Tenemos el edificio. Vamos por una facultad.

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Tenemos el edificio.Vamos por una facultad.

Cuando las clases comiencen, en los próximos días, la Facultad de CienciasSociales alcanzará por fin un viejo anhelo: tener reunidas de nuevo, en unmismo edificio, a las cinco carreras que la componen.

Con la mudanza de Sociología, Sociales quiere dejar atrás el periploneoliberal que la dispersó por predios y barrios por más de una década: unaex maternidad, una ex fábrica, edificios alquilados, aulas prestadas en otrassedes, paredes de vieja data, oficinas que se empecinaban en estar en “laotra sede”, bibliotecas divididas según qué se supone que lee cadaestudiante. Por fin, Sociales se emplazará junta en un barrio que le presentaun gran desafío: mostrar que puede escuchar y que puede decir algo en ydel sur de la ciudad, de las viviendas que se precisan, de las nuevas formasde trabajo y de familia, de la persistente estigmatización de gruposmigrantes y otros colectivos, de lo lejana que sigue siendo la universidad ysus jergas -pese a toda la ampliación de la carta de derechos de los últimosaños-, para ciertos sectores populares.

Sociales viene a mostrar lo que ya está haciendo y lo que todavía puedehacer y, para eso, precisamos mirarnos a nosotros mismos nuevamente,como comunidad. Porque pensar que con el edificio único (que deberáacoger, además, a las oficinas administrativas, a la Biblioteca y a losInstitutos) se acaba la fragmentación de la facultad, la autonomización delas lógicas disciplinarias, la incomunicación entre las cátedras, es confiardemasiado en la suerte, o en la magia, o en los ladrillos. En Sociales, ahora ysin excusas, deberemos encontrar las formas que nos permitan ser unafacultad, una facultad que alberga cinco carreras que, de algún modo, sepiensan en común, se reconocen como partes de un todo y tienen algo paradecir y hacer juntas, en la ciudad, en el país, en América latina y en otrasregiones del mundo.

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El desafío mayor, entonces, no es tener un edificio flamante –que vaya sicostó y vaya si hay que cuidar–. El desafío mayor es ser una facultad dentrode una universidad pública y en un contexto en el cual las luchas colectivaspor lo común y por el afianzamiento de los derechos –sobre todo en laregión– se han desplegado con gran vitalidad en la última década. Unafacultad que tenga algo para decir sobre lo que importa, más allá de sufragmentación disciplinar, sobre lo que falta en una sociedad que sepretende más justa y más igual y que está dando una pelea en ese sentido.¿Cómo volver, entonces, a estar juntos? ¿Qué espacios comunes recrear?¿Qué prácticas revisar y cuáles imaginar?

Si no queremos hacer como si estos años no hubieran reforzado lafragmentación y la autonomización de las carreras, si no queremos hacercomo si el problema hubiera sido nada más uno de tipo arquitectónico, haymucho por hacer. Tenemos que construir lo común: las bibliotecas, lasocialización de acervos (y de sus lenguas o lenguajes académicos), losrepositorios para el libre acceso a lo que producimos, los pasillos dondepodamos conversar, el comedor que nos reúna a estudiantes, docentes y no-docentes, tenemos que apostar a la recreación de prácticas culturales en eledificio para establecer también un vínculo enriquecedor con el barrio.Tenemos que fortalecer la posibilidad de vernos de nuevo las caras sinapuros, de reconocernos y abrirnos al interés por lo que se produce en lasotras carreras, pero también entre las carreras. Construir el entre y el másallá de las carreras, es el desafío. Y no es sólo arquitectónico.

COLECTIVO 39. Buenos Aires, 3 de marzo de 2015

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