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20 GASTRO LITERATURA El vuelo llegó puntual, por fin se cumplían todos los horarios con exactitud desde que la Unión Eu- ropea obligó a España a cumplir la Ley de Puntua- lidad de junio de 2028. Amanda recibió a su amiga Natasia en la terminal del aeropuerto internacional Juan de la Cierva; el abrazo duró el tiempo sufi- ciente para transferirse los sentimientos que du- rante los últimos años sólo habían expresado a través de webcam, a miles de kilómetros. El con- tacto físico les recordó los años de juventud en el internado, cuando sólo se tenían la una a la otra frente al mundo frío y hostil que no comprendía su pasión. Ahora tenían 38 años y sus vidas esta- ban acomodadas a la moralidad de la época; se había ganado en puntualidad, pero se ha perdido la espontaneidad, la sensibilidad y sobre todo el erotismo. Ahora todo era rigurosamente matemá- tico. Se abrazaron de nuevo en el tren lanzadera que les llevaría hasta el corazón de Cartagena en el mismo tiempo que duraba el tema que sonaba: “Maori” de Maga. —Por fin estamos juntas, aunque sea un fin de semana —le dijo Amanda con un beso en la meji- lla. León nos espera en casa. —Sí, ya está bien de tanto encuentro virtual. Anda cuéntame lo de tu marido. —León, ya sabes, es muy bueno pero nada erótico. —Eso ya lo sé. —Siempre que yo quiero está dispuesto, erec- to como un quinceañero, pero soy yo la que tomo la iniciativa, él no tiene pasión. Me gustaría que un día, sin avisar me levantara en peso y me penetra- ra contra la ventana. —¡Uhh! La ventana… exhibicionista, ja, ja, ja. —O que me untara de chocolate y lo lamiera todo… ¡Es tan soso! —Este finde te ayudaré. Dime algo que le ex- cite. En busca del erotismo perdido RAFAEL HORTAL Escritor COLABORACIÓN —La única vez que se salió de la norma fue en un restaurante, hace al menos tres años, me arras- tró al servicio de caballeros, me arrancó las bragas y me folló salvajemente. —¿Qué comió? —He pensado en eso muchas veces, comimos almejas a la Bulhâo Pato, ya sabes con ajo, pere- jil, vino blanco y limón, aunque creo que fue por el perfume. —¿Qué perfume? —Es del perfumista Pedro de Leana, me lo compró cuando estuvimos en el balneario de For - tuna, allí también estaba excitado todo el día. —Será por el agua caliente, los romanos ya es- cribieron sobre sus propiedades. —Gracias, guapa, ¿algo tendré yo que ver, no? —le dijo poniendo una postura sexy. —Sabes que te quiero. Tengo una idea para calentar a León. En el apartamento del décimo piso, a Natasia le encantó ver desde el balcón el puerto a un lado y el flamante anfiteatro romano al otro. Romanos y Cartagineses ensayaban la batalla para las fiestas. —¿Sabes que los romanos comían hambur - guesas? —le dijo a Amanda mientras le acariciaba el pelo. —Sé lo de la salsa esa de pescado, el garum. —Marco Gavio Apicio fue un gastrónomo ro- mano en el siglo I d.C. en su libro De re coquinaria describe lo que hoy conocemos por hamburguesa, ellos la llamaban Isicia Omentata. —Prefiero las almejas de Bulhâo, que era un gastrónomo y poeta. Por ahí debe estar León con su faldita corta y sin ropa interior, me excita saber que lleva el badajo colgando. Si quiere participar en las fiestas, esa es la condición.

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  • 20

    GASTROLITERATURA

    El vuelo llegó puntual, por fin se cumplían todos los horarios con exactitud desde que la Unión Eu-ropea obligó a España a cumplir la Ley de Puntua-lidad de junio de 2028. Amanda recibió a su amiga Natasia en la terminal del aeropuerto internacional Juan de la Cierva; el abrazo duró el tiempo sufi-ciente para transferirse los sentimientos que du-rante los últimos años sólo habían expresado a través de webcam, a miles de kilómetros. El con-tacto físico les recordó los años de juventud en el internado, cuando sólo se tenían la una a la otra frente al mundo frío y hostil que no comprendía su pasión. Ahora tenían 38 años y sus vidas esta-ban acomodadas a la moralidad de la época; se había ganado en puntualidad, pero se ha perdido la espontaneidad, la sensibilidad y sobre todo el erotismo. Ahora todo era rigurosamente matemá-tico. Se abrazaron de nuevo en el tren lanzadera que les llevaría hasta el corazón de Cartagena en el mismo tiempo que duraba el tema que sonaba: “Maori” de Maga.

    —Por fin estamos juntas, aunque sea un fin de semana —le dijo Amanda con un beso en la meji-lla. León nos espera en casa.

    —Sí, ya está bien de tanto encuentro virtual. Anda cuéntame lo de tu marido.

    —León, ya sabes, es muy bueno pero nada erótico.

    —Eso ya lo sé.

    —Siempre que yo quiero está dispuesto, erec-to como un quinceañero, pero soy yo la que tomo la iniciativa, él no tiene pasión. Me gustaría que un día, sin avisar me levantara en peso y me penetra-ra contra la ventana.

    —¡Uhh! La ventana… exhibicionista, ja, ja, ja.

    —O que me untara de chocolate y lo lamiera todo… ¡Es tan soso!

    —Este finde te ayudaré. Dime algo que le ex-cite.

    En busca del erotismo perdido

    Rafael HoRtalEscritor

    C O L A B O R A C I Ó N

    —La única vez que se salió de la norma fue en un restaurante, hace al menos tres años, me arras-tró al servicio de caballeros, me arrancó las bragas y me folló salvajemente.

    —¿Qué comió?

    —He pensado en eso muchas veces, comimos almejas a la Bulhâo Pato, ya sabes con ajo, pere-jil, vino blanco y limón, aunque creo que fue por el perfume.

    —¿Qué perfume?

    —Es del perfumista Pedro de Leana, me lo compró cuando estuvimos en el balneario de For-tuna, allí también estaba excitado todo el día.

    —Será por el agua caliente, los romanos ya es-cribieron sobre sus propiedades.

    —Gracias, guapa, ¿algo tendré yo que ver, no? —le dijo poniendo una postura sexy.

    —Sabes que te quiero. Tengo una idea para calentar a León.

    En el apartamento del décimo piso, a Natasia le encantó ver desde el balcón el puerto a un lado y el flamante anfiteatro romano al otro. Romanos y Cartagineses ensayaban la batalla para las fiestas.

    —¿Sabes que los romanos comían hambur-guesas? —le dijo a Amanda mientras le acariciaba el pelo.

    —Sé lo de la salsa esa de pescado, el garum.

    —Marco Gavio Apicio fue un gastrónomo ro-mano en el siglo I d.C. en su libro De re coquinaria describe lo que hoy conocemos por hamburguesa, ellos la llamaban Isicia Omentata.

    —Prefiero las almejas de Bulhâo, que era un gastrónomo y poeta. Por ahí debe estar León con su faldita corta y sin ropa interior, me excita saber que lleva el badajo colgando. Si quiere participar en las fiestas, esa es la condición.

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    —Tú sí que eres erótica, ¿llevas bragas? Ven aquí.

    Natasia comenzó a desnudarla mientras la besaba en el cuello. Se acariciaron desnudas mientras mi-raban cómo luchaban las tropas y legiones ajenas a lo que sucedía en el décimo piso. Se besaron en la boca lentamente, recordando los sabores de la juventud, sentían la cálida brisa de Levante bor-dear sus cuerpos pegados, hasta que el silencio las devolvió a la realidad, la batalla había termi-nado.

    —León está al llegar. Vamos dentro.

    Se vistieron y echaron una gotas de perfume “Agua fresca de Formentera” de Pedro de Leana.

    —Me recuerda a la brisa de la playa, sigo con el subidón, cariño.

    La puerta se abrió y apareció León como un fiero guerrero derrotado tras la batalla, saludó a Natasia efusivamente.

    —Me alegro de que estés aquí, Amanda no pa-raba de mencionarte y contarme cosas de ti.

    —Y tú también estás contento de verla, ¿no? —le dijo Amanda metiendo la mano bajo la falda de pieles—. Ya noto que sí, reconoce que te gusta sentir fresquito. Sentaos, vamos a tomar un aperi-tivo mientras escuchamos a Nunatak. Ya te hablé de sus campañas ecologistas para salvar el Mar Menor.

    —Sí, ya sé que son de la tierra, además, me gustan sus canciones.

    Amanda sirvió unos canapés de trufa y boletus. La conversación comenzó sobre las fiestas de Car-tagena, la diosa Astarté, su incontinencia sexual y cómo se la representa desnuda con un cinturón.

    Natasia dejó caer el tenedor al suelo para mirar bajo la falda de León, su semi erección le indicó que era el momento de ejecutar su plan.

    C O L A B O R A C I Ó N

    "En ojos cerrados no entran moscas"

    acrílico sobre lienzo 92x65 cm

    —Yo quiero participar en vuestras fiestas, lo haré de diosa Astarté.

    Se desnudó dejando sólo el cinturón de su panta-lón vaquero ceñido a la cintura. Le echó más perfu-me a Amanda y la arrastró a la habitación mientras le indicaba a León que las siguiera.

    —Cariño, no te quites el traje, sabes que me pone mucho verte con las botas y esa faldita tan guerrera —le recordó Amanda.

    León libró otra batalla más placentera, además esta vez sí ganaría. Las dos panteras en celo se revolcaban sobre la cama y León cumplió como un poseso al ritmo de la música, tarareando la can-ción que sonaba: “El futuro nos regala otra oportu-nidad, llévame hasta el final”.