bandaaparteeditores.com · teatro o las artes performáticas que con la literatura. ¿No conocemos...

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Primera ediciónOctubre 2013

© Ricardo Vicente© Ilustraciones interior y disco: Sebastián Otero© Canciones: Ricardo Vicente y Marxophone© Fotografía del autor: Inés Sapochnik© Diseño de cubierta de libro y disco: Pedro Peinado© Diseño de colección: Pedro Peinado

www.pedropeinado.com

Esta obra es producto de la unión de dos proyectos: el colectivo de autoedición Marxophone y la editorial Bandaàparte.

Bandaàparte Editoreswww.bandaaparteeditores.com

Marxophonewww.marxophone.es

ISBN 978-84-940439-3-2Depósito Legal CO-1683-2013

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Impreso en España

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PRÓLOGO:EMOCIONES MODULARES

“Qué más da, al final el miedo te convierte en un intelectual –así de sencillo”.

Es habitual, o por lo menos no sorprendente, que artistas de diversos ámbitos no propiamente literarios en algún momento de su trayectoria hagan tentativas de escritura con fines de edición. Lo que ya no es tan habitual es que los resultados tengan una entidad plenamente literaria, es decir, se sustenten por sí mismos, al margen de textos destinados a fans. A mi modo de ver, el porqué reside en un asunto que a veces se pasa por alto: nacemos mirando, nacemos emitiendo sonidos y prácticamente nacemos dibujando, pero no na-cemos escribiendo. Ello no quiere decir, ni mucho menos, que hacer buena música o buen cine no precise de tanto talento como redactar un buena obra literaria, sino que escribir es una combinación suma-mente abstracta, un álgebra de signos, en absoluto evidente al cere-bro, y que nada tiene que ver con la palabra hablada de la misma ma-nera que, por ejemplo, tocar canciones en directo nada tiene que ver con grabar un disco en un estudio; son modos de trabajo y comuni-cación diferentes, con sus propias reglas y retóricas. En resumen, no falta gente que piensa que contar una historia es lo mismo que escri-bir una historia. Pero contar una historia guarda más relación con el teatro o las artes performáticas que con la literatura. ¿No conocemos

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acaso magníficos escritores que cuando hablan apenas pueden arti-cular coherentemente dos frases seguidas? ¿Y no conocemos también casos exactamente inversos? Y entonces nos encontramos con, “¿Qué haces tan lejos de casa?”, del músico Ricardo Vicente [también cono-cido como Richi a secas], en el que nos relata de manera ciertamente original, muy cuajada, de poética rota y no sin ciertos tintes de litera-tura de vanguardia la gira de conciertos que llevara a cabo junto con Fran Nixon y The New Raemon: El Problema de los Tres Cuerpos, que, para quien no esté al corriente, aclaramos que se trata de un pro-blema legendario en la física clásica, y que podría resumirse así: se pueden plantear y resolver exactamente las ecuaciones que describen el movimiento de dos cuerpos, por ejemplo el sistema Tierra-Luna, pero no las de tres cuerpos o más. Así, en metáfora bien traída, de lo que nos informa “¿Qué haces tan lejos de casa?” es precisamente de eso, de cómo tres músicos rotan y orbitan, pero no de escenario en escenario [que también], sino de cómo orbitan los unos en torno a los otros dejando una zona de indefinición, un espacio no resuelto, un residuo poético a su paso, cargado, en este caso, de inteligencia narra-tiva y buen ojo para las anécdotas que realmente significan algo [nada hay más aburrido que esos diarios de artistas en los que se nos relata hasta qué clase de papel Albal utilizan para envolver el bocadillo sin sacarle todo el zumo literario a ese hecho]. Erudición pop e inteligen-tes técnicas apropiacionistas provenientes, tanto de la alta como de la baja cultura, son combinadas por el autor para dar lugar a fogonazos, emociones medulares, aquellas que parecen no notarse pero una vez terminado el libro quedan larvadas en la memoria como aquello a lo que solemos llamar buena literatura.

“Qué más da, al final el miedo te convierte en un intelectual –así de sencillo– y un día te despiertas en un hotel y te dicen que hay gente que ha pagado una entrada anticipada para verte esta noche”.

Agustín Fernández Mallo, agosto 2013.

CAPÍTULO PRIMERO

NUESTRAS CARRERAS

Un anticipo del final - Ensayo nº 1 - Recuerdo de Algora - Ensayo nº 2 - La pelea del oso - Murcia - Quinquis en Benidorm -

Hotel Legazpi, te odio - Reactor nº 4 - Taxista nº 1

CANCIÓN La balada de Fran y Richi

Para I.

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MIÉRCOLES 8 DE FEBRERO DE 2012Primer ensayo

Antes de que lleguen los chicos deberían saber que van a pasar frío; si es así, tal vez anticipen el dolor y los dedos a punto de quebrarse.

Tarde. Ya están aquí, así que es el momento de hacer pre-dicciones. La primera es que, cuando todo esto termine, el sol sal-drá ante nuestros pasos y los nazarenos llorarán por servir a la con-trarreforma de manera pusilánime. Nosotros, mientras, habremos cumplido un plan que será la envidia de los vagabundos. La segun-da predicción vendrá con la resurrección de los cuerpos. Los pianos abrazarán la fe del paganismo y nosotros envejeceremos una estación y media; pero ante todo este desastre, ante el recorrido de nuestras canciones, la primavera dará el fruto del éxito más pequeño que tres cuerpos alcanzaran a imaginar.

Hoy las partes que cada uno alcanza a memorizar se unen en-tre el respeto y el pánico. Ramón camina, Fran mide y yo tarareo: vamos a empezar.

Hay varias formas de enfrentarse a un ensayo previo a una gira. Pensar que es una batalla, pensar que es un examen, pensar que es un salvavidas. Las batallas se ganan o se pierden, los exámenes te

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ponen en tu lugar, pero los salvavidas sirven para descansar los bra-zos en medio del mar. Yo con el tiempo he aprendido a entender los ensayos en base a la última de las opciones. Y es que las dos primeras te conducen al naufragio y la tercera te deja pensar en medio de la noche.

Después del trabajo vamos a beber porque después de los últi-mos acordes siempre viene el silencio. Ya no voy mucho al Bacharach porque me siento terriblemente solo allí, pero estas dos noches en Zaragoza las vamos a pasar en el bar, las vamos a pasar juntos. ¿Qué puedo decir de aquellos días de gloria? Lo primero que voy a decir es que se terminaron. Llegó un día en que Sergio decidió decir todo lo que pensaba y romper rocas con los brazos. Tiraba platos al aire con la intención de alcanzar la comida que arrojaban los aviones, siem-pre fue así pero en la última época más. Eclipses todos los días, nú-meros en todos los colores posibles, un pitido horrible en los oídos y el malmeter de los caminantes: míralos qué felices van, ya verás tú cuando les pasen la cuenta.

Lo segundo que voy a decir es que se terminaron. Llegó un día en que yo decidí callar todo lo que pensaba y abrazar las rocas de los camerinos. Mirar de vez en cuando al cielo para no tropezar con la comida que tiraban los aviones. No siempre fue así, pero estos últi-mos tres años sí. Ni un eclipse desde entonces, los números, o rojos o negros, y fin de los pitidos. Tal vez por eso mi única obsesión es es-cribir canciones escondido ante la mirada de los caminantes: no sea que un día me vuelvan a pasar la cuenta.

JUEVES 9 DE FEBRERO DE 2012Segundo ensayo

Las segundas veces uno eleva la mente y camina hacia lugares extra-ños. Te relajas y escuchas a los demás en el local de ensayo. ¿Hace el mismo frío o soy yo?, me pregunto a mitad de Todos tus caballos de

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carreras. Esta canción está vista para sentencia y sin embargo yo le tengo un pánico atroz. Comenzaremos los conciertos con ella y eso siempre es una responsabilidad enorme. Corregimos cosas técnicas, acortamos algunos finales y hacemos un orden únicamente basado en los cambios de instrumento, quizá hoy no pensamos en quienes nos van a escuchar. Después de años tocando para un público con opinión formada, uno sabe que eso es lo que muchos ansían. Lo que ocurre es que a veces la crueldad se viste de la más bella metáfora posmoderna. Hay público difícil y público fácil. Yo ante la duda es-cojo el primero, pero uno tiene que preparar su defensa, una defensa personal y, sobre todo, muda.

Volvemos a beber entre semana, la ruptura de un tabú que hace tres años respeto con afán. Pero ahí está la botella, ahí está la copa. Fran descansa, Ramón y yo pagamos nuestras copas y nues-tras deudas, hablamos de la gran incógnita y, cuando quiero darme cuenta, un oso vestido de payaso quiere partirme la cara. Bien, no es cuestión fácil de explicar. Lo raro es que el oso está bastante borracho y promete vigilarme lo que queda de noche. Yo tampoco voy tan mal y sé las cuatro reglas básicas de la lucha con osos vestidos de payaso: uno, no estar solo; dos, no mostrar debilidad; tres, guardar la distan-cia; cuatro, conservar el cuerpo hasta mañana.

De no estar acompañado mandaría las cuatro reglas a la mier-da. El oso baila, golpea y roza mi cara, después cae al suelo y los cuervos sobrevuelan su suerte. Yo experimento el ridículo. Lo tengo a tiro, le pego o no le pego, bueno, le pego pero flojo, me termino la copa y me voy para casa. Al final las fuerzas están desequilibradas, solo era ruido, pero uno se sorprende, la verdad es que uno se sor-prende bastante. No voy a Bacharach para no sentirme solo y ahora que me quieren matar la mayoría está de mi lado. Da igual, mejor vete a dormir y cumple con la última de las cuatro reglas: conserva tu cuerpo.

Al acostarme imagino el drama de cómo consiguieron aque-llos policías meter un oso dolorido y vestido de payaso dentro del

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coche patrulla. En fin, cada mandarín tiene sus deberes y yo he so-brevivido a la amenaza. A ver cómo se lo cuento mañana a Fran ca-mino de Murcia.

VIERNES 10 DE FEBRERO DE 2012Murcia

No sé cuántas veces se ha repetido esta escena: Termino de explicar una parte de la “Crítica de la Razón Pura”, suena el timbre y yo salgo corriendo para meterme en una furgoneta en dirección a un concier-to. Uno teme el día en que esto deje de pasar pero sabe apreciar el ritual como un don de los dioses.

¿Dónde está Murcia? Lejos, a varias estaciones de aquí. Mon-tamos en el coche y miro la hoja de ruta. Nooooooooo, Hotel Le-gazpi.

Con los años uno se vuelve más exquisito, pero mi relación con el hotel Legazpi siempre fue desastrosa. Fran lo odia tanto como yo. No es nada personal pero es pensar en él y se me enfrían los pies. De las muchas veces que he tocado en Murcia solo una me quedé en otro hotel y lo recuerdo como un oasis en el desierto. No pienso decir más.

El viento en la carretera, algo de nerviosismo acumulado y la certeza de que los primeros conciertos de una gira te hacen sentir desolado. Yo repaso mentalmente las estaciones de servicio y trato de dormir.

Paul Simon nos pone en nuestro lugar mientras veo aparecer los edificios de Benidorm al fondo. Para mí es como un lugar iniciá-tico. Crucé dos o tres rituales de paso a los quince años allí y, cada tanto, es algo que me quita el sueño. Playmont Park, olor a jazmín, rocas donde demostré que nunca sería bombero ni salvaría vidas –en el sentido literal– y lo más importante de todo: allí recorrí las calles infestadas de turistas al lado de un quinqui que reventaba cabinas de

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teléfono. Yo le echaba el agua mientras él metía una barra plana de metal por la rendija del monedero. Recuerdo el sonido de las mo-nedas mientras nuestro coche se para lentamente en una gasolinera. Ahora que lo pienso, estamos destrozados por el viaje y yo ayer me pegué con un oso vestido de payaso.

–Por cierto, Fran, se me había olvidado contártelo.Fran cierra su libro de sociología, me mira por el retrovisor y

me deja claro lo que piensa con su expresión.–Richi, como te mueras, te mato.Ramón telepáticamente susurra:–Sí, sí, yo estuve allí... Con esta escena cierro los ojos y un momento después estoy

en la puerta del hotel Legazpi. Tal vez aquí se han cerrado tratos, los lugares 24 horas se hicieron para ello. Tal vez un montón de bandas se despidieron aquí, en realidad es lo único decente que puedes hacer en un sitio como éste. Nadie tiene todo el día para terminar mal dur-miendo en uno de estos hoteles, pero hay formas peores de acabar.

Prueba de sonido y cena de 87 euros, silencios y compensa-ción. Sé que Fran llevaba un tiempo pensando en los tomates que pidió.

Tocar tarde, otro gran desacierto. Camerino lleno, creo que toda la noche va a ser igual. Bar con dos ambientes y la belleza piso-teando el fango. Es nuestro turno. La sala llena, primera vez que esto nos ocurre en Murcia. Rafita el promotor avisa:

–Me habéis llenado el local, no vais a volver a tocar aquí en vuestra puta vida.

Un compás de entrada y boom. Ya no estoy allí. El mar y la oscuridad, caballos de carreras. Ramón entra al coro, Fran retrasa el final de los compases para que yo entone con la respiración adecua-da; el mar y la oscuridad. Dinero en los bolsillos, tomates en la arena y suerte alterna, una ola par, otra impar, todo a las suertes simples, costumbre de jugador que está de vuelta. Las copas gratis, en los es-cenarios y en los casinos, siempre que seas alguien. Hoy somos lo

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más cercano a “ser alguien” pero las olas no perdonan. Una vez par, otra vez no. Por eso Fran retrasa los finales, para entrar siempre a fa-vor. El set principal se terminó. Ahora, solos ante el público, salimos, cantamos a foco descubierto. El baile, el cuerpo, y llega de nuevo mi turno. El mar y la oscuridad, a ver cómo lo digo. Reactor nº4, una canción autobiográfica aunque nadie imagine la razón. Habla del úl-timo día, todos tenemos últimos días pero generalmente no sabemos cómo llamarlos, o simplemente es una consecuencia de la adicción, pensar que mañana va a ser igual, de ahí mi obsesión con los últi-mos días. Es difícil entender la generosidad de los últimos días. Si de verdad abandonas la vida de alguien, desear lo mejor se convier-te en un enigma. A mí solo se me ocurrió el verso: “Y vuelve con tu madre, sal los jueves y baila con los chicos y nunca pienses en mí”. Al fin y al cabo lo único que uno desea en esta vida es ser recordado en condiciones.

No es fácil saber cómo se encuentran los chicos. Hemos ter-minado el primero de los días arreglados y aún somos reservados so-bre el desenlace. A mí me parece que es demasiado pronto y estamos algo sensibles.

Hay frutos secos por el suelo, los colores son todos muy pare-cidos, hablamos, saltamos entre las olas que ya alcanzan la montaña de instrumentos apilados, y una ola se lleva el asiento de mi piano. Se aleja y los frutos secos se mezclan con tabaco en medio de la era de la prohibición. Alguien chilla a Ramón o es él el que chilla a alguien. Me mira desconsolado, dónde está mi chaqueta, hay rocas y más ro-cas entre la ropa amontonada en el camerino. Fran pone mientras tanto un billete de 10 entre disco y disco, me mira y me dice:

–No vuelvas a enfrentarte a ese oso, no habrá nadie para de-fenderte. Prométeme que no volverás a pelear con él.

–Prometo hacer de todo esto una promesa, las cuatro reglas y lo que hay que hacer con nuestras carreras –le digo mientras no pier-do de vista a Ramón que camina hacia el coche.

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Dos minutos más tarde suena el claxon; nos espera fuera.–Catorce bultos menos el asiento son trece, ¿no? Vayámonos

de aquí. De camino una pintada en una pared nos desorienta y nos

perdemos, la pintada es doble: “Odio Cieza” y debajo continúa “y el mundo”. Dejamos el coche en un parking lejos, paramos un taxi y llegamos a destino: Hotel Legazpi, te odio.

A veces llegamos unidos y nos levantamos solos. Fran ya se ha ido, los horarios de los trenes y la muerte son de esas cosas que no perdonan. Yo voy a hacer medio viaje con Ramón y luego en Valen-cia nos separamos. Me angustian las estaciones de autobuses, todas me recuerdan a la vieja Estación Sur de Madrid. Falta tanto para llegar a casa que, si pudiera, me rendiría aquí mismo. Pero no, uno sale para volver a casa, si no seríamos otro tipo de músicos, de esos que nunca quieren volver. Conozco algunos y no me quiero parecer a ellos. No digo que no tengamos cosas en común, pero hay una en concreto que nos diferencia: nosotros descansamos y no nos pa-samos la vida redescubriendo el alcohol, o por lo menos nos gusta pensar que es así.

En otras palabras, si vuelves a casa es porque adoras la sen-sación de tener una casa, porque no soportas estar toda la vida co-miendo en los refectorios, en restaurantes oscuros donde uno cuen-ta anécdotas para ocultar que juega a dos bandas, que quiere hacer esto toda la vida pero no quiere perder su casa. Bien, ahí es donde escondemos los demonios: en las anécdotas y en las canciones, en los postres apresurados, en el olor a gasolina de las cucharas de las estaciones de servicio. En la tristeza de los cuchillos y los viajes y en las alegrías de los triunfos. Conozco gente que ha tenido la valentía de reconocer que no querían volver a casa pero los chicos y yo sabe-mos que eso es un error. Uno no puede brillar todos los días de la semana.