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Bolivian Research Review/Revista de Investigaciones sobre Bolivia
Abril 2012/ Propuesta Indígena versus “Proceso de Cambio” 1
Bolivia: Propuesta Indígena versus “Proceso de Cambio”
Pablo Regalsky1
El actual ciclo inaugurado por la subida del MAS (Movimiento al Socialismo) al
gobierno en enero de 2006, se ha caracterizado por la fragmentación y desmovilización social
que ha provocado, en paralelo a una dinámica recuperación y relegitimación de parte de las
instituciones del Estado-nación. El MAS ha permitido superar la crisis terminal que afectó a este
último entre 2003 y 2005. El MAS desde el gobierno debilitó la entonces poderosa movilización
social “anti-sistémica”, aprovechando el ambiente de expectativa creado en vastos sectores por la
Resumen
El actual ciclo inaugurado con la subida del MAS (Movimiento Al Socialismo) al gobierno en enero
de 2006, se ha caracterizado por un resultado inesperado: la fragmentación y desmovilización social
que ha provocado, en paralelo a una dinámica recuperación y relegitimación de parte de las
instituciones del Estado-nación. En este artículo damos una visión de conjunto a los procesos
contradictorios en marcha. En primer lugar, se explica el alcance que toma el cuestionamiento del
Estado-nación por parte de la emergencia étnica. En segundo término se analiza el surgimiento y la
dinámica que asume el actual gobierno tras la crisis de Estado y al final se da un vistazo al tema de la
crisis generalizada y la declinación civilizatoria global como el trasfondo que imprime su sello al
proceso boliviano.
Abstract
The current cycle initiated by the coming to power of the Movimiento Al Socialismo (MAS) party in
January of 2006 has been characterized by an unforseen result: the fragmentation and social
demovilization that has been unleashed parallel to a process of recuperating and relegitimizing carried
out by the institutions of the nation-State. In this article we look at this contradictory processes as a
whole. First, we look at the scope of the questioning of the nation-State by the emerging ethnic
groups. Secondly, I analize the emergence and the dynamics taken up by the current government after
the State crisis. Lastly, this article will look at the generalized crisis and the global decline of
civilization as the background that stamps the Bolivian process.
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presidencia de Evo. Un amplio sector de la dirigencia popular, embarcada en aprovechar las
posibilidades abiertas de ascenso social, se pronunció entonces por un franco respaldo a la
armadura político partidaria del Estado y fue un factor muy activo en la reconstrucción del
mismo.
Sin embargo, la emergencia étnica y de lucha por los territorios indígenas iniciada a fines
de los 1970s, y que dio lugar a una propuesta redactada que revolucionó la constitución política
del estado aprobada en 2009, está rebrotando. En este artículo damos una visión de conjunto a
esos procesos contradictorios en marcha. En primer lugar se explica el alcance que toma el
cuestionamiento del Estado-nación por parte de la emergencia étnica. En segundo término se
analiza el surgimiento y la dinámica que asume el actual gobierno tras la crisis de Estado y al
final se da un vistazo al tema de la crisis generalizada y la declinación civilizatoria global como
el trasfondo que imprime su sello al proceso boliviano.
Etnicización, Autonomía y puesta en cuestión del Estado-nación
Coincidiendo con los comienzos de la actual onda larga recesiva global, situados por los
años 1970s (Mandel), se inicia en Bolivia el fenómeno de la politización de la diferencia cultural
o etnicización de los conflictos sociales y políticos. A la ruptura del Pacto Militar Campesino
(PMC) en 1979 (Hurtado)2, los sindicatos agrarios y también los ayllus y otras formas comunales
campesinas indígenas comienzan a ejercitar cada vez más abiertamente un rol de gobiernos
indirectos comunales que, pese a que son desconocidos legalmente en tal carácter, sin embargo
interactúan, se sobreponen y en ocasiones se antagonizan con la institucionalidad del Estado
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(CSUTCB; Orellana; Regalsky, Etnicidad y Clase). El bloqueo general de caminos decretado por
la CSUTCB (Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia) en 1979 es
el primer desafío abierto de carácter nacional a la autoridad territorial del Estado que refleja esa
politización o etnicización. El fortalecimiento de las fronteras étnicas juega un papel
fundamental como expresión de la creciente politización de las identidades y de la diferencia
cultural, donde la recuperación de las nociones y procesos de auto identificación de pueblos
indígenas y naciones originarias es creciente (Smith; Barth).
La politización de la diferencia cultural, en otras palabras: la etnicidad, no es un campo
autónomo que en si mismo explique las capacidades de reproducción política y social de estos
auto-gobiernos locales (no reconocidos legalmente). Aún menos se puede explicar esa
politización que ha tenido lugar en un espacio y tiempo muy delimitados, apelando a la
existencia de una o más cosmovisiones indígenas. El dominio territorial ejercido es una
expresión del desarrollo contemporáneo de las estrategias campesino-indígenas de manejo del
espacio, estrategias de reproducción muy concretas, que aseguran la vida de las comunidades
(Calvo et al.; Regalsky, Etnicidad y Clase). Desarrollo que no es posible sin enfrentar las
amenazas de la revolución verde, el desarrollismo y el extractivismo.
Sin embargo, el creciente rol que desempeñan las redes estamentales y jerárquicas legales
o para-estatales, como es el caso de la CSTUCB, CIDOB (Confederación de Pueblos Indígenas
de Bolivia), CONAMAQ (Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu), etc. dentro de
las cuales se federan esos auto-gobiernos comunales (ayllus, sindicatos, tentas, etc.) genera una
dinámica contradictoria que recién se puso de manifiesto en forma abierta cuando Evo Morales
asume la presidencia en 2006. Mientras paulatinamente las organizaciones de base pasaban –ya
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desde la misma dictación de la Reforma Agraria de 1953- a ejercer una autoridad territorial
muchas veces invisibilizada pero en competencia con los órganos jurisdiccionales del Estado,
por otro lado, las estructuras jerárquicas en que se agrupaban juegan un rol oscilante de
mediación entre esas mismas estructuras territoriales y el Estado, incluyendo sus políticas
desarrollistas. Los dirigentes en posiciones cupulares utilizan ese mismo discurso étnico en el
acto mismo de producir políticas de mediación de los intereses del Estado, legitimando así sus
propias acciones contra la autonomía de las comunidades que representan. La etnicización actúa
en ese momento como mecanismo de refuerzo la naciente autonomía de las comunidades. Los
dirigentes la tratan luego de encauzar y utilizar en sentido diferente en función de sus propios
intereses adquiridos. La etnicidad es una forma y su contenido está definido por las relaciones de
fuerza, puede tanto servir al Estado y al colonialismo cuando está en posición dominante como
también puede servir a los pueblos cuando estos se movilizan (Regalsky, Etnicidad y Clase).
La dinámica creciente hacia la autonomía comunal indígena respecto al Estado se va
haciendo notoria en el hecho de que los auto-gobiernos comunales indígena/campesinos –incluso
aún en épocas en que sus dirigentes estaban sometidos al PMC- ejercen jurisdicción de hecho
sobre el acceso a la tierra, el agua y otros recursos como el bosque, bajo normas comunales que
difieren de las prescripciones codificadas por el derecho positivo. Esas normas comunales o
indígenas se apoyan en la politización de la diferencia cultural, en la etnicidad. La etnicidad
juega un rol de legitimación para el ejercicio del control efectivo de los auto-gobiernos
comunales sobre recursos naturales que determinan las condiciones de existencia y de la vida
cotidiana de las unidades productivas familiares campesinas/indígenas. Lo cual de ninguna
manera significa que la etnicisación o la re-etnicisación sea resultado de una “estrategia” de parte
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de los pueblos indígenas o de las comunidades campesinas, sino que –en este caso- es la
evidencia y a la vez el resultado de la pérdida de legitimidad del Estado-nación.
El imaginario de nación promovido por el Estado, sobre todo a partir de la Revolución
Nacional de 1952 y la Reforma Agraria de 1953 reclasificaba a los pueblos y comunidades
indígenas como campesinos y los reconocía en cuanto tales agrupándolos en sindicatos agrarios.
Ese imaginario terminó siendo puesto en cuestión pocas décadas después, aún antes del período
del ajuste estructural a mediados de los 1980s. Sin embargo, la política de privatizaciones a partir
de 1986 radicalizó la situación ya que desconocía los derechos preexistentes de las comunidades
para acceder a recursos naturales que consideraban propios. Esa política de “acumulación por
desposesión” (Harvey; Spronk y Webber) suponía desconocer los derechos comunales de acceso
a los recursos naturales y acelera el resquebrajamiento del control social que pretendía ejercer el
Estado sobre la población campesina e indígena a título de representación de la “nación” y como
depositario de la soberanía. La elevación del principio de propiedad privada y de apropiación
privada de los recursos a un principio absoluto, rompe con lo que quedaba del denominado
“pacto colonial” entre el Estado y las comunidades indígenas campesinas (Platt). La
recomposición de los espacios de poder comunales, tuvo lugar en el marco de los propios
sindicatos agrarios reconocidos por el Estado en lo que algunos incorrectamente denominan
políticas corporativas. De esa manera procesos locales adquieren carácter nacional y de clase
como es el caso de la CSTUCB y las federaciones campesinas afiliadas a la misma.
El principio estatal de autoridad y monopolio de la representación política y de la
coerción como depositario de la soberanía comienza a quebrarse con la Guerra del Agua, que
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impone al Parlamento (y éste se somete a dicha imposición “bajo protesta”) un plazo de 24 horas
para cambiar completamente la Ley de Aguas que había promulgado el año anterior.
En un artículo anterior “Bolivia indígena y campesina. El gobierno de Evo Morales”, he
explicado que la noción indígena de la “doble república”, una noción de evidente origen colonial,
tiene vigencia en la vida de los colectivos indígenas, como parte de un inconciente cognitivo que
no necesariamente se traduce en un discurso explícito. Esa noción se ha reflejado de manera
inequívoca en la propuesta indígena que tuvo gran influencia en el texto constitucional aprobado
por la Asamblea Constituyente en Oruro (diciembre de 2007). Allí se establece el
reconocimiento del autogobierno en los territorios indígenas, con elección de autoridades sin la
mediación obligatoria de los partidos políticos y al margen de la noción disolvente de “un
ciudadano, un voto”, sino por “usos y costumbres”, es decir, reconociendo los usos existentes en
cada pueblo, donde generalmente se elige en forma directa en asamblea. La noción de doble
república no termina allí, sino que supone el reconocimiento del pluralismo jurídico, es decir,
que el autogobierno se establece en aplicación de las normativas propias de la comunidad,
normativa que tiene un carácter oral y no escrito. La normativa nacional puede entonces ser
cuestionada en su aplicación a menos que esté expresamente aceptada por la comunidad
indígena. La autoridad jurisdiccional que aplica la ley es la misma autoridad indígena designada
y también revocable en asamblea que es la que desempeña el carácter de tribunal de segunda
instancia en la escala comunal.
La noción de pluralismo jurídico es donde se apoya la inaplicabilidad del código civil en
los territorios indígenas en lo que hace al respeto absoluto a la propiedad privada. En la norma
indígena, el derecho a la tierra o a cualquier otro recurso comunal es otorgado en calidad de
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usufructo, esté o no respaldado por algún titulo legal del estado ya que no se reconoce el derecho
a vender. El derecho comunal no reconoce el derecho del sujeto individual a perder la
propiedad, es decir, a desprenderse de la tierra puesto que ésta pertenece al sujeto colectivo. Esto
supone que no se reconoce a la tierra como mercancía, ni se reconoce el derecho a la propiedad
privada pues lo que se hereda es el derecho al usufructo y no el derecho a la enajenación, que
queda en manos de la comunidad como colectivo. Es una base fundamental de la jurisdicción
indígena y del derecho a la autonomía cuyo reconocimiento se buscó a través de su
incorporación a la redacción de la nueva Constitución en 2006. Aunque el conjunto de los
medios de comunicación y de los órganos del Estado se refieren al pluralismo jurídico
simplemente como una normativa para una resolución alternativa de conflictos, es decir, como
un complemento al código penal y al cual denominan injustamente “justicia indígena”, en
cambio, el pluralismo jurídico supone la existencia de la jurisdicción indígena como expresión de
autogobierno. Estos principios han sido reconocidos en la actual Constitución, aunque el actual
gobierno rechace su implementación y haya dictado leyes que violan la letra de dicho texto
constitucional.
La violación de los derechos colectivos indígenas
Pese a la decisión de la Asamblea Constituyente, el texto legal aprobado por la Asamblea
Constituyente que funcionó entre agosto de 2006 y diciembre de 2007 ha sido radicalmente
recortado y deformado por determinación –ilegal- del Parlamento en octubre de 2008. Ese es el
texto finalmente aprobado por referéndum en enero de 2008. Las circunstancias conflictivas que
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enfrentaron al gobierno, los departamentos controlados por la derecha y los movimientos
sociales que rodearon la situación entre diciembre 2007 y octubre 2008 aún no han sido
clarificados. El rol desempeñado por el gobierno del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da
Silva y la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) también es oscuro. La consecuencia de
esa negociación promovida por Brasil es que el gobierno de Evo está recortando los derechos
indígenas, y en particular su derecho a la autonomía de forma activa. Expresamente el ministro
boliviano de minería José Pimentel, en carta dirigida al CONAMAQ en fecha 5 de octubre de
2010 señala que “el Estado Plurinacional no reconoce el autogobierno ni mucho menos la
autodeterminación de los pueblos indígenas” contrariando explícitamente el texto vigente. El
ministro Pimentel expresa de esa forma el interés de las empresas mineras y petroleras
multinacionales, en particular la brasilera PETROBRAS, que actúan en territorios indígenas.
De tal manera, el derecho a la consulta previa e informada que manda la Constitución y el
convenio 169 de la OIT, no se ha hecho efectivo desde que Evo asume el gobierno en 2006 hasta
la fecha. De esa forma los intereses del gobierno y la burguesía brasileros han predominado en
cuanto a la implementación del IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura
Regional Suramericana), la aprobación de la construcción de represas sobre el río Madeira en la
frontera entre ambos países, la promoción de la soya transgénica y otras medidas similares.
Finalmente la apertura de una carretera por el medio del territorio indígena TIPNIS (Territorio
Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure) ha desatado una ola de resistencia que hoy está
resonando. Esa ola de resistencia ha permitido reconstruir, no se sabe aaún con qué solidez, el
bloque urbano-rural que se constituyó en la piedra, en el camino de los gobiernos neoliberales
desde la guerra del agua en el año 2000. Aún así, una buena parte de los movimientos indígenas
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y campesinos, sin embargo, siguen considerando a Evo como su “hermano” y representante en la
presidencia del Estado y han asumido una actitud expectante pese a las repetidas violaciones a
sus derechos vigentes como sujetos colectivos.
La confusión generada a ese respecto ha hecho que se borren un tanto las fronteras
étnicas que se habían erigido en la etapa inmediata anterior entre los sujetos colectivos indígenas
y el Estado. El Estado-nación, relegitimado por la presencia de un indígena en la presidencia,
reasume entonces crecientemente el carácter de representación y personificación del pueblo
boliviano como una sola masa intercultural de individuos. Esa situación en los movimientos
indígenas ha derivado en que el concepto de doble república al que nos referimos más arriba
como parte del denominado “pacto colonial” que perdura en el inconciente cognitivo colectivo,
de separación entre la “república de indios” y la “república de criollos”, se haya tornado borroso
en la práctica y el discurso de muchas comunidades indígenas en el curso de los últimos cinco
años. El Estado Plurinacional que algunos habían creído ya fundado, quedaba simplemente en el
papel.
Cada vez resulta más difícil aceptar la versión oficial según la cual en el país se enfrentan
dos procesos: por un lado el proceso de cambio defendido por el gobierno del estado
plurinacional, alineado con las otras fuerzas progresistas y nacionalistas del subcontinente
(Brasil, Venezuela, Argentina, Ecuador) y que se enfrentan por el otro lado a las fuerzas
alineadas con el imperialismo yanqui, en una coalición donde se encuentra la derecha política
junto a los latifundistas y otros sectores oligárquicos, alineación donde eventualmente también
aparecen todo otro tipo de opositores sean obreros, maestros, de izquierda o de derecha.
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Lejos de responder a esa imagen de polarización, la dinámica actual está cruzada por
complejas tensiones y mediaciones que, si bien entre el 2000 y el 2005 tendieron a la
aglomeración en grandes frentes sociales, sin embargo, en rápida sucesión, han dado paso a una
aguda fragmentación de los movimientos sociales pero también de los sectores dominantes.
El proceso de aglomeración y radicalización de los movimientos sociales tuvo lugar en
condiciones de crisis de Estado. El Estado atravesó desde el 2000 por etapas críticas con la
descomposición de los pactos políticos y de las alianzas sociales entre clases medias y burguesía
que constituían la base de sustentación para las políticas neoliberales. Por el contrario, a partir
del año 2000 aparece un hecho inédito en la historia del conflicto social en Bolivia cuando se
produce un frente social campo-ciudad contra el sistema de “acumulación por desposesión”
como la confiscación de los recursos comunales y públicos por medio de la privatización y la
debacle de las economías familiares y la del país en su conjunto. Una variedad de conflictos en
espiral creciente que afectan la estructura del Estado desde el nivel más bajo de la administración
descentralizada, constituido por los municipios creados por la Ley de Participación Popular, y la
demanda constante por la autonomía territorial indígena culminan en la semi insurrección de
octubre 2003 en una conjunción simbolizada por la consigna nacional de “no a la venta del gas a
Chile y nacionalización”. La crisis de gobernabilidad no pudo ser superada pese a las promesas
de implementación de la llamada “Agenda de Octubre” por parte del gobierno de Carlos Mesa,
que tuvo el apoyo del MAS hasta mayo de 2005. A los sectores de poder no les quedó mas
alternativa que acudir al extremo de permitir que uno de los dirigentes de las movilizaciones
sociales, un indígena, se haga cargo de restituir la gobernabilidad y la legitimidad del Estado.
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Desaparecen entonces dos factores claves que intervinieron en la crisis del Estado entre
2003 y 2005. Se diluye la movilización social y se desarticulan las organizaciones tradicionales
de los movimientos sociales mientras se articulan sus dirigentes al partido de gobierno a través
de la cooptación y el prebendalismo. A la vez también parece difuminarse, aunque parezca
llamativo sostenerlo, un factor que posibilitó la crisis de 2003, que fue la falta de credibilidad de
las políticas neoliberales. Esa carencia de programa común de la burguesía que permitiera
unificar los sectores dominantes con el apoyo de la clase media se resolvió con la estrategia
seudo-nacionalista del MAS. En el lugar del neoliberalismo cerrado, aparece una forma
moderada de keynesianismo (nacionalismo discursivo, actuación del estado como árbitro y como
actor principal en la dinamización de la economía empresarial). Lo que no desaparece es el
trasfondo de crisis global que está en la base del proceso de deslegitimación de las formas
políticas de control social conocida como “Estado-nación”. En ese trasfondo, realimentando el
conjunto de tensiones y manteniendo latente la crisis del Estado-nación se destaca aquello que la
corriente sistema-mundo (world-system) denomina un ciclo de declinación civilizatoria. Esto se
traduce en una declinación hegemónica que ha sido estudiada en diversos trabajos, en sus facetas
políticas y/o económicas.3
Bolivia en la crisis global y la alternativa civilizatoria
Estos fenómenos se dan en el marco de un ciclo de expansión del capital financiero y de
descentración del capital industrial conocido como globalización que comienza a partir de la
crisis de los años 1970s que desemboca en la actual crisis planetaria y que parecería ser el
comienzo de la declinación civilizatoria de occidente.
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La culminación de la expansión civilizatoria de occidente se da bajo la implantación de
Estados-nación que se extienden hacia mediados del siglo XX como el sistema dominante en la
totalidad del planeta, como evidencia de la completa dominación ejercida por el sistema
capitalista. Lo paradójico es que el punto de máximo auge de ese dominio en realidad tomó la
forma ideológica de “emancipación nacional,” de liberación de las colonias bajo la forma de
nuevos Estados-nación. Pero la realidad es que esos nuevos Estados-nación dirigidos por las
esmirriadas burguesías “post-coloniales” nacidas en la incubadora del colonialismo, sólo
marcaban la culminación del proceso de hegemonía burguesa global. Poco después, la crisis de
los 1970s y la globalización marcarían el comienzo de la declinación de esa curva hasta entonces
ascendente de la hegemonía burguesa.
El momento presente, desde fines del siglo XX, de confrontación entre insurgencias
indígenas por un lado y élites burguesas cuyos intereses están entrelazados globalmente por el
otro, se diferencia de aquel fenómeno similar ocurrido a fines del siglo XIX y designado por
Lenin como imperialismo, pues estaría marcado por una tendencia, una dinámica en la relación
de fuerzas que es inversa a la que se producía en aquella época. La globalización actual estaría
marcando un punto de inflexión similar a aquel en que anteriores civilizaciones han comenzado
su declinación (Friedman y Chase Dunn). El proceso actual no tiene el usual carácter de un
cambio de hegemón en declinación por otro poder emergente, sino que afecta a la sostenibilidad
del modo de producción mismo (Martins; Beinstein).
Es claro que dentro de la era capitalista se dieron varios momentos de declinación de un
centro hegemónico y surgimiento de otros. Estas fases tomaron la forma de una
dislocación/descentralización de poder, donde las inversiones y recursos del centro se centraron
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especialmente en el control financiero-militar de las periferias más que en la potencia y
dominación productiva por parte del centro en declinación. Quisiera anotar que la fase actual de
declinación que vivimos, en mi opinión, no sólo repite esas características de transiciones
anteriores de un centro a otro, sino que incorpora una diferencia clave si la comparamos con los
momentos que hubo de transición hegemónica desde un centro político a otro dentro del proceso
de desarrollo y expansión del imperialismo (ya sea de Holanda a Inglaterra en el siglo XVIII o
de Inglaterra a USA en el XX).
Las anteriores transiciones del poder dominante global del comercio y el capital de un
centro a otro siguieron el patrón mencionado arriba, donde el centro de poder declinante entraba
en una dinámica por la cual el excedente tendía a derivarse hacia la expansión financiera
mientras el nuevo centro político-económico emergente surgía sobre la base de su poderío
productivo. En esos casos no estuvo en cuestión la forma de dominación ideológica expresada en
el predominio del principal artefacto cultural del capitalismo –la mercancía- como principal
instrumento de su expansión. Estamos hablando del fetichismo de la mercancía, y no sólo de las
mercancías baratas que derriban las murallas chinas y que al derribar esas barreras extienden las
posibilidades de progreso de la humanidad, como dice el Manifiesto Comunista.
Progreso que entonces fue y aún sigue siendo entendido como la unificación de la
humanidad en un sólo sistema y en un sólo destino (y bajo la ficción de un aumento del bienestar
humano) lo que permitiría a la humanidad pasar a un estado superior de organización social.
Quisiera dejar remarcado este punto sobre el significado relativo de “progreso” ya que no es
posible asumir ese reto en este trabajo. Pero me atrae citar al respecto aquí el viejo y vilipendiado
trabajo de Spengler sobre la Decadencia de Occidente:
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El imperialismo es civilización pura….el símbolo típico de las
postrimerías….Produce petrificaciones como los imperios egipcio, chino, romano,
indio, islámico, que perduran siglos y siglos, pasan de las manos de un conquistador a
las de otro; cuerpos muertos, masas amorfas de hombres, masas sin alma, materiales
viejos y gastados de una gran historia….todo eso es, en su grandeza y calidad, el
preludio del futuro que nos aguarda y con el cual se cerrará definitivamente la historia
del hombre occidental. (44-45)
Así sintetizaba Spengler lo que interpretaba como la muerte del “alma de Occidente”, la
desaparición del espíritu que lo animaba, reflejado en la declinación de su música, su creación
artística, su producción filosófica, ahora esclavos de la máquina y del dinero, supremos
dictadores sobre la voluntad humana y la sociedad en su conjunto.
Cincuenta años después se desata brusca e inesperadamente una especie de renacimiento
de movimientos de masas que se identifican con, o son parte de culturas que se daban por
desaparecidas o en franca decadencia, las culturas indígenas de Latinoamérica, las culturas
islámicas del Oriente. Al mismo tiempo, se produce una radicalización fundamentalista en todas
las partes involucradas en el conflicto, como es típico de periodos que afrontan una honda crisis
sin salida visible.
Cuatrocientos años de espantoso e inenarrable dolor le dan a la raza india el fuero
justo para declarar la guerra total a nombre de todas las razas de color del Mundo... a
nombre de la inmortal América India...es entonces, desde su retorno, desde su vida
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resurrecta, que ha templado su garra y endurecido su cuerpo para iniciar,
definitivamente, con este Manifiesto, el ataque final contra la nefasta y corrompida
cultura occidental. (Reinaga 8)
Coincide el renacer de culturas oprimidas, la movilización masiva de pueblos indígenas e
islámicos, la revalorización de la diversidad cultural y la aplicación de políticas multiculturales
por parte de los Estados-nación, con una marcada agudización de la crisis económica, ecológica,
alimentaria y energética.
El capitalismo repite el fenómeno antes mencionado por el cual el capital se dirige a la
actividad de especulación financiera en un grado descomunal. Cuál es entonces la diferencia con
fases o ciclos anteriores donde uno o más centros imperiales del capital entraban en declinación
apareciendo otro u otros centros hegemónicos en su lugar? Además de esa combinación especial
entre cuatro o más tipos de crisis, ecológica, energética, alimentaria y económica, parecería
haber un rasgo particular en lo que hace al proceso de expansión civilizatoria. Lo que aparecería
como distintivo en esta fase de desarrollo de la civilización occidental es que al producirse el
momento culminante de la expansión homogeneizadora tanto productiva como reproductiva-
cultural, daría comienzo la declinación no sólo de su aparato industrial productor de mercancías
sino también del fetichismo que lo acompaña y legitima (que, entre otras facetas, se expresa
como mercancía=bienestar/progreso). Lo distintivo en este caso es que el fetichismo se deja ver,
ya no opera como mecanismo invisible de alienación, se hace aparente a las conciencias de la
propia gente.
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Esas novedades parecen estar señalando que aparecieron las condiciones de declinación
como fase civilizatoria. La creciente homogenización de las relaciones entre hombre y
naturaleza, por ejemplo, no sólo se expresa con Coca Cola y MacDonald como patrones
universales de consumo, sino más aún en el hecho de que en todos los países se siembra y come
la misma variedad de papa y la misma soya con los mismos químicos de la misma marca, etc. En
ese mismo acto de triunfo cultural-mercantil, el capitalismo civilizatorio se transforma en
productor de condiciones de “barbarie”, que toma la forma de crisis ecológica y vulnerabilidad
sanitaria de la población y de sus condiciones de reproducción (incluyendo la amenaza probable
de desaparición de las ciudades bajo el agua). La producción de mercancías y de
mercantilización ahora ya no es vista como parte de una expansión civilizatoria sino de la
destrucción de las condiciones mismas de la civilización.
La última consecuencia de ese proceso de homogenización cultural es que también se
transforma en productor de condiciones generalizadas de fragmentación social. Mientras que en
la cúspide social, se consolida una clase dominante única, incluidas sus clases subordinadas que
adoptan los patrones culturales de la burguesía, en la base, la flexibilización laboral y la
desintegración de la clase obrera asociada a la fase declinante del capital produce fragmentación
de las condiciones de existencia, dándose así las condiciones para el surgimiento o resurgimiento
de formas culturales diversas. Un indicio de esto es el llamado “fracaso del multiculturalismo”
en el sentido que los sistemas estatales nacionales no logran asimilar las recientes corrientes
migratorias, como en cambio sí ocurrió cuando se produjeron las grandes corrientes migratorias
de fin del siglo XIX.
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La condición global de la declinación hegemónica explica también que en el mismo año
1979 en que se da la revolución iraní, comience con una energía inusitada el levantamiento
indígena en América. Cuando se suponía que la urbanización, la modernización y la
proletarización habían terminado de aplastar las formas de vida (culturas) indígenas, éstas se
revitalizan y las comunidades salen de su fragmentación, se aglutinan en formaciones regionales
y nacionales y se reinventan como “naciones”, en formas que cuestionan la modernización y la
civilización dominante y sus racionalidades modernistas.
¿Qué expresan o señalizan los levantamientos islámicos en el mundo árabe y en Asia, y
los movimientos indígenas en Latinoamérica, sino la declinación del actual ciclo civilizatorio de
la modernidad? Serán estos movimientos los que marquen el próximo futuro de la humanidad?
Esa ya es otra cuestión, que está abierta y que parece aún no tener una respuesta clara. En este
terreno de las predicciones, tenemos que movernos con humildad, después del fracaso de la
izquierda y de los intelectuales en general para anticipar o siquiera sospechar el hundimiento
(pacífico) de la Unión Soviética. Tras la gran derrota sufrida por la clase obrera a nivel mundial
en la década de los 80 con el ajuste estructural neoliberal y la reconversión a un capitalismo
salvaje de los países de la esfera soviética y china, es cierto también que, paradójicamente, el
capitalismo hace agua y no gana una, sale de una crisis para entrar en otra peor. La paradoja más
exasperante es que la derrota de la clase obrera -que es también el fracaso del racionalismo- es
parte misma de la crisis del sistema!
David Harvey sostiene que la burguesía se ha afirmado en el poder globalmente a través
de la contrarrevolución neoliberal, pero también es cierto que usa ese poder irracionalmente, de
manera que ya no le permite representar los intereses comunes de la sociedad. Ahora arrastra la
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humanidad hacia una catástrofe con sus prácticas depredatorias, con las manipulaciones
financieras anti-crisis que no hacen más que generar condiciones para crisis aún mayores a la vez
que hunden a la población en una creciente pauperización, una situación que ya alcanza a las
clases medias del centro del capitalismo. Es insostenible para la reproducción de la vida humana
en el planeta el actual uso de 10 hectáreas de tierra productiva por habitante para satisfacer los
requerimientos de producción y reproducción en los Estados Unidos. En cambio, el nivel
productivo y reproductivo en Bolivia sólo requiere 0,2 hectáreas por habitante4. Con la burguesía
afirmándose en el poder e imponiendo su sistema de vida, la actual forma de sociedad terminará
como han terminado otras civilizaciones anteriores, en la forma de una crisis ecológica que
reduzca la humanidad a una fracción de su actual población y a formas sociales fragmentarias.
La contracara de la declinación civilizatoria
De tal manera que en Bolivia hay, por un lado, un proceso político que es la contra-cara
del ciclo de declinación civilizatoria, es el proceso político que encabezaron los movimientos
indígenas y que culminó con la propuesta constitucional elaborada por el Pacto de Unidad de los
Pueblos y Organizaciones Indígenas, Originarias y Campesinas y presentada a la Asamblea
Constituyente en agosto de 2006. Este primer proceso expresa formas contemporáneas de
producción de vida y de manejo del espacio vital que existen en las comunidades indígenas, no
es un remanente de algún pasado remoto.
Otro muy diferente es el proceso “de cambio” que encabeza el MAS y que refleja el
carácter de instancia de mediación y el grado de burocratización que han adquirido las
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estructuras jerárquicas conocidas como organizaciones nacionales campesinas e indígenas,
dentro de las cuales se han federado las comunidades indígenas y campesinas. Ese proceso es
uno que, en la etapa inicial de su gestión, ha buscado jugar un rol de árbitro entre los sectores
opuestos radicalizados: la nueva burguesía por un lado y el movimiento indígena por el otro. En
la medida que ha logrado afirmar ese rol inicial, ahora lo transforma en uno de disciplinamiento
social, para neutralizar la emergencia indígena y lograr su subordinación al Estado-nación. La
tarea que se ha propuesto el MAS, hecha pública por el Vicepresidente Alvaro García Linera es
la relegitimación del Estado-nación y la reconstrucción de sus instituciones5.
Un tercer proceso es el de recomposición del eje geopolítico configurado por los sectores
de la burguesía exportadora y su peso relativo en el aparato productivo del país, que se fue
desplazando hacia el oriente del país y hacia una creciente dependencia a las necesidades
estratégicas del Brasil, recomposición donde tienen marcado protagonismo las multinacionales
petroleras, mineras y del agronegocio. Alrededor de la evolución y el control de esos
desplazamientos y sobre qué sector político asume la capacidad de representar en el Estado los
intereses que de dichos sectores productivos incluidas las multinacionales, se ha dado la lucha
política que ha capturado el imaginario del país como un enfrentamiento contra una “media luna”
reaccionaria que busca autonomizarse y hasta independizarse del resto del país.
Esta es la lucha que se está librando bajo el gobierno del Presidente, Evo Morales. No se
trata sólo de si la llamada “nacionalización” y si la alegada reconstrucción del Estado-nación es
verídica o se trata sólo de un recurso discursivo. La lucha de fondo es por el control del territorio
y el control sobre la representación política. Se trata de una lucha del Estado por imponer el
monopolio sobre el territorio y sus recursos, que es una expresión más del famoso monopolio
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sobre el uso legítimo de la violencia. En este caso, el monopolio del ejercicio de la violencia se
traduce en la imposición del control estatal sobre los recursos comunales, expropiándolos y
destruyendo las condiciones de existencia y reproducción de la comunidad. En este sentido, el
gobierno de Evo Morales está tratando de cumplir la meta histórica que el estado republicano
burgués se propuso desde su fundación en 1825, una meta que ningún gobierno ha logrado
completar desde la misma creación del Estado-nación y que es el tema de fondo que
desencadenó la guerra del agua en el año 2000. La expropiación del derecho colectivo por parte
del estado, conculcando un derecho consagrado por el uso continuado de un pueblo indígena
sobre su territorio, se está realizando en beneficio no de una genérica nación boliviana, sino en
beneficio de las empresas multinacionales petroleras, mineras y del agronegocio, en primer
lugar, aquellas que representan el interés expansionista brasilero.
Notas 1 CENDA, Casilla 3226, Cochabamba. regalsky@gmail.com 2 El Pacto Militar Campesino (PMC) constituyó la base social de los gobiernos militares en el período 1965-1979. 3 Ver, entre otros, International Political Science Review 1998 v19 (3) y el número especial de Latin American
Perspectives 2007; v34 (1), así como en Herramienta 2009; v41.
4 Ver, WWF-GFN-ZSL. Living Planet Report 2010. 5 Por ejemplo en la alocución con la cual aceptó el título honoris causa que le otorgó la Universidad de Buenos Aires
en septiembre 2010.
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