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EL PRINCIPIO DE CONFIANZA EN DERECHO PENAL
(MARIO MARAVER GÓMEZ)
CAPÍTULO 1:
EL SURGIMIENTO DEL PRINCIPIO DE CONFIANZA EN EL ÁMBITO
DEL TRÁFICO VIARIO
1. El reconocimiento del principio de confianza en la
jurisprudencia alemana
El principio de confianza fue obra de la jurisprudencia alemana
de la segunda mitad del siglo XX, que surgió circunscrito en el
ámbito del tráfico rodado.
Así, por los años 1900 el tráfico motorizado empezó a
desarrollarse, y los vehículos constituían una fuente de peligro
para la comunidad. Peligro, que tenía que ser combatido y
compensado - concluían la jurisprudencia – con la imposición
de deberes de cuidado sobre el conductor que abarcaba no solo
tener en cuenta durante su actividad de los obstáculos en las
carreteras, sino también las posibles conductas imprudentes de
los otros participantes del tráfico. Conductas que abarcaban
incluso repentinas improvisaciones de los peatones en la
calzada. Sin más, se podría decir que este criterio se constituyó
en un criterio generalizado, que lo podríamos denominar
principio de desconfianza.
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Esto, implicaba en términos de responsabilidad penal, que a los
conductores se les podían imputar una muerte, aunque la
propia víctima – de forma imprudente - haya improvisado
repentinamente delante de un vehículo en marcha.
Por los años de 1925, aparecieron las primeras normas de
preferencia de paso, que tenían la virtud para el conductor con
tal preferencia de no tener el deber de tomar en cuenta las
posibles vulneraciones de su derecho de preferencia por los
terceros, salvo que de las circunstancias del caso concreto se
desprendiera otra cosa. Sin embargo, este criterio era una
excepción al principio de desconfianza. Por lo demás, regia el
criterio generalizado de que el conductor debía tener en cuenta
todos los posibles despistes de los terceros, con su
correspondiente responsabilidad penal.
Por los años de 1930, EXNER manifestó que ese criterio
conlleva a concebir a las normas de circulación como reglas
ilusorias, pues estas tenían por finalidad hacer previsible los
comportamientos de los participantes en el tráfico, y además
imposibilitaba un tráfico fluido – en la medida que le conductor
estará más atento a lo que ocurra en su alrededor, que en su
propia actividad. Por lo que planteo el siguiente criterio: el
conductor que cumple con las normas de circulación, tiene la
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facultad legal para confiar en que los demás participantes
harán lo mismo, salvo que de las circunstancias del caso
concreto se desprendiera otra cosa.
Con la implantación del régimen Nacionalsocialista por el año
de1934 y la promulgación de una nueva ordenanza sobre el
tráfico viario, algunos autores como GULDE y MULLER vieron un
nuevo paradigma del tráfico, sustentado en el criterio de que
los participantes tenían el deber reciproco de comportarse
conforme a sus deberes, y consecuentemente, cada uno debe
contar con el comportamiento correcto de los demás. Es decir,
consideraban que era necesario un principio de confianza en el
tráfico viario, sin que sea necesario tener un derecho de
preferencia.
A partir del año de 1935 el tribunal de Reichsgericht comienza a
emitir las primeras sentencias que limitan el criterio basado en
la desconfianza, recurriendo al argumento que si bien es cierto
los conductores deben tomar en cuenta las conductas
imprudentes de los demás, este deber no puede ser exigido
más allá de lo que cabe esperar (previsible) conforme a la
experiencia normal de la vida y conforme a las exigencias de
fluidez del tráfico.
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Sin embargo, es en la sentencia de 29 enero de 1938 donde el
tribunal de Reichsgericht de forma expresa dice que el principio
según el cual existe el deber de tomar en cuenta las posibles
errores e imprudencias de los otros participantes, no vale como
criterio general, sino solo bajo circunstancias especiales
(previsibilidad en el caso concreto); caso contrario, el conductor
debe confiar en que los demás se comportaran conforme a las
normas del tráfico, sin necesidad de tener derecho de
preferencia.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el tribunal de
Bundesgerichtshof siguiendo los pasos del Reichsgericht
emitió una serie de sentencias por los años de los 1950, donde
se reconoce de forma expresa como principio general en el
tráfico viario que el conductor debe confiar en que los demás se
comportaran conforme a las normas del tráfico, salvo que del
caso concreto se desprenda otra cosa.
Los fundamentos sobre los cuales se sustenta el criterio de
confianza elaborado por los tribunales alemanes residen en el
hecho de que en los casos concretos no es posible la
previsibilidad de las conductas antirreglamentarias; y por otro
lado, las necesidades y exigencias de fluidez del tráfico hacían
necesario la existencia del principio de confianza.
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Empero, después de la segunda mitad del siglo XX el
Bundesgerichtshof empieza a restringir el ámbito de aplicación
del principio de confianza, dando prioridad - sobre la fluidez
del tráfico - a la seguridad y la vida de los participantes del
tráfico; dando lugar a un principio denominado conducción
defensiva, vigente por esos años en los Estados Unidos de
América.
De esta forma, en los años de 1970 el principio de confianza
entra en un contexto de constante tensión entre la seguridad y
la fluidez del tráfico motorizado; donde los argumentos para
cada extremo eran disimiles y variopintos.
Como consecuencia, se entendía por principio de confianza, al
principio por el cual el participante que cumple con las reglas
del tráfico puede confiar en que los demás participantes se
comporten de manera reglamentaria, siempre que no se
desprenda otra cosa de las circunstancias del caso concreto. En
atención a la aplicación concreta dada a este principio, hay que
entender que dentro de las limitaciones al principio de
confianza basadas en las circunstancias del caso concreto, se
incluyen tanto las que se derivan de la propia situación del
tráfico, como las que obedecen a las especiales condiciones del
tercero o a la especial frecuencia con la que son cometidas
determinadas infracciones. Sin embargo, su aplicación era
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disímil en muchas sentencias; y sus límites con el principio de
conducción defensiva, aún más.
2. Reconocimiento del principio de confianza en la
jurisprudencia española
Al igual que en Alemania, en España los primeros años en que
el trafico motorizado se desarrolló, estuvo marcado por la
especial exigencia de cuidado sobre los conductores.
Así, los conductores de vehículos deben ser dueños en todo
momento del movimiento de los mismos y están obligados a
moderar la marcha y, si preciso fuera, a detenerla, cuando las
circunstancias del tráfico, del camino, de la visibilidad o de los
propios vehículos, prudencialmente, lo impongan para evitar
posibles accidentes. De esta forma, por este deber general de
disminución de la velocidad, los conductores eran responsables
de los resultados lesivos, bajo el criterio de velocidad excesiva,
pues siempre los conductores debían ser dueños de la escena y
disminuir su velocidad para no ocasionar daños.
Por lo que, el deber de disminución y el criterio de velocidad
excesiva eran los fundamentos para determinar la
responsabilidad del conductor, sin tomar en cuenta la conducta
de los demás participantes.
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A pesar que existía - de forma paralela al art. 17 que
fundamentaba el deber general de disminución de la velocidad -
el art. 25d) que establecía que en todo encuentro de vías
públicas, urbanas e interurbanas, los conductores tenían la
obligación de ceder el paso a los vehículos o animales que vean
aproximarse por su lado derecho; no era tomado en cuenta este
derecho de preferencia, y eran responsables por los daños que
hubiera dado lugar. El deber general de disminuir la velocidad
ante cualquier posible peligro de accidente bajo la cual
razonaba la jurisprudencia penal, no dejaba lugar a otra
normatividad que lo restringiera.
Sin embargo, había sentencias que sí le daban al derecho de
preferencia de paso la virtud de excluir la responsabilidad. Por
lo que durante los años de 1950, la jurisprudencia tenia
posiciones contrarias en cuanto a considerar al derecho de
preferencia como criterio excluyente de la responsabilidad, y
posibilitador de que el titular de este derecho pueda confiar en
que los demás respetaran tal derecho.
Por lo que, la jurisprudencia empezó a buscar los criterios para
definir cuál es la relevancia del comportamiento del tercero. Es
así, que la responsabilidad del conductor dependía si cumplía o
no con las normas de circulación; si no cumplía, aunque haya
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conducta antirreglamentaria del tercero, el conductor era
responsable. Por el contrario, si el conductor cumplía tales
normas, la improvisación intempestiva del tercero, no era
previsible. Sin embargo, había sentencias donde no le daban
importancia a la conducta del tercero, aun cuando el conductor
se comportaba conforme a las normas de circulación, bajo el
criterio de que en materia penal no es admisible la
compensación de culpas. En suma: no había criterio definido, y
abundaba la jurisprudencia con criterios confusos y
contradictorios.
Empero, por los años sesenta, la jurisprudencia española
empezó a definir criterios, sobre todo en torno a los problemas
que llevaban una aplicación indiscriminada del deber general de
disminución de la velocidad. Entre esos problemas tenemos:
responsabilidad criminal de todos los conductores en todos los
accidentes e imposibilidad que se desarrolle el tráfico
motorizado. Por lo que, la jurisprudencia elaboro dos criterios
limitadores del deber general precitado; esto a saber: la
velocidad excesiva no es suficiente para responsabilizar al
conductor, se requiere evaluar si el resultado es previsible
según el normal desarrollo del tráfico, más aún, si la conducta
antirreglamentaria del tercero era o no previsible según el
normal desarrollo del tráfico.
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Es así que la responsabilidad del conductor parte de considerar
si era o no previsible la conducta antirreglamentaria del tercero,
dando lugar a los primeros esbozos del principio de confianza: si
no era previsible, el conductor tenía el derecho de confiar. Esto,
conlleva a revisar la tesis de prohibición de la compensación de
culpas, para dar lugar al análisis también del comportamiento
imprudente del tercero, y no solo del conductor. Y por último,
había sentencia que admitían el derecho de preferencia de paso
como excluyente de la responsabilidad penal del conductor, y
correspondiente limitador del deber general esbozado en líneas
arriba.
Pero no fue hasta el años de 1963 cuando el Tribunal Español
reconoció de forma expresa en sus sentencias el principio de
confianza, entendiendo por tal un principio general que inspira
el Derecho de la circulación viaria, por el que todo sujeto que
partícipe en el tráfico viario y se comporte reglamentariamente
puede confiar en que los demás participantes del tráfico se
comportarán igualmente de manera reglamentaria. El
fundamento reside en que es necesario garantizar cierta fluidez
del tráfico, las normas que regulan el tráfico tiene como
consecuencia que el sujeto que cumpla con esas normas pueda
confiar en que los demás participantes del tráfico hagan
también lo mismo y finalmente, se declara que esa regla
general se deriva de la experiencia práctica conocida.
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Excepcionalmente se ve limitada por otra regla general, según
la cual el sujeto que prevé o puede prever el posible
comportamiento antirreglamentario del tercero, debe renunciar
a su derecho y emplear una especial cautela para anular los
riesgos que pudiera generar la conducta del tercero: ante niños,
ancianos y minusválidos debe ser tenida en cuenta por el sujeto
para anular el posible riesgo y proteger bienes tan
preponderantes como la vida y la integridad personal.
Del mismo modo como sucedió en Alemania, a finales de los
sesenta e inicios de los sesenta la jurisprudencia comenzó a
extender las limitaciones al principio de confianza, hasta el
punto de esgrimir la existencia de un principio de defensa, por
el que la vida y la seguridad de los participantes en el trafico
determinan que los conductores deban tener en cuenta las
posibles desviaciones de los demás.
De tal forma que para los años setenta en la jurisprudencia
existía una total disparidad de criterios; no se determinaba los
límites donde termina el principio de confianza y donde
empieza el principio de defensa. Esto, a pesar que la
jurisprudencia era consiente de tal problemática.
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CAPÍTULO 2:
EL TRATAMIENTO ACTUAL DEL PRINCIPIO DE CONFIANZA
I. LA GENERALIZACIÓN DEL ÁMBITO DE APLICACIÓN DEL
PRINCIPIO DE CONFIANZA
Como se tiene por entendido, antes de la formulación del
principio de confianza en el tráfico viario, los criterios de
causalidad y previsibilidad no eran suficientes para atribuir la
responsabilidad penal a los intervinientes en un resultado
lesivo. Es con el desarrollo del principio de confianza por la
jurisprudencia alemana – y desde luego, después por la
jurisprudencia española – que la responsabilidad penal – al
menos en el ámbito del tráfico rodado – se ve limitada en el
sentido que el conductor que se comporta correctamente puede
confiar en que los demás se comportaran correctamente;
dándole a la intervención de los terceros relevancia penal al
momento de intentar explicar el resultado lesivo, aun cuando
fuera previsible un riesgo general de incorrección por parte de
estos últimos.
De esta manera, ya antes que la jurisprudencia alemana
formulara el principio de confianza – y sobre todo a medida que
se empezaba a consolidar, ya había autores que abogaban por
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una extensión del ámbito de aplicación de este principio a otros
contextos, como la actividad médica, accidentes laborales y en
la elaboración de productos destinados al consumo.
a. En el ámbito de la actividad medica
Como sabemos, la actividad médica desde hace mucho
tiempo que dejo de ser directa con el paciente, para
convertirse en una de carácter indirecta. La complejidad
de las intervenciones médicas hace necesario una alta
especialización, que obliga a una división del trabajo o
reparto de tareas: no todo puede ser dominado por el
médico cirujano. De tal forma que actualmente la
actividad médica se realiza conjuntamente por una
pluralidad de personas, de forma sucesiva o simultánea.
Sin embargo, fue EXNER que a inicios del siglo XX - antes
que la jurisprudencia alemana formulara el principio de
confianza - puso de manifiesto que en el tráfico rodado y
en la actividad médica los resultados lesivos eran
ocasionados de forma conjunta por varias personas. Así,
EXNER concluye que lo importante es analizar si la
conducta del sujeto es suficiente por sí sola para producir
el resultado lesivo. Si la conducta es sí misma peligrosa,
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que se sale de lo normal y que puede ocasionar el
resultado sin que sea necesaria la intervención del
tercero, entonces podrá castigarse por imprudencia tal
conducta al margen de la eventual responsabilidad del
tercero. Por el contrario, si la conducta del sujeto es
correcta y se mantiene dentro de los cánones de los
normal, y solo es peligrosa en la medida que participe la
conducta del tercero, entonces el deber de tal sujeto se
ve limitado: no tiene el deber de contar con las conductas
imprudentes de los demás, sino de conductas correctas.
Uno de los autores que se dedicó de forma especial al
estudio de los resultados lesivos ocasionados por la
intervención conjunta de varias personas en la actividad
médica es SCHMIDT. Este autor sostiene que lo relevante
en estos casos es analizar si el acto de pedir ayuda en los
demás intervinientes es o no desaprobado. Si es
permitido, entonces no se puede haber responsabilidad;
por el contrario, si está desaprobado la posibilidad de
ayuda de los terceros, entonces su responsabilidad está
justificada. Claro, tal posibilidad de confiar en los terceros
está condicionada a que de sus conocimientos especiales
o de su experiencia no se desprenda lo contrario.
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Cuando la jurisprudencia alemana reconoció
expresamente el principio de confianza uno de los autores
que sostenía que tal principio debería ser aplicado al
ámbito de la medicina fue KARL ENGISH. Este autor
sostenía que la división del trabajo vigente en las
actividades médicas fundamentaba no solo la posibilidad
del médico de contar con la ayuda de los demás, sino
también la posibilidad de confiar en estos últimos. Caso
contrario, tal división del trabajo sería una mera ilusión: el
medico por supervisar la actividad de los demás no se
concentraría en la suya propia, y los demás por tener tal
supervisión, descuidarían su diligencia. Solo es posible un
deber de supervisión por parte del médico, cuando
existan circunstancias especiales que demuestren que los
demás no cumplirán sus deberes correctamente, los
riesgos generales de imprudencia mínima no
fundamentan tal deber.
Otro autor que admitía la aplicación del principio de
confianza en la actividad médica es STRATENWHERTH,
quien sostenía que si bien es cierto que el reparto de
tareas o división del trabajo estaba vigente en tales
actividades, también reconocía que tal reparto no
fundamentaba el principio de confianza.
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La responsabilidad de los terceros intervinientes –decía el
autor - era el fundamento de la posibilidad de confianza
en estos, pues a estos terceros el ordenamiento jurídico
también le impone determinados deberes. Al sujeto le
resta responsabilidad si de las circunstancias concretas
se desprende que los tercero no se comportaran
correctamente.
No solo estos juristas – y otros más – sino también la
jurisprudencia alemana reconocían la plena vigencia del
principio confianza en la actividad médica.
No obstante, son varios los autores que ponen de
manifiesto que en el contexto del tráfico rodado y la
actividad médica existen diferencias estructurales. Así
tenemos:
En la actividad médica no existe una regulación
normativa que atribuya los deberes de cuidado de
forma diferenciada a cada uno de los intervinientes. Es
decir, no hay normas positivas que determinen el
reparto de tareas.
En la actividad médica existe un objetivo en común:
curación del paciente, que implica un deber especial
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de actuación ante indicios de actuación incorrecta de
los demás.
El trabajo en equipo involucra un mayor conocimiento
de las capacidades individuales de los demás, por lo
que la posibilidad de confianza se ve limitada.
Entre el médico y los demás intervinientes existe una
relación especial que puede ser de selección,
coordinación, supervisión, control, instrucción, sobre
todo en un marco de una relación vertical de
subordinación, que limitan la posibilidad de confianza.
b. En los accidentes laborales
De la misma forma que en la actividad médica, la
actividad empresarial – sobre todo en la construcción - se
ha ido trasmutando en una actividad compleja que exige
alta especialización con la correspondiente división del
trabajo entre los participantes.
Sin embargo a diferencia de lo que ocurre en la actividad
médica, en la actividad empresarial de construcción, la
problemática consiste en la responsabilidad del
empresario o constructor respecto de los resultados
lesivos que recaen en los propios trabajadores
intervinientes.
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GALLAS a mediados del siglo XX sostuvo que el
empresario si bien tiene una posición de garante, esta no
abarca la supervisión de la ejecución de la obra; sino que
se limita a la confianza en la profesionalidad del
arquitecto, salvo que de las circunstancias, se evidencie
incapacidad de este último.
Al mismo tiempo, el arquitecto encargado de la dirección
de la ejecución de la obra ostenta una posición parecida
del empresario, en la medida que es la empresa ejecutora
de la obra la que tiene el dominio directo. Sin embargo, el
arquitecto por sus conocimientos técnicos y
especializados tiene mayor posibilidad de detección de
los posibles errores.
En ese orden, la empresa encargada de la ejecución de la
obra si tiene deberes de supervisión y no solo de
dirección; por lo que el principio de confianza solo tiene
aplicación excepcional.
ARROYO ZAPATER realiza un estudio más pormenorizado
de la actividad de construcción, llegando a la misma
conclusión de impunidad respecto del empresario que
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encarga la construcción a un tercero, pues no tiene un
control material de la ejecución.
El encargado de la construcción tiene deberes de cuidado
en la selección del personal y en la ejecución de la obra.
Sin embargo, realiza una diferenciación de los
participantes en la actividad: aquellos que tienen una
cualificación técnica y aquellos que no la tienen. Respecto
de los primeros si hay un principio de confianza, pero
respecto de los segundos, no existe tal principio; siendo
vigente por el contrario un principio de desconfianza. Esto
es así porque los trabajadores no tienen cualificación
técnica, así mismo su ubicación jerárquica de inferioridad
que impide que sean dueños de los riesgos hace
previsible comportamientos imprudentes.
Por lo que puede concluirse – a criterio de ZAPATER – que
en los accidentes de trabajo en las construcciones rige el
principio de desconfianza, debiendo el encargado de la
construcción prever los riesgos de accidentes de los
propios trabajadores. Al principio de confianza le resta las
relaciones entre trabajadores y de estos hacia sus
superiores.
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Por otro lado, la jurisprudencia se ha mostrado coherente
con los anteriores planteamientos, al no reconocer una
aplicación generalizada del principio de confianza en los
accidentes de construcción.
c. En el marco de la responsabilidad penal por el
producto
En este contexto, la problemática - al igual que en los
demás - se centra en el hecho de que el resultado lesivo
es condicionado por varios sujetos que intervienen –
productores, comercializadores y consumidores - en un
marco de división del trabajo con un objetivo en común:
el producto; pero a diferencia de los demás contextos,
aquí el consumidor tiene deberes de cuidado al consumir
dichos productos.
Así, se discute en qué medida la conducta de los
productores, transportistas y comercializadores debe
adecuarse a las posibles imprudencias de los
consumidores finales de los productos; y por otro lado, en
qué medida entre los que intervienen en la producción y
comercialización existe el deber de controlar, vigilar y
evitar los riesgos ocasionados por unos de ellos.
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KUHLEN, a pesar de reconocer la relación asimétrica entre
el productor y el consumidor a favor del primero, también
sostiene que para efectos de hacer posible un proceso de
producción ágil y eficiente, es necesario limitar la
responsabilidad del productor respecto de las posibles
conductas dolosas o gravemente imprudentes de parte
del consumidor mediante el principio de confianza.
Del mismo modo, respecto de los intervinientes en la
etapa de producción y comercialización de bienes que se
desarrollan en un contexto de reparto de tareas. Así, el
productor de los bienes fabricados bajo los estándares
exigidos puede confiar en que el comerciante va a
almacenar y conservan correctamente los bienes; del
mismo modo, el comerciante puede confiar en que el
productor ha fabricado los bienes de forma correcta.
PAREDES CASTAÑON centra su análisis en los
intervinientes de la fase de producción, donde la división
del trabajo se realiza bajo un programa de actividades
conjuntas y no meramente concurrentes como en el
tráfico rodado. Esto, a pesar que implica una mayor
posibilidad de previsibilidad y evitabilidad de los riesgos
producidos por los demás intervinientes, el principio de
confianza aún tiene plena vigencia, salvo que se ostente
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un conocimiento extraordinario que legitime una
ampliación del ámbito de responsabilidad.
Por otro lado, la jurisprudencia no se ha opuesto a la
aplicación del principio de confianza en las actividades de
producción de bienes de consumo.
d. El principio de confianza como un instrumento
dogmático de carácter general
La doctrina y la jurisprudencia mayoritaria se han
inclinado por concebir al principio de confianza como un
criterio general de valoración de la responsabilidad penal
de un sujeto por imprudencia cuando el resultado
también ha sido ocasionado por la conducta imprudente
de otros intervinientes. Es decir, que este principio no solo
es de validez en el tráfico rodado - donde surgió – sino
también en todos aquellos contextos donde exista una
división del trabajo o tan solo concurrencia de una
pluralidad de sujetos.
El objetivo de este principio – tal como fue concebido al
inicio – fue de limitar los deberes de previsión de
conductas imprudentes de los demás intervinientes, con
la correspondiente cuota de exclusión de la
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responsabilidad penal por los resultados lesivos que
también fueron ocasionados por imprudencias de otros
que no tenían por qué ser previstas por el sujeto: no
forma parte del deber objetivo de cuidado del sujeto tales
previsiones.
Más aun, este principio fue utilizado como un criterio
general para excluir la imputación objetiva del resultado.
Así tenemos que, para imputar objetivamente un
resultado es necesario que entre el riesgo creado por un
sujeto y este resultado lesivo exista una relación de
adecuada de realización, en el sentido de que sea
previsible. Las conductas imprudentes de los demás
interviniente no son previsibles, pues según el principio
de confianza un sujeto puede confiar en que los demás se
comportaran correctamente, lo demás es imprevisible.
II. PRESUPUESTOS DE APLICACIÓN DEL PRINCIPIO DE
CONFIANZA
a. Solo puede confiar quien se ha comportado
correctamente
Es de recibo que tanto la doctrina y la jurisprudencia
acepten como presupuesto necesario el comportamiento
correcto del sujeto; sin embargo lo problemático está en
saber en qué medida todo comportamiento incorrecto de
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un sujeto imposibilita hacer uso del principio de
confianza. La doctrina ha sostenido que no todo
comportamiento incorrecto del sujeto imposibilita la
confianza.
En ese sentido, solo si tal comportamiento incorrecto
motiva el comportamiento imprudente del tercero o
infringe una norma de cuidado que tiene por finalidad
evitar riesgos creados por una conducta imprudente del
tercero. Es decir, tiene que haber una especial relación
entre la incorrección del sujeto y la imprudencia del
tercero; solo esto puede enervar la utilización del
principio de confianza. De lo contrario, se estaría ante un
supuesto de versari in re ilícita.
b. Solo puede confiar si en el caso concreto no hay
circunstancias que evidencien un comportamiento
incorrecto de terceros
i. Circunstancias relacionadas con la persona
del tercero
La conducta incorrecta del tercero de torna
previsible – y sin opción de utilizar el principio de
confianza – cuando el tercero es un niño, anciano o
un discapacitado. Sin embargo, HEIERLI sostiene
que la sola condición especial y personal de tales no
es suficiente para enervar el principio de confianza,
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es necesario que en el caso concreto concurran
otras evidencias que hagan previsible un
comportamiento incorrecto.
ii. Circunstancias relacionadas con la situación
concreta
Deben de tratarse de circunstancias excepcionales
o especiales vinculadas al caso concreto que
evidencien la previsibilidad de una incorrección del
tercero. Esto puede ocurrir por ejemplo cuando a
pesar que el tercero puede comportarse
correctamente, es evidente por el contexto que se
comportara incorrectamente. Otro caso, sería
cuando el tercero ya empezó a comportarse
incorrectamente. Sin embargo, como se podrá ver,
se trata de un presupuesto caracterizado por un
excesivo casuismo.
iii. Circunstancias relacionadas con la infracción
del tercero
Se trata de aquellos supuestos donde las conductas
incorrectas del tercero son de aquellas que son
comunes y frecuentes en un determinado contexto.
Es decir, son infracciones que normalmente
ocurren, a tal punto de que es casi imposible que
no lleguen a configurarse: siempre deben ser
tomadas en cuenta.
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c. Solo puede confiar si no hay deber de evitar o
compensar comportamientos incorrectos de
terceros
i. Deber de evitar comportamientos incorrectos de terceros
En los contextos de división del trabajo las relación
verticales entre superiores e inferiores, no son
suficientes para constituir deberes de evitación de
riesgos punibles.
Se hace necesaria la existencia de deberes de
selección, instrucción, coordinación, vigilancia,
control y supervisión hacia los inferiores. Los tres
primeros deberes hacen posible las condiciones
necesarias para una repartición de tareas, mientras
que los restantes hacen posible un ejercicio fiable
de las tareas distribuidas.
Dichos deberes son exigencias positivas de parte de
los superiores sobre los inferiores, por lo que el
principio de confianza de los primeros sobre la
actuación de los segundos se ve disminuido en la
medida de un absoluto o puntual deber de
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selección, instrucción, coordinación, vigilancia,
control y supervisión.
ii. Deber de compensar comportamientos incorrectos de terceros
De igual forma en los contextos de división del
trabajo las relaciones horizontales entre los
intervinientes pueden existir deberes de
compensación frente a las posibles conductas
incorrectas de los terceros.
No se trata de deberes de control sobre los
intervinientes en el plano horizontal, sino de que
cada participante tiene deber de compensar
independientemente de lo incorrecto o acertado de
la conducta del otro. Esto se pone en evidencia en
el tráfico rodado, específicamente en el deber de
guardar distancias entre los vehículos en carrera:
medidas de doble aseguramiento.
III. UBICACIÓN DEL PRINCIPIO DE CONFIANZA EN LA TEORIA
DEL DELITO
a. Como un criterio para delimitar el deber objetivo de
cuidado en el delito imprudente
Este principio en sus inicios se utilizó como un criterio
complementario de otro criterio de previsibilidad
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necesaria para la configuración del delito. Así, el principio
de confianza delimita lo previsible.
De una época donde toda conducta incorrecta del tercero
era considerada previsible, con el principio de confianza,
se pasó a una época donde solo es previsible una
conducta incorrecta del tercero cuando la misma se
evidencia de las especiales circunstancias del caso, por lo
demás, lo previsible era una conducta correcta que haga
eficiente el flujo del trafico vial.
En ese sentido el deber objetivo de cuidado de los
conductores quedaba delimitado, sin incluir como deber,
tener que contar con toda conducta imprudente de
terceros.
b. Como criterio de imputación objetiva
Con el surgimiento de la teoría de la imputación objetiva
el criterio de la infracción del deber objetivo de cuidado
pasa – de ser un elemento central – a ser uno de los
criterios normativos necesarios para la imputación
objetiva.
La infracción del deber objetivo de cuidado equivale la
creación o aumento de un riesgo jurídicamente
desaprobado. En ese sentido, el principio de confianza
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tiene la virtualidad de impedir la imputación objetiva del
resultado, pues quien tiene la posibilidad de confiar – a
pesar del resultado lesivo ocasionado causalmente – no
ha infringido ningún deber objetivo de cuidado, no ha
creado ningún riesgo desaprobado.
i. Únicamente en el supuesto de delitos
imprudentes
Desde sus orígenes – en el tráfico rodado – su
aplicación se limitó a los delitos imprudentes. Esto
es entendible, pues si el principio de confianza no
podía excluir la responsabilidad si del caso concreto
se podía desprender la previsibilidad de una
conducta incorrecta del tercero, cuanto más, si el
sujeto ha buscado el resultado lesivo teniendo en
cuenta de forma precisa el comportamiento
incorrecto del tercero.
ii. Aplicable en una perspectiva ex ante
La imputación objetiva se inició como una teoría
normativa que incide en la valoración de la relación
causal entre la conducta y el resultado; sin
embargo, con el pasar del tiempo se diferenció los
criterios para valorar la conducta y los criterios para
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valorar la relación entre dicha conducta y el
resultado.
Así, para imputar un resultado es necesario crear un
riesgo desaprobado ex ante y que este se realice en
el resultado ex post. El principio de confianza -
juntamente con el riesgo permitido, principio de
confianza y autorresponsabilidad de la víctima -
permite delimitar si se ha creado o aumentado un
riesgo desaprobado.
c. Su relación con otros criterios normativos de la
imputación objetiva
En los inicios del principio de confianza fue utilizado como
un criterio complementario de la previsibilidad, para
limitarla.
Posteriormente se tuvo la idea de que el principio de
confianza es un supuesto de riesgo permitido, toda vez
que quien tiene la posibilidad de confiar - aunque
ocasione un resultado lesivo - se mantiene dentro del
riesgo permitido.
Con otro criterio con el cual tiene una estrecha relación es
con el principio de prohibición de regreso. Sin embargo la
diferencia fundamental es que la previsibilidad de la
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conducta incorrecta del tercero en el principio de
confianza excluye la utilización de la misma, mientras que
en la prohibición de regresa la deja incólume (carácter
contrafáctico).
IV. FUNDAMENTACION DEL PRINCIPIO DE CONFIANZA
a. La teoría del premio
En el tráfico viario se entendió que quien se comporta
correctamente, podía hacer uso del principio de confianza
– aun cuando se ocasione un resultado lesivo - para
excluir su responsabilidad. Así, el principio de confianza
era el premio para los conductores que obraban
correctamente.
b. La confianza como falta de previsibilidad
De igual forma en el tráfico viario se entendió que
conforme a la práctica común las conductas impudentes
de los terceros no eran previsibles para los conductores.
Por lo que no se podía exigir que los conductores tengan
que tomar en cuenta condiciones imprevisibles.
c. El principio de confianza como resultado de una
ponderación de intereses
Un sector de la doctrina entendió que el principio de
contextualiza en una realidad surgida por una
ponderación entre costo y beneficio, entre desarrollo –
con sus correspondientes riesgos - y seguridad. Sin
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embargo, se terminaba por declinar a favor del desarrollo
ya sea:
i. Para garantizar la finalidad de las normas de
circulación
Estando aun en el contexto del tráfico viario, se
entendió que las normas del tráfico tenían por
finalidad asegurar determinadas conductas futuras,
haciéndolas predecibles. Las predictibilidad
originaban confianza y seguridad en los
intervinientes.
Justamente las normas de preferencia de paso
surgidas en Alemania, son una manifestación de
aquello.
ii. Para favorecer la fluidez del trafico
De igual forma en el tráfico viario conforme de
desarrollaba el tráfico, los interviniente se
adecuaban con mayor incidencia a los riesgos que
involucra el tráfico rodado.
Aquello ocasiono que los mecanismos de seguridad
se flexibilicen a favor de la fluidez del tráfico, pues
se entendía que la comunidad ya había arraigado
como normal tales riesgos: nadie duda de los
beneficios del tráfico rodado en la economía,
educación, etc.
iii. Para permitir una división del trabajo
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En los ámbitos - distintos al tráfico viario - donde
empezó a tener vigencia el principio de confianza
estaban caracterizados por un reparto de tareas o
división del trabajo.
Esta división del trabajo constituía para la doctrina
el fundamento del principio de confianza, pues esta
división conlleva un reparto de responsabilidades
donde cada intervinientes es responsable; los
demás no tienen por qué estar pendiente de los
como los otros desarrollan su actividad. Hacerlo,
implicaría una contradicción con el reparto de
tareas.
iv. Para garantizar un cierto grado de libertad
individual
FRISCH sostiene que detrás de las normas de
coordinación, entendidas como aquellas que
distribuyen responsabilidades, son producto de una
ponderación entre libertad de actuación – y su
correspondiente peligro - y protección de los bienes
jurídicos.
Es decir, las normas de coordinación contienen
cierto margen de libertad para su destinatario,
margen de actuación que permite distinguir el
ámbito de responsabilidad de los demás. Quien se
33
desenvuelve dentro de estas normas estas dentro
de los ámbitos de libertad jurídicamente
garantizados; quien cumple con las normas puede
confiar.
Si se les niega la posibilidad de confiar en los
demás, se estaría negando la calidad de
responsables a los demás.
v. El principio de confianza como aplicación del
principio de autorresponsabilidad
Este punto será esbozado en el siguiente capítulo.
CAPÍTULO 3:
EL PRINCIPIO DE AUTORRESPONSABILIDAD
34
I. EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA LIMITACIÓN DE LA
RESPONSABILIDAD ANTE LA INTERVENCIÓN DE
TERCEROS
a. Intervención de terceros y relación de causalidad
i. La doctrina de la “lethalitas”
A inicios del siglo XIX el problema vigente era en
aquellos casos donde el resultado muerte era
producto de no solo una determinada conducta
inicial (primera agresión) sino de otros factores
posteriores a la primera.
La respuesta a estos casos era ofrecida por la
doctrina de la “lethalitas”. Se sostenía que solo en
base a estudios técnicos y científicos se podría
determinar la causa del resultado lesivo. Si la
primera agresión era absolutamente letal para
producir el resultado sin necesidad de algún otro
factor, entonces era causa del resultado; por el
contrario, si necesita de la concurrencia de algún
otro factor (intervención del tercero o de la propia
víctima) para producir el resultado, no el causa del
resultado, pro ser insuficiente para el resultado.
La vaguedad de este criterio conllevo a la
instauración de nuevos criterios complementarios
35
como el de la independencia de las causas
posteriores y la primera agresión. Mientras más
independiente sea los factores posteriores de la
primera agresión, menos esta última será
explicación del resultado.
ii. La teoría de imputación de HEGEL
A mediados del siglo XIX se empezó a interpretar el
resultado lesivo como un juicio de atribución a
determinadas causas. Solo puede ser obra, aquello
que es producto de la voluntad – finalidad – de un
sujeto, lo demás es solo mera causalidad natural o
necesidad atribuible al azar.
La voluntad como manifestación de la libertad del
hombre para autodeteminarse a segmentados fines,
es el fundamento de la imputación de determinados
resultados. Solo aquello que es producto de la
voluntad es causalidad propiamente dicha. Tiene
que haber una relación subjetiva de fin para la
imputación.
En ese sentido, la sola intervención de un tercero –
libre y con posibilidad de autodeterminación - no es
suficiente para la relación causal entre la conducta
del sujeto y el resultado, pues un sujeto libre puede
36
utilizar no solo fuerzas naturales para realzar su
voluntad, sino también medios humanos igualmente
libres
iii. La teoría de la interrupción del nexo causal
En la segunda mitad del siglo XIX apareció la teoría
de la equivalencia de condiciones elaborada por
BURI. Según esta teoría toda condición sine qua non
que naturalmente da lugar un resultado es causal
de la misma. De esta forma, la intervención
posterior de un tercero también constituye una
causa del resultado.
Sin embargo GOLTDAMMER sostuvo que el nexo de
causalidad es interrumpida cuando interviene
posteriormente un tercero que actúa de forma libre,
ya sea dolosamente o imprudentemente. Y se actúa
de forma libre cuando este tercero es capaz de
representarse las posibles consecuencias dañosas
de su actuación, y por lo mismo responsable
penalmente. Del mismo parecer – aunque con
distinto razonamiento- es BAR, ORTMAN, etc.
Particular es la posición de MAYER para quien solo
se interrumpe el nexo causal cuando el que
interviene posteriormente actúa dolosamente, si lo
hace imprudentemente no interrumpe tal nexo.
iv. La teoría de prohibición de regreso de FRANK
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A inicios del siglo XX esta teoría pretendió limitar
los alcances de la teoría de equivalencia de
condiciones con criterios jurídicos relacionados con
la autoría y participación.
Así FRANK sostenía que debe reconocerse una
prohibición de regreso que impida reconocer
carácter de causa a las precondiciones de una
condición dirigida - dolosamente y culposamente –
a un resultado lesivo. Quien introducía estas
precondiciones solo podría a lo mucho participe
cuando se cumplía los presupuestos para ello. Todo
esto basado en que si no se reconoce una
prohibición de regreso, la inducción seria en
realidad autoría.
En caso de que el tercero que interviene después
actúa no dolosamente sino imprudentemente, no
podría aplicarse tal prohibición. Quien actúa
imprudentemente no es consciente de su
causalidad y en nada afecta la causalidad
primigenia, la cual podría constituir una autoría
mediata.
En cambio si el que actúa imprudentemente no es
el tercero sino el que introduce la precondición, o
habría la posibilidad de fundamentar su
38
responsabilidad, pues no existe participación
imprudente en las normas penales.
b. Intervención de terceros, infracción del deber
objetivo de cuidado e imputación objetiva
i. Surgimiento de la teoría de la imputación
objetiva
LARENZ inicio el estudio sobre la imputación
objetiva a inicios del siglo XX. Según este
autor la causalidad no es suficiente para
explicar un acontecer como propio de un
sujeto, es necesario establecer una relación
teleológica. Esta relación vincula un resultado
como producto de la voluntad del hombre,
abarcando tanto los sucesos dolosos como
aquellos imprudentes, pues en estos últimos
hay la posibilidad de prever conforme a sus
capacidades concretas, siendo dominable por
su voluntad. En este último punto de
desvincula de HEGEL, pues este sostenía que
solo los dolosos son posibles de atribución la
voluntad.
En este contexto, muchos autores sostienen
que la teoría de la prohibición de regreso
afecta la dominabilidad propia en la
39
imputación de los resultados. Así tenemos que
cuando un tercero interviene en un resultado,
su intervención constituye una limitación de la
libertad del primero, pues es una intervención
dolosa.
ii. La teoría de la adecuación
ENGISCH sostiene que lo importante es determinar
cuando estamos ante una relación adecuada o no
entre la acción y el resultado. Y será adecuado
aquello relevante para el Derecho Penal.
Para aquello es necesario realizar un juicio de
adecuación desde el criterio del hombre cuidadoso
o prudente como baremo para valorar cualquier
conducta.
Respecto de la intervención de terceros, la teoría
de la prohibición del regreso no tiene vigencia,
sostiene ENGISCH.
iii. La moderna teoría de la imputación objetiva
GIMBERNAT ORDEIG sostenía que se debe dejar a
un segundo plano la relación causal
naturalíticamente para dar lugar a otro tipo de juicio
o reproche objetivo, consistente en determinar si un
sujeto prudente hubiera o no cometido tal conducta.
ROXIN de igual forma sostiene que la relación
causal no es suficiente para un juicio de imputación,
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es necesario crear un riesgo no permitido, luego
que este riesgo permitido se realice en el resultado,
y que ese resultado este dentro del ámbito de
protección de la norma y radio de acción del tipo.
Respecto de la intervención de terceros en los
delitos dolosos solo es una cuestión de determinar
la autoría y la participación, pues nadie duda que
exista una relación de imputación. Respecto de la
intervención de terceros en los delitos imprudentes
si es posible la exclusión de la responsabilidad del
primer interviniente, con los criterios de ámbito de
la norma y radio de acción del tipo.
iv. Estado actual de la imputación objetiva
FRISCH sostiene que la gran mayoría de los criterios
de la imputación objetiva son criterios para
determinar si existe o no una conducta típica. Y que
la imputación del resultado es un juicio de hecho
sobre si esa conducta típica se ha realizado o no.
Sin embargo, esto pone en evidencia que no hay
una teoría uniforme de los criterios que conforman
la imputación objetiva, sino solo un conjunto de
criterios que son desarrollados de acuerdo al caso
concreto y con distintas justificaciones.
II. EL PRINCIPIO DE AUTORRESPONSABILIDAD
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a. Diferentes interpretaciones del principio de
autorresponsabilidad
i. Como fundamento de la imputación
El principio de autorresponsabilidad es formulado
de forma general como aquel principio por el que un
sujeto es responsable por lo que ha hecho y no por
lo que hacen los demás.
En ese sentido, cabe esgrimir que en el primer caso
se trata de determinar cuándo un hecho es propio
de un sujeto (correspondiente a la lógica de la
imputación); en el segundo caso, cuando un hecho
es producto de terceros (requiere de criterios que
determinen la relevancia de la intervención de
terceros).
ii. Como delimitación del propio ámbito de
responsabilidad
JAKOBS considera que lo relevante es analizar si un
determinado resultado es parte de la competencia
de un sujeto. Para ello, sostiene que la prohibición
de regreso y principio de confianza permite
delimitar el ámbito de responsabilidad derivado de
la competencia del sujeto. La autorresponsabilidad
es un reflejo de la competencia del sujeto, sin
analizar la intervención de los terceros.
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iii. Como delimitación de los ámbitos de
responsabilidad
Este criterio entiende que se debe partir por
analizar si el resultado es atribuible al tercero
responsable que actúa de forma libre y
autodeterminada. Es decir, si el tercero es un sujeto
responsable. Sin embargo, esto no excluye la
posibilidad que también el resultado sea explicable
por la conducta del primer sujeto.
b. El principio de autorresponsabilidad y el neminem
laedere
i. Deberes negativos y deberes positivos
Por regla general todos tenemos deberes de no
lesionar, y solo de forma excepcional deberes
positivos de evitar lesiones.
ii. El principio de autorresponsabilidad como
concreción del neminem laedere
El deber de no dañar a terceros implica que solo
somos responsables de los cursos lesivos que salen
de nuestro ámbito de administración, no los cursos
lesivos que salen de otros ámbitos de organización.
Nadie tiene el deber de evitar las desviaciones de
los demás, salvo la existencia de deberes positivos.
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CAPÍTULO 4:
EL PRINCIPIO DE CONFIANZA COMO MANIFESTACION DEL
PRINCIPIO DE AUTORRESPONSABILIDAD
I. EL DOBLE ALCANCE DEL PRINCIPIO DE
AUTORRESPONSABILIDAD
El principio de autorresponsabilidad puede ser aplicado para
delimitar negativamente la posición de garante sobre un curso
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causal dañoso (prohibición de regreso) y el debido cuidado de
aquellos sujetos que tienen ya una posición de garante
(principio de confianza).
II. PRINCIPIO DE PROHIBICIÓN DE REGRESO
a. La posición de garante como presupuesto de
imputación
JAKOBS sostiene que no todo es de todos. Por lo que para una
imputación objetiva de un resultado requiere analizar si existe
una posición de garante respecto de tal resultado, caso
contrario no es posible una imputación. Claro, se entiende de
resultados lesivos ocasionados por cursos causales que emanan
de su ámbito de organización, mas no, de terceros como regla
general, salvo el caso donde existe deberes positivos.
MARAVER GOMEZ sostiene que lo relevante no es la relación
con el riesgo, sino con el bien jurídico protegido. Así, existirá un
deber de control respecto de una relación negativa con un bien
jurídico; y habrá un deber de protección respecto de una
relación positiva con un bien jurídico.
En el primer caso, existe una prohibición de regreso respecto de
aquellos riesgos que salen de un ámbito de organización y
pasan por el ámbito de organización de otro sujeto, pero solo
respecto de la calidad de autor. Posteriormente se tiene que
determinar la condición en la que queda el primer sujeto
respecto del resultado, pudiendo ser en calidad de participe.
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b. Los presupuestos de aplicación de la prohibición de
regreso
Se requiere que exista entre el sujeto y el bien jurídico un deber
de control (relación negativa); además que el riesgo creado por
el sujeto pase por el ámbito de organización de otro sujeto; y
por último que no haya razones especiales que pongan en duda
la relación negativa entre el sujeto y el otro sujeto.
i. Existencia de un ámbito de responsabilidad ajena
El tercero que interviene tiene que ser un sujeto
que tenga la aptitud de ser responsable del riesgo
que pasa por su ámbito. Si este es un niño, o un
sujeto que actúa en error de tipo o de prohibición
invencible, no estaremos frente a un sujeto
responsable
Aun es discutible en sujetos que actúan en error de
tipo o de prohibición vencible. MARAVER sostiene
que no puede negarse que es posible la existencia
de un sujeto con posibilidades de responder, y por
lo tanto es posible aplicar el principio de prohibición
de regreso.
ii. Relación negativa con el bien jurídico
Si el sujeto tiene una relación de protección por
existir deberes positivos con el bien jurídico,
entonces la intervención del tercero no mediatiza
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ninguna responsabilidad, pues el sujeto tiene que
proteger independientemente de donde venga los
curos causales dañosos.
En el caso que el sujeto sea garante de un riesgo
peligros en sí mismo (armas, cuchillos, etc.) no
niega el carácter negativo con el bien jurídico en el
sentido que s0olo tiene deberes de no lesionar con
riesgos que provengan de su ámbitos de
organización. Pero por ser actividades riesgosas, la
aplicación de la prohibición de regreso no impediría
su calidad de participe.
iii. Relación negativa entre el sujeto y el tercero
interviniente
No debe existir un contexto de intervención
conjunta sobre un riesgo general, en la que cada
uno tiene una posición de garante sobre el riesgo.
c. Carácter normativo y objetivo de la prohibición de
regreso
Es normativa porque la limitación de la responsabilidad se basa
en el hecho de que existe un ámbito de responsabilidad ajeno y
no por la relación fáctica entre los intervinientes; es objetiva por
que depende de la delimitación entre esos ámbitos normativos
delimitados, y no de la finalidad de los intervinientes. Por lo
que, no interesa si actúan de forma dolosa o culposa. Lo
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relevantes es que el tercero tenga deber de evitar o controlar el
riesgo que ingreso a su ámbito de dominio.
Sin embargo, requiere una precisión: hay casos donde la
prohibición de regreso no delimita negativamente la posición de
garante, sino solo el título de imputación, autor o participe.
III. PRINCIPIO DE CONFIANZA
a. La posición de garante como presupuesto del
principio de confianza
Solo cuando existe una posición de garante cabe
preguntarse si este sujeto está en posibilidad de confiar
en la actuación del tercero. Si no existe tal posición de
garante, por operar la prohibición de regreso, entonces no
tiene sentido averiguar si puede o no confiar.
De tal forma, que lo que interesa es que haya posición de
garante, ya sea en un ámbito donde existe una relación
negativa con el bien jurídico o ya sea una relación positiva
con el bien jurídico. Esto es así, porque no basta se
competente para controlar un riesgo o proteger un bien
jurídico de cualquier ataque, sino que es necesario
delimitar un deber de cuidado, el cual debe ser violentado
para una posible imputación.
Esto es evidente, pues aun en los contextos donde varias
personas son garantes de un bien jurídico, existe
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delimitación de sus deberes. Lo que le compete a un
tercero, no le compete al otro.
b. Aplicación independiente y complementaria del
principio de confianza
Será de aplicación independiente cuando sea posible
delimitar negativamente el deber de cuidado de un sujeto
tomando como referencia el deber de cuidado de los
terceros.
Será de aplicación complementaria cuando la referencia
al deber de cuidado de los terceros no es suficiente para
delimitar el deber de cuidado de un sujeto, sino que es
necesario recurrir a otros criterios generalmente
concretizados en las normas que regulan los contextos
donde se lleva acabo el hecho.
c. Ámbito de aplicación del principio de confianza
El principio de confianza tiene aplicación en dos
supuestos: por una parte, en aquellos contextos donde
comparte la competencia sobre un riesgo con otros, ya
sea por formar parte de un equipo de trabajo, una
estructura organizativa, etc. Por otro lado, en aquellos
casos donde un sujeto tiene deberes positivos con el bien
jurídico a pesar de la intervención de terceros, o donde a
pesar que solo tiene deberes negativos con el bien
jurídico, el riesgo creado no pasa por el ámbito de
organización de un tercero.
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d. Presupuestos de aplicación del principio de
confianza
i. La existencia de un ámbito de responsabilidad ajeno
Al igual que en la prohibición de regreso, aquí
también es necesario la existencia de la
intervención de un tercero que sea capaz de ser
responsable por el riesgo, pues forma parte de su
deber de cuidado. Caso contrario, no es posible
aplicar el principio de confianza. Este tercero
irresponsable puede ser un niño, un anciano, etc.
ii. Inexistencia de deberes de doble aseguramiento
En el caso de medidas de doble aseguramiento se
evidencia que un sujeto tiene un deber
independiente de la conducta correcta o incorrecta
del tercero. Este deber consiste en determinadas
actuaciones como por ejemplo, el deber que se
impone a los enfermeros de contar el número de
instrumentos quirúrgicos empleados en la operación
para verificar que el cirujano no haya dejado alguno
en el cuerpo del paciente. Aquí, no podría
establecerse un principio de confianza, pues tiene
un deber sin tomar en cuenta al tercero.
iii. Inexistencia de deberes de cuidado frente a las
actuaciones de los terceros
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Esos deberes pueden ser de selección, instrucción,
coordinación, control o supervisión que en cierta
medida impiden una delimitación negativa frente a
la actuación de otros. Esto se ve en cierta medida
en las relaciones verticales entre superiores e
inferiores.
iv. Inexistencia de circunstancias concretas que
evidencien un comportamiento incorrecto del
tercero
Este presupuesto debe ser utilizado de forma
complementaria que obedece a otras valoraciones
necesarias al momento de delimitar el deber de
cuidado.
El deber de actuar cuando las circunstancias
concretas hacen previsible que el tercero se
comportara incorrectamente, deriva del hecho de
que estamos ante un sujeto que es garante , por lo
que debe controlar tal riesgo.