Post on 06-Jul-2015
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Javier Flores Letelier, Chile Poesía
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El camino al pueblo oculto...
Toma mi mano, no me mires a los ojos si no quieres,
recuerda que soy un hombre enfermo con los días contados...
Toma mi mano, he venido a sentir el calor de tus lágrimas
prende una llama que enfrente el reflejo de tus pupilas en la oscuridad, y mírame arder.
Piensa que estaré bajo el mar, en cualquier lugar donde mi rostro ya no tenga valor.
Decidirás continuar buscando tus raíces...
He construido mi propia miseria
creo que me revela una luz que brilla en el cielo,
pero aun así no puedo dejar de escuchar el grito desesperado
que lanzan los fieles cuando encuentran los milagros
en el castigo de las figuras envueltas en llamas en cada sueño nocturno
y en cada despertar entre lágrimas;
la lealtad entre los esclavos,
la lealtad entre los esclavos; recuerda el amarillo de la piel,
la serenidad después de que las heridas paraban de sangrar...
La solidez natural de la carne de las manos
será para los que cumplen el deber de enterrar con su propia fuerza
a un amigo que fue su padre,
la enfermedad y el destello sobre el granito
que cubre los huesos, la carne y las piedras
en donde se alimentan los cauces de los ríos
hasta las cuencas cercanas al centro de la Tierra
en donde crece el pulso de los corazones que estallarán
justo después de haber procreado,
el perdón y la rebelión ante los secretos que forjaron la forma de caminar,
la sonrisa de quienes te pueden traicionar y robar la vida
el amarillo de los ojos enfermos, de la ternura y de la piedad;
honra a tu madre, la fatiga de recordar tu nombre
hasta la adultez de los cuervos que desprenden la carne de tu espalda.
Necesitamos un nombre para permanecer en silencio frente al fuego
No puedo seguir creyendo más, no quiero creer en el trueno al que mis abuelos temían,
los espíritus ya están en el círculo esperando por la noche,
mi corazón se agita con las luces de los montes, con tu cuerpo desnudo en la ventana...
debo saberlo, dormir con el mismo miedo de siempre, para la serenidad de tus manos,
despertar en las mañanas dentro de mí, para el alma que desaparece,
para nuestros nombres en el eco de los templos de roca junto al mar
en los que los murciélagos conciben sus mundos frágiles y secretos.
El sudor bendijo las frentes de los refugiados, entre el sonido grave del viento en las plantas
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y la imagen cegadora de las inscripciones lapidarias.
Los ojos cansados de las aves nocturnas, espiaban el mundo que pasaba ardiendo bajo sus garras,
el fuego tras las visiones de las cruces negras en la oscuridad,
el fuego levantado por los cachorros, dormidos con el polvo en sus narices
respirando el dolor y la miseria en la carne desgarrada de los compañeros.
La esencia cálida del carbón en el viento
tocó la frente del condenado antes del sonido de los disparos,
su muerte dispuesta ante los ojos de aves extrañas, rasgando en la madera pálida
de las habitaciones abandonadas donde el retrato del dictador enmudece
y envenena la sangre de los que aún pueden correr por sus vidas.
La sangre llenó la visión de la luz debajo de cada roca,
las alas imaginarias de los terrenos desbastados,
el ruedo del alma de las máquinas
impregnadas con el olor de los alimentos descompuestos
que las criaturas perseguidoras del sol de la frontera
cargan como el aliento del fuego consumido en la última piedra de la ciudad.
La aurora del humo en el polvo se carboniza en mi vientre,
y los que han sobrevivido observan sus cicatrices
como a imperios malditos que no desaparecerán,
en un dolor agudo los ríos se derrumban en la madrugada
en los huesos y en la calidez de la carne como puñaladas ciegas...
la memoria es una bestia más grande que cualquier fuego
que se pronuncie para acallar esos ríos,
los demonios de los recuerdos acarician el espejo
y las velas se prenden para recibir las lágrimas de las sombras;
el río y el color de mis venas, el rastro de la sangre seca en el pavimento
después de las peleas de barrio,
después de las luces que el alcohol
roba de los nombres de los territorios desolados
y se encuentra la paz momentánea, el amor eterno,
el amor que nos dejará, el amor que no nos atrevemos a pronunciar...
el río y el color de mis venas,
es lo que puedo ofrecerte para ser el padre de tus hijos,
es lo que puedo sacrificar de las sombras de los animales
en los caminos de tierra, en mis recuerdos como hijos del sol
y hacer volver a nacer la lluvia
apretando tus manos y enfrentándote a los ojos,
confiarte el secreto del viajero rebelado del que todos hablan
como el hijo de la tierra,
o como el mito que los guardianes de las fronteras
enfrentan cada vez que empuñan sus armas,
su final, el final de sus ojos violetas por el mundo de recuerdos reflejados,
derrotados y soñadores por la perdida de sangre
en su decisión de enfrentar a la justicia humana
con el color de la sangre que no distingue las heridas del cuerpo y del alma
dando el poder a sus niños que rogaban al cielo y pedían al mar
salvar la existencia de las sombras de su padre ante cualquier consecuencia.
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Volvería a vivir todo este destierro por cualquiera de ellos;
recuerdo el fuego del cansancio de su voz
cada vez que me alejo de las luces de la ciudad
para buscar la tierra entre las oscuridad de las noches de aire frío y fuegos fatuos
a la que llegaron los conquistadores perdidos
en las sombras de las trazas de sus manos,
destruyendo todo el nuevo mundo que abrían a su paso,
forzando la voz de mujeres mal heridas
intentando encontrar en los dibujos de sus vestimentas ultrajadas
las voces de sus hombres todavía invocando el alarido del cielo
desde sus corazones cruzados por las mismas armas construidas
para proteger el alma de los hogares de la memoria eterna
de las guerrillas bajo las tormentas...
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El Mañana
Y si estuviera enfermo, ¿me cuidarías hasta mi muerte, amigo?
y si nunca sanara, ¿verías mis ojos amarillos día tras día?,
cuando tu mujer mire cansada por la ventana,
me culparías de pasar demasiado tiempo con ella...
¿Recuerdas quién era el fuerte?
¿Recuerdas quién era el fuerte de los dos?
Uno de nosotros tenía cierto temor que lo paralizaba,
cierto temor que no recuerdo.
Uno de los dos tenía cierto amor imposible,
y ella fue a buscarme y lloró de desprecio,
fue a buscarte para decir que se iba y que no la buscaras,
partiría a un mundo en donde hay dinero fácil
si es que aceptas las reglas del juego,
si le das a todos lo que quieren
y lloras con ellos en sus corazones cada vez que lo hagan,
lloras de emoción como una artista en el escenario,
bebes hasta despertar con la mente en blanco y odiando el pasado...
Ese es el futuro inevitable, uno de los dos caerá antes
y no importa si luchamos o no por encontrar la pasión de nuestras vidas,
la encontramos de todas formas, fue fulminante mientras duró.
Ese es el futuro inevitable, morir juntos como mártires,
o morir armados y condenados por el mundo,
como amigos del silencio traicionados por la espera del tiempo.
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Dejar la ciudad.
Dios me hizo un animal del desierto, semejante a él, a cualquier rostro,
a los rostros de las llamas que aúllan en los portales de las cuencas de los océanos.
Despierto ebrio en la madrugada, él despierta conmigo.
Salivo en mis labios partidos y su presencia los amarga.
Mis hermanos, a cada uno de ellos los escucho gritar esta noche por salvación;
no puede haber paz en el corazón de un imperio...
soy un hombre creyente, y he ya pagado el daño que he hecho
a lo único que me importó en vida; que una mujer joven hiciera poner
mis manos sobre su espalda débil y enrojecida por el frío;
tener un camino por donde volver iluminado por la luna
desde los golpes en el bar, la miseria de los siglos,
el recuerdo de la mujer piadosa y su sonrisa de fuego
hasta el cementerio para ver los ojos de mi padre,
nuestro gran padre, cerrarse otra vez en el final del camino
entre las grietas de los montes donde duermen tranquilas
las criaturas más crueles que se puedan imaginar...
Para alcanzarte esta noche, debiera dejar el alcohol.
Para alcanzarte esta noche, con mi presencia incandescente
con la que desgarro mi garganta en cada trago y salvarte de una muerte indigna,
de ver mi rostro destruido en los sueños,
debiera ser ahora la última vez que te convenzo para hacer el amor
con las palabras, con la rabia de las palabras
que llevan a dos personas a buscar sus rostros,
me aconsejó con el cariño y la desesperación de un padre al borde la muerte
el sacerdote al que visitaba los domingos para ver nacer de sus manos
el relámpago que encandilaba su temeroso rostro,
el de nosotros viendo en las miradas entre la niebla y los destellos de tibia oscuridad
en los cuerpos desnudos de ángeles hechos de mármol, sangre y rosas,
en los labios y mejillas el color del pudor y la resignación,
la rabiosa voz de la fe.
Creímos en el poder del canto de las bestias redentoras del frío cruel de las iglesias,
que la fuerza de los pechos de los muertos
está en la voluntad de las armas de los pobres, escuchamos venir el mar mercante,
la tristeza, la pasión, el misterio del alimento de las ratas,
la sotana que entre las sombras nos entregaba el lugar
donde llorar a los seres queridos fallecidos y desenterrados
que aún nos hablan dolientes en las cruces de nuestro trabajo diario.
Los recuerdos de la vida pasada son intocables, el deseo
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era algo desesperante que no tenía nombre, recuerdos que se convertirían en eternos
por el esperado secreto que tenía Dios con las mujeres
viajando por el aire entre los vestidos, como la calidad de los venenos
que antes de matar, dejan el espíritu exaltado
con las profundas voces de los cuartos oscuros...
Esta tarde estabas triste, te veías cansada, ardiente y soñolienta,
habías esperado en vano la noche de mi suicidio
y el reencuentro con mi voz aguardentosa,
el reencuentro con esa vieja mujer que rodeaba el cementerio
y que se parecía a tu madre, el milagro en tu velador, el amanecer
después de contarte los secretos crueles por los que agacho
la cabeza entre tus manos esperando ser juzgado por algún animal de las sombras...
Diez años atrás, cuando aún era algo más joven que tú
y estaba frente a nosotros el silencio que llenar
con baladas, sexo y nostalgia, las mismas calles de toda la vida que volver a construir
para correr a abandonar los derroteros en las esquinas del agua de lluvia estancada
en los inviernos en donde detrás de la calidez de la conciencia dormida hablábamos en
silencio de la vida y la muerte, de la tierra húmeda y de la sangre de los corazones.
Diez años atrás, cuando todo lo que tenías eran tus esculturas apiladas en una bodega
demostrándote en secreto el arte contenido en los animales cansados,
tus párpados violáceos después de llorar por la impotencia de no poder
agarrar el mundo con tus manos, sobre tu ombligo y hacerlo arder con tu pasión,
cuando mi piel era pálida y mi dorso ágil y mis pensamientos debían servir
al bien que se esconde detrás de los corazones, a los corazones que se esconden
detrás de los objetos, a los objetos de la memoria que tienen su propio olor.
Diez años atrás, cuando me hablabas de tu padre desaparecido,
al que extrañabas y que fue exiliado por su cariño
por el trabajo con la madera y por todos los espíritus
que descansan en las manos heridas que persiguen las vetas.
Cuando te hablaba la voz de mi padre, el castigo de la vergüenza bastarda,
la angustia de lo divino, el poder de los elementos,
ese hombre sonriente, grave y sarcástico,
músico frustrado, jugador reprimido
que preparó su juventud levantando durmientes abandonados
de las estaciones de ferrocarriles; en ese entonces, no hubiera sido casualidad
encontrarte en mi camino, encontrarte en mis vicios,
en la carga cegadora del aire antes del anochecer y en las imágenes del desierto;
no teníamos que sacrificar nuestras vidas, nuestra dignidad,
para comenzar a olvidarnos...
has logrado tenerme en vela mirando las calles,
en mi mente las cordilleras y los montes demolidos por la persecución ansiosa
para alcanzar a los animales que en sus estómagos tendrían el valor del polvo milenario,
has logrado cansarme el cuerpo, despertarme el deseo; despertarme el cuerpo,
cansarme el deseo, de todo, de estar vivos,
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he comenzado a dormirme triste y tranquilo, hablar con la oscuridad,
llorar en libertad como los niños, pensar que nacimos dueños y castigadores
del mundo que no conocemos, cuando sólo necesito un trago...
que te acerques con otro nombre para pedir un vaso hasta el tope,
un lugar donde dormir, hablar ebria, regalar los objetos coronados de tu ropa;
confiar, confiar, confiar...
Tengo rabia, el resto de los animales no podrán volver a escucharnos...
por qué detienes mi embriaguez, por qué no me dejas pelear cuando alguien pretende
que puede despreciar tus vestidos.
Pon tu mano sobre mi espalda, en los rincones de la carne desgarrada,
el frío del viento es igual entre los árboles, la muerte cruza igual nuestras vidas
armándonos de nombres y fuerza en nuestros pechos,
el agua del mar envenena la carne entre los pliegues de tu piel
cada vez que cierras los ojos y no quieres ver el día terminar otra vez...
Lo que estoy pidiendo, es que devuelvas el alma que robaste de los rosarios,
devuelvas mi alma al pozo negro, donde el elemento de las águilas
parece susurrar la palabra padre...
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La noche en la que los muertos callan...
Caminé toda la noche
en silencio
para intentar recordar
el camino de regreso
a la ciudad subterránea,
y vi por primera vez
lo viejo que estaba
en el rostro del recuerdo de la belleza;
casi muerto,
destino...
Tengo una deuda con el primer color de mi espíritu
Con el niño dormido y dedicado
Aprendiendo frases de memoria;
Tengo una deuda con el primer color de mi espíritu
Con el viejo tranquilo y soñoliento
Expresado en los ojos ya en los primeros años de redescubrir el deseo.
He escuchado tus consejos, nos vimos abominables a veces
Intentando hacer retornar el aire perdido por la vergüenza,
He escuchado tus consejos, lo juro,
Y ahora puedo ver mi miseria;
El camino hasta el atardecer alcohólico y cegador del fin del mundo
leído en las trazas de las manos de los viejos,
El retorno del eco desde la constelación
Del manto oscuro que cubre al fuego,
Los besos cansados de una adolescente,
El viento y la fiebre en su rostro.
Sigo protegiendo la tierra que me dejó mi madre antes de morir,
El rostro del fantasma de mi padre en el granizo,
No es más que tierra creerás, como la que cae en las noches
Desmoronada en los aluviones bajo la luz de los relámpagos
y el alma de los truenos
sin el aviso de las aves ni el grito profundo desde las riveras de la ciudad
pero fue su sueño y el nuestro, la savia de tus hijos
La que nos despertó una mañana la ternura
Por el cuerpo y la sombra de quien descansaba a nuestro lado;
Nada que rescatar; sólo el miedo al destino
De algunos dioses de pueblos desbastados;
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Es por ellos, o quizás por mis pocos recuerdos
Que golpeo mi mano herida contra tu pecho desnudo.
Anhelo encontrar la tumba de mi hija
Poder viajar hasta el pueblo de su madre
Y que entienda mi perdón,
La sonrisa transparente que arman los remolinos de hojas muertas,
Que ella entienda en este callejón
Lo que los símbolos de nuestra libertad han perdido
por fingir tanto la sonrisa al cielo sin llorar,
Que guardemos silencio
Por las noches crueles.
Nada más te pido; el baile de los perros
que desvela a la gente,
El rosario con que recuerdas la fragilidad,
El camino iluminado por la luna que saben escoger los animales.
Soy un hombre joven, pero estoy enfermando
Así que te lo pido de nuevo;
Los crucificados pronto nos dejarán sus sonrisas desdentadas
esperando como luces en los palomares
Y el mar seguirá albergando nuestras borracheras
Cerca de los puertos donde los perros negros continúan sus caminos
Más allá de las carreteras de huesos y silbidos,
Lejos del sonido de las máquinas y del vapor espectral del océano
Que abre tu cuerpo al deseo y a la pobreza;
Déjame sangrar aunque me veas herido a media noche,
Hacer esa pequeña oración en tu vientre;
Al día siguiente, de cualquier manera
Ya te habrás llenado de las primeras mentiras
Que ves al mirar la puerta de nuestra pieza
estática y borrosa en el rojo triste de tus ojos.
No lo sé, si mi cuerpo volverá del infierno
después de quemar su tristeza
o si se desaparece en las lágrimas
desconsoladas de los huérfanos,
veo a los perros aullando a las estrellas,
sin entender que hay en sus corazones
ni en el mío,
veo como enfureces el atardecer en tus ojos
y ya vuelvo a recordar furioso y cansado
de nuevo frente a tus manos
que en algún lugar una luz se consume
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que se forjó a sí misma en la oscuridad
impaciente por darle nombres
y bailes nocturnos al deseo.
Habrán fallado tus brazos en el esfuerzo de esperar
Que logre germinar la tierra antes del frío amanecer
en tus muñecas enflaquecidas por la constancia del miserable hambre.
Entrarán los pájaros en sus habitaciones nocturnas
Cada uno con su cansancio
Cada uno con su historia memorando al fuego
Que hay en sus corazones a punto de estallar…
La sangre se siente en el cuerpo
Como la lluvia pega en los techos del pueblo dolorido
Junto a la música del carnaval,
Comienzan otra vez a escucharse amargos alaridos,
Mundos oscuros y gigantescos se exterminan en segundos
en las bocas de los depredadores cansados
Sin piedad de las luces de la ciudad
Ni de sus propias almas ahora bestias más profundas y sabias
Dejando sus recuerdos atrás
Por el calor del pavimento,
Cuidándolo todo al despertar otra vez.
Hay algo que envejeció en tu sonrisa
Que le está dando luz
A un rincón de tu alma
Que delata la edad de tu ira
Y los rasgos agazapados de tu ciudadanía…
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Las calaveras en la oscuridad
Y qué ves chamán en tus visiones,
parajes desolados, espacios de tierra inerte,
el último atardecer...
qué ves chamán en tus visiones, en mis lágrimas,
dime amigo, perro solitario, fuego santo de nuestros recuerdos.
Un hombre desesperado que vende su alma,
un hombre triste que la compra,
la vecindad en tus ojos...
qué ves chamán, ¿Libertad?
¿tu propia muerte?, ¿ves a nuestro pueblo caminar libre?
¿puedes ver ese día del futuro?
Los lobos se han erguido
para escuchar lo que nosotros no podemos,
hablan con el viento amigo,
ellos pueden reconocer tu sangre
en el rojo del cielo.
Pronto desaparecerán,
son como hombres sabios
son como hombres sabios.
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Alta noche
Ellas saben que estás herido,
guarda silencio, escúchalas
y no escondas las manos.
No niegues sus besos, sus cuerpos, no juegues con ella
maldito ebrio.
No intentes llevarte nada más
de lo que jamás te perteneció.
Ellos saben que estás herido,
lo saben desde el comienzo
y jamás te importó insultarlos con juegos de palabras
ni obviarlos con alguna droga
que envenenara tu sangre y la del resto,
no le pidas a tu corazón que no tiren a matar,
tu amigo de la infancia está cansado de alimentarte.
No intentes llevarte nada más
de lo que jamás te perteneció.
Si naciste siendo un hombre triste
o de eso te gusta convencerte,
quien tiene la respuesta que estás esperando
y resguarda tus hombros
no tiene el rostro de ningún ser querido fallecido
sino que está ahí, al final de todas
estas hileras de máquinas tragamonedas
que están saturando la ciudad.
El sonríe y tú contestas con otra sonrisa
para hacerle entender que todo anda bien
por ahora, no hay por qué exaltarse...
Al anochecer, a media madrugada,
o quién sabe, miras una foto tuya a los catorce,
te emocionas un poco, luego ves la foto de ella
y derramas una lágrima.
Sonríes tranquilo, luego ríes falsamente
para ti mismo; finalmente terminas por reír de verdad
pero no sabes por qué...
Luego, en la alta noche, la vieja radio hace lo suyo con tu corazón...
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Las calaveras en la oscuridad II
El fuego en mí...
No se ha cumplido la promesa de mi muerte, mujer,
y tu voz comienza a borrarse de los colores de mi mente
para esta nueva vida, más seguro de mis pasos,
de la crueldad y la inocencia de los fantasmas del desierto,
de la tristeza del viento rozando los ojos dormidos
de los animales muertos en la carretera...
Díganme ahora, mujeres de mi memoria,
¿quién es esa niña con la cara sucia
qué está llorando en los montes?,
¿es uno de los colores de tu espíritu
o la conclusión de la sangre que he perdido?
¿pueden escuchar mis conversaciones con la oscuridad?,
o sólo ríen como siempre semidesnudas en las calles
cantando o susurrándose entre ustedes
sobre quién será la próxima víctima en la ciudad
y quién se rendirá en la mitad de la noche
para ver la marcha triste de los ángeles recitando las letras del pavimento...
Ha pasado el tiempo y he perdido todo
por poner mi fe en el azar,
pasó el tiempo de mi nostálgica adolescencia
y el del reencuentro con la muerte,
pasó el tiempo de los grandes amores:
mi alma dio su último gemido ante los rostros sabios de las calaveras,
pasó el tiempo de los pasajes de tierra húmeda
en manos de desconocidas ansiosas
por sentir estallar pronto el amanecer en sus pupilas;
ellas siguen ahí y sus rostros son cada vez más fuertes...
Ahora nuevas voces de mujeres cansadas,
más jóvenes y sabias que yo
de las que no me atrevo a tentar su oscuridad
me muestran el barrio
que no pude ver antes detrás de las cruces candentes
de la revolución,
sus manos que en las épocas del miedo
hacen temblar la madera
y los cuerpos de los animales muertos
bajo las sombras de los árboles...
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¿Quién eres?, ¿cuál es tu nombre?,
debes tener una voz y un nombre,
¿quién eres?, ¿cuál es tu nombre?,
las voces no cesan y mi corazón se fatiga,
derramo algunas lágrimas y el camino se hace más claro,
pienso en el camino y siento mi carne amarga,
después de mucho tiempo
las ruinas de la ciudad, parte de las nuevas calles
en donde se disputa entre la sangre nueva el deber y la venganza,
mis límites quebrarse otra vez y volver a la confusión de la noche;
se abren los pasajes a la fuerza,
se llenan de flores y de escritos que hablan de libertad y violencia
y voy a buscar al lugar más alto
del monte que creo con voz de niño y de hombre, natural,
la oportunidad junto a los rayos del sol
para tomar lo más pequeño y eterno sobre la tierra,
un par de ojos oscuros y emocionados...
El fuego en mí,
el fuego en ti,
a la ciudad nada le importa,
ni tu infancia ni la mía,
ni el dolor en los rostros de las rocas,
la melancolía de haber nacido frente al mar
y recordarlo sin obtener respuestas...
¿Qué haces planeando canciones para el futuro?
rompe tus venas,
quiebra tu voz esta noche conmigo...
Los corazones de las aves se desangran
sobre las piedras que ellas escogieron para morir
peleando por sobrevivir,
en mis sueños vuelven a existir
aquellos imperios iluminados siempre
por los ojos serenos del misterio.
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Pequeña luna en tus ojos
Entre toda la vida de humillación y desprecio,
entre toda la vida entregada
a la tristeza y el placer,
te encuentro, después de haberte odiado
hasta olvidar mi verdadera voz
sentada con frío
esperando la mañana.
Dos mundos están perdidos...
¿qué fantasmas errantes
hay detrás de los espejos?
nosotros los errantes preguntamos
-pero no hay respuesta-
¿quién vendrá a buscarme
cuando viejo, cuando ya me sienta viejo
y quiera contemplar el mundo brillante y sonoro
con el que me desvelo?
-sólo el viento corre
y nos parte los labios y nos cierra los ojos,
y arden porque ya nos hemos visto
caer antes en silencio,
hemos visto todo,
excepto vernos crecer.
Hemos visto las lágrimas en los viejos;
pero jamás en nuestros padres...
no me mires así,
no me mires sufrir;
no ahora en el final.
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El hambre
aunque ya hayas falsificado tu acta de defunción
volverás del océano para reposar la sangre sobre tierra firme.
de la tierra de los bolsillos
sólo se piden monedas,
de la tierra de los bolsillos
se hacen grandes cosas
para recordar las pequeñas
dispuestas a la luz del sol
rodeando el estómago desnudo
que podría haber sido
también el de una desconocida
que recostada en la tierra sobre su espalda manchada
miraba las nubes pidiéndote un sólo vehículo
para viajar hasta la muerte.
volverás haciendo preguntas
sobre los vidrios rotos de tu casa
y de las huellas del cachorro
acomodado en la esquina de la cocina
bajo el calor de los ventanales recalentados
cuyas huellas confundiste primero con las de tus hijos veinte años atrás.
si los encontraras ahora, de seguro que no te reconocerían.
sólo verían a un tipo decente con la mirada confundida
quizás a minutos de comenzar a beber de nuevo,
y a patear los postes de teléfono.
de seguro me saludarían sin saber mi nombre, son buenos muchachos;
los mejores de su generación, sin duda.
recuerdo con que precisión cuestionaban
las tareas que se les encomendaban,
y después salían a jugar riendo y burlándose
de lo que habían visto en la televisión.
teníamos verdaderos amigos con los que salir a ver los relámpagos
con la esperanza inútil de que alguna vez viéramos caer uno que iluminara algún terreno baldío.
respetábamos el sonido del trueno,
cada uno, yo creo que a su propia manera,
y con el mismo acuerdo de dedicarse unos segundos
para crear y decir una frase que describiera
el hambre insaciable por ver las imágenes de los ancestros regresar de los rosarios que santifican
nuestras camas...
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Noche de soldados ebrios
No hubo recuerdo
más real, pobre,
y triste
que ese sueño
con los desbastados
puentes de la gloria,
que esa única
lágrima al amanecer
parecida a los cristales
de la sangre pura y ardiente...
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Dos amantes
Y ahora que por fin
han logrado acorralarme
acá en el centro de la plaza nocturna,
se quedan en silencio,
hablan con la muerte que ronda...
me piden que no sea duro con mis respuestas,
que por favor no
cuente mi historia
tal como la vivieron mis sueños...