientos, sus comités de soldados entrarían en los consejos locales y nacionales
De esta manera se hubiera arrastrado a las masas armadas a la vida política diaria, y se hubiera
podido evitar efectivamente el control burgués de las fuerzas armadas.
El POUM tuvo una oportunidad magnífica de demostrar la eficacia de este método. En el
frente de Aragón tuvo durante ocho meses control directo sobre la organización de alrededor de
9.000 milicios. Tuvo una oportunidad inigualable para educarlos políticamente, para elegir comités
de soldados entre ellos como un ejemplo para el resto de las milicias, y entonces pedir la fusión en la
cual sus entrenadas fuerzas hubieran tenido una poderosa influencia. No hizo nada en absoluto. La
prensa del POUM contaba historias sobre representantes del frente de Aragón reunidos en
congreso. Estas reuniones no eran más que asambleas de elegidos de la oficina nacional. De hecho,
el POUM prohibió elecciones de comités de soldados. ¿Por qué? Entre otras razones estaba el hecho
de que la oposición a la política oportunista del POUM era abundante en sus filas y la burocracia
temía la creación de comités que proveyeran de la base necesaria para que la Oposición de
Izquierdas pudiera hacer conquistas.
La simple y concreta reivindicación de comités de soldados elegidos era el único camino de
asegurarse el control proletario del ejército. Esta reivindicación podía ser, además, sólo un paso
transitorio, ya que un ejército controlado por la clase obrera no puede existir indefinidamente
paralelo a un estado burgués. Si el estado burgués continuaba existiendo, inevitablemente destruiría
al ejército obrero.
El bloque POUM-CNT-UGT que proponía el control obrero ni lanzó el slogan concreto ni
tenia ningún programa para desplazar al estado burgués. Su orientación básica, por consiguiente,
redujo a la impotencia su oposición al dominio burgués del ejército.
5. Desarme de los obreros en la retaguardia
En los días revolucionarios que siguieron al 19 de julio, los gobiernos de Madrid y Cataluña
habían sido obligados a aceptar que se armase a los obreros, puesto que ya se habían armado solos.
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Se dio poder a las organizaciones obreras para dar permisos de armas a sus miembros. Para los
obreros no era sólo cuestión de guardarse contra los intentos contrarrevolucionarios del gobierno,
sino la necesidad diaria de proteger los comités de campesinos contra los reaccionarios, proteger las
fábricas, ferrocarriles, puentes, etc., contra bandas de fascistas, proteger las costas de ataques, buscar
nidos de fascistas escondidos.
En octubre vino el primer decreto de desarme, que preveía la entrega de todos los rifles y
ametralladoras al gobierno. En la práctica, fue interpretado como permitir a las organizaciones
obreras continuar emitiendo permisos para armas largas a los guardas industriales y comités
campesinos. Pero sentó un precedente fatal.
El 15 de febrero, el gobierno central ordenó la retirada de todas las armas, incluidas las armas
cortas, a quien no tuviese permiso. El 12 de marzo, el Gabinete ordenó a las organizaciones obreras
retirar las armas largas y cortas a sus miembros y entregarlas en un plazo de cuarenta y ocho horas.
Esta orden se aplicó directamente a Cataluña el 17 de abril. La Guardia Republicana Nacional
empezó a desarmar oficialmente a los obreros que veía en las calles de Barcelona. Trescientos
obreros -miembros de la CNT que poseían permiso de armas de la organización- fueron
desarmados por la Policía de este modo durante la última semana de abril.
El pretexto de que se necesitaban las armas en el frente era una mentira descarada, que
cualquier obrero podía ver con sus propios ojos, ya que mientras los obreros eran desposeídos de
rifles y revólveres, algunos de ellos habían estado en manos de la CNT desde tiempos de la
monarquía, las ciudades se llenaban de fuerzas de la policía reconstruida, armada hasta los dientes
con rifles, ametralladoras, artillería y carros de combate nuevos llegados de Rusia.
“En lo que a Cataluña se refiere, la purga de trotskistas y de anarcosindicalistas ha
empezado; será conducida con la misma energía con que se ha hecho en la URSS.”
Los “métodos legales”, sin embargo, actuaban demasiado lentamente. Fueron suplantados
por bandas de terroristas organizadas, equipadas con prisiones y celdas de tortura privadas, llamadas
“preventoriums”. Los elementos reclutados para este trabajo merecen ser descritos: ex miembros de
la fascista CEDA, gangsters cubanos, timadores de burdel, falsificadores de pasaportes, sádicos15.
15 Cultura Proletaria, periódico neoyorkino antifascista, publicaba un reportaje de Cuba: “El Partido Comunista...
mandó 27 ex oficiales del antiguo ejército que no tenían nada en común con los obreros y eran antiguos mercenarios al
servicio de Machado... En su último viaje el „Mexique‟ transportó una expedición de esta falsa milicia (con algunas
excepciones); entre ellos iban los tres hermanos Álvarez, antiguos pistoleras de Machado activos en romper la huelga de
Bahía. El 29 de este mes... „Sargento del Toro‟ viaja, corno milicio comunista. Este es un conocido asesino de los tiempos
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Producidos por la posición pequeño- burguesa del Partido Comunista, amamantados por su
programa contrarrevolucionario, estas bandas organizadas de la GPU española actuaban contra los
obreros con la ferocidad de los sabuesos hitlerianos ya que, como ellos, fueron entrenados para
exterminar la revolución.
Rodríguez, miembro de la CNT y comisario especial de Prisiones, acusó formalmente en abril
a José Cazorla, miembro del Comité Central estalinista y jefe de Policía bajo la Junta de Madrid, y a
Santiago Carrillo, otro miembro del Comité Central, de apoderarse ilegalmente de los obreros
arrestados por Cazorla, pero absueltos por los tribunales populares, y llevando los grupos absueltos
a cárceles secretas o enviarlos a batallones de milicias comunistas en posiciones avanzadas para ser
usados como “fortificaciones”. La CNT pidió en vano una investigación formal de estas
acusaciones. Solamente cuando se demostró que la banda de Cazorla, como algo secundario,
trabajaba con timadores que estaban libertando fascistas importantes sin permiso oficial, fue
depuesto Cazorla. Fue simplemente reemplazado por Carrillo, otro estalinista, y la extralegal GPU y
sus cárceles privadas continuaron corno antes.
“Se ha aclarado que las organizaciones chekistas16 descubiertas en Madrid recientemente...
están ligadas directamente con centros similares operando bajo una dirección unificada y con un
plan nacional preconcebido”, escribía Solidaridad Obrera el 25 de abril de 1937. El 8 de abril, la CNT,
armada con pruebas, había forzado el arresto de una banda de estalinistas en Murcia, y la dimisión
del gobernador civil por mantener cárceles privadas y cámaras de tortura. El 15 de marzo, 16
miembros de la CNT habían sido asesinados por los estalinistas en Villanueve de Alcardete, en la
provincia de Toledo. La petición de la CNT de castigar a los culpables fue rechazada por Mundo
Obrero, que defendió a los asesinos como revolucionarios antifascistas. La investigación judicial
subsiguiente demostró que una banda estalinista, que incluía al alcalde de Villanueva y Villamayor,
miembro del PC, y que operaba como un “Comité de Defensa”, había asesinado enemigos Políticos,
de Machado, guardaespaldas del presidente del senado de aquel período. Era uno de esos que ayudó a masacrar obreros en
una manifestación aquí el 27 de agosto.” El ex secretario de la CEDA de Valencia está ahora en el Partido Comunista.
Incluso Louis Fischer admite que “generales y políticos burgueses y muchos campesinos que aprueban la política del
Partido Comunista Español de proteger a los pequeños propietarios se han afiliado...; su nueva afiliación política refleja
esencialmente la desesperación del viejo sistema al mismo tiempo que la esperanza de salvar del naufragio algo de sus
restos”. Una descripción apropiada, como Anita Brenner señala, del grupo social que infló las filas de Hitler. Para
posteriores detalles sobre la GPU española, ver el excelente artículo de Anita Brenner y “Dossier of Counter-Revolution”
en el número de septiembre de 1937, de Modern Monthly.
16 Los anarquistas se refieren a la GPU. En general, no vieron el vasto abismo entre la “cheka”, que perseguía sin
miramientos a la Guardia Blanca y sus aliados en el primer período de la Revolución rusa, y la GPU estalinista, que
perseguía y asesinaba revolucionarios proletarios.
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robado, exigido impuestos y violado a las indefensas mujeres de la zona. Cinco estalinistas fueron
condenados a muerte, otros ocho sentenciados a prisión.
El gangsterismo de la GPU fue organizado en las propias Cortes de Justicia del gobierno
español. Nosotros nos limitamos aquí a señalar algunos ejemplos. Pero la prensa de la CNT está
llena de cientos de ellos en que la contrarrevolución “legal” fue complementada con la GPU en
España.
IX. La contrarrevolución y las masas
Sería una calumnia contra las masas anarquistas y socialistas decir que no estaban alarmadas
por el avance de la contrarrevolución. Sin embargo, el descontento no lo es todo. Es necesario
también conocer la salida. Sin una estrategia firme, bien desarrollada para rechazar la
contrarrevolución y llevar las masas al poder estatal, el descontento se puede acumular
indefinidamente y sólo lanzar embestidas esporádicas y desesperadas que están condenadas a la
derrota. En otras palabras, las masas necesitaban la dirección revolucionaria.
Especialmente en las filas de la CNT y la FAI el descontento era enorme. Se filtraba por los
cientos de artículos y cartas de la prensa anarquista. Aunque los ministros anarquistas en Valencia y
en la Generalitat votaban por los decretos del gobierno o se sometían a ellos sin protestar, su prensa
no se atrevía a defender la política del gobierno directamente. Al crecer la represión gubernamental,
la presión de los obreros de la CNT sobre los dirigentes aumentaba.
El 27 de marzo, los ministros de la CNT abandonaron el gobierno de Cataluña. La crisis
ministerial que siguió duró tres semanas enteras. “No podemos sacrificar la revolución al concepto
de unidad”, declaraba la prensa de la CNT. “Ni una concesión más al reformismo.” “La unidad se
ha mantenido hasta ahora sobre la base de nuestras concesiones.” “No podemos retroceder más.”
Sin embargo, lo que los dirigentes de la CNT proponían ahora era un misterio. Companys les dio la
puntilla limpiamente, respondiéndoles son el sumario de las reuniones ministeriales desde diciembre,
demostrando que los ministros de la CNT habían votado a favor de todo: el desarme de los obreros,
los decretos de movilización y reorganización del ejército, la disolución de las patrullas obreras, etc.
En realidad, Companys les estaba diciendo: dejaos de tonterías y volved a trabajar. Y de hecho, los
ministros de la CNT estaban dispuestos a volver al final de la primera semana. En este momento,
sin embargo, los estalinistas exigieron una capitulación más: las organizaciones que tenían ministros
en el gobierno deberían firmar una declaración conjunta comprometiéndose a llevar a cabo una serie
de tareas determinadas. Los ministros de la CNT señalaron que la acostumbrada declaración
ministerial después de constituido el Gabinete sería suficiente. La propuesta estalinista hubiera
dejado a los ministros de la CNT absolutamente desnudos ante las masas. Así, pues, la crisis
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ministerial se prolongó por dos semanas más.
Tras esto siguió una especie de pequeña comedia que no llevó más que a una división del
trabajo, por medio de la cual los dirigentes de la CNT se comprometían más que nunca con la
Generalitat. Companys aseguró a la CNT que estaba de acuerdo con ellos y no con los estalinistas, y
ofreció su apoyo para forzar a los estalinistas a renunciar a su exigencia. Al mismo tiempo, el primer
ministro Tarradellas, lugarteniente de Companys, defendía la administración de las industrias de
guerra (dirigidas por la CNT) contra un ataque del órgano del PSUC, Treball, que él calificaba como
“la mayor de las mentiras”. Por estos pequeños servicios, la CNT apoyó incondicionalmente a
Companys:
“Declaramos públicamente que la CNT se encontrará al lado de la Generalidad, Luis
Companys, a quien hemos concedido todas las facilidades requeridas para la solución de la
crisis política. Defendemos al presidente, quien, sin ninguna clase de servil alabanza -un
proceder incompatible con la moral de nuestro movimiento revolucionario-, sabe que puede
contar con nuestro más profundo respeto y nuestro más sincero apoyo” (Solidaridad Obrera, 15
de abril de 1937, pág. 12).
Companys, desde luego, se las arregló para persuadir a los estalinistas a renunciar a la
exigencia de un pacto, y el 16 de abril, como su predecesor, proveyó a los estalinistas y a la burguesía
con una mayoría y, desde luego, no difería en nada del anterior.
Las masas de la CNT no podían ser tan “flexibles”. Tenían una tradición de lucha a muerte
contra el capitalismo. El renacimiento del estado burgués se estaba dando incluso con más fuerza a
sus espaldas. La inflación y la manipulación incontrolada de los precios por los “intermediarios”
entre el campesinado y las masas urbanas trajo ahora subidas de precios en picado. En este período,
las subidas de precios son el leit-motif de toda actividad. El tema aparece en toda la prensa. Las
condiciones de vida de las masas eran cada día más intolerables, y los dirigentes de la CNT no les
dieron ninguna solución.
Ahora se planteaba a menudo volver al tradicional apoliticismo de la CNT. “No más
gobiernos.” Los periódicos locales de la CNT rompieron la disciplina y tomaron este estribillo. Era
el resultado de una desesperación increíble.
Todavía más importante fue el levantamiento de los Amigos de Durruti. Bajo el nombre del
dirigente martirizado, se alzó un movimiento que había asimilado la necesidad de lucha política,
pero rechazaba la colaboración con la burguesía y los reformistas. Los Amigos de Durruti se
organizaron para arrancar la dirección de las manos de la burocracia. En los últimos días de abril,
cubrieron Barcelona con sus consignas -una ruptura abierta con la dirección de la CNT-. Estas
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reivindicaciones incluían los puntos esenciales de un programa revolucionario: todo el poder para la
clase obrera, y los órganos democráticos de los obreros, campesinos y combatientes, corno la
expresión del poder obrero.
Los Amigos de Durruti representaban un fermento profundo del movimiento libertario. El 1
de abril, un manifiesto de la Juventud Libertaria de Cataluña (Ruta, 1 de abril de 1937) denunciaba a
la Juventud Socialista Unificada (estalinistas) por haber defendido a Azaña -cuando éste, en los
primeros días de la revolución, había caído muy bajo al intentar abandonar el país- y haber apoyado
a la Juventud Católica Unificada e incluso a aquellos que eran simpatizantes del fascismo; acusaba al
bloque burgués-estalinista “de apoyar abiertamente todas las intenciones de los gobiernos francés e
inglés de aislar la revolución española; y de llevar a cabo los asaltos contrarrevolucionarios a las
editoriales y a la estación de radio del POUM en Madrid. Señalaba -el Manifiesto- que “se negaban
armas al frente de Aragón porque es definitivamente revolucionario, para poder después arrojar
fango a las columnas que operaban en el frente”; “el gobierno central boicotea la economía catalana
para poder obligarnos a renunciar a nuestras conquistas revolucionarias”; “los hijos del pueblo son
enviados al frente, pero las fuerzas uniformadas son mantenidas en la retaguardia con fines
contrarrevolucionarios”; han ganado terreno para una dictadura no proletaria, sino burguesa.
Diferenciando claramente la juventud Anarquista a los ministros de la CNT, el Manifiesto
terminaba: “Estamos firmemente decididos a no ser responsables por los crímenes y traiciones de
que la clase obrera está siendo objeto... ” “Estamos preparados a volver, si es necesario, a la lucha
ilegal contra los estafadores, contra los tiranos del pueblo y los miserables mercaderes de la
política.” Una editorial en el mismo número de Ruta declara: “Que ciertos camaradas no nos vengan
con palabras apaciguadoras. No renunciaremos a nuestra lucha. Los coches oficiales y la vida
sedentaria de los burócratas no nos deslumbra.” Y esto venía de la organización oficial de la
juventud Anarquista.
Sin embargo, el reagrupamiento no se hace ni en un día ni en un mes. La CNT tenía una larga
tradición y el descontento de sus militantes se transformaría solamente a paso lento en una lucha
organizada con nuevos dirigentes y un programa nuevo. Esto era verdad, particularmente porque no
existía un partido revolucionario para acelerar este desarrollo.
1. La respuesta del POUM a la contrarrevolución
Un abismo se abría entre los dirigentes de la CNT y sus militantes de base. ¿Entraría en juego
el POUM y se colocaría a la cabeza de los militantes?
El predominio de una amplia tendencia en las filas de la CNT de volver al tradicional
apoliticismo era una crítica alquiladora al POUM, que no hizo nada por ganar a esos obreros a la
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vida política revolucionaria. También, sin ayuda de los dirigentes del POUM, una corriente genuina
revolucionaria cristalizaba en los Amigos de Durruti y en la juventud Libertaria. Si el POUM iba a
tomar alguna vez una postura independiente de los dirigentes de la CNT, éste era el momento.
El POUM no hizo nada de esto. Por el contrario, en la crisis ministerial del 26 de marzo al 16
de abril, reveló que no había aprendido absolutamente nada de su participación anterior en la
Generalitat. Su Comité Central adoptó una moción declarando:
“Se necesita un gobierno que canalice las aspiraciones de las masas, dando una
solución radical y concreta a todos los problemas, creando un nuevo orden que garantice la
revolución y la victoria en el frente de batalla. Este gobierno sólo puede ser el formado por
representantes de todas las organizaciones políticas y sindicales de la clase obrera, el cual propondría como
fines inmediatos la realización del siguiente programa” (La Batalla, 30 de marzo).
El programa propuesto de quince puntos no es malo -para un gobierno revolucionado-. Pero
el absurdo de proponerlo a un gobierno que por definición incluye estalinistas y la Unión de
Rabassaires (campesinos independientes) controlada por la Esquerra, se ve claramente en el último
punto del programa: la convocatoria de un congreso de delegados sindicales, campesinos y
combatientes que a su vez elegiría un gobierno permanente de obreros y campesinos.
Durante seis meses el POUM había estado diciendo que los estalinistas estaban organizando
la contrarrevolución. ¿Cómo, entonces, podía proponer el POUM la colaboración con ellos en el
gobierno y convocar un congreso? De esta propuesta los obreros sólo podían sacar la conclusión de
que la caracterización que el POUM hacía de los estalinistas no eran más que rumores sectarios, y de
ahora en adelante no tomarían en serio las acusaciones del POUM a los estalinistas.
¿Y Companys y su Esquerra? Un nuevo Gabinete debía recibir el visto bueno de Companys y
el POUM no propuso romper con esta ley. ¿Se podía esperar que Companys estuviese de acuerdo
con un gobierno que convocara tal congreso? Aquí también, las masas sólo podían sacar la
conclusión de que la declaración del POUM del papel necesariamente contrarrevolucionario de la
Esquerra de Companys no iba en serio.
De hecho, los obreros no podían creer que el POUM daba una importancia fundamental al
congreso. Todavía más importante parecía la entrada del POUM en la Generalitat. La Batalla (el 30
de marzo) publicaba dos columnas paralelas tituladas: “Balance de dos períodos de gobierno”. Una,
“El Gobierno en que el POUM participaba”; la otra “El Gobierno en que el POUM no
participaba”. El gobierno del 26 de septiembre al 12 de diciembre es líricamente descrito corno un
período de construcción revolucionaria.
De este modo, el POUM todavía se negaba a admitir que el gobierno en que había participado había
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dado los primeros pasos gigantes para reconstruir el estado burgués. De esta exposición, el obrero
sólo podía sacar una conclusión lógica: lo único que hacía falta era que el POUM volviera a ser
admitido por el gobierno.
En realidad, la propuesta del POUM no era más que una tímida fórmula para volver al
gobierno del 26 de septiembre. Esto es apoyado por Adelante (órgano del POUM en Lérida) (13 de
abril), el cual, más abiertamente, habla de un gobierno en que las organizaciones obreras ocuparían
el primer lugar, dejando el segundo a la burguesía. Los dirigentes del POUM habían sido incapaces
de aprender las lecciones de los ocho meses pasados.
Veamos más de cerca el Congreso de Delegados de los Sindicatos, campesinos y
combatientes propuesto por el POUM. Suena “casi” a soviets; y en realidad fue propuesto
precisamente para engañar a la incómoda izquierda del POUM. Pero no tiene en absoluto nada en
común con la concepción leninista de soviets.
Uno no debe olvidar nunca -lo que los estalinistas han enterrado completamente- que los
soviets no empiezan como órganos de poder estatal. Se formaron en 1905, 1917, en Alemania, y
Austria, en 1918, más que nada como poderosos comités de huelga y representantes de las masas al
tratar éstas con problemas concretos inmediatos y al tratar con el gobierno. Mucho antes de que
puedan tomar el poder estatal, actúan como órganos defensores de los intereses diarios de los
obreros. Mucho antes de que los diputados obreros, campesinos y soldados se unan en un congreso
nacional, se tienen que haber formado los soviets en ciudades y pueblos que luego se unirán en un
órgano nacional. La manera de formar tal congreso es eligiendo comités de fábrica, campesinos y
combatientes donde los obreros pueden aprender su funcionamiento a través de sus propios
comités. El ejemplo de unos cuantos comités en unas cuantas fábricas y regimientos arrastraría a las
masas a esta forma de organización, el método más democrático de representación conocido por la
humanidad. Sólo entonces se puede organizar un congreso nacional en una puja por el poder.
Además, en ese momento, el congreso será inevitablemente un reflejo, incluso más agudo que
otros órganos, del nivel político de las masas. Si los anarquistas, estalinistas y otras organizaciones
reformistas son todavía poderosas, entonces el congreso reflejará su línea política. En una palabra,
no hay nada de mágico en la forma de organización soviética: es simplemente la forma de
representación política de las masas y la que antes refleja el cambio y es más sensible a él.
La mera convocatoria del congreso no resolvería la tarea política básica del POUM: arrancar la
dirección política de la clase obrera de las manos de los estalinistas y los anarquistas. El congreso concentraría las
ideas y deseos políticos de las masas como ningún otro órgano podría hacerlo. Significaría el campo
donde el partido revolucionario podría ganar el apoyo de la clase obrera, pero sólo en la durísima
lucha contra, las falsas líneas políticas de todas las variedades del reformismo.
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Si los dirigentes del POUM se hubieran tomado en serio el congreso propuesto, no hubieran
pedido al gobierno que lo convocara, sino que hubieran tratado inmediatamente de elegir comités
donde fuera posible. Pero el POUM no planteó la elección de tales comités ni siquiera en las
fábricas y milicias que controlaba. Sus 10.000 milicias estaban controlados burocráticamente por
oficiales designados por el Comité Central del Partido, estando expresamente prohibida la elección
de comités de soldados. A medida que crecía la vida interna del Partido con los obreros de
izquierdas pidiendo una nueva orientación, el control de la dirección sobre las fábricas y las milicias
se hizo cada vez más burocrático. Esto era un mal ejemplo para impulsar a los obreros en otras
partes a elegir comités.
La forma soviética de organización se basa directamente en las fábricas, en la representación
directa de cada fábrica a nivel local. Esto lleva consigo el contacto directo de los representantes con
las fábricas, permitiendo el soviet renovarse a través de elecciones y de esta manera reducir al mínimo
el desequilibrio entre el desarrollo político de los representantes y el de los representados. Esta
característica del soviet permite a los revolucionarios tratar directamente con las fábricas, sin la
intervención de los burócratas sindicales, Además, precisamente en esta característica fundamental,
el congreso propuesto por el POUM difiere de la forma del soviet: el POUM propone que los
sindicatos estén representados. Esto era simplemente otra concesión a los prejuicios de los
dirigentes de la CNT, que conciben los sindicatos, en vez de los soviets de obreros, campesinos y
soldados, mucho más amplios, como la forma de gobierno de la industria en una sociedad socialista
y -accidentalmente- se oponen a que los revolucionarios lleguen a las fábricas.
Así, pues, el proyecto utópico del POUM era un fraude, una falsificación condenada a no ir
más allá del papel, una concesión vacía a su izquierda.
Uno busca en vano, en los documentos del POUM, una defensa sistemática de su línea
oportunista, pero no se encuentra más que un párrafo aquí, otro allá, que podía presumiese que
fueron el germen de una nueva teoría. Por ejemplo, Nin parecía pensar que la única forma genuina
de dictadura del proletariado debe basarse en la dictadura de un partido obrero:
“La dictadura del proletariado no es lo que vemos en Rusia, ésa es la dictadura de un
solo partido. Los partidos obreros reformistas dentro de los soviets se preparaban para una
lucha armada contra los bolcheviques y esto creó la circunstancia que condujo a la tomar del
poder del Partido Bolchevique. En España nadie puede pensar en la dictadura de un partido,
sino en un gobierno de total democracia obrera...” (La Batalla, 23 de marzo de 1937).
Nin, de esta manera, barre la democracia soviética de los primeros años de la Revolución de
Octubre, y la historia del proceso de reacción, resultante del aislamiento de la Revolución por
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Europa, que al final llevó a Rusia, no a la dictadura de un partido, sino a la dictadura de la
burocracia. Si deben de tomarse en serio sus palabras: España no podía llegar a la dictadura del
proletariado, independientemente de la influencia que el POUM llegara a tener, a no ser que otras
organizaciones (FAI-CNT) estuvieran de acuerdo en luchar por ella: si no lo hacían, ¡España estaba
condenada al dominio capitalista! De esta manera Nin racionalizaba su negativa a separarse de los
faldones de los dirigentes de la CNT.
La clave de la cuestión es que Nin había abandonado la concepción leninista de los soviets. Y
esto lo hizo explícitamente:
“En Rusia no había tradición democrática. No existía tradición de organización y de
lucha del proletariado. Nosotros sí la tenemos. Nosotros tenemos sindicatos, partidos y
publicaciones. Un sistema de democracia obrera.
Así pues, se entiende que en Rusia los soviets llegaron a tener la importancia que
tuvieron. Los soviets fueron una creación espontánea en 1905 y en 1917 tomaron un carácter
enteramente político.
Nuestro proletariado, sin embargo, tiene sus sindicatos, sus partidos y sus
organizaciones propias. Por esta razón los soviets no han aparecido entre nosotros” (“El
problema fundamental del poder”, La Batalla, 27 de abril de 1937).
Una vez embarcados en un rumbo falso y oportunista, los revolucionarios se descomponen
políticamente a una velocidad tremenda. ¿Quién hubiera creído hace unos años que Nin sería capaz
de hablar de esta manera? La gigantesca “tradición de organización y lucha” amasada por el
proletariado ruso en la revolución de 1905, el estudio y los análisis que hicieron posible el desarrollo
de los cuadros que hicieron la Revolución de Octubre, “se le escapan”. ¿Qué había de peculiarmente
ruso en la forma soviética? En 1918, en países con una tradición proletaria mucho más rica que la
española -Alemania y Austria-, se formaron soviets. De hecho, que eran los comités de fábrica, los
comités de milicias, los comités de pueblo, los comités de abastecimientos obreros, las patrullas
obreras, los comités de investigación, etc., que surgieron en España en julio de 1936, ¿acaso no eran
las bases, que sólo requerían una politización y organización más profunda, representación directa de
las masas en vez de representación de las organizaciones, para formar el poder soviético? Las
razones que da Nin son muy pobres; no se mantienen en pie ni un momento; se había unido a los
estalinistas y a la burguesía, en septiembre, exclusivamente para abolir el doble poder soviético como
una “duplicación innecesaria”, nueve meses después podía decir, “los soviets no han aparecido entre
nosotros”.
Así, pues, la dirección del POUM se mantuvo a la cola de la CNT. En vez de asimilar las
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lecciones de Lenin, las denunciaron como... trotskismo. ¿Por qué nos llamaban los estalinistas
troskistas? -ésta es la queja perenne de la dirección del POUM. Lo que sigue es típico, parece un
artículo de Gorkin:
“En cualquier caso Trotsky no ha sentado ninguna base para que se nos llame
trotskistas. En 1931 publicó dos artículos sobre el entonces Bloque de Obreros y Campesinos
y su jefe Maurín. Para él (Trotsky), nuestra línea política era una „mezcla de prejuicios
pequeño-burgueses, ignorancia, ciencia pueblerina y granujada política‟...
Con la guerra civil española hemos visto manifestarse el sectarismo político de
Trotsky... El representante actual de la IV Internacional en España, dos horas después de
llegar y tras un cuarto de hora de hablar con nosotros, se sacó del bolsillo un programa
preparado apriori, dándonos consejos en lo referente a las tácticas que teníamos que usar.
Cortésmente le aconsejamos que se diera un pasea por Barcelona y estudiara mejor la
situación, Este ciudadano es el símbolo perfecto del trotskismo: un doctrinarismo sectario,
una gran suficiencia, seguridad de poseer la piedra filosofal de la revolución” (La Batalla, 24
de abril de 1937).
Esta compostura provinciana, herencia de Maurín, no sólo había sido criticada por Trotsky.
El mismo Nin, en agosto de 1931, había declarado que el mayor peligro para el Bloque de Obreros y
Campesinos era el menosprecio de Maurín por las lecciones de la Revolución rusa. Al heredar el
manto de Maurín, Nin había tomado esta tradición de ceguera provinciana.
No todos los que estaban de acuerdo con Nin en 1931 le siguieron en su renuncia del
leninismo. Aguantando lo más duro de la represión estalinista-burguesa, la sección madrileña del
POUM, por aplastante mayoría, adoptó un programa de oposición basado en la vía leninista. La
sección más importante del Partido, Barcelona, votaba por la organización inmediata de soviets, el 15
de abril de 1937. Nin y Gorkin recurrieron a medidas burocráticas para impedir el crecimiento de la
izquierda. Los disidentes fueron traídos del frente bajo vigilancia, y expulsados. Se prohibió la
organización de fracciones. Más importante que la represión de la dirección fue la que llevó a cabo
el gobierno, que, naturalmente, cayó más pesadamente sobre los obreros que se destacaban en las
filas y en las fábricas. Los obreros de la izquierda del POUM -los que fueron expulsados formaron
el Partido Bolchevique-Leninista (IV Internacional)- establecieron estrecho contacto con los
obreros anarquistas, especialmente con los Amigos de Durruti. Pero el reagrupamiento se hizo
demasiado despacio. Antes de que las fuerzas revolucionarias pudieran unirse y ganar la confianza
de las masas, transformar el descontento en un ataque positivo por el poder, sustituir la estrategia
objetiva de una dirección política por la desesperación subjetiva de las masas, la amargura de los
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obreros sin caudillaje se había desbordado: el 3 de mayo se levantaron las barricadas.
X. Los días de mayo: Barricadas en Barcelona
Todavía más claramente que antes de la guerra civil, Cataluña era el mayor centro económico
de España; y esas fuerzas económicas estaban ahora en las manos de los obreros y campesinos (o
por lo menos eso creían). La totalidad de la industria textil de España estaba localizada allí. Los
obreros ahora proveían de vestidos y mantas al ejército y la población civil, y los bienes vitalmente
necesarios para exportar. Cuando los Altos Hornos de Bilbao fueron virtualmente separados del
resto de España, los obreros del metal y de la química de Cataluña habían creado, con la diligencia
más heroica, una gran industria de guerra con que equipar al ejército antifascista. Los colectivos
agrícolas -que recogían las mayores cosechas en la historia de España- alimentaban al ejército, a las
ciudades y proveían de agrios para exportar. Los marinos de la CNT transportaban los artículos de
exportación que harían posible que España consiguiera créditos en el extranjero y trajera a casa
preciosos cargamentos que se usarían en la lucha contra Franco. Las masas de la CNT mantenían
los frentes de Aragón y Teruel; habían enviado a Durruti y a lo mejor de sus milicias a salvar Madrid
en el momento preciso. El proletariado catalán, en una palabra, era la columna vertebral de las
fuerzas antifascistas y lo sabia.
Lo que es más, su poder había sido reconocido, después del 19 de julio, incluso por
Companys. El presidente catalán, dirigiéndose a la CNT-FAI en los días de julio, había dicho:
“Vosotros habéis sido perseguidos severamente y yo, con mucho dolor, pero forzado
por la realidad política, yo, que una vez estuve con vosotros, más tarde me vi obligado a
oponerse a vosotros y perseguiros. Hoy vosotros sois los amos de la ciudad y de Cataluña,
porque vosotros solos vencisteis a los soldados fascistas. Espero que no os parezca
desagradable que yo os recuerde ahora que no os faltó la ayuda de los pocos o muchos
hombres de mi partido y de la Guardia... Habéis vencido y todo está bajo vuestro poder. Si
no me necesitáis o queréis como presidente decídmelo ahora, y yo me transformaré en otro
soldado de la lucha antifascista. Si, por el contrario, me creéis cuando digo que sólo
abandonaré este puesto al fascismo victorioso de muerto, quizás, con mis camaradas de
partido y mi nombre y prestigio, yo puedo serviros.”
La alarma e ira de las masas catalanas ante los avances de la contrarrevolución eran las
emociones consecuentes de hombres libres y dueños de su destino amenazados de nuevo por el
peligro de esclavitud. El sometimiento sin lucha estaba descartado.
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El 17 de abril -al día siguiente de que los ministros de la CNT volvieran a la Generalitat- una
fuerza de carabineros llegó a Puigcerdá y pidió a las patrullas obreras de la CNT que les entregasen
el control de las aduanas, al mismo tiempo que los altos dirigentes de la CNT se dirigían a toda prisa
a Puigcerdá para tratar de hallar una solución pacífica -es decir, engatusar a los obreros para que
entregaran el control de la frontera-, la Guardia Civil y de Asalto fue enviada a Figueras y otras
ciudades por toda la provincia para arrancar el control policial de las manos de las organizaciones
obreras. Simultáneamente, en Barcelona, la Guardia de Asalto procedía a desarmar a los obreros a la
vista, en las calles. Durante la última semana de abril informaron que habían desarmado de esta
manera a 300. Durante la noche se sucedían los enfrentamientos entre obreros y guardias. Camiones
llenos de guardias desarmaban obreros solitarios. Los obreros se vengaban. Se disparaba contra los
obreros que se negaban a obedecer. Algunos guardias, a su vez, eran quitados de en medio.
El 25 de abril, un dirigente sindical del PSUC, Roldán Cortada, fue asesinado en Molins de
Llobregat. Hasta ahora no se sabe quién lo mató. La CNT denunció el asesinato y propuso una
investigación. El POUM señaló, de manera suficientemente significativa, que Cortada había
apoyado a Largo Caballero antes de la fusión y era muy conocido que desaprobaba el espíritu del
programa engendrado por los estalinistas. Pero el PSUC no dejó pasar la oportunidad, denunciando
a “incontrolables”, “agentes fascistas escondidos”, etc. El 27 de abril, los representantes de la CNT
y el POUM asistieron al funeral de Cortada -y se encontraron con una demostración de fuerza de
contrarrevolución. Durante tres horas y media el “funeral” -PSUC y policía del gobierno llegados de
todas partes y armados hasta los dientes- desfilaron por los distritos obreros de Barcelona. Era un
desafío y las masas de la CNT se daban cuenta de ello. Al día siguiente el gobierno envió una
expedición de castigo a Molins de Llobregat, que arrestó a los dirigentes anarquistas y los llevó
espesados a Barcelona. Esa noche y los siguientes grupos de Guardias de Asalto del PSUC y de la
CNT se desarmaban unos a otros en las calles. En los suburbios obreros se levantaron las primeras
barricadas.
Los carabineros, reforzados por las fuerzas locales del PSUC, atacaron a las patrullas obreras
en Puigcerdá. Antonio Martín, alcalde y dirigente de la CNT, popular en toda Cataluña, fue
asesinado por los estalinistas.
El Primero de Mayo, la más antigua y querida de las fiestas proletarias, amaneció: el gobierno
prohibió todas las asambleas y manifestaciones en toda España.
En los últimos días de abril, los obreros barceloneses supieron, por primera vez, a través de
las páginas de Solidaridad Obrera lo que les había pasado a sus camaradas en Madrid y Murcia a
manos de la estalinista GPU.
La Telefónica, que domina la plaza más concurrida de Barcelona, había sido ocupada por las
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tropas fascistas el 19 de julio de 1936, entregada a ellos por la Guardia de Asalto que el gobierno
había mandado allí. Los obreros de la CNT habían perdido muchos camaradas para recuperarla. Por
eso, su posesión era más apreciada. Desde el 19 de julio, la bandera roja y negra de la CNT ondeaba
en la torre, visible para los obreros desde todas las partes de la ciudad. Desde el 19 de julio la central
había sido dirigida por un comité de la CNT- UGT, con una delegación del gobierno presente en el
edificio. La plantilla era casi enteramente CNT en homenaje y la guardia armada de la CNT la
defendía contra incursiones fascistas.
El control de la Telefónica era un ejemplo concreto del doble poder. La CNT estaba en
posición de escuchar las llamadas del gobierno. El bloque estalinista-burgués nunca sería amo de
Cataluña mientras los obreros pudieran cortar la coordinación telefónica de las fuerzas del gobierno.
El lunes 3 de mayo, a las tres de la tarde, tres camiones cargados de guardias de Asalto
llegaron a la Telefónica, bajo el mando personal del comisario de Orden Público, Salas, miembro del
PSUC17. Cogidos por sorpresa, los guardias de los pisos inferiores fueron desarmados. Pero a mitad
17 El espinoso problema de justificar la toma armada de la Telefónica fue “resuelto”, en la prensa estalinista,
dando por lo menos cuatro explicaciones diferentes: 1.a “Salas mandó a la Policía armada republicana a desarmar a los
empleados, la mayoría miembros de la CNT. Durante un tiempo considerable el servicio telefónico ha sido llevado de una
manera que estaba abierto a las críticas más graves, y era imperativo para el total manejo de la guerra que los defectos del
servicio fueran remediados.” (Londres, Daily Worker, 11 de mayo.) 2.a La policía “ocupó la central de teléfonos. Al
hacerlo, la policía en ningún momento trata de interferir con los derechos de los obreros garantizados por la ley (como
subsecuentemente alegan los provocadores trotskistas). Lo que la Policía quería era poner todas las conexiones telefónicas
bajo la supervisión inmediata del gobierno” (INPRECORR, 22 de mayo). Lo que “estaba organizado por la ley”, sin
embargo, era el control obrero ratificado por el decreto de colectivización del 24 de octubre de 1936. 3.a Una semana más
tarde, una nueva historia: “El camarada Salas fue a la Telefónica que la noche anterior había sido ocupada por cincuenta
miembros del POUM y varios elementos incontrolados. La Guardia forzó su entrada en el edificio y la Telefónica cayó de
nuevo (!!) en las manos del gobierno” (INPRECORR, 29 de mayo). 4.a Es la versión final, dada por la sección catalana del
Comintern como versión de Salas: “En primer lugar no hubo ocupación de la Telefónica, ni se trató nunca de ocuparla.
Recibí una orden firmada por Ayguade, ministro de Orden Público, que había que instalar allí un delegado y que yo era
responsable de ver qué se hacía. De acuerdo con esto, yo, con el capitán Menéndez y una escolta personal de cuatro
hombres, entré en el edificio de Teléfonos. Indiqué a qué había ido y dije que deseaba hablar con alguno de los miembros
responsables del Comité. Se nos dijo que no había ninguno en el edificio. Sin embargo, esperamos abajo mientras iban a
mirar. Dos minutos más tarde unos individuos empezaron a disparar desde las escaleras. No nos alcanzaron a ninguno.
Inmediatamente telefoneé a la guardia que viniera, no a ocupar el edificio, en el que ya estábamos, sino a acordonarlo para
evitar que entrara alguien... Eroles (funcionario anarquista de la policía) y yo subimos a lo alto del edificio, donde se habían
atrincherado con una ametralladora, granadas de mano y rifles. Subimos juntos, sin escolta y sin armas. Arriba expliqué la
razón de mi visita. Bajaron. El delegado fue instalado de acuerdo con las órdenes. Se retiraron las fuerzas. No hubo heridos
ni arrestos.” El relato de la CNT califica esta historia como una mentira: Salas empezó a desarmar a los guardias y a obligar
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del camino una ametralladora impidió que siguieran adelante. Salas pidió refuerzos. Los dirigentes
anarquistas le suplicaron que abandonara el edificio. Se negó. La noticia se extendió como un
reguero de pólvora por las fábricas y suburbios obreros.
En dos horas, a las 5, los obreros corrían a los centros locales de la CNT-FAI y POUM, se
armaban y construían barricadas. Desde la época de los calabozos de la dictadura de Primo de
Rivera hasta hoy, la CNT-FAI ha tenido siempre sus comités de defensa locales, con una gran
capacidad para tomar la iniciativa. La poca dirección que hubo en la semana siguiente fue proveída
de esos comités. Casi no hubo disparos la primera noche, ya que los obreros eran aplastantemente
más fuertes que las fuerzas del gobierno, sin estómago para la lucha, se rindió pacíficamente. Luis
Orr, un testigo ocular, escribió:
“La mañana siguiente (martes, 4 de mayo), los obreros armados dominaban la mayor
parte de Barcelona. El puerto, y con él la fortaleza de Montjuich, que domina el puerto y la
ciudad con su cañón, estaba bajo el control de los anarquistas: todos los suburbios de la
ciudad estaban en sus manos; y las fuerzas del gobierno, excepto unas pocas barricadas
aisladas, eran completamente sobrepasadas en número y estaban concentradas en el centro de
la ciudad. La zona burguesa, donde podían ser fácilmente cercados por todas partes como lo
habían sido los rebeldes el 19 de julio de 1936.”
Los relatos de la CNT, el POUM y otros confirman este hecho.
En Lérida, la Guardia Civil rindió las armas a los obreros el lunes por la noche, lo mismo en
Hostafranchs. Los centros del PSUC y Estat Catalá en Tarragona y Gerona fueron tomados por los
militantes del POUM y la CNT como “medida preventiva”. Estos pasos visibles no son más que el
comienzo de lo que pudo haberse hecho, ya que las masas catalanas estaban en aplastante mayoría
alineadas bajo la bandera de la CNT. La toma formal de Barcelona, la constitución de un gobierno
revolucionario hubiera llevado, de la noche a la mañana, a la clase obrera al poder. Que el resultado
hubiera sido éste no lo niegan seriamente ni los dirigentes de la CNT ni los del POUM18.
Esta es la razón por la que izquierda en las filas de la CNT y el POUM, secciones de la
a los trabajadores de teléfonos a levantar las manos; los guardias de los pisos superiores se retiraron al día siguiente como
parte de un acuerdo general de retirarse ambas partes -que el Gobierno violó rápidamente-. Las cuatro diferentes versiones
estalinistas son testigos de la dificultad para ocultar la verdad: querían terminar con el control obrero de la Telefónica y lo
hicieron.
18 Incluso el dirigente del ILP Fenner Brockway, siempre a la derecha del POUM, en este caso concede que
“durante dos días los obreros estuvieron a la cabeza. Una acción intrépida y unida de los dirigentes de la CNT podría
haber derribado al Gobierno”.
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juventud Libertaria, los Amigos de Durruti y los bolcheviques-leninistas pedían la toma del poder de
los obreros a través del desarrollo de órganos democráticos de defensa (soviets). El 4 de mayo, los
bolcheviques leninistas sacaron el siguiente panfleto, distribuido en las barricadas:
“VIVA LA OFENSIVA REVOLUCIONARIA
No a los compromisos. Desarme de la Guardia Nacional Republicana y la Guardia de
Asalto reaccionaria. Este es el momento decisivo. La próxima vez será muy tarde. Huelga
general en todas las industrias, excepto n las ligadas a la continuación de la guerra, hasta que
el gobierno reaccionario dimita. Sólo el poder proletario puede asegurar la victoria militar.
¡Armamento completo de la clase obrera! ¡Viva la unidad de acción de la CNT- FAI-
POUM! ¡Viva el frente revolucionario del proletariado! ¡Comités de defensa revolucionaria en
talleres, fábricas y barrios!
Sección española del Partido Bolchevique-Leninista (Cuarta Internacional)”
Los panfletos de los Amigos de Durruti pidieron “una junta revolucionaria, el desarme de la
Guardia de Asalto y Nacional Republicana”, aclamaron al POUM por unirse a los obreros en las
barricadas, juzgaban la situación con idénticas concepciones que los bolcheviques-leninistas.
Adheridos todavía a la disciplina de sus organizaciones, y sin sacar propaganda independiente, la
Izquierda del POUM, la Izquierda de la CNT y la Juventud Libertaria estaban de acuerdo con las
perspectivas de los bolcheviques-leninistas.
Sin duda estaban en lo correcto. Ningún defensor de los dirigentes del POUM o de la CNT
ha alegado ningún argumento contra la toma del poder que se mantiene en nuestro análisis.
Ninguno de ellos se atreve a negar que los obreros pudieran tomar fácilmente el poder en Cataluña.
Alegan tres argumentos para defender la capitulación: Que la revolución hubiera sido aislada,
limitada a Cataluña y derrotada desde fuera; que los fascistas hubieran podido en ese momento
crítico penetrar y ganar; que Inglaterra y Francia habrían aplastado la revolución con una
intervención directa. Examinemos de cerca estos argumentos:
1. Aislamiento de la revoluáón: La forma más plausible y radical dada a este argumento se basa en
una analogía con la “manifestación armada” de julio de 1917 en Petrogrado. “Ni siquiera los
bolcheviques en julio de 1917 se decidieron a tomar el poder y se limitaron a la defensa, sacando a
las masas fuera de la línea de fuego con las mínimas víctimas posible.” Irónicamente, el POUM, ILP,
piveristas y otros apologistas que usan este argumento son precisamente los que han estado
recordando innecesariamente “a los sectarios trotskistas” que “España no es Rusia”, y que, por
consiguiente, la política bolchevique no es aplicable.
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El análisis trotskista, es decir, bolchevique, de la revolución española, sin embargo, se ha
basado siempre en las condiciones concretas de España. En 1931 advertimos que el ritmo rápido de
los acontecimientos de Rusia en 1917 no se repetiría en España. Por el contrario, hemos usado la
analogía de la Gran Revolución francesa que, empezando en 1789, pasó por una serie de etapas
antes de llegar a su culminación en 1793. Precisamente porque nosotros los trotskistas no
esquematizamos los acontecimientos históricos, no podemos tomar seriamente la analogía con julio
de 191719.
La manifestación armada estalló en Petrogrado solamente cuatro meses después de que las
tesis de abril de Lenin habían dado una dirección revolucionaria al Partido Bolchevique. “La gran
mayoría de la población del gigantesco país estaba sólo empezando a emerger de las ilusiones de
febrero. En el frente estaba un ejército de 12 millones de hombres que por entonces sólo conocían
los primeros rumores sobre los bolcheviques. En esas condiciones, la insurrección aislada del
proletariado de Petrogrado hubiera llevado inevitablemente a su aplastamiento. Era necesario ganar
tiempo. Estas fueron las circunstancias que determinaron la táctica de los bolcheviques.”
Sin embargo, en España, mayo de 1937, vino tras seis años enteros de revolución en los que
las masas habían acumulado una experiencia gigantesca. Las ilusiones democráticas de 1931 habían
sido quemadas ya. Podemos citar testimonios de la CNT, POUM, dirigentes socialistas de que las
renovadas ilusiones democráticas nunca prendieron en las masas -en febrero de 1936 votaron no
por el Frente Popular, sino contra Gil-Robles y por la liberación de los prisioneros políticos. Una
vez tras otra las masas habían demostrado que estaban preparadas para llegar al final: las numerosas
luchas armadas dirigidas por los anarquistas, las incautaciones de la tierra durante seis años, la
revuelta de octubre de 1934, la comuna asturiana, la toma de las fábricas y el campo después del 19
de julio. La analogía con Petrogrado de julio de 1917 es infantil.
Doce millones de soldados rusos, escasamente toca os por la propaganda bolchevique,
estaban listos para ser utilizados contra Petersburgo en 1917. Pero en España más de la mitad de las
fuerzas armadas eran miembros de la CNT; casi otro tercio de la UGT, la mayoría de ellos
socialistas de izquierda o bajo su influencia. Aunque admitamos que la revolución no se extendería
inmediatamente a Madrid, esto es muy diferente a asegurar que el gobierno de Valencia encontraría
tropas para destruir la República Obrera Catalana. Inmediatamente después de los acontecimientos
de mayo, las masas de la UGT mostraron su clara oposición a las medidas represivas tomadas contra
el proletariado catalán. Esa fue una razón por la que Largo Caballero tuvo que salir del gobierno.
Razón de más para que no pudiesen ser usadas contra una república obrera victoriosa. Ni siquiera
19 Leon Trotski, La revolución en España, abril 1931; La revolución española en Peligro, 1931, Pioneer Publishers,
Nueva York.
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las filas estalinistas hubieran dado un ejército de masas para este propósito: una cosa es conseguir
obreros y campesinos políticamente retrasados para limitar la lucha por una república democrática y
otra totalmente diferente usarlos para aplastar una república obrera. Cualquier intento del bloque
estalinista-burgués de unir una fuerza proletaria hubiera precipitado simplemente la extensión del
estado obrero a toda la España republicana.
Podemos afirmar, además, que el ejemplo de Cataluña hubiera sido seguido en todas partes.
¿Pruebas? Mientras el bloque estalinista-burgués trataba de consolidar la república burguesa fue
obligado, no obstante, por el ambiente revolucionario a lanzar el slogan: “Acabemos primero con
Franco y después hagamos la revolución.” Era un slogan muy inteligente, bien estudiado para
mantener a las masas quietas. Pero el hecho de que la contrarrevolución necesitara este slogan
demuestra que basaba sus esperanzas para la victoria sobre la revolución, no en el acuerdo de las
masas, sino en la amarga tolerancia de las mismas. Apretando los dientes, las masas decían: “Tenemos
que esperar hasta que hayamos acabado con Franco, luego acabaremos con la burguesa y sus
lacayos.” Esta idea, muy generalizada, hubiera desaparecido a la vista del ejemplo de Cataluña. Ese
ejemplo hubiera acabado con la idea de “debemos esperar”.
El ejemplo de Cataluña no hubiera afectado sólo al lado republicano. Ya que una España
obrera se hubiera embarcado en una guerra revolucionaria contra el fascismo y hubiera desintegrado
las filas del ejército de Franco, más que con armas militares con armas políticas. Todas las armas
políticas contra el fascismo que el Frente Popular había negado permiso para usar, que sólo pueden
ser usadas por una república obrera, se enfrentarían ahora a Franco. Trotsky escribió unos días
después del 19 de julio:
“Una guerra civil se hace, como todo el mundo sabe, no sólo con armas militares, sino
también políticas. Desde un punto de vista puramente militar, la revolución española es
mucho más débil que su enemigo. Su fuerza está en su habilidad para mover a las grandes
masas a la acción. Puede incluso tomar el ejército (de Franco) de las manos de los ofíciales
reaccionarios. Para conseguir esto sólo es necesario avanzar seria y valientemente el programa
para la revolución socialista.
Es necesario proclamar que desde ahora en adelante la tierra, las fábricas y talleres
pasarán de las manos de los capitalistas a las del pueblo. Es necesario avanzar rápidamente
hacia la realización de este programa en las provincias donde los obreros están en el poder.
El ejército fascista no podría resistir la influencia de un programa así: los soldados atarían a
sus oficiales de pies y manos y los entregarían en el cuartel más próximo de milicias obreras.
Pero los ministros burgueses no pueden aceptar este programa. Reprimiendo la revolución
social obligan a los obreros y campesinos a derramar diez veces más sangre en la guerra
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civil.”
La predicción de Trotsky demostró ser demasiado correcta. El gobierno del Frente Popular,
temiendo a la revolución más que a Franco, no lanzaba ninguna propaganda dirigida a los
campesinos integrados en las fuerzas de Franco y detrás de sus líneas. El gobierno se negó a
prometer el campo a los campesinos y esa promesa no hubiera bastado a no ser que el gobierno
hubiera decretado realmente dar el campo a los comités de campesinos en sus propias regiones,
desde donde, por mil caminos, las noticias se hubieran extendido a los campesinos en el resto de
España. Al temer a la revolución más que a Franco, el gobierno había rechazado toda propuesta
(incluyendo las de Abd-el-Krim y otros moros) de incitar la revolución de Marruecos bajo una
declaración de independencia de Marruecos. Como temía a la revolución más que a Franco, el
gobierno apeló al proletariado internacional para que consiguiera que “sus” gobiernos ayudaran a
España, pero nunca apeló al proletariado internacional para que ayudara a España a pesar y en
contra de sus gobiernos.
Nosotros no somos doctrinarios. No declaramos la revolución todos los días. Juzgamos por
nuestro análisis concreto de las condiciones en España en mayo de 1937 que, si la república obrera
se hubiera establecido en Cataluña, no hubiera sido aislada o aplastada. Se hubiera extendido
rápidamente al resto de España.
2. Los fascistas hubieran penetrado de parte a parte: La segunda excusa para no tomar el poder en
Cataluña sobrepasa a la primera hasta el punto de negar implícitamente el efecto que la toma del
poder tendría sobre las fuerzas de Franco20.
Admitiendo que una revolución proletaria en mayo se hubiera extendido a todo lo largo de la
España republicana, los dirigentes de la CNT argumentaban: “Es evidente que, si lo hubiéramos
querido, el movimiento de defensa se pudo haber transformado en un movimiento puramente
20 Un famoso dirigente anarquista me decía: “Vosotros los trotskistas sois más utópicos de lo que nosotros
pudimos ser nunca. Marruecos está en las manos de Franco, dominado por él con mano de hierro. Nuestra declaración de
independencia de Marruecos no tendría ningún efecto.” Le recordé que la
Declaración de Emancipación de los Esclavos de Lincoln fue dada a conocer mientras los Confederados todavía
controlaban todo el Sur. Los marxistas, por lo menos, deben recordar que Marx y Engels dieron una importancia enorme
a este acto político en la derrota del Sur. Otro anarquista decía: “Nuestros campesinos han tomado el campo ya, pero
todavía no ha afectado a los campesinos bajo Franco.” Al ser preguntado, sin embargo, admitió que los campesinos
temían que el gobierno intentara recobrar el campo después de la guerra. También en Rusia, en noviembre de 1917, los
campesinos tomaron la mayor parte de la tierra. Sin embargo, la cultivaban sombría y temerosamente. El decreto soviético
de nacionalización de tierra transformó la psicología de los campesinos y los hizo partidarios por mayoría aplastante del
régimen soviético.
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libertario. Esto está muy bien, pero... los fascistas hubieran, sin duda, tomado ventaja de esas
circunstancias para romper todas las líneas de resistencia” (García Oliver)21.
Aunque parece referirse, aparentemente, a la situación de mayo en Cataluña, este argumento
es, en realidad, mucho más fundamental: es un argumento en contra de la toma del poder por la clase obrera
durante el curso de la guerra civil.
Esa era también la línea del POUM. El Comité Central sostenía que, en el caso de que el
gobierno se negara a firmar su propia condena a muerte convocando la Asamblea Constituyente
(Congreso de Soldados, Campesinos y Delegados sindicales), sería un error tirar por la fuerza al
gobierno.
Él creía que los obreros protestarían a su tiempo contra la contrarrevolución que el gobierno
estaba llevando a cabo y que la demanda por la tal Asamblea Constituyente se haría tan fuerte que el
gobierno estaría obligado a ceder. Mantenía que una insurrección sería un desaconsejable error,
hasta que los fascistas no hubieran sido derrotados, y había diferencia de opiniones en sus filas
sobre si una insurrección sería necesaria, incluso en ese caso22.
En otras palabras, la CNT y el POUM pedían socialismo a través del gobierno. Pero si el
gobierno no lo otorgaba, entonces debemos esperar por lo menos hasta después de la guerra. En la
práctica todo esto esconde la adaptación al slogan estalinista-burgués: “Acabemos con Franco
primero y hagamos la revolución después.”
La táctica del POUM-CNT de esperar hasta que se acabara con Franco significaba,
concretamente, la ruina de la revolución. Ya que, como ya hemos dicho, el slogan estalinista- burgués
de “esperar” estaba destinado a contener a las masas hasta que el estado burgués fuese supremo.
Por esta razón precisamente, el bloque estalinista-burgués y sus aliados anglo-franceses no tenían
intención de terminar con Franco o (más probable) hacer un armisticio con él hasta que la
contrarrevolución hubiera consolidado su poder en la España republicana.
Hemos comentado ya la negativa del Frente Popular a lanzar propaganda revolucionaria para
desintegrar las fuerzas de Franco. Pero en el campo de la lucha puramente militar, también el
gobierno se negó a combatir a Franco de forma concluyente. Más exactamente, no hay una pared
entre las tareas políticas y militares en una guerra civil. Al temer a la revolución más que a Franco, el
gobierno estaba amasando fuerzas escogidas de soldados y policía en las ciudades, y, en
consecuencia, retirando hombres y armas necesarios en el frente. Temiendo a la revolución más que
a Franco, el gobierno estaba llevando a cabo la estrategia de prolongar la guerra, ya que no podía
21 Discurso en París, “España y el mundo” (anarquista), 2 julio 1937.
22 Fenner Brockway, secretario del Independent Labour Party (Partido Laborista Independiente), La
verdad sobre Barcelona, Londres, 1937.
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finalizarla decisivamente, mientras se llevaba a cabo la contrarrevolución. Temiendo a la revolución
más que a Franco, el gobierno estaba subordinado a los obreros vascos y asturianos al mando de la
traidora burguesía vasca que rendirla pronto el frente del Norte. Temiendo a la revolución más que
a Franco, el gobierno estaba saboteando los frentes de Aragón y Levante que eran mantenidos por
la CNT. Temiendo a la revolución más que a Franco, el gobierno estaba dando a agentes fascistas
(Asensio, Villalba, etc.) la oportunidad de vender fortalezas republicanas a Franco (Badajoz, Irún,
Málaga)23.
La contrarrevolución dio tremendos golpes a la moral de las tropas antifascistas. “¿Por qué
hemos de morir combatiendo a Franco cuando nuestros camaradas son asesinados por el
gobierno?” Este estado de ánimo, tan peligroso en la lucha contra el fascismo, prevalecía tras los
días de mayo y era difícil de combatir.
En todos estos días, pues, la política del gobierno estaba haciendo más fáciles los avances
militares de Franco. El establecimiento de una república obrera hubiera terminado con toda esta
traición, sabotaje y baja moral. Esgrimiendo el instrumento de la planificación estatal, la república
obrera utilizaría, como ningún régimen capitalista podría hacerlo, todos los recursos materiales y
morales de la España republicana.
Lejos de permitir a los fascistas avanzar, sólo el poder obrero podría llevar a la victoria sobre
Franco.
3. La amenaza de intervención: La CNT, desalentadamente, hablaba de barcos de guerra ingleses
y franceses que habían aparecido en el puerto, el 3 de mayo, de planes de desembarco de tropas
anglo-francesas. “En el caso del triunfo del comunismo libertario, hubiera sido aplastado más tarde
por la intervención de los poderes capitalistas y democráticos” (García Oliver).
Las referencias de la CNT a determinados barcos de guerra, a un complot concreto,
oscurecían deliberadamente e carácter fundamental del asunto: toda revolución social debe enfrentarse al
peligro de la intervención capitalista. La Revolución rusa hubo de sobrevivir a la guerra civil financiada
por los capitalistas y a la intervención directa imperialista. La Revolución húngara fue aplastada por
la intervención, así como por sus propios errores. Sin embargo, cuando las socialdemocracias
alemana y austríaca justificaban la estabilización de sus repúblicas burguesas porque los Poderes
Aliados intervendrían contra los estados socialistas, los socialistas y comunistas revolucionarios del
mundo entero -y los anarquistas- denunciaron a los Kautskys y Bauers de traidores y estaban en lo
cierto.
El proletariado austríaco y alemán, decían entonces los revolucionarios, debe tener en cuenta
la posibilidad de la derrota a manos de la intervención anglo-francesa porque las revoluciones se
23 La política militar del gobierno es analizada en detalle en los capítulos 15 y 16.
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enfrentan siempre a ese peligro, y esperar al hipotético momento en que los Aliados estén
demasiado ocupados para intervenir, significa perder la coyuntura favorable para la revolución. Pero
los socialdemócratas prevalecieron... y terminaron en los campos de concentración de Hitler y
Schuschnigg.
Ni los círculos de la CNT ni los del POUM se atrevían a mantener que existía una situación
coyuntural específica que hacía la intervención capitalista, en mayo de 1937, más peligroso que en
otra ocasión. Los apologistas simplemente se refieren al peligro de intervención sin añadir análisis
específicos. Nosotros nos preguntamos: ¿Había más peligro de intervención en mayo de 1937 que,
por ejemplo, en el momento de la revolución de abril de 1931? Los obreros tenían todas las ventajas
en mayo de 1937. En 1931 el proletariado europeo estaba hundido por la crisis mundial. Si los
obreros alemanes no habían sido vendidos todavía a Hitler por sus dirigentes -sin luchar- el
proletariado francés estaba tan adormecido como si hubiera sido agotado por un dictador. Francia,
vecina a España, es decisiva para esta última. En mayo de 1937 el proletariado francés estaba
entrando en el segundo año de levantamiento que empezó con las huelgas revolucionarias de junio
de 1936. Es inconcebible que los millones de obreros franceses, socialistas y comunistas, hartos ya
de la neutralidad, y mantenidos a raya por sus dirigentes con gran dificultad, permitieran la
intervención capitalista en España de la burguesía francesa o de cualquier otra. La transformación de
la lucha en España, de lucha por la defensa de la república burguesa en lucha por la revolución
social, encendería a los proletariados francés, belgas e ingleses todavía más que la Revolución rusa,
ya que esta vez la revolución se desarrollaría ante sus propias puertas.
Frente a un proletariado alerta, ¿qué haría la burguesía? La burguesía francesa abriría sus
puertas a España no para intervenir, sino para comerciar, permitiendo al nuevo régimen asegurarse
abastecimientos, o se enfrentaría inmediatamente a una revolución en su casa. La república obrera
española no ayudaría y consentiría, como Caballero y Negrín, la “no- intervención”. Inglaterra,
irremisiblemente atada al destino de Francia, sería disuadida de intervenir por el peso de Francia y
por su propia clase obrera, para quien la revolución ibérica abriría una nueva era. Portugal se
enfrentaría inmediatamente a una revolución en casa. Alemania e Italia, desde luego, intentarían
aumentar su ayuda a Franco. Pero la política anglo-francesa tiene que continuar siendo: ni una
España socialista ni una España de Hitler-Mussolini. Con la esperanza de vencer poco a poco a
ambas partes con el tiempo, el imperialismo anglo-francés se vería obligado a mantener la
intervención italo-germana dentro de unos límites para evitar que el eje Roma-Berlín dominara el
Mediterráneo.
Nosotros, menos que nadie, no necesitamos que se nos diga que todas las potencias
capitalistas tienen en común y buscan en común la destrucción de cualquier amenaza de revolución
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social. Sin embargo, está claro que dos factores que salvaron a la Revolución rusa de ser destruida
por la intervención se daban en mayo de 1937. En 1919 la clase obrera mundial, inspirada por la
revolución, obligó a detener la intervención, mientras los imperialistas no pudieron ahogar sus
diferencias lo suficiente para unirse en un único plan para aplastar la república obrera. Con el
proletariado europeo de nuevo en pie, los imperialistas tratarían de apagar el fuego español con
peligro para ellos.
¡Nosotros, por encima de todo, pedimos ayuda a los obreros del mundo! Vosotros
estalinistas, para quienes las masas no son más que cuerpos para sacrificar que ofrecéis en el altar de
una alianza con los demócratas imperialistas; vosotros burócratas, cuyo menosprecio por las masas,
en cuyas espaldas os apoyáis, os hace olvidar que esas misma masas hicieron posible la Revolución
de Octubre y la victoria en la guerra civil, capital moral y material del que todavía vivís y ¡que se
hunde bajo vuestra incompetente dirección! Sabemos que no os gusta que se os recuerde que en
1919-1922 esa clase obrera mundial salvó a la Unión Soviética de los imperialistas. La capacidad
revolucionaria del proletariado es el factor que habéis llegado a odiar y temer, ya que amenaza
vuestros privilegios.
No somos nosotros, sino los estalinistas, quienes creen posible la coexistencia pacífica del
capitalismo con los estados obreros. Ciertamente el capitalismo europeo no podría soportar
indefinidamente la existencia de una España socialista. Pero la coyuntura específica de mayo de
1937 era lo suficientemente favorable para permitir a una España obrera establecer su régimen
interno y prepararse para resistir al imperialismo tratando de extender la revolución a Francia y Bélgica y entonces
emprender una guerra revolucionaria contra Alemania e Italia, bajo condiciones que precipitarían la revoluáón en los
países fascistas. Esta era la única perspectiva para la revolución en Europa en este período antes de la
próxima guerra, independientemente que empezase la revolución en España o en Francia.
Cualquiera que no acepta esta perspectiva rechaza la revolución socialista. ¿Riesgos? “La historia
sería en verdad muy sencilla de hacer si la lucha se hiciera sólo bajo condiciones favorables
infalibles”, escribía Marx cuando la Comuna de París todavía existía. Claramente veía el “decisivo y
desfavorable accidente... de la presencia de los prusianos en Francia y su situación justo ante París.
Esto lo sabían muy bien los obreros parisinos. Pero también lo sabía muy bien la canalla burguesa de
Versalles. Precisamente por esa razón le ofrecieron a los parisinos la alternativa de luchar o
sucumbir sin lucha. En el caso último la desmoralización de la clase obrera hubiera sido una
desgracia mayor que la caída de algunos “dirigentes”. La lucha de la clase obrera contra la capitalista
y su estado ha entrado en una fase nueva con la lucha en París. Cualesquiera que sean los resultados
inmediatos, ha sido ganado un punto de partida nuevo de importancia mundial.” (Carta a
Kugelmann, 17 de abril de 1871.) Berneri tenía razón. Aplastada entre los franco-prusianos y
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Versalles-Valencia, la comuna de Cataluña hubiera podido producir la llama que incendiara al
mundo. Y ¡bajo condiciones en comparación más favorables que las de la comuna!
Hemos tratado de analizar lo más seriamente posible las razones dadas por los dirigentes
centristas para no declarar una lucha por el poder contra la contrarrevolución. Al ser centristas y no
reformistas descarados, han tratado de justificar su capitulación con referencias a la situación
“especial” y “especifica de España en el mes de mayo de 1937, pero sin darnos los detalles precisos.
Tras concienzudo examen, hemos encontrado que, como es corriente en todas estas coartadas, las
referencias a lo específico son falsas y ocultan un retroceso fundamental del camino revolucionario.
De hecho, no son los errores, sino las diferencias de principios, a escala mundial y de clase, lo que
separa a los dirigentes revolucionarios de los centristas y reformistas.
La mañana del martes 4 de mayo, los obreros armados en las barricadas por toda Barcelona,
se sintieron de nuevo, como el 19 de julio, amos de su mundo. Como el 19 de julio, los elementos
burgueses y pequeño-burgueses se escondían en sus casas. Los sindicalistas del PSUC permanecían
pasivos. Sólo una parte de la policía, los guardias armados del PSUC y los gamberros del Estat
Catala estaban en las barricadas del gobierno. Estas barricadas se limitaban al centro de la ciudad,
rodeadas por los obreros armados. El estado de cosas lo indica la primera alocución por radio de
Companys: una declaración de que la Generalitat no era responsable por la provocación de la
Telefónica. Cada sección de la periferia de la ciudad, dirigida por sus comités de defensa locales y
ayudadas por grupos del POUM, FAI y las Juventudes Libertarias, estaba bajo firme control obrero.
Casi no hubo un disparo el lunes por la noche, así de completo era el control obrero. Todo lo que
quedaba por hacer para establecer la supremacía era coordinar y unir la acción dirigida desde el
centro... En el centro, la Casa de la CNT, los dirigentes prohibieron toda acción y ordenaron a los
obreros abandonar las barricadas24.
No era la organización de las masas armadas lo que le interesaba alos dirigentes de la
CNT, sino las interminables negociaciones con el gobierno. Este juego le venía al gobierno
perfectamente: contener a las masas sin dirección en las barricadas engañándoles con esperanzas de
que se encontraría una solución decente. La reunión en el Palacio de la Generalitat se prolongó hasta
las seis de la mañana. Las fuerzas del gobierno tuvieron de esta manera suficiente tiempo para
fortificar los edificios del gobierno y, como los fascistas en julio, ocupar las torres de la catedral.
El martes por la mañana, a las once, se reunieron los funcionarios, no para organizar la
defensa, sino para elegir un nuevo comité que negociara con el gobierno. Ahora Companys presentó
24 Por los relatos críticos de los acontecimientos de los días siguientes, estoy en deuda con dos camaradas
americanos, Lois y Charles Orr (este último fue editor de Spanish Revolution del POUM, en inglés), y con el reportaje
largo y documentado del bolchevique-leninista español que aparecía en la Lutte Ouvriere el 10 de junio de 1937.
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una cara nueva. Desde luego, podemos llegar a un acuerdo amigable; todos somos antifascistas, etc.,
decían Companys y el premier Tarradellas, pero no podemos seguir negociando mientras las calles
no estén limpias de hombres armados. Entonces, el Comité Regional de la CNT paso el martes
entero ante los micrófonos pidiendo a los obreros que abandonen las barricadas: “Os suplicamosque
depongáislas armas. Pensad en la gran tarea común a todos... Unidad antes que
nada. Deponed las
armas. Sólo un slogan: ¡Hemos de esforzarnos para derrotar al fascismo! Solidaridad Obrera tuvo la
desfachatez de aparecer con la historia del ataque a la Telefónica del lunes en la página 8 -para no
alarmar a las milicias del frente a las que iban cientos de miles de copias- sin mencionar siquiera las
barricadas que se levantaron y sin otras directrices que “mantened la calma”. A las 5, las
delegaciones de los Comités Nacionales de la UGT y la CNT llegaban de Valencia y juntas lanzaron
una llamada al pueblo para que depusieran las armas. Vázquez, secretario general de la CNT, se unió
a Companys en las llamadas por radio. La noche se pasó en nuevas negociaciones -el gobierno
estaba siempre dispuesto a llegar a acuerdos que incluyeran el abandono de las barricadas por los
obreros-, de las que salió un acuerdo para un Gabinete provisional de cuatro: uno de la CNT, otro
del PSUC, otro del Sindicato Campesino y otro de la Esquerra. Las negociaciones fueron
interrumpidas con peticiones a los dirigentes más destacados de la CNT para que fuesen a los
lugares en que los trabajadores estaban atacando, como en Coll Blanch, donde los trabajadores
tenían que ser persuadidos de no llevar a cabo la ocupación de los cuarteles. Mientras, otras llamadas
estaban llegando -de la Base de los Obreros del Cuero, del Sindicato Médico, del Centro Local de la
juventud Libertaria- pidiendo al Comité Regional que mandara ayuda, la policía estaba atacando...
Miércoles: Ni las numerosas súplicas por radio, ni la declaración conjunta de la CNT- UGT,
ni el establecimiento de un nuevo Gabinete, habían movido a los obreros armados de las barricadas.
En las barricadas, obreros anarquistas rompían Solidaridad Obrera y amenazaban con puños y armas a
las radios cuando Montseny, después de que Vázquez y García Oliver hubiesen fallado, había sido
llamada apresuradamente de Valencia -exhortaba a las barricadas a dispersarse-. Los Comités de
defensa local informaban a la Casa de la CNT: los obreros no saldrían sin condiciones. Muy bien, les
damos condiciones. La CNT radió las propuestas que le estaba haciendo al gobierno: cese de
hostilidades, cada partido mantendría sus posiciones, la policía y civiles que luchaban al lado de la
CNT (es decir, no- miembros) se retirarían completamente, los comités responsables serian
informados inmediatamente si en alguna parte se rompía el pacto, no se respondería a los disparos
aislados, los defensores de centros sindicales se mantendrían pasivos y esperarían información
posterior El Gobierno anunció enseguida su acuerdo con las proposiciones de la CNT. ¿Cómo no?
El único objetivo del gobierno era terminar con la lucha de las masas, lo mejor romper la resistencia
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indefinidamente. Más todavía, el “acuerdo” no obligaba al gobierno a nada. El control de la
Telefónica, desarme de las masas, no fueron -a propósito- mencionados. El acuerdo fue seguido por
la noche con órdenes de la CNT y UGT (recuérdese, más tarde controlada por los estalinistas)
locales de volver al trabajo. “Las organizaciones y partidos antifascistas reunidos en sesión en el
Palacio de la Generalitat han resuelto el conflicto que ha creado esta situación anormal”, decía la
declaración conjunta. “Estos acontecimientos nos han enseñado que de ahora en adelante
tendremos que establecer relaciones de cordialidad y camaradería, cuya falta hemos sentido tan
profundamente durante los días pasados.” Sin embargo, como Souchy admite, las barricadas
permanecían completamente defendidas durante el miércoles por la noche.
Pero el jueves por la mañana el POUM ordenó a sus miembros que dejaran las barricadas,
algunas todavía bajo el fuego. El martes, el Manifiesto de los Amigos de Durruti, hasta ahora frío
con el POUM, había aclamado su venida a las barricadas como una demostración de que era una
“fuerza revolucionaria”. La Batalla del martes había permanecido dentro de los limites de la teoría
de que no debería hacer una insurrección para derribar el gobierno durante la guerra civil, pero
había pedido la defensa de las barricadas, la dimisión de Salas y Ayguade, abolición de los decretos
de disolución de las patrullas obreras. Limitado como era este programa, contrastaba con la
apelación del Comité Regional de la CNT por la retirada de las barricadas de tal manera que el
prestigio del POUM creció entre las masas anarquistas. El POUM tuvo una oportunidad sin igual de
ponerse a la cabeza del movimiento.
En vez de eso la dirección del POUM, una vez más, puso su destino en las manos de la
dirección de la CNT. No hizo ninguna propuesta pública ante las masas, a la CNT, para llevar a
cabo acciones conjuntas, propuestas que hubiesen permitido a la revolución incipiente exigir de sus
dirigentes el dar pasos específicos adelante -durante un año entero el POUM, respetuosamente
servil con los dirigentes de la CNT —no había hecho ni una propuesta aislada, con carácter
especifico, de frente unido, y solamente una conferencia entre bastidores con el Comité Regional de
la CNT. Cualesquiera que fueran las propuestas del POUM, serían rechazadas. ¿No estáis de
acuerdo? Entonces no diremos nada sobre ellas. Y a la mañana siguiente (5 de mayo) La Batalla no
tenía nada que decir sobre las proposiciones del POUM a la CNT, sobre la cobarde actitud de los
dirigentes de la CNT, su negativa a organizar la defensa, etc.25. En vez de eso: “El proletariado
25 Spanish Revolution, el boletín en lengua inglesa del POUM (19 mayo 1937), dice: “Atrapada en las riendas del
gobierno (la CNT), trata de salvar la valla con una „unión‟ de las fuerzas de la oposición... La actitud de la CNT encontró
mucha resistencia y protestas. El grupo „Amigos de Durruti‟ hizo surgir a la superficie el deseo unánime de las masas de la
CNT, pero no pudo tomar la dirección... Los obreros, que estaban profundamente heridos por la capitulación de su
federación sindical, están ahora buscando una dirección nueva en otros campos. El POUM debería dársela.” Estas
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barcelonés ha ganado una batalla parcial contra la contrarrevolución.” Y veinticuatro horas más
tarde: “Al haber sido rechazada la provocación contrarrevolucionaria hay que dejar las calles.
Trabajadores, volved al trabajo” (La Batalla, 6 de mayo).
Las masas habían pedido la victoria sobre la contrarrevolución. Los burócratas de la CNT se
habían negado a luchar. De este modo, los centristas del POUM establecían un puente sobre el
abismo existente entre las masas y los burócratas al asegurarse que la victoria había sido conseguida
ya.
Los Amigos de Durruti habían avanzado hasta el frente el miércoles, apelando a los obreros
de la CNT para que rechazaran las órdenes de deserción de la Casa de la CNT y que continuaran la
lucha por el poder obrero. Había acogido calurosamente la colaboración del POUM. Las masas
estaban todavía en las barricadas. El POUM, que contaba por lo menos con 30.000 obreros en
Cataluña, podía inclinar la balanza hacia cualquier lado. La dirección inclinó la balanza del lado de la
capitulación.
Otro golpe, más terrible aún, contra los obreros: El Comité Regional de la CNT denunció
ante toda la prensa -estalinista y burguesa incluidas- a los Amigos de Durruti como agentes -
provocadores; denuncia que fue, sin duda, publicada prominentemente en todas partes el jueves por la
mañana. La prensa del POUM no defendió a las izquierdas anarquistas contra esta repugnante
calumnia.
El jueves estuvo repleto de ejemplos de la “Victoria”, en cuyo nombre el POUM pidió a los
obreros que abandonaran las barricadas.
Por la mañana fue encontrado el cuerpo destrozado de Camillo Berneri en el lugar en que fue
dejado por los guardias del PSUC, quienes lo habían prendido en su casa la noche anterior. Berneri,
dirigente espiritual del anarquismo italiano desde la muerte de Malatesta, dirigente de la revuelta de
Ancona de 1914, escapó de las armas de Mussolini, había combatido a los reformistas (incluyendo a
los líderes de la CNT) en su órgano, Guerra di Classe. Había descrito la política estalinista con tres
palabras: “Huele a Noske.” Había desafiado a Moscú con palabras resonantes: “Aplastada entre los
prusianos y Versalles, la comuna de París prendió la llama que incendió al mundo. Que los generales
Godeds de Moscú recuerden esto.” Había declarado a las masas de la CNT: “El dilema „guerra o
revolución‟ no significan nada ya. El único dilema es: o victoria sobre Franco, con una guerra
palabras tan radicales eran sólo para consumo exterior. Nada semejante aparecía en la prensa regular del POUM. En
general, Spanish Revolution ha dado a los lectores ingleses, que no podían seguir la prensa del POUM en español, una
versión desfigurada de la conducta del POUM; ha sido “una cara de izquierdas”. Digo esto sin ninguna intención de
menospreciar la integridad revolucionaria del camarada Charles Orr, el editor, que apenas podía ser hecho responsable por
la disparidad entre el boletín inglés y la voluminosa prensa española del POUM.
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revolucionaria o derrota.” ¡Qué verdad tan terrible ha sido esta identificación de Noske y los
estalinistas! Lo mismo que Noske, un socialdemócrata, había raptado y asesinado a Rosa
Luxemburgo y a Karl Liebknecht, los demócratas-estalinistas habían asesinado a Camillo Berneri.
Honor a nuestro camarada Camillo Berneri. Recordémoslo con el mismo cariño que a Rosa y
a Karl. Al escribir, camaradas, no puedo evitar el llanto por Camillo Berneri. La lista de nuestros
mártires es tan larga como la vida de la clase obrera. Afortunados aquellos que cayeron luchando
contra el enemigo de clase, caídos en medio de la batalla al lado de sus camaradas. Más terrible es
morir sólo apuñalado por los que se llaman a sí mismos comunistas o socialistas, como murieron
Karl y Rosa o como mueren nuestros camaradas en las cámaras de ejecución del exilio en Siberia.
Camillo Berneri tuvo una angustia especial: Murió a manos de los “marxistas-leninistas-estalinistas”,
mientras sus amigos más próximos, Montseny, García Oliver, Peiró, Vázquez, entregaban al
proletariado barcelonés a sus verdugos. Jueves, 6 de mayo de 1937. Recordemos ese día.
El gobierno y los dirigentes anarquistas habían ido a Lérida el miércoles a detener un piquete
de 500 milicios del POUM y tropas de la CNT que se movían rápidamente desde Huesca, con
artillería ligera. Representantes de Valencia y la Generalitat habían prometido que si las tropas no
avanzaban, el gobierno intentaría no traer más tropas a Barcelona, Con esta promesa y la insistencia
de los dirigentes anarquistas las tropas obreras se detuvieron. El jueves, sin embargo, llegó una
llamada telefónica de militantes de la CNT desde una ciudad de la carretera de Valencia a Barcelona:
5.000 guardias de Asalto están en camino. ¿Los detenemos?, preguntan los obreros de la CNT. Los
dirigentes de la CNT ordenaron que se dejara pasar a los guardias, no dijeron nada a las tropas
obreras que esperaban en Lérida y ocultaron la noticia que los guardias estaban en camino.
El jueves a las tres, la Casa de la CNT ordenaba a su guardia abandonar la Telefónica. El
gobierno y la CNT habían llegado a un acuerdo: ambos lados deberían retirar sus fuerzas armadas.
Tan pronto como los guardias de la CNT se habían ido, la policía ocupó el edificio y trajo
partidarios del gobierno para que se encargaran del trabajo técnico en lugar de los obreros de la
CNT. Habéis roto la promesa, se quejaba la CNT al gobierno. La Generalitat contestó fait accompli,
no se puede revocar. “Si los obreros en sus barrios hubieran sido informados inmediatamente de
este acontecimiento -admite el portavoz de la CNT, Souchy-, sin duda hubieran insistido en tomar
medidas firmes y hubieran vuelto al ataque.” En resumen: los ultrademócratas, dirigentes
anarquistas de la CNT, simplemente habían ocultado las noticias.
Bajo las órdenes de la Casa de la CNT, los empleados de teléfonos habían servido todas las
llamadas durante la lucha: revolucionarias y contrarrevolucionarias. Una vez que el gobierno se hizo
con el teléfono, sin embargo, la CNT y FAI locales fueron desconectadas del centro.
En las calles por las que los obreros tenían que pasar de ida y vuelta del trabajo, como la
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CNT-UGT habían ordenado, la policía y los guardias del PSUC registraban a los transeúntes,
rompiendo los carnets de la CNT y arrestando a los militantes de la CNT.
A las cuatro, la estación principal de ferrocarril de Barcelona, que estaba en manos de la CNT
desde el 19 de julio, fue atacada por la Guardia de Asalto y los guardias del PSUC, con
ametralladoras y granadas de mano. La pequeña fuerza de la CNT que estaba de guardia trató de
pedir ayuda por teléfono... A las cuatro, el general Pozas se presentaba al ministro de Defensa de
Cataluña (un ministro CNT) y cortésmente le informaba al camarada ministro que el puesto de
ministro catalán de Defensa había dejado de existir, que los ejércitos catalanes eran ahora la Cuarta
Brigada del Ejército Español con Pozas al mando. El Gabinete de Valencia había tomado esta
decisión por la autoridad que le daban los decretos militares por un comando unificado, firmados
por los ministros de la CNT. La CNT, desde luego, rindió el control a Pozas.
Terribles noticias desde Tarragona. El miércoles por la mañana una enorme fuerza policial
había aparecido y había tomado teléfonos. La CNT había pedido inmediatamente la inevitable
conferencia. Mientras las negociaciones continuaban, los republicanos y estalinistas se estaban
armando; al día siguiente asaltaron el centro de la juventud Libertaria. Después de esto, la CNT
pidió otra conferencia en la que fueron informados que la Generalitat había dado órdenes precisas
de destruir las organizaciones anarquistas si no rendían las armas. (Recordemos que estas órdenes
venían de un gobierno en el que se sentaban ministros anarquistas), Los representantes de la CNT
acordaron rendir las armas si el gobierno libertaba a todos los arrestados, sustituía a la Policía y a los
hombres del PSUC por regulares del ejército, y garantizaba inmunidad de ataque para los miembros
de la CNT y sus oficinas.
El capitán Barbeta, delegado del gobierno, desde luego aceptó. La CNT entregó las armas y
durante la noche la Guardia de Asalto ocupó los edificios de la CNT y mató a una veintena de
anarquistas, entre ellos Pedro Rúa, el escritor uruguayo, venido a luchar contra el fascismo y elevado
a comandante de las milicias. La Casa de la CNT señaló que esto era “romper la palabra de honor
dada la noche anterior por las autoridades”. Mientras tanto, ni una palabra de todo esto fue
transmitida a las masas barcelonesas, aunque la Casa CNT- FAI conoció los acontecimientos
minuto a minuto26.
Jueves, seis de la tarde: Noticias llegaban a la Casa de la CNT: el primer destacamento de
Valencia, 1.500 guardias de asalto, había llegado a Tortosa de camino a Barcelona. La Casa de la
CNT había mandado previos mensajes de no oponerse a ellos, todo estaba previsto, etc. La Guardia
de Asalto ocupó todos los edificios CNT-FAI- Juventudes Libertarias de Tortosa, arrestando a todo
el que encontraban, llevándose a algunos, esposados, a las cárceles de Barcelona.
26 Hasta el 15-16 de mayo no contaron la noticia. Solidaridad Obrera.
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Las masas no sabían nada de los acontecimientos de Tarragona, Tortosa, la Telefónica, Pozas,
la venida de la Guardia valenciana... Pero los ataques a obreros en las calles, en las estaciones de
ferrocarril, la reapertura del fuego de las barricadas, azuzó a muchos que se habían ido de las
barricadas a volver.
Como respuesta a los catastróficos acontecimientos del jueves, la Casa de la CNT “mandó
una nueva delegación al gobierno a enterarse de qué trataban de hacer” (Souchy), pero sin esperar a
saber lanzó un nuevo y tranquilizante manifiesto: Mientras las barricadas aún retumbaban, la Casa
de la CNT declaraba:
“Ahora que hemos vuelto a la normalidad, y 105 responsables de la insurrección han
sido dimitidos de sus puestos públicos, cuando todos los obreros han vuelto a sus trabajos, y
Barcelona está en calma una vez más... , la CNT y FAI continúan colaborando lealmente
como en el pasado con todos los sectores políticos y sindicales del frente antifascista. La
mejor prueba de esto es que la CNT continúa colaborando con el gobierno central, el
gobierno de la Generalitat y todas las municipalidades... La prensa de la CNT pide calma y la
vuelta de la población al trabajo. Las noticias dadas por radio a los sindicatos y a los comités
de defensa no eran más que peticiones de calma.
Una prueba más de que la CNT no ha querido romper y no ha roto el frente
antifascista, está en que cuando se formó el gobierno de la Generalitat, el 5 de mayo, los
representantes de la CNT de Cataluña le ofrecieron toda clase de facilidades y el secretario de
la CNT entró a formar parte del gobierno...
Los miembros de la CNT que controlaban el Consejo de Defensa (Ministerio) de la
Generalitat, dieron órdenes a todas sus fuerzas de no intervenir de ningún lado del conflicto.
Y también se aseguraron de que sus órdenes fueran cumplidas.
El Comité de Defensa de la CNT dio órdenes también a cada distrito de Barcelona que nadie
debería venir de allí al centro a responder a las provocaciones. Esas órdenes
también fueron obedecidas porque nadie, en realidad, vino al centro a responder a las
provocaciones.
Se le han tendido muchas trampas a la CNT hasta el último momento, pero la
CNT ha permanecido firme en su postura y no ha permitido ser provocada... ”
Jueves por la tarde: El PSUC y la Guardia de Asalto continuaron sus redadas, arrestos,
disparos. Así, pues..., la Casa CNT-FAI mandó una delegación al gobierno con nuevas propuestas
para el cese de hostilidades: todos los grupos deberían retirar sus guardias armados y patrullas de las
barricadas; liberar a los prisioneros; no represalias.
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Noticias de Tarragona y Reus, “donde miembros del PSUC y Estat Catalá aprovecharon la
presencia de algunos guardias de Asalto de camino hacia Barcelona, utilizaron su ventaja temporal
para desarmar y matar obreros” (Souchy).
“La CNT intentaba conseguir una promesa del gobierno en Valencia y Barcelona de que la
Guardia de Asalto no entraría en la ciudad inmediatamente (!), sino que sería detenida fuera de los
límites de la ciudad hasta que la situación se hubiera aclarado... Eran, en cierto modo, escépticos en
lo que se refiere a la seguridad de que las tropas que se aproximaban serían leales a los obreros.”
Pero ese escepticismo (¿cuándo apareció?) no había sido compartido por los ministros de la CNT en
los gabinetes de Valencia y Cataluña que habían votado por la toma del control del orden público en Cataluña
por el gobierno central. El Ministerio de Orden Público de Cataluña había dejado de existir, por tanto, el
5 de mayo.
La noche del 6 al 7 de mayo: “Una vez más los anarquistas se ofrecían a negociar, deseosos
de terminar con el conflicto.” El gobierno, desde luego, estaba siempre dispuesto a negociar
mientras sus fuerzas rompían las espaldas de la clase obrera bajo la cobertura que le daba Casa CNT.
Los obreros anarquistas de los alrededores se habían apresurado a defender Tortosa y Tarragona. A
las cuatro, el Comité Provincial -la dirección de la CNT en Cataluña fuera de Barcelona- informaba
a Casa CNT-FAI que estaban preparados para contener a los guardias de Valencia. No, no debéis,
decía Casa CNT. A las cinco y cuarto, el gobierno y Casa CNT hicieron otro acuerdo: armisticio,
todo el mundo debería abandonar las barricadas, ambas partes liberarían los prisioneros, las patrullas
obreras reanudarían sus funciones... De nuevo el Comité Regional radió a los obreros: “Habiendo
llegado a un entendimiento..., deseamos notificaras... el establecimiento completo de paz y calma...
Mantened esa calma y presencia de ánimo... ” Viernes: Obedeciendo órdenes de Casa CNT y FAI,
algunos obreros empezaron a derribar barricadas. Pero las barricadas de la Guardia de Asalto, Estat
Catalá y PSUC permanecieron intactas. La Guardia de Asalto sistemáticamente desarmaba a los
obreros. De nuevo, al ver los obreros que las fuerzas del gobierno continuaban a la ofensiva,
volvieron a las barricadas contra el deseo de la CNT y el POUM. Pero la desilusión y el desaliento
aparecieron: muchos obreros anarquistas habían mantenido la confianza en Casa CNT-FAI hasta el
final; otros, al disminuir su fe, habían mirado hacia los obreros del POUM en busca de dirección
hasta que se les ordenó a éstos abandonar las barricadas. Los Amigos de Durruti y los bolcheviques-
leninistas pudieron traer de nuevo los obreros a las barricadas el jueves y la noche del viernes, pero
no eran lo suficientemente fuertes, no tenían suficientes raíces en las masas para organizarlos para
una larga lucha.
Los guardias de Valencia llegaron el viernes por la noche. Tomaron inmediatamente la prensa
y arrestaron a los dirigentes de Amigos de Durruti. Grupos de guardias patrullaban las calles para
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intimidar a los obreros. “El gobierno de la Generalitat ha aplastado el levantamiento con sus propias
fuerzas”, anunciaba Companys. Escucha, gritaban los dirigentes de la CNT, tú sabes que no era un
levantamiento, tú lo dijiste. “Debemos arrancar de raíz a los incontrolados”, contestaba Companys...
La promesa de liberar prisioneros no fue mantenida; por el contrario, los arrestos en masa
empezaron. No represalias era otra de las promesas; pero las semanas siguientes vieron represalias
brutales llevadas a cabo contra las ciudades y suburbios que se habían atrevido a resistir. El
gobierno, desde luego, mantenía el control de la Telefónica, que fue por lo que había empezado la
lucha. El control de la policía estaba ahora en Valencia, y pronto sería entregado a los estalinistas. El
Ministerio de Defensa y el ejército de Cataluña se habían convertido en propiedad privada de
Valencia, para ir a parar en breve a manos de Prieto. Las patrullas obreras se disolverían pronto con
la aplicación del decreto de Orden Público de Ayguade. La autonomía catalana había dejado de
existir al entrar las fuerzas armadas de Valencia. Ayguade, “destituido”, decía la CNT, iría en una
semana a Valencia a sentarse en el gobierno central como representante de la Generalitat..., en la
que todavía participaba la CNT.
Después de que la Guardia de Asalto entró en Barcelona, La Batalla se quejó: “Esto es una
provocación. Con una demostración de fuerza tratan de convertir nuestra victoria en una derrota.”
Y quejumbrosamente: “Fue el POUM el que aconsejó cesar la lucha, abandonar las calles, volver al
trabajo; fue él -nadie lo puede dudar- uno de los que más contribuyeron a normalizar la situación.”
La docilidad de cordero del POUM no lo salvó, sin embargo, del lobo. Verdaderamente, ¡qué
desastre de políticos que no pueden distinguir una victoria de una derrota!
“No nos sentíamos espiritual o físicamente lo suficientemente fuertes como para tomar la
dirección y organizar a las masas para la resistencia”, había dicho un miembro de la Ejecutiva
Central del POUM a Charles Orr el martes. Así, pues, habían racionalizado su impotencia en una
“victoria” para justificar el poner fin a la lucha.
Supongamos que el POUM hubiera dado la cara y, a pesar de la CNT, hubiera intentado
dirigir a los obreros por lo menos a un armisticio real, por ejemplo, con los obreros, permaneciendo
armados en las calles y las fábricas, preparados para resistir cualquier ataque posterior. Supongamos
incluso que esto no ha ocurrido, que el POUM Y los obreros hubieran sido conquistados por las
armas. “En el peor de los casos -señalaba la oposición del POUM-, se hubiera podido organizar
comités de defensa, basados en representaciones de las barricadas. Ya que esto hubiera sido
suficiente para celebrar una primera reunión de delegados de cada una de las barricadas del POUM
y de la CNT, para nombrar un Comité Central provisional. Durante el martes por la tarde el comité
local del POUM estaba trabajando en este sentido. Pero no encontró entusiasmo en la dirección
central para llevarlo a cabo.” Por lo menos un Cuerpo Central así enraizado directamente en las
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masas habría sido capaz de organizar resistencia contra las redadas, arrestos, supresión de la prensa y
proscripción de los Amigos de Durruti y del POUM.
Ciertamente, un intento de organizar la resistencia no hubiera dado más víctimas de las que
dio la capitulación: 500 muertos y 1.500 heridos, casi todos después de que la CNT empezara a
retroceder el martes por la tarde; algunos cientos más asesinados y heridos durante la “limpieza” de
las semanas siguientes; la “limpieza” de las tropas del POUM y anarquistas se hizo mandándolos en
las semanas siguientes a la línea de fuego sin protección de aviación y artillería; Nin, Mena y otros
líderes del POUM asesinados, miles y decenas de miles encarcelados en el período siguiente. La
capitulación causó por lo menos tantas víctimas como la lucha y la derrota hubieran causado.
La oposición del POUM -y no es una oposición trotskista- tenía razón de más cuando decían
en su Boletín el 29 de mayo.
“Esta derrota, ordenada sin condiciones, sin obtener el control del orden público, sin
la garantía de las patrullas obreras, sin órganos prácticos del frente (unido) obrero, y sin una
explicación satisfactoria a la clase obrera, colocando todos los elementos de lucha -
revolucionaria y contrarrevolucionaria- en el mismo costal, es una de las capitulaciones y
traiciones más grandes hechas al movimiento obrero.”
La férrea lógica de la política es inexorable. La vía equivocada lleva a sus partidarios a
profundidades nunca soñadas. Empeñada en continuar la política de colaboración con el esta do
burgués, la dirección anarquista -¡parece que fue ayer cuando estos hombres desalaban a la
monarquía a muerte!- estaba sacrificando las vidas y futuros de sus seguidores de la manera más
cobarde. Agarrados a las faldas de la CNT, los dirigentes del POUM fueron retirando obreros de las
barricadas todavía bajo el fuego. Ellos, menos que nadie, se hubieran creído, hace un año, capaces
de caer tan bajo... Dirigentes que han traicionado a los obreros como ellos lo han hecho están
irrevocablemente perdidos para el movimiento revolucionario; no pueden volverse atrás, admitir su
terrible complicidad... , pero también dan pena, pues al día siguiente de su traición, la burguesía,
reforzada de esta manera, se librará de ellos.
Recordemos a los apologistas del POUM otro aspecto en el que su analogía con Petersburgo,
en julio de 1917, no se mantiene. El fracaso de la “manifestación armada” fue seguido por una caza
salvaje de los bolcheviques: Trotsky fue encarcelado, Lenin y Zinoviev se escondieron; los
periódicos bolcheviques fueron reprimidos. Se levantó el descrédito: los bolcheviques son agentes
alemanes. En cuatro meses, sin embargo, los bolcheviques llevaron a cabo la Revolución de
Octubre. Escribo esto seis meses después de los días de mayo y el POUM todavía está aplastado,
muerto. La analogía no se mantiene en este punto por que la diferencia está en que: los bolcheviques
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se colocaron sin miedo a la cabeza de la revolución de julio y de este modo se convirtieron en carne
y hueso de las masas, mientras el POUM volvió la espalda a las masas y las masas, a cambio, no
sintieron ninguna necesidad de salvar al POUM.
XI. La destitución de Largo Caballero
La derrota del proletariado catalán marcó una nueva etapa en el avance de la
contrarrevolución. Hasta ahora, la contrarrevolución se había desarrollado encubierta por la
colaboración de los dirigentes de la CNT y de la UGT e incluso, de septiembre a diciembre, en la
Generalitat de los dirigentes del POUM. Así, el abismo entre el programa abiertamente burgués del
bloque estalinista-burgués y las aspiraciones revolucionarias de las masas había sido oscurecido por
los centristas27. Ahora ha llegado el momento para el bloque estalinista-burgués de prescindir de los
centristas.
El proceso es muy familiar en la historia de los últimos años. Cuando los golpes dados a la
izquierda han fortalecido suficientemente la derecha, ésta está capacitada para volverse contra los
centristas, cuyos servicios, hasta ahora, habían sido indispensables para quebrantar la izquierda. El
resultado de la represión de los obreros revolucionarios es un régimen más de derechas que el que
los reprimió. Exactamente el mismo fue el resultado de la represión de los espartaquistas en 1919
por Noske y Sheidemann. Como lo fue el resultado de la “estabilización” de Austria por Renner y
Bauer. Ahora le tocaba el turno a los centristas españoles de pagar el precio por haber consentido el
aplastamiento del proletariado catalán.
El primer punto de la factura presentada por los estalinistas al Gabinete de Valencia fue la
completa supresión del POUM. ¿Por qué el POUM? Como todos los renegados, los estalinistas
comprendían la dinámica del desarrollo revolucionario mejor que sus aliados, que siempre habían
sido reformistas. A pesar de su política vacilante, el POUM tenía en sus filas muchos revolucionarios
que luchaban por los intereses del proletariado. Incluso los líderes del POUM que no estaban
preparados para la revolución, se verían forzados a resistir la contrarrevolución una vez descubierta.
Stalin había comprendido que incluso los que se habían rendido, los Zinovievs y Kamenevs, serían
un peligro el día de la rebelión de las masas. La fórmula de Stalin es: Extirpa cada posible foco, cada
figura capaz, en torno a los cuales las masas puedan reunirse. Esta sangrienta fórmula llevada a cabo
en los juicios de agosto y enero en Moscú, era ahora aplicada a España y al POUM.
La izquierda socialista retrocedió, en uno de sus órganos, Adelante, de Valencia, decía en la
27 Este es el término marxista empleado para describir a las diferentes organizaciones políticas que no son
revolucionarias, pero que tampoco proclaman las doctrinas de colaboración de clases típicas del reformismo.
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editorial del 11 de mayo:
“Si el gobierno de Largo Caballero aplicase las medidas de represión que la sección
española del Komintern trata de incitar, se aproximaría a los gobiernos de Gil-Robles y
Lerroux; destruiría la unidad de la clase trabajadora y nos expondría al peligro de perder la
guerra y hacer fracasar la revolución... Un gobierno compuesto en su mayoría por elementos
del mundo obrero no puede usar métodos reservados para gobiernos reaccionarios y
semifascistas.”
Se convocó el Gabinete el 15 de mayo, y Uribe, el ministro estalinista de Agricultura, planteó
bruscamente la cuestión a Largo Caballero: ¿Estaba preparado para consentir la disolución del
POUM, confiscación de sus emisoras de radio, prensas, edificios, bienes, etc., y encarcelamiento del
Comité Central y de los Comités locales que habían apoyado el levantamiento de Barcelona?
Federica Montseny se despertó con la oportunidad suficiente para presentar un dossier que probaba
que se había preparado un plan, en España y en el extranjero, para sofocar la guerra y la revolución.
Acusó a Lluhi y Vallesca y a Gassol (Esquerra) y a Comorera (PSUC), junto con un representante
vasco, de haber participado en una reunión en Bruselas donde se había acordado aniquilar a las
organizaciones revolucionarias POUM y CNT-FAI, para prepararse para el final de la guerra civil
por medio de la intervención de las “potencias amigas” (Francia-Inglaterra).
Largo Caballero declaró que él no podía presidir sobre la represión de otras organizaciones
obreras y que era necesario destruir la falsa teoría de que había existido un movimiento en contra del
gobierno catalán, mucho menos un movimiento contrarrevolucionario28.
Como los estalinistas continuaron presionando en sus demandas, Montseny mandó traer un
paquete que contenía cientos de bufandas con el escudo de la monarquía. Cientos de ellas habían
sido encontradas en manos de los provocadores del PSUC y de los miembros del Estat Catalá,
quienes las debían de haber colocado en los edificios del POUM y de la CNT. Los dos miembros
estalinistas se levantaron y se apresuraron a abandonar la reunión. Así empezó la crisis ministerial.
Largo Caballero miró a los otros. Esperaba que clarificaran sus posiciones. Los ministros
28 El día 4 de mayo, Adelante, de Valencia (hablando claramente por parte de Largo Caballero), resolvió el
problema de a qué lado de las barricadas apoyar, al mismo tiempo que negaba el significado real de la lucha:
“Comprendemos que esto no es un movimiento contra el poder legítimo. E incluso si fuera una rebelión contra la
autoridad legítima, y nosotros no admitimos que éste sea el caso, en vez de ser una inoportuna y pobremente preparada
colisión entre organizaciones con orientaciones diferentes e intereses políticos y sindicales opuestos entre sí con el frente
general antifascista en que se mueven los grupos proletarios de Cataluña, la responsabilidad por las consecuencias tendría
que ser cargada, naturalmente, a los que provocaron los enfrentamientos.”
- 146 -
burgueses y de Prieto se solidarizaron con los estalinistas y salieron. Así fue la última reunión del
Gabinete de Largo Caballero.
* * *
La prohibición del POUM fue la primera exigencia de la contrarrevolución, pero los
estalinistas siguieron planteando otras exigencias básicas por las que Largo Caballero y la izquierda
socialista no quisieron aceptar la responsabilidad.
Las desavenencias entre los estalinistas y la izquierda socialista venían desarrollándose desde
hacía algunos meses. La prensa estalinista comenzó una solapada campaña contra el mismo Largo
Caballero en marzo, desde el momento en que se había extinguido como un grito la campaña de
telegramas aduladores al “líder del pueblo español” por parte de los “obreros de Magnitogorsk”. La
campaña estalinista había sido tema de comentario en los órganos de la CNT y el POUM y de
resentida polémica en la prensa de la izquierda socialista. Los confundidos anarquistas interpretaron
la campaña de los estalinistas como el pecado original de la política: así se trataban entre sí los
partidos políticos. El POUM buscaba el apoyo rápido de los trabajadores socialistas criticando a los
estalinistas de intentar absorber a los socialistas. Juan Andrade, el comentarista del POUM, vio más
claramente, reconociendo que Largo Caballero estaba resistiendo las directrices anglofrancesas en
sus más extensas implicaciones. Pero la orientación principal del POUM, al gritar “absorción”, le
llevó a perder la oportunidad de sacar partido de los conflictos reales entre Largo Caballero y el
bloque estalinista-burgués. Ya que eran conflictos reales. Desde luego, tan importantes como el
conflicto entre reforma y revolución; pero lo suficientemente importantes como para que una
política revolucionaria audaz hubiese podido meter una cuña entre los estalinistas y la base de masas
de Largo Caballero que hubiese podido hacer conscientes a los obreros de la UGT del significado
de la línea que Largo Caballero había seguido durante ocho meses.
Las incursiones estalinistas en las filas de Largo Caballero eran un hecho. Es muy familiar en
el movimiento obrero el fenómeno de que cuando dos organizaciones siguen la misma línea política,
la que tiene el aparato más fuerte pasa a absorber a la otra. Apoyando los mismos puntos de vista
que los estalinistas en el Frente Popular, de ganar la guerra antes de hacer la revolución,
apaciguando la opinión (pública) extranjera, construyendo un ejército regular burgués, etc.,
Caballero había dejado de diferenciarse del estalinismo ante los ojos de las masas. Con el aparato
estalinista y los fondos -las Brigadas Internacionales vinieron con cientos de estos funcionarios
adheridos a ellas-, los estalinistas estaban en situación de reclutar miembros a costa de Caballero.
Esto fue verdad particularmente entre la juventud. Las Juventudes Socialistas habían sido el
apoyo más fuerte de Caballero, pero su fusión con las juventudes Comunistas le convirtió en el
perdedor, aunque estas últimas no eran ni la décima parte de las juventudes Socialistas. Los métodos
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usuales estalinistas de corrupción -viajes a Moscú, relaciones adulatorias con la joven Liga
Comunista (YCL) rusa y francesa, la oferta de puestos en el Comité Central del Partido, habían sido
un éxito. Poco después de la fusión, los líderes de las juventudes Socialistas habían entrado en el
Partido Comunista y la organización juvenil “unificada” cayó bajo rígido control estalinista. Las
células disidentes fueron reorganizadas y los izquierdistas expulsados como trotskistas. Caballero
estaba en una situación difícil para protestar por el resultado después de haber apoyado el método
burocrático de fusión sin que se celebrase un congreso de las juventudes socialistas para tomar la
decisión. Bajo el slogan de “unificar a toda la juventud”, los líderes estalinistas se fortificaron
reclutando indiscriminadamente a todo el que pudo ser persuadido a aceptar el carnet. Santiago
Carrillo, en el Pleno del Comité Central del Partido Comunista, desvergonzadamente propugnaba
reclutar a los “Simpatizantes fascistas” entre las juventudes. Apoyados en elementos retrógrados,
incluyendo muchos católicos, los estalinistas pudieron acallar a los miles de izquierdistas que
quedaban todavía en la organización juvenil.
Sin embargo, las pérdidas de Caballero ante los estalinistas no le impulsaron a romper con
ellos. La pérdida de sus seguidores sólo le hizo sentirse más débil y hacer más concesiones.
Solamente cuando Largo Caballero descubrió que las incursiones estalinistas eran menos
serias de lo que él suponía y que era más probable que sus seguidores se inclinaran hacia la izquierda
que al estalinismo decidió enfrentarse seriamente con los estalinistas. Las dos secciones mayores de
las juventudes socialistas, las organizaciones asturiana y valenciana, denunciaron a los altos
dirigentes estalinistas y se negaron a aceptar los puestos en el Comité Nacional “unificado”. En la
asamblea de delegados de la UGT de Madrid, el programa de Largo Caballero logró los ocho
asientos en el Consejo Municipal adjudicados a la UGT, frente a un programa estalinista. En el
Congreso de la UGT de Asturias, el grupo de Caballero consiguió 87.000 votos contra 12.000 para
los estalinistas. Estos índices, poco antes de la crisis del gobierno, mostraban que Largo Caballero
hubiera podido tener una posición dominante en la UGT y que hubiera tenido que frenar a sus
seguidores y no a los estalinistas en el período siguiente.
Había una cosa, sobre todo, por la que Caballero no podía aceptar la responsabilidad: los
últimos movimientos para arrebatar el control de las fábricas a los trabajadores. Pasase lo que
pasase, las masas de la UGT estaban firmemente convencidas. Nunca entregarían las fábricas. El
órgano de la UGT de Madrid declaraba repetidamente: “El fin de la guerra tiene que significar
también el fin del capitalismo.”
“El que los explotadores de toda la vida dejen de ser los dueños de todos los medios
de producción ha sido suficiente para que el pueblo tome las armas en la lucha por la
independencia nacional. Desde las más poderosas empresas hasta los pequeños talleres están,
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de hecho, en las manos y bajo el control de la clase obrera... ¿Qué vestigios quedan del viejo
sistema económico? La revolución ha eliminado todos los privilegios de la burguesía y la
aristocracia” (Claridad, 12 de mayo de 1937).
Claridad29, en verdad, adornaba continuamente sus páginas con citas de Lenin. Que estas citas,
a menudo, eran comentarios bastante enfrentados con las concepciones políticas de Largo Caballero
no necesita explicación alguna. Citas sacadas de Estado y revoluáón, mientras Largo Caballero
fortalecía y reconstruía el aparato del estado burgués con el que, inevitablemente, se intentaría
arrebatar las fábricas a los obreros. Pero, a no ser que estuviera preparado para perder el apoyo de
las masas de la UGT, Largo Caballero no hubiera podido apoyar el que se quitasen las fábricas a los
trabajadores. Caballero era un político suficientemente obrerista como para reconocer que el estado
que él mismo había revivido era ajeno a los trabajadores y que el slogan estalinista-burgués de
“control estatal de las fábricas” significaba aplastar el poder de los comités de fábrica.
Podemos resumir las diferencias entre Largo Caballero -es decir, la burocracia de la UGT- y el
bloque estalinista-burgués de esta manera: Largo Caballero quería una república democrática-
burguesa (con alguna forma de control obrero en la producción coexistiendo con la propiedad
privada) victoriosa sobre Franco. El bloque estalinista-burgués estaba listo para aceptar cualquier
propuesta del imperialismo anglo-francés y lo que proponía en el momento del derrocamiento de
Largo Caballero, era un régimen burgués basado en la participación en el régimen de las fuerzas de
los grandes terratenientes y capitalistas que apoyaban a Franco, parlamentario en cuanto a la forma,
pero bonapartista en cuanto que era inaceptable para las masas.
La perspectiva de Largo Caballero no era en lo fundamental tan diferente de la del bloque
estalinista-burgués como para impedir que marcharan juntos por un tiempo considerable. Fueron
juntos a lo largo de ocho meses. ¿Era el 15 de mayo el momento correcto para que las derechas
rompieran con Largo Caballero? ¿No debería el bloque estalinista-burgués haber esperado la
ocasión algunos meses más mientras el ejército y la policía se reforzaban todavía más como
instituciones burguesas? ¿No deberían haber comprometido todavía más a los ministros de la CNT?
¿No estaban arriesgando un reagrupamiento de fuerzas que echara del Gabinete a las dos
organizaciones de masas obreras? ¿No estaban los estalinistas revelando demasiado claramente su
papel reaccionario convirtiéndose en el único grupo obrero, aparte del ampliamente odiado grupo
de Prieto, que participaba en el gobierno?
Los estalinistas probablemente sobreestimaran su habilidad para garantizar el apoyo al nuevo
29 Con el gabinete de Negrín, Claridad pasó a ser controlada por los estalinistas, aunque siguió llamándose “órgano
de la UGT”, a pesar de haber sido repudiada dos veces por el Comité Ejecutivo Nacional.
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Gabinete de suficientes asambleas de la UGT como para oscurecer el hecho de que los sindicatos
obreros en conjunto se oponían al nuevo gobierno. Ni siquiera en la UGT de Cataluña, que estaba
controlada por la burocracia, fueron capaces los estalinistas de evitar que muchas de las asambleas
declarasen su apoyo a Largo Caballero. Los estalinistas sólo pudieron lograr que un puñado de
asambleas firmaran la destitución de Largo Caballero.
Pero si bien los estalinistas calcularon mal su habilidad para proveer de un “frente” obrero a
Negrín, en cambio, otros de sus cálculos fueron sin duda correctos. Para ellos, los sucesos de
Barcelona revelaban que los ministros de la CNT ya no controlaban a las masas; la lucha del 3 al 8
de mayo revelaba el abismo entre los dirigentes y las masas de la CNT. La continuación de la
participación gubernamental de la CNT no significaría un freno serio a la resistencia de las masas y,
por otra parte, solamente podría acelerar la ruptura entre los dirigentes y las masas. En el período
siguiente, los Olivers y Montsenys eran más útiles en el papel de “oposición leal” fuera del gobierno.
En la oposición podrían recuperar el control sobre sus seguidores, aun así, su oposición sería tal que
no molestaría excesivamente al gobierno de Negrín.
En cuanto a la oposición de Caballero, su temperamento y calidad habían sido
experimentados ya: su “crítica revolucionaria” al gobierno del Frente Popular de febrero a julio de
1936 y sus declaraciones, todavía más radicales, durante el primer Gabinete de guerra del 19 de julio
al 4 de septiembre de 1936. En esos períodos, Largo Caballero había canalizado el descontento, y
entonces había entrado él mismo a formar parte del gobierno. Si apareciesen obstáculos imprevistos
que pudieran poner en peligro al gobierno, el bloque estalinistaburgués siempre podría volver al
status del 15 de mayo, ya que los centristas no pedían más que eso: “No se puede gobernar sin la
UGT y la CNT”, era el slogan de Largo Caballero y los dirigentes de la CNT. Mientras tanto, estaban
seguros al predecir que la oposición de Largo Caballero no significaría el resurgimiento de la red de
los comités obreros y su coordinación en soviets -y eso era lo único que el bloque estalinista-burgués
temía.
Si bien derribar a la UGT y a la CNT no provocaba peligros serios, ofrecía ventajas
inmediatas de gran trascendencia para el bloque estalinista-burgués. Sus demandas inmediatas eran:
1. Control completo del ejército. Los decretos de movilización y reorganización del ejército
habían sido llevados a cabo por Largo Caballero, como ministro de la Guerra, hasta un punto
considerable. Los regimientos formados con los reclutas fueron enteramente construidos en base al
viejo modelo burgués, mandados, en general, por viejos oficiales del ejército, o por graduados
elegidos a dedo en las escuelas oficiales controladas por el gobierno. Todo intento entre los reclutas
de elegir oficiales o formar comités de soldados había sido descartado. Pero las milicias obreras, que
habían llevado a cabo lo más duro de la lucha durante los primeros seis meses, no habían sido
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completamente “reorganizadas” todavía; sus filas resistían fieramente cualquier cambio sistemático
de sus oficiales, muchos de los cuales provenían de sus propias filas. Incluso en el frente de Madrid
las milicias de la CNT y la UGT, a pesar de estar parcialmente reorganizadas, retenían la mayor parte
de sus antiguos oficiales y continuaban imprimiendo sus propios periódicos políticos en el frente.
En los frentes catalanes, las milicias anarquistas se negaban a respetar los decretos que los ministros
de la CNT habían firmado. Igualmente importante es el hecho de que Largo Caballero se alarmara
tanto tras la caída de Málaga como para arrestar al general Asensio y al comandante de Málaga,
Villalba, acusándoles de traición, y hacer una limpieza entre el mando de oficiales de muchos
burgueses, amigos de Prieto y los estalinistas. Después de esto, la preocupación de Largo Caballero
en la reorganización del ejército fue un serio obstáculo para el programa de Prieto y los estalinistas.
Para una despiadada reorganización de las milicias en regimientos burgueses, mandados por
burgueses elegidos en consonancia con el viejo código militar, y una purga de los dirigentes radicales
del ejército ascendidos en los días de julio, era necesario arrebatar totalmente el ejército de las
manos de Largo Caballero.
2. El Ministerio de la Guerra era el punto más ventajoso desde el que empezar a arrebatar a
los obreros el control de las fábricas. En nombre de las exigencias de la guerra podía intervenir y
romper el dominio de los obreros en las industrias más estratégicas, como el ferrocarril y otros
transportes, minería, metalúrgica, textil, carbón y aceite. Los estalinistas ya se habían empezado a
preparar para esto en abril por medio de una serie de ataques en contra de las fábricas de
suministros de guerra. Desgraciadamente para los estalinistas, habían organizado esta campaña
(tenían una tenaz debilidad por campañas llevadas a cabo obedientemente bajo las órdenes de los
representantes del Komintern de Moscú) en un momento en que la atmósfera no era todavía
propicia para un programa. Sus ataques fueron rechazados por una declaración conjunta de la UGT
y la CNT en las fábricas catalanas afectadas y, como hemos visto, estos ataques fueron
desaprobados incluso por el primer ministro, Tarradellas, quien, como ministro de Hacienda,
devolvió a las fábricas los fondos recibidos de la Tesorería de Valencia. Estaba claro, pues, que esta
campaña no podría ser consumada desde fuera, sino que el bloque estalinista-burgués necesitaba el
Ministerio de la Guerra para apoyar sus ataques contra el control de las fábricas por los obreros.
3. El Ministerio del Interior, que controlaba los dos Cuerpos principales de policía (Guardia
de Asalto y Guardia Nacional Republicana) y la prensa, en el Gabinete de Largo Caballero, estaba
presidido por Ángel Galarza, un miembro del grupo de Largo Caballero. Los obreros
revolucionarios tenían razones más que suficientes para denunciar su política. Sobre todo, Largo
Caballero y Galarza habían aprobado el decreto que prohibía a la policía afiliarse a organizaciones
políticas y sindicales. Aislar a la policía del movimiento obrero podía significar únicamente
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oponerlos inevitablemente al movimiento obrero.
Sin embargo, el grupo de Largo Caballero reconocía que la represión contra la CNT sería un
golpe fatal para su propia base, la UGT, y Largo Caballero necesitaba la CNT como contrapeso al
bloque estalinista-burgués. Galarza había enviado 5.000 policías a Barcelona, pero se había negado a
llevar a cabo los propósitos de Prieto y los estalinistas de liquidar completamente al POUM y tomar
represalias contra la FAI-CNT. Aquí, de nuevo, el grupo de Largo Caballero había proveído el
instrumento para llevar a cabo las hostilidades contra los obreros, pero retrocedió a la hora de llevar
a la práctica completamente sus compromisos. Una vez que Largo Caballero y Galarza habían
inducido a la Generalidad a poner el orden público en Cataluña bajo el control del gobierno central,
durante la lucha de Barcelona, el momento estaba maduro para echar a Galarza de tal manera que
los estalinistas se aseguraran el control de la policía y la prensa en Cataluña y en todas partes.
4. El programa de Prieto y los estalinistas de conciliación con la Iglesia Católica -a medio
camino para la conciliación con Franco- se había encontrado con la oposición de Largo Caballero.
Columna vertebral de la monarquía y del bienio negro, los dos años negros del gobierno Lerroux - Gil-
Robles, la Iglesia había sido la fortaleza del levantamiento fascista. Ser miembro de una organización
obrera había significado siempre en España estar en contra de la Iglesia, en el catecismo oficial
estaba considerado pecado mortal votar por los liberales. Las masas, espontáneamente, habían
obligado a cerrar todas las iglesias católicas en julio. Difícilmente se podía proponer una medida tan
impopular como la de permitir a la organización de la Iglesia operar libremente otra vez, y esto, en
medio de una guerra civil. Además, fue realmente peligrosa para el movimiento antifascista; puesto
que con el Vaticano del lado del régimen de Franco, la organización de la Iglesia sería usada,
inevitablemente, para ayudar a Franco. Así y todo, ésta era la propuesta del gobierno vasco y sus
aliados, Prieto y los estalinistas. Largo Caballero había hecho muchas cosas para adular a los
imperialistas anglo-franceses, pero permitir que la Iglesia operara libremente en medio de una guerra
civil era demasiado para él.
* * *
Estas causas de conflicto entre Largo Caballero y el bloque reaccionario se revelaban
claramente en las demandas expresadas por los diferentes partidos el 16 de mayo, durante las
acostumbradas visitas al presidente Azaña, para informarle de la posición de cada grupo en la crisis
ministerial30.
Manuel Cordero, portavoz de los socialistas de Prieto, declaraba, piadosamente, que su
organización apoyaba un gobierno que incluyera a todas las fracciones, pero “he insistido muy
30 Los informes de los partidos son publicados en la prensa.
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particularmente en la necesidad de un cambio absoluto en la política del Ministerio del Interior”.
Pedro Corominas, de la Esquerra Catalana, declaraba: “Cualquiera que sea la solución
adoptada, será necesario fortalecerla y olvidar dificultades de origen personal por medio de un
mayor y más frecuente contacto con las Cortes de la república.” En otras palabras, la política del
gobierno debería ser dictada por los restos de las Cortes elegidas en febrero de 1936 por medio de
un acuerdo electoral que dio la mayoría aplastante en las Cortes a los partidos burgueses.
Manuel Irujo, por los capitalistas vascos, se expresaba con bastante claridad:
“He aconsejado a su excelencia la formación de un gobierno de unidad nacional
presidido por un ministro socialista que goce de la confianza de los republicanos (burgueses).
Ya que Largo Caballero... ha perdido la confianza política de los grupos del Frente Popular,
sería aconsejable formar un gobierno, en nuestra opinión, con Negrín, Prieto o Besteiro, con
la cooperación de todas las organizaciones políticas y sindicales que aceptasen las bases
propuestas.
Como demandas específicas, me siento obligado a hacer dos actualmente. La primera
es la necesidad de proceder, con las garantías y restricciones que la guerra y el orden público
imponen, al restablecimiento del régimen constitucional de libertad de conciencia y religión.
La segunda demanda se refiere a Cataluña. Los republicanos catalanes hubieran
preferido una intervención del gobierno más pronta y efectiva para asumir el control del
orden público en apoyo de la Generalidad. Lo que es más, llevando a cabo esas obligaciones,
creo que es una obligación inevitable del gobierno liquidar por la base el problema que altera
la vida de Cataluña, suprimiendo firmemente las causas del desorden y la insurrección, sean
circunstanciales o endémicas...”
Fue a este Irujo a quien el bloque de Prieto y los estalinistas confiarían pronto... el Ministerio
de justicia.
Salvador Quemades, por la Izquierda Republicana, el partido de Azaña, decía que el próximo
Gabinete “debería tener una política firme en materia de orden público y de reconstrucción
económica y que las comandancias de Guerra, Marina y Fuerza Aérea fueran colocadas bajo un
mando único”. Prieto era ya ministro de Marina y Aire. Esto no significaba más que añadir a sus
puestos el control del ejército (como se hizo).
Los estalinistas pedían:
a) Que el presidente del Consejo (Premier) se ocupara exclusivamente de los asuntos
de la presidencia. Que el Ministerio de Guerra fuera llevado separadamente por otro ministro.
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b) La eliminación de Galarza del nuevo Gabinete a causa de „su blandura con los
problemas de orden público‟.
c) Los ministros de Guerra y del Interior „deberían ser personas que disfrutaran del
apoyo de todos los partidos y organizaciones que formaban el
gobierno‟. Lo que significaba que esos puestos claves, esenciales para posteriores
planes del bloque vascos-Prieto-estalinistas, deberían pasar a ellos.
La CNT declaró que no apoyaría ningún gobierno que no fuera presidido por Largo
Caballero como primer ministro y ministro de la Guerra. La UGT emitió una declaración parecida.
El presidente Azaña, sabiendo que las cartas estaban echadas, encargó a Largo Caballero la
formación de un nuevo Gabinete con todos los grupos representados. Largo Caballero, a la manera
centrista, se dedicó a cavar su propia tumba. Había debilitado ya su mayor aliado, la CNT, con su
conducta en los acontecimientos de Barcelona. Ahora ofrecía disminuir la representación de la CNT
de cuatro Ministerios a dos, justicia y Sanidad. Al grupo de Prieto le ofrecía dos Ministerios, pero
iban a fusionarse Hacienda y Agricultura e Industria y Comercio. Educación y Trabajo fueron los
dos Ministerios para los estalinistas. La burguesía que en los gobiernos anteriores no había
disfrutado más que de ministros sin cartera, iba a recibir los Ministerios de Obras Públicas y
Propaganda (Izquierda Republicana), el Ministerio de Comunicaciones y Marina Mercante (Unión
Republicana) y ministros sin cartera para la Esquerra y los nacionalistas vascos. Así, pues, el
gobierno propuesto por Largo Caballero era decididamente más de derechas que su predecesor. Las
concesiones de Largo Caballero a la derecha solamente podían impresionar a las masas en el sentido
de que la intransigencia de la derecha denotaba una fuerza mayor, y facilitaba el camino para que la
derecha tomara el poder impunemente.
Los estalinistas rechazaron el compromiso propuesto por Largo Caballero y se negaron a
participar en el Gabinete si no se aceptaban las condiciones que ellos habían propuesto.
Rápidamente el grupo de Prieto declaró que no participaría si los estalinistas se abstenían. Los
partidos burgueses les siguieron. Ahora, Largo Caballero podía o bien formar un gobierno con la
UGT-CNT o bien entregar el gobierno al bloque estalinista- burgués.
Largo Caballero se conducía durante las crisis ministeriales según las reglas tradicionales de la
política burguesa, es decir, mantenía a las masas en la más absoluta ignorancia de los
acontecimientos y no intentaba movilizar a los obreros en contra de la derecha. Lo mismo la CNT.
Más tarde se supo que el día en que el Gabinete se hundió, Largo Caballero había asegurado a la
CNT que estaba dispuesto, si era necesario, hacer que la CNT-UGT tomaran el poder. Sin embargo,
se contradijo en pocas horas, con la excusa de la oposición dentro de la UGT. “Durante la crisis
gubernamental la UGT hizo un doble juego”, decía un manifiesto de la FAI más tarde: “Las
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influencias burguesas y comunistas dentro de esta organización son tan fuertes que su sector
revolucionario, que es el único inclinado a trabajar con nosotros, estaba paralizado... Eso significó
una victoria no sólo para el bloque comunista-burgués, sino también para Francia, Inglaterra y
Rusia, que habían obtenido lo que querían.” En otras palabras, los anarquistas se apoyaron en Largo
Caballero, él señaló a la oposición, como excusa, y en la paralización general de las masas promovida
por sus líderes, el gobierno de derechas se hizo con el poder.
Quizá fuese cierto que, en sus numerosas sesiones con Azaña, durante los días de la crisis,
Largo Caballero hubiera mencionado la cuestión de un gobierno con la UGT y CNT y hubiera sido
rechazado. Ya que constitucionalmente Azaña tenia el poder de rechazar gabinetes que no le
conviniesen. La Constitución de 1931 dota al presidente con poderes verdaderamente bonapartistas.
El mismo Azaña había experimentado esto siendo primer ministro, cuando en 1933 su Gabinete,
aunque controlaba todavía la mayoría de las Cortes, fue dimitido por el presidente Alcalá Zamora
para dar paso al gobierno semifascista de Lerroux. Estos poderes bonapartistas no habían sido
barridos el 19 de julio. Azaña, que se había retirado tranquilamente a una casa de campo en
Cataluña, se había mantenido al margen durante la mayor parte del Gobierno de Largo Caballero.
Cuando se reprochó a los miembros del grupo de Largo Caballero el no haber eliminado al
presidente durante esos meses, explicaron con aire de superioridad que la Constitución y la
presidencia ya no existían y que era muy conveniente para asegurarse ayuda del exterior continuar la
apariencia de constitucionalismo..., y ahora, aquí estaba un muy vivo presidente Azaña, recibiendo
condescendientemente a los portavoces de los diferentes partidos y los informes de Largo Caballero
sobre sus progresos para formar gobierno, mientras el partido de Azaña, la Izquierda Republicana,
estaba en el bloque estalinista-burgués... En cualquier caso, Largo Caballero salvó a este bloque de
una desagradable controversia pública sobre las prerrogativas presidenciales. Informó a Azaña que
había fracasado en la formación de un Gabinete, y Azaña, sin esperar más, designó a Negrín para
formar un gobierno con la burguesía, el grupo de Prieto y los estalinistas.
XII. “El gobierno de la victoria”
“La Pasionaria” bautizó al nuevo Gabinete con el nombre de “El Gobierno de la Victoria”.
“Hemos cambiado de opinión -decía- para ganar la guerra rápidamente, aunque esta victoria nos
cueste una discusión con nuestros camaradas más queridos.” Los estalinistas lanzaron una campaña
mundial para probar que la victoria había sido retrasada por Largo Caballero y que ahora estaba
próxima.
Los anales del gobierno de Negrín, sin embargo, no resultaron ser la historia de victoria
militar, ni siquiera manifestaron serios intentos de ello, sin una cruel represión contra trabajadores y
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campesinos. Este curso reaccionario fue impuesto al gobierno por los gobernantes anglo-franceses,
a los que se dirigía en busca de socorro. El portavoz del Quai d‟Orsay, en Le Temps, indicaba el
significado de la crisis ministerial:
“El gobierno republicano de Valencia ha alcanzado el punto en que debe decidirse. No
puede permanecer por más tiempo en el estado de ambigüedad en que ha vivido hasta ahora.
Debe escoger entre democracia y dictadura del proletariado, entre orden y anarquía” (17 de
mayo).
El día siguiente se formó el Gabinete de Negrín. Le Temps lo aprobó, pero señaló claramente
el camino inflexible que el nuevo régimen debería de seguir.
“Es demasiado pronto para determinar que la orientación en Valencia es hacia un
gobierno más moderado determinado a liberarse finalmente del control de los anarco-
sindicalistas. Pero éste es un intento que, a la larga, tendrá que hacerse sea cual sea la
resistencia de los extremistas.
Verdaderamente, las directrices estaban claras.
“El gobierno -escribía un ardiente simpatizante de su trayectoria reaccionaria, el
corresponsal del New York Times, Matthews- intenta usar mano de hierro para mantener el
orden interno... Así, el gobierno espera ganar la simpatía de las dos democracias que más
significan para España (Gran Bretaña y Francia) y retener el apoyo de la nación que le ha
ayudado más, Rusia. El mayor problema del gobierno ahora es pacificar o aplastar la
oposición anarquista” (19 de mayo de 1937).
“En resumen, el gobierno desató una maquinaria completamente represiva sin tener en
cuenta el estado de la guerra o la necesidad de mantener alta la moral de la guerra”, como señalaba
el informe de la FAI del 6 de julio. “Los anarquistas están siendo eliminados como fuerza activa.
Los socialistas de Largo Caballero, si persisten en sus actuales tácticas, puede que sean proscritos en
tres meses”, escribía el estalinista Louis Fischer (The Nation, 17 de julio).
García Oliver, el “cien por cien anarquista”, había trabajado duramente en el Gabinete de
Largo Caballero, creando tribunales democráticos y decretos judiciales, mientras la
contrarrevolución avanzaba detrás de él. La Generalitat había usado para Nin para lo mismo durante
los primeros meses de la revolución. Ahora el gobierno nombraba ministro de justicia al capitalista
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vasco y devoto católico Manuel Irujo. El que un hombre tal pudiera ocupar el cargo significaba
únicamente que la hora de los disimulos había pasado. Irujo, en 1931, había votado en contra de la
adopción de la Constitución republicana por considerarla un documento radical y ateo. ¿No era,
pues, éste el hombre idóneo para el Ministerio de justicia?
El primer paso de Irujo fue desmantelar los tribunales populares que, constituidos cada uno
por un juez presidente y 15 miembros designados por las diversas organizaciones antifascistas,
habían sido formados después del 19 de julio de 1936. Los miembros de la FAI fueron ahora
excluidos de los tribunales por un decreto que permitía la participación sólo a organizaciones que
eran legales el 16 de febrero de 1936. La FAI, naturalmente, había sido proscrita por el bienio negro.
La mayoría de los jueces que presidían los tribunales habían sido abogados de izquierdas; Roca, ex
subsecretario del Ministerio, contó cómo, en septiembre de 1936, el Ministerio de justicia había
convocado una reunión de viejos jueces y magistrados y había pedido voluntarios para ir a las
provincias y formar los tribunales. Nadie quiso ofrecerse. Sabían que los fascistas tendrían que ser
declarados culpables. Ahora los tribunales fueron limpiados de abogados de izquierdas y
reemplazados por los jueces antes reacios, ya que los tribunales no se usaron más para condenar
fascistas, sino para perseguir a los obreros. Diariamente se publicaban listas de fascistas y
reaccionarios puestos en libertad por el Ministerio de Irujo.
Las quejas a este respecto fueron absolutamente ignoradas durante meses. Finalmente -
después que su partido había traicionado a Bilbao y a Santander-, Frente Rojo (30 de agosto)
denunciaba a Irujo de “proteger a los fascistas”. “Es intolerablemente ridículo que al mismo tiempo
que los fascistas conquistan Santander, se tengan que distribuir en Valencia las vergonzosas listas de
fascistas y reaccionarios que han sido absueltos y puestos en libertad.” Pero esto era simplemente
para el archivo. Los ministros estalinistas continuaron sentándose en el Gabinete con este hombre.
El 23 de junio el gobierno creaba por decreto tribunales especiales para los asuntos de
sedición. Entre los actos sediciosos se incluyeron: “Pasar información militar, diplomática, sanitaria,
económica, industrial o comercial a un estado extranjero, organización armada o individuo privado”,
y todas las ofensas “contribuyentes a bajar la moral pública o la disciplina militar”. Los jueces serían
elegidos por los ministros de Justicia y Defensa, con poder para celebrar sesiones secretas y prohibir
terceras partes. El decreto termina:
“Intento u ofensas frustradas, conspiraciones y planes, así como complicidad en
ocultación de personas sujetas a este decreto, pueden ser castigados lo mismo que si las
ofensas hubieran sido realmente cometidas. Cualquiera que, siendo culpable de esas ofensas,
las denunciara a la autoridad, quedará libre de todo castigo. Sentencias de muerte pueden ser
impuestas sin conocimiento formal del Gabinete.”
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La cláusula de confesión, el castigo por actos nunca cometidos, los juicios secretos, fueron
traducidos directamente de las leyes de Stalin. La extensa definición acusaba de traición a cualquier
opinión, oral o escrita, o reflejada por evidencia circunstancial, que pudiese ser interpretada como
censura al gobierno. Aplicable a cualquier obrero que agitaba la opinión pública por mejores
condiciones, a los que se declaraban en huelga, a cualquier crítica gubernamental en un periódico, a
casi toda declaración, un acto o actitud que no fuera adoración del régimen, este decreto no sólo no
tenía precedente en una democracia, sino que era más descarado que los mismos procedimientos
judiciales de Hitler o Mussolini.
El 29 de julio, el Ministerio de justicia anunciaba que diez miembros del Comité Ejecutivo del
POUM estaban pendientes de juicio por este decreto. Estos hombres habían sido detenidos los días
16 y 17 de junio (antes del nuevo decreto). Esto significaba que el decreto, para colmo, era un ley
expost facto, que podía castigar supuestos crímenes cometidos antes de que la ley fuera aprobada. Así, pues,
el principio judicial más incuestionable de los tiempos modernos era repudiado claramente.
Irujo apadrinó otro decreto, adoptado y emitido por el gobierno el 12 de agosto, que
declaraba:
“Cualquier que censure de fascista, traidor, antirrevolucionario a una determinada
persona, o grupo de personas, sin razón o sin suficiente fundamento o sin que la autoridad
(de la corte) haya pronunciado sentencia (sobre el acusado)...
Cualquiera que denuncie a un ciudadano por ser sacerdote o por administrar un
sacramento... causa una alteración del orden público innecesaria y disruptiva si es que no
comete un crimen irreparable digno de castigo penal.”
Este decreto no sólo ponía fuera de la ley críticas ideológicas violentas contra cualquiera del
bloque gubernamental sino que también puso punto final a la búsqueda de fascistas por los obreros.
Terminó también con toda forma de vigilancia del sacerdocio católico -justamente cuando el
Vaticano acababa de expresar abiertamente su apoyo pleno a Franco-. Denuncias “sin que la
autoridad de la corte hubiera pronunciado sentencia”, en la práctica se refería sólo a la critica de la
izquierda. Los estalinistas continuaban, naturalmente, denunciando al POUM de fascistas, aunque la
sentencia no había sido pronunciada.
La censura de la prensa operaba con un sistema que no sólo destruía la crítica libre, sino que
permitía que los mismos actos de censura fueran ocultados al pueblo. Así, el 7 de agosto, Solidaridad
Obrera fue suspendida por cinco días por desobedecer órdenes de los censores, el acto específico de
desobediencia se basaba en que -según Gómez, delegado general de Orden Público en Barcelona,
que había dado la orden- “no deberían publicar espacios blancos”. Es decir, las tachaduras del
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censor que trabajaba en las segundas pruebas deberían ser ocultadas a las masas insertando otro
material. La prensa de la CNT había ido dejando en blanco los espacios censurados, como protesta
pasiva.
El 14 de agosto, el gobierno emitió un decreto prohibiendo a la prensa crítica dirigida al
gobierno soviético:
“Con repeticiones que permiten adivinar un plan deliberado de ofender a una nación
excepcionalmente amiga, creando, a consecuencia de esto, dificultades para el gobierno,
varios periódicos se han ocupado de la URSS inapropiadamente. Esta actitud, absolutamente
condenable, no deberá ser permitida por el consejo de censores... El periódico que
desobedezca será suspendido indefinidamente, incluso aunque pueda haber sido aprobado
por el censor; en ese caso, el censor que lea las pruebas será detenido por el Tribunal Especial
acusado de delito de sabotaje.”
Los decretos de censura ya no se referían a las emisoras de radio, ya que el 13 de julio
destacamentos de la policía se habían presentado en todas las estaciones de radio pertenecientes a
los sindicatos y partidos políticos y las habían cerrado. Desde entonces, el gobierno monopolizaba
las estaciones de radio.
Uno de los usos más extraordinarios de la censura de prensa se produjo cuando el bloque
prieto-estalinista, el 1 de octubre, escindió la UGT por medio de una asamblea minoritaria de
algunos grupos ugetistas que declararon destituido el Comité Ejecutivo dirigido por Largo
Caballero. Mientras el nuevo “Ejecutivo” publicaba libremente un torrente de declaraciones
abusivas, las declaraciones del Comité Ejecutivo de Largo Caballero fueron hechas pedazos, lo
mismo que los encabezamientos de la prensa de la CNT que se referían a él como el Ejecutivo
legitimo. Las protestas formales de la prensa de la CNT contra el gobierno, tomando partido de esta
manera en la lucha interna del sindicato, no dieron resultado.
A pesar de los terribles ejemplos -en casi todas las ciudades capturadas por los fascistas- en
que las guardias Civil y de Asalto se pasaban en gran número a los fascistas durante el asedio, el
Ministerio del Interior procedió a limpiar la policía no de los viejos elementos, sino de los obreros
enviados allí por sus organizaciones después del 19 de julio. Se decretaron exámenes para todos los
que habían entrado en servicio el año anterior. Se ordenó disolver los consejos de seguridad,
formados por antifascistas, para limpiar la policía de elementos fascistas. Todavía más, el director
general de policía, el estalinista Gabriel Motón, prohibió a sus filas hacer denuncias de sospechosos
fascistas en la policía, bajo pena de destitución (CNT, 1 de septiembre).
La contrarrevolución económica, que había sido mantenida a paso más lento hasta que las
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condiciones políticas necesarias le fueran completamente favorables, se aceleró ahora. En
agricultura, el camino a seguir había sido marcado desde el primer decreto, del 7 de octubre de 1936,
que simplemente confiscaba propiedades de fascistas, dejando intocable el sistema de propiedad
privada en el campo, incluyendo el derecho a poseer grandes propiedades y a explotar trabajo
asalariado.
A pesar del decreto, sin embargo, las cooperativas agrícolas se extendieron durante los
primeros meses de la revolución. Al principio, la UGT fue hostil a las cooperativas y sólo cambió de
actitud cuando éstas encontraron mucho apoyo en sus propias filas. Diversos factores explicaban el
rápido desarrollo de las grandes colectividades. A diferencia del viejo mujik ruso los campesinos y
jornaleros españoles habían estado organizados en sindicatos durante décadas y formaban secciones
considerables de la CNT, FAI, UGT, POUM y del Partido Socialista. Este fenómeno político
emanaba en parte del factor económico, ya que la distribución del suelo en España era incluso más
desigual que en Rusia, y casi la totalidad de los campesinos españoles dependían parcial o totalmente
de su trabajo como asalariados en las grandes haciendas. Por consiguiente, incluso a los que poseían
un poco de tierra se les debilitó la preocupación tradicional de los campesinos por su propio trozo
de terreno. El trabajo colectivo se fortalecía a la vez por la necesidad casi universal de trabajo en
conjunto para proveer de agua a las tierras secas. A estos factores se añadió la entusiástico ayuda
dada a las cooperativas por muchas fábricas, proveyéndolas de equipo y fondos; la equitativa
compra de productos a las cooperativas agrícolas por los comités de abastecimientos de los obreros
y las cooperativas comerciales, la amistosa colaboración de los ferrocarriles colectivos para llevar los
productos a la ciudad. Otro factor importante es que los campesinos se dieron cuenta de que de
ahora en adelante ya no estaban solos. “Si en alguna localidad se pierde o se reduce grandemente
una cosecha a causa de la sequía, etc. -escribía el dirigente de la Federación Agraria de Castilla,
hablando en nombre de 230 cooperativas-, nuestros campesinos no tienen que preocuparse, no
tienen que temer al hambre, pues las cooperativas, en otras localidades o regiones, consideran su
obligación ayudarlos.” De esta manera se reunieron muchos factores para alentar el rápido
desarrollo de la agricultura colectiva.
Pero con la toma del Ministerio de Agricultura por el estalinista Uribe, primero en el
Gabinete de Largo Caballero y luego en el de Negrín, se utilizó el peso del gobierno contra el
desarrollo de la agricultura colectiva. “Nuestras cooperativas no reciben ninguna clase de ayuda
oficial. Por el contrario, si reciben algo no son más que calumnias y obstáculos del Ministerio de
Agricultura y de la mayoría de las instituciones que dependen de él”, señalaba la Federación Agraria
castellana de la CNT (Tierra y Libertad, 17 de julio). Ricardo Zabalza, coordinador nacional de la
Federación Nacional de Trabajadores de la tierra de la UGT, declaraba:
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“Los reaccionarios de ayer, los antiguos agentes de los grandes terratenientes, reciben
toda clase de ayuda del gobierno, mientras nosotros somos desprovistos de la más mínima, o
somos incluso desprovistos de nuestras pequeñas posesiones...
Quieren tomar ventaja del hecho de que nuestros mejores camaradas están ahora
luchando en el frente. Estos camaradas llorarán de ira cuando encuentren, al volver del frente,
que sus esfuerzos y sacrificios fueron inútiles, que sólo lucharon por la victoria de sus
enemigos de siempre, que ahora lucen el carnet de miembros de una organización proletaria
(el Partido Comunista).”
Esos agentes de los grandes terratenientes, los odiados caciques -superintendentes y jefes de
pueblos-, habían sido la columna vertebral de la máquina política de Gil-Robles y los terratenientes.
Ahora se encontraban en las filas del Partido Comunista. Incluso un jefe tan sobresaliente de la
máquina de Gil-Robles corno el secretario de la CEDA de Valencia había sobrevivido a la
revolución... y se había afiliado al Partido Comunista.
Uribe justificaba el ataque a las cooperativas afirmando que campesinos reacios eran
obligados a unirse a ellas. Apenas necesita comentario la ironía de que un estalinista debiera
lamentarse de la colectivización forzosa, después de las matanzas draconianas y los exilios, de la
“liquidación” de los kulaks rusos. Sin duda alguna, Uribe hubiera podido presentar pruebas a este
respecto, si hubiera podido encontrarlas, pero no había ninguna disponible. Las dos grandes
federaciones de campesinos y jornaleros, las afiliadas a la CNT y la UGT, se oponían a la
colectivización forzosa, estaban a favor de colectivización voluntaria y denunciaron a los estalinistas
de defensores de los caciques y campesinos ricos reaccionarios. En junio, el socialista Adelante mandó
un cuestionario a las diversas secciones provinciales de la organización campesina de la UGT: casi
unánimemente defendían la colectivización e informaron que la principal oposición a la
colectivización venía del Partido Comunista, que con este propósito había reclutado caciques y
utilizado las instituciones gubernamentales. Todos declararon que el decreto del 7 de octubre estaba
creando una nueva burguesía. En una carta de protesta a Uribe, Ricardo Zabalza describía el simple,
pero efectivo, sistema de los estalinistas para atacar a las colectivizaciones: viejos caáques, kulaks,
terratenientes, eran reclutados y organizados por los estalinistas e inmediatamente pedían la
disolución de la colectivización local, reclamando sus tierras, equipo y reservas de grano. Cada una
de estas disputas trajo su estela de “mediación” de los representantes de Uribe, que invariablemente
decidían a favor de los reaccionarios, imponiendo “ajustes” en que las colectivizaciones eran
gradualmente desprovistas de su equipo y tierras. Cuando se les pidió que explicaran este extraño
comportamiento, decía Zabalza, los agentes del gobierno declaraban que estaban actuando bajo
órdenes específicas de su superior: Uribe. No es de extrañar, pues, que la Federación de Campesinos
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de la UGT de la provincia de Levante denunciara a Uribe de “Enemigo Público Número Uno”. Los
protegidos de Irujo, los ex fascistas recientemente liberados, se convirtieron, por el simple hecho de
su liberación, en candidatos para reclamar que se les devolvieran las tierras. Cuando uno de ésos
volvía como amo, los campesinos se resistían fieramente -y la Guardia de Asalto era enviada contra
ellos.
En las ciudades y centros industriales también el gobierno procedió a destruir todos los
elementos de socialización. “No puede haber ninguna duda de que si los obreros no hubieran
tomado el control de la industria la mañana de la insurrección, hubiera habido una parálisis
económica completa -escribía el estalinista Joseph Lash-, pero los perfeccionados sistemas de
control obrero sobre la industria no han dado muy buenos resultados” (New Masses, 19 de octubre).
Había media verdad en esto, pero la verdad completa lleva no atrás, hacia los antiguos dueños, sino
adelante, hacia un estado obrero. Planificar a escala nacional es obviamente imposible sólo con
organizaciones a nivel de fábrica y sindicato. Si la CNT hubiera entendido esto y hubiera planteado
la elección de comités de milicias, campesinos y fábricas, unidos en un consejo nacional que hubiera
constituido el gobierno, esto hubiera sido un estado obrero, que habría dado completa libertad de
acción a los comités obreros y a la vez conseguido la centralización necesaria.
En vez de eso, los dirigentes anarquistas dieron una batalla perdida, discutiendo sobre cuánta
autoridad exactamente debería tener el estado. Piero, ex ministro de la Industria, decía, por ejemplo:
“Estaba preparado para nacionalizar la industria eléctrica de la única manera compatible con mis
principios, dejando su administración y dirección en manos de los sindicatos y no del estado. El
estado sólo tiene derecho a actuar como contable e inspector.” Correcto en cuanto a la forma: Lenin
decía que el socialismo era simplemente contabilidad. Pero sólo un estado obrero aceptaría
fielmente las funciones de contable e inspector, mientras que el estado español existente, como
estado burgués que era, debería luchar contra la socialización. Una vez más, los anarquistas continúan
sin distinguir la diferencia entre un estado obrero y un estado burgués y se someten al estado
burgués en vez de luchar por el estado obrero.
Por medio del Ministerio de Defensa las fábricas fueron tomadas una por una. El 28 de
agosto, un decreto daba al gobierno el derecho a intervenir o apoderarse de cualquier planta minera
o metalúrgica. Bastante explícitamente, el gobierno declaró que el control obrero se limitaría a la
protección de las condiciones de trabajo y a la estimulación de la producción. Las fábricas que se
resistían se encontraron sin créditos o, habiendo hecho entregas al gobierno, el pago no se hacía
hasta que los deseos del gobierno eran aceptados. En muchas plantas de propiedad extranjera, la
autoridad de los obreros había desaparecido ya. El departamento de compras del Ministerio de
Defensa anunció que en una fecha determinada haría contratos de compras sólo con las empresas
- 162 -
que funcionasen “sobre la base de su antiguo dueño” o “bajo la correspondiente intervención
controlada por el Ministerio de Hacienda y Economía” (Solidaridad Obrera, 7 de octubre).
El paso siguiente, por el que los estalinistas habían estado luchando durante meses, era la
militarización de todas las industrias necesarias para la guerra -transporte, minería, plantas
metalúrgicas, municiones, etc.-. Este régimen de cuartel es una reminiscencia del de Gil-Robles, bajo
el cual los trabajadores de la munición también fueron militarizados y las huelgas y afiliación a un
sindicato prohibidos. El decreto de militarización fue endulzado con el título “decreto de
militarización y nacionalización”. Pero militarizar las fábricas que están ya en manos de los obreros,
unido al reconocimiento gubernamental de la necesidad de indemnizar completamente a los
antiguos dueños, significa simplemente terminar con el control obrero y preparar la vuelta de las
fábricas a sus antiguos propietarios.
* * *
La Sesión de las Cortes, aplazada por mucho tiempo, que se abrió el 1 de octubre,
simbolizaba adecuadamente a este gobierno. Negrín pronunció un discurso torpe y gris, notable, sin
embargo, por un largo párrafo que declaraba que “uno se debe preparar para la paz en medio de la
guerra”. (A la perturbada prensa de la CNT no le fue permitido analizar el sentido de estas
palabras.) Largo Caballero no aprecio, la razón aparente era su preocupación por la crisis dentro de
la UGT. Sus seguidores permanecieron silenciosos mientras González Peña, en nombre de la
delegación socialista, declaraba apoyo incondicional al gobierno, lo mismo que, por supuesto, los
estalinistas. Ángel Pestaña una vez dirigente de la CNT, y ahora recientemente readmitido en la
organización, prometió apoyo incondicional al gobierno en nombre del Partido Sindicalista. Dos
veces durante su discurso, sin embargo, fue silenciado terminantemente por Barrios, que presidía.
La primera vez intentaba quejarse de que los estalinistas utilizaban la intimidación para hacer
prosélitos en el ejército; la segunda vez estaba criticando la negativa a limpiar la retaguardia de
elementos fascistas y de espías. Así, pues, ni una insinuación del espíritu de las masas entró en la
Cámara.
Sobre todo, el gobierno estaba simbolizado por nuevos amigos -diputados reaccionarios- que
ahora aparecían por primera vez en España desde julio de 1936.
¡Allí estaba Miguel Maura! Dirigente de la extrema derecha republicana, ministro del Interior
en el primer gobierno republicano, un enemigo implacable de los sindicatos, el primer ministro de la
república que reinstauró la temida “ley de fuga” para matar a los prisioneros políticos -Maura había
salido del país en julio-. Su hermano, Honorio, monárquico, había sido muerto por los obreros; el
resto de la familia se había pasado a Franco. En el exilio, Maura no había tomado contacto con las
embajadas españolas.
- 163 -
¡Allí estaba Portela Valladares! Gobernador general de Cataluña bajo Lerroux después del
aplastamiento de la autonomía catalana en octubre de 1934, había sido el último premier del bienio negro,
justo antes de las elecciones de febrero de 1936. Salió de España en julio. Lo que había hecho de
entonces a acá no se sabía. Ahora se levantaba en las Cortes: “Este Parlamento es la raison d’etre de la
república; es el derecho a la vida de la república. Mi primera obligación ante vosotros, ante España,
ante el mundo, es asegurar la legalidad de vuestro poder... Hoy es para mí un día de gran
satisfacción íntima, habiendo contribuido con vosotros a ver nuestra España en transición a una
reconstrucción seria y profunda.” Al final de la Sesión, él y Negrín se abrazaron. Ante la prensa,
Valladares alabó “la atmósfera de triunfo que había observado en España”. Volvió a París, mientras
la prensa estalinista probaba que la presencia de Valladares y Maura significaba el apoyo del centro
al régimen, lo que daba una mayoría estadística del electorado al gobierno31.
El entusiasmo de la prensa estalinista se cortó en seco con la reproducción en un diario
vasco, fascista, del 8 de octubre de 1937, de una carta de Valladares a Franco, fechada el 8 de
octubre de 1936, ofreciendo sus servicios a la “causa nacional”.
La bienvenida a Valladares y a Maura fue “compensada” con una referencia pasajera de “La
Pasionaria” a la indeseable presencia en las Cortes de otro reaccionario, una figura menor, un
miembro del partido de Lerroux en el bienio negro. El diputado, Guerra del Río, tomó la palabra para
contestar, en efecto, que sí el gobierno se apoyaba en las Cortes, allí estaba él. “La Pasionaria” se
calmó. Los ataques de la CNT a Maura y a Valladares fueron tachados por el censor.
¿Era por esto por lo que las masas habían derramado su sangre?
Pero todavía nos falta contar la historia de la conquista del gobierno de Cataluña y Aragón.
XIII. La conquista de Cataluña
El 5 de mayo, la autonomía de Cataluña había dejado de existir. El gobierno central se había
apoderado de los Ministerios catalanes de Interior y Defensa. El delegado de Largo Caballero en
Barcelona había comunicado por radio: “Desde este momento, todas las fuerzas están a las órdenes
del gobierno central. Estas no consideran a ningún sindicato u organización antifascista como su
enemigo.” Pero una semana más tarde los Ministerios de Defensa e Interior fueron cedidos por el
delegado de Largo Caballero a los representantes de Negrín-Stalin, y el programa empezó en serio.
31 Este criterio antimarxista permitía a los fascistas, por la misma regla, argumentar que los votos de la derecha,
sumados a los de los diputados del centro constituían una mayoría del pueblo. La reclamación de ambos, por supuesto, se
basa en los índices de las elecciones de febrero de 1936. El criterio marxista es que una revolución está justificada cuando
la vanguardia revolucionaria representa a la mayoría de la clase obrera, apoyada por el campesinado. Por el presente criterio
estalinista ¡se podría condenar la Revolución rusa!
- 164 -
El POUM cayó sin apenas un murmullo. El PSUC empezó una campaña monstruosa contra él,
idéntica en lenguaje, slogans, etc., a la caza de brujas de la burocracia soviética antes de los juicios de
Moscú. “Los trotskistas del POUM han organizado la última insurrección bajo las órdenes de la
policía secreta alemana e italiana.” La respuesta del POUM al PSUC fue plantear un pleito por
difamación contra los editores estalinistas en un tribunal ¡lleno de jueces y oficiales burgueses y
estalinistas!
El 28 de mayo La Batalla fue cerrada definitivamente y la emisora de radio del POUM
ocupada. Las sedes de los Amigos de Durruti fueron ocupadas y la organización prohibida.
Simultáneamente, se sometió a la prensa oficial anarquista a una censura política de hierro. A pesar
de todo, el POUM y la CNT no se unieron en una protesta masiva. “No protestamos. Sólo hacemos
públicos los hechos”, escribía Solidaridad Obrera el 29 de mayo. El órgano de la juventud del POUM,
Juventud Comunista (3 de junio), señalaba magníficamente: “Estos son gritos de pánico y de
impotencia contra un partido fuertemente revolucionario... ” Y: “El juicio (por difamación) sigue
adelante. El órgano del PSUC deberá comparecer ante los tribunales populares y deben ser
mostrados ante la clase obrera, nacional e internacional, por lo que son: vulgares calumniadores.”
Naturalmente, el juicio fue disuelto por razones técnicas.
El 3 de junio por la noche la Guardia de Asalto intentó desarmar una de las patrullas obreras
que quedaban. Se intercambiaron disparos. Hubo muertos y heridos en ambos lados. Esta era la
oportunidad del gobierno para terminar con las patrullas. Pero también era la oportunidad del
POUM para forzar a los dirigentes de la CNT a defender los derechos más elementales de los
obreros pidiendo un frente unido por propuestas concretas y simples: defensa de la libertad de
asambleas, de prensa, defensa de las patrullas, defensa común de los distritos obreros contra los
gamberros estalinistas, libertad para los prisioneros políticos, etc. Los dirigentes anarquistas
difícilmente podían haber rechazado estas propuestas sin comprometerse irreparablemente ante sus
miembros. Incluso en contra de los deseos de los dirigentes de la CNT, se hubieran creado comités
de frente unido locales para luchar por estas simples y concretas demandas.
Para los dirigentes del POUM, sin embargo, alzar esas simples demandas hubiera significado:
nos hemos equivocado al estimar los días de mayo como una derrota de los obreros y ahora
tenemos que luchar por los derechos democráticos más elementales. En segundo lugar, significaba:
nos hemos equivocado al apoyarnos en los dirigentes de la CNT, limitándonos a una propuesta
general y abstracta de un “frente revolucionario” de CNT-FAI-POUM, que implicaba que la CNT
es una organización revolucionaria con la que podemos compartir una plataforma sobre política
fundamental32. Debemos decir abiertamente que un frente unido por los derechos más elementales
32 Juan Andrade había justificado lo absurdo del “frente revolucionario” con el argumento siguiente: “El obrero
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de los obreros es lo más que se puede esperar de la dirección anarquista, como mucho.
¡Ni una vez en todo el año el POUM había planteado un frente unido con la CNT con fines
concretos de lucha! Toda la política de la dirección del POUM consistía esencialmente en adular a la
dirección de la CNT, ¡ni siquiera protestaron cuando expulsaron a los Amigos de Durruti y los
dejaron a merced de la Guardia de Asalto!
En su peor momento, el POUM estaba completamente aislado. El 16 de junio, Nin fue
arrestado en su oficina. Esa misma noche, en una extensa redada, cogieron a casi los 40 miembros
del Comité Ejecutivo, Los pocos que lograron escapar fueron obligados a entregarse porque sus
mujeres fueron arrestadas como rehenes. A la mañana siguiente, el POUM fue prohibido.
El Comité Regional de la CNT no salió en defensa del POUM. La Noche (CNT) del 22 de
junio publicaba en letra negra: “Acerca del servicio de espionaje descubierto en los últimos días. Los
principales implicados fueron encontrados entre los círculos dirigentes del POUM. Andrés Nin y
otras conocidas personas, arrestadas.” Le seguían unas reflexiones generales sobre calumnias, con
copiosas referencias a Shakespeare, Gorki, Dostoievski y Freud... Si la censura era culpable, ¿dónde
estaban, pues, las hojas ilegales de la CNT? En Madrid, la CNT salió en defensa del POUM, y le
siguieron Castilla Libre y Frente Libertario, órgano de la milicia. El 28 de junio el Comité Nacional de
la CNT dirigió una carta a los ministros y sus organizaciones recordándoles que Nin, Andrade,
David Rey, Gorkin, etc., “habían adquirido un prestigio entre las masas tras largos años de
sacrificio”. “Dejad que la URSS resuelva sus problemas como pueda o las circunstancias le dicten.
No es posible trasladar a España la misma lucha, ejercida con sangre y fuego; internacionalmente,
por medio de la prensa, y aquí, por medio del uso del brazo de la ley.” La carta indicaba una total
desilusionado, que vuelve la espalda a las tendencias democráticas de los socialistas y comunistas, se inclina a unirse a una
organización potente, como CNT-FAI, que mantiene una postura radical incluso aunque de hecho no la aplique, en vez de
afiliarse a un partido minoritario preocupado por dificultades materiales. Los obreros que ya están en la CNT no ven la
necesidad de afiliarse al partido revolucionario marxista porque contrastando la postura superficial de la CNT-FAI con la
simplemente democrática de los socialistas y estalinistas, cree que las tácticas de su organización todavía son válidas para el
continuo desarrollo de la revolución hacia la construcción de una economía socialista. En este sentido, todos los que
mantienen un concepto esquemático estrictamente sectario de cómo una minoría con una línea política correcta puede
rápidamente llegar a ser una fuerza decisiva, pueden aprender una lección válida de los acontecimientos en España... Las
dificultades en el camino del rápido desarrollo de un gran partido de masas que asumiría la dirección efectiva de la lucha
puede resolverse ampliamente con el establecimiento del Frente Revolucionario entre estas dos organizaciones...” En otras
palabras, es imposible construir el partido de la revolución; el Frente Revolucionario es un sustitutivo. Pero el obstáculo
principal para la construcción del partido revolucionario, aparte del falso programa del POUM, fue que el superficial
radicalismo de la CNT no fue criticado sistemáticamente ante las masas por el POUM. El POUM había cortado así su
propio crecimiento y usado su fracaso como justificación para continuar fracasando.
- 166 -
falta de entendimiento del significado de las persecuciones: “Antes que nada es importante que
declaremos que la CNT, por su fuerza intacta y poderosa, hoy perfectamente organizada y
disciplinada, está por encima de todo temor de que mañana este método de eliminación pueda
vencernos. Estamos por encima de esta lucha semiinterna”, etc. Estos pomposos golpes de pecho
significaban que las masas de la CNT no serían levantadas por sus dirigentes contra el significado
contrarrevolucionario de las persecuciones.
Por encima de todo, las grandes masas no habían sido preparadas para entender el sistema
estalinista de tramas y calumnias. Adulando a Stalin, los dirigentes anarquistas habían sido culpables
de declaraciones como esta de Montseny: “Lenin no fue el verdadero constructor de Rusia, sino
Stalin con su realismo práctico.” La prensa anarquista había mantenido un silencio mortal sobre los
juicios de Moscú y las purgas, publicando sólo los informes oficiales. Los dirigentes de la CNT
habían dejado de defender a sus camaradas anarquistas en Rusia. Cuando el anarquista Erich
Muehsam fue asesinado por Hitler, y su mujer buscó refugio en la Unión Soviética, y fue
encarcelada poco después de su llegada, la dirección de la CNT frenó el movimiento de protesta en
sus filas. Incluso cuando los generales rojos fueron asesinados, los órganos de la CNT publicaron
sólo los boletines oficiales.
A mediados de julio, los líderes del POUM y los militantes activos estaban todos en la cárcel.
Sobre sus edificios se alzaban las banderas violeta-amarilla y rojas de la burguesía. Los cuarteles
Lenin fueron ocupados por el “ejército del pueblo” republicano. Sus prensas habían sido destruidas
o dadas al PSUC. En el tablero del boletín de La Batalla estaba una copia de julio, el órgano juvenil
del PSUC, encabezado: “Trotskismo es sinónimo de contrarrevolución.” Los dormitorios del
POUM, ex hotel Falcon, se habían convertido en una cárcel para los miembros del POUM y en
oficinas para la GPU española. Sus miembros se vieron dispersados, viviendo con el temor de las
redadas nocturnas de la Guardia de Asalto. “Pequeños grupos por su propia cuenta”, escribía un
autorizado testigo ocular a primeros de julio. “Le recuerda a uno mucho el desmenuzamiento del
Partido Comunista Alemán en 1933. La clase obrera permanecía pasiva y permitía cualquier cosa
que pasara. La prensa de la CNT imprimía sólo noticias oficiales. No protesta. Ni una palabra de
protesta en ninguna parte. El POUM ha sido barrido como una mota de polvo. “Como bajo
Hitler”, dicen los camaradas alemanes. Los bolcheviques-leninistas rusos añadirían: “Casi como bajo
Stalin.”
En julio, los comités locales de la FAI comenzaron a hacer propaganda ilegal.
Desgraciadamente, no se centró en movilizar a los obreros a las tareas concretas de liberar a los
prisioneros políticos. Una de las hojas típicas recordaba la propaganda de la Socialdemocracia
- 167 -
alemana la víspera de Hitler, pidiendo la ayuda del estado -Staat greif %u- contra sus propias bandas.
Protestando por los asaltos estalinistas a los locales de la Juventud Anarquista. ¿Por cuánto tiempo?
Ya es hora de que el Consejo del gobierno hable, o si no, el delegado general de Orden Público y el
jefe de Policía”, decía una hoja patética.
Las hojas ilegales del POUM, que empezaban a aparecer ahora, no eran mucho mejores.
Ellos que le habían reprochado siempre a los bolcheviques-leninistas el no ver más enemigo que los
estalinistas, se volvieron antiestalinistas y nada más. Una hoja típica, por ejemplo, lo mismo que a
los “jóvenes separatistas” del Estat Catalá. “Los hombres de la izquierda no pueden traicionar sus
postulados. Los separatistas no pueden vender Cataluña con su silencio.” Y el slogan final: “¡Impide
el establecimiento de la dictadura de un solo partido tras las líneas!” ¿Y qué pasaba con el Estat
Catalá y la Esquerra, Prieto y Azaña, cómplices de los estalinistas y, a la hora de la verdad, los
mayores beneficiarios?
Así, pues, una política falsa facilitaba el avance mortal de la contrarrevolución. Sólo las
pequeñas fuerzas de los bolcheviques-leninistas, que habían sido expulsadas por “trotskistas” del
POUM y habían formado su organización en la primavera de 1937; sólo este pequeño grupo,
trabajando bajo la triple ilegalidad del estado, los estalinistas y la dirección de la CNT-POUM,
señalaba claramente el camino a los obreros. No sólo el camino último hacia un estado obrero, sino
también los fines inmediatos de defender los derechos democráticos de los obreros. Que las masas
de la CNT pudieron, haber sido movilizadas se demuestra por la protección que concedieron a la
distribución ilegal de las hojas de los bolcheviques-leninistas. En una asamblea (del sindicato de
carpinteros) aparecieron camiones de la Guardia de Asalto y trataron de arrestar a los distribuidores.
La asamblea declaró que los distribuidores estaban bajo su protección y que rechazarían con las
armas cualquier intento de entrar. La policía fue obligada a marcharse sin nuestros camaradas.
La hoja bolchevique-leninista del 19 de julio señala el camino: el frente unido de lucha de la
CNT-FAI, POUM, bolcheviques-leninistas y los anarquistas disidentes:
“Obreros: Pedid a vuestra organización y a vuestros dirigentes un pacto de frente
unido que debe contener:
1. ¡Lucha por la libertad de la prensa obrera! ¡Abajo la censura política!
2. Libertad para todos los prisioneros revolucionarios. ¡Por la liberación del camarada
Nin, llevado a Valencia!
3. Protección conjunta de todos los centros y empresas, propiedad de nuestras
organizaciones.
4. Reconstrucción y fortalecimiento de todas las patrullas obreras. Cese del desarme
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de la clase obrera.
5. Igual sueldo para oficiales y soldados. Vuelta al frente de todas las fuerzas armadas
enviadas desde Valencia. Ofensiva general en todos los frentes.
6. Control de precios y distribución por medio de comités de obreros y obreras.
7. Arresto de los provocadores del 3 de mayo: Rodríguez, Salas, Ayguade, etc.
¡Para conseguir todo esto los obreros deben formar un frente unido!
¡Organizar comités de obreros, campesinos y combatientes en todas las
empresas, cuarteles y distritos, en el campo y en el frente!”
Pero ni en un día ni en un mes gana una nueva organización la dirección de las masas. El
camino es largo duro, y así y todo es el único camino.
* * *
En julio, según las cifras oficiales de la CNT, sólo en Barcelona 800 de sus miembros estaban
encarcelados, y 60 habían “desaparecido”; eufemismo utilizado, en vez de decir que habían sido
asesinados. La prensa socialista de izquierdas informaba de gran número de sus mejores militantes
prendidos y encarcelados en todas partes.
Una de las fases más repulsivas de la contrarrevolución fue la persecución implacable de
revolucionarios extranjeros que habían venido a España a luchar en las filas de las milicias. En un
solo informe de la CNT el 24 de julio se contaban 150 revolucionarios extranjeros en una cárcel de
Valencia, arrestados bajo “la acusación de entrada ilegal en España”.
Cientos fueron expulsados del país y fa CNT cablegrafió a las organizaciones obreras en
París, pidiéndoles que impidieran que los exiliados alemanes, italianos y polacos fueran entregados
en sus consulados.
Pero los extranjeros arrestados y expulsados no encontraron el peor destino. Otros fueron
seleccionados para tratar de demostrar las relaciones entre el POUM y los fascistas. Maurín estaba
en manos fascistas, en peligro de muerte. Nin, Andrade, Gorkin eran muy bien conocidos por las
masas españolas. El POUM tenía muchos miles de sus mejores hombres en el frente. Muchos de
sus líderes habían muerto combatiendo al fascismo: Germinal Vidal, secretario de juventudes, en la
toma de los cuarteles de Atarazanas, el 19 de julio; su sucesor, Miguel Pedrola, comandante en el
frente de Huesca; Etchebehere, comandante de Sigüenza; Cahue y Adriano Nathan, comandantes
del frente de Aragón; Jesús Blanco, comandante del frente de Pozuelo, etc. Entre las figuras
militares del POUM había hombres como Rovira y José Alcantarilla, famosos en toda España. Unos
cuantos extranjeros desconocidos que luchaban en los batallones del POUM servirían para dar
credibilidad a las fantásticas acusaciones.
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Georges Kopp, un ex oficial belga, que servía en la división Lenin del POUM, acababa de
volver a Barcelona de Valencia, donde le había sido concedido el grado de mayor -el más alto
concedido a un extranjero- cuando los estalinistas lo arrestaron. Entonces la fábrica de propaganda
estalinista se puso en marcha. Robert Minor, dirigente estalinista americano, anunció que la
exigüedad de armas en el frente de Aragón -ésta era la primera vez que los estalinistas admitían esta
acusación de la CNT- se explicaba ahora: ¡El general trotskista Kopp había estado transportando
enormes abastecimientos de armas y munición, a través de tierra de nadie, para los fascistas!” (Daily
Worker, 31 de agosto y 5 de octubre).
El escoger a Kopp, sin embargo, fue una equivocación de la GPU, de increíbles
proporciones, comparable a la historia de la reunión de Romm con Trotsky en París o el vuelo de
Piatakov a Noruega. Ya que Georges Kopp, de cincuenta y cinco años de edad, era un militante de
gran categoría en el movimiento revolucionario belga. Cuando estalló la guerra española era
ingeniero jefe de una gran firma en Bélgica. Solía hacer experimentos por la noche. Circuló la
historia de que estaba probando una nueva máquina, perfeccionándola para el proceso de
manufactura. Lo que manufacturaba sin embargo, eran los ingredientes para millones de descargas
de cartuchos. Socialistas de izquierdas organizaban el transporte ilegal a Barcelona. Cuando Kopp
descubrió que estaba bajo vigilancia, se despidió de sus cuatro hijos y se dirigió a la frontera. El
mismo día que se marchó la policía registró su laboratorio. In absentia, Kopp fue sentenciado por
una corte belga a quince años de trabajos forzados: cinco por hacer explosivos para una potencia
extranjera, cinco por salir del país sin permiso siendo un oficial de reserva del ejército belga y cinco
por unirse a un ejército extranjero. Herido dos veces en el frente de Aragón, ascendió pronto al
rango de comandante33.
Kopp no puede responder a los calumniadores estalinistas porque lo han matado. Estaba en
una cárcel de Barcelona con nuestro camarada americano Harry Milton. A medianoche, Kopp fue
sacado. Esto fue en julio, y la última vez que fue visto.
El 17 de julio un grupo de miembros del POUM fueron libertados de una cárcel de Valencia.
Es un hecho que la mayoría de ellos eran de ultraderechas, como Luis Portela, editor de El
Comunista; Jorge Arquer, etc. Precisamente por esto su testimonio era particularmente convincente.
Después de liberados, fueron a ver Zugazagoitia, ministro del Interior, que les dijo que Nin había
sido llevado a Barcelona a una de las prisiones privadas de los estalinistas en Madrid.
Inmediatamente Arquer pidió un salvoconducto para buscar a Nin. El ministro, un hombre de
Prieto, le dijo: “No te garantizo nada; lo que es más, te aconsejo ir a Madrid porque, con mi
salvoconducto o sin él, tu vida está en peligro. Estos comunistas no me respetan y hacen lo que
33 El británico New Leader, 13 agosto 1937, publicaba dos artículos detallados del récord de Kopp.
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quieren. Y no sería nada extraño que te cogieran y te mataran en el acto.” Sin embargo,
públicamente Zugazagoitia todavía decía que Nin estaba en una cárcel del gobierno. El 19 de julio,
sin embargo, Montseny, de la CNT, dijo públicamente que Nin había sido asesinado. Presionado
por las numerosas preguntas desde el extranjero sobre el paradero de determinados prisioneros a las
que el gobierno era incapaz de responder por la simple razón de que la mayoría de los prisioneros
prominentes estaban eh “preventorios” privados estalinistas, se dispuso que los prisioneros fueran
trasladados desde las cárceles estalinistas en Madrid y Valencia a la custodia formal del Ministerio de
justicia. Nin no estaba entre ellos. Irujo declaró que Nin había “desaparecido”. Los estalinistas
decían que había escapado hacia las líneas fascistas. Pero al final resplandeció la verdad. El 8 de
agosto, el New York Times informaba que “hace casi un mes una banda de hombres armados “raptó”
a Nin de una cárcel de Madrid. Aunque se ha hecho todo lo posible para silenciar el asunto, todo el
mundo sabe ahora que fue encontrado muerto en las afueras de Madrid, asesinado”. Como amigo
personal de Nin y Andrade, el gran novelista italiano Ignazio Silone había tratado de salvarlos. “Pero
-avisó- a no ser que el proletariado revolucionario de otros países esté atento, los estalinistas son
capaces de cualquier crimen.” Alvarez del Vayo, ex ministro de Asuntos Exteriores del Gabinete de
Largo Caballero, conocido agente de Stalin en el grupo de Largo Caballero tuvo el descaro de decir
a la mujer de Andrade que Nin había sido asesinado por sus propios camaradas. (Se debe añadir que
desde entonces Vayo fue excluido de la organización socialista -el grupo de Largo Caballero- de
Madrid.) El primer ministro, Prieto, descargó su alma de estos y otros crímenes dimitiendo al jefe de
policía estalinista, Ortega... , y lo reemplazó por el estalinista Morón.
Justificar la supresión de revolucionarios con calumnias no es nada nuevo. Cuando, en París,
la insurrección de junio de 1848 fue ahogada en sangre, el demócrata de izquierdas Flaucon aseguró
ante la Asamblea Nacional que los insurrectos habían sido sobornados por los monárquicos y
gobiernos extranjeros. Cuando los espartaquistas fueron asesinados, Ludendorff -y, por tanto, los
socialdemócratas que los mataron- les acusaron de ser agentes de Inglaterra. Cuando la
contrarrevolución resultó victoriosa en Petrogrado, tras los días de julio, Lenin y Trotsky fueron
calificados de agentes del Kaiser. La destrucción de la generación de 1917 es llevada a cabo ahora
por Stalin, acusándolos de haberse vendido a la Gestapo.
El paralelo va más lejos. Mientras Kerensky gritaba que Lenin y Trotsky eran agentes
alemanes, Tseretelli y Lieber -en los soviets- trataban, bajo interrogatorio, de desentenderse de los
cargos, y se limitaban a pedir la prohibición de los bolcheviques por planear la insurrección. Pero
aprovechándose de las acusaciones de Kerensky, los mencheviques no pregonaron a los cuatro
vientos la inocencia de los bolcheviques.
Lo mismo en España. Los estalinistas no tuvieron tanto éxito como Kerensky: la acusación
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hecha contra los dirigentes del POUM no hacía mención de colaboración con Franco o con la
Gestapo. El cargo estaba basado en los días de mayo y otras acciones subversivas y oposicionales
similares. Prieto y otros colaboradores de los estalinistas dijeron a la delegación del PLI (Partido
Laborista Independiente, partido centrista inglés, aliado del POUM) que ellos no creían la acusación
estalinista de los lazos del POUM con los fascistas. Ellos “simplemente” no salieron en defensa del
POUM. Companys no sólo no dio crédito a las acusaciones, sino que además lo hizo público. Así,
pues, había una división del trabajo: si no crees a los estalinistas, entonces debes creer que el POUM
estaba organizando una insurrección, es decir, eran revolucionarios o contrarrevolucionarios, lo que
prefieras. Una división del trabajo más estrecha era la que llevaba a cabo la prensa estalinista
mundial, que repetía las calumnias “trotski-fascista” y la propaganda anti POUM-CNT de Louis
Fischer, Ralph Bates, Ernest Hemingway, Herbert Matthews, etc., que “simplemente” repetían
mitos tales como que las milicias del POUM jugaban al fútbol en tierra de nadie con los fascistas.
* * *
A finales de junio, la autonomía catalana, aunque garantizada por un estatuto, estaba ya
completamente suprimida. Las autoridades no confiaban en nadie que tuviera cualquier lazo con las
masas catalanas, por muy débil que éste fuera. Con la excepción del sector más reaccionario, la vieja
Guardia Civil, toda la política de Cataluña había sido enviada a otras partes del país. Incluso los
bomberos fueron trasladados a Madrid. Las manifestaciones estaban prohibidas y las asambleas
sindicales se podían hacer sólo pidiendo permiso al delegado de orden público con tres días de
antelación, al igual que bajo la monarquía.
Las patrullas obreras habían sido barridas, sus miembros más activos encarcelados y los jefes
habían desaparecido.
Habían hecho todo esto ayudados por la pantalla que les proporcionaban los ministros de la
CNT, al formar parte de la Generalitat. Ahora el bloque estalinista-burgués prescindió de sus
servicios.
Un boletín del 7 de junio de la FAI publicaba un comunicado estalinista, que había sido
interceptado, que decía:
“Basado en la composición provisional del gobierno, nuestro partido pedirá la
presidencia. El nuevo gobierno tendrá las mismas características que el de Valencia; un
gobierno fuerte del Frente Popular cuya tarea principal será calmar los espíritus y pedir castigo
para los autores del último movimiento contrarrevolucionario. Se le ofrecerán puestos en este
gobierno a los anarquistas, pero de tal manera que serán forzados a negarse a colaborar, y así
podremos presentarnos al público como los únicos dispuestos a colaborar con todos los
- 172 -
sectores.”
Los anarquistas desafiaron al PSUC a negar la autenticidad de este documento, pero no hubo
respuesta.
A finales de junio vino la crisis ministerial. La CNT dio su aprobación a todas las demandas
que fueron hechas y se formó el nuevo gobierno. La publicación de la lista ministerial del 29 de
junio, sin embargo, reveló a la CNT que, sin su conocimiento, un ministro sin cartera había sido
añadido -un “independiente” llamado doctor Pedro Gimpera, un conocido reaccionario y hostil a
los anarquistas-. Companys blandamente se negó a dimitirlo. La CNT, por último, se retiró, dejando
un gobierno de los estalinistas y la burguesía.
La única diferencia entre el boletín estalinista expuesto por la FAI y el presente curso de la
crisis ministerial era que los estalinistas no habían pedido la presencia... Pero seis se manas después,
sin ninguna indicación previa, los estalinistas chocaron con el presidente Companys.
En noviembre de 1936, cuando el servicio de inteligencia de la CNT agarró a Reverter, el jefe
de policía, y lo hizo juzgar y ejecutar por organizar un golpe de estado, la investigación había implicado
a Cánovas, presidente del Parlamento catalán. Pero los estalinistas habían apoyado a Companys,
para persuadir a la CNT para que se dejase abandonar el país a Canovas, y éste salió hacia Paris.
Tras los días de mayo, había vuelto a Barcelona impunemente. Pasó los tres meses siguientes
reestableciéndose cómodamente en la vida política. Durante estos nueve meses no había sido objeto
ni de una palabra de condena por parte de los estalinistas. (Stalin había empleado este método
sistemáticamente en Rusia: un burócrata se envuelve en una fechoría; se le permite seguir adelante
porque se hace todavía más servil al saber que su crimen es conocido, entonces -a veces años
después- Stalin necesita una cabeza de turco y el canalla es puesto en la picota.) El 18 de agosto, se
reunió el Parlamento catalán. Sin una palabra previa de aviso a sus aliados -obviamente podía haber
sido arreglado a puerta cerrada-, la delegación del PSUC acusó públicamente a Cánovas de traidor.
La Esquerra había sido puesta en una posición tal que tuvo que rechazar la oferta de Cánovas de
dimitir. Con este excelente látigo los estalinistas empezaron a manejar a la Esquerra como querían,
para finalizar anunciando la renuncia de Companys a la presidencia, después de que los estalinistas
hubieran boicoteado la sesión del 1 de octubre del Parlamento catalán.
¿Por qué rompieron los estalinistas con Companys? ¡Había hecho tanto por ellos! ¿Entonces,
por qué se obligaba ahora a Companys a irse? (La velocidad con que los fascistas penetraban a
través del frente de Aragón interrumpió los planes estalinistas y Companys no cayó.)
Había cometido un fallo imperdonable para los estalinistas. Companys había declarado
públicamente que no sabía nada de los planes para prohibir al POUM; había protestado contra el
traslado de los prisioneros de Barcelona; había enviado a Madrid al jefe del departamento de prensa
- 173 -
catalán, Jaime Miratvilles, a ver al jefe de Policía estalinista, Ortega, para saber de Nin. Cuando
Ortega le enseñó las “pruebas contundentes” -un documento “encontrado” en un centro fascista,
enlazando una “N” a una cadena de espías, Miratvilles, según cuenta-, rompió a reír a carcajadas y
declaró que el documento era una falsificación tan evidente que nadie soñaría con tomarlo en serio.
Companys había escrito entonces al gobierno de Valencia que la opinión pública catalana no creía
que Nin era un espía fascista.
Esto no significaba que Companys estuviese dispuesto a luchar con los prisioneros del
POUM. Había salvado su conciencia, y ¡dejaba abiertas las puertas para un posible giro en el futuro!
Companys había vuelto a su silencio. Que ese silencio no le salvara del ataque indicaba que los
estalinistas no podían olvidar a un aliado que expuso sus trampas: la trampa es la base del
estalinismo hoy día.
Pero había una razón más profunda para romper con la Esquerra. El incidente de Nin
indicaba simplemente que Companys no era lo suficientemente duro para los futuros movimientos
de los estalinistas. El, después de todo, era un nacionalista que deseaba la vuelta a la autonomía
catalana. Y, para el estalinismo, España y Cataluña no eran más que peones que estaban dispuestos a
sacrificar, con los cuales haría cualquier cosa que el imperialismo anglo-francés quisiese, a cambio de
una alianza militar con Stalin en la próxima guerra. Esa es la razón por la que tenía que haber una
selección incluso entre los socialistas de Prieto y los republicanos de Azaña: sólo los más brutos,
más corruptos y más cínicos podrían aguantar las tormentas que se avecinaban, creadas por los
estalinistas, y permanecer colaborando con ellos.
La contrarrevolución económica en Cataluña avanzaba contra las colectividades. En honor de
las secciones locales del movimiento libertario, hay que decir que se mantuvieron firmes. Por
ejemplo, el fuerte movimiento anarquista del Bajo Llobregat (corazón de luchas armadas contra la
monarquía y la república) declaraba en su semanario Ideas, del 20 de mayo:
“Esto es lo que debemos hacer, trabajadores. Tenéis la oportunidad de ser libres. Por
primera vez en nuestra historia social las armas están en nuestras manos: no las soltéis.
¡Obreros y campesinos! Cuando oigáis que el gobierno o cualquier otro os dice que las armas
deben estar en el frente, respondedle que así es, que los miles de rifles, ametralladoras
morteros, etc., que se guardan en los cuarteles, que son usados por los carabineros, guardias
de Asalto y Nacional, etc., deben ser enviados al frente porque defender tus campos y
fábricas nadie lo puede hacer mejor que tú.
Recuerda siempre que aviones, cañones y tanques es lo que hace falta en el frente para
aplastar al fascismo rápidamente... Lo que los políticos están buscando es desarmar a los
obreros, para tenerlos a su merced, y arrebatarles lo que ha costado tantas vidas y tanta sangre
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al proletariado. Que ninguna persona permita que otra sea desarmada; que ningún pueblo
permita que otro sea desarmado; desarmemos a los que intentan desarmarnos. Este tiene que
ser, debe de ser, el slogan revolucionario del momento presente.”
La laguna entre la pusilanimidad de los órganos centrales de la CNT y el espíritu de lucha de
los periódicos locales, cercanos a las masas, era tan grande como la distancia entre los cobardes
temerosos y los obreros revolucionarios.
Pero cientos de miles de guardias de Asalto concentrados tras las líneas, atacaron
sistemáticamente a las colectividades. Sin dirección centralizada, los pueblos fueron sometidos uno
por uno. Libertad, uno de los periódicos anarquistas disidentes ilegales de Barcelona
(incidentalmente, pagó sus despreciativos respetos a Solidaridad Obrera, que había denunciado a los
órganos ilegales), describía la situación en el campo en el número de 1 de agosto:
“No tiene sentido que la censura, en las manos de un partido, impida que se diga una
palabra sobre los miles de golpes infligidos a las organizaciones obreras y a las colectividades
campesinas. Es en vano que prohíban mencionar en la terrible palabra, contrarrevolución.
Las masas trabajadoras saben perfectamente que existe, que la contrarrevolución avanza con
la protección del gobierno, y que las bestias negras de la reacción, los fascistas disfrazados, los
viejos caciques, están levantando la cabeza de nuevo.
¿Y cómo no van a saberlo, si no queda un solo pueblo en Cataluña en que las
expediciones de castigo de la Guardia de Asalto no hayan, cuando no han atacado a los
trabajadores de la CNT, ido destruyendo sus células, o lo que es peor, destruido el portentoso
trabajo de la revolución, las colectividades de campesinos, para devolver el campo a los
antiguos propietarios, conocidos fascistas de siempre, ex caciques de la época negra de Gil-
Robles, Lerroux o Primo de Rivera?
Los campesinos tomaron los bienes de los amos -que en justicia no les pertenecían-
para ponerlos al servicio del trabajo colectivo, permitiendo a los antiguos amos significarse, si
querían, trabajando. Los campesinos creían que un trabajo tan noble estaba garantizado por
su propia eficiencia, si el fascismo no triunfaba, y no podía triunfar, Escasamente
sospechaban que en medio de la guerra contra el terrible enemigo, con un gobierno formado
por hombres de izquierdas, la fuerza pública (policía) vendría a destruir lo que había sido
creado con tanto trabajo y alegría. Para que esto tan inconcebible pasara, tenían que llegar al
poder, con trucos sucios, los llamados comunistas. Y los trabajadores, preparados siempre
para hacer los sacrificios más grandes para derrotar al fascismo, no acababan de preguntarse
si sería posible que fueran atacados por detrás, que fueran humillados y traicionados, cuando
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quedaba todavía tanto por conquistarle al enemigo común...
La técnica de represión siempre es la misma. Camiones llenos de guardias de Asalto
que entran en el pueblo como conquistadores. Registros siniestros de las organizaciones de la
CNT. Anulación de los consejos municipales donde la CNT está representada, Saqueos,
registros y arrestos. Toma de los alimentos de las colectividades. Entrega del campo a sus
antiguos propietarios.”
Esta descripción, simple y conmovedora, era seguida por una larga lista de pueblos, las fechas
en que fueron asaltados, los nombres de los muertos o arrestados. En los meses siguientes, la lista
crecía más y más.
En industria y comercio, las bases judiciales de los establecimientos colectivizados seguían al
amparo de la insegura base del decreto de colectivización del 24 de octubre de 1936. Pero
inmediatamente después de los días de mayo, la Generalitat ¡repudiaba el decreto! La disculpa fue el
intento de la CNT de liberar a las fábricas de la presa de los oficiales de aduanas, sin cuyo certificado
de propiedad los bienes de exportación llegaban al extranjero y eran secuestrados por medio de una
reclamación por los antiguos dueños emigrados. El Consejo de Economía (del Ministerio de
Industria), controlado por los anarquistas, adoptó el 15 de mayo una propuesta de decreto para
registrar los establecimientos colectivizados como de propiedad oficial en el registro mercantil. Pero
la mayoría estalinista-burguesa en la Generalitat rechazó la propuesta porque el decreto de
colectivización del 24 de octubre “fue dictado sin competencia por la Generalitat”, porque “no
había, ni hay todavía, legislación del Estado (español) para aplicarla” y “el artículo 44 de la
Constitución (española) declara que la expropiación y la socialización son funciones del estado
(español), es decir, ¡el estatuto de autonomía catalana se había pasado! La Generalitat tendría que
esperar que Valencia tomara la iniciativa. ¡Pero Companys había firmado el decreto de octubre! Eso
era durante la revolución.
La agencia principal de contrarrevolución económica era el GEPCI, la conocida organización
de hombres de negocios añadida en grupo a la sección catalana de la UGT por los estalinistas, pero
repudiada por la UGT a nivel nacional. Con carnets sindicales en los bolsillos, estos hombres hacían
con toda impunidad lo que no se hubieran atrevido a hacer nunca antes del 19 de julio contra los
obreros organizados. Muchos de ellos no eran pequeños comerciantes, sino que eran grandes
empresarios, Recibían trato preferencial para conseguir créditos financieros, materias primas,
servicios de exportación, etcétera, en contra de las fábricas colectivizadas. Un pequeño detalle basta
para destruir el mito estalinista de que eran pequeños almacenemos, establecimientos de una
persona sola. En junio de 1937 los trabajadores del vestido redactaron una escala de sueldos,
idéntica a la de las colectivas del vestido, y trataron de negociarla con las fábricas de ropa
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capitalistas. Los dueños rechazaron las demandas. Pero ¿quiénes eran los dueños? Miembros todos
ellos del GEPCI, es decir, como los empleados a los que estaban rechazando las subidas de sueldos,
¡eran miembros de la UGT de Cataluña! (Solidaridad Obrera, 10 de junio). ¿Se atrevería el burócrata
sindical más reaccionario, del estilo de Bill Green o Ernest Bevin, a proponer que los jefes y los
trabajadores pertenecieran al mismo “sindicato”? No, este paso atrás sólo podía venir de los
estalinistas, imitando a la Italia fascista y a la Alemania nazi.
En junio, bajo el slogan de “municipalización”, el PSUC lanzó una campaña para arrancar el
transporte y las industrias eléctrica, gas y otras importantes de las manos de los trabajadores. El 3 de
junio, la delegación del PSUC proponía formalmente al Consejo Municipal de Barcelona que
municipalizase los servicios públicos. Al día siguiente, por supuesto, los concejales de la CNT serían
expulsados, y los estalinistas tendrían los servicios públicos en sus manos para tomar el siguiente
paso de devolverlos a sus antiguos dueños. Pero esta vez les hicieron frente no sólo los dirigentes de
la CNT -que sin este campo, que se debería empezar por la vivienda-, sino por la respuesta masiva
de los trabajadores afectados. El Sindicato de Trabajadores del Transporte empapeló cada pared de
la ciudad con gigantescos posters: “Las conquistas revolucionarias pertenecen a los obreros. Las
colectividades obreras son el producto de estas conquistas. Tenemos que defenderlas...
Municipalizar los servicios urbanos, sí; pero sólo cuando las municipalidades pertenezcan a los
trabajadores, no a los políticos.” Los posters demostraban que desde que los obreros habían tomado
el control, había habido un 30 por 100 de aumento en facilidades de equipo, disminución de precios,
más obreros empleados, grandes donaciones a las colectividades agrícolas, subvenciones a los
trabajadores del puerto, seguridad social para las familias de obreros muertos o heridos, etc. De
momento, el avance estalinista fue derrotado en este campo.
Pero los estalinistas continuaron hacia su meta de destruir las fábricas controladas por los
obreros. La Generalitat catalana anunció el 15 de septiembre como el último día para demostrar la
legalidad de las fábricas colectivizadas. Ya que la mayor parte de la colectivización había sido hecha
de la noche a la mañana para acelerar la guerra civil contra los fascistas, pocas fábricas habían
establecido un procedimiento jurídico. ¿Cuáles eran realmente los procesos legales que justificaban
las expropiaciones? El decreto original del 24 de octubre de 1936, que hemos discutido en nuestro
capítulo sobre el primer Gabinete de la Generalitat, estaba destinado precisamente a ser el comienzo
para el futuro, y ahora ¡la Generalitat lo había rechazado! ¡La Generalitat, según su conveniencia y
deseo, examinaría ahora el titulo legal de la revolución social y la encontraría, sin duda, llena de
fallos legales! ¡Qué negocio más ridículo! Pero qué trágico.
Los estalinistas, que conservaban el Ministerio de Abastecimientos de la Generalitat desde
diciembre, se lanzaron sobre su presa, en primer lugar en las industrias alimenticias, de distribución
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de mercados, etc., disolviendo los comités obreros de abastecimiento, que hasta entonces habían
estado aprovisionando las ciudades y manteniendo los precios bajo control. Incluso en la
incomprometida prensa de la CNT, y a través de la opacidad de la censura, los relatos reflejaban
ahora lo que estaba pasando allí:
“Colectividades, empresas socializadas y cooperativas, que incluyen miembros de la
CNT y UGT, han sido escogidos como blanco de ataque por parte de esos que se
escondieron desertando el 19 de julio... Los lecheros de ambos sindicatos son detenidos por
todos lados, las vacas y las granjas lecheras organizadas legalmente en cooperativas, están
siendo confiscadas, aunque sus estatutos han sido aprobados oficialmente por la Generalitat
hace bastantes meses. Estas vacas y sus establecimientos lecheros están siendo entregados a
sus antiguos dueños... Lo mismo está ocurriendo, aunque todavía a pequeña escala, en la
industria panadera... Nuestros mercados, el mercado central del pescado, etc., aunque
colectivizados legalmente, están sufriendo también esos ataques viciosos de la antigua
burguesía. Son animados por las venenosas campañas organizadas diariamente por la prensa
del Partido, que ha llegado a ser el campeón en la defensa del GEPCI (Gremios y Entidades
de Pequeños Comerciantes e Industriales). Ya no se trata sólo de una lucha contra las
colectividades de la CNT, sino contra todas las conquistas revolucionarias de la CNT-UGT.
¡Demos un puñetazo a los fascistas y contrarrevolucionarios escondidos tras un carnet
sindical!” (Solidaridad Obrera, 29 de junio).
“¿Está el Ministerio de Abastecimientos al servicio del pueblo o ha sido transformado en un
gran mercader?”, preguntaba la prensa de la CNT. “Los alimentos básicos son: arroz, judías verdes,
azúcar, leche, etc. ¿Por qué no están incluidos entre los artículos que el Comité de Distribución
formado recientemente por la UGT-CNT, distribuye equitativamente por los almacenes de
Barcelona, sea cual sea la organización a la que pertenecen?” En vez de eso, esos artículos básicos
estaban incontrolados, dejados a merced del GEPCI. La Noche (26 de junio), respondiendo a la
amargura de las masas: “¡Pena capital para los ladrones! Abusos escandalosos de los vendedores a
expensas del pueblo.” Y, tras mostrar con estadísticas oficiales la subida precipitada de los precios
de los alimentos entre junio de 1936 y febrero de 1937, La Noche decía: “¡No hubiera estado mal si
los precios se hubieran mantenido a ese nivel! Se puede hablar con las amas de casa sobre la subida
del coste de la vida desde febrero. Está alcanzando cifras inaccesibles... Debemos crear alguna
forma de protección para los intereses del pueblo contra el egoísmo de los comerciantes que están
llevando esto a cabo con total impunidad.”
Sí, era en el campo de la alimentación en el que los estalinistas habían mantenido la garra por
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más largo tiempo. Y el resultado: hambre; sí, verdadera hambre se pasaba en Cataluña. La amargura
de las masas se manifestaba en Solidaridad Obrera (19 de septiembre):
“Madres proletarias con hijos en el frente sufren aquí estoicamente el hambre junto a
sus inocentes pequeños... Decimos que los sacrificios deben ser hechos por todos y es una
situación inconcebible, ya que en la actualidad hay lugares en que, pagando precios fuera del
alcance de cualquier obrero, es posible obtener toda clase de alimentos. Esos restaurantes
lujosos son verdaderos focos de provocación y deberían desaparecer, como deben
desaparecer todos los privilegios de cualquier sector. Desigualdad flagrante, privilegios, son
en tales casos un terrible disolvente de la cohesión popular. Tienen que ser eliminados a toda
costa... Protegidos... Ha entrado en acción una repugnante casta de especuladores y logreros
que trafican con el hambre del pueblo... Repetimos que nuestro pueblo no teme sacrificios,
pero no tolera monstruosas desigualdades... ¡Respeta al proletario que lucha y sufre!”
Sí, las masas no temen a los sacrificios. Los trabajadores de Petrogrado sufrieron las
privaciones más extremas, ni siquiera había agua corriente en la ciudad durante la guerra civil. Pero
lo que allí había pertenecía a todos a partes iguales. No son las desnudas punzadas del hambre lo
que retuerce las caras de los obreros barceloneses, de sus mujeres e hijos. Es que mientras ellos
pasan hambre, la burguesía come lujosamente, y esto ¡en medio de una guerra civil contra el
fascismo! Pero ésa es la consecuencia inevitable de no haber terminado con la “democracia”
burguesa. A todos los que habéis sido impresionados por el “sentido común” estalinista de luchar
modestamente por la democracia, ¿empezáis a entender lo que significa, en concreto, en las
torturadas almas del pueblo español?
XIV. La conquista de Aragón
La fértil provincia de Aragón era la encarnación viva de la lucha victoriosa contra el fascismo.
Era la única provincia realmente cubierta por los fascistas y luego conquistada con las armas. Era
especialmente el orgullo de las masas catalanas, pues ellas habían salvado Aragón. A los tres días de
la victoria en Barcelona, las milicias de la CNT y el POUM salieron para Aragón. El PSUC era
pequeño entonces y ayudó poco o nada. Nombres de batallas imperecederas -Monte Aragón,
Estrecho Quinto, etc.- estaban asociados sólidamente con los héroes de la CNT y el POUM que las
habían ganado. Fue en la victoriosa conquista de Aragón donde Durruti adquirió su fama legendaria
de líder militar y las fuerzas que él llevó a la defensa de Madrid en noviembre fueron las tropas de
piquete cuya moral victoriosa había sido forjada en las victorias de Aragón.
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No había sido una razón secundaria para los éxitos de Aragón el que, bajo la dirección de
Durruti, las milicias marchaban como un ejército de liberación social. Cada ciudad arrebatada a los
fascistas se transformaba en una fortaleza de la revolución. Las milicias patrocinaban elecciones de
comités de pueblo, a quienes entregaban todas las haciendas y su equipo. Los títulos de propiedad,
hipotecas, etc., fueron quemados en hogueras. Después de transformar de esta manera la vida del
pueblo, las columnas del POUM-CNT podían seguir adelante, seguros de saber que cada pueblo
que dejaban tras sí lucharía hasta la muerte por el campo que ahora era suyo.
Apoyados por su éxito en la liberación de Aragón, los anarquistas se encontraron con muy
poca resistencia del bloque estalinista-burgués en los primeros meses. Los consejos municipales de
Aragón fueron elegidos directamente por las comunidades. El Consejo de Aragón era al principio
ampliamente anarquista. Cuando se formó el Gabinete de Largo Caballero, los anarquistas
estuvieron de acuerdo en dar representación a otros grupos antifascistas en el Consejo, pero hasta
los últimos días de su existencia las masas de Aragón estuvieron agrupadas en torno a las
organizaciones libertarlas. Los estalinistas eran un grupo pequeño y sin influencia.
Por lo menos tres cuartas partes de la tierra eran cultivadas por las colectividades. De 400
colectividades, sólo 10 se adhirieron a la UGT. A los campesinos que deseaban cultivar el campo
individualmente, se les permitía hacerlo así, siempre que no emplearan mano de obra. El ganado era
poseído individualmente para el consumo familiar. Las escuelas eran subvencionadas por la
comunidad. La producción agrícola aumentó en la región del 30 al por 100 con respecto al año
anterior, como resultado del trabajo colectivo. Numerosos excedentes fueron entregados
voluntariamente al gobierno, gratis, para ser usados en el frente.
Intentaron poner en práctica algunos principios libertarlos en el campo del dinero y los
sueldos. Los sueldos se pagaban por un sistema de cupones canjeables por bienes en las
cooperativas. Pero esto no era más que un piadoso cuento a la tradición anarquista, ya que los
comités que llevaban a cabo la compra y venta de bienes con el resto de España usaban dinero a la
fuerza en todas las transacciones, así es que los cupones no fueron más que un sistema interno de
contabilidad, basado en el dinero que tenían los comités. Los sueldos se basaban en la unidad
familiar: a un productor soltero se pagaba el equivalente a 25 pesetas semanales más por cada hijo.
Este sistema tenía una seria debilidad, particularmente cuando en el resto de España operaba un
sistema de gran disparidad de sueldos entre obreros profesionales y manuales, ya que eso impulsaba
a los técnicos a emigrar a Aragón. Sin embargo, de momento, la convicción ideológica que inspiraba
a muchos técnicos profesionales en las organizaciones libertarlas hizo que se superara esta debilidad.
Es verdad que, con la estabilización de la revolución, un periodo transicional de mayores salarios
para obreros cualificados y profesionales tendría que ser instaurado. Pero los estalinistas que
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tuvieron el descaro de comparar la situación de Aragón con la monstruosa disparidad de salarios de
la Unión Soviética parecían haber olvidado completamente que el salario familiar -que es la esencia
del “a cada cual de acuerdo con sus necesidades” de Marx- era una meta a la que dirigirse, de la que
la Unión Soviética está infinitamente más lejana bajo Stalin que bajo Lenin y Trotsky.
La mayoría anarquista en el Consejo de Aragón llevó en la práctica al abandono de la teoría
anarquista de la autonomía de la administración socioeconómica. El Consejo actuaba como una
agencia centralizadora. La oposición estaba en tan desesperanzadora minoría en Aragón, y las masas
estaban tan unidas al orden nuevo, que no hay ningún dato de una sola reunión de masas estalinistas
en Aragón en oposición directa al Consejo. Se celebraban muchas asambleas conjuntas con
participación estalinista, incluso hasta tan tarde como el 7 de julio de 1937. Ni en esas asambleas ni
en ninguna parte de Aragón repitieron los estalinistas las calumnias que la prensa estalinista extendía
por todas partes para preparar el terreno a una invasión.
Muchos dirigentes extranjeros vieron Aragón y lo alabaron: entre ellos, Carlo Rosselli, el
dirigente antifascista italiano, que servía como comandante en el frente de Aragón (él y su hermano
fueron asesinados por los fascistas italianos cuando estaban de permiso en Paris). El destacado
socialista francés Juin escribió una fuerte defensa de Aragón en Le Peuple. Giusti%ia e Libertá, el
órgano dirigente antifascista italiano decía de las colectividades de Aragón: “Los beneficios
manifiestos del nuevo sistema fortalecían el espíritu de solidaridad entre los campesinos excitándoles
a mayores esfuerzos y actividad.”
Los beneficios manifiestos de la revolución social, sin embargo, pesaban escasamente en la
balanza contra las implacables necesidades del programa estalinista-burgués para establecer un
régimen burgués y ganar el favor del imperialismo anglo-francés. La condición previa para tal favor
era la destrucción de todo vestigio de revolución social. Pero las masas aragonesas estaban unidas.
La destrucción, por tanto, debería venir de fuera. Una vez que el gobierno de Negrín llega al poder,
una tremenda campaña de propaganda contra Aragón fue lanzada en la prensa burguesa y
estalinista. Y, tras tres meses de esta clase de preparación, se lanzó la invasión.
El 11 de agosto, el gobierno decretaba la disolución del Consejo de Aragón. Para sustituirlo
se nombró un gobernador general “con las facultades que la legislación en vigor atribuye a los
gobernadores civiles”, legislación de los días de la reacción. El gobernador general, Mantecón,
demostró ser, sin embargo, una figura decorativa. El trabajo real fue hecho por las fuerzas militares
bajo la dirección del estalinista Enrique Líster.
Uno de los héroes prefabricados de los estalinistas (CNT publicó su fotografía con el título
“Héroe de muchas batallas. Lo sabemos porque el Partido Comunista nos lo ha dicho” -la ironía era
el único camino de pasar la censura-), Líster, marchó con sus tropas hasta el fondo de Aragón. Los
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consejos municipales elegidos directamente por la población fueron disueltos por la fuerza. Las
colectividades fueron divididas y sus dirigentes encarcelados. Lo mismo que con los prisioneros del
POUM en Cataluña, ni siquiera el gobernador general supo a dónde fueron a parar los miembros
del Comité Regional de la CNT arrestados por la banda de Líster. Habían obtenido salvoconductos
del gobernador general, pero ni eso les salvó. Joaquín Ascaso, presidente del Consejo de Aragón,
fue encarcelado acusado de... ¡robar joyas! La censura del gobierno prohibió a la prensa de la CNT
publicar la noticia del encarcelamiento de Ascaso, se negó a revelar el lugar del encarcelamiento y
desde su asqueroso punto de vista reaccionario tenían razón. Porque Ascaso era carne y hueso de las
masas, como el difunto Durruti lo había sido, y las masas habrían derribado las cárceles con sus
propias manos.
Baste decir que la prensa oficial de la CNT -no demasiado ansiosa de levantar a las masas-
comparó el asalto a Aragón con el sometimiento de Asturias por López Ochoa en octubre de 1934.
Para justificar la violación de Aragón, la prensa estalinista publicó cuentos fantásticos; Frente
Rojo escribía:
“Bajo el régimen del extinguido Consejo de Aragón, ni los ciudadanos, ni la propiedad,
podían contar con la mínima garantía... El gobierno encontró en Aragón arsenales
gigantescos de armas y miles de bombas, cientos de ametralladoras de último modelo,
cañones y tanques reservados allí, no para luchar contra el fascismo en el frente de batalla,
sino propiedad privada de los que quieran hacer de Aragón un bastión desde el que luchar
contra el gobierno de la república... No hay un campesino que no haya sido obligado a entrar
en las colectividades. Los que se resistían sufrieron en su cuerpo y su pequeña propiedad las
sanciones del terror. Miles de campesinos han emigrado de la región, prefiriendo dejar el
campo a sufrir los viles métodos de tortura del Consejo... El campo fue confiscado, y anillos,
medallones, e incluso los cacharros de barro de cocina fueron confiscados. Los animales
fueron confiscados, el grano e incluso los alimentos cocinados y el vino para el consumo
doméstico... En el Consejo Municipal se instalaron conocidos fascistas y jefes falangistas.
Blandiendo carnets sindicales, oficiaban de alcaldes y concejales, de agentes del orden público
de Aragón, bandidos de origen ejercían una profesión y un gobierno de bandidaje.”
¿Esperaban que alguien creyera seriamente todas estas tonterías? La mentalidad policial de los
estalinistas estaba evidentemente en la coartada de que se preparaba una insurrección. ¿Las armas?
El frente de Aragón había caído bajo completo control del gobierno el 6 de mayo, con un miembro
del partido estalinista, el general Pozas, al mando supremo. Antes de eso la prensa de la CNT,
POUM, FAI desde octubre de 1936 había abundado en largas quejas de que el frente de Aragón
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estaba siendo despojado de armas, y que la guardia armada de las colectividades de Aragón -
realmente con el frente irregular y cambiando, era parte de la línea de defensa del frente- fue
peligrosamente despojada de armas. Durante ocho meses se hicieron estas acusaciones desde la
prensa, plataformas y radio y con ellas la acusación de que la ayuda rusa estaba condicionada a que
los estalinistas controlasen adónde iban a parar las armas que llegaban. Los estalinistas habían
respondido a esas acusaciones especificas con absoluto silencio, Ahora, en la atmósfera de purga de
agosto de 1937, su respuesta era ¡que las armas estaban allí! Nadie iba a creer, ni se podía esperar
que lo hiciera, esta majadería, ni siquiera los mismos miembros del Partido.
Pero las acusaciones no necesitan una refutación seria, ya que el 18 de septiembre el hombre
que probablemente había sido el mayor culpable, que había aterrorizado, instalado fascistas, etc.,
Joaquín Ascaso, fue liberado de la prisión. Si los estalinistas estaban preparados para probar sus
cargos contra Ascaso, incluso en sus corruptos tribunales, ¿por qué no lo hicieron? La respuesta es:
los cargos eran bobadas. Sin embargo, lo que era terriblemente real era la destrucción de las
colectividades de Aragón.
Después de que el bloque estalinista-burgués conquistó Aragón y la historia de su invasión
empezó a filtrarse hacia el movimiento obrero mundial, donde los estalinistas no se atrevieron a
intentar repetir sus fantásticos cargos, adoptaron una nueva línea de conducta que trataba de
cambiar estas denuncias por la idea de que la disolución del Consejo de Aragón era necesaria para
reorganizar el frente de Aragón. Así, Ralph Bates escribía:
“Ha habido denuncias exageradas contra el Consejo de Aragón, pero creo que lo
siguiente puede ser demostrado con evidencia detallada: la aplicación general de posturas
extremas en el campo y reforma social habían confundido e incluso enfrentado al
campesinado y a obreros no anarquistas; el control anarquista de los comités militares de
pueblo había impedido sin duda la conducción eficiente de las operaciones... Así, pues, el
problema era poner esta faja de Aragón bajo el control del gobierno de Valencia, como parte
de una campaña para reformar las fuerzas militares de Aragón” (New Republic, 27 de octubre
de 1937).
Esta última coartada tenía dos funciones: primero, alejarse de los absurdos cargos en que la
disolución se había justificado al principio; segundo, cubrir el hecho de que, aunque el gobierno
central había tenido completo control del frente de Aragón desde mayo, sus llamadas ofensivas
habían sido fiascos. La infinita infamia de todo esto se verá clara si nos volvemos ahora a la cuestión
militar y examinamos el frente de Aragón como parte del programa total de estrategia militar.
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XV. La lucha militar, bajo Giral y
Largo Caballero
La guerra no es más que la continuación de la política por medios violentos. Un manifiesto
tirado sobre las líneas enemigas, expresando las aspiraciones de los campesinos que carecían de
tierra, también es un arma de guerra. Tener éxito en incitar una revuelta tras las líneas enemigas
puede ser infinitamente más eficaz que un ataque frontal. Mantener la moral de las tropas es tan
importante como equiparlas. Cuidarse de oficiales traicioneros es tan importante como entrenar
oficiales eficientes. En resumen, la creación de un gobierno de obreros y campesinos por el que las
masas trabajaran y murieran como héroes es el mejor accesorio político de la lucha militar contra el
enemigo fascista en la guerra civil.
Con estos métodos, los obreros y campesinos rusos derrotaron a la intervención imperialista
y a los ejércitos de la Guardia Blanca en 22 frentes, a pesar del bloqueo económico más rígido que
se haya impuesto nunca a una nación. En la organización y dirección del Ejército Rojo bajo
condiciones tan adversas, Trotsky parecía hacer milagros, pero estos milagros estaban compuestos
de política revolucionaria, de capacidad de sacrificio, trabajo y heroísmo de una clase defendiendo
su libertad recién ganada.
Que la estrategia política reaccionaria determinaba una estrategia militar falsa del gobierno
republicano se demuestra analizando el curso de la lucha militar.
Del 19 de julio al 4 de septiembre de 1936 -siete semanas decisivas- el Gabinete de Giral del
Frente Popular estaba a la cabeza, con el apoyo político incondicional de los estalinistas, y los
socialistas de Prieto (Prieto, en realidad, era parte extraoficialmente del Ministerio, abriendo un
despacho en el gobierno el día 20 de julio).
El gobierno de Giral tenía alrededor de 600 millones de dólares en oro a su disposición.
Recuérdese que el embargo real de venta de municiones a España no fue establecido hasta el 19 de
agosto, cuando la Cámara de Comercio británica derogó todas las licencias de exportación de armas
y aviones a España. De esta manera, el régimen de Giral tuvo por lo menos un mes para comprar
almacenes de armas, ¡pero la maldita verdad es que no compró casi nada! La historia del intento
traidor de Azaña-Giral de llegar a un compromiso con los fascistas ya ha sido contada. Un hecho
más: Franco y sus amigos esperaron seis días antes de formar su propio gobierno. Más tarde, Gil-
Robles revelaría que esperaron con expectación un arreglo satisfactorio con el gobierno de Madrid.
Para entonces las milicias habían surgido de las filas de los obreros y Giral ya no tenía poder para
satisfacer las exigencias de Franco.
Las victorias más importantes de las primeras siete semanas fueron: la lograda marcha de las
milicias catalanas sobre Aragón, usando la socialización del campo tanto como los rifles; y el ataque
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de la flota republicana al transporte de tropas de Franco de Marruecos a la Península.
“La lealtad de una gran parte de la marina impidió decisivamente a Franco el transportar un
gran número de tropas marroquíes a la Península en las primeras dos semanas de la guerra. La
patrulla naval del Sur hizo el transporte por mar extremadamente difícil. Franco se vio obligado a
recurrir al transporte aéreo, pero era un trabajo muy lento. En lo que respecta a esto, el gobierno
tuvo, de nuevo, la oportunidad de organizar la defensa y reunir reservas”, escribían dos estalinistas
entonces34. Lo que se les olvidaba añadir era que los buques de guerra estaban bajo el mando de los
comités democráticos de marinos, que, como las milicias, no tenían fe en el gobierno de Giral y
siguieron adelante con las operaciones, a pesar de la pasividad del gobierno. El significado de este
hecho se hará evidente cuando lleguemos a la política naval del Gabinete Caballero-estalinista-
Prieto.
Las terribles derrotas de Badajoz e Irún terminaron con el Gabinete de Giral. La razón de la
caída de Irún fue contada en un parte conmovedor por Pierre van Paasen:
“Lucharon hasta el último cartucho los hombres de Irún. Cuando no tenían más
munición, lanzaban paquetes de dinamita. Cuando se les acabó la dinamita, atacaron con las
manos vacías y lucharon hombre a hombre, mientras el enemigo, sesenta veces más fuerte,
les asesinaba con las bayonetas. Una muchacha mantuvo acorralados a dos carros armados
por media hora, tirando bombas de glicerina. Entonces los marroquíes asaltaron la barricada
de la que ella era el único defensor vivo y la hicieron pedazos. Los hombres de Fort Martial
mantuvieron a 300 legionarios a distancia durante más de medio día tirando piedras desde la
colina en que la vieja fortaleza está encaramada.”
Irún cayó porque el gobierno de Giral no había hecho ningún intento de proveer a sus
defensores con munición. El Comité Central de las Milicias Antifascistas de Cataluña, que había
transformado ya las fábricas disponibles en talleres de municiones, había enviado varios vagones de
munición a Irún por el ferrocarril regular de Cataluña a Irún. Pero ese ferrocarril va parte del
camino por territorio francés, y el gobierno del “camarada” Blum, el aliado de Stalin, había detenido
los coches en Behobia, justo al otro lado de la frontera, durante días..., pasando por el puente a Irún
después que los fascistas habían ganado.
El Gabinete de Giral dio paso al “real y completo” gobierno del Frente Popular de Caballero-
Prieto-Stalin. Sin ninguna duda, contaba con la confianza de una gran parte de las masas. Las
milicias y los comités de marinos obedecían sus órdenes a la primera.
34 Spain in Revolt, por Gannes y Repard, pág. 119.
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Había tres campañas militares de gran importancia que el nuevo gobierno tenía que llevar a
cabo. Había, desde luego, otras tareas, pero ésta eran las más importantes, las más urgentes, y
esencialmente las más sencillas.
1. Marruecos y Algeciras
Marruecos fue la base militar de Franco durante los primeros seis meses de la guerra. De allí
tenía que traer los moros y legionarios y provisiones militares.
Los primeros éxitos de la marina republicana bajo los comités de marinos en hostilizar las
líneas de comunicación de Franco con Marruecos fueron seguidos por otros. El 4 de agosto, el
crucero republicano Libertad bombardeó la fortaleza fascista de Tarifa en Marruecos. Fue un golpe
mortal para Franco. Tan mortal que fue contestado por el primer acto de intervención abierta
italiana: un avión italiano bombardeó el Libertad. Cuando barcos de guerra republicanos se
colocaban en posición para un bombardeo a gran escala de Ceuta en Marruecos, mientras los
transportes fascistas se estaban cargando, el buque de guerra alemán Deutschland navegaba
descaradamente de un lado a otro entre los barcos de guerra republicanos y Ceuta para impedir el
bombardeo. Una semana más tarde, un crucero español detuvo al buque de carga alemán Kamerun,
lo encontró cargado hasta el puente con armas para Franco y le impidió atracar en Cádiz. Después
de esto, Portugal se pasó abiertamente a los fascistas, permitiendo al Kamerun descargar en los
puertos portugueses y se mandaban las municiones por tren a Franco. Los comandantes navales
alemanes recibieron orden de disparar sobre todo barco español que tratara de detener barcos
alemanes de munición. Si las operaciones navales republicanas hubieran continuado, habían sido
fatales para Franco y sus aliados tendrían que desenmascararse completamente para salvarlo.
En este momento se formó el Gabinete de Largo Caballero y Prieto, ahora en estrecha
colaboración con los estalinistas, y el “hombre de Francia” de siempre llegó a ser ministro de
Marina. Terminó con las operaciones navales frente a Marruecos y el estrecho de Gibraltar, y retiró
a las fuerzas leales que habían mantenido Mallorca.
La tarea del momento era impedir que los moros y legionarios desembarcaran en Algeciras y
constituyeran ese ejército que pronto iba a hacer esa temible marcha desde Badajoz directamente a
Toledo, y a través de Toledo y Talavera de la Reina a las puertas de Madrid. La primera línea en esa
tarea le pertenecía a la Marina. Esta no fue usada para este fin.
En vez de esto, a mediados de septiembre, casi la flota entera, incluyendo el buque de guerra
Jaime I, los cruceros Cervantes y Libertad y tres destructores, recibieron la orden de abandonar Málaga
y ¡dar todo el rodeo a la Península hasta la costa vizcaína! Dejaron atrás el destructor Ferrándiz y el
crucero Gravina. El 29 de septiembre, dos cruceros fascistas hundieron al Ferrándiz, tras bombardear
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y alejar al Gravina. ¿Cuáles eran las razones que determinaban que las fuerzas navales salieran para la
costa de Vizcaya?, mientras los partes de noticias informaban -por no citar más que un ejemplo-:
“Un pesquero armado que transporta tropas marroquíes de Ceuta y escoltado por el Canarias, el
Cervera, un destructor y un bote torpedero cruzaron el estrecho esta tarde. El convoy desembarcó
las tropas en Algeciras sin obstáculo alguno. Transportaba desde Marruecos un abastecimiento de
armas de campaña y de otras clases, y abundantes abastecimientos de municiones” (New York Times,
29 de septiembre). ¿Cuáles eran las razones? Ciertamente, no militares, ya que las fuerzas enviadas a
Vizcaya eran más que suficientes para mantenerse frente al convoy armado fascista; y, ciertamente
impedir las comunicaciones con Marruecos era la tarea principal de la Marina.
Hanson W. Baldwin, experto militar americano, escribiendo (en el New York Times el 21 de
noviembre) sobre la cuestión naval en España, decía:
“La marina española ha sido descuidada en gran medida, particularmente en los
recientes anos, problemáticos, de la historia de la república, y nunca ha sido dirigida o usada
convenientemente. Pero con una tripulación eficiente, bien instruida, el puñado de cruceros y
destructores españoles hubiera sido una fuerza a tener en cuenta, particularmente en la
estrecha cuenca del Mediterráneo, donde barcos bien manejados pudieron hace tiempo haber cortado la
línea de comunicación del general Franco con sus reservas de fuerzas en África...
A juzgar por las informaciones, un tanto oscuras, la mayor parte de los barcos -a pesar de
los esfuerzos de los oficiales- continuaron enarbolando la bandera roja, amarilla y malva de
España (republicana) o izaron las banderas rojas en sus mástiles...
... pero, en resumen, el papel de la marina en la guerra civil no ha sido hasta la fecha
gran cosa. Los encuentros ocasionales en que los barcos han participado han tenido, en la
mayoría de los casos, calidad de ópera bufa y han dado fe de la pobre puntería y pericia
náutica de las tripulaciones.”
Las operaciones republicanas del 27 de septiembre en Zumaga, cerca de Bilbao, demostraron,
sin embargo, fuego certero. Sin embargo, lo esencial es que hubiera sido sencillo equipar a los
barcos de guerra republicanos con tripulaciones capaces. Toulon, Brest y Marsella estaban llenas de
miles de marinos socialistas y comunistas, veteranos de la armada, incluyendo cañoneros expertos y
oficiales. Podian haber mandado la flota más que de sobra, y otros buques que pudieron haberse
construido en los astilleros más importantes, en Cartagena, en manos de los republicanos.
Finalmente, al volver de la costa del Norte, la flota fue anclada lejos del estrecho, en
Cartagena, y allí estuvo, excepto para unos cuantos viajes al Sur. Se sabía que existía cuando, por
ejemplo, el 22 de noviembre submarinos extranjeros entraron en el puerto de Cartagena y lanzaron
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torpedos, uno de los cuales dañó al Cervantes. El mismo día el ministro de Marina anunció la
reorganización de la flota para combatir intentos de bloqueo... , y eso fue lo último que se oyó del
proyecto. Los buques de transporte de Franco se movían a sus anchas entre Ceuta y Algeciras,
transportando las docenas de miles de tropas y armamento que necesitaban.
En una carta a Montseny, pidiendo que los ministros anarquistas lucharan públicamente
contra la falsa política del gobierno, Camillo decía de la Marina: “La concentración de las tropas que
vienen de Marruecos, la piratería en las Canarias y las Baleares, la toma de Málaga, son las
consecuencias de esta inactividad. Si Prieto es incapaz de iniciativa, ¿por qué es tolerado? Si Prieto
está limitado por una política que paraliza la flota, ¿por qué no denunciar esta política?”
¿Por qué Prieto y el bloque gubernamental siguieron esta política suicida? No era más que un
factor de la política general que se basaba en asegurarse la buena intención de Inglaterra y Francia.
Lo que perseguían estaba claro. Una política naval agresiva de los republicanos semejante a la que
habían demostrado en los incidentes de agosto frente a Marruecos hubiera precipitado la etapa
decisiva de la guerra civil. Hubiera amenazado con aplastar a Franco inmediatamente. Alemania e
Italia, que habían comprometido su prestigio al apoyar a Franco, quizá se sintieran forzadas a tomar
decisiones desesperadas en su defensa, como, por ejemplo, recurrir abiertamente al uso de las
armadas italianas y alemanas para barrer a los republicanos del estrecho. Pero Inglaterra y Francia
no podrían retenerlo en adelante. Que la guerra abierta pudiera haber comenzado así no era una
garantía. Alemania e Italia, especialmente antes del 9 de noviembre de 1936, en que reconocieron
formalmente al régimen de Burgos, podían haber retrocedido antes que precipitar la guerra. Si los
revolucionarios hubieran estado a la cabeza y se hubieran lanzado audazmente en agosto y
septiembre a una campana naval sistemática y hubieran tenido éxito en aislar Marruecos de España,
entonces probablemente Alemania e Italia se hubieran retirado lo más graciosamente posible. El
imperialismo anglo-francés, sin embargo, no estaba interesado en la victoria de los republicanos,
sino en mantener a distancia una crisis de guerra mientras resistían las intromisiones en sus intereses
imperialistas en el Mediterráneo. Y ellos iban a su aire debido a la orientación anglo-francesa del
gobierno republicano. Cada mes que pasaba de aquí en adelante, con Alemania e Italia
comprometidas más profundamente, se hacía cada vez más probable una explosión internacional si
la Marina era activada. Simplemente dejó de existir como arma republicana.
Este es el primer ejemplo terrible de cómo la política contrarrevolucionaria debilitó la lucha
militar.
La misma orientación anglo-francesa explica la negativa de atacar por tierra Algeciras, el
puerto español donde desembarcaban las tropas fascistas que venían de Marruecos. Málaga estaba
colocada estratégicamente para ser punto de partida de este ataque. En vez de esto, fue dejada sin
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defensa. Estaba defendida principalmente por las fuerzas de la CNT, que suplicaron en vano desde
agosto hasta febrero que se les diera el equipo necesario; Málaga fue invadida por una fuerza de
desembarco italiana, mientras la flota que pudo haberle detenido permanecía anclada en Cartagena.
Málaga cayó el 8 de febrero. Durante dos días, antes de la caída, las milicias no recibieron ninguna
orden de los cuarteles y, el día antes de la caída de Málaga, descubrieron que los cuarteles habían
sido ya abandonadas sin decir una palabra a las milicias defensoras. No fue una derrota militar, sino
una traición. La traición esencial no fue la deserción del último minuto del Estado Mayor, sino la
línea política que dictaba la inactividad de la Marina y el no usar Málaga como base contra
Algeciras35.
Si no hubiera sido posible por mar o por tierra, había todavía otra manera de luchar contra la
base marroquí de Franco. Citamos a Camillo Berneri:
“El ejército fascista basa sus operaciones en Marruecos. Deberíamos intensificar la
propaganda en favor de la autonomía de Marruecos en cada sector de influencia panislámica.
Madrid debería hacer declaraciones bien claras, anunciando el abandono de Marruecos y la
protección de la autonomía marroquí. Francia observa con preocupación la posibilidad de
repercusiones e insurrecciones en el norte de África y Siria; Inglaterra ve la agitación por la
autonomía egipcia reforzada lo mismo que la de los árabes en Palestina. Es necesario sacar
provecho de esos miedos adoptando una política que amenace desatar la revuelta en el
mundo islámico.
Para tal política hace falta dinero y rapidez para mandar agitadores y organizadores a
todos los centros de emigración árabes, a todas las zonas fronterizas del Marruecos francés”
(Guerra di Classe, 24 de octubre de 1936).
Pero el gobierno republicano, lejos de levantar los temores ingleses y franceses de iniciar la
insurrección en el Marruecos español, procedió a ofrecerles ¡concesiones en Marruecos! El 9 de
35 El 21 de febrero, el subsecretario de la guerra, José Asensio, fue destituido y arrestado junto con el coronel
Villalba por la traición de Málaga. El comisario de Guerra, Bolívar, un estalinista que se había unido a Villalba al
abandonar los cuarteles, no fue arrestado. Tampoco fue revelada ni una palabra de que Antonio Guerra, representante
estalinista en el mando militar de Málaga, se quedó atrás y pasó a los fascistas. Nada fue revelado hasta que el comité
nacional de la CNT llegó a estar realmente desesperado -por el momento- por los asaltos estalinistas. (CNT boletín,
Valencia, 26 de agosto 1937.) El día que cayó Gijón -ocho meses más tarde- el gobierno anunció que juzgaría a los
traidores de Málaga -Asensio, el general en jefe; Cabrera y otro general-. ¿Por qué juzgar a esos y no a los culpables de
Bilbao, Santander, etc? Porque Málaga cayó bajo Caballero, mientras las traiciones más desvergonzadas del Norte tuvieron
lugar bajo Negrín...
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febrero de 1937, Del Vayo, ministro de Asuntos Internacionales, entregó a Francia e Inglaterra una
nota, cuyo texto exacto no fue nunca revelado, pero que más tarde se dio a conocer, sin que el
Gabinete lo haya desmentido, que incluía los puntos siguientes:
“1. Al proponer basar su política europea en una colaboración activa con Gran Bretaña
y Francia, el gobierno español propone la modificación de la situación africana.
2. Al desear un pronto final de la guerra civil, susceptible de ser prolongada por la
ayuda alemana e italiana, el gobierno está dispuesto a hacer ciertos sacrificios en la zona
española de Marruecos, si los gobiernos británico y francés toman medidas para impedir la
intervención ítalo-alemana en los asuntos españoles.”
La primera insinuación de la existencia de esta vergonzosa nota apareció un mes más tarde de
su comunicación, en la prensa inglesa y francesa, el 19 de marzo, cuando Eden se refirió a ella de
pasada. Los ministros de la CNT juraron que ellos no habían sido consultados sobre esta
comunicación. Berneri se dirigió a ellos mordazmente: “Formáis parte de un gobierno que ha
ofrecido a Francia y a Inglaterra ventajas sobre Marruecos, mientras desde julio de 1936 debería
haber sido obligatorio para nosotros proclamar oficialmente la autonomía política de Marruecos...
ha llegado la hora de publicar que tú, Montseny, y los otros ministros anarquistas no estáis de
acuerdo con la naturaleza y el significado de tales propuestas... Se sobrentiende que uno no puede
garantizar los intereses ingleses y franceses en Marruecos y al mismo tiempo agitar para una
insurrección allí... Pero esta política debe cambiar. Y para cambiarla debe hacerse una declaración
fuerte y clara de nuestras intenciones, porque en Valencia se están moviendo algunas influencias
para hacer la paz con Franco” (Guerra di Classe, 14 de abril de 1937). Pero los dirigentes anarquistas
permanecieron en silencio y Marruecos permaneció tranquilo bajo Franco36.
2. La ofensiva contra Zaragoza y Huesca
Si se mira la prensa española, o francesa o americana, de agosto a noviembre, se observa el
agudo contraste entre las derrotas republicanas en los frentes del Centro y el Oeste y las victorias en
el frente de Aragón. Las tropas CNT, FAI y POUM predominaban en Aragón. Obedecían las
órdenes militares de los oficiales burgueses mandados por el gobierno, pero los mantenían bajo
36 El único panfleto oficial de la CNT sobre Marruecos que yo he podido encontrar es: “Lo que España podría
haber hecho en Marruecos y lo que ha hecho”, un discurso de González de Reparaz del 17 de enero de 1936, diciendo
cómo él trató de hacer que la monarquía y la república organizaran las cosas eficazmente en Marruecos y ¡cómo no lo
hicieron! Ni una indicación del único consejo que un revolucionario puede dar sobre la cuestión colonial: salir de
Marruecos.
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vigilancia. Para finales de octubre, habiendo conquistados los bordes montañosos de monte Aragón
y Estrecho Quinto, las milicias aragonesas estaban en posición de tomar Huesca, la entrada a
Zaragoza.
La importancia de tomar Zaragoza puede ser rápidamente entendida con una ojeada al mapa.
Situada en medio de la carretera de Cataluña y Aragón a Navarra, el corazón del movimiento
fascista. Tomada Zaragoza, la retaguardia del ejército fascista que cubre la provincia vasca estaría en
peligro, lo mismo que la retaguardia de las fuerzas convergentes en Madrid desde el Norte. Así,
pues, una ofensiva en este frente permitiría que la iniciativa de la lucha militar pasara a los
republicanos. Además, Zaragoza había sido una de las grandes fortalezas de la CNT, y había caldo
en manos fascistas sólo por la traición completa del gobernador civil, miembro del partido de Azaña
y designado por él.
Incluso hasta finales de septiembre había todavía una huelga general obrera en Zaragoza,
aunque sus dirigentes estaban siendo asesinados por medio de una tortura lenta por negarse a
terminarla. Un fuerte ataque a Zaragoza hubiera sido acompañado por el levantamiento de los
obreros dentro, como prometían los anarquistas.
Para tomar las ciudades de Huesca y Zaragoza, fuertemente fortificadas, eran necesarios, sin
embargo, aviones y artillería pesada.
Sin embargo, desde septiembre en adelante se desarrolló un boicot sistemático, dirigido por el
gobierno contra el frente de Aragón. La artillería y los aviones que llegaban del extranjero, a partir
de octubre, eran enviados sólo a los centros controlados por los estalinistas. Incluso en lo referente
a rifles, ametralladoras y municiones se impuso el boicot. Las plantas de munición de Cataluña, que
dependían del gobierno central en materia de finanzas, fueron forzadas a entregar sus productos a
los destinatarios que el gobierno escogía. La prensa de la CNT, FAI y POUM declaraba que la
descarada discriminación contra el frente de Aragón venía impuesta por los estalinistas, apoyados
por los representantes soviéticos. (Los amigos de Largo Caballero admiten ahora esto.) Los planes
del gobierno para la transformación de las milicias en un ejército burgués no se podían llevar a cabo
mientras las milicias de la CNT conservaran el prestigio adquirido en una cadena de victorias. Así,
pues, el frente de Aragón debía ser detenido. Esta situación, entre otras, llevó a los líderes de la
CNT al gobierno central. Las dos figuras principales del anarquismo español, García Oliver y
Buenaventura Durruti, trasladaron sus actividades a Madrid. Durruti llevó lo más escogido de las
tropas del frente de Aragón. Pero el boicot al frente de Aragón continuó a pesar de todas las
concesiones anarquistas. Ya que era fundamental para la estrategia del bloque burgués-estalinista
romper el prestigio y el poder anarquista a toda costa. Seis meses de quejas y demandas de la prensa
anarquista y del POUM pidiendo una ofensiva en el frente de Aragón se encontraron con un
- 191 -
silencio absoluto de la prensa estalinista-burgués, A continuación, los estalinistas empezaron a
calumniar las actividades de las milicias de la CNT en ese frente, y a usar ese hecho como una
prueba de la necesidad de un ejército burgués. La contrapropuesta de la CNT-POUM por un
comando unificado y un ejército disciplinado bajo control obrero fue derrotada.
Durante muchos meses los estalinistas negaron al mundo exterior su sabotaje al frente de
Aragón. Pero cuando los hechos se hicieron demasiado bien conocidos, los estalinistas inventaron
una coartada: Se enviaron armas a montones al frente de Aragón, pero los “trotskistas” las
desviaron a través de tierra de nadie hacia los fascistas (Daily Worker, 5 de octubre de 1937). Como
todas las historias maquinadas por los estalinistas, ésta llevaba su falsedad inherente en la cara. El
POUM, los llamados “trotskistas”, tenían como máximo diez mil hombres en este frente. La fuerza
dominante, aquí era la CNT. ¿Eran ellos -con su prensa clamando por esas armas- tan tontos como
para no ver lo que el POUM estaba haciendo? ¿O esta historia era simplemente una preparación
para el día en que los estalinistas acusarían a la CNT de haberse confabulado con el POUM para
desviar armas hacia los fascistas?
El penoso armamento en el frente de Aragón ha sido descrito por el escritor inglés George
Orwell, que luchó allí en el batallón del PLI. La infantería “está todavía peor armada que una escuela
estatal inglesa del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales” con “gastados rifles Máuser que
normalmente se obstruían después de cinco tiros; aproximadamente una ametralladora por cada 50
hombres, y una pistola o revólver para alrededor de 30 hombres. Estas armas, tan necesarias en
guerra de trincheras, no fueron enviadas por el gobierno y se podían traer sólo ilegalmente y con
dificultades muy grandes”.
“Un gobierno que manda al frente niños de quince años con rifles de cuarenta años y
mantiene sus mejores hombres y sus armas más nuevas en la retaguardia -concluía Orwell-
tiene claramente más miedo de la revolución que de los fascistas. De aquí la débil política
militar de los pasados seis meses y de aquí el compromiso con que casi ciertamente terminará
la guerra” (Controversy, agosto de 1937).
Así, pues, el gobierno perdía la oportunidad que se le presentaba en Aragón de recuperar la
iniciativa y llevar la guerra a territorio fascista.
3. El frente del Norte
Bilbao, y las ciudades industriales y mineras del hierro y el carbón que la rodeaban, constituía
una zona industrial concentrada solamente inferior a Cataluña, que tuvo que construir sus plantas
- 192 -
metalúrgicas de la nada cuando empezó la guerra civil. Bilbao debería haber llegado a ser el mayor
centro de municiones de España. Desde esta base materias, los ejércitos del Norte deberían haber
sido dirigidos puntualmente al Sur, hacia Burgos, y al Este, contra Navarra, para unirse a las tropas
del frente de Aragón. La estrategia dictada era del tipo más elemental.
Sin embargo, los capitalistas vascos eran los dueños de la región vizcaína. Debido a que había
estado bajo la influencia inglesa durante un siglo, no tenía ningún entusiasmo por unirse a Franco y
a sus aliados italo-germanos. Sin embargo, la burguesía vasca no tenía tampoco ninguna intención
de luchar hasta la muerte contra Franco. Gracias al apoyo de los partidos Socialista y Comunista, los
capitalistas vascos no habían sufrido la toma de sus fábricas por los obreros después del 19 de julio.
Pero no tenían la garantía de que la victoria republicana no fuera seguida por una toma de las
fábricas.
La cuestión de la propiedad determinó la conducta militar del gobierno regional vasco. Esto
se vio ya a mediados de septiembre de 1936, cuando los fascistas avanzaron sobre San Sebastián.
Antes de que el ataque fuera completado, San Sebastián se rindió. Antes de la retirada de la
burguesía vasca, echaron de la ciudad a las milicias de la CNT que querían destruir el equipo de las
fábricas y otros materiales útiles, para impedir que cayeran en las manos de los fascistas. Como
precaución posterior, 50 guardias armados vascos fueron dejados atrás para proteger los edificios.
Así, pues, la ciudad fue entregada a Franco intacta. La burguesía razonaba; si la propiedad se
destruye, es para siempre; pero si hacemos eventualmente la paz con Franco, puede que él nos
devuelva nuestra propiedad.
Cuando esto pasó, yo escribía, el 22 de septiembre de 1936: “El frente del Norte ha sido
traicionado.” Los ministros anarquistas han revelado después que ésta era la opinión del Gabinete
de Largo Caballero. Lo que retrasó la realización completa de la traición por seis meses, sin
embargo, fue la estupidez de los oficiales de Franco que tomaron San Sebastián. Los 50 guardias
dejados atrás para proteger los edificios fueron asesinados, los propietarios burgueses que se
quedaron atrás para hacer la paz con Franco fueron encarcelados y algunos ejecutados y los
habitantes aterrorizados. El frente vasco se endureció por algún tiempo.
En diciembre, sin embargo, el gobierno vasco estaba intentando de nuevo un armisticio. En
un momento en que Madrid todavía rechazaba cualquier negociación, para intercambiar prisioneros,
los vascos negociaban este acuerdo:
“El hecho de que el grupo vasco estaba negociando en San Sebastián se hizo público
sólo ayer. El escritor sabía, sin embargo, que la delegación había dejado Bilbao hacía más de
una semana... se dirigió a Barcelona, pero su misión allí terminó insatisfactoriamente. Los
delegados vascos expresaron su decepción con el estado de cosas en la capital catalana... y se
- 193 -
cree que también se ofendieron por la actitud de los catalanes contra la Iglesia.
En cualquier caso, el resultado ha sido que han decidido sondear a los dirigentes de
San Sebastián con la esperanza de llegar a alguna clase de compromiso y quizá ultimar una
tregua.
Se sabe que durante el último mes o dos el frente del Norte ha estado quieto con
bastante confraternización con los de uno y otro lado” (Hendays, despacho fronterizo. New
York Times, 17 de diciembre de 1937).
Cualquier duda sobre la autenticidad de esta información fue disipada el mismo día por
“Augur”, la voz oficiosa del British Foreign Office:
“Los británicos han estado trabajando para promover armisticios locales entre los
rebeldes y los leales. La oferta del gobierno regional vasco en Bilbao de llegar a una tregua en
Navidad fue debida directamente a la discreta intervención de los agentes británicos que
esperan que esto pueda llevar a una suspensión completa de las hostilidades.
Los franceses -añadía “Augur” -están ejerciendo similar influencia en Barcelona, donde
su éxito no es tan señalado porque los deseos del presidente Companys de terminar con el
derramamiento de sangre han sido espantados por comunistas y anarquistas” (New York
Times, 17 de diciembre de 1936).
Nada de esto, desde luego, aparecía en la prensa republicana, donde la censura estaba ahora
en pleno ejercicio. Tales informes circunstanciales, particularmente uno que llevaba el nombre de
“Augur”, y que apareció en periódicos de la categoría del New York Times y el Times de Londres,
requerían por lo menos una negativa formal, y se hubiese podido negar. Pero ni el gobierno ni la
prensa estalinista, sin embargo, se atrevieron a negar los hechos: porque eran ciertos.
La burguesía vasca, simplemente, no tenía una razón básica para luchar contra el fascismo. Si
la lucha exigía sacrificios serios, ellos estaban listos para retirarse. Uno de los factores que les dio
tregua, sin embargo, fue el crecimiento del movimiento CNT en la región vasca. Aquí los estalinistas
y socialistas de derechas, sentados en el Gobierno regional con la burguesía (la CNT había sido
dejada atrás cuando la Junta de Defensa dio paso al gobierno), facilitaron la traición. Con el pretexto
más ínfimo imaginable -el gobierno vasco invitó a las milicias de la CNT a unirse a la celebración de
la Semana Santa y el Comité Regional de la CNT y la prensa denunciaron indignados al ceremonial
religioso-, el Comité Regional completo y la plantilla editorial de CNT del Norte fueron encarcelados
el 26 de marzo, y las imprentas entregadas a los estalinistas. La persecución sistemática de la CNT a
partir de este momento fue el camino para pasarse al lado de Franco.
- 194 -
El gobierno republicano era consciente del peligro, consciente de la negativa de Bilbao a
transformar sus plantas para los fines de abastecimientos de armas, conscientes de la criminal
inactividad del frente vasco, que permitió a Mola mover sus tropas hacia el Sur para unirse al sitio de
Madrid. ¿Por qué no hizo nada el gobierno? Desde luego, el Gabinete mandó numerosos emisarios
a Bilbao, halagaron a los vascos, hicieron lo que pudieron por complacerlos; envió generales a
colaborar con los dirigentes vascos -Llano de Encomienda, que hacia muy poco tiempo que había
sido puesto en libertad después de ser juzgado por una corte marcial de Barcelona acusado de
complicidad en el levantamiento, ¡llegó a ser comandante en jefe del Norte!-, pero estas medidas,
naturalmente, no llevaron a nada. Había sólo una manera de salvar el frente del Norte: enfrentando a
la burguesía vasca con un poderoso frente unido de las fuerzas proletarias de la región, listo para
tomar el poder si la burguesía vacilaba, y preparándose para ello con una crítica ideológica de los
capitalistas vascos. Esta manera, sin embargo, era extraña a este gobierno que temía, sobre todo, el
levantamiento de las masas por la iniciativa política.
Pero había un sector del frente del Norte que estaba activo, Asturias. Hemos visto cómo a las
cuarenta y ocho horas de conocer el levantamiento, 5.000 mineros asturianos llegaban a Madrid. En
unas pocas semanas habían barrido a los fascistas, excepto en la bien fortificada Oviedo, que había
sido la sede de una fuerte guarnición pretoriana desde el aplastamiento de la comuna asturiana en
octubre de 1934. Todo minero en Asturias hubiera dado su vida por tomar Oviedo. Armados con
unos pocos rifles y bombas de dinamita cruda, los mineros sitiaron pronto Oviedo, tomando pronto
los suburbios. La caída de Oviedo les hubiera dejado el camino libre para una ofensiva contra
Castilla la Vieja. Portavoces asturianos clamaban en Valencia por unos pocos aviones y la artillería
necesaria para derribar las defensas de Oviedo. Se les envió de vuelta con las manos vacías. ¿Cuál
era su crimen? Los obreros asturianos abolieron la propiedad privada de la tierra y colectivizaron la
vivienda y la industria. El fuerte movimiento CNT, mano a mano con la UGT -aquí de tendencia
revolucionaria, como se demostró en su órgano Avance, bajo la dirección editorial de Javier Bueno-,
controlaban exclusivamente la producción y el consumo. Se sabía que intentaban, cuando Oviedo
fuera suyo, proclamar aquí de nuevo, como en 1934, la comuna asturiana... El gobierno les invitó a
derramar su sangre en cualquier parte excepto por la comuna. Decenas de miles de ellos, a falta de
otra cosa, se unieron a los republicanos en todos los frentes. Su valor en la lucha se hizo legendario.
Pero se quedaron bastantes frente a Oviedo, sitiando la guarnición hasta el último momento...
4. ¿Por qué Madrid llegó a ser el
frente clave?
Con Marruecos y las líneas de comunicación con la Península tranquilas, el frente del Norte,
- 195 -
aquietado gracias a la pasividad vasca, y con el sabotaje gubernamental al frente de Aragón, Franco
estaba en una posición de dictar el curso de la guerra, de escoger sus puntos de ofensiva a voluntad.
Nunca dejó la iniciativa a los republicanos, que tenían que aceptar la batalla donde y cuando el
enemigo quería.
Así, pues, Franco pudo lanzar sus fuerzas principales contra Madrid. En octubre, el sitio de
Madrid estaba muy avanzado. Franco quería la capital de la nación para dar a sus aliados italianos y
alemanes una base seria para que su régimen fuese reconocido. Y, en verdad, según parece, el
reconocimiento alemán e italiano se dio el 9 de noviembre de 1936, creyendo que Madrid estaba a
punto de caer, y este reconocimiento proveería de mayor incentivo para asegurar una rápida caída.
Según parece, también Franco hizo aquí su mayor disparate estratégico cuando intentó, en su prisa
por tomar Madrid, un ataque frontal en vez de completar el sitio cortando la carretera de Valencia.
Los fascistas se aferraron obstinadamente a esta estrategia durante meses, dando a los republicanos
la oportunidad de fortificar la zona lo suficientemente para resistir los ataques por los flancos
cuando éstos se produjeron en febrero y marzo. El hecho significativo a señalar en la frontera de
Madrid fue el uso de métodos políticos revolucionarios. Si Madrid caía, se acababa todo para los estalinistas.
En España, su prestigio se limitaba al V Regimiento de Madrid -en realidad, un ejército de más de
100.000 hombres- y la Junta de Defensa que desde el 11 de octubre era responsable de la defensa de
Madrid y que estaba controlada por los estalinistas. Internacionalmente, el prestigio del Komintern
y la Unión Soviética se hubiera minado irrevocablemente con la caída de Madrid. La retirada a
Valencia y Cataluña hubiera significado un balance de fuerzas nuevo con los estalinistas ocupando
un puesto secundario. De esa nueva fase podía haberse recurrido a una guerra revolucionaria contra
el fascismo, que hubiera terminado con todos los planes de Eden, Delbos y Stalin. Había que
mantener Madrid a toda costa. Por extrema necesidad, los estalinistas abandonaron los métodos
puramente burgueses, pero sólo por un tiempo y dentro de los límites de Madrid.
Los métodos de defensa que en otras ciudades eran propuestos por las organizaciones locales
del POUM, CNT y FAI y realizados por aventureros, y porqué arrojaban a la burguesía liberal en
manos del enemigo, aprobados aquí por los mismos estalinistas el 7 de noviembre, cuando un
ataque fascista alcanzó los suburbios de la ciudad. Un panfleto de la CNT de esta semana merece ser
citado:
“Avisábamos ayer al pueblo de Madrid de que el enemigo estaba a las puertas de la
ciudad, y les aconsejábamos llenar botellas con gasolina y ponerle mechas para ser encendidas
y tiradas a los tanques rebeldes cuando entraran en la ciudad.
Hoy aconsejamos otras precauciones. Cada casa y apartamento conocido en el distrito
por ser habitado por simpatizantes fascistas debe ser concienzudamente registrado en caso de
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armas. Parapetos y barricadas deben ser levantados en todas las calles que lleven al centro.
Cada casa de Madrid en que viven antifascistas debe constituir en sí misma una
fortaleza y se deben ofrecer a los invasores todos los obstáculos si intentan pasar por las
calles de la capital. Disparad sobre ellos desde los pisos altos de los edificios, contra los cuales
el fuego de sus metralletas carecerá de eficacia. Sobre todo debemos limpiar Madrid de la Quinta
Columna de fascistas desconocidos.”
Uno de los alardes de Mola -que cuatro columnas convergían sobre Madrid, y una quinta se
formaba dentro secretamente- había dado a los obreros un espléndido slogan: aplastar a la Quinta
Columna. Habían desaparecido las severas críticas gubernamentales -y estalinistas- contra los
“registros ilegales”, “las ocupaciones y arrestos desautorizados”, etc. Más de 500 guardias de asalto
fueron arrestados y encarcelados en esos días por sospechosos de fascistas -la primera y última vez
que los estalinistas aprobaron una purga tal de elementos burgueses-. El programa de los estalinistas
era “todo el poder para el gobierno del Frente Popular” y, por consiguiente, eran hostiles a los
comités de fábrica y barrio. Sin embargo, por primera vez, la desesperación les obligó a abandonar
esta postura. El V Regimiento, controlado por los estalinistas, lanzó un manifiesto que, entre otras
cosas, pedía a las masas que erigiesen comités de calle y barrio para vigilar a la Quinta Columna
dentro de la ciudad37. Los comités obreros marchaban por las calles incitando a todo hombre capaz
a construir barricadas y trincheras. La Junta de Defensa organizó consejos independientes para la
alimentación, municiones, etcétera, y cada uno de ellos crecía diariamente, transformándose en
organizaciones de masas. Comités de mujeres organizaban las cocinas y lavanderías para las milicias.
Se encontraron los medios en esta ciudad no industrial para empezar -esto también por iniciativa de
la base- la producción de munición. Los estalinistas no se olvidaron de continuar la persecución del
POUM, pero incluso esto amainó y se permitió a los militantes del POUM tomar parte en la defensa
de la ciudad. Fueron meses gloriosos, aunque cargados de muerte: noviembre, diciembre, enero,
¿qué era esto? “El pueblo en armas.”
Los estalinistas estaban tan desesperados que incluso dieron la bienvenida a la entrada triunfal
en Madrid de las tropas de la CNT, seleccionadas de las columnas del frente de Aragón, cuya
heroica conducta destruyó el mito difamador, que ya había sido preparado por los estalinistas, sobre
las milicias de Aragón. Poco después de traer estas tropas, sin embargo, el anarquista Durruti fue
muerto y el foco de atención fue dirigido hacia Miaja.
Así y todo, los métodos políticos usados en los frentes del Sur, Norte y Aragón, siguieron
37 Ralp Bates menciona este hecho (New Republic, 27 octubre 1937) como si implicase que era típico de la política
estalinista. Le desafío a encontrar un solo ejemplo más en que los estalinistas hicieran una propuesta similar.
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igual. La incesante campaña de la CNT, POUM y secciones de la UGT por una ofensiva en todos
los frentes como la mejor manera de ayudar a Madrid, y la única manera de levantar el sitio de la
ciudad, fue ignorada.
Tampoco el “pueblo en armas” siguió siendo el defensor de Madrid. En enero el peligro
inmediato había pasado, y el bloque burgués estalinista volvió a la “normalidad”. Fueron
desalentados y después suprimidos los registros de casa por casa tras los fascistas y sus armas por
parte de los comités obreros. Los obreros fueron reemplazado por soldados en las barricadas
callejeras. El trabajo de los comités de mujeres pasó a ser misión del ejército. No se desarrolló nunca
más la iniciativa de las masas. La corriente iba ahora en la otra dirección, aunque el sitio de Madrid
no había sido levantado. El semanario del POUM fue suspendido indefinidamente en enero. En
febrero, la Junta tomó la radio del POUM y la imprenta del Combatiente Rojo. El estalinista José
Cazorla, comisario de Policía de la Junta, organizó la represión legal e ilegal. Si sus arrestos de
obreros no eran sancionados por los tribunales populares, él se encargaba “Dichos grupos absueltos
a cárceles o los mandaba a batallones de milicias comunistas en posiciones avanzadas para ser
usados como „fortificaciones‟.” Simultáneamente se relajó la presión contra la derecha y Cazorla
libertaba a muchos fascistas y reaccionarios. Estas acusaciones fueron hechas por Rodríguez,
comisario especial de prisiones (Solidaridad Obrera, 20 de abril de 1937), y la petición de la CNT de
una investigación fue rechazada. La disolución de la Junta completó el giro dado hacia métodos
burocráticos burgueses para llevar a cabo la defensa de Madrid.
La única victoria militar del Gabinete de Caballero fue la derrota en Guadalajara de las
divisiones italianas en marzo —una victoria inesperada, como se demostró, por la falta de
preparación de reservas y materiales para completar la derrota de los italianos-. El no coordinar la
lucha en Madrid con ofensivas en todos los frentes, por las razones políticas que hemos señalado,
convirtió, por negligencia, a Madrid en el frente clave y simultáneamente hizo imposible el
levantamiento del sitio de Madrid.
XVI. La lucha militar bajo Negrín-Prieto
Que el “gobierno de la victoria” continuaría inevitablemente la desastrosa política militar de
su predecesor se hizo evidente el día en que se constituyó. Prieto continuaría su política de
inactividad naval y su discriminación política en la asignación de aviones a los frentes. El era ahora
también cabeza del ejército, con todos los servicios en un único Ministerio de Defensa, pero el
Consejo Supremo de Guerra, establecido en diciembre, estaba ya dominado por el bloque
estalinista-burgués a través de su mayoría en los ministerios. (La “demanda” estalinista de que el
Consejo funcionara normalmente, planteada el 16 de mayo, no era más que un paso más para
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intentar hacer de Caballero la cabeza de turco por la manera en que era llevada la guerra.) La línea
política que había dictado la estrategia militar previa —hostilidad a encender la mecha de la revuelta
en el norte de África, apoyo a la burguesía vasca contra los obreros, persecución en Cataluña y
Aragón-, todo esto continuaba, pero intensificado.
Además, el Gabinete de Negrín añadió nuevos obstáculos a la continuación de la guerra.
En la cuestión de las nacionalidades —relación con pueblos minoritarios-, el régimen de
Negrín se puso no sólo a la derecha de Largo Caballero, sino también a la derecha de la república de
1931-33. La centralización burocrática que los monárquicos y fascistas defendían, había sido un
factor importante para la alineación de los pueblos catalán, euzkera (vasco) y gallego. Una vez que la
guerra civil empezó, la limitada autonomía de los catalanes y vascos se había ensanchado de hecho.
Una declaración de autonomía para Galicia hubiera facilitado inconmensurablemente la guerra de
guerrillas allí. No se hizo porque habría sentado un precedente para Cataluña. El régimen de Negrín
procedió, como hemos visto, a quitar autonomía a Cataluña. Mientras que los bolcheviques habían
ganado fuerza para la prosecución de la guerra civil mediante la intensificación de la lealtad de las
naciones autónomas minoritarias, el gobierno republicano extinguió el fuego de las aspiraciones
nacionales.
La paga de los milicianos fue reducida de 10 pesetas a diarias a siete, mientras que la escala
ascendente de los oficiales era: 25 pesetas para teniente de segunda; 39 para teniente de primera, 50
para capitanes y 100 para tenientes coroneles. Así, pues, las diferencias económicas reforzaban
agudamente las regulaciones militares. No es necesario hacer mucho hincapié en el nocivo efecto en
la moral de los soldados y la subordinación, cada vez mayor, a los oficiales que esto producía.
El frente del Norte entero pronto iba a ser traicionado por la burguesía vasca y los oficiales, y
la Quinta Columna de simpatizantes fascistas en la Guardia Civil y de Asalto y entre la población
civil. La lucha contra la “Quinta Columna” era una parte inseparable de la lucha militar. Pero, como
Camillo Berneri había escrito, incluso antes de la intensificación de la represión bajo Negrín, “está
bien claro que durante los meses en que se hace un intento de aniquilar a los (CNT-POUM)
“incontrolados, el problema de eliminar la Quinta Columna no se puede resolver. La supresión de la
Quinta Columna primordialmente debe ser conseguida por medio de actividades de investigación y
supresión que sólo pueden ser llevados a cabo por revolucionarios con experiencia. Una política
interna de colaboración de clases y de consideración hacia las clases medias lleva inevitablemente a
la tolerancia hacia elementos que son políticamente dudosos. La Quinta Columna está hecha no
sólo de elementos fascistas, sino de todos los descontentos que esperan una república moderada”.
Mientras el frente del Norte fue dejado a la burguesía vasca, el frente de Aragón fue sometido
a una purga tremenda. El general Pozas inició en junio lo que, ostensiblemente, era una ofensiva
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general. Tras varios días de lucha artillera y aérea, se dio órdenes de avanzar a la división 229
(antiguamente la Lenin del POUM) y a otras formaciones. Pero el día del avance ni la artillería ni la
aviación fueron preparados para protegerse. Pozas declaró que se hizo así porque las fuerzas aéreas
estaban defendiendo Bilbao. Los soldados del POUM se dieron perfecta cuenta de que eran
expuestos deliberadamente. Pero no ir a la lucha hubiera dado al bloque estalinista-burgués un
argumento contra el frente de Aragón. Fueron a la línea de fuego. Un flanco fue claramente
asignado a una Brigada Internacional (estalinista), pero poco después de que empezara el avance
recibió órdenes de retirarse a la retaguardia. El teniente coronel a cargo de una formación de
guardias de Asalto en la otra ala, felicitó más tarde a las tropas del POUM: “En Cariñena me
advirtieron que cabía la posibilidad de que vosotros nos disparaseis por la espalda, no sólo no fue
así, sino que gracias a vuestro valor y a vuestra disciplina hemos evitado una catástrofe. Estoy
dispuesto a ir a Cariñena a protestar contra los que siembran las semillas de la desmoralización para
hacer triunfar su política partidista.”
Durante esta ofensiva, Cahue y Adriano Nathan, comandantes del POUM, fueron muertos en
acción. La Policía venía en ese momento a arrestar a Cahue como “fascista- trotskista”.
Cuando acabó el ataque, la 29 fue enviada a la retaguardia. Eso, según la costumbre, hubiera
significado entregar los rifles -¡aún no había bastantes para la línea de fuego y la retaguardia en este
frente!-; pero las tropas del POUM sospecharon y se negaron a entregar las armas. Se declararon
listos para volver al frente. Pocos días después dos batallones de la división fueron mandados sobre
Fiscal (en el frente de Jaca) a rechazar un ataque fascista. No sólo rechazaron el ataque, sino que
reconquistaron posiciones y material perdido previamente. Entonces fueron retirados a esperar
nuevas órdenes, pero no se les envió con su división. ¿Por qué? Para desarmarlos. Pozas lo ordenó.
Se les concentró en el pueblo de Ródano y rodeados por una brigada estalinista. Se les quitaron
todos los objetos de valor: relojes, cadenas, incluso buena ropa interior y zapatos nuevos. Los
dirigentes fueron arrestados, al resto se les dejó ir a pie. Cuando caminaban de vuelta a casa, muchos
fueron arrestados en las ciudades al pasar. La única razón por la que no se usaron los mismos
métodos contra el resto de la división era que las noticias corrían muy de prisa y Pozas temía que las
divisiones de la CNT vinieran en su defensa. Pero unas semanas más tarde la 29 Brigada fue disuelta
oficialmente, los hombres que quedaban fueron distribuidos a lo largo y a lo ancho en pequeños
grupos38.
La División Ascaso (CNT) fue hecha pedazos también. Airada, órgano de Lérida de la CNT,
escribía:
38 Este relato viene del corresponsal del frente de Avanti (emigrado a París), órgano de los socialistas- maximilitas
italianos, difícilmente una fuente trotskista o POUM.
- 200 -
“Ahora sabemos exactamente por qué no se tomó Huesca. La última operación en
Santa Quiteria suministra una buena prueba de ello... Huesca estaba rodeada por todas partes
y sólo la traición de las fuerzas armadas (controladas por el PSUC) fue responsable por el
desastre con que terminó esta operación. Nuestras milicias no fueron apoyadas por la fuerza
aérea, y fueron de esta manera dejadas sin defensa de cara a un fuerte ametrallamiento de las
fuerzas aéreas fascistas. Esto es sólo una de las numerosas operaciones que terminaron de la
misma manera a causa de la misma traición de las fuerzas aéreas.”
Poco después hubo una sesión plenaria del Comité Central del PSUC en Barcelona. Entre los
prominentes participantes estaban los “camaradas” general Pozas, mayor del frente de Aragón;
Virgilio Llanos, comisario político del frente, y el teniente coronel Gordón, Estado Mayor...
Se había ofrecido a las tropas del frente de Aragón aceptar el control del gobierno central,
prometiéndoles que esto sería el fin de todos sus problemas. En vez de esto, esta medida se utilizó
para descomponerlas todavía más. El corresponsal en el frente del anarquista Libertaire (París)
escribía el 29 de julio:
“Desde que el gobierno central se hizo cargo del control, el boicot financiero se ha
acentuado. La mayor parte de las milicias hace mucho tiempo que no reciben su paga. En
Bujaranas de Durruti, ambos —oficiales y soldados- no han visto un céntimo durante los
últimos tres meses. No pueden lavar la ropa porque no tienen jabón. En más de un sitio,
visitado tras algunos meses de ausencia, he encontrado camaradas a los que conocía bien:
ahora están pálidos, delgados y visiblemente debilitados. El estado físico de las tropas es tal
que no pueden mantener ejercicios prolongados. No pueden marchar por más de 15
kilómetros por día. En la región de Farlete, las tropas viven de la caza, sin ello morirían de
hambre.”
La persecución sistemática de las principales fuerzas del frente de Aragón difícilmente podía
sentar las bases para victorias militares, aunque en Belchite y Quinto la 25 División (CNT) dio
buena cuenta de sí misma. Pero el supuesto éxito de la ofensiva de julio en el frente de Aragón no
fue más que un alarde informativo. “¿Resultados? —escribía el órgano ilegal anarquista Libertad (1
de agosto)-: Dos pueblos perdidos en el sector del Pirineo y 3.000 hombres muertos. Esto es lo que
llaman un éxito. ¡Desastroso, calamitoso, vergonzoso éxito!”
Tras la caída de Santander (26 de agosto), la persecución de las tropas de la CNT disminuyó
de alguna manera. Pero ahora viene la terrible lección de las consecuencias de crear fuerzas de
represión contrarrevolucionarias, como la División Karl Marx, controlada por los estalinistas. En
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medio de una ofensiva en el sector de Zuera, “cincuenta oficiales de esta División y 600 soldados se
pasaron a los fascistas. Como resultado de estas deserciones, un batallón fue destruido. A pesar del
valor de las fuerzas de la CNT, no se pudo terminar bien la operación. El enemigo tenía el tiempo
necesario para recuperarse y era imposible continuar el ataque. Tras un breve Consejo de Guerra
que se organizó inmediatamente, 30 oficiales de la División Karl Marx fueron ejecutados. Además,
el comisario político de la División, Trueba, miembro del PSUC, fue destituido” (Amigo del Pueblo,
órgano ilegal de Amigos de Durruti, 21 de septiembre). Ni qué decir tiene que a la prensa de la
CNT se le prohibió publicar los hechos.
1. El frente del Norte
Debido a que estaba comprometido en la política de colaboración de clases todavía más que
el gobierno de Caballero, el gobierno de Negrín no hizo nada para oponerse al sabotaje, cada vez
más descarado, de la burguesía vasca. Este frente estuvo casi inactivo durante todo el período que
va de noviembre de 1936 a mayo de 1937, en que los fascistas lo eliminaron del todo. Tampoco se
utilizaron esos seis meses para preparativos económico-militares. Es necesario recordar que
Euzkadi (París Vasco) era la segunda región industrial después de Cataluña, y superior a ella en
concentración de industria pesada, con plantas de hierro y acero en medio de la zona de minas de
hierro y carbón. No se hizo nada de nada para desarrollar aquí una gran industria de guerra. Por este
crimen los estalinistas tenían igual responsabilidad que la burguesía, ya que dos representantes del
Partido eran ministros en el gobierno autónomo. Al golpe contra la CNT en marzo, cuando el
Comité Regional fue encarcelado y su prensa confiscada, siguió ahora la represión sistemática de
obreros, y la prohibición de asambleas públicas. Así, pues, la única fuerza que podía haber evitado la
traición fue aplastada por el bloque estalinista-burgués.
En el Gabinete de Largo Caballero, como hemos dicho, había temores constantes sobre la
lealtad de los vascos. Las continuas amenazas de Irujo de abandonar la lucha eran una prueba clara
de que la burguesía no estaba seriamente comprometida en la lucha contra el fascismo y que no
lucharía si las condiciones amenazaban con destruir su propiedad. Como consecuencia, cuando
Franco comenzó a moverse en el Norte, Largo Caballero planeó una ofensiva a gran escala en el
frente sur de Madrid para atraer el fuego de las fuerzas fascistas. Según sus amigos, 75.000 soldados,
completamente equipados, iban a entrar en acción, pero dos o tres días antes de la fecha en que
debería empezar la ofensiva fue obligado a dimitir. El primer acto de Negrín fue ordenar la retirada
de esas tropas. Sea como fuese, el caso es que no se lanzó ninguna ofensiva para aliviar Bilbao, ni en
Madrid ni en Aragón, hasta mediados de junio, cuando ya era demasiado tarde.
Pero el factor decisivo en la pérdida de Bilbao fue la traición descarada. “Ni siquiera los
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cañones pesados de los insurrectos —escribía el corresponsal del New York Times- podían haber
destruido algunas de las fortificaciones subterráneas con sus tres capas de cemento armado y
bloques situados cada tres millas por toda la costa de Vizcaya.” Los mismos insurrectos dicen que el
“anillo de hierro” de fortificaciones no se podía haber tomado nunca de no haber sido los vascos
“superados por la maniobra”. “Superados por la maniobra” era nada más que un eufemismo fascista
para designar la traición. Después de la caída de la ciudad, este hecho fue admitido por la delegación
vasca en París, que culpó a un ingeniero que tuvo a su cargo la construcción de las fortificaciones y
que se pasó a Franco con los planos. Un análisis de la historia de la delegación reveló que el
ingeniero en cuestión se había pasado al otro lado meses antes. ¿Por qué no se usó el período
intermedio para planificar de nuevo las fortificaciones? Pero la coartada era un subterfugio, ya que,
como podía pensar cualquier novato en ciencia militar, la simple posesión de los planos no
resolvería para los fascistas el problema de atravesar la fortificación. Se les dejó pasar a través del anillo de
hierro.
Supongamos que aceptamos la coartada vasca. ¿Por qué entonces no se defendió de la misma
manera que se había luchado en el sitio de Madrid, a pesar de no estar ésta tan ventajosamente
situada? Es un axioma elemental de la ciencia militar, que no se puede tomar una ciudad grande
hasta que la gran mayoría de sus edificios —verdaderas fortificaciones- han sido arrasados hasta el
punto que no ofrecen ya protección a las tropas sitiadas. El proceso de arrasar edificios a cañonazos
y bombardeos requiere un equipo enorme que los fascistas no tenían. En Madrid habían destruido
menos de un octavo de la ciudad después de un año de cañonazos y bombardeos.
¡Pero la burguesía no esperó a que se produjese el bombardeo de Bilbao! El 19 de junio
rindieron la ciudad, como había hecho con San Sebastián el septiembre pasado. La política vasca de
entregar ciudades intactas no tiene paralelo en ninguna guerra moderna, ¡menos todavía en una
guerra civil!
El corresponsal prorrepublicano del New York Times (21 de junio de 1947) escribía:
“Detalles conocidos hoy de las últimas horas del gobierno vasco en Bilbao muestran
cómo alrededor de 1.200 milicias, que antes de la guerra civil habían sido soldados en el
ejército regular, decidieron en las horas de la madrugada, después de que los puentes hubieran
sido volados, que el caos había ido ya lo suficientemente lejos, y tomaron el control de la
ciudad en la calidad de policía. Las milicias de Asturias y Santander fueron echadas de la
ciudad.
Ayudados por algunos policías y guardias civiles, este batallón aceptó la rendición de
sus compañeros de la ciudad, les quitó las armas y después izó una bandera blanca en la
Telefónica. Durante la noche recorrieron las casas, asegurando a la gente que no había razón
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para el pánico y colocaron un cordón en la calle principal que impidió a las excitadas masas
acercarse demasiado a las tropas nacionales cuando entraron en la ciudad.”
Leizada, ministro de Justicia del gobierno vasco, iba por detrás supervisando la traición. Con
excepción de 17 (de los que volveremos a saber pronto), todos los rehenes fascistas fueron soltados
y enviados con antelación hacia las líneas fascistas como una oferta de buena voluntad antes de que
las tropas hubieran alcanzado la ciudad. Para simplificar: el ejército regular vasco, dirigido por los
líderes burgueses, se dio la mano con la “policía republicana” para atacar a los asturianos y a la
milicia por la retaguardia; desarmaron a cuantos pudieron, y desmantelaron las casas y las barricadas
que los obreros habían preparado para la lucha en las calles. Poco después de la ocupación, la misma
policía se puso las boinas carlistas y se convirtió en la policía regular de Franco.
Los intentos de la prensa UGT y CNT de hacer sonar la alarma tras la caída de Bilbao fueron
hechos trizas por la censura. Se permitió al Estado Mayor vasco permanecer al mando de las tropas
en retirada. Cuando, en pocas semanas, los fascistas iniciaron una segunda ofensiva, la ciudad.
Dos días antes de la caída de Santander, el Estado Mayor vasco y los restantes miembros del
gobierno escaparon a Francia en un buque de guerra británico. Esto fue revelado por el New York
Times, el 25 de agosto, en los siguientes términos:
“En el momento de la caída de Bilbao los vascos liberaron todos sus prisioneros,
excepto 17. Ahora se considera que éstos corren el más grave peligro, ya que los vascos
admiten que no es posible protegerlos por más tiempo de los elementos extremistas en
Santander.
Cuando la embajada británica estuvo de acuerdo en hacerse cargo de los prisioneros,
dispuso también la evacuación de los vascos que los habían estado guardando y de los demás
miembros del gobierno vasco...
Se espera que toda la maniobra haya sido llevada a cabo antes de que los elementos
más violentos en Santander se den cuenta de lo que está pasando.”
Al día siguiente (25 de agosto), el buque de guerra británico Keith, con representantes vascos y
fascistas a bordo, llegó a Santander y “rescató” a los oficiales vascos y a los 17 fascistas.
El presidente Aguirre no estaba en Santander. Fue haciendo banquetes a través de España,
sin decir nada, y luego se unió a sus colegas en Bayona (Francia), donde sacaron el comunicado
siguiente:
“La delegación del gobierno vasco, refugiada en Bayona, asume la responsabilidad de
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aprobar lo siguiente: la ofensiva de Franco contra Reinosa terminó con terribles
consecuencias. En un terreno compuesto de grandes montañas y profundos desfiladeros, las
tropas de Franco avanzaron con una velocidad incomprensible. Los técnicos militares estaban
sorprendidos por la velocidad del avance, no sólo de la infantería, sino de la artillería pesada y
de montaña, lo mismo que los servicios pesados pertenecientes a los diversos regimientos y
armas. Esta era una hazaña imposible o muy difícil y es una prueba de que los accidentes del
terreno no fueron utilizados para resistir al ejército de Franco.
De cara a este avance, las tropas del ejército de Santander no ofrecieron resistencia al
enemigo. No sólo no llegaron a tomar contacto con el enemigo, sino que se negaron a
retirarse de tal manera que pudieran ser organizadas para la defensa.
La organización del ejército de Santander fue destruida desde el momento en que
empezó la ofensiva. Ni las comunicaciones ni los servicios sanitarios, ni medios de evitar
ataques por sorpresa, funcionaron. No se pudo establecer ninguna línea de resistencia, ya que
los batallones que no se rindieron al primer encuentro escaparon campo a través en el más
completo desorden.
Ni el Estado Mayor de Santander, ni el del ejército del Norte, controlaron la ofensiva
en ningún momento. Pasado Reinosa, no pudieron encontrar ni las posiciones ni la situación
de sus tropas, ni ninguna unidad con la que pudieron contar.
Reinosa fue rendida al enemigo sin tiempo para evacuar a la población. La fábrica de
artillería cayó en manos de los rebeldes, con sus talleres de construcción naval casi intactos, y
todo el material de construcción, incluyendo 38 baterías de artillería.
La única resistencia que el enemigo encontró en su avance fue la que le ofrecieron los
batallones vascos que avanzaban hacia el frente. La incomprensible conducta (de los otros)
llevó a cuerpos del ejército vasco a darse cuenta de que habían sido víctima de una traición, y
que el avance de las tropas de Franco había sido facilitado de tal manera que el conjunto del
ejército vasco cayera en su poder.
Los vascos que habían resistido casi noventa días la brutal ofensiva (contra Bilbao),
incomparablemente más terrible que la de Reinosa, sin tener los medios a su disposición que
tenía el ejército de Santander, no pueden explicarse de ninguna manera razonable el hecho de
que un terreno de 80 kilómetros se perdiera en ocho días de manera tal. Es necesario añadir a
estos hechos que la ofensiva contra Euzkadi fue por sorpresa, mientras que la de Reinosa
había sido anunciada y fue anticipada.
Cuando se confirmó la situación real, el alto mando del ejército vasco se preocupó de
salvar sus tropas y de impedir que sus efectivos cayeran en manos del enemigo. A esta misión
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ha consagrado todos sus esfuerzos con la ayuda del gobierno vasco, que en este grave y difícil
momento continúa dando pruebas de su capacidad y serenidad”39.
Alguien cometió traición, pero no nosotros, era el resumen y sustancia de este sorprendente
documento, aparte de sus calumnias contra los milicianos asturianos y santanderinos, 15.000 de los
cuales fueron ejecutados con fuego de ametralladora tras la rendición de Santander.
Un despacho de la prensa parisina del 26 de agosto nombraba a alguno de los traidores,
informando que el comandante de la Guardia de Asalto, Pedro Vega; el comandante de las tropas
vascas, Ángel Botella, y el capitán Luis Téllez, se presentaron en la avanzada de las tropas fascistas y
ofrecieron la rendición de Santander, pero advirtieron que un batallón de milicias de la FAI había
decidido luchar hasta la muerte.
¿Quién, conociendo un poco a los milicianos de la CNT y de Asturias, podría imaginar que
no permanecerían en sus puestos listos para luchar contra la muerte? Miles de ejemplos de su
profundo heroísmo pueden ser contados. ¿Por qué se iban a rendir y no luchar, sobre todo, los
milicios asturianos, que habían aprendido en octubre de 1934 que los acuerdos de no represalias no
eran mantenidos por los reaccionarios? Por otro lado, los vascos no podían nombrar una batalla en
la que se defendieran hasta el final. La coartada del documento de Aguirre no tenía sentido. No
había un contraste sorprendente entre lo que pasó en Bilbao y los acontecimientos en Santander.
Por el contrario, simplemente seguían el mismo patrón.
Repetimos: la burguesía no tenía un interés serio en la lucha contra el fascismo. Rendir su
propiedad intacta a Franco, con la perspectiva de una reconciliación eventual, era infinitamente
preferible a la destrucción de su propiedad en una lucha a muerte. El que no se hubiesen pasado a
Franco al empezar fue debido primordialmente a sus conexiones británicas. Pero durante la ofensiva
contra Bilbao se “resolvió” el problema: los británicos habían llegado a un entendimiento con
Franco en lo concerniente a las provincias vascas. Tal como fue revelado por el autorizado
Frederick Birchall en el New York Times, los bancos británicos habían concedido vastos créditos a
Franco, a través de contactos holandeses, y éstos habían de ser garantizados por productos de la
región vasca. Entonces sobrevino la brecha en el “anillo de hierro”. Pero incluso sin un acuerdo
final con Gran Bretaña, los fascistas hubieran recibido Bilbao y Santander intactas, de la misma
manera que San Sebastián les había sido entregada en el septiembre pasado.
Estamos dispuestos a concederle a Aguirre que también otros fueron traidores. Una vez más,
antes de que las tropas fascistas entraran en Santander, las guardias civiles y de Asalto, ayer “leales”
patrullaban las calles desarmando milicianos asturianos e impidiendo la lucha callejera. Estos policías
39 De Boletín, CNT, Valencia 11 septiembre.
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estaban bajo el mando del ministro de Interior (hombre de Prieto), y directamente bajo el mando de
un director general de Policía estalinista, que había disuelto los consejos de guardias antifascistas
para limpiar la Policía de elementos dudosos.
¿Y qué hay de ese Consejo Supremo de Guerra, cuyo “funcionamiento real” había sido una
de las demandas estalinistas que no había sido satisfecha por Largo Caballero, que sólo podía ser
satisfecha por Negrín?
¿Y qué hay de esos dos ministros estalinistas en el gobierno vasco, que habían salido de
Bilbao -¡podemos estar seguros de que ellos conocían mejor a sus colegas que nosotros!- incluso
antes que Aguirre? ¿Qué testimonio ocular podían ofrecer? La prensa estalinista ni siquiera ha
mencionado nunca la existencia de estos dos ministros40.
Los vascos se sacudieron la culpa de los hombres con acusaciones vagas. Que había ocurrido
una traición lo habían testificado autorizadamente. Es un hecho que el gobierno no abrió una
investigación, ni audiencias, y ¡no lanzó ningún manifiesto sobre esta cuestión!
Los comentarios de la UGT y la CNT sobre la caída de Santander fueron hechos trizas por el
censor, ya que se atrevieron a sacar conclusiones. Sin embargo, una ola de amargura estremeció a las
masas. ¿Era esto por lo que luchaban? Por lo menos les tenían que ser hechas concesiones verbales.
Incluso el órgano de Prieto, El Socialista (31 de agosto), había declarado: “Sin revelar ningún secreto
podemos hacer esta afirmación: Hubo traición en Málaga; la hubo en Bilbao; la hubo en Santander...
El Estado Mayor abandonó Málaga sin luchar; los líderes militares se fueron a Francia cuando
Bilbao estaba en peligro; otros estaban de acuerdo con el enemigo para facilitar su entrada en
Santander.”
Los estalinistas intentaron cargar toda la culpa sobre la burguesía vasca, en una declaración de
su oficina política a mediados de septiembre. Sus párrafos críticos corroboran nuestro análisis:
“La larga inactividad de éstos (los frentes de Bilbao y Santander) no se usó para
reorganizar el ejército o para fortificar seriamente nuestras posiciones. Los cuadros que
fueron minados por la traición no fueron depurados; la promoción de nuevos elementos a
posiciones de mando no fue fomentada...
En las provincias vascas y en Santander, la política que hubiera satisfecho los deseos de
los trabajadores y campesinos no fue llevada a cabo. Los grandes terratenientes y los dueños
de las grandes empresas que mantenían contactos con los fascistas retuvieron sus privilegios,
y esto enfrió el entusiasmo de los combatientes.
40 Excepto que, seis meses después de la caída de Bilbao, un ministro fue expulsado del Partido Comunista —
claramente para justificar con una cabeza de turco los crímenes de Stalin.
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Un podrido liberalismo aseguró impunidad para la Quinta Columna... La prohibición
de reuniones políticas aisló al gobierno e incluso al Frente Popular de la capa activa del
pueblo e impidió la utilización del coraje y el entusiasmo de los ciudadanos para defender las
ciudades.
La cuestionable conducta y la deshonestidad de los medios empleados por ciertos
elementos (además de otras causas que no pueden ser examinadas ahora) ayudaron a minar el
entusiasmo de la población, a debilitar la fuerza de los soldados...” (reimpresión, Daily Worker,
25 de octubre de 1937).
Obsérvese que el comunicado no se refería —ni podía hacerlo- a la agitación previa del
Partido Comunista de cercenar los privilegios de la burguesía, por las muy buenas razones de que,
precisamente en el nombre de la unidad antifascista, el Partido dirigió la lucha contra la interferencia
con la alta burguesía. Recordemos la declaración del líder de Partido, Díaz, en la anterior sesión
plenaria del Comité Central:
“Si los diversos intentos prematuros de “socialización” y “colectivización”, llevado a
cabo al principio, que fueron el resultado de un entendimiento poco claro de la presente
lucha, se pueden justificar por el hecho de que los grandes terratenientes e industriales habían
abandonado sus estados y fábricas y que era necesario a toda costa continuar la producción,
ahora, por el contrario, no pueden ser justificados de modo alguno. En el momento actual,
cuando hay un gobierno del Frente Popular, en el que están representadas todas las fuerzas
envueltas en la lucha contra el fascismo, tales cosas no sólo no son deseables, sino
absolutamente intolerables” (Internaáonal Comunista, mayo de 1937).
Tras esto, ¡qué profunda hipocresía quejarse de que “los grandes terratenientes y los dueños
de las grandes empresas que mantenían contacto con los fascistas retuvieran sus privilegios”!
Todavía más importante, el Manifiesto estalinista terminaba no con una crítica de la
burguesía, sino con la denuncia usual de los trotskistas y la atribución a los contratiempos en el
Norte “a la falta de unidad y de firmeza en el frente antifascista”. ¡Una crítica pseudomarxista fue
puesta de esta manera al servicio de un programa de intensificada colaboración de clases!
En la primera sesión de octubre de las Cortes apareció la delegación vasca, la mayoría venía
de París y allí volvió después. “La Pasionaria” habló por los estalinistas: ni una palabra sobre la
aparición de la burguesía vasca. En vez de eso: “Sabemos que los salarios que ganan los obreros no
son suficientes para cuidar de sus hogares... En este sentido, tenemos ejemplos de lo que ocurre
cuando los obreros no están satisfechos; tenemos el ejemplo de Euzkadi, donde los obreros seguían
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con los mismos salarios porque los mismos establecimientos capitalistas continuaban.” ¿Cómo se
puede caracterizar a estas ruines palabras? La única conclusión que se puede sacar de ellas es que los
insatisfechos obreros habían perdido la lucha militar. ¡La única culpa de la burguesía era que no
habían dado a los obreros mejores salarios! ¡Ni la pseudoradical referencia a “los mismos
establecimientos capitalistas” era algo más que demagogia. ¿Por qué no pidió “La Pasionaria” que
los otros establecimientos capitalistas que quedaban en la España republicana fueran entregados a
los obreros? Por el contrario, el Gabinete estaba tomando las fábricas y el campo de las manos de
los obreros y devolviéndolos, sistemáticamente, a los antiguos dueños, como hemos visto.
2. La caída de Asturias
Las milicias de Asturias y Santander —en su mayoría CNT y socialistas de izquierdas-
lucharon amargamente por cada palmo de tierra. El terreno aquí era todavía más favorable para la
defensa que la ondulada región de Santander. Los dinamiteros asturianos que mantuvieron su poder
inalterablemente en los suburbios de Oviedo, habían inmovilizado la guarnición allí desde julio de
1936. Los obreros tenían en sus manos una pequeña fábrica de armas y munición en Trubia y
materias primas del distrito minero, y esto, unido a las considerables reservas militares traídas de la
región de Santander, significaba la base material para controlar el Norte indefinidamente. En
conjunto, había cerca de 140.000 soldados armados en la zona republicana del Norte. Mientras el
Norte aguantara, Franco no podría lanzar ninguna gran ofensiva en ninguna parte. El tremendo
contraste entre la resistencia ofrecida por los asturianos y las rendiciones previas de Bilbao y
Santander se veía en el hecho de que ni un solo pueblo era entregado antes de que la artillería
fascista lo hubiera demolido. Y cuando el cerco forzaba la retirada, nada que pudiera ser usado era
dejado atrás. “Los asturianos están dispuestos a dejar sólo ruinas humeantes y desolación tras ellos
cuando son obligados a abandonar finalmente una ciudad o un pueblo... Los insurrectos lo
encontraron todo dinamitado y normalmente quemado hasta los cimientos” (New York Times, 19 de
octubre de 1937). Cada palmo de tierra costó a los fascistas gigantescos gastos en materiales y
hombres, hasta la caída de Cangas de Onís).
Entonces ocurrió algo. Pero no en la región de Oviedo, bajo firme control de las milicias.
Tampoco entre las fuerzas que tras retroceder de Cangas de Onís habían establecido nuevas líneas,
sino en la región de la costa al este de Gijón, donde estaban las tropas vascas, bajo el mando directo
del Estado Mayor, estacionado en Gijón. El fascista Navarrese avanzó 26 millas a lo largo de la
costa, desde Ribadesella, a través de ciudades y pueblos, en tres días... Incluso así, el grueso de las
fuerzas estaba a 15 millas al este de Gijón cuando la ciudad se rindió, el 21 de octubre.
¿Por qué no se defendió Gijón? Había todavía suficientes reservas para continuar la lucha por
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un período de tiempo. Una vez más hemos de repetir: una ciudad con edificios es una fortaleza
natural que tiene que ser arrasada antes de ser tomada. No había alternativa -retirarse a alguna otra
parte-, ya que no había ninguna otra parte donde los 140.000 soldados o los civiles pudieran ir.
Tampoco podían tener ilusiones en que Franco no ejecutaría a miles y miles, especialmente
milicianos mineros. Así y todo, el gobierno dejó a estos hombres a merced de Franco. Ya el 16, la
Associate Press informaba de la llegada a Francia del gobernador de Asturias y otros oficiales del
gobierno, quienes, según informes de los oficiales de aduanas, llevaban papeles que probaban que el
gobierno central había consentido su marcha. (El despacho del día siguiente informaba que la
tripulación española de la nave se había negado a alimentarlos.) El 20, de la United Press informaba
de la llegada al aeródromo de Viráis de “cinco aviones de guerra republicanos españoles y un avión
comercial francés que transportaban oficiales fugitivos de Gijón”. “Los aviadores declararon que dejaron
Gijón por orden del mando de su escuadrón cuando estalló la lucha en las calles, y su comunicación
con otras unidades militares fue cortada... Después de interrogados, los aviadores fueron liberados y
entregados a las autoridades consulares españolas en Bayona.” De la misma fuente, el mismo día:
“El gobierno español reanuda la presión sobre ingleses y franceses para acelerar la evacuación de
civiles de Gijón y asegurar el traslado de oficiales del ejército de 140.000 hombres obligados a retroceder
hacia el mar.” Belarmino Tomás, gobernador de Gijón, escapó a Francia el 21. Así, pues, el
gobierno salvó a sus funcionarios, sin importarle el destino de las masas armadas.
Ni siquiera tuvieron estas masas la oportunidad de morir luchando en vez de frente al
escuadrón de ejecución. Un socialista, Tomás, había sido nombrado gobernador de Gijón, como
una concesión a los obreros. Pero esto no fue más que una fachada de izquierdas. En los dos meses
que duró su mandato no se tomaron medidas para purificar la oficialidad del ejército vasco, o la
plana mayor de Santander, o los otros oficiales, o crear patrullas obreras para limpiar la ciudad de la
Quinta Columna. Las guardias civiles y de Asalto de Gijón no fueron depuradas tampoco. El
resultado fue que las masas se encontraron en una trampa mortal:
“La columna costera (de los fascistas), una de las cuatro que dirigía el avance estaba
más cerca de Gijón —14 millas por carretera-, cuando la ciudad se sublevó. La radio de Gijón
inició sus noticias a las diez de la mañana con el repentino anuncio: “Estamos esperando con
gran impaciencia... ¡Viva Franco!”
Poco después de las tres y media de la tarde las tropas fascistas entraban en la ciudad.
Mientras tanto, la radio de Gijón había explicado que la noche anterior, cuando los dirigentes del
gobierno se marcharon, organizaciones clandestinas de insurgentes se habían echado a las calles
en grupos armados y habían tomado la ciudad” (New York Times, 22 de octubre de 1937).
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Tres días más tarde se descubría el papel de la “policía leal republicana”. “La misma fuerza de
policía que ha mantenido siempre el orden público y regulado el tráfico estaba de servicio allí hoy.”
Una vez más las fuerzas pretorianas del gobierno y sus aliados burgueses se habían pasado a Franco.
Fue lingüísticamente apropiado que la oferta formal de rendición a Franco viniera del coronel
Franco, un “republicano leal”. Nada había sido destruido: la pequeña planta de munición, las
fábricas, etc., cayeron intactas en manos de Franco. Este hecho iluminaba el parentesco de los
oficiales y funcionarios del gobierno que habían escapado. O habían ayudado directamente en la
traición y, por tanto, la ciudad estaba intacta o, más posiblemente, no se atrevieron a informar a los
soldados de que la ciudad no iba a ser defendida y, por tanto, huyeron secretamente sin dar ningún
aviso a las masas de organizar su propia defensa.
“El gobierno de la victoria”, como lo había bautizado “La Pasionaria”. Seis meses bastaron
para demostrar la grotesca ridiculez de tal nombre. La única “justificación” concebible es contra los
obreros y campesinos hubiera sido su victoria militar. Pero precisamente de su política reaccionaria
se deriva su desastrosa política militar. Si España permanece bajo este terrible yugo y se sumerge
más en los abismos, o se libra de estos organizadores de derrotas y consigue la victoria -cualquiera
cosa que pase-, la historia ha dado ya al gobierno Negrín-Stalin su verdadero título: “El gobierno de
la derrota.”
XVII. Sólo dos caminos
Dieciséis meses de guerra civil han demostrado que todos los caminos señalados al pueblo
español se reducen a dos nada más. Uno es el camino que nosotros señalamos: guerra revolucionaria
contra el fascismo. Todos los otros caminos se dirigen al marcado por el imperialismo anglo-francés.
El imperialismo anglo-francés no tiene ni la más mínima intención de ayudar a la victoria de
los republicanos. Incluso el estalinizado New Republic (27 de octubre de 1937) se vio, al final,
obligado a admitir: “Está claro que a estas alturas la preocupación de Francia e Inglaterra sobre la
victoria fascista en España ha llegado a ser -sí no lo era desde un principio- una consideración
completamente secundaria.”
La cuestión española no es más que un factor en el conflicto de intereses entre los poderes
imperialistas, y será “resuelta” finalmente si los imperialistas de ambos campos se salen con la suya -
sólo cuando lleguen al punto de un ajuste general de todas las cuestiones, es decir la guerra
imperialista.
Siendo el que más tenía que perder, el bloque anglo-francés se abstuvo de la guerra, aunque
con el tiempo tiene que luchar para mantener lo suyo. Hasta este momento evita enfrentamientos
decisivos, en España como en todas partes. Permitió un chorrito de ayuda a los republicanos por
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parte de la Unión Soviética, porque no quería la victoria de Franco mientras sus aliados italo-
alemanes dominaban su régimen. Los intereses británicas se habían dirigido, entre tanto, a arreglarse
con Burgos para la explotación conjunta de la región de Bilbao, dominada por la propiedad
británica. La primera semana de noviembre, Chamberlain anunció el establecimiento de relaciones
formales con Franco (como una limosna a los sentimientos antifascistas, los oficiales diplomáticos y
consulares fueron designados simplemente como “agentes”), mientras Eden aseguraba al
Parlamento que una victoria de Franco no significaría un régimen hostil a Gran Bretaña. Así, pues
los amos del bloque anglo-francés se preparaban para la victoria de Franco.
Cualquiera que fueran los temores que el bloque anglo-francés pudiese tener sobre una
victoria sobre Franco, lo que no querían era una victoria republicana. Una victoria temprana hubiera
sido el preámbulo de una revolución social. Incluso ahora, tras seis meses de represión por el
gobierno de Negrín, los gobernantes anglo-franceses dudan de si una victoria republicana no sería
seguida por una revolución social. Tienen razón. Ya que los millones de obreros de la CNT y UGT,
atados por la guerra civil, al terminarla victoriosamente harían añicos los límites burgueses del Frente
Popular. Más todavía, una inminente victoria republicana significaría un golpe tal al prestigio ítalo-
alemán, que éstos se verían obligados a replicar con una invasión de España a escala de guerra
imperialista en un intento de contener el Mediterráneo. El peligro para la “línea de vida del imperio”
por parte del bloque anglo-francés pondría la guerra a la orden del día. El deseo anglo- francés de
posponer la guerra llevó de esta manera a la oposición a la victoria republicana.
La única razón por la que el bloque anglo-francés no buscó abiertamente a Franco fue porque
no se atrevía a abandonar su principal ventaja en la guerra que se avecinaba: el mito de la guerra
democrática contra el fascismo por el que el proletariado era movilizado en apoyo de una guerra
imperialista.
La principal preocupación del imperialismo anglo-francés era, desde el principio, ¿cómo
posponer la guerra, mantener el mito democrático y además empezar a echar de España a Hitler y a
Mussolini?
La respuesta era evidente también: un compromiso entre los campos republicano y fascista.
Tan pronto como el 17 de noviembre de 1936 “Augur” manifestaba semioficialmente que los
agentes británicos estaban trabajando por un armisticio local en el Norte, mientras que los agentes
franceses estaban haciendo lo mismo en Cataluña. Incluso el socialpatriota Zyromski manifestaba en
Populaire (3 de marzo de 1937): “Se pueden observar movimientos dirigidos a conseguir una paz que
significaría no sólo el final de la revolución española, sino también la pérdida total de las victorias
sociales conseguidas.” El socialista de Largo Caballero, Luis Araquistain, embajador en Francia
desde septiembre de 1936 a mayo de 1937, declaraba más tarde: “Hemos contado demasiado, en
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ilusión y esperanza, con el Comité de Londres, es decir, en la ayuda de las democracias europeas.
Ahora es el momento de darse cuenta de que no podemos esperar nada decisivo de ellos a favor
nuestro, y por lo menos de uno de ellos mucho en contra nuestra” (Adelante, 18 de julio de 1937).
El gobierno de Negrín se puso enteramente en las manos del bloque anglo-francés; y los
discursos de Negrín, especialmente el pronunciado en las Cortes el 1 de octubre, enfatizando la
necesidad de prepararse para la paz, y su discurso tras la caída de Gijón, revelaron que el gobierno
estaba preparado para llevar a cabo las propuestas anglo- francesas de un compromiso.
La cara de Negrín no estaba vuelta hacía el frente de batalla, sino hacia Londres y París. La
orientación del gobierno fue resumida concisamente por el prorrepublicano Matthews, tras la caída
de Gijón: “En resumen, hay más desaliento aquí por la discusión de Londres que por lo que ha
pasado en el Norte.” Matthews continuaba:
“Había un párrafo en el discurso del primer ministro, Negrín, radiado ayer por
la noche, que expresa tan perfectamente la opinión del gobierno que merece ser
recogido: “Una vez más nuestros enemigos extranjeros tratan de tomar ventaja del ingenuo
candor de las democracias europeas con gran sutileza... Y yo ahora aviso a los países libres de todo el
mundo, ya que nuestra causa es su causa. España acptará cualquier medio de reducir la angustia de
este país, pero que las democracias no se dejen seducir por el maquiavelismo de una decisión
vil”.” (New York Times, 24 de octubre de 1937).
Es verdad que este párrafo expresaba perfectamente la opinión del gobierno. Si no hubieran
sido tan trágicas para las masas las consecuencias de esta política, uno se reiría a carcajadas ante la
imagen del “ingenuo candor” de la pérfida Albión y el Quai d‟Orsay. Temiendo que iba a ser
abandonado de una vez por todas, Negrín suplicaba de esta manera a sus mentores imperialistas que
recordaran que él “aceptará cualquier medio de reducir la angustia de este país”. ¿No lo había
demostrado ya reprimiendo a los obreros?41
Que el gobierno republicano había acordado apoyar un compromiso con los fascistas es
confirmado no sólo por las fuentes autorizadas revolucionarias y por las burguesas, sino también
por una fuente estalinista:
“Un representante del gobierno español que estuvo presente en la coronación del rey
Jorge VI señaló a Eden, ministro de Asuntos Exteriores, el plan de Valencia para terminar la
41 Chautemps refleja la antipatía burguesa y fascista de Valencia. Por tanto, constantemente urge a Valencia a
moderar la acción y enfatizar el carácter democrático del régimen. “¡Este testimonio es de Louis Fischer!” (The Nation, 16
octubre 1937.)
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guerra civil. Se iba a declarar una tregua. Todas las tropas extranjeras y voluntarios de ambos
lados se iban a retirar de España inmediatamente. Durante la tregua no se moverían las líneas
de batalla. Después de que se hubiera eliminado a los extranjeros, Gran Bretaña, Francia,
Alemania, Italia y la Unión Soviética, iban a trazar un plan, que el gobierno español se
comprometía a aceptar por adelantado, por medio del que la voluntad de la nación española en lo
referente a su futuro político y social pudiera ser autorizadamente determinado” (Louis
Fischer, The Nation, 4 de septiembre de 1937).
En el mejor de los casos, tal arreglo significaría un plebiscito bajo la supervisión de los
poderes europeos. Con Franco en posesión de un territorio que incluía a más de la mitad del pueblo
español y con los bloques ítalo-alemán y anglo-francés compitiendo por la amistad de Franco, uno
puede imaginarse el resultado del plebiscito: unidad de los elementos burgueses de ambos lados en
un régimen bonapartista, adornado al principio con derechos democráticos formales, pero
gobernando a las masas especialmente con la fuerza armada del ejército de Franco.
Tal era el final de la vía propuesta por los imperialistas anglo-franceses y aceptada ya por el
Gobierno de Negrín. Había todavía dificultades objetivas de por medio: Franco esperaba ganarlo
todo y era animado a seguir luchando por Alemania e Italia. Pero este tanto estaba claro. Sí no una
victoria completa de Franco, con quien Inglaterra y Francia se habían reconciliado ya, entonces lo
mejor que podía venir de la “ayuda” anglo-francesa era un régimen conjunto con los fascistas.
A Stalin podía parecerle esto una píldora difícil de tragar. Se disfrazara como se disfrazara, un
compromiso con los fascistas sería siempre un golpe terrible para el prestigio estalinista en todo el
mundo. Sin embargo, antes de romper con el objetivo principal de la política soviética -llegar a una
alianza con el imperialismo anglo-francés-, Stalin estaba preparado a aceptar un arreglo impuesto
por ellos. Él “encontraría una fórmula”. Los mismos argumentos que fueron utilizados para
justificar la entrada soviética en el comité de no-intervención, si se aceptaban, justificarían el acto
final de la traición contra el pueblo español.
Recordemos los raídos argumentos. “La Unión Soviética estaba expresamente en desacuerdo
con el pacto de no-intervención. Con el apoyo suficiente de los partidos socialistas, los movimientos
obreros y antifascistas del mundo, además del apoyo de los partidos comunistas, la Unión Soviética
hubiera podido detener el movimiento de no- intervención antes de que empezara”42. ¿Tenemos que
recordarle a alguien que Stalin nunca trató de movilizar el movimiento obrero mundial antes de
firmar el pacto de no- intervención? ¿Si el régimen de Stalin no tenía poder para detener a los
42 Harry Gannes: How the Soviet Union Helps Spain, noviembre 1936. Esta fue la disculpa estalinista oficial para
apoyar el Comité de Londres.
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bandidos, tenía necesariamente que unirse a ellos? Los estalinistas entendieron muy bien el papel de
Inglaterra: “El Gabinete de Baldwin midió su situación internacional para ganarse la buena voluntad
de los futuros dictadores de España (y)... para impedir una ría del Frente Popular... Se ha visto lo
necesario para afirmar positivamente que Gran Bretaña ha llegado a su propio acuerdo con el
general Franco”43. ¿Pero qué importaba el destino de España, el futuro de la revolución europea?
Todo eso carecía de peso en la balanza de Stalin frente a la tenue amistad del imperialismo francés:
“La Unión Soviética no podía enfrentarse abiertamente a Blum en el pacto de no-intervención,
porque eso hubiera sido utilizado por Hitler y la facción pronazi del Gabinete Tory de Londres, que
trataba de provocar eso precisamente”44. ¿Entonces? ¿Pretender simular que el comité de no-
intervención tiene su utilidad? “En vez de permitir que la confabulación de los ministros nazis y los
conservadores para enfrentarse a España, la Unión Soviética se esforzaba por hacer ¡todo lo
que podía dentro del comité de no-intervención para detener los envíos de armas fascistas a España!”45
Del mismo modo, no nos cabe la menor duda, Stalin se esforzaría en hacer todo lo posible
dentro del compromiso del comité para conseguir un trato equitativo en la participación de los
republicanos en el régimen conjunto con los fascistas.
Precisamente en estos últimos meses, cuando el esquema anglo-francés estaba tramando su
forma definitiva, Stalin encontró una coartada nueva con que complementar a las dadas por el pacto
franco-soviético y la “seguridad común”, con la que empujar a los republicanos a una dependencia
todavía mayor del bloque anglo-francés.
Louis Fischer dio la excusa bastante crudamente:
“La guerra española ha tomado dimensiones tan amplias y está durando tanto tiempo
que Rusia por sí misma, especialmente si debe ayudar a China también, no puede soportar
todo el peso. Alguna otra nación o naciones debe contribuir... Si Inglaterra salvase a España
de Franco, Rusia estaría dispuesta quizá a salvar a China de Japón” (The Nation, 16 de octubre
de 1937).
Así, pues, China se convierte en una excusa para no ayudar decisivamente a España,
mientras España sigue siendo la excusa para no ayudar a China. “Si Inglaterra salvase a España de
Franco... ”
El pueblo español era también dirigido hacia la pendiente del imperialismo anglo- francés por
la Internacional Comunista, desde luego, y por la Internacional Laborista y Socialista. Aparte de
43 Op. cit. 44 Op. cit. 45 Op. cit.
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gestos piadosos, como organizar colectas, las dos internacionales tan sólo habían pedido que los
obreros presionaran a “sus” gobiernos democráticos para que ayudaran a España. Se pide al
“proletariado internacional” que obligue a la realización de sus principales demandas en defensa del
pueblo español, es decir, la inmediata retirada de las fuerzas armadas intervencionistas de Italia y
Alemania; el levantamiento del bloqueo; el reconocimiento de todos los derechos internacionales del
legítimo gobierno español; la aplicación de los estatutos de la Liga de las Naciones contra los
agresores fascistas” (Daily Worker, 19 de julio de 1937). Todas estas “demandas” son peticiones de
acciones gubernamentales, ya que los laboristas británicos y los socialistas franceses sabían que una
acción gubernamental seria sólo se podía hacer en caso de guerra, y ya que sus amos capitalistas
pusieron bien claro que todavía no estaban listos para la guerra, se quejaron del empuje demasiado
precipitado del Komintern. Dimitrov sólo pudo contestar a su acusación de ser traficantes en
guerras, calificándola de “vergonzosa especulación sobre los sentimientos pacifistas de las masas en
general”. Pero los socialistas y laboristas eran uña y carne con los estalinistas en lo que se refiere a
poner el destino del pueblo español en las manos de “sus” gobiernos. Ya que ambos se habían
comprometido a apoyar a sus capitalistas en la guerra venidera.
* * *
¿De dónde saldría la dirección para organizar a las masas españolas en la lucha implacable
contra la traición e España?
Esa dirección difícilmente podía salir de los dirigentes de la CNT. El menor de sus crímenes
no fue el negarse a fortalecer a los obreros contra toda ilusión de ayuda anglo- francesa. El mismo
Manifiesto del 17 de julio de 1937, dirigido al proletariado del mundo declarando, “sólo hay una
salvación: vuestra ayuda”, lanzaba un slogan perfectamente aceptable para el bloque estalinista-
burgués: “Haced presión sobre vuestros gobiernos para que tomen decisiones favorables a nuestra
lucha.” El discurso de Roosevelt en Chicago fue aclamado por la prensa de la CNT. Según
Solidaridad Obrera (7 de octubre), demostraba que “la unidad democrática en Europa se conseguirá
sólo con una acción enérgica contra el fascismo”.
Los dirigentes de la CNT insistían en su vieja política. A cambio de volver a entrar en el
gobierno pidieron una fórmula para salvar la cara, que el Frente Popular se llamase Frente
Antifascista. Muchos de los periódicos locales anarquistas, cercanos a las masas, reflejaban su
desacuerdo con la conducta de la dirección. Uno escribía:
“Leer una buena parte de la prensa anarquista y de la CNT de España indigna a uno si
no lo hace romper a llorar de rabia. Cientos de nuestros camaradas han sido masacrados en
las calles de Barcelona durante la lucha de mayo, a causa de la traición de nuestros aliados en
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la lucha antifascista; sólo en Castilla han sido asesinados por lo menos cien camaradas
cobardemente por los comunistas; otros camaradas han sido asesinados por el mismo partido
en otras regiones, campañas de difamación y mentiras de todas clases, públicas y encubiertas,
son llevadas a cabo contra el anarquismo y la CNT, para envenenar y retorcer el espíritu de
las masas contra nuestro movimiento. Y frente a esos crímenes nuestra prensa continúa
hablando de unidad, de decencia política; pidiendo lealtad por encima de todo, calma,
serenidad, espíritu de sacrificio y todos esos sentimientos en que nosotros somos los únicos
que creemos y sentimos, y que sólo sirven para que otros sectores políticos se cubran sus
ambiciones y traiciones... No decir la verdad de ahora en adelante sería traicionarnos a
nosotros mismos y al proletariado” (Ideas, Bajo Llobregat, 30 de septiembre de 1937).
Pero la conducta de la dirección de la CNT se hizo todavía más vergonzosa. La ira de las
masas, tras la caída de Santander, obligó a los estalinistas a pronunciar algunas palabras de
apaciguamiento; pidiendo el cese de la campaña contra la CNT. Después de lo cual, incluso los más
de izquierdas de los periódicos grandes de la CNT aclamaron inmediatamente: „La rectificación que
indudablemente se ha empezado a producir en la política del Partido Comunista” (CNT, 6 de
octubre). La caída de Gijón, aislado todavía más al gobierno de las masas, condujo a negociaciones
para obtener el apoyo de la CNT. Olvidadas todas las quejas, los dirigentes de la CNT se
apresuraron a declarar que estaban dispuestos a entrar a formar parte del gobierno.
De los dirigentes de la UGT todavía hace falta decir menos. No dijeron ni una palabra en
defensa del POUM. Largo Caballero no hizo ni una sola declaración en público durante cinco
meses, mientras los estalinistas preparaban la escisión de la UGT. El pacto de acción conjunta
firmado por la CNT y la UGT el 9 de julio, que pudo haber organizado la defensa de los derechos
más elementales de los trabajadores, ni siquiera salió a la luz. El grupo de Largo Caballero, aunque
representaba la mayoría en las federaciones provinciales del Partido Socialista, no fue más lejos de
una protesta contra los actos del no representativo Comité Nacional de Prieto. En vez de ser sus
aliados, los dirigentes de la UGT simplemente debilitaron más a los ya impotentes dirigentes de la
CNT.
Del POUM ya no se puede hablar como de una entidad. Estaba irrevocablemente dividido.
Todos los golpes de la dirección habían sido dirigidos contra la izquierda, mientras la derecha había
sido cortejada y halagada. El Comunista, de Valencia, había ido abiertamente en contra de las
decisiones del Partido, manteniendo notoriamente una línea de Frente Popular, moviéndose
firmemente hacia el estalinismo. Finalmente, una semana antes de la declaración de ilegalidad del
Partido, el Comité Central se vio obligado a publicar una moción (Juventud Comunista, 10 de junio)
declarando: “El Comité Central ampliado... ha acordado proponer al Congreso la expulsión sumaria
- 217 -
del grupo fraccional que en Valencia ha trabajado contra la política revolucionaria de nuestro
querido partido.” El Congreso del Partido no llegó a celebrarse. Estaba fijado para el 19 de junio,
pero fue precedido por los registros y detenciones del 16 de junio. El POUM no estaba preparado
en absoluto para el trabajo ilegal, como indicó el rápido éxito de los registros. Si se hubiera
celebrado el Congreso, se hubiera encontrado a los principales centros del Partido, Barcelona y
Madrid, alineados con la izquierda en Contra de la dirección. Un grupo de izquierdas pedía la
condena del Bureau de Londres y la creación de uno nuevo, la Cuarta Internacional. El otro
declaraba: “Se ha demostrado que no existe en nuestra revolución un verdadero partido marxista de
vanguardia.”
No era entonces a las organizaciones existentes como tales a las que uno se podía volver
buscando dirección para impedir un compromiso con los fascistas. Por fortuna, únicamente los
líderes no fueron afectados por los acontecimientos. Entre las masas de la CNT y la UGT nacieron
nuevos cuadros que buscaban una salida.
Los Amigos de Durruti tenían un significado especial, ya que representaban una ruptura
consciente con el tradicional antiestatismo anarquista. Declararon explícitamente la necesidad de
órganos democráticos de poder, junta o soviets, para el derrocamiento del capitalismo, y las
necesarias medidas contra la contrarrevolución Puestos fuera de la ley el 2 mayo, restablecieron su
prensa pronto. A pesar de la triple ilegalidad en que los había puesto el gobierno, los estalinistas y la
dirección de la CNT, Amigo del Pueblo expresaba las aspiraciones de las masas. Libertad, publicado
también ilegalmente, era otro órgano anarquista disidente. Muchos periódicos locales anarquistas, lo
mismo que la voz de la juventud Libertaria y muchos grupos FAI locales, se levantaron contra la
capitulación de los dirigentes de la CNT. Algunos todavía tomaron la desesperanzada vía de “no
más gobiernos”. Pero el desarrollo de los Amigos de Durruti era un presagio del futuro de todos los
obreros revolucionarios de la CNT-FAI.
Las masas de la UGT y los socialistas de izquierdas habían mostrado hacía mucho tiempo su
impaciencia con la pusilanimidad de la dirección. Pero la primera señal visible de la cristalización
revolucionaria no se produjo hasta octubre, cuando 500 jóvenes se separaron de la Juventud
Unificada para construir una organización revolucionaria de juventudes socialistas.
Simultáneamente, la escisión de la UGT, forzada por los estalinistas, hizo consciente, efectivamente,
a muchos obreros de la necesidad de salvar a sus sindicatos de los destructores estalinistas. En esta
lucha todos los problemas fundamentales de la revolución española se plantearon ineludiblemente,
la naturaleza del sindicalismo de la lucha de clases, el papel del partido revolucionario entre las
masas. De aquí cristalizarían las fuerzas para el nuevo partido de la revolución.
Aquí estaba, pues, la hercúlea tarea de los bolcheviques-leninistas. Esta Cuarta Internacional,
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condenada a la ilegalidad por la dirección del POUM, incluso en la cumbre de la revolución,
organizados por los expulsados del POUM en la primavera de 1937, buscando un camino hacia las
masas, deben ayudar a fundir la izquierda del POUM, la Juventud Socialista revolucionaria y los
obreros politizados de la UGT y la CNT, para crear los cuadros del partido revolucionario español.
¿Podría ese partido, si se basaba en fundamentos revolucionarios, ser otra cosa más que un partido
en la plataforma de la Cuarta Internacional?
Verdaderamente, ¿en qué otra parte podría buscar camaradería y colaboración internacional?
Las internacionales Segunda y Tercera eran los órganos de la traición del pueblo español. No era por
casualidad que la izquierda del POUM pedía el repudio del Bureau de Londres, el llamado Bureau
Internacional para la Unidad Socialista Revolucionaria. Ya que este centro, al que el POUM había
estado afiliado, había saboteado la lucha contra el sistema de maniobras de el POUM había sido una
de las víctimas.
Mientras el mismo POUM había denunciado desde el principio los juicios de Moscú y había
difundido un “análisis trotskista”, el Bureau de Londres había trabajado en dirección opuesta. Se
había negado a colaborar en una comisión de investigación sobre los juicios de Moscú. ¿Por qué?
Brockway -que entonces participaba en una campaña conjunta PLI-PC, “Campaña de Unidad”-
soltó bruscamente la razón: “Causaría prejuicios en círculos soviéticos.” ¡Así, pues, Brockway
proponía... una comisión para investigar al trotskismo! Al ser acusado por esta actitud, Brockway se
defendió impugnando el carácter de la Comisión de Investigación, encabezada por John Dewey.
Mientras el Bureau de Londres explotaba, el SAP (Partido Socialista Obrero Alemán) había
atacado al principio los juicios de Moscú, pero pronto abandonó toda crítica al estalinismo,
firmando un pacto conjunto por un Frente Popular en Alemania. Juventud Comunista (3 de junio)
informaba de la escisión en el Bureau de Londres juvenil: “La juventud del SAP había firmado uno
de los documentos más vergonzosos que la historia del movimiento obrero alemán ha conocido.”
El mismo día que la dirección del POUM era detenida como agentes de la Gestapo, Julio, el órgano
juvenil del PSUC (19 de julio), bajo el encabezamiento “Trotskismo es sinónimo de
contrarrevolución”, aclamaba la política de las secciones juveniles del PLI y el SAP y señalaba
orgullosamente que los afiliados suecos del Bureau de Londres estaban aproximándose firmemente
a la política estalinista del Frente Popular.
Más absurda todavía fue la postura de los otros aliados del POUM, los grupos de Brandler-
Lovestone. Durante una década habían defendido cada crimen de la burocracia estalinista, debido a
una falsa distinción entre la política de Stalin en la Unión Soviética y la errónea política del
Komintern en los demás sitios. Cuando Zinoviev y Kamenev fueron condenados a muerte, estos
defensores del estalinismo habían defendido la terrible realidad como una reivindicación de la
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justicia soviética. Del mismo modo habían defendido el segundo juicio de Moscú en febrero de
1937. Yo estaba presente en una asamblea pública en el centro Lovestone cuando Bertram Wolfe se
disculpó porque un representante del POUM había llamado a los juicios tramas fraudulentas. Sólo
después de la ejecución de los generales rojos el grupo Lovestone había empezado -sin explicación
alguna- a cambiar de política. Durante diez años habían hecho lo que habían podido para ayudar a
Stalin a pegar la etiqueta contrarrevolucionaria sobre los trotskistas, e incluso cuando se vieron
obligados a aceptar el análisis trotskista de la purga de Stalin, estos cabezas de latón continuaron
siendo enemigos implacables del resurgimiento de la revolución en Rusia, como en cualquier otra
parte. Lo mismo que el SAP, la sección sueca, etc., salieron del Bureau de Londres, para ser
reemplazados por el movimiento Brandler-Lovestone. El cambio apenas ha significado alguna
mejora.
¿Cómo se preparó el Bureau Internacional por la Unidad Socialista Revolucionaria para la
defensa del POUM? Su asamblea del 6 de junio de 1937 adoptó dos mociones. La moción número
1 decía:
“Sólo el POUM ha reconocido y proclamado la necesidad de transformar la lucha
antifascista en una lucha contra el capitalismo bajo la hegemonía del proletariado. Esta es la
razón real para los feroces ataques y calumnias del Partido Comunista aliado con las fuerzas
capitalistas en el Frente Popular contra el POUM.”
La moción número 2 decía:
“Cada medida tomada contra la clase obrera revolucionaria de España es al mismo
tiempo una medida en favor de los intereses del imperialismo anglo-francés y un paso hacia
un compromiso con los fascistas.
En esta hora de peligro hacemos un llamamiento a las organizaciones obreras del
mundo entero, y particularmente a la Segunda y Tercera internacionales... Tomemos, por lo menos,
una postura contra todas esas maniobras traicioneras de la burguesía mundial.” (El subrayado
es, mío.)
Una moción para la izquierda, otra para la derecha medio estalinista. Esto es el Bureau de
Londres46.
46 En el número 4 de junio de New Leader, el dirigente del PLI Fenner Brockway dio al POUM algunos consejos
en esta coyuntura crítica. He aquí algunos extractos relevantes: “Es importante que el POUM, junto con otras fuerzas
obreras, se concentre en la lucha contra Franco... El Partido Comunista Español ha criticado justificadamente la ausencia
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¿Pero no son los principios que tú propones para el reagrupamiento de las masas españolas
construcciones intelectuales ajenas a las masas? ¿No es demasiado tarde?
No. Nosotros los revolucionarios somos los únicos en el mundo. Ya que nosotros
simplemente articulamos aspiraciones fundamentales de las masas, verdaderamente, lo que ellas
están diciendo ya a su manera. Nosotros simplemente clarificamos la naturaleza de los instrumentos,
sobre todo, la naturaleza del partido revolucionario y del estado obrero, que las masas necesitan para
conseguir lo que quieren. Nunca es demasiado tarde para las masas para empezar a abrir el camino
hacia la libertad. Pesimismo y escepticismo son lujos de unos pocos. Las masas no tienen otra salida
que luchar por sus vidas y por el futuro de sus hijos.
Si nuestro análisis no ha iluminado las fuerzas más profundas de la revolución española,
recordemos unas cuantas palabras de Durruti en el campo de batalla de Aragón, cuando dirigía las
mal armadas milicias en el único avance sustancial de toda la guerra civil. Él no era un teórico, sino
un dirigente activo de las masas. Todavía más significativamente sus palabras expresan la perspectiva
revolucionaria de los obreros con conciencia de clase. Los dirigentes de la CNT han enterrado estas
palabras más profundamente que enterraron a Durruti. Pero recordémoslas:
Para nosotros es una cuestión de aplastar al fascismo de una vez por todas. Sí, a pesar del
gobierno.
“No hay un gobierno en el mundo que luche a muerte contra el fascismo. Cuando la
burguesía ve que se le escapa el poder de las manos, recurre al fascismo para mantenerse. El
gobierno liberal español podía haber hecho impotentes a los fascistas hace mucho tiempo. En
vez de eso, se adaptaba, hacía compromisos y tiempo. Incluso en este mismo momento hay
hombres en este gobierno que quieren ir con calma con los rebeldes. Nunca se sabe, sabes -se
reía-. El presente gobierno puede necesitar todavía esas fuerzas rebeldes para aplastar el
de coordinación en el frente y la mala organización de las fuerzas armadas. El POUM debe tener cuidado de no aparecer
como oposición a las propuestas que facilitarían la eficiencia en la lucha contra Franco, pero eso no significa que deba
aceptar sin una protesta la vuelta a la estructura reaccionaria del antiguo ejército.” Esta clase de consejo tenía lugar una
semana antes de que el POUM fuera proscrito. Que la tarea del POUM era la lucha inexorable e implacable contra el
gobierno sin tener ninguna confianza en los dirigentes de la CNT y la UGT, hacer propuestas de frente unido para la
defensa concreta y diario de los derechos elementales de los obreros y combinar inmediatamente trabajo legal e ilegal -
esto, naturalmente, iba más allá de Brockway-. El mismo número lleva una carta del representante del PLI en España,
McNair, al dirigente estalinista Dutt, empezando así: “Es doloroso para mí el verme forzado a enfrentarme con un
camarada del PC en vista del deseo que tengo de ver la unidad entre los partidos obreros... Todavía mantengo el punto de
vista que lo más importante que tenemos que recordar es que la campaña de unidad en Gran Bretaña debe engendrar
unidad en España en vez de permitir que la falta de unidad española rompa la campaña de unidad en Gran Bretaña...”
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movimiento obrero...
Nosotros sabemos lo que queremos. Para nosotros no significa nada el que haya una
Unión Soviética en alguna parte del mundo, en el nombre de cuya paz y tranquilidad los
obreros alemanes y chinos fueron sacrificados al barbarismo fascista por Stalin. Nosotros
queremos una revolución aquí, en España, ahora, no quizá tras una próxima guerra. Nosotros
estamos dando a Hitler y a Mussolini muchos más problemas con nuestra revolución que
todo el Ejército Rojo de Rusia junto. Estamos estableciendo un ejemplo para la clase obrera
alemana e italiana de cómo luchar con el fascismo.
No espero ninguna ayuda para una revolución libertaria de ningún gobierno del mundo.
Puede que los intereses conflictivos de los diferentes imperialismos tengan alguna influencia sobre
nuestra lucha. Es bastante posible. Franco está haciendo lo que puede para meter a Europa en el
conflicto. No dudará en movilizar a Alemania en contra nuestra. Pero no esperamos ayuda, ni
siquiera de nuestro propio gobierno, en última instancia.”
“Te sentarán en un montón de ruinas si tú resultas victorioso”, dijo Van Paasen. Durruti
contestó:
“Siempre hemos vivido en barrios bajos y agujeros. Sabremos cómo apañarnos por algún
tiempo. Pero, no debes olvidar, podemos construir también. Somos nosotros los que construirnos
esos palacios y ciudades aquí en España, en América y en todas partes. Nosotros los trabajadores,
podemos construir otros en su lugar. Y mejores. No le tenemos miedo a las ruinas. Vamos a heredar
la tierra. No hay la menor duda sobre eso. La burguesía puede destruir y arruinar su propio mundo
antes de que deje la escena de la historia. Nosotros llevamos un mundo nuevo, aquí, en nuestros
corazones. Ese mundo crece a cada minuto”47.
10 de noviembre de 1937.
47 Entrevista de Durruti con Pierre van Paasen. Star, Toronto, septiembre 1936.
ÍNDICE
Introducción ............................................................................................................................................................... 4
La guerra civil en España
1. El nacimiento de la república. 1931 .................................................................................................... 7
2. Las tareas de la revolución democrático-burguesa ...................................................................... 11
3. El gobierno de coalición y el retorno de la reacción ................................................................ 20
4. La lucha contra el fascismo. Noviembre 1933-febrero 1936 .................................................... 27
5. El gobierno del Frente Popular y sus aliados, 20 defebrero-17 de julio de 1936 ................ 35
6. La lucha de las masas contra el fascismo a pesar del Frente Popular:
16 de febrero a 16 de julio de 1936 .................................................................................................... 41
7. Contrarrevolución y doble poder .................................................................................................................. 48
Revolución y contrarrevolución en España
1. La razón del levantamiento fascista .............................................................................................................. 64
2. Los "aliados" burgueses en el Frente Popular ............................................................................................ 70
3. La revolución del 19 de julio........................................................................................................................... 78
4. Hacia una coalición con la burguesía ............................................................................................................ 83
5. La política de la clase obrera española .......................................................................................................... 88
6. El programa del gobierno de coalición de Largo Caballero .................................................................... 102
7. El programa de gobierno de la coalición catalana ...................................................................................... 108
8. El renacimiento del estado burgués. Septiembre de1936-abril de 1937 ................................ 117
9. La contrarrevolución y las masas ................................................................................................................... 127
10. Los días de mayo: Barricadas en Barcelona .................................................................................................. 136
11. La destitución de Largo Caballero ................................................................................................................. 160
12. El gobierno de la victoria ................................................................................................................................ 172
13. La conquista de Cataluña ................................................................................................................................ 182
14. La conquista de Aragón ................................................................................................................................... 199
15. La lucha militar bajo Giral y Largo Caballero .............................................................................................. 204
16. La lucha militar bajo Negrín-Prieto .............................................................................................................. 220
17. Sólo dos caminos ................................ 234
Carta de Stalin a Largo Caballero
21 de diciembre de 1936
Fuente: Juan Simeón Vidarte, Todos fuimos culpables: Testimonio de un socialista español,
Madrid: Ediciones Grijalbo, 1978, vol. II, pp. 652-3.
“Al Camarada Caballero:
Nuestro representante plenipotenciario, camarada Rosenberg, nos ha transmitido la
expresión de sus fraternos sentimientos. También nos ha comunicado que usted se siente
inalterablemente alentado por la seguridad en la victoria. Permítanos darle nuestras
gracias fraternales por los sentimientos manifestados y significarle que somos partícipes
de su confianza en la victoria del pueblo español.
Hemos juzgado y seguimos juzgando que es nuestro deber, en los límites de nuestras
posibilidades, el acudir en ayuda del Gobierno español, que encabeza la lucha de todos los
trabajadores, de toda la democracia española, contra la camarilla militar-fascista,
subsidiaria de las fuerzas fascistas internacionales.
La revolución española abre caminos que, en muchos aspectos, difieren del camino
recorrido por Rusia. Lo determina así la diferencia de premisas de orden social, histórico y
geográfico, las exigencias de la situación internacional, distintas de las que tuvo ante sí la
revolución rusa. Es muy posible que la vía parlamentaria resulte un procedimiento de
desarrollo revolucionario más eficaz en España de lo que fue en Rusia.
Con todo, creemos que nuestra experiencia, sobre todo la experiencia de nuestra guerra
civil, debidamente aplicada a las condiciones particulares de la lucha revolucionaria
española, puede tener determinado valor para España. Partiendo de ello y en vista de sus
insistentes ruegos, que a su debido tiempo nos ha transmitido el camarada Rosenberg,
accedimos a poner a su disposición una serie de especialistas militares, a quienes dimos
instrucciones de aconsejar en el terreno militar a aquellos oficiales españoles en ayuda de
los cuales debían ser destinados por usted.
Se les advirtió de modo terminante que no perdieran de vista que, con toda la conciencia
de solidaridad de que hoy están penetrados el pueblo español y los pueblos de la U.R.S.S.,
el especialista soviético, por ser extranjero en España, no puede ser realmente útil sino a
condición de atenerse rigurosamente a la función de consejero y sólo de consejero.
Creemos que precisamente así utiliza usted a nuestros camaradas militares.
Le rogamos que nos comunique en pié de amistad en qué medida nuestros camaradas
militares saben cumplir la misión que usted les confía, ya que, naturalmente, sólo si usted
juzga positivo su trabajo puede ser oportuno que sigan en España.
También le rogamos que nos comunique directamente y sin ambages su opinión acerca
del camarada Rosenberg: si satisface al Gobierno español o conviene sustituirle por otro
representante.
Cuatro consejos amistosos que sometemos a su dirección:
1) Convendría dedicar atención a los campesinos, que tienen gran peso en un país agrario
como es España. Sería de desear la promulgación de decretos de carácter agrario y fiscal
que satisficieran los intereses de los campesinos. También convendría atraer a éstos al
ejército y formar en la retaguardia de los ejércitos fascistas grupos de guerrilleros
integrados por campesinos. Los decretos en favor de éstos podrían facilitar esta cuestión.
2) Convendría atraer al lado del gobierno a la burguesía urbana pequeña y media o, en
todo caso, darle la posibilidad de que adopte una actitud de neutralidad favorable al
gobierno, protegiéndola de los intentos de confiscaciones y asegurando en lo posible la
libertad de comercio. En caso contrario, estos sectores seguirán a los fascistas.
3) No hay que rechazar a los dirigentes de los partidos republicanos, sino, contrariamente,
hay que atraerlos, aproximarlos y asociarles al esfuerzo común del gobierno. Es en
particular necesario asegurar el apoyo al gobierno por parte de Azaña y su grupo,
haciendo todo lo posible para ayudarles a cancelar sus vacilaciones. Esto es también
necesario para impedir que los enemigos de España vean en ella una república comunista
y prevenir así su intervención declarada, que constituye el peligro más grave para la
España republicana.
4) Se podría encontrar la ocasión para declarar en la prensa que el Gobierno de España no
tolerará que nadie atente contra la propiedad y los legítimos intereses de los extranjeros
en España, de los ciudadanos de los países que no apoyan a los facciosos.
Un saludo fraternal,
STALIN, MOLOTOV Y VOROCHILOV
21 de diciembre de 1936
Respuesta de Largo Caballero a Stalin
12 de enero de 1937
“Camaradas Stalin, Molotov y Vorochilov.
Mis muy queridos camaradas:
La carta que han tenido a bien de mandarme por intermedio del camarada Rosenberg, me
ha proporcionado una gran alegría. Sus saludos fraternales y su ferviente fe en la victoria
del pueblo español, me han producido una profunda satisfacción. A su cordial salutación y
a su ardiente fe en nuestro triunfo, les contesto, a mi vez, con mis mejores sentimientos.
La ayuda que prestan ustedes al pueblo español y que se han impuesto ustedes mismos, al
considerarla como un deber, nos ha sido y continúa siendo de gran beneficio. Estén
ustedes seguros que la estimamos en su justo valor.
Del fondo del corazón, y en nombre de España y muy especialmente en el nombre de los
trabajadores, se lo agradecemos; esperamos que en lo subsiguiente, como hasta ahora, su
ayuda y sus consejos no nos han de faltar.
Tienen ustedes razón al señalar que existen diferencias sensibles entre el desarrollo que
siguió la revolución rusa y el que sigue la nuestra. En efecto, como ustedes mismos lo
señalan, las circunstancias son diferentes: las condiciones históricas de cada pueblo, el
medio geográfico, el estado económico, la evolución social, el desarrollo cultural y sobre
todo la madurez política y sindical dentro del cual se han producido las dos revoluciones,
es diferente. Pero, contestando a su alusión, conviene señalar que, cualquiera que sea la
suerte que lo porvenir reserva a la institución parlamentaria, ésta no goza entre nosotros,
ni aun entre los republicanos, de defensores entusiastas.
Los camaradas que, pedidos por nosotros, han venido a ayudarnos, nos prestan un gran
servicio. Su gran experiencia nos es muy útil y contribuye de una manera eficaz a la
defensa de España en su lucha contra el fascismo. Puedo asegurarles que desempeñan sus
cargos con verdadero entusiasmo y con una valentía extraordinaria.
En cuanto al camarada Rosenberg, puedo decirles con franqueza que estamos satisfechos
de su conducta y actividad entre nosotros. Aquí todos lo quieren. Trabaja mucho, con
exceso, y perjudica su débil salud. Les estoy muy agradecido por los consejos de amigo
que contiene el final de su carta. Los estimo como una prueba de su cordial amistad y de
su interés por el mejor éxito de nuestra lucha.
En efecto, el problema agrario en España es de una importancia excepcional. Desde el
primer momento nuestro gobierno se preocupó de proteger a los agricultores, mejorando
enormemente las condiciones de su existencia. En este sentido hemos publicado
importantes decretos. Pero, desgraciadamente, no se pudo evitar, sobre todo al principio,
que se cometieran en el campo ciertos excesos, pero tenemos una gran esperanza de que
no se repetirán.
Otro tanto puedo decirles de la pequeña burguesía. La hemos respetado y
constantemente proclamamos su derecho a vivir y a desarrollarse. Tratamos de atraerla
hacia nosotros defendiéndola contra las posibles agresiones que pudo sufrir al principio.
Absolutamente de acuerdo con lo que ustedes dicen en relación con las fuerzas políticas
republicanas. Hemos procurado, en todos los momentos, asociarlas a la obra del gobierno
y a la lucha. Participan ampliamente en todos los organismos políticos y administrativos,
tanto en los locales como en los provinciales y los nacionales. Lo que ocurre es que ellas
mismas no hacen nada para recalcar su propia personalidad política.
En cuanto a los intereses y propiedades de los extranjeros, ciudadanos de los países que
no ayudan a los rebeldes, instalados en España, han sido respetados y puestos bajo el
amparo del gobierno.
Así lo hemos hecho saber en muchas ocasiones. Y así lo hacemos. Y con seguridad
aprovecharé la primera ocasión para repetirlo una vez más a todo el mundo.
Saludos Fraternales,
FRANCISCO LARGO CABALLERO
Valencia, 12 de enero de 1937
Los Amigos de Durruti, El amigo del pueblo, número 7, 31 de agosto 1937.
"Trece meses justos:
I. Triunfo del proletariado en las jornadas de julio [1936].
II. Colaboración con la pequeña burguesía.
III. Disolución de los comités antifascistas.
IV. Golpe político de la URSS en el gobierno de la Generalidad.
V. Muerte de Buenaventura Durruti. [20 de noviembre de 1936]
VI. Avance de la contrarrevolución.
VII. Boicot de las columnas confederales.
VIII. Venta de la ciudad de Málaga. [3-8 de febrero de 1937]
IX. Jornadas de mayo [1937]. ¡Alto el fuego!
X. Gobierno Negrín en Valencia. [17 de mayo de 1937]
XI. Gobierno presidencialista en Cataluña.
XII. Pérdida de las Patrullas de Control y de los Comités de Defensa.
XIII. Orden Público y Defensa arrebatados por la contrarrevolución.
XIV. Entrega de la factoría metalúrgica de Bilbao al fascismo. [13-19 de junio de 1937]
XV. Asesinato de militantes de las organizaciones revolucionarias.
XVI. Represión violenta contra el proletariado.
XVII. Cárceles abarrotadas de trabajadores.
XVIII. Prisiones gubernativas.
XIX. Desaparición y muerte de Andrés Nin. [16-22 de junio de 1937]
XX. Asalto de colectividades, sindicatos y centros culturales.
XXI. Aherrojamiento de la prensa revolucionaria.
XXII. Disolución del Consejo de Aragón. [10 de agosto de 1937]
XXIII. Miles de guardias, con abundante y moderno armamento, permanecen en la
retaguardia cobrando el plus de guerra.
XXIV. Subida alarmante de las subsistencias.
XXV. Azaña, Companys y todos los grandes burócratas, siguen percibiendo los
emolumentos de antaño.
XXVI. Escasez de la comida. En los restaurantes de lujo siguen atiborrándose los
mercaderes de la revolución.
XXVII. El enchufismo al orden del día.
XXVIII. Los milicianos comen mal y cobran con gran irregularidad.
XXIX. Reconocimiento de las prerrogativas religiosas.
XXX. En Valencia se celebra la primera misa con carácter oficial."
Carta de Hitler a Adolf Gemlich
16 de septiembre de 1919
Este es el primer escrito antisemita conocido de Hitler. Gemlich era uno de los
soldados que habían asistido a unos cursos de "instrucción política" que el gobierno
militar de Baviera, instalado tras la derrota de la revolución, había organizado para la
tropa. En septiembre de 1919, Adolf Gemlich escribió al capitán Karl Mayr (que asumía
la dirección del Departamento de Información y que había sido encargado de organizar
esos cursos "anti-bolcheviques") pidiéndole una aclaración sobre la "cuestión judía".
Mayr le remitió a Hitler, que, habiéndosele descubierto su talento orador mientras era
alumno de los cursos que se dieron en el mes de junio, había sido empleado más tarde
como ponente en un nuevo curso que tuvo lugar en el mes de agosto:
16 de septiembre de 1919
Estimado Señor Gemlich
El peligro que supone hoy en día el judaísmo para nuestro pueblo encuentra su
expresión en la innegable aversión de amplios sectores de nuestro pueblo. La causa de
ésta aversión no se debe encontrar en un claro reconocimiento del consciente o
inconsciente, sistemático y nocivo efecto de los judíos como una totalidad sobre
nuestra nación, esta nace en su mayoría por el contacto personal y de la impresión
personal que deja el individuo judío, casi siempre desfavorable. Por ésta razón el anti-
semitismo es fácilmente caracterizado como un mero fenómeno emocional. Aun así
esto es incorrecto. El anti-semitismo como movimiento político no debe y no puede
ser definido por impulsos emocionales, sino por el reconocimiento de los hechos. Los
hechos son éstos: Primero, el judaísmo es absolutamente una raza y no una
comunidad religiosa. Incluso los judíos nunca se definen a sí mismos como alemanes
judíos, polacos judíos o americanos judíos sino siempre como judíos alemanes, polacos
o americanos. Los judíos nunca han adoptado mucho más que la lengua de las
naciones extranjeras entre las que viven. Un alemán que por necesidad hace uso del
francés en Francia, del italiano en Italia o del chino en China no se convierte así en
francés, en italiano o en chino. Es lo mismo con el judío que vive entre nosotros y se ve
obligado hacer uso de nuestro idioma. Así no se convierte en alemán. Ni la fe en
Moisés, tan importante para la supervivencia de ésta raza, debe establecer la cuestión
de si alguien es judío o no judío. Apenas hay una raza cuyos miembros pertenecen
exclusivamente a una sola religión definida.
A través de miles de años de cercana endogamia, los judíos han mantenido su raza y
sus peculiaridades bastante más íntegras que muchos de los pueblos entre los que han
vivido. De esto deriva el hecho de que entre nosotros vive una raza no alemana y
extranjera que ni desea ni es capaz de sacrificar sus características raciales o de negar
sus sentimientos, pensamientos y ambiciones. Y como los sentimientos judíos están
2
limitados al ámbito de lo material, sus pensamientos y ambiciones están destinados a
ser eso mismo aún más fuertemente. Su danza alrededor del becerro de oro se está
convirtiendo en una lucha sin cuartel por todas ésas posesiones que más valoramos en
la Tierra.
El valor del individuo ya no se decide por su carácter o por la relevancia de sus logros
sino exclusivamente por el tamaño de su fortuna, por su dinero.
La grandeza de una nación ya no va a ser medida por la suma de sus poderes morales y
espirituales sino por la riqueza de sus posesiones materiales.
Ésta actitud y lucha por el dinero y el poder y los sentimientos que van con ella
permiten al judío ser poco escrupuloso en su elección de medios y despiadado en su
uso para sus propios fines. En los estados autocráticos se arrastra delante de la
“majestad” de los príncipes y abusa de sus favores para convertirse en una sanguijuela
del pueblo. En la democracia busca los favores de las masas, se humilla delante de la
“majestad del pueblo”, pero sólo reconoce a la majestad del dinero.
Mina el carácter del príncipe con adulación bizantina y el orgullo nacional (la fuerza del
pueblo) con el desvergonzado y ridículo cultivo del vicio. Su método de batalla es esa
opinión pública nunca expresada en la prensa pero sin embargo dirigida y falsificada
por ella. Su poder es el poder del dinero que acumula tan fácil e infinitamente en
forma de intereses y con los cuales impone un yugo a la nación, yugo que es el más
dañino ya que su brillo oculta sus terribles consecuencias. Todo lo que para los
hombres es un bien mayor y digno de ser perseguido, ya sea religión, socialismo o
democracia solo es para los judíos un medio, la forma de satisfacer su ansia por el oro
y la dominación.
En sus efectos y consecuencias es como la tuberculosis racial de las naciones.
De todo esto se deduce lo siguiente: El antisemitismo basado únicamente en lo
emocional encuentra su última expresión en forma de pogromo. Por el contrario, el
antisemitismo racional debe conducir a una lucha sistemática y legal contra y por la
erradicación de los privilegios judíos que los distinguen de otros extranjeros que viven
entre nosotros. Sin embargo el objetivo final debe ser la irrevocable expulsión de los
judíos en general.
Para ambos fines es necesario un gobierno de fuerza nacional, no de debilidad
nacional.
La República Alemana debe su existencia no a la voluntad unida de nuestro pueblo
sino a la turbia explotación de una serie de circunstancias que se expresaron en una
profunda y universal insatisfacción. Estas circunstancias, sin embargo, eran
independientes de la estructura del Estado y aún hoy están operativas. De hecho más
3
ahora que antes. Por eso una gran parte de nuestro pueblo reconoce que un cambio
en la estructura del Estado no puede en sí mismo cambiar nuestra situación. Para ello
hará falta un renacimiento de los poderes morales y espirituales de la Nación.
Este renacimiento no puede ser iniciado por un liderazgo estatal de mayorías
irresponsables, influenciadas por ciertos dogmas partidarios, una prensa irresponsable
o frases y lemas internacionales. En vez de eso requieren la implacable instalación de
líderes nacionales con un gran sentido de la responsabilidad.
Pero éstos hechos niegan a la República el soporte interno de las fuerzas espirituales
de la nación. Los líderes actuales de la nación están obligados a buscar el apoyo de
aquellos que recibieron los exclusivos beneficios de las nuevas condiciones alemanes y
quienes por éste motivo eran la fuerza motriz tras la revolución: los judíos. Incluso
aunque, como revelan varias declaraciones de las personalidades líderes, comprenden
los peligros del judaísmo, ellos (buscando sus propias ventajas) aceptan el preparado
apoyo de los judíos y les devuelven el favor. Esta compensación no solo consiste en
cualquier favor al judaísmo sino por encima de todo en estorbar la lucha del pueblo
traicionado contra sus estafadores, es decir la represión del movimiento anti-semita.
Respetuosamente,
Adolf Hitler.
Los 25 puntos del NSDAP (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei)
Programa del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán
24 de febrero de 1920
Fuente: Klaus W. Tofahrn, Das Dritte Reich und der Holocaust, Frankfurt am Main:
Peter Lang, 2008, pp. 295-7.
1. Exigimos la unión de todos los alemanes para constituir una Gran Alemania fundada
en el derecho de la independencia de que gozan las naciones.
2. Exigimos para el pueblo alemán la igualdad de derechos en sus tratados con las
demás naciones y la abolición de los Tratados de Paz de Versalles y Saint-Germain.
3. Exigimos espacio y territorio (colonias) para la alimentación de nuestro pueblo y
para establecer a nuestro exceso de población.
4. Nadie, fuera de los miembros de la nación (Volksgenosse), podrá ser ciudadano del
estado. Nadie, fuera de aquellos por cuyas venas circule sangre alemana, sea cual
fuere su credo religioso, podrá ser miembro de la nación. Por consiguiente, ningún
judío será miembro de la nación.
5. Quien no sea ciudadano del estado, sólo residirá en Alemania como huésped y será
considerado como sujeto a leyes extranjeras.
6. El derecho a sufragar para la formación del gobierno del estado y para la sanción de
las leyes será ejercido únicamente por ciudadanos del estado. Exigimos, en
consecuencia, que todas las funciones oficiales, sea cual sea su naturaleza, tanto en la
nación como en el campo y las localidades menores, sean desempeñadas
exclusivamente por ciudadanos del estado. Nos oponemos a la corruptora práctica
parlamentaria de llenar los puestos teniendo en cuenta solamente consideraciones de
partido en lugar de carácter o de idoneidad.
7. Exigimos que el estado contemple como su primer y principal deber el promover el
progreso de la industria y el velar por la subsistencia de los ciudadanos del estado. Si
no fuera posible alimentar a toda la población del estado, será indispensable que los
residentes extranjeros sean excluidos de la nación.
8. Hay que impedir toda inmigración no alemana. Exigimos que se obligue a todo no
ario llegado a Alemania a partir del 2 de agosto de 1914 a abandonar inmediatamente
el territorio nacional.
9. Todos los ciudadanos del estado gozarán de iguales derechos y tendrán idénticas
obligaciones.
10. El primer de todo ciudadano del estado consiste en trabajar con la mente o con el
cuerpo. Las actividades individuales no estarán reñidas con los intereses generales,
sino que se adaptarán al marco impuesto por la comunidad y tendrán en cuenta las
conveniencias de la misma. Por lo tanto, exigimos:
11. La abolición de todo ingreso no conseguido por medio del trabajo; abolición de la
servidumbre impuesta por el interés (Zinsknechtschaft).
12. En vista de los enormes sacrificios de vidas y propiedades que exige toda guerra, el
enriquecimiento personal logrado merced a los conflictos armados internacionales se
considerará como un crimen contra la nación. Exigimos, en consecuencia, la
confiscación implacable de todas las ganancias por medio de la guerra.
13. Exigimos la nacionalización de todos los negocios que se han organizado hasta la
fecha en forma de agrupaciones de sociedades (trusts).
14. Exigimos que las utilidades del comercio al por mayor sean compartidas por la
nación.
15. Exigimos que se ponga en práctica un plan gradual de asistencia social a la vejez.
16. Exigimos la creación y mantenimiento de una sana clase media (eines gesunden
Mittelstandes), la nacionalización inmediata de las propiedades utilizadas en la
especulación, a fin de que se alquilen en favorables condiciones a pequeños
comerciantes, y que se tengan especiales consideraciones para con los pequeños
proveedores del estado, de las autoridades de distrito y de las localidades menores.
17. Exigimos la reforma de la propiedad rural para que sirva a nuestros intereses
nacionales; la sanción de una ley ordenando la confiscación sin compensación de la
tierra con propósitos comunales; la abolición del interés de los préstamos sobre tierras
y la prohibición de especular con las mismas.
18. Exigimos la persecución despiadada de aquellos cuyas actividades sean
perjudiciales al interés común. Los criminales vulgares, los usureros, especuladores,
etc. deben ser castigados con la muerte, sean cuales fueren su credo o su raza.
19. Exigimos que el derecho romano, que sirve al régimen materialista del mundo, sea
reemplazado con un sistema legal concebido para toda Alemania.
20. Con el fin de proporcionar a todo alemán competente e industrioso la posibilidad
de una mejor educación y promover así el progreso, el estado abordará la
reconstrucción total de nuestro sistema nacional de educación. El plan de estudios de
todo establecimiento educativo deberá hallarse de acuerdo con las necesidades
prácticas de la vida. El inculcar y hacer comprensible la idea de estado (civismo) debe
ser uno de los propósitos fundamentales de la educación y comenzará con el primer
destello de inteligencia del alumno. Exigimos que el estado eduque a sus expensas a
los niños dotados de superior talento e hijos de padres pobres, sean cuales sean la
respectiva clase u ocupación de estos últimos.
21. El estado procurará elevar el nivel general de la salud de la nación amparando a las
madres e infantes, prohibiendo el trabajo de los niños, aumentando la eficiencia
corporal mediante la gimnasia obligatoria y los deportes y apoyando sin restricciones a
los clubes fundados con el objeto de promover el mejoramiento físico de la juventud.
22. Exigimos la abolición del ejército mercenario y la formación de un ejército nacional.
23. Exigimos la adopción de medidas legales contra la impostura política deliberada y
su difusión por medio de la prensa. Para facilitar la creación de una prensa nacional
alemana:
a) Que todos los editores de periódicos y sus asistentes, cuando empleen la lengua
alemana, sean miembros de la nación (Volksgenossen).
b) Que la aparición de periódicos no alemanes no tenga lugar sino en virtud de un
permiso especial acordado por el estado. No será indispensable que tales órganos se
impriman en alemán.
c) Que se prohíba por ley la participación financiera o la influencia de no alemanes en
los periódicos germanos, estableciendo como penalidad para los infractores la
supresión del periódico y el inmediato destierro de los no alemanes implicados en el
asunto.
Debe prohibirse la publicación de órganos cuyos propósitos no contemplen el
bienestar nacional. Exigimos que se persiga legalmente a todas las tendencias artísticas
y literarias pertenecientes a algún capaz de contribuir a la disgregación de nuestra vida
como Nación, y la supresión de cualquier institución cuyos fines estén reñidos con la
citada exigencia.
24. Exigimos la libertad para todas las denominaciones religiosas dentro del estado
mientras no representen un peligro para éste y no militen contra los sentimientos
morales de la raza alemana.
El partido defiende, en su carácter de tal, la idea del cristianismo positivo, más no se
compromete, en materia de credo, con ninguna confesión en particular. Combate el
materialismo judío filtrado entre nosotros y está convencido de que nuestra nación no
logrará la salud permanente sino dentro de sí misma y gracias a la aplicación de este
principio: El interés común antes que el propio.
25. Para realizar todo lo que precede, exigimos la creación de una poderosa autoridad
central del estado; incuestionables atribuciones del parlamento políticamente
centralizado sobre toda la nación y sobre su organización, y la formación de cámaras
representando a las clases y profesiones, con el propósito de poner en práctica en los
diversos estados de la confederación las leyes generales promulgadas por la autoridad.
Los jefes del partido juran consagrarse sin desmayo y, si fuera necesario, sacrificar su
vida para lograr el cumplimiento de los puntos precedentes.
Munich, 24 de febrero de 1920
Leyes de Núremberg
15 de setiembre de 1935
Fuente: Reichsgesetzblatt [Boletín Oficial del Reich], año 1935, parte I, págs. 1146-1147
Ley de ciudadanía del Reich
El Reichstag ha sancionado por unanimidad la siguiente ley, que queda promulgada
por la presente
Artículo 1°
1) Será considerado ciudadano con todas las responsabilidades inherentes todo aquel
que disfrute de la protección del Reich alemán y que por ello esté en especial deuda
con él.
2) La ciudadanía se adquiere de acuerdo con las normas que establecen las leyes del
Reich y de ciudadanía nacional.
Artículo 2°
1) La ciudadanía del Reich se limitará a los connacionales de sangre alemana o afín que
hayan dado debida prueba, a través de sus acciones, de su voluntad y disposición de
servir al pueblo y al Reich alemán con lealtad.
2) Los derechos de ciudadanía del Reich se adquieren mediante la obtención de la
carta de ciudadanía del Reich.
3) El ciudadano del Reich es el único titular de todos los derechos políticos de acuerdo
con lo establecido por la ley.
Artículo 3°
El Ministro del Interior sancionará, previo acuerdo del representante del Führer, los
reglamentos jurídicos y administrativos necesarios para hacer cumplir y complementar
la ley de ciudadanía del Reich.
Nuremberg, 15 de septiembre de 1935
Día de la Libertad
El Führer y Canciller del Reich,
Adolf Hitler
El Ministro del Interior,
Wilhelm Frick
Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes
Imbuidos de la conciencia de que la pureza de la sangre alemana constituye la
condición imprescindible para la continuidad del pueblo alemán y animados por la
voluntad indeclinable de asegurar el futuro de la nación alemana por todos los
tiempos, el Reichstag ha sancionado por unanimidad la siguiente ley, que queda
promulgada por la presente:
Artículo 1°
(1) Quedan prohibidos los matrimonios entre judíos y ciudadanos de sangre alemana o
afín. Los matrimonios celebrados en estas condiciones son nulos aun si hubieren sido
celebrados en el extranjero a fin de evitar ser alcanzados por la presente ley. .N° 100 -
Fecha de edición: Berlín, 16 de septiembre de 1935 1147 N° 100 - Fecha de edición:
Berlín, 16 de septiembre de 1935
(2) Únicamente el representante del ministerio público podrá elevar una demanda de
nulidad.
Artículo 2°
Queda prohibido el comercio carnal extramatrimonial entre judíos y ciudadanos de
sangre alemana o afín.
Artículo 3°
Los judíos no podrán emplear en su hogar a ciudadanas de sangre alemana o afín
menores a los 45 años.
Artículo 4°
(1) Queda prohibido a los judíos izar la bandera del Reich o la enseña nacional como así
también exhibir los colores patrios.
(2) En cambio quedan autorizados a exhibir los colores judíos. El ejercicio de esta
autorización queda sometido a protección estatal.
Artículo 5°
(1) Quien infrinja la prohibición establecida en el artículo 1° será castigado con pena de
presidio.
(2) Todo hombre que infrinja la prohibición establecida en el artículo 2° será castigado
con pena de prisión o presidio
(3) Quien infrinja las disposiciones de los artículos 3° o 4° será castigado con arresto en
cárcel de hasta un año y/o el pago de una multa.
Artículo 6°
El Ministro del Interior sancionará, previo acuerdo del representante del Führer, los
reglamentos jurídicos y administrativos necesarios para hacer cumplir y complementar
la ley de ciudadanía del Reich.
Artículo 7°
La ley entrará en vigor el día siguiente a su promulgación; el artículo 3 sólo entrará en
vigor a partir del 1° de enero de 1936.
Núremberg, 15 de septiembre de 1935, Día de la Libertad
El Führer y Canciller del Reich, Adolf Hitler
El Ministro del Interior, Wilhelm Frick
El Ministro de Justicia, Dr. Franz Gürtner
El representante del Führer, Rudolf Hess, Ministro del Reich sin cartera
Fernando Claudín
La crisis del movimento comunista
2. El apogeo del estalinismo
Indice1. Revolución y esferas de influencia ..................................................................................................1
De la Komintern al Kominform.......................................................................................................1 La revolución frustrada (Francia) ....................................................................................................5
El pacto germanosoviético y el Partido Comunista francés.........................................................6 La renuncia a la alternativa socialista ..........................................................................................8 La restauración de la ”France éternelle” ....................................................................................12
La revolución frustrada (Italia) ......................................................................................................19 El viraje de Salerno....................................................................................................................20 De la unión nacional al monopolio democristiano.....................................................................24
Revoluciones sin permiso. Crítica yugoslava del oportunismo francoitaliano..............................33 La revolución lograda (Yugoslavia) y la revolución estrangulada (Grecia)..............................34 Crítica yugoslava del oportunismo francoitaliano .....................................................................39
De la ”gran alianza” a los ”dos campos” .......................................................................................42 La gran mistificación .................................................................................................................43 El reparto de las ”esferas de influencia” ....................................................................................47 El naufragio del oportunismo estaliniano ..................................................................................62
Interrogantes y conjeturas ..............................................................................................................67 2. El Kominform ................................................................................................................................77
Las revoluciones del glacis ............................................................................................................77 El Kominform y la nueva táctica ...................................................................................................82 Retroceso general del movimiento comunista en Occidente .........................................................87
3. La brecha yugoslava.......................................................................................................................89 Instauración de la dictadura burocrático-policiaca en el glacis .....................................................89 La revolución herética....................................................................................................................93 Los procesos.................................................................................................................................108 La campaña contra el titismo en los partidos comunistas de Occidente......................................119
4. El relevo oriental..........................................................................................................................125 Revolución china y ”gran alianza”...............................................................................................126 Guerra revolucionaria o ”unión nacional” ...................................................................................129 El espectro de un ”titismo chino” ................................................................................................132 La alianza chinosoviética .............................................................................................................135
5. Nuevo equilibrio mundial ............................................................................................................139 Los ”combatientes de la paz”.......................................................................................................139 Empate en la ”guerra fría” ...........................................................................................................144 Balance del periodo kominformiano............................................................................................146
Primer epilogo..................................................................................................................................150 Notas ................................................................................................................................................158
Segunda parte...............................................................................................................................158 Capítulo 1.................................................................................................................................158 Capítulo 2.................................................................................................................................174 Capítulo 3.................................................................................................................................177 Capítulo 4.................................................................................................................................185 Capítulo 5.................................................................................................................................190 Primer epílogo..........................................................................................................................193
1
1. Revolución y esferas de influencia ¿Apoyar el movimiento de liberación de China? ¿No será arriesgado? ¿No nos enemistará con otros países? ¿No será mejor establecer nuestras ”esferas de influencia” en China conjuntamente con otras potencias ”avanzadas” y sacar algo de China en provecho propio? [...] ¿Apoyar el movimiento de liberación de Alemania? ¿Merece la pena arriesgarse? ¿No será mejor llegar a un acuerdo con la Entente acerca del Tratado de Versalles y sacar algo a título de compensación? ¿Mantener la amistad con Persia, Turquía y Afganistán? ¿No será mejor restablecer las ”esferas de influencia” con alguna de las grandes potencias? Tal es la ”concepción” nacionalista de nuevo tipo que trata de suplantar a la política exterior de la Revolución de Octubre [...] Esa es la vía del nacionalismo y la degeneración, la vía que conduce a la liquidación total de la política internacionalista del proletariado, pues la gente atacada de esa enfermedad no ve en nuestro país una parte del todo que se llama movimiento revolucionario mundial, sino el principio y el fin de ese movimiento, considerando que los intereses de todos los demás países deben ser sacrificados a los intereses de nuestro país. Stalin, 1925.
De la Komintern al Kominform Los cuatro años que se extienden entre la disolución de la Komintern y la creación del Komin-form(1) forman un periodo de auge espectacular del movimiento comunista, sobre todo en los principales teatros de la guerra: Europa y Asia. El mundo que emerge del gran drama cuenta a finales de 1945 con catorce millones de comunistas organizados fuera de las fronteras soviéticas, contra un millón escaso en vísperas de la guerra, y muchos menos – no es posible cifrar la reduc-ción, pero fue drástica, particularmente en Europa – en el periodo del pacto germanosoviético(2). Dentro de esta progresión general, cuya excepción más significativa son los Estados Unidos, sobresalen netamente unos cuantos partidos que junto con el de la Unión Soviética (más los del Vietnam y Cuba en los últimos años) serán hasta hoy, por uno u otro concepto, los centros neurálgicos del movimiento comunista mundial: el Partido Comunista de China, los de las ”democracias populares” europeas, y los partidos comunistas de Francia e Italia.
El partido chino pasa en el curso de la guerra antijaponesa de 40 000 miembros en 1937 a 1 200 000 en 1945, y se consolida como dirigente de la gran revolución asiática. A fines de 1947 cuenta ya con 2 700 000 miembros, y en el verano de ese mismo año, poco antes de que Stalin decida crear el Kominform, el ejército de liberación pasa a la ofensiva contra las tropas del Kuomintang. Se inicia el viraje decisivo en la marcha de la guerra civil y la victoria revolucionaria se perfila en el horizonte(3).
En vísperas de la guerra, todos los partidos comunistas de las futuras ”democracias populares” estaban en la clandestinidad y, exceptuado el de Checoslovaquia, llevaban años de precaria existencia. Sus fuerzas organizadas quedaron reducidas a unos cuantos miles de militantes, y en Rumania y Hungría su influencia política era ínfima. El partido polaco había sido prácticamente destruido por las depuraciones y represiones estalinianas de final de los años treinta, que aunque en menor medida afectaron también a los de Yugoslavia, Hungría y Rumania (véase nota 17 del capítulo 3 de la primera parte). En 1947 esos partidos reunían en total más de siete millones de miembros y eran dueños del poder o estaban en vísperas de completar su conquista.
En Francia e Italia se forman los dos ”grandes” del comunismo dentro del área capitalista desarrollada. El partido italiano salta de 5 000 miembros, a comienzos de 1943, a dos millones en 1946, y el francés, más modestamente, pasa de 300 000 en vísperas de la guerra (de los que sólo queda un reducido porcentaje en el periodo del pacto germanosoviético), a cerca de un millón en 1946. Ambos se convierten en el partido hegemónico dentro de la clase obrera; y extienden su influjo a otros sectores sociales, sobre todo a los medios intelectuales. Los dos participan en los gobiernos que se suceden desde la liberación hasta comienzos de 1947.
2
El crecimiento numérico y, más aún, el papel político de otros partidos comunistas, quedan muy por debajo de los niveles que acabamos de citar, pero es notable en una serie de casos. En siete pequeños países europeos del área capitalista desarrollada (Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Suiza, Austria y Finlandia), el conjunto de los efectivos comunistas pasa de menos de cien mil en vísperas de la guerra a unos 600 000 en 1946-1947. E incluso el siempre minúsculo Partido Comunista inglés, que contaba con unos 18 000 miembros en 1939, roza los 50 000 en 1944(4). Los partidos comunistas de Austria, Finlandia, Bélgica, Dinamarca y Noruega, participan en los gobiernos de la inmediata postguerra.
El Partido Comunista de Grecia (17 500 miembros en 1935; 72 000 en 1945) se convierte durante la guerra en el principal organizador y dirigente del Frente Nacional de Liberación (EAM) y del ejército popular (ELAS). Sólo la intervención in extremis del cuerpo expedicionario inglés en diciembre de 1944 (cubierta por el acuerdo secreto Stalin-Churchill de octubre del mismo año(5)) impide el triunfo de la revolución. En 1946 el Partido Comunista griego organiza la lucha armada, cuyo punto más alto se sitúa en los últimos meses de 1947, coincidiendo con la creación del Kominform. Al otro extremo del Mediterráneo el Partido Comunista de España reconstruye su organización bajo el terror fascista e impulsa un importante movimiento de guerrillas.
En Asia, el Partido Comunista de la India pasa de 16 000 miembros en 1943 a 90 000 en 1948. El partido japonés, que antes de la guerra se encontraba en la clandestinidad, dura- mente perseguido, y apenas contaba con un millar de miembros organizados, obtiene en 1946 dos millones de votos y cinco diputados, que en 1949 se convierten en tres millones y 35 diputados (no hay datos sobre los efectivos del partido). El fenómeno es general en casi todos los países asiáticos: crecen los pequeños núcleos comunistas que existían antes de 1939 y se crean partidos allí donde no los había. El Partido Comunista del Vietnam inicia su larga epopeya revolucionaria. Aunque en menor escala, progresa también la influencia comunista en algunos países del Cercano Oriente (Irán, Siria). Los comunistas del Irán participan en el gobierno durante un breve periodo (1946).
Entre todos los partidos comunistas de América latina sumaban 90 000 miembros en 1939. Hacia 1947 reúnen casi medio millón. Destacan los partidos comunistas del Brasil, Chile y Cuba, cuyos efectivos entre 1945 y 1947 se puede cifrar, de manera aproximada, en 200 000, 60 000 y 40 000 respectivamente. Los comunistas chilenos y cubanos participan durante un periodo en el gobierno, y el movimiento comunista internacional ponía grandes esperanzas en el partido brasileño: ”Brasil puede ser pronto la Rusia de América”, solía comentarse.
La excepción más significativa, como ya hemos dicho, de este auge general del movimiento comunista en los primeros años de la postguerra, son los Estados Unidos. La superpotencia del capitalismo mundial seguía siendo impermeable al marxismo, y el pequeño partido comunista sólo experimenta un efímero crecimiento en 1944, cuando a iniciativa de su secretario general, Earl Browder, decide a transformarse en una ambigua ”Asociación política comunista” dispuesta a ”colaborar para asegurar el funcionamiento eficaz del régimen capitalista en la época de la postguerra”(6). Sin embargo, también en los Estados Unidos pese a la crisis del partido comunista, se produce una cierta evolución hacia la izquierda en el movimiento obrero. Si la Federación Americana del Trabajo se niega a participar en la creación de la Federación Sindical Mundial [FSM], la otra gran organización sindical del proletariado americano, el Congreso de los Obreros Industriales, entra a formar parte de la FSM junto con los sindicatos soviéticos y otras centrales sindicales dirigidas por comunistas.
La reconstrucción de la unidad sindical se generaliza a escala nacional, y con la creación de la FSM en febrero de 1945 se realiza – por primera vez después de la revolución de Octubre – la unidad sindical a escala planetaria. La radicalización del movimiento obrero se expresa también en la progresión del ala izquierda dentro de los partidos socialdemócratas, y en tendencias favorables a la unidad de acción con los partidos comunistas.
En el centro de este despliegue mundial de las fuerzas del movimiento obrero, del rápido crecimiento de los partidos comunistas, se levantaban el Estado y la sociedad nacidos de la
3
revolución de Octubre, aureolados con un nuevo prestigio. Desmintiendo los pesimistas augurios de Trotski, el sistema soviético había salido airoso de la terrible prueba, y la opinión mundial reconocía la contribución decisiva de la Unión Soviética a la derrota del imperialismo hitleriano. El efecto producido en los obreros y pueblos de todos los continentes por las victorias militares soviéticas puede parangonarse con el eco que tuvo en sus primeros tiempos la revolución de Octubre. Con la diferencia de que ahora la Unión Soviética ya no aparecía sólo como la encarnación ejemplar de la revolución socialista. Ante grandes sectores sociales distantes del comunismo, la Unión Soviética pasaba a ser el adalid máximo de toda causa progresista, de la independencia de las naciones, de la paz entre los Estados. Los partidos comunistas capitalizaban esta renovación y ampliación del prestigio de la Unión Soviética. Fue uno de los principales factores de su crecimiento en aquel periodo, junto con el papel destacado que habían tenido en la lucha contra los ocupantes alemanes.
Los comunistas, y con ellos los sectores más radicalizados del movimiento obrero, veían entonces con eufórico optimismo las perspectivas revolucionarias en el mundo entero. La impresionante demostración del poderío militar soviético les infundía ilimitada confianza en el desenlace victorioso de la lucha por el socialismo, lo mismo allí donde tomaba la forma de combate armado (China, Grecia), que donde transcurría bajo la presencia protectora del ejército rojo liberador (los países del este europeo), o donde parecía que iba a abrirse camino por una vía inédita: la conquista del Estado aprovechando el mecanismo de la democracia burguesa (Francia, Italia). Los comunistas tenían la convicción de que toda acción revolucionaria, armada o pacífica, habría de encontrar la asistencia decisiva de la ”fortaleza invencible” del socialismo. Cierto que la impunidad con se desarrollaba la intervención angloamericana contra la insurrección griega no era un buen síntoma. Pero esta nota discordante no bastaba a oscurecer el conjunto del cuadro. Era bien sabido que Yugoslavia ayudaba a los guerrilleros helenos. ¿Quién podía suponer que detrás de Yugoslavia no actuaba la gran potencia soviética? ¿No lo pregonaba la reacción internacional?
En resumen, después del reflujo sufrido entre las dos guerras, la revolución mundial parecía reemprender su marcha con empuje irresistible. Cierto que por el momento se detenía, una vez más, ante los países capitalistas desarrollados (si se exceptuaba la pequeña zona occidental de Checoslovaquia, y el este alemán); de nuevo seguía un itinerario que no era el previsto por Marx. Pero el crecimiento sensacional de los partidos comunistas en Francia e Italia, las tendencias de izquierda que se desarrollaban en la socialdemocracia y en el movimiento sindical, la rotunda victoria laborista en Inglaterra, ¿no anunciaban la próxima irrupción del socialismo en la cuna del capitalismo? ”El mundo entero va hacia la izquierda”, anotó en su diario Vanderberg, al enterarse de la derrota electoral de Churchill(7).
Los éxitos reales o aparentes del comunismo en aquellos años contribuían, naturalmente, a acreditar la imagen apologética de su trayectoria bajo la dirección de Stalin, puesta en circulación por los corifeos estalinianos en la década del treinta. La crítica de Trotski parecía derrumbarse. ¿Podía creerse en la degeneración burocrática del sistema soviético ante la vitalidad, el heroismo y las cualidades combativas que el pueblo y los comunistas de la URSS habían revelado durante la guerra? La teoría del socialismo en un solo país y sus implicaciones estratégicas, la misión rectora universal del Partido Comunista soviético, el monolitismo como condición óptima de la eficacia combativa de todo partido comunista; estos y otros postulados acuñados en los tiempos de la IC, ¿no resultaban brillantemente confirmados por el ”fallo de la historia”? El aplastamiento del trotsquismo y del bujarismo, los procesos de Moscú, todas las represiones estalinianas, el pacto germanosoviético, la subordinación sistemática del movimiento revolucionario al interés supremo del Estado soviético, el holocausto de la Internacional en aras de la ”gran alianza”, ¿no habían sido otras tantas exigencias inexorables de la ”necesidad histórica”, sabiamente interpretada por el genio estaliniano? El nacionalismo de gran potencia que impregnaba toda la política mundial de Stalin quedaba suficientemente oculto bajo el real contenido liberador que tenían las victorias de las armas soviéticas.
4
Esta ”comprobación” empirista de la justeza de las tesis y decisiones estalinianas tuvo inmenso impacto en el nuevo ejército comunista, constituido a partir de los núcleos formados por la IC. En los veteranos potenció los reflejos adquiridos en los tiempos del ”partido mundial”, les proporcionó nuevas y eficaces justificaciones ideológicas de su comportamiento anterior; en los novicios facilitó la pronta asimilación de los mismos reflejos y la aceptación axiomática de la herencia recibida. La mentalidad acrítica, dogmática – cultivada en el seno de la IC durante el periodo estaliniano – se transmitió así a las nuevas promociones del comunismo, que a partir de 1945. representaban – como se deduce de las cifras antes mencionadas – la mayoría aplastante de cada partido. El mundo entraba en la era del átomo, se iniciaba una nueva revolución técnica y científica, el desarrollo del capitalismo y la emancipación de las colonias plantearían muy pronto problemas inéditos, lo mismo que la ”construcción del socialismo” en nuevos países, pero nunca fue tan pobre el pensamiento teórico dentro del movimiento comunista como en la década que siguió a la segunda guerra mundial. Es el periodo en que culmina la clericalización del movimiento. Stalin es divinizado y el famoso compendio de Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS se convierte en la biblia de los comunistas. El buen comunista no necesita romperse la cabeza descifrando a Marx o Lenin: Stalin ha vertido la quintaesencia del marxismo, todo lo que realmente hace falta saber, en el pequeño manual redactado de manera a la par ”asequible” y ”profunda”, a fin de que todos los humanos, lo mismo el sabio que el ”hombre sencillo”, puedan seguir sin extravíos la senda que conduce derechamente al comunismo. Desde 1945 se suceden las ediciones en todos los idiomas y en millones de ejemplares de este don del Padre de los pueblos.
La gran victoria soviética en la segunda guerra mundial proporcionó, por consiguiente, nuevos justificantes ideológicos y políticos al monolitismo y dogmatismo estalinianos, pero la guerra y la política misma de Stalin engendraron también factores y procesos de signo contrario. La guerra antifascista exaltó los sentimientos nacionales de los pueblos, sus aspiraciones a una vida nacional independiente: los sensibilizó contra todo menoscabo de sus derechos nacionales. Los partidos comunistas, dado el papel que desempeñaron en la lucha contra las potencias del Eje, no podían por menos de ”contaminarse” de esa revigorización de los sentimientos y objetivos nacionales. Pero además la política de Stalin – velando por salvaguardar la ”gran alianza”les indujo en la mayor parte de los casos a relegar a un segundo plano los objetivos sociales revolucionarios, cuando no a renunciar a plantearlos, de donde se derivaba que los ingredientes ”nacionales” y ”patrióticos” adquirían extraordinario peso en el comportamiento de los partidos, en la formación de sus militantes (no olvidemos que rápidamente los nuevos ingresos constituyeron la gran mayoría de los efectivos en todos los partidos comunistas), revistiendo fácilmente tonalidades nacionalistas. Esta substantivación de ”lo nacional” llevaba lógicamente en germen la contradicción con el chovinismo granruso que alentaba en la política de Stalin. Sin embargo, mientras ese nacionalismo de signo oportunista favorecía la conservación de la alianza entre la URSS y los Estados capitalistas antihitlerianos, la contradicción indicada permanecía soterrada. En cambio se manifestó desde el primer momento allí donde los partidos comunistas fundieron las aspiraciones nacionales con los objetivos revolucionarios – China, Yugoslavia, Grecia – porque esta política nacional revolucionaria perturbaba la alta estrategia estaliniana.
La ”nacionalización” de los partidos comunistas, consagrada formalmente con la disolución de la IC, fue cobrando así perfiles inquietantes para el monolitismo estaliniano. Todos los partidos siguieron considerándose de hecho – en la mayor parte de los casos sinceramente, y en algunos otros ”maquiavélicamente” – bajo la dirección de Moscú. No ponían en duda la función rectora suprema del partido soviético, ni la infalible sabiduría de Stalin, pero por la fuerza misma de las cosas tuvieron que comenzar a actuar por su cuenta, a desplegar mayor iniciativa, en función de las diversas realidades nacionales. Y comenzaron a manifestarse los primeros signos de indisciplina o ”heterodoxia”. Los comunistas chinos aparentan ceder a las presiones de Stalin para que lleguen a un arreglo con Chiang Kai-chek, pero prosiguen firmemente su guerra revolucionaria. A fines de 1946, los comunistas vietnamitas inician la guerra de liberación contra el colonialismo francés, en contradicción también con la política estaliniana del momento. Los partidos comunistas de Francia
5
e Italia hablan de una vía específica, no soviética, ”francesa” e ”italiana”, hacia el socialismo. En los Estados Unidos, Earl Browder, seguido de una fracción importante del partido, pasa abiertamente al reformismo, y es excomulgado en 1946. Pero lo más inquietante para Stalin era lo que sucedía en su glacis europeo. Y en particular la evolución yugoslava.
Por consiguiente, la situación interna del movimiento comunista en el periodo que va de la disolución de la Komintern a la creación del Kominform era compleja y contradictoria. Se fortalecían los fundamentos ideológicos y políticos del monolitismo estaliniano, tomaban proporciones avasalladoras el prestigio y la autoridad de Stalin, del Partido Comunista soviético, y al mismo tiempo se incubaban tendencias centrífugas y aparecían actitudes conflictivas que ponían en peligro la cohesión ”monolítica” del movimiento. La rebelión yugoslava de 1948 abrió la primera gran brecha en el edificio mundial del monolitismo estaliniano y puso al descubierto el carácter radicalmente antagónico de la contradicción entre el nacionalismo granruso y los movimientos revolucionarios enraizados en la realidad nacional. Pero la rebelión yugoslava, con el aislamiento total en que quedó dentro del movimiento comunista, puso de relieve al mismo tiempo la fuerza inmensa que conservaban los resortes ideológicos y políticos del monolitismo en el conjunto del movimiento. La lucha contra la ”herejía” yugoslava sirvió, además, para tensar esos resortes y dotarlos de mayor agresividad durante todo un periodo.
Ya antes del caso yugoslavo, en un terreno más trillado, familiar para los veteranos de la IC, había sido puesta a prueba con pleno éxito la cohesión monolítica del movimiento comunista salido de la guerra: nos referimos al gran ”viraje” de 1947, determinado por la crisis de las alianzas antifascistas. De hecho, esta crisis ponía al descubierto todo lo que había habido de oportunista en la política estaliniana desde 1941, tanto a escala internacional, en el marco de la ”gran alianza”, como a escala nacional, en la política de la mayor parte de los partidos comunistas. Pero el ”viraje” se realizó sin que en los partidos hubiera previamente una discusión fundamental sobre la política seguida hasta entonces – en la etapa crucial de la guerra y de la inmediata postguerra –, ni sobre la que habría de seguir en lo sucesivo. Fue decidido por Stalin y sus colaboradores inmediatos, e impuesto al conjunto del movimiento comunista, sin que se levantara una sola voz de protesta contra el procedimiento seguido, ni surgieran divergencias sobre las tesis y directivas soviéticas. Entre estas últimas figuraba la constitución del Kominform. El movimiento comunista se encontró de la noche a la mañana con un nuevo centro dirigente, sin haber tenido arte ni parte en su creación. Todo se resolvió en una reunión secreta – celebrada en Polonia, en septiembre de 1947 – de representantes de los nueve partidos que por voluntad de Stalin debían formar el nuevo organismo (los partidos de la Unión Soviética, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Yugoslavia, Francia e Italia)(8). Ni siquiera los órganos centrales de estos partidos habían discutido previamente las cuestiones que se trataron en la reunión: la nueva situación internacional, la política a seguir en esa nueva situación por el movimiento comunista, la creación del Kominform, etc.
La problemática relativa a la nueva línea del movimiento comunista adoptada en la reunión constitutiva del Kominform será abordada en el capítulo siguiente, pero antes es preciso analizar el proceso que determina el viraje de 1947 – la evolución de la situación internacional desde el final de la guerra – comenzando por un problema que el conclave de Polonia se vio obligado a tratar, aunque lo hiciera en forma mutilada, escamoteando el elemento esencial – la política de Stalin – y sin reconocerlo explícitamente como lo que realmente era: el problema de la frustración de la revolución en Francia e Italia. Pero aunque fuera de esa manera espúrea, la reunión de Polonia tuvo que tratar tan espinoso problema porque dicha frustración fue un elemento capital del proceso político que habría de desembocar en la situación de 1947, cuando las grandes ilusiones sembradas por la ”gran alianza” se vinieron abajo para dejar paso a la ”guerra fría”; cuando las esperanzas en una vía pacífica, democrático-parlamentaria, hacia el socialismo en Europa, revelaron su inanidad.
La revolución frustrada (Francia) Es evidente que en las condiciones de 1945, con el ejército rojo en el Elba, la confirmación de la posibilidad revolucionaria creada en Francia e Italia hubiera sido la victoria de la revolución en la
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Europa continental, y la modificación radical del equilibrio mundial de fuerzas en contra del imperialismo americano, el único gran Estado capitalista que había salido fortalecido de la guerra. E inversamente, es difícil exagerar el efecto negativo que la frustración de, esa posibilidad ha tenido para el desarrollo ulterior del movimiento revolucionario mundial. Puede parangonarse, con pleno fundamento, a las consecuencias que tuvo la derrota de la revolución alemana en 1918-1919.
”¿Dónde estaría el mundo – comentaba Dimítrov en noviembre de 1937 – si después de la revolución socialista de Octubre, en el periodo de 1918 a 1920, el proletariado de Alemania, de Austria-Hungría y de Italia no se hubiera detenido a medio camino en su impulso revolucionario? ¿Dónde estaría el mundo si las revoluciones alemana y austriaca de 1918 hubiesen sido llevadas hasta el fin, y si a continuación de la victoria de la revolución la dictadura del proletariado se hubiese instaurado en el centro de Europa, en los países altamente desarrollados?”(9) Algo parecido podría decirse hoy respecto al auge revolucionario de 1944-1945 en Francia e Italia. Naturalmente, Dimítrov no deja de señalar que los responsables de que el proletariado de la Europa central y de Italia ”se hubiera detenido a medio camino en su impulso revolucionario” fueron los jefes socialdemócratas que ”hicieron bloque con su burguesía”. Y en 1944-1945, ¿quién detuvo a ”medio camino” el impulso revolucionario del proletariado francés e italiano? En aquellos años ese proletariado estaba, en su gran masa, bajo la dirección de los partidos comunistas Y no sólo el proletariado. Como diría más tarde Togliatti: ”La clase obrera en su gran mayoría, y parte considerable de la opinión pública no obrera, se agruparon en torno a los partidos obreros avanzados, inspirados por los marxistas, lo que distinguía la situación en nuestro país, como en Francia, de la situación en otros países de Europa occidental.”(10) En una palabra, únicamente los partidos comunistas podían, en 1944-1945, frenar el impulso revolucionario del proletariado. Y efectivamente lo frenaron. El verdadero interrogante, por consiguiente, no es: ¿quién frenó?, sino: ¿fue legítimo – desde el ángulo, claro está, de los intereses del proletariado, de la revolución – tal comportamiento de los partidos comunistas de Francia e Italia? Para responder a este interrogante es necesario analizar, aunque sea muy rápidamente, la política de ambos partidos en la Resistencia y la Liberación. Comenzaremos por el partido francés.
El pacto germanosoviético y el Partido Comunista francés El francés es el único partido comunista importante de Europa que llega a la guerra en situación legal, con más de 300 000 militantes e influencia mayoritaria en la clase obrera. Y llega con las banderas del antifascismo desplegadas. La Alemania hitleriana: voilá l’ennemi. El partido denuncia la política capituladora de Daladier y de la derecha francesa en función, precisamente, de la lucha contra Hitler. Y los elementos más reaccionarios claman por la disolución del Partido Comunista porque lo ven como el obstáculo mayor a un compromiso con Alemania. En estas condiciones estalla la bomba del pacto germanosoviético, que sorprende totalmente a los dirigentes del partido. (Stalin, naturalmente, no había contado para nada con los jefes comunistas de otros países, ni siquiera con los del país más inmediatamente afectado.) En un primer momento la dirección del partido justifica el pacto como un intento supremo de salvar la paz, pero mantiene íntegramente su posición de defensa nacional contra la agresión hitleriana. El 1 de septiembre el grupo parlamentario comunista ”proclama unánimemente la resolución inquebrantable de todos los comunistas de ocupar la primera fila de la resistencia a la agresión del fascismo hitleriano”, y el 2 de septiembre los diputados comunistas votan los créditos de guerra(11).
El gobierno suspende la prensa comunista y, el 26 de septiembre, prohibe el partido. Esta persecución de los comunistas, al mismo tiempo que los partidos burgueses son incapaces de organizar la defensa nacional, cuando no se orientan claramente a la capitulación, podría haberse traducido en un rápido incremento del prestigio del Partido Comunista francés si éste llega a mantenerse firmemente en la línea de lucha contra la agresión hitleriana, simultaneándola con el combate contra la impotencia o la traición de la burguesía; si hubiera trazado una neta diferencia entre su política y la política soviética. Pero rápidamente la posición del partido se alinea incondicionalmente con la de Moscú. Después de haber proclamado que Francia tenía razón en
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sostener a Polonia, y de votar los créditos militares demandados por el gobierno para una eventual intervención en favor de los polacos, el partido declara que ”la Polonia de los terratenientes no merecía ser sostenida”, y ensalza la ocupación de su parte oriental por el ejército soviético. Justifica también la ocupación de los países bálticos por la URSS. Ambos hechos podía haberlos explicado como medidas militares de signo antialemán, pero la dirección del hace suya la versión mistificadora que da la diplomacia soviética. Cuando Mólotov presenta a Francia e Inglaterra como las potencias agresoras y a Alemania animada de intenciones pacíficas, el partido hace suya esta posición, que además de falsear burdamente la realidad, es suicida en las condiciones francesas. En una palabra, el partido comunista sirve en bandeja a la reacción los argumentos ideales para presentarlo como partido de la traición nacional. La burguesía francesa puede así matar dos pájaros de un tiro: acentuar el aislamiento de los comunistas, lo que facilita la represión, y disimular su propia política de capitulación. Consumados el desastre nacional y la ocupación, el partido persiste en la misma política; se dedica a atacar Vichy, pero no toma en sus manos la bandera de la liberación nacional, no organiza la guerra nacional revolucionaria y antifascista como hacen los comunistas yugoslavos y griegos. Deja la bandera de la liberación nacional en manos de representantes típicos del nacionalismo burgués, como de Gaulle. En definitiva, el ciego seguidismo que el Partido Comunista francés observa respecto a la política de Moscú, en el periodo del pacto germanosoviético, le causó tres graves perjuicios: en primer lugar, le impidió capitalizar desde el primer día la bancarrota del Estado francés, utilizar a fondo el resorte nacional en una perspectiva revolucionaria; en segundo lugar, hizo posible que la iniciativa de la lucha por la liberación nacional cayera en manos de los nacionalistas burgueses; en tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, la represión contra el partido se vio facilitada(12).
Es importante mencionar que en este periodo el partido plantea, como salida a la crisis sin precedentes de la Francia burguesa, la única solución que un partido revolucionario podía proponerse: la revolución socialista. En el documento programático titulado ”Por la salvación del pueblo francés”, difundido en marzo de 1941, se dice que a través de las luchas parciales se preparan ”las grandes batallas sociales de las que saldrá la República popular, la Francia nueva, la Francia desembarazada de la explotación capitalista, la Francia socialista, en la que habrá para todos pan, libertad y paz”. Pero hablar de revolución socialista, en la Francia ocupada por el ejército hitleriano, sin llamar a la guerra de liberación, no tenía sentido. Sin embargo el partido insinúa la posibilidad de un ”gobierno del pueblo” salido de la sola lucha contra el Estado vichista. El documento, en efecto, sin decir palabra sobre la organización de la lucha armada contra el ocupante, llama a los obreros, campesinos, capas medias, intelectuales, etc., a ”consagrar todas sus fuerzas” a ”la organización metódica de un vasto frente de lucha para preparar la acción de cada día, los movimientos de masa que barrerán la camarilla capitalista de Vichy y dejarán plaza al pueblo, al gobierno del pueblo”. La independencia nacional sería negociada después por este gobierno, como se deduce del punto 1 del programa incluido en el documento: ”Liberación nacional y de los prisioneros de guerra. Para llevar a cabo esta tarea el gobierno del pueblo hará todo lo necesario para establecer relaciones pacíficas con todos los pueblos; se apoyará en la potencia que le conferirán la confianza del pueblo francés, la simpatía de otros pueblos y la amistad de la Unión Soviética”. El punto 2 dice así: ”Establecimiento de relaciones fraternales entre el pueblo francés y el pueblo alemán, recordando la acción realizada por los comunistas y el pueblo francés contra el tratado de Versalles, contra la ocupación de la cuenca del Ruhr, contra la opresión de un pueblo por otro pueblo”. Y el documento no dice una palabra de que para establecer tales ”relaciones fraternales” sea necesario el derrocamiento de la dictadura hitleriana. ¿Qué sentido podía tener esta política, salvo en la hipótesis de un arreglo global duradero entre la Alemania hitleriana, en ese momento dueña de Europa, y la Unión Soviética? ¿No estaba semejante posición del PCF en estrecha conexión con los intentos que el gobierno soviético hacía en ese periodo para consolidar su entendimiento con la Alemania de Hitler, como sostienen, según vimos, historiadores soviéticos? Conviene precisar que el documento había sido elaborado en la Unión Soviética por Maurice Thorez(13).
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La lucha por una Francia socialista era, sin duda, el objetivo que debía proponerse el partido revolucionario del proletariado en aquella crisis histórica de la Francia burguesa, pero el planteamiento que hacía la dirección del PCF sólo era la cobertura ”izquierdista” de una política que, para no entrar en contradicción con la del gobierno soviético, renunciaba a la única vía susceptible de conducir a la solución socialista de la crisis: la guerra nacional, antifascista y revolucionaria contra la ocupación hitleriana. El documento citado no sólo no llama a ella, sino que da a entender con suficiente claridad su oposición. El pueblo de Francia, se dice en él, ”rechaza rotundamente los llamamientos de todos los belicistas”, ”no quiere tomar parte, de nuevo, en la guerra imperialista”(14).
La renuncia a la alternativa socialista Desde el momento en que los soldados hitlerianos cruzan la frontera soviética, el PCF cruza también la impalpable frontera que le separaba de los ”belicistas”, se coloca resueltamente a la pointe du combat por la independencia nacional. Pero es evidente que el retraso con que lo hace, los efectos de su política anterior, no podían por menos de pesar negativamente en la balanza final. Ahora, después de ”esperar” dos años, el partido critica la posición attentiste del Estado Mayor de de Gaulle, que aconseja abstenerse por el momento de las acciones armadas. El partido llama a la acción armada inmediata, y la organiza sin escatimar riesgos ni sacrificios. La iniciativa y el valor de los comunistas, su capacidad de organización, conquistan progresivamente para el partido la simpatía del pueblo. Vienen a sus filas los elementos más combativos entre los obreros, los estudiantes, los intelectuales. Pero en el plano político el partido incurre en el error opuesto al de la primera fase de la guerra. Si durante esta fase Inglaterra y los Estados Unidos eran calificados de enemigos del pueblo francés, a partir del 22 de junio la propaganda comunista renuncia a toda crítica de los que pasan a ser grandes Estados democráticos aliados. Hasta el 22 de junio de Gaulle es un simple agente de la City, y el gaullismo definido como un ”movimiento de inspiración reaccionaria y colonialista, a la imagen del imperialismo británico”, cuyo objetivo es ”privar [a Francia] de toda libertad en caso de victoria inglesa”(15). A partir del 22 de junio de Gaulle pasa a ser, naturalmente, el aliado, y la crítica de la ”esencia reaccionaria y colonialista” del golismo desaparece de los documentos del partido. Sin embargo, éste mantiene durante cierto tiempo una actitud reservada hacia el general. Pero en mayo de 1942 Mólotov se entrevista con de Gaulle en Londres y en contrapartida a que de Gaulle apoye cerca de los Aliados la demanda rusa de un segundo frente Mólotov se muestra de acuerdo con el general en que todos los franceses, así como los pueblos de las colonias francesas, deben agruparse bajo su dirección(16). En los meses que siguen, el PCF adhiere al Comité de Londres y designa a Grenier como su representante. En una carta dirigida al Comité Central del PCF, fechada el 10 de enero de 1943, de Gaulle registra la adhesión y deja sentado, sin equívoco, el principio de la subordinación del partido a la dirección golista:
”La llegada de Fernand Grenier – dice la carta –, la adhesión del Partido Comunista al Comité Nacional, que me ha aportado en vuestro nombre, la puesta a mi disposición, en tanto que comandante en jefe de las fuerzas francesas, de las valientes formaciones de Francs Tireurs que habéis constituido y animado, he aquí otras tantas manifestaciones de la unidad francesa [...] Estoy seguro que los representantes que yo he designado encontrarán en los responsables del PCF una voluntad de cooperación llevada hasta el espíritu de sacrificio, y la misma disciplina leal que existe ya en el interior de vuestras organizaciones.”
Y el 21 del mismo mes, Grenier escribe en L’Humanité: ”Traducimos el sentimiento de los franceses proclamando nuestra confianza en el general de Gaulle, que levantó el primero el estandarte de la Resistencia”(17). En febrero son liberados los diputados comunistas que Vichy había encarcelado en la prisión de Argel (y que seguían allí pese a que desde el 11 de noviembre de 1942 Argelia estaba en manos de las tropas angloamericanas). Y en junio del mismo año – pocos días después, como por azar, de la disolución de la IC – el Comité Francés de Liberación Nacional [CFLN] que acaba de formarse, con sede en Argel, anula el decreto de septiembre de 1939, por el que Daladier había declarado ilegal el partido comunista. La composición del CFLN, presidido por los generales de Gaulle y Giraud, no puede ser más reaccionaria. Agrupa ”los hombres enviados a
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Argel por la gran burguesía para acreditarse en tanto que ”resistentes” y velar a la salvaguardia de sus intereses”, como se dice en la historia de la Resistencia escrita por una comisión presidida por Jacques Duclos. Lo que no impide a la dirección del PCF saludar la creación del CFLN con la siguiente declaración: ”Todos los franceses esperan del Comité Francés de la Liberación Nacional que organice la participación activa de Francia en la guerra contra Hitler, movilizando todos los recursos, todas las energías, todas las voluntades francesas fuera de la metrópoli, y sosteniendo material y moralmente la acción de los patriotas que llevan a cabo en el suelo de la patria un combate difícil y glorioso”(18). El PCF hace cuestión fundamental de su política en este periodo la entrada en el CFLN poniendo como condición que éste acepte una plataforma cuyo punto más avanzado es el siguiente: ”Desarrollo de una política democrática y social que galvanice todas las energías francesas y cree el entusiasmo por la participación de todos en la guerra liberadora”. Aunque esta declaración general compromete a poco, y más bien podía ser útil a los representantes de la ”gran burguesía para acreditarse en tanto que resistentes”, de Gaulle no acepta condición alguna, sin duda para que el principio de su jefatura no sufra el más mínimo menoscabo –, ni acepta tampoco que los representantes del partido en el CFLN sean nombrados por el mismo partido. Tienen que ser designados por él. Finalmente, el partido entra a formar parte del CFLN sin que de Gaulle suscriba compromiso alguno(19).
El partido, ciertamente, despliega al mismo tiempo una actividad intensa para desarrollar sus propias fuerzas, el Frente Nacional (movimiento unitario bajo la dirección del partido, que adquiere relativa amplitud), y su brazo armado, los FTP. Y preconiza la coordinación de las diversas organizaciones y tendencias de la Resistencia interior. La primavera de 1943 es una etapa importante en este aspecto. Se agrupan en el MUR [Movimientos Unidos de la Resistencia] ”Combat”, ”Franc-Tireur” y ”Libération”, se reunifica en la clandestinidad la CGT, y el 27 de mayo se constituye el Consejo Nacional de la Resistencia [CNR], donde están representadas todas las organizaciones y tendencias. En el curso de las transacciones que llevan a la constitución de este organismo se plantea un problema de particular interés. El único partido organizado que existe dentro de la Resistencia es el partido comunista. En un primer momento de Gaulle intenta que el PCF no esté representado como tal en el CNR. Pero ante la imposibilidad de lograrlo, dado el papel que el partido tiene ya en el conjunto del movimiento, busca otra solución, que en la obra más arriba citada de Duclos, se presenta así: ”Para que el partido comunista no sea el único designado como partido resistente [de Gaulle propone] que otras formaciones políticas estén presentes en la organización prevista.” La reconstitución de los antiguos partidos debe, a la vez, ”reforzar la causa golista a los ojos de los Aliados” y constituir ”la sola barrera capaz de poner un dique a la influencia comunista”.
”Pero esta pretensión – se dice en la misma obra – choca con la oposición violenta de los movimientos de la Resistencia. Muchos hombres políticos se han desacreditado con el régimen de Vichy. Si, en todos los partidos, algunos individuos participan en las organizaciones de la Resistencia, ningún partido, aparte del comunista, se ha reconstruido clandestinamente [...] Los movimientos de la Resistencia se oponen enérgicamente a esta reaparición de los partidos”.
”Si se considera normal y justo – escribe el periódico clandestino Défense de la France –, que los comunistas estén representados en el Comité de Liberación, porque participan vigorosamente en la lucha común, se acepta difícilmente la presencia de representantes de las antiguas tendencias”. La cuestión, sin duda, era esencial. En el fondo se planteaba la salida que la lucha debía tener: o volver al sistema político tradicional que había llevado el país a la catástrofe nacional, o crear una nueva fuerza unitaria inspirada en el espíritu de la Resistencia, en la que se reconocía a los comunistas un papel preeminente. Al partido se le presentaba una oportunidad única de encabezar esta corriente renovadora y orientarla a la transformación profunda de la sociedad francesa. Pero el partido inclinó la balanza a favor del pasado, apoyando la solución golista. Duclos lo explica así:
”Es un hecho que en Francia la vida política se expresa tradicionalmente en grandes corrientes que son uno de los rasgos específicos de la democracia burguesa francesa; el apoliticismo y la condenación de los partidos han sido siempre en Francia armas en manos de la reacción. Teniendo en cuenta todo esto y la
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necesidad de llegar rápidamente a una unión eficaz en el combate nacional, el partido comunista aceptó la constitución del CNR sobre las bases presentadas por Jean Moulin [representante de de Gaulle. FC.], que en un informe al Comité de Londres rindió homenaje a la voluntad de unión del partido comunista”(20).
Efectivamente, los ”rasgos específicos” citados constituían un ”hecho” indiscutible. Un segundo ”hecho” indiscutible era que la reacción había explotado, más de una vez, la impotencia de los partidos políticos socialdemócratas y pequeño burgueses radicales. Pero un tercer ”hecho” no menos indiscutible, del que se prescinde en la argumentación de Duclos, es que los partidos políticos tradicionales, la democracia burguesa francesa”, habían sufrido la mayor bancarrota de su historia, y ahora no era la reacción quien los repudiaba, sino las nuevas fuerzas revolucionarias que nacían en el fuego de la Resistencia; la reacción, por el contrario, se agarraba ahora, como un clavo ardiendo, a ”los rasgos específicos tradicionales de la democracia burguesa”. Y el cuarto ”hecho” indiscutible – como demostrarían los acontecimientos posteriores – es que el PCF, apoyando la solución golista, preparaba el camino a la restauración del capitalismo francés. El homenaje que se le rindió en el Comité de Londres estaba plenamente justificado. ¿La necesidad de llegar rápidamente a una unión eficaz en el combate nacional”? Todo dependía, naturalmente, de cómo se entendiera ese combate y a dónde debía llegar. Si debía llevar a la restauración de la tradicional democracia burguesa francesa, la ”unión” escogida por de Gaulle, con el apoyo del PCF era, sin duda, la más ”eficaz”. Con ese tipo de ”unión” – que Stalin trató de imponerles también – los comunistas yugoslavos habrían conducido su Resistencia a la restauración de la monarquía tradicional, y la única revolución socialista en Europa que no resultó del reparto de las ”esferas de influencia”, que triunfó pese a ese reparto, no hubiera tenido lugar.
En el curso de 1943, y sobre todo en los primeros meses de 1944, la red unitaria de la Resistencia adquiere gran desarrollo en toda Francia, y en esa red los comunistas ocupan posiciones clave, que en el plano de la organización les dan la posibilidad de tener una función dirigente. Pero la posibilidad de ejercer realmente esta función en las batallas decisivas que se aproximaban – de ejercerla en sentido revolucionario – y conseguir que la Liberación desembocara en una transformación radical de la sociedad francesa, no era cuestión únicamente de puestos en el aparato de la Resistencia, ni de capacidad en la organización de la lucha armada – el partido dio en este terreno excelentes pruebas de capacidad, como años antes el Partido Comunista de España –, ni tampoco de espíritu de sacrificio y coraje en la lucha, en lo que también fueron ejemplares los comunistas franceses. (El PCF se ganó merecidamente el título de ”partido de los fusilados”; desgraciadamente no puede decirse lo mismo en lo que se refiere al título de ”partido de la revolución”.) Además de todo eso, y en primer lugar, era una cuestión de orientación política. Y de que existiera en la dirección del partido la voluntad de tal transformación revolucionaria.
La insurrección nacional que sigue al desembarco aliado en Normandía puso prácticamente al orden del día el problema del poder. La mayor parte de Francia, incluido París, es liberada por las fuerzas armadas de la Resistencia, con ayuda de las masas, sin intervención directa de los ejércitos aliados. Los comités de liberación se convierten, por doquier, en órganos de poder, y las milicias patrióticas adquieren carácter masivo(21). El Partido Comunista es la fuerza política predominante de este gran levantamiento popular. Su prestigio y su influencia no tienen rival en los sindicatos y en las empresas, en los comités de liberación y en las milicias patrióticas, entre los intelectuales y la juventud, sin hablar ya de las fuerzas armadas creadas durante la Resistencia(22). Este hecho, por sí solo, testimonia del carácter revolucionario de la situación. Porque el Partido Comunista, aunque los acontecimientos no iban a confirmarlo, era para las masas el partido de la revolución. Al hundirse el Estado vichista y el poder del ocupante, la mayoría del proletariado y amplios sectores de otras capas sociales trabajadoras ponen su esperanza en el partido que asocian a la idea de la revolución, a la Unión Soviética, cuyo prestigio – y es otro dato fundamental de la situación – alcanzó entonces en el pueblo francés una cota que no volvería a recuperar.
De Gaulle, como revelan sus Memorias, tenía perfecta conciencia de que ”la dirección de los elementos combatientes estaba en manos de los comunistas”. Pensaba que el PCF – y años después,
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contra toda prueba, seguiría atribuyéndole tal intención – tenía el propósito de aprovechar la hora de la Liberación para dirigir a las fuerzas de la Resistencia hacia la toma del poder.
”Aprovechando el tumulto de la batalla, arrastrando al Consejo Nacional de la Resistencia, del que varios miembros, aparte de los que estaban bajo su disciplina, podrían ser accesibles a la tentación del poder; usando de la simpatía que las persecuciones de que eran objeto, las pérdidas que sufrían, el valor que desplegaban, les valían en muchos medios; explotando la angustia suscitada en la población por la ausencia de toda fuerza pública; jugando, enfin, con el equívoco, exhibiendo su adhesión al general de Gaulle, [los comunistas] proyectaban aparecer a la cabeza de la insurrección como una especie de Comuna, que proclamaría la República, respondería del orden, dispensaría la justicia, y, por añadidura, cuidaría de no cantar más que la Marsellesa, y no enarbolar más que la tricolor.”(23)
Este plan que de Gaulle atribuía a los comunistas no existía en realidad, pero hay que reconocer que era un excelente plan; de Gaulle percibe lúcidamente las magníficas cartas que el partido tiene en sus manos y el arte con que pueden ser utilizadas. La cuestión, en efecto, para un verdadero partido revolucionario en aquella situación, no era un planteamiento abstracto de la conquista del poder por el proletariado, sino la toma del poder por la Resistencia, por la Resistencia auténtica, no la de Londres o Argel; no era enfrentarse directamente con de Gaulle, sino obligar a de Gaulle a enfrentarse con la Resistencia. No era provocar el choque con los ejércitos ”liberadores” angloamericanos, sino colocar estos ejércitos ante la realidad del poder de la Resistencia, y movilizar contra todo atentado a este poderlos sentimientos nacionales exaltados por la Liberación. En la Francia de 1944 tales podían ser los primeros pasos hacia la revolución socialista. De Gaulle lo percibía con clarividencia. Desgraciadamente de Gaulle no era el secretario general del Partido Comunista francés.
Consciente de la explosiva situación creada, de Gaulle maniobró hábilmente. Comenzó a instalar su dispositivo y a recortar, limitar, los poderes de los comités de liberación. Fue avanzando cada vez con más seguridad al comprobar que los comunistas cedían el terreno sin oponer gran resistencia. Hasta que hizo el sorprendente descubrimiento de que en el Partido Comunista tenía la gran fuerza ”patriótica” capaz de cooperar con más eficacia que ninguna otra a la restauración de la France éternelle. Este proceso fue rápido.
En los primeros meses que siguen a la instalación del gobierno de Gaulle, la dirección del PCF, bajo la presión del movimiento espontáneo de masas, y de las corrientes revolucionarias que alientan en su seno, aplica una línea ambigua, defendiendo a los comités de liberación y las milicias patrióticas, pero sin promover una acción de masas resuelta, sin plantear los problemas de fondo relativos a la transformación democrática-socialista de la sociedad francesa. El 27 de octubre de 1944, Duclos declara en una asamblea del partido: ”Las milicias patrióticas deben seguir siendo el guardián vigilante del orden republicano, al mismo tiempo que deben ocuparse activamente de la educación militar de las masas populares.” Agrega que en cada localidad la milicia debe englobar a millares de ”cuidadanos-soldados” y debe estar bajo la autoridad de los comités de liberación, con un encuadramiento permanente y un stock de armas y municiones. Al día siguiente de Gaulle responde firmando el decreto de disolución de las milicias. Los dos ministros comunistas protestan pero permanecen en el gobierno. La dirección del partido da instrucciones internas para mantener la organización de las milicias y no entregar las armas, organizar depósitos clandestinos, pero no moviliza al pueblo contra esa agresión directa a los poderes de la Resistencia, que perfila netamente los propósitos del general(24). Este da una cal y otra de arena. El 6 de noviembre aparece en el Journal Officiel un decreto amnistiando a Thorez. A este propósito de Gaulle escribe en sus memorias: ”El interesado me ha dirigido numerosas demandas. Si creo mi deber adoptar esta medida de clemencia es deliberadamente. Teniendo en cuenta las circunstancias de antaño, los acontecimientos sobrevenidos después, las necesidades de hoy, considero que el retorno de M. Thorez a la cabeza del PC puede comportar actualmente más ventajas que inconvenientes.” Las ”necesidades de hoy” como el mismo general escribe, consisten en ”recortar las garras a los comunistas”, ”retirarles los poderes que usurpan y las armas que exhiben”. Sus cálculos acerca de las ”ventajas” que puede tener el retorno de Thorez no fallan. El 27 de noviembre llega el secretario
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general del partido. Su primera gran consigna es: ”¡Un solo Estado, una sola policía, un solo ejército!”. De Gaulle anota: ”Desde el día siguiente de su regreso a Francia, Thorez ayuda a poner fin a las últimas secuelas de las ”milicias patrióticas”. Se opone a las tentativas usurpadoras de los comités de liberación y a los actos de violencia a los que pretenden librarse equipos de sobreexcitados.”(25) En efecto, desde que llega Thorez las organizaciones del partido reciben instrucciones por vía interna de disolver las milicias y entregar las armas. Y en el informe que hace ante el Comité Central el 21 de enero de 1945 preconiza públicamente la disolución de las milicias y de todos los grupos armados ”irregulares”. Argumenta que estaban justificadas antes y durante la insurrección contra los hitlerianos y vichistas, pero ahora la seguridad pública debe estar garantizada por las fuerzas regulares de policía. En este mismo informe plantea (ya lo había dicho el 14 de diciembre de 1944 en el discurso del mitin organizado por el partido en el Velódromo de Invierno) que los comités de liberación locales y departamentales no deben sustituir en manera alguna a las administraciones oficiales(26).
El momento escogido por de Gaulle para amnistiar a Thorez no respondía únicamente, según toda probabilidad, a móviles de política interior. El general preparaba su viaje a Moscú y presentarse allí con el ”asunto Thorez” pendiente resultaba, en verdad, très fâcheux. En cambio, la amnistía del prestigioso discípulo de Stalin era una excelente ”tarjeta de visita”. Y, en efecto, todo fue perfectamente coordinado: el 6 de noviembre se publica el decreto, el 27 del mismo mes llega Thorez a París, y el 2 de diciembre está de Gaulle en Moscú reunido con Stalin. El objetivo del general era reforzar sus posiciones frente a Inglaterra y los Estados Unidos mediante un pacto bilateral con la Unión Soviética, y tras un laborioso regateo lo consigue. Si la amnistía de Thorez facilita el entendimiento de Gaulle-Stalin, el pacto franco-soviético facilita el entendimiento de Gaulle-Thorez. Los tajantes alegatos del 21 de enero de 1945, ante el Comité Central, contra todo menoscabo a la autoridad del nuevo Estado francés, no son ajenos, sin duda, al feliz resultado de las negociaciones de Moscú(27).
La restauración de la ”France éternelle” Al mismo tiempo que coopera eficazmente a la liquidación de ”las tendencias usurpadoras” de los comités de liberación, y de las ”últimas secuelas de las milicias patrióticas”, el partido pone enteramente las fuerzas armadas de la Resistencia controladas por él a disposición del alto mando golista y aliado, las funde en el ”gran ejército” francés, cuya formación preconiza ardientemente Thorez desde que pisa el suelo de la patria. En una palabra, el partido liquida las fuerzas armadas populares forjadas durante la Resistencia, en todas sus formas. Simultáneamente a esta destrucción general de las bases políticas y militares de un nuevo poder popular, creadas en el curso de la Resistencia y la Liberación, el partido se lanza a otra gran batalla por la restauración de la France éternelle: la famosa – tristemente famosa ”batalla de la producción”. La cosa comienza inmediata-mente después de la liberación de París. En un informe ante una reunión de militantes sindicales, el 10 de septiembre de 1944, Benoit Frachon, llama a los trabajadores a ”reconstruir nuestra gran industria sobre bases más racionales y asegurar su pleno rendimiento”. La reconstrucción, aclara, ”no debe hacerse en beneficio de las oligarquías financieras e industriales”, pero ese es un problema que se resolverá ”cuando el pueblo sea consultado sobre el régimen que quiere darse”; entonces, dice, ”nosotros daremos nuestra opinión sobre la desaparición de los trusts y los métodos propios a sustituir su dominación por una economía al servicio de la nación”. Pero por lo pronto, sin esperar a que las urnas digan la última palabra sobre quién ha de beneficiarse de la ”reconstrucción”, los obreros deben trabajar duro. El secretario de la CGT y dirigente del Partido Comunista les sugiere constituir ”comités patrióticos de producción”. El 24 de marzo de 1945, informa ante el Comité Nacional de la CGT. Entretanto, a los obreros se les ha concedido un pequeño aumento de salario, inferior a la modesta demanda de un 50 % formulada por la CGT en la clandestinidad, y los precios han aumentado. ”Durante este tiempo [de la Liberación a marzo de 1945] – dice Frachon, en su informe – en las filas de la clase obrera ha cundido un legítimo descontento. Si pese a ello las huelgas han sido casi inexistentes, se debe únicamente a la alta conciencia nacional de los trabajadores, así como a la autoridad de la CGT y de sus militantes.”(28) En efecto, el partido, con
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Thorez a la cabeza, no ha escatimado esfuerzos para inculcar a los obreros comunistas y cegetistas la ”alta conciencia nacional”. En una primera fase se invoca como principal justificación el ”esfuerzo de guerra”, porque aún no está consumada la derrota de Alemania. En realidad, la suerte de la guerra está ya decidida, como da a entender Stalin en su discurso del 6 de noviembre de 1944, y la producción de armamento francés bien poco puede influir. Lo que no está decidido, en cambio, es si la lucha y los sacrificios de los trabajadores franceses han de tener como resultado la consolidación del capitalismo francés ”sobre bases más racionales”, o ”una economía al servicio de la nación”. El ”esfuerzo de guerra”, situado en el contexto de toda la política del partido que venimos describiendo, no podía contribuir más que a paralizar y desmoralizar las fuerzas capaces de imponer la segunda alternativa, como en efecto ocurrió. La ”batalla de la producción” no se interrumpe con la derrota de Alemania; al contrario, llega a su climax. Thorez encuentra otro argumento, que no se distinguía precisamente por su originalidad. Todos los partidos socialdemócratas, cada vez que habían participado en un gobierno burgués, como ahora participaba el PCF, lo habían utilizado: los obreros no deben presentar reivindicaciones excesivas, ni hacer huelgas, sino elevar la producción, porque el interés de la gran burguesía es crear dificultades económicas a un gobierno con ministros socialistas. En su informe ante el X Congreso del partido (junio de 1945), Thorez no desmerece en nada de sus precursores y coetáneos socialdemócratas, más bien los aventaja:
”¿Dónde está el peligro mortal para nuestro país? Está en el terreno de la producción [...]” ”Si los trusts y sus agentes se oponen al esfuerzo de reconstrucción y de producción, es que el interés del pueblo, el interés de la clase. obrera, es trabajar y producir, a pesar y en contra de los trusts”.
Naturalmente, en lo que menos pensaban los ”trusts y sus agentes” era en oponerse a que los obreros ”trabajaran y produjeran”. Y Thorez no puede exponer ante el congreso una sola prueba convincente de tal voluntad ”trúststica”. Lo que a los trusts ya no podía seducirles era la ”democracia desembarazada de los trusts” que Thorez presenta como la perspectiva del partido. Pero tampoco podía inquietarlos sobremanera: era un objetivo al que debería llegarse por la vía de la legalidad parlamentaria, en condiciones de autoridad y de estabilidad. ”La perspectiva más feliz para nuestro país – dice Thorez en el mismo informe – es el mantenimiento prolongado de un gobierno de amplia unidad nacional y democrática, con lo que se realizan las mejores condiciones de autoridad y de estabilidad [...]” Sólo así puede asegurarse la ”grandeza de Francia”, porque sólo así la producción puede ir viento en popa. Y como dice Thorez: ”Hoy es la amplitud y la calidad de nuestra producción material, y nuestro lugar sobre el mercado mundial, los que miden la grandeza de Francia.” El pueblo debe ”ponerse en pie para la batalla de la producción como se puso en pie para la batalla de la liberación; se trata de rehacer la grandeza de Francia, se trata de asegurar de otra manera que con frases las condiciones materiales de la independencia francesa”. La alusión va dirigida a todos los que dentro y fuera del partido critican con ”frases revolucionarias” la línea que está siguiendo la dirección del PCF: ”Tenemos que combatir las concepciones izquierdistas de algunos sectarios que piensan, sin formularlo siempre claramente, que ”tal vez hemos abandonado la línea revolucionaria”.” Afortunadamente, el Comité Central, bajo la clarividente dirección de Thorez, ha desbaratado ”el plan de la reacción, que tendía a empujar los elementos más avanzados de la democracia y de la clase obrera hacia las aventuras, a fin de dividir el pueblo.” En todo este informe, Thorez no menciona el concepto de ”revolución” o de ”revolucionario” como no sea en sentido peyorativo. Ya en su discurso de enero ante el Comité Central había llegado al extremo de denigrar el uso del concepto, poniéndolo solapadamente en conexión con el de ”revolución nacional” utilizado por los vichistas:
”Nosotros, que somos comunistas, no formulamos actualmente exigencias de carácter socialista o comunista. Decimos esto a riesgo de parecer tibios a los ojos de los que constantemente tienen en la boca la palabra revolución. Está un poco a la moda, pero cuatro años de ”revolución nacional” bajo la égida de Hitler han precavido al pueblo contra el empleo abusivo y demagógico de ciertos términos desviados de su sentido”.
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Thorez pone en circulación el término de ”hitlerotrotsquistas”, y llama a la vigilancia para descubrir y expulsar del partido a ”los elementos turbios, los provocadores, los agentes del enemigo, hitlerotrotsquistas, que se cubrirán lo más frecuentemente de frases ‘izquierdistas’.”(29)
La ”batalla de la producción” alcanza su apogeo con la gira de Thorez por la zona minera del norte. Pese a la campaña del partido y de la CGT, los mineros han recurrido a la huelga en algunos casos, y Thorez amonesta a los comunistas que han participado:
”Aquí, queridos camaradas – dice en su discurso del 21 de julio de 1945, en Waziers, ante una asamblea de mineros comunistas –, os lo planteo con toda responsabilidad, en nombre del Comité Central, en nombre de las decisiones del Congreso del partido, os lo digo con toda franqueza: es imposible aprobar la menor huelga, sobre todo cuando estalla, como la semana última en las minas de Bethune, al margen del sindicato y contra el sindicato.”
En la huelga se habían perdido 30 000 toneladas de carbón, y Thorez clama: ”Es un escándalo, una vergüenza, una falta muy grave contra el sindicato y contra el interés de los mineros.”(30) Al año del ”llamamiento de Waziers”, Thorez se congratula de los resultados obtenidos: ”La producción carbonífera ha aumentado más de un 50 %. Con casi 160 000 toneladas diarias sobrepasamos en un 8 % el nivel de preguerra. ¡Exito notable! Francia es el único país, a excepción de la Unión Soviética, que puede enorgullecerse de parecido resultado [...] Conviene felicitar a nuestros mineros que no han escatimado su sudor ni su fatiga.”(31) (Leyendo los discursos de Thorez durante este periodo se tiene la impresión de que en Francia está construyéndose el socialismo, y que la tarea central de los trabajadores es poner en pie una economía que ha pasado a sus manos.) En diciembre el cártel de los trabajadores de los servicios públicos decide organizar una huelga de advertencia, y para prepararla tiene lugar un mitin monstruo en el Velódromo de Invierno. Los oradores preconizan la huelga general, incluidos los de la SFIO. El único que se opone es Henri Raynaud, dirigente comunista de la CGT: ”En las circunstancias actuales – dice – una huelga general sería catastrófica; tendría por resultado, sobre todo con el paro ferroviario, provocar el hambre en el país.” Diez días más tarde, Thorez afirma en el Consejo de ministros que no puede cederse a presiones intolerables, y que con algunas correcciones el proyecto del ministro de Hacienda debe ser aprobado(32). Refiriéndose a este año 1945, que con el lenguaje cubano de hoy el PCF podría haber bautizado de ”año de la producción”, de Gaulle escribe en sus Memorias: ”En cuando a Thorez, aun esforzándose por hacer avanzar los asuntos del comunismo, va a rendir servicio en diversas ocasiones al interés público. No cesa de dar la consigna de trabajar tanto como sea posible y producir cueste lo que cueste. ¿Es simple táctica política? No voy a desentrañarlo. Me basta con que Francia sea servida.” Bien pronto se pondría de manifiesto que los ”asuntos del comunismo” no avanzaban mucho, pero desde luego ”Francia”, o, más exactamente, la burguesía francesa, era bien servida.
En junio de 1946, Thorez se ve obligado a declarar ante el Comité Central: ”La situación es muy seria. [Se refiere a que el resultado negativo del referéndum sobre el proyecto de Constitución apoyado por comunistas y socialistas, y las elecciones legislativas del 2 de junio, han revelado un neto desplazamiento del cuerpo electoral hacia la derecha. FC.] Era para llegar aquí, y si es posible para intentar hacernos retroceder más lejos aún, para lo que la gran burguesía francesa, fuerte de su vieja experiencia y dotada de gran capacidad maniobrera, ha usado hábilmente y alternativamente de todos sus medios y de todos sus hombres. A la hora de la Liberación no ha afrontado de frente el movimiento popular. Ha buscado flanquearlo, dislocarlo, desagregarlo. Ha impedido la unión de las fuerzas de la Resistencia y ha reducido poco a poco la influencia del Comité Nacional de la Resistencia, y de los comités locales y departamentales de liberación.”(33)
Declaración sin desperdicio, porque de ella se desprendía, nada menos, lo siguiente:
a) A los dos años de la Liberación, a los dos años de participación de los comunistas en el gobierno, lo que había avanzado en Francia no era el movimiento popular salido de la Resistencia, sino la gran burguesía, que fortalecía sus posiciones económicas y recuperaba su influencia política. La original táctica thoreziana de lucha contra los trusts a base de que los obreros trabajasen más y mejor, apretándose el cinturón, había conducido al fortalecimiento de los trusts. La contención del
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movimiento de masas, la renuncia a las acciones que atentasen al orden legal, a fin de no poder en peligro la ”unión nacional”, habían conducido a la reinstauración de la dictadura burguesa en la nación. La línea de poner sordina a las reivindicaciones proletarias para no asustar a las capas medias había dado por resultado que las capas medias oscilasen hacia la derecha, hacia los partidos de la burguesía – que iban revelando su mayor determinación en contraste con la pusilanimidad y debilidad del partido proletario –, como reconoce Thorez en el mismo informe. La vía de avance hacia la ”nueva democracia”, basada exclusivamente en la conquista de la mayoría parlamentaria, había conducido a la restauración de la más ”vieja democracia”, la democracia tradicional de la Francia burguesa. El cretinismo parlamentario comunista daba los mismos frutos que el cretinismo parlamentario socialdemócrata. En vano la dirección del PCF descargaba sobre la SFIO la responsabilidad de que no se formase un gobierno socialista-comunista, apoyado en la mayoría parlamentaria reunida por ambos partidos. Todo el mundo sabía que los dirigentes socialistas de derecha no irían nunca a semejante combinación más que bajo una presión irresistible de las masas, pero la dirección thoreziana había hecho todo lo necesario para yugular el movimiento de masas salido de la Liberación. En cuanto a los cuadros socialistas y sindicalistas de izquierda, susceptibles de apoyar sinceramente un gobierno socialista-comunista, abrigaban legítimas reservas sobre el porvenir que podía depararles tal solución. Ciertamente, Thorez habló en algunas ocasiones, durante esos años, de una posible vía francesa al socialismo, distinta de la seguida por los bolcheviques. Pero estos planteamientos ocasionales no iban acompañados de ninguna fundamentación teórica seria, se reducían, en realidad, a generalizar el caso de las democracias populares del Este europeo, olvidando el pequeño detalle del papel desempeñado allí por el ejército rojo y otros instrumentos del poder soviético. Por lo demás, la sujeción del PCF a la alta dirección estaliniana, a sus dogmas, era tan evidente, que los escarceos heterodoxos de Thorez difícilmente podían ser tomados por algo más que una maniobra táctica(34).
b) Al reconocer que ”a la hora de la Liberación [la gran burguesía] no ha afrontado de frente el movimiento popular” y ”ha buscado flanquearlo, dislocarlo, desagregarlo”, Thorez estaba dando la razón a los que entonces preconizaban, dentro y fuera del partido, una política ofensiva, revolucionaria, orientada a desarrollar el potente movimiento obrero y popular que la insurrección nacional había puesto en pie. Si la ”gran burguesía” no se atrevió a atacarlo de frente era, precisamente, porque percibía su potencialidad revolucionaria. Pero, ¿quién ”había reducido poco a poco la influencia del Comité Nacional de la Resistencia, y de los comités de liberación locales y departamentales”? ¿La ”gran burguesía” o la política preconizada e impuesta por Thorez desde que regresa de Moscú? En otro lugar del mismo informe Thorez se refiere de nuevo a la ”táctica sinuosa [de las fuerzas burguesas], de la que hoy osan envanecerse, destinada a contener, a flanquear al pueblo, al que no podían atacar de frente en agosto de 1944”(35). ¿Qué más lógico que se envaneciesen? Lo que ya no era tan lógico es que el secretario general del Partido Comunista se envaneciera a su vez de la política que tan maravillosamente se había ajustado a la ”táctica sinuosa” de la reacción burguesa. Sin embargo, Thorez defiende la línea seguida desde la Liberación como integralmente justa, perfecta. Si han existido algunos pequeños defectos se localizan en el trabajo de las federaciones y secciones. Con la mayor naturalidad, como si no tuviera ninguna responsabilidad en el asunto, Thorez censura ”algunos camaradas que no están exentos de ilusiones parlamentarias”. Pero esta censura no tiene más finalidad en el contexto del informe que equilibrar formalmente el verdadero ataque, dirigido contra la izquierda. El malestar ante los resultados de la línea seguida se había, en efecto, generalizado bastante en las filas del partido, y Thorez se ve obligado a reconocerlo, aunque sea minimizándolo. Cita casos concretos: la resolución de un célula del Yonne reprocha a la dirección ”colaborar en el gobierno haciendo concesión tras concesión”, y otra de Altos Pirineos ”colaborar con la reacción y hacerse cómplice de las leyes antidemocráticas”. Thorez invita al partido a combatir enérgicamente esas posiciones. Los que las sostienen ”no han comprendido todavía que nos hemos convertido en un partido de gobierno, ponen en duda nuestra línea general”. Y para convencer a estos recalcitrantes, Thorez saca a relucir – por primera vez, que sepamos, públicamente – el gran argumento, el argumento sin vuelta de hoja, que seguirá esgrimiéndose durante años y décadas, para justificar la política del PCF en la Liberación: los que
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critican esa política, dice Thorez, ”ni siquiera han sido instruidos por el artículo del periodista norteamericano Walter Lippman, el cual ha escrito en Le Figaro que las tropas angloamericanas estaban prestas a intervenir en el caso en que los comunistas accediesen al poder en Francia”(36). Sobre esta justificación suprema, y a primera vista tan ”sólida”, volveremos más adelante. Pero antes concluiremos con este somero bosquejo de la política del PCF hasta su exclusión del gobierno.
Ni la ”seria situación” creada, ni el descontento en las filas del partido – que por lo demás es fácilmente yugulado por los métodos tradicionales de intimidación ideológica y medidas administrativas –, son suficientes para que la dirección del PCF introduzca cambios en su política. Poco después de la reunión del Comité Central que acabamos de citar, Thorez hace la declaración, más arriba reproducida, ensalzando el aumento de la producción de carbón logrado con el ”sudor y la fatiga” de los mineros. Y el partido se resigna al bloqueo de los salarios decretado por el gobierno en el que figuran sus ministros. Pero lo más escandaloso – si es que pueden establecerse gradaciones – es la actitud del PCF ante la lucha de los pueblos oprimidos por el colonialismo francés. Desde que, en la entrevista de mayo de 1942, Mólotov se muestra de acuerdo con que todos los pueblos de las colonias francesas deben agruparse bajo la dirección de de Gaulle, la política del partido francés consistió en preconizar el mantenimiento dentro de la Unión francesa (con cierta autonomía, o una independencia formal) de las colonias. No hacía más que reanudar la política ya practicada en el periodo del Frente Popular. En su informe ante el X Congreso (junio de 1945) Thorez define así el programa del partido en este terreno: ”Crear las condiciones de la unión libre, confiada y fraternal de los pueblos coloniales con el pueblo de Francia.” El partido sostiene el principio de libre determinación, pero ”el derecho al divorcio no significa la obligación de divorciar”. La práctica de esta política colonial – que no hubieran vacilado en suscribir Van Kol y los otros líderes de la II Internacional propugnadores en el Congreso de Stuttgart de una política colonial ”socialista” – se tradujo en que el partido se vio asociado a todas las represiones colonialistas ejercidas por los sucesivos gobiernos franceses, con ministros comunistas, desde la Liberación hasta 1947. Después de la salvaje represión de la insurrección de mayo de 1945, en el Constantinois argelino, saldada con miles de muertos(37), los ministros comunistas siguen en el gobierno, y en el X Congreso del partido, un mes después de la matanza argelina, Thorez dice lo siguiente:
”Hablando de democracia, no podemos olvidar que una de sus exigencias consiste en una actitud más comprensiva y más justa hacia los pueblos coloniales. Como en Arles, diremos que hay que reconocer las reivindicaciones legítimas de los pueblos coloniales, primero, en interés de esas desgraciadas poblaciones, y segundo, en interés de Francia. En Argelia, después de los dolorosos acontecimientos del pasado mes, nada más urgente que mejorar el abastecimiento, levantar el estado de sitio, destituir a los funcionarios vichistas y castigar a los traidores que provocaron los motines del hambre, después de haber abastecido al enemigo durante dos años; desmovilizar y devolver a sus hogares los soldados, suboficiales y oficiales argelinos que pertenecen a las clases no movilizadas en la metrópoli; enfin, aplicar la ordenanza del 7 de marzo de 1944 sobre la ampliación de las libertades democráticas en Argelia.”
Es todo. Más esta conclusión: ”La Francia democrática debe ayudar al desarrollo de la nación argelina en formación.” El PCF no reconoce que exista aún la nación argelina. Entre tanto ”se forma”, los argelinos, como los marroquíes y tunecinos, deben permanecer, en opinión de Thorez, unidos a Francia: ”Nosotros no hemos cesado jamás de mostrar que el interés de las poblaciones del Africa del Norte estaba en su unión con el pueblo de Francia.” (El sentido queda aún más claro si se tiene en cuenta que este pasaje viene a continuación del antes citado, ”el derecho al divorcio no significa la obligación de divorciar”.) Thorez lamenta también la reciente represión contra los pueblos de Siria y del Líbano, que reclaman la independencia. El partido apoya su derecho a autodeterminarse, pero sin dejar de recordarles la máxima sobre el divorcio. Por eso – dice Thorez, refiriéndose a la represión allí ejercida – ”lamentamos tanto más el golpe asestado al prestigio secular y a los intereses de nuestro país en el Cercano Oriente”(38).
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A finales de 1946 llega el asunto del Vietnam. Después de que el ejército francés ha restablecido prácticamente el régimen colonial en el sur del país (sin que el PCF organizara ninguna acción de protesta), la flota bombardea Haiphong el 23 de noviembre de 1946 y comienza la guerra del imperialismo francés contra el pueblo vietnamita. El PCF persiste en su pasividad e incluso, según fuentes comunistas, la dirección del partido llega a considerar en un momento si no debe imputar la responsabilidad de la guerra a ”provocadores vietnamitas”. En todo caso, durante seis meses la guerra colonial contra el pueblo vietnamita, dirigido por los comunistas, es llevada a cabo por un gobierno en el que figuran cinco ministros comunistas, incluido el secretario general del partido, vicepresidente del gobierno. Y durante cuatro meses (desde enero de 1947), el ministro de la Defensa Nacional de ese gobierno es un comunista. Cuando, en marzo, la Asamblea Nacional vota los créditos militares para la guerra colonial, el grupo parlamentario comunista se abstiene, pero los ministros comunistas los votan, a fin de mantener la ”solidaridad gubernamental”, y ratifican las instrucciones al nuevo Alto Comisario nombrado por el gobierno para dirigir la guerra sobre el terreno(39). Duclos aporta un ”argumento de peso” – dice J. Fauvet – en pro del mantenimiento de la ”solidaridad ministerial”: la conferencia de los Cuatro (Unión Soviética, Estados Unidos, Inglaterra y Francia) comienza en Moscú, y ”nuestro ministro de Asuntos Exteriores defiende la causa de Francia”(40) La causa del Vietnam puede esperar. Mientras se celebra la conferencia de los Cuatro, las tropas francesas reprimen la insurrección de los malgaches con los mismos métodos que la del Constantinois argelino dos años atrás(41). El partido se limita a algunas protestas de cumplido, y a exigir el respeto de la inmunidad parlamentaria en el caso de los diputados malgaches encarcelados. Lo esencial es seguir salvaguardando la ”solidaridad ministerial”, porque para poder abogar en la conferencia de Moscú por la ”causa de Francia”, Bidault debe hablar en nombre de la nación unida. La causa de Madagascar puede esperar también, como la del Vietnam.
La ”causa de Francia”, tan cara para Thorez y Duclos, tiene en este caso un contenido muy preciso: las reivindicaciones de la Francia vencedora sobre la Alemania vencida. Toda la flexibilidad que el PCF muestra ante la burguesía francesa, es inflexibilidad cuando se trata del ”problema alemán”. La política thoreziana en esta cuestión parte de una posición de ”principio”: ”El pueblo alemán porta la responsabilidad aplastante de haber seguido a Hitler en su guerra de exterminio contra los otros pueblos [...] Debe sufrir las consecuencias, debe reparar.” (Las otras ”responsabilidades aplastantes” quedan borradas de la historia: la responsabilidad de los pueblos de Francia e Inglaterra, tolerando el Tratado de Versalles y la política que llevó a Munich; la responsabilidad de las dos Internacionales en la política que hizo posible la subida de Hitler al poder; la responsabilidad de la política estaliniana que malogró la gran oportunidad del año 1936 para cambiar el curso de los acontecimientos europeos, y llevó a la derrota de la república española, etc.) Lo que ahora le preocupa a Thorez es que el Tratado de Versalles cometió el error de exigir las reparaciones alemanas en dinero, cuando es mucho más eficaz otra variante, ”las reparaciones en especie y, en primer lugar, la utilización de la mano de obra alemana”. El PCF exige la internacionalización del Ruhr y la integración del Sarre en el sistema económico francés. El carbón del Ruhr debe servir para la reconstrucción económica de Francia. Y todo esto bien asegurado mediante una ”ocupación prolongada de Alemania”. No hay que exagerar, sin embargo. El patriotismo de Thorez es realista: ”No nos oponemos – precisa--al desarrollo de algunas industrias pesadas en Alemania. No somos niños. Sabemos que no se puede reducir Alemania al nivel de una tribu primitiva, pero queremos un control”. Eso sí, Thorez es inflexible en lo referente a la utilización de la ”mano de obra alemana”; ya en su gira por la zona minera del norte recomendó sacar más rendimiento de los prisioneros alemanes. Y en la entrevista que concede a la agencia Reuter, publicada en The Daily Mail del 15 de noviembre de 1946, amonesta a los ingleses por su blandura en este asunto: ”Tenemos la impresión de que los británicos tienen le coeur tendre respecto a los alemanes, en lugar de obligarles a trabajar.”(42)
Por primera vez en la historia del PCF desde que Thorez accede a la secretaría general, surge una divergencia pública con la política de Stalin. El sensacional acontecimiento no está relacionado con problema alguno de la lucha revolucionaria en Francia, no deriva de que a los dirigentes comunistas
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franceses les hubiera incomodado la facon cavalière con que Stalin había decidido, con Roosevelt y Churchill el destino de cada pueblo europeo, resolviendo que a Francia le correspondía permanecer en el área capitalista. No, la divergencia surge por el Ruhr. En la citada interviú a la agencia Reuter, Thorez lo reconoce públicamente: ”Nuestros amigos soviéticos dicen: ”Control interaliado del Ruhr”. Nosotros decimos: ”Internacionalización del Ruhr”. Debemos encontrar una fórmula de acuerdo.” El conflicto había estallado unos meses antes, en otra de las conferencias de los Cuatro. Mólotov se había opuesto categóricamente al desmembramiento de Alemania, y a colocar el Sarre bajo autoridad francesa. El PCF mantuvo sus posiciones, mereciendo los plácemes envenenados de León Blum: ”Nuestros camaradas comunistas han aprovechado, muy legítimamente, esta ocasión de demostrar, con hechos, que su nacionalismo es verdaderamente un nacionalismo francés, auténtico, sólido y de buen temple, de suficiente buen temple como para resistir esa ducha.”(43) En realidad, la divergencia entre la ”política exterior” del PCF y la soviética tenía escasa importancia: atañía a las formas de impedir el resurgimiento del imperialismo alemán, sin afectar al fondo. Y en el terreno mismo de las formas las dos posiciones tenían de común el no tener nada de común con un enfoque internacionalista y revolucionario del problema. Lo que no quita significación al hecho de que el primer gesto de independencia del hijo frente al padre se manifestara, precisamente, en el terreno del nacionalismo. Pero otros conflictos de mucho mayor peso iban a desvanecer rápidamente este ligerísimo amago de conflicto entre el incipiente nacionalismo ”comunista” francés y el todopoderoso nacionalismo ”comunista” granruso.
La ”gran alianza”, en efecto, dejaba prácticamente de existir. El imperialismo americano se había lanzado resueltamente a instaurar su dominación mundial. Ofrece a la burguesía europea el maná de los dólares a cambio de que se someta a su liderazgo. Le ofrece también protección militar – y tiene el monopolio de la bomba – contra el ”peligro rojo”. Y mientras Thorez y Duclos no escatiman concesiones – ya hemos visto de qué monta – para mantener la ”solidaridad ministerial”, a fin de que Bidault pueda defender en Moscú la ”causa de Francia”, respaldado por la ”unidad nacional”, el ministro de Negocios Extranjeros francés concluye en Moscú un acuerdo por separado, sobre el carbón del Ruhr, con Bevin y Marhall. A cambio del maná que se llamará Plan Marshall, la burguesía francesa abandona sus ”reivindicaciones alemanas” y se orienta decididamente a integrarse en el bloque americano. Pero para soltar los dólares Wáshington exige que los partidos comunistas desaparezcan de los gobiernos burgueses de Europa. Y en efecto, la operación se lleva a cabo con prontitud y sin dificultades. En cada caso se recurre a un pretexto que disimule la orden del nuevo amo, pero el resultado es el mismo: el 19 de marzo Spak forma gobierno sin los comunistas belgas, el 5 de mayo Ramadier despide a los franceses, y el 30 del mismo mes de Gasperi reconstituye su gobierno sin los comunistas italianos.
En el caso francés el pretexto es la gran huelga de la Renault. A los cuatro años de ”batalla de la producción” y de política (cegetista-comunista) ”antihuelgas”, en aras de la ”unión nacional” y la ”grandeza de Francia”; al cabo de esos cuatro años que han desembocado en el bloqueo de los salarios bajo un gobierno donde predominan los ministros comunistas y socialistas, en los obreros va cuajando la idea de dar su propia ”batalla”. La CGT ha intentado canalizar el descontento presentando en marzo de 1947 una serie de modestas reivindicaciones, pero sin emprender ninguna acción real. Y desaconseja que se emprenda. El 25 de abril los obreros de la Renault van a la huelga, iniciada, al parecer, por los trotsquistas. y secundada inmediatamente por sindicalistas socialistas y cristianos. En los medios gubernamentales se acusa al PCF de ser el instigador, y Ramadier plantea la cuestión de confianza ante la Asamblea nacional sobre la política economico-social del gobierno. Ante decenas de miles de obreros en huelga y el profundo malestar que cunde en los que aún no lo están, el partido no puede aprobar de manera tan ostentosa la continuación del bloqueo de los salarios, so pena de desacreditarse gravemente ante los trabajadores y de que se acentúe su desbordamiento por la izquierda, iniciado en la Renault. Si Ramadier aprovecha la oportunidad de cumplir la orden americana bajo la apariencia de un imperativo de política interior, el PCF no deja escapar tampoco la ocasión de matar dos pájaros de un tiro: poner en crisis un gobierno que acaba de dar un peligroso paso hacia el alineamiento con los americanos (la dirección
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del partido pensaba que su actitud determinaría la crisis ministerial), y revalidar sus títulos de partido defensor de los intereses proletarios. El primer tiro falla porque Ramadier se limita a reorganizar su gobierno sin los ministros comunistas (confirmando así que el problema de fondo no es el de política interior, sino el otro). Pero el voto contra la política economicosocial del gobierno no significa que el partido se proponga movilizar a las masas contra esa política. En el parlamento, Jacques Duclos tranquiliza a Ramadier, que teme la extensión de las huelgas: ”Sólo los imbéciles hablan ahora de huelga general.”(44) El partido se presenta, más que nunca, como ”partido de gobierno”. Piensa todavía que el acuerdo Bidault-BevinMarshall sobre el carbón del Ruhr es un episodio incidental, peligroso pero no irreparable. E incluso después del niet que Mólotov opone al proyecto de plan Marshall, en los últimos días de junio, la dirección thoreziana seguirá meciéndose en sus ilusiones sobre la continuidad de la ”gran alianza”, cuya influencia bienhechora le ha permitido ser ”partido de gobierno”, en acto, durante casi tres años. Y hasta la reunión del Kominform, a fines de septiembre, no comprenderá que ha llegado la hora del ”viraje”.
En el intervalo, Thorez no pierde ocasión de sacar a relucir las pruebas irrefutables que durante tres años ha dado el partido de ser un auténtico ”partido de gobierno”; no cesa de lamentarse de que esos méritos sean desdeñados por los otros partidos de la República. He aquí un botón de muestra, fechado el 8 de junio de 1947:
”En 1944 el índice de la producción general era de 35 con relación a 100 antes de la guerra. A fines de 1946 era de 90. ¿Después de la otra guerra? En 1919, el índice de la producción era mucho menos bajo, se cifraba en 57. En 1920 era de 62; en 1921 de 55; en 1922 de 78; en 1923, llega a 88. Así, gracias a la clase obrera, el país se ha levantado en dos años, mientras que fueron necesarios más de cinco años para obtener el mismo resultado después de la guerra precedente, pese a que las dificultades eran menores. Es el gran mérito de la clase obrera y de nuestro partido, porque hemos sido nosotros, comunistas, los que hemos ido a decir lo que hacía falta decir a la clase obrera, a los ferroviarios, a los mineros, sin demagogia. Mientras que cuando se hablaba de la unidad delante de un congreso socialista, el actual ministro del Trabajo respondía: ’¿Unidad para producir carbón? ¡Bah! ¿Eso es socialismo?’ Sin embargo, después de la guerra de 1914-1918 el nivel de vida de la clase obrera se elevó. En 1921 el índice de los precios al por menor, con relación a antes de la guerra, era de 337, y el índice de los salarios de 472. Hubo, pues, una elevación del 40 % del poder adquisitivo de los salarios. La tendencia no se invirtió hasta después de la crisis financiera de 1925. ¿Qué pasa hoy? En octubre de 1944 los precios estaban a 291 y los salarios a 321. En abril de 1946 los precios habían subido a 491 y los salarios a 321. En octubre de 1946, los precios llegaron a 851 y los salarios a 417. Hay, pues, una reducción del 50 % del poder adquisitivo real de los salarios con relación a 1938.”(45)
Es decir, la colaboración del partido comunista en el gobierno de 1944 a 1947 había tenido efectos más favorables para la restauración de la economía capitalista, y más desfavorables para las condiciones materiales de las masas, que el gobierno reaccionario de la chambre bleu horizon de 1919-1921(46). Contraste sin misterio con sólo recordar que mientras en 1919-1921 la clase obrera luchó enérgicamente, recurriendo a la huelga, en defensa de sus condiciones de vida, en 1944-1946 acató disciplinadamente las consignas de no hacer huelgas y elevar la producción que le prodigó el PCF. Evidentemente, la burguesía era injusta con el partido comunista, y es comprensible que en el XI Congreso (junio de 1947) el viejo Cachin se preguntase, aludiendo a Thorez, ”en virtud de qué aberración se ha prescindido de semejante hombre de Estado”(47). Hacía falta, en efecto, todo el desconocimiento de las realidades europeas que caracterizaba a los políticos americanos, y todo el servilismo hacia los políticos americanos que revelaban sus colegas franceses, para que tamaña ”aberración” pudiera producirse.
La revolución frustrada (Italia) La política del Partido Comunista italiano [PCI] durante la Resistencia, la Liberación y los primeros años de la postguerra, no difiere esencialmente, en cuanto a su orientación general, de la del partido francés. Es la versión italiana de la línea dictada a los partidos comunistas por la alta estrategia estaliniana, reflejada en la resolución testamentaria de la IC. Sin embargo, hubo ciertas diferencias
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significativas en la manera de aplicar esa línea, determinadas en parte por la naturaleza de los problemas que objetivamente se planteaban en Italia, y en parte por las características peculiares del partido italiano y de su núcleo dirigente. La incondicionalidad del PCI en su inevitable subordinación a Moscú, no fue nunca tan incondicional como la del PCF en su periodo thoreziano. Había sido el partido de Gramsci y Bordiga, que aunque desde posiciones diferentes coincidieron en luchar por la autonomía y la especificidad del partido frente a la prepotencia del centro moscovita. Y pese a que Togliatti encuadró finalmente al PCI en el orden kominterniano, esa tradición – sobre todo la huella gramsciana – no se perdió del todo. La formación intelectual de Togliatti, su compleja personalidad, se ajustaban mal al módulo estaliniano. Con su especial capacidad para el compromiso y la maniobra política, y aprovechando su alto cargo en la IC, Togliatti logró mantener un difícil equilibrio entre la subordinación a la dirección soviética y las exigencias – según él las interpretaba – de la realidad italiana. En el periodo que estamos considerando la preservación del ”equilibrio” se vio facilitada porque entre la alta estrategia estaliniana y la visión togliattiana de los problemas italianos existía una coincidencia fundamental. Las divergencias comenzaron a manifestarse más tarde, aunque ya en este periodo se registraron ciertos ”desajustes”.
El pacto germanosoviético y la alineación sobre las posiciones de la IC le costó al PCI la ruptura del acuerdo unitario con el Partido Socialista, pero no repercutió en su política y su situación en el país con la misma gravedad que en el caso francés. El PCI se había adaptado a la clandestinidad desde hacía muchos años, y, sobre todo, no se le planteó en aquel momento el problema de la agresión alemana. No hubo ruptura de continuidad en su política interior: su ”Vichy” era el Estado fascista tradicional, y la acción del partido siguió siendo netamente antifascista. Cuando Italia entra en la guerra (junio de 1940), el partido acusa al gobierno mussoliniano de ”vender el pueblo al imperialismo alemán”. En mayo de 1941 otro documento del partido ataca violentamente al imperialismo alemán, y declara que Inglaterra y Francia no amenazan a Italia; exige la ruptura del pacto con Alemania y la partida de Italia de las tropas alemanas(48). Como se ve, la posición frente al ”imperialismo alemán”, por un lado, y respecto a los Aliados, por otro, era algo diferente de la que tomaban los documentos coetáneos del partido francés.
El viraje de Salerno La entrada de la Unión Soviética en la guerra permite reconstruir rápidamente (octubre de 1941) el pacto de unidad con los socialistas, y ampliarlo al grupo antifascista ”Justicia y Libertad” (que poco después toma el nombre de ”Partido de Acción”). Durante 1942 la lucha antifascista se activiza a lo largo de la península, sobre todo en el norte. En la primavera de 1943 los obreros de Turín toman la iniciativa de un potente movimiento huelguístico que se propaga a Milán y Génova, englobando a más de cien mil obreros. La derrota alemana en Stalingrado, el desembarco angloamericano en Sicilia y las huelgas obreras del norte, hacen comprender a los círculos dirigentes de la burguesía italiana que ha llegado la hora de desprenderse de Mussolini y ponerse a la sombra protectora de los aliados. Su objetivo principal, naturalmente, es prevenir una salida revolucionaria a la crisis del régimen, y el gobierno Badoglio muestra desde el primer momento su verdadera faz. En una circular gubernamental se dan las siguientes instrucciones:
”Todo movimiento debe ser aplastado inexorablemente en su origen [...] Las tropas actuarán en formación de combate, abriendo fuego a distancia, incluso con morteros y artillería, sin previo aviso, como si procedieran contra el enemigo. No se disparará al aire en ningún caso, sino al cuerpo, como en el combate, y si se cometiera algún acto de violencia, aunque fuese aislado, contra las fuerzas armadas, los culpables deben ser pasados inmediatamente por las armas.”(49)
Pero la caída del dictador ha roto los diques que aún contenían el movimiento de masas. Salen a la legalidad los partidos antifascistas, los sindicatos oficiales pasan a manos de comisarios designados por los comités unitarios del antifascismo, que se constituyen por doquier. Se multiplican las huelgas exigiendo la liberación de los detenidos políticos. En las fábricas se constituyen, por elección, comisiones obreras (los primeros órganos electos que surgen en Italia después de la caída de Mussolini).
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Entre tanto los alemanes, que ya tenían siete divisiones en Italia, envían diez y ocho más, ocupan de hecho el norte y centro del país, sin que el gobierno Badoglio tome ninguna medida defensiva. El rey y el mariscal, la gran burguesía italiana, acariciaban, al parecer, la ilusión de salir de la guerra y consagrarse a la patriótica tarea de combatir el enemigo interior, utilizando el aparato del Estado fascista; pensaban que alemanes y angloamericanos, movidos por la común preocupación de prevenir el peligro rojo, consentirían en la operación(50). Pero la reacción de los alemanes cierra esta perspectiva. La única salida que le queda al gobierno de su majestad es buscar refugio en el sur, al amparo de las tropas aliadas, dejando a los hitlerianos la tarea de reprimir el movimiento antifascista en el norte y centro del país. El 9 de septiembre, después de anunciar el armisticio concluido secretamente con los aliados, el rey y la familia real, el mariscal y un distinguido cortejo de generales y funcionarios, huyen de Roma, sin haber tomado la más mínima medida de defensa contra los invasores. Y pasará un mes más sin que Badoglio declare la guerra a Alemania. Al fin lo hará el 13 de octubre bajo la presión del alto mando aliado. Italia quedará dividida en dos zonas: la ocupada por los alemanes, que hasta la primavera de 1944 comprenderá el norte y centro de la península, y en el verano de ese año quedará reducida al norte; la zona ocupada por los aliados, que, inversamente, hasta la liberación de Roma en los primeros días de junio, comprende sólamente el sur del país (el frente pasa un poco al norte de Nápoles), y a partir del verano incluye el sur y el centro.
Desde noviembre de 1943 el movimiento de masas y la acción armada comienzan a adquirir gran envergadura en la zona norte. Estallan importantes huelgas en Piamonte, Lombardía, Liguria y Toscana. A iniciativa de la dirección comunista del norte, y con apoyo del Comité de Liberación Nacional de la Alta Italia (que incluye los partidos comunista, socialista, de Acción, liberal y democratacristiano), en marzo de 1944 se declara la huelga general en el territorio ocupado por los alemanes. El Partido Comunista y el Partido Socialista lanzan un llamamiento conjunto. Más de un millón de trabajadores participan en el movimiento – el más importante de este género, durante la segunda guerra mundial, en la Europa ocupada – afrontando todos los riesgos. En Turín la huelga dura ocho días. Simultáneamente a las acciones huelguísticas y otras formas de lucha de masas, el movimiento guerrillero se desarrolla con mucha rapidez. En, el verano de 1944 hay ya unos 100 000 hombres en las unidades combatientes. Longo hace la siguiente descripción de la situación en la Italia septentrional:
”Debido a la gran envergadura del movimiento de masas, en muchas regiones había, de hecho, dualidad de poder; los órganos de las autoridades fascistas, que se desacreditaban cada vez más, y los órganos de poder antifascistas, que existían de manera ilegal, pero gozaban de gran popularidad entre la población. Y además de estas regiones en donde existía la dualidad de poder, durante todo el periodo de la ocupación nazi hubo otras zonas en el norte de Italia completamente liberadas de las autoridades fascistas, alemanas o italianas. Estaban dirigidas por organismos democráticos de poder, elegidos libremente bajo la protección de las fuerzas guerrilleras.”(51)
Comunistas y socialistas, con indudable predominio de los primeros, constituían el núcleo dirigente de este poderoso movimiento, cuya fuerza decisiva era la clase obrera de la Italia industrial, y cuyo espíritu revolucionario ha sido subrayado por numerosos protagonistas e historiadores no comunistas(52). Pero mientras en el norte industrial comenzaba a tomar cuerpo este poder popular, en el sur agrario se fraguaban las estructuras de un nuevo poder político de la burguesía italiana.
En el momento que sigue a la caída de Mussolini los líderes de la izquierda intentan llegar a ciertos arreglos con Badoglio para organizar la lucha contra la ocupación alemana, pero la complicidad tácita del rey y el mariscal con los hitlerianos, así como su política represiva antipopular, hacen imposible todo entendimiento. Después del abandono de Roma el problema de crear un gobierno representativo del antifascismo y dispuesto a conducir con firmeza la lucha contra los nazis, se pone en primer plano. Entre tanto, los ”tres grandes” han reconocido de facto al gobierno Badoglio, y en su ”Declaración sobre Italia”, publicada a finales de octubre de 1943, tras unas cuantas fórmulas generales sobre la futura democratización del régimen político italiano, se hace una recomendación expresa: la inclusión en el gobierno de ”representantes de aquellos sectores del pueblo que se han
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opuesto siempre al fascismo”. El 12 de noviembre Pravda publica un artículo de Togliatti (el cual se encontraba aún en la Unión Soviética; emprende el viaje de regreso a Italia a fines de febrero de 1944 y desembarca en Nápoles el 27 de marzo). ”Las medidas que se indican en esta declaración [de las tres potencias] – escribe el jefe del PCIcorresponden exactamente a las aspiraciones e intereses del pueblo italiano. Constituyen el programa en torno al cual deben unirse todas las fuerzas antifascistas democráticas del país, a fin de lograr su pronta realización.”(53) Huelga decir que la esencia de ese ”programa”, firmado por los representantes de Churchill y Roosevelt, era la instauración de una democracia burguesa en Italia. Y para comenzar su construcción el ”programa” exigía el compromiso entre los partidos antifascistas y el gobierno Badoglio, al que esos partidos consideraban justamente como una supervivencia del fascismo.
La posición de Togliatti, exactamente alineada sobre la transacción a que habían llegado en la Conferencia de Moscú los ministros de Relaciones Exteriores de los ”tres grandes”, divergía netamente de la que en aquel momento tenía el PCI en el país. Un documento interno de la dirección del partido que actuaba en la Italia ocupada, fechado a fines de octubre de 1943, plantea lo siguiente:
”La misión y la función de la clase obrera en el momento actual es ponerse a la vanguardia de la lucha por la liberación nacional, y a través de esta lucha conquistar tal influencia en el pueblo italiano que la permita convertirse en la fuerza dirigente por una efectiva democracia popular. Esta debe ser la política del partido.”
El documento previene contra dos errores. Uno de ellos consistiría en identificar los objetivos de la Resistencia con la revolución proletaria, cayendo en un ”extremismo infantil”.
”Pero sería un error aún más grave, en sentido oportunista, subestimar la importancia del problema de la dirección política en el complejo de fuerzas dentro del cual actúa la clase obrera, y por una mal entendida unidad acceder a las exigencias de las fuerzas reaccionarias, cuyos representantes son Badoglio y la monarquía, a las cuales puede reconocérseles una función auxiliar pero no directiva en la lucha contra el fascismo y por la liberación nacional.”(54).
Es sintomático que este documento interno fuera publicado en la prensa ilegal del partido, bajo forma de artículo, en el mes de diciembre, después de que la radio de Moscú había dado a conocer la posición de Togliatti. La política del Partido Socialista en ese periodo no se situaba a la derecha del PCI, sino más bien al contrario. E incluso el Partido de Acción planteaba que los objetivos de la Resistencia no podían limitarse a la instauración de una democracia burguesa(55).
En el sur, el Partido Comunista, junto con el socialista y el de Acción, impulsan enérgicamente la campaña contra el rey y el mariscal. A finales de enero de 1944, se reune en Bari un congreso conjunto de todos los partidos antifascistas, con asistencia de delegados del Comité de Liberación Nacional. (El CLN había sido constituido en Roma el 9 de septiembre de 1943, después de la huida del rey y del gobierno, y siguió teniendo allí su sede clandestina hasta la liberación de la capital en junio de 1944, pero su actividad práctica era muy limitada(56).) El Partido de Acción propone al congreso una serie de medidas que son apoyadas por comunistas y socialistas, así como por los delegados del CNL: exigir la abdicación inmediata del rey; constituirse en Asamblea representativa del país, hasta la elección de una Asamblea constituyente; designar una junta ejecutiva encargada de las relaciones con las Naciones Unidas. Los liberales, encabezados por Benedetto Croce, maniobran con habilidad. El filósofo reconoce que el rey es el ”superviviente representativo del fascismo”, pero argumenta que las propuestas del Partido de Acción sólo podrían realizarse mediante un atto di forza, el cual es imposible dada la presencia de los aliados. La única salida – dice – es presionar al rey para inducirle a abdicar. El congreso vacila. Nombra una junta ejecutiva, pero no se constituye en asamblea representativa, ni toma medidas para movilizar al pueblo. Sin embargo, los partidos de izquierda no renuncian a sus posiciones. En respuesta al discurso que Churchill pronuncia el 22 de febrero, donde ironiza sobre las resoluciones antimonárquicas y antibadoglianas del Congreso de Bari, los obreros de Nápoles anuncian la huelga, que ante la oposición de las autoridades militares aliadas es reemplazada por un gran comicio popular donde sólo intervienen los partidos de izquierda. Este acto tiene lugar el 12 de marzo. El 14, cuando la agitación contra el gobierno está en
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su apogeo, Badoglio anuncia el reconocimiento de su gobierno por la Unión Soviética y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países. (Los aliados aún no habían dado ese paso.)
Tal es, a grandes rasgos, la situación que Togliatti se encuentra cuando desembarca en Nápoles el 27 de marzo, dispuesto a aplicar el programa italiano de los ”tres grandes”. No es sorprendente que su juicio sobre la política de los partidos antifascistas de izquierda, y en especial sobre la de su partido, fuera bastante severo. Años después les contará a sus biógrafos que el PCI se había metido en una ”vía peligrosa, sin perspectivas”, llegando al extremo de ”organizar mítines contra Churchill y estudiar con otros partidos antifascistas la posibilidad de hacer una consulta popular, no a iniciativa del gobierno sino de los partidos”(57). En un abrir y cerrar de ojos Togliatti sacará al PCI del atolladero en que se había deslizado y lo encarrilará por la vía pletórica de perspectivas de la unión nacional. El 29 de marzo se reunen los dirigentes del partido en la zona sur, y Togliatti ”coje el toro por los cuernos”: propone ”aplazar el problema de las instituciones hasta que pueda convocarse una Asamblea constituyente, poner en primer plano la unión de todas las corrientes políticas en la guerra contra Alemania e ir a la creación inmediata de un gobierno de unión nacional”. Al comienzo – se dice en la misma biografía – ”la mayor parte de los presentes quedaron estupefactos”, pero Togliatti ”expuso sus proposiciones de manera tan clara y convincente que nadie pudo hacer objeciones”(58). (Según otras informaciones algunos de los dirigentes veteranos del partido no se dejaron convencer tan fácilmente, pero Togliatti, aparte de su talento de polemista, tenía tras él todo el prestigio de la Internacional Comunista y de la Unión Soviética. Acababa de llegar de Moscú. ¿Quién mejor que Stalin podía saber lo que convenía al pueblo italiano? Si la Unión Soviética había reconocido al gobierno Badoglio era indudable que el interés de la causa lo exigía...(59).)
El viraje del Partido Comunista – la svolta de Salerno, como pasará a la historia del PCI – permitió vencer finalmente la resistencia de socialistas y ”accionistas”. El ”sacrificio” de Víctor Manuel III que, cediendo a las presiones de Benedetto Croce y de Roosevelt, anunció su decisión de retirarse y nombrar lugarteniente del reino al príncipe Umberto, una vez que Roma hubiera sido liberada, allanó el camino al compromiso, no obstante lo cual el parto del gobierno de unión nacional fue bastante laborioso. A última hora los liberales y el Partido de Acción estuvieron a punto de echarlo todo a rodar, pero Togliatti ”dirigió el contrataque con el apoyo de Badoglio, del socialista Lízzardi, y de los democratas cristianos Rodinó y Jervolino; y para dar una salida a la situación tuvo que aceptar entrar él mismo en el gobierno”. Jervolino comentaba después que de no ser por la cuestión religiosa podría hacerse comunista, y se congratulaba del espíritu de sacrificio demostrado por el líder comunista aceptando el cargo ministerial: ”Si no hubieras aceptado – le manifestó a Togliatti – habrían dicho que lo considerabas un gobierno de imbéciles y por eso no querías participar en él.”(60) No sabemos si el político democristiano aludía al poco lucido papel que los líderes antifacistas estaban representando: hasta la víspera habían denunciado al rey y a Badoglio como supervivencias del fascismo; habían denunciado su tácito sabotaje de la guerra contra Alemania; y ahora aceptaban ser ministros del rey, bajo la jefatura del mariscal, en nombre del ”esfuerzo de guerra” contra el invasor y a fin de liquidar las supervivencias del fascismo. No era mucho pedir que el máximo paladín de la operación, en el que el proletariado veía su representante, y el representante de la Unión Soviética, avalara con su presencia la sinceridad de los ideales antifascistas y democráticos del flamante gobierno de unión nacional, presidido por Badoglio, que entraría en funciones una vez prestado juramento colectivo al monarca.
En los documentos del PCI, o en las versiones históricas influidas por el punto de vista del partido, se ha presentado la constitución del gobierno de unión nacional presidido por Badoglio como una operación esencialmente italiana, cuyo artífice principal fue Togliatti. En realidad, fue una operación de los ”tres grandes”, y según fuentes soviéticas el mérito de la iniciativa corresponde al gobierno de la URSS. La Gran Enciclopedia soviética lo dice con meridiana claridad: ”Por iniciativa de la URSS, que el 11 de marzo había establecido relaciones directas con el gobierno italiano, el gabinete Badoglio fue reorganizado el 22 de abril de 1944, incluyendo en él
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representantes de los seis partidos de la coalición antifascista.”(61) La ”iniciativa” se comprende fácilmente desde el punto de vista de los intereses soviéticos. Pese a que en la Comisión consultiva para Italia (creada en la Conferencia de Moscú de los tres ministros de Relaciones exteriores), con sede en Argel, había un representante de la URSS, en la práctica quien hacía y deshacía en territorio italiano era la Comisión militar aliada, donde no había representantes soviéticos. El reconocimiento diplomático de Badoglio le daba a Moscú la posibilidad de intervenir directamente sobre el terreno. Y la ”reorganización” del gobierno Badoglio, con entrada de los comunistas, la posibilidad de acrecentar esa intervención. El problema para Stalin no era que el PCI se diera una estrategia susceptible de facilitar una salida revolucionaria a la crisis del capitalismo italiano. Semejante cuestión quedaba descartada a priori en la óptica de Stalin desde el momento que Italia era ”liberada” por los ejércitos aliados. La cuestión era situar desde el primer momento en el tablero de la política italiana las piezas susceptibles de contrarrestar la influencia de los fraternales aliados. (En 1947, durante la reunión fundacional del Kominform los comunistas italianos serían duramente criticados por Zdanov, no porque no hubieran tenido una política orientada a dar una salida revolucionaria al gran movimiento proletario y popular que se había puesto en marcha desde la caída de Mussolini, sino porque no supieron impedir la inclusión de Italia en el bloque americano.) Como es lógico, la ”iniciativa” de Stalin de reorganizar el gobierno Badoglio no podía llevarse a cabo más que mediante un arreglo con los angloamericanos. Teniendo en cuenta que exactamente en ese mismo periodo, y a fin de dar satisfacción a Churchill y Roosevelt, Stalin ejercía toda la presión posible sobre Tito para que llegase a un modus vivendi con el rey Pedro, no es sorprendente que Churchill y Roosevelt hicieran pre-Sión sobre el rey Víctor Manuel para que llegara a un modus vivendi con Togliatti(62). Tout se tient, como dicen los franceses....
De la unión nacional al monopolio democristiano La unión nacional se puso en marcha. El partido comunista, aureolado con el doble prestigio de ”partido de la revolución” y de ”partido de gobierno”, comenzó a crecer rápidamente. Y con ritmo no menos veloz, tal vez más, comenzaron a constituirse las nuevas fuerzas políticas de las viejas clases dirigentes, explotando a fondo la magnífica cobertura que les proporcionaban las fuerzas de izquierda, la posibilidad única que se les deparaba de amalgamar la ideología tradicional, el opio religioso, con las reverdecidas aspiraciones de libertad y democracia, y hasta con el socialismo – el socialismo cristiano, naturalmente –; comenzaron a engrosar rápidamente esas nuevas fuerzas políticas de las viejas clases dirigentes, asimilándose los residuos del fascismo, incorporándose la antigua y experimentada burocracia civil y la aún más antigua y más experimentada burocracia clerical, los instrumentos armados del viejo Estado. Desarrollo paralelo ejemplarmente equitativo, porque al fin y al cabo el sol de la unión nacional, del secondo risorgimento, debía brillar por igual para todos los italianos, independientemente de sus creencias religiosas y tendencias políticas (únicamente la fascista, en justo castigo de sus pecados, quedaba excluida de la comunidad política nacional, aunque le quedaba el recurso de mudarse de piel para reingresar en ella).
Después de la liberación de Roma, el gobierno de unión nacional acredita sus títulos antifascistas y democráticos mediante la sustitución de Badoglio por Bonomi, socialdemócrata reformista en su juventud, excluido del partido socialista en 1911 por su excesivo socialchovinismo, jefe, en 1921, de uno de los gobiernos que abrieron paso al fascismo. En la biografía de Togliatti, revisada por él mismo, se dice de Bonomi:
”Pese al mucho tiempo transcurrido desde entonces quedaban huellas en él de aquel periodo de su existencia en que había militado en el movimiento obrero, y había conocido sus problemas e impulsos. Y esto le llevaba, probablemente, a ver en la política de los comunistas una forma de su viejo posibilismo reformista. De ahí su simpatía por Togliatti y las excelentes relaciones que mantuvo con él, pero de ahí también el origen de frecuentes y graves desacuerdos. Lo que echaba todo a perder en él era su exagerada preocupación por la suerte del viejo aparato del Estado y por las formas exteriores del orden gubernamental.”(63)
Efectivamente, Bonomi veló celosamente por la suerte del viejo aparato del Estado, cuyas piezas esenciales iban siendo metódicamente integradas en el ”nuevo” aparato. En cambio, la suerte de las
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masas trabajadoras no le quitaba el sueño. El deber de éstas era soportar estoicamente, con espíritu de unión nacional, el ”esfuerzo de guerra”, Il rinnovamento sociale, que todos los partidos – ¡no faltaba más! – tenían en su programa, sería realizado una vez vencido el enemigo exterior, cuando dejaran de actuar las armas y entraran en acción las urnas. Como había dicho sin ambigüedad Togliatti en su primer discurso público después de pisar el suelo patrio: ”Hoy no se plantea ante los obreros italianos el problema de hacer lo que se hizo en Rusia.” La cuestión, hoy, es vencer a la Alemania hitleriana, y para realizar esa tarea – la ”más revolucionaria” de todas en este momento, precisa Togliatti – ”nosotros debemos garantizar el orden y la disciplina en la retaguardia de los ejércitos aliados”. Los problemas sociales de fondo se abordarán cuando se reúna la Asamblea constituyente. Para entonces el partido tiene su programa, que incluye una ”profunda reforma agraria” y otras reformas economicosociales y políticas, cuya realización impedirá que en la ”nueva democracia” ”un pequeño grupo de hombres ávidos, egoistas y corrompidos, puedan, una vez más, concentrar en sus manos todas las riquezas del país y servirse de ellas para suprimir la libertad e imponer una política contraria a los intereses nacionales”. A los que acusan al partido de ”renunciar a la revolución”, Togliatti les responde: ”¡Dejadnos en paz! ¡No os preocupéis; ese es nuestro asunto y entendemos de él un poco más que vosotros!”(64) Y en verdad era un tanto pretencioso querer dar lecciones en este ”asunto” al que había sido uno de los más eminentes dirigentes del ”partido mundial de la revolución”.
El partido, justo es subrayarlo, exigía que se tomaran medidas inmediatas para mejorar la situación de las masas, para yugular la desenfrenada especulación que enriquecía a una minoría a costa del hambre de los que luchaban y trabajaban. Pero los principales especuladores estaban bien protegidos.
”La fuerza del gran capitalismo – señalaba Togliatti – las grandes organizaciones de los industriales, de los agrarios y de los banqueros, están en su puesto, no han sufrido daño alguno del fascismo, tratan de conducir la vida política y económica del país en una dirección que no tiende a satisfacer los intereses de los trabajadores en un espíritu de solidaridad nacional [sic], sino a satisfacer los intereses de esta casta de poseyentes en perjuicio del pueblo y de la nación.”(65)
Mejorar la situación de las masas, en la situación de ruina y caos económico en que se encontraba el país, no era posible más que atacando a fondo los intereses de esas clases carentes de ”espíritu de solidaridad nacional”. Pero esto era, justamente, lo que la política de unión nacional prohibía hacer. Los sindicatos se desarrollaban impetuosamente, surgía un potente movimiento campesino en el Mezzogiorno, el partido comunista, el socialista, y en general toda la izquierda antifascista se fortalecían día a día. Pero la política de unión nacional exigía que su acción no rebasara ciertos límites, más allá de los cuales se ponía en peligro la ”solidaridad gubernamental” y la... solidaridad de clases. A finales de 1944 la desilusión de las masas respecto al gobierno Bonomi era palmaria.
En la Storia della Resistenza italiana de Battaglia y Garritano, que no pone en duda en ningún momento la justeza de la política de unión nacional del partido pero registra los hechos, señala que ”uno de los argumentos de la propaganda neofascista dirigida a los guerrilleros y a las masas populares, para hacerles desistir de la oposición y la resistencia, era la desilusión que al sur de la Línea Gótica comenzaba a cundir hacia el gobierno democrático”. (Se llamaba ”línea gótica” al frente de los Apeninos, situado un poco al norte de Florencia, que permaneció estable desde septiembre de 1944 hasta abril de 1945; la propaganda neofascista a que se alude es la del régimen fantoche de Mussolini – la ”república de Saló” – instaurada en la zona ocupada por los alemanes.)
”La desilusión – explican los mismos autores – era debida principalmente al hecho de que el gobierno no había correspondido a las esperanzas de renovación del pueblo italiano. El gobierno Bonomi debía ser el gobierno del CLN, de los partidos antifascistas, en lugar del gobierno Badoglio que era el gobierno de los generales enfeudados al rey. Pero los generales, aunque se encontraban bajo el efecto de la derrota, estaban dispuestos a contribuir al esfuerzo militar contra los alemanes: en Roma su influencia fue sustituida por la de la alta burocracia estatal y la de los residuos de la clase dirigente fascista, que comenzaron a minar la unidad del CLN y del mismo gobierno, paralizando la acción democrática.”(66)
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En realidad no era sólo la influencia de la alta burocracia estatal y de los ”residuos” de la clase dirigente fascista lo que paralizaba la ”acción democrática” del gobierno. Lo fundamental era que las clases dirigentes, reagrupadas tras la democracia cristiana, sostenidas por todo el aparato de la Iglesia y por los aliados, consideraban posible – y al mismo tiempo necesario, previendo la entrada en el juego político, a la hora de la liberación del norte, de las poderosas fuerzas populares organizadas en la Resistencia – reforzar su control político en toda la Italia meridional y central, constreñir aún más las masas populares a la pasividad. En noviembre, la dirección del partido demócrata cristiano lanza un virulento ataque contra el partido comunista, acusándolo de fomentar la ”violencia”, la ”arbitrariedad” y la ”anarquía”(67). Bonomi presenta la dimisión. Y tras una laboriosa crisis se forma el segundo gobierno Bonomi. El Partido Socialista y el Partido de Acción se niegan a participar en el nuevo gobierno que, evidentemente, va a continuar – empeorada – la política del anterior. Pero el PCI acepta entrar con liberales y demócratas cristianos. Togliatti es nombrado vicepresidente del gobierno, puesto, como consta en su biografía, ”sobre todo honorífico y representativo”, pero considera que esta solución de la crisis es una victoria de la política de unidad nacional. Para convencerse – dice – basta con tener en cuenta un solo hecho: la crisis tenía por objeto formar un gobierno sin los partidos del CLN, y en el nuevo gobierno sólo hay miembros de estos partidos.
”En la primera batalla que han intentado librar [las fuerzas antidemocráticas] han sido plenamente derrotadas, y nosotros hemos desempeñado en esta batalla un papel de primer orden [...] De haberse dejado excluir del gobierno, los partidos del CLN, y en particular los más avanzados, hubieran comprometido las contadas conquistas realizadas por ellos; hubieran abandonado de nuevo el aparato del Estado a las fuerzas conservadoras y reaccionarias. Procediendo así – sigue diciendo Togliatti – nos hemos atenido a la línea de guerra, de unión nacional y de acción democrática constructiva, a la cual está ligada la suerte de la clase obrera y la suerte misma de nuestro partido.”(68)
Como reza el dicho popular, no se consuela el que no quiere...
Las fuerzas antidemocráticas, explica en ese mismo texto Togliatti, son ”fuerzas oscuras que no osan mostrarse a la luz del día”. Y en efecto, no se mostraban más que a través de los aliados, de la Iglesia, de los liberales, de la democracia cristiana, del aparato del Estado (burocracia civil, fuerzas armadas, policía). Su táctica, en ese periodo, no era excluir a los partidos obreros del gobierno; eran suficientemente inteligentes para comprender que la presencia ”honorífica y representativa” de un Togliatti en el equipo gobernante les proporcionaba una excelente cobertura frente al pueblo, tras la cual podían seguir reforzando sus posiciones en todas las estructuras del Estado y de la sociedad. No les interesaba en absoluto que los partidos antifascistas ”abandonasen” el aparato del Estado, por cuya integridad velaba tan celosamente un Bonomi (y los ministros de Bonomi – los de izquierda, se entiende, puesto que los democristianos y liberales, compartían el mismo sagrado respeto por el inamovible aparato estatal, independientemente de que lo ”rejuvenecieran” con nuevos elementos que no alteraran su esencia – o se plegaban a esa cuidadosa conservación de la máquina estatal, o ponían en peligro la unidad gubernamental, pieza clave de la sacrosanta unidad nacional). Lo que les interesaba precisamente a las fuerzas conservadoras y reaccionarias era que el ”nuevo” Estado, que seguía siendo su Estado, no fuera ”abandonado” por los partidos obreros y populares hasta tanto se hubiese fortalecido suficientemente, hasta tanto el país no hubiera superado la peligrosa crisis política, económica y social en que se debatía. Ahora bien – y éste era el fondo real de la crisis del primer gobierno Bonomi – los partidos obreros, la izquierda antifascista, debían respetar escrupulosamente el contrato de solidaridad nacional concluido en Salerno. Cosa nada fácil porque la presión del descontento de las masas, las iniciativas espontáneas de éstas, tendían constantemente a romper el contrato. Hacía falta toda la capacidad de maniobra política de Togliatti, toda su dialéctica justificativa frente a los comunistas y las masas italianas, todo su savoir faire en las esferas de la alta política, y, muy especialmente, todo el prestigio revolucionario del Partido Comunista, toda su virginidad antirreformista, para poder mantener el equilibrio entre las exigencias de la solidaridad gubernamental (que incluía la sumisión a los aliados, muy en primer término) y la solidaridad con las masas trabajadoras. El virulento ataque lanzado por la dirección de la democracia cristiana contra el PCI era evidentemente una ”enorme calumnia”, como dice la
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biografía de Togliatti. Acusar de fomentar la ”violencia”, la ”arbitrariedad” y la ”anarquía”, al partido que venía predicando constantemente la necesidad de mantener el ”orden y la disciplina”, que fomentaba en el pueblo italiano la creencia en los fines liberadores, democráticos y pacifistas de los Aliados, que cultivaba en las masas proletarias la conciencia de su misión nacional, precisando bien que no había que entenderla como los proletarios rusos en 1917; lanzar semejante acusación contra este partido, no sólo era una ”enorme calumnia” sino que aparenten-lente no tenía sentido. Pero la política es la política. La dirección de la democracia cristiana no quería ofender a su aliado; simplemente, quería obligarle a apretar un poco más el freno puesto a las masas populares. Los comités de liberación, por ejemplo, mostraban una enojosa propensión – a escala local, provincial, se entiende – a acentuar su poder, a tomar iniciativas independientes del gobierno, en una palabra, a crear una situación de doble poder. Y ése era el camino ruso, no el que se había convenido recorrer en Italia. Tendencias tanto más peligrosas cuanto que se acercaba la hora del norte, baluarte de los comités de liberación y de los partidos obreros, que disponían del ejército guerrillero. Poco antes de la crisis ministerial la dirección del Partido Comunista había precisado su posición en relación con los comités de liberación:
”Los comités de liberación nacional, en lugar de ser mantenidos al margen, como tienden a hacer ciertas autoridades, deben ver sus funciones reconocidas y ampliadas, evitando ciertamente un desdoblamiento de poderes, pero asegurando la participación activa de todas las fuerzas democráticas y antifascistas al esfuerzo organizado que el país debe realizar.”(69)
El ataque de la democracia cristiana al PCI y la crisis ministerial tenían por objeto asegurar un curso político en el que las tendencias al ”desdoblamiento de poderes” se cortaran más radicalmente, y la ”participación activa” de las fuerzas democráticas y antifascistas se sujetara más estrictamente al marco determinado por el gobierno. En contradicción con el canto de victoria que entona inmediatamente de resolverse la crisis ministerial, Togliatti reconoce poco después que los ”acontecimientos de la última crisis gubernamental significan, en varios aspectos, el refrenamiento del movimiento hacia la nueva democracia, determinado por la necesidad de llevar a cabo la guerra y asegurar la unidad nacional”(70).
Las concesiones políticas hechas por el partido para poder continuar en el gobierno no se limitan al sur de la Línea Gótica; de mayor alcance, sin duda, son las que hace al norte de la misma. Como ya hemos dicho repetidamente, lo que más inquietaba a las clases dirigentes italianas y a los aliados era la eventualidad de una explosión revolucionaria en el norte al consumarse la derrota alemana. La primera medida destinada a destruir el movimiento guerrillero fue la paralización del avance aliado, en el otoño de 1944, dejando libres a las tropas hitlerianas y mussolinianas de consagrarse durante todo el invierno a la lucha contra la Resistencia. El general Alexander, comandante en jefe de las fuerzas aliadas, ordenó a los guerrilleros cesar toda operación hasta la primavera, enterrar las armas y dedicarse a escuchar las emisiones de radio del cuartel general aliado. (Estas órdenes fueron dadas por radio, de modo que el mando alemán quedase perfectamente al corriente.)(71) El CLNAI y el Estado Mayor del ejército guerrillero no acataron las órdenes de Alexander, y decidieron proseguir la lucha. Pero el CLNAI actuaba también en la línea de unión nacional (la dirección del Partido Comunista para el norte de Italia se había plegado a la svolta de Salerno, y aunque los socialistas y el Partido de Acción trataron de oponerse en el CLNAI, prevaleció la posición de la mayoría comunista, liberal y demócrata cristiana(72)). Para llegar a un arreglo con el mando aliado y con el gobierno de Bonomi, el CLNAI desplazó a la capital una delegación que, el 7 de diciembre, firma el llamado ”protocolo de Roma”. Los guerrilleros se comprometían a acatar las instrucciones de los angloamericanos en el curso de la guerra, a nombrar como jefe militar del ejército guerrillero un ”oficial secreto” de los aliados y a seguir sus directivas hasta la liberación del territorio.
”Parece que con este acuerdo – dice la Storia della Resistenza italiana, varias veces citada – el movimiento de liberación fue constreñido a hacer duras concesiones: en realidad, los Aliados obtenían simplemente la confirmación de que el movimiento guerrillero ”no haría la revolución”, que es lo que evidentemente les preocupaba.”
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”En realidad el éxito – dicen estos historiadores comunistas – no era de la parte aliada, sino de la parte italiana: el CLNAI era reconocido oficialmente como gobierno, no sólo de facto sino de jure en la Italia del norte”, y ”a consecuencia del reconocimiento aliado el gobierno Bonomi reconocía, a su vez, al CLNAI como su ”delegado” en el territorio ocupado: se establecía así el puente entre las dos Italias que las fuerzas hostiles a la Resistencia, ya reorganizadas en la Italia liberada, intentaban impedir hasta entonces.”(73)
Como se ve, las fuerzas democráticas y obreras, provistas del maravilloso talismán de la unión nacional, marchaban de éxito en éxito. Después de haber ”derrotado plenamente” a las fuerzas antidemocráticas que trataban de excluirlas del gobierno, ahora lograban – mediante la ”simple confirmación” de que no se proponían ”hacer la revolución” – ser reconocidas como ”gobierno legal” del norte. Los aliados y el gobierno Bonomi les concedían generosamente el derecho de ejercer ese ”gobierno legal” batiéndose con hitlerianos y mussolinianos (a los que a su vez los aliados daban todas las facilidades para aplastar al ”gobierno legal” y sus valerosas unidades guerrilleras).
Todos los interesados se esforzaron por cumplir fielmente el compromiso expreso o tácito que habían contraído. Las tropas alemanes, auxiliadas por los neofascistas, desencadenaron ofensiva tras ofensiva contra el ejército guerrillero, mientras los aliados observaban rigurosamente el descanso que se habían concedido hasta la primavera. El gobierno Bonomi y los partidos antifascistas al sur de la Línea Gótica no hicieron nada para movilizar al pueblo contra esta complicidad criminal de los aliados. El ejército guerrillero y la combativa clase obrera del norte arrostraron solos las ofensivas fascistas y el duro, interminable invierno de 1944-1945. Y en esta prueba demostraron que no eran sólo el ”gobierno legal” sino el poder real en la Italia industrial(74). A mediados de abril de 1945, cuando Alemania está ya prácticamente derrotada, los aliados inician la ofensiva en la Línea Gótica. El ejército guerrillero y la clase obrera se adelantan con la insurrección general. Combinando las acciones armadas con las huelgas insurreccionales, liberan todas las grandes ciudades y la mayor parte del territorio antes de que lleguen las tropas aliadas. Pero dejemos la palabra a Longo, que fue uno de los principales dirigentes de la Resistencia y de la insurrección en el norte de Italia:
”Más de 300 000 guerrilleros iniciaron a principios de abril de 1945 los combates activos en el norte de Italia y una tras otra liberaron Bolonia, Módena, Parma, Piacenza, Génova, Turín, Milán, Verona, Padua y toda la región de Venecia, antes de llegar las tropas aliadas. Los guerrilleros salvaron las empresas industriales y las comunicaciones que los alemanes se preparaban a destruir, hicieron decenas de miles de prisioneros y se apoderaron de considerable armamento. Los guerrilleros establecieron en todos los lugares el poder de los Comités de Liberación Nacional y ejecutaron a los principales cabecillas del fascismo italiano [...] Durante diez días, hasta la llegada de las tropas y las autoridades aliadas, los comités de liberación nacional dirigieron en el norte de Italia toda la vida política, social y económica. El servicio de policía corrió a cargo de las unidades guerrilleras no ocupadas en las operaciones militares de persecución y desarme de las unidades alemanas.”(75)
Así, pues, durante diez días la clase obrera y las masas populares del norte de Italia tuvieron en sus manos el poder, las principales empresas industriales del país, contaban con 300 000 combatientes organizados (que podían multiplicarse rápidamente) y disponían de considerable armamento tomado a los alemanes. En la frontera del este tenían el ejército revolucionario de Yugoslavia, dueño del poder. En la frontera austriaca, el ejército soviético. Pero había el ”protocolo de Roma”, la política de unión nacional, y... Yalta. Longo termina lacónicamente esta parte de su informe ante la reunión constituyente del Kominform:
”Cuando las autoridades aliadas llegaron al norte con sus tropas, comenzaron a separar de los puestos importantes a los hombres de la Resistencia nombrados por los comités de liberación nacional, sustituyéndolos por funcionarios del viejo aparato administrativo. Por lo que se refiere al gobierno de Roma, en cuanto los aliados le transmitieron la dirección de todo el país, se apresuró a sustituir a todas las personas colocadas por los comités de liberación en cargos de responsabilidades con supuestos ”especialistas”, es decir, con funcionarios del viejo aparato administrativo.”(76)
Un historiador soviético resume de manera más completa lo ocurrido:
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”La administración militar angloamericana declaró el estado de guerra en el norte de Italia. Abolió todas las disposiciones democráticas de los comités de liberación nacional y destituyó del aparato dirigente a los que contaban con la confianza del pueblo, sustituyéndolos por funcionarios reaccionarios. Devolvió a los monopolistas y terratenientes la propiedad que se les había confiscado. Los ocupantes desarmaron a los destacamentos guerrilleros y disolvieron el comité de liberación nacional del norte de Italia.”(77)
El historiador soviético se olvida únicamente de que en el Consejo consultivo para Italia había un representante soviético, y que se sepa hasta hoy el gobierno de la URSS no protestó, ni en ese organismo, ni en ninguna otra instancia, contra el comportamiento de los ”ocupantes” en el norte de Italia. Se olvida también de que el PCI fue el primero en facilitar el desarme de los guerrilleros, como recordó Togliatti en el V Congreso del partido (diciembre de 1945):
”A todos nos une el acuerdo de no recurrir a la violencia en la lucha entre los partidos. Este acuerdo exige el desarme de todos, y nosotros fuimos los primeros en hacerlo tomando medidas para su realización por las unidades guerrilleras.”(78)
La insurrección de la Italia septentrional suscitó una ola de entusiasmo y esperanza en el pueblo. Como se decía entonces, contra el ”viento del sur” – la política reaccionaria, enmascarada de antifascismo, de las clases dirigentes tradicionales – se levantó el ”viento del norte”, la aspiración de millones de obreros, campesinos e intelectuales, a profundas transformaciones sociales y políticas. En el curso de 1945 todos los partidos antifascistas de izquierda se convirtieron en partidos de masas. El comunista pasó de 400 000 miembros en abril a 1 700 000 en diciembre. El socialista contaba en esta última fecha con unos 800 000. Y el Partido de Acción, que expresaba las tendencias de la pequeña burguesía radicalizada, y en particular de importantes núcleos de la intelectualidad, tenía alrededor de 250 000 miembros. Incluso en la democracia cristiana – que como decía Togliatti eran dos partidos en uno, albergaba ”dos almas opuestas” – las corrientes de izquierda, particularmente entre la juventud del partido, se incrementaron considerablemente. La Confederación General del Trabajo, que unificaba sindicalmente a todas las tendencias políticas de la clase obrera, llegó a reunir rápidamente más de cinco millones de afiliados. En el Mezzogiorno se desarrollaba un potente movimiento de braceros y campesinos. Los comités de gestión formados en todas las grandes fábricas del norte a favor de la insurrección seguían en pie, aunque no eran legalmente reconocidos; y, sobre todo, los obreros tenían conciencia de su fuerza, estaban dispuestos a la lucha(79). Pese a las medidas gubernamentales y de los aliados, encaminadas a depurar los comités de liberación y preparar su liquidación, estos órganos unitarios del antifascismo, en los que a escala local y provincial predominaban generalmente las tendencias de izquierda, defendían tenazmente su existencia. De la misma manera que, pese a todas las medidas de desarme, muchas armas habían sido escondidas y la posibilidad de crear en gran escala, sobre la base de los combatientes de la Resistencia, organizaciones paramilitares de autodefensa, no ofrecía duda alguna: dependía exclusivamente de que las fuerzas antifascistas de izquierda se lo propusiesen. Al mismo tiempo, la ruinosa situación económica del país exigía objetivamente – si la restauración económica había de efectuarse en interés de los trabajadores – la realización urgente de radicales reformas de estructura, el ataque a fondo contra la propiedad de los grandes industriales, banqueros y agrarios. Seguía presente, además, el factor nacional. El comportamiento colonialista de los nuevos ocupantes hería los sentimientos nacionales exaltados por la guerra contra el ocupante alemán. Se daban, por tanto, una serie de premisas políticas, económicas, sociales, así como de tipo organizacional, muy favorables para que la izquierda antifascista y obrera, rompiendo con la línea de compromisos y componendas frente a la derecha ”antifascista”, instrumento político de las clases dirigentes tradicionales, pudiera pasar a una estrategia ofensiva, movilizando a millones de trabajadores manuales e intelectuales por una democracia avanzada, de contenido socialista. El ”viento del norte” significaba la posibilidad latente de organizar una enérgica lucha de masas por la defensa y vigorización de las múltiples formas incipientes de un nuevo poder democrático que habían ido surgiendo durante la guerra de liberación, y a favor de la insurrección de abril. La consigna lanzada por el Partido de Acción – llevar a término la ”revolución del CLN” – reflejaba la disposición de un amplio sector de la pequeña burguesía, y sobre todo de las capas intelectuales y profesionales, de ir junto con la clase obrera hacia una transformación democrática socialista.
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En junio de 1945, bajo la presión del ”viento del norte”, se forma un nuevo gobierno de la coalición antifascista presidido por F. Parri – la personalidad más destacada del Partido de Acción, presidente del CLN de la Alta Italia –, pero incluso las posiciones vagamente socializantes de los accionistas eran consideradas por la dirección togliattiana como excesivamente izquierdistas. El PCI – sin cuya iniciativa y concurso era imposible el reagrupamiento de la izquierda y el paso a una estrategia ofensiva – seguía aferrado a la política de unión nacional iniciada con la svolta de Salerno. Los que en sus filas preconizaban un nuevo viraje, esta vez a la izquierda, eran tachados de ”aventureros” o ”izquierdistas”: según el diagnóstico oficial habían contraído la ”enfermedad infantil” y no comprendían la ”relación de fuerzas”. En ningún documento coetáneo – ni ulterior – del PCI puede encontrarse un verdadero análisis de esa ”relación de fuerzas”; el supuesto de que no permitía una salida socialista a la crisis del capitalismo italiano era manejado por la dirección del PCI (igual que por la dirección del PCF, en relación con la crisis del capitalismo francés) como un principio metafísico, o un axioma matemático, a partir del cual toda la política del partido quedaba justificada, asentada en una consideración rigurosa de la ”situación objetiva”. Más adelante volveremos sobre esta famosa cuestión de la ”relación de fuerzas” existente en el escenario italiano, así como en el francés, durante el bienio 1944-1945. De momento nos interesa únicamente registrar que para la dirección togliattiana dicha ”relación” dictaba el sometimiento a dos imperativos, cuya inobservación podía acarrear las mayores desgracias a la clase obrera y al partido: mantener la coalición con el ala burguesa del antifascismo y evitar todo conflicto con los Aliados. (Cada uno de estos imperativos implicaba forzosamente el otro: no era posible conservar la coalición con la derecha del antifascismo si se entraba en conflicto con los Aliados, y recíprocamente.)
Desde el momento que se sujetaba a esas coordenadas, el partido dejaba la iniciativa en manos de la derecha, se condenaba a no ejercer más que una función de presión. Reclamaba, exigía, proponía, pero no hacía nada por desplegar en la acción el potencial revolucionario del formidable movimiento obrero y popular que hervía en el país. Italia vive una ”revolución democrática”, escribe Togliatti en el verano de 1945, después de la formación del gobierno Parri, y la clase obrera ”exige” un papel dirigente:
”La clase obrera y la masa trabajadora demandan poner su impronta en la mutación democrática que está produciéndose, y, dada la bancarrota de las viejas castas dirigentes reaccionarias, exigen asumir un papel dirigente de primer orden en la solución de todas las cuestiones planteadas por la revolución democrática, y, en general, en la dirección del país. Lo que tiene como consecuencia inevitable que los problemas de la emancipación económica y social de los trabajadores, y todas las cuestiones conexas, tiendan a recibir un comienzo de solución, conforme a las aspiraciones del pueblo, en el curso mismo de la revolución democrática.”(80)
¿En virtud de qué mágico mecanismo el hecho de que la clase obrera ”demande” que la revolución democrática adquiera su impronta, ”exija” desempeñar un papel dirigente, ha de tener como ”consecuencia inevitable” el inicio de la solución socialista (”la emancipación económica y social de los trabajadores”)? Ni en éste, ni en ningún otro trabajo, Togliatti desentraña el misterio. Pero en diciembre de ese mismo año explica lo que sucedía en la práctica, qué suerte corrían las ”exigencias” de la clase obrera, y de qué manera su emancipación económica y social comenzaba a resolverse.
”No es posible – dice en el informe ante el V Congreso del partido – avanzar con un régimen cuyo gobierno está paralizado en virtud de que, cuando es necesario tomar medidas eficaces en cualquier dominio, los partidos de izquierda que desarrollan una acción democrática consecuente tropiezan con un chantaje continuo, el cual les obliga a someterse a la inercia gubernamental, e incluso a aceptar medidas antidemocráticas, para evitar crisis que llevarían el país al caos.”(81)
Como se desprende del texto, la ”parálisis” afectaba a la ”acción democrática consecuente”; las medidas antidemocráticas se aplicaban, mientras que las democráticas quedaban en las resoluciones de los partidos de izquierda o en los discursos de sus dirigentes. Ante el ”chantaje” – amenaza de ruptura de la coalición gubernamental o de intervención de los Aliados – el PCI, y tras él los otros partidos de izquierda, se resignaban al curso reaccionario de la derecha, aceptaban compromisos
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que sería difícil clasificar entre los que Lenin consideraba admisibles para un partido revolucionario. Y según una lógica bien comprobada en todas las crisis sociales, cuando no hay un partido revolucionario capaz de ponerse resueltamente a la cabeza de las masas, las capas intermedias, fluctuantes, comenzaron a evolucionar hacia la derecha.
En diciembre se produce la crisis del gobierno Parri. Mientras la clase obrera ”exige” desempeñar un papel dirigente, la burguesía – viejas y nuevas ”castas” – consolida sus posiciones en el Estado, pone a de Gásperi al frente del gobierno. Como registran las Cronache di vita italiana de los biógrafos de Togliatti: ”El Viento del Norte sufrió un parón decisivo; todo el debate político se trasladó al problema de república o monarquía, y el embate social estimulado por la insurrección de abril quedó contenido. El Viento del Norte y el Viento del Sur llegaron a un compromiso.”(82) En efecto, en lugar del inquietante tema: capitalismo o socialismo, que pugnaba por situarse en el centro de la lucha política desde abril, todos los partidos se pusieron tácitamente de acuerdo para colocar en primer plano la cuestión: monarquía o república, mucho menos peligrosa para las clases dirigentes, y especialmente apta para inflamar la imaginación meridional. Mientras tanto, el desmantelamiento de los comités de liberación, la liquidación de la Resistencia a todos los niveles, proseguía metódicamente su curso normal. Los centros efectivos del poder burgués y los Aliados no perdían el tiempo. La ”depuración” no avanzaba un paso, pero el secretario general del Partido Comunista seguía regentando con ejemplar competencia el Ministerio de Justicia(83).
El 2 de junio de 1946, las urnas darán la mayoría a la opción republicana y al mismo tiempo consagrarán la hegemonía de la Democracia Cristiana [DC] en la política italiana. En los días de Salerno la DC era uno más – y desde luego no el más influyente – entre los partidos de la coalición antifascista que habían entrado en el gobierno Badoglio. A los dos años de ”unión nacional” se había convertido en el primer partido político de Italia. Las elecciones a la Asamblea Constituyente (efectuadas al mismo tiempo que el referéndum sobre la forma del régimen). le dan 8 000 000 de votos (35,2 % de los sufragios emitidos), contra 4 300 000 (18,9 %) al PCI y 4 700 000 (20,8 %) al Partido Socialista. Esos ocho millones incluían la mayoría de la masa campesina y de la pequeña burguesía urbana, e incluso un porcentaje de obreros; masa social que votaba por el partido manejado por los grandes industriales y agrarios porque no veían diferencia substancial entre él y los partidos obreros en lo referente a los objetivos sociales, teniendo en cambio la ventaja de conciliarlos con la Iglesia y la religión. Los demócratas cristianos se presentaron a las elecciones para la Constituyente – señala uno de los dirigentes del PCI”con un programa social y de reformas de estructura que respondía a las aspiraciones de los trabajadores católicos y era substancialmente idéntico al de los comunistas y socialistas”(84). Togliatti subrayó este hecho inmediatamente después de las elecciones, reconociendo que comunistas y socialistas habían cometido un error al no diferenciarse netamente: a las declaraciones que hacían por doquier los demócratas cristianos de que ”su programa económico y social no se diferenciaba en nada del programa de los socialistas ni del de los comunistas, los socialistas y comunistas se limitaban, por lo general – señala Togliatti –, a exigir de los demócratas cristianos que se pronunciasen claramente a favor de la república”(85). Pero esto no era nuevo. Desde la caída de Mussolini, durante la guerra de liberación nacional, a lo largo del año 1945, cuando el ”viento del norte” agitaba al país, el PCI, preocupado ante todo de salvaguardar la ”unión nacional”, había facilitado la demagogia social del nuevo instrumento político de las clases dominantes. No sólo reduciendo su propio ”programa social” a reformas compatibles con la democracia burguesa, sino renunciando incluso a promover una lucha efectiva, de masas, por la realización de dichas reformas; renunciando, sobre todo – y esto era lo decisivo –, a la lucha por afirmar y desarrollar el nuevo poder democrático que la Resistencia portaba en sí, a partir del cual hubiera sido posible un avance real hacia el socialismo. En una palabra, la política del PCI había facilitado que las masas no pusieran a prueba la sinceridad del ”programa económico social” de la democracia cristiana.
Cierto, las elecciones a la Constituyente ponían de relieve la enorme fuerza que agrupaban los dos partidos obreros:ese 40 % del cuerpo electoral que se había pronunciado por ellos incluía a la gran mayoría del proletariado industrial y agrícola, a importantes sectores del campesinado y de las
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capas medias urbanas, así como de la intelectualidad. Pero después de las elecciones esa fuerza siguió desempeñando, en la práctica, un papel de brillante segundón, y no de protagonista, en el proceso político. Maurice Vaussard, uno de los historiadores de la Democracia Cristiana europea, podrá escribir, con toda razón: ”En el fondo, mientras duró el tripartismo, Togliatti y Nenni, aun refunfuñando de vez en cuando, cedieron siempre ante el jefe de la Democracia Cristiana.”(86) Las ”reformas de estructura” quedaron nuevamente aplazadas. Según el mismo historiador las direcciones de los partidos antifascistas habían convenido antes de las elecciones que las atribuciones de la Constituyente se limitarían a la elaboración y voto de la Constitución. Y agrega:
”Todo transcurre, en suma, como si desde el principio se hubiese realizado una entente tacite entre los dos grandes partidos de masas [el PCI y la DC]”, a fin de que ”de Gásperi pudiera vencer las dos mayores dificultades que debía afrontar después de la liberación: el voto del tratado de paz y el de la nueva Constitución, la cual iba, en particular, a ratificar o no los acuerdos de Letrán… Gásperi obtuvo de su propio partido y de los comunistas, que reunidos formaban la mayoría de la Constituyente, la ratificación del tratado de paz, mientras que la misma mayoría, contra la oposición de los socialistas, del Partido de Acción y de no pocos liberales, insertaba en la nueva Constitución la substancia del Concordato, inseparable de los acuerdos de Letrán, que proclama la religión católica religión de Estado, concede valor legal al matrimonio religioso, proscribe el divorcio, y asegura los emolumentos del clero.”(87)
(La dureza del tratado de paz dictado por los ”tres grandes” había provocado la repulsa general de la opinión pública italiana: de no mediar la estrecha subordinación de la dirección democristiana a los angloamericanos, y de la dirección comunista a los soviéticos, la ratificación del tratado por Italia hubiera tropezado con serias dificultades.) Todo fue sucediendo, en efecto, como si los compromisos expresos o tácitos a que alude Vaussard, existiesen en realidad. Es difícil creer que entre las concesiones del PCI a la consagración constitucional del tradicional papel de la Iglesia en la sociedad italiana, y las concesiones de la DC al ”contenido social” de la Constitución no existiera una relación de toma y daca(88). Lo que no excluye el interés específico del PCI en las concesiones a la Iglesia – justificadas por él como concesiones a la religiosidad del pueblo – mediante las cuales pensaba adquirir ascendencia entre las masas católicas; ni excluye el interés específico de los demócratas cristianos en los principios y disposiciones ”sociales” de la Constitución, los cuales proporcionaban una excelente fachada popular, y hasta socializante, a la restauración del capitalismo italiano(89).
”La revolución democrática que se está realizando en nuestro país deberá culminar, en su primera fase, en la Asamblea Constituyente [...]”, había planteado Togliatti en su informe al V Congreso. En las fases sucesivas se iría avanzando hacia el socialismo por los cauces de una ”república organizada sobre la base del sistema parlamentario representativo”, en la que ”toda reforma de contenido social se realice respetando el método democrático”(90). Pero lo que ”culminaba” con la Asamblea Constituyente era la gran operación política de las clases dirigentes italianas iniciada con la eliminación de Mussolini. Refiriéndose a la situación creada a comienzos de 1947, las Cronache di vita italiana dicen: ”Lo peor había pasado, la revolución y el viento del norte habían sido contenidos. Ahora hacía falta dar un golpe de timón decisivo, orientar resueltamente la nave del Estado en la ”buena” dirección, lo que excluía cualquier participación en el poder de las fuerzas de izquierda.”(91) En mayo de 1947, poco después de su viaje a Washington, de Gásperi licencia a los ministros comunistas. A los biógrafos de Togliatti esta decisión les parece injusta y errónea políticamente, dado que la presencia de los comunistas en el gobierno había demostrado ser ”un elemento de seguridad y de estabilidad”:
”Togliatti había sido el ministro de Justicia, y en lugar de las matanzas anunciadas por la reacción se dio una amnistía que contribuyó notablemente a la pacificación [...] Scoccimarro y Pesenti fueron ministros de Finanzas y del Tesoro, y la lira, lejos de hundirse, había resistido bien. Gullo fue ministro de Agricultura, y los únicos que podían quejarse eran los famosos barones del Mezzogiorno, en contra de los cuales se habían aplicado por primera vez algunas de las medidas relativas a la gran propiedad latifundista, reclamadas desde decenios, antes del fascismo, por los mismos elementos burgueses del meridionalismo italiano.”(92)
Y Togliatti comentó el hecho en los siguientes términos:
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”Un adversario inteligente y capaz no nos habría excluido del gobierno. Al contrario, cogiéndonos la palabra en cuanto a nuestras tomas de posición y nuestras declaraciones, nos hubiera podido poner, tal vez, en trance de permanecer, y hubiera trabajado para crear una situación en la que habríamos sido acorralados sin esperanza de encontrar salida, o habríamos tenido que salir quebrantados. Para comprender y hacer eso era necesario ser inteligente, y de Gásperi, por el contrario, es un mediocre, posiblemente menos que un mediocre.”(93)
Reconocimiento significativo en lo que se refiere a las posiciones y declaraciones del partido, y desahogo poco elegante en lo que se refiere a la inteligencia de de Gásperi. Tal vez, de no mediar la brutal intervención de Truman, hubiera podido sacar más jugo aún de la política de ”unión nacional” del PCI; pero es notoriamente injusto no reconocer que la aprovechó a fondo para llevar a buen término la difícil tarea que la burguesía italiana las había confiado. De Gásperi no defraudó la confianza y las esperanzas que en él habían puesto las viejas clases dirigentes italianas. ¿Podría decirse lo mismo en lo que concierne a la confianza y las esperanzas que el proletariado italiano puso en los que le representaban al producirse la mayor catástrofe nacional de la Italia moderna, la mayor crisis política, social y económica del capitalismo italiano? ¿Era la misión histórica del partido revolucionario contribuir a preparar las condiciones económicas y políticas del ”milagro italiano”?
Es cierto que los trabajadores italianos obtuvieron una serie de conquistas que no pueden ser menospreciadas. En lugar del fascismo, la democracia burguesa; en lugar de la anacrónica monarquía, la república democrática con una Constitución todo lo avanzada que puede serlo una Constitución burguesa; y una serie de mejoras sociales. En resumen, algo parecido a lo que el proletariado alemán obtuvo después de la primera guerra mundial, con su ”revolución democrática”, bajo la dirección de la socialdemocracia. Es inevitable que acuda a la mente el dicho campesino: ”Para ese viaje no se necesitan alforjas”. ¿A qué fin Livorno? Y en el caso francés: ¿Para qué Tours?
Revoluciones sin permiso. Crítica yugoslava del oportunismo francoitaliano En la reunión constituyente del Kominform, la política de los partidos comunistas de Francia e Italia fue severamente condenada como oportunista por los representantes de los otros siete partidos. Duclos y Longo se encontraron ante un tribunal que les acusaba de gubernamentalismo, parlamentarismo, legalismo, y otros ”ismos” característicos del ”oportunismo de derecha”. A juzgar por el comportamiento de Duclos en la reunión, los dirigentes franceses fueron cogidos de improviso, pero Togliatti algo debía temerse porque hizo la siguiente recomendación a la delegación del PCI: ”Si nos reprochan no haber sabido tomar el poder o habernos dejado excluir del gobierno les diréis que no podíamos transformar Italia en una nueva Grecia; no solamente por nuestro interés sino por el de los mismos soviéticos.”(94) Y en efecto, ambos reproches cayeron sobre las cabezas de italianos y franceses. El primero, hecho por los yugoslavos, cuya crítica tenía motivaciones sinceramente revolucionarias; el segundo, hecho por los soviéticos, cuyo enojo no provenía de que la política de los partidos comunistas de Francia e Italia hubiera podido malograr posibilidades revolucionarias, sino de que había sido incapaz de impedir la integración de ambos países en la nueva estrategia antisoviética del imperialismo americano. Stalin temía, incluso, que Thorez y Togliatti, habiéndole tomado excesivo gusto a la colaboración gubernamental, hicieran concesiones al curso proamericano de los otros partidos de la excoalición antifascista, a fin de reingresar en el gobierno. Y el temor tenía cierto fundamento, porque después de la défenestration des ministres communistes – según la feliz expresión de un historiador occidental – Thorez seguía presentando al PCF como parti de gouvernement, y Togliatti propugnaba un nuevo gobierno de los partidos de izquierda con la democracia cristiana(95), cuando lo que Stalin necesitaba era una lucha resuelta de ambos partidos contra el plan Marshall y demás aspectos de la integración de Francia e Italia en el bloque americano.
Los soviéticos no se encontraban en la mejor posición moral para actuar como jueces de los franceses e italianos porque, en realidad, Thorez y Togliatti no habían hecho otra cosa que aplicar
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con escrupulosa fidelidad la línea general de Stalin en el periodo de la ”gran alianza”; si habían pecado era más bien por exceso de celo. Pero probablemente no fue ésta la razón de que Zdanov y Málenkov encomendaran a los representantes yugoslavos el papel principal en la crítica del oportunismo francoitaliano. Según declaraciones posteriores de Kardelj y Djilas, los soviéticos estaban interesados en ”abrir un foso profundo entre el partido yugoslavo y los partidos de Francia e Italia”(96). Los acontecimientos ulteriores parecen abonar esa versión, pero en todo caso existían otras dos razones poderosas para que los soviéticos utilizaran el procedimiento indicado. En primer lugar, todo les aconsejaba obrar con prudencia: no podían estar absolutamente seguros de cómo iban a reaccionar los jefes de los dos grandes del comunismo occidental, muy poseídos ya de su prestigio y su papel nacional; no les interesaba entrar en conflicto con los dos partidos comunistas más poderosos del mundo capitalista, de los que esperaban una contribución importante a la lucha contra los planes americanos. En segundo lugar, el partido yugoslavo era el candidato ideal para el papel de fiscal, dada la autoridad que le confería su ejemplar acción revolucionaria. Por otra parte, los dirigentes yugoslavos no necesitaban que se les empujase mucho para cumplir ese papel. Durante la guerra y en el periodo inmediatamente posterior habían insistido repetidas veces sobre los dirigentes del PCI a fin de que modificaran su política. La frustración de la revolución en Italia entrañaba un grave peligro para la revolución Revolución y esferas de influencia yugoslava, amenazada al mismo tiempo desde el sur por la intervención angloamericana en Grecia.
Pero antes de pasar a la crítica de que fueron objeto italianos y franceses en la reunión fundacional del Kominform, es conveniente hacer un paréntesis para exponer, siquiera sea muy esquemáticamente, los rasgos esenciales de la política del Partido Comunista yugoslavo [PCY] durante la guerra de liberación y al terminar ésta, así como la oposición que encontró en los dirigentes soviéticos. Ambos datos son necesarios, tanto para captar mejor el significado de la crítica yugoslava, como para apreciar el virtuosismo del juego de los dirigentes soviéticos, los cuales utilizaban las posiciones revolucionarias de los yugoslavos, que se habían abierto camino contra la voluntad de Stalin, para corregir las posiciones oportunistas de franceses e italianos, que habían sido emanación directa de la línea estaliniana. Para corregirlas, claro está, en aquello que interesaba concretamente a la nueva política internacional de Stalin, lo que significó – como veremos en su momento – pasar de un oportunismo a otro. Por otra parte, la experiencia yugoslava, así como la griega (a la que no podremos referirnos más que incidentalmente), hay que tenerlas en cuenta para completar el análisis de por qué la revolución fue frustrada en Italia y Francia.
La revolución lograda (Yugoslavia) y la revolución estrangulada (Grecia) La dirección del PCY elaboró y aplicó desde el primer día de la ocupación hitleriana una política en la que se asociaban estrechamente la liberación nacional y la transformación revolucionaria del país(97). Considerando este último aspecto no como un objetivo para después de la victoria sobre el invasor, sino a realizar sobre la marcha misma de la guerra. A medida que se iba liberando el territorio se instauraba el poder del pueblo, basado en órganos creados con la participación directa de las masas y de los combatientes.
Lo más característico de esta orientación revolucionaria no era tanto lo avanzado del programa – de carácter más bien moderado, pero orientado a la transición al socialismo: su más inmediato objetivo era la revolución agraria, que se efectuaba sobre la marcha misma de la lucha –, como la construcción de ese nuevo poder popular. La unidad antifascista fue concebida, a diferencia de Francia e Italia, sobre esa base: agrupaba a todos los partidos, grupos, tendencias y personas que se pronunciaban claramente en pro de los objetivos, y del método para realizarlos, más arriba indicados; excluía no sólo a los cómplices del invasor, sino a los que preconizaban la restauración del régimen monárquico, e incluso a los que pretendían conservar el sistema capitalista en el marco de una democracia burguesa parlamentaria. De donde se derivaba inevitablemente que la guerra de liberación tomara, al mismo tiempo, un carácter de guerra civil contra la burguesía y los terratenientes. Una lucha de esta envergadura necesitaba darse medios a la medida de sus ambiciones revolucionarias. Los pequeños destacamentos guerrilleros, las acciones locales de acoso
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y desgaste del enemigo, no eran suficientes para decidir la suerte de la revolución. Podían haber bastado, como fue el caso en Francia e Italia, para preparar el terreno y facilitar las operaciones de los ejércitos de las grandes potencias, pero no para que el pueblo decidiera por sí mismo de su destino. Por eso el PCY se planteó desde el primer día la creación de un ejército regular revolucionario, capaz no sólo de derrotar a los invasores sino de inspirar respeto a los ”aliados”. Esta orientación, llevada a cabo venciendo dificultades ingentes, fue uno de los factores clave de la victoria de la revolución yugoslava(98).
Considerada bajo la lógica unitaria thoreziana o togliattiana, esa política del PCY parecía puro aventurerismo, y en efecto así fue vista en las altas esferas de la Komintern, hasta su disolución, es decir, durante el periodo más difícil de la lucha yugoslava. En lugar de agrupar contra el invasor el máximo de aliados, ¿no echaba en sus brazos a parte de ellos? El coronel Draja Mijailovitch y sus tchetniks, brazo armado dentro del país del gobierno real exilado (en enero de 1942 Mijailovitch fue nombrado ministro de la defensa por el rey Pedro) reconocido por los ”tres grandes”, siguieron esa evolución. No porque el coronel yugoslavo fuera menos antihitleriano, ni menos patriota, que de Gaulle o Badoglio, sino porque la política del PCY proseguía desde el primer día objetivos revolucionarios a los que los partidos comunistas de Francia e Italia habían renunciado, también desde el primer día. Tito intentó en varias ocasiones llegar a una inteligencia con Mijailovitch para la acción común contra los invasores, pero sobre bases políticas que garantizasen las aspiraciones revolucionarias de las masas, a lo que el ministro de defensa del rey Pedro no accedió, naturalmente. Pero ese enfrentamiento con el poder popular naciente y con su ejército de liberación, por fuerzas que una política de unión nacional tipo Salerno hubiera podido conservar como aliadas de los comunistas (o más exactamente, a los comunistas como aliados de esas fuerzas), no aisló al Partido Comunista yugoslavo y al Frente Popular Liberador (así se llamaba el movimiento unitario antifascista); aisló a Mijailovitch y sus tchetniks, forzados a descubrir ante el pueblo los objetivos reaccionarios, la conservación del viejo régimen social explotador, que ofrecían como perspectiva a los sacrificios y el heroismo de los combatientes. El crecimiento del ejército revolucionario, la instauración del nuevo poder en las zonas liberadas, empujaba cada vez más a Mijailovitch a una alianza tácita – y en ocasiones abierta – con los ocupantes, lo que contribuía a su desprestigio y aislamiento. De donde resultaba, al mismo tiempo, que el gobierno real exilado en Londres (en torno al cual se agrupaban los principales líderes burgueses liberales y socialdemócratas) perdía su base armada en el país. Y lo mismo le sucedía a Churchill.
Esta política del PCY fue desde el primer momento, como es lógico, un elemento perturbador de la ”gran alianza”, y por esa razón encontró la oposición decidida de Stalin. Los jefes aliados no podían sospechar que los comunistas yugoslavos llevaran a cabo tal política sin responder a directivas de Moscú, y presionaban constantemente al gobierno soviético para que obligara a Tito a entenderse con Mijailovitch. Stalin trató de darles satisfacción. Pese a que la dirección comunista yugoslava informaba regularmente a Moscú de la situación de guerra civil que existía entre el ejército de liberación y los tchetniks, la propaganda soviética atribuía a Mijailovitch el mando de todas las fuerzas de la Resistencia yugoslava, silenciando el papel de los comunistas y del Frente Popular Liberador, lo mismo que la aparición del nuevo poder revolucionario en las zonas liberadas. Cumpliendo instrucciones de Stalin, Dimítrov enviaba mensajes a Tito apremiándole a modificar su política. Citaremos, como botón de muestra, el que lleva fecha de 5 de marzo de 1942:
”A la vista de las informaciones que nos habéis enviado, parece que a los ingleses y al gobierno yugoslavo no les falta razón en sospechar que el movimiento guerrillero toma un carácter comunista y tiende a la sovietización de Yugoslavia. ¿Por qué habéis creado, por ejemplo, una brigada de choque proletaria? En el momento actual el deber esencial e inmediato es fusionar todas las corrientes antinazis, aplastar a los invasores y llevar a término la liberación nacional. ¿Cómo creer que los amigos de la Gran Bretaña forman unidades armadas para combatir a los destacamentos guerrilleros? ¿No existen verdaderamente, fuera de los comunistas y de los simpatizantes comunistas, otros patriotas yugoslavos, con los cuales podáis fusionaros en la lucha común contra el invasor? Es difícil admitir que el gobierno yugoslavo y el de Londres se alinean al lado de los invasores. Aquí debe haber una grave confusión. Francamente, os pedimos reflexionar bien sobre vuestra táctica y vuestros actos, aseguraos si habéis
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hecho todo lo posible por crear un frente nacional único, agrupando a todos los enemigos de Hitler y de Mussolini, con un objetivo común: la expulsión de los invasores. Si aún puede hacerse algo en este sentido tomad las medidas necesarias y prevenidnos.”
En la misma carta se requería a Tito para que no considerara su lucha ”únicamente desde el punto de vista nacional, sino también desde el punto de vista internacional, de la coalición anglo-soviético-americana”(99).
En realidad no había ”confusión” alguna; había dos políticas radicalmente distintas. La de Moscú, según la cual la guerra contra la Alemania hitleriana debía tener como único objetivo la independencia nacional y, en todo caso, la democracia burguesa. La de los comunistas yugoslavos, que fundía la independencia nacional y la democracia con la revolución socialista. Lo que no hacía su política menos ”nacional”, sino al contrario, más profundamente nacional – y de ahí sus resultados – que la de los comunistas franceses o italianos. Y al mismo tiempo el PCY no dejaba de ver la lucha ”desde el punto de vista internacional, de la coalición anglosoviético-americana”. Solamente que este ”punto de vista” era distinto del de Stalin; era el de los comunistas yugoslavos. Como desmostrarían muy pronto, supieron maniobrar inteligentemente frente a las maniobras de los angloamericanos. Obtener su ayuda y al mismo tiempo imponerles la revolución yugoslava. En este sentido dieron una excelente lección de táctica revolucionaria al jefe genial. Pero sobre este documento tan esclarecedor, no sólo en relación con el problema yugoslavo, volveremos en otro momento.
Otra forma de presión utilizada por Moscú consistió en responder negativamente a las peticiones de armas y municiones que hacían los combatientes yugoslavos. Se aducían, naturalmente, dificultades técnicas, y éstas eran, sin duda, muy grandes, pero como se supo luego por los archivos del gobierno real, trasladados a Belgrado después de la guerra, en el mismo periodo que negaban la ayuda en armas y municiones al ejército de liberación, los jefes soviéticos ofrecían ayuda material a los tchetniks y el envío de una misión militar al cuartel general de Mijailovitch(100) Durante más de dos años el ejército de liberación luchó sin ayuda exterior alguna contra los ejércitos de alemanes e italianos, las tropas de Neditch y Pavelitch (los ”Quisling” de Serbia y Croacia) y los tchetniks de Mijailovitch, soportando seis ofensivas germanoitalianas.
En el otoño de 1942, cuando el ejército de liberación contaba ya con 150 000 combatientes, agrupados en dos cuerpos de ejército de nueve divisiones (en total 36 brigadas y 70 batallones), el Consejo Antifascista de Liberación Nacional de Yugoslavia [AVNOJ] decidió reunirse en Bihac, capital de Bosnia, recientemente liberada, y crear un gobierno provisional. Moscú se opuso rotundamente, y esa vez los yugoslavos cedieron, pero un año después decidieron pasar a vías de hecho. En octubre de 1943, teniendo en cuenta la Conferencia de los ministros de Relaciones Exteriores de la URSS, Inglaterra y los Estados Unidos, convocada para ese mes en Moscú, Tito envió un memorándum a los tres gobiernos informándoles que el AVNOJ no reconocía al rey ni al gobierno exilado en Londres; se consideraba único representante del pueblo yugoslavo, y se proponía instaurar una república democrática basada en los comités de liberación nacional. La Conferencia hizo caso omiso, y los ”tres grandes” siguieron reconociendo al gobierno del rey Pedro como único representante legal de Yugoslavia. La respuesta de los revolucionarios yugoslavos fue reunir una segunda asamblea nacional del AVNOJ y formalizar la creación del nuevo Estado. Mientras Stalin, Churchill y Roosevelt conferenciaban en Teherán y comenzaban el gran reparto de las ”esferas de influencia”, los delegados de los comités de liberación, llegados de todos los confines de Yugoslavia, se reunieron en Jatse, antigua capital de los reyes de Bosnia, y declararon depuesto al gobierno exilado en Londres. El rey Pedro y los miembros de la dinastía de los Karageorgevitch fueron condenados a ”exilio perpetuo” (la asamblea acordó prohibir su regreso a Yugoslavia bajo cualquier forma), pero la cuestión de monarquía o república fue dejada para después de la guerra (como se ve, los comunistas yugoslavos también sabían maniobrar frente a los aliados, pero a diferencia de los italianos comenzaban por asegurar el nuevo poder popular: la negociación vendría después). La asamblea decidió dar una estructura federal al nuevo Estado y eligió el gobierno provisional. Cuando estas decisiones fueron conocidas en Moscú, Stalin montó en
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cólera. Manuilski envió un mensaje a Tito informándole que el ”jefe” estaba ”extremadamente descontento, y decía que era una puñalada por la espalda a la Unión Soviética y una maniobra contra la Conferencia de Teherán”. La emisora ”Yugoslavia libre”, que transmitía desde territorio soviético, perdió ipso facto ]a libertad, y no pudo difundir la resolución de la asamblea de Jatse prohibiendo el retorno a Yugoslavia del rey Pedro; fueron censuradas las emisiones elaboradas por el representante del PCY en Moscú(101) Pero entre tanto Wáshington y Londres, que se habían informado sobre el terreno de la correlación real de fuerzas, del descrédito y la impotencia de Mijailovitch, y de la potencia del ejército de liberación, decidieron inclinarse ante el hecho consumado y orientarse a buscar un compromiso con Tito por otras vías. Sólo entonces el gobierno soviético reconoció las decisiones de Jatse. Mólotov hizo una declaración que dejaba constancia de ese ”seguidismo”:
”Los acontecimientos de Yugoslavia, ya aceptados por la Gran Bretaña y los Estados Unidos, son considerados por el gobierno soviético como susceptibles de contribuir al éxito de la lucha de los pueblos yugoslavos contra la Alemania hitleriana. Esos acontecimientos son un signo del modo notable como los nuevos jefes yugoslavos han sabido hacer la unión de todas las fuerzas del país.”(102)
En efecto era un ”modo notable” que no correspondía en absoluto al ”modo” que Moscú había tratado de imponer durante dos años y medio. Al mismo tiempo el gobierno soviético decidió enviar una misión militar al cuartel general de Tito – cosa que ya habían hecho los aliados –, y en los primeros meses de 1944 los yugoslavos comenzaron a recibir, por fin, algún armamento soviético, incluidos unos cuantos aviones. Los aliados iniciaron el envío de armas a Tito desde finales de 1943. Pero la ayuda debía tener su contrapartida. Churchill, por un lado, y Stalin, por otro, intensificaron la presión política y diplomática para que los comunistas y el gobierno exilado llegaron a un compromiso. A fin de facilitar la cosa, Churchill hizo que al frente del gobierno del rey Pedro se pusiera a Subachitch, considerado como ”más demócrata” que Bozidar Puritch. Mijailovitch dejó de ser ministro de defensa. El gobierno inglés declaró que cesaba toda ayuda a los tchetniks. Frente a esta presión combinada anglosoviética, la dirección del PCY maniobró. En agosto de 1944, Tito concluyó un acuerdo con Subachitch, por el cual se establecía una colaboración entre el gobierno exilado y el gobierno establecido en el país, con la perspectiva de llegar a un gobierno ”mixto”. Como diría más tarde Tito: ”Aceptamos este acuerdo porque conocíamos nuestra fuerza, sabíamos que la enorme mayoría del pueblo estaba con nosotros [...] Y además teníamos un fuerte ejército, cuya importancia no podían sospechar nuestros rivales.”(103) A fines de septiembre, Stalin se entrevista con Tito y le presiona de nuevo para que acepte la restauración del rey Pedro y haga concesiones a la burguesía serbia, pero no logra modificar la actitud del jefe yugoslavo. ”¿Y qué haréis si los ingleses desembarcan en Yugoslavia?”, interroga Stalin. ”Resistir por todos los medios”, responde Tito. Stalin acoge la tajante respuesta con un silencio glacial. Unos días después tiene lugar la famosa entrevista Churchill-Stalin, en la que se efectúa el cínico reparto de ”influencias” en los Balcanes. Sin decir una palabra a Tito, Stalin conviene con el primer ministro de su majestad en repartirse por igual la ”influencia” en Yugoslavia(104). En Yalta este ”reparto” no sólo fue revalidado sino concretado. El 12 de febrero de 1945, las misiones militares rusa y británica en Belgrado informaron a los dirigentes yugoslavos que en la sesión del 10 de febrero los tres jefes de gobierno habían acordado hacer las siguientes ”recomendaciones” al mariscal Tito:
a) El acuerdo Tito-Subachitch debía entrar en vigor inmediatamente con la creación de un nuevo gobierno;
b) Desde el momento de su formación este gobierno anunciaría: 1) que el AVNOJ admitiría en su seno miembros de la antigua Asamblea nacional yugoslava que no se hubieran comprometido colaborando con el enemigo, y que el cuerpo político así formado tomaría el nombre de Asamblea provisional; 2) que la legislación promulgada por el AVNOJ sería sometida a ratificación ulterior de la Asamblea Constituyente(105).
Esta decisión provocó la más viva indignación entre todas las tendencias de los combatientes, en particular la imposición de aceptar en la Asamblea provisional miembros de la Asamblea de 1938,
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elegida bajo el régimen de Stoyadinovitch partidario del Eje. Pero una vez más los dirigentes revolucionarios yugoslavos moniobraron con habilidad. La necesidad de conjugar la firmeza con la prudencia, de no ceder en lo esencial y maniobrar en lo accesorio, a fin de ganar tiempo para consolidar la revolución y, sobre todo, fortalecer el ejército, fue particularmente clara para los dirigentes comunistas yugoslavos desde los últimos meses de 1944, cuando la pasividad total de Moscú ante las operaciones de guerra contra la Resistencia griega emprendidas por el cuerpo expedicionario inglés, dio toda su siniestra significación al silencio glacial con que Stalin había acogido la respuesta de Tito a la pregunta: ”¿Qué haréis en caso de desembarco británico en Yugoslavia?” La dirección del PCY decidió, pues, ”aplicar” las ”recomendaciones” de Yalta de tal manera que las fuerzas populares no cedieran un ápice de su poder efectivo, pero Churchill y la burguesía yugoslava conservaran esperanzas en la restauración del viejo orden de cosas. Conviene tener en cuenta que un núcleo importante de los políticos burgueses yugoslavos (en el que no faltaba algún dirigente socialdemócrata) no aceptaba el compromiso Tito-Subachitch y reclamaban abiertamente desde Londres, apoyados por los círculos más reaccionarios del imperialismo inglés, el envío de un ejército angloamericano a restablecer el orden en Yugoslavia(106) La táctica adoptada por la dirección del PCY se reveló eficaz. En el curso de 1945 la revolución yugoslava se consolidó. Cuando comprendieron que el método del ”caballo de Troya” había fracasado, Subachitch y otros representantes en el gobierno ”mixto” de las viejas clases dirigentes... y del 50 % reservado a la ”influencia” inglesa en el convenio Churchill-Stalin, dimitieron de sus puestos ministeriales. Pero ya era demasiado tarde para que los angloamericanos pudieran aplicar el remedio ”griego” a la cuestión yugoslava.
Como antes hemos dicho, en el marco del presente estudio no podemos dedicar al caso griego la atención que por su importancia sería necesaria. Limitémonos a señalar lo que sigue. La Resistencia griega tuvo el mismo carácter revolucionario que la yugoslava y adquirió una potencia comparable a la de ésta. A finales de 1944 era prácticamente dueña del país. Pero la dirección del Partido Comunista griego no supo tener la misma firmeza que la dirección comunista yugoslava frente a las presiones de Moscú. Hizo concesiones graves a la política de ”unión nacional” y aceptó compromisos con los aliados que facilitaron el éxito de la intervención armada inglesa contra la revolución griega. El acuerdo Churchill-Stalin de octubre de 1944, hizo el resto. El 7 de noviembre de 1944, Churchill enviaba las siguientes instrucciones a Eden:
”Dado el elevado precio que hemos pagado a Rusia por tener las manos libres en Grecia, no debemos vacilar en emplear las tropas británicas para sostener al gobierno real helénico de Papandreu [...] Preveo absolutamente el choque con el EAM, y no debemos rehuirlo a condición de elegir bien nuestro terreno.”(107)
La batalla entre las tropas británicas y las fuerzas de la Resistencia duró desde los primeros días de diciembre de 1944 hasta el 12 de febrero de 1945, en cuya fecha se firmó un armisticio que desembocó en el acuerdo de Varkiza, considerado posteriormente por el Partido Comunista griego como un ”compromiso inaceptable y, en el fondo, una capitulación ante los imperialistas ingleses y la reacción griega”(108). El 22 de diciembre Churchill, protegido por los tanques ingleses, pudo penetrar en Atenas, y en una entrevista con los jefes de la Resistencia – a fin de hacerles capitular – declaró que ”los británicos habían llegado a Grecia con la aprobación del presidente Roosevelt y del mariscal Stalin”. El jefe de la misión militar soviética (que mientras el pueblo de Atenas se batía con las tropas inglesas permaneció en el cuartel general británico, cercado por los guerrilleros) asistía a esta reunión y confirmó la declaración de Churchill. Dos días después, rotas las negociaciones entre la Resistencia y el gobierno monárquico, mientras los aviones ingleses ametrallaban a la población ateniense, el gobierno soviético nombraba un embajador ante el gobierno monárquico griego. Y en la Conferencia de Yalta, cuando apenas han terminado los combates entre los intervencionistas y las fuerzas de la Resistencia, Stalin declaraba: ”Yo tengo confianza en la política del gobierno británico en Grecia.”(109) El acuerdo de Varkiza fue utilizado por los imperialistas ingleses y la reacción griega para restablecer el poder monárquico y desencadenar una represión terrorista contra las fuerzas obreras y democráticas. A finales de 1946
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el Partido Comunista griego y otros núcleos de la Resistencia decidieron emprender de nuevo la vía de la lucha armada, iniciándose la guerra civil. Sintiéndose débil para hacer frente a la situación, el imperialismo inglés cedió el papel de gendarme al imperialismo americano y, el 12 de marzo de 1947, Truman anunció que los Estados Unidos asumían la ”protección” de Grecia y Turquía, primera aplicación de la ”doctrina Truman”.
Crítica yugoslava del oportunismo francoitaliano Como es natural, los dirigentes comunistas de Belgrado veían en la intervención armada del imperialismo yanqui en Grecia una amenaza directa a la revolución yugoslava. Y bajo la misma óptica consideraban la evolución reaccionaria de la situación política en Francia e Italia, acompañada de la implantación militar de los americanos en ambos países. En ese contexto tiene lugar la crítica de Kardelj y Djilas, en la conferencia constitutiva del Kominform, a la política de los comunistas franceses e italianos. Los términos exactos de dicha crítica permanecen secretos hasta hoy, pero es posible formarse una idea bastante aproximada a través de algunas revelaciones posteriores de los yugoslavos y, sobre todo, de las notas tomadas en el curso de la reunión por E. Reale (representante, junto con Longo, del PCI), las cuales fueron publicadas en 1957. Estos datos pueden contrastarse, además, con las referencias indirectas que se encuentran en los informes y documentos de la conferencia dados a la publicidad, particularmente en el informe de Kardelj sobre la actividad del PCY(110) A partir de estas fuentes hemos elaborado la síntesis que sigue.
Los yugoslavos consideraban que en el movimiento comunista internacional se había perfilado durante la guerra, y después de la victoria sobre el hitlerismo, una tendencia a la revisión del marxismo-leninismo, cuya expresión más neta era el ”browderismo”. Según esta tendencia, después de la guerra se abría un periodo de desarrollo pacífico, de apaciguamiento de la lucha de clases, tanto a escala internacional como nacional. La política de los partidos comunistas de Francia e Italia – dan a entender los yugoslavos – es una expresión particular de esa tendencia. Parte de la posibilidad de una vía pacífica, legal y parlamentaria hacía la toma del poder por la clase obrera. Se trata de una repetición, en cierta forma, de la vía socialdemócrata después de la primera guerra mundial. Los comunistas italianos y franceses han calificado los regímenes en cuyos gobiernos participaban como un comienzo de democracia popular, lo cual – decían los representantes del PCY – es profundamente erróneo. Mientras se hacían esas afirmaciones el complot para expulsar a los comunistas del gobierno estaba en marcha. La burguesía había tenido interés en colaborar con los comunistas mientras se sentía débil, y los comunistas italianos y franceses debían haber aprovechado esa situación para ocupar posiciones clave, pero no lo hicieron. En cambio, con su teoría de que los regímenes de colaboración con la burguesía significaban un comienzo de democracia popular, a partir del cual ésta se desarrollaría por la vía legal y parlamentaria, no han logrado más que desarmar a las masas, sembrar ilusiones en la democracia cristiana y en otros partidos burgueses, así como en la socialdemocracia. Los comunistas franceses e italianos debían haber comprendido que su cohabitación con la burguesía y con la socialdemocracia no podía durar largo tiempo. No podía ser más que una lucha en la que la victoria correspondería a quien tuviera más audacia, visión más clara, menos ilusiones en las coaliciones parlamentarias, y lograse conquistar el apoyo de las masas para tomar el poder.
Con los camaradas italianos – afirmaron los yugoslavos – hemos tenido relaciones estrechas durante la guerra. Les hemos invitado a estudiar nuestra experiencia, la vía que nos había permitido liberar gran parte del territorio y crear un ejército. Pero ellos no quisieron seguir el camino de la insurrección. Decían que era preciso frenar la evolución revolucionaria del norte de Italia para evitar la ruptura con el sur. Togliatti consideraba que los comunistas no habrían podido tomar el poder más que en una parte de Italia, con lo que el país hubiera sido dividido, perdiendo su unidad y su independencia.
En lugar de constituir la unidad antifascista desde abajo, con órganos emanados de las masas, integrados por todas las tendencias dispuestas realmente a seguir el camino de la lucha armada y de la instauración de un poder auténticamente popular, los dirigentes comunistas franceses e italianos
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cometieron el error de constituir el frente antifascista por arriba, a base de la representación paritaria de los diferentes partidos, obreros y burgueses, siendo así que el objetivo de algunos de esos partidos era frenar la lucha armada, o excluirla, e impedir la transformación real del país. En el texto que se dio a la publicidad del informe de Kardelj sobre la actividad del partido yugoslavo, hay el siguiente párrafo, transparentemente alusivo a los comunistas franceses e italianos:
”Algunos pretendían que la formación de los comités de liberación nacional y la realización de las reivindicaciones democráticas y revolucionarias de las masas populares, acabarían por alejar del frente antifascista a ciertas capas sociales y a ciertos grupos políticos. El Partido Comunista de Yugoslavia ha combatido resueltamente tales concepciones. Si el Frente Popular de Yugoslavia llega a adoptar esos puntos de vista no hubiera tenido a las masas con él, o más bien, las masas populares no hubieran estado dispuestas a combatir, con las armas en la mano, con la abnegación de que dieron prueba. Lucharon así porque sabían que lo hacían por sus aspiraciones democráticas y sociales al mismo tiempo que por la liberación nacional. La práctica ha demostrado que la estrecha asociación entre el movimiento de liberación nacional y el proceso de la revolución democrática del pueblo, lejos de debilitar la fuerza combativa del levantamiento nacional comunicaba a éste una atracción excepcional entre las masas populares.”(111)
Los yugoslavos reprocharon acerbamente al PCF que hubiese permitido, e incluso facilitado, el desarme y la disolución de las fuerzas de la Resistencia a últimos de 1944 y comienzos de 1945, y no admitieron como bueno el argumento de los dirigentes franceses: la guerra no había terminado y una acción decidida contra la política de de Gaulle hubiese significado enfrentarse con los aliados y perjudicar a las relaciones entre éstos y la Unión Soviética. Este argumento es erróneo, sostenían los yugoslavos, porque la ayuda más eficaz a la Unión Soviética consistía en reducir la influencia de los americanos entre el pueblo francés. Análogos reproches fueron dirigidos a los italianos por su política en los meses que siguieron a la insurrección en el norte de Italia. Kardelj y Djilas oponían el ejemplo de los griegos, que se habían enfrentado en lucha armada con los ingleses, sin que la guerra contra Alemania hubiese terminado, y el suyo propio, el combate del PCY contra el gobierno del rey Pedro y sus tchetniks, instrumentos de los Aliados. En general, los yugoslavos censuraron la actitud observada por los dirigentes comunistas franceses e italianos frente a los angloamericanos; su renuncia, de hecho, a criticar abiertamente la política de éstos, encaminada a restablecer las posiciones del imperialismo; sus ilusiones, y el fomento de estas ilusiones en las masas, acerca de la ”democracia” imperialista y de un ”mejoramiento” del imperialismo.
Los partidos comunistas de Francia e Italia se vieron acusados, también, de no sostener con acciones eficaces la lucha armada que desde finales de 1946 libraban los comunistas y otras fuerzas de izquierda en Grecia. Y no la sostenían, afirmaban los yugoslavos, porque las direcciones de ambos partidos creían que la guerra civil griega estaba perdida para las fuerzas populares, y sería liquidada muy pronto. El argumento de los dirigentes franceses e italianos – los imperialistas deseaban que en Francia e Italia se crease una situación a la griega, para mejor aplastar a las fuerzas obreras y democráticas de ambos países – es falso, decía Kardelj. Al contrario, los americanos temen que en Francia e Italia se produzca una lucha parecida porque ello amenazaría gravemente sus posiciones. Y los delegados del PCY propusieron (cosa que no se hizo) examinar en la reunión constitutiva del Kominform cómo organizar la ayuda eficaz a la lucha del pueblo griego.
Tal fue, en lo esencial, la crítica del Partido Comunista yugoslavo a la política seguida por los partidos comunistas de Francia e Italia en el periodo 1941-1947. A juzgar por las informaciones disponibles, Gomulka fue el único, entre los participantes en la conferencia del Kominform, que formuló un juicio aproximado al de los yugoslavos, en el sentido de que los comunistas franceses e italianos habían tenido, y desaprovechado, la oportunidad de impulsar un cambio radical en sus países durante el periodo de la Liberación. La fase en la que ”la administración del invasor era liquidada en el proceso mismo de la expulsión de aquél” – planteó el comunista polaco – fue un ”periodo decisivo” para la ”creación de un nuevo aparato del Estado”: si en los países liberados por el ejército soviético existieron ”condiciones más propicias que allí donde estaban los ejércitos anglosajones”, también en estos últimos países ”hubo serias posibilidades de proceder a cambios esenciales en la organización del nuevo Estado, sobre todo donde los partidos obreros habían
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organizado una gran lucha de liberación nacional y disponían de destacamentos armados de guerrilleros”, es decir, en Francia e Italia(112). Zdanov y Málenkov, como ya dijimos, se mantuvieron discretamente en un segundo plano, concentrando sus críticas en el hecho de que después de ser excluidos del gobierno ambos partidos seguían adoptando una actitud gubernamentalista y parlamentarista, en lugar de movilizar a las masas contra la política proamericana de los respectivos gobiernos. Los otros participantes en la reunión se atuvieron, en lo esencial, a la pauta marcada por los soviéticos. Ninguno de ellos hizo objeción a la crítica realizada por los yugoslavos, pero tampoco abordó los problemas cruciales que implicaba. Los franceses e italianos comprendieron que estaban ante dos censuras de muy distinta intención, y la que había que tomar en serio, naturalmente, era la de los portavoces de Stalin. No se trataba de analizar a fondo las causas de que la revolución hubiese abortado en Francia e Italia, sino de aprobar el ”viraje” planteado por Zdanov. En cuanto Longo y Duclos cumplieron con el acto ritual de la autocrítica, reconociendo en términos generales que sus partidos habían cometido algunos errores oportunistas, por no combinar suficientemente la acción gubernamental con la acción de masas; en cuanto reconocieron no haber comprendido a tiempo el alcance de la nueva política americana, ni que la exclusión de los comunistas del gobierno se debía precisamente a ese nuevo curso antisoviético de Wáshington; en cuanto prometieron llevar a cabo una lucha enérgica contra el plan Marshall y aplicar escrupulosamente la nueva política que Stalin exigía, Zdanov dio por zanjado el ”debate” y se pasó a otro asunto.
Una vez logrado ese resultado, los soviéticos no podían tener el menor interés en que se profundizase el análisis del oportunismo francoitaliano. Y los demás tampoco. Todos los presentes en la reunión eran suficientemente duchos en la materia para comprender que la crítica de los yugoslavos ponía implícitamente en entredicho la política dictada por Stalin al movimiento comunista en el periodo de la ”gran alianza”, y todos sabían muy bien que ese aspecto de la cuestión era tabú. Longo y Duclos hubieran podido utilizarlo para defenderse y acusar a los yugoslavos de tirar por elevación contra Stalin, pero como era evidente que Kardelj y Djilas actuaban de concierto con Zdanov y Málenkov, semejante ”defensa” habría agravado aún más su situación. En una entrevista a solas, Longo les explicó a Kardelj y Djilas que la política del partido italiano durante la guerra había sido dictada por Moscú, pero en las sesiones oficiales cada cual se atenía al papel que le tocaba desempeñar(113) El de chivos expiatorios, los unos; el de fiscales y jueces, los otros.
A medida que se había ido perfilando la ruptura de la ”gran alianza” parecían disiparse los motivos de fricción entre la política de Moscú y los intereses de la revolución yugoslava. Mientras duró la luna de miel de los ”tres grandes”, la intransigencia revolucionaria de los yugoslavos fue vista en Moscú como un factor ”negativo”; después que Londres y Wáshington iniciaron la nueva cruzada antisoviética, se convirtió en factor ”positivo”. La Yugoslavia de los guerrilleros, con su nada despreciable ejército, y su estratégica situación geográfica, pasó a ser un eslabón importante del glacis europeo que Stalin había comenzado a organizar. Y viceversa: frente a la amenaza que la ”doctrina Truman” hacía pesar sobre la revolución yugoslava, la protección soviética aparecía como más necesaria a Tito y sus colaboradores.
Pronto se revelaría que esta convergencia política no descansaba en bases sólidas. La intransigencia yugoslava era útil a los rusos siempre que se sometiera a la nueva política soviética. Pero los yugoslavos tenían sus propios objetivos en los Balcanes, que no coincidían con los de la diplomacia soviética. Por otra parte, los planes de Stalin respecto al glacis chocaban con la resolución yugoslava de conservar la independencia nacional. Sin embargo, en el momento de crearse el Kominform los yugoslavos no tenían ningún interés en chocar con los rusos: todo lo contrario. Lo que en su alegato contra el oportunismo francoitaliano había de crítica implícita de la política seguida anteriormente por Stalin no era probablemente premeditado (de haber existido tal premeditación los yugoslavos lo hubieran dicho después de la ruptura con Stalin): resultaba inevitablemente de que la política de los comunistas franceses e italianos había sido el eco fiel de la alta estrategia estaliniana.
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Una de las debilidades de la crítica yugoslava a franceses e italianos radicaba, precisamente, en que se detenía ante esa cuestión clave, sin cuyo análisis era inútil pretender esclarecer las causas de la frustración de la oportunidad revolucionaria creada en Francia e Italia: la política de 1 Stalin en el periodo de la ”gran alianza”. A ella nos hemos referido varias veces en el curso de nuestra exposición pero siempre de manera fragmentaria. En las páginas precedentes, al examinar la política de los partidos comunistas de Francia, Italia y Yugoslavia, así como en la breve referencia al caso griego, hemos ido registrando efectos concretos, localizados, de las orientaciones y directivas emanadas de Moscú. Al estudiar las causas de la disolución de la IC y en otros puntos de la primera parte de este libro, hicimos referencia a algunos de los rasgos generales de esa política estaliniana(114) Pero hasta ahora no hemos procedido a su análisis global, lo cual es absolutamente necesario para llegar a una inteligencia, también global, de por qué la revolución abortó en el Occidente europeo. A ese análisis está dedicado el apartado que sigue.
De la ”gran alianza” a los ”dos campos” La política de Stalin durante la segunda guerra mundial está dominada por dos reglas estratégicas, a cuya génesis, fundamentación, y primeras aplicaciones prácticas en coyunturas internacionales que precedieron al gran conflicto planetario, nos hemos referido en capítulos anteriores(115) La primera, nacida a finales de los años veinte, después del reflujo del movimiento revolucionario iniciado con la revolución rusa, y derivada de la teoría del ”socialismo en un solo país”, consiste en la subordinación de la acción revolucionaria en cualquier lugar del globo a los intereses del Estado soviético. La segunda, nacida en el curso de los años treinta, después del aplastamiento del proletariado alemán por el nazismo, derivada de la pérdida de confianza en la capacidad revolucionaria del proletariado occidental, estriba en dar prioridad al aprovechamiento de las contradicciones entre las potencias imperialistas, en subordinar a ese aprovechamiento toda acción revolucionaria. Esta segunda norma no es otra cosa que la aplicación operativa de la primera, una vez supuesta la susodicha incapacidad revolucionaria del proletariado occidental: dado que el objetivo supremo es garantizar la seguridad del Estado soviético, y que la revolución fuera de la URSS parece aleatoria, el recurso que queda es aprovechar las rivalidades interimperialistas. Ejemplo característico de la aplicación de esa doble regla de oro fue la política de Stalin respecto a la revolución española y al Frente Popular francés. Pero su primera aplicación en gran escala, llevada a las últimas consecuencias – sin retroceder ante la monstruosidad de intentar un pacto de largo alcance con el fascismo y de frenar la lucha de los pueblos contra él, a fin de facilitar dicho pacto – se encuentra en la política de Stalin durante la primera fase de la segunda guerra mundial.(116) Y las mismas normas rigen integralmente la política de Stalin a partir de la invasión del territorio soviético por la Alemania nazi. La manera de concebir la coalición antihitleriana, las motivaciones políticas que presiden a la concertación de las operaciones militares, el contenido de los objetivos políticos que se fijan a la guerra, el papel que se asigna a los partidos comunistas; todos los aspectos esenciales de la política estaliniana en el contexto de la ”gran alianza”, se sujetan rigurosamente a las dos normas indicadas.
Por otra parte, en los diez años que median entre el pacto francosoviético de 1935 y los acuerdos de Yalta, el objetivo supremo – la seguridad del Estado soviético – va adquiriendo una significación cada vez más alejada de la que tenía en tiempos de Lenin. En la segunda mitad de los años treinta quiere decir, esencialmente, mantener el statu quo europeo, es decir, el orden de Versalles. En el periodo del pacto germanosoviético comienza a incluir la expansión territorial, la revisión de fronteras, las anexiones, la conquista de ”esferas de influencia”. En la guerra contra las potencias del Eje ese nuevo contenido – cuya sustancia imperialista y colonialista no quedará plenamente desvelada hasta muchos años después, con la invasión y ocupación de Checoslovaquia – se impone por completo. El ”objetivo supremo” toma una forma concreta en la política de Stalin: la búsqueda de un compromiso duradero con el imperialismo americano para asumir en comandita la dirección del mundo.
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La guerra contra las potencias del Eje tuvo un contenido progresista, liberador, desde el momento que llevaba a la destrucción del régimen fascista, a la liquidación de una forma de opresión nacional: la que el imperialismo hitleriano o japonés habían implantado en una serie de países y trataban de instaurar en otros. Esta guerra tendía a transformarse en guerra revolucionaria, desde el momento que la lógica de la lucha antifascista llevaba al enfrentamiento con las clases dirigentes que se habían servido del fascismo para mantener su dominación; desde el momento, también, que la guerra ponía en pie de lucha las clases proletarias, que éstas tomaban las armas y adquirían confianza en su fuerza. Pero la política de Stalin, sin hablar de la de Roosevelt y Churchill, no era la expresión fiel de ese contenido. Si Roosevelt y Churchill, tras las grandes proclamaciones y promesas que evocaban las aspiraciones de libertad e independencia de los pueblos, perseguían objetivos esencialmente imperialistas (la posición más abierta y liberal del primero no afectaba a esa esencia imperialista de la política americana), Stalin, con análogas promesas y declaraciones, perseguía los objetivos de la capa burocrática que había sustituido al proletariado revolucionario de Octubre en la dirección del Estado soviético. El nuevo autócrata de todas las Rusias, la burocracia conservadora que él encarnaba, no podían llevar la revolución a otros pueblos después de haberla desnaturalizado en su propio país; no podían favorecer la libertad y la democracia en otras latitudes cuando la negaban a los trabajadores de la Unión Soviética. La política exterior del estalinismo no podía por menos de ser el reflejo de su política interior. Los ejércitos soviéticos – como los aliados – cumplían una función libertadora, en la medida que destruían los regímenes fascistas y aplastaban al imperialismo hitleriano. Y al mismo tiempo aportaban un nuevo tipo de opresión. Los angloamericanos llevaban consigo la conservación del sistema capitalista, la instauración, o la pretensión de instaurar, su dominación mundial, la perpetuación del colonialismo bajo unas u otras formas. Los ejércitos soviéticos llevaban consigo la instauración de un nuevo régimen social, según el modelo estaliniano, en el que la liquidación de la propiedad privada capitalista no significaba el paso a manos de los trabajadores de los medios de producción, sino su usufructo por un nuevo grupo social privilegiado, cuyo reinado burocrático se apoyaba en la mistificación ideológica, la privación de libertades políticas y el mecanismo policiaco más gigantesco de todos los tiempos. Los ejércitos soviéticos llevaban también en sus furgones los planes de expansión y dominación del nacionalismo granruso. Llegaba la hora en que los temores de Lenin a la reaparición del imperialismo ruso cubierto con la bandera de Octubre iban a tener plena confirmación.
La gran mistificación Como es natural, si los objetivos antifascistas y liberadores de la guerra podían ser abiertamente proclamados, los ”otros” objetivos de los capitalistas angloamericanos y de la burocracia estaliniana debían ser cuidadosamente disimulados. En este arte, viejo como la historia, de encubrir con los más nobles ideales los actos más retrógados, cada uno de los líderes de las tres grandes potencias tenía su propia experiencia, y la de Stalin no desmerecía en nada de la de sus eminentes colegas. Inmediatamente encontraron lo que se llama un ”lenguaje común”. Las inevitables divergencias que entre ellos surgieron no atañían para nada a los principios: los tres estuvieron siempre de acuerdo para exaltarlos en el acto mismo de conculcarlos. Las divergencias procedían de la muy natural inclinación a llevarse la mejor parte en la nueva distribución del atlas mundial. Eso sí, cuando alguno consideraba que sus intereses eran menoscabados ponía el grito en el cielo de los principios, y acusaba a los otros de transgredirlos. Pero cuando se llegaba a un acuerdo equitativo cada uno avalaba con su prestigio ante los sectores sociales afectos las nobles intenciones de sus colegas. En este sentido a Stalin le tocó desempeñar, con mucho, el papel más preeminente. Su inmenso crédito, como personificación de la revolución de Octubre, del socialismo, entre las masas trabajadoras del mundo entero, prestó un servicio inestimable a los representantes del imperialismo en la segunda gran crisis planetaria del sistema capitalista. Wilson, Clemenceau y Lloyd George no tuvieron tanta suerte en la primera. Las intervenciones públicas de Stalin durante la guerra, las versiones que la propaganda soviética daba de las relaciones y acuerdos entre las tres grandes potencias, contribuyeron poderosamente a fomentar en millones de seres, en las fuerzas avanzadas de la humanidad, la credulidad en las intenciones democráticas y liberadoras de los aliados capitalistas e
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imperialistas de la URSS. La propaganda de los partidos comunistas, salvo raras excepciones, tuvo análogo efecto. Y lo mismo puede decirse de su política de alianzas. Este engaño de los pueblos era condición necesaria para que el gran reparto de las ”esferas de influencia” entre el capitalismo angloamericano y la burocracia soviética, el toma y daca de intereses económicos, políticos y estratégicos, pudiera llevarse a cabo con la mayor docilidad posible de las víctimas.
Cuando en 1947, en su informe ante la reunión constituyente del Kominform, Zdanov anuncia que el mundo se ha dividido en dos campos, y califica de ”rapaces imperialistas” a los aliados de ayer, se ve forzado a explicar de algún modo tan radical mutación. Tanto más cuanto que hasta la víspera, como quien dice, Stalin había seguido expresando su confianza en un arreglo planetario con la otra superpotencia. (En diciembre de 1946, declara que un acuerdo de largo alcance entre los Estados Unidos y la URSS es ”plenamente realizable”(117).) La división del mundo en dos bloques, la metamorfosis de aliados que durante cinco años habían sido presentados por la propaganda soviética y comunista como coedificadores con el Estado socialista y los partidos comunistas de un mundo unido, justo, democrático y pacífico; la metamorfosis de esos aliados en rapaces imperialistas o agentes del imperialismo americano (si se trataba de la socialdemocracia y de los partidos burgueses europeos), no podía haberse producido por arte de magia en el verano de 1947. Tenía forzosamente su historia. Y los portavoces de Stalin tuvieron que dar una nueva versión del periodo de la ”gran alianza”. Versión mistifica-dora, también, pero en la que se sacaba a relucir algo de lo que antes había sido cuidadosamente ocultado. Ahora se ponía al descubierto cuales habían sido los objetivos reales de las potencias imperialistas aliadas de la URSS, pero se seguían mistificando los objetivos perseguidos por la dirección estaliniana. En la Declaración adoptada por los nueve partidos se dice, en efecto, que ya en el curso de la contienda ”existía en el campo de la coalición antihitleriana una diferencia en la determinación de los objetivos de la guerra, así como en la fijación de las tareas relativas a la organización del mundo después de la guerra”. Mientras la Unión Soviética se proponía asegurar a todos los pueblos la democracia, la independencia nacional y la paz, se guiaba por el más puro respeto al principio de autodeterminación de los pueblos, los objetivos de los Estados Unidos y de Inglaterra eran ”la eliminación de sus competidores [Alemania y el Japón] en los mercados, y la instauración de su propia hegemonía”. Ambas potencias se proponían ”reforzar el imperialismo y estrangular la democracia”(118)
Esta versión 1947 era inconciliable con la versión vigente durante la guerra. Entonces Stalin había afirmado repetidamente que existía una coincidencia esencial entre los objetivos de las tres grandes potencias. En noviembre de 1944, cuando la derrota de Alemania está a la vista y se ponen en primer plano los problemas de la ”organización del mundo” que sale de la guerra, Stalin formula la siguiente tesis, que sirve de pivote a toda la estrategia del gobierno soviético y de los partidos comunistas en esa fase crucial: ”En la base de la alianza de la URSS, la Gran Bretaña y los Estados Unidos no hay motivos fortuitos y efímeros sino intereses vitales y duraderos.”(119) Si los objetivos de las dos potencias occidentales durante la guerra eran los definidos por la declaración del Kominform – y en eso sí que no cabe duda alguna – la tesis de Stalin en 1944 no podía reflejar la realidad, a menos que por ”intereses vitales y duraderos” de la URSS se entendiera en el Kremlin algo muy distinto de lo que públicamente se proclamó durante la guerra, y se repetía en 1947, en la declaración del Kominform. Fuera de esta hipótesis, la única posible sería que Stalin cometió un burdo error en 1941-1945, por incomprensión de cuales eran los intereses y objetivos reales de las potencias imperialistas. Pero el marxismo de Stalin no era tan rudimentario... Como veremos más adelante, cuando analicemos la situación concreta en que esa afirmación fue hecha, Stalin traducía una realidad: los arreglos secretos entre los tres grandes habían llegado muy lejos. El error del gran estratega fue creer que esos arreglos proporcionaban una base sólida a la alianza entre la burocracia dirigente de la URSS y el capitalismo angloamericano, sobre todo a la alianza con la superpotencia americana.
Una vez explicada la situación internacional de 1947 como un resultado de la contradicción entre las puras intenciones de Moscú y las malvadas intenciones de Londres y Wáshington, la reunión del Kominform hubiera tenido que explicar también por qué los malos habían podido, con tan
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sorprendente rapidez, consolidar a las viejas fuerzas burguesas – las mismas que llevaron a la guerra y facilitaron, de una u otra forma, el fascismo – en el Occidente europeo; por qué los ministros comunistas pudieron ser licenciados con tanta facilidad de los gobiernos en París, Roma y Bruselas; por qué las potencias imperialistas podían emprender nuevas guerras coloniales. En una palabra, por qué las fuerzas mundiales del capitalismo, agrupadas bajo la égida del imperialismo americano, estaban en condiciones, a los dos años de la gran victoria antifascista, de tomar la iniciativa y pasar a la ofensiva contra las fuerzas obreras y democráticas. Según Zdanov, los resultados de la segunda guerra mundial equivalían a ”un brusco cambio en la correlación de fuerzas entre los dos sistemas – el socialista y el capitalista – en favor del socialismo”; ”el sistema mundial capitalista ha sufrido un nuevo y serio golpe”; ”ha crecido incomparablemente el prestigio e influencia de la clase obrera en el pueblo”; ”se ha producido un considerable fortalecimiento de los partidos comunistas”(120). Pero si las cosas eran así, ¿por qué en lugar de ser expulsados los ministros comunistas no lo habían sido los ministros burgueses? ¿Por qué en lugar de tomar la iniciativa las fuerzas mundiales del capitalismo no la habían tomado las fuerzas revolucionarias para profundizar y desarrollar los resultados de la victoria antifascista? Como ya vimos, en la parte secreta de la reunión del Kominform se salió del paso tomando como cabezas de turco a los dirigentes franceses e italianos, pero en los documentos públicos, salvo muy discretas alusiones de Longo y Duclos a que la presencia de los ejércitos aliados impedía a los partidos comunistas respectivos proponerse ir más lejos de lo que fueron, el problema de por qué el gran auge del movimiento obrero y democrático desembocó tan rápida y fácilmente en la contraofensiva de las fuerzas burguesas y del imperialismo, este problema crucial, fue prácticamente eludido. Sin embargo, en el informe de Zdanov y en la declaración adoptada por la reunión se señala un hecho de importancia capital. Zdanov dice que en el curso de la guerra los imperialistas anglonorteamericanos ”no se atrevieron a intervenir con la visera levantada contra la Unión Soviética y las fuerzas democráticas, comprendiendo bien que las simpatías de las masas populares de todo el mundo estaban totalmente a su lado; pero en los últimos meses que precedieron a la terminación de la contienda, la situación comienza ya a modificarse”. Y la declaración, refiriéndose al periodo que se inicia con la victoria, plantea que para lograr sus objetivos las fuerzas imperialistas se cubrieron con ”una máscara liberal y pacifista, encaminada a engañar y hacer morder el anzuelo a los hombres sin experiencia política”(121). Registrando este dato – sin el cual, efectivamente, era inexplicable el curso seguido por los acontecimientos entre 1945 y 1947 – los documentos del Kominform eluden por completo la cuestión que acude inmediatamente al espíritu: ¿Qué hicieron los dirigentes soviéticos, asistidos ”totalmente” de las ”simpatías de las masas populares del mundo entero”, y los partidos comunistas, ”considerablemente fortalecidos”, y la clase obrera, cuyo prestigio e influencia habían ”crecido incomparablemente”, para impedir a las fuerzas imperialistas preparar solapadamente su revancha con la ”visera” bajada? ¿Qué hicieron para impedir que la reacción se cubriese con la ”máscara” de la libertad, la democracia y la paz, y engañara a un porcentaje tan considerable de las masas populares como el que había que engañar para poder rehacerse y pasar a la ofensiva apenas consumada la derrota del fascismo? Es evidente que si hubiera sido posible citar algún juicio de Stalin, alguna directiva suya, correspondiente al periodo de la ”gran alianza”, destinado a poner en guardia a los pueblos contra los verdaderos objetivos de las potencias imperialistas aliadas; si en la política aplicada por el movimiento comunista, de acuerdo con la línea estaliniana, hubiera existido la más leve orientación táctica en ese sentido, tales datos habrían figurado con todo relieve en los documentos de la reunión constituyente del Kominform. Hubieran sido agitados entonces, y en los años que siguieron, como la prueba irrefutable de que Stalin y el movimiento comunista habían previsto el curso de los acontecimientos, y habían hecho lo posible por contrarrestar los planes del imperialismo. Pero era imposible encontrar tales referencias.
Es indudable que el papel de la ”máscara” fue enorme. Presentándose como abanderadas de la democracia y el antifascismo, de la independencia de los pueblos y de una paz justa, las fuerzas burguesas e imperialistas lograron, en efecto, engañar a los ”hombres sin experiencia política”, y a muchos de los que creían tenerla. En la gran crisis mundial, bajo el impacto de los horrores de la guerra y de los crímenes del nazismo, millones de hombres ”sin experiencia política” entraron en
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acción, aspirando a instaurar un nuevo régimen social, sin guerras y sin opresión. En ellos tenían los partidos comunistas un potencial revolucionario sin precedentes en la historia. A condición de elevar su conciencia, en el curso mismo de la guerra, a la comprensión de la realidad social y política; de descubrirles a tiempo el juego de las fuerzas que solapadamente, disfrazadas con la susodicha ”máscara”, perseguían objetivos muy diferentes a las aspiraciones populares. Pero esto no tenía sentido, naturalmente, más que si desde el primer día de la guerra la estrategia del movimiento comunista se hubiera propuesto como objetivo central dar una salida revolucionaria a la segunda crisis global del sistema capitalista. En tal estrategia el factor decisivo no podía ser otro que la fuerza de las masas populares, su conciencia política, su organización. Toda la actividad de los partidos comunistas y del Estado soviético tendría que haberse orientado hacia la preparación de ese factor. La indispensable utilización de las contradicciones interimperialistas, o de las contradicciones dentro de cada país entre las fuerzas fascistas y la burguesía ”democrática”, se habría enfocado en función del desarrollo y la potenciación constante de las fuerzas proletarias y populares. Pero la estrategia estaliniana, la estrategia de la burocracia soviética, a la que se supeditó la política del movimiento comunista, fue diametralmente opuesta. Se basó, como ya dijimos, en dar prioridad absoluta a la explotación de las contradicciones interimperialistas, y en subordinar a las conveniencias de esa explotación la acción de las fuerzas populares. Durante el periodo de la alianza tácita con la Alemania hitleriana, dicha estrategia se tradujo en frenar la lucha antifascista y abandonar la bandera de la democracia, el antifascismo y la independencia nacional a los adversarios burgueses e imperialistas de Alemania. Durante el periodo de la alianza expresa con las potencias antihitlerianas, se tradujo en frenar la acción de las masas populares, a fin de contenerla dentro de los límites aceptables para dichas potencias, lo que implicaba forzosamente disimular ante las masas los objetivos verdaderos del imperialismo angloamericano, colaborar tácitamente con él en el engaño de los pueblos.
Pero la cosa fue más lejos, porque el objetivo fundamental de los jefes soviéticos – reparto de las ”esferas de influencia” y consolidación del mismo mediante un compromiso duradero con el gobierno de Wáshington – exigía algo más que silenciar ante los pueblos los fines verdaderos que perseguían las potencias imperialistas; exigía acreditar sus fines aparentes, porque sólo así podían aparecer corno verdaderos los fines aparentes de la URSS. O en otros términos: sólo así podía justificarse que los ”intereses vitales y duraderos” de las tres grandes potencias coincidiesen. Corno había que ocultar a toda costa, so pena de derrumbar el mito bajo el cual se amparaba la burocracia estaliniana, que la URSS comenzaba a utilizar métodos imperialistas, era necesario hacer creer que los Estados Unidos y la Gran Bretaña dejaban de recurrir a tales métodos. Las teorías de Earl Browder, enunciadas inmediatamente después de la conferencia de Teherán, no eran más que la formulación neta, la expresión extrema, de lo que bajo formas apenas más discretas decía en aquellos años la propaganda soviética y comunista. Entre la tesis del jefe del Partido Comunista norteamericano formulada en enero de 1944 – ”el capitalismo y el comunismo han comenzado a marchar juntos hacia la colaboración pacífica de mañana” –, y la declaración de Yalta firmada por Stalin en febrero de 1945 – ”nuestra reunión en Crimea ha reafirmado nuestra común determinación de mantener y fortalecer en la paz que ha de venir la unidad de propósito y de acción que ha hecho posible y segura la victoria de las Naciones Unidas en esta guerra” –, o la afirmación contenida en la resolución del V Congreso del Partido Comunista italiano, fechada en enero de 1946 – ”a las grandes potencias democráticas les corresponde dirigir la reorganización del mundo entero de manera que asegure a todos paz y justicia” –, la comunión espiritual es evidente. Y es sintomático que las fórmulas extremas de Browder (sobre todo la liquidación del ”instrumento”, porque en realidad ese fue su pecado capital), no fueran excomulgadas por Stalin, sirviéndose de Duclos, hasta más de un año después de ser enunciadas. Y aún más sintomático resulta el que la excomunión se pronunciara poco después de que Roosevelt, unos días antes de morir, amenazara a Stalin con la deterioración de las relaciones entre ambas potencias, en caso de que el generalísimo no cediera en sus exigencias sobre el gobierno polaco(122).
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El reparto de las ”esferas de influencia” Todavía hoy sigue debatiéndose si el reparto de las ”esferas de influencia” se realizó en Yalta, o en negociaciones anteriores de los ”tres grandes”, o si resultó de una situación de facto, creada por las operaciones militares y cristalizada durante la ”guerra fría”. (El hecho mismo no es negado más que en las versiones oficiales soviéticas, pese a que una serie de documentos que Moscú se ha visto obligado a publicar, dada su publicación por los Occidentales – correspondencia entre Stalin, Churchill y Roosevelt, actas de las conferencias de Teherán, Yalta, etc. –, son más que suficientes para establecer la realidad del hecho.)(123) A nuestro juicio, la copiosa información existente sobre aquel periodo permite concluir que el famoso ”reparto” fue operado a través de una serie de actos y decisiones, escalonados desde el comienzo de la guerra hasta la ruptura de 1947. Durante la ”guerra fría” adquirió en Europa la estabilidad que dura hasta hoy. (Otra cosa fue en el ”tercer mundo”, donde los planes de los ”tres” se derrumbaron en gran parte bajo los embates del movimiento nacional revolucionario.) El ”reparto” fue una política, aplicada a través de las operaciones militares y de las negociaciones diplomáticas, de la acción de los partidos y de los servicios secretos. En lo que se refiere a la Unión Soviética, la iniciación de esa política puede fecharse exactamente: comienza con las cláusulas secretas que acompañaron al pacto germanosoviético. Después del ataque nazi contra la URSS, el problema de las ”esferas de influencia” se puso sobre el tapete, desde el primer momento, en las negociaciones entre los ”tres grandes”, y desde el primer momento fue acompañado de la mistificación propagandística de los objetivos reales que los tres se proponían.
Inmediatamente que la Alemania hitleriana ataca a la Unión Soviética, y con ello se liquida el freno representado por el pacto germanosoviético para la entrada en acción de los partidos comunistas y de las masas populares, Roosevelt y Churchill comprenden la urgente necesidad política de entrar en competencia con Stalin, que en su discurso del 3 de julio había declarado: ”Nuestra guerra en defensa de la patria se fundirá con la lucha de los pueblos de Europa y América por su independencia, por las libertades democráticas.” (América quiere decir aquí los Estados Unidos. FC.) En la declaración de principios conocida por Carta del Atlántico, fechada el 14 de agosto de 1941, el jefe del mayor imperio colonial y el jefe de la mayor potencia capitalista, proclaman solemnemente que
”no buscan el engrandecimiento, territorial ni de ninguna otra índole; no aprueban el que se realicen modificaciones territoriales que no estén de acuerdo con los deseos libremente expresados por los pueblos concernidos; respetan el derecho de todos los pueblos a elegir el gobierno bajo el cual han de vivir, y desean que se restituyan los derechos soberanos y la independencia a los pueblos que han sido despojados de ellos por la fuerza; se esforzarán, con el debido respeto a sus obligaciones existentes, por que todos los Estados, ya sean grandes o pequeños, victoriosos o vencidos, disfruten del acceso, en igualdad de condiciones, al comercio y a las materias primas del mundo, necesarias para su prosperidad económica; y prometen una paz que ”garantice a todos los hombres en todas partes del mundo una vida exenta de temor y privaciones”.
”El rótulo democrático de la Carta del Atlántico – escribirá años después el muy estaliniano historiador soviético Deborin – tenía por finalidad ocultar los verdaderos objetivos imperialistas de los círculos gobernantes norteamericanos e ingleses.”(124) Cosa clara, para Stalin y todos los Deborines, desde el 14 de agosto de 1941. Pero el 24 de septiembre el gobierno soviético hace pública una declaración adhiriéndose a la Carta del Atlántico. Admitiendo que el gesto fuese necesario para facilitar la obtención de la ayuda norteamericana, y que no fuera el momento oportuno para poner en entredicho el ”rótulo”, el gobierno soviético podría haber sugerido muy cordialmente a sus nuevos aliados, en función misma de la necesidad de acumular el máximo de fuerzas contra el enemigo común, la conveniencia de otorgar, o por lo menos prometer, la independencia nacional a las colonias. Tanto más cuanto que la política rooseveltiana se orientaba
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precisamente en esa dirección, no por espíritu antimperialista, claro está, sino por espíritu neocolonialista: a fin de facilitar la penetración del capitalismo norteamericano en el mundo colonial acaparado por las potencias europeas. Pero el gobierno soviético no aprovechó esa oportunidad de poner a prueba ante los pueblos, siquiera fuese muy discretamente, el ”rótulo democrático” de los imperialistas anglosajones. Las entrevistas Stalin-Eden, en diciembre de 1941, permiten comprender las razones.
Sin andarse con circunloquios – considerando, sin duda, que en tan distinguido representante del colonialismo británico tenía el interlocutor ideal en cuestiones de ”reparto” –, Stalin expuso sus primeros proyectos acerca de cómo debía modificarse el mapa europeo. A Alemania había que quitarle la Prusia Oriental (para compensar a los polacos del territorio apropiado por los soviéticos), Renania, y tal vez Baviera. A Austria podía concedérsele la independencia, y los Sudetes devolvérselos a Checoslovaquia. La ”esfera de influencia” conquistada por el fascismo italiano debería repartirse entre Yugoslavia, Grecia y Turquía (de la que Stalin pensaba obtener bases en los Estrechos), y en caso de que Francia no resucitara como gran potencia, Inglaterra podía muy bien conservar bases en Boulogne, Dunkerke, así como en Bélgica, los Países Bajos, Noruega y Dinamarca. A cambio de esta graciosa concesión al gobierno de Su Majestad, Stalin no pedía más que una cosa – de la que hacía condición sine qua non para firmar el tratado de alianza anglosoviético que Eden le proponía: Inglaterra debía reconocer inmediatamente las fronteras soviéticas establecidas como resultado del reparto de ”esferas de influencia” realizado entre Stalin y Hitler, en virtud de las cláusulas secretas del pacto de 1939. El tratado de alianza anglosoviético, precisó Stalin, podía constar de dos partes públicas: una, referente a la alianza militar durante la guerra, y la otra, concerniente a la solución de los problemas europeos después de la victoria. Y a estos dos documentos públicos se agregaría un protocolo secreto, en el que constase el reconocimiento por Inglaterra de las fronteras soviéticas de 1941. Eden se opuso, invocando la Carta del Atlántico. ”Yo creía – respondió Stalin – que la Carta del Atlántico estaba dirigida contra los que tratan de imponer su dominación al mundo, pero ahora parece estar dirigida contra la URSS.”(125) Comentando esta edificante escena, André Fontaine escribe en su Histoire de la guerre froide que el inglés podía haber recordado al georgiano las primeras decisiones del poder soviético, repudiando la diplomacia secreta y publicando los tratados de ese género negociados por los zares. Naturalmente, Eden no cometió esa imprudencia. Sólo podía felicitarse de comprobar tan inequívocamente el retorno de la diplomacia soviética a los viejos y buenos métodos, en los que el zarismo, como más de una vez comentó Marx, había sido maestro: esa era la primera condición para entenderse. En cuanto a la interpretación que Stalin daba a la Carta del Atlántico, la coincidencia con los padres de la criatura era perfecta. Estaba dirigida únicamente contra los nuevos aspirantes a la dominación mundial, no contra la opresión de los pueblos por el colonialismo británico o el capitalismo americano, ni contra el sometimiento de los pueblos del eximperio zarista al nacionalismo granruso. La utilización que había hecho Eden no era más que un inoportuno recurso polémico y la severa llamada de atención de Stalin fue perfectamente encajada por el inglés, al cual, sobra decirlo, le tenía sin cuidado que los pueblos de la Carelia finlandesa, de los Estados bálticos, de los territorios polacos orientales, de la Besarabia y la Bukovina, no pudiesen decidir libremente de sus destinos. Lo que le preocupaba era que los intereses tradicionales del imperialismo inglés en el este europeo fuesen menoscabados.
Como puede verse, la negociación sobre el reparto de las ”esferas de influencia” entre los tres grandes comenzó desde el primer día de su ”gran alianza”, y fue llevada a cabo en rigurosa sincronización con los actos públicos llamados a encubrirla y engañar a los pueblos. Poco después de las conversaciones Eden-Stalin aparecía la Declaración de las Naciones Unidas (1 de enero de 1942), ratificando la Carta del Atlántico, a cuyo pie las firmas de los Estados Unidos, de la Gran Bretaña y de la URSS, iban seguidas ya de otros países, cuyo solo nombre evocaba elocuentemente la fidelidad con que los dos primeros firmantes habían observado siempre los principios ahora proclamados: la India, Panamá, Haití, Cuba, Santo Domingo, etc. No vamos a seguir paso a paso todos los vericuetos y las visicitudes de la negociación secreta por un lado y de la mistificación
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pública por otro, asá como su rigurosa articulación con la política dictada por Moscú al movimiento comunista. Nos limitaremos a señalar algunos de los jalones más significativos.
En mayo de 1942, se firma el tratado de alianza anglo-soviético, por veinte años, sin incluir el reconocimiento inglés de las fronteras soviéticas de 1941, pero sin que los rusos hubieran renunciado a su exigencia. Simplemente, quedaba aplazada. La difícil situación militar explica, probablemente, esa momentánea y aparente concesión de Stalin. En realidad, su verdadera concesión se situaba en otro terreno, como muestra la política del Partido Comunista de la India. Gandhi y su Partido del Congreso habían adoptado, desde la iniciación misma de la guerra entre Inglaterra y Alemania, una posición que se condensa en la siguiente declaración: ”La India no puede considerarse ligada a una guerra, llamada guerra por las libertades democráticas, al mismo tiempo que ella está privada de libertad.” Y se mantuvo con firmeza a esta actitud incluso después de la entrada de la URSS en la guerra. Aprovechó la situación en que se encontraba el imperialismo inglés para intensificar la lucha por la independencia nacional. Pero mientras la burguesía nacional adoptaba esta táctica ”leninista”, el Partido Comunista de la India adoptaba la táctica socialdemócrata: se pronunciaba por el apoyo al imperialismo inglés contra su rival alemán. En el verano de 1942, las autoridades coloniales desencadenaron una bárbara represión contra el movimiento nacional, detuvieron a Gandhi y a todos los miembros del comité ejecutivo del Partido del Congreso, y prohibieron la actividad de éste. Al mismo tiempo... legalizan al Partido Comunista, que se encontraba en la clandestinidad desde 1934(126).
En ese mismo mes de mayo de 1942 tiene lugar la entrevista Mólotov-de Gaulle, a la que ya nos hemos referido en otro lugar(127). A cambio de que el general sostuviera cerca de los angloamericanos la demanda rusa de un segundo frente, el ministro soviético ofrece los buenos oficios de Moscú para que la Resistencia, lo mismo que las colonias francesas, reconozcan la jefatura del general. Poco después se inicia, en efecto, la política del PCF – analizada en páginas anteriores – de subordinación a de Gaulle y de defensa de la Unión Francesa (unión entre la metrópoli y las colonias).
A lo largo de todo este año el gobierno soviético apoya a los instrumentos yugoslavos del imperialismo inglés: el gobierno real exilado en Londres y los tchetniks de Mijailovitch. Presiona enérgicamente sobre las fuerzas guerrilleras de Tito para que abandonen su política revolucionaria y se sitúen, como los franceses e italianos, en el terreno de la ”unión nacional”.
En enero de 1943, después que la victoria de Stalingrado hubo mejorado sustancialmente la situación militar, Stalin vuelve a la carga sobre el reconocimiento de las fronteras soviéticas de 1941. Y en marzo ingleses y americanos se ponen de acuerdo para ceder en lo que se refiere a Carelia, Besarabia y Bukovina, pero mantienen su oposición en cuanto a los Estados bálticos y Polonia. En una entrevista con Eden, Roosevelt opina que tal vez habrá que ceder, en definitiva, pero a cambio de otras concesiones(128). Una de estas concesiones es formulada públicamente por la prensa y personalidades oficiales norteamericanas: Stalin debe ofrecer garantías más concretas y seguras de que renuncia realmente a ”fomentar la revolución mundial”. El muy oficioso New York Times reconoce el 20 de diciembre de 1942, que el jefe soviético ha hecho ya progresos sensibles en esa dirección: ”Las consignas de Stalin [...] no son consignas marxistas que impulsen a los proletarios del mundo a unirse, sino consignas sobre el patriotismo, la libertad y la patria.” Pero no es suficiente, y agitando el espantajo de una inversión de las alianzas, dice que la Alemania hitleriana podría convencer a muchos de la necesidad de marchar con ella en la cruzada de clase contra la URSS, de persistir ”una Internacional Comunista inspirada por la ideología trotsquista de la revolución proletaria mundial.” Y el 9 de marzo de 1943, el vicepresidente Wallace, considerado a justo título como uno de los más decididos partidarios de la cooperación con la Unión Soviética, declara – refiriéndose al futuro: ”La guerra sería inevitable si Rusia abrazara de nuevo la idea trotsquista de fomentar la revolución mundial.”(129) Como ya sabemos, estos requerimientos fueron escuchados. No vamos a volver de nuevo sobre el análisis de la disolución de la Internacional Comunista, que hemos hecho en los capítulos primero y último de la primera parte de este libro. Simbolizaba la renuncia, no a la idea ”trotsquista” de la ”revolución mundial” (esta
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presentación del asunto era una pequeña astucia de los políticos americanos, a fin de facilitar la operación al destinatario del mensaje), sino a toda idea de dar una salida revolucionaria a la tremenda crisis que estaba viviendo el sistema capitalista; una salida revolucionaria, en función, naturalmente, de las posibilidades reales, allí donde las condiciones para ello se creasen. Pero esas posibilidades y condiciones no estaban fijadas por anticipado; dependían en gran medida – aunque no enteramente – de la orientación que tomasen las fuerzas avanzadas en el curso mismo de la guerra. Y la orientación que dejaba en testamento la IC significaba la limitación a priori de los objetivos del proletariado y de las masas populares: su ‘reducción a lo compatible con los ”intereses vitales y duraderos” de las tres grandes potencias. La definición concreta, práctica, de lo admisible, iría inscribiéndose en los acuerdos secretos de los ”tres”, sin que los pueblos tuvieran la más mínima posibilidad de hacer oir su voz. O más exactamente: las clases burguesas de Inglaterra y los Estados Unidos (y a través de ellas las de algunos países europeos ocupados por el nazismo) contaban con posibilidades considerables de pesar en las decisiones de los dos líderes occidentales, pero las clases proletarias de Europa, sin hablar ya de los pueblos colonizados, no tenían posibilidad alguna de pesar en las decisiones del personaje que monopolizaba la representación suprema de sus intereses. La única posibilidad residía en que los partidos comunistas adoptasen una política independiente y revolucionaria, pero las direcciones de estos partidos se habían convertido desde hacía tiempo en apéndices incondicionales del Kremlin. La excepción titista confirmaba la regla. Y en consecuencia, las masas – incluidas las masas comunistas – pudieron ser condicionadas ideológica y políticamente a lo largo de la guerra, en el espíritu de la ”gran alianza” y de la ”unión nacional”, de la colaboración de clases en los países capitalistas, y de la colaboración entre los pueblos oprimidos de las colonias y las metrópolis capitalistas.
Refiriéndose al pacto francosoviético de 1935, y repitiendo ideas de Lenin, Trotski escribió en 1936:
”Independientemente de la opinión que pueda tenerse sobre las ventajas y los inconvenientes del pacto francosoviético, ningún político revolucionario serio pondrá en duda que el Estado soviético tiene derecho a buscar un apoyo suplementario en acuerdos transitorios con tal o cual imperialismo. Lo que importa solamente es indicar a las masas, con claridad y franqueza, el lugar de un acuerdo táctico, parcial, de ese género, en el sistema de conjunto de las fuerzas históricas. No hace falta, en particular, para aprovechar el antagonismo entre Francia e Italia, idealizar el aliado burgués o la combinación imperialista momentáneamente camuflada por la Sociedad de las Naciones. Pero la diplomacia soviética, secundada por la III Internacional, transforma sistemáticamente los aliados episódicos de Moscú en ”amigos de la paz”, engaña a los obreros hablando de ”seguridad colectiva” y de ”desarme”, y se convierte desde ese momento en una filial política de los imperialistas en el seno de las masas obreras.”(130)
De no haber sido asesinado, Trotski hubiera podido comprobar que la ”idealización” de los años treinta no fue más que un tímido ensayo, casi una mentira infantil, en comparación con la ”idealización” de los años cuarenta. Y la misma escala podría aplicarse al engaño de las masas. La ”gran alianza”, la combinación imperialista camuflada bajo el rótulo de ”naciones unidas”, la alianza con las burguesías europeas, se convirtieron en una panacea absoluta, no sólo para resolver el gran problema inmediato de abatir a las potencias del Eje, sino para asegurar la nueva paz, la democracia, la independencia de las naciones, la justicia social, conceptos que se agitaban – como corresponde a toda idealización – en su forma más abstracta, desprovistos de todo contenido de clase.
La gran prensa americana saludó con alborozo la disolución de la IC, viendo en el acontecimiento un ”triunfo diplomático de más largo alcance que las victorias de Stalingrado y del cabo Bon”. ”El mundo respira – decían sus editoriales –; ha sido abandonada la vieja locura de Trotski, se ha puesto fin al sueño de Marx.” ”Stalin – escribía el Chicago Tribune – ha enterrado los derviches de la fe marxista. Ha ejecutado a los bolcheviques cuyo reino era este mundo y querían la revolución universal.” Y el New York Times, sirviendo de altavoz al gobierno americano, reclamaba que la gran decisión fuera seguida de medidas concretas: abandono por Moscú de la Unión de patriotas polacos, reconocimiento por los guerrilleros yugoslavos del gobierno emigrado en Londres, y participación
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de los comunistas franceses en una ”unificación real”(131). Lo primero era remachar en hierro frío, porque en la ”cuestión polaca” Stalin no estaba dispuesto a ceder en nada esencial. La reclamación concerniente a Yugoslavia sólo fue satisfecha aparentemente, no por culpa de Stalin sino de Tito. En cuanto a la participación en la ”unificación real” de los comunistas franceses (y de los italianos) colmó los más secretos deseos del gran rotativo americano y de sus mentores.
Una vez que el tren de la historia fue amputado de su locomotora (como Marx llamaba a la revolución) – en la medida, al menos, que tan ambiciosa operación estaba al alcance del ”gran maquinista” – los ”tres” pudieron proceder sosegadamente a traducir en decisiones concretas sus ”intereses vitales y duraderos”. El primer jalón importante de esta nueva etapa fue la conferencia de ministros de Asuntos exteriores de la URSS, Inglaterra y Estados Unidos (a la que se agregó, como comparsa, el representante de Chiang Kai-chek), celebrada en Moscú, en octubre de 1943. En el preámbulo de la declaración anglo-soviética-americana, salida de esta Conferencia, se ratifica que sólo mediante el mantenimiento de ”la estrecha colaboración y cooperación” entre las tres potencias será posible – una vez terminadas las hostilidades – ”conservar la paz y fomentar plenamente el bienestar político, económico y social de sus pueblos”. Entre otras medidas, la conferencia estatuye sobre el nuevo régimen político que debe instaurarse en Italia después de la caída de Mussolini y de la declaración de guerra al Eje por el gobierno Badoglio. A los ”tres grandes” se les ofrecía una excelente oportunidad de mostrar cómo entendían la aplicación de los principios enunciados en la Carta del Atlántico, suscritos por la URSS. Y en efecto, otorgan al pueblo italiano el derecho de ”elegir finalmente su propia forma de gobierno”, es decir, después que haya terminado la guerra. Hasta entonces el poder efectivo en todas las cuestiones, no sólo en las concernientes a la dirección de las operaciones militares, lo detentarán las autoridades militares aliadas. Durante ese tiempo – que los ”tres” prevían sería largo, y efectivamente duró dos años – el pueblo italiano conservaba el derecho a elegir ”finalmente” el gobierno de su agrado, mientras las autoridades aliadas ejercían el derecho a crear estructuras políticas que condicionasen adecuadamente al pueblo italiano, a fin de no tener sorpresas cuando a éste le llegase la hora de ejercer también su derecho. Y la primera medida concreta destinada a asegurar ese curso político fue el mantenimiento de Badoglio al frente del gobierno, contra la voluntad expresa de las principales fuerzas antifascistas. Ya hemos examinado en páginas anteriores de qué manera el prestigio y la habilidad política de Togliatti contribuyeron decisivamente a que los comunistas italianos y toda la izquierda se sometieran al plan de los ”tres grandes”, entrasen por la vía de la ”unificación real”, como reclamaba el New York Times (que si mencionaba únicamente a los comunistas franceses era porque su comentario fue escrito en vísperas de la caída de Mussolini).
La posición soviética en la ”cuestión italiana”, unida a la que había adoptado en la ”cuestión francesa” (apoyo a de Gaulle y supeditación del Partido Comunista francés a la jefatura del general), confirmaban la opción de Stalin en el reparto de las ”esferas de influencia”, la cual se había perfilado ya en las conversaciones con Eden, y puede resumirse en dos palabras: ceder (diplomática y políticamente hablando) en el oeste, para asegurarse el este. Y en verdad, dentro de la estrategia fundada en el ”reparto” no existía otra opción, puesto que su instrumento decisivo era el movimiento de los ejércitos y no la acción de las masas populares. Si la estrategia estaliniana hubiera contado con la lucha revolucionaria en Europa como un factor de primer orden, la situación creada en Italia a la caída del fascismo le deparaba una oportunidad excepcional. La ola de huelgas que durante la primavera de aquel año había sacudido al norte de Italia, y el formidable movimiento de masas del verano, mostraban claramente que la crisis de la sociedad italiana tendía a transformarse en crisis revolucionaria, como lo confirmarían en los meses siguientes el fulminante desarrollo del movimiento guerrillero bajo la influencia predominante de comunistas, socialistas y ”accionistas”, y la impresionante huelga general de un millón de trabajadores en la zona ocupada(132) El único punto de convergencia real entre los Aliados y la burguesía italiana, por un lado, y el pueblo trabajador italiano, por otro, era la lucha contra la Alemania hitleriana. Este objetivo podía contribuir a potenciar el contenido revolucionario de la crisis, como sucedía en Yugoslavia, o a diluirlo: dependía, fundamentalmente, de la orientación que tomasen las fuerzas
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avanzadas de la sociedad italiana, pero la posición de la Unión Soviética podía ejercer una influencia considerable. Situándose estrictamente en el marco de la declaración de principios de las Naciones Unidas, e invocando la necesidad de desarrollar al máximo el esfuerzo de guerra contra Alemania, Stalin podía reclamar – no sólo en las negociaciones secretas sino a la luz del día – el reconocimiento inmediato de la plena soberanía a un pueblo que estaba dando tan magnífico ejemplo en la lucha contra el enemigo común de las tres grandes potencias; el reconocimiento de su derecho a darse inmediatamente en la zona liberada, y a medida que esta zona se ampliase, órganos de gobierno democráticamente elegidos, mediante el ejercicio sin cortapisas de las libertades políticas. ”Sólo así, si el pueblo italiano se ve dueño de sus destinos – podría haber argumentado Stalin – su moral de combate, el despliegue de sus energías e iniciativas, podrán alcanzar el más alto nivel y contribuir en grado máximo a facilitar las operaciones de los ejércitos aliados. Este proceder con el pueblo italiano mostrará a los otros pueblos europeos la autenticidad de las intenciones proclamadas por las tres grandes potencias, y les estimulará a seguir el mismo camino. Al pueblo alemán podremos decirle que si hace con Hitler lo que el pueblo italiano con Mussolini, la independencia y la soberanía de la nueva Alemania democrática serán inmediatamente reconocidas por las tres grandes potencias.” Una posición de este género hubiera valido a la Unión Soviética la simpatía y el apoyo de las fuerzas auténticamente demócratas y patriotas de Italia y, sobre todo, hubiera contribuido a desmistificar la política de Londres y Washington. Análogo efecto hubiera tenido en otros pueblos europeos. Pero Stalin hizo el juego de los aliados en la ”cuestión italiana”. Y el PCI hizo el juego de Stalin.
En este caso, como en el de la actitud hacia de Gaulle, como en el de la liquidación de la Komintern, la principal justificación de los dirigentes soviéticos, repetida con variantes diversas por la historiografía oficial, repetida como un eco por los jefes comunistas occidentales a fin de justificar también su propia política, se resume en que para asegurar la victoria sobre Alemania había que descartar a toda costa el peligro de una inversión de las alianzas. Como esta justificación cubre toda la política estaliniana hasta el fin de la guerra, no la analizaremos ahora: lo haremos cuando hayamos completado el dossier de las concesiones de gran alcance que Stalin hizo a los objetivos reaccionarios e imperialistas de sus dos grandes aliados.
Una vez que los ministros de Relaciones exteriores habían desbrozado el terreno, los ”tres grandes” en persona pudieron celebrar su primer encuentro, a fines de noviembre de 1943, en Teherán. ”Con nuestros consejeros diplomáticos – se decía en la declaración firmada por Roosevelt, Churchill y Stalin – hemos estudiado los problemas del futuro. Trataremos de obtener la cooperación y la participación activa de todas las naciones, grandes y pequeñas, cuyos pueblos están dedicados en cuerpo y alma, como lo están nuestros propios pueblos, a la supresión de la tiranía y la esclavitud, de la opresión y la intolerancia; y las recibiremos gustosos en el seno de una familia mundial de Naciones Democráticas, a medida que decidan ingresar en ella.” Dado que al pie de esta solemne promesa – nada menos que la creación de una familia mundial pacífica y democrática, de la que serían desterradas definitivamente la tiranía y la esclavitud, la opresión y la intolerancia – figuraba la firma de Stalin, ¿por qué no habían de creer los trabajadores de Europa y del mundo en la sinceridad de Roosevelt y Churchill? La política de ”unión nacional” en el marco de la ”gran alianza”, aplicada por los partidos comunistas de Francia e Italia, recibía un fundamento sólido: puesto que una vez derrotada Alemania todo se resolvería democrática y pacíficamente, lo decisivo era concentrar y unificar los esfuerzos de todos los que tenían interés – cualquiera que fuese la naturaleza de ese interés – en ganar la guerra. ¿Por qué oponerse en Italia a que esa concentración y unificación se hiciera bajo el mando supremo del Estado Mayor aliado? Una vez terminada la guerra, si el pueblo quería el socialismo no tenía más que votar democrática y pacíficamente por él. Los intereses opuestos se inclinarían ante esa voluntad popular. Así lo prometían los ”tres grandes”. ¿Y qué burgués recalcitrante podría resistir a su todopoderosa voluntad?
Al mismo tiempo que reafirmaban públicamente ante el mundo sus generosos objetivos, los ”tres” prosiguieron en el secreto de la Conferencia de Teherán la ardua labor de darles forma práctica y concreta. Churchill y Roosevelt le hicieron a Stalin la concesión de aceptar la línea Curzon como
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frontera entre la URSS y Polonia. A cambio, se le darían a Polonia los territorios alemanes hasta el Oder. Stalin accedió, pero hizo saber a sus interlocutores que le gustaría mucho quedarse con Konigsberg y la zona adyacente. Churchill no vio inconveniente: los polacos podían contentarse con recibir las ricas regiones industriales de Silesia a cambio de los pantanos del Pripet. Churchill y Roosevelt reconocieron lo muy legítima y natural que era la aspiración rusa de tener acceso a los mares cálidos, y Roosevelt, en particular, dio a entender a Stalin que podría recuperar Port Arthur y Dairen, arrebatados por el Japón a los zares en la guerra de 1905, y arrebatados antes por los zares a China. En lo referente a los territorios finlandeses ocupados por la URSS, Stalin no dio su brazo a torcer. Y Churchill tuvo la impertinencia de recordarle que, en 1917, los Soviets se habrían pronunciado por una paz sin anexiones ni indemnizaciones, a lo que Stalin respondió amablemente: ”Ya les he dicho a ustedes que me estoy haciendo conservador.”(133) En cuanto a Alemania, los ”tres” coincidían en la conveniencia de desmembrarla. La discusión giró sobre las modalidades concretas de la operación. Pero el problema principal tratado en Teherán fue el del segundo frente. A primera vista era una cuestión estrictamente militar. En realidad era un aspecto esencial del reparto de las ”esferas de influencia”.
Entre los americanos e ingleses habían surgido divergencias sobre la apertura del segundo frente. Los primeros eran partidarios de abrirlo en Francia porque – dice el historiador soviético Deborin – buscaban implantar la influencia de los Estados Unidos en Europa occidental, debilitando las posiciones inglesas. Los británicos propugnaban abrirlo en los Balcanes, porque – dice el mismo historiador – trataban de asegurar sus intereses en esa zona e impedir la ”irrupción soviética” en ella. En la Conferencia de Teherán, Churchill insistió en su proyecto balcánico, ”pero la delegación de la URSS mostró que dicho plan no tenía nada de común con la tarea de derrotar lo más rápidamente posible a Alemania y que perseguía objetivos completamente distintos”(134). En realidad, como se desprende de la explicación más detallada que da el propio Deborin, y confirman las actas conocidas de la Conferencia de Teherán, la delegación soviética no hizo referencia a los ”objetivos completamente distintos” perseguidos por los ingleses: se limitó a razonar el problema en términos de eficacia militar. Y en análogos términos fundamentó su tesis de apertura del segundo frente en Francia, encontrando el apoyo de los americanos. En ambos casos Stalin hacía conscientemente una opción política fundamental, con la que pensaba matar dos pájaros de un tiro: asegurarse las manos libres en el este europeo y ”contribuir” a atizar la contradicción que, a juicio suyo, habría de dividir profundamente a las potencias capitalistas, una vez puestos fuera de combate Alemania y el Japón: la contradicción entre los viejos Estados colonialistas europeos, debilitados al extremo por la guerra, y la superpotencia americana que aspiraba a reemplazarlas en la explotación del mundo.
Entre las concesiones mayores que Stalin hace en el oeste a sus dos aliados, a fin de tener las manos libres en el este, hay una particularmente siniestra: la referente a España. Durante la segunda guerra mundial, Churchill y Roosevelt continuaron consecuentemente, en el problema español, la política practicada por Londres y Washington de 1936 a 1939. La carta que el 8 de noviembre de 1942, en el momento del desembarco aliado en el norte de Africa, Roosesvelt dirigió a Franco, presentándose como su ”amigo sincero” y asegurándole que ”no tenía nada que temer de los Estados Unidos”, no era una simple maniobra táctica: era el expresión de esa política invariable. Lo mismo que la cínica declaración de Churchill en los Comunes, el 24 de mayo de 1944, diciendo que los asuntos interiores de España no concernían más que a los españoles. Y Stalin se hace cómplice, desde el primer día de la coalición antihitleriana, de la política española de Roosevelt y Churchill. La declaración soviética del 24 de septiembre de 1941, aprobando los principios de la Carta del Atlántico, no dice una palabra sobre España, y lo mismo sucede con todos los documentos oficiales soviéticos de tiempos de guerra, con las intervenciones públicas de Stalin, etc. Lo mismo sucede con las negociaciones entre los tres, desde la entrevista Stalin-Eden a finales de 1941 – cuando Stalin comienza a abordar la reforma del mapa político europeo – hasta Yalta, pasando por Teherán y las diferentes reuniones de los ministros de Relaciones exteriores: la dictadura fascista de Franco es intocable.
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En pocos problemas europeos disponía Stalin, sin embargo, de tan sólidas razones políticas para tomar una posición clara y tajante, como en el problema del franquismo. No sólo porque el pueblo español había sido el primero en librar batalla, durante tres años, a las potencias del Eje; no sólo porque el régimen franquista era un producto de la intervención armada de esas potencias; sino por el simple hecho de que Franco era beligerante contra la Unión Soviética: la ”división azul” formaba parte de los ejércitos invasores del territorio soviético. Y además, una declaración de guerra de la Unión Soviética a la España franquista, la exigencia de que el gobierno exilado de la República española fuera reconocido como único representante legal de España, al mismo título que otros gobiernos exilados de países europeos ocupados por Alemania, hubieran encontrado el apoyo de la gran mayoría de la opinión pública en el seno de la coalición antihitleriana, incluso en Inglaterra y los Estados Unidos. Pero Stalin no movió un dedo durante la guerra a favor de la República española; no tomó una sola iniciativa encaminada a asegurar que la victoria antifascista beneficiara a uno de los pueblos que más sangre había vertido por ella. La perpetuación de la dictadura fascista en España después de la segunda guerra mundial es uno de los resultados más evidentes de la política estaliniana de reparto de las ”esferas de influencia”. Y la irrisoria decisión adoptada en Potsdam, a iniciativa soviética, cerrando las puertas de las Naciones Unidas al régimen de Franco, no lava ante la historia las graves responsabilidades del Kremlin en el hecho de que ese régimen pudiera sobrevivir al naufragio del Eje.
Volvamos al problema del segundo frente. Desde junio de 1941 Stalin había reclamado insistentemente su apertura, presentándola como condición esencial de la victoria sobre Alemania. Hasta tal punto esencial que la finalidad práctica, inmediata, de la liquidación de la IC – según vimos en el capítulo dedicado a esta cuestión – era facilitar el acuerdo sobre el segundo frente. Y al mismo objetivo inmediato tendían las concesiones de Stalin a la política de los aliados respecto a Italia, Francia, España, etc., independientemente de que esas concesiones tuvieran la proyección de más largo alcance que hemos ido examinando. En su Orden del día del 1 de mayo de 1944, Stalin reafirma rotundamente que la derrota de Alemania no es posible sin la apertura del segundo frente en el oeste de Europa. Y después del desembarco en Normandía no regatea elogios a la ”precisión sorprendente” con que habían sido aplicadas ”las decisiones tomadas en la conferencia de Teherán”: ”La brillante realización de esas decisiones – dice Stalin – testimonia elocuentemente el afianzamiento de la coalición antihitleriana.”(135) Siguiendo la pauta marcada por el Kremlin, los partidos comunistas impulsaron durante tres años una intensa campaña reclamando el segundo frente, y no es extraño, por tanto, que cuando al fin fue creado la prensa comunista lo acogiera como ”la realización de lo que la humanidad entera venía pidiendo y esperando fervorosamente todos los días”(136).
A partir de 1947, una vez deshecha la ”gran alianza”, bajo la presión de las exigencias de la nueva política exterior soviética y de la evidencia de los hechos – que entre tanto habían puesto plenamente al descubierto las segundas intenciones del segundo frente – el Kremlin se ve forzado a destruir el mito creado por él mismo. La historiografía soviética recibió luz verde para desvelar esa faceta de la historia, a condición, claro está, de no adentrarse en las inquietantes interrogaciones que el desvelamiento suscitaba respecto a la política de Moscú en los años de la ”gran alianza”. La versión, vigente hasta hoy, de los historiadores soviéticos, puede resumirse en los siguientes puntos:
1) La idea directriz de la estrategia angloamericana en el escenario bélico europeo consistía en dejar que Alemania y la URSS se desangrasen y debilitaran lo más posible, y entretanto desarrollar al máximo el potencial militar aliado a fin de intervenir en el momento oportuno, con fuerzas frescas, e imponer el tipo de paz que interesaba al imperialismo. La ayuda en equipo militar y alimentos a la Unión Soviética era la estrictamente necesaria para impedir la victoria alemana y prolongar el duelo germanosoviético hasta ese ”momento oportuno”. 2) Ese cálculo se reveló erróneo en el curso de 1943. Después de la victoria de Stalingrado y de los nuevos golpes demoledores asestados por el ejército soviético al enemigo en la primavera y verano de 1943, el agotamiento de Alemania era visible, pero en cambio el potencial militar de la URSS crecía de día en día, tanto en cuanto a la fabricación de armamento como a los efectivos humanos movilizados y a la capacidad combativa de sus ejércitos. Al mismo tiempo, la envergadura que iba tomando la Resistencia
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en los países ocupados alarmaba profundamente a los dirigentes angloamericanos. ”En estas condiciones, todo nuevo retraso en la apertura del segundo frente en el norte de Francia implicaba el riesgo de debilitar en el más alto grado la posición de los Estados Unidos después de la guerra. Los dirigentes ingleses y americanos se vieron forzados a realizar un brusco viraje, que fue decidido en agosto de 1943, en la conferencia de Quebec.”(137) En esta réunión, Churchill intentó que prevaleciera el interés británico por que el segundo frente fuera abierto en los Balcanes, pero los americanos impusieron la decisión que correspondía a los intereses americanos. Con esta decisión tomada Roosevelt y Churchill acudieron a Teherán, donde el inglés postuló de nuevo la variante balcánica, pero el americano y el ruso coincidieron plenamente en la variante francesa. 3) En los primeros meses de 1944 se ”hizo evidente que la Unión Soviética estaba en condiciones, con sus solas fuerzas, de derrotar a la Alemania fascista y liberar a los países europeos, incluida Francia”(138). Por otra parte, ”la lucha de liberación del pueblo francés, que tendía a transformarse en insurrección general armada contra los invasores alemanes, despertaba la alarma en el campo de la reacción mundial”. Semejante perspectiva venció las últimas vacilaciones de Londres y Wáshington, y el desembarco aliado en las playas de Normandía se llevó a cabo finalmente con objeto de ”frustrar la democratización de los países de Europa occidental y cerrar al ejército soviético el camino al oeste”(139).
Esta versión de la historiografía soviética está sólidamente fundamentada en el análisis de los documentos occidentales y ha sido corroborada por la política que practicaron los imperialistas americanos en Europa desde el momento que sus ejércitos pusieron pie en el continente. Los historiadores de la URSS han podido ponerse de acuerdo con la verdad en esta cuestión concreta – aparte las inevitables simplificaciones y elementos propagandísticos de una versión sometida al ”criterio de partido” – porque Moscú no tenía necesidad, a partir de 1947, de seguir mistificando esa parcela de la historia. Al contrario, tenía necesidad de revelarla por las razones antes explicadas. Desde ese momento los historiadores soviéticos podían servirse en su análisis de un hilo conductor tan seguro como era el interés de clase que hubo de imperar forzosamente en las decisiones militares y políticas de Londres y Wáshington. Lo absurdo habría sido que la estrategia angloamericana se hubiese inspirado en la idea de favorecer el fortalecimiento de la URSS y el acceso al poder de los partidos obreros europeos. En cuanto a la tesis de que a partir de fines de 1943, comienzos de 1944, la URSS estaba en condiciones de derrotar a Alemania y liberar a toda Europa con sus solas fuerzas, conjugadas con la acción de las Resistencias nacionales, no es una tesis solamente soviética. En noviembre de 1943, Roosevelt opinaba que ”en la primavera próxima, al paso que van las cosas en Rusia ahora, puede que ya no sea necesario el segundo frente”(140) Y en mayo de 1944 el almirante Leahy, jefe del Estado Mayor de Roosevelt, afirmaba en un informe sobre la relación de fuerzas existente en ese momento que, en la hipótesis de una ruptura de la ”gran alianza” y la eventualidad de una guerra con la Unión Soviética, los Estados Unidos podrían, todo lo más, defender a Inglaterra, pero no batir a la Unión Soviética. ”Con otras palabras, nos veríamos implicados en una guerra que no podríamos ganar.”(141) Agregemos a esto que los Estados Unidos se encontraban comprometidos en lo más duro de la guerra contra el Japón, mientras que la Unión Soviética tenía asegurado su frente extremoriental mediante el pacto sovietico-nipón de 1941.
Así, pues, el segundo frente no fue una condición necesaria-de la derrota de Alemania, como aseguraba Stalin, sino una condición necesaria de la prevención del peligro de revolución socialista que se perfilaba en el Occidente europeo; fue, simplemente, un aspecto – entre los más importantes – del reparto de ”zonas de influencia” en Europa. Y la manera como Stalin abordó la cuestión del segundo frente, desde el momento que comienza a tomar cuerpo la ”gran alianza”, estaba inspirada por ese objetivo. En lugar, en efecto, de explicar a los pueblos europeos que su liberación debía ser, ante todo, el fruto de su lucha armada, y que esa era la única vía para llegar a disponer realmente de sus destinos; en lugar de valorizar prioritariamente ejemplos como los existentes desde comienzos de 1942 (la constitución en Yugoslavia del ejército de liberación y la instauración del poder popular en las zonas liberadas) e incitar a las Resistencias francesa, italiana, etc., a seguir ese camino, los planteamientos de Stalin y la propaganda soviética sobre el segundo frente – así como sus ecos, la política y la propaganda de los partidos comunistas – fomentaban las ilusiones en la supuesta misión liberadora y democrática de los ejércitos angloamericanos, y las tendencias a considerar los
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movimientos de resistencia armada como fuerzas auxiliares y subordinadas. Con la particularidad que ese enfoque va acentuándose a medida que la situación militar se hace más favorable a las armas soviéticas. Las declaraciones más tajantes de Stalin sobre la necesidad del segundo frente no son de 1941 y 1942, cuando más difícil es la situación de los ejércitos soviéticos: se inician en la primavera de 1943, coincidiendo con la disolución de la IC, se acentúan a final del año, y la más rotunda de todas se encuentra en la ya mencionada Orden del día del 1 de mayo de 1944, donde Stalin, después de anunciar que el ejército soviético está a punto de arrojar al invasor más allá de las fronteras patrias, plantea que la tarea de liberar a los pueblos europeos no puede ser llevada a cabo más que ”por los esfuerzos conjugados de la Unión Soviética, de Inglaterra y de los Estados Unidos, mediante golpes asestados en común por nuestras tropas al este y las de nuestros aliados al oeste”. Y remacha: ”No cabe duda alguna que sólo ese golpe combinado puede conducir al hundimiento total de la Alemania hitleriana.”(142) Lo que equivalía a una recomendación – y viniendo de Stalin, a una orden – dirigida a los partidos comunistas occidentales, en vísperas del desembarco aliado: toda acción de las fuerzas de la Resistencia, todos los objetivos políticos nacionales, deben subordinarse a la acción y los objetivos de las fuerzas angloamericanas. Y en efecto, tal fue la norma estrictamente observada, como vimos en páginas anteriores, por los partidos comunistas de Francia e Italia, la que llevó al Partido Comunista de Grecia a la capitulación de Varkiza.
Paralelamente a la progresión en el planteamiento del segundo frente como ineludible necesidad militar de la derrota de Alemania y de la liberación de los pueblos ocupados, Stalin va acentuando la justificación ideológica de esa subordinación a los aliados que reclama de la izquierda europea. Afirma que la unidad de la ”gran alianza” es cada día más firme, más amplia la comunidad de intereses y fines entre los ”tres grandes”. En consecuencia, los pueblos pueden otorgarles su confianza. A medida que en los hechos, en la práctica, se agravaban las contradicciones en el seno de la coalición – como reconocerá Zdanov en 1947, como luego demostrará la historiografía soviética y occidental, como no podía por menos de suceder desde el momento que se perfilaba netamente la derrota del imperialismo alemán, la lucha contra el cual era el único aglutinante relativamente sólido de la coalición –; a medida que ese inevitable proceso se ahondaba, Stalin aumentaba la dosis mistificadora.
El 9 de octubre de 1944, cuando los ejércitos soviéticos comienzan a desbordar las fronteras patrias y penetran en Rumania y Bulgaria, Stalin y Churchill se ponen de acuerdo sobre las respectivas ”cuotas” de influencia en los Balcanes. En sustancia, Churchill se resigna a que Stalin disponga como bien le parezca de Rumania, Bulgaria y Hungría, con tal de que Stalin le deje las manos libres en Grecia y le conceda un 50 % de ”influencia” en Yugoslavia, a lo que el Padre de los pueblos accede magnánimamente(143). El 6 de noviembre, en el discurso que pronuncia con motivo del aniversario de la revolución de Octubre, Stalin ensalza la unidad de los ”tres grandes”, augurándole larga vida. Aquí es donde enuncia más netamente su tesis de que en la base de la alianza entre la URSS y los dos grandes Estados capitalistas no hay motivos ”fortuitos y efímeros”, sino ”intereses vitales y duraderos”.
Naturalmente – dice Stalin – a veces surgen divergencias, pero ”lo asombroso no es que existan divergencias sino que sean tan pocas, y de que, en principio, sean resueltas casi siempre en el sentido de la unidad y de la acción coordinada de las tres grandes potencias. Lo importante no son las divergencias sino el hecho de que esas divergencias no rebasan el marco de lo admisible para los intereses de la unidad de las tres grandes potencias, y finalmente son resueltas según los intereses de esa unidad”.
Después de evocar, en apoyo de su aserto, las discusiones sobre el segundo frente, así como las más recientes acerca de las estructuras de la proyectada Organización de las Naciones Unidas, Stalin añade:
”La consolidación del frente de las Naciones Unidas queda atestiguada, aún más brillantemente, por las recientes conversaciones de Moscú con el jefe del gobierno de la Gran Bretaña, M. Churchill, y el ministro de Asuntos Exteriores de la Gran Bretaña, M. Eden, las cuales han transcurrido en una atmósfera de cordialidad y en un espíritu de total unanimidad.”(144)
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Así, pues, la negociación en la que se había efectuado secretamente, con insuperable cinismo, el reparto de las ”zonas de influencia” en los Balcanes; la negociación en la que Stalin había dejado las ”manos libres” a Churchill – según la expresión de éste en su telegrama a Eden del 7 de noviembre(145) – para lanzar la flota, los tanques y los aviones británicos contra el pueblo griego; este ejemplo típico de diplomacia secreta y de menosprecio del derecho de autodeterminación de los pueblos, era presentado por Stalin – en ocasión tan apropiada para el caso como el aniversario de la revolución de Octubre – como la prueba más brillante de la unidad de las tres grandes potencias.
La intervención armada de Churchill contra la Resistencia griega suscitó viva oposición en la opinión liberal y en los medios obreros de los Estados Unidos y de Inglaterra. Los principales órganos de prensa, incluido el Times londinense, expresaron su desaprobación. La operación fue condenada por las Trade Unions, por casi todos los diputados laboristas y parte de los liberales. La cuestión de confianza planteada por Churchill no obtuvo más que 272 votos entre los 615 miembros de los Comunes. Según testimonio de su hijo, Roosevelt estaba escandalizado por los ”procedimientos” ingleses, y el secretario de Estado, Stettinius, hizo una declaración oficial recordando que los Estados Unidos sostenían el derecho de los pueblos a regir sus destinos y estaban contra toda intervención en los asuntos interiores de cualquier país(146) Quiere decirse que el momento político era extraordinariamente propicio a un gesto soviético en defensa de la democracia griega. En aquella fase final de la guerra antifascista actos tan descaradamente reaccionarios como el de Churchill no podían por menos de suscitar la repulsa general, y el prestigio de la URSS entre los pueblos de Occidente era inmenso. Por otra parte, la situación militar no podía ser más favorable. Los ejércitos soviéticos habían llegado en octubre a las fronteras de Grecia con Bulgaria y Yugoslavia, los restos de las tropas alemanas tuvieron que evacuar la península helena y ésta se encontraba totalmente en poder de la Resistencia. Las tropas ingleses desembarcadas en el Pireo sólo controlaban el terreno que pisaban. De no haber existido el acuerdo secreto Churchill-Stalin, nada podía impedir que unas cuantas unidades soviéticas descendiesen hasta Atenas para ”enlazar” allí con el cuerpo expedicionario británico. Esta ”presencia” militar, respaldando una declaración de Moscú análoga a la de Stettinius, hubiera desbaratado los planes de Churchill. Pero Stalin no sólo no hizo ningún gesto militar ni diplomático en defensa de la Resistencia griega; no sólo guardó un silencio cómplice durante los treinta y tantos días en que los tanques y aviones británicos ametrallaban a la población de Atenas; presionó, además, a los dirigentes comunistas griegos para que llegaran a la capitulación de Varkiza, la cual no estuvo impuesta, ni mucho menos, por la relación de fuerzas(147)
Mientras Churchill dedicaba no pocos tanques y aviones a su pequeña guerra contra la Resistencia griega, von Rundstedt rompía el frente aliado en las Ardennes y amenazaba a los ejércitos angloamericanos con un nuevo Dunkerque. (La ofensiva churchilliana en Atenas se inició el 5 de diciembre, y la hitleriana en Bélgica el 16 del mismo mes; ambas se prolongaron hasta mediados de enero(148).) El 6 de enero Churchill envió un mensaje a Stalin pidiéndole que se adelantara la ofensiva soviética (prevista para finales de enero) a fin de aliviar la grave situación en que se encontraban los ejércitos aliados en su frente principal. Stalin podía haber preguntado por qué los ejércitos aliados no atacaban en el frente de los Apeninos, por qué las divisiones blindadas y la aviación empleadas en Grecia contra el pueblo griego no eran trasladadas a ese frente, en el que una ofensiva aliada podía contar con el poderoso concurso del ejército guerrillero de la zona ocupada por los alemanes. Pero Stalin respondió inmediatamente a Churchill que pese a las desfavorables condiciones climatológicas imperantes en el frente este, las cuales hacían difícil el empleo de la aviación y la artillería, el ejército soviético adelantaría su ofensiva. ”No le quepa duda alguna – decía el telegrama de Stalin – que haremos todo lo posible por acudir en ayuda de las gloriosas tropas aliadas.”(149) Y, en efecto, cinco días más tarde el ejército soviético pasaba al ataque en un frente de 1 200 km. Lo que obligó al alto mando alemán, según testimonian las memorias del general Guderian, a ”pasar a la defensiva en el frente occidental y trasladar al este las fuerzas que quedasen libres”(150) Como explica la historiografía soviética, Stalin sabía muy bien desde hacía tiempo – y los acontecimientos griegos estaban confirmándolo – que los ejércitos aliados habían
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desembarcado en el continente para ”llevar a la práctica sus planes imperialistas respecto a Alemania, salvar del aniquilamiento definitivo a las fuerzas de la reacción en Europa, frustrar la democratización de los países de Europa occidental y cerrar al ejército soviético el camino al oeste”(151) Stalin sabía que el 18 de diciembre, dos días después de iniciarse la gran contraofensiva de von Rundstedt, los ingleses habían trasladado tropas de Italia a Grecia, en lugar de proceder a la inversa: llevarlas de Grecia a Italia para atacar en los Apeninos y aliviar así la situación de los Aliados en las Ardennes(152). Stalin sabía, como dice la historiografía soviética, que el frente occidental aliado había dejado de ser necesario, desde los primeros meses de 1944, para la derrota de Alemania; que los ejércitos soviéticos, con el concurso de las resistencias europeas, estaban en condiciones de imponer la decisión final. Pero Stalin no vacila en aumentar considerablemente las bajas soviéticas – consecuencia inevitable de iniciar la ofensiva en condiciones climatológicas que dificultaban el empleo de la aviación y la artillería, y de atraer al frente oriental parte de las fuerzas alemanes empleadas en el frente occidental – a fin de ayudar a las ”gloriosas tropas aliadas”. No vacila en tomar una decisión que significaba concretamente, en aquella situación, facilitar el avance ulterior de los ejércitos angloamericanos hacia el interior de Alemania; que facilitaba las operaciones contra los resistentes griegos y la disponibilidad de las tropas aliadas en Francia e Italia frente a toda eventual acción de la Resistencia que pusiera en peligro la restauración del orden burgués en ambos países. Los historiadores soviéticos portavoces de la versión oficial justifican la decisión estaliniana del 7 de enero de 1945 diciendo que, al proceder así, el gobierno soviético ”cumplía de modo desinteresado, consecuente y honesto los compromisos contraídos y prestaba la ayuda necesaria a sus aliados”(153) Si prescidimos del ”desinterés” y la ”honestidad”, los términos de esta justificación apologética resultan perfectamente adecuados para definir el contenido real del acto. Stalin, en efecto, ”cumplía de modo consecuente los compromisos contraídos” con sus aliados imperialistas. En la misma medida, exactamente, en que incumplía sus deberes para con la revolución europea.
Aparte expresiones vagas, como la más arriba citada, la historiografía soviética no da explicación alguna de las razones inmediatas que determinaron la decisión tomada por Stalin el 7 de enero de 1945. Si existían razones generales, que pueden entenderse perfectamente a la luz de la política global de Stalin – los ”compromisos contraídos” – es indudable que hubo también razones ligadas al momento preciso en el que la resolución fue tomada. Los historiadores soviéticos no las descubren, pero las dejan transparentar al señalar que la ofensiva hitleriana en las Ardennes estaba concebida en función de un objetivo: hacer comprender a los Aliados, después de asestarles un rudo golpe, que su interés estribaba en concertar una paz por separado(154). Con su ”magnánimo” gesto Stalin se proponía, muy probablemente, demostrar a los aliados que su conveniencia residía en conservar un soiuznik tan generosamente predispuesto a facilitar la realización de los planes angloamericanos en el continente. En una palabra, Stalin quería prevenir el riesgo de una paz por separado. Pero, según veremos, Stalin no temía correr tal riesgo cuando se trataba de cuestiones que ponían en entredicho las previstas ”zonas de influencia” soviéticas. Estaba dispuesto a las concesiones, a fin de prevenirlo, siempre que recayeran sobre los intereses del movimiento revolucionario en las ”zonas de influencia” reconocidas a los angloamericanos.
Cuando los ”tres grandes” se reunen en Yalta, a comienzos de febrero, el ”reparto” de Europa estaba ya muy adelantado. Además de los aspectos a los que nos hemos referido en las páginas precedentes, en el curso de 1944 se había llegado a un acuerdo preliminar sobre la cuestión crucial de las zonas de ocupación de Alemania. El acuerdo fue ratificado en Yalta sin dificultad, tal vez porque cada uno de los ”tres” lo consideraba provisional y compatible con sus ulteriores planes sobre Alemania. La línea del Elba no podía por menos de satisfacer las exigencias más ambiciosas de la seguridad del Estado soviético, tal como era entendida por Stalin y sus generales. (Con notable presciencia, Engels escribió en 1853 que el expansionismo ruso, invocando el mito paneslavista, no descansaría hasta darse sus ”fronteras naturales”, las cuales – decía Engels – corresponden aproximadamente a una línea que va desde Danzig o Stettin hasta Trieste(153)) Y, por otra parte, a los capitalistas angloamericanos no podía desagradarles quedarse con las zonas más industriales de
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Alemania. En lo que se refiere al resto de Europa, aunque la delimitación de las ”zonas de influencia” estaba prácticamente decidida, quedaba por resolver el problema que podríamos llamar de las ”cuotas” de influencia de los occidentales dentro de la zona de hegemonía soviética. Lo mismo que dentro de la zona de hegemonía angloamericana Stalin disponía de unas determinadas ”cuotas” de influencia a través de los partidos comunistas, con la participación de éstos en los gobiernos de Francia, Italia, etc., el reconocimiento por Roosevelt y Churchill de la hegemonía soviética en el este de Europa no significaba que renunciasen a contar con ciertas posiciones políticas y económicas en los países correspondientes. El acuerdo secreto Churchill-Stalin sobre los Balcanes, por ejemplo, abarcaba ambos aspectos, ”zonas” y ”cuotas”. Grecia quedaba como zona de absoluta hegemonía angloamericana, lo mismo que Bulgaria, Rumania y Hungría de absoluta hegemonía soviética, pero los comunistas griegos tenían derecho a un 10 % de influencia en Ios órganos del Estado monárquico, vasallo de los angloamericanos. Si se hubiesen conformado con ese modesto porcentaje, Churchill no se habría visto en la dolorosa necesidad de convencerles a fuerza de bombas. Una vez que estos argumentos surtieron su efecto – 13 000 muertos del ejército de liberación (ELAS) sólo en Atenas – y de que los dirigentes comunistas griegos aceptaron, por el acuerdo de Varkiza, el desarme del ELAS en todo el país, Churchill – honorando su compromiso con Stalin – no se opuso a que el Partido Comunista griego ocupase legalmente la modesta plaza que el susodicho compromiso le reservaba dentro del orden democrático encarnado en Jorge II y el general Plastiras. Y de la misma manera que Churchill respetaba tan escrupulosamente, en lo que se refiere a Grecia, Ios porcentajes convenidos con Stalin, éste debía hacer lo mismo en los países incluidos dentro de la zona de influencia soviética. En Yalta este problema fue abordado concretamente en los casos de Yugoslavia y Polonia. Sobre la cuestión yugoslava los ”tres grandes” se limitaron a formular la recomendación expresa de que el acuerdo Tito-Subachitch fuese aplicado rápidamente(156) La manzana de la discordia en Yalta, como en anteriores negociaciones, fue Polonia.
Stalin veía Polonia como un eslabón capital del glacis que habría de proteger la seguridad del Estado soviético, y por tanto el nuevo Estado polaco tenía que ofrecer al Kremlin absolutas garantías en todos los órdenes. Pero las fuerzas políticas sinceramente prosoviéticas eran sumamente débiles en Polonia. Durante la vigencia del pacto germanosoviético, Stalin había tratado a la nación y a la población polacas como enemigos, recurriendo a procedimientos incalificables, lo que tuvo por lógico efecto exacerbar la tradicional rusofobia del nacionalismo polaco, sólo comparable a su germanofobia. Ni siquiera los reducidos grupos comunistas habían escapado a los golpes de Stalin(157). Nada tiene de extraño, por consiguiente, que las principales fuerzas de la Resistencia polaca se agrupasen en torno a los partidos burgueses y al socialdemócrata, los cuales habían constituido desde 1939 un gobierno exilado, con sede en Londres, reconocido por las potencias occidentales como único gobierno legal de Polonia. Quiere decirse que para darse el Estado polaco que necesitaba – incondicionalmente prosoviético, eslabón garantizado del glacis – Stalin no podía hacer la más mínima concesión a vía democrática alguna, fuese democrático-burguesa o democrático-proletaria. No podía confiar más que en la construcción, mediante medidas autoritarias, de un aparato estatal bien controlado – sobre todo en lo concerniente al ejército y a la policía – por los órganos de seguridad soviéticos. Para ello era necesario, entre otras medidas, destruir las fuerzas organizadas y armadas – muy considerables – de la Resistencia polaca controlada por los líderes burgueses y socialdemócratas. La miopía política de estos líderes, cegados por su nacionalismo antisoviético, que les llevó a la insurrección prematura de Varsovia, en agosto de 1944, facilitó la tarea de Stalin. Las tropas alemanas se encargaron de hacer con la Resistencia nacionalista burguesa polaca lo que las tropas británicas harían poco después con la Resistencia revolucionaria griega(156). De todas maneras el problema de fondo – la hostilidad de la gran mayoría del pueblo polaco a la inclusión de Polonia en la órbita rusa – seguía en pie. Roosevelt y Churchill estaban dispuestos a hacer amplias concesiones a las razones de ”seguridad” invocadas por Stalin, pero exigían su ”cuota” de influencia en la nueva Polonia, y reclamaban, además, que se guardasen las apariencias democráticas: ambos estaban bajo la fuerte presión de la opinión pública anglonorteamericana, muy sensibilizada desde el comienzo de la guerra por la causa polaca. En
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Yalta consiguieron, por fin, que Stalin accediese a ”ampliar” el gobierno provisional confeccionado en el Kremlin e instalado en Varsovia por el ejército soviético, incluyendo algunas personalidades patrocinadas por el gobierno exilado. Las autoridades definitivas habrían de salir de elecciones generales, organizadas por el nuevo gobierno provisional en el más breve plazo.
Apenas de regreso en sus respectivas capitales, los dos ”grandes” occidentales comprendieron que el ”grande” oriental no albergaba la menor intención de aplicar el compromiso contraído. Stalin exigía, en efecto, que todo miembro del nuevo gobierno ”hubiera demostrado en la práctica su actitud amistosa hacia la Unión Soviética, y estuviera dispuesto, honesta y sinceramente, a colaborar con el Estado soviético”(159). ¿Quién más calificado que Stalin para decidir sobre las dosis de amistad, honestidad y sinceridad prosoviéticas, existentes en la conciencia de los candidatos al gobierno polaco? Stalin exigía, a justo título, que se le reconociera esa calificación, con lo que la ”cuota” occidental corría grave peligro de quedar muy por debajo de la ”cuota” de influencia soviética en Grecia. Los dos jefes aliados reaccionan enérgicamente. En uno de sus últimos mensajes a Stalin, Roosevelt formula en modo apenas velado la amenaza de ruptura de la ”gran alianza” frente a ”cualquier decisión que lleve a la persistencia, en forma enmascarada, del actual régimen varsoviano”(160) Churchill envía simultáneamente al generalísimo una comunicación análoga. Pero Stalin no cede un ápice, pese a que esta amenaza de ruptura cobra gran verosimilitud por coincidir con otro hecho harto significativo: el primero en el que la eventualidad de una paz por separado entre occidentales y alemanes cobra consistencia. A mediados de marzo, en efecto, representantes del alto mando aliado habían tenido conversaciones secretas, en Suiza, con representantes del alto mando alemán. Cuando ya se estaban celebrando – y en previsión, sin duda, de que los soviéticos las conocieran por otro conducto, como en realidad ocurrió – los aliados informaron a Moscú, justificándolas con una posible capitulación del ejército alemán que ocupaba el norte de Italia. El gobierno soviético exigió participar en las conversaciones y los aliados se negaron, lo que evidentemente no podía por menos de acrecentar las sospechas de Moscú. En un mensaje a Roosevelt fechado el 3 de abril (el de Roosevelt a Stalin sobre la cuestión polaca era del 1 de abril), el generalísimo da por sentado que en las conversaciones de Suiza los Aliados han llegado a ”un acuerdo con los alemanes, en virtud del cual el mariscal Kesselring, comandante alemán en el frente occidental, convino en abrir el frente a las tropas anglonorteamericanas, para permitirles avanzar hacia el este, a cambio de la promesa anglonorteamericana de aliviar las condiciones de armisticio para los alemanes”. Y así resulta, prosigue Stalin, ”que en este preciso momento los alemanes han cesado, de hecho, la guerra contra Inglaterra y América en el frente occidental, mientras continúan la guerra contra Rusia”(161) Pese a estos signos alarmantes, agravados días después por la muerte de Roosevelt y la entrada en funciones de Truman – que en 1941 había declarado públicamente: ”Si vemos que Alemania está en vías de ganar la guerra debemos ayudar a Rusia; si vemos que Rusia está en vías de ganar, debemos ayudar a Alemania”(162) – Stalin no hará la más mínima concesión en el asunto polaco. En un mensaje a Truman y Churchill, fechado el 24 de abril, formula con incomparable cinismo la doctrina de que cada uno de los ”tres grandes” debe resolver – sin que los otros dos se mezclen en ello – qué gobierno han de tener los países que considere vitales para la seguridad de su Estado.
”Hay que tener en cuenta la circunstancia – dice el documento – que Polonia es fronteriza con la Unión Soviética, cosa que no puede decirse respecto a la Gran Bretaña y a los Estados Unidos [...] Al parecer ustedes no están de acuerdo en que la Unión Soviética tiene derecho a conseguir que en Polonia exista un gobierno amigo de la Unión Soviética, y gobierno soviético no puede aceptar la existencia sé si en Grecia de un gobierno que le sea hostil [...] Yo o no se ha creado un gobierno verdaderamente representativo y si en realidad es democrático el gobierno de Bélgica. La Unión Soviética no lo ha inquirido cuando se crearon allí esos gobiernos. El gobierno soviético no ha pretendido inmiscuirse en esos asuntos porque comprende la significación que Bélgica y Grecia tienen para la seguridad de la Gran Bretaña. Es incomprensible que al discutirse la cuestión de Polonia no se quieran tener en cuenta los intereses de la Unión Soviética desde el punto de vista de su seguridad.”(163)
Al mismo tiempo que se batía en el frente diplomático por tener las ”manos libres” en Polonia, como Churchill las tenía en Grecia, Stalin ordenaba al ejército y los servicios de seguridad
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soviéticos proceder a la liquidación metódica de los cuadros de la Resistencia no comunista, sin vacilar en recurrir a procedimientos como el siguiente: sus principales jefes militares y políticos fueron invitados por las autoridades militares soviéticas a entablar conversaciones amistosas; se les proporcionó salvoconductos y se les garantizó su seguridad. Una vez llegados al lugar convenido para la entrevista, todos fueron detenidos y trasladados secretamente a una cárcel moscovita. Meses después comparecieron ante un tribunal militar soviético que les condenó a diez años de prisión acusándoles de tentativas de sabotaje contra el ejército soviético. Muchos dirigentes locales de la Resistencia fueron capturados por análogo procedimiento, y liquidados sin proceso(164).
Como se ve, Stalin no temía arrostrar la ruptura de la ”gran alianza” si lo que se ponía en juego era el control de Moscú sobre los países designados por la historia para integrar el glacis ruso. Pero en ese mismo periodo, y aplicando las directivas estalinianas, Thorez desarmaba a la Resistencia y ponía al Partido Comunista a remolque de de Gaulle, invocando el peligro de una inversión de las alianzas. Bajo la misma invocación rendía sus armas a los Aliados la magnífica Resistencia del norte de Italia, y los comunistas griegos aceptaban el desarme del ELAS. Stalin consideraba legítimo correr el riesgo de un conflicto con los Aliados en nombre del glacis, y al mismo tiempo hacía que los comunistas de la ”zona de influencia” angloamericana considerasen como un crimen la eventualidad de que una acción revolucionaria pudiese provocar semejante conflicto. Por tanto, si dicha acción revolucionaria determinaba la intervención armada de los ejércitos angloamericanos no había que contar con la intervención militar soviética (siempre que la intervención aliada no afectara al glacis): el caso griego tenía valor de advertencia.
La cuestión de las ”zonas” o ”cuotas” de influencia en Europa no se abordó concretamente en Yalta más que en los casos citados de Alemania, Polonia y Yugoslavia. (En relación con Alemania es importante precisar que no sólo se delimitaron las zonas de ocupación; se acordó en principio su desmembramiento, instituyéndose un comité de los ”tres” encargado de estudiarlo(165)) Respecto a los demás países europeos, las tres potencias se concertaron sobre las normas a seguir para intervenir conjuntamente ”cuando a discreción suya las circunstancias lo exigiesen”. De hecho quedaron revalidados todos los compromisos precedentes relativos al reparto. Pero Yalta no se limitó a las cuestiones europeas. Un protocolo secreto establecía que la Unión Soviética entraría en guerra con el Japón poco después de finalizar las hostilidades en Europa, y una vez derrotados los japoneses serían restablecidos ”los derechos anteriores de Rusia, violados por el pérfido ataque del Japón en 1904”. La Unión Soviética recuperaría la parte sur de Sajalin y todas las islas adyacentes; China le arrendaría Port-Arthur como base naval, y Dairen sería internacionalizado; el ferrocarril del este chino y el ferrocarril del sur de Manchuria serían explotados conjuntamente por una sociedad mixta chinosoviética. En una palabra, la Unión Soviética recuperaría las bases y concesiones obtenidas por el zarismo en el Extremo Oriente en la época del reparto de las ”zonas de influencia” en China por las potencias occidentales. Y una propina: las islas Kuriles pertenecientes al Japón. En Yalta hubo también conversaciones entre los ministros de Relaciones exteriores de las tres potencias a propósito del Irán – dividido, en ese momento, en ”zonas de influencia” entre ingleses y soviéticos – y de la aspiración de Moscú a tener un control sobre los Dardanelos.
Yalta fue, por consiguiente, un jalón esencial en el reparto de las ”zonas de influencia” a escala no sólo europea sino mundial. Y al mismo tiempo fue el pináculo de la gran mistificación que encubría dicho reparto y presentaba a los ”tres grandes” como ángeles tutelares de la paz, la democracia y la independencia nacional de los pueblos. Cientos de millones de humanos – y entre ellos millones de comunistas – creyeron a pie juntillas la solemne declaración firmada por Churchill, Roosevelt y Stalin:
”En la reunión de Crimea hemos reafirmado nuestra común determinación de mantener y fortalecer en la paz que ha de venir la unidad de propósito y de acción que ha hecho posible y segura la victoria de las Naciones Unidas en esta guerra. Creemos que es una obligación sagrada de nuestros gobiernos para con sus pueblos y todos los pueblos del mundo. Sólo mediante la colaboración y comprensión continuas y crecientes entre nuestros tres países y entre todas las naciones amantes de la paz, podrá realizarse la más alta aspiración de la humanidad: una paz segura y perdurable que, de acuerdo con los términos de la Carta
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del Atlántico, garantice a todos los hombres, en todas las partes del mundo, una vida exenta de temor y de privaciones.”
El naufragio del oportunismo estaliniano Como ya hemos visto, el comportamiento de los ”tres grandes” en las semanas que siguen a Yalta ilustra elocuentemente su ”común determinación” de mantener la ”unidad de propósito y de acción”, la ”colaboración y comprensión continuas y crecientes”, a fin de instaurar una ”paz segura y perdurable”. Los occidentales acusan a Stalin de incumplir el acuerdo sobre Polonia. Stalin acusa a los occidentales de tratar separadamente con los alemanes. Y cada día trae nuevos motivos de tensión. Churchill se muestra particularmente agresivo. Intenta convencer a los jefes americanos de que la Rusia soviética, ensalzada hasta la víspera, por el propio Churchill, como heroico y leal aliado, es un ”peligro mortal para el mundo libre”. Cuatro días después de la capitulación del Reich escribe a Truman que sobre el frente soviético ha sido bajado un ”telón de hierro”, e ”ignoramos todo lo que sucede detrás”. Propone al sucesor de Roosevelt que los ejércitos norteamericanos no evacuen, sin arrancar nuevas concesiones a Stalin, los territorios alemanes al este del Elba que, según los acuerdos de Yalta, deben ser incluidos en la zona de ocupación soviética. (Los americanos habían ocupado estos territorios, adelantándose al avance ruso, gracias a que los alemanes les habían dejado vía libre.)(166)
El nerviosismo agresivo de que Churchill da muestras en este momento refleja la debilidad de la posición inglesa. Un ”peligro mortal” se cierne, en efecto, sobre los intereses del imperialismo británico en el Báltico y en el este europeo, en los Balcanes y en los Estrechos, en el Cercano Oriente; amenaza al postulado permanente de la política exterior británica: asegurar un equilibrio europeo que impida la hegemonía continental de cualquier potencia. Inglaterra sale profundamente quebrantada de la guerra. Financieramente, está a merced de los Estados Unidos. Militarmente, no puede medirse, ni de lejos, con los otros dos ”grandes”. Sin la protección norteamericana las ”cuotas” de influencia inglesa dentro de la zona de hegemonía soviética corren grave riesgo de esfumarse. Y Churchill teme que los dos ”supergrandes” puedan llegar a un arreglo planetario sin tener en cuenta los intereses imperiales, e incluso a costa de ellos. Porque si existen contradicciones sovieticoamericanas, también existen contradicciones angloamericanas, y Stalin cuenta con ellas. De ahí que la diplomacia churchilliana no pierda oportunidad de encizañar soviéticos y americanos.
Mientras que la aspiración máxima de Inglaterra, como de Francia, residía en conservar el imperio colonial, el objetivo del pujante capitalismo americano consistía en destruir las barreras que entorpeciesen su expansión mundial. No otro era el significado práctico del ”idealismo” rooseveltiano. Ante las dos cámaras del Congreso, reunidas conjuntamente unos meses antes de Yalta, Roosevelt había anunciado solemnemente que se pondría fin a la política de ”esferas de influencia, de alianzas, de equilibrio entre las potencias, o de cualquier otro arreglo como aquellos que en el desventurado pasado fueron utilizados por los pueblos para intentar preservar su seguridad y defender sus derechos”(167). Este mundo abierto, y además agotado por la guerra, era, en efecto, el mundo ideal para el supercapitalismo americano: el mercado óptimo para su gigantesco aparato industrial, cuya producción se había duplicado durante la guerra; la esfera de inversión a la medida de los enormes capitales acumulados. En lugar de un mundo dividido en zonas de influencia, una sola zona de influencia englobando al mundo: la americana. En esta perspectiva, el grupo rooseveltiano incluía la colaboración con la Unión Soviética: consideraba que la contribución de la industria americana a la reconstrucción de la URSS sería ventajosa a ambas partes y se traduciría en un condicionamiento político del régimen soviético. Bajo este benéfico influjo el ”socialismo en un solo país” podría llegar a integrarse armónicamente en el mundo rooseveltiano.
Las muestras de buena voluntad que Stalin había ido dando en el curso de la guerra – disolución de la IC, política de ”unión nacional” de los partidos comunistas, abandono de la lucha contra el imperialismo yanqui por los comunistas latinoamericanos, etc. – alentaban a Roosevelt y sus colaboradores respecto a la viabilidad de la pax americana. Pero otras facetas de la realpolitik estaliniana entraban en conflicto, evidentemente, con la concepción rooseveltiana. Ante todo la
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doctrina formulada por Stalin en el documento del 24 de abril – más arriba citado – sobre la cuestión polaca, y aplicada en la práctica desde 1939 a los Estados bálticos, Besarabia, etc.; la doctrina de que cada uno de los ”tres grandes” dispusiera a su albedrío de los países que considerase vitales para su seguridad. El idealismo rooseveltiano admitía excepciones a este respecto siempre que se tratase de Cuba, Puerto Rico, Filipinas, México, etc., cuando lo que estaba en juego era la seguridad de la ”gran democracia americana”, pero no podía admitirlas cuando se invocaba el pretexto de garantizar la seguridad del ”totalitarismo comunista” o del ”imperialismo británico”. Sin embargo los dirigentes norteamericanos no consideraron de momento que este desagradable aspecto de la realpolitik estaliniana fuera razón suficiente para la ruptura, ni para renunciar a la búsqueda de un compromiso sustancial con el gobierno soviético. Tenían en cuenta otros factores fundamentales. En primer lugar, desde 1943 estaba claro para los jefes norteamericanos que tenían que habérselas con otra superpotencia. En retraso económico respecto a los Estados Unidos, pero con evidente superioridad militar en el continente europeo. A la altura de Yalta, los generales yanquis sabían que en caso de conflicto con la URSS los ejércitos soviéticos llegarían a las costas del Atlántico(168). Sabían que además de su superioridad militar en el escenario europeo, la URSS contaba con otra ventaja de primer orden: mientras que la derrota de Alemania dejaba disponible al grueso de la potencia militar soviética, gran parte de la potencia militar americana seguía comprometida en la guerra del Pacífico. A principios de 1945, en Wáshington se pensaba que sería necesario trasladar allí parte de las fuerzas empleadas en Europa, que la guerra con el Japón podría prolongarse bastante tiempo, y que la entrada en ella de la Unión Soviética era muy conveniente, si no indispensable. (Los jefes americanos temían que, llegado el momento, el ejército japonés empleado en China fuese trasladado a la metrópoli, haciendo más difícil y costoso el asalto final.) Y aún existía otro problema importante que inducía al gobierno americano a buscar la colaboración de Moscú en el Extremo Oriente: el problema chino. Uno de los objetivos esenciales de Wáshington en la guerra del Pacífico era consolidar el régimen de Chiang Kai-chek, mediante el cual el capitalismo americano podía asegurarse la penetración económica y la hegemonía política en China. La consecución de este objetivo podía verse extraordinariamente facilitada si los comunistas chinos proseguían su colaboración con la burguesía del Kuomintang en el mismo espíritu de lealtad y moderación con que los comunistas italianos y franceses estaban colaborando con las respectivas burguesías. A este fin Wáshington necesitaba los buenos servicios de Stalin. Existían, por consiguiente, motivos fundamentales para que en el primer semestre de 1945, antes de entrar en escena la bomba atómica y de capitular el Japón, el gobierno americano buscara el acuerdo con Moscú, pese a las tensiones derivadas del asunto polaco y de los otros problemas del este europeo. Las mismas razones que imponen en Wáshington la política de conciliación con Moscú, pese al anticomunismo visceral de Truman y su equipo, subrayan hasta qué punto en la primavera y verano de 1945 la relación global de fuerzas en Europa era propicia a una política revolucionaria audaz en los países donde las condiciones interiores eran también favorables. En caso de intervención armada angloamericana contra el movimiento revolucionario, la Unión Soviética se encontraba en condiciones estratégicas excepcionalmente favorables para prestarle una ayuda militar decisiva. Pero vistos bajo la óptica de la política estaliniana, ambos factores – la ventaja estratégico-militar y las posibilidades revolucionarias presentes en las áreas reconocidas por Moscú como zonas de influencia angloamericana – deben ser explotados para lograr que Wáshington reconozca el glacis europeo y demás reivindicaciones soviéticas (bases en los Dardanelos, zona de influencia en el norte del Irán, intereses en Turquía, etc.). El primer factor hace que el glacis sea un hecho consumado, militarmente invulnerable. Pero el objetivo de Stalin es que este hecho sea reconocido e integrado en un arreglo general, de alcance planetario, con los Estados Unidos, en el marco del cual los créditos y la industria americanos contribuyan a la reconstrucción de la URSS, de acuerdo con los proyectos del equipo rooseveltiano, pero en condiciones tales que descarten la supeditación política; en condiciones que aseguren la dirección bipartita del mundo y no la hegemonía americana. La renuncia a fomentar las posibilidades revolucionarias presentes en la Europa occidental y mediterránea, así como las que se perfilan en China; esa renuncia que en el momento de la disolución de la IC podía interpretarse como una maniobra, cobra ahora consistencia, se
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presenta como una concesión práctica, efectiva – tanto más valiosa para los americanos cuanto más real es el peligro revolucionario – susceptible de compensar equitativamente el reconocimiento del glacis y demás reivindicaciones soviéticas. Para llegar al reparto en firme del mundo con el imperialismo americano – tal es el contenido real de la ”paz segura y duradera” de la Declaración de Yalta –, Stalin maneja todas estas cartas y una más, que no podía faltar en la gran estrategia estaliniana: las contradicciones interimperialistas. Stalin considera que una vez puestos fuera de juego el Japón y Alemania no podrán por menos de agravarse las contradicciones entre las necesidades de expansión mundial del capitalismo norteamericano y el propósito que anima a Inglaterra, Francia, Bélgica y Holanda de conservar sus respectivos dominios coloniales.
La conferencia de Potsdam, que se abre el 17 de julio, se sitúa aún en el contexto estratégico-militar ventajoso a la Unión Soviética, más arriba mencionado. Y sus resultados parecen un progreso en la dirección prevista por Stalin. Los americanos ceden, en lo esencial, sobre el problema polaco – aceptando pequeñas concesiones de Stalin – y se limitan a ligeras protestas por el desarrollo de los acontecimientos en otros países del glacis. Pero en vísperas de la conferencia tiene lugar el acontecimiento – en el sentido más pleno del concepto – que modificará sustancialmente las premisas objetivas del esquema estaliniano, y todo el curso de la política mundial. El 16 de julio, en efecto, la bomba atómica americana ha sido ensayada con pleno éxito en Alamogordo. De golpe, los Estados Unidos no necesitan ya del concurso soviético para acabar con el Japón, como lo demuestran Hiroshima (6 de agosto) y Nagasaki (9 de agosto). Tokio capitula el 14 del mismo mes. Por el acuerdo secreto de Yalta la URSS debía entrar en la guerra con el Japón en el plazo máximo de tres meses después de la capitulación del Reich, es decir, el 8 de agosto lo más tarde. En esa fecha la URSS no había cumplido aún su compromiso, pero contaba con una buena justificación: el acuerdo de Yalta estipulaba que la ”restitución” a la Unión Soviética de las bases y concesiones que el Japón se había apropiado en 1905 debían ser ratificadas por el gobierno nacional chino (Chiang Kai-chek), y éste se resistía. El 8 de agosto no había dado aún su aprobación. Lo cual venía de perlas a Stalin puesto que le permitía conservar en la negociación con los Estados Unidos una carta tan importante como era la actitud soviética en la guerra del Pacífico. Pero en Hiroshima queda comprobada la eficacia de la nueva arma. Stalin no espera más a la ratificación del acuerdo de Yalta por Chiang Kai-chek. El 9 de agosto declara la guerra al Japón. El 14 de agosto quedarán en poder de la Unión Soviética no sólo los territorios previstos en Yalta sino toda Manchuria y Corea hasta el 38 paralelo.
El monopolio de la bomba atómica incide decisivamente en la política de Wáshington. Truman no pierde instante en proclamar que los Estados Unidos se han convertido en ”la nación más poderosa del mundo, la más poderosa, probablemente, de toda la historia”(169). El imperialismo americano pone rumbo decidido a la dominación mundial. Lo que no excluye la prudencia, porque los generales americanos comprenden perfectamente que si la bomba atómica puede reducir a Hiroshimas algunos centros soviéticos, difícilmente puede impedir al ejército rojo avanzar del Elba al Canal de la Mancha. En su respuesta al discurso de Churchill en Fulton, Stalin advierte que ”una nueva campaña militar contra la Europa oriental” terminaría mal para los intervencionistas: ”Se puede decir con seguridad que serían derrotados, lo mismo que fueron derrotados hace veintiséis años.”(170) En Wáshington se toma en serio la advertencia y Truman no sigue los consejos de los que preconizan blandir la bomba para forzar a la URSS a replegarse sobre sus fronteras. Se opta por la política de ”contención”, teorizada por Kennan.
Stalin considera, sin embargo, que siguen existiendo premisas objetivas para llegar al deseado acuerdo con los Estados Unidos. ”No creo en el peligro real de una nueva guerra”, declara en septiembre de 1946. ”No considero que la bomba atómica sea la fuerza imponente que algunos líderes políticos quieren acreditar. Las bombas atómicas están destinadas a asustar a los ”débiles”, pero no bastan para decidir la suerte de una guerra”; y además, ”el monopolio [de la bomba] no puede durar mucho; estoy persuadido que la colaboración internacional, lejos de reducirse no puede más que extenderse”. O sea: la bomba no cambia esencialmente la relación de fuerzas y además es una ventaja transitoria; la solución es entenderse. Un mes después responde con un ”no” rotundo a
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la pregunta de si la tensión entre la URSS y los Estados Unidos ha aumentado. En diciembre de 1946, a la pregunta que le hace el hijo de Roosevelt de si es posible la colaboración entre la URSS y los Estados Unidos, Stalin contesta: ”Sí, naturalmente. No sólo es posible sino que es la cordura misma y plenamente realizable.” La Unión Soviética – dice Stalin – está dispuesta a un acuerdo económico de largo alcance con los Estados Unidos que incluya un desarrollo sustancial del comercio y créditos norteamericanos. La Unión Soviética está dispuesta – y ésta es la principal contrapartida que Stalin ofrece explícitamente – a ”proseguir una política común con los Estados Unidos en las cuestiones del Extremo Oriente”(171).
China es, en efecto, una de las principales cartas que Stalin cree tener todavía en sus manos. Después de la capitulación del Japón había presionado sobre los comunistas chinos para que lleguen a un modus vivendi con Chiang Kaichek(172), y en la conferencia de ministros de Relaciones exteriores de los ”tres grandes”, celebrada en diciembre de 1945, se llegó a un acuerdo ”sobre la necesidad de una China unificada y democrática, bajo la dirección de un gobierno nacional, a base de una amplia integración de los elementos democráticos en todos los organismos del gobierno nacional, y el cese de los desórdenes civiles”. (La expresión ”elementos democráticos” aludía a los comunistas, por ”organismos del gobierno nacional” se sobreentendía el Kuomintang y su ejército, en el cual debían ”integrarse” las fuerzas armadas comunistas, y por ”desórdenes civiles”, la lucha entre el Kuomintang y los comunistas.) Se trataba, en el fondo, de una solución tipo ”unión nacional”, a estilo francés o italiano, que asegurara la dirección de la burguesía china y un desarrollo democrático burgués del país. Pero los comunistas chinos no se plegaron a esta solución, pese a las presiones de Stalin, y Chiang Kai-chek desencadenó en 1946 – con ayuda de aviones, técnicos y dinero americanos – una ofensiva de gran envergadura contra el ejército popular. A fines de 1946 las cosas iban mal para Chiang Kai-chek y sus protectores, y el ofrecimiento que hace Stalin en la entrevista con el hijo de Roosevelt – ”proseguir una política común con los Estados Unidos en las cuestiones del Extremo Oriente” – tiene un sentido inequívoco: influir sobre los comunistas chinos para llegar a una solución de la guerra civil que satisfaga los intereses ”comunes”, americanos y soviéticos. Pero en Wáshington creen que están ante un doble juego de Stalin: no pueden concebir que los comunistas chinos sigan una política independiente. Sin embargo, así es. En un documento interno de abril de 1946, destinado al núcleo restringido de la dirección del PCC, Mao analiza la situación internacional y considera posible un compromiso URSS-Estados Unidos. Pero este compromiso, dice, ”no exige de los pueblos de los diferentes países del mundo capitalista que concluyan, en consecuencia, compromisos en su propio país”. El objetivo que persiguen las fuerzas reaccionarias, agrega, es ”destruir resueltamente todas las fuerzas democráticas que puedan y prepararse a destruir más tarde las que no consigan destruir por el momento”. Frente a esta situación, ”las fuerzas democráticas populares deben aplicar el mismo principio respecto a las fuerzas reaccionarias”. Como aclara una nota explicativa de la edición china, Mao sale al paso en este documento a las posiciones de ”algunos camaradas” que vacilaban en responder con la guerra revolucionaria a la ofensiva desencadenada por el bloque Estados Unidos-Kuomintang(173). Es de suponer que los ”camaradas” aludidos propugnaban la línea de Stalin, reflejada en el acuerdo de las tres potencias de diciembre de 1945.
En el bienio que va de Potsdam al anuncio del plan Marshall, la política de ”contención”, al amparo del ”paraguas” atómico y sin escatimar dólares, va obteniendo sus primeros resultados. Grecia es teatro de una represión terrorista que obliga a los comunistas, en el transcurso de 1946, a tomar de nuevo el camino de la lucha armada. En Francia e Italia progresa aceleradamente la reconstrucción del aparato militar y civil del Estado capitalista, y el movimiento obrero – como vimos – va perdiendo posiciones. Moscú tiene que retirar sus tropas del norte del Irán y no puede obtener la base naval que reclama en las costas turcas, a proximidad de los Dardanelos. En el Extremo Oriente los soviéticos son excluidos de toda intervención en el Japón, transformado en protectorado americano. Pero es en Alemania donde los aliados asestan el golpe más sensible a los planes soviéticos. Moscú no logra imponer el control del Ruhr por las cuatro potencias, que le hubiera permitido hipotecar considerablemente el poder efectivo de los aliados en sus zonas de ocupación y
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preparar la extensión ulterior de la ”influencia” soviética al conjunto de Alemania. (A este respecto, Stalin había contado con la impotencia militar de Inglaterra y Francia y la evacuación en breve plazo de las tropas norteamericanas, como Roosevelt le había dado a entender en Yalta. Pero bajo la protección del ”paraguas”, Truman se encaminó desde Potsdam a la transformación de Alemania occidental en principal base europea del imperialismo americano.) En marzo de 1947 es proclamada la ”doctrina Truman”, que por lo pronto sirve de justificación a los americanos para instalarse en Grecia y Turquía, dominar el Cercano Oriente y el Mediterráneo oriental, relevando al gendarme inglés en esta zona estratégica. Con el plan Marshall, Wáshington pone las bases para la rápida reconstrucción del potencial económico alemán, y completa la subordinación de los gobiernos burgueses europeos occidentales, al mismo tiempo que abre un amplio mercado a la industria norteamericana. En París, Roma y Bruselas se cumplen apresuradamente las órdenes del gran benefactor, licenciando a los ministros comunistas y poniendo fin sin ceremonias al ”avance hacia el socialismo dentro de la legalidad democrática y parlamentaria”. Y Wáshington no descarta, incluso, la posibilidad de atraerse con el señuelo de los dólares a algunas de las democracias populares. La acogida favorable que en un primer momento dispensan los gobiernos de Praga y Varsovia al ofrecimiento de Marshall indica que esa presunción tenía cierto fundamento. Pero era conocer mal a Stalin imaginar que ahí podía ceder.
En el verano de 1947, Stalin se ve abocado a una situación mundial que el Estado soviético había tratado siempre de evitar – y lo había logrado – desde los tiempos de Lenin: la constitución de un bloque antisoviético de todos los Estados capitalistas. Con el agravante de que esta vez el bloque se constituía bajo la hegemonía de un Estado sin igual en la historia por su potencia global. Era, sin duda, el naufragio de la ”paz” que Stalin había buscado, de la ”paz” que consagrase el reparto de las ”esferas de influencia” sobre la base de una concertación planetaria sovieticoamericana. Era el naufragio de la ”paz” basada en la renuncia a la lucha revolucionaria y en la práctica de la colaboración de clases en el área mundial regida por el capitalismo, a fin de hacer posible la colaboración de los dos ”supergrandes” y de asegurar la pacífica ”construcción del comunismo en un solo país”. (En septiembre de 1946, Stalin formula por primera vez la tesis de que ”el comunismo en un solo país es perfectamente concebible, sobre todo en un país como la Unión Soviética”(174).)
Con su acostumbrado pragmatismo, Stalin había proyectado sobre la nueva realidad mundial que emergía de la guerra el papel desempeñado por las contradicciones interimperialistas en el periodo entre las dos guerras mundiales y en el curso de la segunda conflagración. La piedra angular de la estrategia de Stalin a lo largo de esas dos fases había sido, como hemos visto, la explotación de dichas contradicciones y la subordinación total al aprovechamiento de ese factor de la lucha revolucionaria en el interior de los Estados capitalistas y en las colonias. Desde el punto de vista de los intereses del Estado soviético, comprendidos en un espíritu nacionalista, esa estrategia reveló gran eficacia operacional. Pero la segunda gran crisis bélica del sistema imperialista, la derrota del fascismo, el aplastamiento del imperialismo alemán y del imperialismo japonés, se tradujeron – y no podían por menos de traducirse – en un nuevo auge revolucionario en las metrópolis capitalistas y en las colonias. Aunque frenado por la política estaliniana aplicada por la mayor parte de los partidos comunistas – la política condensada en el ”testamento” de la IC – ese auge fue suficiente para provocar la alarma de todas las burguesías, por muy democráticas y antifascistas que fuesen, e impulsarlas a unirse, por encima de las contradicciones nacionales y coloniales, contra el peligro revolucionario. Por otra parte, el formidable fortalecimiento económico y militar de los Estados Unidos – la bomba atómica era la expresión, el producto, de su potencia económica y técnica – proporcionaba la base y el centro capaces de aglutinar todas las fuerzas del capitalismo, tanto en los países vencedores como en los vencidos, en un frente mundial contrarrevolucionario. En consecuencia se vino abajo la previsión estaliniana de que una vez puestos fuera de juego el Japón y Alemania – las potencias que habían tomado la iniciativa de la revisión del viejo statu quo colonial – se pondría en primer plano, con toda virulencia, la lucha entre los Estados Unidos y los Estados colonialistas europeos.
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El freno que la política de Stalin puso al movimiento revolucionario fue insuficiente para impedir que el auge obrero y democrático de la Liberación asustara a la burguesía de uno y otro lado del Atlántico, pero fue suficiente para limitar ese auge de tal manera que incluso allí donde alcanzó la mayor envergadura dentro del capitalismo desarrollado (Francia, Italia) se reveló impotente, no ya para determinar un cambio político radical, sino hasta para impedir que dichos Estados se integrasen en el bloque antisoviético bajo la jefatura americana. Es decir, la supeditación de los partidos comunistas a la estrategia estaliniana acabó por tener efectos contrarios a las razones en que pretendía justificarse: se volvió contra la seguridad del Estado soviético.
Interrogantes y conjeturas Los juicios de ciertos historiadores y políticos occidentales, abogados del ”mundo libre”, que se complacen en subrayar las ”malas artes” empleadas por Stalin para asegurarse el glacis y otros objetivos de su estrategia mundial, mientras idealizan la política rooseveltiana, e incluso la churchilliana, no revelan sólo carencia de objetividad sino ingratitud. Si el ”mundo libre” no perdió en la gran crisis algunos de sus más viejos y reputados florones, lo debe en gran medida a Stalin. Como es bien sabido, ninguna hipótesis sobre el curso que la historia podría haber seguido, en lugar del que siguió, es susceptible de demostración concluyente. Y no tendría fundamento afirmar que si el jefe soviético – y jefe supremo del ejército comunista mundial – llega a incluir la revolución europea entre los objetivos prioritarios de su política de guerra, la revolución europea hubiera triunfado indefectiblemente. Lo que sí puede afirmarse con todo fundamento, porque está inscrito en los hechos, en cada paso de la política estaliniana – como hemos tratado de poner de relieve en el análisis precedente –, es que Stalin, secundado por los líderes comunistas occidentales que aplicaron fielmente su política, aportó una contribución inestimable a la solución del difícil problema que se planteó ante los jefes del capitalismo angloamericano desde 1939: cómo derrotar a su temible rival alemán preservando al mismo tiempo del riesgo revolucionario a los centros vitales del capitalismo europeo.
Según vimos en la primera parte de este ensayo, Trotski tenía una visión excesivamente optimista de la coyuntura revolucionaria que se crearía en Europa a consecuencia de un nuevo conflicto mundial, optimismo derivado de su concepción sobre el estado del capitalismo (agotamiento de su capacidad histórica para desarrollar las fuerzas productivas, etc.). Pero la previsión de que la segunda guerra mundial podía tener un desenlace revolucionario a escala europea no era una elucubración extremista. Expresaba una posibilidad real, de la que la burguesía tuvo conciencia desde el primer día del conflicto. Esa posibilidad no provenía de que el sistema capitalista hubiera llegado a la situación límite supuesta por Trotski, reincidiendo en el error del análisis leniniano de los años de la primera guerra mundial, sino del método al que el capitalismo se veía obligado a recurrir para ”reajustar” sus estructuras y pasar a una nueva fase de desarrollo.
La segunda guerra mundial fue la crisis más grave que el sistema capitalista e imperialista haya conocido en toda su historia. Y al mismo tiempo reveló de manera espectacular – ya en el curso mismo de la guerra y, sobre todo, en sus efectos ulteriores – la vitalidad que conservaba el sistema, globalmente considerado: el enorme potencial que encerraba su aparato industrial, técnico y científico; su capacidad para manipular a las masas y mantenerlas sometidas a los valores, ideologías y concepciones políticas necesarios a la supervivencia del sistema. Demostró la inteligencia política de las viejas clases dirigentes, su habilidad maniobrera, fruto de una experiencia secular. Lo mismo que la guerra del catorce y que la crisis económica de 1929, pero a escala mucho mayor, la segunda guerra mundial mostró que la agonía del ”capitalismo agonizante” tiene larga vida. (La dilatada duración de esta agonía ha dado tiempo y oportunidad al marxismo oficial para introducir en ella una sabia periodización. Se comenzó por sentar la tesis de que con la guerra del catorce y la revolución rusa se había iniciado la ”crisis general” del capitalismo. Después de la segunda guerra mundial, y en vista de que el enfermo no murió, se decidió que el periodo entre las dos guerras no era más que la ”primera etapa” de la ”crisis general”. A la que siguió la
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”segunda etapa” iniciada con la guerra de 1939-1945. En 1960 se decidió que la ”segunda etapa” había terminado y se iniciaba la ”tercera”. ¿Cuantas ”etapas” habrá que introducir todavía?)
Pero esa vitalidad global incluía estructuras anquilosadas que entraban en contradicción aguda con la dinámica del sistema, polarizada fundamentalmente en tres centros motores: el alemán, el japonés, y, sobre todo, el americano. El control del viejo y estancado capitalismo anglofrancés sobre extensas áreas de explotación colonial, así como sobre la Europa atrasada del este y del sur, representaba un grave obstáculo a la potencialidad expansiva de los citados centros, pero el capitalismo anglofrancés, amenazado en sus más caros intereses, no estaba dispuesto a ceder sin lucha. Para el capitalismo americano, que disponía de un área de expansión tan importante como América latina, que podía penetrar más fácilmente en los dominios coloniales anglofranceses, la cuestión no se planteaba en términos belicosos. Pero para el capitalismo alemán y japonés la única vía abierta era la muy tradicional de la guerra. Desde el punto de vista de las cinco principales potencias capitalistas, la segunda guerra mundial, como la primera, fue una guerra por los mercados, las colonias, las materias primas, y al mismo tiempo significó el paso del conjunto del sistema a una nueva fase: el capitalismo monopolista de Estado. Las tres potencias que iban a la avanzada de esta nueva fase del capitalismo, no ambicionaban solamente integrar el espacio anglofrancés (más los dominios coloniales belgas y holandeses); se proponían también integrar el espacio soviético. Que los Estados Unidos trataran de alcanzar ambos objetivos a través de la alianza con las víctimas, y sus dos peligrosos competidores mediante la conquista militar, daba gran ventaja política y militar a los primeros, pero no modificaba sustancialmente el carácter de sus objetivos.
Después de la experiencia de los años 1917-1920, la burguesía de todos los países era plenamente consciente de los riesgos implícitos en la terrible operación que la lógica infernal del sistema imponía una vez más. Máxime cuando ahora existía el Estado soviético con su ejército rojo, existía la Internacional Comunista. Cierto que en vísperas de la guerra los movimientos revolucionarios europeos habían sido derrotados y reducidos a la clandestinidad en casi todos los países del continente, pero, ¿cómo reaccionarían las masas bajo los efectos de la nueva mantaza? ¿No serían capaces los núcleos comunistas subsistentes de aprovechar la situación? En febrero de 1917 los bolcheviques tampoco eran más que un puñado de revolucionarios... Cada burguesía consideraba estas incógnitas con óptica distinta, según la situación interior del país. El capitalismo alemán se sentía seguro, una vez aplastado el movimiento obrero y el partido comunista. Consideraba que su victoria militar le permitiría liquidar con análogos procedimientos todo brote revolucionario en el resto de Europa. Parecida era la óptica del capitalismo japonés, que también había podido reducir a la impotencia su movimiento obrero. Sobre otras bases – la integración reformista del proletariado a un grado sin igual en el mundo capitalista –, los Estados Unidos se encontraban en condiciones más ventajosas que cualquier otra potencia para afrontar la prueba de la guerra. La burguesía inglesa no podía sentir la misma seguridad, como había puesto de relieve la gran huelga del año 1926, pero de todas maneras el laborismo representaba una garantía bastante sólida. Muy distinta se presentaba la situación de Francia. Era evidente que, en toda el área del capitalismo industrial, Francia constituía el eslabón más débil. Al anquilosamiento de sus estructuras económicas y políticas se juntaba la neta radicalización del proletariado francés, puesta de manifiesto en la explosión social del año 1936 y en la posición hegemónica adquirida por el Partido Comunista francés en el movimiento obrero, así como en la irradiación de la influencia comunista dentro de importantes núcleos de la intelectualidad y de otras capas sociales. La ejemplar moderación del Partido Comunista francés en el periodo del frente popular podía bastar para tranquilizar a la burguesía: ¿Se trataba de una táctica episódica o de una mutación profunda del partido? Italia, que bajo el fascismo había experimentado un desarrollo capitalista importante, constituía una incógnita desde el punto de vista de su solidez burguesa. Era claro que no ofrecía las garantías alemanas, pero tampoco contenía visiblemente un dato tan inquietante como el comunismo francés.
Fuera del área capitalista industrial abundaban las situaciones susceptibles de desembocar en crisis revolucionarias bajo el impacto de la guerra mundial: colonias asiáticas, repúblicas
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latinoamericanas, Estados atrasados del este y sur de Europa. Pero la amenaza más grave, la más previsible, para el capitalismo mundial, a partir de la entrada en la guerra, era la posible convergencia de la derrota fascista y la victoria soviética con una revolución proletaria en Francia, abriendo un proceso que desembocase en la revolución a escala continental. La burguesía angloamericana tenía plena conciencia del riesgo, y toda su política, planes estratégicos, medidas operacionales, a lo largo de la contienda, estuvieron profundamente influidos por esa amenaza, particularmente en la fase final del conflicto, cuando la presencia de una Unión Soviética en trance de obtener la victoria, convertida en la primera potencia militar del continente, se afirma sin lugar a dudas; cuando la Resistencia francesa aparece como una fuerza considerable, orientada en gran parte por los comunistas; cuando, además, la eventualidad de un curso revolucionario se perfila netamente en Italia, y es un hecho en Yugoslavia y Grecia.
Americanos e ingleses coincidían plenamente en dos objetivos fundamentales: derrotar a sus rivales y salvar a la Europa capitalista industrial de la revolución proletaria. Subsidariamente coincidían, como es natural, en prevenir y sofocar, llegado el caso, cualquiera amenaza revolucionaria en otros puntos del globo y particularmente en China. Podían discrepar en los métodos y vías para alcanzar dichos objetivos, pero existía identificación en lo esencial. Los intereses conflictivos se presentaban en la cuestión colonial, pero más bien como cuestión del mañana que como problema inmediato. La comunidad de intereses en relación con los objetivos prioritarios, sumada a la estrecha dependencia financiera y militar en que se encontraba el vetusto imperio inglés de la superpotencia americana, proporcionaba a la alianza angloamericana sólidos cimientos. El problema difícil que se planteaba residía en la contradicción existente entre sus dos objetivos prioritarios, dado que la derrota de Alemania era una de las condiciones esenciales de la revolución europea. Y que la misma lógica de la guerra antifascista y liberadora ponía a los pueblos del continente en la vía de la revolución. Análogo problema se le planteaba a la alianza angloamericana en la guerra del Pacífico, sobre todo en relación con China. Pero en el espíritu de los dirigentes de Wáshington y Londres el problema oriental no se presentaba en términos tan dramáticos como el problema europeo: en aquel entonces subestimaban las posibilidades de los comunistas chinos y de otros movimientos revolucionarios asiáticos.
El imperativo de prevenir la revolución europea debía lógicamente impulsar los gobernantes angloamericanos al compromiso con Alemania, y como es sabido hicieron todo lo posible en esa dirección hasta el estallido del conflicto. Pero ésa no era la lógica del imperialismo alemán, el cual consideraba que la victoria militar en el continente europeo y en las Islas Británicas le permitiría matar dos pájaros de un tiro: eliminar por tiempo indeterminado todo amenaza revolucionaria en Europa y asegurarse las bases económicas y políticas de su ulterior expansión. Este programa del imperialismo alemán representaba para los angloamericanos una amenaza no menor, y sobre todo más inmediata e insoslayable, que la eventual revolución europea. Colocada ante la inexorable necesidad de derrotar a Alemania para proteger sus intereses vitales, la alianza angloamericana tuvo que explorar otra vía susceptible de conciliar la derrota alemana con la salvaguardia del capitalismo europeo: la vía de un compromiso de largo alcance con el Estado soviético y el movimiento comunista. Su posibilidad se había esbozado en el periodo del frente popular, pero la primera comprobación relevante, y alentadora para el capitalismo, de hasta donde los jefes soviéticos estaban dispuestos a llegar en ese camino, fue el pacto germanosoviético, en aras del cual el Kremlin no había vacilado en imponer a los partidos comunistas el abandono de la táctica antifascista. No obstante, tampoco esta experiencia era concluyente, porque el gobierno soviético había ido al pacto con Alemania en posiciones de debilidad; no permitía prever cual sería su comportamiento en posiciones de fuerza, en el contexto de una derrota alemana. A los angloamericanos no les quedaba otra solución, de maneras, que intentar esa vía, combinándola, desde luego, con una astucia elemental procurar que la Unión Soviética se desgastara lo más posible en el duelo con Alemania. La experiencia demostró, como hemos visto, que el comrpomiso buscado por Londres y Wáshington era perfectame posible. Gracias a él pudieron superar la contradicción
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latente entre sus principales objetivos europeos: la derrotae de Alemania y la prevención de la revolución continental. Tuvieron menos fortuna en Asia, pero no por culpa de Stalin.
Desde 1943, la posibilidad de una salida revolucionaria a la guerra antifascista en el escenario europeo se perfila netamente en cuatro países: Francia, Italia, Yugoslavia y Grecia. Y al mismo tiempo se perfila la derrota de Alemania y el papel decisivo que en ella han de tener los ejércitos soviéticos, cuya ofensiva general se despliega arrolladoramente en todos los frentes durante el verano de aquel ario. Es americana, de los gritos de alarma de la gran prensa inglesa y el año en que los jefes de la coalición angloamericana reclaman la liquidación de la Internacional Comunista y la fijación clara por los partidos comunistas de una política que excluya la perspectiva revolucionaria. Y el año en que Stalin accede sin esfuerzo a esas exigencias, porque no afectan a sus objetivos estratégicos y políticos; pueden, por el contrario, servir de moneda de cambio en la gran negociación con los Aliados. Los comunistas yugoslavos resisten a las directivas de Moscú, los comunistas griegos vacilan, y en el curso de 1944 harán concesiones a la presión soviética que les serán fatales. Thorez y Togliatti acatan incondicionalmente la línea estaliniana, que concuerda con la evolución neorreformista de las concepciones políticas de ambos líderes, iniciada en el periodo del frente popular. Y el núcleo dirigente de los dos partidos, formado también en esas concepciones, no opone resistencia. Desde ese momento la posibilidad de un desarrollo revolucionario en Francia e Italia queda gravemente comprometida. Como hubiera quedado en la Rusia de 1917 si las tesis de abril de Lenin son derrotadas en el partido bolchevique. Se habría consolidado, bajo unas u otras formas políticas, la revolución burguesa, pero la posibilidad de revolución proletaria se hubiese frustrado. Los historiadores y los revolucionarios seguirían discutiendo hoy si aquella posibilidad existió, o si Lenin era un aventurero izquierdista. Como sucede, un cuarto de siglo después, con los casos de Francia e Italia(175)
El solo hecho de que el debate prosiga y esté lejos de cerrarse es signo elocuente de que la famosa posibilidad aparece con suficiente consistencia al análisis histórico. ¡No eran fantasmas lo que en aquellos años suscitaba la alarma de la burguesía francesa e italiana y de sus tutores anglo-americanos! La Italia burguesa salida del Risorgimento, no había conocido crisis nacional tan grave como la abierta en 1943. Y lo mismo puede decirse de Francia después de la Comuna. La catástrofe nacional de 1940 puso plenamente al descubierto la debilidad del capitalismo francés. El Estado se hundió, reemplazado por una caricatura de Estado al servicio del ocupante. Las calamidades de la guerra se entretejieron con la humillación de la vergonzosa derrota y de la ocupación alemana. Y no cabía duda sobre las causas: estructuras socioeconómicas anquilosadas, parasitismo colonial y retraso técnico, parlamentarismo podrido e impotente. Las clases dirigentes, todas sus fracciones políticas, se cubrieron de ludibrio. Sobre ellas recaían íntegramente las responsabilidades de la catástrofe. Y lo más grave para la burguesía francesa era el neto desplazamiento hacia la izquierda que se opera en el proletariado y en otras capas sociales en el curso de la lucha contra el ocupante, reflejo de una toma de conciencia de las causas y responsabilidades de la crisis. Si pese a su descabellada política de 1939-1941, las masas se orientan rápidamente hacia el Partido Comunista francés y éste conquista posiciones hegemónicas en la Resistencia, es porque las capas más activas y avanzadas, expresando la tendencia aún confusa de las masas, buscaban una salida radical a la crisis del régimen burgués. Análogamente sucedía en Italia. La responsabilidad del régimen fascista en la catástrofe nacional llevaba aparejada indisolublemente la responsabilidad de los grandes industriales y agrarios, que en quince años de dictadura se habían revelado incapaces de superar la debilidad principal del capitalismo italiano, el subdesarrollo del Mezzogiorno; que habían lanzado el país a las aventuras coloniales y la guerra imperialista. Pero la dictadura fascista era, a su vez, el resultado y la prueba de la impotencia de la democracia burguesa italiana salida del Risorgimento. Las clases dirigentes de la península habían fracasado bajo ambas formas políticas. Y el formidable movimiento de masas que sigue a la caída de Mussolini, su neta orientación hacia la izquierda, la fulgurante progresión del Partido Comunista italiano, reflejaba, aún más netamente que en Francia, la tendencia hacia una salida radical, revolucionaria, de la crisis nacional.
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Jamás, en la historia de ambos países, el movimiento real había puesto objetivamente en entredicho, de manera tan concluyente, el régimen burgués; jamás las masas trabajadoras, las capas intelectuales, la sociedad en su conjunto habían vivido experiencia tan aleccionadora, demostrativa de la necesidad de una nueva economía, un nuevo Estado, una nueva clase social dirigente. ¿Podía el partido comunista, sin perder su razón de ser, no plantear la alternativa socialista? ¿Podía dejar pasar semejante coyuntura, sin llevar la crítica que el movimiento real inscribía en los hechos al plano de la teoría y de la acción política? Aquí deben distinguirse dos aspectos del problema. Un primer aspecto, la utilización a fondo de la situación objetiva, de la experiencia viva, para elevar la conciencia política de las masas y crear una voluntad lúcida de transformación revolucionaria; la elaboración de una estrategia y una táctica encaminadas a organizar y preparar las fuerzas susceptibles de imponer tal transformación, teniendo como objetivo central la toma del poder, no por el partido comunista sino por el conjunto de las fuerzas sociales y políticas que se situasen en el terreno de la alternativa socialista. La obligación ineludible de todo partido revolucionario marxista, en una situación de profunda crisis nacional, como la creada en Francia e Italia en la primera mitad de los años cuarenta, era proceder de esa manera. Independientemente del otro aspecto que tenía el problema, el de si tal acción podría desembocar o no, en aquel periodo, en la victoria revolucionaria. Por la simple razón de que este interrogante no podía tener respuesta más que en el curso de la acción misma, en función de que bajo los efectos de esa acción y de otros factores se crease o no la coyuntura propicia concreta – la relación de fuerzas, para decirlo en el lenguaje habitual –, que permitiese dar el paso decisivo: la toma del poder. (En abril de 1917 nadie podía asegurar – y Lenin no lo afirmó en ningún momento – que se crearían indefectiblemente las condiciones suficientes para la toma del poder por los bolcheviques. La política de abril no determinó, por sí sola, que tales condiciones se dieran en octubre, pero no se hubiesen creado sin ella.) Los dirigentes máximos de los partidos comunistas de Francia e Italia, que desde la Unión Soviética, bajo el control inmediato de Stalin, determinaron la línea general de ambos partidos durante la segunda guerra mundial, ”resolvieron” el interrogante desde el primer día, es decir, desde el día en que los Estados Unidos e Inglaterra se convirtieron en aliados de la URSS: en Francia e Italia no podía haber salida socialista. La meta tenía que ser la restauración de la democracia burguesa.
Dimisión de tal magnitud, que negaba en la práctica lo que los comunistas creían ser y seguían proclamando que eran, necesitaba justificaciones teóricas y políticas a su medida. Mientras duró la guerra, la justificación principal, en la que confluían todas las otras que se fueron aduciendo según las circunstancias, se reducía al siguiente esquema:
a) la victoria de la Alemania hitleriana significaría la destrucción de la Unión Soviética y el aplastamiento por tiempo indeterminado del movimiento obrero europeo;
b) por consiguiente, el objetivo número uno tiene que ser la derrota de Alemania;
c) pero para asegurar la derrota de Alemania es condición sine qua non preservar la solidez de la coalición antihitleriana; d) plantear la perspectiva socialista, proponerse la toma del poder por el proletariado llevaría inevitablemente al enfrentamiento con los Aliados y pondría en peligro la victoria; e) por consiguiente, no es posible plantear en esta etapa la alternativa socialista. Este razonamiento se esgrimía como algo sin vuelta de hoja, perteneciente al dominio del sentido común. Sólo izquierdistas inveterados, trotsquistas y otros irresponsables, cuando no agentes solapados del enemigo – los ”hitlerotrotsquistas”, en el vocabulario de Thorez – podían poner en tela de juicio verdades tan evidentes. Ya nos hemos referido a los motivos por los cuales la generalidad de los cuadros comunistas, y en particular los franceses e italianos, estaban predispuestos a aceptar esa lógica de sentido común. Sus proposiciones de partida, a) y b), eran, desde luego, indiscutibles. Pero la proposición c), de la que derivaban la d) y e), incluía un supuesto que no era, ni mucho menos, indiscutible: el de que la cohesión de la coalición antihitleriana – entendida como alianza de los Estados Unidos e Inglaterra con la URSS, como alianza de las burguesías europeas rivales de Alemania con el movimiento obrero y antifascista – era la condición sine qua non de la victoria. Excluía la posibilidad de que en el curso de la guerra pudiera crearse
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una nueva combinación de fuerzas, basada en la alianza de la Unión Soviética con el movimiento de liberación de los pueblos europeos, susceptible de asegurar la derrota de Alemania y frustrar también los planes de los imperialistas angloamericanos. Y la exclusión apriorística de esta posibilidad se traducía en la renuncia a la política que podía contribuir a crearla. Como reconoce, según vimos en el apartado anterior, la misma historiografía soviética, la aludida posibilidad se concretó, de manera tangible hacia finales de 1943 y comienzos de 1944, y el desembarco de los Aliados en el continente no era necesario para asegurar la derrota de Alemania. Su finalidad principal era salvar de la revolución al Occidente europeo. ¿Pero lo hubieran logrado de haber sido otra la política de los partidos comunistas de Italia y Francia? ¿De haberse asemejado a la de los comunistas yugoslavos?
En Yugoslavia se demostró prácticamente, desde 1941, la posibilidad de mantener la lucha en dos frentes: contra el enemigo número uno, el ocupante fascista y sus Quisling, y contra el aliado-enemigo, que trataba de crear en el curso mismo de la guerra las bases de la restauración del régimen burgués-terrateniente y del enfeudamiento del país al imperialismo angloamericano. Al mismo tiempo, esa táctica demostró ser no menos eficaz en el aspecto de la guerra antihitleriana que la justificada en la lógica del sentido común: la envergadura de las operaciones realizadas por el ejército de liberación yugoslavo contra los invasores superó, con mucho, a la acción de las Resistencias francesa e italiana. Paradójicamente, la táctica del sentido común se volvía contra su motivación aparente: lograr la máxima eficacia en la lucha contra el ocupante. Renunciando, en efecto, a dar un contenido revolucionario a la guerra de liberación nacional; rehuyendo el enfrentamiento con la política de los Aliados y de la burguesía nacional, los partidos comunistas de Francia e Italia no sólo facilitaban a aquéllos y ésta la restauración del orden burgués. Renunciaban, también, a movilizar contra el invasor energías y fuerzas populares que sólo el fervor revolucionario, la conciencia de luchar por la emancipación social, por el poder de los trabajadores, podían poner en pie. La lógica del sentido común llevaba indefectiblemente a los partidos comunistas de Francia e Italia, como vimos de manera concreta en apartados anteriores, a supeditarse ellos mismos, y supeditar el proletariado, todas las fuerzas de izquierda, a la dirección de los Aliados y del ala burguesa de la Resistencia, cuya política de guerra consistía en reducir al mínimo posible la participación de las fuerzas obreras y populares. La ”unión nacional”, ensalzada como más potente, por más amplia, resultaba en la práctica más estrecha y más débil que la unidad nacional revolucionaria creada en la lucha yugoslava.
Ni que decir tiene, el tipo de enfrentamiento, la manera de articularlo con la acción común, habían de variar con la evolución de la guerra en el plano europeo y mundial, y en el plano de cada país. Debían ser de orden político, rehuyendo el choque armado en la medida de lo posible, y, sobre todo, en condiciones desventajosas para las fuerzas revolucionarias. Los yugoslavos dieron una lección de inteligencia política en la manera de entender la dialéctica del enfrentamiento y la acción común, combinando la lucha política abierta con las acciones conjuntas cuando ello era posible, los choques armados con los tchetniks y las negociaciones con el gobierno real y los Aliados. Al mismo tiempo que creaban su propio poder y forjaban un ejército revolucionario, fomentaban en el viejo zorro inglés la ilusión de que podría obtener ”por las buenas” lo que no podía conseguir ”por las malas”. Y hasta consiguieron que los Aliados les proporcionaron armas antes que los soviéticos.
La cuestión para los comunistas italianos y franceses – en el supuesto de que hubieran querido tener una política revolucionaria – no era, desde luego, imitar la táctica yugoslava, sino elaborar su propia táctica de enfrentamiento y acción común. Pero el ejemplo yugoslavo ponía de manifiesto algunas de las condiciones esenciales de una táctica de ese tipo. En primer lugar, la constitución de las fuerzas obreras y antifascistas de izquierda como movimiento independiente, con su propio programa, y sus fuerzas armadas totalmente autónomas. En segundo lugar, la creación de un nuevo poder popular en el curso mismo de la guerra antihitleriana, propiciando, en la medida que las circunstancias lo fuesen permitiendo, la participación directa de las masas en el nuevo poder. Podrían señalarse otros aspectos importantes, pero ya lo hicimos en el apartado dedicado al análisis de la lucha yugoslava. ¿Acaso la situación francesa e italiana no permitía nada semejante?
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Ya es significativo que frente a la crítica yugoslava en la reunión constituyente del Kominform, los dirigentes comunistas franceses e italianos no intentaron siquiera demostrar tal imposibilidad. Se salieron por la tangente aduciendo que en caso de intentar tomar el poder hubieran intervenido los ejércitos angloamericanos para impedirlo. Era salirse por la tangente, porque la crítica no iba dirigida contra el hecho de que no hubiesen intentado tomar el poder, sino contra el hecho de haber practicado desde 1941 una política que implicaba la renuncia a priori a tal perspectiva, que se proponía una meta contraria: la restauración de la democracia burguesa. Una política de subordinación a los aliados burgueses. El peligro de intervención de los ejércitos angloamericanos no se planteó en Francia hasta el verano de 1944. ¿Qué es lo que impidió al Partido Comunista francés en los tres años precedentes tener una política orientada a preparar ideológica, política y organizacionalmente a la clase obrera para la lucha por una salida socialista de la crisis sin precedentes de la Francia burguesa? ¿Por qué en lugar de contribuir a la subordinación de la Resistencia a la dirección gollista, y al viejo sistema de los desacreditados partidos burgueses, no apoyó y encabezó las corrientes opuestas que se manifestaban en el seno de la Resistencia? ¿Por qué no luchó desde el primer día por la creación de un nuevo poder nacido de la Resistencia interior, basado fundamentalmente en las masas trabajadoras, frente a la restauración del viejo poder, que representaba el gollismo? El hecho de que pese a la política archioportunista del PCF en esos tres años la Liberación tuviera las características que tuvo; que en una serie de regiones, como reconocen historiadores no comunistas, las fuerzas obreras y de izquierda tuviesen el poder al alcance de la mano; que las masas afluyesen al Partido Comunista francés y apoyaran las corrientes de izquierda en el partido socialista, en los sindicatos y otras organizaciones; éstos y otros rasgos de ese periodo, demostraron la profundidad del proceso revolucionario (las masas creían entonces que el Partido Comunista era el partido de la revolución), y ponían en evidencia retrospectivamente que con otra política en el periodo precedente el nivel de conciencia del movimiento, su espíritu combativo y su voluntad de imponer un cambio radical, hubiesen llegado mucho más lejos. Pero partiendo del nivel efectivo que el movimiento alcanzó en los meses que siguieron a la Liberación, ¿acaso no existía la posibilidad de impulsarlo en una perspectiva revolucionaria? Este es el interrogante que los responsables del PCF han eludido siempre. A las críticas de izquierda respondían, y siguen respondiendo, con el tópico de que no existían condiciones para la toma del poder(176). Pero la cuestión no está ahí. La cuestión reside en que el partido practicó una política encaminada a frustrar toda posibilidad de que se crearan las condiciones para la toma del poder (no por él solo sino por el conjunto del ala revolucionaria de la Resistencia). Practicó la política del cuerpo de bomberos ante un conato de incendio. En el periodo de casi un año que transcurrió desde la liberación de París hasta la capitulación de Alemania, nadie, salvo el partido comunista y los sindicatos por él controlados, podían impedir el desarrollo impetuoso del movimiento de masas. Frente a la política gollista de liquidación de los comités de liberación y de las milicias patrióticas, de los embriones de doble poder nacidos de la Resistencia, el PCF tenía la posibilidad de recurrir a las huelgas y ocupaciones de fábricas, a las manifestaciones masivas y otras formas de acción. Estaba en sus manos impulsar la transformación de los comités de liberación en órganos directos de las masas, apoyados por órganos de poder obrero en las empresas. El partido podía promover movimientos de este tipo y propiciar la unidad de toda la izquierda en torno a un programa de democracia socialista. La cuestión del poder no podía llegar a plantearse concretamente más que en el contexto de una política orientada a fortalecer el movimiento de masas, a disipar sus ilusiones en el gollismo y en los Aliados (fomentadas por el mismo partido en el periodo precedente), etc. Pero la política del PCF fue la que vimos: cooperar con de Gaulle en la liquidación de la Resistencia, decir a la clase obrera que debía apretarse el cinturón para restaurar la economía capitalista, frenar – cuando no algo peor – el movimiento de liberación de las colonias francesas, sembrar ilusiones en la vía parlamentaria y pacífica, seguir idealizando a los Aliados. Fue una nueva edición de la política tradicional, reformista y nacionalista del ala derecha de la socialdemocracia francesa.
La posibilidad de una política que combinara dialécticamente la guerra antihitleriana con la lucha por una salida socialista, se presentó concretamente en Italia después de la caída de Mussolini, cuando – diciéndolo con palabras de Togliattim – se derrumbaron los viejos fundamentos del
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Estado burgués, incluida su organización militar, y comenzó la insurrección popular más grande de toda la historia de Italia; cuando al frente de este formidable despertar popular se encontraron principalmente comunistas, socialistas de izquierda, intelectuales avanzados. Al desembarcar Togliatti en Nápoles, en la primavera de 1944, comenzaba a plantearse el dilema entre dos políticas (reflejado confusamente, en el conflicto del antifascismo con el rey, Badoglio y los Aliados). La tendente a reagrupar los partidos obreros y la izquierda pequeño burguesa, en oposición a la monarquía, la derecha tradicional y los Aliados, y la que, por el contrario, tendía a diluir las contradicciones y agrupar más estrechamente izquierda y derecha, clase obrera y burguesía, bajo el mando único de las autoridades militares aliadas, con el lema: ante todo, ganar la guerra. La primera podía haber llevado a la constitución del nuevo bloque histórico teorizado por Gramsci. La segunda, la política de ”unión nacional”, habría de facilitar el juego político de las viejas clases dirigentes; llevaría, en definitiva, a la restauración del tradicional bloque industrial-agrario (aunque bajo otras formas políticas y distinta articulación interna), a la restauración y modernización del capitalismo italiano. No la ”unión nacional” sino la ”diferenciación nacional” podía desbaratar ese juego, evidente desde la caída de Mussolini; podía ilustrar a las masas respecto a quiénes eran los que en verdad luchaban por la renovación social y política de Italia, por su independencia nacional, y quiénes perseguían la restauración del poder de los grandes industriales y agrarios, el enfeuda-miento de Italia a otro imperialismo. La ”unión nacional” no daba a la clase obrera, en contra de lo que argüía Togliatti, el papel de protagonista: le daba sólo la ilusión de ese papel. a dirección efectiva estaba en otras manos. Para constituirse verdaderamente en clase hegemónica, hubiera sido necesario que sus partidos fundieran en la acción el problema de la liberación nacional con el de la revolución agraria en el sur y las islas, con la lucha por una democracia socialista. La estrategia togliattiana – reproducción de la aplicada por la IC en la guerra-revolución española – disoció esos objetivos en la precisa hora histórica en que el movimiento real, la crisis profunda de las estructuras sociales y políticas, el despertar de las masas, tendían a entrelazarlos en un proceso revolucionario único. Durante los dos años que transcurrieron entre el desembarco aliado en el sur de Italia y la insurrección del norte, el PCI no se propuso organizar la lucha de las masas campesinas por la tierra, y contrarrestó las tendencias a luchar por una salida socialista que se perfilaban en el gran movimiento proletario del norte. La política de ”unión nacional” consistió, en la práctica, en frenar el movimiento de masas para evitar la ruptura de la coalición gubernamental y rehuir todo enfrentamiento con las autoridades militares angloamericanas. Pero sólo el movimiento de masas, su afirmación como poder autónomo a todos los niveles, con su propio programa, podía minar, y finalmente impedir, la restauración del poder tradicional que paso a paso iba realizándose. La presencia militar de los Aliados hubiera exigido, desde luego, métodos distintos a los yugoslavos, una forma de enfrentamiento esencialmente política. Pero precisamente esa presencia y el comportamiento de las autoridades militares angloamericanas, proporcionaban la experiencia viva para aleccionar al pueblo, para que la izquierda obrera y antifascista pudiera capitalizar la sensibilización de la conciencia nacional provocada por la guerra de liberación, exigiendo el pleno reconocimiento de la soberanía italiana, del derecho del pueblo a darse libremente los órganos de gobierno; exigiendo que las autoridades militares angloamericanas no se inmiscuyeran en los asuntos internos de Italia.
La imposibilidad de una táctica encaminada a impulsar enérgicamente la lucha por la tierra y por otras transformaciones revolucionarias, en el curso mismo de la guerra contra Alemania; encaminada a desarrollar las premisas de doble poder y al aislamiento político de los Aliados y de la derecha, a constituir un poderoso movimiento independiente de los partidos obreros y antifascistas de izquierda; la imposibilidad de una táctica de este género que hubiese permitido enlazar la gran insurrección proletaria del norte con el movimiento revolucionario del sur, no residía en las condiciones italianas. Residía en la supeditación de la dirección del PCI a la línea dictada por Moscú. Si los comunistas yugoslavos llegan a acatar las directivas de Stalin, contenidas en el mensaje de Dimítrov de marzo de 1942, análoga ”imposibilidad” se hubiera presentado en Yugoslavia.
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Togliatti y Thorez recurrieron más de una vez al caso griego para justificar su política. Pero la catástrofe de la Resistencia griega podría haberse evitado, pese al incalificable abandono de Stalin, si los dirigentes comunistas griegos resisten a las presiones soviéticas y no capitulan en el momento en que eran dueños de casi todo el país y contaban con un aguerrido ejército popular. Año y medio después, en condiciones incomparablemente más desfavorables, reanudaron la lucha armada y pudieron mantenerla durante más de tres años, pese a que la ayuda exterior era totalmente desproporcionada a la magnitud de la intervención americana, y cesó prácticamente desde 1948. Si en diciembre 1944-enero 1945, los jefes comunistas griegos no ceden a las presiones estalinianas, al cuerpo expedicionario inglés se le hubiera creado una situación nada envidiable.
En los primeros meses de 1945 Alemania estaba prácticamente derrotada. Los ejércitos soviéticos, incrementados con importantes contingentes de combatientes búlgaros, rumanos y polacos, organizados sobre la marcha, y por el ejército de liberación yugoslavo, tenían una superioridad militar decisiva en el continente sobre las fuerzas de los Aliados. Norteamérica estaba sumida aún, y no sabía por cuanto tiempo, en la guerra del Pacífico. En toda Europa era el momento de máximo entusiasmo popular por los ideales democráticos y renovadores de la Resistencia. ¿Qué hubiera sucedido si en esa situación los movimientos obreros de Francia e Italia pasan resueltamente a la ofensiva por un poder de los trabajadores y de toda la izquierda, con un programa de transformaciones democráticas socialistas? (No un poder comunista ni un programa ”soviético”.) ¿La intervención de los Aliados? ¿Podía Roosevelt – o Truman – arrostrar las consecuencias políticas de substituir a Hitler contra la izquierda europea? ¿Estaba siquiera en condiciones militares de hacerlo? (El peligro no podía descartarse, como en octubre de 1917 no podía descartarse la intervención de los ejércitos alemanes que estuvo a punto de aplastar la revolución rusa. Hasta ahora no se han conocido revoluciones garantizadas contra todo peligro. Con la notable diferencia de que en la situación de 1944-1945 el verdadero peligro para la revolución europea no era tanto la intervención de los ejércitos capitalistas como la no intervención de los ejércitos considerados portaestandartes de la revolución de Octubre. A semejanza de lo ocurrido en Grecia. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que el mismo caso griego puso de manifiesto la dificultad de tales operaciones en aquella situación.) Pero dejemos estos interrogantes y conjeturas a los que la historia ya no puede responder... La historia se había puesto a la hora de Yalta, a la hora del reparto de las zonas de influencia. Y Stalin dictaba la ley a los partidos comunistas, sin encontrar resistencia más que en algunos herejes potenciales de países subdesarrollados. En los centros del capitalismo el neorreformismo comunista latía al unísono de la ”gran alianza”.
Al iniciar el análisis de la estrategia estaliniana en la segunda guerra mundial hicimos alusión a uno de los factores que la condicionaron con más fuerza, sobre el que conviene insistir brevemente. La política exterior de la burocracia soviética – decíamos allí – no podía por menos de reflejar en cierto modo su política interior. Después de haber liquidado a la flor y nata de los revolucionarios de Octubre, de haber destruido la democracia proletaria y privado al pueblo, durante largos años, de toda vida política, de haber desacreditado el ideal socialista ante los trabajadores soviéticos – proclamando que aquel régimen de escasez, de dictadura policiaca, era la realización del socialismo –; de haber cegado, en suma, las fuentes susceptibles de mantener vivo el espíritu revolucionario y de formar una conciencia de clase, internacionalista, los jefes soviéticos no podían dar a la guerra contra la Alemania hitleriana un carácter revolucionario, socialista. Independientemente de todas las otras razones que hemos analizado – consideraciones estratégicas, interés en preservar la ”gran alianza”, etc. –, las cuales, por otra parte, estuvieron fuertemente condicionadas por el factor interior. De acuerdo con la trayectoria seguida y partiendo del tipo de conciencia social que sus mistificaciones ideológicas y su oportunismo político habían moldeado, los jefes estalinianos dieron a la guerra el único carácter que podían darle, el de Guerra Patria. El hitlerismo era, ante todo, el nuevo rostro del enemigo tradicional, el teutón que osaba atacar la Belíkaia Rossía – como cantaba el nuevo himno oficial –, no el sepulturero del movimiento obrero alemán y de la revolución española. ”No luchan por nosotros – reconoció Stalin, en un minuto de sinceridad, ante el embajador Harriman –, luchan por la Madre Rusia.”(178) En el espíritu de millones de mujiks y de
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obreros-mujiks, el mito de Stalin se enlazaba con el de los grandes zares, se fundía con el patriotismo tradicional, las glorias del pasado, la religión reverdecida. Stalin y el partido se esforzaron hábilmente por amalgamar estos resortes patrióticos con el nuevo Estado, y Lenin era ritualmente invocado a cada paso para realzar la autoridad del nuevo Lenin. Desde el punto de vista de los objetivos internacionales de la guerra, los jefes soviéticos no añadieron una coma a los proclamados por las potencias capitalistas aliadas: liberación nacional de los pueblos europeos y democracia. O mejor dicho, sólo agregaron un ingrediente, que no era precisamente revolucionario, ni siquiera progresista: el paneslavismo, el llamamiento a la unión de los pueblos eslavos. Cuya transparente finalidad, aparte del efecto movilizador inmediato contra el enemigo tradicional, el pangermanismo, era preparar ideológicamente la futura construcción del glacis protector. Europa vivía su segunda catástrofe bélica a los veinte años de finalizar la primera. Era la prueba palpable de que las fronteras nacionales se habían convertido en un anacronismo que obstaculizaba el desarrollo de las fuerzas productivas; que hacía imposible una paz duradera y constituía una fuente permanente de rivalidades y conflictos. ¿No era el momento oportuno, obligado, de llamar al proletariado continental a luchar por la creación de los Estados Unidos socialistas de Europa, cuya idea había sido lanzada por el partido socialdemócrata ruso (incluyendo en ese momento a bolcheviques y mencheviques) al comienzo de la guerra del catorce, y recogida por la Internacional Comunista en 1923?(179) La idea eslava reemplazó a la idea socialista europea. Los eslavos debían unirse; los otros pueblos europeos seguir encerrados en su cascarón nacional.
No insistiremos más sobre estos aspectos de la política estaliniana que diversos autores, especialmente Deutscher, han examinado en detalle(180). El gran biógrafo de Trotski plantea otra cuestión de sumo interés: la victoria de la revolución socialista a escala europea hubiera significado el cese del aislamiento en que se había encontrado la revolución rusa, y Stalin temía los efectos de la interpenetración entre el sistema soviético y el socialismo en las zonas del capitalismo industrial. Consideraba – no sin razón – que pondría en peligro los fundamentos políticos e ideológicos del sistema burocrático y dictatorial construido a favor del aislamiento. Este, de condicionante objetivo del sistema, había pasado a ser condición imprescindible de su existencia, y por tanto de los privilegios de la capa dirigente. La evolución ulterior ha venido a corroborar esta tesis de Deutscher. Stalin y sus sucesores se han esforzado en mantener el aislamiento de la sociedad soviética no sólo del Occidente, sino incluso de los demás países del ”campo socialista”.
”El contacto directo entre Rusia y las ”democracias populares” – libertad de comunicación e intercambio libre de ideas – podía constituir fácilmente una nueva fuente de fermentación en el interior de Rusia. Stalin tuvo, pues, que mantener dos ”telones de hierro”: el primero, separando a Rusia de su propia zona de influencia; el segundo, separando a esta zona del Occidente.”(181)
Como vemos, la infortunada revolución proletaria europea tenía que vencer no pocos obstáculos para abrirse paso a través de la gran crisis de los años cuarenta. Para triunfar al final de la segunda década del siglo le faltó un partido socialista independiente de la burguesía. Para vencer al comienzo de la quinta década hubiese necesitado un partido independiente de la burguesía y de la ”patria del socialismo”.
Con la capitulación de Alemania en la primavera de 1945, la principal justificación de la política de ”unión nacional” desaparece, pero la colaboración de los partidos comunistas en los gobiernos burgueses de Francia e Italia continúa (así como en otros países capitalistas europeos), y contribuye en la forma que vimos a la restauración de la economía capitalista y de sus superestructuras políticas. Se hace necesaria una nueva justificación que ya no puede ser sólo, o fundamentalmente, táctica. A ese fin se echa mano de la doctrina de la ”nueva democracia” o ”democracia popular”, nacida en función de otra necesidad urgente: definir los regímenes que comienzan a implantarse en los países liberados por el ejército soviético. Mientras la revolución, en efecto, había sido esquivada con arte y pericia en Francia e Italia – allí donde ”la clase obrera y sus aliados estaban mejor organizados que las fuerzas de la reacción, tenían superioridad evidente sobre los grupos dirigentes del capital monopolista y sus agentes políticos” (estamos citando a historiadores soviéticos)(182) – en los países del este la revolución se veía facilitada por la misma raison d’Etat que la había
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bloqueado en el oeste. El glacis no podía construirse, evidentemente, sobre estructuras capitalistas. Pero tanto de esta revolución, como de la doctrina a que dio lugar, y de la utilización de esta doctrina como justificación del neorreformismo de los partidos comunistas de Europa occidental, nos ocuparemos en el siguiente capítulo.
La histórica derrota del fascismo, la revolución yugoslava, el proceso revolucionario iniciado en los otros países del este a favor de su liberación por el ejército soviético y de la construcción del glacis, la consagración de la Unión Soviética como gran potencia mundial, el fortalecimiento de los partidos comunistas occidentales, ocultaron ante los comunistas de aquellos años – que vivían y soñaban en el clima eufórico descrito al comienzo de este capítulo –, y en general ante los contemporáneos, el grave significado de la frustración de la revolución europea para el destino ulterior de la lucha por el socialismo. Poco después ejercería el mismo efecto la victoria de la revolución china y, más adelante, el derrumbamiento del viejo sistema colonial. Pero vistas las cosas con la perspectiva actual, aparece con claridad que aquella victoria de la burguesía internacional, aquella abdicación del comunismo europeo en su hora de máxima influencia – en la coyuntura más favorable del medio siglo que nos separa de la revolución de Octubre – ha tenido tremenda y nefasta influencia sobre el curso ulterior de los acontecimientos mundiales. Efecto último, el más grave, de la descomposición ideológica de la Internacional Comunista, es una de las causas objetivas fundamentales de la actual crisis del movimiento comunista.
2. El Kominform Las revoluciones del glacis A la hora de su liberación por los ejércitos soviéticos, los cinco países del este que serían integrados en el glacis presentaban características sumamente diversas. El desarrollo industrial de Checoslovaquia contrastaba con el carácter predominantemente agrario de los otros cuatro, entre los cuales, a su vez, existían diferencias sustanciales en la ecuación industria-agricultura. Polonia, Checoslovaquia y Bulgaria eran eslavos, pero mientras en el pueblo polaco imperaba la rusofobia, los checoslovacos y búlgaros se distinguían por su rusofilia. Rumania y Hungría apenas tenían lazos étnicos y culturales con Rusia. A la simpatía por la Unión Soviética, se sumaba en Checoslovaquia la presencia de un partido comunista tradicionalmente influyente, que durante la Resistencia se transformó en el primer partido político del país. Aunque en menor escala, los comunistas búlgaros contaban con sólidas tradiciones, habían organizado un movimiento guerrillero de cierta importancia y en el momento de la liberación representaban la fuerza política más activa y organizada. En cambio, los partidos comunistas de Polonia, Rumania y Hungría eran pequeñas organizaciones con reducidísima influencia de masas. Checoslovaquia tenía detrás veinte años de democracia parlamentaria, mientras los otros cuatro habían vivido todo a gran parte de ese interregno bajo regímenes reaccionarios y dictaduras semifascistas. Polonia y Checoslovaquia pertenecían al campo de los vencedores; Hungría, Rumania y Bulgaria, al de los vencidos. Y podrían señalarse otras significativas diferencias de toda índole.
El simple hecho de que en estos cinco países los partidos comunistas conquistaran el monopolio del poder casi al mismo tiempo (en el curso de 1947-1948), ajustando el régimen sociopolítico al mismo esquema, demuestra por sí solo que los factores determinantes de semejante desarrollo no fueron los nacionales. En Checoslovaquia la clase obrera podría haber tomado el poder coincidiendo con la liberación del país, e iniciar la revolución socialista sobre bases ampliamente democráticas, Según la feliz expresión de H. Ripka, lo prefabricado en Checoslovaquia no fue la revolución sino el aplazamiento de la revolución(1). Aunque en otro contexto, a realizar bajo otras formas, análoga posibilidad se presentó en Bulgaria. Pero Polonia no reunía evidentemente condiciones, dado el abanico de fuerzas políticas allí existentes, más que para una democracia burguesa, dentro de la cual el comunismo y el socialismo de izquierda laborasen por obtener el apoyo de las masas. Y lo mismo sucedía en Rumania y Hungría. La Unión Soviética podía proteger a los que luchasen por el socialismo en estos tres países, contra toda intervención de las potencias
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imperialistas, facilitando así su acción, pero sólo esta acción era susceptible de llevar a un cambio revolucionario que fuese el fruto y la expresión de la voluntad popular. En los tres casos el ejército soviético se sustituyó a la voluntad de las masas. Fue él quien tomó el poder y puso sus resortes decisivos – el mando del ejército, la policía, la información, etc. – en manos de los comunistas, encubriendo este poder real, durante una primera fase, bajo formas ”democrático-parlamentarias”. Como reconoció Rakosi ulteriormente, el partido se aseguró desde el momento de la liberación ”el control absoluto de la policía política, la AVO”. ”Es la sola institución cuya dirección nos reservamos totalmente, sin compartirla con los otros partidos de la coalición según la proporción de fuerzas respectivas.”(2) El problema del ejército fue resuelto en este caso, según explica el mismo Rakosi, reduciendo al mínimo sus efectivos (12 000 hombres en lugar de los 70 000 a que Hungría tenía derecho de acuerdo con los términos del armisticio) y dispersándolos por todo el país. ”La presencia del ejército rojo – prosigue Rakosi – disminuyó la importancia de la lucha que debíamos llevar para ganar a la influencia comunista la mayoría del ejército [...] El reforzamiento del ejército húngaro no comenzó hasta 1948, después que el partido comunista se apoderó del Ministerio de Defensa.”(3) Lo que Rakosi no ha explicado nunca es cómo pudo el partido monopolizar la policía política y liquidar prácticamente el ejército, hasta que no tuvo el Ministerio de Defensa, siendo así que era extremadamente minoritario, como demostraron las elecciones de 1945 (15 % de votos al PC contra 85 % al resto de los partidos de la coalición, de los cuales 57 % al partido de los pequeños propietarios)(4). En Rumania y Polonia, el partido comunista se aseguró el control del ejército desde los primeros meses.
”¿Exportar la revolución? ¡Tontería! Cada país hace su revolución si quiere, y si no quiere no hay revolución” – respondió Stalin en 1935 a un periodista americano(5). Dos años y pico después, la ”tontería” fue ensayada en los países bálticos, regiones orientales de Polonia, Besarabia y Bucovina, pero podía presentarse con otra significación. Desde 1945, Polonia, Hungría y Rumania pasaron a ser ejemplos clásicos de ”revolución exportada” , realizada desde arriba, por un poder emanado del liberador-ocupante. Lo que no quiere decir que este poder no llevase a cabo una obra progresista, y en ciertos aspectos revolucionaria, de transformación social (reformas agrarias, nacionalizaciones industriales, reconstrucción del país, etc.), que le valió durante un primer periodo el apoyo de las masas trabajado- ras, así como de fracciones importantes de la intelectualidad y de otros grupos sociales. ”La obra de reformas realizada en 1945-1947 – escribe F. Fejto en su Histoire des démocraties populaires – puede considerarse como una obra nacional, realizada con el apoyo más o menos activo, más o menos sincero, de todos los partidos democráticos.”(6) Los progresos de la influencia y la organización comunistas – subraya este mismo autor, nada sospechoso de parcialidad por los comunistas – no se explican sólo por la intervención del ejército soviético, sino porque fueron los elementos más decididos y dinámicos en la realización de esa obra, sus principales inspiradores y definidores. Pero estos méritos eran ensombrecidos por lo que cada vez resultaba más evidente a los ojos del pueblo: el partido comunista dependía de una potencia extranjera, estaba sometido a la disciplina de Moscú. Las decisiones capitales, y con frecuencia las accesorias, se tomaban allí, y no en Varsovia o Budapest, Bucarest o Sofía. Ni siquiera en Praga, cuya autonomía era mayor.
La lucha contra el hitlerismo había sido llevada, ante todo, con la bandera nacional, y la liberación exaltó los sentimientos patrióticos. La misma divisa eslava era entendida en Praga y Sofía como unión de pueblos libres y soberanos. Incluso los espíritus más avanzados no podían resignarse fácilmente a que una nueva sujeción – ni siquiera con el marchamo ”socialista” – reemplazara las anteriores. En el periodo 1945-1947 el peso de esta nueva dependencia se dejó sentir particularmente en Polonia, por las razones dichas, y en Hungría y Rumania, por pertenecer al campo de los vencidos. Aunque Bulgaria también estaba incluida en esta categoría, la actitud prorrusa de la población y la impon- tancia del partido comunista le ganaron un trato más bené volo de Moscú. Pero sobre Rumania y Hungría, además del control militar-policiaco, recayeron abrumadores tributos económicos en forma de reparaciones, sostenimientos de las, tropas soviéticas
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instaladas en el país, y por otros conceptos. Los bienes alemanes, que incluían las principales empresas y depósitos bancarios de ambos países, pasaron a manos del Estado soviético(7).
Como no podían rivalizar en patriotismo con los otros grupos políticos cuando estaban de por medio los intereses soviéticos, los comunistas locales se esforzaban por mostrarse dignos patriotas si el asunto concernía a otras democracias populares. Obligados a justificar la pérdida de las regiones orientales, los comunistas polacos no sólo fueron los campeones del antigermanismo, sino los más intransigentes en el conflicto con los checoslovacos a propósito de la región de Teschen. Los comunistas checoslovacos, constreñidos a ceder Ruthenia a los soviéticos, se mostraron no menos intransigentes que los polacos en el conflicto por esa región fronteriza, y fueron irreductibles frente a Hungría en el problema de las minorías húngaras de Eslovaquia. (Hubo que ”intercambiar” casi, medio millón de húngaros que habitaban en Eslovaquia contra una masa menor, pero también considerable, de eslovacos residentes en Hungría.) Los comunistas rumanos, obligados a defender la anexión de Besarabia y Bukovina por la URSS, a favor del pacto germanosoviético, hicieron gala de su patriotismo frente a los húngaros (que fueron los peor parados en la serie de reajustes territoriales) en el asunto de Transilvania. Los comunistas búlgaros pudieron mostrar el suyo frente a los rumanos en relación con Dobrudja, y frente a los serbios (después de la excomunión de Tito) en el problema macedónico. Moscú fue el árbitro de esos litigios, en los que si algo brillaba por su ausencia era el internacionalismo socialista(8).
El gran ”regulador” de la transformación del este europeo, sobra decirlo, fue la política estaliniana, encaminada a articular todos los países de esa zona en un sistema político militar protector de las fronteras occidentales de la URSS, así como a ampliar el espacio económico de lo que en Moscú se entendía por construcción del socialismo. Lo que implicaba crear regímenes que ofreciesen suficientes garantías políticas al Kremlin. Durante la fase que estamos considerando, Stalin trató de conciliar la construcción de tales regímenes con el intento de llegar a un arreglo planetario, duradero, con los Estados Unidos. El poder efectivo debía estar en manos seguras para los intereses soviéticos, pero convenía, al mismo tiempo, observar lo más aparentemente posible los principios de democracia formal estipulados en la Declaración de Yalta y otros documentos (Carta de las Naciones Unidas, acuerdos de Potsdam, etc.). Convenía que las medidas contra los intereses capitalistas y terratenientes (indispensables no sólo para destruir las bases de las clases hostiles por naturaleza a la alianza preferencial con la URSS, y aún más a la integración en su esfera económica, sino para crear la base social adecuada al poder político prosoviético) no aparecieran como un ataque al sistema capitalista, a la empresa privada, en general. A estas consideraciones, derivadas de la política de ”gran alianza”, debe agregarse otra de primera magnitud, derivada de las características adquiridas por el régimen soviético. Este no podía tolerar que el proceso revolucionario abierto en los países vecinos desembocara en una democracia socialista, cuyos órganos de gestión económica y política emanaran verdaderamente del pueblo trabajador y estuvieran bajo su control. Un desarrollo de este género era el que podía, con más plenitud y rapidez, despertar y movilizar las energías e iniciativas de las masas, instruirlas y apartarlas de la influencia ideológica de las viejas clases dirigentes, levantar una sólida barrera frente a la política del imperialismo, y constituir, por tanto, la mejor defensa de la URSS. Pero ni la burocracia soviética, ni los núcleos dirigentes de los partidos comunistas formados en la época estaliniana, eran compatibles con semejante evolución. La vía yugoslava, que hasta cierto punto representaba un paso en ese sentido, fue la excepción de la norma, y reflejaba, precisamente, la formación durante la guerra nacionalrevolucionaria de un núcleo dirigente con nuevas características(9).
Las consideraciones expuestas, tomadas en su conjunto, reglaron en gran medida las estructuras económicas y políticas de las llamadas democracias populares. Determinaron el ”aplazamiento” de la revolución socialista en Checoslovaquia y su sustitución por la ”revolución democrática y nacional”, según la definición de Gottwald. Determinaron que en Bulgaria, cuando ya Dimítrov era jefe del gobierno y el poder estaba prácticamente en manos de los comunistas y otros grupos de izquierda, el partido considerara que la tarea no era iniciar la construcción del socialismo sino ”consolidar el régimen democrático-parlamentario”(10). En virtud de esas consideraciones, la
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”revolución democrática y nacional” fue exportada a Polonia, Rumania y Hungría, donde el control efectivo del poder por los comunistas, carentes de base política para ejercerlo, quedó disimulado tras un parlamentarismo ficticio. Los comunistas tuvieron que convertirse en amañadores de elecciones, como antes lo habían sido los partidos reaccionarios. Pero este método se reveló insuficiente para encauzar por la vía de la ”nueva democracia” a partidos como el de los pequeños propietarios en Hungría y el agrario, de Petkov, en Bulgaria, en los cuales se reagruparon las principales fuerzas burguesas, y hubo que recurrir – con la experta ayuda de los servicios secretos soviéticos – al montaje de complots que permitiesen justificar la represión contra ambos partidos. Bien pronto el sistema parlamentario habría de mutarse en farsa incluso en Checoslovaquia, el único país de los cinco donde tenía cierta autenticidad.
La vía iniciada en los países del este, a partir de su liberación por los ejércitos soviéticos, era totalmente nueva para los partidos comunistas. La experiencia más próxima -que en teorizaciones posteriores fue presentada como primer ejemplo de ”democracia popular” – era la república española de 1936-1939, pero aparte de que esta experiencia tuvo lugar en las condiciones excepcionales de guerra civil e intervención armada extranjera, faltaba en ella el factor que fue determinante en las democracias populares del este: la presencia en acto, o potencial, del ejército soviético. Las explicaciones doctrinales ”marxistas-leninistas” que se suministraron en aquellos años, acerca de la naturaleza y perspectivas de la ”democracia popular”, resultaban falseadas en su raíz porque el papel decisivo de ese factor no podía ser incluido y analizado sin perjudicar a la diplomacia soviética, sin ”dar argumentos” a la propaganda y la estrategia de las potencias capitalistas.
Reducida a su esencia, la teoría de la ”democracia popular” se fundaba en la siguiente hipótesis: una vez destruido en el curso de la Liberación el poder político de la oligarquía financiera y terrateniente, privada de su base económica mediante las expropiaciones y nacionalizaciones subsiguientes, sería posible la colaboración duradera entre la clase obrera, los pequeños campesinos propietarios y la burguesía media – Industrial, comercial, agraria – en una perspectiva de evolución gradual hacia el socialismo. El sector nacionalizado iría ampliándose y el capitalista privado reduciéndose; los pequeños campesinos pasarían poco a poco, voluntariamente, a formas cooperativas, hasta que toda la economía quedase estructurada sobre bases socialistas. La lucha de clases seguiría existiendo, pero tomando formas pacíficas y evolutivas dentro del sistema representativo democrático-parlamentario. Este tipo de desarrollo quedaba supuestamente garantizado desde el momento que la clase obrera (entiéndase: el partido comunista) asumía la dirección dentro de la coalición gobernante, y que la nueva relación mundial de fuerzas, salida de la guerra, permitía a la Unión Soviética proteger a los países que emprendieran esa vía contra toda intervención del imperialismo. Se trata – decían los teóricos soviéticos y los jefes comunistas de las democracias populares – de una vía de acceso al socialismo diferente de la soviética, la cual se ha hecho practicable gracias a las ”nuevas condiciones históricas” creadas por la construcción definitiva del socialismo en la URSS y por la victoria del Estado soviético en la segunda guerra mundial. Dimítrov fue más lejos que nadie, sentando la tesis de que si ”para el paso al socialismo era indispensable [en 1919] la dictadura del proletariado”, ahora, ”ante muchos países el problema de la realización del socialismo se plantea como un problema de colaboración de la clase obrera con los campesinos, los artesanos, los intelectuales y demás capas progresivas del pueblo”(11). (Las ”demás capas progresivas del pueblo”, claro está, eran las de la burguesía industrial, comercial y agraria, cuyos representantes políticos formaban parte del ”frente nacional” y del gobierno ”democrático-popular”, o ”gobierno del pueblo”, como solía llamársele.) Esta fue la concepción vigente en los años 1945 y 1946, mientras perduró la esperanza de un entendimiento global entre la URSS y los Estados Unidos. Después de iniciarse la ”guerra fría y derrumbarse todas las ilusiones – en la ”gran alianza” y en las ”pequeñas alianzas” –, el viejo Dimítrov tuvo que hacer autocrítica, declarar que la dictadura del proletariado seguía siendo tan necesaria en los años cuarenta como en los años veinte, y reconocer que aunque diferente del sistema soviético la ”democracia popular” cumplía también las funciones de la dictadura del proletariado(12). No es necesario precisar que
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”las funciones de la dictadura del proletariado” se entendían al estilo soviético: liquidación de todo asomo de democracia proletaria, dictadura del partido comunista, o más exactamente, de su núcleo dirigente. La única diferencia que subsistió entre la ”democracia popular” y el sistema soviético, consistía en la conservación por la primera de una parodia de ”pluralismo” político en el marco de una caricatura del sistema parlamentario.
Esa concepción – en su primera forma, antes del viraje de 1947 – fue la adoptada por los partidos comunistas de Francia e Italia, como justificación doctrinal de su participación en los gobiernos burgueses después que la derrota de Alemania les había privado de la justificación táctica anterior. Los gobiernos de unión nacional debían verse como un primer paso hacia la democracia popular; las nacionalizaciones, como un primer golpe al capital monopolista. Una vez que el partido comunista y sus aliados fuesen elevados a la dirección del Estado por el sufragio universal, el sector nacionalizado comenzaría a adquirir carácter socialista e iría ampliándose. El Estado dejaría de estar al servicio de la oligarquía capitalista, transformándose en Estado de democracia popular. Naturalmente, este esquema iba asociado a la idea del nuevo equilibrio mundial de fuerzas, en virtud del cual acabaría por imponerse la colaboración de la URSS y los Estados Unidos en el espíritu de Yalta. Si el pueblo votaba mayoritariamente por el partido comunista y sus aliados, las potencias capitalistas tendrían que respetar la voluntad popular.
El modelo de desarrollo que parecía abrirse paso en el este era transferido al oeste haciendo abstracción de los factores decisivos que lo habían permitido. Se daba por cierto que los partidos comunistas habían conquistado, o estaban en vías de conquistar, la dirección del Estado por medios exclusivamente democráticosparlamentarios, y lo conservaban sobre esa base. Véase, por ejemplo, el informe de Thorez en la asamblea de la Federación del Sena del PCF, el 8 de junio de 1947, en el que se refiere extensamente a la concepción de la ”nueva democracia”. Aludiendo concretamente a Polonia y Hungría, es decir, a los dos casos en que los comunistas no podían, de toda evidencia, mantenerse un solo día como fuerza dirigente del Estado si ello dependía de elecciones libres, Thorez afirma que el ”gobierno del pueblo” mantiene allí el ”poder del pueblo”, a base de ”elecciones democráticas, con un parlamento elegido democráticamente, en las formas que se asemejan más o menos a las que nosotros conocemos”(13). Es difícil decir si los dirigentes comunistas occidentales engañaban sólo a la masa de militantes, o se engañaban ellos mismos. En todo caso no engañaban a los otros grupos políticos llamados a acompañarlos en la nueva vía hacia el socialismo. La impotencia del neorreformismo comunista provenía, ante todo, de la dialéctica de la lucha de clases, tanto a escala internacional como nacional, que no se sometía al nuevo esquema doctrinal, pero se veía agravado por la reacción que los acontecimientos del este provocaban en los otros grupos reformistas del movimiento obrero, sin hablar ya de la ”burguesía democrática”.
No abordaremos aquí la crítica teórica de estas concepciones. La ”guerra fría” se encargó de la crítica práctica, y hasta después del XX Congreso no renacieron, siendo objeto entonces de una mayor elaboración teórica. Cuando lleguemos a ese periodo volveremos sobre el tema. Aquí nos limitaremos a señalar que la doctrina de la ”democracia popular”, en su versión occidental, no se asentó en ningún análisis de la sociedad capitalista que permitiese llegar a nuevas conclusiones sobre la dinámica de sus estructuras y el comportamiento de las clases. La doctrina nació de la manera más pragmática que puede concebirse, sin sustentarse en otro dato objetivo que la nueva relación mundial de fuerzas, cuya valoración por los doctores de la iglesia quedó rápidamente desmentida por el curso real de los acontecimientos. Los poderosos partidos comunistas de Francia e Italia fueron eliminados, sin contemplaciones y sin que opusieran resistencia, de los gobiernos respectivos, y en lugar del avance hacia la ”democracia popular” se produjo el avance hacia un nuevo desarrollo capitalista. El capitalismo americano se instaló sólidamente en Europa occidental.
En el este, la exacerbación de la lucha de clases – las clases burguesas, alentadas por la superpotencia americana, intensificaron por todos los medios su acción contra todas las reformas que limitaban su base económica, así como contra el creciente monopolio del poder efectivo por los comunistas –, y la ofensiva económica del imperialismo americano con el señuelo del Plan Marshall, demostraron la futilidad del curso idílico concebido en el periodo de Yalta y de la
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Liberación. Se puso de relieve, en particular, la fragilidad de las democracias populares en el terreno económico frente al capitalismo mundial. La economía de estos países era estrechamente dependiente del comercio con occidente, y la dependencia comenzó a acusarse de manera aguda en cuanto se inició la reconstrucción. En Checoslovaquia, por ejemplo, entre el tercer trimestre de 1946 y el primero de 1947, las importaciones de la URSS disminuyeron de la mitad, y las exportaciones hacia la URSS en un tercio. En el mismo periodo, las importaciones provenientes de los Estados Unidos se triplicaron y las exportaciones a los Estados Unidos aumentaron en un 50 %. En el primer trimestre de 1947, la URSS ocupaba el sexto lugar en el comercio exterior checoslovaco, tanto en las importaciones como en las exportaciones. Y la tendencia, como hemos visto, era a la agravación(14). Se comprende que ante esa realidad, y partiendo de las ilusiones subsistentes todavía en ese momento sobre las perspectivas del desarrollo internacional y nacional, el partido comunista y el gobierno checoslovacos se pronunciaran el 4 de julio de 1947 por acudir a la Conferencia de París, convocada para discutir del Plan Marshall. Análogas tendencias se manifestaban en otras democracias populares. En 1945 la URSS absorbía el 93 % de las exportaciones polacas y el 91 % de sus importaciones. En 1946 los porcentajes respectivos eran 50 % y 70 %(15). También los comunistas polacos eran favorables a discutir la propuesta de ayuda americana. Semejantes tendencias resultaban incompatibles, naturalmente, con la construcción del glacis tal como lo concebía Stalin. El 8 de julio de 1947, mientras el gobierno polaco deliberaba con la intención de acudir a la Conferencia de París, la radio de Moscú anunció que Polonia se negaba a asistir. El mismo día salía para Moscú una delegación checoslovaca, a la que Stalin planteó la cuestión en términos que tenían, por lo menos, la virtud de la claridad: el objetivo del Plan Marshall era aislar a la URSS, y por tanto no había nada que discutir.
Al mismo tiempo aparecían otras tendencias peligrosas para la integridad del glacis. Pese a su sometimiento indudable a la dirección soviética, y probablemente sin intención alguna de ponerla en entredicho, entre las democracias populares comenzaron a concertarse relaciones bilaterales, tratados de alianza, y, sobre todo, Yugoslavia se destacaba, cada vez más, como un segundo polo político de atracción. El proyecto yugoslavo de Federación balcánica, por ejemplo, la constitución de un Estado del Mar Negro al Adriático, dirigido por Tito, el cual había dado las pruebas de independencia que conocemos, era más que suficiente para despertar la enfermiza desconfianza de Stalin.(16)
Así, en el verano de 1947, tanto la evolución de la situación en el glacis, como en Europa Occidental, y el curso francamente antisoviético adoptado por Wáshington (sobre estos dos últimos aspectos nos remitimos a lo expuesto en el capítulo precedente), exigían del Kremlin la revisión drástica de la política seguida hasta entonces, lo mismo en lo que se refiere a la política exterior soviética que a la de los partidos comunistas en el este y en el oeste. En todos los frentes se imponía ”apretar los tornillos”. La creación del Kominform estuvo dictada por esa necesidad.
El Kominform y la nueva táctica Ante la nueva situación mundial, Stalin reacciona con la lógica que le es propia. Situado en el pináculo de la gloria, poseído de su infabililidad, acostumbrado a los métodos autocráticos que desde hace dos décadas ha implantado en el Estado y el partido soviéticos, así como en el movimiento comunista internacional, Stalin no puede pensar un instante en someter a examen crítico del movimiento la política seguida y la nueva problemática creada. Vistas las cosas desde el Olimpo en que está situado, ya ni siquiera considera obligado recurrir al formalismo de una conferencia o congreso mundial que proporcione apariencias de sanción colectiva a decisiones previamente tomadas, como hicieron los últimos congresos de la IC. Ahora le basta con convocar secretamente a los, representantes de los partidos que considera útiles a los fines concretos que se propone. Piensa que agregando al partido soviético los partidos de las democracias populares y los dos principales partidos del área capitalista, tiene a su disposición un órgano suficientemente representativo para asumir el papel que desempeñó hasta su disolución el Comité Ejecutivo de la IC: imponer al conjunto del movimiento comunista la línea decidida por la dirección soviética. La
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composición del Kominform vino determinada, además, por dos razones precisas. En primer lugar, el eje magistral de la respuesta estaliniana a la ofensiva americana era constituir un bloque monolítico, bajo la égida soviética, con los países del . glacis. De ahí que los partidos de estos países sean invitados a la conferencia secreta de Polonia. En segundo lugar, el campo de batalla principal para Stalin, en la situación creada, era Europa, con dos objetivos estrechamente ligados: asegurar la invulnerabilidad del glacis e impedir que prosperara el plan americano de agrupar en un bloque, bajo la dirección de Wáshington, los Estados europeos occidentales, incluida la Alemania del oeste. De ahí la presencia en el conclave de Polonia de los dos principales partidos de esa zona. Ambos servirían, como vimos, de chivo expiatorio por los efectos negativos que había tenido su fidelidad a la política del Kremlin, y para reparar sus errores oportunistas recibirán un mandato de honor: hacer fracasar los planes americanos en Europa occidental. En cambio, a la conferencia fundacional del Kominform no es invitado ningún partido comunista del mundo colonial, ni siquiera el Partido Comunista de China. Tampoco lo es el Partido Comunista de Grecia, que en ese momento está empeñado en una lucha armada contra la intervención americana. Estas ausencias se explican por una razón simple: lo que Stalin busca, contrariamente a lo que creen en ese momento los políticos del ”mundo libre”, no es desencadenar la lucha revolucionaria, a escala mundial, contra el imperialismo americano. Su objetivo estratégico sigue siendo el mismo, lo que cambia es la táctica. Stalin se propone, recurriendo a la manera ”dura”, obligar a Wáshington a reconocer el reparto de zonas de influencia en el marco de un compra miso mundial que asegure la dirección bipartita del mundo por las dos superpotencias. Y las concesiones que Stalin está dispuesto a hacer para llegar a ese arreglo conciernen principalmente al mundo colonial, y en particular al Extremo Oriente. En cuanto a Grecia, ya la cedió a Churchill y no hace cuestión de gabinete que pase a manos americanas. Todos estos extremos se reflejan en el informe que Zdanov, en nombre de Stalin, hace en la conferencia de los nueve partidos. Informe que tiene especial relevancia para el curso del movimiento comunista hasta la muerte de Stalin. Así como la orientación estratégica y táctica de los partidos comunistas entre la disolución de la IC y la constitución del Kominform quedó definida en la resolución de 1943, en el quinquenio siguiente lo está por el informe de Zdanov y la Declaración de los nueve partidos, que se limita a sintetizar las ideas básicas del informe. A partir de 1953, el Kominform dejará de existir prácticamente (aunque su disolución oficial no tenga lugar hasta abril de 1956) y se iniciará un cambio en la línea general del movimiento comunista, determinado por el nuevo viraje de la política exterior soviética.
Sin preocuparse lo más mínimo de explicar por qué se. habían revelado erróneos todos los pronósticos de Stalin acerca del mundo que saldría de la guerra – un mundo unido, regido por la colaboración confiante de. los ”grandes” –, la tesis angular del informe de Zdanov es que después de la guerra el mundo se ha dividido en dos ”campos”, ”el campo imperialista y antidemocrático, de un lado, y el campo antimperialista y democrático, de otro”(17). En el imperialista, ”la fuerza rectora fundamental son los Estados Unidos”, y forman parte de él, ”en calidad de satélites de los Estados Unidos”, Inglaterra y Francia. Vienen luego los Estados que desempeñan un papel de ”apoyo”: ”Apoyan al campo imperialista Estados coloniales como Bélgica y Holanda, países con regímenes reaccionarios antidemocráticos, como Turquía y Grecia, países que dependen política y económicamente de los Estados Unidos, como son los del Próximo Oriente, América del sur y China.” Por último, el campo imperialista se ”apoya” también ”en las fuerzas reaccionarias y antidemocráticas de todos los países”, y en ”los adversarios militares de ayer” (Alemania y el Japón).
En el campo antimperialista ”la base la constituyen la URSS y los países de la nueva democracia”, se ”adhieren” a él Indonesia y el Vietnam, y ”simpatizan” la India, Egipto y Siria. ”El campo antimperialista se apoya en el movimiento obrero y democrático de todos los países, en los partidos comunistas hermanos, en el movimiento de liberación nacional de todos los países coloniales y dependientes, en la ayuda de todas las fuerzas democráticas y progresistas que existen en cada país.” En este campo ”el papel rector corresponde a la Unión Soviética y a su política exterior”.
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Como se ve, el concepto de ”campo” significa, ante todo, bloque de Estados. Las fuerzas sociales y políticas no organizadas en Estado desempeñan una función subalterna, de ”apoyo”. Cada ”campo” está articulado en torno a su Estado ”rector”, tiene su ”base”, constituida por dicho Estado guía, más los Estados directamente subordinados, y cuenta con sus ”apoyos” en otras fuerzas políticas y sociales. Los partidos comunistas exteriores a la ”base” del campo antimperialista son fuerzas de ”apoyo” a dicho campo. Y, en efecto, la función que cumplirán, en aplicación de la línea promulgada por el Kominform, se ajustará exactamente a ese concepto.
Los objetivos estratégicos de cada ”campo” son los siguientes, según las formulaciones de Zdanov: el campo imperialista se propone ”el fortalecimiento del imperialismo, la preparación de una nueva guerra imperialista, la lucha contra el socialismo y la democracia”; el antimperialista tiene como objetivo ”la lucha contra la amenaza de nuevas guerras y contra la expansión imperialista, el fortalecimiento de la democracia y la extirpación de los restos del fascismo”. La ”tarea fundamental” del campo antimperialista es ”segurar una paz democrática duradera”. Ni en el informe de Zdanov, ni en la Declaración de los nueve, se dice una palabra sobre la lucha por el socialismo en los países del Capital, ni siquiera como una perspectiva lejana ligada a los objetivos inmediatos. Omisión que no puede considerarse casual, teniendo en cuenta que era la primera definición de la estrategia mundial del movimiento comunista, después de la disolución de la IC. Y resulta menos casual si se relaciona con otras omisiones de talla en ambos documentos. Las dos acciones revolucionarias de mayor envergadura que estaban en curso en el momento de crearse el Kominform, las que encerraban una promesa más inmediata de desembocar en revolución socialista – la guerra civil china y la insurrección griega – son totalmente silenciadas. Ni se analiza su significado, ni se presentan como ejemplo a otros pueblos, ni se requiere a los partidos comunistas y a las fuerzas democráticas mundiales a acudir en ayuda de los combatientes chinos y griegos. Silencio tanto más elocuente cuanto que son las dos batallas en las que las armas y los recursos americanos están directamente comprometidos. Zdanov no dedica más que cuatro líneas de su extenso informe a la intervención americana en China y Grecia, sin decir palabra sobre la respuesta revolucionaria de los respectivos partidos comunistas. En cambio consagra gran parte del informe a la denuncia del Plan Marshall, cuyos principales fines formula así: ”Prestar ayuda en primer término no a los países vencedores empobrecidos sino a los capitalistas alemanes”; ”restaurar el poder del imperialismo en los países de la nueva democracia y obligarles a renunciar a la colaboración estrecha, económica y militar, con la Unión Soviética”; ”formar un bloque de Estados ligados por compromisos con los Estados Unidos y conceder créditos norteamericanos al precio de la renuncia de los Estados europeos a su independencia económica, y luego de su independencia política.” En una palabra, el Plan Marshall significa que Wáshington niega a la Unión Soviética la ayuda económica de largo alcance solicitada por el Kremlin desde Yalta; significa que la política americana amenaza la integridad del glacis y se propone poner diques a la extensión de la influencia rusa en Europa, particularmente en Alemania. Están claras las razones por las que Stalin dirige la movilización del comunismo internacional y de sus aliados fundamentalmente contra el ”plan de sojuzgamiento de Europa”. Por eso el informe de Zdanov termina subrayando la ”tarea particular” que incumbe a los partidos comunistas de Francia e Italia: ”Deben tomar en sus manos la bandera de la defensa de la independencia nacional y de la soberanía de sus países.” Si estos partidos son capaces de ”ponerse a la cabeza de todas las fuerzas dispuestas a defender la causa del honor y de la independencia nacional, no podrá realizarse ningún plan de sojuzgamiento de Europa.”
Aparte la resolución de 1943, por la que se disolvía la IC y se renunciaba a la lucha por una salida socialista de la catástrofe europea, hay pocos documentos en la historia del movimiento comunista que reflejen tan trasparentemente la subordinación de la lucha revolucionaria mundial a las exigencias de la política exterior soviética como este informe de Zdanov. No se expresa sólo en la definición de los objetivos esenciales, de los ”frentes” prioritarios; se trasluce también en el problema de las formas de lucha, en la actitud ante la lucha armada como forma de acción revolucionaria. El silencio respecto a las guerras civiles en Grecia y China (y a la guerra de liberación de los vietnamitas no se le dedican más de dos líneas) no se explica únicamente porque
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Stalin estuviese dispuesto a hacer concesiones en esas áreas, mientras consideraba intangible el glacis, y primordial el ”frente” europeo occidental. Se explica también en virtud de la definición de la ”tarea fundamental del periodo de postguerra”: conservar la paz. La URSS, dice Zdanov en su informe, ”está interesada en crear las condiciones más favorables para la construcción de la sociedad comunista”, y ”una de estas condiciones es la paz exterior”. Pero el gobierno soviético considera, como declara Vichinski en la ONU días antes del informe de Zdanov en el Kominform, que ”en la situación actual todo nueva guerra se transforma indefectiblemente en guerra mundial”(18). Luego las guerras locales representaban un grave peligro para asegurar la ”tarea fundamental” y la ”construcción del comunismo en la URSS”. Las guerras revolucionarias, como las de China y Grecia, no eran, por tanto, formas recomendables de lucha contra el imperialismo. Encerraban el riesgo de que la Unión Soviética se viese envuelta en una nueva conflagración. Por eso no figuran en el informe de Zdanov. Por eso los combatientes griegos no recibirán ayuda eficaz de la Unión Soviética y serán finalmente aplastados. Y si los chinos dan un día al movimiento comunista la sorpresa de su histórica victoria, será gracias a las fuerzas propias que han sabido poner en pie, desoyendo las recomendaciones estalinianas de llegar a un compromiso con Chiang y los americanos. Sin duda alguna la conservación de la paz era una aspiración profunda de los pueblos después de seis años de guerra, pero la dura realidad estaba demostrando que si la URSS necesitaba su paz para ”construir el comunismo”, los pueblos de una serie de regiones del globo necesitaban su guerra para liberarse de la esclavitud colonial: no les quedaba otro camino. Era su ”tarea fundamental” pese a todos los sacrificios que implicaba. Por otra parte, el improvisado dogma de que toda guerra local se transformaría indefectiblemente en guerra mundial no tenía fundamento científico y los acontecimientos revelaron su inconsistencia. Ninguna de las dos superpotencias tenía la menor intención de desencadenar una nueva conflagración mundial: utilizaban su espantajo para obtener fines políticos y estratégicos localizados, pero nada más. El dogma fue útil, sin embargo, para justificar algunas capitulaciones y no pocos oportunismos.
Junto con la paz, las otras dos hojas del tríptico estratégico ”antimperialista” que Stalin ofrendaba al movimiento comunista fueron la ”independencia nacional” y la ”democracia”. Los comunistas debían agrupar ”todas las fuerzas dispuestas a defender la causa del honor y de la independencia nacional”. Al mismo tiempo que zahiere a los liberales burgueses y socialdemócratas europeos, que insensibles al ”honor nacional” se ponen al servicio de los americanos, Zdanov se esfuerza en explicar a las burguesías europeas la amenaza que suponen para sus intereses los planes de Wáshington. Con el pretexto de defenderos contra una imaginaria amenaza comunista – les dice – los capitalistas americanos buscan, en realidad, apoderarse de los mercados europeos y desalojaros de las colonias. Existe, por tanto, la posibilidad – que los partidos comunistas deben explotar a fondo – de que una fracción de la burguesía, aquella que comprenda la conexión entre sus intereses crematísticos y los nobles ideales del honor nacional y la independencia, haga causa común con los comunistas contra los rapaces planes de Wáshington. Tal es el fondo del análisis de Zdanov. Pero para que esta posibilidad pueda materializarse, la tercera hoja del tríptico, la democracia, no debe pasar del rosa pálido. Colorearla en rojo, postular claramente la alternativa socialista al capitalismo, sería tanto como confirmar el ”peligro comunista”, justificación máxima de la política americana. De ahí que la perspectiva de la revolución socialista brille por su ausencia en la nueva línea de Stalin, lo mismo que en el periodo precedente había sido eliminada para no perjudicar a la ”gran alianza”.
Como puede verse, Stalin permanecía fiel a la que había sido, desde que se afirma en el poder, piedra angular de su estrategia. La que dicta en 1947 al movimiento comunista sigue dando la prioridad a la explotación de las contradicciones interimperialistas e intercapitalistas, sobre la contradicción burguesía-proletariado. Puesto que de momento las primeras han quedado soterradas en virtud del miedo de la burguesía europea al peligro revolucionario y del señuelo de los dólares, la tarea primordial de los partidos comunistas es propiciar su reactivación. Los métodos de acción deben ser más enérgicos – y a este fin sí conviene atizar la lucha de clases en el plano económico, a diferencia de lo que se hacía en el periodo precedente – para batir a los políticos centristas y
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socialdemócratas que se pliegan a los americanos, pero el objetivo estratégico es rehacer la unión nacional con la fracción de la burguesía amenazada por la expansión americana, crear un ”amplio frente” por la paz y la independencia nacional. Naturalmente, esa orientación no concierne a los partidos comunistas del glacis. Aquí, como veremos en el capítulo siguiente, la marcha hacia el ”socialismo” debe acelerarse, incluso ”quemando las etapas”, forzando el proceso con medidas administrativas y represivas, asegurando direcciones comunistas absolutamente incondicionales de Moscú, a fin de que la ”base” del ”campo antimperialista” adquiera consistencia monolítica.
Esta estrategia debía servir para contrarrestar la ofensiva americana, dando tiempo a que la Unión Soviética colmara su retraso en el armamento atómico, y su meta final era un nuevo equilibrio mundial de fuerzas que obligara a los Estados Unidos a aceptar el gran compromiso buscado por Stalin. Sin descartar que el solo planteamiento de la contraofensiva hiciera reflexionar a los dirigentes americanos, induciéndoles a modificar rápidamente su política. El informe de Zdanov está sabiamente dosificado y estructurado, de manera que en Wáshington pueda percibirse la mano tendida, disimulada bajo el puño cerrado.
En primer lugar, queda claro que el objetivo no es atentar contra las bases de la gran ciudadela capitalista; se trata, más modestamente, de contener su expansión, como de manera taxativa se dice en el informe. (De ahí que no se aborden los problemas de las revoluciones coloniales, ni de las revoluciones socialistas en el área capitalista desarrollada, ni de la lucha de clases en los Estados Unidos.) En segundo lugar, Zdanov señala, con suficiente inteligibilidad para los expertos, la zona en que tal expansión es intolerable para los intereses soviéticos – el glacis europeo – y aquella en la que debe llegarse a un arreglo que reconozca la preeminencia de dichos intereses – Alemania – . Respecto a las otras, el portavoz de Stalin se limita a registrar la dominación americana (Japón, América latina), o el propósito de establecerla (colonias inglesas, francesas, holandesas; China, Grecia, Turquía, etc.) sin aludir a ninguna pretensión soviética que las concierna, y desentendiéndose de la lucha revolucionaria en ellas. En relación con América latina, por ejemplo, el sentido profundo del informe de Zdanov queda plenamente descifrado con la declaración que hace Mólotov pocos meses después; respondiendo a la acusación norteamericana de que la tensión internacional es provocada por la política de la Unión Soviética en la Europa Oriental, Mólotov replica:
”Es sabido que también los Estados Unidos aplican una política de fortalecer [sic] sus relaciones con los países limítrofes, como Canadá, México y otros países de América, lo cual es plenamente comprensible.”(19) O sea: respetemos cada uno las respectivas zonas de influencia y todo puede arreglarse. El silencio de Zdanov sobre la guerra revolucionaria en China y Grecia, equivale a subrayar diplomáticamente la buena disposición de Moscú respecto a los intereses americanos en el Extremo Oriente y en el Cercano Oriente. Da a entender, en particular, que sigue en pie el ofrecimiento de ”seguir una política común con los Estados Unidos en las cuestiones del Extremo Oriente”, reiterada por Stalin en diciembre de 1946(20). Sigue en pie, a reserva, bien entendido, de que los Estados Unidos renuncien a sus pretensiones hegemónicas en Europa. Zdanov insiste en ”la posibilidad de colaboración entre la URSS y los países con otros sistemas, a condición de que se observe el principio de reciprocidad y de cumplimiento de los compromisos contraídos”. ”Es sabido – añade – que la URSS ha sido siempre fiel, y sigue siéndolo, a las obligaciones contraídas. La Unión Soviética ha demostrado su voluntad y deseo de colaborar.” Con otras palabras: sobre la base de los acuerdos de Yalta, Potsdam, etc., sigue siendo posible la colaboración URSS-Estados Unidos. Zdanov añade una precisión importante: ”El gobierno soviético no se ha opuesto nunca a la utilización de créditos extranjeros, y en particular de créditos norteamericanos, como medio capaz de acelerar el proceso del restablecimiento económico.” La única condición que pone es que dichos créditos ”no deben tener carácter oneroso y no deben conducir a la exclavización económica y política del Estado deudor por el Estado acreedor”. Quedaba abierta la puerta, por tanto, a un Plan Marshall revisado, que no subtendiera a la creación de bloques hostiles a la URSS, ni a minar el glacis.
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Los círculos liberales norteamericanos de la época, agrupados en torno a Henry Wallace (vice-presidente de los Estados Unidos con Roosevelt), comprendieron perfectamente el mensaje cifrado contenido en el informe de Zdanov, e intentaron convencer a la opinión pública de aceptar la mano tendida por Stalin, pero fracasaron rotundamente(21). Las clases dirigentes norteamericanas se consideraban suficientemente fuertes para imponer al mundo la Pax Americana o lo que es lo mismo, para modificar a su favor el reparto de las esferas de influencia salido de la guerra.
Retroceso general del movimiento comunista en Occidente En los medios burgueses, el informe de Zdanov y la creación del Kominform – resurrección, a primera vista, del Lázaro rojo enterrado en 1943 – fueron acogidos como un desafío a los ”pueblos libres”, cuya defensa habían asumido tan desinteresadamente los Estados Unidos, según proclamaba la ”doctrina Truman”; como el anuncio de una especie de ofensiva revolucionaria mundial. Desde el momento que rechazaban la negociación global, sobre las bases reiteradamente propuestas por Stalin, los dirigentes del imperialismo tenían interés en acreditar esa versión: la agitación del ”peligro comunista” constituía un excelente recurso ideológico para agrupar bajo la égida americana todas las fuerzas conservadoras del orbe. En realidad, la nueva política estaliniana tenía un carácter esencialmente defensivo. Su objetivo central era consolidar las posiciones adquiridas en el este y centro de Europa, así como en el Extremo Oriente, e impedir que cuajasen los proyectos de bloques antisoviéticos. La tarea de los partidos comunistas del mundo capitalista, cumpliendo con su función de ”apoyo” de la ”base” del ”campo antimperialista” debía consistir en ”encabezar la resistencia a los planes imperialistas de expansión y agresión”, tal como se definía en el informe Zdanov. Al final de esta nueva ”resistencia” no había otra meta estratégica que la muy utópica de una democracia burguesa celosa de su honor nacional, de su independencia, frente a las pretensiones ”rectoras” de Washington. Lo que dio cierta tonalidad ”ofensiva” a esta nueva política fue, de un lado, la violencia verbal – recubriendo, por lo general, la pobreza de ideasen la denuncia de la política americana y de sus ”lacayos” socialdemócratas, violencia que en este último aspecto reverdecía los laureles del ”tercer periodo” de la IC, los tiempos del ”socialfascismo”; y de otro lado, la utilización de formas de lucha casi olvidadas en los años de colaboración gubernamental la huelga, la manifestación, y hasta el enfrentamiento con las fuerzas del orden público. Pero el contenido ofensivo o defensivo de una política no se define únicamente por los métodos de acción, y la violencia verbal puede servir – lo más frecuentemente, deservir – cualquier política.
La curva ascendente del movimiento huelguístico en Europa occidental, desde el otoño de 1947 hasta finales de 1949 (luego hubo un acusado descenso, salvo en Italia donde, por el contrario, el mayor desarrollo correspondió a los años 1950-1955), expresó la acción defensiva de la clase obrera frente a la ofensiva de la patronal y el Estado, el intento de salvaguardar sus intereses elementales frente a las medidas de racionalización que contribuyeron a preparar el auge de la economía capitalista europea iniciado a comienzos de los años cincuenta(22). Situados en la oposición, e interesados en movilizar a las masas contra los gobiernos de la ”tercera fuerza” puestos al servicio de la política americana, los partidos comunistas procuraron encabezar las luchas obreras, en lugar de frenarlas como habían hecho en el periodo 1945- 1947. Se esforzaron – con muy poco éxito – por conectar estas luchas económicas con las consignas de defensa de la paz y la independencia nacional, de oposición al plan Marshall y al Pacto Atlántico, de prohibición de la bomba atómica, etc.
En el otoño de 1947 se extendió por Francia una ola huelguística que englobó a más de dos millones de trabajadores. Como el movimiento se inicia apenas conocidas las resoluciones del Kominform, el gobierno cree encontrarse ante un ”complot comunista” y pone al país en estado de sitio, moviliza 80 000 reservistas, disuelve unidades de las fuerzas de orden público consideradas poco seguras y adopta una serie de disposiciones antiobreras. En diversas localidades tienen lugar choques entre los obreros y las fuerzas de represión que dan un balance de cuatro trabajadores muertos, cientos de heridos y miles de detenciones. No hay, claro está, ”complot comunista”; hay el miedo de la burguesía, que vive aún con la impresión de haber estado tres años atrás al borde de la
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revolución; y hay que la dirección del PCF está bajo los efectos de la crítica que se ha hecho en la reunión del Kominform a sus pecados oportunistas. Quiere aprovechar la ocasión para mostrar a Moscú que también sabe apretar fuerte cuando lo exige la política soviética, aunque la situación francesa no sea propicia. Y trata de dar a la huelga un carácter político, imponiendo que la dirección de la CGT – contra la posición de su fracción socialista –, incluya entre los objetivos del movimiento la lucha ”contra el plan de dominación económica que constituye el plan Marshall [...] contra los nuevos fautores de guerra que encuentran cómplices en nuestro país”(23). Consignas que apenas encuentran eco en la masa de huelguistas, sin hablar, ya del resto de la población. ¿Cómo creer que los calificados hasta la víspera, por el propio Partido Comunista francés„de grandes aliados de Francia, - artífices con la Unión Soviética de la paz y la independencia de los pueblos, se habían convertido de la noche a la mañana en tenebrosos fautores de una nueva guerra mundial y esclavizadores de Francia? ¿Por qué los dólares del gran aliado no podían contribuir a restaurar la maltrecha economía francesa? ¿No era el propio Partido Comunista francés el . que hasta la víspera- había presentada la restauración económica del capitalismo francés como la tarea número uno de la clase obrera? El PCF no logró politizar la huelga, pero proporcionó magníficos argumentos a León Blum para mostrar la subordinación mecánica del partido comunista a la política soviética, y para preconizar, sobre esa base, la escisión sindical(24). Unos meses después se constituye Force Ouvriére en central sindical de obediencia socialista, llevándose medio millón de afiliados cegetistas. El 9 de diciembre la dirección de la CGT da la orden de vuelta al trabajo sin haber logrado ninguna de las principales reivindicaciones económicas. Un año más tarde los mineros van de nuevo a la huelga y el gobierno responde con análogos procedimientos: ocupa las cuencas carboníferas con el ejército, ametralla y encarcela en masa. Lo mismo que en el otoño de 1947, el gobierno, por boca esta vez del socialista Jules Moch, ministro del interior, acusa al partido comunista de cumplir las órdenes del Kominform y proponerse la toma del poder(25). Acusación absurda – aunque útil propagandísticamente – en lo que se refiere al propósito. Lo que la dirección thoreziana busca es crear las mayores dificultades posibles al gobierno e inquietar a los americanos en el momento en que el conflicto provocado por el bloqueo soviético de Berlin está en pleno desarrollo y no se sabe a donde puede llegar. La huelga minera, determinada por razones económicas, le ofrece una excelente oportunidad y por eso trata de prolongarla y endurecerla, incluso cuando parte considerable de los huelguistas se inclina por la reanudación del trabajo(26). En 1944-1945, los núcleos avanzados de la clase obrera eran seguidos por la gran masa de la población trabajadora, en plena efervescencia política; el proletariado estaba en posición de fuerza. Entonces Thorez llamó a los mineros y a los demás sectores obreros a no hacer uso de su fuerza, a no hacer huelgas, a colaborar con la burguesía en la reconstrucción económica. En 1948, cuando la pasividad política había ganado de nuevo a las masas, defraudadas en sus esperanzas de renovación social, Thorez se dirige a los mineros citando palabras de Zdanov, el cual había dicho en la reunión del Kominform: ”El peligro principal para la clase obrera consiste ahora en la subestimación de sus propias fuerzas y en la sobrestimación de las del adversario.”(27) Zdanov dice esto en 1947, cuando ya la situación se había invertido en Europa occidental. Thorez lo repite en 1948, cuando la regresión política se ha acentuado aún más, como lo demuestra el aislamiento en que se desenvuelve la huelga minera. De 1947 a 1951 el porcentaje correspondiente a los beneficios de las grandes sociedades capitalistas en la renta nacional de Francia pasó del 36 % al 48 %, mientras que el de los salarios descendió del 47 % al 33 %. La ofensiva patronal y estatal logró plenamente sus objetivos y la causa profunda po residía en que la clase obrera subestimara sus fuerzas en ese periodo, sino en que el partido comunista, aplicando incondicionalmente la política estaliniana, las subestimó en 1944-1945.
Partido Comunista italiano se sometió también a la nueva política de Stalin, promulgada por Zdanov, pero no tan mecánicamente como el partido francés. Se esfuerza por fomentar las luchas obreras y campesinas, pero sin tratar de forzar las situaciones, sin perder de vista que la evolución política giraba hacia la derecha, como pusieron de relieve las elecciones legislativas de abril de 1948, en las cuales la democracia cristiana logró el 48,5 % de los votos y la mayoría absoluta de los escaños. El PCI tuvo a su favor, además, la posición unitaria de la mayoría del partido socialista,
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aunque la minoría partidaria de distanciarse de los comunistas comenzó a ganar terreno. Al atentado de julio de 1948 contra Togliatti, ocho millones de trabajadores respondieron fulminantemente con una impresionante huelga general que paralizó al país durante dos días. Algunos grupos del partido preconizaban darle un giro insurreccional, pero la dirección – aconsejada por el mismo Togliatti antes de perder conocimiento – estimó que en la situación existente sería ir a la aventura. Y probablemente tenía razón, bien que la explosión de julio puso de relieve retrospectivamente la magnitud del potencial revolucionario que la dirección togliattiana se había negado a desarrollar en la coyuntura única de 1943-1945. El PCI, aun consagrando, como el francés, la atención que el Kominform demandaba a las campañas generales por la paz y la prohibición de la bomba atómica, contra el Pacto Atlántico y el Plan Marshall, etc., supo plantear con cierta profundidad los problemas específicos de la sociedad italiana, si bien conservando la óptica reformista del periodo precedente. En un primer momento – antes de la condena de Tito – parece, incluso, como si Togliatti hubiera querido marcar distancias respecto al Kominform. El informe que pronuncia ante el VI Congreso del partido (enero de 1948), apenas se refiere al nuevo órgano creado, y cuando lo hace es para subrayar que el Kominform no es la IC, y que ”las vías de desarrollo del movimiento democrático en los diferentes países de Europa no pueden ser idénticas”. Plantea también que ”nuestra colaboración voluntaria y fraternal [en el Kominform] tiene por ahora carácter consultivo”.
Los dos grandes del comunismo occidental pudieron resistir, mal que bien, los embates de la ”guerra fría” y los efectos nefastos de su subordinación a la política soviética, pero otros partidos más débiles sufrieron profundo quebranto. El relativo auge experimentado después de la Liberación, según vimos(28), por los partidos comunistas de los países escandinavos, Bélgica y Holanda, Austria y Suiza, etc., se tornó en rápido declive. El Partido Comunista de España fue duramente golpeado por la dictadura franquista, que gozando abiertamente de la protección americana intensificó brutalmente la represión contra toda la oposición obrera y democrática. Faltos de solidaridad internacional, y en particular de ayuda soviética – mientras los americanos no escatimaban la suya al gobierno monárquico –, los comunistas griegos se vieron obligados a abandonar la lucha armada en agosto de 1949. También fue considerable el golpe sufrido por los partidos comunistas de América latina, así como de algunos países asiáticos. Pero sobre este retroceso general del movimiento comunista en el mundo capitalista, durante los años de la ”guerra fría” volveremos en otro capítulo. Antes de hacer el balance general de ese periodo – en el que contrastando con el indicado retroceso se alza la gran victoria de la revolución china y el preludio de la victoria vietnamita – trataremos por separado tres temas que engloban acontecimientos, tendencias y fenómenos de significación primordial para el curso seguido por el movimiento comunista durante ésos años y ulteriormente. En primer lugar, la ruptura sovieticoyugoslava, sus repercusiones en los otros partidos comunistas, y la evolución del glacis. En segundo lugar, la victoria de la revolución china. Y por último, la llamada ”lucha por la paz”, convertida en tarea central del movimiento comunista durante el periodo de la ”guerra fría”.
3. La brecha yugoslava Como todos los que se encuentran fuera de la obediencia y de la devoción de la Santa Iglesia Católica, obstinados en sus errores y herejías, se esfuerzan en apartar de nuestra Santa Fe los fieles y devotos cristianos, nos ha parecido que el verdadero remedio consiste en evitar todo contacto con los heréticos y sospechosos, castigando y extirpando sus errores a fin de impedir que una ofensa tan grande sea hecha a la Santa Fe y a la Religión Católica en esta parte del mundo. El Inquisidor Apostólico General de nuestros reinos y dominios, con el acuerdo de los miembros del Consejo de la Inquisición General y después de haber consultado con Nos, decide crear en estas nuevas provincias el Santo Oficio de la Inquisición. Felipe II, 25 de enero de 1569.
Instauración de la dictadura burocrático-policiaca en el glacis La tarea asignada por Stalin a los partidos comunistas de las democracias populares – completar la conquista del poder, eliminar de la escena política todos los grupos hostiles a la integración total en
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la órbita soviética, ligados a las potencias occidentales, o simplemente vacilantes entre los dos ”campos” – fue cumplida de manera expeditiva en los últimos meses de 1947 y a lo largo de 1948. El problema. no ofrecía, en verdad, grandes dificultades, porque los resortes decisivos del Estado se encontraban ya en manos del partido, y el ejército soviético estaba presente o próximo. En Polonia y Hungría, Rumania y Bulgaria, así como en Eslovaquia, los grandes partidos agrarios fueron puestos fuera de combate en el curso de 1947. Estos partidos, que contaban con amplia base social entre los campesinos y la pequeña burguesía urbana, habían sido tradicionalmente los principales instrumentos políticos de la burguesía liberal, pero desde 1945 sirvieron de refugio a los restos de las viejas oligarquías derrocadas. Y estaban ligados a las potencias occidentales. No era posible liquidarlos a través del juego parlamentario democrático, y como los partidos comunistas tampoco querían promover un nuevo tipo de democracia revolucionaria directa, tuvieron que recurrir al método de los ”complots”. Disponiendo del Ministerio del Interior y de la eficaz asistencia de los servicios secretos soviéticos, era fácil aprovechar las ligazones que los dirigen tes de esos partidos mantenían con los representantes de las potencias occidentales para acusarlos de conspiración contra el régimen. Así fueron detenidas, condenadas a largas penas de prisión o ajusticiadas, las principales personalidades políticas de los partidos mencionados. Otras pudieron exilarse a tiempo(1).
En la veloz marcha hacia el monopolio del poder emprendida por los partidos comunistas de las democracias populares después de la constitución del Kominform, el acontecimiento más espectacular fue el llamado ”golpe de Praga”. Paradójicamente, en Checoslovaquia, donde el partido comunista contaba con el apoyo de la aplastante mayoría de la clase obrera, y ésta – en virtud del nivel industrial del país – constituía la fuerza social determinante, los partidos burgueses habían conservado su identidad e integridad en grado mucho mayor que en las otras democracias populares. Ya nos hemos referido a la razón de tal paradoja: en los demás países del glacis no era posible compaginar la jefatura comunista – y a través de ella la jefatura soviética – con el funcionamiento real del mecanismo democrático-parlamentario; en Checoslovaquia resultó posible – gracias, precisamente, a la influencia comunista y al peso de la clase obrera – mientras no hubo ruptura rusoamericana y la revolución interior era artificialmente contenida en límites compatibles con los intereses de la burguesía liberal. Desde el momento que la primera premisa, y por consecuencia la segunda, desaparecían, la crisis de régimen se hacía ineluctable. Los partidos burgueses creyeron ilusoriamente en la posibilidad de resolverla a su favor aprovechando las elecciones parlamentarias previstas para mayo de 1948. Los sondeos efectuados por los propios comunistas dejaban entrever, en efecto, la eventualidad de su retroceso electoral(2). Pero el Partido Comunista checoslovaco tomó medidas para descartar semejante riesgo: intensificó la acción política entre las masas y reforzó el control sobre el aparato policiaco del Estado (el Ministerio del Interior, como en las otras democracias populares, estaba en manos del partido desde 1945). El 20 de febrero de 1948, los doce ministros de los partidos socialista nacional (Benes), populista checo y demócrata eslovaco, presentan la dimisión en protesta por la designación de ocho comisarios comunistas para la policía de Praga. Cuentan con que los ministros socialdemócratas seguirán su ejemplo y el presidente Benes podrá utilizar la crisis ministerial para obligar a los comunistas a retroceder en el asunto de la polícia. Pero bajo la presión de los trabajadores, movilizados por el partido comunista y los sindicatos, la dirección centrista del partido socialista se plegó al ala izquierda y mantuvo sus representantes en el gobierno. El partido comunista responde a la maniobra de los partidos burgueses apelando a las masas.
Las llama a movilizarse, a crear comités de acción en empresas, barrios y pueblos, a formar milicias obreras que son inmediatamente armadas por la policía. Organiza por doquier mítines y manifestaciones exigiendo de Benes la formación de un gobierno Gottwald ”sin reaccionarios”. Procede a la detención en todo el país de los elementos más caracterizados por su anticomunismo y antisoviétismo. Amplía el Frente Nacional, dando entrada en él a los sindicatos, organizaciones cooperativas y juveniles, y otras organizaciones de masas o profesionales, controladas por los comunistas. Con esta ”ampliación” – a la que los partidos burgueses, así como el socialdemócrata,
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se habían opuesto tenazmente – el partido comunista se asegura el pleno control del Comité Ejecutivo del Frente Nacional, el cual adopta una plataforma que incluye la depuración de los partidos políticos y el estrechamiento de la alianza con la URSS. El ejército, cuyos principales mandos son comunistas (el ministro de la Defensa, Svoboda, simpatiza con el partido comunista), observa benévolamente el desarrollo de los acontecimientos. La dirección socialdemócrata – cuya sede es ocupada por socialistas de izquierda apoyados por los comunistas – da un paso más, accediendo a colaborar en la solución preconizada por el partido comunista. El 25 de febrero, Benes capitula y encarga a Gottwald la formación del nuevo gobierno, en el que los representantes de los partidos burgueses ya no son más que elementos decorativos.
El mecanismo interno de los acontecimientos resalta con evidencia: no es el libre juego del sistema democrático parlamentario el que permite a los comunistas conquistar la totalidad del poder, sino la utilización a fondo de su fuerza extraparlamentaria: las masas, la policía, el ejército. Y el buen desarrollo de la operación está protegido, contra toda intervención exterior, por los ejércitos soviéticos situados en las fronteras del norte, el este y el sur. (Para que la ”presencia” soviética no deje lugar a dudas, en vísperas de la crisis llega a Praga el viceministro de Relaciones exteriores de la URSS.) Pero en lugar de explicar las cosas como son, de invocar simplemente el derecho de los trabajadores a llevar a cabo la revolución, ”diferida” en 1945 – partiendo de la concepción oficial, según la cual el partido comunista es el representante consciente de la clase obrera – Gottwald declara en el parlamento, al presentar el nuevo equipo, que ”el reajuste y la reconstitución del gobierno se han realizado de manera estrictamente constitucional, democrática y parlamentaria”(3). La ficción es revalidada en las urnas. El 30 de mayo se celebran las elecciones previstas, con sólo una ”ligera” modificación: no hay más lista de candidatos que la del Frente Nacional, confeccionada, claro está, por su Comité Ejecutivo, en el cual, como hemos visto, el partido comunista se ha asegurado el control absoluto. La lista única recoge 89,92 % de los sufragios. Benes dimite el 6 de junio y, el 14 del mismo mes, Gottwald es: -elevado a la presidencia de la república. (Más adelante, partir del XX Congreso del PCUS, la ficción checoslovaca será utilizada como ejemplo concluyente de la posibilidad de la yeyolución socialista por la vía pacífica y parlamentaria, ”Los comunistas [checoslovacos] – dirá Micoyan en la tribuna del . XX Congreso – llegaron al poder concluyendo una alianza no sólo con los otros partidos obreros sino támbién con los partidos burgueses que sostenían el frente nacional único. El pueblo de Checoslovaquia venció por la vía del desarrollo pacífico de la revolución.”(4).)
El coronamiento de la toma del poder por los partidos comunistas significaba, según las tesis oficiales, que los regímenes de democracia popular pasaban a ejercer las funciones de la dictadura del proletariado. Pero la concepción dogmática de la dictadura del proletariado vigente en la época estaliniana exigía que su dirección fuera ejercida por un único partido obrero, el partido marxista leninista. El ”desarrollo creador” del marxismo en el periodo del Kominform se limitó a admitir la presencia en los ”frentes nacionales” de partidos pequeño burgueses y agrarios, adequadamente depurados y maniatados, sin poder alguno, que supuestamente facilitarían la irradiación de la influencia del partido comunista en las capas pequeño burguesas. (La práctica demostró rápidamente que este maquiavelismo barato no engañaba, en todo caso, más que a sus autores.) El -dogma no permitió proceder análogamente con los partidos socialdemócratas. Ni siquiera con sus fracciones de izquierda. La solución fue obligarles a fusionarse con los partidos comunistas, una vez llevada a cabo, naturalmente, la correspondiente depuración. Poco antes de la reunión del Kominform, Gomulka escribió un artículo sobre la unificación socialista-comunista en el que se pronunciaba contra todo enfoque mecánico o burocrático del problema:
”¿Ninguna unidad mecánica sería capaz de reemplazar la unidad ideológica. La unidad mecánica significaría que los partidos PSP y POP, se fusionasen sin tener en cuenta las divergencias ideológicas existentes entre ellos, sin analizar las causas sociales de estas divergencias, sin definir los fines perseguidos, y los medios para conseguirlos [...] Sabemos perfectamente que la creación de un solo partido obrero es un proceso ideológico de larga duración.”(5)
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Dimítrov y otros líderes comunistas del este pensaban de modo parecido en aquel momento. Y, en efecto, la situación interna de los partidos socialistas en las democracias populares no permitía esperar que el ”proceso ideológico”, susceptible de llevar a la unificación con los partidos comunistas, pudiera recorrerse en breve plazo. A finales de 1947, las posiciones del ala izquierda se habían debilitado, como demostraron los congresos de los partidos socialistas de Checoslovaquia y Hungría. Y la misma izquierda, aun estando en principio por la unificación, divergía de los comunistas en cuestiones fundamentales, relativas a los métodos de construcción del socialismo, el régimen interno del partido, etc. No aceptaba, en particular, la sumisión al partido soviético. Pero a partir de enero de 1948, como tocados por una varita mágica, todos los partidos socialistas de las democracias populares fueron pronunciándose por la fusión con los partidos comunistas. En enero, los rumanos; en abril, los checoslovacos; en junio, los húngaros; en diciembre, los polacos y búlgaros. Se dieron fenómenos tan curiosos como éste: a fines de 1947 el 35 Congreso del Partido Socialista húngaro rechaza por sustancial mayoría la unificación con los comunistas; seis meses después, el 36 Congreso aprueba por unanimidad la unificación. En la reunión del Kominform celebrada en noviembre de 1949, Togliatti hizo un informe sobre los problemas de la ”unidad obrera”. La resolución adoptada sobre la base de ese informe registraba ”los éxitos históricos logrados en los países de democracia popular en el terreno de la unidad obrera”, la creación de ”partidos únicos, sindicatos únicos, cooperativas únicas, organizaciones únicas de jóvenes, mujeres y otras”. Y en su informe Togliatti explica que esos ”éxitos históricos” ”no han podido ser obtenidos más que luchando enérgica y abiertamente contra los socialdemócratas de derecha, desenmascarándolos, aislándolos, apartándolos de los puestos dirigentes, arrojándolos de las filas de los partidos socialistas; tarea que ha sido realizada con éxito, aunque lenta y débilmente a veces, por los socialistas de izquierda con la ayuda activa de los comunistas”(6). Togliatti no da más precisiones, y es inútil buscar en los textos comunistas de la época la crónica documentada de esa lucha ”enérgica”, de los procedimientos que sirvieron para apartar de los puestos dirigentes y excluir de los respectivos partidos a los ”socialdemócratas de derecha”. Si se hubiera tratado, efectivamente, de una lucha abierta de ideas, de decisiones tomadas libremente por los propios militantes socialistas, convencidos de la necesidad de la unificación, es evidente que Togliatti no se hubiera privado de analizar minuciosamente tan importante experiencia. Pero la historia de la ”ayuda activa” de los comunistas a la ”lentitud y debilidad” de los socialistas de izquierda está por escribir. Sus fuentes se encuentran en los archivos policiacos de los respectivos países, porque la varita mágica no fue otra – huelga aclararlo – que la depuración previa de los partidos socialistas de todos aquellos que se oponían a la unificación. Depuración llevada a cabo por la represión y la intimidación, de la que sólo han trascendido los casos más notorios de personalidades socialistas encarceladas u obligadas a exilarse(7). Entre los líderes del ala izquierda socialista que cooperaron a la operación, algunos se amoldaron al estalinismo; los más conocerían bien pronto la cárcel o el ostracismo político.
En un primer momento, la liquidación de las fuerzas políticas burguesas y el anuncio de que comenzaba la ”construcción del socialismo” encontró el apoyo y despertó las esperanzas de las masas proletarias, o al menos de amplios sectores, así como de núcleos relativamente importantes de la intelectualidad. Pero la ilusión se desvaneció rápidamente, dejando paso al descontento larvado, al temor, y, sobre todo, a la apatía política. Bajo su forma ”democrática popular”, la dictadura del proletariado se reveló tan escasamente democrática y bastante menos popular que bajo su forma ”soviética”. Menos popular, entre otras razones, porque a diferencia de la URSS en las democracias populares encarnaba la dependencia de un poder extranjero. El mecanismo burocrático y policiaco que se decía representante del proletariado, al mismo tiempo que lo privaba de toda intervención efectiva en la dirección del país, era controlado, a su vez, por un mecanismo más oculto, encargado de velar por la unidad monolítica del conjunto del glacis. Una vez que los no creyentes habían sido puestos fuera de combate, la herejía pasó a ser el peligro principal en las nuevas provincias del imperio. Y Beria, el Gran Inquisidor de esos años, entró en acción con todas las consecuencias. Los depuradores empezaron a ser depurados.
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La revolución herética El 28 de junio de 1948 se hizo pública en las democracias populares la resolución del Kominform condenando a la dirección del Partido Comunista de Yugoslavia. La noticia, como decía Le Monde al día siguiente, produjo en todas partes ”el efecto de una verdadera bomba”. En los meses precedentes la prensa occidental se había hecho eco de rumores sobre dificultades entre Moscú y Belgrado (Le Figaro de París, por ejemplo, informó en febrero de que el Partido Comunista rumano había ordenado retirar los retratos del mariscal Tito de todos los escaparates en donde figuraba al lado de Stalin, Dimítrov y Groza(8)), pero nadie sospechaba que el conflicto pudiera alcanzar tales proporciones. Y menos que nadie los principales interesados: para los comunistas esos rumores eran indiscutiblemente calumnias de la prensa burguesa. Stalin no informó del conflicto – mejor dicho, de su versión del conflicto – más que a los máximos órganos dirigentes de los otros siete partidos que junto con el soviético y el yugoslavo formaban el Kominform. El resto del movimiento comunista mundial se enteró del asunto al mismo tiempo que los demás mortales.
Antes de analizar la resolución del Kominform reseñaremos sucintamente los principales antecedentes de la crisis, basándonos en las informaciones disponibles hasta hoy, todavía incompletas, porque lo mismo que en todos los problemas de este género los archivos soviéticos permanecen cerrados a la investigación histórica(9). Al conflicto surgido durante la guerra mundial entre la política de los comunistas yugoslavos y la estrategia estaliniana, siguió – como vimos en otro lugar(10) – una aproximación entre ambas políticas, en especial a partir de 1946, cuando la deterioración de las relaciones entre Washington y Moscú fue agravándose. Pero las agudas divergencias del periodo de guerra deben situarse entre las premisas de la crisis del año cuarenta y ocho, aunque sólo sea porque mostraron la existencia en la dirección comunista yugoslava de una voluntad de autonomía difícilmente compatible con las concepciones existentes en Moscú, y en el conjunto del movimiento comunista, de las relaciones entre el ”partido guía” y los ”guiados”. De haber existido una actitud internacionalista en Moscú, el aspecto nacionalista que indudablemente iba adherido a la voluntad de autonomía yugoslava hubiera podido ir cediendo y extinguiéndose. Pero en el choque con la prepotencia del nacionalismo granruso se exacerbó cada vez más. Entre la liberación de Yugoslavia y el comienzo de la crisis que llevó a la ruptura de 1948, el conflicto latente entre ambos nacionalismos se reflejó en una serie de incidentes y problemas significativos, la mayor parte de los cuales no trascendieron de los círculos dirigentes, saliendo a la superficie en la fase aguda de la crisis, o después de la ruptura. No
limitaremos a reseñar los que tuvieron mayor alcance.
A finales de 1944, después de la liberación de Belgrado, se registraron numerosos casos de violencias y abusos contra la población civil cometidos por soldados soviéticos. Como es lógico, los elementos reaccionarios explotaban estos incidentes contra el nuevo régimen. Las masas revolucionarias, comunistas incluidos, que se habían forjado una imagen idealizada del Ejército rojo, no podían comprender el fenómeno, y menos aún que no fuesen castigados los culpables con toda energía. La cuestión se convirtió en problema político importante, y el mismo Tito, junto con los principales dirigentes yugoslavos, tuvo que plantearlo al general Korneiev, jefe de la misión soviética. La reacción inmediata del general fue calificar la gestión de ofensa al Ejército rojo. En el curso de la discusión uno de los dirigentes yugoslavos explicó que el asunto tomaba un significado político más grave por el hecho de que los miembros de la misión militar británica no cometían parecidos excesos y la población comentaba el contraste. La indignación del general Korneiev llegó al colmo: para él la constación de ese hecho equivalía a comparar el Ejército rojo a los ejércitos de los países capitalistas, lo cual era, decía, una injuria intolerable(11) En los años siguientes Stalin sacó a relucir más de una vez este episodio en sus entrevistas con los jefes yugoslavos, y en 1948 se convirtió en una de las ”pruebas” del antisovietismo de éstos(12). Casos semejantes en el comportamiento de una parte de las tropas soviéticas – contrastando con la conducta correcta de la mayoría – se habían dado también en otros países, sobre todo en Hungría, sin hablar ya de Alemania, donde la ”ley del vencedor” se aplicó en gran escala. Pero en ninguno de esos países los dirigentes comunistas osaron plantear el problema a las autoridades militares soviéticas.
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En mayo de 1945 se produjo otro incidente significativo, esta vez en la esfera de la política exterior. Yugoslavia había firmado en abril un pacto de ayuda mutua con la URSS. Poco después las tropas angloamericanas entraban en Trieste, donde se encontraban ya las del ejército de liberación yugoslavo. Wáshington y Londres presentaron un ultimátum a Tito, exigiéndole la evacuación de Trieste. El jefe yugoslavo solicitó en vano el apoyo soviético. A fines de mayo pronunció un discurso en Liubliana, capital de Eslovenia. Refiriéndose a afirmaciones de la prensa occidental, según las cuales Yugoslavia reclamaba Trieste no tanto para ella como para la Unión Soviética, Tito declaró con énfasis: ”No queremos depender de nadie, pese a todo lo que se diga o escriba [...] No queremos ser moneda de cambio, no queremos que se nos mezcle a no se qué política de esferas de intereses.” Cumpliendo indicaciones del Kremlin, el embajador soviético en Belgrado hizo saber inmediatamente a los dirigentes yugoslavos que su gobierno consideraba esa declaración como ”un acto de hostilidad a la Unión Soviética” y todo nuevo acto semejante sería denunciado públicamente por Moscú(13)
Desde 1945 el contencioso Moscú-Belgrado se extendió también a la esfera económica. En la dirección del Partido Comunista yugoslavo se enfrentaron dos tendencias. La minoritaria, representada por los ministros de Finanzas y de Industria (Juyovitch y Hebrang, este segundo presidente también de la Comisión del Plan), que reflejaba el punto de vista soviético. Y la mayoritaria, encabezada por Tito, Kardelj, etc. La primera preconizaba un desarrollo económico lento, teniendo en cuenta la falta de créditos, de obreros calificados y de técnicos, así como ”los intereses superiores de la URSS”. La segunda preconizaba la industrialización a ritmos forzados, sobre la base de la movilización entusiasta de los trabajadores y la obtención de créditos y ayuda técnica soviéticos(14). Pero al mismo tiempo los dirigentes yugoslavos se oponían a ciertas formas de ”ayuda económica” propuestas por Moscú, en particular las ”sociedades mixtas”. Sobre este último punto Stalin cedió aparentemente, reconociendo en una entrevista con los dirigentes yugoslavos que ”las sociedades mixtas eran una forma de colaboración con países dependientes y no con los independientes y amigos”. Pero la tensión persistió en relación con otros aspectos (condiciones de los créditos soviéticos, precios fijados para el comercio entre ambos países, etc.) que los dirigentes yugoslavos consideraban lesivos para el desarrollo económico nacional(15)
Otro problema que tuvo peso considerable en la crisis sovieticoyugoslava fue el de la Federación balcánica y danubiana. En contraste con las actitudes nacionalistas aludidas en el capítulo anterior (véase p. 418), los dirigentes yugoslavos y búlgaros, Tito y Dimítrov, comenzaron desde finales de 1944 a proyectar la constitución de una Federación balcánica. Pero surgieron divergencias sobre la estructura de la Federación, y por otra parte los angloamericanos hicieron saber su oposición al proyecto. Stalin, que en principio había dado su visto bueno a la idea – aunque en realidad, como se pondría de manifiesto ulteriormente, estaba lejos simpatizar con ella – aprovechó la oportunidad para pedir a yugoslavos y búlgaros que aplazasen toda negociación. Esta se reanudó en 1947. La conferencia de Bled, celebrada a finales de julio, entre los dirigentes de ambas repúblicas, llegó a una serie de acuerdos – entre otros el proyecto de unión aduanera – que equivalían a la preparación práctica de la Federación(16). Sin embargo, subsistían divergencias sobre un punto esencial: si la Federación debía componerse de ocho repúblicas en pie de igualdad (las siete que ya componían el Estado yugoslavo, más la república búlgara), que era la tesis yugoslava, o si debía asentarse en dos Estados (búlgaro y yugoslavo), como propugnaban los búlgaros, lo cual implicaba colocar a las repúblicas componentes de la Federación yugoslava en pie de inferioridad respecto a la república búlgara. En enero de 1948, Dimítrov hace una declaración sensacional exponiendo un proyecto mucho más ambicioso: el de una Federación o Confederación balcánica y danubiana que englobase todos los países de democracia popular y Grecia. (En diciembre de 1947, se había formado en las montañas del norte de Grecia el gobierno revolucionario de Markos, y la inclusión de Grecia en el proyecto de Dimítrov se fundaba, naturalmente, en la perspectiva de la victoria de la insurrección.) Dimítrov aclaraba que la cuestión ”no ha sido discutida aún en nuestras conferencias”:
”Cuando esté madura, lo que llegará inevitablemente, nuestros pueblos, los países de democracia popular, Rumania, Bulgaria, Yugoslavia, Albania, Checoslovaquia, Polonia, Hungría y Grecia – yo digo bien: ¡y
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Grecia! – la resolverán. Decidirán, tanto de la forma que conviene dar al proyecto – federación o confederación – como del momento en que deberá realizarse. Lo que puedo decir es que nuestros pueblos han comenzado ya a preparar soluciones para esos problemas.”(17)
La declaración es insertada en Pravda de Moscú, pero para publicar días después (29 de enero) una nota oficiosa manifestando la oposición rotunda de la dirección soviética: ”Pravda – decía la nota – no podía por menos de publicar la declaración del camarada Dimítrov, aparecida en los periódicos de otros países, pero esto no significa en modo alguno que los directores de Pravda estén de acuerdo con el camarada Dimítrov sobre la cuestión de una federación o unión aduanera entre los países enunciados. Al contrario, los directores de Pravda estiman que esos países no tienen necesidad de ninguna especie, más o menos dudosa y fabricada, de federación, confederación, o unión aduanera.” Al mismo tiempo que hacía esta amonestación pública a la personalidad más prestigiosa del movimiento comunista mundial, después de la suya, Stalin convocó inmediatamente a los dirigentes búlgaros y yugoslavos. La reunión tiene lugar el 10 de febrero. Dimítrov y Kardelj intentan defender sus opiniones. Stalin no admite discusión: ordena. A Dimítrov lo apostrofa groseramente: ”Hablas a tontas y a locas sobre no importa qué. Quieres asombrar al mundo como si fueras todavía secretario de la Komintern.” Frente al proyecto de federación balcánica y danubiana exige que se lleve a cabo inmediatamente la federación yugoslava-pingara, sobre la base del primitivo plan búlgaro. Exige que una vez realizada proceda a la anexión de Albania. Al día siguiente Mólotov convoca a Kardelj y le presenta a la firma un documento por el cual Yugoslavia se obliga a consultar con el gobierno soviético toda iniciativa de política exterior(18). Inmediatamente después de esta reunión comienza por vía interna la ofensiva contra los yugoslavos, cuyo primer signo exterior fue el revelado por Le Figaro: la repentina desaparición de los retratos de Tito en los escaparates de Bucarest.
No es necesario extenderse en consideraciones sobre los motivos que determinaban la tajante oposición de Stalin al proyecto de Dimítrov-Tito. La idea de una asociación independiente de las democracias populares estaba en contradicción radical con todos los planes y concepciones estalinianas, y el problema interesante aquí es cómo pudo ser concebida, y sobre todo expuesta públicamente, por Dimítrov. No se dispone hasta hoy de datos que permitan esclarecerlo, pero en todo caso la posición del viejo jefe comunista, unida a la de Tito y la de Gomulka – que al parecer también era favorable a la idea de la asociación federativa de las democracias populares(19) – es signo elocuente de que en los medios dirigentes de los países del este pugnaba por abrirse paso la tendencia autonómica respecto al gran protector. La idea de la federación o confederación estaba ligada, indudablemente, a la de seguir vías originales en el desarrollo hacia el socialismo, distintas de la soviética; idea que había sido formulada en el periodo precedente, y cuyo principal teórico – en la escasa medida que puede hablarse de elaboración teórica – era Dimítrov.
En la reunión soviético-búlgaro-yugoslava de Moscú el problema de la federación balcánica y danubiana apareció ligado a la cuestión griega. Los yugoslavos y albaneses apoyaban decididamente, en la medida de sus posibilidades, la lucha armada de los comunistas griegos. Poco antes de la reunión de Moscú, el gobierno albanés había solicitado del yugoslavo el envío de dos divisiones a la frontera greco-albanesa. Belgrado dio una respuesta favorable, pero Mólotov comunicó a los yugoslavos que el gobierno soviético se oponía resueltamente, amenazando con hacer pública su actitud si los gobiernos de Tirana y Belgrado no anulaban las medidas previstas. En la reunión del 10 de febrero, Stalin planteó enérgicamente que la lucha armada en Grecia no tenía el menor porvenir y los yugoslavos debían interrumpir la ayuda a los comunistas griegos. Evidentemente, dados los medios militares que el imperialismo americano estaba empleando en Grecia, las fuerzas revolucionarias no podían vencer sin una asistencia militar soviética adecuada, y Stalin no quería comprometerse en ese terreno. (El informe de Zdanov en la reunión del Kominform es suficientemente significativo al respecto.) En cambio, la inclusión de Grecia en el proyecto de federación balcánica equivalía a proclamar públicamente que el movimiento comunista estaba dispuesto a intensificar la ayuda a los combatientes helenos. Era un desafío a Wáshington inconciliable con la estrategia estaliniana.
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En todo el periodo que estamos considerando – desde la liberación de Yugoslavia hasta la ruptura de 1948 – otro conflicto de máxima importancia estuvo latente entre Moscú y Belgrado. Permaneció más soterrado y secreto que los otros – como correspondía a su naturaleza –, pero en él se jugaba decisivamente la cuestión que en realidad estaba sobre el tapete: si Yugoslavia había de ser un país independiente o una colonia ”socialista”. Nos referimos a la guerra subterránea que se libraron los servicios secretos soviéticos y yugoslavos desde 1945. Los primeros, montando su red, reclutando sus agentes en todos los medios, y muy principalmente en las esferas dirigentes del Partido Comunista yugoslavo y del Estado, en el ejército y la policía, en los organismos económicos y el cuerpo diplomático. Los segundos, esforzándose por impedir ese reclutamiento, tratando de descubrir y vigilar la red soviética. Historia nada nueva si no fuese porque por primera vez se desarrollaba entre dos Estados que se decían socialistas, entre dos partidos que se decían comunistas. Para vencer los escrúpulos de los comunistas yugoslavos solicitados – cogidos entre la fidelidad a su pueblo y su partido, con los que estaban ligados no sólo por la ideología y el sentimiento nacional sino por los cuatro años de sangre y sacrificios de la guerra de liberación, y la fidelidad a la Unión Soviética, expresión suprema para todo comunista de la causa revolucionaria – los agentes soviéticos recurrían a argumentos de este género: ”El enemigo puede encontrarse incluso entre los dirigentes más responsables (y recordaban los casos de Trotski, Bujarin, etc.); nunca podemos estar completamente seguros, y en ese caso es preferible encomendarse a una organización superior y más experimentada como es la Unión Soviética.” Los hombres de Beria solían referirse favorablemente a Tito, pero daban a entender que en el círculo próximo al mariscal habían ”elementos sospechosos”, a los que convenía ”vigilar”(20). Lo mismo sucedía en todas las otras democracias populares, con la diferencia de que en ellas no hubo resistencia de los respectivos partidos comunistas. La resistencia de los dirigentes yugoslavos a la instalación de ese mecanismo ultraoculto, encargado – como dijimos en páginas anteriores – de asegurar la unidad monolítica del glacis en torno a la ideología y la política de Moscú, fue sin duda una de las causas principales de la ruptura entre el Kremlin y el Partido Comunista yugoslavo.
De todo lo expuesto se deduce con evidencia que el problema de cómo someter a los yugoslavos estuvo permanentemente planteado ante Stalin en los primeros años de la postguerra. Según la situación política trató de resolverlo con métodos diversos, combinando las amonestaciones y exigencias imperativas con los compromisos y concesiones. En 1946 Stalin intenta explotar la vanidad -real o supuesta del comunista-mariscal, elogiando en privado sus méritos mientras denigra a Dimítrov, Thorez, Togliatti, Pasionaria(21) Ya hemos visto la utilización que hizo Zdanov del prestigio de partido revolucionario conquistado por el PCY para corregir el oportunismo de franceses e italianos y ponerlos en la nueva línea antiamericana. En el momento de crearse el Kominform, el Partido Comunista yugoslavo parecía ser el más compenetrado con el viraje político decretado por Stalin. Pero precisamente ese viraje llevó el conflicto soterrado a su fase abierta y a la ruptura. La estrategia antiamericana de Stalin se proponía batir la ofensiva de Wáshington en aquellas zonas y cuestiones consideradas como vitales para los intereses soviéticos, pero incluía la perspectiva de un arreglo general que reconociese la primacía de los intereses americanos en otras zonas y problemas. Una de esas zonas era precisamente el sur de los Balcanes. Stalin no ponía en discusión el statu quo establecido en la península, que implicaba la dominación americana en Grecia y el rechazo de las reivindicaciones yugoslavas sobre Trieste y la Carintia eslovena, así como de las aspiraciones macedónicas a la reunificación nacional. En cambio, la política exterior yugoslava estaba centrada en la lucha contra ese statu quo y encerraba el peligro de un conflicto mayor con Wáshington en el que se viese envuelta la Unión Soviética. Para la nueva estrategia estaliniana, el ”aventurerismo” yugoslavo pasaba a ser un peligro más grave que el oportunismo gubernamental y parlamentario de los comunistas franceses e italianos. De todas maneras, no parece que este problema haya sido la causa esencial de la ruptura. A juzgar por las informaciones existentes, los dirigentes yugoslavos se hubieran plegado probablemente a las necesidades de la política exterior estaliniana. El punto de ruptura, sin duda, se situó en el problema del glacis. La actitud independentista yugoslava era incompatible con el plan integracionista de Stalin. Se convertía en un peligro para el conjunto del plan, no sólo para su realización en el marco yugoslavo.
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Y después de la reunión del Kominform los dirigentes yugoslavos no habían cedido un ápice en esa actitud(22). La bomba del proyecto de federación balcánica y danubiana lanzada por Dimítrov puso de manifiesto hasta qué punto el peligro de contagio existía en otras democracias populares(23). Las cosas habían llegado suficientemente lejos como para agotar la paciencia de Stalin y provocar la explosión de su enfermiza desconfianza. Era urgente matar el virus en su foco, antes de que se propagase excesivamente. Sin duda, en la determinación de Stalin influyó también la creencia en su infalibilidad, en su poder omnipotente. Como revelaría Jruschev en el ”informe secreto” ante el XX Congreso, Stalin creía que le bastaba con mover su dedo meñique para acabar con Tito. Confiaba en que los comunistas yugoslavos, puestos en el dilema de escoger entre la Unión Soviética y Yugoslavia, entre Stalin y Tito, no vacilarían. Y probablemente sus servicios secretos, informando de acuerdo con los deseos del jefe, contribuyeron no poco a robustecer tal creencia.
El primer movimiento del dedo meñique estaliniano consistió en comunicar a los yugoslavos, en los últimos días de febrero, que no debían enviar a Moscú la delegación comercial prevista para el mes de abril, a fin de renovar el acuerdo comercial existente entre ambos países. Significaba, en la práctica, la ruptura de las relaciones comerciales, y ponía a Yugoslavia en situación extremadamente difícil porque todo su intercambio estaba orientado hacia la Unión Soviética y las democracias populares. La URSS absorbía el 50 % de las exportaciones yugoslavas y abastecía a la república de materias primas vitales como el petróleo. El 1 de marzo se reúne el Comité Central del Partido Comunista yugoslavo. Tito y Kardelj (que acaba de regresar de la entrevista con Stalin en Moscú) plantean claramente la situación creada. El Comité Central decide resistir a la presión soviética en todos los terrenos. Según se supo más tarde, algunos de los miembros del Comité Central y del gobierno figuraban entre los agentes reclutados por los servicios secretos soviéticos e informaron inmediatamente de las decisiones adoptadas. A partir de este momento los movimientos del dedo meñique se hacen más amenazadores. El 18 de marzo, la embajada soviética en Belgrado comunica a Tito que Moscú ha decidido retirar los consejeros e instructores militares enviados para ayudar a la modernización del ejército yugoslavo. Al día siguiente comunica la retirada de los especialistas civiles (ingenieros, técnicos, economistas, etc.). Moscú justifica la primera medida con el argumento de que los consejeros e instructores militares son tratados inamistosamente. Y la segunda porque no se permitía a los especialistas civiles obtener de cualquier ciudadano yugoslavo las ”informaciones económicas” que deseasen, habiéndose ordenado que para obtener tales informaciones los especialistas soviéticos debían dirigirse a la dirección del Partido Comunista yugoslavo o al ministerio correspondiente(24). Tito escribe inmediatamente a Mólotov expresando el asombro de la dirección yugoslava ante las justificaciones de Moscú. ”Nuestras relaciones con los consejeros soviéticos – dice la carta – no son sólo buenas sino fraternales”, y en cuanto a las ”informaciones económicas” aclara que la decisión tomada se explica ”porque los funcionarios de nuestros ministerios se habían habituado a transmitir informaciones a no importa quién, a consecuencia de lo cual se han divulgado secretos de Estado que han podido caer, y a veces han caído, en manos de nuestros enemigos comunes.” Y precisa: ”No existe ninguna disposición oficial, contrariamente a lo que se pretende en vuestro telegrama, a propósito del derecho de nuestros funcionarios a transmitir informaciones de carácter económico a los servicios soviéticos sin autorización de nuestro gobierno o del Comité Central.” La carta concluye así:
”Para nosotros está claro que las razones invocadas no son las verdaderas. Nos placería que vuestro gobierno dijera francamente lo que no marcha e impide que las relaciones entre nuestros dos países sean tan cordiales como antes. Os ponemos en guardia contra informaciones que podáis obtener de fuentes no oficiales. No son forzosamente imparciales, precisas o bien intencionadas.”
Con esta carta se inicia la escalada epistolar que desembocará en la reunión del Kominform (segunda quincena de junio) y la publicación (28 de junio) de la resolución allí adoptada condenando la herejía yugoslava.
Stalin responde el 27 de marzo. Comienza calificando de ”embusteras”, y por tanto ”absolutamente insatisfactorias”, las explicaciones de Tito. Insiste en el ”derecho” de los especialistas soviéticos a obtener ”informaciones” de quien bien les plazca. Y acumula nuevos cargos contra los yugoslavos.
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En primer lugar, uno que le parece particularmente intolerable al jefe del Estado soviético, en el cual, como es notorio, todo comunista extranjero pudo siempre circular libremente, sin sufrir la menor vigilancia, y obtener las informaciones que le viniera en gana. ”Los representantes soviéticos – dice la carta – son sometidos al control y la vigilancia de los órganos de seguridad yugoslavos. No son tratados así más que en los países burgueses, y no en todos.” Otro cargo es el siguiente: ”En los medios dirigentes del PCY circulan declaraciones antisoviéticas, como por ejemplo: el PC (bolchevique) degenera; en la URSS reina el chovinismo de gran potencia; la URSS aspira a subyugar económicamente a Yugoslavia; el Kominform es un instrumento del PC (b) para avasallar a otros partidos comunistas.” ”Estas declaraciones antisoviéticas – agrega Stalin – se disimulan, por lo general, tras frases izquierdistas, como que ”el socialismo en la URSS ha cesado de ser revolucionario”. ”Declaraciones” tan alejadas de la verdad indignan a Stalin, sobre todo porque se hacen sotto voce, a escondidas, cuando no hay ningún inconveniente para que las críticas sean francas y públicas. Stalin nunca ha puesto cortapisas a las críticas de los otros partidos.
”Nosotros – dice en su carta – reconocemos incondicionalmente al Partido Comunista yugoslavo, lo mismo que a todo partido comunista, el derecho de criticar al PC (b), como el PC (b) tiene igualmente derecho de criticar cualquier otro partido comunista. Pero el marxismo exige que la crítica sea franca y honesta, no disimulada y calumniosa, privando al criticado de la posibilidad de responder.”
Stalin nunca ha privado a nadie de la posibilidad de responder. En cambio los críticos yugoslavos le ponen a Stalin en esa triste situación.
”De ahí que semejante crítica sea calumniosa, una tentativa de desacreditar al PC (b) y de destronar al sistema soviético.”
Pero el ”sistema soviético” sabe defenderse. ”No es inútil recordar – sigue diciendo Stalin – que cuando Trotski decidió declarar la guerra al PC (b) comenzó igualmente por acusarle de degeneración, de estrechez nacionalista, de chovinismo. Bien entendido, disimulaba esas acusaciones bajo frases izquierdistas sobre la revolución mundial. Se sabe que Trotski era un renegado y que más tarde, desenmascarado, pasó abiertamente al campo de los enemigos jurados del PC (b) y de la Unión Soviética. Pensamos que la carrera política de Trotski es bastante instructiva.”
Después de tratar otros problemas, la carta terminaba con el mismo estribillo: ”Estimamos que la carrera política de Trotski comporta una lección suficiente.”
Una vez que ha emplazado a los dirigentes yugoslavos, en términos tan estimulantes, a ejercer su derecho de crítica al PC (b), Stalin pasa a ejercer el derecho de crítica del PC (b) al partido yugoslavo en cuestiones relativas a la vida interna de éste y a su política. Stalin manifiesta honda preocupación porque en el PCY no existe democracia interna, la mayoría del Comité Central no ha sido elegida sino ”coptada”, no se practica la crítica y autocrítica, y, sobre todo, los cuadros del partido se encuentran bajo la vigilancia de Rankovitch, ministro del Interior. En el partido bolchevique nunca ha ocurrido nada parecido, y por eso – dice Stalin – ”es comprensible que no podamos considerar tal organización de partido comunista como marxista leninista, como bolchevique”. En lo que se refiere a la politica del PCY, a Stalin le inquietan, fundamentalmente, dos aspectos. El primero, que el PCY no lucha con suficiente energía contra los kulaks, cayendo en el bujarinismo. Y el segundo, que en lugar de ejercer su papel dirigente abiertamente lo hace a través del Frente Popular. (El FP en Yugoslavia, a diferencia de los frentes populares de otros países, no era una coalición de partidos, sino un movimiento de masas con un programa revolucionario, forjado en el curso de la guerra de liberación.)
En esta carta Stalin concentra el ataque, citándolos nominalmente y calificándolos de ”marxistas dudosos”, contra Djilas, Vukmanovitch, Kidritch y Rankovitch, que regentaban, respectivamente, los ministerios de Prensa y Propaganda, Ejército, Economía e Interior, es decir, los ministerios en los que el NKVD tenía mayor interés en infiltrarse. Si Tito liquidaba esos ”marxistas dudosos”, que ”hablaban mal de la Unión Soviética”, las cosas podían arreglarse. Los afectados ofrecieron a Tito su dimisión, pero el jefe yugoslavo tenía suficiente experiencia kominterniana como para saber a
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donde llegaría si empezaba a hacer concesiones de ese género. El 12 de abril se reunió el Comité Central del PCY para examinar la carta de Stalin. Con la excepción de dos miembros, que resultaron ser agentes del NKVD, el Comité Central rechazó de plano las acusaciones y pretensiones de Stalin y aprobó una firme respuesta, en la que entre otras cosas se decía: ”Pese a todo el amor que cada uno de nosotros profesa por la patria del socialismo, por la Rusia soviética, no podría, en manera alguna, cesar de amar en la misma medida a su propio país, que también marcha por la vía del socialismo, y por cuya república federativa popular han caído cientos de miles de sus mejores hijos.” En relación con el problema de los especialistas soviéticos, militares y civiles, la carta recordaba que en 1946 el gobierno yugoslavo había informado a Moscú de las dificultades con que tropezaba para pagarles los sueldos excesivamente elevados – comparativamente a los existentes en el país – fijados por el gobierno soviético. Un especialista soviético con el grado de coronel o teniente coronel, por ejemplo – se dice en el documento – percibe emolumentos cuatro veces superiores a los de un general yugoslavo con rango de jefe de cuerpo de ejército, y tres veces superiores a los de un ministro del gobierno federal. Y la carta del Comité Central concluye sobre este punto: ”Nosotros vemos la cuestión no sólo como un problema financiero sino como un error político, porque nuestro pueblo no puede comprenderlo.” El asunto en el que el Comité Central yugoslavo se muestra más firme es el referente a las actividades del NKVD:
”Nosotros consideramos inadmisible que los servicios de información soviéticos recluten a nuestros ciudadanos para llevar a cabo actividades en nuestro propio país. Es una acción que nos parece contraria a nuestro interés nacional. Y se desarrolla pese a las protestas de nuestros servicios de seguridad, que han precisado su carácter intolerable [...] Tenemos pruebas de que los servicios soviéticos de información siembran la duda sobre nuestros jefes, destruyen su crédito, presentándolos como incompetentes y sospechosos [...] No se puede invocar que se trata de la lucha contra un país capitalista, y nos vemos forzados a la conclusión de que se amenaza nuestra unidad interior, se sabotea la confianza en nuestros dirigentes y se quebranta la moral de nuestro pueblo. El servicio de información soviético no es leal y bienintencionado para con nuestro país, que sin embargo está en la vía del socialismo y es el más fiel aliado de la Unión Soviética. No podemos aceptar que el servicio de información soviético extienda su red en Yugoslavia. Contamos con nuestro propio servicio de seguridad y de información para la lucha contra ciertos elementos capitalistas extranjeros y contra nuestros enemigos de clase internos: si las organizaciones soviéticas necesitan informaciones o ayuda en este dominio no tienen más que dirigirse a nosotros, como recíprocamente hemos hecho siempre en lo que nos concierne.”(25)
La reunión del Comité Central yugoslavo del 12 de abril de 1948 fue la primera derrota histórica de Stalin. Por primera vez se encontraba con que la mayoría aplastante del Comité Central de uno de los principales partidos comunistas desafiaba sus recriminaciones y sus órdenes. Por primera vez, no sólo la dirección de un partido comunista, sino una revolución y un Estado revolucionario dirigidos por comunistas, resistían a su dicktat y osaban enfrentarse con la temible NKVD. Uniendo, en efecto, la acción a la palabra, los servicios de Rankovitch comenzaron a detener los funcionarios del partido y del Estado que se sabía en manos de los servicios soviéticos. Al mismo tiempo la dirección del partido informaba por vía interna de lo que ocurría a los militantes más caracterizados. La historia de Trotski había sido más instructiva de lo que Stalin se figuraba para los comunistas veteranos yugoslavos. Pero la batalla no hacía más que comenzar.
Stalin pone en marcha el mecanismo del Kominform. Para eso, muy principalmente, lo había creado. Envía a los dirigentes de los partidos miembros copia de su carta del 27 de marzo al PCY, y sin adjuntar las cartas de éste les exige que tomen inmediatamente posición. No necesitan conocer las razones yugoslavas. Les basta con saber lo que piensa Stalin. Los documentos donde fijen su posición – advierten desde Moscú – no deben ser enviados directamente a los yugoslavos sino sólo a Stalin. El PC (b) se encargará de remitirlos al PCY. No se conocen los textos de las respuestas. Según las referencias de los yugoslavos estaban cortadas por el mismo patrón, apoyando incondicionalmente las posiciones de Stalin, emulando en las calificaciones injuriosas y exigiendo a la dirección del PCY entonar su mea culpa. La respuesta de Rakosi indignó particularmente a los yugoslavos, que tenían frescas en la memoria las tropelías de las tropas fascistas húngaras durante la
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guerra. Rakosi, además, se había quejado varias veces, en plan confidencial, a los dirigentes comunistas yugoslavos, del comportamiento del ejército ruso en Hungría, acusándolo de saquear el país y de manifestar tendencias antisemitas. La respuesta búlgara no difería en lo esencial, pese a que Dimítrov había estimulado a los yugoslavos, según versión de éstos, a mantenerse firmes(26). Bajo el peso de su formación ideológica, y tal vez también por consideraciones tácticas, el viejo león de Leipzig retrocedió mansamente cada vez que sus conflictos con Stalin le pusieron al borde del Rubicón.
La nueva carta de Stalin (respuesta a la yugoslava del 13 de abril) fechada el 4 de mayo, marca un nuevo grado en la escalada. Afirma que ”el embajador americano en Belgrado se comporta como el amo del país”, que ”los ministerios y los organismos del partido estaban llenos de amigos y primos del general Neditch” (el Quisling yugoslavo). Pero, sobre todo, esta carta hiere en lo vivo a los yugoslavos porque trata de rebajar el papel de los comunistas y del ejército revolucionario yugoslavos en la liberación del país y en la victoria de la revolución, atribuyendo el mérito decisivo a los ejércitos soviéticos. Refiriéndose a mayo de 1944, después del ataque alemán contra el cuartel general de Tito, la carta de Stalin dice, en efecto:
”El movimiento de liberación nacional en Yugoslavia sufrió una aguda crisis, que no fue superada hasta que el ejército soviético derrotó a las tropas alemanes de ocupación, liberó Belgrado y creó así las condiciones indispensables para el advenimiento del partido comunista.”
Con su reconocida pericia en la manipulación de la historia, Stalin la deformaba esta vez – contradiciendo la versión que cuatro años atrás habían dado los propios soviéticos de los acontecimientos yugoslavos en el verano de 1944(27) – a fin de denigrar al PCY, y de enzizañar contra él a los otros partidos del Kominform. El párrafo citado terminaba, en efecto, diciendo: ”Los méritos de los partidos comunistas de Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria y Albania no son menores que los del Partido Comunista yugoslavo.” Y en cuanto a los de Francia e Italia, su única ”desgracia” fue que ”el ejército soviético no pudo ayudarlos como al PCY”. Sin embargo – prosigue Stalin – ”los jefes de esos partidos son modestos y no alardean de sus éxitos, mientras que los jefes yugoslavos atruenan los oídos de todo el mundo con su fanfarronería”. Después de resumir sus acusaciones y agregar otras nuevas, como que el viceministro de Relaciones Exteriores era un agente inglés, lo mismo que el embajador yugoslavo en Londres y algunos funcionarios más – todo esto sin aducir prueba alguna – Stalin escribe:
”Los dirigentes yugoslavos deben tener en cuenta que permaneciendo sobre tales posiciones se privan del derecho a pedir ayuda material o de otro género a la Unión Soviética, porque la Unión Soviética no puede ayudar más que a los amigos.”
En esta carta Stalin rechaza la propuesta que le habían hecho los yugoslavos, en la última suya, de que una delegación del PC (b) se trasladara a Yugoslavia para comprobar sobre el terreno que la situación no era tal como se pintaba en Moscú. Propone, en cambio, que el asunto sea llevado ante el Kominform. El Comité Central yugoslavo se reune el 9 de mayo y rechaza ese procedimiento en los siguientes términos: ”No rehuimos la crítica en cuestiones de principio, pero nos sentimos en tal situación de inferioridad que nos es imposible aceptar, por el momento, que el asunto sea debatido ante el Kominform. Sin que nosotros hayamos sido consultados, nueve partidos están en posesión de vuestra primera carta y han tomado ya posición en resoluciones.” La reunión del Comité Central examinó los casos de los dos dirigentes del partido y miembros del gobierno (Juyovitch y Hebrang) que se habían descubierto como agentes de Stalin, acordando instruirles proceso. De Moscú llegó un telegrama amenazador, y el NKVD preparó un plan para rescatar a Juyovitch y llevárselo a la Unión Soviética en avión. Cuando trató de realizarlo era tarde: Juyovitch estaba en la cárcel. El 19 de mayo llegó a Belgrado un mensajero del Kremlin renovando la invitación a la reunión del Kominform. El Comité Central volvió a debatir el asunto y ratificó la negativa. Según posteriores revelaciones yugoslavas, además de las razones expuestas más arriba se estimó que no había garantías de que la delegación regresara sana y salva. El espectro del año 1937 estuvo presente. (Numerosos comunistas yugoslavos fueron ejecutados aquel año en Moscú, y Tito no olvidaba tampoco el precedente de lo ocurrido entonces con el Buró Político del Partido Comunista de
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Ucrania, el cual había adoptado posiciones críticas respecto a la política nacionalista granrusa de Stalin. Para hacerle entrar en razón, Stalin envió Mólotov a Kiev. No habiendo logrado modificar la actitud del Buró Político, Mólotov reunió el pleno del Comité Central ucraniano, pero éste respaldó por mayoría la posición del Buró Político. En vista de ello Stalin invitó a los miembros del Buró Político a trasladarse a Moscú para discutir el asunto. Al entrar en el Kremlin fueron detenidos por el NKVD y fusilados poco después. En cierto modo, Tito era un superviviente de las terribles purgas estalinianas de los últimos años de la década del treinta, lo que explica, en no poca medida, sus clarividentes reacciones de 1948(28).)
Stalin recurrió a nuevas presiones para conseguir que el PCY compareciera ante el tribunal del Kominform. En su última carta (22 de mayo) acusa a los yugoslavos de romper con el ”frente socialista unido de las democracias populares y con la Unión Soviética”, y por primera vez habla de traición. Pero la dirección yugoslava se mantiene firme. El 25 de mayo anuncia públicamente la decisión de convocar el congreso del partido para que todos los militantes puedan pronunciarse con conocimiento de causa sobre el conflicto. Comienzan a celebrarse asambleas generales de las organizaciones locales en las que son leídas las cartas cruzadas entre Stalin y Tito. Los delegados al congreso son elegidos democráticamente, uno por cada doscientos afiliados. El corresponsal de la Tass es invitado a la asamblea de la organización de Belgrado. Finalmente, desvanecidas todas las esperanzas de conseguir la asistencia de los yugoslavos, el Kominform se reune sin ellos y adopta la resolución propuesta por los soviéticos, que agrupa y resume los elementos esenciales de las cartas de Stalin. En nota aparte reproducimos sus pasajes principales(29). Según informaciones yugoslavas, la delegación soviética, integrada por Zdanov, Málenkov y Suslov, encontró cierta resistencia en algunas de las otras delegaciones, que estimaban excesivamente duro el texto presentado. Para disipar toda duda, Zdanov declaró: sabemos positivamente que Tito es un espía imperialista(30). De momento, esta acusación definitiva no fue inscrita en la resolución del Kominform. Había que preparar el terreno en el movimiento comunista y suministrar las ”pruebas”. La campaña de terrorismo ideológico desencadenada sobre la base de la resolución del Kominform serviría para preparar el terreno. Y el proceso de Rajk, un año después, para suministrar las ”pruebas” de análoga manera a como los procesos de Moscú de 1937-1938 suministraron las ”pruebas” de que Trotski era un espía de la burguesía mundial desde su más tierna infancia.
A la cabeza de la resolución figura el verdadero motivo de la condena: la resistencia de los jefes yugoslavos a la dominación soviética. El delito, claro está, es presentado de la manera que mejor puede provocar la indignación de todo buen comunista: ”Difamación contra los especialistas militares soviéticos y descrédito del Ejército rojo”, persecución de los especialistas civiles soviéticos, constreñidos a ”un régimen especial en virtud del cual han estado sometidos a la vigilancia de los órganos de seguridad del Estado yugoslavo y han sido seguidos por sus agentes”, ”propaganda calumniosa sobre la ”degeneración” del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS, sobre. la ”degeneración” de la URSS, etc., tomada del arsenal del trotsquismo contrarrevolucionario”. El resto de la resolución está dedicado en su mayor parte a la ”crítica” de los supuestos errores políticos del PCY (la actitud ”antisoviética”, se entiende, es algo más que un error: es un crimen) y tiene como principal finalidad demostrar que el ”antisovietismo” va indefectiblemente acompañado de graves desviaciones políticas y teóricas del marxismo-leninismo. En la reunión constituyente del Kominform los dirigentes yugoslavos, igual que los representantes de los demás partidos integrantes del nuevo organismo, habían informado detalladamente sobre todos los aspectos de su política, y ni los delegados soviéticos, ni ningún otro de los asistentes, les hizo la menor crítica. Al contrario, el PCY fue considerado como ejemplo de partido consecuentemente revolucionario, y a título de tal desempeñó como vimos, el papel de fiscal del oportunismo francoitaliano. En septiembre de 1947, por tanto, el Kominform consideraba la política del PCY perfectamente marxista-leninista; en junio de 1948 decidió que esa misma política no tenía nada de marxista-leninista. La calificó de nacionalista, bujarinista, menchevique, trotsquista, antisoviética.
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El PCY había sido el único, entre los componentes del Kominform, en fundir la guerra antifascista con la revolución anticapitalista. Ahora se veía acusado de abandonar la ”teoría marxista de las clases y de la lucha de clases” por los mismos que habían seguido una línea de colaboración de clases a escala internacional y nacional. La resolución del Kominform incluía en la teoría marxista el dogma estaliniano según el cual la lucha de clases se ”agudiza” indefectiblemente en la fase de transición del capitalismo al socialismo, y condenaba a los yugoslavos por no tenerlo en cuenta. Según el documento, el PCY no luchaba consecuentemente contra los kulaks. La acusación figuraba ya en la carta de Stalin del 27 de marzo, y los dirigentes yugoslavos, impresionados al parecer por esta crítica del depositario de la ortodoxia, cometieron el error de anunciar inmediatamente la pronta liquidación no sólo de los kulaks sino del pequeño comercio y la pequeña industria privada. En vista de ello la resolución del Kominform les acusaba también de irresponsabilidad y aventurerismo.
En segundo lugar, el Kominform denunciaba a la dirección yugoslava por revisionista en relación con la doctrina marxista-leninista sobre la función dirigente del partido. El PCY había sido el único en Europa (junto con el griego) en no concebir la unidad de la Resistencia como una coalición por arriba con los partidos burgueses, sino como un movimiento de masas, revolucionario, con una perspectiva socialista. El Frente Popular, expresión política organizada de ese movimiento, adquirió influencia y prestigio, y los dirigentes comunistas consideraron oportuno que en una serie de casos fuera el Frente Popular y no el PC el que presentara ante el país iniciativas y medidas que en realidad habían nacido en la dirección del PC. En la práctica, los comunistas tenían plenamente en sus manos la dirección del Estado, no sólo por la influencia decisiva que habían conquistado en el curso del proceso revolucionario sino porque controlaban todos los puestos clave, y en primer lugar el ejército y la policía. No había riesgo alguno de que les escapase la dirección de la revolución, pero Stalin aprovechó el hecho que acabamos de indicar para acusar a Tito y sus colaboradores de ”tendencias liquidadoras respecto al PCY”. En tercer lugar, el Kominform acusaba a los dirigentes del PCY de haber creado en el seno del partido un ”régimen burocrático”, a consecuencia del cual en el partido no existía ”ni democracia interior, ni elegibilidad de los órganos dirigentes, ni crítica y autocrítica”. Lo que era el régimen común a todos los partidos comunistas – la elección de los órganos dirigentes, allí donde aparentemente se realizaba, consistía en ”elegir” los candidatos previamente seleccionados por la dirección existente –, el Kominform lo endosaba exclusivamente al PCY, cargando además las tintas, calificándolo de ”régimen vergonzoso, puramente turco [sic] y terrorista”. Es decir, se atribuía al PCY el régimen que Stalin había instaurado hacía tiempo en el partido soviético, como el XX Congreso pondría al descubierto unos años después. En una de sus cartas, Stalin acusaba los dirigentes del PCY de no haber convocado aún, terminada la guerra, el congreso del partido. Este cargo no figura en la resolución del Kominform, posiblemente porque entre tanto los yugoslavos habían decidido celebrar inmediatamente el congreso, pero tal vez también porque alguien haría notar discretamente a Stalin que el partido soviético llevaba diez años sin convocar el suyo y aún no se sabía cuando tendría lugar. (El XIX Congreso del partido soviético no se celebró hasta fines de 1952, es decir, catorce años después del XVIII.)
El PCY no era, desde luego, un dechado de democracia, pero en aquella ocasión sus dirigentes comprendieron – y eso les salvó, a ellos y a la revolución – que no podían resistir a la embestida estaliniana más que recurriendo a la base del partido y a las masas trabajadoras. Cosa que estaban en condiciones de hacer gracias a la profundidad y autenticidad de la revolución yugoslava. Como ya sabemos, a diferencia de lo ocurrido en los otros países del este, donde el factor decisivo de la liberación fue el ejército soviético, en Yugoslavia lo fue la lucha armada del pueblo, organizado y dirigido por el partido comunista. Los máximos dirigentes comunistas de las otras democracias populares llegaron a sus países en los furgones del ejército soviético, y aquellos que como Gomulka, Rajk y algunos más, lucharon sobre el terreno, quedaron inmediatamente flanqueados, después de la liberación, por los venidos de Moscú, cuando no pasaron a desempeñar papeles subalternos. Tito y sus camaradas habían compartido con los combatientes riesgos y penalidades. De ahí que entre ellos y las masas existiera confianza y compenetración recíprocas. Guerra y
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revolución habían remodelado a dirigentes y dirigidos, fundiéndolos en un mismo espíritu nacional-revolucionario. Ciertamente, la masa de comunistas yugoslavos padecía la misma alienación ideológica que los comunistas de otros países: su conciencia estaba obnubilada por el fetichismo de las mercancías ideológicas avaladas por la legendaria etiqueta del Octubre soviético. Esta era la principal baza en el juego de Stalin. La dirección del PCY se dio cuenta desde el primer momento que para conseguir la desalienación del conjunto del partido el único revulsivo eficaz era la verdad. Poner a su disposición todos los elementos del problema: cartas de Stalin, resolución del Kominform, respuestas yugoslavas, actividades de los servicios secretos, corte unilateral de las relaciones comerciales, etc. Que cada uno pudiera contrastar los hechos y las palabras.
La resolución del Kominform terminaba con un llamamiento a los comunistas y al pueblo yugoslavos para que derrocaran a la dirección titista. Stalin y sus asociados estaban convencidos de que la primera medida de Tito sería ocultar al país el documento, impedir su difusión. En el mismo texto se decía que los dirigentes del PCY ”han tomado el camino de la mentira flagrante respecto a su partido y su pueblo, ocultan al Partido Comunista de Yugoslavia la crítica de la política errónea de su Comité Central”. Cuando esto se escribía hacía semanas que las cartas de Stalin se estaban leyendo en las asambleas de las organizaciones locales del PCY. Inmediatamente de aparecer la resolución del Kominform, Borba, órgano central del PCY, hizo una tirada de medio millón de ejemplares reproduciendo el texto íntegro del documento, acompañado de la respuesta yugoslava. Este número de Borba salió a la calle el 30 de junio. El 5 de julio Duclos escribía en L’Humanité: ”El hecho de que los dirigentes yugoslavos no han publicado la resolución del Buró de Información demuestra que no están seguros de sus argumentos y temen hacer la luz ante el pueblo.” El embajador yugoslavo en París requirió en vano al director de L’Humanité para que rectificase. Ninguno de los partidos del Kominform, que acababan de acusar al PCY de falta de ”democracia interna”, publicaron la respuesta del Comité Central del PCY a la resolución del Kominform. Ni tampoco la proporcionaron a sus militantes por vía interior.
Muchos comunistas yugoslavos creyeron que Stalin había sido engañado. Para hombres que profesaban la religión estaliniana no era fácil, aún disponiendo de todos los elementos de juicio conocidos en aquel momento, situarse de golpe en el terreno del marxismo laico. Máxime teniendo en cuenta que el papa del Kremlin se encontraba entonces en el apogeo de su gloria. En una reunión de comunistas de Belgrado se acordó enviarle un telegrama diciéndole: ”Creemos sinceramente en usted. Creemos que hará lo posible para hacer callar esta injusta acusación contra nuestro partido y nuestro Comité Central.”(31) Los jefes del PCY no se enfrentaron durante un tiempo con esta corriente. Comprendían que la liquidación del mito Stalin requería la intervención de la experiencia práctica de cada militante. Y por otra parte, no perdieron la esperanza de que ante la firme y casi unánime reacción del partido y del pueblo en Yugoslavia los jefes soviéticos diesen marcha atrás y pudiera llegarse a un arreglo. El V Congreso del PCY, celebrado el 21 de julio, transcurrió bajo esta ilusión. Al mismo tiempo que reafirmó enérgicamente las posiciones del partido y rechazó las acusaciones del Kominform, Tito declaró: ”Esperamos que los camaradas dirigentes del Partido Comunista bolchevique de la URSS nos darán la posibilidad de probar aquí, sobre el terreno, todo lo que la resolución [del Kominform] comporta de injusto.”(32) Y, la resolución aprobada por el congreso, al mismo tiempo que rechazaba categóricamente la requisitoria del Komintern, autorizaba el reingreso en él del PCY una vez resuelto el conflicto con el partido soviético. Después de elegir la nueva dirección por escrutinio secreto – era la primera vez que tal cosa se hacía en un partido comunista – el congreso clausuró sus sesiones con vivas a Stalin y a la Unión Soviética, alternados con los vivas a Tito.
La respuesta inmediata de Stalin fue organizar un golpe de Estado contra Tito. El NKVD contaba con tres generales yugoslavos, entre ellos el jefe del Estado Mayor, que gozaban de prestigio por su papel en la guerra de liberación. Pero habiendo fracasado en el intento de arrastrar a otros oficiales, los tres generales trataron de escapar a la Unión Soviética, sin lograrlo. El jefe del Estado Mayor fue muerto por un guardia frontera yugoslavo y los otros dos detenidos poco después. Este episodio puso de manifiesto que pese a la adhesión aplastantemente mayoritaria del partido y el pueblo a la
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política de Tito, Stalin podía contar con auxiliares entre los comunistas yugoslavos. Unos porque se habían compra metido con los servicios secretos soviéticos y otros porque su formación ideológica estalinista era más fuerte que cualquier otra consideración. Frente a este peligro la dirección del PCY recurrió a métodos análogos a los de Stalin: los servicios secretos, la policía, todos los resortes coactivos del Estado. Ya en el congreso, Tito había planteado la necesidad de ser ”implacables contra todas las tentativas de dislocar” la unidad del partido y de los pueblos yugoslavos. Y en las resoluciones aprobadas por el congreso se llamaba a intensificar la vigilancia y depurar el partido. Pero simultáneamente la dirección del PCY persistió en el método de permitir al pueblo contrastar las palabras con los hechos. No se interceptaron las emisiones soviéticas, que desencadenaron una formidable campaña de denigramiento contra los dirigentes yugoslavos. Fueron masivamente difundidas las cartas de Stalin. En la prensa se polemizaba abiertamente con los ”argumentos” del adversario. Poco a poco el mito de Stalin fue desvaneciéndose en el espíritu de los comunistas yugoslavos, reemplazado por la evocación de los zares que en otros tiempos encubrieron sus proyectos de expansión balcánica con la divisa de liberar del yugo turco a los eslavos del sur. Las torpes alusiones de la propaganda soviética a la amistad eterna de Rusia con Serbia contribuían a esclarecer la continuidad histórica de la política moscovita. Y en el mismo sentido influían los repetidos incidentes en las fronteras de Yugoslavia con Hungría, Rumania y Bulgaria, así como los inquietantes movimientos de las tropas soviéticas estacionadas en esos países. En una palabra, los comunistas y el pueblo yugoslavos adquirieron la convicción de que la avalancha de acusaciones ideológicas ocultaba, en realidad, la amenaza a la independencia nacional tan duramente conquistada.
Todavía hoy se desconocen las razones concretas de que Stalin no recurriese en definitiva al procedimiento expeditivo que perfilaban esos síntomas alarmantes. Puede suponerse que la tensión internacional existente en aquel momento pesó de manera considerable. No podía descartarse que una intervención militar soviética en Yugoslavia fuera seguida de otra americana, prolongación de la que ya tenía lugar en Grecia, con todos los riesgos de generalización del conflicto que tal eventualidad implicaba. Por otra parte, el ejército popular yugoslavo, su experiencia de la lucha guerrillera, no eran datos despreciables. La prudencia de Stalin facilitó indudablemente el éxito de la resistencia yugoslava. Puede suponerse, también, que pese al fracaso inicial de la intimidación ideológica y al aborto del golpe de Estado, Stalin confiara en el derrumbamiento a breve plazo del Estado hereje, cuya situación no podía ser más angustiosa. La ofensiva estaliniana coincidía, en efecto, con una serie de provocaciones de las potencias occidentales. Durante los tres primeros meses de 1948 los aviones americanos violaron 21 veces el espacio aéreo yugoslavo. Y en el curso de la campaña electoral italiana las fuerzas reaccionarias, ligadas a los americanos, acusaron a Yugoslavia de haber instalado rampas de lanzamiento de V-1 y V-2 en la proximidad de la frontera italiana, así como de concentrar tropas para atacar Trieste. Los Estados Unidos. Inglaterra y Francia aprovecharon el momento para revisar determinadas cláusulas del tratado de paz con Italia y cederie Trieste. Pero la situación era dramática sobre todo en el aspecto económico. El corte de las relaciones comerciales con la Unión Soviética y su rápida deterioración con las democracias populares, la suspensión de la ayuda técnica soviética, etc., colocaban a Yugoslavia frente a la alternativa de buscar un compromiso con las potencias occidentales o perecer. En su informe ante el V Congreso, consagrado a los problemas de política exterior, Kardelj había proclamado la decisión del PCY de mantenerse en la línea de frente único con la Unión Soviética y las democracias populares, al mismo tiempo que las emplazaba: ”¿Abandonaréis nuestro país a la presión del imperialismo?” En la Conferencia internacional sobre el Danubio, celebrada poco después de publicarse la resolución del Kominform, los representantes yugoslavos hicieron causa común con los soviéticos frente a los diplomáticos occidentales. Pero muy rápidamente las cosas estuvieron claras: o Yugoslavia se sometía o Stalin la dejaba, en efecto, a merced de la presión imperialista. Al mismo tiempo, la feroz campaña antiyugoslava orquestada por el Kremlin anunciaba que Tito se preparaba a pactar con el imperialismo. De esta manera, o sucumbía o proporcionaba la ”prueba” de que Stalin tenía razón, que Tito era un agente del imperialismo.
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Hacia los primeros meses de 1949 las democracias populares siguiendo el ejemplo soviético, habían cesado prácticamente todo comercio con Yugoslavia. A la revolución yugoslava no le quedó más camino que el seguido por la revolución de Octubre cuando se encontró aislada y cercada por el mundo capitalista: comerciar con éste, buscar préstamos y ayuda técnica. Para explicar que este curso político no significaba renunciar al socialismo, Tito empleó argumentos semejantes a los que antaño habían utilizado los bolcheviques. ”Cuando vendemos nuestro cobre para comprar máquinas – declaró en su discurso de Pula, el 10 de julio de 1949 – no vendemos nuestra conciencia sino solamente nuestro cobre.” ”Con las máquinas que recibamos de Occidente continuaremos la edificación del socialismo.” Los Estados capitalistas, como es natural, se apresuraron a responder favorablemente a las solicitaciones yugoslavas. No necesitaban que este pequeño país atrasado renunciase a su pretensión de construir el socialismo. Lo importante para el imperialismo americano y sus vasallos era que Yugoslavia pudiese afirmar su resistencia al imperialismo ruso. En plena ”guerra fría”, Stalin les servía en bandeja un aliado ”objetivo”. Algunos comentaristas y políticos occidentales expresaron su inquietud de que el ”titismo” revalorizara los ideales comunistas, mostrando la posibilidad de un comunismo ”antiestaliniano”, pero los elementos más inteligentes del capitalismo comprendieron que todo intento de restauración del viejo régimen no sólo tropezaría con la resistencia encarnizada de los comunistas y las masas revolucionarias yugoslavas, sino que haría el juego de Stalin. La campaña antititista lo mostraba diariamente. Cada acuerdo comercial de Yugoslavia con países occidentales, cada prestámo que obtenía, era acogido por Moscú y los partidos del Kominform como una prueba más de que Tito se vendía al capitalismo. ¿No había anunciado la resolución del Kominform que la política ”antisoviética” de Tito conducía indefectiblemente ”a la pérdida de la independencia de Yugoslavia y a su transformación en colonia de los países imperialistas”? Seis años después, al regreso de su viaje de penitencia a Belgrado, Jruschev declararía:
”Hemos visitado numerosas regiones del país, nos hemos entrevistado con los trabajadores, y hemos comprobado que pese a las dificultades que Yugoslavia ha conocido como consecuencia de la deterioración [sic] de sus relaciones con nosotros, Yugoslavia no ha abdicado su soberanía, ha conservado enteramente su independencia nacional frente al campo imperialista.”(33)
En el verano y otoño de 1949 la ”deterioración” de las relaciones sovieticoyugoslavas llegó a un punto crítico, perfilándose netamente la amenaza de una intervención militar de Moscú. Sirvió de pretexto el caso de los rusos blancos residentes en Yugoslavia y reclutados por los servicios secretos soviéticos. (Después de la revolución de Octubre se instalaron en Yugoslavia varios miles de rusos blancos. Al triunfar el nuevo régimen gran parte de ellos se declaró inmediatamente a favor de la URSS y el gobierno de Moscú concedió la ciudadanía soviética a unos 6 000, entre los cuales los servicios de Beria reclutaron numerosos agentes.) En 1949 la policía de Rankovitch detuvo algunos y Moscú tomó su defensa, enviando a Belgrado notas amenazadoras. La última, con fecha 18 de agosto, invocaba el derecho de los ”ciudadanos soviéticos” residentes en Yugoslavia a expresar libremente sus ”opiniones democráticas” y calificaba de fascista al régimen por no permitirlo.
”En ningún país – dice la nota –, a excepción de los países de régimen fascista, se considera como un crimen la libre expresión de las opiniones democráticas. En la Yugoslavia actual eso sirve de base para detenciones ilegales y para castigos crueles a personas que critican el régimen fascista existente en Yugoslavia…En Europa sólo existen dos gobiernos, el griego y el español, el de Tsaldaris y el de Franco, que consideran la resolución del Buró de Información de los partidos comunistas como un documento criminal. Estos dos gobiernos son fascistas. De ello se deduce que el gobierno yugoslavo es el tercer gobierno que considera la resolución del Buró de Información como un documento criminal, estimando su difusión e incluso el hecho de conocerlo como base suficiente para encarcelar a las gentes por millares.”
(Como vimos, el PCY había reproducido y difundido la resolución del Kominform, al día siguiente de aparecer, en medio millón de ejemplares, y desde entonces su texto, como las cartas de Stalin, podían adquirirse en cualquier librería de Belgrado, pero este hecho no existía para el gobierno soviético.) La nota negaba que la resolución del Buró de Información propugnara el derrocamiento
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de la dirección titista; lo único que pedía es que los comunistas yugoslavos se reunieran en congreso y cambiaran su dirección, cosa completamente legítima, porque -dice el documento – ”los congresos de los partidos marxistas no se reúnen para glorificar a los jefes sino para analizar, desde el punto de vista crítico, la actividad de la dirección existente, y si es necesario renovaria o sustituirla por una nueva dirección. En todos los partidos marxistas donde existe democracia interna este método de cambio de la dirección es natural y completamente normal”. No había más que seguir el ejemplo del Partido Comunista de la URSS. En cuanto a los malos tratos sufridos por los ”ciudadanos soviéticos” detenidos, la nota cita tres casos (es de suponer que entre los más extremos). En el primero, el detenido fue ”golpeado durante varios días”, ”obligado a permanecer de pie, sin movimiento, durante varias horas ”privado de dormir, de alimentos y de agua durante dos días”; en el segundo, el detenido ”no recibió alimento alguno durante seis días”, y en ”el curso de los interrogatorios fue golpeado en las piernas con un bastón”; en el tercer caso, el detenido, ”fue sometido durante 22 días consecutivos a interrogatorios nocturnos”, ”se le exigió que respondiese a la pregunta relativa a su actitud con respecto a la resolución del Buró de Información”, ”fue molestado varias veces en el curso de los interrogatorios y llevado seis veces a un calabozo donde sólo podía estar de pie”. Métodos tan incalificables, desconocidos en la Unión Soviética, no podían por menos de suscitar la indignación de la conciencia humanista de Stalin: ”¿Se puede calificar de régimen democrático popular a un régimen que practica esos horrores y aplica trato tan brutal a las personas? – clama la nota del gobierno de la URSS –. ¿No sería más exacto decir que un régimen donde se tolera que las personas sean maltratadas a tal extremo es un régimen fascista, de la Gestapo?” Y la nota terminaba declarando que si el gobierno yugoslavo no accedía a las reclamaciones soviéticas, el gobierno de la URSS ”se verá obligado a recurrir a otros medios más eficaces para defender los derechos y los intereses de los ciudadanos soviéticos en Yugoslavia, y para llamar al orden a los agentes de la violencia fascista desencadenada”(34). ¿A qué ”otros medios más eficaces” aludía el gobierno soviético? El bloqueo económico de Yugoslavia por la URSS y las democracias populares era total en ese momento. La campaña difamatoria parecía llegar al límite de sus recursos. Aparentemente sólo quedaba la intervención militar. La prensa occidental se llenó de noticias alarmistas sobre movimientos de tropas soviéticas en las democracias populares limítrofes con Yugoslavia, y de advertencias oficiosas sobre la decisión de los Estados Unidos y de los Estados europeos de intervenir en caso necesario. Tito proclamó una vez más la voluntad yugoslava de hacer frente a toda eventualidad. Y en lugar de intervención militar soviética hubo el proceso de Rajk y la segunda resolución del Kominform contra Yugoslavia. Pero antes se puso en circulación una nueva ”prueba” de la ”traición” de Tito.
Según vimos, a comienzos de 1948 Stalin exigió a los comunistas yugoslavos que cesaran en la ayuda a la lucha armada de los comunistas griegos. El PCY no cedió a esta exigencia, pero su condena por el Kominform le colocó en situación extremadamente precaria – como es fácil comprender después de todo lo expuesto – para continuar prestando su asistencia a los combatientes griegos en la medida que éstos necesitaban. A partir de la resolución del Komin-form, Yugoslavia tuvo que mantener prácticamente sus fuerzas militares en estado de alerta, prestas a entrar en acción si Stalin se decidía por la intervención militar. Por otra parte, la resolución del Kominform tuvo efectos catastróficos en el Partido Comunista griego y en el ejército guerrillero. Muchos de sus cuadros, en efecto, incluido el general Markos, jefe del gobierno revolucionario instalado en las montañas del norte, no aceptaron la condena del PCY y fueron víctimas de una vasta depuración, organizada por Zachariades, secretario general del partido, y otros elementos partidarios del Kominform, que lograron imponerse en la dirección del PCG. A finales de 1948, Zachariades acumuló la secretaría general del partido con el mando supremo de las fuerzas armadas. Como reconoció después la prensa griega, hacia el otoño de 1948 la situación de las tropas gubernamentales, pese a los técnicos y el armamento americanos, era alarmante. El ejército revolucionario había tenido en el curso del año una serie de éxitos espectaculares. Desde finales de 1948, después de la eliminación de Markos y de la depuración antiyugoslava, la marcha de la guerra civil sufrió un cambio radical a favor de los gubernamentales, que la prensa griega atribuyó al talento estratégico del general Papagos. Todavía hoy está por esclarecer si este nuevo curso de la
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guerra civil, que llevaría directamente a la derrota final de las fuerzas revolucionarias en agosto de 1949, estuvo determinado fundamentalmente por la intensificación de la intervención militar americana (en el primer semestre de 1949 fueron enviados a Grecia, según informaciones de la prensa americana, 152 aviones, 7 000 bombas de aviación, 10 000 camiones militares, 3 840 cañones y morteros, 280 millones de cartuchos y otro material bélico(35)) mientras la ayuda soviética siguió brillando por su ausencia; o si el factor decisivo fue la descomposición interna de las fuerzas revolucionarias a consecuencia de los hechos indicados; o si Zachariades, aplicando directivas concretas de Stalin, puso rumbo conscientemente a la liquidación de la lucha. Probablemente todo se conjugó – con la excepción, tal vez, del ”talento” de Papagos – para llevar al trágico epílogo de la revolución griega. Lo que sí se sabe a ciencia cierta, es que la dirección del Partido Comunista griego, encabezada por Zachariades, no teniendo bastante, por lo visto, con hacer la guerra a la monarquía griega y a los americanos, se lanzó a una guerra larvada y a una propaganda abierta contra el Partido Comunista de Yugoslavia. Obedecía, sin duda, a instrucciones del Kominform, interesado en aprovechar el prestigio de los combatientes griegos dentro del movimiento comunista para reforzar la campaña difamatoria contra los yugoslavos(36). En el verano de 1949, la derrota del ejército popular estaba prácticamente consumada y las tropas monárquicas llegaban a las fronteras de Yugoslavia y Albania. A mediados de julio el gobierno de Belgrado anunció su intención de cerrar la frontera, explicando la decisión por las repetidas incursiones de las tropas monárquicas griegas en territorio yugoslavo. Inmediatamente la radio ”Grecia Libre”, controlada por Zachariades acusa a Tito de haber ayudado a la ofensiva gubernamental en la zona fronteriza. La campaña antititista exultó: ¡Tito se había vendido a los americanos y a los monárquicos fascistas griegos, había apuñalado por la espalda al ejército democrático! El 28 de agosto, la radio de Moscú difundió un comunicado del Ministerio de la Defensa albanés anunciando también el cierre de la frontera y precisando que ”a fin de salvaguardar la paz, todas las personas armadas procedentes de Grecia, sean monárquico fascistas o democrátas, serán desarmadas”. Pero esta medida, como procedía de un gobierno controlado por Moscú, no era una ”puñalada por la espalda”; era sólo una medida para ”salvaguardar la paz”. Hasta la muerte de Stalin la versión vigente en el movimiento comunista puede resumirse en este juicio de una revista comunista francesa: ”El gobierno de Truman hubiera perdido en Grecia, como ha perdido en China, si la traición de Tito no hubiese permitido, in extremis, a los imperialistas anglosajones ganar la partida en el plano militar.”(37) Después de la muerte de Stalin la ”traición” de Tito desapareció como por encanto de las explicaciones oficiales de la derrota griega, cuyas causas fueron reducidas a dos: la intervención americana y los errores de la dirección del PCG encabezada por Zachariades. Las responsabilidades de Stalin y del Kominform están aún por investigar.
Parece muy probable que el cierre de la frontera no estuvo motivado únicamente por la razón oficial dada en Belgrado. Perseguía otros dos objetivos: impedir la irrupción en territorio yugoslavo de fuerzas armadas obedientes al Kominform (análogamente a como en el caso albanés se trataba de impedir la entrada de elementos armados proyugoslavos(38)) y hacer un gesto que facilitase las relaciones con Wáshington en el momento en que la amenaza de intervención militar soviética parecía concretarse, según vimos más arriba, en forma alarmante. En éste, como en otros actos ulteriores de su política exterior (por ejemplo, el pacto balcánico con Grecia y Turquía), si Tito no vendió su conciencia lo mismo que el cobre por lo menos tuvo que dotarla de gran elasticidad. ¿Le dejaba Stalin otra alternativa? En cierto aspecto, la situación de la revolución yugoslava era más dramática que la de la revolución de Octubre. Frente al cerco capitalista, la revolución de Octubre contó, al menos, con la asistencia activa del proletariado revolucionario internacional. Pero frente al cerco del imperialismo ruso, camuflado bajo la etiqueta socialista, y del movimiento comunista, totalmente alienado todavía por los mitos ”soviéticos”, el único recurso defensivo de la revolución yugoslava en el plano exterior fue aprovechar la ”guerra fría” entre el imperialismo capitalista y el nuevo género de imperialismo que entraba en escena. Todo el problema era si la alianza tácita con los Estados Unidos y sus vasallos, así como con el ala reformista del movimiento obrero, sería compatible con el desarrollo de la revolución socialista en el plano interior. O explorar esta vía
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tortuosa o inmolarse ante el colonialismo estaliniano: tal fue el dilema inexorable en que se encontró la revolución yugoslava.
Los procesos Según la propaganda del Kominform, desarrollada a partir de la resolución de 1948 y enriquecida con las nuevas ”pruebas” que los acontecimientos iban suministrando, la herejía yugoslava había seguido hasta el verano de 1949 el siguiente itinerario: en una primera fase, Tito y compañía pasaron del marxismo-leninismo al nacionalismo; colocados en la pendiente nacionalista, se deslizaron en una segunda fase al antisovietismo, enfrentándose con la Unión Soviética y el partido bolchevique, lo cual marcaba su abandono total del internacionalismo (porque, como es bien sabido, la actitud hacia la URSS es la piedra de toque del internacionalismo); y finalmente rodaron al campo imperialista, comenzando, incluso, a convertirse en fascistas. El pecado original, pues, era el nacionalismo. Pero este esquema tenía el inconveniente de acreditar, en cierta forma, a los dirigentes yugoslavos como patriotas, héroes de la independencia nacional. Su función denigratoria era eficaz ante los comunistas ”maduros”; pero podía ser contraproducente entre la población no comunista de las democracias populares, cuyos sentimientos nacionales se rebelaban contra la dominación rusa, e incluso entre una parte de la masa comunista recién llegada al partido en esos países. El proceso de Rajk tuvo por finalidad aportar la ”prueba documental, indiscutible”, de que Tito y sus colaboradores no sólo no habían sido nunca marxistas, comunistas, sino tampoco patriotas: no habían sido – ya desde la guerra contra los hitlerianos – más que despreciables agentes a sueldo de los servicios secretos hitlerianos o angloamericanos, a los cuales habían vendido la soberanía y la independencia nacional de Yugoslavia. El verdadero patriotismo, tanto en Yugoslavia como en las otras democracias populares – ”demostraba” el proceso de Rajk – estaba indisolublemente ligado a la fidelidad a la URSS, garantía suprema de la independencia nacional de esos países. (La ”prueba” suministrada por los procesos de Moscú de que Trotski, Bujarin, etc., eran agentes de Alemania y el Japón, tuvo también como objeto – aspecto que no suele destacarse – desacreditarlos ante el patriotismo de las masas soviéticas, enfilado en aquellos años contra el peligro de agresión alemana y japonesa.)
Laszlo Rajk era miembro del Partido Comunista húngaro desde comienzos de los años treinta, cuando estudiaba en la Universidad. Combatió en España en las Brigadas Internacionales. Después de la derrota de la república española fue internado en los campos franceses. Dirigió en la clandestinidad el Partido Comunista húngaro durante la Resistencia. Fue ministro del Interior de la democracia popular húngara desde su formación hasta poco después de publicarse la resolución del Kominform contra Tito, en que pasó al puesto de ministro de Relaciones exteriores. El 15 de junio de 1949 se dio a la publicidad un comunicado del Comité Central del partido comunista húngaro (llamado Partido de los Trabajadores húngaros) en el que se anunciaba la expulsión del partido de Rajk y Szonyi – otro dirigente del partido – por ser ”espías de las potencias imperialistas y agentes trotsquistas”. El 10 de septiembre el gobierno húngaro hizo pública el acta de acusación contra Rajk y otros personalidades del partido y del Estado. El 17 del mismo mes se abrió el proceso en una gran sala de Budapest. Las sesiones eran públicas y como el espacio resultaba insuficiente se distribuyeron invitaciones. Asistieron sesenta periodistas extranjeros. Pravda envió al novelista Boris Polevoi. También podían asistir los representantes diplomáticos. El gran espectáculo, reproducción exacta de los procesos de Moscú, se desarrolló de manera impecable. Todos los acusados confesaron los delitos que se les imputaban y algunos más. Rajk fue condenado a muerte y ahorcado junto con tres de sus coacusados. A dos jefes del ejército se les concedió la gracia, en honor al uniforme, de ser fusilados. Los restantes procesados fueron condenados a largos años de cárcel. En 1956, después del XX Congreso, las autoridades húngaras reconocieron que todo había sido una farsa. Rajk fue ”rehabilitado”. Trescientos mil trabajadores, estudiantes e intelectuales desfilaron por las calles de Budapest rindiéndole honores nacionales y exigiendo la liquidación del sistema político que hacía posible la fabricación de semejantes farsas criminales por los mismos que se decían representantes del proletariado y del socialismo. Poco después entrarían en acción los tanques soviéticos para salvar in extremis a ese sistema. Les sirvió de alibí que las fuerzas
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reaccionarias húngaras y los agentes verdaderos del imperialismo trataron de aprovechar, como era lógico, la sublevación obrera y popular, para llevar el agua a su molino. Pero uno de los principales motivos de la intervención armada soviética, lo mismo que de la realizada doce años después en Checoslovaquia – donde por no contar con el alibí utilizado en Hungría tuvieron que inventarlo – fue impedir que se hiciera toda la luz sobre los crímenes políticos en las democracias populares. De ahí que aspectos esenciales de su montaje interno, sobre todo los que conciernen a la intervención de los principales organizadores, los dirigentes soviéticos y sus servicios secretos, sigan siendo desconocidos hasta hoy, pese a las revelaciones de algunas de las víctimas supervivientes(39). Pero su significación y móviles políticos están suficientemente claros. En el caso del proceso de Rajk el mismo fiscal los definió con meridiana claridad:
”Este proceso no es, propiamente hablando, el proceso de Laszlo Rajk y de sus cómplices: son Tito y sus acólitos los que están en el banco de los acusados [...] Está claro que condenando a Laszlo Rajk y su banda de conspiradores, el tribunal del pueblo húngaro condena igualmente, en el sentido político y moral, a los traidores de Yugoslavia, la banda criminal de Tito, Rankovitch, Kardelj y Djilas. En esto consiste precisamente la importancia internacional del proceso.”
Como dice con exactitud Fejto, en su Historia de las democracias populares, ”el proceso de Rajk no fue más que un ersatz del proceso de Belgrado que no pudo tener lugar; más que acusado, Rajk era un testigo, el principal testigo a cargo contra Tito”(40). En sus ”confesiones” Rajk comenzaba por autorretratarse como un ser abyecto, vil, vendido desde 1931 – apenas ingresado en el partido – a la policía de Horthy. Si marchó a España (donde fue herido tres veces), no lo hizo para combatir al fascismo sino para servir a la Gestapo. Como agente de la Gestapo actuó en los campos de concentración franceses, donde fueron internados los combatientes de las Brigadas Internacionales, lo mismo que en la Resistencia húngara, al frente del partido comunista clandestino. De análoga manera se autorretrataron los otros acusados. Y una vez que habían dejado bien sentada su condición de polizontes y espías – con lo que, al parecer, su testimonio quedaba revestido ante el tribunal estaliniano de la máxima credibilidad y dignidad –, los acusados pasaron a actuar como acusadores de los dirigentes yugoslavos, explicando que en tal y tal fecha, y en tales y tales circunstancias, todos ellos habían sido reclutados por la Gestapo, o el. Segundo Buró francés, o el espionaje angloamericano. De creer estas explicaciones, las Brigadas Internacionales eran un vivero de policías y espías, los cuales fueron expedidos, desde los campos de concentración franceses, a los países del este. Allí, situados al frente de los partidos comunistas clandestinos y de las respectivas Resistencias, siguieron reclutando polícias y espías entre los comunistas. Resultaba que la guerra revolucionaria yugoslava, muy particularmente, estuvo organizada y dirigida por agentes de la Gestapo. Lo mismo la Resistencia húngara. Agentes polivalentes, porque al mismo tiempo lo eran de los angloamericanos y de otras policías. Una vez derrotados los alemanes, esa cohorte de espías fue acaparada, naturalmente, por los servicios de Allan Dulles, jefe del espionaje americano en Europa. Sobre las otras democracias populares, el proceso de Budapest no aportaba precisiones: se limitaba a dejar sentado implícitamente que el ”complot monstruoso de los imperialistas” no podía por menos de tener en ellas sus ramificaciones. Y apuntaba algunas de las pistas para descubrirlas: miembros de las Brigadas Internacionales, comunistas exilados en Occidente antes de la guerra, militantes de las Resistencias interiores, etc. Sobre todo, claro está, aquellos que hubiesen mantenido contactos con los dirigentes comunistas yugoslavos, los cuales pasaban a ser espías por antonomasia. ¿Y qué dirigente comunista de las democracias populares no había tenido alguna vez relaciones con los yugoslavos?
Lo mismo podía decirse de los líderes comunistas occidentales. Si la metodología del proceso de Rajk se hubiera aplicado consecuentemente, debería haberse llegado a la conclusión de que los órganos directores de los partidos comunistas de Francia, Italia, España, etc., estaban probablemente infestados de policías en no menor medida que los de las democracias populares. Y no hablemos ya de las altas esferas del Partido Comunista soviético, que al fin y al cabo eran las que más ”contactos” habían tenido con los espías descubiertos o potenciales de todos los restantes partidos comunistas, empezando por el de Yugoslavia. A partir de esa plausible hipótesis, y
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remontándose hacia el pasado de una serie de personalidades comunistas occidentales y orientales – como se hacía con Rajk, Tito, etc. – se podía llegar fácilmente a la conclusión de que la Internacional Comunista fue creada, en realidad, por el espionaje alemán – ¡aquél sospechoso viaje de Lenin en el vagón precintado a través de la Alemania del Kaiser! –, lo que hubiese permitido dilucidar el punto que hasta hoy permanece oscuro en la historiografía estaliniana: por qué la IC fue dirigida en sus primeros años por expertos agentes de la Gestapo como Zinoviev, Trotski, Bujarin, etc. Luego, en la época del frente popular, la IC habría pasado al servicio del espionaje anglo-franco-americano. A conclusiones semejantes se podía llegar, como es lógico, en relación con el Estado soviético. Afortunadamente, la metodología del proceso de Budapest recubría otra mucho más rigurosa y científica: las listas de espías o candidatos a espías, se confeccionaban previamente en las oficinas de Beria, siguiendo las instrucciones del Infalible. No había riesgo, por tanto, de que la aplicación de una lógica formal llevara a conclusiones erróneas. Sólo después de designados los espías, se coleccionaban los datos ilustrativos de su condición: contactos, reuniones, encarcelamientos (contacto evidente con la policía), relaciones con liberales, socialdemócratas, etc. (superabundantes en la época de las alianzas antifascistas y pruebas evidentes de contactos con la burguesía), tratos con las misiones militares o diplomáticas angloamericanas (¿qué dirigente comunista de cierta categoría no había tenido alguna relación directa o indirecta con ellas en la época de la ”gran alianza”?), prueba suprema de la conexión con el imperialismo y sus servicios secretos, etc. Una vez que el Infalible, asesorado por sus servicios, decidía que tal comunista era un espía, la acumulación de los datos ilustrativos, de las ”pruebas irrefutables” – como decía el acta de acusación de Budapest – era cosa sencilla. No había más dificultad que la de la selección. Aquí es donde a veces fallaban los servicios, debido a la rutina burocrática, imperante en este dominio como en todos los demás. Por ejemplo, entre los voluntarios de las Brigadas Internacionales que, según el relato de Rajk, fueron enviados por la Gestapo a Yugoslavia, desde los campos de concentración franceses, había bastantes que nunca habían estado en dichos campos, y uno de ellos – Vukmanovitch – que ni siquiera había estado en España. Pero aparte estos ligeros errores burocráticos, el método indicado – la designación previa de los espías o candidatos a espías – permitía poner límites en el tiempo y en el espacio al encadenamiento lógico, y dejar localizada la epidemia a la zona y el periodo convenientes, según los problemas políticos e ideológicos que se trataba de resolver. En aquellos años, el Infalible decidió que la epidemia de espías en el movimiento comunista se localizaba preferentemente en los países del glacis y, sobre todo, en el que había rechazado el honor de ingresar en él.
Dos meses y medio después de Hungría, le llegó el turno a Bulgaria. El fiscal general de esta república dio a la publicidad, el 30 de noviembre, el acta de acusación contra ”el grupo de conspiradores y criminales encabezado por Traicho Kostov”. A Kostov se le conocía en el movimiento comunista como viejo revolucionario, fundador con Dimítrov, del Partido Comunista búlgaro, colaborador durante algún tiempo de los órganos dirigentes de la Komintern, templado en treinta años de actividad clandestina, luchas de masas, insurrecciones armadas y, finalmente, de labor dirigente en la democracia popular. Pero según el acta de acusación Kostov era otra cosa. En primer lugar tenía – como Rajk y casi todos los convertidos en espías – un pasado trotsquista. ”Sus principales rasgos biográficos – decía el acta- son la doblez, la traición y la conspiración criminal contra los más sagrados intereses de la clase obrera y del pueblo búlgaro.”(41) Se revelaba que Kostov recomendó a la dirección de la Komintern la utilización de Tito en puestos responsables del partido yugoslavo. (Esta era la única verdad contenida en el acta de acusación y, naturalmente, uno de los cargos más graves.) Kostov no era un agente policiaco tan precoz como Rajk: no se vendió hasta 1942. Poco después pasó al servicio del espionaje inglés, el cual le encomendó ponerse en relación con Tito. Kostov se puso de acuerdo con Tito para derribar el poder popular en Bulgaria mediante el apoyo militar yugoslavo. (Rajk había revelado también su complot con Tito para derribar el poder popular en Hungría, con ayuda de fuerzas militares yugoslavas, las cuales habrían de intervenir disfrazadas de magiares, y en cooperación con unidades del exejército y la expolicía de Horthy, concentradas en las zonas inglesa y americana de Austria.) En el plan de la conspiración
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se incluía la detención y el asesinato de Dimítrov. Tales eran – entre otros no menos graves – los ”hechos” citados por el fiscal.
La gran ceremonia inquisitorial de Sofía se abrió al público el 7 de noviembre – bajo la advocación de la revolución de Octubre – en la sala de Casa Central del Ejército Popular. Allí estaban los periodistas extranjeros, representantes diplomáticos, y las inevitables ”delegaciones obreras”. Era la repetición exacta del espectáculo representado en Budapest. Pero de repente, ante la sorpresa general, se produjo lo imprevisto. Kostov se retractó de las confesiones que había hecho en el curso de la ”instrucción”. Negó tajantemente todos los cargos que se le imputaban. El presidente del Tribunal, desconcertado, ordenó inmediatamente la suspensión de la sesión a fin de que el acusado pudiera releer su deposición. Como si se tratase de un fallo de memoria. Pero al reanudarse la audiencia Kostov mantuvo con firmeza su retractación. Los periódicos búlgaros no informaron de tan intolerable infracción al ritual. La agencia Tass la mencionaba en un despacho de Sofía, calificando de insolente el comportamiento de Kostov(42). El viejo revolucionario, que por lo visto había encontrado fuerzas – a diferencia de los acusados de Budapest – para sobreponerse a las torturas morales y físicas, no cedió en su ”insolencia” durante el resto del proceso. Cuando le llegó el momento de hacer su última declaración ratificó enérgicamente su retractación, pero esta vez los directores del espectáculo estaban ya prevenidos, e inmediatamente que Kostov comenzó a hablar se levantó una tempestad de silbidos y gritos en el público. El sistema de traducción simultánea en cuatro idiomas, con auriculares, destinado a los periodistas extranjeros, dejó de funcionar en el acto. Pese a sus protestas de inocencia, Kostov fue condenado a muerte y ejecutado, lo que dejaba planear un embarazoso interrogante sobre la justicia democrático-popular búlgara. Pero a los pocos días toda duda quedó disipada: la prensa publicó el texto de una carta escrita por Kostov antes de morir, retractándose de su retractación y reconociéndose plenamente culpable. Cuando en 1956 Kostov fue rehabilitado se reveló que esa carta era falsa, lo mismo que todas las acusaciones y confesiones presentadas en el proceso.
La caza y el castigo de herejes había comenzado en las democracias populares desde el momento mismo en que Stalin inicia la ofensiva contra la revolución yugoslava. En Albania, Dodje, secretario de organización del partido y ministro del Interior, muy ligado a los yugoslavos, fue apartado de sus cargos antes de publicarse la resolución del Kominform. Juzgado y condenado en el mayor secreto, junto con otros conocidos dirigentes del partido, en noviembre de 1948, fue ejecutado en junio de 1949. En Rumania, Patrascanu, que había sido secretario general del partido hasta 1945, y después siguió perteneciendo a la máxima dirección al mismo tiempo que regentaba el Ministerio de Justicia, fue detenido en el verano de 1948, junto con otros militantes destacados. Gomulka fue destituido de su cargo de secretario general del partido polaco en el verano de 1948, acusado, entre otros delitos, de nacionalismo, resistencia a la colectivización intensiva de la agricultura, falta de vigilancia, tolerancia para con los intelectuales, y, sobre todo, ”incomprensión del papel dirigente de Partido Comunista (bolchevique) de la URSS”(43). En enero de 1949, Gomulka, el general Spichalski y otros dirigentes fueron excluidos del partido. En Checoslovaquia, la depuración de titistas” y otros ”desviacionistas de derecha”, comenzó inmediatamente después del ”golpe de Praga” – que coincidió con la apertura de la ofensiva de Stalin contra los yugoslavos – y se desarrolló en todo el periodo siguiente, dirigida por Slanski, secretario general del partido. Por tanto, en el año transcurrido desde la resolución del Kominform contra Tito hasta el proceso de Rajk, la purga de los partidos comunistas e instituciones estatales de las democracias populares había cobrado ya proporciones importantes, porque los casos indicados, concernientes a los grupos dirigentes, engloban únicamente los que fueron dados a la publicidad por tratarse de personalidades. Sobre los miles de cuadros medios, militantes de base, revocados de sus cargos o expulsados del partido, no hubo información pública, ni probablemente interna. Supieron de ello, únicamente, los miembros del partido directamente relacionados con cada caso. Pero la gran depuración comenzó con el proceso de Rajk. Este sirvió para concretar la plataforma política e ideológica en que debía basarse la operación en todas las democracias populares, y sobre la que debía, al mismo tiempo,
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intensificarse la campaña contra la que, por decreto de Stalin, había dejado de serlo. Ambos aspectos iban estrechamente ligados.
En la segunda quincena de noviembre de 1949 tuvo lugar la tercera, y última, reunión del Kominform. En su orden del día figuraron tres puntos: ”La defensa de la paz y la lucha contra los promotores de guerra”; ”La unidad de la clase obrera y las tareas de los partidos comunistas y obreros” y ”El Partido Comunista yugoslavo en poder de los asesinos y de los espías”. A los dos primeros puntos, cuyos informantes fueron Suslov y Togliatti, nos referiremos en otro capítulo. Sobre el tercero informó Georghiu-Dej, secretario general del Partido Comunista rumano(44). El informe comenzaba diciendo que los acontecimientos acaecidos desde la resolución del Kominform, y en particular el proceso de Budapest, habían ”confirmado enteramente la justeza de la resolución y destacado el valor excepcional, que desde el punto de vista teórico y práctico reviste ese documento para el movimiento revolucionario mundial”, su ”fuerza genial de previsión”, su ”perspicacia científica”, por lo cual dicha resolución marcaba ”un viraje histórico en la orientación y en la actividad de todo el movimiento revolucionario mundial”. Gracias a ella, los partidos comunistas se habían hecho más conscientes de que la adhesión a la patria del socialismo, a la Unión Soviética, es la piedra de toque y el criterio del internacionalismo”. ”El camarada Stalin – agrega Georghiu-Dej – ha prestado una ayuda inmensa al movimiento comunista internacional. Con perspicacia genial, nos ha puesto en guardia contra una serie de desviaciones ideológicas, contra la confusión, y nos ha ayudado a combatirlas con éxito. Esa ayuda del camarada Stalin ha salvado a numerosos partidos marxistas.”
El valor teórico de la resolución de junio de 1948, su calidad científica, el viraje histórico en la orientación y actividad de todo el movimiento revolucionario mundial, quedaban fundamentados, confirmados, en las confesiones de un supuesto grupo de polizontes y espías. Basándose en ellas – y exclusivamente en ellas – Georghiu-Dej no vacila en hacer afirmaciones tan grotescas como que los jefes comunistas yugoslavos eran al mismo tiempo, durante la guerra, agentes de la Gestapo y del espionaje angloamericano. (Afirmaciones creídas ciegamente por millones de comunistas, lo que por sí sólo revela a qué nivel había descendido el ”marxismo” oficial en ese periodo.)
”Ante la publicación de la resolución del Buró de Información – dice el informe – los monstruos fascistas de Belgrado comenzaron a quejarse de ser víctimas de una injusticia. Pero no tenían más que una idea: ocultar el mayor tiempo posible su pasado sombrío y sus lazos con el imperialismo angloamericano. El proceso de Budapest cayó como un rayo sobre la pandilla de Tito. Los hechos [sic] han demostrado que no se trataba de cualquier clase de faltas, sino de una política deliberadamente contrarrevolucionaria, antisoviética y anticomunista, llevada a cabo por una banda de espías, de confidentes y agentes provocadores profesionales, que desde hacía mucho tiempo formaban parte de la policía y de los servicios de espionaje burgueses. La mayor parte de los actuales dirigentes yugoslavos fueron enviados a su país por la Gestapo, desde los campos de concentración de Francia a partir de 1941 [...] Churchill envió a Yugoslavia [durante la guerra] a su propio hijo, Randolf, encargado de una misión especial cerca de Tito. Más tarde el viejo reaccionario, enemigo jurado de la URSS, tuvo una entrevista personal con Tito. Desde entonces, Tito y su pandilla han gozado de una atención y confianza especiales por parte de los imperialistas. Por otra parte, en sus reveladoras declaraciones, el general yugoslavo Popivoda ha puesto bajo su verdadera luz la posición conciliadora de Tito, Rankovitch y otros para con los invasores hitlerianos y la Gestapo, así como la manera infame como traicionaron a los guerrilleros yugoslavos en los momentos más duros de la guerra [...] Los hechos [sic] revelados en el proceso de Budapest, en la república popular búlgara, en la república popular rumana y en los demás países de democracia popular, han demostrado hasta la saciedad que Tito, Rankovitch, Kardelj, Djilas, Pjade, Gochniak, Maslaritch, Bebler, Mrazovitch, Vukamovitch, Kotche, Popovitch, Kidritch, Nechkovitch, Zlatitch, Velebit, y otros, como Rajk, Brankov, Kostov, Patrascanu, y sus partidarios, son agentes de los servicios de espionaje de los imperialistas angloamericanos. Durante la segunda guerra mundial, esos despreciables espías y traidores ayudaban ya a los imperialistas angloamericanos a preparar los puntos de apoyo para la realización de su plan de dominación mundial.
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Semejante banda de espías y traidores ha sido introducida como caballo de Troya en las filas de los partidos comunistas y obreros. Por orden de sus amos, tenían como objetivo criminal apoderarse de la dirección del partido y del Estado en los países donde la clase obrera ha tomado el poder, de aplastar el movimiento revolucionario y asegurar la restauración de la dominación de la burguesía.”
(Stalin, que se había repartido secretamente Yugoslavia con Churchill, acusaba ahora a Tito de tratos secretos con el ”viejo reaccionario, enemigo jurado de la URSS”. No perdonaba a los comunistas yugoslavos haber desacatado sus directivas durante la guerra, haber realizado una política revolucionaria, en lugar de someterse – como Stalin exigía – a las fuerzas burguesas.)
El informe dejaba establecido que el régimen yugoslavo se había convertido en un régimen fascista, cuartel general del espionaje americano en el sudeste de Europa, destacamento avanzado de la preparación de una guerra contra la URSS y las democracias populares, etc. Y terminaba así:
”¡Alcemos cada vez más alta la bandera victoriosa del internacionalismo proletario, cultivando el amor hacia la Unión Soviética, primer país del socialismo, base del movimiento revolucionario mundial, principal baluarte de la lucha por la paz y la libertad de los pueblos; cultivando el amor al gran Partido Bolchevique, fuerza dirigente del movimiento revolucionario mundial; cultivando el amor al camarada Stalin, educador genial de la humanidad trabajadora y guía de los pueblos en su lucha por la paz y el socialismo!”
Las tenebrosas y rocambolescas historias urdidas por los servicios del Kremlin y recitadas en el proceso de Budapest – una vez bien aprendidas por los recitadores gracias al ancestral y pedagógico método de la tortura –, se transmutaban así en material educativo, marxista-leninista, para ”elevar el nivel político e ideológico” de los comunistas y de las masas trabajadoras, porque sin elevar ese nivel – decía el informe de Georghiu-Dej – ”los partidos de la clase obrera no pueden descubrir y combatir en todas partes al enemigo, cualquiera que sea la máscara bajo la cual se oculte”. El educador genial ya había suministrado un material análogo doce años atrás, sirviéndose del mismo procedimiento de los procesos, pero el nuevo material enriquecía extraordinariamente al marxismo. Los espías trotsquistas y bujarinistas de los años treinta no lograron más que crear algunos grupos fraccionales, rápidamente descubiertos y aniquilados. La historia no había mostrado aún todo lo que podía dar de sí la labor de zapa del imperialismo y de sus servicios de espionaje. Con lo de Yugoslavia y las democracias populares, esos servicios revelaban plenamente sus diabólicos recursos. Habían sido capaces, nada menos, que de organizar y dirigir ellos mismos la guerra antifascista y la revolución proletaria en todo un país, creando luego un Estado de democracia popular, a fin de poderlo utilizar, llegado el momento, para derrocar los regímenes de democracia popular – los verdaderos, los instalados por el ejército soviético – y preparar así las condiciones para una guerra contra la Unión Soviética y la instauración de la dominación mundial del imperialismo. La genialidad del Enemigo sólo tenía parangón en la genialidad del Guía de los Pueblos.
La nueva resolución adoptada en esta reunión del Kominform, sobre la base del informe de Georghiu-Dej, planteaba a los partidos comunistas dos tareas fundamentales formuladas como sigue: 1) ”El Buró de Información de los partidos comunistas y obreros considera que la lucha contra la camarilla de Tito, camarilla de espías y asesinos a sueldo, es un deber internacional de todos los partidos comunistas y obreros”; 2) ”El Buró de Información considera que una de las tareas principales de los partidos comunistas y obreros es la de reforzar por todos los medios la vigilancia revolucionaria en sus filas, denunciar y extirpar a los elementos nacionalistas burgueses y a los agentes del imperialismo, cualquiera que sea la bandera con que se cubran.” Georghiu-Dej hacía una serie de recomendaciones prácticas para llevar a cabo con éxito esta ”vigilancia revolucionaria”. La primera, ”hacer reinar el orden bolchevique en nuestra propia casa, en el partido”, para lograr lo cual ”el medio principal es el control de los miembros del partido”. Había que revisar uno por uno. Y en esta revisión debía tenerse en cuenta que el enemigo ”se esforzará por utilizar hombres de la calaña de Rajk, por aprovechar las más pequeñas debilidades y las más minúsculas lagunas en las filas de los partidos y del aparato estatal, los elementos descontentos, nacionalistas y gentes de pasado dudoso”. Era necesario ”elevar la vigilancia ideológica”, dando
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pruebas de ”verdadera intransigencia bolchevique” frente a todas las desviaciones. ”En ciencia, literatura, pintura, música y arte cinematográfico – subrayaba Georghiu-Dej es preciso ser extremadamente vigilantes y mantener una actitud intransigente hacia toda tendencia extraña a la clase obrera y hacia toda propaganda del cosmopolitismo.” Pero los buenos comunistas no podían llevar a cabo con eficacia esa vigilancia, a todos los niveles, de los malos comunistas, de los que se encubrían con una u otra ”bandera”, si ellos mismos no se educaban política e ideológicamente: ”El reforzamiento de la vigilancia – decía el informe – debe basarse en un trabajo de educación cada vez más intenso.” La quintaesencia de esta labor educacional residía en el cultivo de los tres amores enunciados por Georghiu-Dej al final del informe.
Después de la reunión del Kominform, sobre la base de las orientaciones y métodos allí preconizados, la depuración se intensificó febrilmente en todos los partidos comunistas de las democracias populares, afectando a centenares de dirigentes conocidos y a una enorme masa de militantes y cuadros medios. La historia de esta gran operación no se conoce aún más que muy fragmentariamente, pero los datos que han transcendido son reveladores. En primer lugar, sobre el volumen de la purga(45). El Partido Comunista checoslovaco, que en el momento del ”golpe de Praga” contaba con 1 300 000 miembros, creció vertiginosamente en los meses siguientes, rebasando a fines de año los dos millones. En 1954, no contaba más que con 1 400 000. El de Polonia tenía a fines de 1948 1 400 000; en 1952, 1 100 000. En Rumania pasó de 1 000 000 en 1948 a 700 000 en 1951. El de Hungría, de 1 200 000 en junio de 1948 a 850 000 en febrero de 1951. El Partido Comunista búlgaro tenía 500 000 miembros en diciembre de 1948; en 1951 no llegaba a 300 000. Estas cifras no reflejan exactamente la magnitud de la depuración, por que el reclutamiento continuó en el mismo periodo. Según estimaciones de Fejto, la cifra total de ”depurados” en el conjunto de esos partidos, entre 1948 y 1952, gira alrededor de dos millones y medio. De los cuales fueron detenidos entre 125 000 y 250 000. Se desconoce cuantos fueron suprimidos físicamente. Entre las víctimas figuran numerosos dirigentes y altos funcionarios: tres secretarios generales (Kostov, Gomulka, Slansky), un presidente de la República (Szakasits, en Hungría), varios vicepresidentes del gobierno (Albania, Bulgaria, Polonia, Rumania), decenas de ministros y miembros de la máxima dirección de los partidos, un centenar de generales, etc(46) En Hungría, durante los dos años que siguieron al proceso de Rajk, fueron encarcelados Janos Kadar (el actual secretario general del partido), sucesor de Rajk en el Ministerio del Interior; Gyula Kallai, sucesor de Rajk en el Ministerio de Asuntos exteriores; Losonczy, secretario de Estado en la presidencia del gobierno después de la Liberación, y otros cuadros conocidos. Sandor Zold, que reemplazó a Kadar en el Ministerio del Interior cuando éste fue detenido, se suicidó en 1951 para evitar la detención. Los veteranos dirigentes comunistas rumanos Vasili Luca (ministro de Finanzas) y Teohari Gheorghescu (ministro del Interior) – el cargo de ministro del Interior fue el más peligroso de todos durante ese periodo, se podía tener la casi seguridad de ser justiciador y justiciablefueron detenidos en 1952. Luca fue condenado a muerte pero indultado. En el mismo año se eliminó de la dirección del partido y del gobierno – sin detenerla – a Ana Pauker, ministro de Relaciones exteriores y personalidad muy conocida del movimiento comunista desde los tiempos de la Internacional. En Polonia, Gomulka – que como dijimos fue destituido de la secretaría general del partido en 1948 – quedó eliminado del gobierno en enero de 1949. En noviembre del mismo año se le excluyó del partido junto con Kliszko, otro viejo líder comunista, el general Spichalski y algunos más. En agosto de 1951 se vio el proceso de un nutrido grupo de generales y oficiales, acusados de espionaje y alta traición. Según las ”revelaciones” de los procesados, Gomulka y Spichalski se proponían instaurar en Polonia un régimen de tipo titista, y reintegrar a Alemania los territorios occidentales. Pero Gomulka no fue procesado. Lo que no le evitó ser encarcelado desde finales de 1950 hasta el verano de 1956. El Partido Comunista checoslovaco sufrió una primera ola depuradora en el curso de 1948, organizada por Slanski, secretario general del partido. Después de la reunión del Kominform, se inició una nueva ola. ”Esta vez será mucho más severa que en 1948”, anunció Slanski en julio de 1950. Y, en efecto, comenzó por barrer al núcleo dirigente del partido eslovaco (Clementis, ministro de Relaciones exteriores del gobierno central, Hussak – el actual depurador, presidente entonces del Consejo de comisarios eslovaco –, Novomeski, comisario de
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Educación, y otros), y terminó por barrer al propio Slanski y otros destacados dirigentes del partido checoslovaco, acusados de alta traición, sabotaje espionaje y complicidades con el sionismo. Su proceso se vio en diciembre de 1952. Slanski y diez acusados más, todos ellos veteranos comunistas, fueron ahorcados(47).
En su demoledor panfleto sobre la degeneración del marxismo en ideología cínicamente justificativa con ribetes religiosos, Kostas Papaioannu desempolva la confesión de un demonio exorcizado sobre las reliquias de los santos Marcelino y Pedro, que reza así: ”Yo soy satélite y discípulo de Satán. Durante largo tiempo fui portero del Infierno pero desde hace algunos años, con once de mis compañeros, me dedico a devastar el reino de los Francos. Así como nos fue ordenado, nosotros somos los que hemos destruido el trigo, el vino y todos los otros frutos que nacen de la tierra para el uso del hombre.” ”¿Quién no reconoce – comenta KP – la confesión de un ”monstruo trotsquista” o de un ”judeotitista”? Todo está: el oscuro origen (las puertas del infierno, los bajos fondos de la reacción), la brusca pro moción al rango de saboteador calificado, la abyecta sumisión a las directivas de un centro satánico, trotsquista, titista u otro.”(48) En efecto, las confesiones que los comunistas luciferinos recitaban antes de subir al patíbulo o descender al infierno carcelario, recuerdan extrañamente los exorcismos medievales, en su doble función de explicación y conjura de las calamidades naturales y los males sociales. Todas las dificultades que surgían en las nuevas ”construcciones del socialismo”, todos los males que minaban el glacis, aparecían explicados, justificados, por la secreta actividad de las bandas demoniacas de los Rajk, Kostov, Gomulka, Patrascanu, Slanski, etc., servidores del Judas-Tito, a su vez servidor del Satán-Truman. De análoga manera a como en 1936 1938 las distorsiones económicas y las tensiones políticas de la sociedad soviética habían sido explicadas por la no menos demoniaca acción de las bandas trotsquistas-bujarinistas. Escuchemos al fiscal del proceso de Slanski.
”Ciudadanos jueces: [...] Hemos podido observar en toda su monstruosidad la fisionomía moral de estos criminales. Nos hemos dado cuenta del peligro que nos amenazaba a todos. Los crímenes desvelados nos han permitido conocer las causas reales de los graves defectos que se habían revelado en numerosos sectores de la actividad del partido, el Estado, la economía, [...] Como pulpos de mil tentáculos, se habían incrustado en el cuerpo de nuestra república para chuparle la sangre y el tuétano [...] Durante cierto tiempo han podido falsear la justa política de nuestro partido, falsificar los informes, las cifras, los expedientes de los cuadros; engañar a la dirección gottwaldiana del partido, e incluso engañar con insolencia [sic] al mismo presidente.”(49)
Después de poner al descubierto, gracias a los delitos imaginarios de criminales imaginarios, las causas reales de todos los graves defectos habidos y por haber; después de reclamar castigo ejemplar para los ”monstruos de rostro humano”, las requisitorias de los procuradores, y frecuentemente las mismas confesiones de los ”monstruos” – dotados no sólo de rostro humano sino de lenguaje ”marxista-leninista” – terminaban llamando a fortalecer la unidad monolítica en torno a la dirección estaliniana, a proteger la pureza del marxismo-leninismo y redoblar la vigilancia revolucionaria, practicar la autocrítica y – muy especialmente – cumplir y sobrepasar las normas de producción.
”Los conspiradores han causado a nuestro país – terminaba diciendo el procurador que acabamos de citar – inmensas pérdidas, cifradas en miles de millones, pero nosotros realizaremos victoriosamente las tareas del plan quinquenal y edificaremos una vida nueva, una vida radiante, tanto para nosotros como para las generaciones que nos sigan. El esfuerzo infatigable de las masas de millones de trabajadores hace frente a un puñado de conspiradores. Estos últimos días han llegado al tribunal millares de cartas, rebosantes de indignación, expresando la firme decisión de nuestros trabajadores de reparar, en un mínimo de tiempo, todos los prejuicios que nos han causado esos vendidos al imperialismo [...] Siempre más vigilante, siempre más firme y apiñado en torno a sus dirigentes, a Klement Gottwald, nuestro partido comunista conduce al pueblo hacia un porvenir radiante.”(50)
Una vez ahuyentados los espíritus malignos y quemados los posesos, el camino hacia la Tierra de promisión quedó despejado ante el disciplinado rebaño del Señor.
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”¿Por qué no ver [en los procesos] – sugiere Papaioannuuna especie de ”autocrítica” indirecta, ”mágica”, del régimen mismo, una venganza de la historia sobre la ideología que tan obstinadamente la había negado?”(51) ¿Por qué no, en efecto? Cuando en los años treinta el movimiento real de la sociedad soviética, sus contradicciones y conflictos -reflejados en los estrangulamientos económicos, las tensiones sociales, la sorda oposición dentro y fuera del partido – llegaron a un punto en que no podían ser silenciados, ni tampoco justificados por defectos ordinarios en la ejecución de la siempre justa política del partido, el régimen hubo de echar mano de explicaciones ”mágicas”. No podía recurrir al método marxista – el de Marx – porque este método implica la crítica sin cortapisas, la discusión absolutamente libre, la investigación sin tabús, y el régimen era la negación misma de esas condiciones. Para autoenjuciarse de manera marxista tenía que comenzar por autoliquidarse. Tampoco podía recurrir a su ideología, el ”marxismo” oficial, porque la función de esta ideología consistía precisamente en encubrir las contradicciones, no en desvelarlas; en hacer la apología del sistema, no su crítica; en mistificar el movimiento real, no en reflejarlo y explicarlo racionalmente. Los males del sistema, de los que era forzoso dar cuenta, tenían que se presentados como ajenos a su naturaleza, a sus estructuras y superestructuras; como importados por agentes extraños a la sociedad soviética. Algo semejante ocurrió diez años después con las democracias populares. Ni el régimen ”soviético” ni los regímenes de ”democracia popular” podían soportar el análisis marxista del conflicto con Yugoslavia, ni de las relaciones instauradas entre Moscú y los países del glacis, ni de la naturaleza verdadera de los sistemas políticos establecidos en ellos, ni de los efectos económicos, sociales, etc., de esos factores. Tampoco podían echar mano del ”marxismo” oficial, cuya función, más si cabe que en los años treinta, era puramente apologética y justificativa. Hubo que recurrir de nuevo a las explicaciones ”mágicas”. La historia, el movimiento real, se vengó solapadamente, una vez más, de los burócratas y de su cínica ideología. Pocos años después, con cierto ”informe secreto”. y otros acontecimientos, la venganza comenzaría a tomar dimensiones homéricas.
El poder sugestivo de la ”magia” estaliniana, como de la antigua magia, dependía de la ocultación de sus procedimientos y manipulaciones. Una vez que éstos fueron desvelados – siquiera fuese muy parcialmente – el encantamiento se derrumbó, dejando paso a la náusea y la crisis de conciencia de los que habían tomado por el mejor de los mundos marxistas el mundo de la mentira y la policía. Muchos, no obstante, se aferraron desesperadamente a los pobres residuos de su maltrecha fe, y nuevos creyentes ingenuos colmaron los claros dejados por los que se decidieron a intentar redescubrir el marxismo, o por los que perdieron definitivamente toda esperanza. Pero esta historia la abordaremos más adelante. Aquí nos vamos a referir solamente al problema de los mecanismos internos de la ”magia” estaliniana. L’Aveu de Arthur London proporciona a este respecto un material de excepcional interés, aunque no extraiga de él todas las conclusiones que lógicamente se desprenden. Además de confirmar e ilustrar lo ya conocido y en parte confesado – sólo en parte – por las autoridades oficiales correspondientes (que no hubo crímenes ni criminales, lo único criminal eran los procesos mismos), el testimonio de London pone en evidencia que los procesos tenían como finalidad política la expuesta en las páginas precedentes. Pero lo más importante, a nuestro juicio, de L’Aveu es que desmonta el mecanismo de los procesos, muestra cómo eran concebidos y realizados.
El punto de partida era un esquema general elaborado en función de los objetivos políticos buscados. Algo así como el primer esbozo del guión de una película. A continuación se estudiaba qué actores reunían las características adecuadas para desempeñar los principales papeles. Por ejemplo, en el proceso de Budapest, lo esencial era que el primer actor hubiera tenido abundantes relaciones con los dirigentes comunistas yugoslavos, además de haber trabajado en la clandestinidad, haber sido detenido alguna vez, ser de origen pequeño burgués, etc. Como los servicios encargados del asunto podían disponer de los archivos del partido relativos a los cuadros, con las biografías detalladas que cada uno había hecho en su momento, la selección no ofrecía gran dificultad. Una vez escogidas las personas idóneas, se procedía a enseñarles su papel, combinando el secular y probado método de la tortura física y moral con la utilización de la experiencia y
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formación de partido de los seleccionados. En el curso de esta fase se comprobaba si el candidato reunía en efecto las condiciones supuestas, si aprendía bien su papel, o si por el contrario oponía inesperada resistencia a los convincentes argumentos de los instructores. Así se iba precisando la selección de los actores, al mismo tiempo que se concretaba el guión, enriqueciéndolo con circunstancias, detalles, datos, no previstos en el esbozo inicial, porque una vez cogidos en el engranaje y rota toda resistencia moral, los llamados a desempeñar, en ”bien del partido”, el papel de espías, agentes provocadores, pequeño burgueses degenerados, judíos-sionistas, etc., se convertían en eficaces colaboradores de la farsa. El trabajo se hacía colectivo. Los comunistas-torturadores-instructores y los comunistas-criminales se emulaban en llevar a la perfección la trama de la historia inventada y la formulación de las confesiones, de manera que no se escaparan frases confusas (por ejemplo: en tal fecha y lugar me entrevisté con el yugoslavo fulano de tal, en lugar de la fórmula exacta: en tal fecha y lugar me entrevisté con el espía titista fulano de tal). Una vez redactada la confesión con las estructuras, los datos y las formulaciones que se ajustaban exactamente a lo que ”el partido necesitaba”, no restaba más que aprendérsela de memoria sin fallo alguno, sin olvidar los momentos en que el presidente del tribunal interrumpiría para hacer determinada pregunta (cuya formulación el acusado debía aprenderse, lo mismo que el presidente del tribunal), ni la respuesta prevista. Finalmente llegaba la representación de la pieza – la vista del proceso – en la que todo estaba minuciosamente previsto, ordenado, cronometrado. Rara vez se producían sorpresas desagradables, como la provocada por Kostov en el proceso de Sofía, o años atrás por Krestinski en uno de los procesos de Moscú. Los detalles de todo este mecanismo, del que no hacemos más que una descripción ultraesquemática, pueden verse en el libro de London. Lo que en su relato tiene importancia excepcional es el papel desempeñado por la llamada – en la terminología ”marxista-leninista” – formación de partido.
A la altura en que nos encontramos del presente ensayo, sobran largas explicaciones sobre los rasgos característicos de esa ”formación”. En cada comunista la convicción de ser un revolucionario marxista se entretejía con concepciones y comportamientos totalmente extraños al marxismo. Si la divisa de Marx, reflejada en toda su obra, era De omnibus dubitandum(52), la de sus epígonos, al cabo de un siglo, se resumía en la fe del carbonero: ”El partido tiene siempre razón”, y si alguna vez se equivoca ”es preferible equivocarse con el partido que tener razón contra él”; Stalin es infalible; la Unión Soviética, cosa sagrada. La fidelidad a Stalin, al partido bolchevique (identificado a Stalin), a la Unión Soviética (identificada al partido bolchevique y a Stalin), era considerada como la característica esencial de todo buen militante. Durante más de veinte años las sucesivas promociones comunistas se habían formado en este marxismo borreguil, exorcizado de sus demonios marxianos. Conjugada con la fe ciega en Stalin y en todo lo que provenía de la URSS, la vida interna de los partidos comunistas, el hábito de no discutir ni examinar críticamente la política y las directivas llegadas de lo alto; la norma invariable de estar unánimemente, monolíticamente, de acuerdo, habían moldeado de tal manera la mentalidad de los comunistas, y creado en ellos tales reflejos condicionados, que resultaban presa fácil de cualquier mistificación envuelta en fórmulas ”marxistas-leninistas” y avalada con la etiqueta soviética. En relación con la técnica de los procesos, además de esos ingredientes intervino otro de particular importancia constitutivo también de la ”formación de partido” el método de la ”autocrítica”. Lo mismo que la crítica y la discusión habían sido vaciadas de su contenido originario, convertidas en glosas aprobatorias y aburridas de las orientaciones y directivas superiores, la ”autocrítica” que solía practicarse en los partidos comunistas apenas guardaba relación con el significado comúnmente admitido del concepto. El militante u organismo afectado cargaba, por lo general, con las culpas colectivas, y sobre todo con las de las instancias superiores. Hacía de chivo expiatorio. Y esto a todos los niveles. Después de la catástrofe del año 1933, la dirección del Partido Comunista alemán hizo de chivo expiatorio de los errores de Stalin y del Comité Ejecutivo de la IC. En 1947, en la reunión fundacional del Kominform, les tocó a los dirigentes comunistas franceses e italianos servir de chivos expiatorios del oportunismo de la política estaliniana en el periodo de la ”gran alianza”. Entre las confesiones de los procesos y esas ”autocríticas” a que estaban habituados los militantes y los partidos, existía estrecha conexión. En ambos casos se trataba de que determinados individuos o instancias
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asumieran las responsabilidades colectivas, al mismo tiempo que se ocultaban o mistificaban los problemas reales, y se exaltaban las instancias superiores. La diferencia consistía en la naturaleza de los ”delitos”, y en que para llegar a las ”autocríticas” de los procesos se requería la intervención de la tortura, en acto
o como amenaza. La ”formación de partido” era condición necesaria, pero no suficiente, para que los comunistas llegasen a aceptar el papel de espías, provocadores, etc., en nombre del ”interés superior” del partido. La tortura hacía de partera en ese sacrificio supremo, digno de los dioses aztecas. En resumen, la ”formación de partido” había hecho aptos a los comunistas tanto para asumir el papel de ”espías” como para creer en las confesiones de los ”espías”, cuyo lenguaje, estructura y estilo eran tan sorprendentemente parecidos a los de las ”autocríticas” habituales. Del Destino dependía que fuesen llamados a desempeñar uno u otro papel. El libro de A. London es una escalofriante ilustración de esa ligadura íntima entre la ”formación de partido”, la fabricación de las ”confesiones” y la credulidad de los comunistas en ellas.
Lo mismo L’Aveu que otros documentos aparecidos durante la efímera ”primavera” checoslovaca confirman lo que desde el XX Congreso resultaba evidente, aunque no hubiese prueba documental: los procesos de las democracias populares fueron directamente organizados por los especialistas soviéticos. En ocasiones con la intervención personal, sobre el terreno, de los máximos dirigentes del Kremlin(53). El monstruoso aparato policiaco, encabezado por Stalin y Beria, en cuyas manos se encontraba el Partido Comunista y el Estado soviéticos – como Jruschev reconoció en su ”informe secreto” – era el mismo que controlaba, auxiliándose de las policías indígenas, todo el glacis. El punto de ruptura con Yugoslavia fue precisamente, como vimos, la resistencia de Tito y sus colaboradores a permitir la instalación de ese aparato. Y una de las finalidades de los procesos en las democracias populares fue romper toda resistencia a su implantación aún más profunda y ramificada en dichos países. El silencio que el ”informe secreto” observa a este respecto habla elocuentemente de las proporciones que debió revestir el hecho. Su revelación hubiera representado asestar un golpe mortal al mantenimiento ulterior del control soviético sobre el glacis.
En julio de 1953, cuando aún no había terminado la fantástica caza de espías proseguida durante cinco años en las democracias populares en nombre de la vigilancia revolucionaria y bajo la calificada dirección de los especialistas soviéticos en la materia, recién fallecido el especialista número 1, el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética anunció que el especialista número 2 había sido desenmascarado como agente de los servicios secretos imperialistas. Según información confidencial de los jefes soviéticos a los jefes de los partidos del Kominform, la prueba decisiva de que Beria era también espía consistía en que al detenerle se le encontró una carta dirigida a Rankovitch, pidiéndole que le pusiera en contacto con Tito(54)
La Gran Depuración de ”espías” y de auxiliares directos o indirectos de ”espías”, dirigida por el ”espía” Beria, bajo la superdirección del Gran Vigilante, fue uno de los componentes esenciales – efecto y causa al mismo tiempo – del curso político que secó en los partidos comunistas de las democracias populares la savia revolucionaria aún viva en los años precedentes; que iba a configurar los regímenes respectivos según el modelo policiaco del régimen soviético estaliniano, llevando al extremo su burocratización, liquidando toda forma de libertad, haciendo de la mentira ley y de la ley una farsa, frenando el desarrollo técnico y científico, falseando los análisis económicos – y cualquier análisis –, aprisionando la cultura en las estulticias del zdanovismo, fomentando el nacionalismo que pretendía combatir, alimentando la rusofobia que pretendía extirpar, desacreditando los ideales socialistas. Ese curso político trasladó a las democracias populares los dramas del régimen soviético, con el agravante del drama que representaba el menoscabo de la soberanía nacional. La desatinada campaña de difamación contra Yugoslavia, y la imposición de los diktats soviéticos a las otras democracias populares, puso en entredicho la hipótesis marxista de que la revolución proletaria habría de crear relaciones fraternales entre los pueblos, basadas en la igualdad y la libertad.
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Ese curso político estuvo estrechamente determinado por el que siguió internamente el régimen soviético en los años comprendidos entre la victoria antihitleriana y la muerte de Stalin. Las profundas contradicciones del sistema estaliniano se agravaron en ese periodo, y la burocracia gobernante intentó superarlas con los métodos – ya tradicionales – de represión ideológica y policiaca, al mismo tiempo que el culto de. Stalin tomaba las proporciones que son bien conocidas. Bajo el efecto de las contradicciones internas y de la previsible desaparición del siniestro anciano, se exacerbó la lucha de camarillas por el poder. Pero el análisis de esta evolución del régimen soviético y de la crisis que abrió en él la muerte de Stalin lo abordaremos en la tercera parte de nuestro estudio, lo mismo que el de la crisis de las democracias populares, concienzudamente preparada por los aprendices de brujo estalinianos. Estas crisis revelaron que en la Unión Soviética el ”sistema” contaba aún con sólidas bases en una población anestesiada por treinta años de mitos y de regimentación política, paralizada por la red omnipresente de la policía secreta; en una población ansiosa, ante todo, después de tantas privaciones y sacrificios, de un poco de bienestar material; mientras que en las democracias populares sus bases eran sumamente frágiles. Aquí la crisis puso en movimiento a considerables grupos sociales, particularmente entre la intelectualidad, la juventud estudiantil y la clase obrera. Se reveló la debilidad política de las burocracias dirigentes, cuya formación no había sido producto de un largo proceso orgánico, a diferencia de lo que sucedía en el caso soviético, y se encontraban sometidas a la triple y contradictoria presión de las fuerzas progresistas internas, de los restos de las antiguas clases dominantes, y de las imperiosas exigencias soviéticas.
La campaña contra el titismo en los partidos comunistas de Occidente Los partidos comunistas del mundo capitalista hicieron suya, unánimemente, la gran operación policiaco-ideológica-política montada por el Kremlin. Inmediatamente de aparecer la primera resolución del Kominform contra el PCY, el comité director del Partido Comunista italiano publicó un breve comunicado en el que declaraba: ”Después de haber escuchado el informe de los camaradas Togliatti y Secchia sobre la reciente reunión de la Oficina de Información de los partidos comunistas, el Comité Director ha aprobado por unanimidad y sin reserva alguna las decisiones adoptadas por la Oficina de Información.” El Buró Político del Partido Comunista francés hizo simultáneamente una declaración parecida. Siguiendo los métodos tradicionales, ambos organismos dirigentes adoptaban decisión tan grave sin contar para nada con los militantes de base y los cuadros intermedios. Pero al menos podían aparentar que daban ese paso con conocimiento de causa, después de que sus representantes en la reunión del Kominform les habían informado. En cambio, los organismos directores de los restantes partidos del mundo capitalista no habían tenido la más mínima intervención en el asunto, como no la tuvieron en la fundación del Kominform ni en la ”discusión” de la política adoptada por éste. Se enteraron de la condena de los yugoslavos por la prensa. Pero todos adoptaron inmediatamente – sin pedir más explicaciones ni esperar a que se las dieran – sus correspondientes resoluciones, aprobando también ”sin reserva alguna” la condena de los que hasta la víspera pasaban por modelos de revolucionarios. De análogo modo procedieron ante la segunda resolución del Kominform, en la que se afirmaba que el PCY estaba en manos de ”asesinos y espías” y que la revolución yugoslava se había transmutado en fascismo. Y todos los partidos comunistas del mundo capitalista aprobaron con la misma incondicionalidad la gran purga de las democracias populares, los veredictos de los sucesivos procesos, la ejecución, el encarcelamiento y la liquidación política de centenares de comunistas conocidos por su larga actividad revolucionaria; admitieron como la cosa más natural del mundo la metamorfosis de esos hombres en ”espías”, ”perros de presa” del imperialismo, ”monstruos fascistas”, etc.
Durante más de cinco años, la campaña pública e interna en torno a la herejía yugoslava y a la caza de herejes en las democracias populares alcanzó tales proporciones en los partidos comunistas de los países capitalistas que dejó pequeña a la campaña desarrollada en los años treinta contra el trotsquismo, al mismo tiempo que reverdecía esta última. Un papel particularmente vergonzoso nos tocó desempeñar a los dirigentes del Partido Comunista de España. El prestigio que el PCE había conquistado en el movimiento comunista internacional por su combate de los años 1936-1939 sirvió
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para acreditar las infames acusaciones lanzadas contra los hombres que arriesgaron su vida en tierras de España, luchando codo con codo con los comunistas y antifascistas españoles. ”Fingiéndose amigos, camuflándose entre los combatientes venidos de todos los países a defender la causa de la libertad en España, los espías titistas ayudaban al verdugo Franco, apuñalando por la espalda al pueblo español – declaraban los portavoces oficiales del PCE. Más tarde, los espías titistas, continuando su vil actividad de provocación en los campos de concentración de Francia, causaron la muerte de miles de republicanos españoles. Los hitlerianos pudieron localizar y asesinar a muchos de los más heroicos combatientes españoles sirviéndose de los miserables espías titistas [...]”(55) Cada partido comunista dio su contribución ”original” a la operación montada por el Kremlin. Incluso los líderes comunistas chinos, cuya experiencia podía permitirles comprender mejor que nadie el fondo verdadero del conflicto sovieticoyugoslavo, no faltaron a la cita de Stalin. La resistencia de Mao a la jefatura soviética había precedido en bastantes años, según vimos en la primera parte de este estudio, a la de Tito. Y análogamente a lo sucedido con la revolución yugoslava, la revolución china pudo alcanzar la victoria gracias a que sus dirigentes desacataron las directivas de Stalin – el cual trató de imponerles, como a los yugoslavos, una política de unión nacional subordinada a las fuerzas burguesas y a los imperativos del compromiso duradero que Stalin buscaba con el imperialismo americano. Pero en 1949 esos mismos dirigentes calificaban de ”traidores” y ”renegados” a los comunistas yugoslavos, declaraban que de haber seguido el camino titista ”no hubiera sido posible alcanzar la liberación nacional de China” y ésta se habría convertido en ”colonia del imperialismo”, como Yugoslavia(56). Sin embargo, la actitud del Partido Comunista chino en este asunto fue más moderada y discreta que la de otros partidos, en particular los europeos. Y dentro de éstos también hubo diferencias. La palma de la campaña antititista fuera del ”campo socialista” se la llevó, sin duda, el Partido Comunista francés. Haciendo balance de la labor afectuada en este terreno y llamando a intensificarla, uno de los dirigentes del PCF escribía en junio de 1950: ”No pasa día sin que nuestra prensa inserte informaciones o artículos sobre la situación en Yugoslavia. Pero este trabajo tiene frecuentemente un carácter formal, improvisado, poco metódico [...] Hay que mejorar considerablemente la calidad de los textos y no sólo su número. Nuestra prensa debe considerar la acentuación de la campaña contra Tito como un objetivo de primera importancia.”(57) La campaña de prensa fue completada con la edición masiva de hojas y folletos, como el titulado La Yougoslavie sous la terreur de Tito. El PCF no se limitó a la propaganda. Organizó ”la lucha de masas” contra el envío de material ”militar” a Tito:
”Lo que se ha hecho en Figeac, contra la fabricación de hélices para Tito, y en Niza, a propósito de la rampa de lanzamiento de V 2 que se creía destinada a Tito, no es más que un comienzo [...] Hay que extenderla a todo el país, y en particular a regiones como Grenoble donde se fabrican importantes pedidos de material eléctrico para Tito.”(58)
El PCF organizó también una campaña contra las visitas a Yugoslavia lanzando la consigna: ”¡Ni un solo joven obrero honrado, ni un solo estudiante sinceramente progresista, ni un solo joven demócrata de Francia debe ir a Yugoslavia durante las vacaciones!” Y contra las manifestaciones artísticas yugoslavas en Francia:
”No solamente la Exposición del arte medieval yugoslavo en París, sino las representaciones cinematográficas yugoslavas, hubieran debido ser ocasión para los comunistas y los partidarios de la paz de demostrar, en formas apropiadas, qué política se camufla tras esa propaganda artística, en apariencia neutra y desinteresada, que se dirige a los medios intelectuales pequeño burgueses, especulando con su mentalidad vacilante, inestable y crédula.”
(El PCF exigía a los ”partidarios de la paz” que tomaran posición contra Tito, fautor de guerra.) Con la autoridad de quien sólo reconoce, como buen marxista, los hechos científicamente demostrados y los delitos jurídicamente probados – tales como la conversión del socialismo yugoslavo en fascismo, los crímenes de los espías Rajk, Kostov, etc. –, el autor del texto que venimos citando se escandaliza de la credulidad e ingenuidad de los intelectuales franceses, incapaces de percibir las perversas intenciones antisoviéticas e imperialistas que persigue la Exposición del arte medieval yugoslavo: ”Hay como para sonrojarse, exclama, de la ingenuidad de
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algunos intelectuales franceses, que han tolerado y soportado tan grotescas supercherías, bajo el pretexto de que eran arte puro.”(59) Hasta el deporte yugoslavo representaba un peligroso propagador de la herejía titista. Afortunadamente, la prensa comunista había dado pruebas en este terreno deportivo de firmeza doctrinal y la dirección del partido subraya el caso, presentándolo como ejemplo a seguir en el dominio cultural: ”La firme actitud de la prensa de nuestro partido con ocasión de las manifestaciones deportivas yugoslavas puede servir de modelo de lo que debe hacerse también en el dominio cultural.”(60)
En junio de 1951, Etienne Fajon presentó en la revista política del PCF el balance de la evolución seguida por Yugoslavia desde la ruptura de 1948, y las lecciones que se desprendían de los procesos en las democracias populares. El artículo llevaba por título: ”La clarividencia del partido bolchevique y los crímenes de la camarilla fascista de Tito”. He aquí algunos pasajes:
”En lo que se refiere a la situación interior, la camarilla titista ha liquidado completamente el régimen de democracia popular [...] Para facilitar la restauración completa del capitalismo, el gobierno ha ”descentralizado” el año último el sector económico del Estado (que por otra parte había cesado de ser el bien del pueblo, puesto que el poder se encontraba en manos de los enemigos del pueblo). La dirección de las empresas ha sido confiada a pretendidos ”consejos obreros”, que recurren ampliamente al capital privado, en virtud de la situación catastrófica de la economía yugoslava [...] La explotación de la clase obrera yugoslava es atroz [...] Ciertas empresas cuentan un 70 % de obreros tuberculosos [...] Reina por doquier una represión sangrienta y salvaje, en particular contra los comunistas fieles al internacionalismo proletario y a la independencia de su patria. Decenas de miles son encarcelados, torturados a muerte, asesinados cobardemente [...] El gobierno de Belgrado ha liquidado completamente la independencia de la república yugoslava, reducida actualmente al papel de colonia y de base al servicio de los multimillonarios americanos [...] Desde 1949, el proceso de Rajk en Hungría y el de Kostov en Bulgaria permitieron desvelar el verdadero pasado de la camarilla dirigente yugoslava. Quedó demostrado que se trataba de vulgares espías, ligados desde hacía mucho tiempo a los servicios de información de Wáshington y de Londres. Una de las principales tareas asignadas a estos miserables, en la preparación de la tercera guerra mundial, consistía en organizar complots contra el nuevo régimen en los países de democracia popular, y preparar, en combinación con los traidores locales, los golpes de Estado contrarrevolucionarios indispensables para transformar esos países en bases de agresión contra la URSS. La extensión de este plan, que la resolución del Buró de Información contribuyó a aplastar en el huevo, ha sido ilustrada recientemente con el descubrimiento de la actividad criminal de Clementis y consortes en Checoslovaquia.”(61)
Este breve muestrario de la acción del Partido Comunista francés contra la ”camarilla fascista de Tito” y en apoyo de los procesos, da idea de lo que fue análoga acción en los demás partidos comunistas del Occidente. Pero no en todos – según hemos señalado más arriba – tuvo la virulencia francesa. La campaña contra el titismo del Partido Comunista italiano, por ejemplo, fue de intensidad notablemente menor que la del PCF. Y de tono menos agresivo. Considerada retrospectivamente, parece como si en la acción de los comunistas italianos contra el titismo hubiese faltado el celo y la incondicionalidad prosoviéticos que resaltaban en la de los comunistas franceses. Las actas del VII Congreso del PCI, celebrado en abril de 1951, apenas contienen referencias al problema. La más explícita es de Togliatti, pero en la casi totalidad de las restantes intervenciones la cuestión titista brilla por su ausencia(62). Ello reflejaba, indudablemente, ciertos rasgos diferenciales del PCI respecto al otro ”grande” del comunismo occidental – rasgos que se acentuarían ulteriormente –, así como la gravitación de importantes consideraciones de política interior, en particular la preocupación de preservar las relaciones unitarias con los socialistas. El PCF no tenía nada que perder a este respecto porque su aislamiento no podía ser mayor. Y algo parecido sucedía con la mayor parte de los partidos comunistas, sobre todo en Europa y América. Al mostrarse como instrumentos incondicionales de la política del Kremlin, incluso en lo que ésta tenía de más oscurantista y policiaco, los partidos comunistas de Occidente agravaron su aislamiento. En aquellos años de ”guerra fría” y maccartysmo su complicidad con el ”maccartysmo estaliniano” privaba a los comunistas de autoridad moral y política ante grandes sectores obreros, democráticos y progresistas. El problema mismo de la lucha contra el peligro de guerra quedaba falseado desde el momento que se incluía a Yugoslavia entre las principales bases del imperialismo
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americano, y se disimulaba bajo esta mistificación la situación explosiva que la política estaliniana había creado en las fronteras de Yugoslavia con el ”campo socialista”.
Incluso en el seno de los partidos comunistas, pese a la apariencia monolítica que ofrecían, pese a la credulidad de sus miembros en la ”traición” de los Tito, Rajk, Kostov, Gomulka, etc., pese a los efectos, más arriba analizados, de la ”formación de partido”, la duda comenzó a instalarse en la conciencia de muchos comunistas. De manera indirecta, deformada, este fenómeno se reflejaba en las intervenciones de los jefes.
”Los militantes, las organizaciones del partido, están lejos de oponer siempre una barrera infranqueable a las tentativas de penetración policiaca – planteaba Thorez en su informe ante el XII Congreso del PCF – . Con su rectitud nativa, los trabajadores no pueden concebir a qué innobles procedimientos de delación y provocación recurren sus enemigos de clase. No pocos camaradas dan prueba de una ingenuidad que los provocadores aprovechan para la ejecución de su vil faena. Los procesos de los traidores Rajk y Kostov han mostrado, sin embargo, que esos espías y su jefe Tito, estaban desde hace mucho tiempo a sueldo de los servicios de información angloamericanos [...] ¿Podemos creer que los actuales gobiernos y sus patrones americanos no intentan introducir sus agentes en el movimiento obrero y democrático? ¿No vemos la utilización que hacen de su agencia titista y de los grupitos trotsquistas?”(63)
Partiendo de esas consideraciones del secretario general, Etienne Fajon precisaba la manera de proceder: ”Hay que golpear sin vacilación, públicamente y con una amplia explicación política, cada vez que pueda descubrirse en el partido un agente titista o todo otro agente policiaco. Y guardémonos de prestar oído a las posibles retractaciones: obedecen únicamente a la regla del doble juego que desde tiempo inmemorial es enseñada a los agentes del enemigo.”(64) Los casos de Tito, Rajk, Kostov, Gomulka, etc., se convertían en modelo para discernir la penetración policiaca en el seno del partido. La necesaria lucha contra este riesgo – comprensible para todo militante revolucionario – era explotada para aplastar en germen cualquier duda o divergencia, y en particular cualquier duda sobre la política estaliniana. Como decía la revista intelectual del PCF, lo ocurrido con Tito y demás ”espías”, demuestra ”la fatalidad de una traición que comienza desde el momento mismo que un comunista pone en duda la fidelidad incondicional a la URSS”(65).
En esta atmósfera de terrorismo ideológico, de espionitis y provocación política, los comunistas que tenían dudas sobre lo que estaba ocurriendo en el ”campo socialista” optaron generalmente por callárselas, antes que correr el riesgo de ingresar en la categoría de espías y agentes provocadores. Pero incluso los conflictos internos que surgían, o habían surgido en el periodo precedente, sin relación con el asunto titista, eran ligados al ”gran complot” del espionaje imperialista descubierto gracias a la clarividente vigilancia de Stalin. En el Partido Comunista de España, por ejemplo, una serie de casos sucedidos en el periodo comprendido entre la derrota de la república y 1949 fueron englobados en la siguiente versión:
”El caso de la banda fascista de Tito en Yugoslavia el proceso de Rajk y sus cómplices en Hungría; la acusación contra Kostov en Bulgaria, ahora, muestran que los servicios de información angloamericanos realizaron durante la guerra enormes esfuerzos para incrustar sus agentes dentro de los partidos comunistas; muestran que dichos servicios heredaron los agentes que la Gestapo había reclutado entre los cobardes y renegados, traidores al partido, caídos en sus manos. En España ha sucedido algo semejante. El partido conoce la experiencia de Monzón, Trilla y algunos otros, que se transformaron en agentes del enemigo. Aprovechando las circunstancias excepcionales en que se desenvolvieron durante algún tiempo, el enemigo les había rodeado de una aureola de ”resistentes”, de ”héroes”. Les orientaba a penetrar en el Comité Central y en el Buró Político del partido. De hecho durante un periodo consiguieron encaramarse en la dirección de las organizaciones del partido en Francia, Africa del norte e incluso España. Si el partido y su dirección hubieran sido débiles frente a esos traidores, si no hubieran tomado medidas políticas enérgicas para barrerlos de la circulación, ¿hasta dónde habrían podido llegar? Ellos hubieran sido los Tito, los Rajk y los Kostov españoles [:..] Exactamente igual ha sucedido antes con el grupo provocador de Hernández y Castro, y antes aún, en el PSU de Cataluña, con los del Barrio, Serra Pamies, Víctor Colomer, Ferrer y compañía. El partido y su dirección no han vacilado en barrer esa escoria, conscientes de que depurándose el partido se fortalece. Si se hubiera permitidola continuación de tales elementos degenerados y corrompidos en el partido, se hubiera transigido con ellos [...] ¿Qué nos dirigiría
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hoy, nuestros principios revolucionarios marxistas-leninistas-estalinistas, nuestra identificación con el frente de los partidos comunistas y obreros, con la URSS, con el partido bolchevique y el gran Stalin, o los gánsters y aventureros de los servicios de información franquistas y anglosajones? [...] La respuesta es obvia: el partido, al depurarse de los émulos de Rajk y Kostov, de los agentes del enemigo, se ha hecho más fuerte, más sólido. Ultimamente, la expulsión del traidor Comorera de las filas del PSUC es otro paso en esa dirección. Al seguir esa conducta nuestro partido es fiel a las enseñanzas y al ejemplo del partido bolchevique.”(66)
(En toda esa lista de ”casos” – como luego hubo de recononocerse, aunque no se dijo públicamente – no había ningún caso de traición, si bien alguno de los citados (concretamente Enrique Castro) pasó años después a las filas franquistas. Se trataba de divergencias políticas, o de luchas intestinas por la dirección, o de problemas de corrupción personal, pero no de espionaje ni de provocación policiaca, por lo menos hasta prueba de lo contrario. La aureola de resistentes que algunos tuvieron – por ejemplo Monzón, y otros que no se mencionan, como Quiñones – no la fabricó el enemigo sino el papel que en realidad habían desempeñado, con aciertos y errores.)
Pocos fueron los partidos comunistas que no descubrieron la existencia en sus filas de agentes titistas, antisoviéticos, nacionalistas, policiacos, y aunque no podían emular en la organización de procesos contra ellos con los partidos en el poder, llegaron lo más lejos posible dentro de las condiciones capitalistas. El caso más resonante fue el de André Marty y Charles Tillon, que estalló en el PCF en los últimos meses de 1952. Los dos, miembros del Buró Político del partido; los dos, aureolados con su participación en la sublevación de los marinos franceses del Mar Negro, en defensa de la joven república soviética, y con su participación en la guerra civil española. El segundo, uno de los principales organizadores de las fuerzas armadas de la Resistencia francesa. Ambos fueron acusados de una serie de ”graves delitos” que se resumían en ”haber puesto en entredicho la dirección política estaliniana del secretario general del partido, del camarada Maurice Thorez”; en haber conspirado fraccionalmente contra el jefe que garantizaba, entre otras virtudes del partido, su ”adhesión incondicional e indefectible a la Unión Soviética”(67). Los dos acusados – según los acusadores – habían dado signos alarmantes de nacionalismo antisoviético, lo que naturalmente les lanzó por la ”misma pendiente que a Tito: ”Sus concepciones – se afirmó – tienen estrecha analogía con las de Tito.” Entre los síntomas de la ”inadmisible desconfianza de Marty” hacia la Unión Soviética se mencionó que durante un viaje a Moscú, en 1949, ”manifestó desconfianza, como mínimo, en relación con los organismos de seguridad del Estado socialista”(68). Como el viejo Marty se resistió a entonar el mea culpa, el Buró Político decidió, para simplificar, que era un ”polizonte”. En concepto de tal fue excluido del partido. A Tillon se le dejó en la base, condenado al ostracismo político. Además de este caso espectacular, en el PCF hubo otros muchos de menor monta, como el del profesor Marcel Prenant, acusado de antisovietismo por poner en duda las teorías biológicas de Lisenko. En la Historia del PCF escrita por un grupo de militantes (entre ellos Prenant y otros conocidos combatientes de la Resistencia) que en aquellos años comenzaron a enfrentarse con los métodos estalinistas, se describe así la situación creada en el partido:
”El temor a acusaciones infamantes reducía al silencio a los militantes. Las destituciones, procesos, exclusiones arbitrarias, despertaban dudas entre muchos camaradas. Para el que dudaba comenzaba un largo martirio moral. Se le acusaba por todos lados. Hiciera lo que hiciera estaba perdido. Si entraba en la autocrítica a ultranza que se le exigía, proporcionaba la base de su condena. Si rehusaba acusarse de errores o crímenes que no había cometido, su ”resistencia a la autocrítica” era tomada como prueba de su calidad de agente consciente del anticomunismo. Mientras que las ”comisiones investigadoras” de las democracias populares y de la URSS llevaban la ”instrucción” de los asuntos hasta la tortura y la condena a muerte, [en Francia] la comisión central de control del partido calumniaba, suscitaba ”testimonios” y provocaba al militante incriminado hasta la exclusión infamante.”(69)
En Francia, como en otros países, numerosos militantes abandonaron silenciosamente el partido, otros permanecieron en él ahogando sus dudas, que pronto habrían de tener dramática confirmación, Pero, por lo general, sólo algunos intelectuales se decidieron a expresar públicamente su reprobación, acompañada de la baja en el partido(70).
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Entre los intelectuales de izquierda no comunistas la repulsa contra el curso que tomaban los partidos comunistas y la URSS fue casi general. Durante la guerra y en los primeros años de la postguerra los partidos comunistas europeos habían extendido considerablemente su influencia en los medios intelectuales. La reaparición de la Inquisición estaliniana produjo un reflujo brutal. Al zdanovismo, los procesos, la campaña de mentiras sobre Yugoslavia, vinieron a sumarse las primeras informaciones sobre la existencia de campos de concentración en la URSS. El conjunto era más que suficiente para que todo espíritu libre, no protegido por las anteojeras del partido, tuviera que interrogarse sobre la naturaleza del régimen y del partido político que producía y albergaba semejantes fenómenos. Dato sintomático: de la edición francesa de El Cero y el Infinito de Koestler, aparecida en 1947, se vendieron más de 400 000 ejemplares(71).
Como para completar este aspecto de Iglesia medieval que el movimiento comunista presentaba en aquellos años, el culto de Stalin – iniciado en la década del treinta, intensificado durante la guerra y postguerra – adquirió a partir de 1948 tonalidades casi místicas, amorosas, que el final del informe de Georghiu-Dej sobre ”El partido comunista yugoslavo en poder de los asesinos y espías”, traducía elocuentemente (véase p. 477). La reunión del Kominform donde fue presentado ese informe se efectuó en vísperas del setenta aniversario de Stalin (diciembre de 1949). El anatema paroxístico fulminado contra el Enemigo se conjugó con la glorificación no menos paroxística del Salvador. (Recordemos un pasaje del informe: ”Con su perspicacia genial [...] el camarada Stalin ha salvado a numerosos partidos marxistas.”) De todos los rincones del planeta llegaron al Kremlin caravanas de ofrendas. Los artículos de Mólotov y Málenkov dedicados al fausto acontecimiento, después de describir el itinerario terrenal del Guía, sus actos y obras inmortales, terminaban así:
”Por eso es tan iliminada la confianza de los trabajadores de nuestro país en la sabia dirección estalinista, tan recia su fe en el genio de Stalin, tan inmenso el amor del pueblo soviético y de los trabajadores de todo el mundo por el camarada Stalin [...] Con el sentimiento de una gratitud inmensa los pueblos de la Unión Soviética, cientos de millones de todos los pueblos del mundo, dirigen sus miradas hacia el camarada Stalin. La humanidad progresiva ve en el camarada Stalin su guía y maestro amado, confía y sabe que la causa de Lenin y Stalin es invencible.”(72)
”¿Puede ser comunista el que no lleve en su corazón una afección sin límites por Stalin, el Jefe, el amigo, cuyo 70 aniversario hemos celebrado con fervor?” – clamaba Thorez, bajo una tempestad de aplausos en el XII Congreso del PCF(73). Entre los innumerables panegíricos de esos años, tal vez ninguno resume mejor la beatería reinante en el movimiento comunista que la dolorida crítica de Les Lettres Françaises al retrato de Stalin hecho por Picasso:
”¿Dónde están expresados en este dibujo la bondad, el amor de los hombres, que se encuentran en cada fotografía de Stalin? [...] Este dibujo no refleja en manera alguna el carácter de Stalin, luminoso de inteligencia y fraternidad [...] No expresa lo que representa para nosotros el camarada amado, el padre de todos, el hombre que más amamos, en cuya muerte no podemos creer [...] La nobleza, la bondad, que caracterizan en el más alto grado el rostro inmortal de Stalin están más que ausentes [...] ¿Qué se ha hecho de la irradiación, la sonrisa, la inteligencia, la humanidad en fin, tan visibles sin embargo en los retratos de nuestro querido Stalin? [...] Picasso corre el riesgo de sembrar la incomprensión y la confusión entre los comunistas y los amigos de nuestro partido.”(74)
En efecto, hasta ese momento todo estaba claro para los buenos comunistas, y era lástima que la irrespetuosa genialidad del gran artista sembrara la confusión. A los pocos días una noticia – increíble para todo buen comunista – apartó la atención del rostro anodino salido del lápiz picassiano. Un comunicado del Ministerio del Interior de la URSS, fechado al 4 de abril, anunciaba la rehabilitación y puesta en libertad de las eminencias médicas detenidas meses atrás, acusadas de complot contra el poder soviético. El asunto se había hecho público el 13 de enero. Según Pravda, esas celebridades de la medicina soviética, condecoradas varias de ellas con la Orden de Lenin, habían confesado que en lugar de hacer lo posible por curar a Zdanov y otros dirigentes del partido, procedieron metódicamente a su asesinato, sirviéndose del propio tratamiento médico, y luego se pusieron a preparar el asesinato de Stalin y algunos militares. Judíos la mayor parte, confesaron también – ¡no faltaba más! – que actuaban por cuenta del sionismo, del espionaje americano y del
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Intelligence Service(75). Pero resultaba que todo era mentira, y las confesiones, revelaba el comunicado del 4 de abril, habían sido arrancadas con la tortura, ”violando la legalidad”. Salvo excepciones – sobre todo entre médicos comunistas, los cuales difícilmente podían hacerse a la imagen del médico-asesino en el ejercicio mismo de la profesión – los comunistas habían creído, una vez más, en la realidad del complot. Lo decía Pravda, es decir, el portavoz por antonomasia de la Verdad; lo decía la justicia soviética, es decir, la Justicia; y por otra parte, al cabo de cinco años de complots en serie la cosa había entrado en las costumbres. Si tantos eminentes comunistas de brillante historial revolucionario resultaron ser ”monstruos de rostro humano”, no era raro que existieran ”monstruos de rostro humano y bata blanca”. Lo increíble para los comunistas fue el comunicado del 4 de abril, infinitamente más susceptible de sembrar la confusión que el retrato picassiano. Por primera vez en la historia del régimen soviético se reconocía oficialmente que un complot, gemelo de tantos otros, era una farsa. Por primera vez se reconocía la utilización de la tortura. Por primera vez se reconocía que altos jefes de la seguridad soviética montaban falsos complots y arrancaban confesiones sirviéndose de la tortura. De golpe, todo comenzaba a estar oscuro.
Para restablecer la claridad, sobre todo en previsión de los muchos complots y procesos que tal vez sería preciso ”anular”, los herederos del difunto necesitaban fabricar un chivo expiatorio de alto nivel. Nadie más indicado, por lo pronto, que el jefe máximo de la policía secreta. Una vez ”desenmascarado” el nuevo Azew(76) todo volvió a ser diáfano y luminoso, como venía a decir el comunicado del Buró Político del partido-piloto entre los partidos comunistas de Occidente:
”El Buró Político del Partido Comunista francés – declaraba el comunicado – es plenamente solidario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, que al desenmascarar al agente del imperialismo internacional, Beria, y al impedirle proseguir su criminal faena, ha prestado un nuevo y gran servicio a la causa del movimiento obrero internacional. El Partido Comunista francés aprueba y felicita al Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética: a) por haber hecho fracasar los planes de Beria, dirigidos a apoderarse de la dirección de partido y del Estado, con objeto, en fin de cuentas, de restaurar el capitalismo; b) por haber impedido a ese criminal sabotear el reforzamiento y el desarrollo de la agricultura soviética y minar los kolj oses con el fin de crear dificultades al abastecimiento de la Unión Soviética; c) por haber puesto a ese agente de los imperialistas en la imposibilidad de perjudicar a la amistad de los pueblos de la URSS, base fundamental del Estado socialista multinacional. Las esperanzas de los imperialistas en su agente Beria se han revelado vanas, y nadie puede impedir que, más unido y fuerte que nunca, el glorioso Partido Comunista de la Unión Soviética, modelo para todos los partidos comunistas y obreros, conduzca a la Unión Soviética en su marcha adelante por la vía de la edificación del comunismo.”(77)
Pero el De omnibus dubitandum de Marx hizo su primer nido en la conciencia de miles de comunistas. Y la brecha abierta por la revolución yugoslava en el monolitismo estaliniano comenzó a ensancharse.
4. El relevo oriental Si los comunistas, que son parte del gran pueblo chino, carne de su carne, aplican el marxismo sin tener en cuenta las particularidades de China, resultará un marxismo abstracto, vacío de todo contenido. La tarea que el partido debe comprender y resolver urgentemente es aplicar el marxismo a las condiciones concretas de China. Hay que acabar con las fórmulas hechas del extranjero [...] Hay que arrinconar el dogmatismo y adquirir la manera y el estilo chinos [...] Separar el contenido internacional de la forma nacional es lo propio de gentes que no comprenden absolutamente nada del internacionalismo. Mao, 1938.
En diciembre de 1947 – cuando en las dos Europas los partidos comunistas entraban en la tenebrosa etapa kominformiana, mientras el capitalismo cobraba nuevo impulso en todo el Occidente – Mao Tse-tung planteaba ante el Comité Central del Partido Comunista chino:
”Se ha producido un viraje en la guerra revolucionaria del pueblo chino. El ejército popular de liberación ha rechazado la ofensiva de varios millones de soldados de las tropas reaccionarias de Chiang Kai-chek,
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a m
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enaz
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quí,
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l y e
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los
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moc
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atin
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l, y
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lmen
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del c
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lism
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esen
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xito
s en
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últim
os 2
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os e
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,o
sea,
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mía
s de
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rem
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rien
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omo
Japó
n, C
orea
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wán
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gapu
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asia
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te m
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n m
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ospa
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n, p
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lism
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mo:
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27