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ÍÍNNDDIICCEE
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EN EL CAMINO DE LAS PALABRAS
EDITORIAL
6
LA RESURRECCIÓN DE LA ABUELA
FERNANDO A. SIERRA
13
CALAVERA 5 (TRISTE SEÑOR CABEZA DE
SANDÍA)
SR. ZURITA
15
EL ENTE EN LA HABITACIÓN
EL XASTLE
21
VIVIR SU VIDA/ JEAN-LUC GODARD
FERNANDO WAROTO LANDEO
23
A MIS RECUERDOS
ALEXIS PÉREZ
25
PODER
MARTÍN ANDÉN
26
FRAME
SHARET UBALDO
27
JUNTOS ACABAMOS
LÍA
28
POEMA X
FERNANDO A. SIERRA
29
CUATRO POEMAS
CARLOS ROJAS
33
ARLEQUÍN ENAMORADO
HELSVI
34
JARDÍN DEL TIEMPO
CREONTE ZAGHOLZ
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EEnn eell ccaammiinnoo ddee
Editorial
Las palabras buscan la confirmación de aquello que
por una extraña inquietud, las formuló en algún momento del día o la noche. No están
ahí simplemente como un cometa
trayectoria caprichosa que bien puede continuar indefinidamente antes de encontrarse
con algún otro cuerpo celeste.
Las palabras tienen un sentido, son pronunciadas desde nuestras propias entrañas
con miras a llegar a otro lugar, distinto de aquel desde donde
articuladas. Tienen la enorme ventaja de que su fuerza y alcance pueden ser mucho
mayores incluso que aquello de lo cual provinieron, pues en la incertidumbre de su
viaje se encuentran con otros cuerpos que las reciben con gusto o rechazo
dotándolas de una composición distinta, alterando su camino en múltiples direcciones.
Ayuda el imaginar que cuando alguien dijo:
La suave brisa que sopla
está en llamas.
Oh, rayo de luna, amigo, ardes
como el sol.
no solo estaba componiendo un verso dedicado a enaltecer a una deidad, sino que
también estaba arriesgando algo de sí mismo para ofrecerlo al océano, como si
hubiera decidido soltarlo en la inconmensurable superficie ondulante del tiempo,
renunciando a su propia creación para que encontrara distintos caminos, que pueden
ser los de cualquier lector que en la ingenuidad del momento haga sentido en sus
palabras; y al mismo tiempo con la convicción de que aquel lugar íntimo a dónde él las
dirigió, tendría finalmente noticia de su mensaje, comprendiéndolo.
La pregunta no es si escribes poesía, cuento o ensayo porque un caudal de palabras
en tu cabeza implore que las pronuncies. Si ves películas en busca de algo que te
exalte el alma. Si al ir por la calle te asa
pidiéndote que la captures para siempre. Si el color blanco te es insoportable y por eso
te lanzas a su superficie con ganas de escupirle formas y colores.
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ee llaass ppaallaabbrraass
Las palabras buscan la confirmación de aquello que alguien por primera vez, llevado
por una extraña inquietud, las formuló en algún momento del día o la noche. No están
ahí simplemente como un cometa que surca el espacio, abandonada
ctoria caprichosa que bien puede continuar indefinidamente antes de encontrarse
con algún otro cuerpo celeste.
Las palabras tienen un sentido, son pronunciadas desde nuestras propias entrañas
con miras a llegar a otro lugar, distinto de aquel desde donde alguna vez fueron
articuladas. Tienen la enorme ventaja de que su fuerza y alcance pueden ser mucho
aquello de lo cual provinieron, pues en la incertidumbre de su
viaje se encuentran con otros cuerpos que las reciben con gusto o rechazo
dotándolas de una composición distinta, alterando su camino en múltiples direcciones.
Ayuda el imaginar que cuando alguien dijo:
La suave brisa que sopla
Oh, rayo de luna, amigo, ardes
no solo estaba componiendo un verso dedicado a enaltecer a una deidad, sino que
también estaba arriesgando algo de sí mismo para ofrecerlo al océano, como si
hubiera decidido soltarlo en la inconmensurable superficie ondulante del tiempo,
propia creación para que encontrara distintos caminos, que pueden
ser los de cualquier lector que en la ingenuidad del momento haga sentido en sus
palabras; y al mismo tiempo con la convicción de que aquel lugar íntimo a dónde él las
mente noticia de su mensaje, comprendiéndolo.
La pregunta no es si escribes poesía, cuento o ensayo porque un caudal de palabras
en tu cabeza implore que las pronuncies. Si ves películas en busca de algo que te
exalte el alma. Si al ir por la calle te asalta una imagen que parece estar solo para ti,
pidiéndote que la captures para siempre. Si el color blanco te es insoportable y por eso
te lanzas a su superficie con ganas de escupirle formas y colores.
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por primera vez, llevado
por una extraña inquietud, las formuló en algún momento del día o la noche. No están
que surca el espacio, abandonadas a una
ctoria caprichosa que bien puede continuar indefinidamente antes de encontrarse
Las palabras tienen un sentido, son pronunciadas desde nuestras propias entrañas
alguna vez fueron
articuladas. Tienen la enorme ventaja de que su fuerza y alcance pueden ser mucho
aquello de lo cual provinieron, pues en la incertidumbre de su
viaje se encuentran con otros cuerpos que las reciben con gusto o rechazo,
dotándolas de una composición distinta, alterando su camino en múltiples direcciones.
no solo estaba componiendo un verso dedicado a enaltecer a una deidad, sino que
también estaba arriesgando algo de sí mismo para ofrecerlo al océano, como si
hubiera decidido soltarlo en la inconmensurable superficie ondulante del tiempo,
propia creación para que encontrara distintos caminos, que pueden
ser los de cualquier lector que en la ingenuidad del momento haga sentido en sus
palabras; y al mismo tiempo con la convicción de que aquel lugar íntimo a dónde él las
La pregunta no es si escribes poesía, cuento o ensayo porque un caudal de palabras
en tu cabeza implore que las pronuncies. Si ves películas en busca de algo que te
lta una imagen que parece estar solo para ti,
pidiéndote que la captures para siempre. Si el color blanco te es insoportable y por eso
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
La pregunta no es si el arte, extraviado de sus lugar
contigo un día y te incita a sentir. Porque no hay tal cosa como el arte, un ser que te
interpele por tus sentimie
poseyendo cuerpos a su entero capricho.
Personas que se arriesgan
alguien. Hay ocasiones en que llegan a perderse en el camino, ya sea porque quienes
encuentran sus palabras consideran peligrosa su resonancia, por ser capaz de alterar
el estado de cosas que por años
Palabras que vienen y van, aunque no nos percatemos de ello. Algunas permanecen
más tiempo con nosotros, ocupan un lugar privilegiado, y nos preocupamos por
llevarlas durante toda la vida, atadas a los hueso
obligarnos a recordar algo importante, aunque no sepamos exactamente el qué cosa.
RReevviissttaa OOcciioo llega a su segundo número procurando, una vez más, que las
palabras encuentren aquello que las haga sentido, en la experiencia c
lectores. Cada uno de los trabajos de quienes participaron con sus textos o imágenes,
refleja esa búsqueda, y si en buena medida al hacerlo devuelven los rostros de la
fantasía o el asombro, es por el expreso deseo de evocar todas las dimen
conforman la experiencia humana.
Existe la gente, con sus rostros de ocasión, batallando contra sus horarios,
deambulando de aquí para allá, desde que se despierta hasta que cae dormida.
También los lugares donde gastan su vida:
con su par de pisos o su inmensa colección de niveles
agotan con su infinidad de detalles las posibilidades del ojo más observador.
Entre ellas andan los ociosos, trazando palabras e imágenes para env
trayectorias complicadas. Algunas de esas fuerzas vivas se detienen en los ojos de
jóvenes ansiosos por la novedad, otros tardan porque aquel a quien van dirigidas se
encuentra ocupado en su lucha diaria por la sobrevivencia, pero cuando se detie
contemplarlas también le producen un ex
de una parte de sí mismo que quería comunicar a
OOCC
La pregunta no es si el arte, extraviado de sus lugares habituales, se encuentra
contigo un día y te incita a sentir. Porque no hay tal cosa como el arte, un ser que te
interpele por tus sentimientos y pensamientos más profundos, cual fantasma
poseyendo cuerpos a su entero capricho.
Personas que se arriesgan por expresar algo buscando otro algo. O mejor dicho: a
alguien. Hay ocasiones en que llegan a perderse en el camino, ya sea porque quienes
encuentran sus palabras consideran peligrosa su resonancia, por ser capaz de alterar
el estado de cosas que por años se han ocupado por mantener, a su conveniencia.
Palabras que vienen y van, aunque no nos percatemos de ello. Algunas permanecen
más tiempo con nosotros, ocupan un lugar privilegiado, y nos preocupamos por
llevarlas durante toda la vida, atadas a los huesos como si con ellas quisiéramos
obligarnos a recordar algo importante, aunque no sepamos exactamente el qué cosa.
llega a su segundo número procurando, una vez más, que las
palabras encuentren aquello que las haga sentido, en la experiencia c
lectores. Cada uno de los trabajos de quienes participaron con sus textos o imágenes,
refleja esa búsqueda, y si en buena medida al hacerlo devuelven los rostros de la
fantasía o el asombro, es por el expreso deseo de evocar todas las dimen
conforman la experiencia humana.
Existe la gente, con sus rostros de ocasión, batallando contra sus horarios,
deambulando de aquí para allá, desde que se despierta hasta que cae dormida.
donde gastan su vida: las calles, tapizadas de asfalto y hierro,
con su par de pisos o su inmensa colección de niveles superpuestos en imágenes que
agotan con su infinidad de detalles las posibilidades del ojo más observador.
Entre ellas andan los ociosos, trazando palabras e imágenes para env
trayectorias complicadas. Algunas de esas fuerzas vivas se detienen en los ojos de
jóvenes ansiosos por la novedad, otros tardan porque aquel a quien van dirigidas se
encuentra ocupado en su lucha diaria por la sobrevivencia, pero cuando se detie
contemplarlas también le producen un extraño calor, algo parecido a la
que quería comunicar a los demás sin saber cómo hacerlo
Dedicado a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, Guerrero.
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es habituales, se encuentra
contigo un día y te incita a sentir. Porque no hay tal cosa como el arte, un ser que te
s, cual fantasma
por expresar algo buscando otro algo. O mejor dicho: a
alguien. Hay ocasiones en que llegan a perderse en el camino, ya sea porque quienes
encuentran sus palabras consideran peligrosa su resonancia, por ser capaz de alterar
se han ocupado por mantener, a su conveniencia.
Palabras que vienen y van, aunque no nos percatemos de ello. Algunas permanecen
más tiempo con nosotros, ocupan un lugar privilegiado, y nos preocupamos por
s como si con ellas quisiéramos
obligarnos a recordar algo importante, aunque no sepamos exactamente el qué cosa.
llega a su segundo número procurando, una vez más, que las
palabras encuentren aquello que las haga sentido, en la experiencia cotidiana de sus
lectores. Cada uno de los trabajos de quienes participaron con sus textos o imágenes,
refleja esa búsqueda, y si en buena medida al hacerlo devuelven los rostros de la
fantasía o el asombro, es por el expreso deseo de evocar todas las dimensiones que
Existe la gente, con sus rostros de ocasión, batallando contra sus horarios,
deambulando de aquí para allá, desde que se despierta hasta que cae dormida.
zadas de asfalto y hierro,
superpuestos en imágenes que
agotan con su infinidad de detalles las posibilidades del ojo más observador.
Entre ellas andan los ociosos, trazando palabras e imágenes para enviarlas en
trayectorias complicadas. Algunas de esas fuerzas vivas se detienen en los ojos de
jóvenes ansiosos por la novedad, otros tardan porque aquel a quien van dirigidas se
encuentra ocupado en su lucha diaria por la sobrevivencia, pero cuando se detiene a
traño calor, algo parecido a la recuperación
los demás sin saber cómo hacerlo.
Dedicado a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, Guerrero.
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LLaa rreessuurrrreecccciióónn
Fernando A. Sierra
La abuela yacía cercada por docenas de blancas flores. Una sonrisa serena y una
corona de gardenias le adornaban el semblante. El párroco señaló para consuelo de
los deudos: “Seguramente se ele
los justos al ser llamados a la presencia del S
una pierna de guajolote bañada en mole, mientras nuevamente llenaban su jarro de
pulque.
El señor doctor escanciaba el coñac de la abuela, declarando con una
solemnidad soberbia e inquebrantable: “Aun no parece cierta su muerte, si ayer en
este salón platicamos con su ahijado, don Porfirio Díaz, de sus veinte años
gobernando con orden y progreso la República…
contentos por el centenario de su natalicio. Tomamos unas cuantas copitas al calor de
sus anécdotas. Y reímos hasta las lágrimas; a
tremendo par de bofetones que propinó al infortunado gen
perdió la mitad del país. “¡Qué infortunado ni q
Cleofás aun muy enchilada por aquellas traiciones del pasado. “Y para que oyeran
bien claro sus lameculos, le grite ¡Pinche cojo pendejo!”
Tres días atrás, en la madrugada
cantándole las mañanitas. La peonada de la hacienda andaba a las carreras en los
preparativos de los manteles largos. Para la gran comilona mataron dos vacas, diez
chivos, cuatro marranos y veinti
quien tuviera mejor sazón
mole. Sin ayuda de nadie
costales de chiles, chocolate y otras espec
de arroz, ansina de grandototes, y preparó diez galones de tepache.
En la fuente del patio
exprimieron veinte costales de naranjas, otros tantos de limones
barriles de agua de Tehuacán, canela, pimienta y clavo
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nn ddee llaa aabbuueellaa
(De “Los Cuentos del Capitán Mentiras”
La abuela yacía cercada por docenas de blancas flores. Una sonrisa serena y una
corona de gardenias le adornaban el semblante. El párroco señaló para consuelo de
los deudos: “Seguramente se elevó a la gloria, en la santa paz del sueño; como hacen
er llamados a la presencia del Señor”. Y continuó hincando el diente a
una pierna de guajolote bañada en mole, mientras nuevamente llenaban su jarro de
escanciaba el coñac de la abuela, declarando con una
solemnidad soberbia e inquebrantable: “Aun no parece cierta su muerte, si ayer en
este salón platicamos con su ahijado, don Porfirio Díaz, de sus veinte años
gobernando con orden y progreso la República… Hasta bailaron una polka, muy
contentos por el centenario de su natalicio. Tomamos unas cuantas copitas al calor de
sus anécdotas. Y reímos hasta las lágrimas; al contarnos, como solo ella sabí
tremendo par de bofetones que propinó al infortunado general Santa Anna, cuando
perdió la mitad del país. “¡Qué infortunado ni que ocho cuartos!”, r
aun muy enchilada por aquellas traiciones del pasado. “Y para que oyeran
bien claro sus lameculos, le grite ¡Pinche cojo pendejo!”
atrás, en la madrugada, la despertaron doscientas gargantas
cantándole las mañanitas. La peonada de la hacienda andaba a las carreras en los
preparativos de los manteles largos. Para la gran comilona mataron dos vacas, diez
chivos, cuatro marranos y veintiún guajolotes. Y como no había por todo el rumbo
que la abuela, le rogaron para que ella misma prepar
mole. Sin ayuda de nadie (por que ella no necesitaba vejigas para nadar)
costales de chiles, chocolate y otras especias. Ya encarrilada, cocinó doce
de grandototes, y preparó diez galones de tepache.
En la fuente del patio se vaciaron varios toneles de ron, brandy y tequila;
exprimieron veinte costales de naranjas, otros tantos de limones y toronjas.
barriles de agua de Tehuacán, canela, pimienta y clavo, y se adornó con pétalos de
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Los Cuentos del Capitán Mentiras”)
La abuela yacía cercada por docenas de blancas flores. Una sonrisa serena y una
corona de gardenias le adornaban el semblante. El párroco señaló para consuelo de
vó a la gloria, en la santa paz del sueño; como hacen
eñor”. Y continuó hincando el diente a
una pierna de guajolote bañada en mole, mientras nuevamente llenaban su jarro de
escanciaba el coñac de la abuela, declarando con una
solemnidad soberbia e inquebrantable: “Aun no parece cierta su muerte, si ayer en
este salón platicamos con su ahijado, don Porfirio Díaz, de sus veinte años
Hasta bailaron una polka, muy
contentos por el centenario de su natalicio. Tomamos unas cuantas copitas al calor de
l contarnos, como solo ella sabía, el
eral Santa Anna, cuando
ue ocho cuartos!”, respondió doña
aun muy enchilada por aquellas traiciones del pasado. “Y para que oyeran
la despertaron doscientas gargantas
cantándole las mañanitas. La peonada de la hacienda andaba a las carreras en los
preparativos de los manteles largos. Para la gran comilona mataron dos vacas, diez
ún guajolotes. Y como no había por todo el rumbo
e rogaron para que ella misma preparara el
necesitaba vejigas para nadar) molió
ias. Ya encarrilada, cocinó doce cazuelones
oneles de ron, brandy y tequila; se
y toronjas. Cinco
y se adornó con pétalos de
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rosas rojas. Del mero Xochimilco se trajo una trajinera para que cinco mozos y un
remero navegaran sirviendo las copas, y c
intoxicación de vapores etílicos, hasta que la nave encalló.
Se contrataron tres orquestas
músicos huarachudos para animar a la indiada. Se trajeron de España al renombrado
matador Lagartijo para que
coheteros compitieron para asaltar los cielos y
artes fascinantes de su pirotecnia.
No cabían exageraciones a la enorme lista de invitados. Al banquete
presentarían más de quinientos comensales, entre ellos
gobernadores, artistas y hasta el ya mentado señ
de su enorme prole, de la q
vástagos a sus cuatro maridos, que en la gloria estén. Amén de los sesenta nietos,
noventa y ocho bisnietos y quien sabe cuántos tataranietos.
La abuela Cleofás gozaba de una salud de hierro. Eso, decía ufana,
único que me deben envidiar
de inteligencia aguzada y mordaz de gato montuno. Nadie la hacía
de todas, todas; al derecho y al revés, arriba y abajo y a los lados también. Manej
su hacienda con mano dura, s
que su cuantiosa riqueza se debía a saber mantener los dineros bien lejos de la
manos voraces de la parentela, y
que era con todos. Aunque la mera verdad
en dadivas, sino a su modo, obrando con bondad sapiente y cautelosa.
En la gran puerta de la hacienda había muchas coronas florales aromatizando
tres leguas a la redonda. La sala donde se instaló la cámara ardiente, era tan a
que cabían cien cristianos. Los jarros de café con canela pasaban de mano en mano,
entre las letanías para el eterno descanso de su
auténtico o dudoso, que no soltara el llanto a moco tendido, disimulando su dicha
la herencia soñada. Hasta ocurrió el milagro de la sanación de enfermos y la epidemia
de fuereños que brotaron hasta
consanguíneos de la difunta por
Por la noche los restos mortales de la centenaria fueron velados en calma
chicha. Algunos viejecillos cabeceaban soñolientos, mientras otros hablaban en
susurros para no despertar a los vencidos del cansancio.
OOCC
rosas rojas. Del mero Xochimilco se trajo una trajinera para que cinco mozos y un
navegaran sirviendo las copas, y cada hora se cambiaba la tripula
intoxicación de vapores etílicos, hasta que la nave encalló.
Se contrataron tres orquestas para el gran baile en el salón y dos grupos de
músicos huarachudos para animar a la indiada. Se trajeron de España al renombrado
para que lidiara unos toros de la ganadería de la casa, y
coheteros compitieron para asaltar los cielos y atraer las miradas celestiales hacia
artes fascinantes de su pirotecnia.
No cabían exageraciones a la enorme lista de invitados. Al banquete
presentarían más de quinientos comensales, entre ellos se contaban
gobernadores, artistas y hasta el ya mentado señor presidente con su gabinete; a
de su enorme prole, de la que ya había perdido la cuenta, pues había dado
os a sus cuatro maridos, que en la gloria estén. Amén de los sesenta nietos,
noventa y ocho bisnietos y quien sabe cuántos tataranietos.
La abuela Cleofás gozaba de una salud de hierro. Eso, decía ufana,
único que me deben envidiar”. Era enorme como una vaca, fuerte como un caballo y
de inteligencia aguzada y mordaz de gato montuno. Nadie la hacía tonta, s
de todas, todas; al derecho y al revés, arriba y abajo y a los lados también. Manej
su hacienda con mano dura, sabía mandar y hacerse respetar por todo mundo. Decían
que su cuantiosa riqueza se debía a saber mantener los dineros bien lejos de la
manos voraces de la parentela, y esto lo corroboraban sus hijos, al lamentar lo tacaña
on todos. Aunque la mera verdad ayudó a mucha gente, no regalando dinero
en dadivas, sino a su modo, obrando con bondad sapiente y cautelosa.
En la gran puerta de la hacienda había muchas coronas florales aromatizando
tres leguas a la redonda. La sala donde se instaló la cámara ardiente, era tan a
que cabían cien cristianos. Los jarros de café con canela pasaban de mano en mano,
entre las letanías para el eterno descanso de su alma. No faltaba pariente, ya fuera
que no soltara el llanto a moco tendido, disimulando su dicha
. Hasta ocurrió el milagro de la sanación de enfermos y la epidemia
de fuereños que brotaron hasta de debajo de las piedras
consanguíneos de la difunta por línea directa.
Por la noche los restos mortales de la centenaria fueron velados en calma
chicha. Algunos viejecillos cabeceaban soñolientos, mientras otros hablaban en
susurros para no despertar a los vencidos del cansancio.
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rosas rojas. Del mero Xochimilco se trajo una trajinera para que cinco mozos y un
ada hora se cambiaba la tripulación por
para el gran baile en el salón y dos grupos de
músicos huarachudos para animar a la indiada. Se trajeron de España al renombrado
os de la ganadería de la casa, y los mejores
atraer las miradas celestiales hacia las
No cabían exageraciones a la enorme lista de invitados. Al banquete se
se contaban obispos,
or presidente con su gabinete; aparte
había dado veintiocho
os a sus cuatro maridos, que en la gloria estén. Amén de los sesenta nietos,
La abuela Cleofás gozaba de una salud de hierro. Eso, decía ufana, “es lo
mo una vaca, fuerte como un caballo y
tonta, se las sabía
de todas, todas; al derecho y al revés, arriba y abajo y a los lados también. Manejaba
rse respetar por todo mundo. Decían
que su cuantiosa riqueza se debía a saber mantener los dineros bien lejos de las
esto lo corroboraban sus hijos, al lamentar lo tacaña
ha gente, no regalando dinero
en dadivas, sino a su modo, obrando con bondad sapiente y cautelosa.
En la gran puerta de la hacienda había muchas coronas florales aromatizando
tres leguas a la redonda. La sala donde se instaló la cámara ardiente, era tan amplia
que cabían cien cristianos. Los jarros de café con canela pasaban de mano en mano,
alma. No faltaba pariente, ya fuera
que no soltara el llanto a moco tendido, disimulando su dicha por
. Hasta ocurrió el milagro de la sanación de enfermos y la epidemia
debajo de las piedras, declarándose
Por la noche los restos mortales de la centenaria fueron velados en calma
chicha. Algunos viejecillos cabeceaban soñolientos, mientras otros hablaban en
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Y así hubiera continuado
emborrachándose, irrumpieron
músicos desarrapados que habían sacado de la cantina para amenizar su jolgorio. Por
fin se había muerto la abuela, y e
cuantiosa herencia. Detrás de los alegres deudos venía
cohetes y un grupo de pirujas trepadas en una carreta tirada por una yunta de bueyes,
repartiendo a diestra y siniestra las reservas de aguardiente de la ca
Luego, se instalaron en el patio, prendieron fogatas para recalentar la pitanza y se
dieron vuelo con la parranda.
En la sala donde se velaba el cadáver de la abuela los cirios se consumían
solitarios. Los deudos se habían ido a poner u
al cuerpo al son de los filarmónicos. Por efecto de la prolongada quema de cohetes
que estallaban bien arriba del cielo, comenzó a llegar gente de donde fuera, unos para
saciar la curiosidad y otros para ver que pes
sempiterna de los gañotes aventureros.
El escándalo era tal, que la abuela Cleofás abrió los ojos dentro de su
sarcófago. Se enderezó un poco, aun aletargada por el profundo sueño. Se sentía tan
ligera que se elevó como un suspiro hasta quedar sentada sobre su cajón.
era bueno, ya no sentía las reumas carajas ni le estorbaban a la visión las cataratas.
Que clarito veía las cosas y que orejas tan afinadas tenía para escuchar el borlote.
“¡Jijos de la jijúrria!”, masculló rabiosa
guamazos a esos granujas, pero su mano pasó a través del candelabro como una
bocanada de humo. Entonces se descubrió en las miradas de una docena de
personas que estaban presentes. Le e
queridos de su corazón; por supuesto eran todos sus muertos.
Estaba rodeada por sus padres, abuelos, los cuatro maridos que tuvo el placer
de querer y el dolor de sepultar,
hermanos que cuatro guerras le arrebataron, y hasta sus compadres, don Benito y su
señora esposa doña Margarita Maza de Juárez.
La abuela recordó que apenas unos escasos instantes estaba en una fiesta
donde bailaba el vals “Dios Nunca Muere
encontraban muy contentos de recibirla por fin en los salones de la eternidad.
¡Qué gran encuentro el reunirse con los ser
su eterno reposo venían para acompañarla al otro mundo. Charlaron
OOCC
Y así hubiera continuado todo si no fuera porque hijos y nietos,
emborrachándose, irrumpieron ganosos de parranda larga, con el estruendo de unos
músicos desarrapados que habían sacado de la cantina para amenizar su jolgorio. Por
fin se había muerto la abuela, y el duelo se convirtió en gozo para repartirse la
cuantiosa herencia. Detrás de los alegres deudos venían unos peones lanzando
un grupo de pirujas trepadas en una carreta tirada por una yunta de bueyes,
repartiendo a diestra y siniestra las reservas de aguardiente de la cantina del pueblo.
se instalaron en el patio, prendieron fogatas para recalentar la pitanza y se
dieron vuelo con la parranda.
En la sala donde se velaba el cadáver de la abuela los cirios se consumían
solitarios. Los deudos se habían ido a poner un poco de alcohol a las canelas
al son de los filarmónicos. Por efecto de la prolongada quema de cohetes
que estallaban bien arriba del cielo, comenzó a llegar gente de donde fuera, unos para
saciar la curiosidad y otros para ver que pescaban. Los que más, eran de la liga
sempiterna de los gañotes aventureros.
El escándalo era tal, que la abuela Cleofás abrió los ojos dentro de su
sarcófago. Se enderezó un poco, aun aletargada por el profundo sueño. Se sentía tan
un suspiro hasta quedar sentada sobre su cajón.
era bueno, ya no sentía las reumas carajas ni le estorbaban a la visión las cataratas.
Que clarito veía las cosas y que orejas tan afinadas tenía para escuchar el borlote.
masculló rabiosa, e intento asir el soporte del cirio para repartir
guamazos a esos granujas, pero su mano pasó a través del candelabro como una
bocanada de humo. Entonces se descubrió en las miradas de una docena de
personas que estaban presentes. Le eran muy aprendidos por la memoria
or supuesto eran todos sus muertos.
Estaba rodeada por sus padres, abuelos, los cuatro maridos que tuvo el placer
querer y el dolor de sepultar, diez hijos suyos que se le adelantaron, su
hermanos que cuatro guerras le arrebataron, y hasta sus compadres, don Benito y su
señora esposa doña Margarita Maza de Juárez.
La abuela recordó que apenas unos escasos instantes estaba en una fiesta
Dios Nunca Muere” con todos sus muertos, quienes
encontraban muy contentos de recibirla por fin en los salones de la eternidad.
Qué gran encuentro el reunirse con los seres más queridos de toda la vida!
su eterno reposo venían para acompañarla al otro mundo. Charlaron
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que hijos y nietos, que andaban
ganosos de parranda larga, con el estruendo de unos
músicos desarrapados que habían sacado de la cantina para amenizar su jolgorio. Por
ozo para repartirse la
n unos peones lanzando
un grupo de pirujas trepadas en una carreta tirada por una yunta de bueyes,
ntina del pueblo.
se instalaron en el patio, prendieron fogatas para recalentar la pitanza y se
En la sala donde se velaba el cadáver de la abuela los cirios se consumían
n poco de alcohol a las canelas, y calor
al son de los filarmónicos. Por efecto de la prolongada quema de cohetes
que estallaban bien arriba del cielo, comenzó a llegar gente de donde fuera, unos para
caban. Los que más, eran de la liga
El escándalo era tal, que la abuela Cleofás abrió los ojos dentro de su
sarcófago. Se enderezó un poco, aun aletargada por el profundo sueño. Se sentía tan
un suspiro hasta quedar sentada sobre su cajón. Esto sí que
era bueno, ya no sentía las reumas carajas ni le estorbaban a la visión las cataratas.
Que clarito veía las cosas y que orejas tan afinadas tenía para escuchar el borlote.
e intento asir el soporte del cirio para repartir
guamazos a esos granujas, pero su mano pasó a través del candelabro como una
bocanada de humo. Entonces se descubrió en las miradas de una docena de
por la memoria y tan
Estaba rodeada por sus padres, abuelos, los cuatro maridos que tuvo el placer
diez hijos suyos que se le adelantaron, sus valientes
hermanos que cuatro guerras le arrebataron, y hasta sus compadres, don Benito y su
La abuela recordó que apenas unos escasos instantes estaba en una fiesta
n todos sus muertos, quienes se
encontraban muy contentos de recibirla por fin en los salones de la eternidad.
es más queridos de toda la vida! De
su eterno reposo venían para acompañarla al otro mundo. Charlaron animosamente
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de los otros tiempos, y rieron de buena lid de viejas anécdotas. Don Benito pasó a
explicarle el itinerario del viaje por realizar, cuando aparecieron del estallido de una
nube de azufre e incienso un ángel y un diablo.
Parecían personajes de
presentaron. El ángel no era un muchachote forzudo
por el contrario era un viejito prieto, calvo y enclenque. Vestía un camisón agujer
color añil, y su espalda sujetaba con unos m
pinta. Causaba cierta gracia verle acomodars
bailoteaba en la calva. Por su parte, el diablo presentaba por fisonomía la de un
chaparro panzón de pellejo colorado, apenas vestido co
taparse las vergüenzas. Se rascaba con el rabo la cara granosa
de tener una pata de gallo y otra de chivo, ambas llenas de excremento de puerco y
lodo. Escupía chiles, ajos y cebollas mientras parloteaba con
chillona y manoteaba exageradamente frente al ángel, enfatizando sus argumentos.
El meollo de su disputa era por el alma de la difunta Cleofás. Tanto el paraíso
como infierno argüían pruebas irrefutables del reclamo de sus derechos
de la abuela. “Era una vieja tacaña y malvada”, decía el diablo sopesando un extenso
pliego donde venían enumeradas todas sus faltas, pecados, omisiones y malas obras
del alma en litigio. El ángel refutaba que no era cierto, porque ayudaba a
huérfanos. Y solamente era severa para que la gente apreciara el tesón del trabajo.
“Cierra la boca, incauto”, atajaba el diablejo, “¡Fue una vieja lujuriosa que tuvo cuatro
maridos, y cuando la aburrían los mataba para quedarse con la herencia!”
soltaba la risotada, diciendo: “Mentira, mentira, a cada uno lo amó y dio hartos
chamacos”. Pero el canijo pingo gruñía, “Ja, mira que buenos hijos, bien briagos de
contento por la herencia que dejó la vieja. Con su escándalo ya hasta la despertar
La ponzoña de tales palabras
orgullo. Se le trepó el berrinche hasta la coronilla
para darle una soberana zarandeada que lo dejó tan magullado como dolorido. Y si no
fuera porque los presentes le arrebataron la presa, ya lo hubiera devuelto en cachitos
para el infierno.
El diablo, medio repuesto
casa. Lo que vio la abuela casi la mataba por segunda vez. Los anim
fuera de los corrales y estab
robaban las cosas de la casa, mientras que algunos escarbaban por todos lados y
derribaban muros, buscando las ollas rebosantes de monedas de oro que
OOCC
y rieron de buena lid de viejas anécdotas. Don Benito pasó a
explicarle el itinerario del viaje por realizar, cuando aparecieron del estallido de una
nube de azufre e incienso un ángel y un diablo.
Parecían personajes de pastorela por las malas fachas con que se
presentaron. El ángel no era un muchachote forzudo y rubicundo con cara afeminada,
ra un viejito prieto, calvo y enclenque. Vestía un camisón agujer
u espalda sujetaba con unos mecates unas alas de pluma de gallina
pinta. Causaba cierta gracia verle acomodarse la aureola marchita de oropel
bailoteaba en la calva. Por su parte, el diablo presentaba por fisonomía la de un
chaparro panzón de pellejo colorado, apenas vestido con un calzón tiznado para
se las vergüenzas. Se rascaba con el rabo la cara granosa, y cojeaba por efecto
de tener una pata de gallo y otra de chivo, ambas llenas de excremento de puerco y
lodo. Escupía chiles, ajos y cebollas mientras parloteaba con rapidez con una voz
chillona y manoteaba exageradamente frente al ángel, enfatizando sus argumentos.
El meollo de su disputa era por el alma de la difunta Cleofás. Tanto el paraíso
como infierno argüían pruebas irrefutables del reclamo de sus derechos
de la abuela. “Era una vieja tacaña y malvada”, decía el diablo sopesando un extenso
pliego donde venían enumeradas todas sus faltas, pecados, omisiones y malas obras
del alma en litigio. El ángel refutaba que no era cierto, porque ayudaba a
era severa para que la gente apreciara el tesón del trabajo.
“Cierra la boca, incauto”, atajaba el diablejo, “¡Fue una vieja lujuriosa que tuvo cuatro
maridos, y cuando la aburrían los mataba para quedarse con la herencia!”
soltaba la risotada, diciendo: “Mentira, mentira, a cada uno lo amó y dio hartos
chamacos”. Pero el canijo pingo gruñía, “Ja, mira que buenos hijos, bien briagos de
contento por la herencia que dejó la vieja. Con su escándalo ya hasta la despertar
La ponzoña de tales palabras le cayó a la abuela como una pedrada en el mero
orgullo. Se le trepó el berrinche hasta la coronilla, y agarró del pescuezo al chamuco
para darle una soberana zarandeada que lo dejó tan magullado como dolorido. Y si no
era porque los presentes le arrebataron la presa, ya lo hubiera devuelto en cachitos
El diablo, medio repuesto, la asió bruscamente del brazo y la llevó al patio de la
casa. Lo que vio la abuela casi la mataba por segunda vez. Los anim
fuera de los corrales y establos, destrozando los jardines; bandas de desconocidos se
robaban las cosas de la casa, mientras que algunos escarbaban por todos lados y
derribaban muros, buscando las ollas rebosantes de monedas de oro que
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y rieron de buena lid de viejas anécdotas. Don Benito pasó a
explicarle el itinerario del viaje por realizar, cuando aparecieron del estallido de una
pastorela por las malas fachas con que se
y rubicundo con cara afeminada,
ra un viejito prieto, calvo y enclenque. Vestía un camisón agujerado
ecates unas alas de pluma de gallina
e la aureola marchita de oropel que le
bailoteaba en la calva. Por su parte, el diablo presentaba por fisonomía la de un
n un calzón tiznado para
y cojeaba por efecto
de tener una pata de gallo y otra de chivo, ambas llenas de excremento de puerco y
rapidez con una voz
chillona y manoteaba exageradamente frente al ángel, enfatizando sus argumentos.
El meollo de su disputa era por el alma de la difunta Cleofás. Tanto el paraíso
como infierno argüían pruebas irrefutables del reclamo de sus derechos sobre el alma
de la abuela. “Era una vieja tacaña y malvada”, decía el diablo sopesando un extenso
pliego donde venían enumeradas todas sus faltas, pecados, omisiones y malas obras
del alma en litigio. El ángel refutaba que no era cierto, porque ayudaba a viudas y
era severa para que la gente apreciara el tesón del trabajo.
“Cierra la boca, incauto”, atajaba el diablejo, “¡Fue una vieja lujuriosa que tuvo cuatro
maridos, y cuando la aburrían los mataba para quedarse con la herencia!” El ángel
soltaba la risotada, diciendo: “Mentira, mentira, a cada uno lo amó y dio hartos
chamacos”. Pero el canijo pingo gruñía, “Ja, mira que buenos hijos, bien briagos de
contento por la herencia que dejó la vieja. Con su escándalo ya hasta la despertaron”.
le cayó a la abuela como una pedrada en el mero
y agarró del pescuezo al chamuco
para darle una soberana zarandeada que lo dejó tan magullado como dolorido. Y si no
era porque los presentes le arrebataron la presa, ya lo hubiera devuelto en cachitos
la asió bruscamente del brazo y la llevó al patio de la
casa. Lo que vio la abuela casi la mataba por segunda vez. Los animales andaban
andas de desconocidos se
robaban las cosas de la casa, mientras que algunos escarbaban por todos lados y
derribaban muros, buscando las ollas rebosantes de monedas de oro que
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seguramente la abuela enterró para no darles ni un centavo. Mientras
los chiquillos apedreaban macetas, ventanas, y
sala sin que nadie los reprendiera.
Toda su parentela alcoholizada protagonizaba el más triste
Bailoteaban sin ningún pudor, rompían todo a su paso, se jugaban
juegos de azar, mientras otros se tupí
disputándose prendas y alhajas de la difunta.
Para la abuela fue horr
una férrea disciplina no habían servido de nada. Maldijo su vientre, porque había
parido cerdos. El maldito diablo se reía de ella sobándose
ángel le daba unas palmaditas en el hombro. Sus
ella estaba que se la llevaba el tren.
necesario rogar por una licencia, lo haría.
Agarró al diablo de las orejas y a empujones llevó al ángel
y con una voz que no admitía exc
les doy chance que se echen un volado por mi alma. Con esto, me da igual el
purgatorio o condenarme toda la eternidad en el infierno. Solo permítanme
levantarme con mi cuerpo pecador y darle a esta bola de zonzos un buen
Nomás eso les pido: un par de minutos;
El ángel y el diablo se apartaron para deliberar. Era muy arriesgado. Si se
enteraban en sus respectivas jefaturas
mordidas y palancas que movieran en el sindicato
finalmente coincidieron que el espectáculo que iban a presenciar
eternidad de castigo, así que l
pachanga muy atenta para pescar algún imprudente. Acudió de prisa, como es su
costumbre, y fue puesta al tanto de la situación. En contubernio
espectrales, sin disimular su agrado por la propuesta de la abuela, convinie
nomás por un ratito) resucitarla para que llevara a cabo la corrección de su
descarriada familia.
La abuela les dio parcamente las gracias,
sabroso chocolate y unos
del diablo, del ángel y de la muerte. Esta última sacó de sus costi
de arena, al que le dio un golpecito
lo cual agarraron de las canillas el alma de la abuela
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mente la abuela enterró para no darles ni un centavo. Mientras
s chiquillos apedreaban macetas, ventanas, y descuartizaban el enorme reloj de la
sin que nadie los reprendiera.
Toda su parentela alcoholizada protagonizaba el más triste de los desfiguros.
Bailoteaban sin ningún pudor, rompían todo a su paso, se jugaban
juegos de azar, mientras otros se tupían a trompadas y procaces insultos
disputándose prendas y alhajas de la difunta.
Para la abuela fue horrible entender que tantos años de educar a los suyos con
no habían servido de nada. Maldijo su vientre, porque había
parido cerdos. El maldito diablo se reía de ella sobándose los cachetes, mientras el
le daba unas palmaditas en el hombro. Sus finados trataban de animarla, pero
ella estaba que se la llevaba el tren. Sabía que no podía hacer nada, pero
necesario rogar por una licencia, lo haría.
Agarró al diablo de las orejas y a empujones llevó al ángel junto a su sarcófago,
oz que no admitía excusas les dijo: “Yo me voy con cualquiera de ustedes,
les doy chance que se echen un volado por mi alma. Con esto, me da igual el
purgatorio o condenarme toda la eternidad en el infierno. Solo permítanme
o pecador y darle a esta bola de zonzos un buen
Nomás eso les pido: un par de minutos; después ya ustedes dirán”.
El ángel y el diablo se apartaron para deliberar. Era muy arriesgado. Si se
respectivas jefaturas les andaba costando la chamba, q
as que movieran en el sindicato no la librarían fácilmente. Aunque
coincidieron que el espectáculo que iban a presenciar
eternidad de castigo, así que llamaron a la muerte, quien también
pachanga muy atenta para pescar algún imprudente. Acudió de prisa, como es su
costumbre, y fue puesta al tanto de la situación. En contubernio,
espectrales, sin disimular su agrado por la propuesta de la abuela, convinie
resucitarla para que llevara a cabo la corrección de su
es dio parcamente las gracias, prometiendo agasajarlos con un
sabroso chocolate y unos churros que ella misma prepararía. Se puso a disposició
la muerte. Esta última sacó de sus costillas un pequeño reloj
dio un golpecito para que la arena comenzara a caer, después de
agarraron de las canillas el alma de la abuela entre los tres, para meter
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mente la abuela enterró para no darles ni un centavo. Mientras esto sucedía,
aban el enorme reloj de la
de los desfiguros.
Bailoteaban sin ningún pudor, rompían todo a su paso, se jugaban la herencia en
an a trompadas y procaces insultos
que tantos años de educar a los suyos con
no habían servido de nada. Maldijo su vientre, porque había
los cachetes, mientras el
finados trataban de animarla, pero
Sabía que no podía hacer nada, pero si era
junto a su sarcófago,
usas les dijo: “Yo me voy con cualquiera de ustedes,
les doy chance que se echen un volado por mi alma. Con esto, me da igual el
purgatorio o condenarme toda la eternidad en el infierno. Solo permítanme volver a
o pecador y darle a esta bola de zonzos un buen escarmiento.
El ángel y el diablo se apartaron para deliberar. Era muy arriesgado. Si se
tando la chamba, que por más
a librarían fácilmente. Aunque
bien valía una
én andaba en la
pachanga muy atenta para pescar algún imprudente. Acudió de prisa, como es su
, los tres seres
espectrales, sin disimular su agrado por la propuesta de la abuela, convinieron (pero
resucitarla para que llevara a cabo la corrección de su
agasajarlos con un
. Se puso a disposición
llas un pequeño reloj
comenzara a caer, después de
entre los tres, para meterla
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nuevamente a su antiguo cuerpo. Eso sí, l
acomodara. El diablo le sopló en la cara a la abuela y esta resucitó con una tr
tos que le provocó las náuseas.
ayudaron a salir del cajón, y ya incorporada cogió su bastón, para
llegarse hasta la puerta que daba al patio. Sus ojos echaban chispas.
Los desmanes de la borrachera
patio de la hacienda era un camp
sabor al caldo, el ángel sopló y resopló, haciendo que un viento helado atrajera las
miradas de la chusma hacia la abuela. Entonces, al verla
puro espanto, con los ojos a punto de
diablo se les hubiera aparecido no hubiesen hecho tanta alharaca.
Comenzó una estampida en todas direcciones
tropezaban unos con otros. Algunas mujeres arrodilladas se
clemencia a todos los santos del cielo. Después vino lo mero bueno.
La abuela se les fue encima repartiendo bastonazos;
descalabro a éste, le voló los dientes a aquel, a fulanita la desgreñó y a esa otra le
puso el ojo de cotorra. Más acá y también por acullá volaban patadas, guamazos
cachetadas. A los músicos les propinó guitarrazos, acordeonazos y tamborazo y
medio. A su paso despertaba a los dormidos a patadones y hacia volar por los aires
sillas, macetas, jarros, platos y botellas que siempre
poniendo chipote con sangre
La abuela era un completo huracán de chingadazo
paso, su furia era la erupción del mismísimo
parejo: viejos, mujeres, escuincles, chaparros y grandotes
decir que hasta al señor cura que quiso meter la paz
Sobre todo con sus parientes era con quien
desparpajo.
La abuela no cejó en su orgía de mandarriazos hasta que
Se detuvo por fin, y entonces dos gruesas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Tiró
el bastón y se dejó caer sobre su sofá prefe
reponiéndose del susto y de la soba, se conmovieron de la amargura de la pobre vieja
y lloraron con ella, suplicándole su perdón. Fue a la sazón cuando les dio una arenga
de la moral y las buenas costumbres, que la
sonaba más impresionante que un sermón dominguero.
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antiguo cuerpo. Eso sí, la sacudieron un poquito para que se
acomodara. El diablo le sopló en la cara a la abuela y esta resucitó con una tr
tos que le provocó las náuseas. ¡Qué tufo tan terrible tenía el condenado!
ron a salir del cajón, y ya incorporada cogió su bastón, para frunciend
la puerta que daba al patio. Sus ojos echaban chispas.
Los desmanes de la borrachera continuaban haciendo estragos; e
patio de la hacienda era un campo de guerra, devastado por la locura. Para darle
sabor al caldo, el ángel sopló y resopló, haciendo que un viento helado atrajera las
miradas de la chusma hacia la abuela. Entonces, al verla, se quedaron paralizados de
puro espanto, con los ojos a punto de saltarles de la cara y con la boca abierta. Si el
diablo se les hubiera aparecido no hubiesen hecho tanta alharaca.
Comenzó una estampida en todas direcciones. Por lo borrachos que andaban
tropezaban unos con otros. Algunas mujeres arrodilladas se santiguaban, pidiendo
clemencia a todos los santos del cielo. Después vino lo mero bueno.
e encima repartiendo bastonazos; con la vitalidad recobrada
, le voló los dientes a aquel, a fulanita la desgreñó y a esa otra le
a. Más acá y también por acullá volaban patadas, guamazos
cachetadas. A los músicos les propinó guitarrazos, acordeonazos y tamborazo y
medio. A su paso despertaba a los dormidos a patadones y hacia volar por los aires
s, jarros, platos y botellas que siempre encontraban un blanco preciso,
ipote con sangre tanto a chicos como a los grandes.
La abuela era un completo huracán de chingadazos que arrasaba todo a su
u furia era la erupción del mismísimo averno. No perdonaba a nadie, pues t
parejo: viejos, mujeres, escuincles, chaparros y grandotes recibían su merecido. Con
ñor cura que quiso meter la paz le tocó su tanda de coscorrones.
obre todo con sus parientes era con quien se ensañaba con mayor y desmedido
La abuela no cejó en su orgía de mandarriazos hasta que se le cansó la mano.
y entonces dos gruesas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Tiró
el bastón y se dejó caer sobre su sofá preferido, ahora despanzurrado. Las víctimas,
reponiéndose del susto y de la soba, se conmovieron de la amargura de la pobre vieja
y lloraron con ella, suplicándole su perdón. Fue a la sazón cuando les dio una arenga
de la moral y las buenas costumbres, que la verdad ni ella misma se creía, pero que
sonaba más impresionante que un sermón dominguero.
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a sacudieron un poquito para que se
acomodara. El diablo le sopló en la cara a la abuela y esta resucitó con una tremenda
ible tenía el condenado! Luego la
frunciendo el seño
continuaban haciendo estragos; el hermoso
o de guerra, devastado por la locura. Para darle
sabor al caldo, el ángel sopló y resopló, haciendo que un viento helado atrajera las
se quedaron paralizados de
la boca abierta. Si el
. Por lo borrachos que andaban
santiguaban, pidiendo
talidad recobrada
, le voló los dientes a aquel, a fulanita la desgreñó y a esa otra le
a. Más acá y también por acullá volaban patadas, guamazos y
cachetadas. A los músicos les propinó guitarrazos, acordeonazos y tamborazo y
medio. A su paso despertaba a los dormidos a patadones y hacia volar por los aires
encontraban un blanco preciso,
s que arrasaba todo a su
averno. No perdonaba a nadie, pues tupía
recibían su merecido. Con
ó su tanda de coscorrones.
se ensañaba con mayor y desmedido
se le cansó la mano.
y entonces dos gruesas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Tiró
rido, ahora despanzurrado. Las víctimas,
reponiéndose del susto y de la soba, se conmovieron de la amargura de la pobre vieja
y lloraron con ella, suplicándole su perdón. Fue a la sazón cuando les dio una arenga
se creía, pero que
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Hizo una pausa al terminar su arenga, l
arrollar con un estallido de porras y aplausos. Pidió dulcemente su bastón y se puso
en pie.
Todos esperaban otra perorata;
pacifico en un rostro severo
Todos en tropel, más rápido que inmediatamente
Después de todo su raza no tenía sangre de gente mala.
Finalmente, sin más pendientes
interrumpida. Olían deliciosas las flores, leyó la cinta de las coronas. Hasta el obispo y
el gobernador habían enviado las suyas.
hubiese gustado ver cuando la llevaran hasta el camposanto, pero ni modo, ahí iba a
estar sin poder verlo. En torno a su cajón de palo estaban sus muertos, esperándola
con orgullo. El ángel, la calaca y el diablo la recibie
espectáculo que les había dado. Le soltaron un nutrido y sincero aplauso.
“Ta’ bueno, ya es hora;
más da! En el infierno también habré de encontrar algunos viejos amigos.”
Entre risueño y dolorido, el diablo hizo guiños al ángel y a la muerte, luego
lo cual dijo: “No doña Cleofás, ándese a descansar con los suyos; en el infierno no hay
cabida para alguien como usted. Ni quisiera imaginarme como nos iría a todos los
diablos.”
Entre las risas de los presentes, le ayudaron a entrar a su féretro. Olió por
última vez el delicioso aroma de las flores y cerró los ojos para siempre.
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terminar su arenga, la cual los lesionados aprovecharon para
arrollar con un estallido de porras y aplausos. Pidió dulcemente su bastón y se puso
Todos esperaban otra perorata; sin embargo la abuela mudó su semblante
pacifico en un rostro severo y les ordenó tronando sus dedos arreglar aqu
Todos en tropel, más rápido que inmediatamente, corrieron a darle manos a la obra.
no tenía sangre de gente mala.
in más pendientes, fuese donde la aguardaba su muerte
interrumpida. Olían deliciosas las flores, leyó la cinta de las coronas. Hasta el obispo y
el gobernador habían enviado las suyas. Le pareció bonito su funeral, incluso le
ver cuando la llevaran hasta el camposanto, pero ni modo, ahí iba a
. En torno a su cajón de palo estaban sus muertos, esperándola
con orgullo. El ángel, la calaca y el diablo la recibieron aun riéndose del gran
espectáculo que les había dado. Le soltaron un nutrido y sincero aplauso.
, ya es hora; échense el volado que definirá mi eterno destino.
En el infierno también habré de encontrar algunos viejos amigos.”
ntre risueño y dolorido, el diablo hizo guiños al ángel y a la muerte, luego
dijo: “No doña Cleofás, ándese a descansar con los suyos; en el infierno no hay
cabida para alguien como usted. Ni quisiera imaginarme como nos iría a todos los
Entre las risas de los presentes, le ayudaron a entrar a su féretro. Olió por
última vez el delicioso aroma de las flores y cerró los ojos para siempre.
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a cual los lesionados aprovecharon para
arrollar con un estallido de porras y aplausos. Pidió dulcemente su bastón y se puso
sin embargo la abuela mudó su semblante
y les ordenó tronando sus dedos arreglar aquel desorden.
corrieron a darle manos a la obra.
fuese donde la aguardaba su muerte
interrumpida. Olían deliciosas las flores, leyó la cinta de las coronas. Hasta el obispo y
ió bonito su funeral, incluso le
ver cuando la llevaran hasta el camposanto, pero ni modo, ahí iba a
. En torno a su cajón de palo estaban sus muertos, esperándola
riéndose del gran
espectáculo que les había dado. Le soltaron un nutrido y sincero aplauso.
échense el volado que definirá mi eterno destino. ¡Qué
En el infierno también habré de encontrar algunos viejos amigos.”
ntre risueño y dolorido, el diablo hizo guiños al ángel y a la muerte, luego de
dijo: “No doña Cleofás, ándese a descansar con los suyos; en el infierno no hay
cabida para alguien como usted. Ni quisiera imaginarme como nos iría a todos los
Entre las risas de los presentes, le ayudaron a entrar a su féretro. Olió por
última vez el delicioso aroma de las flores y cerró los ojos para siempre.
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CCaallaavveerraa 55 ((TTrr iissttee sseeññoorr ccaabbeezzaa ddee ssaannddííaa))
Sr. Zurita
2014. Acrílico. 21.5 x 14 cm.
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Ante luz de luna su silueta es terrible
Una forma de esqueleto descarnado
Biológicamente resulta increíble
Un absurdo para la poesía
Nótese el detalle de esta contrariedad
Que siendo carente de órgano diario
Resulta lucido y entrado en edad
De amar sin corazón necesario.
Su inmortalidad no resulta sinónimo
De opulencia y riqueza en amores
Es por siempre un solitario anónimo
El dueño de nuestros llantos y flores.
Es la triste calavera enamorada
De todo aquello que no puede alcanzar
El oscuro de la noche es la nada
Como azul del universo es la mar.
Y es que infinita es la eternidad
Que hasta el más torpe termina sabio
Mas el tiempo no concede felicidad
De la belleza de un beso extraordinario.
Y es por eso que yo te pido mujer
Dejes la entrada de tu corazón abierta
No seas orgullosa y ya déjate coger
Antes de que me vengan a tocar la puerta.
Para ver más de la obra de Sr. Zurita, puedes visitar:
OOCC
Ante luz de luna su silueta es terrible
Una forma de esqueleto descarnado
Biológicamente resulta increíble
creado.
Nótese el detalle de esta contrariedad
órgano diario
Resulta lucido y entrado en edad
De amar sin corazón necesario.
Su inmortalidad no resulta sinónimo
De opulencia y riqueza en amores
Es por siempre un solitario anónimo
El dueño de nuestros llantos y flores.
Es la triste calavera enamorada
De todo aquello que no puede alcanzar
El oscuro de la noche es la nada
Como azul del universo es la mar.
Y es que infinita es la eternidad
Que hasta el más torpe termina sabio
Mas el tiempo no concede felicidad
De la belleza de un beso extraordinario.
es por eso que yo te pido mujer
Dejes la entrada de tu corazón abierta
No seas orgullosa y ya déjate coger
Antes de que me vengan a tocar la puerta.
Para ver más de la obra de Sr. Zurita, puedes visitar:
flickr.com/photos/romanzurita/
facebook.com/senorzurita
behance.net/srzurita
issuu.com/romanzurita/docs/carpeta_rom___n_zurita_2014
CCTTUUBBRREE 22001144
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flickr.com/photos/romanzurita/
facebook.com/senorzurita
behance.net/srzurita
issuu.com/romanzurita/docs/carpeta_rom___n_zurita_2014
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EEll eennttee eenn llaa hhaa
El Xastle
Jimy se quedó viendo el contoneo d
Carlos, que sin decirle nada
Reflejándose en las gotas de sudor que corren por los rostros de todos, las luces neón
sólo disfrazan la obscuridad dentro del putero. Se siguen anunciando los nombres de
las chicas que van a salir a bailar.
- También la nuestra va a subir, ahorita
exclamó Jimy, que se refería a la mesera.
- ¿Cuánto varo le metiste?
- Un tostón; lo único que me quedaba.
Ella regresó con la cubeta de cervezas. Se inclinó un poco para colocarla sobre la
mesa y destapar un par de botellas; entonces
entre sus senos y el escote,
un beso en la teta que él quisiera, dio
- Ahorita que esté encuer
Ya ves lo que hace falta es varo pa’ ir a buenos puteros, y no como este
- Pero el varo va y viene.
En esa camisa entallada a
minifalda, de cuadros rojos y negros,
grandes que eran seguidas por piernas gruesas, morenas.
- Además ahorita en ningún lado me darían trabajo,
nomás pal gabacho y para eso se necesita varo.
- Tu hermana se preocupó
cuando fue la pelea en el reclu
OOCC
aabbii ttaacciióónn
Jimy se quedó viendo el contoneo de la mesera cuando esta se marchó, luego volvió a
que sin decirle nada seguía mirando a la mesa.
Reflejándose en las gotas de sudor que corren por los rostros de todos, las luces neón
sólo disfrazan la obscuridad dentro del putero. Se siguen anunciando los nombres de
las chicas que van a salir a bailar.
También la nuestra va a subir, ahorita hasta me va a aventar la tanga
se refería a la mesera.
e metiste?
ostón; lo único que me quedaba.
con la cubeta de cervezas. Se inclinó un poco para colocarla sobre la
a y destapar un par de botellas; entonces Carlos colocó un billete de cincuenta
entre sus senos y el escote, luego Luna se le acercó un poco más y dejó que le diera
a que él quisiera, dio la vuelta y se alejó contoneándose.
Ahorita que esté encuerada de seguro baja con nosotros- dijo Jimy
lo que hace falta es varo pa’ ir a buenos puteros, y no como este
el varo va y viene.
a Luna se le contorneaban bien las lonjas y la barriga. L
minifalda, de cuadros rojos y negros, apenas cubría hasta la mitad de unas nalgas
grandes que eran seguidas por piernas gruesas, morenas.
Además ahorita en ningún lado me darían trabajo, ni yéndome a otro lado,
ho y para eso se necesita varo.
Tu hermana se preocupó mucho por ti estos años; ya ves como estuvo ahí
cuando fue la pelea en el reclu.
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se marchó, luego volvió a
Reflejándose en las gotas de sudor que corren por los rostros de todos, las luces neón
sólo disfrazan la obscuridad dentro del putero. Se siguen anunciando los nombres de
hasta me va a aventar la tanga-
con la cubeta de cervezas. Se inclinó un poco para colocarla sobre la
Carlos colocó un billete de cincuenta
Luna se le acercó un poco más y dejó que le diera
la vuelta y se alejó contoneándose.
ijo Jimy, y agregó -
lo que hace falta es varo pa’ ir a buenos puteros, y no como este.
an bien las lonjas y la barriga. La
apenas cubría hasta la mitad de unas nalgas
ni yéndome a otro lado,
como estuvo ahí
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- Yo estaba con los que empezaron a repartir vergazos, la neta los custodios
nos dejaron hacer nuestro desm
celdas a balazos. Nomás empezamos a madrear “mexicles” y los que se atravesaran,
no sé bien porque. No recuerdo bien ese día
- No pus… si debió haber sido un
- Desde que salí, de eso hay una parte que sueño todas las noches, siempre es
la misma, es cuando me metí a uno de los talleres buscando no sé qué ni bien en que
momento, adentro encontré un charco de sangre, era bastante grande, y no se veían
manchas de que lo hubieran arrastrado.
- ¿A quién?
- No sé, a quién hubieran matado allí.
Jimy ya no dijo más, quedándose callado por un rato
Ninguna de ellas subió a la pista, ni
sujeto alto y fornido, de unos cuarenta, güero
fue directo a sentarse con Jimy y Carlos. Parecían conocerse de toda la vida, le
platicaron lo de la mesera, y él también se quejó de ellas.
- Vamos a los del Centro, allí
conoces al patrón.
Jimy le había pedido que aquí viniera
los trabajos de antes y por la cárcel
cervezas de la orden y se marcharon.
Al salir, Carlos se despidió de ellos;
entrada.
- ¡Vamos! ¿O qué haces guardado los viernes
- No pus’… tengo que ir a ver a
- Unos tragos y te vas.
Carlos quería irse, y mientras se negaba
que fueran a hablar, ni estar con ellos, sobre todo por la pena que empezaba a sentir
por su cuñado, al que le llevaba varios años y
como antes. Aunque Jimy ya debía saber lo que hacía.
OOCC
Yo estaba con los que empezaron a repartir vergazos, la neta los custodios
nos dejaron hacer nuestro desmadre por un rato; al final la Federal nos regresó a las
celdas a balazos. Nomás empezamos a madrear “mexicles” y los que se atravesaran,
no sé bien porque. No recuerdo bien ese día.
si debió haber sido un desmadre.
Desde que salí, de eso hay una parte que sueño todas las noches, siempre es
la misma, es cuando me metí a uno de los talleres buscando no sé qué ni bien en que
momento, adentro encontré un charco de sangre, era bastante grande, y no se veían
que lo hubieran arrastrado.
, a quién hubieran matado allí.
, quedándose callado por un rato se dedicó a ver a las meseras
inguna de ellas subió a la pista, ni siquiera cuando llego el “cubas”. Había sido un
alto y fornido, de unos cuarenta, güero y con brazos llenos de tatuaje
fue directo a sentarse con Jimy y Carlos. Parecían conocerse de toda la vida, le
platicaron lo de la mesera, y él también se quejó de ellas.
Vamos a los del Centro, allí tenemos unos que están mejor, sirve que
Jimy le había pedido que aquí viniera, pues esto era lo que habían podido pagar. Por
los trabajos de antes y por la cárcel, es que le tenía confianza. Bebieron las últimas
marcharon.
, Carlos se despidió de ellos; el taxi que conducía estaba estacionado junto a la
haces guardado los viernes?
tengo que ir a ver a la familia.
te vas.
mientras se negaba subía a su taxi. No deseaba escuchar de lo
que fueran a hablar, ni estar con ellos, sobre todo por la pena que empezaba a sentir
al que le llevaba varios años y podría haberle tratado de decirle algo
y ya debía saber lo que hacía.
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Yo estaba con los que empezaron a repartir vergazos, la neta los custodios
ederal nos regresó a las
celdas a balazos. Nomás empezamos a madrear “mexicles” y los que se atravesaran,
Desde que salí, de eso hay una parte que sueño todas las noches, siempre es
la misma, es cuando me metí a uno de los talleres buscando no sé qué ni bien en que
momento, adentro encontré un charco de sangre, era bastante grande, y no se veían
se dedicó a ver a las meseras.
cuando llego el “cubas”. Había sido un
con brazos llenos de tatuajes; al entrar
fue directo a sentarse con Jimy y Carlos. Parecían conocerse de toda la vida, le
tenemos unos que están mejor, sirve que
pues esto era lo que habían podido pagar. Por
le tenía confianza. Bebieron las últimas
el taxi que conducía estaba estacionado junto a la
. No deseaba escuchar de lo
que fueran a hablar, ni estar con ellos, sobre todo por la pena que empezaba a sentir
podría haberle tratado de decirle algo
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
- … la saludas, le dices que me viste y que no se preocupe por mí.
Jimy.
El carro se echó a andar, saliendo a la carretera de enfrente.
A punto de subir a la camioneta,
ruido tumbó a El Cubas, que
mirando a la calle por donde se acercaban corriendo esos hombres. Jimy, que nada
más por la salpicadura roja en la lámina de la carrocería se hizo idea de lo qu
sucedía, alzó las manos y se dejó caer de rodillas. Los franeleros del tugurio que
estaban en el estacionamiento se refugiaron dentro del local cerrando las puertas. No
iban por ellos sino por Jimy.
Por un par de kilómetros le acompañaron las luc
los carros que llegaban a pararse en cualquiera de
estos. Las luces de las torretas se aproximaron
desde enfrente, el convoy de patrullas a prisa pasó
junto al taxi, después regreso la penumbra. Era el
camino más rápido para llegar a la colonia Anapra.
Entre el desierto nada más se escuchaba el ruido del
motor, hasta que fue golpeado a un lado de la
cajuela. Soltó un grito. Después
en el espejo lateral que venía detrás, sin encontrar
nada en la oscuridad; hasta esforzarse durante
segundos que le parecieron
distinguió que los faros traseros iluminaron quizá una
camioneta. Un golpe más y perdió el control
chocando contra el muro lateral.
El frío dejo de calar desde hace rato,
dónde estaba, también sentía dolor dándose cuenta de que p
pasar el tiempo, parecía estar sólo, entonces reaccionó para levantarse del piso a
donde había sido arrojado.
Era de día y por las ventanas
la sala reconoce el lugar.
- ¡Jimy! - Nadie para contestar.
OOCC
… la saludas, le dices que me viste y que no se preocupe por mí.
saliendo a la carretera de enfrente.
A punto de subir a la camioneta, sin advertirlo, en un instante un solo tir
que en un movimiento fue jalado al suelo y
mirando a la calle por donde se acercaban corriendo esos hombres. Jimy, que nada
más por la salpicadura roja en la lámina de la carrocería se hizo idea de lo qu
sucedía, alzó las manos y se dejó caer de rodillas. Los franeleros del tugurio que
estaban en el estacionamiento se refugiaron dentro del local cerrando las puertas. No
iban por ellos sino por Jimy.
Por un par de kilómetros le acompañaron las luces neón de los puteros y las luces de
los carros que llegaban a pararse en cualquiera de
estos. Las luces de las torretas se aproximaron
desde enfrente, el convoy de patrullas a prisa pasó
junto al taxi, después regreso la penumbra. Era el
do para llegar a la colonia Anapra.
Entre el desierto nada más se escuchaba el ruido del
hasta que fue golpeado a un lado de la
cajuela. Soltó un grito. Después de la sacudida buscó
en el espejo lateral que venía detrás, sin encontrar
hasta esforzarse durante unos
que le parecieron bastantes largos,
distinguió que los faros traseros iluminaron quizá una
camioneta. Un golpe más y perdió el control
chocando contra el muro lateral.
El frío dejo de calar desde hace rato, se mantuvo con los ojos cerrados por no saber
dónde estaba, también sentía dolor dándose cuenta de que podía moverse. Dejó
pasar el tiempo, parecía estar sólo, entonces reaccionó para levantarse del piso a
donde había sido arrojado.
entanas irradiaba la habitación; abre la única puerta que hay, en
Nadie para contestar.
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… la saludas, le dices que me viste y que no se preocupe por mí.- Se despidió
un solo tiro sin ningún
y cayó recostado
mirando a la calle por donde se acercaban corriendo esos hombres. Jimy, que nada
más por la salpicadura roja en la lámina de la carrocería se hizo idea de lo que
sucedía, alzó las manos y se dejó caer de rodillas. Los franeleros del tugurio que
estaban en el estacionamiento se refugiaron dentro del local cerrando las puertas. No
es neón de los puteros y las luces de
se mantuvo con los ojos cerrados por no saber
odía moverse. Dejó
pasar el tiempo, parecía estar sólo, entonces reaccionó para levantarse del piso a
abre la única puerta que hay, en
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
Los zumbidos que vienen del patio siguen, es lo único que se oye
pequeño de algunos metros, de muros grises
encharcado con sangre escurriendo
muchas, y revoloteaban por todos lados.
Da la vuelta, los nervios pueden apoderarse de él;
corriendo hacia la puerta, y
sujetos.
Figuras negras con pecheras del mismo color
“Cuerno de Chivo”, excepto el que sostiene un hacha aún sucia. Entraron
amarillento destello del dí
moscas. Cuando ese destello tocó su rostro la presión tapo sus oídos, nada se
escucha, intuye lo que le están ordenado al agitar los cañones señalando el piso, de
rodillas antes de bajar la cabeza c
Viendo las sombras que pasan
buscar de reojo al que ha quedado, lo encuentra sentado
momento en que decide alzar la mirada:
respirar, el color pálido bajo la capucha, el hilo de sangre asomándose desd
ropas… sigue hablándole mientras le apunta. Volvió a bajar la cabeza.
No supo cuánto tiempo pasó,
gotas de sudor, deseando que terminara de un balazo
lloraría, pero en cambio temblaba
El hilo de sangre se hace más largo llegando al reflejo de la luz
sus rodillas. Se levantó, quería pensar que
no haría algo para evitar que se fuera.
Saliendo a la calle el ruido de un Torto
golpe. Agita un poco la cabeza queriendo reaccionar;
hacia su casa, son unos cuantos metros.
Vio a su mujer yendo otra vez al mercado, ahora con el último dinero que le quedaba,
llevaba varios días sin salir de casa. Lo dejo con su hija, y mientras ella no tenía de
otra más que estar frente de la televisión, Car
al borde de la cama.
OOCC
Los zumbidos que vienen del patio siguen, es lo único que se oye a ratos. Es un patio
pequeño de algunos metros, de muros grises deslumbrados y piso de cemento
charcado con sangre escurriendo desde cinco lados. Las moscas se a
por todos lados.
nervios pueden apoderarse de él; antes intenta escapar, casi
ta, y por ella aparecen los rostros encapuchados de tres
con pecheras del mismo color le apuntan con los cañones de las
, excepto el que sostiene un hacha aún sucia. Entraron
amarillento destello del día que rodeó a Carlos entre el desorden y las incontables
moscas. Cuando ese destello tocó su rostro la presión tapo sus oídos, nada se
escucha, intuye lo que le están ordenado al agitar los cañones señalando el piso, de
abeza cree que continúan hablando.
Viendo las sombras que pasan, sabe que dos de ellos se han ido. No puede evitar
quedado, lo encuentra sentado en el piso a un lado, llega el
de alzar la mirada: lo ve contener espasmos por la dificultad de
respirar, el color pálido bajo la capucha, el hilo de sangre asomándose desd
igue hablándole mientras le apunta. Volvió a bajar la cabeza.
No supo cuánto tiempo pasó, sólo permaneció de la misma manera viendo caer las
gotas de sudor, deseando que terminara de un balazo. Creyó que en este momento
pero en cambio temblaba cada vez más.
El hilo de sangre se hace más largo llegando al reflejo de la luz, alcanzando una de
sus rodillas. Se levantó, quería pensar que aquel era un cadáver o que por lo menos
no haría algo para evitar que se fuera.
a la calle el ruido de un Torton y la arena en el aire llegan a Carlos en un
la cabeza queriendo reaccionar; creyendo que nadie lo ve corre
su casa, son unos cuantos metros.
Vio a su mujer yendo otra vez al mercado, ahora con el último dinero que le quedaba,
llevaba varios días sin salir de casa. Lo dejo con su hija, y mientras ella no tenía de
otra más que estar frente de la televisión, Carlos permanecía en la recamara, sentado
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a ratos. Es un patio
deslumbrados y piso de cemento
desde cinco lados. Las moscas se alzaron, eran
antes intenta escapar, casi
los rostros encapuchados de tres
le apuntan con los cañones de las
, excepto el que sostiene un hacha aún sucia. Entraron junto con el
a que rodeó a Carlos entre el desorden y las incontables
moscas. Cuando ese destello tocó su rostro la presión tapo sus oídos, nada se
escucha, intuye lo que le están ordenado al agitar los cañones señalando el piso, de
sabe que dos de ellos se han ido. No puede evitar
en el piso a un lado, llega el
os por la dificultad de
respirar, el color pálido bajo la capucha, el hilo de sangre asomándose desde sus
igue hablándole mientras le apunta. Volvió a bajar la cabeza.
sólo permaneció de la misma manera viendo caer las
reyó que en este momento
alcanzando una de
aquel era un cadáver o que por lo menos
n y la arena en el aire llegan a Carlos en un
creyendo que nadie lo ve corre
Vio a su mujer yendo otra vez al mercado, ahora con el último dinero que le quedaba,
llevaba varios días sin salir de casa. Lo dejo con su hija, y mientras ella no tenía de
los permanecía en la recamara, sentado
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Respiró hondo, pensó en decirle algo cuándo llegara,
estos días todos los gritos y golpes, era que sentía miedo a
cabeza; era sin darse cuenta
Carlos no se movió del mismo lugar con la mirada en la nada. Anocheció.
- He estado soñando casi lo mismo… abro la puerta y veo la sangre rodeada
por un brillo muy fuerte… no sé en qué termina, sólo es de lo que me acuerdo.
La mujer lo miró, revisaba en su rostro los gestos por la angustia con que la atraparon
cuando le contaba del sueño.
En esta ocasión el recuerdo del sueño fue más lejos. Rodeado por la luz escucha
nítidamente palabras desconocidas, vienen de a un lado, del que le apunta.
No pudo evitar haberle gritado tanto después de que ella insistió en querer buscar a su
hermano. Se ha marchado Clara llevándose a la niña, eso llega a ser lo mejor. Ya no
estarían allí cuando lo encuentren quienes fueran aquellos que lo retuvieron.
Observa la calle entre las cortinas, todo es igual con la arena y el sol a plomo cayendo
sobre el gris de las casas. Se vuelve imposible una manera de escapar
salida de la colonia es donde se ponen a levantar gente, hacía el desierto tendría que
caminar varias cuadras antes de llegar
para llegar al Periférico, pudiendo ser avistado por los tantos que andan “
Apretando la cabeza entre sus manos
tardarían en averiguar donde vivía para venir a cualquier hora del día a matarlo con
toda su familia. Allá en las calles andan en este instante interrogando al vecino o a
cualquier otro. Llegarían en cualquier rato.
Era el mismo sueño, mostrándole el charco de sangre bajo el sol, la voz que no
entiende del sujeto encapuchado apuntándole, exudando algo n
el espacio donde se encuentra, haciéndole perder su forma, extendiéndose ocupando
todo.
Abrió los ojos, la voz continuaba, ahora llegando de algún lugar de la habitación. De
algún lugar que no podía ver, porque no podía girar el cuel
ojos. En la mente trató con todas sus ganas agitar los brazos, levantarse de la cama,
ver de dónde viene esa voz.
OOCC
ó en decirle algo cuándo llegara, en hacer algo para borrar de
estos días todos los gritos y golpes, era que sentía miedo acompañado de calor en la
era sin darse cuenta. Pero había presente algo más.
Carlos no se movió del mismo lugar con la mirada en la nada. Anocheció.
He estado soñando casi lo mismo… abro la puerta y veo la sangre rodeada
por un brillo muy fuerte… no sé en qué termina, sólo es de lo que me acuerdo.
, revisaba en su rostro los gestos por la angustia con que la atraparon
cuando le contaba del sueño.
En esta ocasión el recuerdo del sueño fue más lejos. Rodeado por la luz escucha
nítidamente palabras desconocidas, vienen de a un lado, del que le apunta.
No pudo evitar haberle gritado tanto después de que ella insistió en querer buscar a su
ha marchado Clara llevándose a la niña, eso llega a ser lo mejor. Ya no
estarían allí cuando lo encuentren quienes fueran aquellos que lo retuvieron.
Observa la calle entre las cortinas, todo es igual con la arena y el sol a plomo cayendo
gris de las casas. Se vuelve imposible una manera de escapar
salida de la colonia es donde se ponen a levantar gente, hacía el desierto tendría que
caminar varias cuadras antes de llegar, y una vez allí serían bastantes los kilómetros
eriférico, pudiendo ser avistado por los tantos que andan “
Apretando la cabeza entre sus manos, espera que lleguen. No habría de otra, no
tardarían en averiguar donde vivía para venir a cualquier hora del día a matarlo con
a. Allá en las calles andan en este instante interrogando al vecino o a
cualquier otro. Llegarían en cualquier rato.
Era el mismo sueño, mostrándole el charco de sangre bajo el sol, la voz que no
entiende del sujeto encapuchado apuntándole, exudando algo negro, algo que agujera
el espacio donde se encuentra, haciéndole perder su forma, extendiéndose ocupando
Abrió los ojos, la voz continuaba, ahora llegando de algún lugar de la habitación. De
algún lugar que no podía ver, porque no podía girar el cuello o tan siquiera mover los
ojos. En la mente trató con todas sus ganas agitar los brazos, levantarse de la cama,
ver de dónde viene esa voz.
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en hacer algo para borrar de
compañado de calor en la
Carlos no se movió del mismo lugar con la mirada en la nada. Anocheció.
He estado soñando casi lo mismo… abro la puerta y veo la sangre rodeada
por un brillo muy fuerte… no sé en qué termina, sólo es de lo que me acuerdo.
, revisaba en su rostro los gestos por la angustia con que la atraparon
En esta ocasión el recuerdo del sueño fue más lejos. Rodeado por la luz escucha
nítidamente palabras desconocidas, vienen de a un lado, del que le apunta.
No pudo evitar haberle gritado tanto después de que ella insistió en querer buscar a su
ha marchado Clara llevándose a la niña, eso llega a ser lo mejor. Ya no
estarían allí cuando lo encuentren quienes fueran aquellos que lo retuvieron.
Observa la calle entre las cortinas, todo es igual con la arena y el sol a plomo cayendo
gris de las casas. Se vuelve imposible una manera de escapar, pues en la
salida de la colonia es donde se ponen a levantar gente, hacía el desierto tendría que
y una vez allí serían bastantes los kilómetros
eriférico, pudiendo ser avistado por los tantos que andan “de dedos”.
o habría de otra, no
tardarían en averiguar donde vivía para venir a cualquier hora del día a matarlo con
a. Allá en las calles andan en este instante interrogando al vecino o a
Era el mismo sueño, mostrándole el charco de sangre bajo el sol, la voz que no
egro, algo que agujera
el espacio donde se encuentra, haciéndole perder su forma, extendiéndose ocupando
Abrió los ojos, la voz continuaba, ahora llegando de algún lugar de la habitación. De
lo o tan siquiera mover los
ojos. En la mente trató con todas sus ganas agitar los brazos, levantarse de la cama,
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
Enfrente de él fue quemándose aquella imagen de la habitación a oscuras
en ella una flama negra, qu
espacio, constriñéndose, hinchándose. Es la flama de donde proviene la voz.
Tieso e inmóvil escucha. Han abierto la puerta, lo han encontrado, llevan hachas y
cirios encendidos, la oscuridad es tanta que
Si tan solo pudiera gritar, soltar un sollozo
sufrimiento; si tan solo pudiera saber si está llorando, si pudiera expresar el terror ante
la muerte y viendo cómo se dirige el primer hachazo espera la mue
se convierte en una aguja en los oídos al golpear el hacha contra el cuello
desprendiendo la cabeza. Sigue viendo aquello negro.
El dolor no borra la habitación, llega demasiado lejos con cada hachazo
desmembrando, arrancando las pier
Sobre el charco de sangre entre los cinco picos acomodan el
piernas, con la cabeza en medio
Clara consiguió que un tío suyo se prestara a ayudar a Ca
la ciudad. Al llegar a la casa encontró la puerta abierta,
a Alice. Las moscas no tardaron en acercársele. A
alcanzan a llegar a su rostro, camina con la niña detrá
excepción del zumbido lo demás era silencio. Desde el pasillo distinguió la sangre
regada en el piso, no quiso mirar más de lo que había dentro de la habitación, el
impulso de salir corriendo se controló por un instante cuando
mano. Era Alice. Tomándola fuerte se deja libre a la ansiedad y el miedo.
OOCC
Enfrente de él fue quemándose aquella imagen de la habitación a oscuras
una flama negra, que parecía hincharse tomando todo, desfigurando el
espacio, constriñéndose, hinchándose. Es la flama de donde proviene la voz.
Tieso e inmóvil escucha. Han abierto la puerta, lo han encontrado, llevan hachas y
cirios encendidos, la oscuridad es tanta que no iluminan.
Si tan solo pudiera gritar, soltar un sollozo, dejarlo ir para aliviar el inevitable
si tan solo pudiera saber si está llorando, si pudiera expresar el terror ante
la muerte y viendo cómo se dirige el primer hachazo espera la muerte. L
se convierte en una aguja en los oídos al golpear el hacha contra el cuello
desprendiendo la cabeza. Sigue viendo aquello negro.
El dolor no borra la habitación, llega demasiado lejos con cada hachazo
desmembrando, arrancando las piernas, terminando con los brazos.
Sobre el charco de sangre entre los cinco picos acomodan el torso, los brazos y las
en medio. Alzaron los cirios y comenzaron la invocación.
Clara consiguió que un tío suyo se prestara a ayudar a Carlos salir de Anapra
Al llegar a la casa encontró la puerta abierta, entró primero dejando un fuera
scas no tardaron en acercársele. Agita las manos, son tantas que
alcanzan a llegar a su rostro, camina con la niña detrás de ella sin darse cuenta. A
excepción del zumbido lo demás era silencio. Desde el pasillo distinguió la sangre
regada en el piso, no quiso mirar más de lo que había dentro de la habitación, el
impulso de salir corriendo se controló por un instante cuando sintió que apretaban s
omándola fuerte se deja libre a la ansiedad y el miedo.
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Enfrente de él fue quemándose aquella imagen de la habitación a oscuras, abriéndose
e parecía hincharse tomando todo, desfigurando el
espacio, constriñéndose, hinchándose. Es la flama de donde proviene la voz.
Tieso e inmóvil escucha. Han abierto la puerta, lo han encontrado, llevan hachas y
iviar el inevitable
si tan solo pudiera saber si está llorando, si pudiera expresar el terror ante
. La voz del ente
se convierte en una aguja en los oídos al golpear el hacha contra el cuello
El dolor no borra la habitación, llega demasiado lejos con cada hachazo
torso, los brazos y las
. Alzaron los cirios y comenzaron la invocación.
rlos salir de Anapra e irse de
primero dejando un fuera
gita las manos, son tantas que
s de ella sin darse cuenta. A
excepción del zumbido lo demás era silencio. Desde el pasillo distinguió la sangre
regada en el piso, no quiso mirar más de lo que había dentro de la habitación, el
sintió que apretaban su
omándola fuerte se deja libre a la ansiedad y el miedo.
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VViivvii rr ssuu vviiddaa// JJee
Fernando Waroto Landeo
Vivre sa vie: Film en douze tableaux
1962, 83 min., Francia
Dir. Jean-Luc Godard
- Insúltala. Si es una cursi, se enfadará. Si es una mujer de mundo sonreirá.
Nana Kleinfrankenheim: irremediablemente podríamos afirmar que el infierno se hizo
carne y el destino se fracturó en los vértices del origen de sus ojos. Hace más de una
temporada que resumía entre imágenes la presencia de esta película,
Godard es un prestidigitador de la fotografía, de las secuencias de imágenes, de jugar
con ese negro y blanco, de ser origen y catalogarse en contraste. De construirse de
tan solo dos colores y demos
imagen y semejanza a Dios. N
Nosotros como simples sombras, hemos fracturado nuestro lenguaje por inhalar el
humo más pesado, y encontrar la palabra necesari
queremos un poco del barro de sus labios, de las navajas de sus cabellos, de la fruta
OOCC
eeaann--LLuucc GGooddaarrdd
Fernando Waroto Landeo
Vivre sa vie: Film en douze tableaux
- ¿Es una mujer de mundo o cursi?
Insúltala. Si es una cursi, se enfadará. Si es una mujer de mundo sonreirá.
irremediablemente podríamos afirmar que el infierno se hizo
carne y el destino se fracturó en los vértices del origen de sus ojos. Hace más de una
temporada que resumía entre imágenes la presencia de esta película,
dor de la fotografía, de las secuencias de imágenes, de jugar
con ese negro y blanco, de ser origen y catalogarse en contraste. De construirse de
tan solo dos colores y demostrarnos que los seres humanos no estamos hechos a
imagen y semejanza a Dios. No.
osotros como simples sombras, hemos fracturado nuestro lenguaje por inhalar el
humo más pesado, y encontrar la palabra necesaria que nos conduzca a Nana Klein;
poco del barro de sus labios, de las navajas de sus cabellos, de la fruta
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¿Es una mujer de mundo o cursi?
Insúltala. Si es una cursi, se enfadará. Si es una mujer de mundo sonreirá.
irremediablemente podríamos afirmar que el infierno se hizo
carne y el destino se fracturó en los vértices del origen de sus ojos. Hace más de una
temporada que resumía entre imágenes la presencia de esta película, Vivir su vida.
dor de la fotografía, de las secuencias de imágenes, de jugar
con ese negro y blanco, de ser origen y catalogarse en contraste. De construirse de
trarnos que los seres humanos no estamos hechos a
osotros como simples sombras, hemos fracturado nuestro lenguaje por inhalar el
a que nos conduzca a Nana Klein;
poco del barro de sus labios, de las navajas de sus cabellos, de la fruta
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
de sus piernas, y esos agujeros negros que herman
ojos.
El azar no podría juzgar de manera exacta ¿cómo la tempestad primero fue niña y
luego furiosa se encuentra hecha mujer?
Dividida en doce actos, doce arcanos o capítulos que se
malabarista sobre el universo. Pero abajo, muy abajo tratando de encontrar algún dios,
observamos a Juana de Arco, que carga una cruz tan pesada evitando que la violencia
haga temblar los labios de cualquier ser sobre la tierra.
Cada uno juega con las barajas que su
ninguna responsabilidad. Mientras el azar lo construya uno mismo, el destino será solo
una carretera para manejar bajo los signos de la sociedad
Y todos los hijos de Hades podrían decir
pretérito a todos los tiempos; o colores origen como Dimitri, arcano de la resurrección
de algún cuervo de Poe. Ca
de esta película solo gobierna la muerte
en el suelo, mientras todas las estrellas sembradas en su cuerpo se alzan
incendiándose, iluminando toda la noche.
OOCC
gujeros negros que hermanados nos dirigen la palabra: sus
El azar no podría juzgar de manera exacta ¿cómo la tempestad primero fue niña y
luego furiosa se encuentra hecha mujer?
Dividida en doce actos, doce arcanos o capítulos que se extienden como un
malabarista sobre el universo. Pero abajo, muy abajo tratando de encontrar algún dios,
observamos a Juana de Arco, que carga una cruz tan pesada evitando que la violencia
haga temblar los labios de cualquier ser sobre la tierra.
juega con las barajas que su estrella le dispone. No se puede
ninguna responsabilidad. Mientras el azar lo construya uno mismo, el destino será solo
una carretera para manejar bajo los signos de la sociedad
Y todos los hijos de Hades podrían decir solo colores oscuros, como Nana, un color
pretérito a todos los tiempos; o colores origen como Dimitri, arcano de la resurrección
de algún cuervo de Poe. Calvario o Gólgota, llámelo usted como desee
de esta película solo gobierna la muerte antes que cualquier mujer. Nana Klein
en el suelo, mientras todas las estrellas sembradas en su cuerpo se alzan
incendiándose, iluminando toda la noche.
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ados nos dirigen la palabra: sus
El azar no podría juzgar de manera exacta ¿cómo la tempestad primero fue niña y
extienden como un
malabarista sobre el universo. Pero abajo, muy abajo tratando de encontrar algún dios,
observamos a Juana de Arco, que carga una cruz tan pesada evitando que la violencia
estrella le dispone. No se puede evadir
ninguna responsabilidad. Mientras el azar lo construya uno mismo, el destino será solo
solo colores oscuros, como Nana, un color
pretérito a todos los tiempos; o colores origen como Dimitri, arcano de la resurrección
lvario o Gólgota, llámelo usted como desee, pero al final
Nana Klein, reposa
en el suelo, mientras todas las estrellas sembradas en su cuerpo se alzan
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
AA mmiiss rreeccuueerrddoo
Alexis Pérez
Habría de perder la memoria en una tarde de otoño
expediente clínico psiquiátrico. E
esta carta, se apareció en mi ha
no recuerdo si la amo o la amé
pasado un par de horas de que la vi. Lo único que me dejó
siento dentro de mí.
Cuando me dijo su nombre
sensación extraña en mi pecho. F
en verdad la recordara; pero no apareció ninguna imagen en mi cabeza que me hiciera
saber de su existencia. Después de eso me quedé
me miraba y seguía preguntando, yo no respondía a
aquella silla donde me encontraba sentado frente a ella
donde solía escribir cada noche tratando de buscar algún escrito que me hiciese
recordarle.
Tras buscar aquellos escritos
recuerdo si eran viejos o eran recientes
olvidaba lo que escribía y cuando lo había hecho. Miré
hojas y noté que estaban escritas en primera persona
fuese algo redactada de mi vida.
Según por lo escrito en esa y varias hojas
belleza como si fuera lo más hermoso del mundo;
que escribía más sobre su alma y su ser que de otra cosa. Por lo que entendí yo la
amaba, y sentía un inmenso amor por ella
a todo, absolutamente a todo le ponía su nombre
que existiese. Sin embargo no
lo único que tenía con ella eran miles de escritos, ese aire estremecedor e inexistente
y esa extraña sensación en mi pecho.
OOCC
ooss
Habría de perder la memoria en una tarde de otoño, de acuerdo a lo que leo en mi
expediente clínico psiquiátrico. En un invierno, cinco años después según la fecha de
se apareció en mi habitación de reclusión una mujer. No logre recordarle,
no recuerdo si la amo o la amé. No recuerdo tampoco su físico, aunque solo haya
do un par de horas de que la vi. Lo único que me dejó fue su esencia
Cuando me dijo su nombre, he de decir que sentí un aire frío, estremecedor
sensación extraña en mi pecho. Fue como si sintiera que tal vez sí la conocía
pero no apareció ninguna imagen en mi cabeza que me hiciera
. Después de eso me quedé en rotundo silencio mientras ella
me miraba y seguía preguntando, yo no respondía a nada, me levanté
aquella silla donde me encontraba sentado frente a ella, y fui directo al escritorio
donde solía escribir cada noche tratando de buscar algún escrito que me hiciese
Tras buscar aquellos escritos, encontré varios en los cuales escribía su nombre. N
recuerdo si eran viejos o eran recientes, ya que al día siguiente de cada escrito
ía y cuando lo había hecho. Miré por un par de minutos aquellas
que estaban escritas en primera persona y en forma de diario
fuese algo redactada de mi vida.
egún por lo escrito en esa y varias hojas, ella era el amor de mi vida. D
fuera lo más hermoso del mundo; lo increíble fue que me percaté
su alma y su ser que de otra cosa. Por lo que entendí yo la
y sentía un inmenso amor por ella, y dándome cuenta por todo lo que observé,
todo le ponía su nombre, como si su nombre fuera el ú
que existiese. Sin embargo no logré recordarle; siguió sin aparecer ningún recuerdo
a con ella eran miles de escritos, ese aire estremecedor e inexistente
y esa extraña sensación en mi pecho.
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2233
lo que leo en mi
cinco años después según la fecha de
o logre recordarle,
aunque solo haya
fue su esencia, la cual
estremecedor, y una
la conocía, como si
pero no apareció ninguna imagen en mi cabeza que me hiciera
en rotundo silencio mientras ella
me levanté aterrado de
directo al escritorio
donde solía escribir cada noche tratando de buscar algún escrito que me hiciese
n los cuales escribía su nombre. No
ya que al día siguiente de cada escrito
por un par de minutos aquellas
y en forma de diario, como si
, ella era el amor de mi vida. Describía su
que me percaté de
su alma y su ser que de otra cosa. Por lo que entendí yo la
e cuenta por todo lo que observé,
como si su nombre fuera el único
siguió sin aparecer ningún recuerdo, y
a con ella eran miles de escritos, ese aire estremecedor e inexistente
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
Ella no pudo contener más el llanto
trató de disfrazarlo como alergia al polvo cuando l
un pañuelo de seda blanca limpió sus lá
preocuparme, que con el tiempo
ese amor que según ella y mis escritos nos hací
Después de oír eso me alejé
que lo único posible era que mañana no la recordara ni a ella ni
plática. En un intento de afer
días a recordarme quién era yo y quién era ella.
aquel disparate, y le mencioné
amar como ella tanto decía o por lo que había escrito yo mismo;
tiempo para que se aburriera y saliera huyendo.
Ella recalcó que el tiempo no importaba
de que el tiempo era un factor externo e interno que tod
amor. Incluso si ella no se aburría
nuestros caminos, y yo moriría sin saber quién era
Pasado un rato volteé a verla a la cara
buen rato me miró a los ojos
amaría siempre. En un acto por sucumbir su criterio le dije que sinceramente en estos
tiempos del amor ya no había “para siempre”
vida duraba tanto. Le mencioné de buena manera
ya era un caso perdido no por
recuerdos me había hecho perder el corazón.
Le recalqué que no podía amarl
amarla a ella ni a nadie más. Y
que me dejara morir con las únicas tres cosas que podía record
silencio y la noche.
Ella me soltó enseguida, cogió
sigo sin saber quién era. A
mismo durante cinco años y no lo he olvidado,
sensación en mi pecho y ese
habitación, cinco años de no
cosas más que recordar: su ese
culpa mía.
OOCC
Ella no pudo contener más el llanto después de comunicárselo, y me di cu
de disfrazarlo como alergia al polvo cuando le pregunte del porque su llanto. C
elo de seda blanca limpió sus lágrimas, y me dijo que no tendría de que
que con el tiempo la recordaría, y posiblemente podríamos seguir co
gún ella y mis escritos nos hacían tan felices.
Después de oír eso me alejé de ella dándole la espalda, diciéndole que era imposible
que lo único posible era que mañana no la recordara ni a ella ni mucho menos la
aferramiento de su parte me contestó que vendría
días a recordarme quién era yo y quién era ella. Hice una burla sarcástica al escuch
aquel disparate, y le mencioné que así fuera diario, diario la olvidaría
decía o por lo que había escrito yo mismo; solo era cuestión de
tiempo para que se aburriera y saliera huyendo.
que el tiempo no importaba, y yo seguí con mi negación, con el argumento
de que el tiempo era un factor externo e interno que todo lo deteriora
ella no se aburría, tarde o temprano se cruzaría la muerte por
moriría sin saber quién era a pesar de sus esfuerzos.
a verla a la cara, y después de haberle dado la e
a los ojos, asegurándome que dijera lo que dijera ella vendría y me
n un acto por sucumbir su criterio le dije que sinceramente en estos
tiempos del amor ya no había “para siempre”, que era una frase muy larga
tanto. Le mencioné de buena manera que no perdiera su tiempo
ya era un caso perdido no por mi falta de memoria, sino porque mi pé
bía hecho perder el corazón.
podía amarle si no la recordaba; si no la extrañaba
amarla a ella ni a nadie más. Ya por último la tomé de las manos, pidiéndole
que me dejara morir con las únicas tres cosas que podía recordar:
, cogió su bolso y salió de la habitación corriendo. Se fue
era. Ahora me encuentro aterrado porque llevo escribiendo lo
años y no lo he olvidado, como tampoco he olvidado esa
sensación en mi pecho y ese aire frio; cinco años sintiendo su presencia en esta
habitación, cinco años de no poder recordar su físico; cinco años de tener
su esencia y esta tristeza que me dejó al marcharse
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después de comunicárselo, y me di cuenta que
e pregunte del porque su llanto. Con
y me dijo que no tendría de que
y posiblemente podríamos seguir con
que era imposible,
mucho menos la
que vendría todos los
ice una burla sarcástica al escuchar
que así fuera diario, diario la olvidaría, que me podría
solo era cuestión de
con el argumento
o lo deteriora, sobre todo al
tarde o temprano se cruzaría la muerte por
esfuerzos.
a espalda por un
que dijera lo que dijera ella vendría y me
n un acto por sucumbir su criterio le dije que sinceramente en estos
muy larga, pues ni la
que no perdiera su tiempo, que yo
, sino porque mi pérdida de
e si no la recordaba; si no la extrañaba no podía
la tomé de las manos, pidiéndole de favor
ar: mi soledad, el
su bolso y salió de la habitación corriendo. Se fue, y yo
hora me encuentro aterrado porque llevo escribiendo lo
he olvidado esa
cinco años sintiendo su presencia en esta
cinco años de tener otras dos
al marcharse… por
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
PPooddeerr
Martín Andén
Soy todos los hombres posibles, y de ellos elijo uno con el cual moldearte. Tu nombre
es poca cosa: muevo más allá de tu mente, escribo tu destino, conozco tu muerte.
Consumo cuanto objeto llega hasta mis manos; para concebirme dueño de mi mismo
necesariamente tengo que ser dueño de otros, más allá de mi propio cuerpo. En
verdad la posesión del dinero me resulta algo ridículo, al grado de provocarme risa
enferma, pues si con tal cosa me conformara sería en el fondo un mero acumulador de
objetos, un vulgar coleccionista.
Yo quiero ser lo que encierran ese y otros símbolos; quiero ser el más grande Señor.
Trastorno voluntades, persigo todos los sueños que caben en la noche humana hasta
su entero cumplimiento. Me introduzco de manera sutil en un resquicio del
pensamiento, como infección, y desde ahí me propago por toda la conciencia.
Subyugo todo espacio y escondrijo de la memoria: antes de mí no habrá ya nada,
presente y futuro serán caminos construidos en función de mi continua presencia.
Nada de cuanto suceda s
argumento, ley o súplica. Incluso desafío a la muerte a que me venza, pues mientras
exista en el género humano no habrá fu
de la divinidad: infinito tiempo e
Termino siendo el alimento, la medicina, el aliento necesario para que puedas
continuar tu camino. Someto a mi entera voluntad todos los deseos que se presentan
en el corazón humano, que tú podrías considerar (¡ingenuo!) totalmente
a mi reino. Incluso a esos que parecen rebelárseme no los destruyo, al contrario les
doy cobijo, situándolos como un engranaje más en una eterna maquinaria que no cesa
de moverse.
Cuando la tormenta se desata furiosa, se oyen truenos en el
comprendo su naturaleza: ecos de una voz terrible que anida en todas las gargantas,
posible por el solo hecho de que puede expresar la angustia consustancial al hecho de
haber nacido y no poder cesar en su interminable angustia. Soy la ll
dentro del alma que busca convertirse en hoguera donde quemar el universo.
OOCC
todos los hombres posibles, y de ellos elijo uno con el cual moldearte. Tu nombre
es poca cosa: muevo más allá de tu mente, escribo tu destino, conozco tu muerte.
Consumo cuanto objeto llega hasta mis manos; para concebirme dueño de mi mismo
e tengo que ser dueño de otros, más allá de mi propio cuerpo. En
verdad la posesión del dinero me resulta algo ridículo, al grado de provocarme risa
enferma, pues si con tal cosa me conformara sería en el fondo un mero acumulador de
ccionista.
Yo quiero ser lo que encierran ese y otros símbolos; quiero ser el más grande Señor.
Trastorno voluntades, persigo todos los sueños que caben en la noche humana hasta
su entero cumplimiento. Me introduzco de manera sutil en un resquicio del
amiento, como infección, y desde ahí me propago por toda la conciencia.
Subyugo todo espacio y escondrijo de la memoria: antes de mí no habrá ya nada,
presente y futuro serán caminos construidos en función de mi continua presencia.
Nada de cuanto suceda será capaz de perturbar mi marcha: ni sentimiento,
argumento, ley o súplica. Incluso desafío a la muerte a que me venza, pues mientras
exista en el género humano no habrá fuerza capaz de destruirme. Mis atributos son los
de la divinidad: infinito tiempo e inconmensurable espacio.
Termino siendo el alimento, la medicina, el aliento necesario para que puedas
continuar tu camino. Someto a mi entera voluntad todos los deseos que se presentan
en el corazón humano, que tú podrías considerar (¡ingenuo!) totalmente
a mi reino. Incluso a esos que parecen rebelárseme no los destruyo, al contrario les
doy cobijo, situándolos como un engranaje más en una eterna maquinaria que no cesa
Cuando la tormenta se desata furiosa, se oyen truenos en el cielo, y solo yo
comprendo su naturaleza: ecos de una voz terrible que anida en todas las gargantas,
posible por el solo hecho de que puede expresar la angustia consustancial al hecho de
haber nacido y no poder cesar en su interminable angustia. Soy la llama insignificante
dentro del alma que busca convertirse en hoguera donde quemar el universo.
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todos los hombres posibles, y de ellos elijo uno con el cual moldearte. Tu nombre
es poca cosa: muevo más allá de tu mente, escribo tu destino, conozco tu muerte.
Consumo cuanto objeto llega hasta mis manos; para concebirme dueño de mi mismo
e tengo que ser dueño de otros, más allá de mi propio cuerpo. En
verdad la posesión del dinero me resulta algo ridículo, al grado de provocarme risa
enferma, pues si con tal cosa me conformara sería en el fondo un mero acumulador de
Yo quiero ser lo que encierran ese y otros símbolos; quiero ser el más grande Señor.
Trastorno voluntades, persigo todos los sueños que caben en la noche humana hasta
su entero cumplimiento. Me introduzco de manera sutil en un resquicio del
amiento, como infección, y desde ahí me propago por toda la conciencia.
Subyugo todo espacio y escondrijo de la memoria: antes de mí no habrá ya nada,
presente y futuro serán caminos construidos en función de mi continua presencia.
erá capaz de perturbar mi marcha: ni sentimiento,
argumento, ley o súplica. Incluso desafío a la muerte a que me venza, pues mientras
erza capaz de destruirme. Mis atributos son los
Termino siendo el alimento, la medicina, el aliento necesario para que puedas
continuar tu camino. Someto a mi entera voluntad todos los deseos que se presentan
en el corazón humano, que tú podrías considerar (¡ingenuo!) totalmente libres, ajenos
a mi reino. Incluso a esos que parecen rebelárseme no los destruyo, al contrario les
doy cobijo, situándolos como un engranaje más en una eterna maquinaria que no cesa
cielo, y solo yo
comprendo su naturaleza: ecos de una voz terrible que anida en todas las gargantas,
posible por el solo hecho de que puede expresar la angustia consustancial al hecho de
ama insignificante
dentro del alma que busca convertirse en hoguera donde quemar el universo.
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO OOCCTTUUBBRREE 22001144
2266
FFrraammee
Sharet Ubaldo
Hubo muchos lugares que adoraba por sus bellos cuadros de casas, retratos y relojes,
en los cuales me perdía e inventaba que podía ir allí dentro, desplazarme y
seguramente nunca salir de ahí.
Había algo tétrico y triste en ese pensamiento que me producía un nudo en la
garganta y me hacía sudar las manos, pero aún así no podía dejar de desear
pertenecer ahí.
Puedes ver más de la autora en: sharetubaldoposts.tumblr.com
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
JJuunnttooss AAccaabbaamm
Lía
Tendría muchos motivos para rendirme
desde hace bastante tiempo, pe
vez que puedo verte los olvido todos.
Y es que no eres perfecto, pero si eres
lo que más me gusta. Me gusta verte
jugar con tu barba, cuando hablas
mucho y cuando te desconcentras,
cuando olvidas lo que ibas a decir y
cuando haces pausas.
Me gusta esa forma en la que tocas mi
cabello y hasta verte molesto.
Cuando no quieres nada y también
cuando no me necesitas. Ver tus pies
descalzos caminar por el pasillo y
colección de historias interesantes,
cuando me cuentas tus hazañas y
hasta los chistes de cada mañana.
En ti encuentro la paz y la calma que ni
tú mismo encuentras aún, disfruto tus
respuestas a todo lo que me embrutece
y tus muletillas al hablar.
OOCC
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Tendría muchos motivos para rendirme
desde hace bastante tiempo, pero cada
olvido todos.
Y es que no eres perfecto, pero si eres
lo que más me gusta. Me gusta verte
jugar con tu barba, cuando hablas
ndo te desconcentras,
cuando olvidas lo que ibas a decir y
Me gusta esa forma en la que tocas mi
cabello y hasta verte molesto.
Cuando no quieres nada y también
cuando no me necesitas. Ver tus pies
descalzos caminar por el pasillo y tu
colección de historias interesantes,
cuando me cuentas tus hazañas y
hasta los chistes de cada mañana.
En ti encuentro la paz y la calma que ni
tú mismo encuentras aún, disfruto tus
respuestas a todo lo que me embrutece
Tus ojos, tus labios que saben besar,
tus manos, tu lengua, que ni la seda
podría igualar. Tus miedos, tus sueños
y todo lo que algún día espero
descubrir.
Y cuando me explicas las cosas que
aún no logro entender, no me queda
más que aceptar que aunque la edad
es lo que menos importa, me llevas una
ventaja enorme en cuanto a historias y
recuerdos, y eso no me importa.
¿Sabes?, quiero que estés en las mías,
esas que tal vez algún día otra persona
pueda escuchar; es ahí cuando llego a
dos pequeñas o grandes concl
según sea tu punto de vista.
La primera: que te quiero, como no
creo que seas capaz de poder
imaginar.
Y la segunda: que quiero complicarme
la vida contigo.
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jos, tus labios que saben besar,
tus manos, tu lengua, que ni la seda
podría igualar. Tus miedos, tus sueños
y todo lo que algún día espero
Y cuando me explicas las cosas que
aún no logro entender, no me queda
más que aceptar que aunque la edad
es lo que menos importa, me llevas una
ventaja enorme en cuanto a historias y
recuerdos, y eso no me importa.
¿Sabes?, quiero que estés en las mías,
esas que tal vez algún día otra persona
pueda escuchar; es ahí cuando llego a
dos pequeñas o grandes conclusiones,
según sea tu punto de vista.
La primera: que te quiero, como no
creo que seas capaz de poder
Y la segunda: que quiero complicarme
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
La lluvia:
el llanto del cielo.
El duende ebrio habitante del valle negro
de los bosques del cerebro...
ríe dentro de nosotros.
pestilente a sexo, sangre y marihuana.
mi miedo entreabre la puerta falsa
Esta noche he vuelto ahí
y no encontré rastro ninguno
de aquel c
OOCC
PPooeemmaa XX
Fernando A. Sierra
la risa de la tierra.
Un trueno que estalla
del polvo hacia las nubes:
el sino de un hombre.
El duende ebrio habitante del valle negro
de los bosques del cerebro...
ríe dentro de nosotros.
Mi infancia
un oscuro callejón
pestilente a sexo, sangre y marihuana.
Al fondo
mi miedo entreabre la puerta falsa
para asomarme
a un negro porvenir
jugar poker con la inocencia
de mi alma.
Esta noche he vuelto ahí
y no encontré rastro ninguno
de aquel chiquillo que fui.
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2288
Los ríos:
la risa de la tierra.
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
CCuuaattrroo PPooeemmaass
Carlos Rojas
I
Antes pensaba
que comenzar un poema era cosa
fácil
sin embargo
uno puede estar sentado
dos, tres, cuatro, cinco horas
tener un calambre justo detrás de los testículos
y no escribir sino cojudeces y
sensiblerías de mal gusto
groserías poco contundentes
ego/onanismo/eyaculaciones
de pronto
harto de todo ese mutismo
comenzar a leer
recordar sus responsabilidades
embarcarse en la 10E, en la 50
y de pronto
la palabra de inicio
y toda la trama
y el camino abriéndose como una flor
como una vulva mojada
bajo el sol
o hundida-devorada por la niebla
y no hay un cuaderno cerca
un lápiz o una aguja
comienzas a hacer memoria
pero la calle puede más
la muchacha que espera
en aquel paradero
OOCC
ss
que comenzar un poema era cosa
dos, tres, cuatro, cinco horas
tener un calambre justo detrás de los testículos
y no escribir sino cojudeces y cojudeces
groserías poco contundentes
ego/onanismo/eyaculaciones
harto de todo ese mutismo
recordar sus responsabilidades
embarcarse en la 10E, en la 50
y el camino abriéndose como una flor
devorada por la niebla
y no hay un cuaderno cerca
comienzas a hacer memoria
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RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
mientras que el viento
le hace guerra y greñas
y su falda vive más
que toda la fauna de la tierra
mientras la polución se pega a sus piernas
no hay nada más que hacer
que dejar de parpadear
por más que ardan los ojos
no hay nada más que hacer
que dejar de respirar
e ignorar el sudor de los pasajeros
ya que
nada pide más compasión
que la mueca de una muchacha asediada
por esta ciudad de mierda.
II
El amor se cansa querida
todo se cansa
la tierra
que de puro ardor
da la vuelta y esconde al sol
el joven
sobre la barra empina el codo
y sorbe, sudoroso
porque está cansado
luego el sol será otro sol
el joven otro joven
la barra, otra
años y años
¡Oh, se me acabaron las monedas!
lo ves... también el bolsillo.
OOCC
que toda la fauna de la tierra
mientras la polución se pega a sus piernas
no hay nada más que hacer
por más que ardan los ojos
no hay nada más que hacer
norar el sudor de los pasajeros
que la mueca de una muchacha asediada
por esta ciudad de mierda.
da la vuelta y esconde al sol
empina el codo
¡Oh, se me acabaron las monedas!
lo ves... también el bolsillo.
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RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
III
Es destino de la roca
desvanecerse contra el viento
agujerearse por la gotera
pequeño muchacho
dudando que mañana salga el sol
o deje de girar la tierra
torso desnudo
vientre al firmamento
mata de hierbabuena
esperando lóbrego
un alba nueva
un alma nueva
un viento nuevo
barrio ciudad cercada por cerros
aguardando la nueva llegada del mar
resucitando
acá calcina
acá exuda
acá conduce la noche a las nubes tan lentamente
tristísimo y calmo y quedo
los borrachos todavía no alcanzan tregua
siguen cantando y resoplando
allá abajo donde se eleva el polvo
y la alegría, la melancólica alegría.
OOCC
desvanecerse contra el viento
dudando que mañana salga el sol
barrio ciudad cercada por cerros
aguardando la nueva llegada del mar
acá conduce la noche a las nubes tan lentamente
los borrachos todavía no alcanzan tregua
siguen cantando y resoplando
allá abajo donde se eleva el polvo
legría, la melancólica alegría.
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RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
IV
porque estoy muerto
y en mi sombra
vagan esperpentos
criaturas dulces, vagas
que se consumen en lo que demora el sol
en alcanzar su cenit
nadie llama a la puerta
el jardín se hace extenso
conforme los paseantes
se aproximan
estoy condenado al aislamiento
con mi sonrisa de peatón perdido
y ni la amabilidad de mis ademanes
me llevarán a una mesa amiga
a una tertulia sincera
ya no me alcanza el sueño
viajando agotado por
ciudades/ruinas/centurias
rodeado por libros
que se van haciendo polvo
por gente que se va haciendo vieja
cosas que postergo
Babeles derribadas
antes de los cimientos
y tengo miedo
de que sea cierto:
que esto sea el futuro.
OOCC
que se consumen en lo que demora el sol
estoy condenado al aislamiento
con mi sonrisa de peatón perdido
y ni la amabilidad de mis ademanes
me llevarán a una mesa amiga
ya no me alcanza el sueño
que se van haciendo polvo
por gente que se va haciendo vieja
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AArr lleeqquuíínn EEnnaammoorraaddoo
Helsvi
“Veo desaparecer mi corazón en el interior de su boca. Mi pequeña broma de San
Valentín ya no me parece tan graciosa."
Neil Gaiman, “Arlequín enamorado” en Objetos frágiles .
Puedes ver más de la obra de Helsvi en: pinterest.com/helsvi/helsvis-drawings/#
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
JJaarrddíínn ddeell tt iieemmpp
Creonte Zagholz
Mermado por las oscuras cavilaciones que guiaban su desplazamiento, el anciano Sr.
Cendejas se tumbó a descansar un momento en un banco del Parque de los Venados,
la frente empapada de un sudor
irregulares por sus mejillas, sorteando el sensible espacio de las cejas y párpados.
Contempló en silencio los hechos cotidianos que en otro tiempo lo llenaban de
asombro, pero que ahora habían perdido, repe
espontaneidad.
Se percató de que en su lugar surgía la indiferencia, madre de toda desdicha, pero sin
desear apartarla de su actitud, pues a pesar de los múltiples pensamientos que lo
asediaban, conservaba esa sensibilidad p
Crítico pero también soñador en su juventud, podía pasar con rapidez de la razón al
sentimiento, no obstante que el correr de los años lo había dotado con esa sabiduría
natural en que prima el pragmatismo por sobre lo a
por qué de la elección de aquel maldito lugar, a todas luces asediado por el calor seco
del mediodía que ni la sombra de los árboles de vasto follaje puede mitigar, y su
desánimo creció conforme en la espesura de la tarde
más y más difusos, como si estuviera al borde de caer presa del sueño.
Así, no tardó en cerrar los ojos por completo mientras su conciencia extraviada
ignoraba que el cuerpo, acusado por la fatiga de su reciente andar, envuelt
deslavado y polvoso de casimir azul marino que no se quitaba ni durante el verano, se
ladeaba peligrosamente hacia su lado izquierdo, con la cabeza suspendida en el vacío
en un gesto de liberación, mientras los brazos permanecían entrecruzado
pecho, otorgándole en conjunto un aspecto de estatua oficial luchando por no
derrumbarse.
En ese estado pendular se mantuvo por unos cuantos minutos, hasta que la fuerza de
gravedad, que reclama sus derechos de propiedad sobre los cuerpos que se
las alturas con gran rapidez, hizo caer ahora en el plano de lo físico al Sr. Cendejas,
OOCC
ppoo
Mermado por las oscuras cavilaciones que guiaban su desplazamiento, el anciano Sr.
Cendejas se tumbó a descansar un momento en un banco del Parque de los Venados,
la frente empapada de un sudor que nacía de su calva augusta y caía en caminos
irregulares por sus mejillas, sorteando el sensible espacio de las cejas y párpados.
Contempló en silencio los hechos cotidianos que en otro tiempo lo llenaban de
asombro, pero que ahora habían perdido, repentinamente, su cándida aura de
Se percató de que en su lugar surgía la indiferencia, madre de toda desdicha, pero sin
desear apartarla de su actitud, pues a pesar de los múltiples pensamientos que lo
asediaban, conservaba esa sensibilidad propia de los espíritus observadores.
Crítico pero también soñador en su juventud, podía pasar con rapidez de la razón al
sentimiento, no obstante que el correr de los años lo había dotado con esa sabiduría
natural en que prima el pragmatismo por sobre lo abstracto. No recordaba, eso sí, el
por qué de la elección de aquel maldito lugar, a todas luces asediado por el calor seco
del mediodía que ni la sombra de los árboles de vasto follaje puede mitigar, y su
desánimo creció conforme en la espesura de la tarde sus pensamientos se hicieron
más y más difusos, como si estuviera al borde de caer presa del sueño.
Así, no tardó en cerrar los ojos por completo mientras su conciencia extraviada
ignoraba que el cuerpo, acusado por la fatiga de su reciente andar, envuelt
deslavado y polvoso de casimir azul marino que no se quitaba ni durante el verano, se
ladeaba peligrosamente hacia su lado izquierdo, con la cabeza suspendida en el vacío
en un gesto de liberación, mientras los brazos permanecían entrecruzado
pecho, otorgándole en conjunto un aspecto de estatua oficial luchando por no
En ese estado pendular se mantuvo por unos cuantos minutos, hasta que la fuerza de
gravedad, que reclama sus derechos de propiedad sobre los cuerpos que se
las alturas con gran rapidez, hizo caer ahora en el plano de lo físico al Sr. Cendejas,
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Mermado por las oscuras cavilaciones que guiaban su desplazamiento, el anciano Sr.
Cendejas se tumbó a descansar un momento en un banco del Parque de los Venados,
que nacía de su calva augusta y caía en caminos
irregulares por sus mejillas, sorteando el sensible espacio de las cejas y párpados.
Contempló en silencio los hechos cotidianos que en otro tiempo lo llenaban de
ntinamente, su cándida aura de
Se percató de que en su lugar surgía la indiferencia, madre de toda desdicha, pero sin
desear apartarla de su actitud, pues a pesar de los múltiples pensamientos que lo
ropia de los espíritus observadores.
Crítico pero también soñador en su juventud, podía pasar con rapidez de la razón al
sentimiento, no obstante que el correr de los años lo había dotado con esa sabiduría
bstracto. No recordaba, eso sí, el
por qué de la elección de aquel maldito lugar, a todas luces asediado por el calor seco
del mediodía que ni la sombra de los árboles de vasto follaje puede mitigar, y su
sus pensamientos se hicieron
más y más difusos, como si estuviera al borde de caer presa del sueño.
Así, no tardó en cerrar los ojos por completo mientras su conciencia extraviada
ignoraba que el cuerpo, acusado por la fatiga de su reciente andar, envuelto en el traje
deslavado y polvoso de casimir azul marino que no se quitaba ni durante el verano, se
ladeaba peligrosamente hacia su lado izquierdo, con la cabeza suspendida en el vacío
en un gesto de liberación, mientras los brazos permanecían entrecruzados sobre el
pecho, otorgándole en conjunto un aspecto de estatua oficial luchando por no
En ese estado pendular se mantuvo por unos cuantos minutos, hasta que la fuerza de
gravedad, que reclama sus derechos de propiedad sobre los cuerpos que se elevan a
las alturas con gran rapidez, hizo caer ahora en el plano de lo físico al Sr. Cendejas,
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
quien presa de su repentino estupor apenas tuvo tiempo de reaccionar unos
milímetros antes de darse de lleno en el rostro sobre el metal oxidado con
reverberaciones de verde bandera de la banca del parque.
“¿Qué me dieron?”, atinó a decir en el momento en que se incorporaba, sorbiendo el
hilillo de saliva que goteaba por su barbilla, vuelto en sí a ese mundo de las
sensaciones que más bien parecía estar cosido
parecía estar hueco, lugar privilegiado en que habita la más profunda incertidumbre.
En pocos minutos se vio nuevamente en posición perpendicular con respe
camino de adoquines que pasaba frente a sus ojos, recobrad
profesor jubilado a la espera de una cita importante con un viejo conocido, aunque
demasiado inquieto como para sacar de debajo del hombro el periódico comprado a
primera hora de la mañana.
Para distraerse posó su atención en un área cercana a donde se hallaba
cómodamente sentado, surcada por hileras de pequeños árboles recién plantados,
cuyas frágiles ramas luchaban todavía por desprenderse del tronco para aventurarse
por sí solas. Imaginó como sería aquel lugar dentro de veinte años, preguntándose
cuántos de aquellos organismos permanecerían clavados todavía a la tierra en su
continuo intento por perseverar en su ser, extendiendo sin cesar sus raíces sobre las
oscuras profundidades.
Un joven desarrapado y con la cara tostada por el sol se acercó de improviso para
anunciar la nutrida mercancía que acostumbraba a vender todos los días por las
mañanas, de una forma tan maquinal que no albergaba esperanzas de llamar la
atención de su posible com
hacia el muchacho. “Es solo un niño”, pensó al verlo, y aquél ni siquiera esperó la
respuesta del anciano, pues ya estaba en marcha otra vez en su eterno deambular por
los bancos del parque, en espera
cigarro, producto que le dejaba más ganancias y era lo que más acostumbraban a
solicitarle.
Turbado por la visión, que le rondó todavía varios segundos por la cabeza, trató de
reanudar su pensamiento ant
solo. En ese lapso de los veinte años futuros ¿estaría también aquel vendedor
ambulante, paseando su canastilla repleta de dulces y cajetillas de cigarros por entre
los visitantes que acudían al parque a d
mismos que ya en esos días eran escasos?
OOCC
quien presa de su repentino estupor apenas tuvo tiempo de reaccionar unos
milímetros antes de darse de lleno en el rostro sobre el metal oxidado con
ciones de verde bandera de la banca del parque.
“¿Qué me dieron?”, atinó a decir en el momento en que se incorporaba, sorbiendo el
hilillo de saliva que goteaba por su barbilla, vuelto en sí a ese mundo de las
sensaciones que más bien parecía estar cosido a retazos desiguales y cuyo centro
parecía estar hueco, lugar privilegiado en que habita la más profunda incertidumbre.
En pocos minutos se vio nuevamente en posición perpendicular con respe
camino de adoquines que pasaba frente a sus ojos, recobrado en su digna posición de
profesor jubilado a la espera de una cita importante con un viejo conocido, aunque
demasiado inquieto como para sacar de debajo del hombro el periódico comprado a
primera hora de la mañana.
Para distraerse posó su atención en un área cercana a donde se hallaba
cómodamente sentado, surcada por hileras de pequeños árboles recién plantados,
cuyas frágiles ramas luchaban todavía por desprenderse del tronco para aventurarse
omo sería aquel lugar dentro de veinte años, preguntándose
cuántos de aquellos organismos permanecerían clavados todavía a la tierra en su
continuo intento por perseverar en su ser, extendiendo sin cesar sus raíces sobre las
n desarrapado y con la cara tostada por el sol se acercó de improviso para
anunciar la nutrida mercancía que acostumbraba a vender todos los días por las
mañanas, de una forma tan maquinal que no albergaba esperanzas de llamar la
atención de su posible comprador, quien distraído de sus especulaciones se volvió
hacia el muchacho. “Es solo un niño”, pensó al verlo, y aquél ni siquiera esperó la
respuesta del anciano, pues ya estaba en marcha otra vez en su eterno deambular por
los bancos del parque, en espera de que algún visitante le comprara por lo menos un
cigarro, producto que le dejaba más ganancias y era lo que más acostumbraban a
Turbado por la visión, que le rondó todavía varios segundos por la cabeza, trató de
reanudar su pensamiento anterior, conectando ambos contenidos mentales en uno
solo. En ese lapso de los veinte años futuros ¿estaría también aquel vendedor
ambulante, paseando su canastilla repleta de dulces y cajetillas de cigarros por entre
los visitantes que acudían al parque a distraerse y escapar del ajetreo de la ciudad,
mismos que ya en esos días eran escasos?
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quien presa de su repentino estupor apenas tuvo tiempo de reaccionar unos
milímetros antes de darse de lleno en el rostro sobre el metal oxidado con
“¿Qué me dieron?”, atinó a decir en el momento en que se incorporaba, sorbiendo el
hilillo de saliva que goteaba por su barbilla, vuelto en sí a ese mundo de las
a retazos desiguales y cuyo centro
parecía estar hueco, lugar privilegiado en que habita la más profunda incertidumbre.
En pocos minutos se vio nuevamente en posición perpendicular con respecto al
o en su digna posición de
profesor jubilado a la espera de una cita importante con un viejo conocido, aunque
demasiado inquieto como para sacar de debajo del hombro el periódico comprado a
Para distraerse posó su atención en un área cercana a donde se hallaba
cómodamente sentado, surcada por hileras de pequeños árboles recién plantados,
cuyas frágiles ramas luchaban todavía por desprenderse del tronco para aventurarse
omo sería aquel lugar dentro de veinte años, preguntándose
cuántos de aquellos organismos permanecerían clavados todavía a la tierra en su
continuo intento por perseverar en su ser, extendiendo sin cesar sus raíces sobre las
n desarrapado y con la cara tostada por el sol se acercó de improviso para
anunciar la nutrida mercancía que acostumbraba a vender todos los días por las
mañanas, de una forma tan maquinal que no albergaba esperanzas de llamar la
prador, quien distraído de sus especulaciones se volvió
hacia el muchacho. “Es solo un niño”, pensó al verlo, y aquél ni siquiera esperó la
respuesta del anciano, pues ya estaba en marcha otra vez en su eterno deambular por
de que algún visitante le comprara por lo menos un
cigarro, producto que le dejaba más ganancias y era lo que más acostumbraban a
Turbado por la visión, que le rondó todavía varios segundos por la cabeza, trató de
erior, conectando ambos contenidos mentales en uno
solo. En ese lapso de los veinte años futuros ¿estaría también aquel vendedor
ambulante, paseando su canastilla repleta de dulces y cajetillas de cigarros por entre
istraerse y escapar del ajetreo de la ciudad,
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Y a él… ¿cuánto tiempo le quedaría? Había pensado en algún momento de semejante
meditación recreativa cuando rondaba los cuarenta años de edad que no llegaría al
medio siglo de vida, hipótesis guiada más por su habitual carácter neurasténico que
por su estado de salud, pues desde adolescente había adquirido una complexión
robusta que sobresalía de la media, lo que incluso le había granjeado el tipo de
respeto silencioso entre sus colegas de oficio que cortaban con el rasero de la
inteligencia y la presencia.
A unas cuadras de donde se hallaba sentado, un edificio de departamentos sobresalía
por entre las copas de los árboles más altas, mostrando su rostro de gigante de
concreto surcado por numerosos ventanales, asemejando un enorme avispero
suspendido en el cielo azul. Si algo tan grande había sido erigido en tan breve lapso
de tiempo sin causar el más mínimo impacto en las cientos de personas que
transitaban por ahí diariamente, que como él apenas descubrían su presencia de
manera casi accidental, ¿qué podía esperarse de los seres minúsculos, destinados a
deteriorarse paulatinamente hasta llegar a desaparecer por completo?
El mismo pañuelo con el cual se había limpiar el
episodio del sueño, se extendió sobre su frente, ahora para quitarse las gotas de sudor
que amenazaban con caerle en los ojos. A su mente vino un día similar, cuando
adolescente, después de una carrera atlética en Ciudad Univ
madre, pero no su padre, quien había procurado en vano despertar las ansias por el
deporte en su hijo cuando niño. El olor de su ropa, empapada de un sudor distinto al
de ahora, permanecía grabado con fuerza en su memoria, así c
llegada a la meta en la grama del Estadio Olímpico.
Días lejanos marcados por una actitud de poseerlo todo, y si alguien hubiera extendido
frente a él la historia de sus acontecimientos futuros cual un mantel en donde habría
de comer, seguro hubiera preferido primero morir de hambre antes que presenciar el
espectáculo de aquello que estaría por sucederle.
Por fin las nubes habían ocultado el sol, inundando de un clima de frescura la totalidad
de las veredas del parque. Fue quizás esto lo
caminar nuevamente, convencido de que podría seguir meditando más a gusto con las
insólitas palmeras plantadas del lado sur, cuyo desfachatado penacho de robustas
hojas en la cima parecía alejarlo de sentimientos
encontrarlo pronto.
OOCC
Y a él… ¿cuánto tiempo le quedaría? Había pensado en algún momento de semejante
meditación recreativa cuando rondaba los cuarenta años de edad que no llegaría al
iglo de vida, hipótesis guiada más por su habitual carácter neurasténico que
por su estado de salud, pues desde adolescente había adquirido una complexión
robusta que sobresalía de la media, lo que incluso le había granjeado el tipo de
ntre sus colegas de oficio que cortaban con el rasero de la
inteligencia y la presencia.
A unas cuadras de donde se hallaba sentado, un edificio de departamentos sobresalía
por entre las copas de los árboles más altas, mostrando su rostro de gigante de
oncreto surcado por numerosos ventanales, asemejando un enorme avispero
suspendido en el cielo azul. Si algo tan grande había sido erigido en tan breve lapso
de tiempo sin causar el más mínimo impacto en las cientos de personas que
riamente, que como él apenas descubrían su presencia de
manera casi accidental, ¿qué podía esperarse de los seres minúsculos, destinados a
deteriorarse paulatinamente hasta llegar a desaparecer por completo?
El mismo pañuelo con el cual se había limpiar el mentón después del bochornoso
episodio del sueño, se extendió sobre su frente, ahora para quitarse las gotas de sudor
que amenazaban con caerle en los ojos. A su mente vino un día similar, cuando
adolescente, después de una carrera atlética en Ciudad Universitaria. Todavía vivía su
madre, pero no su padre, quien había procurado en vano despertar las ansias por el
deporte en su hijo cuando niño. El olor de su ropa, empapada de un sudor distinto al
de ahora, permanecía grabado con fuerza en su memoria, así como la escena de la
llegada a la meta en la grama del Estadio Olímpico.
Días lejanos marcados por una actitud de poseerlo todo, y si alguien hubiera extendido
frente a él la historia de sus acontecimientos futuros cual un mantel en donde habría
eguro hubiera preferido primero morir de hambre antes que presenciar el
espectáculo de aquello que estaría por sucederle.
Por fin las nubes habían ocultado el sol, inundando de un clima de frescura la totalidad
de las veredas del parque. Fue quizás esto lo que incitó al Sr. Cendejas a levantarse y
caminar nuevamente, convencido de que podría seguir meditando más a gusto con las
insólitas palmeras plantadas del lado sur, cuyo desfachatado penacho de robustas
hojas en la cima parecía alejarlo de sentimientos sombríos que amenazaban con
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Y a él… ¿cuánto tiempo le quedaría? Había pensado en algún momento de semejante
meditación recreativa cuando rondaba los cuarenta años de edad que no llegaría al
iglo de vida, hipótesis guiada más por su habitual carácter neurasténico que
por su estado de salud, pues desde adolescente había adquirido una complexión
robusta que sobresalía de la media, lo que incluso le había granjeado el tipo de
ntre sus colegas de oficio que cortaban con el rasero de la
A unas cuadras de donde se hallaba sentado, un edificio de departamentos sobresalía
por entre las copas de los árboles más altas, mostrando su rostro de gigante de
oncreto surcado por numerosos ventanales, asemejando un enorme avispero
suspendido en el cielo azul. Si algo tan grande había sido erigido en tan breve lapso
de tiempo sin causar el más mínimo impacto en las cientos de personas que
riamente, que como él apenas descubrían su presencia de
manera casi accidental, ¿qué podía esperarse de los seres minúsculos, destinados a
mentón después del bochornoso
episodio del sueño, se extendió sobre su frente, ahora para quitarse las gotas de sudor
que amenazaban con caerle en los ojos. A su mente vino un día similar, cuando
ersitaria. Todavía vivía su
madre, pero no su padre, quien había procurado en vano despertar las ansias por el
deporte en su hijo cuando niño. El olor de su ropa, empapada de un sudor distinto al
omo la escena de la
Días lejanos marcados por una actitud de poseerlo todo, y si alguien hubiera extendido
frente a él la historia de sus acontecimientos futuros cual un mantel en donde habría
eguro hubiera preferido primero morir de hambre antes que presenciar el
Por fin las nubes habían ocultado el sol, inundando de un clima de frescura la totalidad
que incitó al Sr. Cendejas a levantarse y
caminar nuevamente, convencido de que podría seguir meditando más a gusto con las
insólitas palmeras plantadas del lado sur, cuyo desfachatado penacho de robustas
sombríos que amenazaban con
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Para llegar hasta ese lugar, el camino se desviaba de manera diagonal, trazando un
amplio triángulo de forma bastante irregular cubierto de césped donde algunas parejas
solían tumbarse a retozar. Con un senti
Cendejas dudó si pasar junto a aquella superficie, en la cual un hombre y una mujer
yacían vueltos el uno al otro en apasionado abrazo, ignorantes de la presencia del
anciano en particular y de cualquier otro paseant
Por fin se decidió a andar por otro camino, que se anunciaba como bifurcación al que
pretendiera tomar en un principio, mismo por el cual se llegaba a la fuente central del
parque y preferido de los propietarios de perros que gustaban de
las mañanas. El cambio de la senda le pareció más provechoso, pues al ser más
largo, le permitiría distraerse con la contemplación de las distintas especies de viejos
árboles que se anunciaban a su paso antes de llegar a las palmeras.
que lo descubrió.
Cada una de las isletas que componían el parque, algunas en forma circular y otras de
caprichosos polígonos, estaban protegidas por pequeñas rejas instaladas por la
autoridad local, más por una noción de orden que para evita
reducida altura era incluso vencida fácilmente por los niños. Algunas de estas isletas,
de diferentes tamaños entre sí, estaban llenas de vegetación: arbustos, árboles y
pasto formaban la flora habitual de los espacios silvestres cit
El Sr. Cendejas sabía esto como cualquier habitante que ha visitado uno de estos
parques por lo menos una vez en su vida: existe un cierto clasicismo en el diseño y la
composición de especies, cuya variedad está acotada dentro de términos concretos
por una ley de la arquitectura urbana, sino por convenciones intuitivas del sentido
común que a la larga adquieren una fuerza mayor y se arraigan en una costumbre,
prefijando así la educación estética de los habitantes mediante la cual se crece y se es
educado desde los primeros paseos cuando niño, desterrando así ideas novedosas no
por prejuicio sino porque el mero planteamiento carece de referente en la experiencia
cotidiana.
A pocos metros de distancia, enclavada en una isla cuya única función era la
contener la pequeña bodega de mantenimiento de la administración del parque, la
extraña disposición de un matojo de flores llamó la atención del Sr. Cendejas. El muro
blanco de la bodega resaltaba el arriate casi contiguo, dispuesto en forma circular y
cuyo diámetro no sería mayor a unos dos metros. El que a alguien se le hubiera
ocurrido sembrar ahí, en un lugar tan apartado de cualquier sendero fue lo que atrajo
OOCC
Para llegar hasta ese lugar, el camino se desviaba de manera diagonal, trazando un
amplio triángulo de forma bastante irregular cubierto de césped donde algunas parejas
solían tumbarse a retozar. Con un sentido del pudor bastante elemental, el Sr.
Cendejas dudó si pasar junto a aquella superficie, en la cual un hombre y una mujer
yacían vueltos el uno al otro en apasionado abrazo, ignorantes de la presencia del
anciano en particular y de cualquier otro paseante en lo general.
Por fin se decidió a andar por otro camino, que se anunciaba como bifurcación al que
pretendiera tomar en un principio, mismo por el cual se llegaba a la fuente central del
parque y preferido de los propietarios de perros que gustaban de traerlos a pasear
. El cambio de la senda le pareció más provechoso, pues al ser más
largo, le permitiría distraerse con la contemplación de las distintas especies de viejos
árboles que se anunciaban a su paso antes de llegar a las palmeras.
Cada una de las isletas que componían el parque, algunas en forma circular y otras de
caprichosos polígonos, estaban protegidas por pequeñas rejas instaladas por la
autoridad local, más por una noción de orden que para evitar el traspaso, pues su
reducida altura era incluso vencida fácilmente por los niños. Algunas de estas isletas,
de diferentes tamaños entre sí, estaban llenas de vegetación: arbustos, árboles y
pasto formaban la flora habitual de los espacios silvestres citadinos.
El Sr. Cendejas sabía esto como cualquier habitante que ha visitado uno de estos
parques por lo menos una vez en su vida: existe un cierto clasicismo en el diseño y la
composición de especies, cuya variedad está acotada dentro de términos concretos
por una ley de la arquitectura urbana, sino por convenciones intuitivas del sentido
común que a la larga adquieren una fuerza mayor y se arraigan en una costumbre,
prefijando así la educación estética de los habitantes mediante la cual se crece y se es
educado desde los primeros paseos cuando niño, desterrando así ideas novedosas no
por prejuicio sino porque el mero planteamiento carece de referente en la experiencia
A pocos metros de distancia, enclavada en una isla cuya única función era la
contener la pequeña bodega de mantenimiento de la administración del parque, la
extraña disposición de un matojo de flores llamó la atención del Sr. Cendejas. El muro
blanco de la bodega resaltaba el arriate casi contiguo, dispuesto en forma circular y
cuyo diámetro no sería mayor a unos dos metros. El que a alguien se le hubiera
ocurrido sembrar ahí, en un lugar tan apartado de cualquier sendero fue lo que atrajo
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Para llegar hasta ese lugar, el camino se desviaba de manera diagonal, trazando un
amplio triángulo de forma bastante irregular cubierto de césped donde algunas parejas
do del pudor bastante elemental, el Sr.
Cendejas dudó si pasar junto a aquella superficie, en la cual un hombre y una mujer
yacían vueltos el uno al otro en apasionado abrazo, ignorantes de la presencia del
Por fin se decidió a andar por otro camino, que se anunciaba como bifurcación al que
pretendiera tomar en un principio, mismo por el cual se llegaba a la fuente central del
traerlos a pasear por
. El cambio de la senda le pareció más provechoso, pues al ser más
largo, le permitiría distraerse con la contemplación de las distintas especies de viejos
árboles que se anunciaban a su paso antes de llegar a las palmeras. Fue entonces
Cada una de las isletas que componían el parque, algunas en forma circular y otras de
caprichosos polígonos, estaban protegidas por pequeñas rejas instaladas por la
r el traspaso, pues su
reducida altura era incluso vencida fácilmente por los niños. Algunas de estas isletas,
de diferentes tamaños entre sí, estaban llenas de vegetación: arbustos, árboles y
El Sr. Cendejas sabía esto como cualquier habitante que ha visitado uno de estos
parques por lo menos una vez en su vida: existe un cierto clasicismo en el diseño y la
composición de especies, cuya variedad está acotada dentro de términos concretos no
por una ley de la arquitectura urbana, sino por convenciones intuitivas del sentido
común que a la larga adquieren una fuerza mayor y se arraigan en una costumbre,
prefijando así la educación estética de los habitantes mediante la cual se crece y se es
educado desde los primeros paseos cuando niño, desterrando así ideas novedosas no
por prejuicio sino porque el mero planteamiento carece de referente en la experiencia
A pocos metros de distancia, enclavada en una isla cuya única función era la de
contener la pequeña bodega de mantenimiento de la administración del parque, la
extraña disposición de un matojo de flores llamó la atención del Sr. Cendejas. El muro
blanco de la bodega resaltaba el arriate casi contiguo, dispuesto en forma circular y
cuyo diámetro no sería mayor a unos dos metros. El que a alguien se le hubiera
ocurrido sembrar ahí, en un lugar tan apartado de cualquier sendero fue lo que atrajo
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la curiosidad del anciano, pues pronto se anunció como un capricho cuya explicación
estaba fuera de comprenderse con facilidad, pues además de la impecable
manutención y disposición de las diferentes especies del vergel, no había alguna valla
que protegiera el armónico conjunto de peligros externos como pudiera ser el maltrato
o el hurto.
Avanzó por entre aquel extraño jardín, formado por flores de colores cuya existencia
en organismos vegetales nunca antes hubiera siquiera sospechado. Había esas
campanillas que se agitaban sobre delgados tallos, flores de tan exquisito porte que
parecían fabricadas por un maestro orfebre, aves del paraíso con pétalos casi
transparentes, girasoles que en lugar de buscar al dios Apolo se movían de acuerdo a
astros imperceptibles, en una anárquica disposición cuya rareza hubiera
escandalizado al jardinero más avi
siente haber soñado alguna vez, o cuyas descripciones parece haber leído en algún
lugar de Las Mil y Una Noches, pero cuyos nombres y procedencias se desconocen
por completo.
El reino vegetal había traído l
apariencia tan rudimentario, decidiendo así que el más vulgar de los hombres pudiera
contemplarla de cerca, sin siquiera tener que franquear un palacio o vencer la rígida
protección de celosos centine
varios metros de ancho.
“Tal vez sean ese tipo de visiones que anuncian el final”, pensó para sí conforme se
acercaba, “y en mi caso se presenta en forma de un bello jardín”, pues
verdaderamente aquel conjunto constituía una rareza por juntar dos naturalezas tan
discordantes entre sí: por un lado la exquisitez estética de la naturaleza y por el otro
cierto descuido del ambiente que cobijaba dicho tesoro.
El corazón le comenzó a latir de forma vertiginosa,
calor seco del mediodía, trató de acercarse para cerciorarse de esa misteriosa realidad
representada por el brillo de los pétalos, antes de que todo a su alrededor se disolviera
en oscuridad y silencio. No fue sino hasta d
que le parecieron infinitos que llegó finalmente al borde de aquel huerto, cuyas
dimensiones, no obstante, podían ser abarcados con la mirada.
Los tallos distaban de ser las columnas ornamentales sobre cuyas cimas se
encontraran esculturas curvilíneas, sino que ellas mismas se lanzaban hacia las
alturas, gallardas como cuellos de bestias en cuyo interior se agita la corriente
OOCC
la curiosidad del anciano, pues pronto se anunció como un capricho cuya explicación
fuera de comprenderse con facilidad, pues además de la impecable
manutención y disposición de las diferentes especies del vergel, no había alguna valla
que protegiera el armónico conjunto de peligros externos como pudiera ser el maltrato
nzó por entre aquel extraño jardín, formado por flores de colores cuya existencia
en organismos vegetales nunca antes hubiera siquiera sospechado. Había esas
campanillas que se agitaban sobre delgados tallos, flores de tan exquisito porte que
icadas por un maestro orfebre, aves del paraíso con pétalos casi
transparentes, girasoles que en lugar de buscar al dios Apolo se movían de acuerdo a
astros imperceptibles, en una anárquica disposición cuya rareza hubiera
escandalizado al jardinero más avisado. Estaban todas esas especies con las que uno
siente haber soñado alguna vez, o cuyas descripciones parece haber leído en algún
lugar de Las Mil y Una Noches, pero cuyos nombres y procedencias se desconocen
El reino vegetal había traído la más fina selección de sus tesoros hasta este lugar en
apariencia tan rudimentario, decidiendo así que el más vulgar de los hombres pudiera
contemplarla de cerca, sin siquiera tener que franquear un palacio o vencer la rígida
protección de celosos centinelas apostados alrededor de una lujosa mampostería de
“Tal vez sean ese tipo de visiones que anuncian el final”, pensó para sí conforme se
acercaba, “y en mi caso se presenta en forma de un bello jardín”, pues
njunto constituía una rareza por juntar dos naturalezas tan
discordantes entre sí: por un lado la exquisitez estética de la naturaleza y por el otro
cierto descuido del ambiente que cobijaba dicho tesoro.
El corazón le comenzó a latir de forma vertiginosa, y ante la tregua que otorgaba el
calor seco del mediodía, trató de acercarse para cerciorarse de esa misteriosa realidad
representada por el brillo de los pétalos, antes de que todo a su alrededor se disolviera
en oscuridad y silencio. No fue sino hasta después de realizar un número de pasos
que le parecieron infinitos que llegó finalmente al borde de aquel huerto, cuyas
dimensiones, no obstante, podían ser abarcados con la mirada.
Los tallos distaban de ser las columnas ornamentales sobre cuyas cimas se
encontraran esculturas curvilíneas, sino que ellas mismas se lanzaban hacia las
alturas, gallardas como cuellos de bestias en cuyo interior se agita la corriente
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la curiosidad del anciano, pues pronto se anunció como un capricho cuya explicación
fuera de comprenderse con facilidad, pues además de la impecable
manutención y disposición de las diferentes especies del vergel, no había alguna valla
que protegiera el armónico conjunto de peligros externos como pudiera ser el maltrato
nzó por entre aquel extraño jardín, formado por flores de colores cuya existencia
en organismos vegetales nunca antes hubiera siquiera sospechado. Había esas
campanillas que se agitaban sobre delgados tallos, flores de tan exquisito porte que
icadas por un maestro orfebre, aves del paraíso con pétalos casi
transparentes, girasoles que en lugar de buscar al dios Apolo se movían de acuerdo a
astros imperceptibles, en una anárquica disposición cuya rareza hubiera
sado. Estaban todas esas especies con las que uno
siente haber soñado alguna vez, o cuyas descripciones parece haber leído en algún
lugar de Las Mil y Una Noches, pero cuyos nombres y procedencias se desconocen
a más fina selección de sus tesoros hasta este lugar en
apariencia tan rudimentario, decidiendo así que el más vulgar de los hombres pudiera
contemplarla de cerca, sin siquiera tener que franquear un palacio o vencer la rígida
las apostados alrededor de una lujosa mampostería de
“Tal vez sean ese tipo de visiones que anuncian el final”, pensó para sí conforme se
acercaba, “y en mi caso se presenta en forma de un bello jardín”, pues
njunto constituía una rareza por juntar dos naturalezas tan
discordantes entre sí: por un lado la exquisitez estética de la naturaleza y por el otro
y ante la tregua que otorgaba el
calor seco del mediodía, trató de acercarse para cerciorarse de esa misteriosa realidad
representada por el brillo de los pétalos, antes de que todo a su alrededor se disolviera
espués de realizar un número de pasos
que le parecieron infinitos que llegó finalmente al borde de aquel huerto, cuyas
Los tallos distaban de ser las columnas ornamentales sobre cuyas cimas se
encontraran esculturas curvilíneas, sino que ellas mismas se lanzaban hacia las
alturas, gallardas como cuellos de bestias en cuyo interior se agita la corriente
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sanguínea. Embelesado por el fenómeno, el Sr. Cendejas distrajo un poco su
primordial curiosidad para atender mejor el movimiento, incitado por las miles
vellosidades que brotaban de las luengas, translucidas estructuras capilares que
brotaban de las profundidades de una tierra enigmática, cual cabezas de un dragón
largo tiempo adormecido pero ahor
desconocida de una divinidad ctónica. Sin poderse resistir, extendió los dedos de unas
manos que trepidantes, acudían al llamado. Y ocurrió.
Las sensaciones no tenían semejanza con ninguna otra cosa hasta ese mo
vivida por él, si acaso lo más parecido era un zambullirse en algo, pero ese algo no
tuviera una sola profundidad, sino que lo jalara en todas direcciones sin que primara
una en particular, y a la vez él no parecía cambiar de posición sino adaptarse
que siempre hubiera sido.
Se ha discutido hasta el cansancio la naturaleza del tiempo y su relación con el
espacio en vastos tratados de ciencia, transformándose en un concepto cuyo acceso
solo está en manos de físicos teóricos y filósofos, verdader
especulaciones, incapaces por su propio arte de modelar más allá de las
abstracciones, cual si reinventaran los textos esotéricos en oscuros cónclaves donde
las mismas estructuras de aquello que es real y posible está en juego.
Pocos experimentaran, como ese día el Sr. Cendejas lo hizo, la revelación de la
compleja vida interior que fluye dentro de nosotros a cada paso para luego
abandonarnos e irse a ninguna parte, para dejarnos en la confusión de nuestra
memoria. Lo dirigía una presencia, que en cada tacto a diferente especie del jardín
rescataba ese universo personal, reactualizándolo en su inasible magnificencia.
Porque al final de cada sensación estaba nuevamente en algún momento de su
pasado, plenamente identificado y recor
mínimo detalle por corpúsculos en la más bella armonía, que era la del presente. Si se
agitaba en los brazos de su madre cuando lo cargaba cierto día de su primera infancia,
era solo él lo que se agitaba, y alred
de todos los atributos, incluso aquellos que había creído olvidar por completo se
levantaban ahora como una idea plena e irrebatible.
Y pasado el instante, en que otra vez volvía a ser conciencia en fuga, es
de sensaciones se separaban tal y como habían venido, sin que nada de él se
destrozara, sino que era como un salto en trampolín en cuya caída era la quemazón
en la fogata del campamento de la escuela primaria, cuando asando malvaviscos no
OOCC
sanguínea. Embelesado por el fenómeno, el Sr. Cendejas distrajo un poco su
ad para atender mejor el movimiento, incitado por las miles
vellosidades que brotaban de las luengas, translucidas estructuras capilares que
brotaban de las profundidades de una tierra enigmática, cual cabezas de un dragón
largo tiempo adormecido pero ahora repentinamente despierto por la voluntad
desconocida de una divinidad ctónica. Sin poderse resistir, extendió los dedos de unas
manos que trepidantes, acudían al llamado. Y ocurrió.
Las sensaciones no tenían semejanza con ninguna otra cosa hasta ese mo
vivida por él, si acaso lo más parecido era un zambullirse en algo, pero ese algo no
tuviera una sola profundidad, sino que lo jalara en todas direcciones sin que primara
una en particular, y a la vez él no parecía cambiar de posición sino adaptarse
Se ha discutido hasta el cansancio la naturaleza del tiempo y su relación con el
espacio en vastos tratados de ciencia, transformándose en un concepto cuyo acceso
solo está en manos de físicos teóricos y filósofos, verdaderos prestidigitadores de las
especulaciones, incapaces por su propio arte de modelar más allá de las
abstracciones, cual si reinventaran los textos esotéricos en oscuros cónclaves donde
las mismas estructuras de aquello que es real y posible está en juego.
Pocos experimentaran, como ese día el Sr. Cendejas lo hizo, la revelación de la
compleja vida interior que fluye dentro de nosotros a cada paso para luego
abandonarnos e irse a ninguna parte, para dejarnos en la confusión de nuestra
presencia, que en cada tacto a diferente especie del jardín
rescataba ese universo personal, reactualizándolo en su inasible magnificencia.
Porque al final de cada sensación estaba nuevamente en algún momento de su
pasado, plenamente identificado y recortado en el tiempo, constituido hasta su más
mínimo detalle por corpúsculos en la más bella armonía, que era la del presente. Si se
agitaba en los brazos de su madre cuando lo cargaba cierto día de su primera infancia,
era solo él lo que se agitaba, y alrededor suyo el cuerpo cálido de esa mujer poseedor
de todos los atributos, incluso aquellos que había creído olvidar por completo se
levantaban ahora como una idea plena e irrebatible.
Y pasado el instante, en que otra vez volvía a ser conciencia en fuga, es
de sensaciones se separaban tal y como habían venido, sin que nada de él se
destrozara, sino que era como un salto en trampolín en cuya caída era la quemazón
en la fogata del campamento de la escuela primaria, cuando asando malvaviscos no
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sanguínea. Embelesado por el fenómeno, el Sr. Cendejas distrajo un poco su
ad para atender mejor el movimiento, incitado por las miles
vellosidades que brotaban de las luengas, translucidas estructuras capilares que
brotaban de las profundidades de una tierra enigmática, cual cabezas de un dragón
a repentinamente despierto por la voluntad
desconocida de una divinidad ctónica. Sin poderse resistir, extendió los dedos de unas
Las sensaciones no tenían semejanza con ninguna otra cosa hasta ese momento
vivida por él, si acaso lo más parecido era un zambullirse en algo, pero ese algo no
tuviera una sola profundidad, sino que lo jalara en todas direcciones sin que primara
una en particular, y a la vez él no parecía cambiar de posición sino adaptarse a una
Se ha discutido hasta el cansancio la naturaleza del tiempo y su relación con el
espacio en vastos tratados de ciencia, transformándose en un concepto cuyo acceso
os prestidigitadores de las
especulaciones, incapaces por su propio arte de modelar más allá de las
abstracciones, cual si reinventaran los textos esotéricos en oscuros cónclaves donde
Pocos experimentaran, como ese día el Sr. Cendejas lo hizo, la revelación de la
compleja vida interior que fluye dentro de nosotros a cada paso para luego
abandonarnos e irse a ninguna parte, para dejarnos en la confusión de nuestra
presencia, que en cada tacto a diferente especie del jardín
rescataba ese universo personal, reactualizándolo en su inasible magnificencia.
Porque al final de cada sensación estaba nuevamente en algún momento de su
tado en el tiempo, constituido hasta su más
mínimo detalle por corpúsculos en la más bella armonía, que era la del presente. Si se
agitaba en los brazos de su madre cuando lo cargaba cierto día de su primera infancia,
edor suyo el cuerpo cálido de esa mujer poseedor
de todos los atributos, incluso aquellos que había creído olvidar por completo se
Y pasado el instante, en que otra vez volvía a ser conciencia en fuga, esos universos
de sensaciones se separaban tal y como habían venido, sin que nada de él se
destrozara, sino que era como un salto en trampolín en cuya caída era la quemazón
en la fogata del campamento de la escuela primaria, cuando asando malvaviscos no
RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO
se percató de que la ramita de madera aún estaba encendida, y con él otra vez el
grupo de niños sentados junto a él, iluminados por el fuego, rodeados por una noche
cuya tonalidad de oscuridad era irrepetible de cuantas había penetrado en su vida.
Para aliviar el dolor se metía el dedo en la boca, pero ese gesto se reconfiguraba otra
vez como una sustancia al mismo tiempo sólida y de la espesura del aire, para ser la
agitación despreocupada de su cuerpo en el momento siguiente de la descarga, en
una de esas tardes somnolientas cuando Ana yacía recostada junto a él dentro del
cuartucho de esa sucia pensión donde pasó sus años de universidad, y el olor del
cuerpo tibio de ella una mezcla de sudor, sexo y jabón barato que nunca dejó de
anhelar pero que tampoco vol
subsecuentes en busca de algo que se acercara aunque fuera un poco a ese aroma.
Y la liberación de endorfinas postcoital se disolvía, y él era ya un profesor recién
levantado de la cama que se abroch
de salir a dar clase en una preparatoria de niños privilegiados, desganado y con
reverberaciones a sardinas enlatadas de la cena anterior todavía en su esófago y
garganta; la lectura del periódico en el metr
sabría) durante el cual la ciudad se desbarataba allá arriba cual castillo de naipes
producto del terremoto más mortífero, página y noticia que nunca olvidaría jamás a
pesar de ser ambas intrascendentes;
Se trataba de dos aspectos de una misma conciencia: aquella que se ahogaba en las
cientos de imágenes, protagonista de sus propios recuerdos, imitadora de universos
completamente desvanecidos hacía mucho tiempo, testigo presencial en torno al cual
un poder exterior reconstruía los hechos tal y como habían sucedido. Por otro lado esa
que pertenecía al hombre que aguardaba de pie mientras con sus manos transgredía
un inofensivo jardín del Parque de los Venados un día caluroso del 201…, fundido en
extraño trance, ajeno por completo al ritmo perecedero que gobernaba en ese
momento a los otros hombres en la continua inconsciencia de que aquel instante era
del todo irrepetible.
¿Cuántos eventos revivió, por cuántos lugares volvió a caminar y sentir, al lado de qué
presencias largo tiempo excluidas de su trato diario, arrastradas por la muerte o la
toma de distintos caminos había vuelto a escuchar sus voces, contemplar sus
cuerpos…?
Al llegar a un cuarto de cocina, por el cual entraba la luz del atardecer, creyó
reconocer la alacena de su primer departamento de soltero, apilada de comida
OOCC
ercató de que la ramita de madera aún estaba encendida, y con él otra vez el
grupo de niños sentados junto a él, iluminados por el fuego, rodeados por una noche
cuya tonalidad de oscuridad era irrepetible de cuantas había penetrado en su vida.
r el dolor se metía el dedo en la boca, pero ese gesto se reconfiguraba otra
vez como una sustancia al mismo tiempo sólida y de la espesura del aire, para ser la
agitación despreocupada de su cuerpo en el momento siguiente de la descarga, en
rdes somnolientas cuando Ana yacía recostada junto a él dentro del
cuartucho de esa sucia pensión donde pasó sus años de universidad, y el olor del
cuerpo tibio de ella una mezcla de sudor, sexo y jabón barato que nunca dejó de
anhelar pero que tampoco volvió a encontrar, a pesar de fatigar todas sus conquistas
subsecuentes en busca de algo que se acercara aunque fuera un poco a ese aroma.
Y la liberación de endorfinas postcoital se disolvía, y él era ya un profesor recién
levantado de la cama que se abrochaba la camisa frente al espejo una mañana antes
de salir a dar clase en una preparatoria de niños privilegiados, desganado y con
reverberaciones a sardinas enlatadas de la cena anterior todavía en su esófago y
garganta; la lectura del periódico en el metro que se detuvo en el instante (después lo
sabría) durante el cual la ciudad se desbarataba allá arriba cual castillo de naipes
producto del terremoto más mortífero, página y noticia que nunca olvidaría jamás a
pesar de ser ambas intrascendentes;
ba de dos aspectos de una misma conciencia: aquella que se ahogaba en las
cientos de imágenes, protagonista de sus propios recuerdos, imitadora de universos
completamente desvanecidos hacía mucho tiempo, testigo presencial en torno al cual
r reconstruía los hechos tal y como habían sucedido. Por otro lado esa
que pertenecía al hombre que aguardaba de pie mientras con sus manos transgredía
un inofensivo jardín del Parque de los Venados un día caluroso del 201…, fundido en
o por completo al ritmo perecedero que gobernaba en ese
momento a los otros hombres en la continua inconsciencia de que aquel instante era
¿Cuántos eventos revivió, por cuántos lugares volvió a caminar y sentir, al lado de qué
ias largo tiempo excluidas de su trato diario, arrastradas por la muerte o la
toma de distintos caminos había vuelto a escuchar sus voces, contemplar sus
Al llegar a un cuarto de cocina, por el cual entraba la luz del atardecer, creyó
la alacena de su primer departamento de soltero, apilada de comida
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ercató de que la ramita de madera aún estaba encendida, y con él otra vez el
grupo de niños sentados junto a él, iluminados por el fuego, rodeados por una noche
cuya tonalidad de oscuridad era irrepetible de cuantas había penetrado en su vida.
r el dolor se metía el dedo en la boca, pero ese gesto se reconfiguraba otra
vez como una sustancia al mismo tiempo sólida y de la espesura del aire, para ser la
agitación despreocupada de su cuerpo en el momento siguiente de la descarga, en
rdes somnolientas cuando Ana yacía recostada junto a él dentro del
cuartucho de esa sucia pensión donde pasó sus años de universidad, y el olor del
cuerpo tibio de ella una mezcla de sudor, sexo y jabón barato que nunca dejó de
vió a encontrar, a pesar de fatigar todas sus conquistas
subsecuentes en busca de algo que se acercara aunque fuera un poco a ese aroma.
Y la liberación de endorfinas postcoital se disolvía, y él era ya un profesor recién
a camisa frente al espejo una mañana antes
de salir a dar clase en una preparatoria de niños privilegiados, desganado y con
reverberaciones a sardinas enlatadas de la cena anterior todavía en su esófago y
o que se detuvo en el instante (después lo
sabría) durante el cual la ciudad se desbarataba allá arriba cual castillo de naipes
producto del terremoto más mortífero, página y noticia que nunca olvidaría jamás a
ba de dos aspectos de una misma conciencia: aquella que se ahogaba en las
cientos de imágenes, protagonista de sus propios recuerdos, imitadora de universos
completamente desvanecidos hacía mucho tiempo, testigo presencial en torno al cual
r reconstruía los hechos tal y como habían sucedido. Por otro lado esa
que pertenecía al hombre que aguardaba de pie mientras con sus manos transgredía
un inofensivo jardín del Parque de los Venados un día caluroso del 201…, fundido en
o por completo al ritmo perecedero que gobernaba en ese
momento a los otros hombres en la continua inconsciencia de que aquel instante era
¿Cuántos eventos revivió, por cuántos lugares volvió a caminar y sentir, al lado de qué
ias largo tiempo excluidas de su trato diario, arrastradas por la muerte o la
toma de distintos caminos había vuelto a escuchar sus voces, contemplar sus
Al llegar a un cuarto de cocina, por el cual entraba la luz del atardecer, creyó
la alacena de su primer departamento de soltero, apilada de comida
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enlatada y cubiertos de plástico, con sus entrepaños polvosos y aire de descuido. Era
sábado por la tarde, calentaba la comida mientras en la mesa había exámenes de sus
alumnos todavía por calificar, trabajo pendiente que l
Mientras buscaba en la parte superior, donde guardaba varios recipientes de diversos
contenidos, tocó con las manos el fío vidrio de uno que en particular había olvidado.
Curioso, volvió la vista que hasta ese momento permaneciera atenta al hornillo de la
estufa donde calentaba unas sincronizadas, encontró un frasco de tapa roja que al
reverso tenía trazada con plumón indeleble la leyenda “café” en letras cursivas
minúsculas.
Su madre se lo había llevado apenas medio año atrás, recordando que su hijo le
comentara que tenía problemas para encontrar una mezcla que bebiera en un viaje de
universidad a un poblado cuyo nombre olvidara. Nunca supo como diera ella con ese
tesoro, de textura granulada inconfundible, totalmente distinta en relación a otras que
hubiera probado antes, pero había aceptado el misterio con la resignación que tienen
los placeres recuperados cuando solo se debe hacer la única cosa posible con ella:
disfrutarlos.
Y ahí seguía, consumido a la mitad, con el rótulo que hiciera su madre ahí mismo,
bromeando con la necesidad de marcar los contenidos comestibles para que él, desde
niño distraído, no confundiera la sal con la azúcar e hiciera un “muladar en la cocina”.
Estaba ese objeto cuya historia propia era menos que insignificante, perdida entre el
conjunto de cosas cotidianas que agobiaban su vida, a medio camino entre
realizaciones medianamente llevadas a cabo y metas postergadas. Con la única
salvedad de que, hacia menos de d
Y otra vez permaneció absorto en el frasco como aquel día que era este mismo
instante, objeto resignificado en la conciencia simultánea de lo que evocaba. Aquella
mujer se había ido para siempre, a pesar de que estaba otra
misma habitación. El recuerdo fatuo impulsaba la misma esencia de dolor y ausencia
que se empeñaba por ocultar en algún rincón de sí mismo, cual si los resortes ahora
no pudieran mantenerse detenidos y saltaran por encima de la caja.
“No quiero… no quiero”, se dijo. E impulsado por su confusión, se vio saltando
nuevamente entre vacíos de luz, dispuesto a llegar hasta el otro extremo, que quizás
estaría disponible en ese inefable jardín del tiempo. Quiso saltar por todo lo vivido,
llegarse hasta lo que estaba más allá de su presente, el lugar donde todo cae hacia
ninguna parte. Oscuridad y silencio. El último momento de su vida. Su propia muerte.
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enlatada y cubiertos de plástico, con sus entrepaños polvosos y aire de descuido. Era
sábado por la tarde, calentaba la comida mientras en la mesa había exámenes de sus
calificar, trabajo pendiente que le llevaría todo el día terminar.
Mientras buscaba en la parte superior, donde guardaba varios recipientes de diversos
contenidos, tocó con las manos el fío vidrio de uno que en particular había olvidado.
la vista que hasta ese momento permaneciera atenta al hornillo de la
estufa donde calentaba unas sincronizadas, encontró un frasco de tapa roja que al
reverso tenía trazada con plumón indeleble la leyenda “café” en letras cursivas
o había llevado apenas medio año atrás, recordando que su hijo le
comentara que tenía problemas para encontrar una mezcla que bebiera en un viaje de
universidad a un poblado cuyo nombre olvidara. Nunca supo como diera ella con ese
ada inconfundible, totalmente distinta en relación a otras que
hubiera probado antes, pero había aceptado el misterio con la resignación que tienen
los placeres recuperados cuando solo se debe hacer la única cosa posible con ella:
a, consumido a la mitad, con el rótulo que hiciera su madre ahí mismo,
bromeando con la necesidad de marcar los contenidos comestibles para que él, desde
niño distraído, no confundiera la sal con la azúcar e hiciera un “muladar en la cocina”.
jeto cuya historia propia era menos que insignificante, perdida entre el
conjunto de cosas cotidianas que agobiaban su vida, a medio camino entre
realizaciones medianamente llevadas a cabo y metas postergadas. Con la única
salvedad de que, hacia menos de dos meses, su madre había muerto.
Y otra vez permaneció absorto en el frasco como aquel día que era este mismo
instante, objeto resignificado en la conciencia simultánea de lo que evocaba. Aquella
mujer se había ido para siempre, a pesar de que estaba otra vez junto a él, en esa
misma habitación. El recuerdo fatuo impulsaba la misma esencia de dolor y ausencia
que se empeñaba por ocultar en algún rincón de sí mismo, cual si los resortes ahora
no pudieran mantenerse detenidos y saltaran por encima de la caja.
“No quiero… no quiero”, se dijo. E impulsado por su confusión, se vio saltando
nuevamente entre vacíos de luz, dispuesto a llegar hasta el otro extremo, que quizás
estaría disponible en ese inefable jardín del tiempo. Quiso saltar por todo lo vivido,
arse hasta lo que estaba más allá de su presente, el lugar donde todo cae hacia
ninguna parte. Oscuridad y silencio. El último momento de su vida. Su propia muerte.
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enlatada y cubiertos de plástico, con sus entrepaños polvosos y aire de descuido. Era
sábado por la tarde, calentaba la comida mientras en la mesa había exámenes de sus
e llevaría todo el día terminar.
Mientras buscaba en la parte superior, donde guardaba varios recipientes de diversos
contenidos, tocó con las manos el fío vidrio de uno que en particular había olvidado.
la vista que hasta ese momento permaneciera atenta al hornillo de la
estufa donde calentaba unas sincronizadas, encontró un frasco de tapa roja que al
reverso tenía trazada con plumón indeleble la leyenda “café” en letras cursivas
o había llevado apenas medio año atrás, recordando que su hijo le
comentara que tenía problemas para encontrar una mezcla que bebiera en un viaje de
universidad a un poblado cuyo nombre olvidara. Nunca supo como diera ella con ese
ada inconfundible, totalmente distinta en relación a otras que
hubiera probado antes, pero había aceptado el misterio con la resignación que tienen
los placeres recuperados cuando solo se debe hacer la única cosa posible con ella:
a, consumido a la mitad, con el rótulo que hiciera su madre ahí mismo,
bromeando con la necesidad de marcar los contenidos comestibles para que él, desde
niño distraído, no confundiera la sal con la azúcar e hiciera un “muladar en la cocina”.
jeto cuya historia propia era menos que insignificante, perdida entre el
conjunto de cosas cotidianas que agobiaban su vida, a medio camino entre
realizaciones medianamente llevadas a cabo y metas postergadas. Con la única
Y otra vez permaneció absorto en el frasco como aquel día que era este mismo
instante, objeto resignificado en la conciencia simultánea de lo que evocaba. Aquella
vez junto a él, en esa
misma habitación. El recuerdo fatuo impulsaba la misma esencia de dolor y ausencia
que se empeñaba por ocultar en algún rincón de sí mismo, cual si los resortes ahora
“No quiero… no quiero”, se dijo. E impulsado por su confusión, se vio saltando
nuevamente entre vacíos de luz, dispuesto a llegar hasta el otro extremo, que quizás
estaría disponible en ese inefable jardín del tiempo. Quiso saltar por todo lo vivido,
arse hasta lo que estaba más allá de su presente, el lugar donde todo cae hacia
ninguna parte. Oscuridad y silencio. El último momento de su vida. Su propia muerte.
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Las flores, junto con los tallos que las sostenían, se precipitaron en un temblor tanto
oscilatorio como trepidatorio. Liberadas de su forma armónica, donde solo eran una y
distinta de las demás, arrojaron sus colores hacia el vórtice que surgía en las alturas,
un espectro luminoso parecido a una boca majestuosa de rugidos sordos, atrayente
como un orgasmo, repelente como la negra oscuridad del sueño más profundo donde
ya no somos nada y ensayamos la disolución del ser. Con ellas se fueron luego las
formas sinuosas, que rompieron la tierra y los árboles, cielo, adoquines, personas,
animales, edificios, vehículo.
El mundo entero se arremolinó en las entrañas del hombre, que incapaz de ordenar
sus pensamientos se fue sintiendo un delgado aliento, una voz que quisiera enunciar
una sola palabra capaz de encapsular la revelación, trágica y hermosa de u
que no terminaría de comprenderse a sí mismo hasta dejar de ser.
Un obrero que de regreso a casa pasaba por el Parque de los Venados para tomar la
estación del metro cercana descubrió el cuerpo del Sr. Cendejas alrededor de las seis
de la tarde. Lo encontró en posición fetal, sobre la tierra yerma, al lado de un montón
de restos chamuscados, con el rostro satisfecho y sosteniendo entre las manos una
flor de extraño aroma y color que nadie supo identificar.
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Las flores, junto con los tallos que las sostenían, se precipitaron en un temblor tanto
ilatorio como trepidatorio. Liberadas de su forma armónica, donde solo eran una y
distinta de las demás, arrojaron sus colores hacia el vórtice que surgía en las alturas,
un espectro luminoso parecido a una boca majestuosa de rugidos sordos, atrayente
un orgasmo, repelente como la negra oscuridad del sueño más profundo donde
ya no somos nada y ensayamos la disolución del ser. Con ellas se fueron luego las
formas sinuosas, que rompieron la tierra y los árboles, cielo, adoquines, personas,
icios, vehículo.
El mundo entero se arremolinó en las entrañas del hombre, que incapaz de ordenar
sus pensamientos se fue sintiendo un delgado aliento, una voz que quisiera enunciar
una sola palabra capaz de encapsular la revelación, trágica y hermosa de u
que no terminaría de comprenderse a sí mismo hasta dejar de ser.
Un obrero que de regreso a casa pasaba por el Parque de los Venados para tomar la
estación del metro cercana descubrió el cuerpo del Sr. Cendejas alrededor de las seis
Lo encontró en posición fetal, sobre la tierra yerma, al lado de un montón
de restos chamuscados, con el rostro satisfecho y sosteniendo entre las manos una
flor de extraño aroma y color que nadie supo identificar.
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Las flores, junto con los tallos que las sostenían, se precipitaron en un temblor tanto
ilatorio como trepidatorio. Liberadas de su forma armónica, donde solo eran una y
distinta de las demás, arrojaron sus colores hacia el vórtice que surgía en las alturas,
un espectro luminoso parecido a una boca majestuosa de rugidos sordos, atrayente
un orgasmo, repelente como la negra oscuridad del sueño más profundo donde
ya no somos nada y ensayamos la disolución del ser. Con ellas se fueron luego las
formas sinuosas, que rompieron la tierra y los árboles, cielo, adoquines, personas,
El mundo entero se arremolinó en las entrañas del hombre, que incapaz de ordenar
sus pensamientos se fue sintiendo un delgado aliento, una voz que quisiera enunciar
una sola palabra capaz de encapsular la revelación, trágica y hermosa de un sentido
Un obrero que de regreso a casa pasaba por el Parque de los Venados para tomar la
estación del metro cercana descubrió el cuerpo del Sr. Cendejas alrededor de las seis
Lo encontró en posición fetal, sobre la tierra yerma, al lado de un montón
de restos chamuscados, con el rostro satisfecho y sosteniendo entre las manos una