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Lanzas y LetrasLas historias

Pablo Solana

Epílogo:Manuela Arango Restrepo, Juliana Marín Rodríguez,

Juan Felipe Duque Agudelo

Noviembre de 2019

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Lanzas y Letras. Las historiasPablo Solana

124 p., 16 x 23 cm.ISBN: 978-958-48-7823-6

Noviembre de 2019

Ilustración de portada: Julián Alexander Yela Pantoja | [email protected]

julianyela.wixsite.com/portafolio

Diagramación, corrección y coordinación de edición: Equipo Lanzas y Letras - La Fogata Editorial

Revista Lanzas y LetrasISSN 1900-1932

Fundada en el mes de noviembre de 1994

Equipo Editor 2019Martha Lucía Castellanos | Juliana Marín Rodríguez | Pablo Solana

Juan Felipe Duque Agudelo | Manuela Arango Restrepo

Agradecimientos de esta ediciónEn Guatemala: A Antonio Tono Móbil, Mirna Paiz, Pablo Monsanto, Susana Soto, Cristóbal Pacheco, Raúl Figueroa Sarti y, por extensión hasta Costa Rica, a Rafael Cuevas Molina, quien nos habló de él; a Anabella Aranda.En Huila: A Martha Lucía Castellanos, Violeta del Mar, María Cristina Repiso, William Cuéllar, María Cristina Espinosa, William Hernando

Calderón, doña Doris, Amparito Andrade, Aldemar Macías, Fernando Charry, Kelly Johana Castellanos y Karla Castro.

También: A Olga Araujo, Carmen Carvajal, Julián Ávila, Carlos González, Jafeth Gómez, Leticia Pareja, Laura Penagos, Verónica Agudelo, Sebastián Ruiz, Sergio Segura, Laura Martínez, Sebastián Quiroga y Pilar Lizcano.

La Fogata Editorial www.lafogataeditorial.com

[email protected]

Lanzas y [email protected]

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Índice

Palabras Previas ............................................................................ 9

introducción .............................................................................151992. Cárcel de Rivera, Huila 1958. Universidad de San Carlos, Guatemala El lenguaje del alma al sol

Primera Parte. Centroamérica. Poetas que subvierten la historia, ganan premios y se van a la guerrilla ............... 23Centroamérica �������������������������������������������������������������������������� 25Cuna del maíz y la rebelión Historias prohibidas Aquino y Morazán Siglo de épica revolucionaria (y poética) Los tiempos de Otto y Roque ��������������������������������������������������� 37Tiempos de transición Perseguidos por poetas Primeros pasos Tiempos de rebelión Va creciendo la nueva resistencia Las andanzas de Otto y Roque Generación “comprometida”: quiebres literarios y políticosComunistas Bretch en la guerrilla Flor, abeja, lágrima, pan, tormenta Lanzas y Letras (I) �������������������������������������������������������������������� 57Tras las huellas Primavera en medio de la eterna tiranía

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Contra el régimen, desde la Universidad Antecedentes: El Estudiante El origen, la licorería Contexto, contenido Otto, 1958 Episodio Dalton Desenlaces y proyecciones

segunda Parte. Colombia. Pensamiento crítico en medio del conflicto ........................ 75Colombia ������������������������������������������������������������������������������������ 77Huila El movimiento universitario ¡A Luchar! Una idea empecinada �������������������������������������������������������������� 85Uverney La cárcel Letras, docencia, militancia Lanzas y Letras (II) ������������������������������������������������������������������� 93Tras las huellas Antecedentes: Solidaridad (1979-1991) Inspiración originaria Cuando los visité por primera vez en el HuilaAño 1 – N° 1 25 años de letrasMás allá del Huila Lanzas sin fronteras

ePÍlogo. Estudiantes, pensamiento crítico y compromiso político ........................................................ 110

anexo ������������������������������������������������������������������������������������������ 119

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Jafeth Gómez (Patia, 1954) es artista oriundo del departamento del Cauca, Colombia. Coordinador del Colectivo Cultural Wipala de acompañamiento a procesos artísticos comunitarios (www.jafeth.com.co).

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Palabras Previas

Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina,

no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia

colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece, así, como propiedad privada cuyos dueños son los

dueños de todas las otras cosas. Rodolfo Walsh1

En Colombia, desde siempre, las oligarquías han combatido a nuestros pueblos para apropiarse de las riquezas de estas tierras, para someterlos, pero también para quebrar la experiencia colecti-va, borrar identidades, anular memorias.

No lo han logrado: persisten resistencias desde abajo; mitos, le-yendas e historias se transmiten de generación en generación. Aun así, debemos reconocer que la guerra provocó, dentro de las innume-rables tragedias, serias dificultades para mantener viva la memoria. (Hablamos de la guerra pasada y la presente, esta que los dueños de todo siguen librando contra los pueblos, haya o no guerrillas).

Es cierto que hay publicaciones, libros, algún documental, pero los registros son insuficientes si los comparamos con la multipli-cidad de luchas y proyectos que nuestros pueblos han promovido desde tiempos remotos. A la vez, esas memorias son fragmentadas: se pierden partes, hay pasajes que no están, capítulos de heroísmos, repliegues o simplemente permanencias que merecen ser contadas.

Los procesos culturales, las experiencias comunicacionales, quedaron relegadas ante los relatos más urgentes, y poco sabemos de ellas. ¿Dónde podemos consultar las producciones artísticas

1. Rodolfo Walsh fue un escritor y periodista argentino. Batalló por la verdad y la memoria desde su oficio y su participación en las organizaciones revolucionarias de los años 60 y 70 del siglo pasado. La última dictadura de su país lo abatió y desapareció su cuerpo, pero sus escritos se reeditan cada vez con más frecuencia. La que abre esta página es una de sus reflexiones más citadas, publicada originalmente en el periódico obrero antidictatorial CGT en 1968.

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Palabras Previas

radicales del colectivo Taller 4 Rojo, de prolífica actividad en las décadas de 1960 y 1970? ¿Dónde puede rastrearse la memoria de las escuelas de teatro, música y danza para los hijos de las y los trabajadores creadas por aquellos mismos años como parte del im-pulso del nuevo movimiento sindical independiente? Es cierto que la revista Alternativa, a instancia de las plumas reconocidas que le dieron vida (Gabo, para no abundar), mantuvo su reconocimiento inicial, pero, ¿dónde consultar la revista Solidaridad, vinculada a las comunidades eclesiales de base, que en esta historia se men-ciona como fuente inspiradora de la Lanzas nacida en el Huila? ¿Dónde se pueden conocer los ejemplares del periódico ¡A Luchar!? Más disperso aún es el panorama de las producciones culturales de base que tuvieron existencia efímera e incapacidad para mante-ner su legado en soporte digital: decenas de publicaciones vincu-ladas a organizaciones de izquierda, al movimiento estudiantil, o incluso a las insurgencias, son hoy inhallables.

Lanzas y Letras se inscribe en la tradición camilista. Camilo Torres, antes que cura guerrillero, fue un intelectual, agitador polí-tico, docente universitario y editor de un periódico; sin embargo, la identidad cultural que lo honra ha tenido dificultades por mante-ner registros sistematizados de su devenir histórico. Comparativa-mente con otras tradiciones políticas en Colombia y América Lati-na, son pocos los libros, autores, antologías y archivos que faciliten la documentación de esta vertiente ideológica que, aun a pesar de esta dificultad, supo trascender fronteras.

El accionar de las guerrillas resultó siempre una excusa para que las clases dominantes generaran miedo y persecución sobre las culturas de izquierdas en Colombia. La vigencia de la guerri-lla identificada con las ideas de Camilo, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), sigue habilitando en la actualidad la censura —o autocensura preventiva— cuando se trata de echar luz sobre las producciones concretas de esta corriente que tan legítimo arraigo supo generar en los sectores populares de Colombia. Lanzas y Le-tras es parte de esa cultura camilista, del movimiento de masas, de los proyectos que surgen y se desarrollan en el seno del pueblo, y su legado merece ser reivindicado, sin medias tintas. Eso nos proponemos. Los riesgos de asumir una clara identidad de izquier-das en un país donde se persiguen las ideas y las militancias, solo realzan el desafío.

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Pero las dificultades no son exclusivamente colombianas. En América Latina los procesos de recuperación de la memoria son desiguales. El movimiento popular en México o Argentina, por caso, cuenta con un nivel de sistematización de las experiencias históricas que contrasta con la dificultad que se afronta en la mayoría de los países de la región. Guatemala tal vez sea uno de los países donde se afrontan mayores dificultades. Allí nos dimos cuenta que una revista que contó con plumas como las de Otto René Castillo, Roque Dalton, Luis Cardoza y Aragón o Augusto Monterroso, era prácticamente desconocida incluso para quienes estudian comunicación y militan en la misma universidad donde aquella experiencia se gestó.

El desafío, entonces, se nos brindó doble: recuperar la memoria de la experiencia de Lanzas aquí, y allá. Fuimos tras las huellas perdidas de los ancestros de nuestro proyecto, a buscar en Cen-troamérica las ediciones originales de aquella otra revista de igual nombre que impulsaron los poetas y que sirvió de referencia al fundador de esta Lanzas: a las raíces de esta historia.

Cómo no aprovechar la ocasión para sumergirnos en los tiem-pos de Roque y Otto, recrear las conspiraciones en la Universidad de San Carlos, el protagonismo y la desfachatez de los y las jó-venes que conforman una mezcla explosiva cuando se proponen proyectos audaces, improbables, pero realizables como sucedió con aquellos estudiantes-poetas en la ciudad de Guatemala o con quienes ejercían el liderazgo estudiantil en la USCO, la querida Universidad Surcolombiana de Martha Lucía y Uverney. Cómo no hurgar, de paso, en los vericuetos de la clandestinidad, la lucha armada, las persecuciones y la cárcel que debieron pagar quienes se comprometieron con lo justo; cómo no aprovechar la coinciden-cia homónima para recuperar la historia larga de nuestras letras. Ser parte, construir una reivindicación que nos permita sentirnos “tan patriotas de Latinoamérica como los que más”, parafraseando al Che, otro protagonista frecuente de las páginas que nos ocupan.

* * *

La revista que nació en el Huila hace un cuarto de siglo estuvo a punto de caer, también, en el pozo del olvido. Cuando, tras la muerte de Uverney, resolvimos reorganizar el equipo de trabajo y convocar a compañeros y compañeras más jóvenes, sabíamos que

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Palabras Previas

debíamos sortear un gran obstáculo: el formato “revista impresa”, en la actualidad, está prácticamente en desuso, o reservado a los grandes multimedios donde las ediciones en papel son canal de publicidad y complemento de estrategias integrales de difusión. Para un colectivo popular, económicamente autogestivo, imprimir suele estar por encima de los costos que se pueden paliar con la venta de una publicación de mano en mano. Aun así, resolvimos continuar, atendiendo a las posibilidades tecnológicas actuales: hoy Lanzas tiene su buena presencia en redes sociales y su portal web es sitio de consulta para quien busca lecturas desde el pensa-miento crítico. Pero seguimos imprimiendo en papel.

En la testarudez con que reafirmamos la intención de seguir haciendo una revista física —material, tangible—, para el mano a mano, pesó la historia: por las páginas de las distintas ediciones de Lanzas transcurre parte del acervo cultural, las búsquedas y reflexiones de la izquierda y el movimiento social en Colombia. Nos gusta la idea de que eso siga siendo así, que nuestra producción no se pierda en la marea web que hoy está, pero mañana no sabemos (quién asegura que no ocurra un apagón universal o “los dueños de todas las cosas” arremetan con un arancelamiento brutal para barrer con cualquier atisbo de igualdad en el acceso a la tecnología y a la información).

Hay, sin embargo, algo que excede la razón en nuestro empe-cinamiento. Cierta magia que no osaríamos pretender explicar. La mística que implica hacer una revista con esta historia se respira en el aire cada vez que parimos un nuevo número. El recuerdo de las anécdotas del origen, los fantasmas de los poetas, las hazañas militantes, no solo de esta sino de la Lanzas de Guatemala 70 años atrás, alimentan el misterio.

No vamos a develar el enigma, pero sí podemos compartir la historia: de eso se trata este libro. Esta historia es parte de las tan-tas que hay que rescatar.

Hay mucha más producción cultural por parte de los pueblos, los estudiantes y la intelectualidad popular en Colombia y en Nues-tra América de la que se cree y se conoce. Confiamos en que esta recuperación histórica aliente otras búsquedas y, sobre todo, nue-vas proyecciones. Como todo homenaje a quienes nos marcaron un camino pretendemos que este trabajo sea, a la vez, un legado para los y las que seguirán.

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¿O acaso las nuevas generaciones de estudiantes no tendrán siempre, en cualquier rincón de América Latina, la necesidad de afilar sus Lanzas y aguzar sus letras?

¿Acaso, en la historia larga de nuestros pueblos, no resurgió cada vez lo que parecía olvidado, cosa del pasado?

¿No es ahora más urgente que nunca, ante el panorama de-solador que se abre en Nuestra América, agitar el pensamiento crítico y convocar a la poesía (perdóname por haberte ayudado a comprender/ que no estás hecha solo de palabras2), es decir, a la resistencia?

Lanzas y Letras es un nombre hermoso que condensa lirismo, compromiso, historia. Resurgió una vez y aquí anda, por cumplir su nuevo cuarto de siglo. Podría incluso refundarse una, dos, cien veces más. O no. Tal vez sean otros los nombres que identifiquen a los nuevos proyectos. Otros los formatos.

Más allá de eso hay un compromiso de continuidad que se ha vuelto para nosotros y nosotras, como dijo el poeta, una con-ducta moral.

—Llevamos ya 70 años en que las escuelas públicas, los pe-riódicos del sistema, los medios de comunicación, nos dicen “hay que ver para adelante, el pasado quedó atrás y no sirve para nada volver atrás” —nos cuenta, con amargura, Antonio Tono Móbil, el director de la primera Lanzas, en su despacho, cuando le pregun-tamos por qué se sabe tan poco de la mítica revista en Guatemala.

“Nuestra primera tarea es combatir con todas nuestras fuerzas el olvido, y para hacerlo tenemos la memoria” escribió alguna vez Uverney, aceptando el reto. Los fundadores de ambas revistas no se conocieron, pero sus diálogos son tan probables, tan certeros, que resulta imposible no escuchar.

Con ustedes, la historia de aquellas lanzas y estas letras, que vienen de lejos y apuntan al futuro.

2. “Arte poética 1974”. Roque Dalton.

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introducción El lenguaje del alma al sol

Un día, los intelectuales

apolíticos de mi país

serán interrogados por el hombre

sencillo de nuestro pueblo. Se les preguntará,

sobre lo que hicieroncuando

la patria se apagaba lentamente,

como una hoguera dulce, pequeña y sola.

Otto René Castillo

1992. Cárcel de Rivera, Huila, ColombiaSecreto de preso: Uverney nunca reveló el nombre de la persona que le llevó a la cárcel el libro que cambiaría su vida. Martha Lucía piensa que fue alguno de los profesores que lo visitaba. Resulta probable: en el entorno estaba la preocupación de que Uver pudie-ra, aun en prisión, avanzar con sus estudios. El libro lleva sellos de la biblioteca de la Universidad Surcolombiana. Allí, los registros de ese año ya no están. De los visitantes conocidos —que no son pocos— ninguno acepta haber sido. Nos queda la curiosidad: ¿Por qué una antología poética de Otto René Castillo y no, por decir, de Neruda o Ernesto Cardenal?

Tal vez por el título del libro: Informe de una injusticia. Uverney, preso por el ejercicio de su liderazgo estudiantil, bien podía verse re-flejado. Seguramente por el género literario: la poesía lo apasionaba, pero hasta entonces no sabía de Otto René. Quizás la persona que

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IntroduccIón

eligió ese libro para llevarle intuyera que, además de la calidad litera-ria y de la verba encendida del poeta, las ideas que Roque Dalton ex-presaba en el prólogo serían fundamentales para el joven estudiante de Lingüística y Literatura que pasaba sus peores días tras las rejas. De hecho, para Uverney, el texto introductorio del salvadoreño resultó tan potente como la obra misma que prologaba.

Ese libro le provocó un amor a primera vista. Sumado al que sentía por Martha Lucía, ambos enamoramientos darían sus fru-tos. “En la cárcel concebí mis dos sueños más queridos: Lanzas y Letras y Violeta del Mar”, solía decir. Es que, durante las visitas íntimas, su compañera quedó embarazada. “Al principio él quería que fuera varón, para ponerle Otto René, pero yo dije: será Violeta”, recuerda Martha Lucía. Los días de cárcel de Uverney fueron muy productivos, pese a todo.

* * *

En 1992, Uverney era representante estudiantil al Consejo Superior Universitario y, como tal, uno de los promotores de las protestas con-tra el desfinanciamiento de la Educación. Por ese motivo lo detuvie-ron. Durante una movilización que terminó en tropel la policía, que ya sabía de su liderazgo, lo señaló como organizador de los enfrenta-mientos y agregó en el informe presentado a la Fiscalía que, además, habría hecho disparos con un arma de fuego. Con el tiempo, durante el juicio, se demostró que la acusación era falsa, pero la doctrina con-trainsurgente indicaba que todo activista debía ser considerado gue-rrillero o afín a la guerrilla: fue procesado con el cargo de terrorismo. Ya por entonces en Colombia ser líder social era un delito.

Mientras pasaba los días en la celda en el Huila, estudió aquel libro de Otto René Castillo y se concentró en las palabras de Roque Dalton que lo prologaba. Allí el salvadoreño mencionaba la partici-pación de Otto en una revista llamada Lanzas y Letras.

—Mira, he soñado, te quiero contar —le dijo Uverney a Mar-tha Lucía aquel sábado por la mañana, durante la visita que ella realizaba como integrante del Comité de Presos Políticos. —Quiero escribir, quiero hacer una revista, te prometo que voy a hacerla apenas salga de acá.

—Está bien, Uver, sí… pero antes que nada debes terminar los estudios, retomar la Universidad —respondió ella, preocupada por la posibilidad de que la cárcel le hiciera perder la carrera.

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Entonces él le habló del libro que estaba leyendo, y de aquel joven guatemalteco, poeta, perseguido, que se había comprome-tido hasta el final.

—No sabes las cosas tan verracas que dice Roque Dalton de él— le dijo a Martha Lucía.

Siguió contándole, verborrágico, apasionado, que Otto René ha-bía hecho una revista muy importante para la difusión de la cul-tura y las ideas revolucionarias en su país, que eso mismo era lo que hacía falta en Colombia, y que eso quería hacer él; que a aquel joven poeta finalmente lo habían capturado cuando estaba en la guerrilla, y que había sido torturado hasta la muerte, y que era un revolucionario. Poeta y revolucionario, repitió.

Martha Lucía, que conocía a Uverney lo suficiente, supo lo que debía esperar de esa pasión:

—Ay mi Dios, ya me olfateo esto, nada va a detenerlo.

* * *

Veintidós años pasaron desde que Uverney salió de la cárcel hasta que un cáncer corroyó su cuerpo y lo dejó sin vida, en noviembre de 2015. Durante todo ese tiempo solo supo de la mítica revista gua-temalteca lo que Dalton explica en las primeras páginas de aquel libro revelador. Aunque buscó artículos y consultó otras fuentes, todo lo que se sabía o decía de la Lanzas primera eran refritos de aquellas palabras del salvadoreño.

La primera poesía que se publicó en la Lanzas colombiana es de Gioconda Belli, una joven poeta aún poco conocida en los tem-pranos años 90. Martha Lucía había viajado a Nicaragua para ser parte de la brigada solidaria del café, en apoyo a la revolución san-dinista, y había traído la novedad. Bajo el título “Obligaciones del poeta”, Gioconda versa:

Que nunca te dé por sentirteintelectual privilegiado cabeza de libro serrucho de conversacionesmustio pensador adolorido. (…) Ahora en el fondo de la tierraemana electricidad para cargar tu cantose desparraman los poemas en las caras sudorosas,en las ávidas manos sosteniendo cartillas y lápices;ahora no tienen más que cantar lo que te rodea,al suave diapasón de las ardientes vocesde la multitud.

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IntroduccIón

1958. Universidad de San Carlos, GuatemalaSabían que estaban cumpliendo con el deber histórico de reim-pulsar la resistencia a la dictadura. Lanzas y Letras nace en la Guatemala de finales de los 50 con esa fuerza mística, con cier-to sentido de predestinación. Conscientes de la necesidad de su existencia, aquel puñado de estudiantes pasó horas a la par de los operarios de la imprenta, aprendiendo a montar los lingotes hirvientes salidos del linotipo en cajas de madera para componer cada página. Con la complicidad de los trabajadores, la revista se imprimía durante las noches: de esa forma, sin ocupar los turnos diurnos, abarataban costos.

El golpe contra el presidente nacionalista Jacobo Árbenz, en 1954, había cerrado una década de primavera democrática, tal vez la única en la historia de Guatemala hasta nuestros días. En ese momento muchos partieron al exilio. Atentos a la situación cam-biante en el país, en seguida se volcaron a planificar la vuelta.

Para 1958 José Antonio Tono Móbil y Roberto Díaz Castillo habían logrado regresar de Chile. Ambos habían sido dirigen-tes de la Asociación de Estudiantes Universitarios hasta que se habían visto forzados a salir del país tras el golpe del 54. A su regreso se pusieron al hombro el desafío de gestar una publi-cación que fuera trinchera para la cultura de la resistencia. En seguida se les unió Otto René Castillo, de regreso de El Salvador. Su estadía forzada en el país hermano había resultado fructífe-ra: a sus maduros 24 años ya había ganado dos veces el Torneo Centroamericano de Poesía, la segunda vez conjuntamente con su amigo, un año menor que él, Roque Dalton.

—Miren aquí, en este capítulo de El Quijote: “dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas” … Armas, com-bate; letras, orientación cultural. “Armas y Letras”, ya tenemos nombre —propuso Antonio Fernández Izaguirre, Tonfer, otro de los integrantes del equipo promotor de la revista; había estado exiliado en la Cuba pre-revolucionaria y la combatividad le emanaba por los poros.

—Nos van a clausurar antes de salir de imprenta —respondió Tono, más reflexivo. —En este país cualquier mención a las armas, por más literaria que sea, alcanza para ponerlo a uno frente a ellas. Debemos ser más sutiles… ¡Lanzas! Lanzas y Letras es menos di-recto y mantiene el mismo espíritu —concluyó.

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No les costó ponerse de acuerdo. El nombre consensuado se ade-cuaba mejor a la idea de que el mensuario, una vez dados sus pri-meros pasos firmes, excediera el ámbito exclusivo de la Universidad.

Y así resultó. Pasaron por sus páginas fundamentales referen-tes de la política, las letras y la cultura. Roque Dalton no pudo ser parte directa del proyecto, aunque estuvo en contacto con los guatemaltecos desde un principio. Al año de haber salido la revista pudieron conocerse.

En 1959, Ricardo Rosales, en nombre de Lanzas y Letras, es-tuvo de visita en la casa del poeta, en San Salvador. De allí surgió la idea de retribuir la invitación y organizar un nuevo encuentro, esta vez en la Universidad de San Carlos. La iniciativa se malogró en marzo de 1960, cuando el salvadoreño fue detenido en el aero-puerto La Aurora de Guatemala y expulsado del país. Había sido invitado a un festival de Arte y Cultura, pero el gobierno de Ydígo-ras le impidió la entrada. (Una anécdota prácticamente desconoci-da otorga a Lanzas y Letras un rol fundamental en la preservación de unos poemas inéditos de Roque Dalton, que corrieron riesgo de perderse a manos de la policía; esa y otras historias reconstruimos en las páginas que siguen).

La valoración que tuvo Roque de la revista quedó plasmada en el texto titulado “Otto René Castillo, su ejemplo y nuestra respon-sabilidad”, que se publicó como prólogo de la antología del poe-ta guatemalteco que medio siglo después llegaría a las manos de Uverney en la cárcel del Huila, en Colombia.

Tras el prólogo, los poemas de Otto René. “Patria, mi amor”, inicia la antología.

Seasiempre mi amortu compañía.Quenunca falte mi amoren tus cimientos.Álzatefirme sobreél,patria,con tus descalzos pies,llenos de lodo y de caminos!

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IntroduccIón

El lenguaje del alma al solUverney no conoció los ejemplares de la revista guatemalteca, aun-que sí estudió la obra de Dalton y Castillo. Lo sedujo la amalgama de poesía e ideas revolucionarias de aquella Generación Compro-metida, como se dio en llamar a la camada de poetas e intelectua-les que desde El Salvador rompieron con la tradición centroame-ricana de las letras, buscando hacer carne la sentencia de Miguel Ángel Asturias: “el poeta es una conducta moral”. Uverney volvería sobre aquella frase reiteradas veces, no solo cuando escribió sobre Roque Dalton y Otto René Castillo, también en distintos artículos sobre literatura y política.

Para Uverney la apelación a la conducta moral no se limitaba al poeta: los intelectuales, los militantes por el cambio social y toda persona de bien debían expresar en su vida una conducta moral. Esa idea, que veía reflejada en Dalton y Otto René, fue una referen-cia ideológica que inmediatamente emparentó con otras dos figu-ras por fuera de las letras: Camilo Torres y el Che. Conducta mo-ral era, también, el amor eficaz que había predicado el sacerdote vuelto guerrillero, o la sentencia guevarista que invitaba a “sentir cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo, como propia”.

Si en Colombia no habíamos conocido de primera mano la re-vista de los jóvenes poetas y literatos combativos de Guatemala, allá, en cambio, sí hubo entre los sobrevivientes de aquella historia quien se enteró del impensado eco colombiano. Tono Móbil, impul-sor junto a Otto René y los demás de la Lanzas original, descubrió la edición colombiana en 2012: “En el recuadro de la computado-ra aparece, ante mi asombro, un nombre sorprendente: Lanzas y Letras; no puedo creerlo, pero está allí, nítido, brillante. ¿Será que germinó la semilla? (…) El asombro inicial se transforma en alegría cuando recuerdo que hace más de 50 años, bajo la sombra de una dictadura, allá por los años cincuenta del siglo pasado, un grupo de estudiantes jóvenes fundamos en Guatemala una revista men-sual con el mismo nombre”.

Sin embargo, Tono debió esperar algunos años más para tener en sus manos, sopesar, saborear el papel de la revista que, 25 años después de su número 1 en el Huila, aún sigue circulando por uni-versidades, centros sociales de Colombia y más allá.

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“No me hables de usted, tuteémonos como viejos amigos que so-mos, ya tenemos más de 15 minutos de estar conversando”, nos intimó, en la ciudad de Guatemala, Tono Móbil, el director de la mítica Lanzas de finales de los años 50. Ágil para romper el hielo, a sus 88 años, el hombre mantiene una chispa envidiable. Se le nota la impronta de aquellos años de rebeldía estudiantil, la latencia de aquellas aventuras, los aprendizajes de una bohemia que se curtió a la fuerza, sorteando represiones y crímenes de Estado. Además de contarnos sobre los vínculos que mantiene con las y los jóve-nes que en la actualidad conducen la Asociación Estudiantil, Tono puso sobre la mesa el tesoro más preciado: la colección completa de la Lanzas original.

Así fue como logramos integrar, ahora sí, ambas historias. Gua-temala y Colombia. La Universidad de San Carlos y la Surcolombia-na. Otto René Castillo y Uverney. Los estudiantes, el pensamiento crítico, la poesía, las ansias de justicia y revolución social, allá y acá.

Intuimos que del cruce saldrán chispas. Y saldrá futuro.Este libro es un homenaje a quienes forjaron estas histo-

rias, pero, sobre todo, una invitación a lo que vendrá, a quienes sigan de ahora en más. Urgen nuevas batallas por la justicia y la belleza. Se trata de una lucha que, al igual que el amor, (otra vez Uverney):

(…) no conocede cansancios ni de cédulas caducas ni de tratados eruditosni de diamantinos arosni de modernos carruajesni mucho menos de rostros mancillados por la vanidad.Tan solo conoce el lenguajedel alma al sol3

3. Poema sin título. Uverney Quimbayo. Publicado por primera vez en Lanzas y Letras N° 32, mayo 2017.

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Primera Parte Centroamérica

Poetas que subvierten la historia, ganan premios

y se van a la guerrilla

Los poetas Otto René Castillo y Roque Dalton, integrante y colaborador, respectivamente, de la revista Lanzas y Letras de la Universidad de San Carlos, Guatemala.

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Arriba: Los estudiantes de 1958 en la Univer-

sidad de San Carlos; el segundo desde la

izquierda es José Luis Balcárcel. Abajo: Rober-to Díaz Castillo y Anto-

nio Móbil, circa 2010. Todos ellos fundadores

de Lanzas. La portada es de una de las edi-

ciones de la revista de aquellos años.

[Archivo personal de Antonio Móbil]

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Centroamérica

Cuna del maíz y la rebeliónRaíces indígenas, centroamericanismo, reivindicación de la resis-tencia y la rebelión. Las opciones ideológicas, políticas e identita-rias que signaron la obra de Dalton y Castillo son, de algún modo, las de toda una generación: en ese caldo de cultivo se desarrolló la experiencia de la Lanzas y Letras guatemalteca.

El contexto de estas historias es, siempre, internacionalista. Valga decir que Roque Dalton estudió en Chile, recorrió la Unión Soviética, residió en Cuba y Checoslovaquia y, forzado por el exilio, paseó su vida y su irreverencia por México, Francia, China, Corea del Norte y Vietnam. Otto René, por su parte, cumplió su primer exilio en El Salvador, estudió en la República Democrática de Ale-mania y aprovechó su segunda expulsión del país para recorrer Argelia, Austria, Hungría, Chipre y Cuba. Entre los fundadores de la Lanzas guatemalteca, Tono Móbil y Roberto Díaz Castillo regre-saban de Chile cuando iniciaron el proyecto y Antonio Fernández Izaguirre, de Cuba. Otros, de México y Uruguay. No había quien no trajera de sus viajes o su exilio formación, experiencia y sentido de pertenencia más allá del terruño propio.

Es cierto que la primera Lanzas se explica en el contexto con-creto de la Guatemala de entonces. Sin embargo, por contenido y convicción, el proyecto marca una clara identidad latinoamericana y voluntad internacionalista.

En el prólogo de libro antológico de Otto René Castillo, Informe de una injusticia, Roque Dalton parte de analizar “las condiciones actuales de la lucha revolucionaria centroamericana” y no de Gua-temala o El Salvador por separado: “Los centroamericanos comen-zamos a ver hacia adentro de nuestra realidad común, nuestra historia”, afirma. La apelación, por último, es a los “hombres de cultura de Centroamérica para hacerse cargo de sus duras respon-sabilidades históricas”, es decir, escoger entre “el camino duro y limpio de la revolución y el camino para muchos tentador que, en último término, lleva a la traición y al empocilgamiento”. Para ce-rrar el círculo trans-fronterizo, el libro del poeta guatemalteco que

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su amigo salvadoreño está prologando verá la luz impreso en Costa Rica por medio de la Editorial Universitaria Centroamericana, un organismo cultural de las Universidades Nacionales Autónomas de Nicaragua, Honduras, Costa Rica, Guatemala y El Salvador.

En el caso de Dalton, además, entre sus ensayos políticos se encuentran escritos como “El aparato imperialista en Centroamé-rica” y “El Salvador en la revolución centroamericana”.

Tanto para Roque como para Otto René la identidad supra-na-cional que reconocían debía, además, recuperar sus raíces origi-narias. Esta apuesta es, en un principio, intuitiva, cultural, previa a sus militancias políticas. En 1955, mientras Roque cumplía 20 años y Otto René 21, presentan un poemario conjunto, Dos puños por la tierra, en el que Dalton hace en su poema una reivindicación combativa de la figura de Anastasio Aquino y Castillo, en el suyo, hace lo propio con Atanasio Tzue, ambos líderes indígenas protago-nistas de sendas rebeliones contra el invasor. A partir de entonces la recuperación de la identidad originaria fue una constante cada vez más consciente para los dos.

A lo largo de toda su obra Dalton reelabora literariamente el pasado salvadoreño con fuerte énfasis centroamericano e in-dígena, siempre desde el punto de vista de los vencidos. Cree, como afirma en los primeros versos del poema en el que aborda la mal llamada “guerra del fútbol” entre Honduras y El Salva-dor, que

No existen “los misterios de la Historia.”Existen las falsificaciones de la Historia, las mentiras de quienes escriben la Historia.

A develar esas falsificaciones y refutar esas mentiras dedica, íntegro, el libro-collage Las historias prohibidas del Pulgarcito.

Por su parte Otto René abordó el tema indígena no solo en su poesía, también en artículos y ensayos. Al mismo tiempo que su poema sobre Atanasio Tzul era premiado, publicó en La Prensa Gráfica de El Salvador un artículo titulado “El indio”. Allí afirma que “el indio es, a pesar de todo lo que se diga, una conciencia en nuestra vida, una base de nuestro presente y una ruta hacia el futuro. Entrar a bucear nuestro panorama étnico, cultural y social, es una tarea que necesita hacerse sin timideces y sin ti-tubeos. Darnos la espalda a nosotros mismos puede ser la peor manera de buscar una solución a lo que nos angustia; pero vol-

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ver la cabeza para reconocer por dónde hemos pasado, es volver en busca de nuestra base de sustentación y afirmación de nues-tro tránsito por una cultura”.

Similar enfoque expresa Dalton en un ensayo sobre su país que escribe en Cuba a pedido de Casa de las Américas, en 1963. Allí sentencia: “La oligarquía dominante y el imperialismo nor-teamericano han tendido un velo sobre el pasado aborigen de El Salvador —que ya estaba suficientemente nebuloso a causa de la destrucción de los códices fundamentales de los pipiles por parte de la inquisición eclesiástica— con el objeto de hacer aún más honda la despersonalización del pueblo salvadoreño, ne-cesaria para que la explotación no encuentre obstáculo de con-ciencia”. Tras su paso por la escuela de Antropología de México, Roque descubrirá la poesía nahuatl, el Popol-Vuh y otros textos y documentos históricos que le harán valorar aún más la cultura de los pueblos originarios de la región.

La reivindicación originaria, el sentido extra-nacional de la relectura de la historia que ambos hicieron y la adscripción a las ideas comunistas podrían hacer pensar en cierto enfoque anti-patriótico por parte de Dalton y Castillo. Sin embargo, lejos de eso, lo que ambos hacen es reivindicar una noción de patria, de identidad, más allá de las forzadas fronteras actuales. Así describe Roque la impronta dejada por su amigo Otto René en el ámbito de la cultura en El Salvador: “En aquel ambiente sobre-cargado de inocencia, de buenas intenciones, de desconciertos, de verbosidad, de subdesarrollo, Otto René Castillo participaba como un nuevo tipo de salvadoreño y un nuevo tipo de guate-malteco, un nuevo tipo de compatriota y un nuevo tipo de ex-tranjero: como un centroamericano revolucionario que al hacer de El Salvador su patria —no su segunda patria— comprobaba la identidad de Guatemala con los pueblos oprimidos del otro lado de sus fronteras”.

En ese contexto ideológico y político que Roque y Otto René tan bien supieron expresar, surge Lanzas y Letras. Para entender esa argamasa de intereses y propuesta de destino común, resulta oportuno repasar algunos hitos históricos desde la mirada gene-racional de aquella época. Vayamos entonces al encuentro de esa historia a través de la obra de nuestros poetas.

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Historias prohibidasLo que hoy es Centroamérica y México, metro más metro menos, supo ser identificado como Mesoamérica (del griego mesos=inter-medio). El norte de Panamá, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, Belice y gran parte de México eran una sola cosa.

Se trata de un territorio joven: se supone que la parte que abar-ca de Chiapas al norte de Nicaragua emergió a la faz de la tierra hace algo así como 50 millones de años; las geografías que hoy son Panamá y Costa Rica, en cambio, debieron haber salido a la superficie hace tan solo 10 millones de años, definiendo el puente intercontinental, la metafórica cintura de América. Así fue que en estas tierras coincidieron la emigración de flora y fauna austral del norte y la boreal, del sur.

Antes de la llegada del conquistador europeo se asentaban allí diversas culturas indígenas como los olmecas, mayas, tol-tecas y aztecas. Los avances en la agricultura, inventos como la espada con hojas de obsidiana y la camisa protectora de algo-dón, el calendario con 18 meses de 20 días, la arquitectura de falsa bóveda y pirámides escalonadas, el uso de papel de amate en códices y mapas de escritura jeroglífica, ilustran el nivel de desarrollo que habían alcanzado hasta que Colón lo echó todo a perder.

Ya sabemos de la astucia de Hernán Cortés, la estigmatización injusta que la historia oficial (y un poco de la otra) hicieron pesar sobre Malintzin (Malinche), y la credulidad rayana con lo ingenuo de parte del tlatoani Moctezuma. Digamos, para acercarnos más a nuestra historia, que mientras preparaba la invasión a tierras mexicanas Cortés envió hacia el sur a un tal Pedro de Alvarado, quien terminaría autodesignándose gobernador y capitán general de Guatemala. A su paso venció primero a los indígenas de Soco-nusco, aliados de los quichés; avanzó al frente de 400 europeos con artillería y caballos que ocuparon sin mayor dificultad la ciu-dad de Xelajú, hoy Quetzaltenango.

Menos suerte tuvo en Cuscatlán.Allí, su primer intento de derrotar a los pipiles resultó infruc-

tuoso. Dalton reversiona un informe de Pedro de Alvarado a Her-nán Cortés, donde enfatiza los rasgos de la resistencia indígena que asimila a las tácticas de la guerra de guerrillas.

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(…) E inmediatamente envié a Don Jorge de Alvarado, mi hermano,con cuarenta o cincuenta de a caballo, para que persiguiese a los guerreadores y recuperase lo quitado.Halló mucha gente armada en el campo y tuvo que pelear con ellos y los desbarató,pero ninguna cosa de lo perdido se pudo cobrar.Don Jorge de Alvarado se volvió cuando todos los indios se hubieron alzadoen la sierra.(…) Enviáronme a decir que ellos no reconocían a nadie, que no querían venir,que si para algo los quería que ahí estaban en la sierraesperando con sus armas.(…) Como vi esto, yo hice Proceso contra ellos y contra los otros que me habían dado la guerra, y los llamé por pregones,pero tampoco quisieron venir.Ante tal rebeldía y el proceso cerrado, los sentencié, y di por traidores a pena de muerte a los Señores de estas provinciasy a todos los demás que se hubiesen capturado durante la guerra yque se tomasen después, hasta que diesen obediencia a Su Majestad; que fuesen esclavos, se herrasen y de ellos o de su valorse pagasen once caballos que en la conquista de ellos fueron muertosy de los que de aquí en adelante matasen y otros gastos necesarios a la dicha Conquista.Sobre estos indios de esta ciudad de Cuzcatlán [sic]estuve diecisiete días y nunca,por más entradas al monte que mandé hacer, nipor más mensajeros que envié,los pude atraer:por la mucha espesura de los montes y grandes sierras y quebradasy otras grandes fuerzas que tenían.

Dalton da al testimonio histórico forma de versos, en un poema que titula “La guerra de guerrillas en El Salvador (con-trapunto)”. Allí resalta en letras cursivas los pasajes en los que ve una similitud de tácticas entre la resistencia a la coloniza-ción y las guerrillas contemporáneas. Esas referencias se com-plementan con una segunda parte que reproduce un comuni-cado de prensa sobre la Tercera Conferencia de Altos Oficiales de los Ejércitos del Caribe, en el que se describen maniobras antiguerrilleras conjuntas de los ejércitos centroamericanos; el texto concluye con una arenga oficial para que “nunca surja en

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El Salvador esa repugnante mancha roja de la guerra de gue-rrillas, método de combate ajeno a las tradiciones de nuestra civilización occidental”. El contrapunto, por sí solo, cumple el objetivo buscado de develar falsedades y contrarrestar menti-ras sobre la historia de los pueblos de Centroamérica, sobre sus resistencias, con un plus: la validación de las tácticas de lucha en el momento en que Dalton escribía esas líneas (Las historias prohibidas del Pulgarcito, que verá la luz en 1974, empieza a ser escrito en Cuba, en 1968; entre una fecha y otra Dalton va madurando su decisión de dejar el Partido Comunis-ta y sumarse a la lucha armada).

Pero volvamos a la manera en que los poetas abordaron la historia de la conquista. Más allá de la resistencia pipil en Cus-catlán, en 1524 las tropas indígenas habían sido vencidas en gran parte de la región mesoamericana. Aún en la derrota, sin mayor cálculo de la táctica ni de la estrategia, el cacique qui-ché Tecún Umán decidió jugarse a todo o nada, desplegando su máximo poder contra el conquistador. Buscó a Pedro de Alvara-do, lo encontró en los llanos de Pachaha y arremetió contra él de una forma particular. Cuenta la leyenda que se alzó por el aire, voló con alas y plumas nacidas de su cuerpo y cayó en picada sobre el invasor. Logró cortar la cabeza del caballo y creyó que así caería ese ser extraño de cuatro patas y torso de guerrero. Pero Alvarado esquivó el embate que le venía desde el cielo y atravesó a Tecún con su lanza. El indio cayó muerto, con sus alas rotas y las plumas de quetzal desparramadas.

El quetzal se convirtió en el ave sagrada de los pueblos origi-narios de la América central, y Tecún Umán en mito a rescatar. Otto René lo hizo con una contundencia que no había arriesgado ningún otro intelectual o historiador hasta entonces:

Tu salto sideral necesitamos,Tu combatiente flecha decidida.Tu vuelo azul es lo que tanto amamos.La llama de tu sangre repetidadebe quemar al invasor que odiamoscon toda la violencia de la vida.(…)Estás de pie, heroico y profundo,sin orillas de titubeantes alasfrente al desnudo grito de las balas,

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encrespando, decisivo y rotundo.Tu mano con su flecha llega al mundo,tu flecha con su mundo de bengalasviene emplumada con sus rojas galaspara defensa del amor fecundo.Tu gesto por su gesto no agoniza,en tu mano se despierta la estrella:tu coraje en la patria se eterniza.

Aquino y MorazánEn Honduras, mientras tanto, eran los indios lencas comandados por el bravo cacique Lempira quienes resistían al invasor. Sin em-bargo, la conquista avanzó. En 1542 los españoles consolidaron su poder y crearon la Capitanía General de Guatemala que abarcaba toda la región.

Con la cruz y la espada llegaron los repartimientos, las mitas y las encomiendas. Esclavos de África se sumaron a los condenados de esta tierra. A diferencia de las expediciones que se adentraban hacia el sur, la cintura de América parecía no contar con grandes yacimientos de minerales preciosos. La explotación, más que de la tierra, sería de los indígenas. La fuerza de trabajo esclavizada era el principal atractivo que encontraron en esta región los conquis-tadores. Las rutas comerciales también eran débiles; eso fomentó cierto aislamiento de sus provincias.

Aquellas primeras resistencias indígenas se convirtieron en una constante. Sin embargo, habría que esperar hasta las guerras independentistas para ver retroceder al invasor.

La unidad regional fue uno de los pilares del programa eman-cipador. A la vez, las pujas al interior de la naciente casta crio-lla que buscaba aferrarse al gobierno de la nueva institución —o, al menos, al de alguna de sus partes— fue erosionando el proyecto común. Los intentos por mantener cohesionado el territorio mesoamericano fracasaron ante el desmembramiento que se inició con la independencia, tendencia que al día de hoy no se revirtió.

En 1820, el territorio de la Capitanía General de Guatemala quedó dividido en dos provincias: la de Guatemala, con capital en la ciudad del mismo nombre, y la de Nicaragua y Costa Rica, con capital en León. En 1821 las cortes españolas decidieron erigir en provincias a todas las intendencias americanas para

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evitar mayores retrocesos en el control de la región. Guatemala, por un lado, y Nicaragua y Costa Rica por el otro, declararon sus independencias. El llamado Primer Imperio Mexicano había pretendido abarcar toda la región bajo un régimen monárquico, pero no se consolidó. Tras su fracaso los sectores independentis-tas que apostaban a una unidad regional de carácter republica-no vieron la oportunidad. Convocaron a las provincias a enviar diputados a un congreso que se reuniría en Guatemala. Fueron delegados de El Salvador, Honduras y Nicaragua. Ese congreso fue importante: los enviados declararon que las provincias allí representadas serían a partir de entonces independientes de Es-paña, de México y de toda otra nación. Así nació el nuevo país que se dio en llamar Provincias Unidas del Centro de América. Decretaron bandera y escudo propios para el nuevo Estado. A Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua se sumó final-mente Costa Rica, en marzo de 1824.

Las Provincias Unidas se volvieron Estado a partir de la Consti-tución de 1824: así nació la República Federal de Centro América.

Entonces llegó al gobierno Francisco Morazán. Fue el tiempo de mayor unidad política regional, entre 1827 y 1838. Hasta que, otra vez, las pujas entre las castas dominantes pusieron en riesgo el proyecto integrador. Ya empezaba a perfilarse la nueva identidad de los sectores en pugna que se proyectaría hasta el siglo XX: con-servadores (la aristocracia señorial aliada a la Iglesia colonial, con base en Guatemala) y liberales (sectores emergentes interesados en la exportación de índigo y bálsamo, asentados en la región de El Salvador).

Ambos bandos compartían, sin embargo, la certeza de que de-bían apoyar su desarrollo sobre la explotación de los pueblos origi-narios y, en menor medida —solo porque eran menos— los escla-vos africanos.

Morazán, identificado con las ideas liberales de entonces, logró importantes triunfos militares e hizo retroceder a los conservado-res. Adoptó algunas medidas anticlericales, como la abolición del fuero eclesiástico y la supresión de órdenes religiosas. Fue electo presidente de las Provincias Unidas en 1829, cargo que ocupó du-rante una década plagada de conflictos.

Las políticas liberales, aunque resultaban progresivas res-pecto a las conservadoras, atentaban contra los intereses indí-

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genas. Los tributos y expropiaciones resultaban medidas más agresivas que las padecidas en la época colonial, donde los pueblos originarios al menos mantenían sus resguardos y sus parcelas de tierra. El conflicto fue azuzado por la aristocracia conservadora y el clero. Las rebeliones no se hicieron esperar: Chalatenango, Izalco, Sonsonate, padecieron revueltas y asal-tos a cuarteles.

Los nonualcos, encabezados por Anastasio Aquino, dieron la batalla más firme. A finales de enero de 1833 el cacique había logrado reunir a unos 3000 combatientes, e hizo retroceder al ejército oficial en dos ocasiones. Al recuperar la ciudad de San Miguel, Aquino se dirigió a la Iglesia del Pilar y quitó la corona de la imagen de San José, se la puso él y se autoproclamó Rey de los Nonualcos; otro título que cosechó en su campaña rebel-de fue el de Comandante General de las Armas Libertadoras. Con sus tropas diezmadas por la enfermedad, el ejército oficial lo fue cercando hasta derrotarlo. En San Vicente, donde había expropiado la corona de la Iglesia, fue decapitado. “Ejemplo de revoltosos”, aleccionaba el cartel pintado sobre la jaula en la que exhibieron su cabeza.

Padre Anastasio Aquino, descorredor de velos; matador de prejuicios,padre Anastasio Vida; padre Anastasio Pueblo, violador de la noche: llegastedesde el centro de la historia, desde el origen de la historia,desde las proyecciones de la historia,a colocarnos la verdadentre la garganta y la vocación,a colocarnos la verdad en la esperanza como una hostia feroz, roja y gigante, plena de amor al hombre matinalque habremos de construir para la dicha.

La reivindicación del jefe nonualco fue una constante en la obra de Dalton: el primer artículo publicado en la prensa sal-vadoreña en 1956 llevó por título “La valoración de Anastasio Aquino”; el indio fue protagonista, ese mismo año, del poema primerizo premiado en Dos puños por la tierra, y resurgió en su primer libro editado en Cuba, La ventana en el rostro (1961). La historia de Aquino creció en referencia y espacio en Las his-torias prohibidas… Allí el salvadoreño reproduce extractos de documentos, como los decretos que el jefe indígena dictó en Te-petitán o la carta del Padre Navarro, espía del gobierno, donde

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describe al indio como “una mezcla de simplicidad salvaje, valor temerario y superstición” para terminar reconociendo que “no obtuve resultado en la empresa de pacificación cerca del rebel-de”; dentro de las extensas páginas que le dedica recupera un canto popular con loas al jefe indígena.

Lo más destacable es la valoración que encabeza todos los re-latos de Dalton sobre Aquino, donde lo llama “padre de la patria”. Explica Luis Melgar Brizuela, estudioso de la obra del salvadoreño: “Así, el padre de la patria ya no sería el narigudo, halitoso y millo-nario Matías Delgado sino el mero tayte Anastasio Aquino, el nuevo epónimo que no negaría a Morazán pero se colocaría sobre él, en los orígenes mismos de la nacionalidad: ´Anastasio Izalco, Lempa Aquino: desde que tu naciste se ha hecho necesario apellidar la lucha y ponerle tu nombre´”.

Sin el apoyo de los indígenas a los que el plan de los liberales despreciaba, Morazán fue perdiendo cada vez más posiciones ante sus enemigos de la Iglesia Católica y la oligarquía. Así, el proyecto de las Provincias Unidas se debilitó a expensas del avance con-servador. En 1842 Morazán sería fusilado y cada nuevo estado se dedicaría a reforzar sus fronteras. Desde entonces, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica se empeñan en delimitarse, como si se avergonzaran del pasado, la historia y la cultura en común.

Más allá del enaltecimiento de Aquino, Dalton no deja de rei-vindicar a Morazán, otorgándole a él también el mérito de padre de la patria, aunque, en su caso, en referencia a la patria grande centroamericana:

Puesto que era un verdadero padre de la patriaal fusilarlo no sólo lo fusilaron a élsino que también fusilaron al amor por Centroamérica.

La rememoración de otro suceso político una década después del fusilamiento de Morazán permite al poeta insistir con la rei-vindicación centroamericanista de la historia y, por lo tanto, de la proyección futura. La resistencia a la invasión norteamerica-na comandada por el filibustero norteamericano William Walker encuentra a las tropas de los países hermanos luchando unidas para expulsar a quien había logrado hacerse con el poder en Nicaragua.

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Vencido el yanqui por los pueblos unidos de Centroaméricaa sangre y fuego, a la luz de las armas, en una larga lucha,Norteamérica aprendió una lección: la intervención militar directa —concluyó— no es el primer recurso que debe ser usado sino el último.Pues en la época de los estados nacionales modernosla conquista de una nación deberá hacerse desde dentro de ella.(…)El Capitán-General Gerardo Barrios pensaba sin embargoque la lección de la victoria contra el filibusterismo era otra:ella decía claramente que sólo la Centroamérica unida por la que combatió Morazán, podía ser una nación fuerte frente a la codicia extranjera.

Del suceso extrajeron lecciones los imperialistas (la interven-ción militar directa no debe ser el primer recurso sino el último), pero también quienes aún resisten (solo Centroamérica unida po-dría ser fuerte).

Sin esa unión, las posibilidades de cada país fueron quedando limitadas a un menú empobrecido de opciones.

Siglo de épica revolucionaria (y poética)Más allá de las particularidades, el siglo XX deparó, para cada uno de los fraccionados estados, un panorama más parecido que desigual: regímenes neocoloniales exprimieron al máximo a sus pueblos, algunos líderes nacionalistas se propusieron reformas para equilibrar la balanza y, como respuesta, recibieron (ellos y sus pueblos) la saña represora comandada por los norteameri-canos, bendecida por la jerarquía de la Iglesia y ejecutada por sanguinarios militares. En la medida en que la resistencia so-cial, política y cultural se daba de bruces con la represión cons-tante y creciente, fueron surgiendo organizaciones populares al-zadas en armas para revitalizar la lucha, retomando las sendas de la rebelión.

La historia que nos ocupa nos lleva a focalizar el relato en Guatemala y El Salvador. En estos dos países y en Nicaragua se dieron al menos dos factores de la realidad social y política en común, que se vuelven más difusos en el resto del conti-nente. Por un lado, allí la resistencia a la opresión contó con el desarrollo de expresiones culturales activas, especialmente en el plano de la literatura, más en particular la poesía. Por otro, los procesos políticos revolucionarios lograron en estos países

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posibilidades de victoria que no se repitieron con la misma in-tensidad, no solo en el resto de la región, sino en toda América.

Sobre las generaciones literarias y revolucionarias en El Salvador y en Guatemala, donde surge Lanzas y Letras; sobre la persecución y el exilio que padecieron sus integrantes; so-bre las formas del compromiso, la lucha antidictatorial y las guerrillas como opción última, hablaremos en las páginas que siguen.

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Los tiempos de Otto y Roque

Tiempos de transición La generación que nos ocupa surgió en un período de transición entre dos momentos de crisis y posibilidad de revolución. Por un lado, la década del 20 hasta la masacre de 1932 en El Salvador; por el otro, la Revolución Cubana, casi 30 años después. En el medio, en el caso de Guatemala, la frustración de la Revolución de Octubre (1944 - 1954) acentuó cierto espíritu de época escéptico en cuanto a la posibilidad de imaginar cambios radicales, al menos en el corto plazo.

La insurrección salvadoreña de 1932 había sido el hecho más cercano y más emblemático de una serie de sucesos que habían permitido ilusionarse con la revolución. Desde 1917 las noticias de los soviets sobrevolaban el planeta. José Carlos Mariátegui (1894 - 1930) había dado sustento teórico a un marxismo en clave indí-gena y nuestroamericano; las figuras de Luis Emilio Recabarren (1876 - 1924) en Chile, Julio Antonio Mella (1903 - 1929) en Cuba, Augusto César Sandino (1895 - 1934) en Nicaragua y el mismo Fa-rabundo Martí (1893 - 1932) en El Salvador, simbolizaban intentos populares por democratizar la vida de sus pueblos, revertir la ma-triz de dependencia que los sometía y, en algunos casos, proponer el socialismo como alternativa.

Algunos años antes, en Guatemala, algo parecido a una revo-lución —democrática, no socialista— había sucedido en 1920. El 11 de marzo de ese año una manifestación había reunido a más de 30 mil personas en la capital, que por entonces tenía cerca de 100 mil habitantes. Por primera vez en la historia habían participado delegaciones de todo el país. El dictador Manuel Estrada Cabrera reprimió y se produjo una insurrección armada que involucró a amplios sectores del pueblo. Los hechos, conocidos como Sema-na Trágica, alcanzaron para voltear a la dictadura y democratizar el país, pero en seguida los conservadores lograron aquietar las aguas, la United Fruit reafirmó sus privilegios monopólicos y volvió el desencanto y la represión; hubo que esperar hasta el 44 para un nuevo alzamiento popular.

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En El Salvador, a la vez, las décadas posteriores a 1932 fueron para asumir la derrota, velar a los muertos y, de a poco, reivindi-carlos, sacarlos del olvido. La coyuntura de la izquierda mundial por entonces no ayudaba a trazar mejores perspectivas: así como en los años 20 habían influenciado los aires soviéticos, en los 40 primó el estalinismo que, en nombre de la “revolución por etapas” y las alianzas con las burguesías, limitó a los movimientos de iz-quierda en América Latina.

En este contexto crecieron, se formaron, desarrollaron su sen-sibilidad artística y humanista los poetas que nos ocupan.

Este período de poco brillo para las izquierdas continentales iría a cambiar de signo recién a finales de los 50, con la revolución de los barbudos al mando de Fidel y el Che.

Lanzas y Letras nace en Guatemala apenas 8 meses antes del estallido de la Revolución Cubana, la primera que lograría declara-se (y sostenerse) socialista en América Latina.

Otto René y Roque recorrieron por aquellos años un camino po-lítico similar: reivindicaron las gestas rebeldes que les precedieron; se afiliaron a sendos partidos comunistas promediando los 50, y rompieron con ellos tiempo después para sumarse a organizacio-nes guerrilleras.

El devenir militante de Roque y Otto René bien puede leerse como una parábola de la situación de la izquierda revolucionaria en toda la región.

Perseguidos por poetasDurante la segunda mitad del siglo XX Centroamérica proyectó al mundo lucha revolucionaria y poesía. Persecuciones y matan-zas —contra poetas y pueblos enteros— impiden romantizar ese momento histórico; sin embargo, aquellas justas apuestas a re-volucionarlo todo —el arte, la cultura, el poder, las relaciones de propiedad—merecen ser reivindicadas. Estamos hablando, en re-sumidas cuentas, en El Salvador, de Dalton pero también de Íta-lo López Vallecillos, Roberto Armijo, Manilo Argueta, José Roberto Cea o Tirso Canales, por mencionar algunos de los destacados en la Generación Comprometida; en Guatemala, además de Otto René Castillo, Antonio Fernández Izaguirre y los ya por entonces famo-sos Miguel Ángel Asturias y Luis Cardoza y Aragón; en Nicaragua, Ernesto Cardenal, Leonel Rugama, Ernesto Mejía Sánchez o la más

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reciente Gioconda Belli; atravesando geografías, la nicaragüense–salvadoreña Claribel Alegría.

En los años 50 en Centroamérica “los poetas eran noticia. No existían partidos políticos: el partido único era el de los militares. Por lo tanto, los poetas desempeñaron una labor de crítica social. En un país donde no había espacio para la divergencia política, esto ocupaba la atención de los diarios, pero también de la poli-cía”4, señala Luis Alvarenga, estudioso de la obra de Dalton.

Alvarenga explica además que los casos de Dalton y Castillo son emblemáticos de otra función del poeta en América Latina (como si hiciera falta sumar funciones o utilidades a quienes producen arte, poesía). “Se ha dicho que los pueblos de lengua española tie-nen, a falta de una filosofía —según los cánones occidentales— a la literatura como un modo de llegar a dar esa vista filosófica de la realidad”, afirma. El imbricamiento entre poesía, historia, identi-dad nacional y sentido universal que expresan las obras de estas generaciones literarias bien da cuenta de esa dimensión extra-poé-tica. Claro que, lo que en otras sociedades podría ser causa de distinción, en la Centroamérica surcada por las injusticias y des-igualdades estructurales fue motivo de persecución.

La represión era masiva, el exilio no era patrimonio de políti-cos e intelectuales. Sin embargo, por aquellos años de Guerra Fría había un ensañamiento especial con quienes de algún modo eran “voceros” de las ideas críticas, no solo en Centroamérica. Relata el poeta rumano-francés Tristán Tzara en la presentación de un libro del turco Nazim Hikmet (quien había pasado 12 años encarcelado por “sedición” antes de que los jóvenes poetas de la Generación Comprometida supieran de él): “Está de más preguntarse de dón-de proviene este encarnizamiento de los reaccionarios por querer suprimir a los poetas: ¿no es esta la mejor prueba de la eficacia de sus escritos, cuando, bajo la presión de los acontecimientos, la poesía se vuelve un arma de liberación?”.

Dalton fue constantemente perseguido. Hizo de sus breves esta-días carcelarias tema de su literatura. Como en su caso no fueron períodos largos ni situaciones excesivamente tortuosas, solía trans-mitir las anécdotas más en clave de aventura que de padecimiento. Así lo cuenta Eduardo Galeano en su libro Memorias del Fuego:

4. El ciervo perseguido. Apuntes sobre la vida y la obra de Roque Dalton. Luis Alvarenga.

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“Roque Dalton, alumno de Miguel Mármol en las artes de la re-surrección, se salvó dos veces de morir fusilado. Una vez se salvó porque cayó el gobierno y otra vez se salvó porque cayó la pared, gracias a un oportuno terremoto. También se salvó de los tortura-dores, que lo dejaron maltrecho pero vivo, y de los policías que lo corrieron a balazos. Y se salvó de los hinchas de fútbol que lo co-rrieron a pedradas, y se salvó de las furias de una chancha recién parida y de numerosos maridos sedientos de venganza”.

Menos graciosa fue, en cambio, la arbitraria detención de Dal-ton en el aeropuerto internacional La Aurora de Guatemala el 21 de marzo de 1960. Ricardo Rosales, columnista de Lanzas y Letras, padeció el suceso como un hecho de verdadera gravedad. El episo-dio tiene su lugar más adelante en esta historia; digamos por ahora que Roque había sido invitado para participar de un festival de arte y cultura en la Universidad de San Carlos, pero a raíz de su deten-ción y expulsión inmediata del país el festival debió suspenderse. Ofuscado, Rosales, quien además de colaborar en Lanzas era uno de los organizadores del festival, describió en las páginas de la revista: “El mayor ensañamiento lo descargan cuando se trata de algún poeta y más aún si es uno de esos poetas que con su ejemplo ha contribuido a despertar una nueva conciencia popular y liber-taria en el pueblo. No otra cosa nos explica su modo de obrar. No les agrada que las gentes clamen por mejores condiciones de vida y exijan más respeto para la persona humana. Ven horrorizados que el pueblo tenga sus propios trovadores que vienen desbrozándole el camino para que el cambio que se dé sea más hermoso”.

Castillo también conoció calabozos y su horroroso final no es-capa a la lógica de persecución contra quienes ganaban prestigio por hacer oír su voz. Debió soportar 45 días de cárcel en 1964, a su regreso a Guatemala desde Alemania y antes de salir al exilio en México. De allí volvería clandestino, para integrarse a las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR). Pero fue en su última detención, cuando cayó en manos del Ejército estando en la guerrilla, la vez que le hi-cieron saber todo el odio que su poesía generaba entre los militares.

Primeros pasosEn la biografía de un artista suelen ser más determinantes los hechos simbólicos que los hechos reales, solía afirmar el lingüista ruso Roman Jakobson. Sin embargo, en los casos de estos poetas

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que ataron sus vivencias a su poesía y esta, a la vez, a sus compro-misos de vida, sus trayectorias biográficas son verdaderos mapas donde ubicar sus producciones artísticas y sus decisiones revolu-cionarias por igual.

Ambos poetas nacen promediando la década del 30 del siglo pasado, con apenas un año de diferencia: el 25 de abril de 1934 Otto, en Quetzaltenango; y el 14 de mayo de 1935 Roque, en San Salvador (aunque diversas notas periodísticas fijan el nacimiento de Castillo en 1936, la fecha correcta es dos años antes; el guate-malteco era mayor que su amigo salvadoreño).

Diez años tenía Otto (aún no era René, ya veremos) cuando se desencadenó la Revolución de Octubre en Guatemala, iniciando un período democrático que irradió ínfulas de libertad. Quienes viven-ciaron aquella oportunidad no habían conocido otro momento his-tórico igual. Por aquel entonces el pequeño Otto era “disciplinado y responsable, desde niño se caracterizó como un excelente estudian-te”, cuenta su hermana Zoila. A través de su testimonio conocemos un poco más del contexto familiar y sus adhesiones políticas: “Nues-tra familia, por ambas ramas —materna y paterna— tuvo siempre militancia política antidictatorial. En la revolución democrático -burguesa de 1944, que derrocó una dictadura militar de 14 años, participaron hermanos de nuestra madre y dos de nuestros herma-nos, que para ese entonces eran menores de edad”. Otto, aún niño, vivenciaba y absorbía los movimientos y riesgos familiares con pre-maturo interés. Durante la década democrática que siguió a aquella rebelión, sus dos hermanos y sus dos hermanas mayores trabajaron para el nuevo gobierno en “puestos de regular importancia, en la ampliación de reformas sociales”, cuenta la mujer.

Del otro lado de la frontera, su amigo Roque pasaba la infancia rodeado de influencias más bien religiosas. El clima político, has-ta ese entonces, era más calmo en El Salvador que en Guatema-la. La masacre cometida contra campesinos e indígenas en el año 1932 había logrado un efecto adormecedor, temeroso y tenebro-so para los opositores al régimen. Intelectuales críticos y políticos de izquierda experimentaban distintas variantes del silencio. “Un país es otro después que le matan 30 mil hombres (sic)5 en un par

5. De acuerdo al uso hegemónico del lenguaje en la época en la que se enuncia esta cita, al igual que otras que siguen en el libro, el término “hombres” pretende referir al genérico “personas”. Ac-

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de semanas”, dice su colega Roberto Armijo —o le hace decir Ro-que— en un pasaje de la novela Pobrecito poeta que era yo… En El Salvador, en abril de 1944 una rebelión popular lograría por fin la renuncia del sanguinario dictador Maximiliano Hernández Martínez, responsable de la masacre de campesinos e indígenas. La situación recién empezaba a caldearse cuando Roque entraba en su adolescencia. A los 11 años ingresó al Externado católico San José. Ocupó su primera juventud en los estudios de bachiller, entre sacerdotes jesuitas.

Tiempos de rebeliónLa cercanía en el tiempo de las rebeliones de abril del 44 en El Salvador y de la Revolución de Octubre de ese mismo año en Gua-temala no es coincidencia. El fin de la Segunda Guerra Mundial y la crisis de las potencias hegemónicas habían alentado la rebeldía latinoamericana y una serie de revueltas habían logrado dar por tierra distintos gobiernos dictatoriales.

Eran tiempos de discursos antioligárquicos y antiimperialistas: Juan Domingo Perón en Argentina (apresado en 1945, lo que origi-nó la rebelión popular del 17 de octubre); Jorge Eliécer Gaitán en Colombia (asesinado en 1948, tras lo que se desencadenó el Bogo-tazo), Getulio Vargas en Brasil (electo por segunda vez presidente en 1950); Víctor Paz Estenssoro en Bolivia (iniciaría en 1952 su Revolución Nacional). En cada caso, aun con las particularidades nacionales, tenían en común una prédica encendida que buscaba acompañar cierto auge de un movimiento obrero y popular que veía posible sacarse de encima a las clases oligárquicas desde siempre en el poder. La reactivación agropecuaria tras la crisis capitalista de los años 30 permitía, además, políticas de independencia cuan-do uno de estos líderes populares llegaba al gobierno.

Como siempre en Nuestra América, los cambios institucionales democráticos, los liderazgos políticos que encontraron eco en el pueblo, estuvieron precedidos por procesos populares que resulta-ron fermentos imprescindibles.

tualmente resulta inapropiado el sesgo sexista de ese tipo de expresiones que invisibiliza a la mujer y a otras diversidades de sexo o género. Nos proponemos respetar la cita original y a la vez llamar la atención sobre ese uso discriminador del lenguaje, por eso incluimos “(sic)” para señalar que la expresión en cuestión es la referida de manera literal por el autor. No repetiremos la aclaración en futuras expresiones del mismo tipo, valga esta aclaración para dejar constancia de la observación.

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En la Guatemala de Otto René, ya en 1942 las asociaciones estudiantiles habían hecho punta en las protestas contra la dicta-dura, con base en la Universidad de San Carlos. De allí surgió el movimiento de estudiantes, maestros y profesionales que tomó las calles el 24 de junio de 1944 amenazando con una Huelga General al gobierno del dictador Ubico si no aceptaba las reivindicaciones académicas y magisteriales, entre ellas la autonomía universitaria. La respuesta fue el Estado de Sitio y la persecución; pero, con el antecedente de la caída de Hernández Martínez en El Salvador po-cos meses atrás, el movimiento cívico guatemalteco fue por más: la Huelga General se concretó, y a la semana el tirano huyó tras no poder controlar la situación. El gobierno provisional de otro mili-tar, el general Federico Ponce, alcanzó apenas para legalizar a los partidos políticos y relajar la censura; cuando se dio cuenta de lo que se venía y quiso reprimir, ya era tarde.

El protagonismo de universitarios e intelectuales en la resis-tencia catapultó la candidatura del profesor Juan José Arévalo, quien había pasado la última década exiliado en Argentina. Como tantos, se había ido del país perseguido, con el objetivo de “servir a Guatemala desde fuera, pero servirla limpio de culpa, pues el país era cada día más una cárcel y los cementerios crecían a velocidad inusitada”. En el país del sur, después de doctorarse en Filosofía en la Universidad de La Plata, dio clases allí y en las universidades de Buenos Aires, Cuyo, Mendoza y Tucumán. Ya de regreso a Gua-temala y a cargo del gobierno, llevó adelante un programa demo-crático, agrarista y antiimperialista: todo un suceso revolucionario para un país sin democracia desde nunca.

Para ese entonces ya había muerto otro profesor universita-rio relevante en esta historia: Juan de Dios Castillo y Castillo, a la sazón abuelo del niño Otto, quien en vida había sido el sostén económico de la familia. Su buen pasar se debía a que había sido congresista en varias oportunidades e integrante de la Corte Su-prema de Justicia. Sin embargo, tras su muerte y sin su sustento, la familia, ya radicada en la capital, se había visto obligada a llevar una vida humilde. El abuelo había sido para el poeta otra fuente de inspiración intelectual y política que desde pequeño había podido absorber.

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El decenio virtuoso de la democracia guatemalteca fue comple-tado por Jacobo Árbenz, hasta que el golpe comandado por los EE. UU. en 1954 lo voló del poder.

Va creciendo la nueva resistenciaDespués del golpe, Otto, graduado de bachiller un año antes y con su primer poema publicado (“Canción de amor para tu flor de sue-ños”, en la revista guatemalteca La Hora Dominical), partió al exi-lio. Inmediatamente se integró a la vida estudiantil en la Universi-dad de El Salvador, donde conoció a Roque. Transitó el cambio de país con un cambio sutil de identidad: cuenta su hermana Haydée que fue a partir de ese año que comenzó a agregar a su firma René como nombre artístico.

El guatemalteco dejó su país al igual que lo hicieron una can-tidad de jóvenes e intelectuales que se sabían perseguidos por el nuevo régimen. Era uno de los activistas juveniles más destaca-dos de su generación; en 1953 había sido electo presidente de la combativa Asociación de Estudiantes de post-primaria y ya estaba afiliado a la Juventud Patriótica del Trabajo (JPT, brazo juvenil del Partido Guatemalteco del Trabajo, nombre que adoptó el Partido Comunista en Guatemala). Creía que “no bastaba ser un marxista individual para ser revolucionario: había que comprometerse orga-nizadamente, ingresar al partido”6.

Otros líderes estudiantiles también salieron del país, como los futuros impulsores de Lanzas y Letras, Antonio Tono Móbil y Ro-berto Díaz Castillo. Algo mayores que Otto, con 24 años al mo-mento del golpe, ambos habían estado al frente de la Asociación de Estudiantes y Tono, además, había trabajado en el Ministerio de Relaciones Exteriores durante el gobierno del depuesto Jaco-bo Árbenz. Ellos lograron salir rumbo a Chile. Antonio Fernández Izaguirre, compañero de andanzas y también futuro integrante de Lanzas, a Cuba. Otros, a México y Uruguay.

6. Esta definición es dada por Roque Dalton sobre Otto René en el prólogo de Informe de una Injusticia, pero referida a su incorporación al Partido Comunista de El Salvador en 1957. Lo cierto es que, si bien debemos creerle a Dalton que esa reflexión expresa la motivación de Castillo para buscar su militancia partidaria, para ese entonces ya no era un “marxista individual”, ya que militaba en el partido comunista de Guatemala, el PGT, a través de su brazo juvenil, desde 1953. Por eso sumamos esta referencia bibliográfica de importancia, pero referida a esta fecha primera.

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En Guatemala se producía, de esta forma, la disgregación del grupo que hubiera podido dar pie a una nueva generación in-telectual y política comprometida. Las vivencias y garantías mí-nimas gozadas durante la década revolucionaria y las lecciones extraídas de la brutalidad del golpe contra Árbenz brindaban los elementos para que esa generación pudiera jugar un rol de refe-rencia. Sin embargo, la persecución y los distintos exilios dificul-taron la labor.

Las andanzas de Otto y RoqueMientras tanto, en El Salvador, Roque y Otto René andaban ha-ciendo de las suyas.

En 1954, cuando el salvadoreño había regresado de Chile y el guatemalteco estaba recién venido de su país, ambos se habían sumado a la Asociación de Estudiantes Universitarios. Estudiaban para recibirse de abogados, aunque ninguno de los dos culminaría la carrera. Al activismo universitario incorporaron su actividad de jóvenes poetas.

Por aquellos años solían frecuentar las tertulias celebradas en El Rancho del Artista, ubicado en las afueras de San Salvador, ca-mino a Santa Tecla. El lugar, una construcción rústica con espacio suficiente para diversas actividades, se había convertido en uno de los centros más importantes para las vanguardias artísticas y la bohemia. Estaba a cargo de la poetisa hondureña Clementina Suárez, quien daba lugar a exposiciones, lecturas de versos, con-ferencias y conciertos en un clima de cierto desparpajo más que de militancia. Por allí pasaron, además de los jóvenes de la Genera-ción Comprometida, viejos referentes de la cultura como Salarrué o Miguel Ángel Asturias, pintores, músicos y políticos. Por enton-ces, cuenta Dalton, “surgieron los grandes amores efímeros, las trágicas pasiones que repetirían hasta el cansancio ´Los versos del Capitán´”. Sin embargo, una visión menos romántica les contaría Otto René a sus compañeros guatemaltecos. Relata Ricardo Rosa-les que, según Otto, “[las veladas literarias] terminaban cuando la anfitriona (…) los echaba ‘barranca abajo’ de la casa”.

A pesar de la parranda, son tiempos productivos para ambos. Otto presenta sus nuevos poemas a concursos literarios. En 1956 gana el Premio Autonomía Universitaria en Guatemala con “Pe-queño canto a la patria” (recuperado en su versión original en la

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edición de Vamos patria a caminar del año 2015, F&G Editores, Guatemala); ya en el marco del Festival Mundial de la Juventud es reconocido con el Premio Internacional de Poesía en Budapest, Hungría, por su poema “Distante en tu rostro” (1957). Por su parte, Roque gana el Primer Premio Centroamericano de Poesía convoca-do por la Universidad, con su poema “Mía junto a los pájaros”.

De los dos, era Otto René el que tenía mayor formación polí-tica. Haber padecido en carne propia el golpe contra Árbenz y su militancia partidaria en la juventud del PGT hacían la diferencia. De hecho, aún con las mayores libertades que daba El Salvador de entonces, el guatemalteco sabía moverse en actividades clandesti-nas, siempre conspirando contra la dictadura en su país. Cuenta el coronel Carlos Paz Tejada7, quien había participado junto a Árbenz en la asonada del 44 y ahora compartía exilio en El Salvador, que el primero de los jóvenes que lo buscó para planificar un regreso a la lucha en su país fue Otto René Castillo: “Me fue a decir que yo tenía que encabezar la lucha (…) [Él y sus compañeros] me habla-ron de la conspiración en la que estaba implicado el coronel Nie-derheitmann, [entonces] entramos clandestinamente a Guatemala Otto René Castillo y yo. Veníamos ya de regreso de tener reuniones conspirativas contra el gobierno de Castillo Armas”.

Roque, en cambio, aún daba sus primeros pasos hacia la mi-litancia política. El historiador Jorge Arias Gómez, también par-ticipante de la Asociación Estudiantil, recuerda que conoció al poeta en una reunión en la Facultad de Derecho; esos encuentros tenían por objetivo “recuperar el campo perdido por la izquierda en el movimiento estudiantil universitario”. Cuenta Arias Gómez que en esa reunión Roque pidió la palabra e hizo una defensa “muy vivaz y convincente” del programa de la Asociación. A par-tir de eso, lo eligieron para escribir un artículo en el periódico Opinión Estudiantil: su primer texto publicado. Por allí andaban Otto René y otros futuros escritores salvadoreños, como los poe-tas José Roberto Cea, Roberto Armijo, Tirso Canales y Manilo Argueta (al momento de escribir estas líneas, director de la Biblio-teca Nacional de El Salvador).

7. Paz Tejada, militar y revolucionario. Carlos Figueroa Ibarra. F&G Editores, 2004, Guatemala.

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Pero no fue sino hasta su regreso de la Unión Soviética que Dalton asumiría su militancia plena en el Partido Comunista Sal-vadoreño.

Generación Comprometida: quiebres literarios y políticosCon la denominación de Generación Comprometida se conoció a la experiencia de un conjunto de escritores, poetas, pintores, pe-riodistas y músicos, con algunas coincidencias conceptuales —y, obviamente, generacionales— en El Salvador de mediados de la década de 1950.

Si nos referimos a esa experiencia en este apartado es por-que la dupla virtuosa Dalton–Castillo tuvo mucho que ver en su impulso y trascendencia internacional. Lanzas y Letras surgiría en el país vecino no exenta de los aromas de aquellas búsquedas estéticas y rebeldías.

La generación de Roque y Otto René debió lidiar con una doble decepción: primero, la que le producen los escritores y referentes intelectuales que les precedieron, quienes, al decir de Dalton, “lan-guidecían en un exilio nostálgico que terminó por extranjerizarlos o buscaban el acomodamiento en el interior del país en el seno mis-mo de la nueva dictadura”. En segunda instancia, la decepción que les producen los comunismos oficiales en la medida en que ambos se proponen formas más radicales de compromiso que no encuen-tran eco en sus partidos. Ambas preocupaciones, la intelectual y la política, decantan en una concepción que los motiva a quebrar con esos dos mundos de procedencia. Plantea Dalton que “el lema de Otto René Castillo y de sus compañeros de promoción que dieron el salto hacia delante y abandonaron todos o los más pesados de sus lastres” fue la certeza de que “la única forma eficaz de luchar por una literatura y por un arte históricamente responsables, era com-batir al enemigo, al opresor, al restaurador del oscuro pasado”. Es-tas ideas que reivindica Roque en su amigo Otto René son también las suyas. Las coincidencias entre ambos jóvenes eran muchas y tempranas, aunque fue poco el tiempo que pudieron compartir.

En 1956 ambos fundaron el Círculo Literario Universitario. Allí confluyeron quienes con el tiempo fueron reconocidos como Ge-neración Comprometida. La amistad entre Dalton y Castillo era también afinidad literaria y sintonía política. Además de buscar

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espacio para difundir su producción poética, se dieron la tarea de provocar debates por medio de publicaciones y proclamas que de-jaran en claro el quiebre que se proponían representar. La Genera-ción Comprometida era un colectivo heterogéneo:

“No éramos un grupito de autobombo y platillos mutuos, no nos ocultábamos nuestras contradicciones, las planteábamos y las discutíamos para enriquecernos nuestra visión creadora”, explica José Roberto Cea, uno de los promotores del proyecto.

El Círculo Literario Universitario fungía como base operativa. Desde allí organizaron la publicación de una página mensual en Diario Latino en la que, además de ir dosificando sus primeros versos destinados a una audiencia mayor que la universitaria, pu-blicaron artículos polémicos que agitaron el panorama intelectual, manso hasta entonces.

El espacio colectivo no duró. El final del gobierno del general Lemus provocó nuevos exilios. Debieron salir del país Dalton, José Roberto Cea, Manilo Argueta, Álvaro Menéndez Leal y Claribel Ale-gría. En diciembre de 1957 Otto René también se va. La vuelta de él y otros cuantos a Guatemala se había hecho posible a partir del asesinato del dictador Castillo Armas, a resultas de intrigas de pa-lacio en la propia cúpula militar.

Castillo resulta algo así como la abeja que lleva el polen de la Generación Comprometida a su tierra. Aunque con menos recono-cimiento internacional, Lanzas y Letras expresó a poetas y literatos de Guatemala que se proponían similar quiebre estético y político con sus predecesores.

Sin embargo, la voz cantante —y al a vez disonante— del es-píritu de esa generación siempre fue Roque Dalton. Con los años entró en polémica con parte de sus colegas de Generación que se habían agrupado en un espacio denominado Grupo de los Cinco (Argueta, Armijo, Cea, Canales y Kijadurías). Les cuestionaba su afincamiento como “vanguardia estética tradicional” —valga el oxímoron—, es decir, su adopción de reglas para la literatura que también necesitaban una ruptura. En cartas públicas Dal-ton mantiene una polémica con sus excompañeros del Círculo Literario Universitario, a quienes contrasta con la reivindicación de su amigo Castillo (de quien ya se había conocido la noticia de su muerte en la guerrilla) y de Lanzas y Letras del otro lado de

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la frontera, donde destaca la apuesta al “auto reconocimiento de la cultura guatemalteca revolucionaria”.

La poesía de Castillo, la de Roque, desbordaron a su propia generación a fuerza de compromiso militante y audacia en el arte, esmero estético, calidad en la palabra. Porque a la hora de trans-formar no asumían medias tintas, tampoco en la poesía. Estaban convencidos, como dijo Dalton alguna vez, que “el comunista que trata de hacer la revolución con un mal poema objetivamente hace contrarrevolución”.

ComunistasSer de izquierda en aquellos tiempos en Centroamérica era, bási-camente, apoyar al partido comunista o directamente militar en él.

La historia del Partido Comunista de El Salvador (PCS) está reconstruida por Dalton en el libro Miguel Mármol. Fundado en 1930, el partido recogió la experiencia de los primeros grupos mar-xistas que venían desarrollándose al influjo de la Revolución Rusa. La masacre de 1932 los dejó fuertemente golpeados.

En Guatemala, el partido comunista se denominó Partido Gua-temalteco del Trabajo (PGT). Fue una de las fuerzas que con más convicción apoyó al gobierno de Árbenz en los primeros años 50. El PGT no pretendía llevar el proceso democrático hacia el socialismo, sino profundizar sus reformas posibles. Sin embargo, la propagan-da anticomunista norteamericana se encargó de sobredimensionar el peligro “soviético”. Tras haber tenido unos pocos cuadros en el gobierno de Árbenz, el PGT, perseguido tras el golpe, debió reorga-nizarse como una fuerza clandestina.

Los condicionamientos de la clandestinidad no impidieron que la militancia se volcara hacia el trabajo de masas. La Federación Autónoma Sindical de Guatemala (Fasgua), por caso, llegó a ser fuertemente influenciada por el partido. Pero la crisis y la represión no cejaban. Para más, el ejemplo de la Revolución Cubana dio nue-vos ímpetus a las izquierdas en todo el continente.

Otto, influenciado por el ambiente familiar politizado, comen-zó a militar casi de adolescente en la Juventud Patriótica del Trabajo (JPT), el brazo ad hoc del partido comunista. Ya por entonces ejercía su liderazgo como representante de los estu-diantes de post-primaria.

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Al llegar a El Salvador, en la Universidad, tenía más experiencia política que los demás. Al calor de los debates sobre literatura y compromiso, Otto insistía a sus compañeros en que la tan menta-da “conducta moral” debía plasmarse en la militancia política, más precisamente en el Partido Comunista. No solo Roque, sino gran parte de aquellos jóvenes con inquietudes terminaron militando en el PCS gracias al activismo del guatemalteco.

Dalton, sin embargo, asumió formalmente su militancia política después de su viaje a la Unión Soviética.

En 1957, mientras Castillo, aún en El Salvador, seguía ex-pectante de las noticias de su país mientras esperaba las condi-ciones para volver y sumarse a la resistencia, Dalton organizaba el viaje que le cambiaría su mirada del mundo. Sería su primera salida fuera de América Latina, al Sexto Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes por la Paz y la Amistad que se reali-zaría en la URSS.

Ambos compartieron un breve período de militancia conjunta en el PC salvadoreño. Como parte de esa imbricación que carac-terizó todos los planos de sus vidas, la de Dalton y Otto René era una militancia siempre enredada con la bohemia. Escribió Roque en Pobrecito poeta… que «de la reunión del Partido se iba a la cer-vecería y en ocasiones al revés”. Los viejos comunistas no los veían con buenos ojos; sin embargo, los conflictos en serio con la ortodo-xia partidaria surgirían más adelante y por motivos más de fondo.

Es cierto que la Revolución Cubana radicalizó todo. Pero el ar-gumento de que Castro y los suyos propagaron un incendio ajeno a las realidades de otros países era tan falso en Guatemala y El Salvador como en cualquier lugar del continente.

En Guatemala, el PGT realizó su III Congreso en mayo de 1960. Debió hacerlo en la clandestinidad. El evento graficó la realidad del partido en el que militaba Otto René: el 53% de los asistentes fueron obreros y campesinos; el 47% había pasado por la cárcel por motivos políticos y el 6% había sido torturado por comunista. El relevamiento, realizado por el dirigente sindical Víctor Manuel, también participante del Congreso, no dio cuenta de la cantidad de quienes habían pasado por el exilio, otra cifra abultada.

La representación sectorial era loable para un partido de iz-quierda clandestino: además de la Federación Sindical Fasgua, el PGT incidía en diversas ligas campesinas, el Frente Unido

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del Estudiantado Guatemalteco (Fuego), la Asociación de Estu-diantes Universitarios (AEU). Allí el partido definió la validez de “todas las formas de lucha”, resolución que comenzó a hacerse práctica en 1962.

Otto René seguía los acontecimientos desde la lejana Alemania comunista. La distancia, sin embargo, no le impedía explorar vías de aproximación a la realidad y la lucha de su país. En enero de 1962 decide dejar los estudios e integrarse a la brigada de cineas-tas que dirigía el prestigioso director holandés Joris Ivens, quien se proponía documentar las insurgencias latinoamericanas desde adentro. Para ello, el entrenamiento del grupo constaba de forma-ción cinematográfica pero también militar. De hecho, cuando es detenido tres años después, se aprestaba a subir a la montaña para hacer un reportaje cinematográfico sobre sus camaradas en armas de las FAR.

Los tiempos se aceleran. En Guatemala, en 1962 surge el pri-mer foco guerrillero. Las FAR van desarrollando varios frentes en el país. Realizan emboscadas al Ejército, toma de poblaciones, sabo-tajes económicos. Durante los años 1964 y 1965 logran sortear dos ofensivas militares, pero el tercer intento por acabarlos, en 1966, resulta más efectivo y desarticula casi por completo a esta fuerza insurgente. Para 1967, cuando Otto René se incorpora, los grupos que aún permanecían estaban fuertemente debilitados.

También en 1962 Lanzas y Letras encuentra su límite: la repre-sión era tal que “ya no se podía publicar”, según nos cuenta Tono Móbil, su director.

Bretch en la guerrillaCuando la periodista norteamericana llegó a la Sierra de las Minas para realizar su reportaje sobre la guerrilla guatemalteca no pudo creer lo que vio. Uno de los “subversivos” leía una edición de El Capital de Karl Marx… en alemán. Jorge Ismael Soto, más conoci-do por su nombre de guerra (que aún mantiene) Pablo Monsanto, estaba allí. Sobre aquellos tiempos conversamos, 51 años después.

—¿Cómo se incorpora Otto René a las FAR?—Él fue contactado en Europa por el comandante Luis Au-

gusto Turcios Lima, a partir de eso se incorpora a las fuerzas guerrilleras.

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Pablo Monsanto es una figura legendaria. Compartió con Cas-tillo sus últimos minutos de vida antes de ser capturado por el Ejército. Era el jefe de la columna guerrillera a la que fue destina-do Otto, en el Frente Edgar Ibarra de las FAR. Convivieron todo el tiempo que el poeta pasó en la guerrilla. Después fue comandante de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) du-rante la guerra y hasta la firma de los acuerdos de paz, que lo tu-vieron como uno de los protagonistas. Nos recibió en las modestas oficinas de su nuevo partido, Convergencia, desde el cual insiste con su empedernida militancia de izquierda, a sus setentaipico.

—Cuando Otto se incorpora, el movimiento guerrillero estaba a la defensiva total. Después de la muerte del Comandante Turcios Lima el enemigo estaba lanzando una operación gigantesca en la Sierra de las Minas, que era donde nos encontrábamos. A él lo inte-graron a la unidad guerrillera que estaba bajo mi responsabilidad. Yo en ese tiempo tenía el grado de Capitán.

—¿Cuánto tiempo estuvo Castillo en la guerrilla?—Él apenas llegó a estar dos o tres meses, porque ese combate

[cuando lo capturan] se produjo en el mes de marzo de 1967, para Semana Santa. Fue Lunes Santo o Domingo de Ramos. Al subir por el río, Otto y Nora Paiz —una compañera que estaba algo en-ferma y a la que él cuidó ese último tiempo, hija de un coronel del gobierno de Árbenz— encontraron una brecha, un camino de ca-ballos y de mulas. Siguieron el camino, bajaron a una aldea y ahí los capturaron. Los llevaron a una base militar, a una aldea que se llama Las Palmas. Ahí los estuvieron torturando y finalmente los quemaron vivos.

Castillo se había integrado a ese frente con una función: ser el responsable de educación y orientación político-ideológica de la guerrilla. Monsanto describe las tareas del poeta: “Empezó formu-lando un plan de alfabetización para los combatientes, indicó que quienes supieran leer enseñaran a los que no, y propuso a los gue-rrilleros montar obras de teatro para la población campesina del lugar, como forma de concientización”.

Quien prestó especial atención a esas labores fue otro de los jefes guerrilleros, César Montes. En su libro La guerrilla fue mi camino (epitafio para César Montes)8 recuerda que Otto ponía

8. Firmado con su nombre legal, que retomó tras dejar la lucha armada: Julio César Macías.

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como ejemplo de teatro revolucionario a un autor alemán que había “renovado técnicas y temas” para llevar sus obras al pue-blo. Montes no lo menciona por su nombre, pero es claro que habla de Bertolt Brecht. El comandante guerrillero recuerda el diálogo en el que lo cuestionó:

—¿Y vos creés que voy a poner a nuestros combatientes, experi-mentados y endurecidos por los enfrentamientos y las dificultades, a hacer teatro, posponiendo el uso de las armas?

—Creo poder hacer, con el teatro de la guerrilla, lo que no se puede lograr con las balas —replicó Otto, y continuó: —Las balas de tus combatientes pueden hacer mucho frente al enemigo, pero el teatro puede provocar cambios en la mentalidad del pueblo, en su formación y en su participación. Eso no se puede lograr con los fusiles. Te propongo usar la fuerza de nuestros hombres armados para reunir a la población y entonces presentar obras de teatro concientizadoras que permitan profundizar y ampliar la integración popular al proyecto político; precisamente el tipo de teatro que la sociedad burguesa no nos permitiría jamás repre-sentar. Un proyecto político así comprendido va a ser defendido después por el propio pueblo, aún a costa de sus vidas y aunque en un principio no tenga armas; ya después se harán de ellas, para defender mejor sus derechos.

El poeta convenció a los jefes. Se ganó, así, además de su arma, “los pocos libros que se tenían, los que leyó una y otra vez hasta casi gastarlos”.

Montes relata una de las presentaciones teatrales que Castillo llegó a montar:

“Se representó una pequeña obra de teatro en donde un solda-do, casi analfabeto, mataba a un guerrillero para así obtener los secretos de su sobrevivencia y valor. El guerrillero usaba anteojos con los que podía mirar hacia el futuro, botas de siete leguas [nota: las que aparecen en cuentos infantiles muy populares por enton-ces, como Pulgarcito] con las cuales caminaba sin cansancio y una boina que le daba lucidez a su pensamiento. La brújula le servía para orientarse entre el bien y el mal, para no perderse, aún en las noches más oscuras; su corazón le permitía amar y ser amado por las mujeres, los niños, los ancianos y por todo el pueblo de su país.

“El soldado capturó al guerrillero; le quitó las botas, la boina, la brújula y se dio cuenta que nada de eso le permitía andar, orien-

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tarse, entender el mundo y ser amado por el pueblo. Seguía siendo odiado. Entonces lo increpó, lo golpeó y le demandó sus secretos. El guerrillero le respondió que no había tales secretos; que para ser amado debía estar en la guerrilla, junto al pueblo. El soldado le gritó que eso era mentira, y como el revolucionario se negaba a confesar lo torturó, lo asesinó y le arrancó el corazón, en un último intento por desentrañar el misterio. Otros combatientes vestidos como mujeres y hombres del pueblo se levantaron y simularon matar, sin armas al soldado. Después, se llevaron el cadáver del guerrillero y lo enterraron haciéndole honores”.

La propia muerte del poeta estaba cercana. “A Otto René y a Nora Paiz no les pudimos hacer honores”, concluye Montes, recor-dando el final de la obra de teatro, y del poeta.

“La historia ama las paradojas”, sentenció alguna vez el dra-maturgo alemán, que solía hacer gala de un buen humor a prue-ba de tragedias.

Flor, abeja, lágrima, pan, tormentaLa saña con que Otto René Castillo fue asesinado remite a su cua-lidad de trovador del pueblo, o más bien: al odio con que los milita-res respondían ante quienes daban voz a los oprimidos.

Su hermana Zoila buscó reconstruir los hechos. Fue a Zacapa, en el nororiente del país, donde Otto y los demás habían sido cap-turados, en busca del cadáver que los militares desaparecieron, y del que no se sabe nada hasta hoy. Cuenta la mujer:

“La versión de la forma criminal en que Otto René fue torturado y asesinado la dio el monstruo que vestido de uniforme y ostentan-do el grado de capitán del Ejército Nacional dirigió la tortura e inte-rrogatorio. Aunque Otto René no portaba su documento de identi-dad (en la montaña y en la lucha clandestina usaba el seudónimo ´Miguel´, quizá en memoria de Miguel Hernández, el gran poeta español, a quien le escribiera unos poemas) se identificó como Otto René Castillo. ´¡Ajá!, así que vos sos el poeta que dice que los coro-neles se orinan en los muros de la patria… Conque vos sos el que se quedará ciego para que la patria vea… Así que vos te quedarás sin voz para que Guatemala cante… Pues se te hizo, cabrón, por-

9. Relato recogido por Mario Roberto Morales en su libro La ideología y la lírica de la lucha arma-da. Guatemala: Editorial Universitaria, 1994.

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que todo eso es lo que realmente te va a pasar, y no en versitos sino en la pura realidad´. Con una gillette asegurada en una varita de bambú, atado de pies y manos, le cortaban la cara a cada frase que le decían (basándose en el poema “Vamos Patria a caminar”). Le gillettearon los ojos, la boca, las mejillas, los brazos y el cuello”9.

Yo he de morir para que tú no mueras, para que emerja tu rostro flameando al horizonte de cada flor que nazca de mis huesos. Tiene que ser así, indiscutiblemente,

Había predicho Otto René. Tras la muerte de su amigo poeta-guerrillero en Guatemala,

Roque había escrito: Otto René Castillo ejemplifica el más alto nivel de responsabilidad del inte-lectual revolucionario, del creador revolucionario, en la unidad del pensa-miento y la práctica. Murió como un indoblegable luchador revolucionario, en su convencimiento de estar siguiendo —por sobre todos los riesgos y derrotas temporales— el único camino verdaderamente liberador para nuestros pueblos, el camino de la lucha armada popular10.

Al enterarse de la caída del Che en Bolivia, años después, sentenció:El comandante Guevara era la encarnación de lo más puro y lo más hermoso que existe en el seno de esa actividad grandiosa que nos impone nuestra época: la lucha por la liberación de la humanidad. La actitud fundamental a que nos obliga su actual inmortalidad histórica es la de hacernos verdade-ramente dignos de su ejemplar revolucionario. Ser dignos de la vida y de la muerte del gran combatiente revolucionario11.

La decisión de seguir sus pasos “por sobre todos los riesgos” para ser dignos “de la vida y de la muerte”, estaba sentenciada. El final de Roque en la guerrilla, trágico, siempre inexplicable, ab-surdo, inverosímil, es sabido. Los dirigentes del Ejército Revolu-cionario del Pueblo (ERP), grupo al que se había integrado, ven en Dalton un desafío a su autoridad, e inventan cargos irrisorios para justificar su ejecución. Es fusilado por sus camaradas en armas cuatro días antes de su cumpleaños 40.

Así como Otto, también Roque dejó su despedida para que no lo extrañen:

10. Prólogo del libro Informe de una Injusticia.11. Nota en la agencia Prensa Latina.

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Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombreporque se detendrá la muerte y el reposo.Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,sería el tenue faro buscado por mi niebla.Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.No dejes que tus labios hallen mis once letras.Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muertodesde la oscura tierra vendría por tu voz.No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre,Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.

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Tras las huellasLa ciudad de Guatemala (taciturna y fría: con esos únicos y con-tundentes adjetivos la describió Dalton) condensa la contradicción nodal que resulta común a todos los pueblos de Nuestra América: desdén, abandono y políticas de olvido por parte de los dueños del poder y de la Historia y, a la vez, pujanza de la resistencia y la me-moria obturada por las grietas que se van abriendo, persistentes, a veces imperceptibles. Visitar el Museo Nacional de Arqueología y Etnología, por caso, deja una impresión lamentable: condensa en unas galerías descuidadas el relato gris, unilateral, de los vence-dores. Toda la historia de Centroamérica se reduce allí a una se-cuencia insulsa de gobernantes portadores de presuntas hazañas racistas y clasistas, tan aburridas, además. Como contracara, otra paradoja latinoamericana: el bastión más visible de la memoria proviene, en este caso, de una institución que ha sabido estar en las dos orillas de la tragedia continental. La Catedral, el principal templo de la Iglesia Católica, es el sitio donde pueden leerse gra-bados en sus columnas los nombres de centenares de víctimas tomados del informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico que documentó 200.000 muertos y desaparecidos, más del 90% responsabilidad del terrorismo de Estado.

Esa institucionalización de la memoria no abarca, sin embargo, las identidades de la resistencia. Las organizaciones campesinas, sindicales, guerrilleras, y los proyectos sociales y culturales que desafiaron la barbarie y apostaron por la justicia deberán buscar sus propias formas de hacerse ver, de existir aun cuando ya no existan: legarse para las futuras generaciones.

La mítica Lanzas y Letras de los poetas y literatos comprometi-dos, en ese contexto, no existe en la Guatemala gris del siglo XXI. Profesores de literatura, libreros de viejo y bibliotecarios descono-cen su existencia. Pero nos empecinamos en la búsqueda.

Nuestro primer destino fue la Universidad de San Carlos, donde aquellos estudiantes rebeldes fundaron el proyecto original. Allí, en la sede de la facultad de Derecho y Ciencias Sociales donde todo

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ocurrió, no quedan mayores rastros. De la visita nos trajimos, sin embargo, la primera pista firme: en la otra punta de la ciudad, per-dida en la Zona 3, está la biblioteca César Brañas, algo olvidada pero aún dependiente de la Universidad.

Descubrimos que allí mantienen la colección original, encua-dernada cual si se tratara de delicados papiros. Primera emoción. Ojeamos con delicadeza el libraco que contenía las ediciones ori-ginales, pero el impedimento de tomar fotografías o registros de aquellas páginas nos dejó insatisfechos. “Deberías buscar a Tono Móbil, él estuvo en la revista desde el principio”, nos orientó Raúl Figueroa Sarti, responsable de la editorial F&G y editor del único libro de Otto René Castillo que se consigue en el país, Vamos Patria a caminar.

Habíamos leído sobre Tono, pero, dadas las circunstancias his-tóricas que rodearon a aquella generación y las décadas transcu-rridas, dudábamos de que alguno de los protagonistas de esta his-toria estuviera aún con vida.

Junto a él pudimos reconstruir gran parte de esta historia.

Primavera en medio de la eterna tiraníaLos muchachos de la facultad de Derecho y Ciencias Sociales ha-bían conocido durante un tiempo algo parecido a la libertad. En 1945, por primera vez en su historia, Guatemala había tenido un gobierno popular presidido por el profesor Juan José Arévalo. Se le llamó Revolución: sus reformas no fueron socialistas, pero sí antiimperialistas. Después de Arévalo fue electo Jacobo Árbenz, otro nacionalista que avanzó los pasos de su antecesor y se animó a un poco más.

Durante casi una década el pueblo guatemalteco vivió una inédita “primavera en el país de la eterna tiranía”, como definió el escritor Luis Cardoza y Aragón (parafraseando a Alexander Von Humboldt, quien había dicho de Cuernavaca, en México, que era la “ciudad de la eterna primavera”).

Es conocido el desenlace: en 1954 los EEUU promovieron la destitución de Árbenz en nombre del anticomunismo, pero más concretamente de los intereses de la United Fruit.

(Por esos días andaba por la ciudad de Guatemala un inquieto joven argentino a quien todavía llamaban Ernesto. Quedó desen-cantado con la falta de resistencia al golpe. “Árbenz no supo estar

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a la altura de las circunstancias, los militares se cagaron en las patas”, escribió, sin cuidar los modales, en carta a su madre. Las lecciones que de ello extrajo tienen un paralelo con las conclusio-nes a las que iba llegando otro muchacho, cubano de nacimiento, estudiante de abogacía, que pocos años antes había visto estallar el Bogotazo en la capital colombiana. El argentino reflexionó so-bre las limitaciones de los nacionalistas y el cubano —de apellidos Castro Ruz— sobre la violencia a la que estaban dispuestas las oli-garquías apoyadas por los Estados Unidos; Guatemala y Colombia iluminaron la formación política de aquellos jóvenes poco propen-sos a afeitarse que irían a encabezar la revolución más determi-nante del siglo XX en toda Nuestra América. Juventud, vocación revolucionaria, exilio: al igual que Roque Dalton, Otto René y los demás, Fidel y el Che frecuentaban por aquellos años reuniones de exiliados donde se planificaban luchas épicas y regresos).

Contra el régimen, desde la UniversidadPromediando el siglo XX los medios de comunicación impresos lo-graban un peso e incidencia muy por encima de lo que podemos imaginar hoy. La primera transmisión de TV en Guatemala fue en 1955, pero hasta entrados los 60 la señal televisiva no lograba una penetración determinante en la sociedad. Para informar, las trans-misiones radiofónicas se complementaban con los escasos diarios impresos. La producción de periódicos y revistas lograba una inci-dencia muy eficaz.

En ese contexto resultaba natural que alguien con vocación po-lítica, literaria o académica se forjara además en las artes de la edi-ción de publicaciones. Eso le sucedió a José Antonio Móbil, Tono, director y principal animador de Lanzas y Letras en la Universidad de San Carlos de Guatemala.

El hombre fue de todo: líder estudiantil, crítico de arte, diplo-mático, historiador, escritor, investigador, exiliado, editor. En sus recuerdos el proyecto de la revista está vívido, latente. Mientras este libro termina de escribirse, Tono sigue trabajando, a sus 88 años, al frente de la editorial Serviprensa, donde tiene su oficina, donde nos recibe para ayudarnos a reconstruir esta historia.

La génesis de Lanzas y Letras tiene mucho que ver con su his-toria. Tono tenía 14 años cuando participó de las protestas que dieron por tierra con la dictadura de Ubico el 20 de octubre de

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1944. Seguía siendo muy jovencito cuando consiguió trabajo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, durante el gobierno de Jacobo Árbenz; en 1954, cuando el golpe, él era directivo de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU). Por su trabajo en el gobierno depuesto y su militancia estudiantil debió partir al exilio. Pudo regresar a Guatemala en 1957, el primero de varios que siguieron sus pasos.

Las publicaciones de temas culturales, estudiantiles o literarios tenían en aquellos años un complemento inevitable: la política.

La Universidad era un ámbito fértil en la producción de revistas e impresos.

Antecedentes: El EstudianteMuchos de los jóvenes que ahora emprendían una nueva publica-ción contestataria ya habían tenido choques con el régimen años atrás. Lanzas y Letras sería una especie de revancha después de la censura de un periódico estudiantil que había logrado peso en la vida política del país: El Estudiante. Con aquella publicación, la Asociación Estudiantil había logrado una masividad por enci-ma de los diarios tradicionales: era el único órgano impreso que desafiaba a la dictadura que se había instalado tras la destitución de Arbenz en 1954.

“El Estudiante representa en Guatemala un movimiento de opi-nión tendiente a hacer conciencia democrática en la ciudadanía”, expresaban en la edición de agosto de 1955. La dirección colectiva fue integrada por Jorge Mario García Laguardia y otros dos estu-diantes que reincidirían en Lanzas y Letras años después: Antonio Fernández Izaguirre y José Luis Balcárcel. El periódico tuvo una repercusión impensada. Llegó a distribuir 20 mil ejemplares y, se-gún sus hacedores, se había convertido rápidamente en “la publi-cación periódica de mayor circulación del país”.

Constantes de la historia: aquella edición de El Estudiante to-maba el nombre de otro periódico universitario que había sido tri-buna de denuncia contra el gobierno represor de Estrada Cabrera, en 1920. La historia reprimida en su momento resurgía, impulsada por una nueva generación, 35 años después. Prácticamente la mis-ma cantidad de años separa el surgimiento de la Lanzas guatemal-teca de su homónima colombiana.

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Son coincidencias que poco tienen de azar. Otra línea de con-tinuidad que llega hasta nuestros días puede hilvanarse a tra-vés de la figura de Miguel Ángel Asturias —consagrado con el Nobel de Literatura en 1976—. El escritor guatemalteco había sido un prominente activista juvenil, fundador de la Asociación de Estudiantes El Derecho y promotor de la primera edición de El Estudiante en los años 20. También había sido el responsable de la frase que marcaría a la Generación Comprometida que tuvo epicentro en El Salvador mientras Otto René gestaba la identidad de su poesía junto a su amigo Roque: “El poeta es una conducta moral”. Asturias después sería duramente criticado por Dalton ya que, en su faceta de diplomático, ocupó “la embajada parisina de la criminal dictadura militar guatemalteca que asesinó a Otto René Castillo”. El fuerte contrapunto con el escritor reivindicado en primera instancia y repudiado después, daba cuenta de la di-visoria de aguas que se producía en la medida en que se radicali-zaba la lucha. Pero aquella sentencia desbordó al personaje y se perpetuó como un mantra que llegaría, incluso, a las páginas de la versión colombiana de Lanzas, donde Uverney solía citarla con frecuencia en sus escritos.

Pero volvamos a los años que precedieron al surgimiento de la Lanzas y Letras guatemalteca.

Pasados dos años del derrocamiento de Árbenz, el gobierno mi-litar se mostraba cada vez más intolerante con cualquier crítica. En 1956 el periódico El Estudiante terminaría su segunda época de la peor forma. La represión se había vuelto una amenaza cada vez más tangible y, en junio de ese año, la Policía Nacional de Guate-mala asaltó la imprenta para incautar todo el material.

Uno de los jóvenes directores del periódico, Mario García La-guardia, escribió a máquina la última edición apurada, reprodu-cida a mimeógrafo, de manera artesanal. Allí advertía y dejaba un legado a quienes vinieran detrás:

Destruyendo físicamente a unas decenas de personas, como lo han hecho los traidores, no van a destruir a la oposición. Nosotros, los numerosísimos opositores a la intervención extranjera y dictatorial en nuestro país, pode-mos permitirnos el lujo de perder, no una, sino muchas batallas. Esta fue perdida y las otras tendrán que venir. Pero el corrupto régimen de “libera-ción” sabe, o debe saber, con certeza, que no perderá más que una. ¡Hasta pronto, pueblo de Guatemala!

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La resistencia estudiantil entraría en un impasse hasta que al-gunos de sus activistas lograran regresar del exilio. Con ellos re-gresó, también, la idea de reimpulsar una publicación que cavara nuevas trincheras desde donde la cultura y la política pudieran volver a dar batalla.

Buscaron a algunos de quienes habían dirigido El Estudiante. Por esos meses habían regresado al país Antonio Fernández Izagui-rre y José Luis Balcárcel, directores de aquel periódico, y ambos se unieron al nuevo proyecto.

Si bien sería un órgano surgido de la Universidad, no podían re-plicar el nombre de El Estudiante porque eso los hubiera expuesto nuevamente a la represión. Además, aquellos jóvenes ya estaban crecidos, y curtidos: seguían siendo parte de la Asociación Estu-diantil El Derecho, pero algunos de ellos rondaban los 28 años y cargaban persecuciones y exilios a cuestas.

El origen, la licoreríaEl principal cómplice de Tono Móbil en el proyecto de la revista fue su amigo Roberto Díaz Castillo, “uno de los intelectuales más completos que ha tenido Guatemala durante los últimos 50 años”, según lo define Tono. Por aquellos años Roberto era uno de los tan-tos jóvenes comprometidos y politizados por la situación del país. En junio de 1954, en medio de las maniobras golpistas contra el gobierno democrático de Jacobo Árbenz, Roberto, que a sus 23 años presidía la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), agitaba a sus compañeros desde la tribuna o desde los micrófonos de la radio nacional TGW, arengando a defender la revolución.

Después del golpe debió salir, junto a Tono, al exilio chileno. Re-cién a su regreso, cuatro años después, impulsarían lo que terminó siendo Lanzas y Letras.

La idea surgió en los encuentros que Díaz Castillo mantenía, durante los primeros meses de 1958, entre clase y clase, con su amigo Tono y con Antonio Fernández Izaguirre, Tonfer, quien con el tiempo iría a convertirse en el Comandante Sebastián, uno de los fundadores del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). Los tres amigos se reunían a pasar el tiempo y conspirar en los corredores que rodean el patio cuadrangular de la Facultad de Derecho. Esas conversas sobre la vida y la filosofía eran denominadas “el párrafo”, eran “parrafadas” al mejor estilo estudiantil.

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Las menciones a la Facultad de Derecho requieren una aclara-ción, ya que ahí se estudiaba, además, ciencias sociales. Cuenta Díaz Castillo que a él no lo guiaba “vocación jurídica alguna, sino intereses específicos: literatura española y americana, sociología, historia de la filosofía”. Lo mismo sucedía al resto de sus compa-ñeros de estudios: eran poetas o futuros escritores, casi nunca aspirantes a doctores en leyes.

De esas charlas entre Roberto, Tonfer y Tono surgió la idea de crear una revista literaria y política. Pronto se les sumó Otto René Castillo, que ya andaba por ahí. Tras regresar a Guatemala consi-guió trabajo en una empresa de aparatos eléctricos, fue pintor de brocha gorda, cuidador de automóviles y vendedor de libros; ingre-só a la Universidad. Junto a él, Tono, Tonfer y Roberto plantearon el proyecto de Lanzas y Letras a la histórica Asociación Estudian-til, que de inmediato lo avaló.

El primer número vio la luz en mayo de 1958.El nombre, como ya relatamos en las primeras páginas, remi-

tía a aquel capítulo de El Quijote de título extenso: “Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras”. Tonfer, que a diferencia de sus amigos que venían de Chile, ha-bía pasado los últimos años de su exilio en Cuba, propuso que el nombre quedara así: Armas y Letras. Pero Tono sugirió la variante menos obvia, que finalmente quedó.

“Hemos sido abanderados de la protesta contra la opresión y de las justas reivindicaciones de nuestro pueblo. Con él han marcha-do nuestros esclarecidos hombres (sic), y en carne propia hemos padecido la persecución, la tortura, el destierro”, expresaban en su nota editorial.

En los primeros números, de frecuencia mensual, se reflejaron algunas secciones fijas: Nuestras páginas, Bengala de poesía, Pro-blemas económicos, Libros, Ventana.

Cuenta Díaz Castillo que encargaban textos inéditos a colabo-radores y, en el caso de algunos referentes de renombre, publica-ban artículos también inéditos en Guatemala o poco difundidos, aunque no fueran producción exclusiva para la revista. Así su-cedió con la poesía de Pablo Neruda (a quien Díaz Castillo había conocido en su exilio chileno), artículos de Jean Paul Sartre, la mexicana Rosario Castellanos, el historiador argentino Gregorio Selser, algún poema inédito de la chilena Gabriela Mistral, textos

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del costarricense Joaquín García Monge y de los guatemaltecos Miguel Ángel Asturias, Augusto Monterroso, Luis Cardoza y Ara-gón o el expresidente Juan José Arévalo. Las notas de economía solían encargarlas a dos conocedores de la materia: Julio Gómez Padilla y Alfonso Bauer Paiz. El diseño estuvo a cargo de Amérigo Giarraca, quien por entonces era un estudiante más, pero con los años llegaría a convertirse en uno de los más célebres arquitectos y artistas del país; y de Dagoberto Vázquez, algo mayor que ellos, ya en camino de convertirse en uno de los artistas plásticos más reconocidos de la segunda mitad del siglo XX en Guatemala.

El equipo editor responsable, sin embargo, no era tan nume-roso. Tono Móbil, Díaz Castillo y Antonio Fernández Izaguirre con-formaron la base más estable; durante los primeros números par-ticipó activamente Otto René Castillo, hasta que en 1959 viajó a Leipzig, Alemania, donde residió hasta 1962. A partir del segundo número se sumó Rosa Hurtarte Rosal (“adolescente aún, nos inte-resó su poesía”, cuenta Díaz Castillo). Con el tiempo se sumó Ariel Déleon, quien después sería un reconocido periodista. José Luis Balcárcel, periodista y abogado, colaboraba reuniendo los artícu-los procedentes de México ya que se hallaba en ese país exiliado; recién pudo regresar, y sumarse al directorio de la revista, en mayo de 1959, cuando Lanzas cumplió un año.

El equipo editor era el responsable de la nota editorial, de mar-cado contenido político. Según cuenta Díaz Castillo en su libro Las redes de la memoria, Ariel Déleon destacaba en ese trabajo.

Para financiar la revista apelaron a la suscripción, aunque lo re-caudado nunca era suficiente. “Irremediables penurias financieras las de Lanzas y Letras. Nadie devengó jamás un centavo”, cuenta Díaz Castillo. Aunque el ámbito universitario en algo colaboraba: “Exiguos aportes de [la asociación estudiantil] El Derecho, de algu-na autoridad universitaria, de comprensivos amigos”. (Coinciden-cias que son constancias: las palabras del integrante de la Lanzas guatemalteca sobre las penurias económicas de entonces, bien se adaptan a la historia reciente de nuestra revista colombiana, que solo dependió durante este primer cuarto de siglo del sostén eco-nómico que brinda el apoyo popular).

Ante la dificultad de financiar la impresión de cada número, los pioneros de Lanzas en Guatemala encontraron un anunciante particular, que pautó con regularidad su aviso en las páginas de

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la revista. Se trató de la licorera La Moderna, ubicada en la zona 1 de la ciudad. El dueño del lugar admiraba la perseverancia de esos jóvenes bohemios y conspiradores, que realizaban no pocas reuniones de trabajo en su taberna. Para que no desentonara la publicidad de una licorera en una revista de literatura y política, le sugirieron anunciar, en cada número, algún poema o texto referido al vino o la embriaguez que hubiera escrito algún escritor famoso. Engalanaron las publicidades de la tienda de tragos, en sucesivos números de la revista, el poema “Embriagaos”, de Charles Bau-delaire, en el número 7; la “Oda al vino”, de Pablo Neruda, en el número 8; un fragmento de “La infancia de Baco”, de Rubén Darío (revista 10); “Vino Divino”, de José Ortega y Gaset (11). Pero las referencias poético-etílicas se fueron agotando, y no podían darse el lujo de perder la pauta del amigo licorero. Así fue que tocó inven-tar, tarea que asumió Tono Móbil, quien atribuyó un texto apócrifo al poeta francés Jean Paul Monard. “Total, en aquel momento no había internet, quién iba a verificar”, rememora Tono, con la picar-día intacta.

Contexto, contenidoEl éxito de Fidel y los suyos en Cuba alimentó rebeldías que ya es-taban, clarificó caminos que se exploraban con dificultad, y sobre todo dio sentido de posibilidad a la utopía de la revolución.

Sin embargo, como vemos, las ansias de cambiarlo todo ya ve-nían germinando en las nuevas generaciones centroamericanas por motivos endógenos. Los debates en torno a las vanguardias, en las letras y en la política, iban de la mano de los procesos de gesta-ción de nuevas realidades que tenían a los poetas y sus coetáneos de protagonistas.

A partir de 1959, a poco de haberse dado a conocer, Lanzas y Letras era la publicación más leída de literatura y política en Gua-temala, afirma Díaz Castillo. Hacia dentro de la universidad, los in-tegrantes de la revista tenían prestigio. Tono y Díaz Castillo habían estado al frente de la Asociación Estudiantil El Derecho, y en 1960 quien asumió la presidencia de la entidad fue otro integrante de la revista, Tonfer Izaguirre. Su objetivo como referente estudiantil era, en palabras de Díaz Castillo, “dirigir la campaña insurreccio-nal universitaria”.

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Tonfer, quien, como dijimos, había conocido de cerca la coyun-tura previa al a Revolución Cubana durante su exilio en la isla, creía en el camino propuesto por Fidel y el Che. En Guatemala, durante los años venideros, quien más lo influenció fue Luis Au-gusto Turcios Lima, uno de los jefes de las nacientes guerrillas. Cuenta Díaz Castillo que “su actitud era terminante: no bastaba la identificación teórica con la lucha armada. Era preciso actuar. Y eso fue lo que hizo”.

En las páginas de la revista se dieron a conocer textos de Pablo Neruda, César Vallejo y Gabriela Mistral. La edición número 12 dio cuenta de cierta repercusión internacional: publicó saludos reci-bidos desde México, Chile y Puerto Rico. “Lanzas y Letras es un arado que parte la tierra oscura para hacer cosechas venideras”, escribió para esa edición otro de los grandes de aquel entonces, el poeta Luis Cardoza y Aragón.

Tono fungió como director. Para él Lanzas fue “una pre-ciosidad, uno de los órganos periodísticos más prestigiosos de América Latina”.

Sobre el contexto y el sentido de la primera Lanzas, Dalton re-memora: “[Otto René Castillo] Se inscribe en la Facultad de Dere-cho, que había sido uno de los pocos baluartes de la resistencia. Ahí se da a la tarea que impone el momento: reagruparse, buscar nuevas formas organizativas, crearlas y hasta inventarlas. Así sur-gió, en el seno de aquella Facultad universitaria, como la primera expresión coherente de la cultura combatiente de Guatemala des-de 1954, la revista mensual (de cuyo Comité de Redacción Otto René Castillo formó parte) Lanzas y Letras. (…) [La revista] muy pronto sobrepasó los límites que sus fundadores se habían plan-teado. Concebida originalmente como órgano cultural estudiantil, sus páginas fueron de inmediato invadidas por todas las voces del presente nacional y mundial, pasando a ser una fuente viva de in-quietudes, sugerencias, preguntas, esbozos de respuestas. (…) La labor de esta publicación fue importantísima en esa etapa y tras-cendió hasta los países vecinos de América Central”.

Para el primer aniversario, el reconocido escritor Augusto Mon-terroso les dedicó elogiosas palabras: “El hecho de que una publi-cación como Lanzas y Letras —que representa hoy en Hispanoamé-rica lo mejor y lo más vivo con que cuenta nuestra patria— alcance los doce números, equivalentes a un año de lucha en medio de

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condiciones adversas y vejatorias y humillantes, merece el admi-rado reconocimiento de los que en una forma u otra no pierden la esperanza ni la vergüenza”.

La primera época contó con 28 ediciones. La segunda, solo 3, el último en agosto de 1962.

“Vivíamos el futuro”, rememora Díaz Castillo, al repasar las pa-labras de Dalton.

El contexto era de hormigueo de ideas, necesidad de deba-te, búsqueda de expresión. “Hemos vivido bajo el signo de Luis Cardoza y Aragón”, recuerda Díaz Castillo. Los jóvenes integran-tes del plantel de la revista sentían que el poeta ejercía algo así como un padrinazgo que les enorgullecía. La Revista de Guate-mala, promovida por el viejo Luis, era una referencia ineludible. A la vez, Cardoza y Aragón creó la Casa de la Cultura, donde los jóvenes universitarios solían ir a ver películas que no se proyec-taban en ningún otro lado, como La nube y el reloj, Luna Park o El sonámbulo. Pero era su obra lo que más les había influen-ciado. La Revolución Guatemalteca “nos sacudió, nos despojó de pasiones irracionales, nos fortaleció en la certeza de la victoria final”, dice Díaz Castillo. Allí don Luis afirmaba que “Nuestros países pueden y deben resistir, en todos los terrenos. Y pueden triunfar si se organizan, si su táctica es correcta y si hay capaci-dad y firmeza en una dirección con criterio propio”. Recordemos que aún estaban en gestación las rebeldías que, solo años des-pués, decantarían en movimientos revolucionarios acordes con aquella precursora caracterización.

Para Díaz Castillo, el más convencido de los admiradores de Cardoza y Aragón, tanto La Revista de Guatemala, como otra pu-blicación del momento, Presencia, y por supuesto Lanzas y Letras, tenían en común que expresaban a “toda una generación que se comprometió a combatir a la dictadura y al imperialismo”.

El viejo Luis sabía cómo retribuir la admiración que le profesa-ban aquellos jóvenes con vocación de discípulos. Para la edición aniversario de la revista les escribió:

“La juventud enciende su antorcha en la noche: Lanzas y Letras. Su voz se empeña en lograr la concordia guatemalteca y, sobre ba-ses de justicia, una vida digna, por libre y soberana. Se intensifica la lucha anticolonial en el mundo, en nuestro continente. Ya se le puso el cascabel al gato. Nada relacionado con el transitorio eclipse

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de nuestra Revolución de Octubre guarda vigencia verdadera si no se enfocó o se enfoca intuyendo o tomando en cuenta el deber de luchar. La Revolución Cubana, epopeya de un pueblo encabezada por Castro Ruz, es ejemplo universal. No pocos de los adversarios de la década 1944-54, hoy comprenden mejor lo acontecido, lo que perdimos. Lanzas y Letras es un arado que parte la tierra oscura para claras cosechas venideras”.

Así fue que lo visitaban con frecuencia, sin importar la distan-cia: Cardoza y Aragón seguía, por entonces, exiliado en México. “Nos recibía a todos. A todos nos escuchaba. Los editores de Lan-zas y Letras, Presencia y La Revista de Guatemala teníamos en su casa de Coyoacán un punto seguro de confluencia”, recuerda Díaz Castillo, y detalla los consejos, ya adecuados a la coyuntura de radicalización que se avecinaba doblando el codo de 1960: “Su consejo permanente fue el de unir a las fuerzas revolucionarias. Y su honestidad y su clarividencia guías para la acción. Acudíamos a él para oírle, para que supiera de nuestros pasos”.

La segunda etapa de Lanzas y Letras no se consolidó. En di-ciembre de 1961, cuando se inicia este nuevo ciclo, la represión en Guatemala volvía a pisarle los talones a quienes resistían en todos los ámbitos y a quienes activaban desde la Universidad. Empeza-ban a conocerse los primeros conatos guerrilleros. El segundo nú-mero de la segunda época se demora 6 meses: sale recién en julio de 1962. En la nota editorial se da cuenta del cambio de época, no de la revista sino ya de la situación del país:

“Para el pueblo, la transición pacífica —a través de los medios electorales que garantiza la constitución burguesa de 1956— sería la mejor solución. Pero está visto que, a la reclamación multitudi-naria de sus derechos, las clases dominantes han respondido con la violencia, la cárcel y la muerte. Cada vez más, la reacción terra-teniente y proimperialista cierra el camino pacifico de las transfor-maciones económico-sociales para Guatemala. Y cada vez son más evidentes las posibilidades de un cambio violento de cuyas pro-yecciones sólo puede responsabilizarse a las clases que detentan el poder”. Era inusual, hasta entonces, un llamado tan explícito a la revolución desde las páginas de la revista. La nota editorial con-cluye sin ambajes: “Como lo señalamos en estas mismas páginas meses atrás, una revolución agraria, antimperialista, de contenido

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nacional y dirigida por la alianza obrero-campesina es el único ca-mino, la única salida”.

Sabían que, a partir de ahora, a la publicación le quedaría poco tiempo.

Otto, 1958Para Otto René Castillo, 1958 fue un año intenso: a su regreso a Guatemala se dedicó a terminar su tesis para graduarse de Ba-chiller en Ciencias y Letras del Instituto José Martí. El título del trabajo condensa la preocupación que traía del Círculo Universita-rio en El Salvador: “El poeta ante los problemas de la humanidad. Responsabilidad de los poetas guatemaltecos”. El documento, que permanece inédito, incluye capítulos tales como “La historia hu-mana y la función de la poesía”, “El poeta como conducta moral”, “El poeta y su pueblo: un mismo corazón”, “Regionalismo o univer-salidad: dos caminos frente al poeta” y, por último, “Responsabili-dad de los poetas guatemaltecos”.

La presentación de la tesis demarca el objetivo del trabajo: in-dagar sobre “la enorme importancia que tienen para todo poeta viviente los problemas que aquejan a la humanidad, es decir, al hombre de nuestro tiempo, quien, dicho sea de paso, se encuentra situado en uno de los momentos más dramáticos de su existencia”.

La tesis es bien recibida: gana el premio Filadelfo Salazar (1958) al mejor estudiante y con ello tramita, por medio del Partido, una beca para continuar sus estudios de Letras en la Universidad Car-los Marx de Leipzig, en la República Democrática Alemana.

En Guatemala ya había sido galardonado con el Premio Auto-nomía de la Universidad en 1956 por su poema “Pequeño canto a la patria”, y en 1957 la Federación Mundial de Juventudes Demo-cráticas le había otorgado en Hungría el Premio Internacional de Poesía por su poema “Distante de tu rostro”.

El reconocimiento temprano y el estudio no le quitaban tiempo para bares y tertulias: se estaba gestando la revista Lanzas y Le-tras, y Otto no se la iba a perder.

Episodio DaltonRicardo Rosales Román había sido miembro del Consejo Superior Universitario de la USAC hasta 1959; al momento de esta anécdota

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se había sumado a Lanzas y Letras y seguía activo en la Asociación de Estudiantes Universitarios.

El equipo de la revista estaba involucrado en la organización del festival Primera Semana de Arte y Cultura que impulsaba la Aso-ciación de Estudiantes “El Derecho”. Entre el 21 y el 26 de marzo de 1960 habría diversas actividades culturales. Pero la que más interés despertaba era la esperada presencia de los poetas salva-doreños Roque Dalton y Roberto Armijo, en particular el primero. Debían leer sus poemas en la presentación que habían preparado para el día jueves 24, a las 19 horas, en el Salón de Honor de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. En Guatemala no se había publicado nada de Dalton aún, pero, además, varios de los poemas que el salvadoreño llevaba consigo eran inéditos. Sin em-bargo, nada de eso pudo ser.

“Comenzamos a oír hablar de Roque Dalton cuando Otto René Castillo volvió de su exilio”, cuenta Ricardo Rosales. Su relato de los hechos que reconstruimos a continuación se publicará en dos partes, en las ediciones 24 y 25 de Lanzas y Letras. Castillo man-tenía relación con el Círculo Literario Universitario de El Salvador y había ganado aquel premio literario junto a Dalton en 1995; sin embargo, las referencias que llevó a Guatemala —según Rosales— eran más de parrandas que de poesía (“De Roque, no nos habló sino como del amigo de aventuras. Poco o nada nos dijo de su poe-sía, mostrándonos, eso sí, una gran cantidad de fotografías en los que aparecían los dos en los más diversos lugares”).

De todos modos, el mismo Ricardo Rosales que redacta el artí-culo había estado un año antes en el país vecino, más precisamen-te en la casa de Dalton, en representación de la revista.

“Corría el año de 1959. El Círculo Literario Universitario de El Salvador se sirvió invitarnos a asistir a un evento cultural organi-zado para mediados de mayo de ese año y la dirección que se nos dio para ir a dar, fue la de una casa situada en la calle 5 de noviem-bre, enclavada en una fresca enramada y hogar en el que Dalton vive con sus hijos y su esposa, rodeado de gran cantidad de libros”.

Ya por ese entonces Rosales cuenta que, aunque no lo habían visto antes, “creímos conocerle ya de tiempo atrás”; la impresión que causó Dalton a sus visitantes de la revista fue la de ser “dueño de una pujante voz poética que con paso firme viniérase abriendo campo entre su propia generación”.

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La admiración era a Roque, y al ambiente de permanente deba-te: “Aquí en Guatemala, nunca hemos escuchado discusiones tan serias y apasionadas sobre arte, como la que sostuvieron Armijo y Dalton en una tertulia improvisada allá en San Salvador”.

Otto René debió conformarse con tender el puente para que la revista se vincule con Dalton. No pudo viajar junto a Rosales a El Salvador porque para ese entonces se encontraba recién llegado a Leipzig, Alemania, donde cursaría sus estudios de Letras en la Universidad Karl Marx.

Aquella primera visita a la casa del poeta dejó sellada la invita-ción inversa: un año después esperaban recibirlo en Guatemala.

Roque viajó de San Salvador a Guatemala el lunes 21 de marzo de 1960, llegó al aeropuerto internacional La Aurora en el vuelo 502 de Pan American Airlines (una de las 5 aerolíneas que por ese entonces partían de El Salvador). Lo esperaban Rosales y otros más. Supieron que el vuelo había aterrizado. Que Dalton y Armijo habían llegado. Pero no los vieron salir con los demás pasajeros, algo andaba mal.

“Nunca pensamos que las policías del país llegaran a tanto y que impunemente capturaran a dos de nuestros invitados salvado-reños, expulsando a Roque Dalton y dejando en libertad a Roberto Armijo, pero sometido a una estrecha vigilancia policial”, cuenta Rosales en la nota de la revista.

El gobierno guatemalteco se limitó a informar sobre la expul-sión de Dalton por medio de un boletín de prensa de la Secretaría de Publicidad de la Presidencia, publicado en el diario Prensa Li-bre, el 23 de marzo. Allí decían escuetamente que el poeta había sido detenido por órdenes de Migración, ya que la presencia “del señor don Roque Dalton García se consideraba inadecuada debido a sus antecedentes políticos, los cuales habían sido obtenidos de los otros países de Centro América”.

El altercado preocupó a Dalton. No era la primera vez que era detenido e interrogado, aunque esta vez no sabía qué esperar de las autoridades guatemaltecas. La presión era fuerte, especialmen-te por esos días: el dictador guatemalteco Ydígoras Fuentes debía inaugurar, un día después, el Segundo Congreso Centroamericano Anticomunista en Nicaragua. Su detención en el aeropuerto, ba-sada en “antecedentes obtenidos en otros países de Centro Amé-

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rica”, como informaba el parte oficial, no podía desentenderse de ese contexto.

Dalton llevaba, para compartir en el marco del festival cultural, varios de sus poemas, algunos de ellos aún inéditos.

Del aeropuerto fue trasladado al Departamento Judicial de la Policía Nacional. Hasta allí lo siguió Ricardo Rosales y los demás integrantes de la Asociación Estudiantil y la revista que lo habían ido a recibir al aeropuerto. Cuenta Rosales en la edi-ción 25 de Lanzas y Letras que “en un momento de descuido de quienes nos vigilaban en el interior del departamento judicial de la policía nacional, nos entregó el cartapecio con el material en referencia, salvándolo así de la suerte que corrieran otros pa-peles que traía el otro invitado, Roberto Armijo” que incluía sus poemas y escritos inéditos.

Armijo fue liberado, pero Dalton terminó alojado en “una de las celdas del primer cuerpo de la policía, diciéndosenos que ave-riguáramos su situación en el Departamento de Migración al que estaba consignado”. Aunque todo era una triquiñuela policial para sacarse de encima a los reclamantes: tras algunas vueltas, se les comunicó a Rosales y los demás que Dalton había sido expulsado y ya estaba embarcado de regreso a su país.

La anécdota, apenas mencionada en las distintas biografías de Dalton escritas hasta el momento, cobra especial dimensión si se tiene en cuenta que los papeles que cargaba consigo el otro invita-do, el poeta Roberto Armijo, efectivamente fueron incautados por la policía y no se volvió a saber de ellos.

El “preciado material poético que en circunstancias apremian-tes llegó a nuestras manos”, según Ricardo Rosales, constaba de: “‘Cantos Desnudos’, poemas, 1955-1957; un volumen de poesía, sin título todavía, compuesto con obra escrita durante los años de 1956, 1957 y 1958; ‘El itinerario’, escrito en 1959 y actualmente en prensa; ‘Otra Jornada’, tres relatos en prosa, sin fecha; y cuatro poemas sueltos, escritos, al parecer, después de haber estado pre-so durante casi un mes en la Penitenciaría de su país acusado por ‘delitos’ políticos, en diciembre del año recién pasado”.

Rosales, años después, terminaría siendo dirigente del Parti-do Guatemalteco del Trabajo (PGT) y de la confluencia guerrillera Unión Nacional Revolucionaria Guatemalteca (UNRG), así que bien sabría de esconder documentos para que no cayeran en manos

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de la represión. Aunque por ese entonces, con sus 26 años recién cumplidos, el suceso de los papeles de Dalton le resultó toda una aventura:

“Hubiera sido demasiado doloroso, para el poeta y para noso-tros, no arriesgarnos a salvar de las garras de la policía el cartapa-cio en que venía dicho material. Más lo hubiéramos lamentado el día que supimos que muchos de los versos que están en nuestro poder son copia única, original. Cuando hemos tenido noticias de posibles cateos, nos hemos visto precisados a sacarlos de nuestra casa, llevándolos a alguna casa amiga. (…) No hemos querido aven-turarnos a enviarlos a San Salvador temerosos de que se pierdan para siempre. Ello, quiera que no, no deja de rodearlos de un mági-co atraimiento, mezcla de subversión y recogimiento, identificando la poesía con la suerte del hombre que lucha por un futuro mejor”.

El festival debió ser suspendido. Esos días hubo, en cambio, varios actos de protesta contra el gobierno. Dalton no pudo estar.

Desenlaces y proyeccionesUna década sobrevivió Otto René a la fundación del Círculo Lite-rario Universitario y el impulso de la Generación Comprometida; solo cinco años transcurrieron desde que Lanzas y Letras publicó su último número hasta que al poeta lo quemó vivo el Ejército de su país. Dalton, de muerte doblemente inconcebible, porque fue a manos de guerrilleros, tuvo algunos años más para procesar su arte y su compromiso.

No hay constancia de que hayan vuelto a verse después de aquellos años de estudiantes, tertulias literarias y conspiración antidictatorial en El Salvador de mediados de los 50.

Dalton no pudo entrar a Guatemala en 1960, cuando fue inter-ceptado en el aeropuerto La Aurora y devuelto a El Salvador, pero de todos modos tampoco allí se hubieran visto: su amigo guatemal-teco se encontraba por entonces en Leipzig, Alemania, avanzando en sus estudios de Letras.

Otto René regresará a Guatemala recién en 1964, para ser de-tenido un año después; forzado a dejar el país una vez más, viajará a México.

Durante ese año Dalton estaba cerca, pero lo suficientemente enredado en los achaques de la lucha en su país, al que había vuelto después de su primera estadía en Cuba; clandestino en San

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Pr mera Parte

Salvador desde finales de 1964, es detenido y encarcelado en sep-tiembre de 1964 para fugarse, cinematográficamente, en mayo de 1965 tras el derrumbe fortuito de una pared de su celda por un terremoto que sacudió la ciudad. De allí Roque volvió a La Habana y después a Praga.

En 1966 Otto René regresa a Guatemala, pero en completa clan-destinidad. Su objetivo: sumarse a la lucha guerrillera. Se integró a las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), de las cuales fue responsable de propaganda y educación en el Frente Edgar Ibarra.

Cae detenido el 19 de marzo de 1967 junto a 14 personas, entre ellas Nora Paiz. Fue cruelmente torturado y asesinado. Su cuerpo permanece desaparecido.

Roque estaba en Praga cuando supo la noticia. En el prólogo a la antología poética Informe de una injusticia, publicada por la Editorial Universitaria de Centroamérica en Costa Rica, en 1975, Dalton vuelca su valoración y admiración por el amigo con el que, entre otras aventuras, ganó su primer premio de poesía e inició su militancia partidaria en el comunismo salvadoreño.

En el mismo año de la edición de ese libro, Roque sería asesi-nado a manos de sus camaradas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), en un suceso que avergüenza, aún en nuestros días —pasados más de 40 años— a la izquierda revolucionaria latinoa-mericana y mundial.

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segunda Parte Colombia

Pensamiento crítico en medio del conflicto

Pancarta de Lanzas y Letras con un fragmento del poema “A los intelectuales”, de Otto René Castillo. De izquierda a derecha, Dudley Charry, Archi Fernández, Uverney y Martha Lucía.

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Arriba: Uverney junto a estudiantes en Neiva, al finalizar uno de los diplomados impulsados por la revista; entre ellas, su hija Violeta del Mar. Abajo: ejemplares de Lanzas de distintas épocas y formatos: N° 3 (mayo de 1995), N° 10 (junio de 1997) y N° 32 (junio de 2017).

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Colombia

En Colombia los 90 empezaron con aires de democratización que terminaron convertidos en una brisa pasajera, preludio de nuevas tormentas.

Por aquellos años el país se debatía entre la aprobación de la Constitución del 91 y la pervivencia del conflicto armado, las an-danzas de los capos narcos y las desgracias de siempre provocadas por los dueños de todo.

La nueva constitución, fruto de un acuerdo de paz con el M-19 que no incluyó a las otras guerrillas, estableció la figura del Estado Social de Derecho e incorporó nuevos mecanismos de democracia participativa, aunque con el tiempo todo eso fue quedando en letra muerta.

Como contraparte, las élites aprovecharon la volada y dieron rienda suelta al neoliberalismo privatizador, convirtiendo sectores estratégicos para la soberanía de un país en fabulosos negocios privados, a costa de los derechos de la población (energía, comuni-caciones, servicios públicos). Pablo Escobar, que en 1989 había or-denado el asesinato del candidato presidencial liberal Luis Carlos Galán, en 1992 protagonizó la fuga inverosímil de La Catedral —así se llamaba su cárcel— y reanudó el terrorismo sin norte ni límites que lo caracterizó.

Violencia, políticas antipopulares y caminos democráticos igual de obturados que siempre, dieron como resultado lo de siempre: un nuevo ciclo de fuerte conflictividad.

Las guerrillas venían de la experiencia unitaria más importante de la historia del país: la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar creada en 1987. Pero para el año 1990 esa unidad se empieza a resquebrajar: el M-19 encara su proceso de negociaciones, que después imitará una parte del EPL, el Quintín Lame, el PRT y la Corriente de Renovación Socialista (una escisión del ELN). Pero los elenos y las FARC deciden mantener la lucha armada.

A diferencia de lo que sucedía en otros países latinoamerica-nos con agudos conflictos internos (Perú, Guatemala, El Salva-dor), en Colombia la crisis política no tenía correlato con una cri-sis económica incontrolable. La relativa estabilidad que las clases

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Segunda Parte

dominantes podían seguir garantizando al gran capital hacía la diferencia y dejaba a las fuerzas revolucionarias con menos posi-bilidad de triunfo. Los indicadores macroeconómicos (es decir: los balances de las grandes empresas) continuaban en alza en medio de la violencia.

En 1992, aunque no estuviera a la vista la posibilidad revo-lucionaria, bien lejos estaba la idea de tranquilidad social. A los factores endógenos se sumaba, como si fuera poco, el cambio cli-mático: el fenómeno de “El Niño” provocó un verano seco que re-dujo al mínimo el nivel de los embalses de las hidroeléctricas. La crisis desnudó la desidia y corrupción de las castas gobernantes: 19 termoeléctricas que se habían construido a lo largo del país para prevenir emergencias como esa, no logran entrar en funciona-miento y el gobierno de César Gaviria no encuentra mejor solución que ordenar apagones generales a nivel nacional. Todo un año así, entre ajustes, represiones y sofocones.

El descontento social va en aumento. El establecimiento aprovecha la flamante Constitución, que le había dado un bar-niz de presunta vocación demócrata, para arremeter contra el movimiento popular.

HuilaDe cada región del país se podría hacer una enumeración de con-flictos sociales de envergadura, y la lista sería apabullante. Pero concentrémonos en el Huila, donde surge la revista. Solo en ese departamento, durante 1992: los maestros entraron en paro por la emergencia educativa; los trabajadores de la salud paralizaron 17 hospitales y 100 centros sanitarios; mujeres campesinas de Cam-poalegre tomaron el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (In-cora) en demanda de tierras; un paro agrario tuvo como objetivo que la Houston Oil Company brindara infraestructura a las comu-nidades e indemnizara a las víctimas de la represión; indígenas de Altamira, Pitalito, Palermo, Aipe y Hobo realizaron bloqueos de la vía a Caquetá por la crisis cafetera; campesinos de Guadalupe tomaron como costumbre copar la cabecera municipal, y en Isnos, Palestina y Pitalito un paro agrario sumó entre los reclamos la de-nuncia de atentados contra líderes campesinos de la región.

Mientras tanto, en la Universidad Surcolombiana los estudian-tes confrontaban el desfinanciamiento y las amenazas de privati-

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zación con una serie de protestas. De ese caldo de cultivo surgió Lanzas y Letras.

El movimiento universitarioLa mayoría de los impulsores de la revista llegaron a la Universidad Surcolombiana durante los últimos años de la década del 80.

La Surcolombiana tiene un origen especialmente combativo. Logró el estatus de universidad en el año 1976 a partir de la re-categorización del tradicional Instituto Tecnológico Universitario Surcolombiano, Itusco, creado en 1968. Aunque su estructura era similar a la de la Nacional de Colombia, no contemplaba la confor-mación del Consejo Superior, por lo que la naciente USCO, en la práctica, solo podía brindar programas académicos establecidos por la Nacional. La década del 80 se caracterizó por constantes luchas dadas por la comunidad educativa. En 1984 lograron que se apruebe el primer posgrado, y para 1989 ya serían once los pro-gramas presenciales que se brindaban en la Universidad.

Cada paso de avance para que la universidad fuera reconocida por el Estado Nacional implicaba la movilización de los estudian-tes. En ese proceso surgió una consigna que se convirtió en ban-dera de lucha hasta hoy: “la Universidad nació en la calle, y en la calle la defenderemos”.

En forma paralela, durante los últimos años de la década del 80 y principios de los 90 se incrementó la violencia parami-litar en todo el país. Se volvieron frecuentes los asesinatos de líderes sociales y masacres. El movimiento estudiantil padeció también la violencia. En la Universidad Surcolombiana fueron emblemáticos los casos de los jóvenes estudiantes Tarcisio Me-dina Charry, desaparecido tras una de las tantas represiones a las protestas en 1988; Reinaldo Cuenca y Liliana Camacho, cuyos cuerpos fueron dinamitados en la vía entre Natagaima y Coyaima, en 1989; y José Alberto Peñuela, acribillado en el cementerio central de la ciudad.

La reivindicación de la memoria de quienes fueron asesi-nados por su compromiso social y político fue una constante en Lanzas y Letras; el libro Tras las huellas perdidas lleva por dedicatoria: “A la memoria de José Alberto Peñuela (asesina-do el 9 de julio de 1990 en Neiva, Huila, por el Terrorismo de Estado colombiano), y a la de todos los mártires anónimos

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Segunda Parte

que profesaron un amor profundo por su patria, y no deses-timaron esfuerzo alguno para contribuir en la construcción del Hombre Nuevo, como fundamento de una sociedad más humana y justa”.

Mientras arreciaba la violencia estatal y paraestatal, los jóve-nes camilistas hacían resonar en claustros y sedes universitarias las palabras del cura guerrillero: “Es necesario que la convicción revolucionaria del estudiante lo lleve a un compromiso real, hasta las últimas consecuencias”. El camilismo brindaba un marco de contención ideológica y práctica a las juventudes que despertaban a la política —y a las ideas revolucionarias— ya sea por medio del activismo estudiantil o el rechazo a la represión cada vez más sis-temática.

Para inicios de los 90, una parte importante del movimiento estudiantil impulsó la propuesta de la nueva Constitución a través de la Séptima Papeleta, mecanismo por fuera de la legalidad electo-ral que terminó habilitando el llamado a elecciones para conformar la Asamblea Constituyente un año después.

Sin embargo, más allá de las buenas intenciones de sus im-pulsores, la nueva Carta Magna no trajo mejoras para el sector de la Educación. El presidente César Gaviria capitalizó los nuevos aires y promovió la sanción de la Ley 30 de 1992 sobre Educación Superior: las ideas neoliberales y las propuestas de privatización se extendían así al sector educativo. Recortes del presupuesto, dis-minución de políticas de bienestar e incremento del costo de las matrículas fueron los efectos más inmediatos.

¡A Luchar!Uverney había visto con agrado la expansión del movimiento so-cial y político ¡A Luchar!, y se había acercado a las actividades y reuniones. “Mi hermana mayor, Elcy, era de ¡A Luchar!”, cuenta Martha Lucía: “Yo les colaboraba en la parte artística, hacía los murales en la Surcolombiana, pero Uverney de entrada tuvo más relación con mi hermana, por la afinidad política”. Promediaba la década del 80, y esa fue la primera experiencia militante con la que se identificaron.

William Calderón también recuerda haber conocido a Uverney en reuniones de ¡A Luchar!: “Queríamos construir comunidades de base, anduvimos por la Comuna 8… Yo siempre digo que Camilo

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nos hermanó, ambos admirábamos la figura de Camilo como inte-lectual, como libertario, por todo lo trascendente que él había he-cho antes de empuñar el fusil… Entonces tratábamos de hacer un Frankenstein entre los conceptos de Camilo y el Che, para generar impacto en los jóvenes”.

En aquellos años surgieron movimientos políticos desde los dis-tintos sectores de la izquierda que buscaron expresar los intereses populares, ya sea por medio de la disputa electoral o ganando re-presentación en las masas. El caso más conocido es el de la Unión Patriótica, por la simpatía y buenos resultados que iba cosechando sin resignar una prédica de izquierda revolucionaria. A consecuen-cia de ello, sus integrantes fueron víctimas de un verdadero geno-cidio político.

¡A Luchar! fue otra de esas apuestas políticas de la izquier-da colombiana. Logró arraigo a partir de una identidad camilis-ta, especialmente entre quienes habían visto con expectativas la propuesta del Frente Unido impulsada por el sacerdote antes de volcarse a la guerrilla. Aunque en menor medida de lo sucedido con la Unión Patriótica, quienes se identificaron con el camilis-mo también fueron víctimas de la persecución y la represión. Por esos años, además, se desarrolló el Frente Popular, de orientación maoísta, experiencia más modesta pero que acompañó los intentos de hacer política desde el movimiento de masas en una coyuntura de fuerte represión.

En sus inicios el programa de ¡A Luchar! era más insurreccio-nal y menos electoral que el de la Unión Patriótica; o, mejor dicho, era abiertamente antielectoral. Promovía, en cambio, la moviliza-ción y la democracia directa, buscando desarrollar nuevas institu-cionalidades al margen del sistema.

El movimiento ¡A Luchar! surgió en 1984 vinculado a la creación de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Un par de años después, en 1986, en su primera Convención Nacional sus integrantes deciden abrirse a las distintas expresiones del movimiento social. La coyuntura de principios de los 90, con las elecciones de alcaldes por primera vez en el país y de cons-tituyentes para la Asamblea Nacional, puso en debate la postu-ra abstencionista original y provocó una de las crisis internas que llevaron, con el tiempo, a su disolución. Otros dos factores influyeron: el más determinante, la brutal persecución y repre-

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sión que ya amenazaba con convertirse en un nuevo genocidio, como finalmente se reconoció en el caso de la Unión Patrióti-ca; otro motivo de crisis detonó a raíz de la participación de militantes o simpatizantes del ELN que mostraban acuerdos y coincidencias programáticas sobre todo con los aspectos antie-lectorales de ¡A Luchar!

La Unión Patriótica reconocía la simpatía ideológica con las FARC, aún desde el intento de desarrollo de una política le-gal, pero con ¡A Luchar! era distinto; este movimiento no asu-mía públicamente una afinidad directa con la insurgencia. Sin embargo, el camilismo en general y ¡A Luchar! en particular comenzaron a ser señalados por la represión como espacios vinculados al ELN. Más allá de simpatías o coincidencias, el grueso de la militancia social o sindical de las organizaciones de masas no integraba estructuras clandestinas ni realizaba acciones ilegales, sin embargo, sus activistas eran persegui-dos como si fueran guerrilleros camuflados. De igual forma es justo reconocer que las guerrillas, de un signo u otro, siempre estuvieron imbricadas con el movimiento político y social en el país. De otro modo sería imposible comprender su pervivencia histórica y arraigo en sectores de la población.

Lanzas y Letras dedicó un dosier especial a recuperar la me-moria histórica de esa experiencia. La revista 31 (2016) incluyó material inédito, fotos y entrevistas. Allí el sociólogo de la Uni-versidad Nacional Diego Fajardo Cely afirma: “¡A Luchar! Refres-có la política de cambio en el país; no fue la única experiencia, pero resultó un ejercicio social singular en las regiones donde llegó su propuesta. Miles de mujeres y hombres encontraron en sus planteamientos y repertorios de movilización la opción de participar políticamente por fuera de los viejos marcos del bipar-tidismo y el clientelismo”.

En el Huila ¡A Luchar! se nutrió de la confluencia del mo-vimiento social, las comunidades eclesiales de base (CEB), or-ganizaciones sindicales y sectores políticos. Jugaron un papel decisivo las CEB coordinadas desde la provincia franciscana de San Pablo y el sindicalismo, encabezado por los petroleros de la Unión Sindical Obrera (USO).

El nuevo movimiento político buscó vincularse a la lucha por la vivienda, el trabajo digno, la educación liberadora y la

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transformación de la sociedad. Algunas de las organizaciones más relevantes en la región que hicieron parte del movimien-to fueron la Fundación Alternativa de Desarrollo Comunitario (Fadco), la Asociación de Proyectos Alternativos Comunitarios (APAC), la Escuela Popular Claretiana y la Asociación Comuni-taria Integral del Huila (ASOCOMINH). La Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) brindó el componente rural a la experiencia, principalmente en el municipio de Campoalegre. También ¡A Luchar! se vinculó a la lucha por los derechos indí-genas en el resguardo La Gabriela, en Neiva.

Entre los referentes sociales que fueron asesinados o murie-ron en circunstancias sospechosas están Nevardo Fernández, Francisco Vaca y José Alberto Peñuela, líderes emblemáticos de ¡A Luchar! en el Huila desde sus roles en el movimiento cristiano, en la docencia, en el trabajo comunitario y en la uni-versidad.

Las páginas de Lanzas dieron espacio para procesar la tragedia. Los poemas crudos de la huilense Matilde Espinosa habitaron más de una edición.

No hay playa ni valleni montaña ni calle dondeno impere el desastreese que hiere la líricano la poesía porque ella caminacon la criatura humana.Tierra amada: nos ahoga la cenizay el huracán se complace enrepartirla.(...)Estremecido el campoel más verde y hermosoel seductor incomparablese desmorona igualque una cúpula antigua.El trueno siniestronos conturba y nos dueleamada tierra mía.Lo que sigue tú lo sabesque no nos mate el silencioantes del abandono.

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En el movimiento estudiantil, la organización más cercana a esta experiencia fue el Frente Estudiantil Revolucionario Sin Per-miso (FER-SP). Pero hacia 1991, cuando los jóvenes que termi-narían haciendo Lanzas y Letras se fogueaban en las protestas universitarias, ¡A Luchar! ya agotaba su existencia.

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Una idea empecinada

UverneyFebrero de 1966. Doña Enelia Cabrera lleva con orgullo su embara-zo junto a su marido, don Manuel Quimbayo. Viven sus días senci-llos como parte de una cotidianidad esforzada pero feliz. Son traba-jadores, gente humilde de pueblo. Tienen su casita en el municipio de Suaza, Huila. Un día la mujer se entera —al igual que todos en Colombia— de la muerte del sacerdote Camilo Torres, abatido en una ofensiva del Ejército contra la guerrilla en Santander. Lleva seis meses de gestación. Desconsolada por la caída de quien consideraba una esperanza liberadora para el país, llora. Ese triste recuerdo le volverá a la mente cuando el joven Uverney, muchos años después de aquel día 5 de mayo del 66 en que abrió sus ojos por primera vez, le cuente su intención de inscribirse en el Seminario: querrá ser cura, aunque al principio no logrará explicar bien por qué.

Es un niño de 5 años, inquieto y deseoso de jugar todo el día a la pelota, cuando la familia se muda a Florencia, Caquetá. Su hermana Martha Cecilia lo recuerda con una marcada persona-lidad y algo caprichoso, propenso a los berrinches. Allí tuvo una niñez tranquila y una adolescencia con los sobresaltos previsi-bles. Estudió en la Escuela Industrial Nacional la especialidad de Electricidad y, a los 16 años, dio rienda suelta a la electri-cidad que movía sus piernas: fue incorporado a la selección de fútbol departamental.

Su prometedora carrera deportiva se ve interrumpida dos años después, ya que a los 18 deja su pueblo de adopción para instalar-se en Neiva. A los 20 ingresa a los grupos juveniles católicos en el barrio El Jardín, y coquetea con la idea de cumplir su sueño, ins-cribirse en el Seminario. Años después reconocerá que ese objetivo había estado tras la verdadera decisión de mudarse a Neiva. Su madre se propone desalentarlo, y aunque él ya era grande, lo cierto es que abandona la idea de ser cura.

Sin embargo, de manera imperceptible, casi natural, Camilo, ese cura carismático que también había sido sociólogo, profesor, gran orador y editor de un periódico político, se fue convirtiendo en

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su más claro referente en la vida. Después de un primer acerca-miento a la Iglesia más tradicional, abrazó la Teología de la Libera-ción aún antes de licenciarse en la Universidad.

“Él llegaba a mi casa a las cuatro de la tarde y podía quedarse conversando sobre religión y sobre el país hasta la 1 o 2 de la ma-ñana”, cuenta William Cuéllar, amigo inseparable de aquellos años y cofundador de la revista. “Los dos coincidíamos en la parroquia de El Jardín —agrega— aunque después viene una arremetida muy dura, decían que buscaban guerrilleros entre los cristianos, y eso vuelve nuestra amistad más cercana. Por entonces, cuando Uverney no estaba jugando al fútbol, estaba discutiendo de teolo-gía conmigo”.

Ya contamos sobre su relación con Martha Lucía. “Me conoció porque yo era la que hacía los murales en la Universidad. Como él siempre me veía de espaldas, apenas tuvimos confianza me confe-só que le había seducido mi arte… y mi trasero”, cuenta la mujer, sin sonrojarse.

Tras fuertes protestas entre los años 1993 y 1994, los estudian-tes de la Surcolombiana logran que se aplique la Ley 30 de 1992, se designe un rector y el Consejo Superior establezca el Estatuto General. Entre los más destacados de ese movimiento estudiantil estaban los impulsores de Lanzas y Letras.

Uverney fue representante estudiantil al Consejo Superior. Se graduó como licenciado en Lingüística y Literatura después de su paso por la cárcel y del inicio de la revista, a finales de 1994. Pero de la Universidad nunca se fue: ya sea por la amistad con los pro-fesores, como por sus encuentros con grupos de estudiantes que lo sabían un referente con historia, cualquiera que preguntara por él podía encontrarlo en la cafetería que está en medio del bosquecito de la universidad. Allí podían comprarse algunos libros de izquier-da y, por supuesto, la revista. Que el nombre de la cafetería fuera “Café y Letras” era apenas una feliz coincidencia.

Uverney trascendió el Huila, pero siguió “con la sonrisa abierta, el abrazo afectuoso y la necesidad por saber de la vida del otro o de la otra, de lo cotidiano, siempre entre bromas y risas”, recuerda Car-men Carvajal, de Bogotá, compañera de Uver en el Congreso de los Pueblos. Carmen coordinó con Lanzas y Letras un libro dedicado a la lucha de las mujeres. “Tuve siempre la impresión que Uverney estaba forjado en la ortodoxia de la militancia de izquierda de los 60, 70 y los

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80, tratando siempre de ajustarse a los debates del momento, pero reclamando siempre valores y acciones que enmarcaban el espíritu y la ética de la izquierda en el mundo: compromiso, disciplina, amor por el pueblo, honestidad, perseverancia, trabajo, estudio, desarrollo crítico y transformador de la conciencia. Cada una de sus acciones buscaba, no sin contradicciones, asumir cada una de las tareas en las cuales se empeñó, con terquedad y perseverancia”, agrega.

Podríamos ocupar páginas enteras volcando testimonios sobre la forma de ser del fundador de Lanzas (“su saludo siempre era coyuntural, para sacar tema, él siempre con un discurso muy rico, muy sabrocito”, grafica, por caso, María Cristina Repiso, coordina-dora de Extensión Cultural de la USCO). Sin embargo, la historia es siempre colectiva, aun cuando haya protagonistas que destaquen por su empuje, carisma o capacidad. Pongamos entonces el foco en los hechos personales que influyeron en el devenir colectivo.

La cárcelEl 24 de abril de 1992, en el contexto de crisis que ya describimos, se anuncia la visita del presidente César Gaviria al Huila: debía presidir una Cumbre de Gobernadores. Los estudiantes, que ve-nían siendo ninguneados en sus reclamos, aprovecharon la opor-tunidad. Con un gran tropel buscaron hacer ver al presidente que la Universidad estaba inconforme con la situación del país, del de-partamento y de su gobierno.

Por ese entonces Uverney era uno de los promotores de las pro-testas. Lo acusaron por tenencia de arma de fuego, resistencia a la autoridad, terrorismo: lo habitual cuando se buscaba criminalizar a los líderes del movimiento popular. Aunque después se demostró que los cargos eran falsos, estuvo preso diez meses en la cárcel de Rivera, hasta que lo trasladaron a Bogotá para la etapa final del juicio. A tono con la supuesta peligrosidad del reo, el Tribunal: de-bió enfrentar a la tenebrosa Justicia Sin Rostro.

En la Universidad Surcolombiana se organizó un inédito movi-miento de solidaridad. “Hicimos varias actividades, una fiesta para recaudar fondos para costear el proceso de Uverney que fue un lle-no total, además aportaron los sindicatos, la Unión Sindical Obre-ra… Nosotros teníamos un programa de radio con el profesor Luis Ernesto Lasso, con el colectivo Región y Cultura, en Radio Neiva, los sábados a la mañana”, recuerda William Cuéllar, otro de los

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integrantes del activismo estudiantil de aquella época y fundador junto a Uverney y Martha Lucía de la revista. “Cuando lo apresan, decidimos que no íbamos a abandonarlo. El profesor Lasso dice ´a esto hay que meterle pueblo, que Uverney hable desde la cárcel´, y así hicimos: nos las arreglamos para que fuera nuestro correspon-sal desde la prisión”.

Para lograr cierto vínculo con el compañero preso, “tuvimos que hacernos amigos del director de la cárcel, porque íbamos sin bo-leta, para que no quedara registro, y nos dejaban entrar”, cuenta María Cristina Espinosa, quien por aquellos años ya era maestra, y camellaba mano a mano con los estudiantes rebeldes.

Continúa William: “Por ese compromiso de defender a Uverney, y por nuestra línea en general, al programa de radio, a la emisora, la allanaban a cada rato; decían que ahí estaba la guerrilla… Sin embargo, resistimos”.

La Universidad habilitó la posibilidad de que Uverney continua-ra sus estudios de grado a distancia, ya que se le reconocía el status de preso político. Entre sus lecturas durante aquellos días de encierro había una prioridad. Uver subrayó con delicadeza el prólogo de aquel libro que le había llegado de manos misteriosas. Con lápiz, tan suave que hoy el trazo resulta casi imperceptible, marcó: “Otto René Castillo ejemplifica el más alto nivel de respon-sabilidad del intelectual revolucionario, del creador revolucionario, en la unidad del pensamiento y la práctica”. También: “Su poesía se nutrió del dolor de su pueblo y de su indoblegable esperanza”. Y más adelante: “Sus propios verdugos han testimoniado su entereza y su coraje ante el enemigo, el tormento y la muerte: murió como un indoblegable luchador revolucionario, sin ceder un ápice en el interrogatorio, reafirmando sus principios basados en el marxis-mo-leninismo, en su ferviente patriotismo guatemalteco e interna-cional, en su convencimiento de estar siguiendo —por sobre todos los riesgos y derrotas temporales— el único camino verdaderamen-te liberador para nuestros pueblos, el camino de la lucha armada popular”. Roque Dalton, autor de esas líneas, destacaba el período universitario de Otto René y, dentro de ello, la creación de la revis-ta Lanzas y Letras. Resaltaba los porqués de una publicación así, coherente con el compromiso de aquella generación.

Allí fue que Uverney decidió impulsar una publicación similar para Colombia. Desde aquella promesa intramuros hasta sus últi-

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mos días, Lanzas y Letras fue su proyecto de vida, que alternó con su activismo social, político y sindical.

Letras, docencia, militanciaCuando queda en libertad Uverney retoma a la universidad, pero lo hace con bajo perfil. En ese período se da una toma de la Admi-nistración, una huelga de hambre, y una nueva toma cerca de la fecha de las elecciones: “Fue una vaina tenaz meternos ahí, apenas 8 días antes de las elecciones. Eso molestó mucho a las autorida-des, querían reprimirnos, no nos masacraron porque éramos muy de buenas”, recuerda William, quien por entonces había adquirido más protagonismo público. Uverney, mientras tanto, participaba del conflicto sin hacerse notar, mientras seguía rumiando el nú-mero 1 de la revista.

Esas luchas van pujando el reconocimiento que buscaba la co-munidad educativa. El movimiento estudiantil tenía reclamos pro-pios, que sumaban al pliego general. Por ejemplo, la constitución del Consejo Superior Estudiantil, que era una instancia gremial con reconocimiento institucional en los estatutos de la Universidad y del Consejo Académico. Allí se establecía que de la matrícula de cada estudiante saldría un monto pequeño para el sostenimiento económico del Consejo Estudiantil, que por su representatividad sobre el conjunto de los estudiantes debía contar con elecciones democráticas regulares para elegir a sus representantes. Uverney fue electo entre los nueve consejeros.

El reconocimiento por estatutos de un Consejo Superior Es-tudiantil como ente gremial fue un logro que aún perdura, y que marcó una referencia importante hacia los estudiantes de otras universidades, ya que no son muchas las que logran instancias de participación estudiantil de este tipo.

Pero Uverney estaba sin trabajo, así que entre enero y agosto de 1994 decidió probar suerte en Barrancabermeja. Martha y la pe-queña Violeta del Mar se quedaron en Neiva. En Barrancabermeja había un desarrollo importante del movimiento social y sindical que era constantemente reprimido. Esa situación brindó un caldo de cultivo para el accionar guerrillero, que se potenció como reac-ción al asesinato de líderes sociales y la voluntad del movimiento popular de no desandar la lucha. Hay quienes arriesgan la hipó-tesis de que Uverney salió de la cárcel con contactos de confianza

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con el ELN ya que, cuando pasó un breve tiempo preso en Bogotá a espera del juicio, habría compartido patio con Francisco ´Pacho´ Galán, por entonces una de las figuras públicas de la organización. A partir de ese vínculo sería su viaje a Barrancabermeja, donde los elenos tenían fuerte presencia y protagonismo en esa coyuntu-ra. Aunque, en rigor, Uverney nunca reconoció que esos contactos fueran el motivo. Es lógico: aun si así hubiera sido, la gente sen-sata, por cuestiones elementales de seguridad, no suele reconocer sus contactos con las organizaciones armadas de este país.

Martha Lucía estaba preocupada tanto por el contexto político como por la ausencia de Uverney en la crianza de su hija Violeta del Mar. Fue a buscarlo, sin previo aviso. Se le apareció en aquella ciudad petrolera surcada por el conflicto armado.

—O usted se viene ya mismo para Neiva y atiende a su familia, o no nos vuelve a ver.

Uverney sabía que la mujer no se andaría con vueltas, y que la amenaza era real. Después de cruzar esas pocas palabras con el padre de su hija, Martha se fue a la terminal de buses para pegar la vuelta, sola. Unos minutos antes de salir el bus llegó Uverney, con un bolsito. Se fueron juntos.

Pocos días después se desataría en Barrancabermeja una bru-tal cacería paramilitar contra el movimiento social, que no escatimó masacres combinadas con asesinatos selectivos de líderes sindicales y sociales. Uverney se había estado moviendo entre el activismo que iría a ser fuertemente golpeado. El regreso fue con algo de suerte... Aunque la expresión resulte chocante, en medio de la tragedia, así lo sintió: se salvó de la represión allá, y consiguió trabajo, por primera vez, como profesor en el Huila. El 1 de agosto de 1996 dio su prime-ra clase como docente en Isnos, para lo que debió trasladarse a ese pueblo a más de 200 km de Neiva. Después logró estar más cerca: consiguió trabajo en Teruel, a 50 km de la capital; finalmente, quedó trabajando de maestro en Neiva, donde volvió a vivir con su familia.

Amaba dar clases, pero su actividad excedía con creces el aula. Además de seguir adelante con la revista, junto al profesor Luis Er-nesto Lasso impulsó espacios literarios y de investigación tanto en la USCO como en movimientos sociales y comunitarios extra universita-rios. Esos espacios eran parte del programa para la implementación de las cátedras Riveriana y Agustiniana. Lasso, que había sido su profesor y seguía siendo su confidente y mentor, había asumido como presiden-

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te del Consejo Municipal de Cultura de Neiva y de la Revista Región y Cultura; Uverney asumió la gestión en capacitación de dirigentes para el ejercicio de la actividad sindical en los escenarios de representación de las organizaciones con el Ministerio de la Protección Social.

Su activismo sindical se desarrollaba de manera natural: basta-ba que opinara de lo que sucedía para que lo tomaran de referente. Acompañó la organización de base en la Asociación Comunitaria e integral del Huila (Asocominh). Fue presidente de la subdirec-tiva Isnos de la Asociación de Institutores Huilenses (ADIH) entre 1997 y 1998, y de ADIH -Teruel entre 1999 y 2001. Fue nombrado por sus pares Coordinador de la Comisión de Ética y Garantías de ADIH entre 2007 y 2009. En 2008 fue designado representante de la seccional del Huila de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT).

La revista también le abrió puertas. Impulsó proyectos peda-gógicos que vinculaban a Lanzas y Letras con entidades como la propia Universidad, el municipio de Neiva, la ONG War on Want o la asociación Nomadesc, con quienes desarrolló una afinidad y una sintonía de trabajo especial.

Olga Araujo fue una de las coordinadoras de los diplomados en Derechos Humanos dirigidos a organizaciones sociales que im-pulsó Nomadesc desde Cali para todo el suroccidente del país. En 2005, cuando ella se sumó, Uverney coordinaba las actividades del diplomado en el Huila. “Él siempre planteaba que no se trataba de educar por educar, sino para liberar a las personas, los espíritus”, recuerda Olga, y agrega: “Tenía un especial sentido de la responsa-bilidad; se le avisaba de situaciones de urgencia y de un día para el otro él llegaba a Cali, y eso que no es fácil el viaje desde Neiva. Decía que a las acciones había que atenderlas de inmediato, que las oportunidades no había que dejarlas pasar”.

Nomadesc impulsó, además de los diplomados, la Universidad Intercultural de los Pueblos. “La última vez que lo vi fue en Cali —rememora Olga— en la primera asamblea; la región del Huila era uno de los territorios con los que más habíamos tejido relaciones, acumulábamos un trabajo de años gracias a Uverney. Esa vez sus aportes fueron significativos: planteó que había que saber respon-der al momento político que se vivía, poco favorable para las orga-nizaciones. Recuerdo muy bien su intervención porque me llamó la atención que ya para entonces se lo notaba un poco cansado, justo a él…”. Aquella participación en la asamblea fundacional de

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la Universidad Intercultural de los Pueblos en Cali fue en febrero de 2015, una de las últimas actividades que su salud le permi-tió afrontar. Olga relata aquellos últimos recuerdos con emoción: “Era muy afectuoso: establecía lazos fraternos con los estudiantes, consciente que los jóvenes tienen un espíritu libertario, él siempre se mostraba muy comprensivo. No le alcanzó la vida para tantos sueños que él se había propuesto”.

En 2014 obtuvo su título como Magíster en Conflicto, Territo-rio y Cultura de la USCO. Su trabajo de graduación consistió en una valorada investigación sobre las acciones sociales colectivas del magisterio huilense entre 1986 y 1996. Su reconocida expe-riencia como director de Lanzas y Letras hacía que lo convocaran para ayudar con publicaciones en los colegios por los que pasaba: creó un espacio pedagógico con la revista Creando Futuro de la Institución Educativa Eduardo Santos, y en 2013 fundó y dirigió durante un tiempo la revista Rastros y Rostros, de la institución educativa Misael Pastrana Borrero, ambas en Neiva. “Fue uno de los referentes culturales, pedagógicos y de investigación social en el Hiula”, recuerda una de sus compañeras de trabajo.

En lo que respecta a su militancia política, encontró un lugar de participación en la conformación del Congreso de los Pueblos, en 2010. Le propusieron que ayudara a dinamizar la disputa electoral en el Huila, y lo hizo de la mano de la corriente Poder y Unidad Po-pular (PUP), dentro del Polo Democrático Alternativo (PDA).

Por su experiencia sindical fue convocado a participar de una co-rriente dentro del magisterio, la Fuerza Nacional Magisterial (Funama).

Leticia Pareja vive en Medellín, es profesora. Conoció a Uverney en las reuniones nacionales de Funama. Allí analizaban cómo pro-ceder ante las direcciones sindicales de la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación (Fecode), ya que tenían cuestio-namientos en común. “Como sindicalista, Uver era crítico de las prácticas acomodadas, de los oportunismos. Desde el Huila jugó un papel importante, él planteaba que había que promover cam-bios en la formación de los niños, niñas y jóvenes. Su gran ideal era seguir los pasos del Che y de Camilo Torres, era un hombre profundamente ético, claro y exigente. Creo que su principal aporte al proceso revolucionario lo hizo con su gran sueño hecho reali-dad, Lanzas y Letras… La llevaba consigo, la ofrecía, para nosotros siempre fue una revista de gran importancia”, recuerda.

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Lanzas y Letras (II)

Tras las huellasEl equipo de trabajo que sostiene el proyecto Lanzas y Letras en la actualidad está esparcido por distintas ciudades de Colombia, pero las raíces permanecen en el Huila. Para realizar nuestro tra-bajo nos instalamos en Neiva, bajo su sol constante, andando sus calles ardientes. Hasta que nos propusimos esta investigación, el archivo histórico se repartía entre la casa de Martha Lucía, quien mantuvo la mayor cantidad de apuntes, originales y sopor-tes digitales en discos rígidos, y la tenencia de Violeta del Mar, su hija, a quien Uverney legó tres tomos encuadernados con toda la historia de la revista y el único ejemplar de un libro antológico sobre su propia obra, que se mantiene inédito. Con una y otra el trabajo es delicado, ya que, por sobre nuestro interés de recons-tructores de esta historia, está en ellas el afecto, la sensibilidad y la nostalgia que envuelven cada recuerdo de Uverney. Aun así, la colaboración es plena: con Martha Lucía compartiremos días de trabajo, encuentros y visitas, y Violeta del Mar nos confiará los tomos con toda la producción de Lanzas que le dedicó su padre; con su gesto nos hará sentir, también, el amor con que ella cus-todia ese material. Después de digitalizar página tras página, los originales vuelven a sus manos.

Uno de los viajes por los que nos guía Martha nos lleva a la casa de María Cristina Repiso. Ella es coordinadora de Extensión Cultural de la Universidad Surcolombiana desde hace 25 años, es decir, desde que la revista existe. Además, mantuvo una relación de afecto y amistad con Uverney que le emociona recordar. Su trato es amable —más que eso: dulce, cariñoso—, pero nos desconcier-ta cuando nos dice que no le parece buena idea que la grabemos hablando del proyecto. Aunque la sorpresa se diluye enseguida, su negativa llega acompañada de una propuesta mejor: sugiere reu-nir a unas cuantas personas que hayan participado, integrado el equipo de la revista o simplemente colaborado con la difusión. Le decimos que nos queda solamente un día en la ciudad, calculamos

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que el objetivo no será posible en ese tiempo. Pero María Cristina cree que sí, y nos transmite una certeza determinante.

Martha Lucía logra varias confirmaciones en poco tiempo, con solo unas pocas llamadas y mensajes. Allí comienzo a entender la dinámica con la que esta gente trabajaba en torno a Lanzas y Letras: sentido práctico para resolver tareas, sencillez para decidir lo que hay que hacer, lazos de afecto que fluyen para que todos sientan las mismas ganas de ser parte. Al día siguiente estaremos unas 8 personas, entre integrantes originales de la revista, colabo-radores y colaboradoras, intercambiando anécdotas y emociones.

El encuentro tuvo su mística: se realizó en el Auditorio Olga Tony Vidales de la Universidad, el mismo que en tantas otras oca-siones fue sede para la presentación de cada nuevo número.

La maestra de ceremonias de la reunión, al igual que sucedía en las presentaciones de la revista, será María Cristina; participarán del encuentro, además, William Cuéllar, fundador junto a Martha Lucía y Uverney de Lanzas; María Cristina Espinosa, Maqui, maes-tra, amiga y guía de aquellos jóvenes intrépidos que iniciaron el proyecto; William Hernando Calderón, amigo de Uverney y colabo-rador; doña Doris, la mamá del profe Carlos González, quien siem-pre vendió todos los ejemplares que le tocaban en la repartición; Amparito Andrade, poeta, compañera de maestría de Uverney y proveedora de poesía hasta sus últimos días; Aldemar Macías, so-ciólogo y docente de la Universidad; Fernando Charry, docente de comunicación, hermano de Rubén, quien desde la litografía fami-liar imprimió los primeros números de la revista, cuando ninguna otra imprenta quería jugarse; y Kelly Johana Castellanos, hermana de Martha y también maestra, conocedora de las andanzas de la pareja por aquellos años iniciáticos en la militancia universitaria.

En el encuentro abundaron los relatos, hubo algún silencio, muchas sonrisas y bastantes lágrimas de emoción. Lo que allí re-construimos nutre las páginas que siguen.

Antecedentes: Solidaridad (1979-1991)Martha Lucía y Uverney admiraban el contenido de la revista Soli-daridad por las propuestas de liberación y la intransigencia contra las injusticias que emanaban de sus páginas. Recuerda Martha que alguna vez colaboraron con el diseño de la revista, que editaba el Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep). Solidari-

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dad dejó de publicarse en 1991 pero, cuando en 1994 Uverney, Martha y los demás se volcaron a planificar su propia revista, tu-vieron muy presente la experiencia anterior.

“Solidaridad fue una de las inspiraciones, una de las bases que tomamos como ejemplo para definir el contenido de Lanzas y Le-tras”, recuerda la mujer.

Aquella revista había sido el canal de quienes, dentro y fuera de la iglesia católica, se identificaban con las ideas de la Teología de la Liberación. Hacia fines de los 80, esos sectores temían un retroce-so de lo logrado a partir de la II Conferencia en Medellín a finales de los 60; para evitarlo, se desarrollaron campañas de reflexión y pronunciamientos. Como parte de ese impulso, se creó la revista Solidaridad en 1979, como un esfuerzo por unificar los distintos procesos que se identificaban con esa corriente progresista y re-volucionaria que había logrado tanto arraigo en las Comunidades Eclesiales de Base (CEB).

“Éramos jóvenes y esa revista era fundamental para nuestro tra-bajo comunitario, por eso alguna vez, antes que existiera Lanzas y Letras, nos ofrecimos para colaborar con la diagramación, ayudar a hacerla. Incluso fueron perseguidos compañeros, por ejemplo, el padre claretiano Miguel Ángel Calderón; esa revista daba candela, aportaba coyuntura, cultura… Cada sección tenía un loguito; años después, fue base del diseño de lo que Uverney planteaba, a él le encantaba esa revista, aunque después tuvo que dejar de salir por las detenciones, persecuciones y asesinatos”, recuerda Martha.

La nota editorial del número 1 de marzo de 1979 da cuenta de la identidad cristiana del proyecto, y también de la vocación trans-formadora:

[Solidaridad pretende ser] un paso en el propósito, emprendido desde hace varios años, de abrir un espacio de diálogo, de debate, de controversia, de reflexión y de compromiso junto a nuestro pueblo. La revista intenta ser un testimonio de su adhesión al Dios de Jesucristo y de nuestra firme voluntad de trabajar para que sea posible la fraternidad entre los hombres, nuestros hermanos. La construcción de esta fraternidad implica la construcción de nuevas relaciones económicas, políticas, sociales, culturales y religiosas.

Pero para ese entonces las tensiones al interior de la Iglesia Católica parecían resolverse a favor de los sectores más conser-vadores. La Conferencia Episcopal Colombiana condenó al Cinep —Centro de Investigación y Educación Popular, editor de la re-

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vista—, a las Comunidades Eclesiales Populares y a la revista misma. En el texto del mensaje pastoral de la XXXVII Asamblea Plenaria del Episcopado, con fecha 28 de agosto de 1981, la con-frontación es explícita:

Con pena pastoral, por exigencia de la verdad y de la unidad eclesial, tene-mos que declarar que nuestro llamado a los sacerdotes que son parte notable en instituciones de investigación o centros de estudio y que participan en las tesis de cristianos por el socialismo, resultó ineficaz y han persistido en sus propósitos ideológicos que rompen la unidad de la Iglesia del Señor. Por eso, en el espíritu de exhortación apostólica sobre la reconciliación, decla-ramos que: CINEP (Centro de Investigación y Educación Popular) y su vocero “Controversia”, la revista Solidaridad, así como las Comunidades Eclesiales Populares, están imbuidos de ideología y propósitos que atentan gravemen-te contra la doctrina y la disciplina de la iglesia.

Sin embargo, la publicación logra resistir una década más: deja de salir recién en septiembre de 1991. Además de la presión de los sectores reaccionarios de la Iglesia, influyeron las tensiones al interior del movimiento de la Teología de la Liberación. Durante 13 años la revista fue el principal vocero nacional de los cristianos comprometidos en Colombia, y por eso mismo, también de sus dis-tintas vertientes.

Solidaridad llamó especialmente la atención de Uverney por-que reflejaba un modelo de publicación que después él intentó reflejar en Lanzas. El estilo de la revista cristiana condensaba una línea de comunicación popular, sin que eso impidiera desa-rrollar una lectura crítica de la realidad con profundidad, incluso en clave marxista. A la vez, la publicación daba cuenta del anclaje social del proyecto: las Comunidades de Base se veían reflejadas en distintos artículos. Esa combinación hacía que Solidaridad pudiera cumplir una función, además de informativa, de forma-ción al interior del movimiento social y de incidencia en sectores militantes e intelectuales.

En su última época, hacia fines de los 80, la revista adopta además un fuerte énfasis en la denuncia a la violencia estatal y paramilitar contra el activismo popular, y de defensa irrestricta de los derechos humanos.

Inspiración originariaA William Cuéllar el nombre no le gustó ni un poquito. “Voy a des-acralizar el mito sobre el origen de la revista”, desafía, y da su ver-

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sión: “Yo había hablado con alguna gente para hacer una revista que reflejara el momento de efervescencia que estábamos pasando en la Universidad, gente que había estado o había apoyado la toma del bloque de Administración de la Universidad. Le digo a Homer Sánchez, a Wilmar Andrade, Diego Conde, bueno, estaban Martha Lucía, Uverney y yo. Entonces nos distribuimos los temas, queda definido ese primer conejo de redacción, y no se toca el tema del nombre de la revista. Una semana después le digo a Uverney:

—Mano, reunámonos, ya hay que sacar eso de una vez.—No, pero si la revista ya está en imprenta —responde Uverney.—Pero cómo, ¡si no discutimos ni el nombre!—El nombre ya está, se llama Lanzas y Letras.—¿Y qué es eso, de dónde salió?—Es por una revista que había en Guatemala, por Otto René

Castillo, además el nombre está muy bien, las Lanzas, y las letras…William quedó tan sorprendido como enojado: desde su pun-

to de vista, Uverney estaba tomando decisiones contrarias a lo que era la idea original… o al menos, a lo que él tenía en mente como idea original. “Reunimos al equipo, y a nadie le gustó el nombre. Yo lideraba ese proceso, y decidí retirarme, entonces el resto se retiró también”, cuenta, sin ocultar cierto resentimien-to, 25 años después.

Ese relato no se condice con el desarrollo posterior de Lanzas y Letras, pero es entendible: todo proyecto que logra cierta trascen-dencia acumula sus propios detractores, después de todo.

La desavenencia estuvo y, según sigue contando William, pare-ce haber tenido sus motivos, aunque con Uverney siguieron siendo amigos. “Él siempre me decía ‘qué hubo, vagabundo’, y yo, ‘enton-ces usted qué’, y nos sentábamos a echar tinto, conversar… Pero no nos poníamos de acuerdo. Él fue asumiendo una postura más radical mientras yo le decía que había que flexibilizar”.

Martha Lucía reconoce que Uverney siempre tuvo su carácter, y que sintió el proyecto como propio. Lo cierto es que, más allá de la impronta indiscutible que le dio al proyecto, siempre estuvo rodea-do de un equipo de trabajo; la vocación de que la revista excediera primero la Universidad y después el Huila, para convertirse en un proyecto nacional, habla también de la amplitud, y la mirada polí-tica, que guiaba su idea de qué revista era necesario hacer.

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La mujer encuentra otra explicación a la actitud de Uverney de aferrarse de esa manera al nombre: “Además de la revista de Otto René, de la que él había sabido por ese libro que le hicieron llegar en la cárcel, él sentía que el nombre Lanzas y Letras ex-presaba bien una realidad muy nuestra: las Lanzas de nuestros pueblos indígenas, y las letras que había que escribir. El nombre remite también a la historia del Huila, del Putumayo, de todo el suroccidente colombiano. Él sentía que había que reflejar la his-toria nuestra, los procesos de resistencia, entonces cuando él se aferra a ese nombre lo hace pensando en las Lanzas de la Cacica Gaitana, una mujer guerrera del sur del Huila cuya historia que-dó registrada en las crónicas de las Indias; una mujer que no es mito, sino realidad, que enfrentó al invasor. Yo creo que por eso él estaba tan convencido que ese era el nombre apropiado para la revista, que no podría ser otro”.

Cuenta la leyenda que la Gaitana (Guaitipán, para su gen-te), jefa de los timanaes en la cuenca oriental de la cordillera central, vengó la muerte de su hijo descuartizando al capitán invasor Pedro de Añasco. El enfrentamiento de los pueblos ori-ginarios contra el conquistador repite un registro épico que se emparenta con la gesta de Tecún Umán que tanto apasionó a Otto René Castillo, aunque en este caso la sangre derramada es la del invasor. La imagen de la mujer bravía, referencia de digni-dad del pueblo huilense, impactó en su momento a los propios súbditos del capitán.

El cronista español Juan de Castellanos da cuenta del suceso en sus relatos del año 1589, con un particular tono poético:

No menos cruel que diligentedescubrió luego con acerbo hechola rabia y el coraje de su pechoPues como de mujer son sus antojossi tiene mano contra quien la injuriaque da satisfacción a sus enojosdejándolos correr a toda furiaY ansí primero le saca los ojos según a Mario la romana curiaporque lo que durase de esta suertevivisese con deseo de la muerteDespués desto la desapiadadacruel de suyo con pena locala barba por debajo horadada

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grueso cordel en cantidad no poca le metió por aquella cuchilladacuyo cabo sacaron por la boca.

La reivindicación de la causa indígena es una constante en la vida de Uverney, más allá incluso de lo publicado en sucesivos números y ediciones de la revista, que también fue mucho. Ese apego era, además, una convicción colectiva: en el mismo sentido apuntó desde siempre la obra gráfica de Martha Lucía, ilustradora de la revista desde el número 1; ambos fueron parte de las cátedras agustinianas, proyecto del profesor Lasso dedicado a estudiar la historia y cultura del pueblo de San Agustín, del que, a fuerza de investigaciones recientes como las que se desarrollaron desde ese espacio académico, se fue sabiendo un poco más.

Las cátedras agustinianas empezaron a forjarse en 1995 y to-maron cuerpo con los años. Hacia 1998 realizaron el primer viaje a San Agustín, a cinco horas de Neiva, como parte del proyecto de investigación financiado por la Universidad. De allí siguieron al Parque Arqueológico Nacional Tierradentro, en el Cauca.

Cuando los visité por primera vez en HuilaLa primera vez que los visité en su casa, en 2013, Uverney y Mar-tha Lucía me regalaron varias piezas de su colección de reproduc-ciones de las estatuas del pueblo escultor de San Agustín. Intenté decirle a Uverney que no era necesario que se desprendiera de esos pequeños tesoros, a lo que respondió que no era un regalo para que yo guardara, sino para que ayudara a difundir la defensa del pa-trimonio originario. Así lo hice: fui regalando, a la vez, las distintas piezas, explicando siempre el origen y sentido del gesto generoso por el cual Uverney y Martha habían puesto esas reproducciones en mis manos.

Durante la visita Uverney me mostró el libro en el que estaba trabajando: Las estatuas del pueblo escultor. San Agustín y el ma-cizo colombiano, del estadounidense David Dellenback. El director de Lanzas estaba haciendo las correcciones de estilo y apuntando sugerencias para el autor. El libro, una de las pocas ediciones de-dicadas al pueblo escultor, incluye más de 100 ilustraciones con detalles admirables, hechas por el autor en sus viajes frecuentes .

“Nos conocimos con David y Martha Gil, su compañera y tra-ductora, de manera fortuita, aunque ahora que lo pienso no fue

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tan casual: el impresor de la revista, Ramón, le dice a Uverney que hay dos personas que lo fueron a ver para editar un libro, uno es un antropólogo estadounidense [aunque en realidad David es un trabajador ferroviario fascinado por San Agustín], y entonces Ra-món cree que lo mejor es que el libro lo supervise Uverney, y los presenta. Con el tiempo nos hicimos amigos, ellos nos invitaron a su casa porque vivían justo detrás del parque arqueológico. Enton-ces David y Uverney conversaban sobre lo mágico de esa cultura prácticamente desconocida, lo importante de rescatar su memoria, y preservar el patrimonio cultural, ya que muchas piezas habían sido llevadas a Europa y ellos estaban empecinados en repatriar-las”, cuenta Martha, y agrega: “Recuperar el legado del pueblo es-cultor de San Agustín, ayudar a su difusión, se convirtió en un objetivo de primer orden para la revista”.

Una vez más, la reivindicación indígena. Aquellas Lanzas, estas letras: el nombre histórico parido en la Guatemala de Otto René Castillo, resignificado en clave surcolombiana.

Año 1 – N° 1El número 1 vio la luz en noviembre de 1994. Fue una creación colectiva coordinada por Uverney con epicentro en la Universi-dad. Fueron parte Martha Lucía, estudiante de Artes, y otros de Lingüística y Literatura: Wilmar Andrade, William Cuéllar, Gloria González y Homer Sánchez; completó el equipo el profe Antonio Ardila. Con los años se irían sumando a colaborar otras personas de Neiva, de toda Colombia y de algunos países de Latinoamérica. Pero el surgimiento fue ciento por ciento surcolombiano.

La primera nota editorial da cuenta de la inspiración del pro-yecto; de sus anclajes coyunturales, estudiantiles y políticos; de la rebeldía, el sentido crítico y la vocación literaria que harán parte de su ADN desde las primeras líneas:

¿Quién ha dicho que la memoria de nuestros muertos, cubierta —como lo dijera Italo Calvino— de imágenes en añicos como depósito de desperdi-cios, no se pueda rescatar?¿Quién ha dicho que la impunidad, la antidemocracia, la adversidad y el mal gobierno permanecerán por siempre?¿Quién ha dicho que podrán libremente seguir burlando y desconociendo la Autoridad y la Ley que promulgan defender?

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¿Quién ha dicho, que continuarán infinitamente postrando a la USCO a sus pies, creando y acabando programas y facultades con la complicidad del silencio?¿Quién ha dicho que todo está perdido, cuando todo está por construirse y escribirse?¿Acaso creemos a los “hombres de paja” que dirigen la universidad y la región? ¿Acaso los 3 o más años de estudio, debate y elaboración de los estamentos, para darle a la USCO su propia autonomía, vamos a dejarlos pasar sin pena ni gloria?¿Acaso las dos tomas, de Abril y Septiembre, no son las que han manteni-do encendida la llama viva de nuestra esperanza?¿Acaso los Encuentros de Escritores, el Taller Reinaldo Cuenca, el Consejo Estudiantil, no son ejemplo nacionales e internacionales? ¿Acaso no estamos dispuestos a darlo todo por amor a la USCO y a nuestra patria?Lanzas y Letras nace en un comienzo de las entrañas de la lucha universitaria guatemalteca —1954— y termina siendo un espacio de debate, inquietudes, preguntas, sugerencias, esbozos de respuestas de índole nacional y mundial. Desde esta perspectiva, nos proponemos recuperar el sentido nacional y continental de la lucha universitaria generada a partir de 1918 en Córdoba.Lanzas y Letras pretende pinchar las fibras más sensibles del corazón universitario y regional, para con ello recuperar nuestra historia perdida. Solo así podremos reconquistar nuestro ser”.

Comienza fuerte: rescatando la “memoria de nuestros muer-tos”, no desde la agitación del panfleto de izquierda sino de la mano del escritor Italo Calvino. La referencia al “mal gobierno” que no durará por siempre debe atribuirse al discurso zapatista, nacido a la luz pública con el alzamiento armado en Chiapas a inicios de ese mismo año 1994 (de nuevo la búsqueda de una voz nueva para ex-presar las convicciones de siempre: el subcomandante Marcos ha-cía gala de un registro político-poético novedoso que no pasó des-apercibido en la nueva publicación). En seguida aparece la USCO, la querida Universidad Surcolombiana, pero no como institución sacralizada sino como terreno de disputa: la crítica a los “hombres de paja” que la dirigen va acompañada de la reivindicación de la autonomía y las “dos tomas de Abril y Septiembre”, en referencia a la ocupación del bloque de Administración de la Universidad, en reclamo del cumplimiento de los nuevos estatutos que había parido la lucha del movimiento estudiantil (“cuando terminamos ese proceso de las tomas, teníamos un acumulado de gente que nos decía y ahora qué, entonces el impulso a la revista fue también parte de lo que dejó esa lucha”, cuenta Willam Cuéllar, integrante de aquel primer consejo de redacción); por último, la nota editorial

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homenajea a aquella otra publicación surgida “de las entrañas de la lucha universitaria guatemalteca”, que fija en 1954 aunque, por la poca información con que contaban, equivocan la fecha: fue en 1958; la posibilidad de elevar la vista hasta Centroamérica para hurgar en aquella revista primera les dio ocasión para seguir mi-rando más allá, en tiempo y geografía. Concluye el texto con una reivindicación de la lucha universitaria generada a partir de 1918 en Córdoba, Argentina.

A la nota editorial le sigue un artículo de Uverney sobre Reinal-do Matiz: “El fusilado de Tibacuy, 70 años de impunidad”; define al personaje como “apóstol de las ideas libertarias, un verdadero líder liberal de izquierda, creador del primer sindicato llamado Socie-dad de Hombres Libres de Neiva”. Uverney suscribe la nota como “estudiante de Lingüística y Literatura”. En las páginas siguientes se rescata un texto del peruano José Carlos Mariátegui, “Crisis de maestros y crisis de ideas”, y a continuación la temática universi-taria desembarca de lleno en la Surcolombiana: “Los estudiantes lo están haciendo bien”, se titula el artículo de Libardo Casanova, “empleado USCO”, según la firma. Le sigue una entrevista al in-tegrante de Asopetrol Marcos Rojas con motivo de la entrega de campos petroleros de la Shell al Estado. William Cuellar firma la nota más coyuntural: “Año electoral”. El profesor Antonio Ardila aporta un artículo abundante en fórmulas algebraicas, toda una curiosidad en una revista de este tipo: “Acerca de una experiencia pedagógica con un algoritmo peculiar”. Uverney vuelve a firmar una nota que refleja una de las temáticas que será una constante en su producción, y por lo tanto en la revista: “El amor y la ideolo-gía burguesa”. Gloria González, también estudiante de Lingüística y Literatura, escribe el artículo “En busca de nuestras letras”, que da cuenta de un proyecto de sistematización de poetas del Huila, “algunos premiados a nivel departamental y nacional, otros que apenas empiezan a darse a conocer en la región”; la nota lleva como epígrafe la poesía de Gioconda Belli, por entonces práctica-mente desconocida en Colombia: “ Que nunca te dé por sentirte / intelectual privilegiado cabeza de libro serrucho de conversacio-nes/ mustio pensador adolorido”. La contraportada cierra con una cita del cubano José Martí sobre la educación, y el relato “Solo un momento”, del estudiante Wilmar Andrade, ganador del concurso de minicuento de Palermo (Huila) de ese año.

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Seis recuadros publicitarios comparten la anteúltima página, lo que da cuenta del modesto financiamiento que esa primera edición logró: Fotocopias OTI, Centro de Atención Estudiantil, Central Na-cional Pro-Vivienda, Univercopias, Cooperativa de Empleados de la Universidad y Consejo Superior Estudiantil. “Yo le dije a Uverney: hermano, reunámonos para ver el tema de los recursos, para mí a los primeros que hay que vacunar es a todos los que tienen ne-gocios en la Universidad”, explica William Cuéllar, y parece que la idea se llevó a cabo.

25 años de letrasDesde noviembre de 1994 a nuestros días, Lanzas y Letras editó 34 ejemplares de la revista; 1 primer libro de edición propia en 1998, 2 libros más en la colección Antorchas del camino; otros tres como parte de la colección Paz-ando la voz; otro, una antología de la obra de Orlando Fals Borda, en coedición internacional; en su etapa reciente, tres libros más coeditados con La Fogata Editorial. Otros dos libros, de la etapa de Uverney como director, quedaron diagramados sin llegar a imprenta.

Durante toda la primera etapa fue reconocida como la prime-ra (y única) revista alternativa de cultura y política gestada en el Huila. En los sucesivos números escribieron decenas de poetas. Se abrieron las páginas a escritores regionales, como la poeta huilen-se Matilde Espinosa, pero también la revista se permitió algunos lujos, como la colaboración del reconocido poeta boyacense Eduar-do Gómez Patarroyo. En el libro Tras las huellas perdidas, que reunió biografías del Che, Camilo Torres y Otto René Castillo, don Eduardo escribe el prólogo. Su participación en esa edición tiene una importancia particular, ya que el poeta había participado del periódico Frente Unido, donde trabajó junto a Camilo, y también conoció a Otto René mientras ambos estudiaban en la Alemania socialista, por lo que seguramente sea la única persona que tuvo trato con ambos personajes, cercanos ideológicamente pero tan distantes en sus vidas. Tras las huellas perdidas se publica en 2010; el libro de Gómez Patarroyo posterior a esa fecha (La noche casi aurora, 2012), incluye el poema “Acerca de la tierra prometi-da” que dedica, con nombre y apellido, a Uverney:

(…) es preciso encontrar en cada uno al compañeroy asumir las diferencias y los intentos fallidos

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mediante la palabra que sabe nombrar[y con la emoción reflexiva que sabe buscar]hasta traspasar horizontes donde se vislumbreprefigurada en el alba todavía brumosala Tierra Prometida de los ambiciosos sueños.

Escribieron también destacados profesores, de los más pres-tigiosos exponentes del pensamiento crítico: el mencionado Luis Ernesto Lasso, pero también Gustavo Bríñez Villa, el sacerdote je-suita Javier Giraldo, Miguel Eduardo Cárdenas —que integró el Comité Editorial de la revista desde el número 25 al 29—, Renán Vega Cantor y Carlos Medina Gallego, quien mantuvo además una sólida amistad con Uverney, lo que les llevó a escribir juntos el fo-lleto, también editado por Lanzas, Sobre el amor y algo más).

Son incontables, a la vez, los colaboradores y colaboradoras integrantes de las distintas expresiones del movimiento social que escribieron en Lanzas: defensoras de Derechos Humanos, educa-dores populares, líderes sindicales o campesinos. Valga mencionar apenas un puñado representativo de los colectivos que trabajaron palmo a palmo con la revista: Asociación para la Investigación y Acción Social Nomadesc, Asociación Minga, Corporación Huipaz, Kabisilla, la Escuela Nacional Orlando Fals Borda, el Instituto Fals Borda de Cali, la Agencia Colombia Informa, Red Proyecto Sur, la Unión Sindical Obrera, el CED-INS, el Colectivo Frente Unido, el Coordinador Nacional Agrario y el Instituto Simón Rodríguez de Popayán.

Más allá de este somero repaso, no vamos a abundar aquí sobre los contenidos: muchos ejemplares se encuentran disponibles en nuestro sitio web; los que faltan se irán publicando hasta comple-tar la totalidad de la producción de estos 25 años.

Sigamos entonces reconstruyendo la historia, las huellas de-trás de lo que quedaba plasmado en las páginas de la revista.

Más allá del HuilaEn 1999 Carlos González se inscribió en la Surcolombiana para estudiar una carrera que poco tenía que ver con el perfil de la re-vista: Matemáticas. Sin embargo, aquel paso por la USCO le per-mitió entrar en contacto con Uverney. Su primera afinidad política se dio con un grupo de estudiantes anarquistas con los que Uver solía reunirse, la Coordinadora Estudiantil Revolucionaria; ni Car-

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los ni Uverney fueron parte, pero quedaron amigos. Después de varias charlas y algunas polas, en 2001 Carlos escribe por primera vez para la revista. Pero su aporte más consistente se da a partir de 2002, cuando se va a estudiar a Popayán y cambia de carrera: Ciencia Política. Eso hizo que Uverney le pidiera que colaborara aún más.

“Mi participación desde el Cauca hizo que la revista se vuelva regional. Dijimos ‘hagamos que esta vaina salga del Huila, que cumpla un rol en el movimiento social’”, cuenta Carlos. De ese impulso surge la vinculación con los diplomados de Educación Popular y Derechos Humanos que impulsaba el colectivo Noma-desc principalmente en Cali, pero que ya se estaban extendien-do a Popayán y, a partir de la vinculación con Lanzas y Letras, también a Neiva.

De ese modo la revista ganó circulación, amplió las temáticas y se nutrió de la agenda del movimiento social. El equipo de trabajo se volvió más estable y, por primera vez, excedió a los integrantes de la Surcolombiana. El proceso expansivo fue gradual y sosteni-do. “Así como dimos el primer salto a lo regional saliendo de Neiva hacia Popayán y Cali, cuando nos quisimos dar cuenta la revista estaba llegando a Bogotá y otras regiones”, agrega Carlos. El en-tramado de relaciones políticas diversas y generosas que soste-nía Uverney, y la participación en cuanta instancia de articulación surgiera en torno a las ideas del camilismo, facilitaron la circula-ción de la revista a nivel nacional.

Carmen Carvajal también es licenciada en Lingüística y Litera-tura. Compartió con Uver, y con la revista, una mirada del mundo, espacios de militancia, proyectos. Al enterarse de este trabajo Car-men nos brindó un escrito muy emotivo que tituló “Una antorcha en el camino”, en referencia a la colección de libros que impulsó Lanzas entre 2009 y 2013. Una de esas ediciones llevó por título Las mujeres, el poder y la resistencia, y allí participó Carmen. De activismo permanente en el movimiento feminista, hoy integra la Colectiva Flora Tristán, pero por aquellos años era referenta de la Confluencia de Mujeres para la Acción Pública. “Conocí a Uverney en 2009, y con él, a la revista. Nos fue uniendo la camaradería, la complicidad sobre las miradas y la realidad del país, la política, las izquierdas y los movimientos sociales”, nos cuenta. “Era un período en el que había un respiro para la lucha social, luego del auge en

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Colombia del paramilitarismo”, rememora Carmen, y le pone fecha a los recuerdos: “aparecen en mi memoria imágenes que surgen como el ave Fénix, entre 2006 y 2013, de los movimientos sociales que levantaban nuevas y viejas banderas, con propuestas sociales y políticas de carácter nacional desde distintos sectores populares campesinos, sindicales, estudiantiles, de las ciudades, de mujeres, indígenas… esos movimientos fueron configurando amplios esce-narios de participación y plataformas de unidad”.

Lanzas y Letras, por esos años, adopta un lema: “Punto de en-cuentro en la diversidad”. La revista se va integrando, con naturali-dad, en el entramado de recomposición del movimiento popular. La frase es reflejo de la sentencia camilista que llamaba a “priorizar lo que nos une, prescindir de lo que nos separa”. A la vez, la máxima guevarista que convoca a ponerle el cuerpo a las ideas convertía esa propuesta en militancia.

Durante esos años el proceso de reorganización del movimiento popular tiene algunos hitos identificables: la Minga Indígena Na-cional irrumpe con fuerza hacia finales de 2008; dos años después nace el Congreso de los Pueblos. Lanzas y Letras participa de los eventos de ambos procesos, da cuenta de las definiciones y los de-bates en sus páginas.

Por esos años Carmen ya lideraba la Confluencia de Mujeres para la Acción Pública. De ese cruce saldrá la primera publicación de Lanzas dedicada íntegramente a las luchas de las mujeres: “La idea surge hacia el primer trimestre de 2010, para visibilizar de-bates y reflexiones de las mujeres y sus organizaciones, su rol en el movimiento social, pero el proyecto se fue aplazando. En esa demora tuvieron que ver los debates al interior de Confluencia, sobre el feminismo, nuestras líneas de acción… era un momento muy complicado porque buscábamos hacer valer nuestra partici-pación como movimiento de mujeres dentro de un proceso social y político más general”. Ante ese panorama, sigue contando Carmen, “Uverney mantuvo la idea firme hasta materializarla: la palabra empeñada era el motor para romper las barreras de la distancia, de nuestras dificultades para escribir sobre nuestros procesos” …. La publicación, con formato de libro pequeño, se publicó en 2013. “Cada una de nuestras organizaciones se comprometió, además, en la difusión y distribución en nuestras regiones. Estuvimos las Mujeres Campesinas Inzá, del Cauca; el Encuentro de Mujeres por

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los Desca, del Valle, que impulsaba Nomadesc; y nosotras desde Confluencia”. Carmen valora, además de la participación de los co-lectivos de mujeres en el proyecto, el impulso de la revista: “el em-peño y compromiso en poner en debate temas centrales que eran parte de la agenda política y social de ese período fue un aporte fundamental de Lanzas y Letras; el espíritu crítico de la revista se reflejaba en eso, en sacar adelante la tarea a pesar de las contra-dicciones, de las dificultades económicas”.

La vocación unitaria de Uverney daba resultados concretos, además, en el plano de la militancia política. Su identidad camilis-ta se complementaba con una gran apertura y camaradería, lo que daba por resultado que lo invitaran con frecuencia a escenarios donde comunistas y bolivarianos le brindaban espacio.

“Nosotros no éramos tan abiertos con los de otras tendencias, pero él no se dejaba limitar por nuestras opiniones”, recuerda uno de sus compañeros del Congreso de los Pueblos. “Si había un de-bate con compañeros que cuestionaban nuestra política, él busca-ba en qué podía darles la razón, para acercar posiciones. Eso de construir desde la diversidad era una convicción para él; entonces, desde el Partido [Comunista], o desde la Marcha Patriótica, cuando había un acto lo llamaban, le daban micrófono y tarima, con to-tal confianza”. El compañero que nos cuenta la anécdota prefiere mantenerse anónimo, y con esa condición agrega: “Uverney una vez me confesó que esas organizaciones le habían ofrecido finan-ciar la revista, eso fue en los últimos años, cuando tenían un poco de plata de proyectos; pero él prefirió seguir manteniendo la inde-pendencia de Lanzas y Letras, y no quedar condicionado a sectores políticos con los que, aunque respetaba sinceramente, mantenía sus diferencias”.

La revista participó activamente de los espacios de encuentro que se generaban entre distintos medios de comunicación alterna-tivos y proyectos culturales. En uno de esos eventos, en diciembre de 2014, dos publicaciones recibieron un reconocimiento por su trayectoria: Periferia, publicación mensual de Medellín que cum-plía 10 años, y Lanzas, que celebraba sus dos décadas. En esa ocasión el director de la revista fue entrevistado por la Agencia Colombia Informa, que eligió para titular la nota una frase muy directa de Uverney: “La intelectualidad y la academia no crearon una cultura de paz” .

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Los distintos niveles de compromiso con la política, y lo que eso significó en un país con altos niveles de persecución y estigmatiza-ción a la izquierda y al pensamiento crítico, afectaron también los contenidos. William Calderón hoy integra Redepaz, pero recorrió un largo camino militante. En los 90, tras la desmovilización del M-19, participó de la experiencia electoral de la Alianza Democrá-tica. También fue parte de las brigadas en Nicaragua, estuvo en Cuba y en El Salvador. Esa trayectoria lo llevaba a ser cauto: “A pesar de que Uver me lo pidió, yo no quise escribir sobre mis ex-periencias en Centroamérica para la revista, no quería exponer a compañeros, y no era bueno que ligaran a Lanzas y Letras con lo que uno hacía”, reflexiona hoy, con el beneficio de los años trans-curridos desde entonces.

Sin embargo, la revista se las ingeniaba para que el contenido latinoamericano nutriera sus páginas.

Lanzas sin fronterasConocí a Uverney a mediados de julio de 2008, en Bogotá, durante la primera asamblea internacional de la Red de Hermandad y So-lidaridad con Colombia. RedHer reunía (aún lo hace) a colectivos solidarios con el movimiento popular en Colombia, tanto en Euro-pa como en América Latina. Llegué a la asamblea como delegado de mi organización en Argentina, el Frente Popular Darío Santillán. Durante la tertulia nocturna Uverney se me acercó: quería con-tarme de la revista y, si era posible, pedirme colaboración. Para romper el hielo me ofreció un trago de un vino de una fruta que no era uva, de la que no puedo recordar el nombre (googleo “vinos frutales colombianos” y ninguna variedad se me hace familiar; he preguntado a quienes estuvieron en aquel evento, y nadie recuer-da el vino con precisión). Siendo honesto, diré que el brebaje me resultó bastante feo; aunque, claro, lo bebí. Era difícil rechazar los encantos de Uverney, que convidaba la bebida como si fuera el más fino elixir, dentro de cuyas propiedades estaba una, a su modo de ver irresistible: el vino era del Huila, su región. Me gustó la forma apasionada con que me contó de su tierra. Llevados al terreno de la revista, hablamos de poesía. Yo no soy tan ducho en cuestiones poéticas, pero me pareció un buen desafío salir de Roque Dalton, de quien él me hablaba, y retrucarle con uno de los del sur. No, nada de Neruda: recité —balbuceé— algo de Juan Gelman (como

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les digo, acepté ese vino), y me sorprendió que mi interlocutor, proveniente de esa tierra que hasta ese momento yo no había oído nombrar, lo conociera. Me relató aspectos biográficos del poeta ar-gentino con bastante precisión. En otro par de horas de charla sin descanso acabamos esa botella y sellamos nuestra amistad.

Desde entonces fui colaborador en Argentina de la revista hasta 2013, cuando viajé nuevamente a Colombia buscando quedarme por acá.

En el país del sur Lanzas tuvo varias vías de llegada. Más allá de mi colaboración (llevando ejemplares, escribiendo artículos o gestionando quien lo hiciera), en 2011 Uverney había logrado esta-blecer relación con la Central de Trabajadores de Argentina (CTA). “Nos conocimos por las publicaciones en las redes sociales, a Uver-ney le interesó mi labor que relacionaba militancia en el territorio, con el sindicato y la comunicación social”, recuerda Julia Giuliani, quien por aquel entonces era Secretaria de Comunicación de la central obrera. “Él nos pedía artículos sobre la realidad en nuestro país, y nosotros lo entrevistamos en dos oportunidades para nues-tro programa radial. Nos habíamos propuesto compartir material formativo, y algún día, por qué no, intercambiar conocimientos y experiencias ya sea en Argentina o en Colombia”. Julia actualmen-te es Secretaria de Relaciones Institucionales de la Central en la ciudad donde vive, Rio Cuarto, Córdoba. Allí hacen la revista Re-truco, con la cual Lanzas se propuso retomar la coordinación en la actualidad.

Durante algunos años, además, estuvo en Argentina como cola-borador Nicolás Herrera, psicólogo e integrante del Colectivo Fren-te Unido, oriundo de Neiva, por lo que conocía la revista desde sus primeros pasos. Nicolás escribió artículos, tramitó colaboraciones, y participó a la distancia del Equipo Editorial durante un tiempo. La revista vio esas gestiones reflejadas en su contenido: entrevistas a la pedagoga feminista Claudia Korol, el politólogo Atilio Boron o el especialista en la situación venezolana Modesto Emilio Guerre-ro poblaron sus páginas. El libro de Orlando Fals Borda, Ciencia, compromiso y cambio social, editado conjuntamente por Lanzas y Letras, la editorial independiente argentina El Colectivo y la Uni-versidad de la República del Uruguay, fue a la vez una compilación de Nicolás y Lorena López Guzmán.

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Segunda Parte

En Brasil, la Escola Nacional Florestan Fernandes convoca, cada año, a decenas de militantes de las organizaciones popula-res del continente. Allí, en más de una ocasión, quienes participa-ban como parte del Congreso de los Pueblos de Colombia llevaban ejemplares de la revista, que de ese modo se esparcía por geogra-fías latinoamericanas sin que lleguemos a conocer cada destino. Comunicadores populares de Cuba, Brasil, Perú, enviaron en dis-tintas ocasiones sus aportes, que en cada caso fueron publicados.

El vínculo centroamericano, sin embargo, debió esperar a que la motivación de este trabajo nos llevara a las tierras de Otto René Castillo, a la Universidad de San Carlos en Guate-mala, a la charla con Tono Móbil, 70 años después de que fuera parte de la gesta de aquella otra Lanzas. Y entonces esta histo-ria vuelve a comenzar…

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ePÍlogo Estudiantes, pensamiento

crítico y compromiso político

Por Juliana Marín Rodríguez,Juan Felipe Duque Agudelo y

Manuela Arango Restrepo, del Equipo Medellín de Lanzas y Letras

Cuando en 2015 a Uverney Quimbayo, fundador de la revista, se le escapaba la vida, la mayoría de los miembros del actual equi-po de Lanzas y Letras apenas iniciábamos una joven militancia estudiantil, cargábamos con menos años de los que ya entonces acumulaba la revista y estábamos bastante lejos del suroccidente colombiano, entorno fundacional de Lanzas. Pero así suele operar la historia: a unos 600 km de distancia de Neiva, en la ciudad de Medellín, coincidirían una vez más las coordenadas políticas que habían visto nacer y renacer a Lanzas en Guatemala y en Colombia hace 61 y 25 años, respectivamente.

La verdad es que Lanzas se hizo un nido en Medellín de una manera tan natural como imprevisible. La capital del departamen-to de Antioquia se había acostumbrado a presenciar gigantescas olas de violencia política por dentro y por fuera de las principales universidades públicas.

Desde mediados de los años 80 los estudiantes apilaban en su memoria los relatos de paros, tropeles, tomas de edificios, marchas extraordinarias y multitudinarias protestas contra la escalada de privatización de las universidades públicas. El doloroso correlato de la rebeldía estudiantil fue el terrorismo de Estado: masacres, desapariciones y torturas ejercidas contra miembros de las organi-

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zaciones estudiantiles se inscribieron para siempre en la postal de ese fin de siglo.

El movimiento estudiantil supo cómo moverse entre el duelo y la esperanza. A principios de los 90, con la masacre del 87 en la sede de la Juventud Comunista todavía a flor de piel, en la fa-chada de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas quedó inscrito el modo particular en que el estudiantado hizo frente al alza de matrículas del rector Antanas Mockus y a la incorpora-ción de políticas neoliberales en la educación pública con la Ley 30 de 1992: “Febrero de 1993, la asamblea general de la ternura decreta: alegría total”.

Cerrando la década, la Universidad de Antioquia todavía no acababa de enterrar a sus muertos, que muy rápido empezaron a contarse por decenas. Fueron años de combate y melancolía. La recordada “marcha de los claveles rojos” en 1987 se levantó contra la represión que se había llevado a figuras tan reconocidas como Héctor Abad Gómez o Luis Felipe Vélez, y había extermina-do a una buena parte del movimiento popular. El nuevo milenio no tuvo oportunidad de conocer al defensor de Derechos Huma-nos Jesús María Valle o a Gustavo Marulanda, ambos destacados miembros de la comunidad universitaria; este último, además, un activo líder estudiantil que también había participado del movi-miento ¡A Luchar! Los crímenes de los paramilitares se extendie-ron por todo el departamento de Antioquia y las universidades no fueron la excepción sino la regla.

El estudiantado de la Nacional y de la Universidad de Antioquia siempre fue más solidario entre sí de lo que se suele creer. En las duras y en las maduras se sonríe y se llora por igual, sobreponién-dose a las rejas de cada institución. En el 2005, aún sin haber asi-milado el golpe de los 90, se presentó un nuevo flujo de moviliza-ción estudiantil. Esta vez se trataba del primer gobierno de Álvaro Uribe y la firma del Tratado de Libre Comercio con los Estados Uni-dos. Las protestas no se hicieron esperar en ambas universidades. Pero fue el desenlace del tropel del 10 de febrero de ese año el que marcaría a toda una generación de militancia estudiantil.

En el campus de la Universidad de Antioquia dos estudiantes de la Universidad Nacional, Paula Andrea Ospina y Magaly Be-tancur, murieron incineradas tras una explosión en el rudimen-tario laboratorio que se había hecho para combatir a la policía

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con las ya tradicionales papa-bombas. Fue una sola la comuni-dad estudiantil dolida y perseguida por los hechos, y una sola la que inició la larga peregrinación para resarcir su memoria. Por esos años persistía en cada universidad la influencia de las estructuras paramilitares instaladas en la década del 90; los allanamientos a las sedes de las organizaciones estudiantiles y la judicialización de sus militantes encontraron como respuesta un escalamiento del nivel de confrontación del estudiantado me-diante métodos más seguros y clandestinos.

Los dos gobiernos de Álvaro Uribe habían llevado a los secto-res populares a emprender grandes gestas en materia de moviliza-ción y organización política. El movimiento indígena y campesino del suroccidente colombiano —principalmente del departamento del Cauca— se coronaba como baluarte de la resistencia contra la agenda uribista. En 2008 los indígenas habían logrado convocar a una masiva “Minga de Resistencia Social y Comunitaria” que pro-yectaba un mayor y pronto involucramiento de los sectores urba-nos, estudiantiles y sindicales. Es allí que se empieza a tejer, mo-vilización tras movilización, la idea de articular diferentes sectores y organizaciones a escala nacional, a pasar del “país de los dueños sin pueblos, al país de los pueblos sin dueños”12 por medio de un escenario amplio de legislación popular.

Lanzas y Letras, ya por aquellos años con un buen trayecto a cuestas, se abriría camino en ese proceso que devendría, finalmen-te, en la instalación del Congreso de los Pueblos en 2010. Aquellos fueron meses de intensos intercambios regionales, generacionales y políticos al calor de una reconfiguración decisiva para el movi-miento social colombiano.

Apenas unos años antes habían comenzado a aparecer espo-rádicamente algunas ediciones de Lanzas en las bibliotecas de las organizaciones populares de Medellín. Llegaban por medio de conocidos que hacían las veces de embajadores del ardien-te movimiento popular del suroccidente colombiano. Pero nada que hacer: eran contados y escasos los ejemplares de la revista a los que la militancia, especialmente la estudiantil, podía acceder en la ciudad de Medellín.

12. Poder popular para la vida digna. Congreso de los pueblos. Bogotá: Edición independiente, 2014.

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No fue sino hasta que estalló la siguiente oleada de movilización estudiantil en 2011, que una parte de las organizaciones univer-sitarias que encabezaban las protestas de la Mesa Amplia Nacio-nal Estudiantil en Antioquia lograron hacerse con algunas Lanzas y Letras para su formación política y autogestión económica. La Lanzas, una y otra vez, se había incorporado a la vida de las uni-versidades a través del compromiso político del estudiantado. Una causa inmune al desgaste del paso de los años.

Muchos y muchas de quienes ingresamos a las universidades luego del cierre de aquel momento político nos vimos obligados a sortear una sensación generalizada de derrota. Los estudiantes de 2011 se habían movilizado de manera magistral pero paradójica: en lugar de un abierto rechazo a la Ley 30, que era la constante desde principios de los 90, la agresiva situación política les ha-bía puesto a la defensiva frente a reformas mucho más dañinas. Si bien el movimiento estudiantil había logrado contener —al me-nos momentáneamente— las pretensiones del entonces presiden-te Juan Manuel Santos, era incapaz de construir una propuesta alternativa de Ley para responder al momento. Aquella había sido una victoria más agria que dulce, en la que el movimiento estu-diantil había empeñado su unidad de acción, su fortaleza política y su estabilidad académica.

Al mismo tiempo, el gobierno nacional instalaba públicamente los diálogos de paz con la guerrilla de las FARC. La lucha estudian-til fue rápidamente olvidada y la agenda del movimiento popular disciplinada al ritmo de las conversaciones entre el gobierno de Santos y la delegación de las FARC en la lejana Habana. Fueron momentos en que muchas organizaciones se maniataron a sí mis-mas con la convicción de no enturbiar en Colombia el desarrollo de la mesa en Cuba. El gobierno había logrado dirigir, dividir y domesticar a una buena parte del movimiento social sirviéndose engañosamente de los deseos de paz de la juventud colombiana.

Pero cuando despertamos… Lanzas y Letras todavía estaba allí. La revista nos había servido para aguantar el sopor de un contexto en el que la rebeldía parecía provenir exclusivamente de campesinos e indígenas. En el recuerdo vívido de los primeros semestres de uni-versidad, aparecían algunas frescas ediciones de Lanzas llamando la atención sobre luchas y quiebres estéticos, políticos, éticos y, a veces, insurgentes. Por motivos que aún nos parecen sorprendentes,

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cada uno y cada una de nosotras tuvo alguna relación previa y más o menos circunstancial con Lanzas, ya fuera en la nostálgica Uni-versidad Nacional o en la convulsionada Universidad de Antioquia.

Entre los años 2014 y 2015 que ingresamos en pleno a la uni-versidad, la revista contaba con una capacidad casi inexistente en Medellín: no había un grupo de colaboradores permanentes y difícilmente se escuchaba de ella por fuera del estrecho perímetro de la militancia camilista. A pesar de eso, algunos números de la revista llegaron a nuestras manos sin conocernos entre nosotros, sin ningún vínculo político y sin la más remota idea de que en al-gún momento llegaríamos a hacer parte de este proyecto.

Corría el año 2017 y la política universitaria ya venía caldeada. Manteníamos relaciones de amistad por medio de la actividad gremial e intelectual desarrollada en grupos de estudio sobre marxismo y fe-minismo. Muy pronto, la calentura del momento nos arrojaría a una acción más decidida y comprometida. Por esos meses, al interior de la Nacional se habían instituido nuevamente los campamentos estu-diantiles como un mecanismo eficaz de presión a la administración universitaria. Se resistía con alegría, soportando el frío nocturno de un campus inmenso, leyendo hasta la madrugada, manteniendo en raya a los policías infiltrados y tomando tinto para huirle tercamente al sueño. Conspirábamos, creíamos que el movimiento tenía que ir más allá: unirse con la Universidad de Antioquia, fundar una cátedra estudiantil, posicionar un discurso radicalmente distinto sobre la paz o anticiparse a la contienda electoral del año que venía.

Todo eso lo esperábamos y lo logramos. Lo que no pasaba por nuestra mente era la propuesta que cierta noche nos haría Veró-nica, una destacada líder juvenil proveniente del movimiento estu-diantil del 2011, que ya para ese momento se encargaba de distri-buir rigurosamente las revistas que llegaban a Medellín:

—Oigan, ¿y ustedes por qué no colaboran editando la Lanzas? Hace falta gente joven…

Nos quedamos pasmados. ¡¿Lanzas y Letras?! Para esa época la revista contaba con un cierto prestigio debido a la publicación de un número especial sobre ¡A Luchar!, un movimiento por el que había una profunda simpatía espiritual, pero del cual, hasta en-tonces, francamente, nadie sabía demasiado.

—A principios del año entrante habrá un encuentro en la frontera entre Cúcuta y Venezuela por la paz entre los pueblos

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hermanos. Allí seguramente estará Pablo, el argentino. Él vie-ne coordinando la revista en esta nueva etapa y seguramente se alegraría de contar con nuevas manos e ideas —terminó por convencernos Verónica.

Un miembro de este todavía embrionario equipo en Medellín se embarcó con ella unos 600 km hasta Cúcuta. Apenas pudo obser-var fugazmente a Pablo la primera tarde del evento: de apariencia reservada y ligeramente ruda, se encontraba parado al pie de la biblioteca departamental, confrontando directamente aquel sol pe-gajoso del nororiente colombiano con una gruesa camisa negra de Lanzas y Letras.

Unos meses después, el argentino apareció sorpresivamente en una pequeña tienda popular conquistada por el movimiento social en Medellín. Ya no cargaba con esa suerte de crudeza de militante inmune al sol; escuchaba tango en sandalias mientras dejaba enti-biar un café bajo el soplo de un destartalado ventilador.

—¡No se diga más! Déjenme escribirles por aquí las contraseñas de las redes sociales y de la página web; la otra semana charlamos por si hay alguna duda —sentenció Pablo nuestra incorporación al equipo de Lanzas… y se fue de Medellín tan deprisa como llegó.

Como obra de la Providencia, nuestra entrada a Lanzas coin-cidió con el recalentamiento del momento político. Estaba a nuestros pies la rosa en la que debíamos bailar. La firma defini-tiva del acuerdo entre FARC y el gobierno dejaba, por un lado, una esperanza histórica para un pueblo harto de la guerra, y por otro, un caudal grande de dudas en parte considerable del movimiento popular. Se asumía entonces que el triunfo de Gus-tavo Petro en las presidenciales del 2018 podría dirigir el país, ahora sin la confrontación militar con las FARC, hacia un nuevo plano político de cambio democrático. El entusiasmo que había generado Petro persistió incluso tras su derrota: la juventud, protagonista de su campaña, pronto volvería a hacer de la uni-versidad una trinchera contra el regreso del uribismo y la conti-nuidad de las políticas privatizadoras.

A fines de 2018 se desarrolló una estampida de movilización estudiantil, solo comparable en su masividad con la del 2011. Allí estábamos, entre escraches a los falsos militantes, marchas multi-tudinarias y aguerridos tropeles. Aprendiendo a hacer una revista

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en medio de la revuelta, coqueteando con las letras y las lanzas justamente cuando más se necesitaban.

Buscábamos la integralidad y no las medias tintas de un acti-vismo oportunista. Creímos encontrarla en la cima de la satisfac-ción: la edición número 34 de Lanzas y Letras logra imprimirse en Medellín en abril de 2019, casi 25 años luego de aparecer por pri-mera vez en la ciudad de Neiva. Sin saberlo, habíamos vuelto a los orígenes para tomar un nuevo impulso. Un especial alrededor del grupo Golconda de sacerdotes revolucionarios, un debate sobre los métodos de lucha estudiantil y una diatriba acerca del compromiso de la literatura nos acercaban a la experiencia histórica de Lanzas. Pero el análisis de la disputa política y estética en el mundo digital, como de las nuevas geografías de la resistencia, nos anclaban irre-mediablemente a un presente con sabor a futuro.

Acá empieza nuestra historia y termina este libro. Lanzas y Letras es una realidad que se multiplica en anécdotas, rebeldías, amores y compañerismos. Nos resistimos al quietismo porque nuestros muertos tienen el derecho de aterrar a sus verdugos, por-que la vida siempre triunfa aunque la derroten millones de veces, porque la juventud es inquieta e irreverente, sus pasiones clandes-tinas y sus desconsuelos explosivos. Como en algún meditabundo texto decía Uverney:

Hoy más que nunca, cuando el incontenible deseo de vivir empieza a com-paginarse con la aterradora idea de la muerte, se hace imprescindible vivir intensamente más allá de líneas y límites imaginarios de dogma alguno. Vi-vir simplemente bajo el principio del respeto a la vida y la dignidad del ser humano, dejando que fluya por nuestro ser toda la obra humana que nos an-tecede, para que el futuro no sea una permanente recriminación de lo que pudo ser y no fue13.

13. Fragmento del texto “Oda a la autodeterminación” de Uverney Quimbayo, reunido junto a otros en una compilación bajo el título Reflexiones cotidianas en tiempos difíciles, con fecha 2007, material que el autor mantuvo inédito y aún permanece en ese estado.

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anexo

Ediciones de Lanzas y Letras (Guatemala)

N° 1. Mayo de 1958N° 2. Junio de 1958N° 3. Julio de 1958N° 4. Agosto de 1958N° 5. Septiembre de 1958N° 6. Octubre de 1958N° 7. Noviembre de 1958N° 8. Diciembre de 1958N° 9. Enero de 1959N° 10. Febrero de 1959N° 11. Marzo de 1959N° 12. Abril de 1959N° 13. Mayo de 1959N° 14 / 15. Junio / Julio de 1959N° 16. Agosto de 1959N° 17 / 18. Septiembre / Octubre de 1959N° 19 / 20. Noviembre / Diciembre de 1959N° 21 / 22: Enero / Febrero de 1960N° 23. Marzo de 1960N° 24. Abril de 1960N° 25. Mayo de 1960N° 26. Junio de 1960N° 27 / 28. Julio / Agosto de 1960N° 1 Segunda época. Diciembre de 1961N° 2 Segunda época. Julio de 1962N° 3 Segunda época. Agosto de 1962

Roque Dalton y Otto René Castillo, bibliografía esencial

Dalton – Castillo:1956. Dos puños por la tierra (mimeografiado). San Salvador.

Roque Dalton: 1961. La ventana en el rostro. México: Ediciones de Andrea.1962. El turno del ofendido. La Habana: Casa de las Américas.

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1964. Los testimonios. La Habana: Ediciones Unión.1969. Taberna y otros lugares. La Habana: Casa de las Américas.1972. Miguel Mármol� Los sucesos de 1932 en El Salvador. Costa Rica:

Editorial Universitaria Centroamericana.1974. Las historias prohibidas del Pulgarcito. México: Siglo XXI.1976. Pobrecito poeta que era yo… Costa Rica: Editorial Universitaria Cen-

troamericana.1977. Poemas clandestinos / Historias y poemas de una lucha de clases�

El Salvador: Edición mimeografiada1986. Un libro rojo para Lenin� Managua: Editorial Nueva Nicaragua.1988. Un libro levemente odioso. México: La Letra Editores.

Otto René Castillo: 1964. Tecún Umán. Guatemala: Edición de la Asociación de Estudiantes

universitarios.1965. Vámonos patria a caminar� Guatemala: Ediciones Vanguardia. 1971. Poemas� La Habana: Casa de las Americas. 1975. Informe de una injusticia. Costa Rica: Editorial Universitaria Cen-

troamericana.1989. Para que no cayera la esperanza� Tegucigalpa: Editorial Guaymuras.2017. Vamos patria a caminar� Guatemala: F&G Editores.

Anexo

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Ediciones de Lanzas y Letras (Colombia) hasta hoy

N° 1. Noviembre de 1994N° 2. Marzo de 1995N° 3. Mayo de 1995N° 4. Julio de 1995N° 5. Septiembre de 1995N° 6. Enero de 1996N° 7. Junio de 1996N° 8. Noviembre de 1996N° 9. Marzo de 1997N° 10. Junio de 1997N° 11. Agosto de 1997N° 12. Octubre de 1997N° 13. Diciembre de 1997N° 14. Enero de 1999N° 15. Julio de 1999N° 16. Agosto de 2000N° 17. Diciembre de 2000N° 18. Septiembre 2002N° 19. Septiembre de 2003N° 20. Mayo de 2004N° 21. Mayo de 2005N° 22. Abril de 2006N° 23. Octubre de 2008N° 24. Octubre de 2009N° 25. Febrero de 2011N° 26. Enero de 2012N° 27. Agosto de 2012N° 28. Septiembre 2013N° 29. Octubre de 2014N° 30. Enero de 2016N° 31. Diciembre de 2016N° 32. Junio de 2017N° 33. Diciembre de 2017N° 34. Febrero de 2019

Otras publicaciones de Lanzas y Letras1998. Huellas latinoamericanas para recuperar la memoria perdida�

Uverney Quimbayo Cabrera.2009. Sobre el amor y algo más (reflexiones cotidianas). Colección Antorchas

del camino. Uverney Quimbayo Cabrera y Carlos Medina Gallego. 2010. Tras las huellas perdidas� Tres grandes revolucionarios latinoamerica-

nos. Colección Paz-Ando la voz. Uverney Quimbayo Cabrera (Comp).

Anexo

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2013. Abriendo camino� Ideas políticas latinoamericanas. Uverney Quim-bayo Cabrera (Comp.). Colección Paz-Ando la voz.

2013. Las mujeres, el poder y las resistencias. Colección Antorchas del ca-mino. Uverney Quimbayo Cabrera, Carmen E. Carvajal, Olga Arau-jo y Berenice Celeyta.

2013. Orlando Fals Borda. Ciencia, compromiso y cambio social. Nicolás Herrera Farfán y Lorena López Guzmán (Comps.). Coedición con Editorial El Colectivo (Argentina) y Extensión Libros (Uruguay).

2015. Cantos de esperanza. Breve selección de poesía política y social latinoamericana del siglo XX. Colección Paz-Ando la voz. Uverney Quimbayo Cabrera (Comp.).

2016. Al calor del tropel. La Universidad Nacional, crónica de una década (3° ed.). Carlos Medina Gallego. Coedición con La Fogata Editorial.

2017. América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista. Pablo Solana y Gerardo Szalkowicz (Comps.). Coedición con la Escuela Nacional Orlando Fals Borda y La Fogata Editorial.

2018. Final abierto� 20 miradas críticas sobre las negociaciones con las insurgencias (2010 – 2018). Pablo Solana, Sebastián Quiroga y Ve-rónica Agudelo (Comps.). Coedición con La Fogata Editorial.

Anexo