+ Palabra rhema somos más que vencedores

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Somos más que Vencedores

Dios es su magnificencia y gran amor, tuvo misericordia con el hombre y

decidió mandar a su Hijo a que muriera por nuestro pecado y recuperara lo que Él

le entrego al hombre en el principio “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y

multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las

aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios:

He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y

todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia

de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la

tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así” (Génesis

1:28-30). Claro está, el hombre en su desobediencia perdió los privilegios que

Dios le había otorgado, es echado fuera de Edén y comienza a caminar con una

naturaleza llena de pecado y por esta consecuencia moriría, pero en su inmenso

amor Jesús decidió morir por nuestra salvación “Antes de la fiesta de la pascua,

sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al

Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el

fin” (Juan 13:1); y Jesús decide transmitirnos ese amor “Como el Padre me ha

amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor” (Juan 15:9)

Ahora bien, si aceptamos que Dios Padre nos amó al igual que su hijo y éste

dio su vida por nosotros para limpiarnos de pecado, y nosotros tenemos una sola

forma de retribuirle al Señor ese sacrificio, el cual es muriendo con Él, para nacer

de nuevo “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive

Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el

cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20) y en Su Palabra repite

sobre su genuino amor “Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se

entregó a asimismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante”

(Efesios 5:2). Ahora bien, si ya sabemos que Jesús dio su vida por amor a nosotros

y darnos la salvación, Él espera que cada uno de nosotros hagamos lo mismo con

nuestra vida y se la entreguemos como agradecimiento, y una de las formas es

dando nuestra vida por aquellos que están perdidos en el mundo “En esto hemos

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conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros

debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16).

Pero no solo Jesús vino a traernos vida, sino que nos entregó su poder

como lo indica Lucas en el libro de los Hechos “pero recibiréis poder, cuando haya

venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda

Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8) y el Señor lo repite

en el libro de Mateo cuando dice “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda

potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a

todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu

Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí

yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:18-20).

Este poder está con nosotros donde quiera que vayamos, todos los días hasta que

el Señor nos llame a vivir con él en la eternidad.

Referente a lo expuesto anteriormente, podemos observar que si se nos es

entregado ese gran poder, tenemos una inmensa responsabilidad “Por medio de

ti sacudiremos a nuestros enemigos; En tu nombre hollaremos a nuestros

adversarios” (Salmo 44:5); esto quiere decir que tenemos la Palabra de nuestro

Señor Dios que dice también “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y

escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Lucas 10:19);

pero por otro lado debemos entender que ese poder nos protege de cualquier

situación que pueda presentársenos en la vida “¿Quién nos separará del amor de

Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro,

o espada?” (Romanos 8:35).

Debemos de tomar en cuenta, que el arma que se nos entrego para utilizar

el poder otorgado por el Señor Jesús es la fe “Porque todo lo que es nacido de

Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1

Juan 5:4).

Ahora, para mantener ese poder celestial debemos centrarnos en lo

encomendado y llegar a controlar los deseos de la carne y resistir la tentación

“Mas ellos dijeron: No beberemos vino; porque Jonadab hijo de Recab nuestro

padre nos ordenó diciendo: No beberéis jamás vino vosotros ni vuestros hijos”

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(Jeremías 35:6); y sigue diciendo su Palabra sobre las tentaciones “Y Daniel

propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni

con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le

obligase a contaminarse” (Daniel 1:8); pero tenemos un gran ejemplo sobre las

tentaciones en la humanidad de Jesús “Si tú postrado me adorares, todos serán

tuyos” (Lucas 4:7), pero el Señor respondió con su poder y autoridad “Vete de mí,

Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Lucas

4:8); el apóstol Pedro también fue tentado y podemos ver que le contesta a

Simón el mago, cuando le ofreció dinero para que le diera el poder que venía del

Espíritu Santo “Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has

pensado que el don de Dios se obtiene con dinero” (Hechos 8:20).

Tomando en cuenta todas estas cosas, debemos tener presente que se nos

entregó un poder y una responsabilidad con ello y que si tenemos fe en el Señor

Jesús, nada nos podrá derrotar o vencer “Antes, en todas estas cosas somos más

que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37).

Después que tenemos el conocimiento del poder heredado del Señor

Jesucristo, por medio del Espíritu Santo y si aplicamos sabiduría en su uso, el cual

por supuesto reservado para la obra de Dios, podremos derrotar al adversario “Os

escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os

escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os escribo a

vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre” (1 Juan 2:13); de igual forma la

palabra dice “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es

el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4); pero hagamos

la siguiente pregunta ¿y quienes lo hacen?, esta es la respuesta: “¿Quién es el que

vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:5).

Entonces cuando logramos vencer al mundo cada uno de nosotros obtendrá

grandes recompensas reservadas a los grandes vencedores, como el alimento

espiritual “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que

venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de

Dios” (Apocalipsis 2:7); por otro lado será hecho un hombre nuevo “El que tiene

oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de

la segunda muerte” (Apocalipsis 2:17); también se le dará autoridad “Al que

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venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las

naciones” (Apocalipsis 2:26); nos dará vestiduras de justicias “El que venciere será

vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y

confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles” (Apocalipsis

3:5); vendrá la promesa a nosotros de ser columna del templo de Dios “Al que

venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y

escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la

nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo”

(Apocalipsis 3:12); nos va a llevar a la entronización “Al que venciere, le daré que

se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi

Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21); y recibiremos una herencia eterna “El que

venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis

21:7).

Por eso somos más que vencedores, y tendremos seguridad a través de la

intersección de Cristo en los momentos más difíciles “Dijo también el Señor:

Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo”

(Lucas 22:31); y Él mediará por nosotros “pero yo he rogado por ti, que tu fe no

falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas 22:32); así también en

su nombre aplastar a Satanás “Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo

vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros” (Romanos

16:20); nunca nos faltará su compañía y su ayuda en la hora de prueba “Y de

cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi

Espíritu, y profetizarán” (Hechos 2:18); y obtendremos la victoria final “Someteos,

pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7); para al final

lograr sentarnos con Cristo en el trono “Al que venciere, le daré que se siente

conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en

su trono” (Apocalipsis 3:21). Somos más que vencedores en Cristo nuestro Señor.

Amén.

Osmán (Kike) Montero (Agosto 17 de 2008)