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Revista/TónicaNúmero 5. Año 1. Octubre, 2012. Buenos Aires, Argentina. Revistatonica.com
Índice. Dossier IV FILBA. Margo Glantz tuitea desde la saña /3/
Pablo Grinjot, María Ezquiaga y Pablo Dacal: Los cancionistas del
Río de la Plata se pasan el micrófono /12/ Valeria Luiselli y las
raíces del ecosistema familiar /15/ Robert Juan-Cantavella,
pequeñas colecciones de karatekas /21/ Fiesta diurna mexicana /25/
Laurent Binet en un sillón de terciopelo rojo /27/ Crónica del cierre:
Fernando Vallejo /29//
Staff. Director_Juan Terranova/ Secretario de Redacción_Nacho
Damiano/ Redactores_Alicia Digón, Mariano Zamorano, Martín Felipe
Castagnet, Dolores Yomha, Leticia Martin, Mariano Vespa, Marisol
Córdoba, Ana Vicini, Mariano Bello, Adela Salzmann, Natalia Gauna,
Victoria Cotino, Luz Marus, Francisco Dalmasso, Ignacio Rial-Schies,
Ezequiel Barbosa Vera, Pablo Scoufalos, Carlos Mackevicius.//RT5
www.elcec.com.ar
La evolución y el tedio[Editorial]
Por Juan Terranova // juanterranova@gmail.com
El FILBA privilegia a la vieja de Recoleta, Retiro o Zona Norte que quiere estar al tanto de lo que ocurre en la cultura. Nunca la desagravia. Prefiere tensar otros sectores, incluso excluirlos, antes que perder su base, muchas veces fantasmagórica, de viejas con perrito. La creación del Filbita no contradice esa afirmación sino que la refuerza. Las viejas llevarán a sus nietos a ilustrarse y formar su vocación por la lectura. A todo esto se resigna con oprobio y visiblemente el FILBA.Apunto una escena, sucedida hace tiempo. En el bar de Eterna Cadencia, Pablo Braun, dueño de la librería y creador y responsable del FILBA, me confesó que nunca leyó como en la adolescencia. Al principio, no entendía qué me estaba diciendo. “Las lecturas de la adolescencia” insistió, melancólico. Se refería a esa sensación de embeleso, de satisfacción, de avance sobre el mundo que nos dan, por ejemplo, Colmillo blanco o los primeros cuentos de Cortázar, leídos cuando, por primera vez, “nos asomamos al mundo”. Eso, decía Braun, se pierde irremediablemente. Como hijo de la clase trabajadora-profesional-inmigrante siempre tuve prohibida la nostalgia. En mi familia se la disfrutaba a escondidas, con discos de vinilo o fotos, como un vicio. El fetiche era el futuro, ese lugar donde parecía posible ser mejores. El mismo día, en la librería, Braun también me confesó que no lo entusiasmaba particularmente la colección de ensayo de su sello editorial, a mí entender, excelente. Esa misma colección acaba de lanzar El absoluto literario de Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, un libro inteligente y sensual, fundamental para comprender la historia de la teoría literaria y el comienzo de la modernidad. Hasta ahora siempre había circulado en francés, fotocopiado, y recuerdo haber leído el prólogo, traducido al español, como apunte de la materia Literatura del siglo XIX, cátedra UBA María Teresa Gramuglio, alias “la Sorda”. Ahora, gracias a Eterna Cadencia, disponemos de un esmerada y prolija traducción completa. (Ya hace un rato, habían reeditado Origen de
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la dialéctica negativa. Theodor W. Adorno, Walter Benjamin y el Instituto de Frankfurt, de Susan Buck-Morss, una apasionante biografía colectiva de valor tanto analítico como divulgativo. No exagero si digo que todos los títulos de esta colección son hits).Termino. Hay una larga tradición de hombres y mujeres de derecha que invierten en el campo literario, entre la filantropía, el narcisismo y las excusas. Condenar estas incursiones en bloque resulta un error tan grosero como el servilismo.//RT5
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Entrevista a Margo Glantz
@margo_glantzPor Leticia Martin // leticiamartinelem@gmail.com
“Convertir la falla en el trazo esencial de tu vida”(Saña)
Hace poco se cayó y se rompió la nariz. Tiene dos grandes moretones
azul violáceos que la vuelven un tanto extraña, pero la sonrisa no se le
borra en los casi sesenta minutos que dura la entrevista. Margo Glantz
tiene 82 años. Nació en México en 1930, vivió en Francia y en Estados
Unidos, y viajó por la mayoría de los países del mundo. La lista de
distinciones y premios que recibió no caben en una página. Sube
conmigo las escaleras del Hotel Marseille des Anges, en Recoleta, donde
se hospeda con motivo de la IV edición del FILBA. Le ofrezco mi
antebrazo pero no lo toma. Una vez en la cafetería me deja elegir la
mesa y nos sentamos. Le pregunto si al final me va a permitir tomarle
unas fotos. –Claro –me dice –pero borrame el golpe con el Photoshop.
Conocemos su historia, la llegada a México de sus
antepasados ucranianos y su vida marcada por los viajes y el
trabajo académico. Me gustaría que nos cuente cómo fue su
infancia, de qué objetos está compuesto el recuerdo de su
niñez.
Yo empecé a viajar de muy chica, sin salir de México. Íbamos de barrio
en barrio porque mis padres no terminaban de mudarse nunca.
Emprendían un negocio y les iba muy mal; entonces teníamos que
mudarnos cada tres meses, cada seis meses, una vez al año...
Cambiábamos de escuela, de cuarto, de barrio. Fue una infancia muy
movediza y muy convulsiva donde lo único estable para mí eran los
libros. Empecé a leer de muy niña. Las lecturas me vinculaban con la
realidad; y quizás también el piano. Porque cambiábamos de casa pero
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el piano y los libros venían con nosotros. Esas son las imágenes más
recurrentes de mi infancia. La mudanza, los libros y el piano.
*
Margo me cuenta cómo hizo convivir su rol de escritora, su trabajo en la
academia y la maternidad. Me habla de hacer las cosas sin darse cuenta.
De la desesperación y de la necesidad absoluta. Me habla de su deseo de
avanzar. Me cuenta con simpleza cómo se divorció de su primer marido,
apenas su hija cumplió dos años; y se ríe del destino al contarme,
después, que volvió a sucederle lo mismo con su segundo esposo, el
argentino, a los exactos dos años del nacimiento de su otra hija.
–A mí que me tocó ocuparme de las niñas porque mis ex maridos me
daban una ayuda muy limitada. Tuve que trabajar como una
enloquecida para mantener a las chicas; y para mantenerme a mí, que
soy una persona muy consumista. Si quería ganar bien, debía ocupar
gran parte del día trabajando. Por suerte en México hay mucha gente
que ayuda en las casas de clase media, cuidando a los hijos de los padres
que trabajan. Mis niñas entraron en la guardería desde muy pequeñas.
Iban ahí por las mañanas y a la tarde me ayudaba una persona a
cuidarlas en mi casa.
¿Será esa la razón por la cual su primera novela se demoró en
salir hasta 1978?
No creo que se deba a problemas de dinero o profesionalismo. Más bien
diría que no había encontrado una forma idónea para expresarme, o que
pensaba que mi expresión no iba a funcionar en la realidad editora de
entonces, o en relación a lo que estaban escribiendo los demás.
Se autocensuraba a la hora de publicar…
Sí. Y no me equivoqué en eso. Tuve razón. Incluso debiera haberme
censurado más. Llegué a publicar cuentos o poesías en ciertas revistas
de las que prefiero no acordarme. Son como manchas que quisiera se
queden perdidas en algún lugar de La Mancha.
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*
Le acercan una copa de agua y Margo bebe. Yo dejo mi café olvidado a
un costado de la mesa. Miro cómo habla Margo, sus aros grandes y su
gargantilla de plata. Miro su pañuelo rojo al cuello y la serenidad de sus
gestos. Para su primera publicación tenía 36 años, y para su primera
novela 51. Me cuenta que la mayor parte de los escritores de su
generación comenzaron a publicar entre los 20 y los 23 años.
–Yo era amiga de ellos, pero miraba desde afuera. En ese sentido
pertenezco a una generación muy creativa, pero a la que entré más
tarde.
¿En qué momento dijo: “listo, soy escritora”?
Creo que siempre fui escritora. En mi inconsciente siempre pensé que
iba a poder poner en palabras lo que me parecía fascinante. Pasa que
era tanto lo que me parecía fascinante que no sabía cómo escribirlo.
Había esa latencia que no se cristalizó hasta Las genealogías, recién en
1981, cuando ya tenía 51 años.
Usted no aparenta la edad que tiene, Margo.
Siempre digo que soy tan joven como los escritores que empezaron a
publicar en 1981.
¿Es cierto que su vocación nació cuando enseñaba historia del
teatro?
¿Eso dije yo? (Risas) A veces uno dice cosas en las entrevistas que son
ciertas en ese momento, pero que son también certidumbres efímeras.
Yo hice varias carreras. Estudié lenguas inglesas, letras hispánicas,
luego hice historia del arte e historia del teatro, al mismo tiempo,
porque había ciertas carreras indefinidas en la facultad de Filosofía y
Letras en la Universidad de México. Y en teatro tuve la suerte de ser
alumna de un profesor norteamericano que había sido expulsado por el
macartismo después de la Segunda Guerra y que estaba viviendo en
México. Se llamaba Alan Louis. Era un hombre sensacional,
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extraordinario. Él me inoculó el gusto por el teatro y la posibilidad de
ver muy buenas puestas.
*
Cuando Margo habla del teatro la charla toma un ritmo vertiginoso.
Como si ella misma, al recordarlo, volviera a estar ahí, ansiosa, viendo
las compañías internacionales de teatro inglés, francés y
norteamericano, que se presentaban en el México de su juventud.
Iluminada me cuenta que vio el estreno de Esperando a Godot de
Beckett, obras de Ionesco, de Antonin Artaud, de Adamov y de todos los
grandes autores del absurdo, que nacía por entonces. Que en 1953 se fue
a París con las enseñanzas de Alan Louis en la mochila e
inmediatamente hizo lo propio, pero ahora en el teatro de la bohemia
europea.
–Había una posibilidad casi ilimitada de ir a ver teatro, porque era muy
barato. Y había teatro de todas partes; finlandés, noruego, chino. Vi las
primeras obras de Peter Brooke, conocí a Laurence Olivier mientras
montaba las puestas de Shakespeare. Vi actuar a Vivien Leigh, en una de
las puestas más maravillosas de Un tranvía llamado deseo. Después
viajé por toda Europa. Cuando regresé a México lo habían expulsado a
Alan Louis y yo heredé su Cátedra. Ahí empecé a escribir crónicas de
teatro para los periódicos y a dar cursos de teatro en las escuelas
experimentales de vanguardia.
¿Y nunca se le dio por la escritura dramática?
No. Lo que hice fue adaptar al lenguaje televisivo novelas mexicanas que
también se difundieron por radio.
¿Siente que su escritura pudo haber quedado muy ligada al
mercado de consumo?
En ese momento sí, pero nomás en ese momento.
¿Qué despertó su interés por la obra de Sor Juana Inés de la
cruz?
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Sor Juana fue la poeta más importante que hemos tenido en lengua
castellana y en todos los idiomas. Eso la hace un personaje ineludible
para quienes nos ocupamos de la literatura. Yo comencé a trabajar sus
textos porque me pidieron una antología para la Editorial Ayacucho de
Venezuela. Me insistió mucho mi amigo Sergio Pitol, hasta que dije que
sí, que lo iba a hacer. Y trabajé muchísimo sobre Sor Juana.
¿Pero dónde surge la inquietud por esos temas, considerando
su tradición judía?
Hay algo de lo católico que para mí ha sido muy importante desde muy
pequeña. Cuando tenía yo diez años unas vecinas que nos iban a
enseñar inglés a mi hermana mayor y a mí, decidieron que por judías
íbamos a irnos al infierno; así que cambiaron las clases de inglés por las
de catequesis. Como mi madre trabajaba mucho no se daba cuenta que
cuando estas chicas nos llevaban al cine los domingos lo que en verdad
estábamos haciendo era ir a confesarnos, tomar la primera comunión y
leer libros de mártires cristianos. Así que la idea del martirio fue muy
importante para mí desde muy niña. Sor Juana caía como anillo al dedo,
aparte de que me interesa mucho como escritora. Siento que yo estaba
un poco destinada a trabajar con ella.
Usted dice en Saña (2006) que para escribir hay que
ensañarse. ¿Por qué?
Es como en cualquier oficio: si uno quiere hacerlo bien tiene que pulir.
Hay que trabajar, encarnizarse con el texto. Además escribiendo de una
manera tan fragmentaria como lo hago yo, más todavía. Hay que elegir
los fragmentos, hilvanarlos y hacer una especie de patchwork, que lleva
mucho tiempo pues no se tienen que notar las junturas; o si se notan
tiene que ser específicamente cuando se necesitan notar. Yo hago
versiones y versiones hasta que por fin de una manera inconsciente y
consciente acaba saliendo el trabajo.
En una entrevista usted dijo que la escritura fragmentaria
tiene que ver con el universo femenino…
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Sí, lo he dicho y lo pensé siempre, pero no sé por qué. Pienso ahora que
hay cierta forma de existir de las mujeres que es necesariamente
fragmentaria. Una tiene que ocuparse de estar intensamente en lo que
está haciendo como vocación y a la vez de comprar sal y el azúcar; de ver
si la niña se bañó, si salió de la escuela, comprarle ropa, comprarse
ropa, peinarse. La vida se fragmenta violentamente todo el tiempo. Se
hacen miles de cosas a la vez, que van pasando casi sin concatenarse.
Los hombres tienen otros tiempos. Pienso en Thomas Mann, cuya mujer
se preocupaba de todo, le llevaba la comida, lo cuidaba… Cuando
vinieron los nazis hasta la hija de Mann se arriesgó por él. Fue a
Munich, se metió al escritorio del padre rodeada por nazis y recuperó
sus manuscritos. ¡Es casi otra novela de Thomas Mann! Pero él no fue a
hacerlo. Lo hizo la hija. Y a él le parecía tan natural que así fuera, ¿no?
Bueno, también dos de sus hijos acabaron suicidándose.
¿Podemos decir que las escritoras mexicanas pueden moverse
sin problemas por el mundo de la academia y de las letras?
En la Academia Mexicana de la Lengua hemos sido sólo cinco o seis
mujeres, yo fui la cuarta mujer que entró y ahora es terrible ver que
cada vez que se muere un hombre se sustituye por otro hombre. Casi
nunca ponen mujeres. Es dificilísimo que una mujer entre a la
academia; y eso que muchas ya peleamos para que otras entren.
¿Siente que su escritura pudo haber sido influenciada por
escritores más jóvenes que usted?
Sí, claro, por Mario [Bellatín]. Hay un artículo de Barthes, sobre la
interpretación teatral de La madre de Gorki, donde él dice que la madre
es la discípula de su hijo porque aprende a ser revolucionaria por él. Y
yo tengo muchos alumnos y muchos amigos más jóvenes que yo, de los
que me siento la hija, o hasta abuela de ellos. Pese a que en lo
académico siempre fui muy seria y rigurosa, los alumnos se ríen. Ahora,
a veces, voy por la calle y me encuentro un viejito así, encorvado, y por
ahí me dice “yo fui alumno suyo.” (Risas)
*
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Margo saluda a un escritor que pasa cerca de nuestra mesa. Hablamos
sobre la democratización de Internet y sobre el crecimiento de los
lectores jóvenes, usuarios de las redes sociales. Me cuenta su
experiencia. Dice que primero tuvo un blog, pero que ahora utiliza sólo
Twitter. Parece no encontrarle placer a lo visual, como si las letras
pudieran dibujar en su cabeza la totalidad de las imágenes que hace
falta imaginar. Cuenta que hace poco declaró que iba a meterse a
Facebook y que sus hijas, adictas al libro de caras, comenzaron a postear
la noticia, como alertando a la población: “Peligro, peligro, mi madre
ahora dice que va a entrar a Facebook”. Luego cuenta que la desalentó el
hecho de que hubiera un muro. La complejidad técnica de subir fotos la
decidieron quedarse con Twitter, su red social favorita.
–Me divierte ver la ingenuidad de muchos tuiteros, la banalidad del
Twitter, el juego masturbatorio ególatra, la falta de autocrítica de
algunos y el sentimentalismo brutal de muchos otros. Twitter es la
banalidad llevada a su extremo más mezquino, más inmediato. Me
encanta.
Una revista cultural porteña comentaba hace unos días que
usted “no entiende a la Argentina”.
Fue una entrevista muy larga y se descontextualizaron las cosas.
Entiendo que haya que organizar la información, pero no que hayan
resaltado ciertas frases, que en el contexto no tenían importancia.
Pusieron como cabeza del artículo algo que… me quedé pensando por
qué. Yo dije que me parece difícil entender los vaivenes de la Argentina,
que es un país impresionante, emergiendo después del corralito, aunque
ahorita parece, desde afuera, que están otra vez en un momento difícil.
¿Y qué es lo que la hace percibir eso, “desde afuera”, Margo?
Hay una cosa a veces muy ideologizada en la prensa de afuera que capta
los hechos de manera negativa y también las manejan de ese modo.
Perdón, pero yo estoy muy a favor de los gobiernos populares y me
encanta la Argentina. Me parece un país maravilloso. Además mis
primeras lecturas se las debo a la Argentina porque mi papá estaba
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suscripto a La Nación y al Billiken, así que yo leía la Sur, Para Ti, tengo
una cantidad de amigos y hasta mi segundo marido es argentino.
¿Cómo proyecta una novela, ahora que no trabaja tanto para
la prensa y la academia?
La vida me va llevando. Hay momentos en que empiezo a querer
escribir una novela, y ahí nomás me pongo. Ahora tengo una tercera
novela terminada, que se fue gestando en los últimos cinco años y de la
que tengo unas cien páginas recuperables. Todo lo demás no sirve. Es
un poco complicada la estructura y me costó mucho trabajo resolverla.
¿Y en curso? ¿Hay algo que esté escribiendo ahora mismo?
Sí. Ahora estoy sobre un libro de viajes. Acaba de salir en México. Es un
libro sobre la India; salió hace aproximadamente tres semanas. Luego
quisiera seguir con eso. Quiero ponerme a terminar un libro que abarca
cincuenta años y cincuenta territorios. Estoy viendo cómo lo resuelvo.
Su obra completa va a ser así de alta…
Y sí, si sigo viviendo voy a seguir escribiendo. (Risas)
Ya lo dijo usted, Margo. Nos está robando unos veinte años.
No se puede creer que haya nacido en 1930.
Bueno pero yo sí me lo creo. Yo sé que me quedan pocos años, es una
tristeza pero así es.//RT5
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Presentación de los Escribas musicales del Río de la Plata
Quién quiere tocar un temaPor Ignacio Rial Schies // irials@gmail.com
Ya desde la esquina de Córdoba y Uriarte, en esa lonja de Palermo que
todavía se parece más a Villa Crespo que a Plaza Serrano, veo a Pablo
Grinjot acodado contra la pared del frente de la Oreja Negra. Charla con
un tipo de chupines negros, blazer azul y sombrero blanco que recuerda
al Caribe. Cada uno con un vaso corto de vidrio en la mano, toman
whisky de a sorbitos.
Adentro, en la caja, de espaldas a la puerta, una chica enchufa los
parlantes de una pc que está aferrada a la mesa con una cadena de acero
trenzado. Atrás, al fondo del salón, hay una barra iluminada por un
cartel que dice “Las bolas están para romperlas”. Instado por semejante
afirmación, le pregunto a la chica que todavía lidia con los cables:
“Disculpá, ¿hay que sacar entrada?” y me responde que no, que es
gratis, por orden de llegada. El salón está lleno de mesas cuadradas,
unas treinta, con tres o cuatro sillas cada una. Sobre un costado hay
mesas ratonas y esos sillones de descarte, reacondicionados a medias y
vendidos en locales de la zona bajo el rótulo de vintage. En la más
cercana al escenario, iluminado por la luz pálida de la pantalla de una
notebook, está sentado un hombre que se ve incómodo. Debe ser un
gestor del FILBA.
Con puntualidad y seis mesas ocupadas, aparecen en el escenario tres de
los “Escribas musicales del Río de la Plata” que el evento anuncia: Pablo
Grinjot, María Ezquiaga y Pablo Dacal, acompañados por Humphrey
Inzillo y el tipo del sombrero blanco, un evidente reemplazo para Tomi
Lebrero, que no está presente. Inzillo explica que la selección de
invitados estuvo marcada por su participación en el libro Cancionistas
del Río de la Plata, escrito por Martín Graziano y editado en 2011 por
Gourmet Musical. Luego los presenta por orden y me entero del nombre
del cuarto: Alfonso Barbieri.
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Inzillo expresa su curiosidad respecto de la relación de los “escribas”
con la literatura y ellos, respetando cada vez menos el orden en el cual
los presentaron, responden por turno. Así, cuentan de las bibliotecas
que fundaron su relación con los libros y de donde tomaron sus
primeras lecturas. Dacal recuerda la de sus padres y arranca con una
confesión fuerte: le tiene más cariño a los libros que a los discos.
Alfonso Barbieri dice estar en la vereda de enfrente. Grinjot aduce haber
tenido un acercamiento precoz a los libros y recuerda que Dailan Kifki,
de María Elena Walsh, fue su primera lectura. María Ezquiaga dice que
sus padres “no eran tan intelectuales como los de los demás”, y cree que
por eso su vínculo con la literatura no estuvo tan fomentado. Recuerda
también como su primera lectura a una novela de Henry Miller de la
cual, después de comentarla con una amiga, descubrió no haber
entendido mucho.
Inzillo, haciendo referencia a la escisión entre verso y prosa, pregunta a
los participantes si escriben otras cosas además de canciones. La
referencia más inmediata es Asesinato del rock, un manifiesto
descarnado, una crítica a la industria cultural escrita por Pablo Dacal y
publicada en 2006. Barbieri comenta haber escrito “el argumento de
una ópera” a realizarse en la inauguración de una muestra de sus
cuadros. Alfonso, además de llevar sombrero caribeño, tomar whisky de
a sorbitos, ser “escriba” y músico, es pintor. Ezquiaga rememora unos
ensayos que escribía de chica, sobre “lo que la vida significaba” para
ella, y su tía, maestra de historia de primaria, llevaba a clase para
compartir con sus alumnos. Grinjot admite, con humildad, nunca haber
escrito más que canciones.
La charla empieza a girar en torno a la canción, la poesía y la literatura,
y yo me pregunto por qué “la literatura” está puesta siempre en tiempo
pasado, vinculada con la infancia, y cómo es que la canción es tan
distinta, tan indescriptiblemente distinta del poema y el resto de lo
literario. Grinjot toma el micrófono, y hacia el final de un monólogo
sobre la música y la creación que deja al resto de los participantes un
poco desorientados, afirma que todos ellos, como parte de “esa raza de
personas que se expresan con la canción, nos manifestamos más por
nuestras limitaciones que por nuestras virtudes”. Un poco intimidado
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por el silencio posterior a semejante afirmación, Inzillo propuso: “Acá
tengo una guitarra, ¿alguien quiere tocar un tema?”.
Así arranca una sucesión de interludios musicales, donde los
participantes se pasan, además del micrófono, una guitarra. Las
canciones ilustran la relación de los escribas con la escritura. Grinjot
canta el único soneto que escribió, dedicado a una ex-novia. Dacal habla
de la remera que tiene puesta, estampada con “El corazón es el lugar”, y
canta a capella una versión memorable del tema que lleva esa frase por
título. Justo cuando la explicación de Barbieri sobre su último disco,
“Valses eróticos del río de la concha de tu madre”, empieza a
desbarrancar, llega quien ya no esperábamos que viniera: Tomi Lebrero,
directo desde Ezeiza, de vuelta de una gira por Colombia. Con
instrumentos y mochila a cuestas, parece todavía no haber aterrizado.
Sube al escenario y el moderador le pregunta, sin darle pausa, cuál fue
la última canción que escribió. Así empieza el debate sobre cuándo una
canción está terminada, y luego sobre qué es esencialmente una
canción. Dacal afirma, categórico, que es “una secuencia de acordes, una
letra y una melodía”, aunque la letra pueda cambiar, a lo que Grinjot
contrapone que no está seguro de que la secuencia de acordes sea parte
de la identidad de una canción. Lebrero discute que el ritmo tiene, en su
composición, un lugar muy importante y que la misma canción en otro
ritmo puede ser completamente distinta. Barbieri asiente. Por su parte,
Ezquiaga confiesa que en cierto momento se aburrió de sus letras y que
por eso empezó a trabajarlas con Guadalupe Gaona, una amiga poeta.
Ya contada una hora de charla y cuando parecía que lo literario se había
perdido definitivamente en el horizonte, Inzillo retoma para terminar
donde comenzó: el libro que los reúne a todos como “Cancionistas del
Río de la Plata”. Antes de que pueda terminar de redondear una idea,
Dacal toma el micrófono y afirma: “Al tema de la literatura subyace una
idea académica, una idea contra la que yo discuto un poco. Cuando
hablamos de si la música está a la altura de la poesía, parecería que la
altura está impuesta desde el universo de la literatura, que es eso
académico e intocable. El libro da cuenta de algo, y el movimiento de
cancionistas, si es algo de lo que formamos parte, está vivo y no se
puede apresar dentro de trescientas hojas”.//RT5
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Entrevista a Valeria Luiselli
Hiperrealismo afantasmadoPor Ezequiel Barbosa Vera y Pablo Scofaulos //
ebarbosavera@gmail.com / pscofaulos@hotmail.com
Valeria Luiselli fue la escritora más joven que se presentó en el
FILBA: en sus veintinueve años ha publicado en diarios y revistas como
Etiqueta Negra, The New York Times y Reforma. Ha recorrido Europa
y Latinoamérica, actualmente vive en Nueva York y da clases de
Literatura Hispana en la Universidad de Columbia. Ha publicado
Papeles falsos en 2010 y Los ingrávidos, su primera novela, en 2011.
Luiselli es simpática, habla en voz baja y despacio. Comenta que esta no
es su primera visita a Buenos Aires y que le interesa comprar libros de
editoriales independientes que generalmente no se encuentran fuera del
país. Dice que le sigue resultando increíble la cantidad de suplementos,
espacios y medios de difusión cultural que predominan en la Argentina.
Habla de México y sobre un artículo en particular sobre el mercado
editorial respecto a tópicos como el narcotráfico y los asesinatos de la
frontera. “En el mercado anglosajón es muy difícil vender literatura
latinoamericana que no sea lo que los gringos esperan. Entonces es
frustrante. En algún momento me pidieron que propusiera autores para
un suplemento dedicada a México, y me respondieron ‘oye, pero
ninguno de éstos escribe sobre los narcos’”.
¿No te recuerda un poco a lo que significó el boom en los ‘60?
Los libros que se inscriben en este tipo de tradición son semejantes al
boom en que, de alguna manera, están al servicio de poner de
manifiesto una realidad exótica particular. Representan una realidad.
La gente los lee con el interés de un antropólogo para entender una
época, casi como entender la fundación de las naciones
latinoamericanas. A mí como literatura no me interesa.
¿Cómo se hace para eludir el lugar común de la cultura
mexicana en un festival que se focaliza especialmente en eso?
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Creo que siempre es más fácil para el mexicano exotizar su identidad,
sin duda es un país con ciertas excentricidades muy explotadas por sus
ciudadanos. Es algo de lo que yo me cuido, no me gusta viajar por el
mundo como una especie de Frida Kahlo exótica, exponiendo las
riquezas de México. Pero tampoco quiero lo otro; el discurso en torno a
la violencia y el narcotráfico es muy cómodo, es una narrativa
invencible, un estereotipo atractivo. Lo ha sido en la prensa, que lleva
cuántos años sacando notas sobre eso y la gente continúa leyéndolas,
sigue siendo un tema caliente, quizá menos que hace unos años pero
sigue estando presente. Para un autor también es fácil hablar sobre las
muertes con la sensación de que se está tocando fondo. Nunca he
querido escribir directamente sobre ese tema, no me interesa
reproducirlo en mi trabajo literario.
Sos una persona muy joven que viajó muchísimo en muy poco
tiempo. ¿Te sigue sorprendiendo llegar a ciudades
desconocidas o ya perdiste esa sensación?
Yo creo que sí. Cuando fui a Lisboa, que era una ciudad que tenía
muchas ganas de conocer, corría el riesgo de ver un lugar que ya me
había representado para mí misma a través de la literatura de Pessoa o
de Tabucchi. Me arriesgaba a no terminar de percibir la ciudad. Tenía
miedo de no sentir nada y afortunadamente pasó todo lo contrario. Aquí
no llevo ni veinticuatro horas pero ya siento cuán abrumadora,
maravillosa y caótica es Buenos Aires. Creo que viajar mucho no me ha
quitado el gusto por ciertos lugares o costumbres que tengo cuando
llego a una ciudad que tiene que ver con ir a las librerías, sentarme en
un parque o en un café. Tal vez sí es que ya no tengo tantas ganas de
viajar, deseo arraigar, no moverme, quedarme en una ciudad. Nunca he
vivido en un país más de tres años seguidos, toda mi vida ha sido así. En
la última década, nunca he vivido en una misma casa más de año y
medio.
Los ingrávidos es una novela con una gran carga
metaficcional. ¿Te parece que es un signo común de la
literatura latinoamericana contemporánea?
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Yo no hablaría de metaficción, aunque tal vez sí sea autoficción lo que
yo hago en Los ingrávidos. Creo que sí hay un rasgo común, porque ha
habido recientemente una gran proliferación de libros con gran material
autobiográfico tan sólo en el año pasado. Los ingrávidos no es
expresamente así, no es un libro autobiográfico pero juega con los
límites de la autoficción. Creo que sí podría pensárselo como un
fenómeno actual, están ahí para probarlo Formas de volver a casa de
Zambra, El cuerpo en que nací de Guadalupe Nettel que juega menos
con ese recurso, aunque también hay cierta autorreferencialidad que
podría leerse como metaficción. Julián Herbert en su libro más reciente
también juega con la autoficción. Entonces sí, claramente en los
últimos años se han publicado muchos libros en Latinoamérica que
juegan con estos límites.
Es interesante leer la comunicación de los dos narradores en
Los ingrávidos. Son fantasmas que no hablan con nostalgia,
es un relato no lineal en donde lo fantasmal les permite
compartir el espacio y el tiempo. ¿Fue el fantasma el motivo
disparador del relato?
No fue el disparador inicial, pero con ese motivo pude desatar ciertos
nudos que no me permitían encontrar una forma para la novela. El
problema es ése: encontrar la forma de contar una historia, de eso se
trata el juego que se repite en Los ingrávidos sobre la novela vertical,
horizontal, las formas de cruzar las narraciones. Hace un tiempo tuve
que hacer un guión para niños acerca de Pedro Páramo y estuve
leyendo muchas entrevistas. En una de ellas Rulfo dice que había
sentido una gran libertad cuando se dio cuenta de que los personajes
estaban muertos, entonces pudo usar el tiempo y el espacio con una
flexibilidad absoluta. Yo dije “claro”, fue como un momento de
iluminación. Pero la diferencia es que yo no quería escribir una novela
fantástica, la verdad es que me moriría si alguien dice que Los
ingrávidos es una novela de ese estilo, estaría profundamente
indignada. Es una novela hiperrealista. Y metaficción tampoco, aunque
cada lector tiene la libertad de pensar lo que quiera sobre la novela.
Muchos han leído el libro como un relato de muertos, tal vez lo sea, tal
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vez no. Pero no es un relato de fantasmas, ni siquiera en el sentido
rulfiano, que va más allá del fantasma tradicional. Son personajes
afantasmados, no muertos que hablan desde su tumba y generan
ultramundos a lo Pedro Páramo.
Precisamente cuando empecé a leer la novela pensé que me
iba a topar con otro Rulfo, pero a medida que pasaba las
páginas me acordaba de escritores como Alejandro Zambra o
Mario Bellatín. ¿Te parece que hay cierto vínculo entre sus
obras y la tuya?
Sí, lo noto más ahora que cuando estaba escribiendo la novela. Muchas
veces las afinidades se descubren en retrospectiva. Por ejemplo, después
de Papeles falsos leí ensayos de Sergio Pitol, a quien respeto muchísimo
como escritor, pero al que jamás había leído más allá de su obra
narrativa. Tiene un libro precioso de ensayos que se llama El arte de la
fuga, descubrí leyéndolo que yo venía de ahí. Respecto a Mario, me
gustaba mucho Salón de belleza y Underwood portátil. Modelo 1915, un
texto biográfico completamente metaficccional. Siempre me piden que
escriba sobre él y nunca puedo hacerlo. Llevan dos años pidiéndome
ensayos, textos académicos, como de crítica para libros sobre Mario y
siempre digo que leo y no hallo manera de asir su obra, es muy
complicado. Leí El libro uruguayo de los muertos, que es su libro más
reciente, y sin duda hay muchas afinidades. Es de los autores que leo y
que me genera esa sensación que sólo algunos escritores te generan,
algo así como la libertad. Cuando lo leo siento que es posible hacer eso,
algo distinto. La afinidad con escritores viene de eso, escritores que no
tienen que ser los mejores: son aquellos que de alguna manera rompen
un poquito más la barra de obstáculos que uno tiene delante. Escritores
que te hacen ver que es posible eso también, aunque no vayas hacia allá:
esa mirada, esa sensación de libertad que tuve leyendo a Pitol, por
ejemplo, me pasa con muy pocos. En Los ingrávidos yo venia de otra
cosa, más de los anglosajones, los modernistas, Fitzgerald, Fort, mucha
poesía.
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¿Te contactaste con el hijo del poeta Gilberto Owen? ¿Cómo
fue ese encuentro, qué piensa de su padre afantasmado?
Era un tema que me parecía súper delicado. Una vez escrita la novela,
antes de editarla le escribí a Guillermo (uno de los hijos de Owen) para
decirle que iba a salir, luego se la envié. Fue muy triste su respuesta,
pero también muy generosa. Es un hombre que yo creo que ha pasado
muchos años tratando de hacer algún contacto con su padre Gilberto
cuando él tenía catorce años. Fue muy bonito, muy dulce, leer en su
carta “la verdad es que yo no sabía muy bien cómo era la vida de papá
en Filadelfia. Me imagino que era un poco como la cuentas”. Después de
eso cae sobre ti una responsabilidad enorme, aunque yo le insistí a
Guillermo que era ficción, que yo no tenía idea, que lo único que yo
tenía a mano eran algunas cartas. Todo era imaginario. Lo curioso es
que él tampoco sabía cómo vivían sus padres, si efectivamente estaban
separados. Lo bonito es que él estuvo traduciendo a su vez, llevaba años
traduciendo a su padre al inglés. Cuando terminó me los envió y empecé
a ayudarle a buscar una editorial. Es como una fantasía cumplida,
aunque es muy difícil encontrar una casa editora, en el mundo
anglosajón se mueven mucho a través de los traductores, ellos son
quienes realmente se acercan a las editoriales a recomendar autores.
Cuando habla sobre Owen y la familia, es imposible no pensar en que
una de las mesas del Festival en la que participa está orientada a los
ecosistemas familiares. Según Luiselli “los ecosistemas son un tema
recurrente en la literatura porque uno no hace más que escribir respecto
a ser madre, ser hijo, ser hermano”. La charla al respecto se amplía
cuando aparece Maya, su hija de dos años que la acompañó junto a su
marido a Buenos Aires.
En algún punto, el tema principal de Los ingrávidos podría
ser el ecosistema familiar.
Claro, escribí al respecto para la revista electrónica “Untitled books”.
Ahí explico algunas cosas, pues siempre aparece la pregunta sobre qué
tanto habla la novela sobre tu vida. Lo que sí es un poco de mi propia
vida es que empecé a escribir Los ingrávidos cuando todavía no tenía
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hijos, cuando no tenía ni siquiera en el panorama ser madre y la terminé
de escribir con una hija. Y quería hablar un poco sobre esa transición,
que ese gran salto y la manera en que se comunican la vida juvenil y la
familiar. Una vez que me embaracé me costó muchísimo seguir
escribiendo lo que venía escribiendo, y más aun después de que nació
Maya. Lo que hallé en ese momento fue el léxico familiar, la lógica
detrás del lenguaje privado familiar y de los juegos de palabras. Es el
niño mediano imaginado cosas que después ocurren en la novela, como
el derrumbe de la casa. Son tópicos del niño.
Estás trabajando en muchísimos proyectos ¿Alguna novela
sucesora de Los ingrávidos?
Llevo un año dizque empezando y ahora creo que finalmente ya empecé
(risas). Tengo el título, que generalmente llega mucho tiempo después
de haber acabado el manuscrito. Pero ahora comenzó al revés, quizá
después cambie, pero por el momento se va a llamar Arboleda de los
enfermos, que es en realidad un título usurpado. Tal vez por eso llegué a
él tan rápido (risas). Es de una monja sorda que escribe un manuscrito
interesantísimo sobre su relación con los libros, desde la sordera, casi
como un cuaderno de lectura, dentro de poco va a salir un adelanto, el
primer capítulo. Sin embargo me encuentro trabajando como en
bloques; supongo que se publicará completa durante el próximo
año.//RT5
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Entrevista a Robert Juan-Cantavella
La alegría de inventar máquinas
Por Ana Vicini // anavicini@hotmail.com
Robert Juan-Cantavella nació en 1976 en Alzamora, España.
Actualmente vive en Barcelona. Es escritor, traductor y periodista. Fue
jefe de redacción de la revista Lateral y tiene publicados, entre otros,
Proust Ficcion, Otro, El corazón de Julia, El Dorado y Asesino cósmico.
Estuvo en Buenos Aires invitado al Festival Internacional de literatura
(FILBA). Cuando le pregunto por la idea que lo llevó a escribir su última
novela, Asesino cósmico, me responde: “Tengo ahí una cosa, ¿me dejas
un minuto que voy a buscarla así te lo enseño?”. En menos de cinco
minutos vuelve con dos libritos chiquitos, compactos. Las tapas resaltan
por las ilustraciones y la leyenda “doce pesetas”, en amarillo. Doce
pesetas de fines de los 70. El autor es un tal Curtis Garland y la editorial
Bruguera, colección Bolsilibros.
–El origen de Asesino Cósmico está acá. Estos libros me los encontré en
librerías de viejo y mercados de segunda mano, empecé a leerlos y me
quedé fascinado y decidí jugar, hacer algo parecido. Y este Curtis
Garland colabora en mi novela.
¿Cuántos años tiene él ahora?
Juan Gallardo es su nombre real; tiene 82 años. Por una cosa casual
cayeron en mis manos sus novelas, y las de otros, pero por lo que fuese
las que más me gustaron fueron las suyas y seguí leyéndolo. Cuando
empecé a escribir la novela, partí de dos novelas suyas. De hecho, la mía
se llama Asesino cósmico por una suya que es del año 73. Decidí
buscarlo para decirle lo que me proponía y pedirle permiso,
básicamente. Yo pensaba que tendría que ir a Madrid, no sé porque me
había hecho la idea que lo encontraría allí. Resulta que vive no en mi
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calle sino en la de al lado, a tres minutos de mi casa. Me dijo que le
parecía muy bien, nos hicimos amigos y al final decidí pedirle la
colaboración esta y él accedió encantado. El origen de la novela es jugar
con estos libros. Estos dos son de ciencia ficción, hay colecciones de
western, de terror, de detectives, románticas, esos son los géneros
principales y después hay pequeñas colecciones de karatekas, por
ejemplo…
¿De karatekas?
¡Sí! Visualmente uno entiende más las películas de karatekas, digo, pero
las novelas son extraordinarias. También las hay de porno, pero son
géneros menores; los géneros principales son los que te he dicho.
Vos en la novela jugás con muchos de estos géneros.
Cada una de estas novelas tiene su género; yo lo que hago es tratar de
jugar con todos, que la novela se vaya transformando cada vez en uno
distinto; a veces, utilizando mecanismos muy simples como por ejemplo
que un personaje de mi novela esté leyendo a su vez uno de estos,
entonces entramos en la novela y leemos un relato dentro del relato.
Otro, simplemente, es que la trama principal de ciencia ficción en
ciertos momentos se transforma en terror o en vampiros o cosas así.
La novela tiene una gran cantidad de personajes y tramas.
¿No te complicó eso?
La trama que me permitió articularlos fue surgiendo poco a poco, pero
no existía antes. Llegó un momento en el que no tenia ni idea de por
donde tirar, y me pase meses que no, que no sabía como, y por poco la
pierdo.
Si bien la historia transcurre en el futuro, uno tiene todo el
tiempo la impresión de que se trata de una sociedad antigua.
Los personajes, las relaciones entre ellos, todo crea una
atmósfera de sociedad primitiva.
Si, yo quería generar esa confusión. Lo que más me interesaba de estos
libritos era la idea de futuro que se plantean, basada en la idea de
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progreso, una idea que ya no está a nuestro alcance; ahora somos
incapaces de pensar en el futuro como algo positivo. El vocabulario que
utilizan estos autores, la alegría con la que se inventan máquinas y le
ponen nombres. Nombres compuestos, de unir electro con no sé cuánto
y tal; ahí es donde decidí jugar con el futuro y con el pasado, crear en el
lector esa colisión de conceptos. No quería hacerlo, por ejemplo, con un
personaje que viaja en el tiempo; quería hacerlo a través del estilo,
utilizando un lenguaje muy arcaizante, digamos barroco, un narrador
decimonónico que te va acompañando todo el tiempo, un narrador que
tiene su opinión sobre las cosas que cuenta. Es algo que hemos dejado
atrás, también, como escritores.
¿Tuviste una intención de reivindicación hacia estos géneros
populares?
No creo que yo pueda hacer nada por esta gente. Estos escritores son
unos genios que están muy por encima de mí. Es cierto que son autores
que no recibieron el reconocimiento que merecen porque la cultura
oficial los menospreciaba, los llamaba escribidores porque no tocaban
temas serios. El hecho de que usaran seudónimos también hace que no
sean conocidos, pero sin duda eran los más leídos. Eso sí que me parece
injusto, pero las cosas van y vienen y esta gente hizo un trabajo increíble
que está ahí para quien quiera leerlo. Que un mequetrefe como yo venga
a reivindicarlos no creo que sea algo que necesiten. Yo siento que más
bien me acerque a ellos, especialmente a Juan Gallardo, como a un
maestro. El mundo está lleno de gilipollas que tienen una obra absurda
y creen que son... y éstos que tienen una obra asombrosa. Gallardo tiene
2000 novelas. Me dieron una lección grandísima.
En el marco del FILBA, diste un taller sobre periodismo punk,
género que desarrollas en tu libro El Dorado.
Lo que yo quería hacer en El Dorado era intentar algo parecido a lo que
ya había hecho Hunter S. Thompson; lo del periodismo punk es parte de
la propuesta de la novela: intenta ser periodismo gonzo pero
permitiéndose la licencia de utilizar en ciertos momentos y, de cierto
modo, la ficción. En el caso de mi libro, la hiperficción. No se trata de
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falsear datos, de contar cosas que no sucedieron, en ese sentido soy más
o menos escrupuloso y cuento lo que vi; entre otras cosas, porque los
sitios a los que fui para contar la historia eran de por sí absurdos. En
algunos momentos, para reflejar un ambiente o sensaciones que tengo
me invento una pequeña historia, como cápsulas de ficción pero
descabelladas, cosas que el lector sabe que no pueden ser reales;
personajes que vuelan, por ejemplo.
Otras de las actividades fue “Soy tu librero”. ¿Estás al tanto de
la literatura argentina actual?
He leído aquí un libro que se llama Glaxo, de Hernán Ronsino, una
novelita que es una maravilla. A la Argentina sólo he venido dos veces,
pero tengo colegas que han venido más y me traen libros. He leído a Iosi
Havilio, por ejemplo. También hay escritores argentinos jóvenes a los
que conozco yo y no conocéis vosotros porque viven y se publican allá.
Hay una frontera literaria que es muy difícil de entender: escribimos en
la misma lengua, somos lo mismo pero la comunicación parece que es
muy complicada. Matías Néspolo, que vive en Barcelona, es muy buen
escritor, su novela Las siete maneras de matar un gato es chulísima y
aquí no lo conoce ni Dios, o no como se merece. No lo acabo de
entender, y ahora no hablo sólo de Argentina, sino de toda
Latinoamérica, que los libros de acá no estén allá y los de allá, acá. Que
se tenga que hacer una edición nueva. Supongo que el barco que tiene
que llevar los libros de un lado al otro debe ser carísimo de fletar, digo
yo, porque no se entiende... Vamos a ver que pasa cuando el libro
electrónico se imponga; entonces ya no tendrán sentido estas barreras.
¿O también se nos limitará a que veamos cada uno lo nuestro y
ya?//RT5
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Sección #Matraca // “México en Buenos Aires”
Fiesta frente a la vidriera del carnicero
Por Martín Felipe Castagnet // martinfelipecastagnet@gmail.com
Faltaban varias horas para que Chávez Jr. fuera vapuleado por
Maravilla Martínez durante once rounds y medio, las mismas horas que
restaban para el día de la independencia de México. La vereda sobre la
calle Honduras estaba tomada por consumidores de mezcal que todavía
dejan el Chavo si lo encuentran en la tele. Los ánimos entre la República
Argentina y los Estados Unidos Mexicanos no podían ser mejores. Pero
por sobre todas las cosas aún era sábado: el mejor día de la semana para
emborracharse en los eventos literarios a los que de lunes a viernes se
cliqueó “Asistiré”.
La excusa fue acercar al público a seis de los escritores mexicanos
invitados al FILBA: Valeria Luiselli, Fabio Morábito, Julián Herbert,
Álvaro Enrigue, Sandra Lorenzano y Guillermo Quijas. Estuvo
organizada por los responsables de la editorial Clase Turista, Iván
Moiseeff, Lorena Iglesias y Esteban Castromán, quienes este año ya
habían organizado la Zona Futuro, el único reducto adonde pareció
llegar el aire acondicionado en toda la Feria del Libro. En el programa
del FILBA el evento figuraba como panel; por suerte, las redes sociales
lo promocionaron como lo que realmente fue: una fiesta, no en la
librería sino frente a la librería. No fue la excepción, porque el programa
del FILBA se caracterizó por ser ilegible en varias categorías: los paneles
carecían de tema y las actividades tenían títulos que no precisaban nada
(“México en Buenos Aires”) o eran dignos de Pol-ka (“Soy tu librero”).
Pese a todo, la fiesta tuvo la convocatoria que merecerían haber tenido y
no tuvieron otros eventos del FILBA. Incluso fueron aquellos que no
usan redes sociales, como Fabián Casas y Alan Pauls, si no contamos a
los fakes; incluso un tuerto creyó ver a César Aira, lo cual es posible con
todo el tiempo libre que tiene ahora que Ariel Idez escribe sus novelas.
Había muchos niños; cuando le dijeron de irse, uno de ellos le pidió a su 25
padre si al menos se podían quedar hasta que terminaran de leer uno de
los textos. Algunos precavidos cargaban la incomodidad de un paraguas
innecesario; otros una bolsa de Eterna Cadencia bien pesada. En las
mesas sobre la calle Honduras abundaban los libros de los mexicanos y
las tapas con guacamole y crema de limón. Una fuente confiable del
Wikileaks local filtró, en voz baja y mirando hacia los costados, que el
mezcal era en realidad tequila. Tenía gusto a tequila, pero si hubiera
sido mezcal también hubiera tenido gusto a tequila.
Durante las lecturas, alguien gritó: ¡Viva México!, y los presentes
respondieron: ¡Viva! Luego: ¡Viva México y la Argentina!, y nuevamente
el coro: ¡Viva! Sonaba pertinente: de tantos eventos muertos, había al
menos uno que estaba vivo. De los escritores invitados sólo leyeron
cinco, porque Julián Herbert se encontraba desaparecido. Claro que al
día siguiente reapareció a tiempo para descoserla en el MALBA con un
rap sobre su estadía en Buenos Aires, que hizo parecer a varios de los
demás escritores presentes como tuiteros analfabetos. Herbert fue uno
de los pocos, o el único, que mencionó la situación actual de su país:
México, “la vidriera del carnicero”. Pero eso fue el domingo. El sábado
fue sólo fiesta, que no duró lo suficiente: cuando finalizaron las lecturas
hubo que levantar las mesas de libros y comidas porque se acababa el
permiso y comenzaba otro evento.
El DJ puso a hibernar su laptop, pero la música no se terminó. En
silencio, desde la esquina de Humboldt, llegó una banda de mariachis,
enteramente vestida de blanco, guitarrón y trompetas en mano. Que
fue, sí, de lo mejor de México en el IV Festival Internacional de
Literatura de Buenos Aires. “No tengo trono ni reina / ni nadie que me
comprenda / pero sigo siendo el rey”. Lectores y escritores les rindieron
pleitesía, sentados en el cordón o a hombros de sus padres. Y se termina
acá porque la piñata no entraba, dijeron los organizadores.//RT5
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Entrevista a Laurent Binet
El exotismo de las cacerolasPor Luz Marus // luzmarus@hotmail.com
Entro al lobby del hotel Club Francés y les digo a las dos recepcionistas
que tengo una entrevista con Laurent Binet, autor de HHhH. Me
siento en un sillón enorme de terciopelo rojo. Todo es muy aristocrático;
no puedo esperarlo acá. Pero Laurent llega y se sienta al lado mío. ¿No
está Isabelle?, le pregunto. Isabelle Berneron trabaja en la Embajada de
Francia. Su tarjeta dice: “Promoción y difusión del libro francés” y ella
concertó nuestra cita. Me dijo que iban a estar almorzando en el
restaurante del hotel. Tengo miedo de no comprender todo y no poder
desgrabar. Él se sonríe y me dice que podemos hacerla en inglés. Le digo
que en inglés es peor.
Isabelle está con el resto de encargados de la embajada. Me saluda
Benjamín Bernier, el “Encargado de misión libro y edición de la
Embajada de Francia”, según la tarjeta que me dejó el otro día en el
MALBA. Pablo Braun le dice a Laurent que lo va a llevar a ver boxeo, y
Laurent la interrumpe a Isabelle y le dice que yo quiero que esté ella
presente. Isabelle también se ríe. Nadie me cree. ¿Cómo digo
“cacerolazo” en francés?
Contame sobre tu vida en Praga
Estuve un tiempo en Eslovaquia, en Praga y París. Te puedo contar
sobre Eslovaquia. El año en Eslovaquia fue el año más lindo de mi vida.
Poco trabajo, un nivel de vida agradable, una novia muy linda, la
cerveza era muy buena. Se llamaba Aurelia (está en mi novela), era un
amor prohibido. Ella estaba casada. Su marido era un hombre muy
importante y yo fui expulsado del país. Lloraba en el tren cuando me
tuve que ir. Estaba amenazado de muerte. Ella me siguió. Dejó todo por
mí. Se fugó conmigo. Cuando existe una barrera es mucho más fuerte el
sentimiento.
¿Y qué pasó después?27
Vivimos cinco años en París; después la convivencia, y la vida, el
desgaste. Se terminó el amor. Pero fue una historia hermosa, producto
de ese año de mi vida en Eslovaquia. Hace mucho tiempo ya. Tenía 24
años.
Me imagino que habrás escuchado los cacerolazos de estos
días. ¿Cómo lo contarías en un relato, desde tus ojos de
extranjero?
Sí, he escuchado. En Francia también hay manifestaciones y eso no me
resulta extraño, pero sí el hecho de hacer ruido con cacerolas: me parece
un tanto exótico y pintoresco. No conozco el trasfondo político. De todas
maneras me parece bien que la gente se exprese. Me han contado algo
pero no comprendo mucho. El peronismo es algo difícil de comprender,
¿verdad?
¿La traición es el tema principal de tu novela?
Es una excusa literaria. En toda buena historia debe haber un traidor.
Es el punto más trágico del relato. El pretexto literario me permitió
adentrarme en algo mucho más humano. Es uno de los elementos pero
no es él único. Es el momento particularmente dramático que permite
relanzar la novela hacia otro lugar. Siempre el impacto de una traición
es muy fuerte.
¿Qué le aporta a HHhH tener un narrador que cuente cómo
escribe la novela?
Lo antinatural en realidad es lo otro, lo que hace la mayoría. Poner un
narrador que está en el aire, no se sabe dónde, y que sabe todo, ve todo,
pero no habla de lo que está haciendo. Estamos tan acostumbrados a
eso como a la música en el cine. Eso es artificial, pero nos resulta
natural.//RT5
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Crónica de la Jornada de Cierre del FILBA 2012
La mano que sostiene el micrófono
Por Carlos Mackevicius // elmacke2003@hotmail.com
Un tal Patricio Zunini camina decidido hacia el escenario en su breve
figura: saco gris al cuerpo, jean, zapatos, barba y anteojos de hombre
dedicado a la reflexión. Es el coordinador general. Se para frente al atril
y saluda al auditorio que colmó la sala. En el MALBA acaba de
comenzar la actividad de cierre de la IV Edición del Festival
Internacional de Literatura de Buenos Aires. Fernando Vallejo,
escritor nacido en Colombia y nacionalizado mexicano, autor de grandes
novelas como La virgen de los sicarios (tristemente adaptada al cine) es
el encargado de cerrar el festival. La jornada está anunciada como
“Lectura”.
Unos minutos antes, delante mío en la fila para ingresar al evento, un
señor con aspecto de arquitecto pero vestido con una camisola blanca
con motivos indígenas, parado solo, lee un libro de Eterna Cadencia.
Atrás mío un hombre y una mujer mayores hablan de “los caminos de la
literatura”, y se justifican mutuamente el hecho de no haber destacado
como escritores: “Me cambió mucho la cabeza cuando viajé a Brasil a
estudiar educación popular con el MST. ¿Tenemos derecho a escribir
mientras otros luchan?”, dice la señora, que deja de hablar cuando yo
me doy vuelta para verle la cara.
Pese a no tener más tarea que presentar a los expositores, Patricio
Zunini reconoce estar tenso. En los sesenta segundos que dura su
presencia en el escenario se encarga de agradecer y saludar a las
empresas que sponsorean el festival, y al gobierno de la ciudad de
Buenos Aires por el programa de mecenazgo. Olvida, en su nerviosismo,
agradecer y saludar al público concurrente, y a los escritores que
participaron de los distintos paneles en las diferentes jornadas. Se
despide y nos convoca al FILBA 2013. Baja del escenario y se va
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caminando con seguridad por un pasillo lateral hasta perderse. Hay
unos segundos de duda y unos pocos aplauden.
Sube al escenario Pablo Braun, responsable del festival, y dice con una
sonrisa que Zunini se olvidó, también, de anunciar a Fernando Vallejo y
al joven poeta y editor Mariano Blatt. Hay risas y entonces sí un aplauso
intenso. Aparecen los protagonistas.
Pese a que en el medio del escenario hay una mesa con dos sillas, dos
micrófonos y una jarra de agua con dos vasos, Blatt se para frente al
atril que está en una esquina y comienza a leer de manera robótica un
texto poético donde cuenta sus sensaciones y sus vivencias desde que le
encargaron preparar la presentación de Fernando Vallejo para esta
jornada. El poema habla básicamente de marihuana, de cerveza, de
cocaína, de la laguna azul, de putos, de putos buscados en Facebook, de
marihuana, de cerveza, de metanfetamina, de popper, de marihuana, de
cocaína, de ácido, de sexo entre hombres, de marihuana, de cerveza, de
Fernando Vallejo, de la laguna azul. El escritor colombiano, de pie a su
lado lo mira, casi dándole la espalda al público: le cuelga de la cara un
leve gesto de conformidad.
Blatt termina de leer su texto y es el turno de Vallejo. Dice que él
inventó eso que nosotros llamamos porro, y que sin embargo no tiene
monumentos como Martí o Roca. Parece ser un chiste. Dice que va a
leer 45 minutos de fragmentos de algunas de sus novelas.
Son las 20.20. Comienza leyendo el fragmento de la muerte de Alexis en
La virgen de los sicarios. Luego lee un fragmento de El
desbarrancadero. Luego el último capítulo de Los caminos a Roma.
Vallejo está de costado al público y lee sin la menor pausa: si uno no
está del todo concentrado ni siquiera es fácil darse cuenta cuando
cambia de fragmento porque cuando lo anuncia lo hace sin levantar la
vista, sin pausa y sin modificar el tono con el que viene leyendo sin
parar. Vallejo no toma agua ni traga saliva, parece que lo único que
quiere es que se cumplan los 45 minutos anunciados y todo termine.
A las 20.40 una señora se levanta y se va. Alguna gente se mira entre sí.
A mi izquierda un pibe duerme. El único gesto que Vallejo hace aparte
de leer como un loco es subirse los anteojos con la misma mano con la
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que sostiene el micrófono. La chica que está al lado mío se levanta y se
va.
20.45: Los días azules, y luego El fuego secreto. A las 20.50 Vallejo
interrumpe la lectura y fuera de micrófono le pide a Mariano Blatt que
le sirva agua. El poeta se levanta, servicial, se ríe y trae la jarra que está
en la mesa y le sirve agua al colombiano, que no le agradece pero le
indica que deje la jarra cerca y sigue leyendo sin parar. Lee Años de
indulgencia y son las 20.57. Lee Entre fantasmas; son las 20.59 y el
texto bardea a Octavio Paz. La rambla paralela, luego fragmento de Mi
hermano el alcalde, y El don de la vida. Sin dejar de leer a toda prisa,
Vallejo mira a cada rato su reloj pulsera.
Son las 21.01 y Vallejo lee el final de El mensajero, la biografía de Barba
Jacob. Lee Almas en pena, chapolas negras. Son las 21.09 y Vallejo lee
La puta de babilonia. Parece cansado, se confunde, se traba, se
equivoca de renglón. Hace 50 minutos que lee sin parar a todo ritmo. A
las 21.10 termina de leer. Miro a mi derecha y sobre la escalera
alfombrada que está al costado del auditorio veo a Pablo Braun acostado
en el piso boca arriba con los ojos cerrados. //RT5
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//RT5
Revista Tónica 5.0 es una publicación
del Centro de Estudios Contemporáneos
www.elcec.com.ar
Los artículos firmados
son propiedad y responsabilidad
de los firmantes.
Buenos Aires. Octubre, 2012.
“¿Cómo iba a saber ese pobre instrumento clónico descartable dónde terminaba el hombre y em-pezaba su ropa? Al fin de cuentas, no era distinto lo que pasaba con los críticos y profesores que asistían al congreso, que se habrían visto en dificultades para decir dónde terminaba el hombre y dónde empezaban sus libros.”// RT5
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