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TROFA
VIEJA
P O P U L I B R O S " L A P R E N S A
D ivis ión de Ed itora dé Periód icos S. C. L.
México J>. F.
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Publicado mediante acuerdo
especial con el autor.
Todos los
derechos
reservados.
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S O B R E E L A U T O R
De recia raigambre norteña, el general Francisco L. UT-
quizo, a quien con justicia se ha llamado el "novelista del
soldado", vio la primera luz en San Pedro de las Colonias,
Coahuila, en junio de 1891, hijo de agricultores algodone
ros de la región.
Cursó sus primeros estudios en Torreón pasando más.
tarde al Liceo Fournier de México para los secundarios y
superiores, siguiendo una carrera comercial hasta que en
1910 se lanzó a la Revolución al frente de un grupo de
peones de su hacienda.
Al triunfo de Madero ostentaba ya el grado de capitán
primero, bajo las órdenes del general e ingeniero Emilio
Madero. El Presidente electo don Francisco I. Madero le
llevó al Ejército regular con el grado de subteniente de
Caballería, formando parte de la Guardia Presidencial.
Continuó al lado del Presidente Madero hasta la muerte
de éste durante la Decena Trágica, incorporándose después
a las fuerzas de don Venustiano Carranza, de cuyo Estado
Mayor formó parte acompañando al Caudillo de Cuatro
Ciénegas hasta su muerte en Tlaxcalaniango.
Durante ese tiempo alcanzó el grado de general de
brigada, participando en las campañas contra Victoriano
Huerta primero y posteriormente contra las fuerzas con-
vencionalistas y felixistas en Veracruz.
Tuvo a su mando un Batallón de Zapadores, y posterior
mente organizó la Brigada "Supremos Poderes" y más
tarde la división que llevó el mismo nombre.
En su larga y brillante carrera militar ha desempeñado
multitud de puestos importantes, entre ellos los de Co-
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mandan te Mi l i t a r en l a P laza de México , J e fe de l as Armas
en e l puer to de Veracruz y de Operaciones en e l mismo
Es tado ; J e fe de l Depar tamento de Es tado Mayor en la
en tonces Secre ta r ía de Guer ra ; Of ic ia l Mayor de l a misma
y S u b s ec r e t a r i o E n ca r g ad o d e l D es p ach o , ú lt im a co m is ió n
que desempeñó a l l ado de l s eñor Car ranza .
A ra íz de la muer te de és te , quedó pos tergado y es tuvo
fuera del E jérc i to por largos años . Desde su re ingreso , a l
m i s m o h a d es em p eñ ad o t am b ién im p o r t an t e s co m is io n es ,
ta les como Jefe del Es tado Mayor del Secretar io de la
D ef en s a N ac io n a l ; co m an d an te d e d o s zo n as m i l i t a r e s ;
Subsecre ta r io y más ta rde t i tu la r de l a p rop ia dependenc ia .
Al te rnando sus deberes mi l i t a res con e l háb i l mane jo de
la p luma, con la cua l ha t r azado con v iv idos r asgos l a g ran
mayor ía de los episodios y sucesos revolucionar ios en los
cua les par t i c ipó tan ac t ivamente , e l genera l Urqu izo t i ene
en su haber como nove l i s ta no menos de ve in te obras , s in
con ta r su l abor como t ra tad i s ta y comenta r i s ta mi l i t a r ,
i g u a lm en te cu an t io s a y b i en d o cu m en tad a .
Dueño de un es t i lo v igoroso pero ameno , con sabor de
anécdota contada a l ca lor de los v ivacs a cuyo fuego tantas
noches pernoc tó , toda la obra de l genera l Urqu izo es tá im
pregnada de l amor a l a pa t r i a , a l a Revo luc ión y a los hu
mi ldes qu e m i l i t a r on en e ll a en un ges to de su pre m a rebe l
d ía . Su prosa senci l la y s in rebuscamientos , t iene todo e l
s ab r o s o s ab o r cam p i r an o y p o p u la r .
T R O P A V I E J A , q u e h o y n o s h o n r a m o s e n p u b l i c a r ,
guarda todas es tas caracter ís t icas y es una de las obras
más in tensas b ro tadas de su p luma. Des f i l a por sus pág i
n a s , s inc era y es t ru j an tem ente , l a v ida cuar te le ra de p r in
c ip ios de s ig lo , con todas sus l ac ras y c rue ldades , p re lud io
a l a g ran conmoción que habr ía de sacud i r nues t ro pa í s a l
levantarse Madero . E l so ldado de leva, suf r ido y s in espe
ranzas , es e l hé roe p r inc ipa l de l a jo rnada y su v ida dura ,
r es ignada , amarga , es r e la tada a v ivos t r azos , pe r fec tamen
te enmarcada den t ro de l a época y cos tumbres que lo p ro
d u j e r o n .
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Pintorescamente va dibujando la mano del autor los
distintos sucesos que marcaron la vida de Espiridión Si-
fuentes, ,el humilde m ozo d e hacienda que de la noche a
la mañana se ve uniformado y sujeto 'a la rígida disciplina
militar del porfirismo. Luego su pluma se vuelve violenta
para darnos una clara idea de los primeros combates re
volucionarios y alcanza proporciones de tragedia para na
rrarnos el infierno de fuego y tremendas pasiones que se
desatan en la toma de Torreón y la Decena Trágica, para
concluir, en un ambiente mezclado a partes iguales de pesi
mismo y esperanza, con el lento redoblar de los tambores
que se pierden por la calle, sonando como el latir de un
co r azó n . . .
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Mi compadre Ce ledon io e ra e l ca rn ice ro más conoc ido
en todo aque l rumbo de la comarca l agunera . En su ca r
n icer ía de la hacienda de Lequei t io , en donde viv íamos los
dos , "s iempre ten ía po r lo m eno s un chivo d es tazad o y
lo? dom ingo s tenía ade m ás un a bue na p ier na de res. y u n
cos t i l lar de m ar ra n o apar te" de los ch ich arr on es qu e f re ía
en la puer ta del jacal , cada ocho días . Buenas ventas logra
ba los domingos entre la gente de la hacienda y entre los
que l legaban aquel d ía a l l í , de los ranchos cercanos .
En t re semana ens i l l aba su caba l l i to co lo rado cua t ra lbo ,
amar raba en los t i en tos de l a montura un ch ivo des tazado
y una ba lanza v ie ja y se l a rgaba a los r anch i tos a menudear
la ca rne , a hacer cambalaches o a comprar an imales para
el abas to .
Buenos cen tavos hac ía mi compadre Ce ledon io en su
negoc io y buen agu je ro l e hac ía t ambién a l a t i enda de
raya de l a hac ienda , por lo menos en e l r amo de ca rne .
Los gachup ines de l a casa g rande no lo quer ían y hac ían
todo lo pos ib le por cor re r lo de a l l í . Tampoco a mí me que
r ían , de seguro por l a amis tad que ten íamos y porque yo
nunca me de jé de n inguno de e l los c in ta rcar n i babosear ,
y también porque yo les l levaba sus cuentas a los peones
para que no se los t an tea ran los sábados , d ías de r aya . Bue
nas a lega tas l es hac ía yo , cada vez que quer ían mangonear
le a lgunos pesos a a lgunos de mis conocidos y amigos , que
me buscaban para que les ayudara yo en lo que pod ía y
q u e h ab í a l o g r ad o ap r en d e r en e l p o co t i em p o q u e p u d e i r
a l a escue la de San Pedro de l as Colon ias , cuando mi pa
d r e ,
que en' paz descanse , po d ía d ar no s a m i he rm an o José
y a mí a lguna comodidad .
Aquel la t a rde mi compadre hab ía vue l to de por e l rum
bo de Vega Larga con un mor ra l i to r e tacado de pesos .
Es taba muy con ten to y con ganas de d iver t i r se un ra to .
A p en as m e en co n t r ó , m e d i j o :
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12 FRANCISCO L. URQ UIZO
—Ándele compadrito, véngase; vamos a echar un trago
de mezcal y a comer unos chicharroncitos. Mire nomás
hasta dónde me llegó Tagua.
Nos fuimos a su casa y entre taco y taco y trago y tra
go,
nos acabarnos una canasta de tortillas, dos libras de
chicharrones y tras botellas de mezcal de Pinos.
Al pardear la tarde ya estábamos bien borrachos; co
menzó por contarme todas sus andanzas por los ranchos
y haciendas, y acabó por abrazarme queriendo llorar. Era
muy amoroso mi compadre en la borrachera, a diferencia
mía, que me daba siempre por querer pelear. En una cosa
estábamos siempre de acuerdo: en hablar mal de los ga
chupines dueños de la hacienda. No podíamos ver a don
Julián Ibargüengoitia, el administrador, ni a los dependien
tes don Salustio Miralles y don Agapito Solares.
En la borrachera nos daba, como a todos los peones
de La Laguna, por cantar tragedias y canciones rancheras
con sus correspondientes gritos y sus maldiciones. Ese es
el consuelo de los hombres de trabajo cuando se sienten
aliviados por un trago que les raspe el gañote.
A la hora del canco, yo llevaba siempre la voz primera
y él me hacía muy bien la^segunda.
Dec a Macario Romero
Oiga mi gsneraí Plata,
concédame una licencia,
para ir a ver a irri chata.
O si no aquello de:
Tolentino, hombre valiente,
valiente y muy afamado,
aquí se encontró a su padre
que es Toribio Regalado.
0 la tragedia de don Juan García y Luis Banderas:
También Octavio Meraz,
también era hombre capaz,
y al mentado Luis Banderas,
le dio un tiro por detrás.
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Ya de noche y con más tragos y acostados ios dos en
el montón de la semilla del algodón, cerca del despepita-
dor, y acompañados de otros tres a cuatro peones que se
divertían oyéndonos, acabamos con la canción alborotado
ra que dice:
No tiene tierra la mata
ni barranco el paderón,
ni chiches tenía la rata,
¿con qué se criaría el ratón?
En esa canción estábamos muy animados, cuando llegó
el mayordomo a reconvenirnos.
—Que dice el amo que a ver si ya se callan. Que ya es
buena hora para que se vayan a sus casas y dejen dormir
a la gente.
—Dígale al amo que no nos dan ganas de callarnos
— contesté yo . _ .
—Mira, Espiridión, no seas bozalón. Tú ya sabes que
a ti y a tu compadre los traen los españoles entre ojos. No
vaya a ser que les echen a la patrulla encima.
—'Dígale, don Amado, a su patrón, que vaya y vuelva
a la tarde. ¡Ajajay ¡Viva México, gachupines h i j o s . . .
El mayordomo se fue asustado porque ya me conocía
cómo era yo de lebrón con dos o tres tragos en el estó
mago.
A poquito rato, de verás llegaron los dos de la patrulla
con sus machetes viejos, a meternos al orden. Uno de ellos
era también el juez y llevaba como siempre la vara de la
justicia en la mano. Apenas lo mandaba el amo a cualquier
diligencia, luego mego ag arr ab a un a va ra que, decía qu e
era el respeto de la justicia.
—^Amigos, vayanse a acostar y ya cállense la boca.
Mi compadre, muy sumiso, se levantó para irse. Los
peones que nos acompañaban se fueron yendo despacito
para sus'jacales, pero yo,
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—Usted t iene la cu lpa .
— ¿
Y o
?= ¿por qué?
— P a qu é m e d io tan to mezcal s i ya m e cono ce .
—Véngase ; vamonos po r a i , an t e s que e s to se ponga
pior .
Nos fuimos yendo los dos muy serieci tos por entre los
jacales con la intención de ganar e l ta jo del Cui je para i r
a caer hasta e l rancho de La Pinta . El juez se quedó al l í
s e n t a d o a g a r r á n d o s e l a b a r r i g a y e c h a n d o h a b l a d a s :
—Ya verán , desgrac iados , den t ro de un ra to que l legue
Náje ra con l a Acordada de San Pedro .
—¿Usted c ree , compadre , que vaya a ven i r Ná je ra?
—Bien pud ie ra se r ; vamonos yendo po r l a s dudas ; vén
gase ,
vamonos por adent ro de l t a jo y sa l imos a La Pin ta ,
a l l í pasamos la noche en casa de Eladio López.
Pron to pasamos po r lo s j aca l e s y aga r ramos l a a l ameda
del ta jo . La luna se andaba escondiendo por en t re unas
nubec i t a s neg ras . Nos l ad ra ron lo s pe r ros y se quedó Le -
quei t io a t rás .
Caminamos como un cua r to de l egua y nos sen tamos
en un bo rdo a chupar un c iga r ro de ho ja . Nos aga r ró e l
sueño y nos quedamos a l l í do rmidos con l a bo r rache ra
s in acordarnos ya más de Nájera , de l juez n i de los gachu
p ines dé Lequei t io .
Cuando desper tamos a l t rope l de los cabal los , ya ten ía
mos enc ima a l a Acordada de Marcos Ná je ra . Nos echa
ron lo s an ima les enc ima y nos aga r ra ron a c in t a razos . No -
más veíamos bri l lar con la luna las hojas de los sables y
sent íamos los fajazos en la espalda y en el pecho. En un
ins tan t i to más nos t i ra ron a l sue lo y cayeron con nosot ros
has ta la cárce l de la hac ienda .
Ya e ra b i en en t rada l a mañana cuando despe r t é . Con
la bo r rache ra y l a ma la pasada que nos d i e ron lo s mon ta
dos ,
hab ía ca ído yo redondo como un t ronco . Mi compa
dre Celedonio es taba t i rado en un r incón , y yo en o t ro ,
de la ga lera que serv ía de cárce l en la hac ienda .
Me puse a re f lex ionar : buena se me esperaba de a l l í
en ade lan te . Con la mala vo luntad que me ten ían los espa
ñoles y la t r i fulca de la noche anterior , de seguro que tan-
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to yo , como mi compadre , íbamos a dar a la cárce l de San
Pedro de l a s Co lon ias pa ra una t emporada .
M i co m pad re es taba" ro nc an do ; ten ía un mach etazo en
la cara que cas i l e hab ía par t ido la ore ja . Yo también ten ía
un golpe por la f ren te , una desca labrada en la cabeza y
todo el cue rpo do lor id o po r la c in ta rea da .
Despe r t é a mi compadre .
— ¿ Q u i ü b o , q u é p a s ó , c o m p a d r e ?
—Pues ya lo ve , aquí es tamos encerrados y en espera
de que nos l leven presos a San Pedro .
—¿Qué no e s t a rá ya bueno con l a c in t a reada que nos
d i e ro n ?
— ¡Q ué va a e s t a r Y a ve rá cóm o nos vam os a pasa r
unos meses en la sombri ta . Si no se le hubiera a usted
ocurr ido sacar la p r imera bo te l la aquel la de mezcal , o t ra
cosa hubiera s ido .
—Y si us ted no hubiera ten ido la ocurrenc ia de ponér
se l e " jo sco" a l mayordomo y de apedrea r a l j uez , o t ra cosa
ser ía también .
—B u e n o ; p u e s a h o ra y a n i r e me d i o .
—¿Usted c ree que nos vayan a f rega r mucho?
—¡Ah , eso n i duda t iene . Ya lo verá ; acuérdese de lo
que le digo.
— ¿ Y s i nos juy é ra m os de aq u í ? Es t á fác i l; m i re , no -
más con meterle un f ierro de esos que están ai t i rados, a l
c a n d a d o , p o d e mo s p e l a rn o s .
—¿Usted se a r r i e sga a pe rde r l o que t i ene y a pe rde r
l a t i e ra nomás po r l a bo r rache r i t a de anoche?
— P ue s s í ; l a ve rd ad ; no jne re ce l a pena . Pu é que con
v in iera mejor sobajarnos a don Ju l ián , e l pa t rón , y pedi r le
que ños pe rdone .
—E s e g a c h u p í n n o p e rd o n a . . A c u é rd e s e d e Pa n f i l o R e
yes . Lo sambu t ió en l a ch i rona po r ce rca de med io año .
—V a mo s a p ro b a r l o ; n a d a s e p i e rd e .
—Yo no espero nada; pero en f in , hágale la lucha an tes
de que sea más t a rde .
Mi compadre se asomó por la ventan i ta de barro tes que
daba a l pa t io grande y l lamó a l mozo
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—Oye Manuel, haznos un favor.
—Pos según de lo que se trate, ya ve que ustedes están
presos.
—-No tengas miedo; se trata nomás de que le digas a
don Julián, que nos deje hablar con él. Que por lo que
más quiera nos haga ese favor.
—¡Hum , ni crea que va a querer. Está rete enojado.
Y a más, orita está almorzando con todos los españoles y
con Marcos Nájera. Ustedes la van a pasar mal, según yo
he olido.
—Anda, anda; dile que nos deje hablar. Dile que no
tenga el corazón tan duro, que venga.
—¿Y si no quiere venir?
—-Hazle la lucha, anda. No creas que yo me voy a dar
por bien servido contigo. Ya me conoces.
—No,
si por mí, qué más quisiera sino que a ustedes
los echaran libres, pero, la verdad, la veo muy difícil.
Quién sabe cuántas pedradas le sorrajaron al juez y crio-
que, según dicen, hasta se les pusieron ustedes de fierro
malo a los de la Acordada.
—Ahi'stá, ¿ya ves? Eso que crees tú, a lo mejor lo cree
también don Julián y no es cierto; con verdad de Dios. Una
piedrita cualquiera que le tiró mi compadre al juez y ni
siquiera le pegó. Y con la Acordada, reté mansitos, nos
pegaron hasta que les dio la gana y ni las manos metimos.
—-Ustedes dos siempre han sido muy lebrones. Eso se
sacan por andar de buscapleitos y altaneros.—Bueno, oye, pero nos vas a hacer el favor, o nos vas
a regañar.
v
—No le digo que de nada sirve, que está muy enojado
don JtíHán.
—A ti qué te importa; anda. Después nos arreglamos
yo y tú.
— Yo le estoy debiendo a usted doce reales de carne y Í .-.
—Bueno, pues ya no me debes nada, pero hazle la
lucha a don Julián que venga.
•—Iré a ver qué me dice; está muy enojado.
Allá como a la media hora vimos venir a don Julián
acompañado por Marcos Nájera y dos de la montada.
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Abrieron la puerta y se nos quedaron viendo.
Por la cara que les vi, yo nada esperaba de ellos.
Mi compadre, buen comerciante, se adelantó muy me
loso.
—Señor don Julián: anoche mi compadre Espiridión
Sifuentes y yo tomamos unos tragos más de los que es cos
tumbre y la verdá, pos, se nos subieron a la cabeza. Fui
a vender unos marranitos y traía mucho gusto por los cen
tavos que gané: Nos fuimos a comer mi compadre y yo
unos chicharroneitos y.. .
—Shi, sh i; y a lo sé, ¡rem oño , os em borrachasteis y
después de dar la* lata, y de desobedecer al m ayordo m o,
habéis faltado a la autoridad con vías de hecho, y ya te
néis pa rato, ¡rediez
—Pero señor don Julián, yo creo que con la cintareada
que nos dieron ya es bastante. Mire nomás cómo estamos.
Yo le pido a usted por lo que más quiera que nos dé su
perdón y nos deje salir a seguir luchando. Esté usted se
guro de que no volverá a suceder esto.
— ¡C á ¡Cualquier día os de jo Ya que ha dado la ca
sualidad que llegó oportunamente el comandante Nájera,
os entregó a él para ver lo que hace con vosotros. Ya sabrá
él, ya, lo que deberá de hacer. Yo me lavo las manos como
Poncio Pilatos.
—Pero señor, ¿qué piensa usted hacer por tan poquita
cosa?
—¡Poquita cosa , ¿eh? Ya lo veréis. Ahí los tiene us
ted, don Marcos.
—Yo ya tengo resuelto ese asunto. Ya tomé toda la in
formación debida —dijo Nájera—. A usted —dijo diri
giéndose a mi compadre Celedonio— le doy hasta el día
de mañana a estas horas para que salga de esta hacienda
y no vuelva a poner los pies más aquí. Entendido de que
si la próxima vez que vuelva con mi gente, me lo encuen
tro por aquí, lo enjuicio y le va a pesar por toda su vida.
Y str ti —dijo dirigiéndose a mí— como estás muchachón
y pareces medio atrabancado, te voy a meter de soldado.
Están haciendo falta hombres de tu pelo en el ejército.
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Fue en vano que rogá ramos y sup l i cá ramos mi com
padre y yo . El por tener que perder la comodidad de su
negocio de carn icer ía y yo por perder mi l iber tad . ¡Cinco
años de so ldado a fue rz as ; ¡ como s i hu bie ra hecho un a
muer t e , como s i hub ie ra robado una fo r tuna
Nada consegu imos ; aque l lo s hombres lo s de l a Acor
dada y los españoles , t en ían un corazón de p iedra . Acos
tumbrados a t ra tar a golpes a la peonada de las f incas, se
les revolv ía e l a lma cuando se encont raban con a lguno que
se levantara tan t i to , s iqu iera para ver los cara a cara . Bien
sabía yo que aquel lo no tenía remedio ni apelación en
nada . Mí compadre en l a ru ina y des t e r rado ; a ba t a l l a r po r
ahí en otros ranchos le janos, s in crédi to y de paso con
m alas re com end acion es . Cua .ndo l leg ar a . con sus ch ivas a
o t ro lugar d i s tan te a querer es tab lecerse o a pedi r t raba jo ,
luegui to habr ían de pedi r le sus car tas de recomendación y
lo su j e t a r í an a mi l e s de p regun tas : ¿de dónde v i ene? , ¿po r
qué sa l ió de a l l í ? A lo mejor t i ene cuentas con la jus t ic ia
o con sus pa t ro ne s an ter iores . . U na ba ta l la g ra nd ís im a pa ra
poder conseguir o ganar un taco de fr i jo les . Y yo, a cargar
e l máuser como Lucas Pérez , que también se lo l l evaron de
so ldado y perd ió la t i e r ra para s iempre ; se lo l l evaron
has ta e l f in de l mundo, has ta más a l lá de Yucatán , y por
a l lá es taba enfermo de f r íos o c reó que se había muer to .
Nadie tuvo nunca razón de lo que fue dé él . Soldado y
m uerto , e ra dec i r lo m ism o.
A mi compadre lo de jaron sa l i r desde luego . Fué y me
trajo mi cobi ja y me echó veinte reales en la bolsa del
pan ta lón .
—Ya le d i je a su mamá que tenga res ignac ión , que se
lo van a l l evar a us ted de so ldado . Pobrec i ta señora ; v ie ra
nomás cómo se puso ; se l e roda ron l a s l ág r imas en t re l a
masa que es taba en e l meta te , pero s igu ió to r teando , ahora
de seguro para hacer le a us ted su ú l t imo " i taca te" pa l ca
m i n o . Pobre de Asuncionci ta , cómo lo va a ex t rañar a us
ted , compadre , porque lo que es su o t ro h i jo José , ése ,
con es to que nos ha pasado , no va a parar aquí ; ése ,
acuérdese de lo que le d igo , p ie rde la t i e r ra . Pero vayase
s in cu idado , compadre ; a su mamá nada ha de fa l ta r le
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conmigo. La tor t i l la que yo me busque la he de repar t i r
con e l la . Y o ja lá y tuv iera yo d inero bas tan te para bus
car le a us ted un reemplazo y sa lvar lo de ser mocho, pero
pos , ¿ d ó n d e ?
Yo nada dec ía , de jaba hablar a mi compadre que a l f in
y a l cabo ten ía humor para hacer lo . ¡Qué me ganaba yo
con dec ir a lgo , ¡qué r emed io t en ía aque l ma l ru ed o
La gente de Nájera ya es taba acabando de ensi l la r .
Estaban todos e l los conten tos ; habían comido b ien y de
segu ro l levaban su buen a p rop ina en p la ta y en gén eros -
de la t ienda de raya.
A poqu i to l l egó mi mamá de p r i sa , t emerosa seguro de
no i r a encontrarme ya . Iba muy ar ropadi ta con su rebozo
como si fuera a rezar el rosar io y al velor io de un difunto.
- Llevaba e l m or ra l co lorad o de es tam bre , aquel qu e ha bía
s ido de mi papá y que guardábamos como re l iqu ia , l l eno
de gordas recién sal idas del comal.
Como la puer ta se había quedado ab ier ta , ya que los
montados es taba a l l í enf ren te , se met ió e l la has ta donde
estaba yo.
— ¡ M i r a n o m á s , h i j it o , c ó m o n o s t r a t a D i o s
—Qué le vamos a hace r , mamá.
— ¡ Q ué voy a hac er yo s in t i
— Ai e s t á Jo sé , m i h e r m a n o ; a q u í e s t á m i c o m p a d r e ,
que ya me promet ió que la cu idará a us ted cuanto pueda .
—¿Pero c rees que se rá igua l? ¡Cuándo t e vo lve ré a
ve r S i no hu bie ras c rec ido , s i te hu bie ras que da do ch i
q u i t o , no me dar ías es ta pena que se me f igura que no voy
a resist i r .
—Así e s l a v ida , mamá; ¡qué r emed io t i ene
—Aquí en es te morra l de tu papá te puse unos tacos;
cómete los h i j i to , aunque los s ien tas húmedos, es que se
me sa l ie ron las lágr imas y fueron a dar a la masa .
— N o l lo re , m a m á ; vay ase . Dé jeme aqu í so lo m e jo r .
¿Qué se gana con l lo rar y que se r ían esas gentes de noso
t ros? Vayase , mamac i t a , ánde le ; écheme la bend ic ión y
vayase con mi compadre .
— N o ; déjame hacer la úl t ima lucha, a ver si les ablan
do el corazón.
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FRANCISCO L. URQUIZO
— ¿Q ué quiere hacer?
—Déjame, voy a ver a don Julián.
—¡No mamá , por lo que más quiera, no lo haga. No
se rebaje a esa gente. Cómase sus lágrimas; rece por mí
y écheme su bendición, que ya vienen a llevarme.
— ¡ H i j o . . .
—¡Bendígame
— ¡A y, Dios m ío Híncate pues, así; como cuando eras
chiquito; hincadito así. Reza conmigo: Padre nuestro que
estás en los cielos...
Se acercaron dos de los montados; uno de ellos llevaba
un mecate.
—¿Lo amarramos, mi comandante?
— ¡C laro , ¿no vez que es pollo de cuen ta? M ientras
esté por su tierra hay peEgro de que se nos pele.
Me amarraron las manos en la espalda mientras mi ma
dre hacía sobre mi frente el signo de la cruz. Después sus
lágrimas me mojaron la cara y se revolvieron con las mías.
—¡Vamonos —gritó Nájera.
— ¡V ám ano s — grité yo, enronquecido y con ganas de
dejar cuanto antes a la viejita, que me conmovió y que
parecía que me quitaba lo hombre que llevaba dentro.
Don Julián, rodeado de los dependientes, fumaba satis
fecho en el poyuelo del zaguán de la hacienda.
Me sacaron de la galera. Colgado del sobaco llevaba yo
el morral de las gordas y el sarape terciado en el hombro.
Los caballos se pusieron a caminar y yo iba entre los
dos de adelante.
Todavía tuve tiempo dé ver cómo mi madrecita se fue
corriendo a arrodillarse y a besarle las manos a don Julián,
pidiéndole mi libertad.
Un nudo se me hizo en la garganta y le grité casi aho
gado:
—¡Levántese, mamá, no le niegue a ese hijo de la tiz
na da
El caballo de uno de los de la Acordada se me echó en
cima y me hizo rodar por el suelo sin poder siquiera meter
las manos que llevaba atadas. Varios sablazos cayeron so'
br e m is espaldas.
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Me levanté como pude y salimos todos al trote de la
hacienda por el bordo del tajo, camino de Santa Teresa.
II
El camino iba al lado de una acequia grande. Un vién-
tecito suave movía las hojas de los álamos y las urracas
revoloteaban alegres, volando de la copa de un árbol a
la de otro. El sol, a media mañana, hacía reverberar las
tablas de laborío anegadas por el riego y las hojas verde-
negras de las matas de algodón. La peonada, sembrada
por entre el campo, se enderezaba curiosa al paso de la
tropa; muchos de aquellos hombres me conocían bien;
pero ninguno de ellos se atrevió a decirme siquiera alguna
palabra de despedida.
Había llovido en la madrugada y-el suelo estaba mo
jado y resbaloso.
Adelante, en su caballo retinto de sobre-paso, iba Mar
cos N ájerá; detrás iba yo, pie a tie rra ; a mis dos lados y
atrás de mí, los doce nombres montados de la Acordada
de San Pedro.
El camino era malo para andar a pie. A veces trope
zaba o resbalaba y casi siempre caía. Me levantaban a cin
tarazos y seguía caminando adolorido, callado pero con la
resignación que tiene el pobre cuando le llega la de malas.
Las caídas al suelo y los cintarazos me dolían, pero más le
temía yo a las patas de los caballos cuando resbalaban en
el lodo. Una pisada o una coz me podían dejar cojo y eso
sí había de ser terrible: caminar cojeando entre los caba
llos, en suelo malo y a punta de golpes. ¡Qué falta hacen
las manos para caminar seguro , hasta entonces lo sentí.
Ya para salir de los linderos de la hacienda, encontra
mos al rayador Juan Lorenzana; de seguro nos había divi
sado y fue a hacerse el encontradizo, a curiosear. Era un
gachupín como todos: coloradote y güero; sombrero de
jipi,
buena pistola, pantalón de pana; caballo inquieto y
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FRANCISCO L. URQUIZO
una buena espada toledana de funda niquelada que brillaba
con el sol, en la montura charra.
Me conocía bien porque en una ocasión había querido
golpearme y no me dejé. ¡Cuánto gusto le dio verme ma
niatado en medio de los gendarmes
—¡Hola, don Marcos , ¿qué tal?, por fin nos quita us
ted a esta alhaja de encima.
:—Sí, mi amigo, éste no para hasta ser soldado de la
Federación y eso si no da guerra en el camino, porque tam
bién se puede quedar por ahí colgado si intenta huirse.
—A ver si ahora vas a ser tan valiente como lo eras
aqu í, ¡c arb ón Si no se lo lleva usted tan a tiempo, don
Marcos, un día de estos lo iba a pasar muy mal. ¡Vaya
una alhaja
—¿Usted gusta seguir hasta Santa Teresa?
—Que les vaya bien; allí creo que también tienen a
algún recomendado. A ver cuándo vuelven por acá. Mucho
gusto de verlos. Adiós.
Más adelante nos paramos un ratito para que mearan
los caballos. Miré para atrás, apenas se distinguía ya, por
entre los álamos, la chimenea del despepitador.de Lequei-
tio. Allí estaría la pobre viejita llorando y mi compadre
arreglando sus triques para largarse a otra parte. Se veían
blanquear a los peones agachados sobre las matas de al
godón dándole tapapié a las matas con el azadón, bien es
carmentados con mi ejemplo y pensando seguro que aquella
vida no había de tener remedio nunca; deudas de abue
los que pasaban a los padres y después a los hijos; única
herencia de los mexicanos pobres; de sol a sol; día con
día y año con año hasta acabar con la vida, hasta que Dios
quisiera, y Dios estaba muy alto y no veía para abajo nunca.
El Cura Hidalgo dejó las cosas a medias, seguían los
gachupines mandando en nuestra tierra quién sabe hasta
cuándo.
Vuelta a caminar; el sol caliente y la cobija y el mo
rra, pesados lo mismo que los pies que se arrastraban ya
por entre el lodo del camino y las piedras y los hoyos.
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Los genda rmes p l a t i caban fumando sus c iga r ros de ho
ja ; ya cas i no hac ían caso de mí , que seguía coma un pe
r r i t o de t r á s de l amo Marcos . Hab laban de sus cosas .
— ¿ T e a c u e r d a s d e a q u e l " e n d e v i d o " q u e t r o n a m o s p o r
a q u í m e r o ?
—Un pe lo tazo nomás fue menes te r . Le en t ró aqu í ans ina
n o m á s .
— ¿ Y aque l o t ro que co lg am os? , ¿ t e acue rdas qué ca r a
puso cuando le echamos la rea ta en e l pescuezo?
—Qué ojotes nos pe laba . S i los o jos hubie ran s ido cu
chi l los , a l l í mismo nos mataba .
— Q u é d u r o p a r a m o r i r s e , ¡ c ó m o p a t a l e a b a
— ¡ H o m b r e , y s i v i e r a s ; d e s p u é s p u d e i n d a g a r q u e e r a
inocente , que e l ases ino había s ido ot ro que logró esca
parse .
—Pues s í , s i no e ra seguro lo que dec ían de é l , pero
ya vis te cómo lo "c r iminaron" los españoles y e l j aez .
— B u e n o , é l n o m a t a r í a a a q u e l " d i j u n t o " , p e r o y a d e
b ía o t r a s muer t e s , de sue r t e que de cua lqu ie r modo pagó
lo que debía .
— Y ,
¿cómo ves? , ¿é s t e que l l evamos aqu í , l l ega rá a
S a n P e d r o ?
—Pues ya o í s t e lo que d i jo e l comandan te ; s i s e por t a
bien l lega , s i no , se queda columpiando en e l camino.
— P a r e c e l e b r o n c i t o .
—No sé que a iga ma tado a n inguno , pe ro t i ene l a p in t a
d e m a c h o .
— ¿ D e m a c h o ? , d e m o c h o d i r á s . Q u é b i e n l e v a a c a e r
el chacó y el rnáuser.
— C i n c o a ñ i t o s n o m á s .
Yo nomás me t í a o r e j a y segu ía caminando muy sumiso ,
no fuera a se r que les d ie ra por meterme un ba lazo por
la espa lda como a tantos o t ros que sa l ían de la hac ienda
presos y nunca l l egaban a l a cá r ce l de San Pedro . E ra l a
Ley Fu ga que ma ne ja ba a su an to jó e l j uea de l a A co rda da .
Como a las t r es o cua t ro de la ta rde l legamos a Santa
Teresa . Ya los españoles nos es taban esperando en e l za>
guán de la casa grande , pues les habían avisado de Leque i -
t io que l legar íamos a l l í ese mismo día .
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24 FRANCISCO L. URQ UIZO
La tienda de raya se veía llena de gente que, al sen
tirnos llegar, se puso a observarnos desde lejos. Siempre
que llegaba la Acordada a cualquier rancho, se le veía con
recelo y temor.
Nos paramos enfrente de la casa y un español gordo y
con barba se acercó a saludar a Nájera y habló con él en
secreto. Se entendieron muy pronto^ pues a poco rato tres
peones armados de garrotes sacaron de una galera a dos
infelices muchachos, que de seguro estaban presos allí.
Apenas los vio Nájera, sacó su machete, les echó el
caballo encima y les dio una cintarcada como nunca lo
había yo visto hacer. Pobres muchachos, ¡cómo gritaban
a cada golpe que recibían en la cabeza, en las costillas o
en la espalda Tuv ieron que meterlos a la galera casi en
peso,
pues no podían ni andar.
La gente que nos veía, estaba azorada.
A mí jme metieron a aquella misma galera; me desata
ron las manos, echaron llave a la puerta y se fueron todos
los de la Acordada a comer con los españoles dejándonos
al cuidado de la patrulla de la hacienda.
¡Qué feliz me sentí cuando pude tirarme en el suelo y
estirar los brazos libres de las cuerdas
En un rincón estaban acurrucados los dos muchachos
quejándose de sus golpes. Yo ni caso les hice; tan cansado
así estaba que más preferí dormir que platicar o comer
lo que llevaba en mi itacate.
Desperté cuando ya estaba cayendo el sol. Apenas me
vieron despierto se acercaron a platicar conmigo los dos
compañeros. Eran más jóvenes que yo; apenas les pintaba
un bocito en los labios. En un momento me contaron su
historia:
Los dos eran hermanos; se llamaban Jesús y Eulalia
Villegas. El mayor y el único que hablaba, pues el otro
era muy callado, era Jesús. Sólo le sacaba un año de dife
rencia a su hermano.
—Venimos desde el Real de Sombrerete, Zacatecas. Allí
ya no se podía vivir; no había trabajo ni en qué ganarse
la vida. A más, nuestra madre se murió y nuestro padre
se fue con otra mujer para el interior. El día menos pensa-
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do aga r ramos , mi he rmano y yo , e l camino de f i e r ro y nos
ven imos con tando du rmien tes has t a Tor reón .
"Mucho se hab laba po r a l l á de que en Tor reón hab ía
bonanza y una porc ión de gente h izo camino con es te
rumbo . No t ra í amos nada que comer y n i s iqu ie ra , una
cobi ja . ¡Viera nomás qué hambreadas y qué f r i l l azos pasa
mo s e n el c a m i n o E n l a s n o c h e s d o rm í a mo s a c u r ru c a d o s
ce rca de l a l umbr i t a que hac íamos . ¡Qué noches t an l a rgas
y tan f r ías Qu é env id ia les ten íam os a los coyotes qu e
l levan su buen pe l le jo cubier to de pe lo ca l ien te , mucho más
ca l ien te y abr igador que nues t ras camisas y ca lzones des
garrados . A veces nos daban un taco los peones de la v ía ;
en l as e s t aciones a lgu na to r t i ll a du ra . T rab a jo , na d a ; ¡qué
t raba jo va a habe r en e se des i e r to
"Camine y camine d í a s y d í a s . Pa rec í a que no se aca
baban nunca aque l l a s rayas de rechas de f i e r ro b r i l l an t e y
aquel los a lambres de los pos tes de l t e légrafo . Tierra co
lo rada , después t i e r ra amar i l l a , después t i e r ra g r i s ; r emo
l inos de po lvo a l lá a lo le jos y cerros le janos que pr imero
eran azu les , después , ya más cerqui tas , cafeses , después se
volv ían a hacer azu les a l lá a t rás , con rumbó a nues t ra t i e r ra .
" Po r f i n l l e g a mo s a l me n t a d o T o r r e ó n . T a mp o c o h a b í a
t raba jo a l l í pa ra noso t ros ; e l quehace r e s t aba , según de
c ían , aquí en los ranchos . Ot ra vez a caminar y a recorrer
l a s ranche r í a s y l a s hac i endas . A veces t raba jamos un d í a ,
a veces una semana ' . Parece que nues t ra facha no les daba
conf ianza a los pa t rones .
" A y e r y a n o s a n d a b a d e h a mb re y n o s c o mi mo s u n o s
e lo tes de un maiza l . Nos cayó un dependien te , nos go lpeó
y ca rgó con noso t ros has t a e s t a ga l e ra . Ora c reo que nos
achacan todas l a s ga l l i nas que se han pe rd ido ; d i cen que
se rnos ra t e ros y vagabundos ; que nad ie nos conoce y que ha
ce fa l t a ponernos en buen recaudo . "
Yo t ambién l e s con té lo que me hab ía pasado . Eramos
compañeros desde a l l í has t a qu ién sabe cuándo . Les con
v idé de m is go r da s ; e llos t en í a n m ás . h a m b re qu e yo . No s
comimos aque l l a s t o r t i l l a s amasadas con l a s l ág r imas de
mi viej i ta .
Era ya de noche ; a fue ra l ad raban lo s pe r ros , b r i l l aban
las luces en los jaca les y pardadeaban las es t re l l i t as en e l
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cielo. Nos abrigamos los tres con la cobija mía como si
fuéramos hermanos.
A la madrugada nos levantaron a puntapiés. Querían
los de la Acordada caminar con la fresca para llegar a
buena hora a San Pedro de las Colonias. Nos amarraron
las manos a los tres y nos sacaron a empujones. Todavía
estaba oscuro; apenas se veía el cainino; en uno que otro
jacal había lumbre prendida, de seguro eran aquellas ca
sas en que los hombres eran muy madrugadores y querían
agarrar los mejores troncos de muías para el trabajo del día.
Se alborotaron todos los perros con el tropel de los ca
ballos; había unos muy bravos que nos llegaban hasta las
pantorrillas, teníamos que quitárnolos de encima a puras
patadas.
Nos fue a amanecer ya cerca de La Concordia. Allí, pa
ramos un rato para que los del Gobierno tomaran café. La
gente ensarapada nos miraba con curiosidad y con lástima.
¿Qué pensarían de nosotros?, ¿que éramos ladrones, que
éramos asesinos?
La curiosidad de la gente de aquella hacienda les sirvió
a los de la Acordada para lucirse dándonos delante de
todos ellos la primera cintarcada de aquel día. Ya no recibí
yo tantos golpes; como éramos tres, me tocaron a menos.
De allí para adelante el camino era bueno; seco y am
plio. Mé sentí yo más consolado yendo con los otros dos,
que bien dicen que mal de muchos, consuelo de tontos.
El camino fue más corto. Cerca del mediodía llegamos
a Bolívar, el rancho aquel de los alemanes que tiene un
papalote de viento, que se ve desde muy lejos. Desde allí
ya se veían las casas aterradas de San Pedro, de mi pue
blo. Un cuarto de legua más y entramos a las calles llenas
de tierra suelta; aquellas calles en donde se mete uno
hasta las rodillas como si fuera atascadero; aquellas calles
que recorría yo cuando era chiquillo y que iba a la escuela
oficial en los buenos tiempos de mi padre.
Entramos por el barrio del Mesquite Charro, por el
mismo barrio en que yo había nacido en un año en que
decía mi abuelita que había habido muchas calabazas de
agua.
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Un eilindrero tocaba en una esquina "El Abandonado".
Don Cleofas, el de "El Pilón de Oro", estaba despachando
en su tendajo a una mujer enrebozada. Un melcochero con
su tabla de dulces en la cabeza iba gritando por una ban
queta, a grito abierto: —Las correosas, ¿quién compra
correosas?
En un momento llegamos a la plaza de armas, fresca
bajo las ramas de las lilas tupidas de hojas y alegres con
el canto de los pájaros. Allí estaba don Cristóbal, el viejito
de la barba blanca, sentado en la misma banca de siempre;
aquella que decía que era de él y que la reclamaba cuando
la veía ocupada por alguna otra gente. Allí, por la ban
queta de la casa de los Madero, iba atravesando de prisa
el doctor Meave con su saco de dril blanco muy holgado
y su sombrero de paja.
Una pipa con agua, arrastrada por la calle por una mu-
lilla flaca desde la vega grande, hacía los "entregos" en las
casas ricas. El reloj público de la Escuela de Niñas, la
Presidencia Municipal pintada de amarillo, la iglesia pin
tada de blanco, la cárcel con su reja de manera de mez
quite. El mismo San Pedro de cuando tenía yo siete años,
el mismo de ahora, el mismo de cuando llegara a viejo.
Cuando nos avistó el policía que hacía de centinela en
la puerta de la cárcel, gritó con toda la fuerza que más
pudo:
—¡Guardia , t ropa armada
Como si hubiera por allí más hombres armados como
acostumbra haber en los cuarteles, El único que salió fue
el alcaide a recibirnos.
Nos metieron a la alcaidía y nos soltaron las manos.
Estaba fresco el cuartito, recién regados los ladrillos del
suelo. Allí había una mesa llena de papeles, dos sillas, un
retrato de Morelos y otros de don Porfirio Díaz. Nos pre
guntaron el nombre, la edad y una porción de cosas y
querían que firmáramos; los muchachos no sabían escribir
y yo no quise hacerlo.
—¿Usted no sabe escribir?-
—Sí sé.
—Pues firme.
—¿Firmo qué?
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—Aquí. Firme que está conforme.
•—¿Conforme con qué?—Con lo que no le importa. Firme, con una tiznada.
—No firmo.
— ¡A h , ¿no f irma?
—No, señor.
—-¿Y cree que con eso se escapa? Firme o no firme,
cinco años de mocho no se los quita ni Dios Padre.
Nos esculcaron y me quitaron lo único que llevaba: los
veinte reales que me había dado mi compadre. El morral
y la cobija, me los dejaron.
Se abrió la puerta de adentro y nos empujaron al ga
lerón de los presos.
Apenas entramos se alborotó la gallera. Eran como unos
diez o doce, pero gritaban como si hubieran sido cincuenta.
— ¡Y a parió la leona , ¡ya parió la leona ¡Llegaron
tres go rrud os ¡Ese de las greñas, rápe nlo Ora tú de los
calzones ajustados.
Gritos, chillidos y pedradas fue nuestro recibimiento.
Nosotros estábamos azorados, parados junto a la puerta
sin atrevernos a entrar más adentro. Cuando se cansaron
de insultarnos y de tirarnos cuanto tenían a la mano, se
acercaron a saludarnos como si nada hubiera pasado.
—¿Quüibo, amigos?, ¿ustedes por qué cayeron?, ¿de
dónde los traen? Dequen un cigarro.
A la media hora ya éramos todos amigos.
Yo encontré una tranquilidad muy grande dentro de
aquel galerón fresco. Nos dieron un cigarro; nos dieron
a escondidas un trago de mezcal y nos consolaron en nues
tro infortunio.
—Ese carbón de Nájera, algún día ha de pagar todas
las que debe.
-—Algún día, algún día.
La tarde sé fue de prisa; llevaron el perol del rancho
y nos dieron, a cadia uno un cucharón de frijoles aguados y
un par_ de tortillas. D espués, ya oscurecido, v imos pasar
por delante de la puerta, con destino a sus bocacalles, a
los diez o doce serenos del pueblo con sus linternas encen
didas; parecían luciérnagas volando por entre los: troncos
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de los árboles de la plazuela oscura. En el galerón encen
dieron una linterna de petróleo.
Allá como a las diez de la noche se oyeron los pitos de
los serenos repartidos en las calles.
A la madrugada metieron a un borracho que fue dando
traspiés por entre todos los que estábamos acostados y que
hacíamos por dormir.
Cuando me venció el sueño, se me figuró que estaba
en mi casa durmiendo muy tranquilo.
En la mañana me levantó a escobazos uno de los presos.
Era el encargado de regar y barrer el galerón aquel; tenía
una cicatriz muy grande desde cerca de un ojo hasta la
boca; era muy mal hablado y parece que le temían todos
allí.
A poco rato nos dieron el rancho: un cucharón de atole
y dos tortillas. Unos de los compañeros nos prestaron unas
tazas de hojalata para que tomáramos aquel alimento.
El preso que andaba barriendo y que parecía ser el
capataz, me dijo:
—Ahora les hubiera tocado a ustedes por derecho tirar
el caballo, pero el alcaide me dijo que ustedes son de cui
dado,
que no pueden salir a la calle si no es amarrados.
Quién sabe lo que deberán ustedes tan grande, que les tie
nen tanta desconfianza.
—Nada debemos, pero dígame, ¿qué cosa es el caballo
ese de que me está hablando?
—¿El caballo? Orita lo va a ver; mire, ai lo llevan
para la calle.
Se acercaba una pestilencia atroz; era de una barrica
llena de suciedad que llevaban dos presos cargando en
una especie de parihuela. Era allí donde hacían sus nece
sidades los detenidos y su lugar acostumbrado era en el
fondo del galerón; todos los días, dos presos al cuidado
de un policía, salían con el contenido de aquella barrica
hasta las afueras del pueblo.
—-Pues mire, amigo —le dije el capataz—, nada más
por eso me alegro de que me tengan desconfianza; primero
me dejo matar que hacer un trabajo de esos.
—Ni diga eso, amigo, no diga eso. Ya verá allá en el
cuartel cómo lo van a tratar.
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Cerca del mediodía, llegaron los de la Acordada y el
policía que cuidaba la puerta nos llamó a gritos:
—Ese Espiridión Sifuentes, ese Jesús Villegas, ese Eu-
lalio Villegas, ¡a la reja con todo y cueros
Nos llamaban a nosotros, a los tres que habíamos lle
gado el día anterior.
Nos acercamos a la puerta. Nuestros compañeros de
prisión se dieron cuenta de lo que pasaba.
—Ya se los van a llevar; los van á entregar a los sol
dados federales para que se los lleven hasta Monterrey.
—Adiós, amigos, adiós, adiós.
Nos amarraron otra vez las manos, pero esta vez no
por la espalda, sino por delante; así podríamos sentarnos
en los asientos del tren. Se abrió la puerta y salimos a la
calle. ¡Cuántas veces no saldrían por allí mismo los hom
bres ya libres , ¡con qué gusto verían el sol de la calle
Nosotros salíamos tristes, amarrados; salíamos de una cár
cel que puede que fuera buena en comparación con la que
nos esperaba en Monterrey.
Nos llevaron por toda la calle larga hasta la estación,
Había mucha gente: vendedores, pasajeros curiosos nada
m á s ; todos nos miraban con lástima; los policías que nos
llevaban Custiodiados parecían complacerse de su trabajo.
¡De qué triste manera iba a salir yo de mi pueblo
Al mérito mediodía llegó el tren de pasajeros de To
rreón. Apenas acabaron de bajar los que llegaban, el co
mandante Nájera se acercó al carro de segunda en que iba
una escolta de soldados de la Federación; habló largamente
con el oficial y nos señaló a nosotros. Había llegado nues
tra hora; de allí para adelante nos soltaban los gendarmes
y nos agarraban los soldados. El oficial bajó y nos miró
de arriba abajo como quien tantea a unos animales que va
a comprar; leyó el papel lleno de sellos que le dio Nájera
y nos mandó subir.
Llevaba un kepí negro con una cinta dorada; en la cüv
tura colgaba una espada reluciente; parecía muy joven to
davía y era casi lampiño. Los soldados que estaba en el
carro nos miraron con curiosidad, parecía que tenían lás
tima de nosotros; nos dieron acomodo entre ellos; todos
llevaban chacó de cuero con bolita colorada y estaban ves-
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t idos de dr i l ; t en ían sus mochi las y sus car tucheras y em
puñaban lo s máuse res . Nad ie hab laba n i pa l ab ra .
A los pocos momentos comenzó e l t ren a caminar ; poco
a poco se fue quedando atrás la vega eon sus álamos ver
des,
la estación l lena de gente y de fruteros, los de la Acor
dada de Nájera , l as casas de San Pedro , t e r regosas ; todo
lo que yo que r í a u od iaba , t odo : Leque i t io , mi compadre
Celedonio , los gachupines , mi v ie j i ta ; todo jun to y fe -
vuel to , lo bueno con lo malo. All í se quedaba todo: e l
pueblo en que nac í y la hac ienda en que me cr ié ; me
parec í a como s i me hub ie ra muer to y como s i hub ie ra
vuel to a nacer otra vez. De al l í para adelante otra vida, un
puño de t ie r ra a lo pasado , a l camposanto de l pueblo y
un a l ien to nuevo para la v ida que iba a comenzar a l l í
mi smo , a bo rdo de aque l t r en .
Eran diez soldados los que iban al l í ; uno de el los l leva
ba en las mangas dos c in tas co loradas , pues e ra e l sa rgen
t o ; o t ro había que era e l cabo que nomás l levaba una so la .
Fue ra de aque l lo , t odos e l lo s pa rec í an en te ramen te igua les ;
l a s mismas ca ras de ind ios requemados ; t odos en ju tos ,
pe lones a l rape ; un i formados has ta con e l mismo ges to de
res ignac ión . El o f ic ia l en t raba y sa l ía , parece que más le
gustaba sen tarse en los as ien tos de l carro de pr imera .
Apar te de nosot ros , cua t ro o c inco gentes apenas v ia
jaban a l l í ; en la puer ta de l carro e l agente de publ icac iones
acomodaba su mercanc ía .
El so l ca ía a p lomo sobre e l a rena l de la des ie r ta La
guna de Mayrán . N i un hu i sach i to , n i un mezqu i t e , n i una
r e s ;
n i una l abo r n i un rancho ; t i e r ra , po lvo y remol inos
a lo le jos y de vez en cuando, cada cinco leguas, una esta
c ión , pe lona m et ida en un ca rro s in rue da s de fe r roc arr i l
y una casa de p i ed ra , como fo r t a l eza pa ra lo s t raba jadores
d e l a v í a : B e n á v i d e s , M i n e rv a , T a l í a , C e re s . . . t o d a s e n t e
ramente iguales con la sola diferencia de un le t rero. El
camino de recho , l a rgo , l a rgo y t end ido sob re un a rena l que
al l í a lo le jos parecía un espejo de agua clara y cris ta l ina.
Ni pá jaros , n i bueyes , n i conejos ; de seguro nomás a l l í
v iv ían las v íboras revuel tas en la t i e r ra de su mismo co lor .
T ie r ra abandonada de l a mano de Dios , s in agua n i ve r
dor ; t i e r ra sue l ta hecha polvo , como para cobi ja r de un
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32 FRANCISCO L. URQUIZO
solo soplo de aire a los viandantes hambrientos y cansados
que por allí pasaran. Tierra maldita, castrada, infecunda
como las muías que nunca han de parir. Tierra sin consue
lo , tierra triste y sedienta como el pobre, como el gañán
que vive y que vegeta y que no espera nada porque nada
han de darle. Tierra Manca, pardusca y sucia como los
calzones de manta de los hombres del campo; tierra que
se adelantó a la muerte y que se hizo polvo antes de morir.
Aquel camino largo y pesado terminó en Hipólito, es
tación de importancia con restaurante de chinos, agua para
las máquinas y dos docenas de casas con paredes de palos-
gatuño enjarradas con zoquete. Eran como las cuatro de
la tarde. Ño habíamos hablado ni palabra en el camino.
El tren se detuvo largo rato y las gentes bajaron a
comer; la máquina hizo movimiento; ya se desenganchaba,
ya se volvía a enganchar. Qué cosa tan misteriosa son los
trenes; van, vienen; se pegan, se despegan; se vuelven a
pegar y al final parece que quedan siempre igual. Sólo los
ferrocarrileros saben lo que hacen con, sus car ros. Las má
quinas de patio parece que andan jugando, tantito para
adelante, tantito para atrás; de prisa, despacio, solas o con
carros; bonito juego para los ferrocarrileros que parece
que juegan al ferrocarril.
Más de una hora de parada y ya casi al meterse el sol
partimos de Hipólito. Al poco caminar oscureció; en el
techo prendieron las lamparitas de petróleo para dar som
bras al carro y hacer más duras las caras de los soldados
y más grandes los chacos.
Jesús Villegas me dijo casi en secreto:
-—Primera vez que ando en tren sin boleto.
—Yo también.
—Siquiera eso salimos ganando.
El movimiento del tren nos hacía cabecear; el ruido
adormecía; trac, tractrás, trac; siempre igual.
—¿De qué cuerpo serán estos soldados?
Hasta entonces me fijé en los chacos. Eran del nueve.
Noveno de Monterrey; bonito número, non, tres veces tres,
día de mi cumpleaños.
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T R O P A V I E J A
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Traca, tratraca, tratraca; el campo negro por las ven
tanillas; sombras en el carro, ruido de fierros; cada vez
más tirantes los lazos de las manos ya amoratadas.
—Señores, aflójennos las manos tantito para poder dor
mir. Así, gracias amigos, compañeros de aquí para ade
lante, gracias.
Traca, tratraca, tratraca, las sombras se crecen, los ojos
se cierran. Con aquel cansancio los palos tan duros pare
cen colchones.
¡ M onterrey
III
Era pasada la medianoche cuando se detuvo el tren en
la estación. El andén estaba bien iluminado y casi vacío
de gente, apenas uno que otro cargador que se ofrecía a
los de primera para llevarles sus maletas. Bajamos en me
dio de los soldados y nos formamos hasta que llegó el ofi
cial ; dio las voces de mando y salimos todos de la estación
con rumbo al cuartel; íbamos los tres presos encajonados
dentro de las dos hileras de soldados.
Allí comencé a darme cuenta de la instrucción de los
soldados; ¡qué parejos en todos sus movimientos ; los pa
sos acompasados; un solo golpe de las armas al cambiarlas
de posición; parecían soldados de juguete hechos en un
mismo molde y movidos por un solo mecanismo.
Ni quien hablara media palabra; nomás se oía por la
calle desierta el paso acompasado de la tropa. Allá de
cuando en cuando encontrábamos en alguna esquina la
linternita de un*' sereno y al policía embozado cerca de ella.
Recorrimos una calzada muy larga, llena de árboles;
salimos al descampado y dimos vista al cuartel, un caserón
negro y pesado; sé me figuró que íbamos a llegar al cáseo
de alguna hacienda como aquellas de La Laguna. El por
tón muy grande y abierto de par en par; una luí alumbraba
apenas a un soldado que con su arma en el hombro daba
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3 4 F R A N C I S C O L . U R Q U I Z O
vuel tas de un lado a l o t ra como s i lo tuv ieran amarrado y
no pudiera separarse de a l l í .
De pronto , cuando se d io cuenta de que nos acercába
m o s ,
se de tuvo y gr i tó con toda su a lma:
— ¡A l t o a h í , ¿ q u i é n v i v e ?
— ¡M éx ico — con tes tó el o f ic ia l.
Nos de tuv imos .
— ¿ Q u é r e g i m i e n t o ?
• — ¡G u a rd i a , ¡ t r o p a a rm a d a
Se formó una l ínea de so ldados adent ro de l zaguán
y entramos nosotros hasta enfrente de el los. Un oficial
como e l que nos l levaba , es taba a l l í a l ineado también . Ot ro
of ic ia l de más mando, después supe que era e l cap i tán de
cua r t e l , r ec ib ió a nues t ra fue rza . Era hombre ya maduro
y con bigote espeso.
—Presen te , mi cap i t án , p roceden te de l des t acamen to
de Torreón , con c inco h i le ras de t ropa y t res reemplazos
—-di jo cuadrándose nues t ro of ic ia l .
—Grac ias compañero ; que descanse l a fue rza en su
cuadra y que los reemplazos pasen la noche aquí en la
prevención .
Nos met ie ron a l cuar to de la p revención; los so ldados
que nos t ra ían se fueron por a l lá adent ro ; los de la guard ia
de jaron sus fus i les en e l banco de a rmas y en t raron tam
bién jun to con nos ot ro s . _
-—Sargento, quí te le los mecates a esa pobre gente , or
denó e l cap i tán .
El sargento y dos so ldados más , p rontamente nos des
a t a ron l a s manos . E l sa rgen to pa rec í a conmovido .
• —¡Po b res a m i g o s , m i r e n n o m á s q u é b i e n a m a r ra d o s
los t raen ; como s i hub ie ran a ses inado a a lguno ; como s i
fue ran l ad rones de l camino rea l . Tú , Juan , apú ra t e .
—E s t á mu y a p re t a d o e l ñ u d o , m i s a rg e n t o .
—M é t e l e e l ma r r a z o . Y a e s t á n ; a h o ra d u é rma n s e a mi
g o s ;
toda vía fa l ta m uch o pa ra de aq uí a % d ia na . Ha sta
que no venga e l mayor no los f i l i a rán . Voy a l l evarme
estos mecates con que venían amarrados , d icen que son de
buen agüero en las mochi las . Duérmanse por a i como
p u e d a n .
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T R O P A V I E J A
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Nos acos tamos los t res juntos en un r incón, envue l tos
en mi misma cobi ja como la nqche ante r ior . Afuera e l
s i lenc io de la noche se rompía de cuando en cuando según
lo ordenaba e l of ic ia l de guardia , que a r ropado en su ca
po te de t r á s de una mesa , mandaba a l cabo de cua r to :
— ¡ C a b o , q u e c o r r a n l a p a l a b r a
El cabo ordenaba a su vez a l cent inela de la puer ta
y és te gr i taba :
— ¡ U ñ o , a l e r t a
Seguía , de t rás de é l , una le tanía de voces ; unas más
ce rca y o t r a s más a l e j adas , pe ro todas en e l mi smo tono :
— ¡ D o s , a l e r t a
— ¡ T r e s , a a l e r t a
— ¡ C u a t r o , a a l e r t a
— ¡ P r i m e r r o n d í n , a a l e r t a ; ¡ s eg u n d o r o n d í n , a a l e r t a
— ¡ P r i m e r a c o m p a ñ í a , a a l e r t a , ¡ se g u n d a c o m p a ñ í a ,
a a l e r t a ; ¡ p l a n a m a y o r , a a l e r t a
Pasaba un cuar to de hora ; a veces sólo d iez minutos
y volvía la m ism a g r i t a : ^ .
—-¡ C a b o , q u e c o r r a n l a p a l a b r a
— ¡ U n o , a l e r t a , ¡ d o s , a a l e r t a , ¡ t r e s , a a l e r t a . . .
Y no pod ía conc i l i a r e l - sueño ; apenas me e s t aba que
r i endo queda r dormido , me despe r t aba l a g r i t e r í a de los
cent inelas .
M i com pañ e ro Je sús , t amp oco po d ía d or m i r ; só lo su
h e r m a n o d o r m í a c o m o u n b e n d i t o .
— ¿ P a r a q u é g r i t a r á n t a n t o ?
— S a b r á D i o s .
—A lo mejor pasa a lguna cosa por a l lá a fuera .
—Fí ja t e cómo los ú l t imos hacen e l g r i to muy l a rgo :
¡ a a a l e r t a
Un soldado de los que es taban acos tado en e l camas
t ro de made ra , que e s t aba impac ien te con nues t r a conve r
sac ión, nos gr i tó en las ore jas .
— ¡ C á l l e n s e J ' o c i c o ; d e j e n d o r m i r
—Oiga amigo , ¿por qué son t an tos g r i tos a l l á a fue ra?
— A s í e s s i e m p r e ; y a t e n d r á n t i e m p o d e s a b o r e a r l o
en c inco años que t ienen por de lante .
Cada dos horas ent raba e l cabo y levantaba a a lgunos
de los soldados que dormi taban en la ta r ima y sa l ía con
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FRANCISCO L. U RQ U EO
ellos;
iban a relevar centinelas. Los que salían de su ser-,/
vicio, entraban a dormitar.
Así toda la noche, hasta que cantaron los gallos. Una
corneta tocó eñ la puerta del cuartel y a los pocos momen
tos se oyó el paso acompasado de una tropa que pasaba
por el patio y que salía a la calle. Era la banda de guerra;
unos veinte hombres entre cornetas y tambores.
Nunca había yo oído la diana tan de cerca; ¡qué cosa
más bonita es ese toque ; es tan alegre como el canto del
;
gallo;
son las mañanitas del cuartel. ¡Qué bien redoblan
los doce tambores, qué fuerte y alegre suenan las cornetasRecorren todo el cuartel, cuadra por cuadra, ensorde
ciendo a todos; al acabar el toqué que se alarga un buen
rato,
todo mundo está en pie.
Después se oye por allá adentro que están pasando lista:
—¡Presente
—¡Preesente
—¡Presentéée
Un toque muy conocido sigue después, el único que yo
sabía desde chiquillo con su letra y todo:
A comer, a comer,
sinvergüenzas del cuartel.
A poco rato el sargento de la guardia nos mandó con
un soldado nuestro rancho; en tres botes de hojalata nos
llevaron atole blanco y frijoles; también nos dieron una
pieza de pan.
Mientras la tropa comía su rancho, y obedeciendo segu
ramente a un toque que dio el corneta de la guardia, salie
ron de las cuadras para la calle un cnorro de viejas; segu
ramente se habían quedado allí adentro a pasar la noche
con sus hombres.
A poco rato toda la banda de cornetas y tambores tocó
un aire muy alegre; supe después que aquello era la "Lla
mada de Instrucción". Unos minutos más tarde se oyó él
paso acompasado de mucha gente.
— ¡G uard ia, tropa arm ad a — gritó el centinela de la
puerta.
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Pasa ron po r de lan te de noso t ros muchos so ldados a r
mados ; iban de a cua t ro en cua t ro , un i fo rmados de d r i l
y con chacó de cuero negro con bol i ta de es tambre co lo
rado . La banda iba por de lan te ; a los lados , de t recho en
t recho , los of ic ia les con las espadas desnudas . Iban tocando
las co rne tas y r edob lando lo s t ambores como s i fue ran de
camino . Se perd ió e l ru ido a l lá a lo le jos en e l campo.
Un so ldado de lo s que es taban de guard ia nos r ega ló
unos c igar ros y conversó con nosot ros . Nos confesó de
cabo a rabo y a lgo nos contó de aquel la nueva y ida que
comenzaba pa ra noso t ros .
—Esa t ropa que sa l ió , e r a todo e l ba ta l lón ; e s t a rán
como unas dos ho ras po r a i hac iendo in s t rucc ión ; luego
han de volver con la lengua de fuera. Y esto es todos los
día s ,
a mañana y t a rde . Después aqu í aden t ro no f a l t a que
hacer ; ya lo verán us tedes y todo s iempre se hace en me
dio de golpes y de malas razones . A punta de t rancazos lo
hacen a unos so ldado . Aqu í han ca ído gen te como us tedes ,
agar rados de leva o que han t ra ído de las cárce les porque
ya no lo s aguan taban po r l eb rones o a ses inos y aqu í son
corder i tos mansos . Ni qu ien ch is te en t re las f i las de l e jé r
c i t o :
ma las pa lab ras po r cua lqu ie r cosa , que es lo de me
nos ,
o ch ico tazos , p rocesos y has ta fus i ladas .
"Aqu í se acabó todo lo de a fue ra ; lo s t ena tes se queda
ron a l l í en e l campo . De cabo a r r iba , todos mandan y
¡ q u é m o d o d e m a n d a r ¡ P o b r e s d e u s te d e s q u e a p e n a s v a n
a c o m e n z a r
"A mí me f a l t an dos años pa ra cumpl i r e l t i empo de mi
enganche ; l l evo t r e s años de ca rga r e l máuse r y de aguan
ta r e s ta v ida com o los ho m br es ; ¡b ue no , com o los hom
bres no ; aqu í no hay hombres ; de l a pue r ta de l cua r t e l
pa ra aden t ro se acabaron lo s hombres , todos se rnos bo r re
gos a temor izados de lan te de las c in tas co loradas de las
c lases o de las esp igui l las o de los ga lones de los of ic ia les
o de los. jef es ."
— ¿ Y , d e d ó n d e e s u s t e d , a m i g o ?
— ¿ D e d ó n d e h e d e s e r ? , d e G u a n a j u a t o .
"Gu a n a j u a t o , t i e r r a d e L e ó n ,
donde se fo rma l a Federac ión .
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"Así d ice la canción y es lo c ier to ; de a l lá de mi t ier ra
salemos miles y miles a formar bata l lones y regimientos ;
s i no fuera por e l Baj ío , ¿de dónde sacaban tanta gente?
A us tedes , por acá , s iquiera los cons ignan por malas vo
lun tades o porque deberán a lgo , pero a l l á no ba ta l l an t an
t o ; nomás l l egan pa t ru l las de so ldados y echan rea lada ;
nomás cor tan a un lado como a r ebaños de cabras . "
— ¿ De mo do que es to es d uró ?
—¿D u r o ? , p io r q u e l a cá r ce l m ás m a la . Y a l o v e r án .
Por lo pronto us tedes lo van a pasar muy mal e l pr imer
a ñ o ,
e l s egundo ya se van acos tumbrando ; después , después
es lo mismo.
Volv ió l a t ropa sudorosa , cansada .
Más toques de banda y r e levo de guard ias . Sa l ie ron
escol tas para hacer seguro servic ios a l lá en la c iudad.
Comenzaron a l legar los jefes : e l mayor , e l teniente
coronel , e l coronel ; a todos e l los se les formaba la guardia
y les daban novedades .
A m ed ia m añ an a n o s l l am ar o n .
—¡Esos que l l egaron anoche , a f i l i a r se a l de ta l l
Al lá vamos de t rás de un cabo chapar r i to a t r avesando
los pat ios del cuar te l ; los so ldados que andaban por a l l í ,
nos mi raban y se r e ían .
— ¡ O r a s o m b r e r u d o s ; ¡ o r a g r e ñ u d o s , se a c a b a r o n la s
m ech as d e aq u í p a l r ea l
Se conoce que se sent ían contentos de que l legaran
o t ros desgrac iados a l montón .
En la of ic ina a que nos l levaron, enfrente de un escr i
t o r i o ,
es taba un je fe b igo tó n y en t reca no , m u y un i fo rm ado
de negro y con galones en las mangas . Dos o t res c lases
e s t ab an m an e j an d o p ap e l e s en o t r a s m es as ce r can as . H ab ía
en la pared un re t r a to g rande de don Por f i r io Díaz . Aque l
je fe e ra e l mayor . Se nos quedó mirando de a r r iba aba jo
un buen ra to con sus o j i l los sa l tones como s i nos quis iera
comer con la vis ta.
—Quí tense é l sombrero , t a rugos , ¿no ven que es tán en
una o f ic ina ? ¡So m brero s anch os p ar a e l so l , aq u í le van
a sa l i r a l so l a cuerno l impio .
Nos qu i tamos los sombreros , avergonzados .
— i T ú , ¿c óm o te f lamas?
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—Espiridión Sifuentes, para servir a su merced.
—¿A mí?, de cabo arriba vas a servir a todo el mundo.
¿De dónde eres?
—De San Pedro de las Colonias.
—¿Cuándo naciste?
—No me acuerdo.
—¡Con una tal , ya te refrescaré la memoria.
—No lo sé, señor.
—¿Cuántos años tienes?
—Dieciocho.
Uno de los escribientes estaba apuntando cuanto yo iba
diciendo, los nombres de mis padres, las señas que me en
contraron y la estatura que me midieron.
—Si sabes firmar, pon ahí tu nombre, si no, lo mismo
da.
Después les tocó a los muchachos que iban conmigo;
también los regañó, los puso verdes.
-—Bueno, ya están listos. ¡Sargento
-—Ordene, m i m ay or . .
—Causan alta los tres con esta fecha en la segunda
compañía; rápalos, unifórmalos de reclutas y llévalos al
capitán Sales. Recomiéndale a ese lagunero que parece
medio "levantado.
El sargento nos hizo entrar en otro cuarto lleno de
monturas y de correajes. Allí, en un banquito nos hizo sen
tar a uno por uno y con una máquina nos peló al rape en
un momento.
Nunca me habían pelado a mí tan de prisa y tan de
mala forma. Como siempre había yo usado el pelo largo,
se enredaba en la máquina y me tironeaba.
—Cuánto piojero traerán ustedes en esas greñas; así
siquiera van a andar frescos. Ya están listos los tres de
la cabeza; ahora encuérense.
Teníamos, una poca de vergüenza.
—¡
Encuérense, con una. tizn ad a
Quedamos en pelota.
—Ai tiene cada cual una camisa, unos calzones, hua
raches, un chacó de cuero y una manta dé cajna; ese es el
uniforme de los reclutas hasta que lleguen a ser soldados.
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Cuidado y se pongan o t ras cosas y vayan a es t ropear lo
que l e s en t r ego . Ah í de jen todo lo que t r a in ; s íganme .
— ¿ P u e d a l l e v a r m i m o r r a l y m i c o b i j a ?
—El mor ra l no ; l a cob i j a , bueno , t e de ja ré que l a
l leves, a ver cuánto te va a durar .
-—El m or ra l i to e s un r ec uerd o d e mi p ad re .
— Aq u í s e a c a b a r o n l o s r e c u e r d o s . ¡ Va m o n o s
Atravesamos o t ra vez e l pa t io s igu iendo a l sargento .
Sent ía yo los huaraches broncos y e l chacó me bai laba en
la cabeza . Parec íamos changos los t res , de esos de los c i rcos .
En un ga lerón muy grande es taba la cuadra de la se
gunda compañ ía a que íbamos des t inados . E l cap i t án nos
rec ib ió con ind i ferencia . Era un hombre a l to y de lgado , de
mi rada t r anqu i l a . Me d io l a impres ión de que hab ía de se r
mejo r que e l mayor .
El capi tán nos l levó con el of icial de semana; éste nos
en t r egó a l sa rgen to p r imero de l a compañ ía pa ra que ano
tara nuest ros nombres para la hora de la l i s ta . El sargento
p r imero nos puso en manos de l sa rgen to de semana pa ra
que nos leyera las leyes penales mi l i ta res .
Se sen tó t r anqu i l amen te en un banco , nos pasó en
frente de él y comenzó a leer en un l ibro, hojas y más
h o j a s :
"Comete e l de l i to de insubord inación , e l mi l i ta r o as i
mi lado que con pa labras , ademanes , ges tos o señas , fa l te
a l respeto o su jec ión debidas a un super ior en ca tegor ía o
m an do , que po r te sus in s ign ias , a qu ien conozca - o deba
conocer .
"Cometen e l de l i to de deserc ión los que fa l ta ren durante
tres días consecutivos a las l is tas del día .
"Cometen el del i to de
;
tfMcióni.". . "
"C o m e t e n e l d e l i t o d e p i l l a j e . . .
"Vio lenc ia con t r a l a s pe r sonas .
"Ve in te años de p r i s ión ; pena de muer te ; ve in te años
dé p r i s ión ; pena de muer te , pena de muer te , pena de
m u e r t e . . . "
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El so ldado no t iene más obl igac ión que suf r i r n i más
derecho que a que le den c inco t i ros .
Cuando se cansó de leernos e l sargento , nos l levó con
el cabo de cuar te l ; e l cabo nos l levó con e l so ldado cuar te
l e ro ,
ú l t imo es labón en la cadena de l serv ic io in ter ior ; e l
encargado de cu idar las cosas en la cuadra , de bar rer y
regar aquel lo .
—Aquí t i enen su luga r , compañeros ; cada uno de us te
des t iene derecho a un metro de te r reno . Igual que una se
p u l t u r a : u n m e t r o n o m á s . A i p u e d e n d e j a r su s c o b i j a s ;
f í jense b ien en e l número de las matr ícu las para que no se
les p ie rda n . C ua nd o l leguen a ju n ta r a lgu nos cen tavos po
d rán compra r un pe ta te , po rque e l sue lo s i empre no de ja
de ser fr ío.
Nos sen tamos un momento en e l sue lo ; e s t ábamos en
la mera or i l la de l ga lerón . Por unas ventanas a l tas con
re jas , en t r aba apenas l a luz de l d ía , como s i ya hub ie ra
oscurec ido . Al lá en la puer ta , a l o t ro ex t remo de nosot ros ,
sen tado en u na m esa es tab a e l o fi ci al - de sem an a ; ce rca
de é l , e l sa rgen to ; a med ia cuadra e l cabo jun to a l ban
co de las a rmas y e l cuar te lero por a l l í bar r iendo .
Afuera se o ía l a co rne ta de cuando en cuando y cas i
s i empre de d i f e ren te manera ; ya conocer íamos más de lan
te todos aquel los toques .
En e l pa t io se o ían cubetazos de agua y ru ido de escobas .
E l o f i c i a l de semana l e g r i tó a l cua r t e le ro :
— ¡ T ú , c u a r t e l e r o ; é c h a m e a fu e r a a eso s n u e v o s , q u e
vayan po r ah í a ayudar en a lgo .
Sa l imos escabu l l idos , s in sabe r cómo se t end r ía que ha
cer para pasar por de lan te de l o f ic ia l y de l sargento .
El pa t io es taba l leno de so ldados con chacó y en ca l
zonci l los como nosot ros , a ta reados en echar agua en e l
sue lo , que sacaban de unos ba r r i l e s que t r a í an o t ros desde
un a fuen te , o ba r r i e nd o con ; un as e scoba s l a rgas de r a m as
q u e a r r a s t r a b a n d e u n l a d o a Q t r o .
Apenas nos e s tábamos dando cuen ta dé aque l lo , cuan
d o a l m i sm o t i e m p o r e c i b i m o s l o s t r e s u n b a ñ o h e l a d o .
Nos hab ían aga r rado de so rp resa po r de t r á s lo s so ldados
aguadores y nos hab ían empapado con sus ba ldes de a r r i -
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ba a aba jo . Quedamos hechos una sopa ; lo s chacos se
fueron rodando y una carca jada sa l ió de todas las bocas .
Nos d imos cuen ta de que es tábamos pagando e l nov ic iado ;
qu ién sabe qué más vendr ía después .
Un cabo , con un ch i r r ión en l a mano , nos mandó qué
nos pus ié ramos a aca r r ea r agua de l a fuen te .
Jesús l lenaba e l bar r i l y Eulá l io y yo lo cargábamos,
l levándolo has ta e l cen t ro de l pa t io para a l l í regar lo .
Seguía la broma; a Jesús lo acostaron a la fuerza en
tre el agua de la pi la; a Eulal io y a mí nos volvieron a
bañar cuando l l evábamos e l ba r r i l a l hombro .
Consideré yo que de nada va l ía enojarse y agar ré las
cosas por e l lado bueno; le eché e l o jo a l que me parec ió
más t rav ieso y le sor ra jé un cubetazo de agua por e l pecho .
¡N unc a lo hu bie ra h ec ho , se m e echó encim a e l cabo de l
ch i r r ión y me aga r ró a go lpes s in cons ide rac ión ; en donde
caía el chicote: en la cara, en la cabeza, en la espalda.
Después supe que aque l a qu ien hab ía yo bañado , e r a
también un cabo . Yo no l e v i n in gu na c in ta , an dab a ves
t ido igual que todos; yo no lo conocía .
Cuando se acabó e l aseo de l pa t io , nos de jaron en t rar
a todos en las cuadras ; íbamos los t res con ganas de qui
ta rnos la ropa para expr imir la y secarnos e l cuerpo con
nues t r a s cob i j a s .
Me qu i t é l a ropa y busqué mi cob i j a , aque l l a que t r a í a
de l r ancho , y no l a encon t r é po r n inguna pa r t e ; l e p re
gunté por e l la a l cuar te lero .
—-Oiga , amigo: ¿a dónde fue a dar mi cobi ja co lorada?
— ¿ C u á l c o b i j a ? Aq u í n o h a y n i n g u n a c o b i j a c o l o r a d a ;
tod i tas son p lomas.
—¿Cómo cuá l? La que t r a iba yo de l r ancho ; ya sé que
las ra las que dan aquí son p lomas, pero la mía es co lo
rada y es de pura lana . Aquí la de jé cuando andaba us ted
b a r r i e n d o , ¿ n o s e a c u e r d a p u e s?
— P o r a i e s t a r á ; b ú sq u e l a .
—Ya la busqué . Usted es e l que cu ida aquí ; us ted me
responde de e l la .
— ¿ Y o ? ,
¿pues qué soy su mozo?
8/21/2019 Tropa Vieja
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T R O P A V I E J A 4 3
—Usted la ha de haber escondido. Démela o le va a
pesar .
— A poco es u sted l a lumb re , ¡ ca rbó n
Me t i ró un manazo por la cara y al lá fue a dar por el
sue lo o t ra vez e l chacó de cuero . Le t i ré una guantada
que le alcanzó a una oreja .
Se puso fur ioso y nos agar ramos a go lpes . Los que es
taban por a l l í cerca empezaron a ch i f la r y a gr i ta rnos .
Llegó al instante el cabo de cuar tel hecho una f iera . Nos
di jo un mi l de malas razones y con una vara que agar ró
por a l l í , me zumbó fuer te por la espalda .
—Yo te voy a quitar lo lebrón, hi jo de la ta l . Los te
na tes se quedan a l l á a fue ra ; aqu í nomás lo s míos mandan .
—Pero mi re us ted , señor ; aqu í de jé mi cob i j a co lo rada .
— A qu í no ha y n ing una cob i j a co lo rada . ¡E nréda te en
esa o t ra y vente para acá , para que aprendas , ta l
Me sacó para el pat io a punta de golpes, envuelto en
la cobi ja ra la que me habían dado; me l levó para un r in
cón de l pa t io . Echaba lumbre por los o jos .
— P ar ad o aqu í , ¡ f i rme , has ta qu e yo lo o rden e . S i te
mueves , te va a costar más caro .
Era un cabo , un super io r ; hab ía que aguan ta r todo y
obedece r . Me quedé pa rado donde me lo o rdenó ; sumiso ,
c a í d o , a g o r z o m a d o .
No me quedaba ya nada de lo mío : pr imero los ve in te
rea les en la cárce l de San Pedro ; después e l sombrero , la
ropa y e l m o rr a l ; por ú l t imo la cob i ja . Na da m e qu eda ba
de lo que ten ía - : e l pe lo , e l án imo, la esperanza; todo per
d ido pa ra s i empre . Un chacó de cue ro neg ro con una bo
l i ta co lorada , una camisa y unos ca lzones de manta ; una
cobi ja ra la y unos huaraches . Eso era yo : una p i l t ra fa de
hombre sambu t ido en una cá rce l ; una espec ie de an imal
indefenso y acor ra lado .
A cada r a to sonaba l a co rne ta de l a gua rd ia d ive r sos
toques . Al med iod ía toda l a banda de co rne tas y t ambo
res tocó l lamada y l i s ta .
Me l levó para la cuadra el cabo que me tenía de plan
tón y me formé
:
ju n t o con los que éram os los de la segun
da compañ ía .
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F R A N C I S C O L . U R Q U I Z O
El sa rgen to pasaba l i s t a ; cada uno iba re spondiendo
"p r e se n t e " c ua ndo de c í a n su nom br e .
Después toca ron "pa r t e" y e l sa rgen to fue a da r l a s
novedades a l of ic ia l de semana; e l of ic ia l , a l capi tán de
cuar te l .
A poco ra to , " rancho" . De a dos en dos fu imos pa
sando de lan te de unos pe ro les que echaban humo y que
o l í an sabroso . Cada qu ien apron taba sus t r a s t e s de ho ja
la ta y los rancheros les servían un cucharón de f r i jo les
y ot ro de a tole con chi le ; les daban también una pieza de
pa n y t re s tor t i l las . ~ " '
Mis dos compañeros