+ Palabra rhema el ministerio de la reconciliación
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El Ministerio de la reconciliación
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien
nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la
reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no
tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la
palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo,
como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo:
Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:17-20).
Esta es una misión que ni los ángeles tienen como privilegio. La cual es,
predicar que Dios se ha reconciliado con el mundo por medio de su Hijo
Jesucristo. Que quede claro, no por medio de santos, ni vírgenes, ni otros ídolos
de piedra, madera, arcilla, yeso, metal u otro objeto. Dios no tiene carne, es
Espíritu. Y Jesús, aunque fue carne, ya no lo es más. Jesús dijo: “Yo soy el camino,
y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Dijo: por mí.
No por fulanito o fulanita. En ninguna parte de la Biblia se da otro nombre en el
que se pueda encontrar salvación. Al contrario, así dice la Palabra como lo
explicaron Pedro y Juan ante el concilio: “Hablando ellos al pueblo, vinieron sobre
ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los saduceos,
resentidos de que enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de
entre los muertos. Y les echaron mano, y los pusieron en la cárcel hasta el día
siguiente, porque era ya tarde. Pero muchos de los que habían oído la palabra,
creyeron; y el número de los varones era como cinco mil. Aconteció al día
siguiente, que se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los
escribas, y el sumo sacerdote Anás, y Caifás y Juan y Alejandro, y todos los que
eran de la familia de los sumos sacerdotes; y poniéndoles en medio, les
preguntaron: ¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?
Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo, y
ancianos de Israel: Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a
un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado, sea notorio a todos
vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret,
a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este
hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por
vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún
otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:1-12). Que claro fueron los
apóstoles en decir: en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre
bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Él es el que murió
en la cruz y resucitó al tercer día, y le fue entregado todo el poder. Ninguna otra
persona murió por el pecado de los hombres, y luego resucito. Ni varón, ni
hembra. Bajo el cielo no hay otro nombre. Y eso significa que aquí en la tierra, al
único que debemos aceptar como Salvador, Sanador, e Intermediario con el Padre
es Jesucristo.
Por otra parte, el que acepta a Jesús es hecho nuevo, persona nueva,
mente nueva, corazón nuevo, vida nueva “Y el que estaba sentado en el trono
dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas
palabras son fieles y verdaderas” (Apocalipsis 21:5). Todo lo viejo fue perdonado,
quedo en la cruz y fue destruido para nuestro beneficio. Ahora tenemos un nuevo
comienzo y todo ha sido hecho nuevo por medio de Jesús “No os conforméis a
este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro
entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta” (Romanos 12:2). Él lo conquistó para nosotros. El cambio es
tan grande que una persona como Pedro, que paso de ser un pescador profano a
un hombre que hasta su sombra sanaba (Hechos 5:15); de Juan que de ser un
discípulo vengativo fue formado en el apóstol del amor (1 Juan 4:7); la mujer
samaritana, de reputación deshonrosa, se convierte en testigo de la verdad (Juan
4:29); Saulo, el cual era un cruel perseguidor de los cristianos, y se convierte en
Pablo, el hermano tierno de corazón (Hechos 21:13); el carcelero insensible de
Filipos, que se convierte en un amigo compasivo (Hechos 16:33), y muchos más.
Pero todo esto no es porque nosotros lo mereciéramos. Es que Dios el Padre
Celestial, así lo quiso. Fuimos reconciliados por parte del Dios mismo por medio
de la vida, sangre, muerte y resurrección de su Hijo. Pero, nos dio el ministerio de
la reconciliación a los humanos que hemos creído. Así lo declaro y reconoció
Pablo “del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha
sido dado según la operación de su poder” (Efesios 3:7). Y por otra parte el mismo
apóstol declaró sobre la predicación lo siguiente: “que prediques la palabra; que
instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda
paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:2) Hay muchas personas que no saben que
Dios nos ama tanto que nos quiere en su Reino. Pero, muchos no lo saben y
siguen creyendo que Dios odia a la humanidad, y que la quiere destruir. Que es un
Dios castigador, que no tiene compasión de los hombres y mujeres que viven en
este mundo. Muchísima gente no sabe que Dios estaba reconciliándose por
medio de Jesús con el mundo “y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en
un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2:16). No hemos sido
nosotros lo que lo hemos buscado. Fue él el que mando a su Hijo. Las primeras
palabras de Jesús cuando comenzó su ministerio aquí en la tierra fueron: “Desde
entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los
cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). El reino de los cielos se ha acercado. No
nosotros fuimos allá a buscar a Dios y reconciliarnos con él. Y es de aclarar que lo
hizo sin tomar en cuenta nuestros pecados. Cuando Jesús se acercaba a un
enfermo, o necesitado, en muchas ocasiones solo les decía: “Tus pecados te son
perdonados” como en el caso del paralítico (Mateo 9:2); o de la mujer que le lavó
los pies a Jesús en la casa de Simón el fariseo (Lucas 7:48).
Pero nos entrego a nosotros la Palabra de reconciliación. Somos nosotros
los hombres y mujeres que hemos creído, los que tenemos esa misión o
ministerio “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como
buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10). Que
honor tan grande que ya los ángeles del cielo lo quisieran tener. Ellos no pueden
hacerlo. Eso es un trabajo nuestro. Esto significa que, como hemos aceptado a
Jesucristo como nuestro Salvador, ahora pertenecemos al reino de los cielos, y
por consiguiente somos embajadores en el nombre de Cristo Jesús "Hubo un
hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para
que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él” (Juan 1:6-7).
Este hombre era Juan el Bautista. ¿Cuál es el papel de un embajador de un país?
Representar a su gobierno y dar las palabras del presidente de su país en la tierra
donde fue enviado. Eso mismo hace un hijo de Dios. El que ha creído que Jesús es
el Señor.
Todo aquel que ha aceptado a Jesucristo y ha aceptado seguir sus pasos, se
hace intermediario y es como si Dios rogase por medio de nosotros, y es por eso
que debemos de rogar en el nombre de Cristo, que todos se deben reconciliar con
Dios.
Cuando una persona habla de Cristo no lo hace por el mismo, lo hace por
Jesús y es como si el mismo lo hiciera y él es quien llama a las personas “He aquí,
yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y
cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Muchas personas no llevan la Palabra del Señor por temor a ser
rechazados, y es de saber que cuando rechazan a la persona, en realidad están
rechazando es al mismo Jesús. Pero, si aceptan la palabra que lleva la persona,
también están aceptando a Jesús.
Apreciado lector, te invito a que lleves a otros la Palabra del Señor, eso hará
que el Reino de los cielos se expanda cada vez más en esta tierra. Y te aseguro
que te sentirás parte de esos ministros de Dios. Y el Señor se agradará y te
recompensará. También puedes invitar o sugerirles a otras personas que acepten
entrar en este grupo, para que ellos puedan recibir la verdad. Y la verdad, la única
verdad es Jesucristo. Amén.
Osmán Montero (01 de agosto de 2010)