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1 LA CIENCIA Y LA TEORÍA SOBRE EL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO 1.-¿Qué es la ciencia ? Todos los filósofos de la ciencia hablan obligatoriamente de la ciencia, lo cual no significa necesariamente que todos tengan una conceptuación idéntica acerca de lo que la ciencia es. (Pueden verse, como ejemplos de ello, las diversas definiciones que, basándose en la historia del pensamiento histórico-filosófico, propone F.Manrique). Aquí no intentaremos ofrecer ninguna definición resolutoria sino, más bien, describir dos de sus rasgos esenciales y, en vinculación con ellos, hacer referencia a otras características de la estructura de la ciencia que se complementan entre sí. 1.1.-Dos características fundamentales del conocimiento científico a) La racionalidad El término “racionalidad” -uno de los más discutidos en la filosofía contemporánea- no se define unívocamente. Puede hacer referencia tanto al lógos (ratio =razón) en tanto que facultad pensante o reflexionante, como al “método” seguido por la ciencia y, en no pocos casos, al “producto” de la misma. Nadie, empero, niega su conexión con la actividad científica. Ha escrito R. Nozick al respecto: “La racionalidad nos dota del poder (potencial) para investigar y descubrir cualquier cosa y todas y cada una de las cosas”. Lo que aquí nos interesa subrayar es que el carácter racional de la ciencia tiene que ver, en primer término, con su constitución eidética (“formal”), esto es, con su característica lógico-deductiva. Así, pues, aun cuando la ciencia se sirve de percepciones sensoriales, éstas han de agruparse en torno a conceptos, proposiciones y

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LA CIENCIA Y LA TEORÍA SOBRE EL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

1.-¿Qué es la ciencia?

Todos los filósofos de la ciencia hablan obligatoriamente de la ciencia, lo cual no significa necesariamente que todos tengan una conceptuación idéntica acerca de lo que la ciencia es. (Pueden verse, como ejemplos de ello, las diversas definiciones que, basándose en la historia del pensamiento histórico-filosófico, propone F.Manrique). Aquí no intentaremos ofrecer ninguna definición resolutoria sino, más bien, describir dos de sus rasgos esenciales y, en vinculación con ellos, hacer referencia a otras características de la estructura de la ciencia que se complementan entre sí.

1.1.-Dos características fundamentales del conocimiento científico

a) La racionalidad

El término “racionalidad” -uno de los más discutidos en la filosofía contemporánea- no se define unívocamente. Puede hacer referencia tanto al lógos (ratio=razón) en tanto que facultad pensante o reflexionante, como al “método” seguido por la ciencia y, en no pocos casos, al “producto” de la misma. Nadie, empero, niega su conexión con la actividad científica. Ha escrito R. Nozick al respecto: “La racionalidad nos dota del poder (potencial) para investigar y descubrir cualquier cosa y todas y cada una de las cosas”.

Lo que aquí nos interesa subrayar es que el carácter racional de la ciencia tiene que ver, en primer término, con su constitución eidética (“formal”), esto es, con su característica lógico-deductiva. Así, pues, aun cuando la ciencia se sirve de percepciones sensoriales, éstas han de agruparse en torno a conceptos, proposiciones y conjuntos de proposiciones lógicamente relacionadas (“teorías” o “modelos”). Tal basamento eidético (o “teórico”) no es de naturaleza radicalmente axiomática (¡puede cambiar con el tiempo, al igual que los “paradigmas” de T.S.Kuhn!), y se combina con otras ideas nuevas mediante reglas lógicas, agrandándose así, mediante la inferencia deductiva, el ámbito temático de la ciencia.

b) La objetividad

El término “objetividad” es usado aquí como contrapuesto a “subjetividad” y quiere decir que el conocimiento científico tiene pretensiones de universalidad o, lo que es equivalente, actúa bajo el dominio de la racionalidad y aspira a concordar con el “objeto” a estudiarse. Por supuesto que esta “concordancia” o “adecuación” es siempre aproximativa, pero la observación, el experimento y la contrastación hacen posible también que, al lado de los componentes aprióricos, se trate de una metodología abierta a la constatación universal.

Esta constatación, conocida también como “intersubjetividad” o como objetividad intersubjetiva, marca el límite entre la “observabilidad de la experiencia” y el

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subjetivismo de las emociones, los sentimientos y la fe religiosa o metafísica, sobre el cual no pueden establecerse exigencias de universalidad. V.J.Stenger ha sostenido en Physics and Psychis. The search for a world beyond the senses (1990) que la objetividad de la ciencia se basa en la “intersubjetividad de la observabilidad” y, más en concreto, en una “experiencia predecible, reproducible y colectiva de más de un ser humano”.

1.2.-Otras características de la ciencia

Las características que serán descritas a continuación -de la mano principalmente de M. Bunge- exigen no perder de vista su necesaria vinculación con la racionalidad y la objetividad. Se trata de un inventario que apunta más hacia la estructura interna de la ciencia que a un plan jerarquizador.

---La ciencia es analítica: Toda ciencia “escoge” un sector o parte de la realidad y lo convierte en “su” objeto de estudio, prescindiendo de otros sectores o ámbitos y empleando un enfoque analítico, esto es, procediendo a “desmontar” parte por parte sus componentes. El análisis no es un objetivo de la ciencia sino, más bien, una vía de acceso (un método) hacia la misma, pues la ciencia ha de desembocar necesariamente en proposiciones que pretenden ser “universales” y “necesarias”. De ello se derivan una consecuencia de gran relevancia: el científico debe “especializarse”, pero, al mismo tiempo, no ha de descuidar el “todo” interdisciplinario en el que se inserta su objeto de estudio. Todo análisis, entonces, ha de ser compensado con un esfuerzo de síntesis.

---La ciencia es matematizable: Esta característica se relaciona con lo que los griegos llamaron máthesis (=precisión), e implica que el conocimiento científico ha de partir de una observación descrita con rigor y exactitud. En palabras de M. Bunge: hay que “ubicar” adecuadamente al “enemigo” para someterlo a una “artillería analítica”. La medición exacta de los fenómenos, su expresión en un lenguaje descriptivo o simbólico que sea preciso y la aclaración de los conceptos empleados constituyen una conditio sine qua non para que la ciencia pueda estructurarse adecuadamente.

---La ciencia requiere de un método: Con ello quiere decir que la ciencia ha de poseer una metodología de investigación que dictamine los criterios para la elección y el descarte de hipótesis, introduzca variables relevantes y establezca el “cómo” más eficaz para alcanzar los objetivos. Por supuesto que esta característica no está sujeta a un solo “camino” (meta odé=conforme a un camino), sino que se abre a una diversidad metodológica para, dependiendo de lo peculiar de su objeto de estudio, acceder más productivamente a su meta.

---La ciencia es contrastable: El camino que sigue la ciencia parte de observaciones rigurosas y se “eleva”, mediante la inducción, al rango de teoría científica (con sus componentes de universalidad y necesidad), pero adquiere su auténtico talante cuando, sometiéndose a la prueba experimental, “aprueba” exitosamente la contrastación. Está claro que las técnicas de contrastación configuran en la actualidad uno de los problemas más arduos de la metodología científica, pero huelga decir que en ellas -tal como hemos visto en el requisito predictivo de S. Hawking, y como más adelante veremos en el principio de falsabilidad de K. Popper- se va a trazar la línea demarcatoria entre ciencia y pseudo-ciencia.

---La ciencia es sistemática: La teoría científica es de por sí un “sistema” de ideas que relaciona hipótesis particulares y que se abre a la posibilidad de su refutación. Sin una relación de imbricación entre hechos y teorías (recuérdese que también es un hecho el

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que se registra en la contrastación), resulta imposible practicar la ciencia. Su sistematicidad radica, por tanto, en la coherencia inductivo-deductiva que muestra su entramado conceptual: observación-hipótesis-teoría-conclusión (esta última, fundamentada en una “nueva observación” no incluida en las que dieron origen a la teoría). Toda huída de esta “red” relacionante significará retornar a lo individual de la experiencia fáctica, y ninguna ciencia es ciencia de “cosas particulares” (ex particularibus non est scientia).

---La ciencia es universal: Es cierto que al científico le interesan los hechos particulares como punto de inicio y de acabamiento de su recorrido metodológico, pero tales hechos no hablan un “idioma científico” si están aislados de una teoría o ley. Un hecho separado del entorno universal de la teoría es -como afirma acertadamente M. Bunge- “mudo”. Compete al científico, entonces, establecer sobre la base de los hechos una teoría que describa no solo “este” fenómeno o “esta coyuntura de fenómenos”, sino que involucre un esquema totalizador del que el caso particular es solo un miembro concatenante. La universalidad de la ciencia se identifica, stricto sensu, con su objetividad y es una derivación del carácter legaliforme o nomológico de la realidad.

---La ciencia es predictiva: Tal como ya hemos visto, la predicción es la característica más relevante de la teoría científica. No implica, empero, la seguridad de una profecía metafísica o religiosa, ya que se predice que ocurrirá un fenómeno (efecto) si y solo si se da una causa o una secuencia de causas que han de quedar precisadas anteladamente. La predicción científica es un elemento propio de la ley, siendo los enunciados nomológicos de índole muy diversa (por ejemplo: las predicciones históricas o económicas no son de naturaleza similar a las predicciones físicas). Asimismo, tampoco puede predecirse un acontecimiento del mundo subatómico con la misma predeterminanción que los hechos del mundo molar o macrofísico.

---La ciencia posee un carácter abierto: Puesto que la racionalidad es autónoma y la ciencia se erige sobre dicha autonomía, la ciencia no reconoce topes exógenos que frenen a priori su desenvolvimiento. Este carácter abierto de la ciencia implica también la falibilidad y, por ende, la capacidad de progreso. La nueva verdad no excluye, sin embargo, una ulterior falsación, de ahí que el conocimiento científico se contraponga al conocimiento dogmático, esto es, a una verdad inmutable y encerrada en sí misma que no reconoce criterio alguno de testación (ni de confirmación ni de refutabilidad).

2.-El método de las ciencias fácticas

Las ciencias fácticas (o factuales), como su nombre lo indica, se refieren a hechos y constituyen la referencia temática central de este curso. Veamos ahora el método, esto es, el procedimiento que han de seguir dichas ciencias para llegar a su objetivo final, que no es otro que lograr la verdad acerca de los hechos o, en otras palabras, el conocimiento objetivo de la realidad.

Sobre el método científico se ha escrito tanto y, sobre todo, de manera tan dispar, que no resulta fácil privilegiar un determinado esquema interpretativo. Se parte, desde luego, afirmando que un “método” es un procedimiento para encontrar la verdad en un problema (o conjunto de problemas). Pero el asunto se complica cuando se comprueba que los problemas son de índole diferente: hay problemas referentes al conocimiento, al lenguaje, a la praxis y, por ende, los métodos para plantearlos y para proponer soluciones han de ser diferentes, esto es, acordes con la naturaleza específica de la

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problemática. Se trata aquí de métodos especiales, los cuales -como escribe H. Padilla-equivalen también a técnicas especiales. Lo que figura a continuación pretende ser, más bien, un método general aplicable a las ciencias fácticas.

Sin método no hay ciencia. “Método” (del griego meta= “conforme a”, “adecuándose a” “siguiendo a”, y de odé=”camino”) implica en sus raíces etimológicas “seguir un camino”, “adecuarse a un camino” que conducirá a la elaboración del “producto final” o de la “meta a alcanzarse”: la ciencia. Desde esta perspectiva, la ciencia se presenta como efecto del método científico, pero la causa del mismo no puede constituirse sin tomar en cuenta a la filosofía. Veamos esto más despacio.

Puesto que se trata de una metodología general de la ciencia, no entendemos por método científico el mecanismo que utilizan los científicos para “confirmar” sus teorías, sino, antes bien, el camino que toda ciencia fáctica ha de seguir para constituirse en conocimiento auténtico. En tanto que método general será aplicable, por lo menos en un aspecto crucial, también a las ciencias humanas, tal como se verá más adelante. Este método comprende tres pasos o hitos en su trayectoria hacia la verdad objetiva: observación matematizada--teoría científica--contrastación.

El primer paso es la observación matematizada y por ella ha de entenderse, además de la primera estación en la relación hombre-mundo, un acopio de datos precisos sobre un determinado fenómeno. Máthesis implica precisión y rigor observacionales y traducción de los mismos en una descripción minuciosa y confiable; y fenómeno es todo lo susceptible de observación. La observación matematizada es, en consecuencia, una observación científica que exige, fundamentándose en repeticiones y variables del fenómeno, ser formulada en un lenguaje preciso. La observación actual ya no es meramente sensorial, sino que implica la potenciación de nuestros sentidos mediante aparatos que tienen mayor o menor relación con nuestra red sensorial (un telescopio no es lo mismo, por ejemplo, que un análisis espectroscópico de la luz). Además, se entiende por observación científica la atención que se presta, en determinadas ciencias factuales, a la llamada población que constituye la muestra. Esta observación se compone, a su vez, de anotación de lo observado, ordenamiento, tabulación y selección de los datos obtenidos y síntesis de los hallazgos más representativos. No todas las ciencias fácticas tienen un mismo objeto ámbito de estudio, de ahí que la observación implique un contenido conceptual muy ramificado.

De la observación se pasa al segundo componente del método: la teoría científica. Este paso se produce merced a una exigencia de la razón que no se deriva directamente de la experiencia sensorial y que plantea un enlace inductivo entre lo observado y la teoría. En efecto, es la inducción (epagogé, en el lenguaje aristotélico) la que permite “ascender” desde un cúmulo de observaciones sobre un hecho a una teoría científica con pretensiones de universalidad y de necesidad. Nótese que el enunciado de dicha teoría, precisamente por su tendencia a abarcar la totalidad de los fenómenos, comienza con los términos “todos” o “ninguno”, lo cual le concede también una característica a priori.

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A priori significa “independiente de la experiencia”, acepción confirmada en los términos “todos” o “ninguno”, puesto que la observación de un determinado fenómeno no implica haber observado ni todos los casos ni todos los hechos emparentados con él o similares a él. Se postula, pues, una universalidad propia de la teoría científica en la que, en principio, no se contemplan excepciones o casos rebeldes, proponiéndose también que la teoría tenga pretensiones de necesidad, esto es, que no admita contradicciones. Esta característica necesaria, llamada también nomológica, es la que permite adjudicarle a la teoría científica la denominación de ley (ley de la gravitación universal, ley de la relatividad, leyes de la termodinámica, etc.). Así, pues, cuando se habla, por ejemplo, de que “los cuerpos caen”, se está afirmando que los cuerpos deben caer; y cuando se hace referencia a que ningún móvil con masa intrínseca se desplaza a la velocidad de la luz, se sostiene que no debe viajar a más de 300.000km-seg.

Ahora bien, la teoría científica no es infalible y tampoco es autosuficiente, de ahí que sus pretensiones de aprioridad, universalidad y necesidad no sean predicados dogmáticos que no hayan de ponerse a prueba. Debido a ello, es la contrastación, tercer hito del método científico, la que va a adquirir un rango primordial en él. Lo enunciado en la teoría tiene que bajar hacia un caso concreto, es decir, hacia su experimentación en un fenómeno nuevo que no formó parte de los que produjeron inductivamente la teoría científica. Este enlace es deductivo y consistirá en aplicar la ley o generalización teórica a “este” fenómeno nuevo no incluido anteriormente en el primer hito.

La contrastación resulta siendo, entonces, una nueva observación que no pudo estar presente en el mapa inicial de observaciones sobre las que se erigió la teoría científica. La contrastación es positiva si el nuevo caso se adecúa a lo predicho en la teoría; de lo contrario, se tratará de una contrastación negativa (“caso rebelde”). Aquí entran a tallar la “falsación” y las “hipótesis ad hoc”, esto es, si la teoría ha de desecharse por un solo “caso rebelde” o, más bien, hay que reformularla poniéndole un “parche” que explique o “salve” dicho caso.

Es importante constatar que la observación presenta tres características esenciales que difieren de las que ostenta la teoría científica. En primer lugar, toda observación es, obviamente, a posteriori, es decir, se fundamenta en la experiencia sensorial. En segundo lugar, es particular (individual) y, por lo mismo, está sujeta a un espacio-tiempo determinado y, aunque posee un carácter intersubjetivo, dos observadores no pueden presenciar el mismo fenómeno al mismo tiempo y en idéntico espacio. En tercer lugar, la observación es contingente, lo cual significa que no es necesaria (que puede ser así o puede ser de otra manera); en consecuencia, admite contradicción.

Frente a estas tres características o prerrogativas de la observación, la teoría científica contiene elementos a priori, y es universal y necesaria. Su aprioridad se demuestra en el enunciado: “Todos….”, comprendiéndose en esta expresión casos no extraídos de la experiencia. La universalidad y la necesidad (sin excepción y sin contradicción, respectivamente) son exigencias que la razón coloca en la teoría para que adquiera el rango de cientificidad, pero no son características dogmáticas sino vinculadas a una

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contrastación que pondrá a prueba sus pretensiones. La contrastabilidad es, por consiguiente, el criterio de verdad de la universalidad y de la necesidad.

Conviene advertir, finalmente, que el método de las ciencias fácticas implica inducción y deducción, por lo que puede interpretarse como una cadena interminable, nunca interrumpida, de inducciones-deducciones en la búsqueda de una verdad siempre provisional y siempre corregible.

Los problemas gnoseológicos derivados de la tríada del método científico (observación matematizada-teoría-contrastación) comienzan ya a presentarse en la reflexión sobre qué es lo que convierte a una observación en observación científica, pero adquieren su mayor relevancia en las preguntas: ¿Cómo pasamos de la observación a la teoría?, ¿con qué derecho legitimamos a la teoría científica como garante de la consecución de la verdad? ¿Las proposiciones hipotéticas de la teoría científica se plantean solamente mediante el método inductivo o pueden enunciarse a priori? Son cuestiones que tienen que ver con una relación compleja: la existente entre la observación y la teoría científica.

3.-Relación entre observación y teoría

Si se examina la tríada constitutiva del método general de la ciencia, se verá que comienza en la observación y termina (¡) en la observación. La observación primera se une a la teoría mediante la vinculación inductiva, mientras que a la observación última (contrastación) se adviene mediante la vinculación deductiva o inferencial. En otras palabras: se trata de aplicar la universalidad de la ley o teoría científica a un nuevo caso observable.

En consecuencia, todo conocimiento científico asume como necesarios los componentes de la observación y de la teoría. Su relación, sin embargo, resulta menos clara de lo que puede parecer a primera vista. Lo que “parece” es, sin duda, que la teoría debe estar subordinada siempre a la observación, pero lo que parece no constituye siempre el triunfo exclusivo de una de las dos polarizaciones: en este caso, el de la experiencia observacional.

R. Hanson ha afirmado que “toda observación (científica) está cargada de una teoría previa”, lo que, traducido a un lenguaje sencillo, implica lo siguiente: “No observamos los que observamos, sino lo que la teoría nos indica que debemos observar”. Entre el ver sensorial y el ver científico (theorein: ver con “los ojos de la razón”) se establece otra relación: la de la primacía de la teoría sobre la observación. Desde luego que la historia de la ciencia (especialmente en lo referente a los movimientos de la Tierra, a la forma del Sol y a nuestras nociones sobre espacio y tiempo) ha sido muy rica en testimonios de esta índole, y probablemente lo seguirá siendo cada vez en mayor proporción. Refrendemos todo esto mediante un ejemplo que se ha hecho ya casi clásico en este contexto.

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Newton sostenía, como se sabe, que el principio de la suma o adición de velocidades es de sentido común porque puede ser observado sensorialmente. Así, verbigracia, si un hombre camina dentro de un tren en marcha, y ambos desarrollan una velocidad inercial (sin aceleración) propia, el hombre se desplazará más aprisa que el tren: caminará a su propia velocidad más la velocidad del móvil en el que va caminando. ¿Es, en realidad, así? Uno de los dos postulados de la teoría de la relatividad de Einstein sostiene que nada puede desplazarse más aprisa que la luz y, por ende, todo cuerpo con masa está “condenado” a hacerlo a una velocidad menor. Ahora bien, si un móvil que se desplaza (hipotéticamente) a 300.000 km-seg. no puede tolerar que alguien que viaje en su interior vaya más aprisa que el móvil mismo, ello implica que el principio de la suma de las velocidades extraído de la observación es falso (aun cuando los móviles sean lentos y sometidos a una “velocidad gravitatoria”). Por consiguiente, lo que la observación nos “muestra” como verdadero en el caso del tren, la teoría nos dice a priori (esto es, nos “demuestra”) que es falso.

La relación entre observación y teoría, compleja ya de por sí, se torna más complicada en las ciencias humanas. En este aspecto es dable reconocer tres grandes corrientes:

---La interconexión

Las ciencias humanas son tan “ciencias” como las ciencias factuales y, por ende, aunque su método sea diferente, han de coincidir en idénticos criterios para garantizar su cientificidad.

---El método hermenéutico

Los defensores de la hermenéutica sostienen que el ámbito de las ciencias humanas exige una interpretación comprensiva muy diferente al de las otras ciencias, especialmente porque en las ciencias humanas interviene el factor de la libertad y, debido a ello, su carácter nomológico, no puede ser el mismo que el de las ciencias fácticas.

---La filosofía científica

Las ciencias humanas -sostienen los que propugnan esta posición- no pueden ser dejadas en manos de las humanidades, so riesgo de no alcanzar nunca el carácter de “ciencias”. Hay que someterlas, mediante el empleo de la lógica y de la metodología de las ciencias fácticas, a una filosofía científica, aun a sabiendas de que una filosofía científica de la ciencia se encuentra todavía en pañales. (Dos de los autores que figuran en nuestra bibliografía defienden esta tesis: M. Bunge y H. Padilla. Este último llega incluso a afirmar que en la filosofía científica se puede ignorar a Hegel, Husserl y Heidegger, pero no a Russell, Carnap y Popper).

4.-Naturaleza, estructura y construcción de la teoría científica

N.R.Hanson sostuvo que “la ciencia, el glorioso logro del hombre moderno, se halla análogamente situada entre la matemática pura y la experiencia sensorial bruta”. Y

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añadió: “Es de la tensión conceptual generada entre estas coordenadas polares de la que provienen las perplejidades filosóficas de la ciencia”. Precisamente de esta polaridad se deriva el hecho de que la teoría científica posea una naturaleza que puede ser definida desde una doble composición:

a) O bien desde una observación que proporciona las proposiciones iniciales, o bien desde una invención a priori que sea causa de las mismas.

b) Desde una combinación de observación-invención que origina las proposiciones iniciales.

No importando que la naturaleza de la teoría sea la propuesta en a o en b, ha de quedar en claro, tal como sostiene R.B. Braithwaite, que “una teoría científica es un sistema deductivo en el que se siguen lógicamente consecuencias observables de la consideración conjunta de hechos observables y el conjunto de hipótesis fundamentales del sistema”. Ahora bien, las hipótesis fundamentales se identifican con las consideraciones iniciales que dieron origen a la teoría, siguiéndose de ello que “todo estudio de la naturaleza de una teoría científica es estudio del sistema deductivo que se utilice en ella”. Por consiguiente, hay que estudiar la lógica interna de los sistemas deductivos científicos.

La estructura de la teoría científica tiene como punto de origen las proposiciones iniciales de carácter hipotético. Si son proposiciones hipotéticas, entonces han de ser contrastables y de ellas han de derivarse las proposiciones deducidas. Las proposiciones iniciales constituyen la fuente de la que surgen todas las proposiciones restantes y, debido a este esquema deductivo, pueden ser traducidas a la lógica simbólica. La estructura de la teoría científica incluye siempre una generalización que se relaciona necesariamente con las proposiciones iniciales y deducidas; sin dicha relación no hay ciencia posible. A esta relación Braithwaite la denomina “concomitancia de propiedades” y es, sin duda, la que constituye el carácter sistemático de la teoría científica.

La generalización es menos problemática que la necesidad, puesto que tanto en la inducción como en la deducción se encuentra presente la generalización: en la primera lo está como punto de llegada; y en la segunda, como punto de partida. Ahora bien, si la estructura de la teoría científica se compone de proposiciones hipotéticas, entonces la conjunción entre un hecho y otro puede admitir excepciones (tal como D. Hume lo afirmó en 1748), de ahí que no pueda postularse -como lo hace Braithwaite- que las hipótesis científicas se conviertan en leyes en caso de ser verdaderas y que, recién en esa coyuntura, equivalgan a generalizaciones. La necesidad ha de interpretarse, en consecuencia, como una exigencia que la razón plantea a la teoría científica, pero se trata de una exigencia metodológica dependiente, en último término, de la experiencia y del resultado que ésta arroje en la contrastación.

Lo importante es subrayar aquí que la teoría científica posee una estructura que consiste en un conjunto de hipótesis. Algunas de ellas son tomadas como premisas y,

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precisamente por eso, podrán deducirse conclusiones de ellas. También en esta lógica interna hay niveles. En efecto, el nivel más alto está constituido por las proposiciones convertidas en premisas, mientras que el nivel más bajo son las conclusiones. También hay un nivel intermedio que representa un vínculo de enlace con las premisas y, en ese sentido, el nivel intermedio está formado por conclusiones que, a su vez, se convierten en premisas de las que serán deducidas las conclusiones del nivel ínfimo. R.B. Braithwaite, que es nuestro referente con respecto a los susodichos niveles, pone el ejemplo siguiente, tomado de la historia de la ciencia y centrado en Galileo Galilei, para ilustrar lo afirmado:

Hipótesis de nivel supremo:

Todo cuerpo en las proximidades de la Tierra y en caída libre hacia ésta cae con una aceleración de 9,8 metros por segundo cada segundo.

De esta hipótesis, aplicando principios muy sencillos del cálculo integral, se sigue la hipótesis de nivel intermedio:

Todo cuerpo que partiendo del reposo cae libremente hacia la Tierra recorre 4,9 t2 metros en t segundos, cualquiera que sea t.

A partir de esta hipótesis y de acuerdo con el principio lógico aplicativo, que consiste en “aplicar” la generalización a casos particulares, se deduce el conjunto infinito de hipótesis siguiente:

Todo cuerpo que partiendo del reposo cae libremente hacia la Tierra durante un segundo recorre una distancia de 4.9 metros.

Todo cuerpo que partiendo del reposo cae libremente hacia la Tierra durante dos segundos corre 19, 6 metros, etc.

Todas las hipótesis mantienen relación con la hipótesis más alta (que es única) y que puede expresarse por la ecuación diferencial.

La hipótesis de nivel supremo puede expresarse por la ecuación diferencial d2s/ dt2=9.8, cuya solución, con las condiciones iniciales (para t =0 ) s=0 y ds/ dt=0, es s= 4, 9t2.

Pero la contrastabilidad empírica se lleva a cabo con las hipótesis de nivel ínfimo y, por consiguiente, su confirmación o su refutación será el criterio mediante el cual contrastamos también la posible verdad de todas las hipótesis que contiene el sistema. Tan es así que R.B.Braithwaite concluye: “El que asentemos o no un sistema como un conjunto de proposiciones verdaderas depende de que asentemos o no de esta forma sus hipótesis de nivel ínfimo”. El estudio interno de la estructura científica constituye -como asevera M. Bunge- un “tema filosófico” y, por tanto, pertenece a una metaciencia que se encargará de reflexionar lógica y metodológicamente sobre los supuestos, constitución y resultados de la teoría científica.

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5.-El problema de la verdad científica

La verdad constituye un tema de la investigación científica y de la fundamentación filosófica que admite, a pesar de poseer un carácter absoluto, muchas interpretaciones. Tomás de Aquino, por ejemplo, proporcionada nada menos que nueve definiciones de verdad, y M. Heidegger, al no concordar con ninguna de ellas, resucitará una versión de la verdad que parece remontarse a los pensadores presocráticos.

La aspiración teleológica de toda teoría científica es la consecución de la verdad sobre los hechos estudiados o -en el lenguaje de K. Popper- la “búsqueda de la verdad objetiva”. Esta búsqueda supone, en las ciencias fácticas, tres elementos indispensables relacionados entre sí: un sujeto cognoscente, un método y un objeto cognoscible (este último es el hecho o conjunto de hechos a investigarse). Tradicionalmente -esto es, en la teoría realista del conocimiento defendida por Aristóteles y Tomás de Aquino- la verdad se definió como una “adecuación entre la cosa y el intelecto” (adaequatio rei et intellectus), adecuación que se postuló como “perfecta”, es decir, como una identidad total entre el “hecho” y el “concepto” (o “idea”). La garantía de esta adecuación fue un principio denominado “lógico” (el principio de causalidad), del que se deducía que siempre que se conociese la causa podía obtenerse ciencia acerca del efecto. Se planteaba la verdad de las ciencias factuales como una relación universal causal entre un hecho (causa) y otro hecho (efecto), correspondiéndole, como sostendrá D. Hume, a la experiencia (y no a la razón) justificar la verdad o falsedad del enunciado.

Todo enunciado factual “es tal que su negación no genera ninguna inconsistencia formal” (N.R.Hanson), de suerte que siempre está abierto a la posibilidad de que la misma causa no genere el mismo efecto. ¿Cómo, entonces, puede determinarse si una proposición de las ciencias fácticas es V o F?

No vamos ahora a ocuparnos de los diversos criterios puestos en juego para ello, sino tan solo resaltaremos que el recurso a la experiencia está siempre cargado de un “fuerte elemento teórico” que no reemplaza a la “indispensabilidad de la observación”, pero que se traduce en el famoso aserto de Hanson: “Los hechos son aquello que afirman los enunciados verdaderos”, es decir, son “aquellas condiciones objetivas… que una materia debe cumplir para ser calificada como tratable e inteligible a través de la lente de esta teoría, o de ésa, o de aquélla”. Ahora bien, si el hecho fenoménico no cumple con lo planteado por ninguna teoría vigente, Hanson determinará que se encuentra (“temporalmente”) “más allá de la ciencia”.

La verdad científica ha sido definida principalmente, como se desprende de lo anterior, como una verdad de correspondencia o de coherencia con los hechos. Pero M. Heidegger recurrió a un concepto de verdad que, fundamentado en lo que los griegos denominaron alétheia (=revelar lo escondido, hacer evidente lo que no aparece), no está relacionado con la congruencia entre observación e idea sino, más bien, con la labor de una razón que pretende quitar velos a lo oculto y descifrar los misterios que se esconden dentro de los “hechos”. Aunque está comprensión hermenéutica de la verdad parece ser más útil en el campo de las ciencias humanas que en el de las ciencias naturales,

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concuerda con la teoría de la verdad como adecuación en un punto fundamental, que en nuestro idioma es expresado con las tres “pro”: Toda verdad científica es siempre pro visional, pro babilística y pro gresiva . No podrá llegarse, en consecuencia, a una verdad objetiva que dure para siempre y que, a la manera de la verdad de las ciencias formales, no admita contradicción.

La verdad científica es provisional porque es de naturaleza reemplazable. Si se revisa, recurriendo a la historia de la ciencia, el sistema de proposiciones de teorías científicas que explicaron durante siglos la realidad objetiva, se verá que, en efecto, o bien por la presentación de “casos rebeldes”, o bien porque no podían explicar determinados fenómenos, quedaron obsoletas y tuvieron que ser reemplazadas por teorías que incluyesen los casos referidos y que “salvasen” los fenómenos inexplicados por la teoría vigente.

Ello no significa, empero, que se esté afirmando a priori que toda teoría científica es falsa. No lo es. Pero sus pretensiones de verdad chocan contra la necesidad absoluta y, por lo tanto, su verdad solamente es probable. Dicho de otro modo: nos atenemos a un recuento estadístico de contrastaciones positivas y predecimos que la siguiente contrastación será positiva también, pero ello no podrá asegurarse sino hasta que la experiencia haya demostrado que es así (ex post factum).

La verdad científica es progresiva porque no es eterna y porque su probabilidad no significa necesidad absoluta. De hecho, como veremos más adelante en el principio popperiano de demarcación, el progreso científico se da porque la contrastación negativa hace que la verdad vigente quede superada y que, en su lugar, se instale otra verdad (otra proposición científica) más cercana a la realidad objetiva pero nunca exhaustivamente concordante con ella.

Esto sucede, claro está, tanto si se parte inductivamente desde la observación como si se parte deductivamente de planteamientos iniciales a priori. Probablemente llevaba razón A. Einstein cuando, en setiembre de 1935, le escribía a K. Popper refiriéndose a la teoría atómica, pero con un contenido que puede aplicarse a todas las ciencias factuales:

De un modo general, no me agrada todo el aferrarse “positivista” a lo observable, que ahora está de moda. Me parece una cosa trivial que no se pueda pronosticar en el campo de lo atómico con una precisión arbitraria, y pienso (como usted, por lo demás) que no se puede fabricar la teoría a partir de resultados de la observación, sino solo inventarla”.

5.-Ciencia y pseudo-ciencia. El “principio de demarcación” de K. Popper

La diferenciación entre ciencia y pseudo-ciencia se remonta, por lo menos embrionariamente, a una fecha muy antigua (recuérdese la contraposición platónica entre “ciencia” y “opinión”), pero va a tener su antecedente más próximo en la contraposición que en el siglo XIX se hace entre ciencia y religión. “Definir” o

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“demarcar” los límites en los que se debe “encerrar” el concepto de ciencia ha sido, pues, un objetivo irrenunciable de la filosofía de la ciencia.

Fue R. Carnap -quien, en 1928, en su obras Scheinprobleme in der Philosophie (“Problemas aparentes en filosofía”) y, sobre todo, en Der logische Aufbau der Welt, (“La estructura lógica del mundo”), que fue subtitulada en la traducción inglesa de 1967 como Pseudoprobleme in Philosophy-, el pionero en lo concerniente al empleo del término “pseudo-proposiciones”. Su tarea consistía en emplear el análisis lógico del lenguaje para afirmar que las proposiciones de la metafísica (tanto de la “metafísica general” como de la “metafísica especial”) eran proposiciones solamente en apariencia, pero carecían del carácter lógico de verdad o falsedad y, por lo tanto, no eran stricto sensu proposiciones auténticas.

El término pseudo-ciencia posee, al igual que el de pseudo-proposición, una raíz etimológica que puede conducir a una interpretación errónea. En efecto, pseudós en griego significa falso y, debido a ello, puede pensarse que la pseudo-ciencia está constituida por un conjunto o conglomerado de proposiciones falsas. No es así.

Para comprender con propiedad el significado real de la pseudo-ciencia el mejor método radica en el análisis comparativo de lo que es una proposición y de lo que es una pseudo-proposición, puesto que ellas configuran, respectivamente, el vehículo o medio expresivo de la ciencia y de la pseudo-ciencia.

Tal como quedó puesto de manifiesto en el módulo estudiado la semana pasada, una proposición tiene siempre el carácter lógico de ser V ó F, dependiendo que se le asigne valor de verdad o de falsedad de los criterios que se empleen para ese fin. En consecuencia, una proposición es científica si puede (de)mostrarse como V o como F (no interesa aquí la metodología demostrativa), y no es científica si no puede (de)mostrarse ni como V ni como F.

Candidatos a proposiciones científicas son, entonces, todos los enunciados que sean susceptibles de verdad o falsedad, quedando fuera de ellos las preguntas, las oraciones desiderativas y los mandatos. Tampoco son, en rigor, proposiciones científicas las tautologías y las predicciones que acostumbran publicarse en los horóscopos, y tampoco, por lo general, los enunciados de la religión, de la tradición popular o patriótica y del lenguaje político. Se trata aquí de enunciados o bien normativos o bien imposibles de probar como verdaderos o falsos. Ello no significa que un predicador religioso o político no pueda emitir proposiciones científicas (en clase se pusieron algunos ejemplos sobre el particular, destacándose la anécdota histórica del P. Chueca). Desde luego que también pueden deducirse de una observación experimental pseudo-proposiciones (recuérdese, para ello, el ejemplo denominado en clase “la pulga y el dominico”).

En las ciencias fácticas, que son -como se sabe- sistemas de proposiciones hipotéticas, es la contrastación la clave interpretativa y decisoria de la verdad o falsedad. Ello proviene de que, al contrario de lo que sucede en las ciencias formales, su verdad no se

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basa en un principio tautológico, sino en una relación causa-efecto que, según D. Hume, se fundamenta “enteramente” en la experiencia. Ahora bien, la contrastación puede ser positiva o negativa, y a esta última se la llama caso rebelde porque representa una excepción a la universalidad que se postula en la teoría científica (“todos”, “ninguno”). Es precisamente de la importancia que en las ciencias fácticas se concede a la contrastación negativa de donde arranca el principio de demarcación de K. Popper.

No vamos a entrar en detalle sobre lo expuesto acerca de dicho principio en su obra La lógica de la investigación científica (1934), la cual -dicho sea de paso- representa probablemente, junto a los trabajos gnoseológicos de D. Hume, la contribución más importante a la filosofía de la ciencia. (Puede leerse, a este respecto, el famoso capítulo IV de la obra popperiana, el cual está dedicado a la “falsabilidad” -falsability-).

Popper propone adoptar la falsabilidad como criterio para decidir “si un sistema teórico pertenece o no a la ciencia empírica”. Con ello se muestra en contra tanto de los inductivistas, que atribuyen el peso mayor de la teoría científica a la contrastación positiva, como de los convencionalistas, que postulan que las leyes de la naturaleza no son falsables por la observación. “No pido a la ciencia ninguna certidumbre definitiva”, ya que “no puedo encontrarla”-escribe Popper- y, por lo tanto, la ciencia factual no puede ser “un sistema de conocimientos apoyados en razones últimas”, es decir, no puede ser un sistema en que si se conocen dichas “razones últimas”, se conocerá objetivamente la verdad sobre la realidad (tesis del convencionalismo).

La falsabilidad es para Popper un criterio empírico de un sistema de enunciados y de cada enunciado en particular. De ahí se deriva que un “experimento falsador” deba ser acogido “como un éxito” porque aumenta el grado de contrastabilidad del sistema de proposiciones hipotéticas de la ciencia y asegura su progreso. Merced a los “casos rebeldes” las ciencias empíricas no son estáticas ni se estancan en el tiempo, convirtiéndose de este modo la contrastación negativa en el motor que asegura la marcha progresiva de las ciencias empíricas hacia una aproximación cada vez más cercana a la realidad objetiva. En consecuencia, todo sistema científico contiene proposiciones falsables y es, él mismo, falsable también.

El principio popperiano de demarcación sirve, en consecuencia, para diferenciar entre proposiciones científicas y pseudo-científicas y entre ciencia y pseudo-ciencia. En concordancia con ello, una proposición será científica si puede ser contrastada como verdadera o como falsa, pero es la falsedad la característica que más asegura su cientificidad. Por lo tanto, ninguna proposición pseudo-científica podrá ser falsada (y tampoco contrastada positivamente), derivándose de ello que la pseudo-ciencia no progresa ni tiene interés alguno en ser reemplazada por un saber superior.

Tal es la importancia que Popper concede a la falsación de una proposición (contrastación negativa), que un solo caso rebelde es responsable de que toda la teoría se venga abajo. Popper no admitirá las hipótesis ad hoc (hipótesis-parches) para mantener en pie a la teoría científica. (En clase se explicó lo que es una hipótesis ad hoc

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y se puso como ejemplo el porqué determinados filósofos de la ciencia consideran que la teoría de la relatividad es una hipótesis ad hoc en la física newtoniana).

CITAS BIBLIOGRÁFICAS

Los títulos de las obras citadas figuran en la BIBLIOGRAFIA

1.-La cita de F. Manrique está en las pp. 17-18.

2.-La cita de R. Nozick está en la p. 14.

3.-Las citas de M. Bunge (1991) se encuentran en las pp. 20-48.

4.-La cita de S. Hawking sobre la predicción se encuentra en las pp. 27-29.

5.-Las citas de H. Padilla se encuentran, respectivamente, en las pp. 137 y 308-309.

6.-La cita de M. Bunge (1982) está en las pp. 49-50.

7.-Las citas de K. Popper están en las pp. 75-88. La carta de A. Einstein a K.Popper se encuentra en la p. 427.

8.-La cita de D. Hume se encuentra principalmente en las pp. 52-53.

9.-Las citas de N. R. Hanson están repartidas entre las pp. 11-19.

10.-Las citas de R.B. Braithwaite están en las pp. 25, 29 y 39.

TAREA PARA LOS ALUMNOS

¿Qué se entiende en (Explicar tres definiciones de Ciencia) (trabajo individual).