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Teorías de la Comunicación III
Orozco Pérez Misael
Grupo: 0023
27/09/2011
Smartphone: un objeto determinado por la posmodernidad
“Lo que más le importa al hombre moderno no es ya el placer o el displacer, sino ser excitado”.
Nietzsche
“¿Queda algo que, al menos parcialmente, no sea regido por la moda cuando lo efímero
invade el universo de los objetos, de la cultura y del pensamiento discursivo, y mientras el
principio de la seducción reorganiza a fondo el entorno cotidiano, la información y la
escena política? La explosión de la moda: un fenómeno que ya no tiene epicentro, ha
dejado de ser el privilegio de una élite social, ya que todas las clases son arrastradas por la
ebriedad del cambio y las fiebres del momento; tanto la infraestructura como la
superestructura se han sometido, si bien en diverso grado, al reino de la moda” (Lipovetsky,
1996).
Y con ésta cita, me permito comenzar mi ensayo, pero antes de ir de lleno al análisis
de lo que hoy en día se conoce como un smartphone, voy a definir mi objeto de estudio y
sus posibles características en tanto una sociedad de consumo con una forma de producción
capitalista. Un smartphone o celular inteligente, es un dispositivo electrónico que funciona
como un teléfono celular pero que además cuenta con características similares a las de
una computadora personal.
Te permite hacer varias cosas al mismo tiempo y aprovechar tu tiempo al máximo,
además de las funciones básicas de un teléfono celular, como hacer llamadas y enviar
mensajes de texto a tus conocidos. Sin embargo, sus capacidades superan éste tipo de
características, ya que también puedes checar tu cuenta de correo electrónico, tiene GPS ,
mp3, programas que te permiten la lectura de un PDF o un archivo de Microsoft Word, te
facilita el utilizar cualquier interfaz para el ingreso de datos, como por ejemplo
teclado Qwerty, lo cual permite el ingreso a internet, MSN o la diversas redes sociales
existentes; cuenta con pantalla táctil, poseen agenda digital, administrador de contactos y
no menos importante la posesión de una cámara con una resolución indefinible.
Ahondado a esto, podemos decir que un objeto como éste potencializa las
capacidades físicas y psíquicas de un individuo pues, a la palabras de Marshall McLuhan,
hay que comprender a los medios como extensiones del hombre (McLuhan, 2009). Es decir,
“todo exceso se basa en el placer que el hombre quiere repetir más allá de las leyes
ordinarias promulgadas por la naturaleza; cuanto menos ocupada está la fuerza humana,
más tiende al exceso. Se sigue de ello que cuanto más civilizadas y tranquilas son las
sociedades, más se internan en la vía del exceso: para el hombre social vivir es desgastarse
más o menos rápidamente” (Virilio, 1996).
He ahí cuando un smartphone entra en una revolución donde cada gadget que se
fabrica, cada sistema operativo que se genera, cada aplicación creada para facilitar la vida
de un individuo lo hace más dependiente de la tecnología. Cada vez le cuesta más ejercer
actividades físicas que involucren una interacción entre dos o más individuos. Al haberse
dado la “implosión del mundo” (McLuhan, 2009), se da una fascinación por las
tecnologías, las cuales disparan los intereses por conocerlo al alcance de una computadora,
y ahora, con un smartphone.
Un ejemplo más claro, recae en “la renovación de las practicas nutricionales por la
ingestión, no sólo de excitantes, de estimulantes químicos, sino también de estimulantes
técnicos, pronto va a facilitar una mutación comportamental que no carecerá de efectos
sobre el hábitat, ya que el METADESIGN de las costumbres y los comportamientos
sociales tomara el relevo del DESIGN de las gormas del objeto en la era industrial”
(Virilio, 1996).
A partir de se trata de implantar «prótesis» (McLuhan, 2009) a las personas, es
decir, aparatos que ayudan a desarrollar su habilidades y cualidades como individuo, el ser
humano empieza a depender de ellas tanto para su vida cotidiana como para establecer
relaciones sentimentales, físicas y emocionales como sea posible y así, facilite su andar
diario. “Mientras que desde la noche de los tiempos el desarrollo de la técnica se dirigía al
horizonte terrestre y la superficie de los continentes, con la invención de los sistemas
hidráulicos, los canales y los sistemas viales; megamáquinas cuya consumación debía ser el
predominio ferroviario y vial gracias al equipamiento de las ciudades; tras rematar las
líneas eléctricas o el cableado lo que la revolución del desplazamiento físico ya había
cumplido, se realizan ahora los aprestos para equipar el espesor de lo viviente con
micromáquinas susceptibles de estimular eficazmente nuestras facultades, lo que convertirá
repentinamente al invalido equipado para superar su discapacidad en el modelo de la
persona sana superequipada con prótesis de todas clases” (Virilio, 1996).
Por eso que el ser humano se vea sobre estimulado en una sociedad de consumo,
materialista y con un modo de producción capitalista. Ante tanta información, objetos,
cosas, etcétera; ya no sabe a que hacerle caso. La decadencia de la sociedad se ve
fragmentada cuando sus bases no está bien cimentadas, cuando se empiezan a desgastar es
cuando el individuo busca refugiarse en otros tipo de objetos.
Dado lo anterior, que la idea de la implosión que maneja Marshall McLuhan, ya
que al haber una aldea global, en donde cada parte se relaciona con el todo, “se confunde el
reino de la llegada generalizada con la generalización de la información en tiempo real.
Todo se precipita sobre el ser hombre, un hombre que es un blanco asediado por todos
lados y cuya salvación ya no está sino en la ilusión, la huida ante las realidades del
momento, perdida del libre albedrio cuyo advenimiento evoca Pascal al escribir: nuestros
sentidos no perciben nada extremo. Demasiado ruido nos ensordece. Demasiada luz nos
deslumbra. Las cantidades extremas son nuestras enemigas. Ya no sentimos, sufrimos”
(Virilio, 1996).
Es así que la delincuencia, la violencia, las agresiones físicas y psíquicas ya sean
algo cotidiano, ya no se le hace extraño el estar sometido a ese tipo de cosas. Solamente se
queda pasmado dentro de una computadora o un smartphone viendo, contemplando su
alrededor sin hacer nada para que pueda mejorar su situación. “Una vida tan fragmentada
estimula las orientaciones laterales antes que las verticales. Cada paso sucesivo necesita
convertirse en respuesta a una serie diferente de probabilidades y, por ello, precisa una serie
distinta de habilidades y una distinta organización de los recursos con que se cuenta. Los
éxitos pretéritos no incrementan de manera automática la probabilidad de futuras victorias,
y mucho menos las garantizan. Los medios probados con éxito en el pasado deben
someterse a un control y a una revisión constante, ya que podrían mostrarse inútiles o del
todo contraproducentes al cambiar las circunstancias. Olvidar por completo y con rapidez la
información obsoleta y las costumbres añejas puede ser más importante para el éxito futuro
que memorizar jugadas pasadas y construir estrategias basadas en un aprendizaje previo”
(Bauman, 2008).
Mientras un grupo de individuos no se sienta seguros en el lugar donde viven, no
pueden recurrir a establecer un interaccionismo simbólico y significativo para cada uno de
ellos, ya que no sienten los suficientes argumentos para poder desenvolverse correctamente.
Dicho de otra manera, no sienten que sus capacidades sean impulsadas por sus gobernantes,
lo que se refleja en que sus preocupaciones son más de una, no sólo se preocupan por la
escuela o el trabajo, sino que también tiene que estar viendo que no los asalten, los roben o
los vayan herir con un arma blanca o de fuego.
La sociedad actual se encuentra es una fase liquida, es decir, en una “condición en la
que las formas sociales (las estructuras que limitan las elecciones individuales, las
instituciones que salvaguardan la continuidad de los hábitos, los modelos de
comportamiento aceptables) ya no pueden (ni se espera que puedan) mantener su forma por
más tiempo, porque se descomponen y se derriten antes de que se cuente con el tiempo
necesario para asumirlas y, una vez asumidas, ocupar el lugar que se les ha asignado”
(Bauman, 2008).
In fact, se trata de una esperanza de vida más breve que tienen los individuos pues el
tiempo necesario para desarrollar una estrategia coherente y consistente, e incluso más
breve que el tiempo requerido para llevar a término un proyecto de vida «individual». A
saber, la estructura que debe de poseer un individuo, hablando de la externa, debe de “servir
como marco de referencia sus acciones, además para las estrategias a largo plazo que
posea” (Bauman, 2008). Es así, que el individuo tenga que recurrir a pequeños objetos,
materiales en su mayoría y hablando de una sociedad capitalista, para realizar sus proyectos
a corto plazo. El llevar a cabo sus estrategias, depende de aquellas cosas, que tiene un valor
significativo, con esto me refiero a la representatividad que pueden adquirir cuando se
presentan o se “lucen” en un grupo de terminado. El valor de que le demos va a depender
de un agente externo, de la crítica y envidia que le den nuestros semejantes.
Entonces que el ser humano, mientras más objetos posea y estén a la moda, mucho
mejor, ya que “no se supone la desaparición de los contenidos sociales y políticos en favor
de una pura gratuidad «esnob», formalista, sin carga histórica. Supone una nueva
aproximación a los ideales, una reconstrucción de los valores democráticos y, de paso, una
aceleración de las transformaciones históricas y una mayor apertura colectiva al desafío del
futuro, aunque sea desde las delicias del presente. Disolución de los grandes referentes
proféticos, fin de las formas tradicionales de lo social, permanente puesta en circulación de
las cosas y del sentido, el apogeo de la moda supone la regresión de las resistencias sociales
al cambio y propulsa una humanidad más deliberadamente histórica y puntillosa en materia
de exigencias democráticas” (Lipovetsky, 1996).
“La «sociedad de consumo» bajo diferentes aspectos: elevación del nivel de vida,
abundancia de artículos y servicios, culto a los objetos y diversiones, moral hedonista y
materialista, etcétera. Pero, estructuralmente, lo que la define en propiedad, es la
generalización del proceso de la moda. Una sociedad centrada en la expansión de las
necesidades es ante todo aquella que reordena la producción y el consumo de masas bajo la
ley de la obsolescencia, de la seducción y de la diversificación, aquella que hace oscilar lo
económico en la órbita de la forma moda. «Todas las industrias se esfuerzan en copiar los
métodos de los grandes modistos. He ahí la clave del comercio moderno» que nos rige
actualmente” (Lipovetsky, 1996).
Pero a pesar de tan tajante sistema, el consumo desmedido de productos, especial de
celulares, se manifiesta en la incesante acción que tiene el ser humano por comunicarse y
formar su “yo”. Parafraseando a Freud, un ser humano se construye a partir de las
denominaciones que realice el otro, puesto que sea así, que busquemos siempre la manera
en que alguien nos complemente. No podríamos estar solos en una sociedad como la
nuestra ya que todo se resume a cumplir un rol especifico en la sociedad para que así se
adquiera determinado estatus, que nos posicionaría frente a las miradas de otros, he aquí
cuando se logra el cometido de que ellos dependan de ti y persuadirlos a actuar de
determinada manera. En este sentido, podríamos decir que es cuando los objetos adquieren
mayor importancia ya que “nuestra acumulación, nuestra manipulación y nuestro consumo
de objetos, es un mecanismo de discriminación y de prestigio, el cual posee un sistema de
valores y de integración en el orden jerárquico de la sociedad” (Baudrillard & al, 1974).
“Entrelazados antes en una red de seguridad que requería una amplia y continua
inversión de tiempo y de esfuerzo, los vínculos humanos, a los que merecía la pena
sacrificar los intereses individuales inmediatos (o aquello que pudiese considerarse en
interés del individuo), devienen cada vez más frágiles y se aceptan como provisionales. La
exposición de los individuos a los caprichos del mercado laboral y de bienes suscita y
promueve la división y no la unidad; premia las actitudes competitivas, al tiempo que
degrada la colaboración y el trabajo en equipo al rango de estratagemas temporales que
deben abandonarse o eliminarse una vez que se hayan agotado sus beneficios” (Bauman,
2008).
“Pero se manifiesta con toda su radicalidad en el ritmo acelerado de los cambios de
productos, en la inestabilidad y la precariedad de los objetos industriales. La lógica
económica ha barrido a conciencia todo ideal de permanencia; la norma de lo efímero es la
que rige la producción y el consumo de los objetos. Desde ahora, la breve duración de la
moda ha fagocitado el universo de los artículos, metamorfoseado, tras la Segunda Guerra
Mundial, por un proceso de renovación y de obsolescencia «programada» que propicia el
relanzamiento cada vez mayor del consumo. Pensamos menos en todos esos productos
estudiados para no durar -kleenex, servilletas, botellas, encendedores, maquinillas de
afeitar, ropa de saldo, teléfonos celulares, smartphones, focos— que en el proceso general
que fuerza a las firmas a innovar y a lanzar sin tregua nuevos artículos, ya sea de
concepción realmente inédita, ya, como es cada vez más frecuente, revestidos de simples
perfeccionamientos de detalle que confieren un «plus» a los productos en la competición
comercial. Con la moda plena, el breve tiempo de la moda, su caducidad sistemática, se han
convertido en características inherentes a la producción y al consumo de masas”
(Lipovetsky, 1996).
No obstante, concuerdo con lo que dice Kant, que “el saber no encuentra su validez
en sí mismo, en un sujeto que se desarrolla al actualizar sus potencialidades de
conocimiento, sino en un sujeto práctico que es la humanidad” (Lyotard, 1986). “El sujeto
vive la epopeya de su emancipación, vence la tiranía de los intereses, deseos y
motivaciones hasta conquistar la autonomía de su voluntad. Un imperativo recorre el alma
de los hombres y prescribe obrar conforme a una máxima formal que se sitúa más allá
(encima, antes, adelante) de toda determinación o representación especifica. El
conocimiento es a la vez situado y subordinado, no ya a un sujeto que se totaliza en el
saber, sino a un sujeto practico-moral que se actualiza trascendiendo su propia heteronomía
y la que imponen los otros” (Hopenhayn, 1995).
Puesto que hemos establecido una serie de argumentos que reafirman el valor de los
objetos en una sociedad capitalista, hemos de decir que ésta resignificación y
postproducción de los objetos, en tanto se les saca de su campo y se inserta en otros; les
dota de un nuevo sentido, es decir, adquieren un nuevo significado cuando se encuentra en
una situación o momento determinado. Y, a propósito del objeto ya analizado aquí, el
smartphone se utiliza para diferentes situaciones, para diferentes actividades que el ser
humano necesita y lleva a cabo en su vida cotidiana, por ejemplo, lo usa como despertador,
como cronometro para correr, como calculadora, como instrumento de música virtual,
como un medio para leer libros, para navegar en internet, para mostrar el ritmo de una
canción, para editar una foto, para grabar y editar pistas en audio y video, GPS, además de
herramientas para la escuela, que “potencializan las capacidades físicas y psíquicas de un
individuo” (McLuhan, 2009), para que así se le faciliten más las cosas, que pueda vivir en
un ritmo de vida acelerado con el uso de las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación y lleve a cabo un proyecto a corto plazo, acopado a las diferentes
posibilidades y circunstancias que se le puedan presentar en el camino.
A saber y a manera de conclusión, “La postmodernidad se presenta, sin duda, como
Antimodernidad; una afirmación que se aplica a una corriente emocional de nuestra época
que ha penetrado todas las esferas de la vida intelectual” (Habermas & al, 1989), a fin de
que se dé a conocer el individualismo exacerbado, el uso constante del saber a través de los
medios de comunicación, la negación de lo viejo y la búsqueda de lo nuevo a través de una
adaptación tecnológica constante.
A fin de cuentas se busca “la formación de una conciencia nueva con base en una
época nueva y adaptable al tiempo que vive, modificando su relación con la antigüedad y
considerándola un modelo que podía ser recuperado a través de imitaciones” (Habermas &
al, 1989). Desde entonces la marca distintiva de nuestro tiempo es «lo nuevo», que es
superado y condenado por la obsolescencia por la novedad del estilo que sigue. Y no en
vano la frase de que al crear un objeto diferente, enseguida queda obsoleto, en lo cual,
debemos de ver el nuevo proyecto a crear y, más importante, a corto plazo. Es decir, no
estancarse en el pasado o en lo viejo para tener un progreso en la sociedad.
Pero a pesar de eso, “la responsabilidad de aclarar las dudas generadas por
circunstancias insoportablemente volátiles y siempre cambiantes recae sobre las espaldas de
los individuos, de quienes se espera ahora que sean «electores libres» y que soportan las
consecuencias de sus elecciones. Los riesgos implícitos en cada elección pueden ser
causados por fuerzas que trascienden la compresión y la capacidad individual para actuar,
pero es el sino y el deber del individuo pagar su precio, porque para evitar errores no hay
fórmulas refrendadas que seguir al pie de la letra, o a las que echar la culpa en caso de
fracaso” (Bauman, 2008).
La virtud se proclama más útil para servir a los intereses individuales no es la
conformidad las normas (que en cualquier caso, son escasas, y a menudo contradictorias),
sino la flexibilidad: la presteza para cambiar tácticas y estilos en un santiamén, para
abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimiento, y para ir en pos de las
oportunidades según la disponibilidad del momento, en vez de seguir las propias
preferencias” (Bauman, 2008).
“Pero este volcarse hacia adelante, esta anticipación de un futuro indefinible y ese
culto de lo nuevo, significan, en realidad, la exaltación del presente. La nueva conciencia
del tiempo, que penetra en la filosofía con los escritos de Bergson, expresa algo más que la
experiencia de la movilidad en lo social, de la aceleración en la historia, de la
discontinuidad en la vida. Este valor nuevo atributo a la transitoriedad, a lo elusivo y
efímero, la celebración misma del dinamismo, revela una nostalgia por un presente
inmaculado y estable” (Habermas & al, 1989).
En conclusión, vivimos en una era donde lo que importan son los objetos, nos
encontramos en una suerte de fetiche por ellos y les atribuimos características reales para
que potencialicen nuestra capacidades físicas y psíquicas de cualquier manera. Mientras
más nos auxilie en nuestro quehacer cotidiano, más nos sentiremos atrapados por ellos. Es
decir, nos situamos en una selección artificial que, como lo mencionaba Paul Virilio y
Marshall McLuhan, se nos instauran «prótesis» para que todo sea de manera técnica y se
empiecen a perder las relaciones personales entre dos o más personas, por consiguiente que
pierda la confianza y la unión entre el todo, así que los gobiernos aproveche su
vulnerabilidad para hacer lo que se le antoje con su pueblo. Mientras más se extiendan las
capacidades de un individuo con herramientas tecnologías y él las acepte, va tener menor
capacidad de raciocinio y de libre albedrío para juzgar las distintas acciones que se le
presentan. Ahondado a eso, el entrenamiento que se genera por parte de las empresas, no
podremos empezar a defendernos y a conocer fenómenos como el capitalismo, la
globalización y el consumismo que “mantienen encadenado al ser humano en cualquier
lugar que está”.
Bibliografía
Baudrillard, J., & al, e. (1974). La moral de los objetos. Argentina: Tiempo Contemporáneo.
Bauman, Z. (2008). Tiempo Líquidos: Vivir en una época de incertidumbre. México: Tusquets Editores.
Habermas, J., & al, e. (1989). El debate Modernidad-Posmodernidad. Buenos Aires, Argentina: Punto Sur Editores.
Hopenhayn, M. (1995). Ni Apocalípticos Ni Integrados: Aventuras de la modernidad en América Latina. México: Fonfo de Cultura Económica.
Lipovetsky, G. (1996). El imperio de lo efímero: La moda y su destino en las sociedades modernas. Barcelona, España: Anagrama.
Lyotard, F. (1986). La Condición Postmoderna. Madrid, España: Ediciones Cátedra.
McLuhan, M. (2009). Comprender los Medios de Comunicación: Las extensiones del Ser Humano. España: Paidos.
Virilio, P. (1996). El arte del motor: Aceleración y realidad virtual. Buenos Aires, Argentina: Manantial.