Post on 11-Jun-2015
La muerte de Ivan Illich
El libro comienza por la muerte de Iván Illich. Éste ha muerto, y todos sus
compañeros de trabajo están tristes, pero a la vez contentos, de saber que es otro
el que ha muerto, y no ellos. Todo comienza con la visita de Piotr Ivánovich a la
casa del difunto, y desde aquí, la novela comienza un viaje al pasado, donde el
autor nos contará la vida completa de Iván Illich..
El padre de Iván Illich fue Illiá Efímovich Golovín, que hizo su carrera de estudios
en San Petersburgo y su oficio fue de consejero privado. Iván fue el segundo de
sus tres hijos. El mayor se dedicó al empleo de su padre y el pequeño fracasó Iván
era el término medio entre los dos, y era llamado “El Fénix de la familia”.
Iván Illich se educó en la Escuela de Jurisprudencia, y después de diez años de
estudios, se compró un traje y se fue para ejercer como funcionario para misiones
especiales a las órdenes del gobernador (gracias a una carta de recomendación
de su padre). En esta etapa de su vida, Iván Illich era un muchacho serio y
disciplinado, así pasó cinco años, hasta que se crearon nuevos organismos y
ocupó una plaza como juez de instrucción. Esto le obligó a trasladarse y
despedirse de sus amigos y relaciones, con esta nueva plaza, más personas
estaban en manos de Iván, y con unas palabras selladas en un papel, podía hacer
lo que quisiese con ellas. Esto le hacía muy feliz, aunque nunca abusaba de su
poder. Iván Illich trabó nuevas amistades, se dejó barba y comenzó a jugar al
whist; Iván Illich conoció a Praskovia Fiódorovna. Mijel, a la que solía sacar a
bailar cuando podía, y la mujer con la que finalmente se casó. Era una mujer de
alta sociedad y, sin duda, Iván sentía verdadero amor por ella.
La mujer de Iván Illich se embarazó, comenzó a exigir a su marido que le cuidara y
empezó a decirle palabras soeces. Entonces, Iván Illich comenzó a buscar una
vida independiente de su esposa, e hizo así del trabajo el centro de su vida.
Tres años después, a Iván le nombraron sustituto del fiscal, lo que le unió más al
trabajo y le separó de su familia. Nacieron más hijos y la esposa se volvió cada
vez más gruñona.
Siete años después, le nombraron fiscal en otra provincia. Allí, su esposa no
estaba cómoda y, aunque ganaba más, la vida estaba más cara. Además,
murieron dos hijos. Esposo y esposa se aislaron uno del otro, hasta llegar a no
hablarse. Para Iván, lo más importante era su cargo, el poder y sus compañeros,
pasando así para él todo de forma agradable.
Siguieron otros siete años de esta forma, se les murió otro hijo, la hija mayor
cumplía dieciséis años y el otro chico, que estudiaba Bachillerato, tenía su futuro
incierto. El padre quería que estudiara en la Escuela de Jurisprudencia y la madre
quería que ingresara en un gimnasio.
Iván esperaba un puesto mejor y rechazó varios traslados. Un señor le quitó una
plaza buena e Iván riñó con él y con sus superiores, por lo que comenzaron a
tratarle con frialdad.
A Iván Illich le empezaron a venir deudas y perdió mucho dinero, por lo que en
verano se fue a una aldea con su familia y después decidió trasladarse a San
Petersburgo para pedir un cargo en otro ministerio, y así ganar 5000 rublos en
lugar de 3500 que ganaba ahora, dando además una lección a sus superiores.
Justo entonces, la administración hizo un cambio, poniendo a un amigo de Iván en
un puesto importante, por lo que el amigo le ascendió, quedando dos grados más
alto y con un sueldo de 5000 rublos más 3500 para el traslado. Su esposa también
se alegró, y a él le gustó ver cómo se rebajaron sus superiores.
Iván partió solo hacia San Petersburgo y encontró una casa perfecta, comenzando
a empapelar la casa y a comprar muebles. Estaba tan contento, que no cesaba de
imaginar cómo quedarían todas las salas. Pensaba que le habían quitado quince
años de encima, y se sentía un joven lleno de vitalidad y energía.
En una ocasión, dieron una fiesta. La mujer tenía ya un plan, e Iván quería
encargar tartas y bombones a la pastelería. Al final se encargaron, pero sobraron
muchos y la cuenta de la pastelería fue muy alta, por lo que hubo una fuerte
discusión.
Todos tenían buena salud, aunque Iván Illich se quejaba en ocasiones de un dolor
en el costado izquierdo. Iván seguía con su mal humor hacia su esposa, y su
relación era casi imposible.
A Iván le dolía la parte izquierda del vientre cada vez más, y su mujer le aconsejó
ir al médico. Iván no quería, pero al final aceptó y el médico le hizo una visita. El
doctor dedujo que era un riñón flotante o el intestino ciego, y cuando Iván le
preguntó sobre si su estado era peligroso, el médico no quiso contestar. Por esto,
Iván dedujo que estaba mal, al principio seguía la medicación y las
recomendaciones del doctor, pero el dolor no disminuía y dejó de seguirlos.
Varios expertos en medicina le visitaron, ofreciéndole diferentes remedios. Iván los
fue probando todos y, al ver que ninguno remediaba su dolor, decidió elegir un
médico y atenerse a sus prescripciones. Iván lo intentó, pero no fue capaz de
hacerlo, el mal sabor de boca que tenía Iván fue en aumento, y esto le ponía triste,
cosa que enfadaba a su familia, el tiempo fue pasando y, en muchas ocasiones,
Iván comía alimentos prohibidos por el médico y se acostaba tarde .
En una ocasión, vino su cuñado y le dijo que estaba muy cambiado, y que parecía
un hombre muerto. Entonces, Iván fue a ver a un amigo de un amigo, que era
médico. Este le dijo que se trataba de algo que había en el intestino ciego, y le dio
una medicina. Esa noche tomó el medicamento y le dio la impresión de que el
dolor pasaba, pero volvió otra vez. Entonces se puso a meditar sobre si ese dolor
podría significar la muerte y tal horror le entró, al pensar en lo desconocido, que
tiró la mesilla de noche. Su mujer entró asustada, preguntando qué le pasaba y si
se encontraba mejor. Iván le contestó que no pasaba nada y que estaba peor,
pero que no llamase al doctor.
Iván Illich veía muy de cerca la muerte, y se desesperaba, no podía admitirlo. Se
intentaba escabullir del pensamiento desagradable mediante el trabajo, pero no lo
conseguía.
Iván tenía un criado llamado Guerásim, un joven apuesto que le ayudaba siempre
diligentemente, y ésto le alegraba bastante.
Lo que a él le torturaba es que los demás supieran lo terrible de su estado y lo
ocultaran, excepto Guerásim, que decía que no le importaba ayudarle, porque:
“Todos moriremos, ¿por qué no, pues, dar una mano?”. A Iván le encantaba esta
actitud.
Iván Illich se seguía lamentando que el dolor no pasase, y todo siguiera igual, pero
prefería estoa a la muerte. Otra vez vino el doctor, sin remediar nada; su mujer
lloró y se marchó, dejándolo solo, hasta que vino la mujer con la hija y el novio de
la hija para despedirse, ya que iban al teatro.
La mujer llegó tarde del teatro, dio opio a Iván y éste se quedó solo. Entonces, se
puso a meditar. Pensó que quería vivir, vivir como antes lo hacía, pero cuando
veía cómo vivía antes, lo veía todo como algo repugnante. Todos los momentos
que buscaba desde la Escuela de Jurisprudencia no le eran agradables, excepto
los momentos de amor hacia su mujer. Iván comenzó a plantearse la duda de si
había o no vivido correctamente.
Siguió luchando entre el pensamiento que a veces tenía de la muerte inmediata y
el sentimiento de que su cuerpo se recuperaba. No podía pensar en la muerte, no
lo podía admitir, se preguntaba por qué el dolor, por qué la tortura, por qué la
muerte, ¿para qué?, así pasaron dos semanas, durante las cuales Petríschev
pidió formalmente la mano de su hija.
Esa noche, la mujer le habló de las medicinas, e Iván le respondió que le dejase
morir en paz. Vino el médico, e Iván le reprochó: “Ya sabe que todo es inútil,
déjeme”, el seguía meditando sobre su vida, preguntándose si quizá no hubiera
sido lo que debiera. Vino un sacerdote para comulgarle, y después Iván pidió a
todos que le dejaran solo.
Entonces, Iván no cesó de gritar, su vida no fue lo que debería haber sido. Su
familia le estaba mirando. Pidió a su esposa que se llevara a los hijos, y le quiso
pedir perdón por la vida que llevó, pero no tuvo fuerzas suficientes.
En este momento, Iván Illich perdió el miedo a la muerte que tanto le agobiaba, en
vez de muerte vio luz. Alguien en la sala dijo: “¡Se ha terminado!”. Sí, pensó Iván
Illich, se ha terminado la muerte. Para él, ya no existía la muerte y entonce3s el
muere.