Post on 07-Oct-2018
TRAYECTORIA DEL MOVIMIENTO FEMINISTA EN CHILE EN LA DÉCADA DE LOS NOVENTA
Lorena Godoy C. Elizabeth Guerrero C.
Investigadoras del Centro de Estudios de la Mujer-CEM Santiago de Chile
(Spanish)
“Prepared for delivery at the 2001 meeting of the Latin American Studies Association, Washington D.C., September 6-8, 2001”
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Trayectoria del movimiento feminista en Chile en la década de los noventa1 Esta ponencia se propone aportar a la discusión sobre la reconfiguración de la
sociedad civil y la institucionalidad en Chile en el proceso de transición a la
democracia, a partir del análisis de la trayectoria del movimiento feminista en la
década de los 90'.
Este actor, que reemergió en la escena pública en la década de los 80’ en el
marco de la lucha contra la dictadura, ha experimentado transformaciones
importantes durante el proceso de retorno a la democracia en Chile, caracterizado
por una crisis de participación y falta de presencia de los actores sociales y la
ciudadanía en los debates y las decisiones públicas. En este contexto, el campo
de acción feminista fue perdiendo paulatinamente la visibilidad y articulación que
alcanzó en el período anterior.
El documento contiene una descripción de las diferentes etapas atravesadas por
el movimiento feminista en la década, en las que se señalan los principales hitos
ocurridos en la capital (Santiago) y algunas regiones del país2. Luego se
profundiza en los conflictos principales y los factores explicativos de la trayectoria
seguida por el movimiento.
1 Esta ponencia está basada en los resultados preliminares de la investigación “Movimiento de mujeres en el Chile de hoy: actores sociales y transición a la democracia”, que está siendo realizada por las investigadoras Lorena Godoy, Elizabeth Guerrero y Marcela Ríos, del Centro de Estudios de la Mujer, Chile. Cuenta con el apoyo de la Fundación Ford. 2 Las regiones comprendidas en el estudio son la V (Valparaíso) y la VIII (Concepción).
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El movimiento feminista a fines de los ochenta
Luego de dos décadas de silencio feminista3 en la esfera pública, es durante la
dictadura militar, en medio de una fuerte represión, atomización de la sociedad
chilena y del desmantelamiento de los partidos políticos, que resurge en el espacio
público el movimiento feminista. En este período se inicia un proceso de
rearticulación social en el que las mujeres cobran una especial visibilidad en
diversos ámbitos de la vida nacional. Surge una gran cantidad de organizaciones
de mujeres pobladoras, sindicalistas, estudiantes, campesinas y profesionales;
algunas se crean como referentes sociales de partidos de izquierda; varias
adquieren un carácter nacional y asumen la lucha por los derechos humanos, por
la subsistencia y por los derechos de las mujeres. Todas ellas convergen en un
objetivo común, oponerse al régimen militar.
En este contexto, ya desde finales de los años setenta algunos grupos se definen
propiamente feministas y es en los inicios de la década de los ochenta cuando se
manifiestan por primera vez de manera pública como feminista.
La negación del autoritarismo caracterizó el discurso de las feministas chilenas de
los ochenta, como lo señala Chuchryck (1984), pero no sólo el autoritarismo
instalado en el Estado sino también aquel que caracterizaba ámbitos familiares y
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privados de la sociedad chilena. En este sentido, el proyecto feminista planteaba
una redefinición de lo político y la necesidad de crear nuevas formas de hacer
política desde la especificidad de la opresión de las mujeres. Al igual que en el
resto de América Latina, el feminismo que emerge en esta década es heredero de
la tradición política de la izquierda, lo cual explica el hecho de que el feminismo
chileno nazca como un proyecto socialista que vincula teórica y políticamente la
transformación de las relaciones de género y las relaciones de clase. Sin
embargo, establecen una clara jerarquía entre ambas focalizando en la lucha
contra la opresión de la mujer su accionar político. Es en este punto en el cual
surgen importantes diferencias con los partidos políticos y algunas organizaciones
de mujeres.
A pesar de estas diferencias, la lucha de las feministas de este período fue
siempre concebida como parte del movimiento opositor al régimen, constituyendo
éste el punto de encuentro con los otros sectores del movimiento de mujeres. De
hecho, adquirieron una presencia muy importante en la movilización contra el
régimen (por ejemplo, las protestas callejeras entre 1983 y 1986), siendo este
momento en el cual alcanzan su grado más alto de articulación y visibilidad en la
esfera pública nacional
A finales de la década, cuando comienza el proceso de negociación con el
régimen militar, son los partidos políticos, actores tradicionales del sistema político
3 Según Julieta Kirkwood (1986) el “silencio feminista” se habría producido luego de las luchas por la obtención del voto en los años 50 y se habría extendido hasta la segunda etapa del movimiento
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nacional, los que retoman la conducción del movimiento político opositor. Esto
tuvo un efecto desmovilizador en los actores sociales y políticos no tradicionales
que habían adquirido visibilidad durante la década en las movilizaciones anti
dictadura, al ser nuevamente los partidos las instituciones que monopolizan la
representación y articulación de demandas e intereses sociales. En el ámbito
feminista, este retorno de la representación vía partidos políticos evidenció
diferencias y conflictos entre el movimiento de mujeres y el movimiento feminista y
entre las propias feministas, en torno a las estrategias políticas de acción para
enfrentar la transición. En el caso de las feministas, su relación con la
institucionalidad generó conflictos que se agudizarían a futuro. Así, mientras
algunas se sumaron a la convocatoria de la Concertación de Mujeres por la
Democracia, se integraron a los partidos políticos y ocuparon cargos
gubernamentales, otras feministas no se vincularon a los partidos políticos ni al
Estado, no estuvieron de acuerdo con la elaboración del documento mencionado y
criticaron el protagonismo que recobraban los partidos políticos como únicas
instituciones válidas en el nuevo escenario político. Para ellas, la militancia política
y la opción feminista eran excluyentes, no era posible hacer feminismo desde los
partidos políticos, ya que ellos mantenían la subordinación de las mujeres dejando
intacto el sistema patriarcal.
De este modo, a fines de la década, la articulación y visibilidad alcanzada por el
movimiento feminista y el movimiento de mujeres durante este período, va dando
paso a una creciente desarticulación, y al interior del campo feminista las
feminista que se inicia durante la dictadura.
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diferencias que habían existido comienzan a transformarse en conflictos que
terminan causando divisiones.
La trayectoria del movimiento feminista en los noventa.
♦ La búsqueda de la unidad 1990-1993
La articulación del movimiento feminista y del movimiento de mujeres durante los
ochenta es el punto de partida de la década de los noventa. Se puede apreciar en
los primeros años de la década una cierta continuidad de la fuerza movilizadora
del movimiento amplio de mujeres, que se traduce en la organización de diversos
encuentros y campañas, el surgimiento de grupos y colectivos de mujeres
sindicalistas, mapuches, populares, estudiantes, tanto en Santiago como en
regiones.
En el campo feminista, los inicios de la década están marcados por un intento
explícito de construir un espacio y un discurso propiamente feminista, diferenciado
e independiente de otros actores sociales, que junto con darle una continuidad al
trabajo realizado durante la década de los ochenta, delineara lo que serían las
políticas del movimiento en el contexto de transición a la democracia. Se trata de
un esfuerzo de diferenciación del movimiento amplio de mujeres, cuyo principal eje
articulador había estado centrado en la lucha por reconquistar la democracia. Las
diferencias entre las feministas que se habían evidenciado desde el inicio del
proceso de transición no opacaban la confianza existente en que se podrían
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generar articulaciones en torno a objetivos comunes. Así, la diversidad de
organizaciones feministas surgidas durante estos años, tanto en Santiago como
en regiones, evidencian esta voluntad de unidad, de construir referentes comunes,
planes de acción y lineamientos políticos feministas.
Un hecho que tiene un fuerte impacto en esta búsqueda de identidad propia y de
voluntad de articulación, tanto a nivel latinoamericano como nacional, fue el V
Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe realizado en San Bernardo,
Argentina. A él asistió un grupo de feministas chilenas, algunas de las cuales
propusieron a Chile como sede del próximo encuentro latinoamericano. Aunque la
propuesta no prosperó, se puso en el debate la necesidad de realizar un
encuentro nacional. Por eso, de regreso al país, quienes habían asistido a este
Encuentro llamaron a formar la Iniciativa Feminista, con el propósito de impulsar
un proceso de reflexión para formular una propuesta política feminista, proceso
que culminaría en el Primer Encuentro Nacional que se realizó en 1991 en
Valparaíso. En adelante y hasta el año 1995, la realización de Encuentros y Foros
nacionales fue la estrategia adoptada para construir los acuerdos, debatir las
diferencias y en definitiva, generar un espacio/campo de acción propiamente
feminista.
Algo que caracterizó a este Primer Encuentro fue su amplia convocatoria a pesar
de las diferencias entre las feministas, que siempre habían existido y que, como se
señaló anteriormente, se habían manifestado ya a finales de los años ochenta con
motivo de los cambios y quiebres en las alianzas políticas, las estrategias
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adoptadas para encarar el proceso de transición y hacer frente a algunas
coyunturas específicas, tales como la creación de la Concertación de Mujeres por
la Democracia y ya en los noventa la creación del Servicio Nacional de la Mujer
(SERNAM). En este sentido, el Encuentro de Valparaíso fue el evento inicial y
unitario de las feministas de la década que se propuso delinear una estrategia
para el feminismo chileno en los noventa.
Precisamente esta relación de las feministas con la institucionalidad es el tema
que comienza a perfilarse como el más conflictivo y será el que posteriormente
provocaría los quiebres más importantes al interior del movimiento. Por una parte,
algunas feministas plantean la necesidad de reforzar la autonomía del movimiento
en relación al Estado, los partidos políticos y las ONGs para construir un referente
democrático y propositivo, en tanto otras proponen fortalecer la inserción de
feministas en el ámbito institucional y desde allí hacer los cambios propuestos.
En el Segundo Encuentro Nacional Feminista realizado en Concepción en 1993,
estas diferencias parecen hacerse más evidentes y se habla incluso de tendencias
o corrientes dentro del pensamiento feminista. Sin embargo, al igual que en
Valparaíso, se cree que los aspectos unitarios son más fuertes que estas
diferencias y se reafirma la importancia de realizar encuentros y foros feministas
que coordinen al movimiento en su conjunto, más allá de la articulación que cada
vertiente quiera darse.
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La Iniciativa Feminista (de la capital), anunció en el Segundo Encuentro su
decisión de lanzar la primera candidatura feminista al parlamento en la historia del
país, lo que significaría “la presencia de un feminismo actuante, con la posibilidad
de proyectar negociaciones reales con otros movimientos sociales y con
feministas de partidos políticos” y de “legitimar un mundo social no expresado”4.
De esta manera, la Iniciativa asumía el desafío de constituirse en referente político
feminista y de confrontar y hacer visibles sus propuestas. Aunque hubo consenso
respecto de la importancia para el movimiento feminista de asumir un carácter
político, no lo hubo respecto de la estrategia electoral elegida ni respecto de la
capacidad del movimiento para analizar los mecanismos que operaban en los
procesos eleccionarios. Por eso, parte importante de las feministas se opusieron al
lanzamiento de la candidatura en ese momento. A pesar de las divisiones que esta
decisión empezaba a generar, la Iniciativa Feminista finalmente sigue adelante
con la idea de presentar una candidatura.
Aunque la candidatura no se inscribió por no cumplir con los requerimientos del
sistema electoral, marcó un hito en el proceso de diferenciación, distanciamiento y
quiebre al interior del movimiento ya que catalizó las diferencias que se venían
dando entre las feministas en torno a su relación con la institucionalidad. Se
comienzan a delinear con mayor claridad dos estrategias: una que se
autodenominó feminismo autónomo, que concebía la construcción de un
movimiento y la realización de sus propuestas fuera de la institucionalidad estatal,
partidaria y de las ONGs, y otra de aquellas feministas, denominadas por las
4 Documento Iniciativa Feminista Región Metropolitana. Santiago, enero de 1993
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“autónomas” como “institucionales”, que junto con la importancia de constituir
movimiento social, no rechazaban las iniciativas de inserción de feministas en el
sistema político y a nivel institucional.
Esto tuvo un impacto directo en la organización de Encuentros y Foros Feministas,
ya que en adelante estas instancias pasan a ser espacios organizados y ocupados
cada vez más por las feministas autónomas de Santiago, desde donde criticarán la
institucionalización del feminismo en agendas gubernamentales y en organismos
como el SERNAM.
Aunque esta relación del movimiento con la institucionalidad estatal, partidaria y
de las ONGs fue adquiriendo cada vez más notoriedad y conflictividad,
especialmente en Santiago, no fue el único eje de discusión durante estos
primeros años de la década. La relación que habían establecido las feministas con
mujeres populares en los años ochenta da origen a diversas organizaciones
populares que se declaran feministas. Ellas realizan diferentes encuentros en el
que se discute la existencia de un feminismo popular a partir de la reafirmación de
una identidad de clase y la necesidad de elaborar una propuesta feminista que
fuera latinoamericana, popular y anticapitalista. Al mismo tiempo que el feminismo
popular generaba espacios propios de encuentro y debate, su presencia era
importante en los primeros encuentros feministas. Sin embargo, paulatinamente
esta presencia se reduce ya que el trabajo de formación e interacción con mujeres
de sectores populares comienza a ser cada vez más escaso. La mayoría de las
ONGs concentran sus esfuerzos en influir en la institucionalización de una agenda
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de género (advocacy), mientras al interior del ámbito más “movimientista” la
contradicción principal, y al parecer única, pasa a ser la definición de autónomas
versus institucionales.
Desde otro lugar del campo feminista, las organizaciones lésbicas que habían
comenzado a surgir a mediados de los años 80 y que habían manifestado sus
diferencias en relación con la estrategia de inserción en la institucionalidad, logran
en este momento su mayor grado de articulación interna de toda la década con la
realización de un Encuentro Lésbico Nacional.
A nivel regional, la trayectoria del movimiento feminista en Valparaíso (V región) y
Concepción (VIII región) es similar a la de Santiago en los primeros años de la
década, en cuanto a la pluralidad de grupos y organizaciones que surgen, así
como por un intento explícito de articularse en torno a la identidad feminista.
En el caso de Valparaíso, desde los años ochenta había una actividad feminista
importante relacionada estrechamente con la acción política militante. Existían
diversos grupos y colectivos que reunían a mujeres militantes de izquierda,
profesionales y universitarias, que hacían trabajo de autoconciencia en torno a la
discriminación de género. Además dos ONGs feministas creadas a mediados de
los ochenta y que se mantenían vigentes en los noventa, jugaron un papel
relevante en términos de formación de mujeres y coordinación de la mayor parte
de las actividades realizadas. Ya en los noventa surgen una serie de colectivos
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cuyo propósito principal, además de la autoconciencia y la reflexión, es la
coordinación de las feministas de la región.
El proceso vivido por las feministas de Concepción presenta algunas
particularidades, ya que a diferencia de lo que sucede en Santiago y Valparaíso,
no se evidencia una actividad feminista importante durante los ochenta. En esos
años la mayorías de los grupos de mujeres que existían tenían un perfil orientado
a la lucha antidictatorial. A finales de la década se crea una ONG con el propósito
de promover la organización de las mujeres y prevenir la violencia intrafamiliar, y
otra que trabaja directamente con mujeres, pero sin una clara adscripción al
feminismo. Es en los inicios de los años noventa cuando nacen en Concepción
algunos grupos que se definen como feministas cuyos objetivos principales son la
reflexión y la construcción de movimiento, además del análisis de la problemática
lésbica, la creación y expresión cultural.
En cuanto al papel que jugaron las feministas de regiones en los Encuentros y
Foros y el efecto de ellos en términos de articulación regional se aprecian
diferencias importantes. En el caso del Primer Encuentro Nacional Feminista,
aunque la sede fue Valparaíso el protagonismo de las feministas del lugar no es
tan claro. De hecho el Encuentro nace como una propuesta de Santiago y si bien
las feministas de la región pusieron a disposición su infraestructura y participaron
activamente en el evento, el centro de la organización fue siempre la capital. Por
ello, aunque el encuentro jugó un papel importante en términos motivacionales
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para las feministas en la región no parece haber tenido una incidencia directa en
su articulación.
Por el contrario, un hito que sí resulta relevante en términos de articulación
regional es el Pleno Feminista realizado en 1993, cuyo propósito era definir
estrategias y visiones políticas. La amplia convocatoria que tuvo entre las
feministas de Valparaíso, permitió la creación posterior de la Coordinadora
Feminista de la V región, que en un principio se planteó convocar y coordinar las
tareas surgidas en el Pleno, definir un conjunto de lineamientos políticos, un plan
de acción regional y llevar a cabo acciones específicas.
En el caso de Concepción, la realización del Segundo Encuentro Nacional
Feminista sí tiene un impacto significativo en la articulación regional, ya que la
organización fue asumida íntegramente por mujeres de esa ciudad, sin
participación prácticamente de feministas de Santiago. Esto le dio un
protagonismo a las feministas de la región que permitió cohesionarlas y probar su
capacidad de convocatoria, lo cual se tradujo en la consolidación de la Comisión
organizadora como Colectivo Feminista de Concepción cuyo objetivo principal fue
la reflexión feminista más que la acción política.
A diferencia de lo que pasó en Santiago con la presentación de la candidatura
feminista, ni en Valparaíso ni en Concepción se evidenciaron diferencias entre las
feministas que desembocaran en la definición de dos estrategias opuestas:
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autonomía o institucionalización. El conflicto se focalizó fundamentalmente en
Santiago.
♦ La Agudización de las diferencias 1994-1996
A fines de 1993 tuvieron lugar dos importantes hechos. Por un lado, el VI
Encuentro Latinoamericano y del Caribe realizado en El Salvador, donde se
determina que Chile será la sede del próximo Encuentro y por otro, la
conformación del Grupo de Iniciativa Chile, que da origen a lo que se denominó el
proceso de Beijing, que tendría una importante influencia en la diferenciación y
distanciamiento entre feministas.
La preparación del VII Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe
(Cartagena, 1996) es asumida por las feministas que se autodenominan
autónomas, para quienes el Encuentro debía plantearse desde la autonomía, es
decir, la participación debía ser en forma personal y no institucional. Para las
organizadoras las ONGs constituían organizaciones, no comparables con las
colectivas, grupos y feministas sueltas que integran el feminismo autónomo. Por
ello, “las ONG participarían en calidad de patrocinantes, pero en un patrocinio sin
representatividad, sin derecho a participar como instituciones en la toma de
decisiones y en la gestión del movimiento feminista autónomo”. En la práctica,
esta decisión era una crítica a quienes se desempeñan laboralmente en ONGs,
que se personaliza en aquellas que comenzaron a participar en la organización del
Encuentro, lo que hace que poco a poco desistan de hacerlo.
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Paralelamente comienza el proceso preparatorio de la IV Conferencia Mundial,
impulsado desde las ONGs de mujeres más importantes en el país. La realización
de este proceso cuenta con el apoyo de la UNIFEM y otras agencias de
cooperación internacional. El objetivo básico del mismo era la preparación de las
chilenas para este evento, lo que se lleva a cabo a través de encuentros
regionales (en cada una de las trece regiones del país) de discusión y
levantamiento de demandas y propuestas de las mujeres para ser presentadas en
la Conferencia Regional de Mar del Plata.
Este proceso genera movilización y articulación de organizaciones de mujeres a lo
largo del país, otorgando un motivo a las organizaciones regionales para
articularse básicamente a partir de la convocatoria de alguna ONG regional que
coordina el Grupo Iniciativa.
Las feministas autónomas critican la articulación que se da en el marco de este
evento entre SERNAM y las ONGs, señalando que ésta respondía a una
estrategia política errada, que busca cambios en el orden patriarcal a través de
demandas hacia los gobiernos, sin cambiar el sistema cultural y económico
imperante. Ellas manifiestan públicamente su repudio a la participación feminista
en este evento, así como a la negociación con los gobiernos y las agencias de
cooperación, ya que la autonomía -que no tendría este proceso- y la diversidad
deberían ser los ejes tanto del proceso de construcción de movimiento, como de la
acción política feminista.
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En este contexto, la realización de la IV Conferencia Mundial en Beijing y el III
Encuentro Nacional Feminista, también organizado por las feministas autónomas y
en el que, entre otras cosas, se delinearon los ejes temáticos que se tratarían en
el VII Encuentro Latinoamericano, aparecen como hitos en la agudización de las
diferencias entre autónomas e institucionales, marcando un punto de inflexión
donde se termina de quebrar la escasa interacción que aún existía entre ambos
sectores.
Como respuesta al creciente protagonismo de las feministas autónomas, algunas
feministas vinculadas a ONGs de mujeres, SERNAM y otras independientes,
reaccionan con una estrategia de deslegitimación del protagonismo de las
autónomas en el VII Encuentro y un intento de articulación. No obstante, su
estrategia no fructifica y la escasa articulación lograda se pierde poco después del
Encuentro.
En ese contexto se realiza a fines de 1996 el VII Encuentro Feminista
Latinoamericano y del Caribe, al que asisten algunas feministas de las que habían
sido excluidas o autoexcluidas del mismo. Sin embargo, es notoria la ausencia de
las feministas más “institucionales”.
Las opiniones respecto al Encuentro son disímiles. A juicio de las autónomas este
Encuentro es un éxito por cuanto se realiza desde la autonomía, con escaso
apoyo de las agencias financiadoras, sin participación de las ONGs y porque en él
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se logra explicitar las diferencias políticas entre las feministas. A juicio del resto de
las feministas, este Encuentro se dio en un ambiente agresivo, de fuerte crítica,
impidiendo el diálogo y cualquier posibilidad de articulación en adelante, haciendo
irreconciliables las posturas de unas y otras. Como parte de la historia del
feminismo latinoamericano, el Encuentro en Cartagena será recordado como el
no-encuentro, como la imposibilidad de generar un debate político constructivo
entre feministas.
El período termina con una notoria separación entre ambas tendencias,
generándose desde las autónomas una crítica constante a las feministas
“institucionales”, mientras que estas últimas simplemente desconocen este
espacio y las críticas que de ahí emanan.
Sin embargo, un sector importante, quizás mayoritario, de feministas no se
identifican con este conflicto. En Cartagena algunas de ellas junto a un gran grupo
de feministas latinoamericanas se autodenominan “ni las unas ni las otras”.
Critican la falta de autonomía y reivindican la necesidad de generar un accionar
movimientista de carácter político feminista, pero reconocen la necesidad e
importancia de incidir en la construcción de agendas institucionales. Sin embargo,
este sector no logra –en el contexto chileno- articular un referente o quehacer
unificado y sus dinámicas de acción se caracterizan por la fragmentación e
individualización. En otras palabras, no logran proponer una estrategia distinta de
acción a las de advocacy o de autonomía respecto a la institucionalidad.
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Las feministas de regiones, en tanto, tuvieron una escasa presencia en el VII
Encuentro. Las pocas mujeres que intentaron participar en el proceso decidieron
distanciarse debido a las constantes descalificaciones por parte de las feministas
autónomas dada su vinculación con ONGs en la región.
Por otra parte, el proceso impulsado en Santiago para la IV Conferencia Mundial
sobre la Mujer implicó que las principales ONGs de cada región se convirtieran en
el punto focal que llevaría adelante las acciones de difusión y de levantamiento de
demandas desde las mujeres. En este proceso participó un número importante de
mujeres feministas, pero su connotación fue más bien de encuentro e intercambio
del movimiento de mujeres y no de articulación feminista.
En síntesis, ninguno de estos dos procesos fueron relevantes en términos de
articulación –o desarticulación- feminista a nivel regional. La discusión entre
autonomía e institucionalización, es percibida como una discusión de las
feministas de Santiago, no de ellas y por lo tanto no impacta de manera
significativa en su quehacer feminista.
§ El nuevo silencio 1997-1999
Luego de la agudización de las diferencias al interior del movimiento, que tuvo
como hito el VII Encuentro en Cartagena, lo que predomina en el último período de
la década es una lógica/tendencia a la fragmentación a la par de iniciativas micro
impulsadas desde diversos ámbitos del campo feminista.
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En la segunda mitad de la década parte importante de los colectivos y grupos de
Santiago y regiones que habían surgido en los primeros años han desaparecido, y
comienzan a aparecer diversos colectivos que reflejan las divisiones y rupturas
ocurridas entre las feministas y la presencia adquirida por la corriente autónoma.
En efecto, la mayor parte de los colectivos que surgen en Santiago son
autónomos, pero la proliferación de ellos se debe más que a la fuerza de la
corriente autónoma, a sus divisiones y conflictos internos. Por otra parte, emergen
también colectivos de mujeres más jóvenes que cuestionan la relevancia de la
disputa autónomas/institucionales, buscando espacios de debate, reflexión y
encuentro entre las feministas y critican las formas tradicionales de hacer política
feminista, la falta de recambio al interior del movimiento y la escasez de espacios
para integrar a otras. En general, los colectivos de este período parecen
concentrarse en la reflexión interna, aún cuando existen algunos intentos de
articulación.
A nivel regional el surgimiento de nuevas organizaciones es mucho menor y su
objetivo es básicamente la reflexión con un perfil mucho menos marcado de
articulación y encuentro con otras. Es posible encontrar también acá la
emergencia de grupos de mujeres jóvenes.
Así, lo que caracteriza a esta etapa es la coexistencia con escasa o ninguna
vinculación ni conocimiento de distintas iniciativas a nivel micro, como colectivos o
grupos de reflexión que funcionan principalmente como espacios de referencia o
identidad y la realización de jornadas, seminarios y actos públicos de diversa
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índole. Algunos de estos grupos realizan esfuerzos interesantes por generar
espacios de debate y accionar político feminista.
A nivel latinoamericano, un evento significativo para las feministas autónomas fue
la realización del Encuentro Feminista Autónomo en Sorata, Bolivia, en 1998,
acordado en el VII Encuentro Feminista Latinoamericano. El Encuentro de Sorata
tuvo varios efectos entre las feministas autónomas chilenas. En un sentido,
impulsó el acceso de mujeres de nuevas generaciones al campo feminista, pero al
mismo tiempo generó fuertes conflictos que alejaron a algunas y terminaron
dividiendo a otras. En general, el tema de la experiencia (diferencias
generacionales) sigue estando presente como argumento de legitimidad de una
definición y propuesta feminista, no sólo entre las feministas autónomas sino en la
mayoría de espacios copados por las llamadas feministas “históricas”5.
En cuanto a los encuentros feministas latinoamericanos, ellos siguen cumpliendo
un papel importante en América Latina como espacios simbólicos de reafirmación
de identidad y como procesos de encuentro entre feministas y mujeres de una
diversidad de esferas políticas y sociales, generaciones, estratos sociales y etnias.
Las chilenas participan en el VIII Encuentro Feminista de América Latina y el
Caribe (1999, República Dominicana), pero a diferencia de lo que ocurrido en
5 Aquellas que fueron parte del resurgimiento del movimiento feminista y de mujeres en las décadas de los 70 y 80.
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otras ocasiones no es posible asistir a el coordinadamente, como una delegación
con propuestas e identidad colectiva.
Mientras, el proceso de la IV Conferencia Mundial sigue su curso, ahora llevando a
cabo el seguimiento de los acuerdos allí emanados. El Grupo Iniciativa se amplía y
adquiere un carácter cada vez más técnico, en tanto su convocatoria hacia las
mujeres es más reducida en la medida que su accionar se dirige a la opinión
pública a través de encuestas, posicionamiento en los medios y lobby hacia
parlamentarios/as.
En términos políticos, en este período no han existido coyunturas o iniciativas que
hayan podido convocar a sectores importantes del campo feminista. Más bien en
algunos momentos han ocupado ese papel problemáticas relacionadas con
derechos humanos, que volvieron a ocupar un lugar relevante en la coyuntura
nacional.
Así, la década termina con una escasa movilización y visibilidad feminista, en un
período denominado de silencio en la medida que no hay acciones de articulación
ni acción feminista como lo fue al inicio de la misma. Silencio paradójico por
cuanto se constata al finalizar la década importantes avances en términos de
incorporación de las demandas emanadas de las feministas en la agenda
gubernamental y legislativa, pero que ya no cuentan con un referente social
visible.
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Conclusiones
El campo feminista ha sufrido cambios importantes a lo largo de la década. Sus
principales actoras, las esferas donde se desarrolla su accionar, las interrelaciones
con otros ámbitos de la sociedad se han modificado en forma significativa en estos
diez años. Tal como se ha planteado, la década comienza con un fuerte impulso
para la creación de una esfera política de acción propiamente feminista, y termina
con la constatación de la imposibilidad –por lo menos actual- de generar dicha
esfera.
Uno de los factores que está a la base de la trayectoria seguida por el campo
feminista en la década es el conflicto que se genera a partir de la relación con la
institucionalidad que desemboca en la definición de dos estrategias: feminismo
autónomo - feminismo “institucional”, como posiciones cada vez más antagónicas.
Este conflicto no es nuevo, ni es exclusivo de las feministas chilenas. Surge en los
70’ (en la segunda ola del feminismo) en diversos países de América Latina bajo la
disyuntiva entre feministas y “políticas”. En este sentido, aparece la postura de las
feministas más radicales que plantean que no es posible hacer política feminista
desde los partidos, ya que ellos invisibilizan la subordinación de las mujeres y
tienen una estructura e intereses patriarcales que no permiten la inclusión de las
demandas feministas y el cambio en la relación entre los sexos. Por otra parte, las
feministas “políticas” señalan que a través de los partidos y la incorporación de las
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demandas feministas en el sistema político es posible avanzar en los cambios
deseados.
En Chile aparece una versión agudizada de este conflicto, influida por el contexto
particular, el proceso de transición a la democracia –pactado entre los partidos
políticos y el régimen militar-, que tuvo como sustento la existencia de consensos
e implicó el silenciamiento de las voces disidentes; la reconfiguración de los
partidos políticos como entes privilegiados de interlocución con el Estado, pero
cada vez con menos sustento en la sociedad civil y la desarticulación de la ésta,
proceso que afectó a los distintos actores sociales presentes en la vida pública
chilena.
Los primeros antecedentes de este conflicto en el país son las diferencias que se
comienzan a plantear ya en la década de los ochenta respecto a las estrategias
políticas de las feministas y el énfasis de su accionar. Particularmente en la
relación establecida con los partidos políticos para luchar contra la dictadura,
alianza que dejaba fuera las demandas feministas concentrándose sólo en la
salida del régimen militar y que de alguna manera es evidenciado por el
“movimiento feminista” que en 1983 levanta la consigna “Democracia en el país y
en la casa”. Estas diferencias se agudizan a finales de la década con la
conformación de la Concertación de Partidos por la Democracia y el llamado a las
mujeres a incorporarse a ella, frente a lo cual un grupo importante de feministas no
estuvo de acuerdo.
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En los noventa este conflicto se mantiene y visibiliza cada vez más. Debido a la
instalación de la institucionalidad de género en el país (Servicio Nacional de la
Mujer), un sector de las feministas afirma que se trata de una institución que no
sirve a sus intereses, sino más bien es funcional al Estado apropiándose de las
demandas feministas y despojándolas de su sentido transgresor; mientras que
aquellas más cercanas a los partidos y vinculadas a ONGs defienden esta
institución como el gran logro del movimiento y como un avance en términos de
igualdad entre hombres y mujeres.
A nivel interno, la apuesta de algunas por mantener relaciones con el Estado,
participar en las actividades impulsadas por el gobierno y la iniciativa de presentar
una candidatura al parlamento (1993), contribuyó a profundizar las diferencias con
quienes sostienen que no es posible impulsar cambios desde dentro del sistema,
ya que éste tiene una base patriarcal que no es posible cambiar.
Por otro lado, el apoyo de la cooperación internacional a algunas instituciones, así
como el impulso dado por las agencias a los procesos de las Conferencias
Mundiales, particularmente la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, fue también
un factor que influyó en la diferenciación y quiebre de las estrategias de acción, ya
que para algunas feministas estas agencias determinarían el accionar de las
instituciones, restándole autonomía, lo que encontraría su expresión máxima en el
proceso de la IV Conferencia. En cambio para las feministas involucradas en este
proceso, este evento aparece como una oportunidad privilegiada para influir en las
agendas gubernamentales.
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Un aspecto importante de este conflicto es la manera en que es asumido por unas
y otras. Aquel sector que rechaza la estrategia de negociación con el Estado y los
partidos políticos se autodenomina “autónomo”, asume una identidad y una
estrategia conjunta y definen a aquellas vinculadas al Estado, los partidos o las
agencias internacionales como “institucionales”. La relación que se configura entre
estas dos lógicas es que mientras las autónomas interpelan y critican a las
institucionalizadas, estas últimas, que no se reconocen en esa denominación, no
recogen estas criticas, por el contrario las ignoran y no debaten incentivando así la
profundización de los conflictos.
De este modo, ambos sectores permanecen como dos “tendencias paralelas” en
la que, como plantea Sonia Alvarez (1998) unas se articulan en torno a una lógica
de advocacy respecto del Estado y organismos internacionales (que serían las
llamadas institucionales), mientras otras se distancian cada vez más de estos
espacios privilegiando una lógica “movimientista aislada” con una fuerte crítica
respecto al quehacer de las primeras, el sistema político y el modelo económico
imperante (feministas autónomas). Cada lógica transita y se desarrolla en
espacios separados, prácticamente sin interacción.
Un rasgo de este conflicto que aparece central y que implicó la aparición de estas
dos estrategias hegemónicas que monopolizaron gran parte de los debates y
energías de las feministas en el período, es que se focalizó fundamentalmente en
Santiago, no tuvo expresiones a nivel regional y no impactó, de manera
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significativa, el quehacer de las feministas a ese nivel. Por otra parte, es preciso
señalar también que este conflicto no explica en su totalidad la trayectoria seguida
en Santiago en la medida que un sector importante de feminista no se adscribe a
una u otra estrategia o no se identifican con este conflicto, algunos de los grupos
surgidos en la segunda mitad de la década explicitan su rechazo y lejanía con este
conflicto (especialmente grupos de mujeres jóvenes). Sin embargo, desde estos
sectores tampoco ha habido propuestas movilizadoras o articuladoras.
El centralismo de esta disputa entre institucionales y autónomas explica de
manera relevante las diferencias que se aprecian en la trayectoria del feminismo
en regiones y en Santiago. Mientras en la capital se produce un quiebre al interior
del campo feminista producto de este ‘enfrentamiento’, en regiones más que
quiebre ocurre una desarticulación atribuible al desgaste o la ausencia de
propuestas movilizadoras.
Este proceso de desarticulación -y no de quiebre, ni de enfrentamiento entre
posturas- que se produce en regiones, está más bien asociado a problemas
relacionados con las dificultades para el reconocimiento de liderazgos, tipos de
liderazgos existentes, desgaste de las participantes, falta de un proyecto común. A
lo largo de la década desaparecen la mayor parte de las organizaciones surgidas
a inicios de la misma. Esto no quiere decir que estas dificultades no hayan
afectado también a las feministas de Santiago, sino que en el caso de éstas lo que
tuvo mayor relevancia fue la disputa entre dos estrategias de acción diferentes.
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Junto con los problemas internos, la desarticulación del movimiento a nivel
regional de alguna manera está influida por el quiebre ocurrido en Santiago en la
medida que no surgen desde ahí iniciativas articuladoras a nivel nacional, así
como tampoco procesos de reflexión sobre la acción política feminista, los que
hasta entonces se habían dado principalmente en el centro desde donde se
irradiaba al resto del país. En regiones no existen las condiciones para impulsar
procesos locales de articulación debido a dificultades más bien internas al
movimiento.
El papel protagónico que ha tenido Santiago en relación con propuestas de
articulación, generación de espacios de encuentro y debate, así como la definición
de los temas de debate, ha definido un carácter centralista del movimiento
feminista que ha sido una constante durante toda la década. En efecto, muchos de
los temas discutidos en Foros y Encuentros Feministas, y especialmente el
conflicto respecto a la autonomía del movimiento, han sido instalados por
feministas de Santiago. No ha habido desde regiones un posicionamiento de otras
preocupaciones o una explicitación de posturas distintas respecto de éste. A pesar
de reconocer el intento de reducir el centralismo, este no ha pasado de ser un
traslado espacial del debate y no una instancia real de generación de dinámicas
movilizadoras desde regiones.
En relación con el efecto de las coyunturas políticas en el movimiento feminista, la
recomposición de la institucionalidad a comienzos de la década como parte del
proceso de retorno a la democracia, ha sido lo que más impacto ha tenido en la
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trayectoria seguida por este campo de acción. A partir de esta recomposición se
explicitan las diferencias entre las feministas y su relación con el Estado y los
partidos políticos, se delinean estrategias diferentes de acción feminista. Los
efectos más desarticuladores de estos cambios en la coyuntura se evidenciarán
en los años siguientes.
Por otra parte, los eventos internacionales (Conferencia de Beijing y VII Encuentro
Latinoamericano) en el movimiento feminista chileno se sobreponen a los
conflictos y disputas internas, por lo que su efecto en el movimiento es la
catalización y agudización de ellos.
En síntesis, durante la década de los noventa al mismo tiempo que en el país se
da una reconfiguración de la institucionalidad y el sistema democrático, la
sociedad civil experimenta un proceso de desarticulación y desmovilización. El
movimiento feminista, en este contexto, no logra articular propuestas de
movilización que le permitan en tanto actor social alcanzar una mayor visibilidad y
protagonismo.
En este proceso, que fue conflictivo y fuertemente polarizado, no sólo influyeron
los cambios en la coyuntura política, sino también factores internos del movimiento
feminista que se relacionan con su capacidad de reconocer las diferencias y
buscar puntos de articulación entre las distintas estrategias, así como generar
propuestas diferentes que den cuenta de otras lógicas y preocupaciones de este
campo de acción.
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BIBLIOGRAFIA
• Alvarez, Sonia (1998). “Los feminismos latinoamericanos se globalizan en los
noventa: retos para un nuevo milenio”, en María Luisa Tarrés coord. Género y
Cultura en América Latina. Cultura y participación política. Volumen I. El
Colegio de México. Ciudad de México
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feminism in a military dictatorship. Chile 1973-1983”. York University. Toronto,
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Metropolitana. Santiago de Chile, enero.
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• Ríos, Marcela (2000). Feminismo (s) chileno en los noventa: Paradojas de una
transición inconclusa. Cuadernos de Investigación Social. Departamento de
Ciencias Sociales. Pontificia Universidad Católica del Perú. Marzo.