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LA OFRENDA AL AMOR MISERICORDIOSO, COMO CENTRO DE LA VIDA Y DE LA DOCTRINA DE SANTA TERESA DE LISIEUX Fr. François-Marie Léthel, ocd Traducción: P. Lucas Prieto, hnssc INTRODUCCIÓN: TERESA, DOCTORA DE LA MISERICORDIA INFINITA Declarada doctora de la Iglesia por el papa san Juan Pablo II, santa Teresita es la gran Doctora de la Misericordia para todo el Pueblo de Dios, y su Ofrenda al Amor Misericordioso, es a la vez el centro y el punto culminante de toda su enseñanza: es su gran proposición de santidad para todos los bautizados, en los diferentes estados de vida y para todas las etapas de la vida; laicos y sacerdotes, hombres y mujeres, casados y consagrados. Su Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso como víctima de holocausto fue publicado al término de Historia de un alma como punto final, a continuación de los tres Manuscritos Autobiográficos (A, B y C) y de su Oración en el día de su Profesión Religiosa. La Historia de un alma contiene la síntesis doctrinal de Teresa. Ella reúne estos textos esenciales, en conexión con los otros escritos (Cartas, Poesías, Oraciones y Obras de teatro) 1 . De este modo, todo lector atento de Historia de un alma es finalmente invitado a hacer personalmente esta oración que es una verdadera Consagración a la Misericordia Infinita. San Juan Pablo II ha declarado a Teresa Doctora de la Iglesia como “experta en la ciencia del amor (scientia amoris)” (Novo Millennio Ineunte 42). Ya antes él había escrito su encíclica Dives in Misericordia. Papa de la Misericordia, él era también el Papa de María, Mater Misericordiae. Su libro de cabecera, desde que tenía veinte años hasta su muerte, era el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen , de san Luis María Grignion de Montfort, cuyo contenido puede resumirse en dos palabras: Totus Tuus, yo soy todo tuyo. Ese era el lema episcopal de Karol 1 Todos los escritos de Teresa han sido reunidos y publicados en el volumen de sus obras completas (Oeuvres Complètes, Paris, 1992, éd. du Cerf). Dicho volumen contiene los tres Manuscritos Autobiográficos (Ms A, B y C), las Cartas [LT(=Cta en español)], las Poesías (PN), las Recreaciones Piadosas (RP) y las Oraciones [Pri(=Or en español)]. Las traducciones a las diferentes lenguas deben ser siempre hechas a partir de este texto auténtico. [En castellano se encuentran las obras completas publicadas en: Teresa de Lisieux (santa), Obras Completas, Burgos, 9 2003, Monte Carmelo (faltan las recreaciones piadosas). Las traducciones de los textos de santa Teresita se toman, con ligeras modificaciones, de dicha edición. Las siglas de las obras se toman de la edición española. Nota del traductor].

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LA OFRENDA AL AMOR MISERICORDIOSO,COMO CENTRO DE LA VIDA Y DE LA DOCTRINA

DE SANTA TERESA DE LISIEUX

Fr. François-Marie Léthel, ocd

Traducción: P. Lucas Prieto, hnssc

INTRODUCCIÓN: TERESA, DOCTORA DE LA MISERICORDIA INFINITA

Declarada doctora de la Iglesia por el papa san Juan Pablo II, santa Teresita es la gran Doctora de la Misericordia para todo el Pueblo de Dios, y su Ofrenda al Amor Misericordioso, es a la vez el centro y el punto culminante de toda su enseñanza: es su gran proposición de santidad para todos los bautizados, en los diferentes estados de vida y para todas las etapas de la vida; laicos y sacerdotes, hombres y mujeres, casados y consagrados.

Su Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso como víctima de holocausto fue publicado al término de Historia de un alma como punto final, a continuación de los tres Manuscritos Autobiográficos (A, B y C) y de su Oración en el día de su Profesión Religiosa. La Historia de un alma contiene la síntesis doctrinal de Teresa. Ella reúne estos textos esenciales, en conexión con los otros escritos (Cartas, Poesías, Oraciones y Obras de teatro)1. De este modo, todo lector atento de Historia de un alma es finalmente invitado a hacer personalmente esta oración que es una verdadera Consagración a la Misericordia Infinita.

San Juan Pablo II ha declarado a Teresa Doctora de la Iglesia como “experta en la ciencia del amor (scientia amoris)” (Novo Millennio Ineunte 42). Ya antes él había escrito su encíclica Dives in Misericordia. Papa de la Misericordia, él era también el Papa de María, Mater Misericordiae. Su libro de cabecera, desde que tenía veinte años hasta su muerte, era el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, de san Luis María Grignion de Montfort, cuyo contenido puede resumirse en dos palabras: Totus Tuus, yo soy todo tuyo. Ese era el lema episcopal de Karol Wojtyla, desde Cracovia a Roma. Esas son las últimas palabras que escribió y que pronunció cuando moría.

Como la Historia del alma, el Tratado de la Verdadera Devoción es un maravilloso libro de vida y de doctrina para todos los bautizados, que termina igualmente con una oración de Consagración a Jesús por las manos de María. Estos dos libros son como dos “faros” para iluminar el camino de la santidad a la que todos estamos llamados según nuestros diferentes estados de vida. Personalmente, debo decir que estos dos faros no han dejado de iluminar mi vida después de 50 años. El año de la Misericordia será un año mariano, y será también el año del tercer centenario de la muerte de san Luis (1673-1716).

Mi intención es hacer comprender la importancia de esta ofrenda al Amor Misericordioso (que conviene hacer personalmente), para vivir en mayor profundidad la gracia de este año santo de la Misericordia. La Ofrenda al Amor Misericordioso de Teresa es por excelencia la “Puerta Santa”, siempre abierta en el Corazón de Jesús, para entrar en la Profundidad de la Misericordia Infinita de toda la Trinidad. Es también la puerta indispensable para entrar en la espiritualidad de Teresa. ¡Nadie entra en ella sin hacer personalmente esta Ofrenda!

1 Todos los escritos de Teresa han sido reunidos y publicados en el volumen de sus obras completas (Oeuvres Complètes, Paris, 1992, éd. du Cerf). Dicho volumen contiene los tres Manuscritos Autobiográficos (Ms A, B y C), las Cartas [LT(=Cta en español)], las Poesías (PN), las Recreaciones Piadosas (RP) y las Oraciones [Pri(=Or en español)]. Las traducciones a las diferentes lenguas deben ser siempre hechas a partir de este texto auténtico. [En castellano se encuentran las obras completas publicadas en: Teresa de Lisieux (santa), Obras Completas, Burgos, 92003, Monte Carmelo (faltan las recreaciones piadosas). Las traducciones de los textos de santa Teresita se toman, con ligeras modificaciones, de dicha edición. Las siglas de las obras se toman de la edición española. Nota del traductor].

2La Misericordia Infinita de Jesús Salvador, fuente de la fe, de la esperanza y del amor.

Para hacer esto, vamos a considerar la Ofrenda al Amor Misericordioso en la gran perspectiva de Historia de un alma, como centro de toda la doctrina teresiana, y esto desde el punto de vista de la fe, de la esperanza y del amor (o caridad). Estas tres virtudes son los mayores dones del Espíritu Santo a los bautizados, y entre ellos el más grande es la caridad (cf. 1Cor 13,13). Ellas son las tres modalidades principales de la gracia del bautismo. Santo Tomás de Aquino las llama virtutes theologicae, expresión que prefiero traducir literalmente como virtudes teológicas (más que “virtudes teologales”), ya que ellas son la fuente común de la “gran ciencia de los santos”, y también de la teología intelectual (scientia fidei) propia de san Anselmo y de santo Tomás como de la teología espiritual (scientia amoris) de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Lisieux2. En efecto, san Juan de la Cruz funda toda la vida espiritual, desde su inicio hasta la unión mística del matrimonio espiritual, exclusivamente sobre la fe, la esperanza y la caridad. Ellas son los únicos medios de la unión con Dios, es decir, de la santidad a la que todos somos llamados. Todo el crecimiento espiritual consiste en crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad.

Desde el principio es necesario precisar que el Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso es un acto de Amor como don total de sí mismo a Jesús en el Espíritu Santo por las manos de María . Como san Luis María Grignon de Montfort, Teresa confía su Ofrenda a María. Y es en su última oración a María donde ella nos da su mejor definición del Amor: “amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo” (Por qué te amo, María PN 54/22). Decir en verdad “te amo” significa necesariamente: “me entrego a ti para siempre y soy todo tuyo” (Totus tuus). Es también la fórmula correcta tanto del verdadero amor humano (en el matrimonio sacramental) como del verdadero amor divino (en el matrimonio espiritual de la santidad). Teresa quería renovar su Ofrenda “en cada latido de su corazón”, y este acto de amor era como la respiración continua de su alma, hasta aquellas palabras expresadas en su último suspiro: “¡Dios mío, te amo!”. Ella dirigió estas palabras a Jesús, mirando el crucifijo de su profesión que sostenía entre sus manos.

De este modo, las simples palabras “Jesús, te amo” son el alma de toda la vida y de toda la doctrina de Teresa, de su “Ciencia de Amor”. La expresión más completa de ella la encontramos en estos tres versos de su poesía Vivir de Amor: “ah, tú lo sabes, Divino Jesús, te amo / el Espíritu de Amor me abrasa en su Fuego / es amándote cuando atraigo al Padre” (PN 17/2). Uno reconoce las palabras que Pedro decía a Jesús: “tú sabes que te amo” (Jn 21,15). Un tal acto de Amor no es la expresión de un simple sentimiento humano, sino que viene del Espíritu Santo en el don de la Caridad. Fue amando a Jesús donde Teresa vivió en comunión con toda la Trinidad.

Mayor que la fe y la esperanza, sólo la caridad no acabará nunca (cf. 1Cor 13,8), dado que es esencialmente la misma la que poseemos en la tierra como en el cielo. Pero en esta vida la caridad es inseparable de la fe y de la esperanza, ya que “ella cree todo y espera todo” (1Cor 13,7). “Madre, raíz y forma de todas las virtudes”, según la bella expresión de santo Tomás (I-II q.62 a.4), ella nutre y hace crecer la fe y la esperanza. La corta vida de Teresa es un crecimiento vertiginoso en la fe, la esperanza y el amor, hasta niveles increíbles de intensidad, nuevos en la historia de la santidad.

En Teresa, la Misericordia infinita de Jesús es el objeto central de su fe, de su esperanza y de su amor. La fe en la Misericordia Infinita de Dios presente en Jesús para la salvación de todos los pecadores es evidentemente fundamental, porque es ella la que suscita la esperanza en la Misericordia, esperanza cierta de la salvación y de la santidad, para ella misma y para todos los otros, al punto de esperar para todos. Pero no es suficiente creer y esperar en la misericordia. La esperanza teresiana es

2 Estas expresiones fueron empleadas por el papa Benedicto XVI en su discurso espontáneo del 19 de marzo de 2011, al final del retiro que yo había tenido la gracia de predicar para él y la Curia romana. Me dirigió entonces estas palabras: “usted nos ha mostrado que la scientia fidei y la scientia amoris van unidas y se complementan, que la gran razón y el gran amor van juntos, más aún, que el gran amor va más allá que la sola razón”. Este discurso es la última página del libro que reúne las meditaciones de dicho retiro (F. M. LETHEL: La lumière du Christ dans le Coeur de l'Eglise, Paris, 2011, ed Parole et Silence. El texto original fue publicado e italiano: La luce di Cristo nel Cuore della Chiesa, Libreria Editrice Vaticana, 2011)

3esta “confianza que nos conducirá al amor” (cf. Cta 197), que conduce al Amor precisamente como don total de sí en su Ofrenda al Amor Misericordioso.

Todo aquello que vamos a descubrir con Teresa relativo a la Misericordia y al Amor Misericordioso podría ser resumido en una breve oración que reúne los actos de fe, de esperanza y de amor: Jesús, yo creo en tu Misericordia Infinita; Jesús, yo espero en tu Misericordia Infinita; Jesús yo te amo en tu Misericordia Infinita, y me entrego completamente a tu Amor Misericordioso3.

Nuestro estudio se apoyará en dos textos fundamentales de Historia de un alma: por una parte la Conclusión del Manuscrito A (Ms A 83v-84v), donde Teresa cuenta su Ofrenda al Amor Misericordioso y explica el sentido de esta ofrenda; y por otra, el texto mismo de su Ofrenda al Amor Misericordioso, que concluye toda la Historia de un alma. Estos dos textos son como dos puntos que trazan una de las líneas más importantes de la doctrina teresiana, la línea de la Misericordia. Siguiendo esta línea, encontraremos los textos más bellos de Teresa sobre la Misericordia.

A partir de las expresiones de Teresa, seguiremos la dinámica de la fe, de la esperanza y del amor en las dos partes sucesivas de nuestra exposición. i) “Él me ha dado su Misericordia infinita…”: la fe y la esperanza en la Misericordia. ii) “Arrojarse en tus brazos y aceptar tu Amor infinito…”: el amor como don total de sí mismo al Amor Misericordioso de Jesús en la Trinidad.

1. “ÉL ME HA DADO SU MISERICORDIA INFINITA…”: LA FE Y LA ESPERANZA EN LA MISERICORDIA

a) La fe en la Misericordia (Conclusión del Manuscrito A)

Al final del Manuscrito A, Teresa comienza a hablar de la Ofrenda al Amor Misericordioso con un texto muy bello relativo a la Misericordia y la Justicia, contempladas como “perfecciones divinas” o atributos divinos. Es el punto de vista fundamental de la fe iluminada por la Palabra de Dios, y en este caso por una cita del Antiguo Testamento:

Después de tantas gracias, ¿no podré cantar yo con el salmista: «El Señor es bueno, su misericordia es eterna»? Me parece que si todas las criaturas gozasen de las mismas gracias que yo, nadie le tendría miedo a Dios sino que todos le amarían con locura; y que ni una sola alma consentiría nunca en ofenderle, pero no por miedo sino por amor... Comprendo, sin embargo, que no todas las almas se parezcan; tiene que haberlas de diferentes familias, para honrar de manera especial cada una de las perfecciones divinas. A mí me ha dado su Misericordia Infinita y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas... Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizá más aún que todas las demás) me parece revestida de amor. [Ms A 83v].

Para comprender toda la profundidad teológica de estas simples palabras de Teresa sería necesario releer el hermoso texto de san Juan de la Cruz sobre las “lámparas de fuego” de los atributos divinos (Llama de amor viva estr.3), y también el gran tratado De Deo uno al comienzo de la Suma de Teología de santo Tomás de Aquino (I q.2-26). Doctora de la Iglesia, Teresa es por excelencia Doctora de la Misericordia, y es a través de la Misericordia como ella contempla la justicia y todos los otros atributos divinos. Es el misterio de la adorable unidad de la Naturaleza o Esencia divina, común a las Tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es la única y adorable Divinidad que se ha unido a nuestra humanidad en la persona de Jesús, el Hijo encarnado.

Teresa conocía este texto de san Juan de la Cruz que explica cómo Dios se comunica a las almas santas a través de las “lámparas de fuego” de los atributos divinos, haciéndoles experimentar una u otra de aquellas “lámparas de fuego”. San Juan de la Cruz recuerda aquí la doctrina de santo Tomás relativa

3 Estos actos de fe, esperanza y amor están admirablemente articulados en una oración de la beata Dina Bélanger, religiosa de Jesús-María (Quebec, 1897-1929), discípula de Teresa y Luis María. “Jesús…ya lo sé, yo creo que tú me amas, y tú sabes que te amo y que te quiero amar con el amor más fuerte y puro. Tú has amado a María Magdalena, ¡oh!, yo sé que tú tienes piedad de mí. Te amo y me abandono a ti, ésta es mi alegría y mi paz” (Autobiographie, Ed. Religieuses de Jésus-Marie, Québec 1995, p. 194).

4al “Ser único y simple” (I q.3-11), que encierra toda la multitud de atributos. Puesto que Dios es simple, sin ninguna composición, sus atributos que nos parecen diferentes, e incluso en oposición, como la misericordia y la justicia, son en realidad absolutamente idénticos. Así la Misericordia es esencialmente justa, como la Justicia es esencialmente misericordiosa, ya que la Justicia es realmente idéntica a la Misericordia. Y frente a una falsa concepción de la Justicia sin la Misericordia (en el clima jansenista de la época) Teresa no elige la Misericordia sin la Justicia, lo cual sería igualmente falso (y que constituye a día de hoy un peligro), sino que ella contempla la Justicia a través de la Misericordia, lo cual se corresponde exactamente a la teología de san Pablo. Para él, el efecto propio de la justicia de Dios no es juzgar ni condenar al pecador, mas al contrario, justificarlo gratuitamente por la Redención que se encuentra en Jesús (cf. Rm 3,21-26), lo cual es la más grande obra de la Misericordia4.

Lo que Teresa afirma aquí concerniente a estas diferentes familias de almas “que honran especialmente cada una de las perfecciones del Buen Dios” es una clave en la teología de los santos. A menudo es posible encontrar que “la dominante” es uno u otro de los atributos divinos; por ejemplo el Ser en santo Tomás, la Bondad en Dionisio el Areopagita, la Justicia en san Anselmo. Pero este atributo dominante no excluye jamás los otros: jamás el Ser sin la Bondad, ni la Bondad sin el Ser, lo mismo que jamás la Misericordia sin la Justicia ni la Justicia sin la Misericordia. Pero en la teología de los diferentes santos, la “dominante” de tal o cual atributo da un clima espiritual de una belleza particular. La “dominante” de la Misericordia en Teresa da este clima de confianza absoluta de este amor perfecto que elimina todo temor (cf. 1Jn 4,18).

Sin ninguna visión ni revelación particular, Teresa ha recibido en la fe pura este don de la Misericordia Infinita. Este nuevo conocimiento de la Misericordia es fuente de un nuevo desarrollo de la esperanza como esperanza de la salvación y de la santidad.

b) La esperanza en la Misericordia, como esperanza de la salvación y de la santidad

La salvación del criminal Pranzini, “primer hijo” de Teresa

Respecto a la esperanza en la Misericordia Infinita como esperanza de la salvación eterna, el texto fundamental de Teresa es su relato sobre el criminal Pranzini, condenado a muerte y guillotinado en París el 31 de agosto de 1887. Este relato se encuentra en el centro del Manuscrito A, siguiendo inmediatamente aquel de la “Gracia de Navidad” de 1886, por la que Teresa “salió de la infancia” y comenzó su “carrera de gigante” (Ms A 44v-45r). Con 14 años, antes de su entrada en el Carmelo, ya es esposa y madre: “esposa de Jesús y madre de las almas” (cf. Ms B 2v). En una unión ya muy profunda con su Esposo Crucificado, ella recibió de Él, por la fecundidad de su sangre redentora, a aquel que llama su “primer hijo”, el criminal Henri Pranzini.

Este relato es uno de los textos más bellos de Teresa, uno de los más fuertes relativos a la Esperanza en la Misericordia Infinita en la situación aparentemente más desesperada. En su simplicidad y frescura, este texto es muy rico desde el punto de vista teológico sobre el Misterio de la Redención y de la cooperación de la Iglesia en dicho Misterio. Él une los puntos de vista de la fe, de la esperanza y de la caridad, pero con la primacía de la esperanza.

El punto de partida es una simple imagen que representa a Jesús Crucificado y a María Magdalena abrazada a sus pies5, según la iconografía tradicional:

Un domingo, al mirar una fotografía de Nuestro Señor en la Cruz, me sentí impresionada por la sangre que caía de una de sus manos divinas, y experimentaba una gran pena al pensar que esa sangra caía en tierra sin que nadie se apresurara a recogerla, y yo decidí mantenerme en espíritu al pie de la Cruz para recibir el rocío divino que salía de ella, comprendiendo que tendría luego que comunicarlo a las almas. El grito de Jesús en la Cruz resonaba también continuamente en mi corazón: “¡tengo sed!”. Esas palabras encendían en mí un ardor

4 En el texto griego de san Pablo, el verbo que corresponde a la justicia es, en efecto, el verbo justificar. En latín (y en nuestras lenguas que derivan del latín), el verbo correspondiente a la justicia es juzgar; lo cual da evidentemente un tono diferente.

5 Imagen reproducida en Oeuvres Complètes (fuera del texto, en las páginas 128-129).

5desconocido y muy vivo. Todavía no eran las almas de los sacerdotes lo que me atraía, sino las de los grandes pecadores: yo ardía en deseo de apartarlas de las llamas eternas. [Ms A 45v].

Sin ninguna visión, sin nada extraordinario, mas por una mirada intensa de la fe, Teresa contempla a través de aquella pobre imagen toda la verdad del Misterio de la Redención. Es a través de los ojos de la fe que ella contempla la sangre de Jesús (invisible en la imagen) derramada en la Cruz para la salvación de todos los hombres. Es en la fe que ella escucha resonar en su corazón la palabra de Jesús “¡tengo sed!” (Jn 19,28). Su “resolución” de mantenerse en espíritu al pie de la Cruz para recoger la Sangre de Jesús y comunicarla a las almas expresa con una gran precisión teológica su cooperación al Misterio de la Redención en la caridad, en un solo amor a Jesús y al hombre rescatado por su sangre. Para ella, como para santa Catalina de Siena, la salvación de toda la humanidad pecadora este totalmente contenida en la Sangre de Jesús. En la Sangre de Jesús, la Misericordia Infinita ha perdonado definitivamente y borrado toda la inmensidad del pecado del mundo, de todos los hombres en todos los tiempos y en todos los lugares6. La cooperación de María, de la Iglesia, de Teresa y de cada uno de nosotros en la Redención no consiste en añadir algo a la Sangre de Jesús, sino en recibirla y comunicarla a los hombres a través de la oración, los sacramentos y el ejercicio de la caridad. Después de su “resolución” de mantenerse cerca de la Cruz de Jesús, Teresa escuchará también su palabra dirigida a María: “he aquí tu hijo” (Jn 19,26). Y es a este criminal condenado a muerte a quien ella va a llamar “mi primer hijo”. Para él, ella va a esperar contra toda esperanza (asociando a su hermana Celina a su oración), y la continuación de su relato expresa maravillosamente esta nueva esperanza en la Misericordia Infinita del Redentor:

Oí hablar de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte por unos crímenes horribles. Todo hacía pensar que moriría impenitente. Yo quise evitar a toda costa que cayese en el infierno, y para conseguirlo empleé todos los medios imaginables. Sabiendo que por mí misma no podía nada, ofrecí a Dios todos los méritos infinitos de Nuestro Señor y los tesoros de la santa Iglesia; y por último, le pedí a Celina que encargase una Misa por mis intenciones, no atreviéndome a encargarla yo misma por miedo a verme obligada a confesar que era por Pranzini, el gran criminal. Tampoco quería decírselo a Celina, pero me hizo tan tiernas y tan apremiantes preguntas, que acabé por confiarle mi secreto. Lejos de burlarse de mí, me pidió que la dejara ayudarme a convertir a mi pecador. Yo acepté, agradecida, pues hubiese querido que todas las criaturas se unieran a mí para implorar gracia para el culpable. En el fondo de mi corazón yo tenía la plena certeza de que nuestros deseos serían escuchados. Pero para animarme a seguir rezando por los pecadores, le dije a Dios que estaba completamente segura de que perdonaría al pobre infeliz de Pranzini, y que lo creería aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento; tanta era la confianza que yo tenía en la misericordia infinita de Jesús; pero que, simplemente para mi consuelo, le pedía tan sólo «una señal» de arrepentimiento... Mi oración fue escuchada al pie de la letra. A pesar de que papá nos había prohibido leer periódicos, no creí desobedecerle leyendo los pasajes que hablaban de Pranzini. Al día siguiente de su ejecución, cayó en mis manos el periódico «La Croix». Lo abrí apresuradamente, ¿y qué fue lo que vi...? Las lágrimas traicionaron mi emoción y tuve que esconderme... Pranzini no se había confesado, había subido al cadalso, y se disponía a meter la cabeza en el lúgubre agujero, cuando de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas...! Después su alma voló a recibir la sentencia misericordiosa de Aquel que dijo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse... [Ms A 45v-46r].

Sin duda, nunca la certeza de la esperanza había sido expresada con tanta fuerza como esperanza por otra persona7 aparentemente desesperada: un criminal condenado a muerte e impenitente. El relato de Teresa contiene admirablemente todos los aspectos de la verdad: por una parte el terrible riesgo del infierno para aquel que va a morir en tales condiciones, y por otra, la esperanza cierta que será salvado, que acogerá en el último momento la salvación, incluso sin confesión ni signo aparente de arrepentimiento. El centro del relato es la afirmación: “tanta era la confianza que yo tenía en la misericordia infinita de Jesús”.

6 Para santa Catalina de Siena, la desesperanza tiene su origen en un error contra la fe. El hombre que desespera piensa que su pecado es más grande que la Misericordia Divina. Por el contrario, la fe nos da la certeza de que la Misericordia es siempre infinitamente más grande que los más grandes pecados.

7 Según santo Tomás, la esperanza para otra persona tiene su fundamento en la caridad (II-II q.17 a.3)

6El último gesto de Pranzini abrazando el Crucifijo antes de su ejecución, conduce a Teresa a su

punto de partida, a esta imagen del Crucificado:Había obtenido «la señal» pedida, y esta señal era la fiel reproducción de las gracias que Jesús me había

concedido para inclinarme a rezar por los pecadores. ¿No se había despertado en mi corazón la sed de almas precisamente ante las llagas de Jesús, al ver gotear su sangre divina? Yo quería darles a beber esa sangre inmaculada que los purificaría de sus manchas, ¡¡¡y los labios de «mi primer hijo» fueron a posarse precisamente sobre esas llagas sagradas...!!! ¡Qué respuesta de inefable dulzura!... A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar las almas fue creciendo de día en día. Me parecía oír a Jesús decirme como a la Samaritana: “¡dame de beber!” Era un verdadero intercambio de amor: yo daba a las almas la sangre de Jesús, y a Jesús le ofrecía esas mismas almas refrescadas por su rocío divino. Así me parecía que aplacaba su sed. Y cuanto más le daba de beber, más crecía la sed de mi pobre alma, y esta sed ardiente que Él me daba era la bebida más deliciosa de su amor. [Ms A 45v-46v].

En este emocionante relato, Teresa aparece como Madre y Mediadora, Madre de su primer hijo por la fecundidad virginal de la Sangre de Jesús, Mediadora en este “verdadero intercambio de amor” que consiste en dar a las almas la Sangre de Jesús para dar en retorno esas mismas almas a Jesús. Este dinamismo constante se nota en la teología de Teresa, el continuo paso de un alma a todas las almas. Del alma de Pranzini, Teresa pasa a todas las almas. Notemos su expresión “salvar las almas” (es decir, a todas), y no la expresión habitual en su tiempo “salvar almas” (es decir, algunas). Esta experiencia concerniente a Pranzini es evidentemente fundamental como experiencia de la esperanza más extrema en la Misericordia Infinita de Jesús.

Con María, la esperanza de un “corazón de Madre”

Teresa vive esta “mediación maternal” con María, aunque no es nombrada en este relato como tampoco aparece representada en la imagen de Jesús Crucificado. Pero felizmente esta dimensión mariana de la experiencia de Teresa está explicitada en su pequeña obra de teatro titulada La Huida a Egipto (RP 6). Ella escribió (y representó) dicho texto en el momento en que terminaba la redacción del Manuscrito A (enero de 1896).

El leitmotiv de esta obra de teatro es “un corazón de madre”. La carmelita ha imaginado el encuentro de la Sagrada Familia con una familia de pecadores durante la huida a Egipto. El clímax es el diálogo entre María, la Madre del Niño Jesús, y Susana, la madre del niño Dimas, el futuro buen ladrón del Evangelio. María es la Virgen Madre, la Inmaculada. Por el contrario, Susana es una pecadora, una pagana, la mujer de un bandido. Y a pesar de ello, las dos mujeres están cerca una de la otra, ellas se comprenden mutuamente porque ambas tienen un “corazón de madre”. Al escribir este diálogo, Teresa revela evidentemente su propio corazón de madre, y es ciertamente el texto que más ilumina el tema del amor maternal, esta “cuerda” esencial de su corazón de mujer8.

El momento culminante del diálogo es aquel en que Teresa atribuye a la Virgen María las palabras que corresponden exactamente a su experiencia con Pranzini. El pequeño Dimas viene de ser curado de su lepra por el poder del Niño Jesús, y Susana muestra a María su temor de que Dimas caiga en el mal volviéndose un bandido como su padre. En la respuesta de María encontramos exactamente las expresiones características del relato concerniente a Pranzini. Estas son las palabras que Teresa atribuye a María:

Es cierto, aquellos que amas ofenderán al Dios que los ha colmado de bienes; sin embargo, ten confianza en la Misericordia Infinita del Buen Dios, ella es lo bastante grande como para borrar los mayores crímenes cuando encuentra un corazón de madre que en esa misericordia pone toda su confianza. Jesús no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva eternamente. Este Niño, que sin esfuerzo, acaba de curar a tu hijo de la lepra, lo sanará un día de una lepra aún más peligrosa. Entonces, un simple baño no será 8 Uno de los principales símbolos que Teresa aplica a su corazón es aquel de una lira, un instrumento de

música de cuatro cuerdas (como un violín). Estas cuerdas simbolizan las dimensiones esenciales del amor de su corazón de mujer: como esposa y madre, hija y hermana. He aquí una verdad antropológica universal: toda mujer posee un corazón de esposa y de madre, de hija y hermana, tal como todo hombre posee un corazón de esposo y padre, de hijo y hermano. La vocación universal a la santidad como plenitud de la caridad es la vocación a “amar de todo corazón”. A Dios y al prójimo en Cristo Jesús, haciendo vibrar todas aquellas cuerdas, ya sea en el matrimonio o en virginidad.

7suficiente, será necesario que Dimas sea lavado en la Sangre del Redentor. Jesús morirá para dar la vida a Dimas, y este entrará en el Reino Celestial el mismo día que el Hijo de Dios. [RP 6,10r].

Teresa ha inventado una suerte de parábola narrativa a partir de dos textos del Evangelio: la Huida a Egipto (Mt 2,13-19) y la salvación in extremis del Buen Ladrón, crucificado con Jesús (Lc 23,39-43). Es ahí donde María estará presente con todo su “corazón de Madre” traspasado por la espada de dolor (cf. Lc 2,34-35), un corazón plenamente abierto al Hijo Salvador y al hijo pecador y redimido. Aquí Teresa explicita la dimensión marial de su primera experiencia de maternidad vivida con relación a Pranzini. Es María quien enseña a la Iglesia, y especialmente a la mujer en la Iglesia, esta total confianza de “un corazón de madre” en la Misericordia Infinita para obtener con toda seguridad la salvación del hijo más pecador, incluso si es culpable de “lo mayores crímenes” o de “crímenes horribles”. “Ten confianza en la Misericordia Infinita del Buen Dios” dice aquí María. “Tanta era la confianza que yo tenía en la Misericordia Infinita de Jesús” escribía Teresa a propósito de Pranzini. Encontramos la misma referencia a la Sangre de Jesús en ambos textos. La Infinita Misericordia divina salvará con toda seguridad al pecador, aunque sea culpable de los más grandes crímenes, pero será solamente a través de la Sangre del Redentor.

Para interpretar correctamente este texto, es necesario decir que Teresa objetiva al más alto nivel, en María, su experiencia de maternidad espiritual. Aquí su scientia amoris es conocimiento objetivo cierto y profundo del Corazón Maternal de María a través de la subjetividad de su propio “corazón de Madre”. Teresa no inventa las palabras que atribuye aquí a María, sino que las escucha y las descubre en la más íntima unión de su corazón con el Corazón de María.

Aquí uno admira la seguridad teológica de Teresa. La Misericordia Infinita que puede salvar al hombre de su pecado está completamente contenida en la Sangre de Jesús. El Corazón de Jesús es infinitamente misericordioso y es la única Fuente de la Misericordia, y en primer lugar para el Corazón de su Santa Madre. Contrariamente a ciertas representaciones piadosas, el Corazón Inmaculado de María no será jamás más misericordioso que el Corazón de Jesús, mas como dice bien Teresa, este Corazón de Madre es precisamente el Corazón que pone toda su confianza en la Misericordia Infinita del único Salvador para obtener de Él la salvación de todos sus hijos.

Un corazón de esposa que espera para todos

Esta misma esperanza de salvación para todos, Teresa la expresaba ya en el día de su Profesión, el 8 de septiembre de 1890, en la fiesta de la Natividad de María, al final de su breve oración escrita para dicho día. Ahora bien, era con su corazón de esposa, de joven esposa en el día de su matrimonio, que le decía:

Jesús, haz que yo salve muchas almas, que hoy no se condene ni una sola, y que todas las almas del purgatorio alcancen la salvación. Jesús, perdóname si digo cosas que no debiera decir, solo quiero alegrarte y consolarte. [Or 2].

En efecto, en tiempos de Teresa una oración así era inconveniente. Se pensaba que la condenación de numerosas almas, cada día, era una cosa inevitable: entre aquellos que mueren cada día muchas (sin duda la mayoría) caían en el infierno. Por el contrario, la Esposa pide con confianza a su Esposo que ninguna de las personas que mueran ese día sea condenada. Y es una oración que Teresa renueva todos los días. Esperar, para la Esposa de Jesús, significa verdaderamente “esperar para todos”9.

La esperanza de la santidad: “la confianza audaz de llegar a ser una gran santa

Esperanza de salvación eterna, la esperanza teresiana es inseparablemente esperanza de santidad, en primer lugar para ella misma, y luego para los otros, especialmente para todos aquellos que quisieran seguirle en su “caminito de confianza y de amor”.

9 Esperar para todos es el título de una de las últimas y más significativas obras de Hans Urs Von Balthasar (1987), antes de que fuera nombrado cardenal por Juan Pablo II. Como Doctora de la Iglesia, Teresa es seguramente la mejor autoridad en favor de esta posición de esperanza para todos, que pone en evidencia su perfecta ortodoxia. Desde el punto de vista teológico, su formulación es superior a la de Balthasar, más simple, más segura y más serena, sin ninguna polémica.

8En su Manuscrito A, nos cuenta cómo desde su infancia ha tomado conciencia de su vocación a la

santidad en el contacto con santa Juana de Arco (entonces venerable), la santa más amada y más presente en su vida, después de María y José. Como Juana, Teresa se siente llamada por el Señor a “ser una gran Santa”, pero para ella consistirá en una vida totalmente escondida. Este deseo infantil de santidad murió y se transformó en el corazón de la carmelita en “la confianza audaz de llegar a ser una gran santa”.

Este deseo podría parecer temerario, si se tiene en cuenta lo débil e imperfecta que yo era, y que aún soy después de siete años vividos en religión. No obstante, sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos -que no tengo ninguno-, sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo él, contentándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa. [Ms A 32r].

Tal es la concepción de la santidad que vamos a encontrar en la Ofrenda al Amor Misericordioso, y que Teresa va a enseñar a todos aquellos que seguirán su camino de santidad: no solamente el deseo de la santidad, sino la “confianza audaz” de llegar a ser santos.

2. “ARROJARSE EN TUS BRAZOS Y ACEPTAR TU AMOR INFINITO…”: EL AMOR COMO DON TOTAL DE SÍ MISMO AL AMOR MISERICORDIOSO DE JESÚS EN LA TRINIDAD

a) El relato de la Ofrenda (conclusión del Manuscrito A)

La fe y la esperanza en la Misericordia Infinita conducen a Teresa a la plenitud del Amor, de este Amor como don total de sí misma que se expresará en la Ofrenda al Amor Misericordioso. Este es el amor que nosotros vamos a descubrir en esta segunda parte de nuestra exposición, tomando el relato de Teresa al final del Manuscrito A.

Después de haber hablado de la Misericordia Infinita como “perfección divina”, en relación a la Justicia (texto citado al comienzo de nuestra primera parte), ella continúa su relato (dirigido a su priora) hablando del Amor Misericordioso. Es la misma Realidad divina, anteriormente considerada desde el punto de vista de la Unidad de la Naturaleza Divina, que ahora es contemplada desde el punto de vista de la Trinidad de Personas.

Este año, el 9 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad, recibí la gracia de entender mejor que nunca cuánto desea Jesús ser amado. Pensaba en las almas que se ofrecen como víctimas a la justicia de Dios para desviar y atraer sobre sí mismas los castigos reservados a los culpables. Esta ofrenda me parecía grande y generosa, pero yo estaba lejos de sentirme inclinada a hacerla. “Dios mío, exclamé desde el fondo de mi corazón, ¿sólo tu justicia aceptará almas que se inmolen como víctimas...? ¿No tendrá también necesidad de ellas tu amor misericordioso...? En todas partes es desconocido y rechazado. Los corazones a los que tú deseas prodigárselo se vuelven hacia las criaturas, mendigándoles a ellas con su miserable afecto la felicidad, en vez de arrojarse en tus brazos y aceptar tu amor infinito... ¡Oh, Dios mío!, tu amor despreciado ¿tendrá que quedarse encerrado en tu Corazón? Creo que si encontraras almas que se ofreciesen como víctimas de holocausto a tu amor, las consumirías rápidamente. Creo que te sentirías feliz si no tuvieses que reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en ti... Si a tu justicia, que sólo se extiende a la tierra, le gusta descargarse, ¡cuánto más deseará abrasar a las almas tu amor misericordioso, pues tu misericordia se eleva hasta el cielo...! ¡Jesús mío!, que sea yo esa víctima dichosa. ¡Consume tu holocausto con el fuego de tu divino amor...!”

Madre mía querida, tú que me permitiste ofrecerme a Dios de esa manera, tú conoces los ríos, o, mejor, los océanos de gracias que han venido a inundar mi alma... Desde aquel día feliz, me parece que el amor me penetra y me cerca, me parece que ese Amor Misericordioso me renueva a cada instante, purifica mi alma y no deja en ella el menor rastro de pecado. Por eso, no puedo temer el purgatorio. [Ms A 83v-84r].

Este texto nos introduce en la lectura del Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso, que lleva esta fecha: 9 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad. Aquí Teresa nombra sólo explícitamente la persona de Jesús, el Hijo Encarnado, pero vamos a descubrir la presencia del Padre y del Espíritu Santo en su Ofrenda. Teresa comprende de una manera nueva “cuánto desea Jesús ser amado”, y no solamente cuánto nos ama Él, lo cual era el objeto de la fe y la esperanza en la Misericordia. Ahora es el punto de

9vista del amor, de la caridad, quien domina. Se trata de amarle respondiendo a su amor por nosotros, de “devolverle amor por amor”, precisamente de amarle dándose totalmente a él.

Sobrepasando aquella “generosa” ofrenda a la Justicia de Dios (mal comprendida, porque está separada de la Misericordia) muy extendida en su época, Teresa va a vivir y enseñar su ofrenda amorosa al Amor Misericordioso, como “Víctima de holocausto”. Dicho término bíblico expresa la totalidad (holos) del don, enteramente consumida por el fuego. El holocausto de la nueva alianza es el Sacrificio de la Cruz, donde Jesús, sacerdote y víctima, es consumido por el fuego del Espíritu Santo (según santo Tomás; cf. III q.46 a.4 ad1). Aquí Teresa no nombra explícitamente al Espíritu Santo, mas ella lo designa por los dos grandes símbolos bíblicos del fuego y del agua. Dándose enteramente al fuego del Espíritu, ella abre su corazón a los ríos de agua viva del mismo Espíritu. Aquí describe todavía “un verdadero intercambio de amor” entre Jesús y ella en el Espíritu Santo, expresado en la oración dirigida a Jesús: “Arrojarse en tus brazos y aceptar tu amor infinito”. “Oh Dios mío” significa “¡Oh Jesús mío!”. Aquí el Amor Misericordioso designa al Espíritu Santo como aquel fuego divino que inflama siempre el Corazón de Jesús, aquel fuego que él va a comunicar al Corazón de la Iglesia su Esposa en Pentecostés. El mismo Espíritu es esta Agua viva, aquellas “olas de ternura infinita” que llenan el Corazón de Jesús para desbordarse en nuestros corazones. Dándose totalmente al fuego del Espíritu como “víctima de holocausto”, Teresa abre plenamente su corazón a “los ríos, o mejor, a los océanos de gracia” del mismo Espíritu.

En un lenguaje simple y claro, pero de una asombrosa precisión teológica, Teresa ilustra aquí este gran teorema de la vida mística de la necesidad del don total de sí mismo para recibir la abundancia del Don de Dios10.

Al utilizar este vocabulario sacrificial de “víctima de holocausto”, Teresa nos revela el sentido profundo de su ofrenda como expresión del sacerdocio bautismal, como participación del único Sacrificio de Cristo, del holocausto de la Nueva Alianza para la salvación de todos los hombres. De este modo, ella propone su ofrenda a todos los bautizados en cualquier estado de vida.

b) El Acto de Ofrenda

En su relato, Teresa acaba de darnos la clave de lectura de su Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso, de esta admirable oración de Consagración a la Misericordia Infinita que ella propone a todo el Pueblo de Dios. Conviene citarla íntegramente para no romper su unidad y dinámica. Los números han sido añadidos para facilitar el comentario:

Ofrenda de mí misma como Víctima de Holocausto al Amor Misericordioso del Buen Dios.

(1) ¡Oh Dios mío, Trinidad santa!, yo quiero amarte y hacerte amar, y trabajar por la glorificación de la santa Iglesia salvando a las almas que están en la tierra y liberando a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente tu voluntad y alcanzar el grado de gloria que Tú me has preparado en tu reino. En una palabra, quiero ser santa. Pero siento mi impotencia, y te pido, Dios mío, que Tú mismo seas mi santidad.

(2) Ya que me has amado hasta darme a tu Hijo único para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos; te los ofrezco gustosa, y te suplico que no me mires sino a través de la Faz de Jesús y en su Corazón abrasado de amor.

(3) Te ofrezco también todos los méritos de los santos (de los que están en el cielo y de los que están en la tierra), sus actos de amor y los de los santos ángeles. Y por último, te ofrezco, ¡oh santa Trinidad!, el amor y los méritos de la Santísima Virgen, mi Madre querida; a ella le confío mi ofrenda, pidiéndole que te la presente. Su divino Hijo, mi Esposo amadísimo, en los días de su vida mortal nos dijo: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá». Por eso estoy segura de que escucharás mis deseos. Lo sé, Dios mío, cuanto más quieres dar, tanto más haces desear. Siento en mi corazón deseos inmensos11, y te pido

10 El venerable padre María-Eugenio del Niño Jesús ocd (1894-1967) ha insistido particularmente en este punto en su gran libro Quiero ver a Dios (IIIª parte, c.3; el don de sí).

11 Teresa había escrito primero “infinitos”, pero esta palabra fue desgraciadamente censurada por un “teólogo” consultado por la priora, cuando era perfectamente correcta (a la luz de santa Catalina y de santo Tomás).

10confiadamente que vengas a tomar posesión de mi alma. ¡Ay!, no puedo recibir la sagrada Comunión con la frecuencia que deseo, pero, Señor, ¿no eres Tú todopoderoso...? Quédate en mí como en el sagrario, no te alejes nunca de tu pequeña hostia.

(4) Quisiera consolarte de la ingratitud de los malos, y te suplico que me quites la libertad de desagradarte. Y si por debilidad caigo alguna vez, que tu mirada divina purifique enseguida mi alma, consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego, que todo lo transforma en sí.

(5) Te doy gracias, Dios mío, por todos los beneficios que me has concedido, y en especial por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. En el último día te contemplaré llena de gozo llevando el cetro de la Cruz. Ya que te has dignado darme como lote esta cruz tan preciosa, espero parecerme a ti en el cielo y ver brillar en mi cuerpo glorificados los sagrados estigmas de tu Pasión.

(6) Después del destierro de la tierra, espero ir a gozar de ti en la Patria, pero no quiero acumular méritos para el cielo, quiero trabajar sólo por tu amor, con el único fin de agradarte, de consolar a tu Sagrado Corazón y de salvar almas que te amen eternamente.

(7) En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo. No quiero otro trono ni otra corona que Tú mismo, Amado mío.

(8) A tus ojos, el tiempo no es nada, y un solo día es como mil años. Tú puedes, pues, prepararme en un instante para comparecer delante de ti.

(9) A fin de vivir en un acto de perfecto amor, yo me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso, y te suplico que me consumas sin cesar, haciendo que se desborden sobre mi alma las olas de ternura infinita que se encierran en ti, y que de esa manera llegue yo a ser mártir de tu amor, Dios mío.

(10) Que ese martirio, después de haberme preparado para comparecer delante de ti, me haga por fin morir, y que mi alma se lance sin demora al eterno abrazo de tu Amor misericordioso.

(11) Quiero, Amado mío, renovarte esta ofrenda con cada latido de mi corazón y un número infinito de veces, hasta que las sombras se desvanezcan y pueda yo decirte mi amor en un cara a cara eterno. [Or 6].

Desde el punto de vista teológico y espiritual, esta oración es de una riqueza inmensa. Ella sintetiza todo aquello que hemos visto anteriormente, y ahora no presentaremos sino un breve comentario. Sobre todo es necesario rezar esta oración frecuentemente, y si es posible, renovarla todos los días en el momento de la Comunión diciendo las palabras esenciales de la Ofrenda (9) indicadas en cursiva.

Este Acto de Ofrenda es la más bella expresión del cristocentrismo trinitario de Teresa. Después de la invocación inicial a toda la Trinidad (1), nuestra santa se dirige sucesivamente al Padre que ha entregado a su Hijo Único (2); a Jesús, en el misterio de la Eucaristía, de su Pasión, de su Rostro y de su Corazón (3-8); al Espíritu Santo como “fuego del Amor” y “olas de infinita ternura” (9). Teresa se ofrece toda ella como “holocausto” al Fuego del Espíritu Santo y en ese Fuego, se ofrece a Jesús en la Iglesia su Esposa. Por Jesús ella se ofrece al Padre como hija en el Hijo Único. Ella se ofrece al Padre, por Jesús en el Espíritu Santo: ofrenda bautismal, ofrenda trinitaria cuyo centro es siempre Jesús. Esta oración es una magnífica ilustración del símbolo bautismal, de nuestro Credo, donde Jesús es contemplado en el centro de la Trinidad, entre el Padre y el Espíritu Santo.

Uno nota desde el inicio (1) la expresión de los dos grandes deseos de Teresa: salvar las almas que están en la tierra (es decir, todas las almas) y ser Santa, dos deseos inseparables que son el objeto de su esperanza.

Teresa llama a Jesús “mi Esposo” (2 y 3) y “Amado mío” (7 y 11). Esta realidad del Amor esponsal de Cristo es fundamental en ella, expresada sobre todo en la perspectiva de la vida consagrada, como se encuentra por ejemplo en su Oración en el día de su Profesión, publicada en Historia de un alma, justo antes de esta Ofrenda. Pero aquí, en el Acto de Ofrenda, la perspectiva del amor esponsal es más profunda y más amplia; esta perspectiva concierne a todos los bautizados, hombres o mujeres, casados o consagrados. Toda alma está redimida y desposada por Jesús mediante la gracia del bautismo, y toda alma está llamada a vivir plenamente esta gracia hasta el “matrimonio espiritual” de la santidad (cf. San Juan de la Cruz, Cántico B, estr.23).

11La breve referencia a María en la ofrenda de Teresa es en realidad esencial, y para comprender su

importancia conviene referirse a la Consagración de san Luis María de Montfort. María es nombrada en nuestro Credo, en el corazón del Misterio de la Encarnación. Es por Ella y en Ella que el Padre nos ha dado a su Hijo Único por la acción del Espíritu Santo. San Luis María ilumina este papel único de María en el movimiento descendente de la Encarnación y en el movimiento ascendente de nuestra divinización. De manera más explícita que Teresa, él sitúa su Consagración en la perspectiva bautismal, y como ella, él se refiere a la Eucaristía. Su simbólica esclavitud de amor corresponde exactamente a aquella del holocausto de amor. Estas dos fuertes expresiones bíblicas se refieren igualmente al sacrificio de la Cruz de aquel que “ha tomado la condición de esclavo por nuestro amor” (cf. Flp 2,7-8, reproducido en el Tratado de la Verdadera Devoción n.72)12.

c) “Quiero renovar esta ofrenda en cada latido de mi corazón”: dinámica y desarrollo de la ofrenda hasta la muerte de Teresa

Los Manuscritos B y C, lo mismo que los últimos escritos y las últimas palabras de Teresa nos muestran cómo vivió y renovó continuamente su Ofrenda al Amor Misericordioso hasta el último latido de su corazón, hasta el instante de su muerte, pero siempre con nuevos desarrollos, nuevas aplicaciones, con esa extraordinaria creatividad que la caracteriza.

Manuscrito B

Escrito en septiembre de 1896, el Manuscrito B es la obra capital de Teresa. Entonces toma claramente conciencia de la inmensidad de su vocación: ser el Amor en el Corazón de la Iglesia, y proponer su ofrenda no solamente a las hermanas de su comunidad, ¡sino también a todas las almas! En su carta de introducción dirigida a su hermana y madrina María del Sagrado Corazón, nos muestra cómo su propia “confianza audaz de llegar a ser una gran santa” debe ser la misma esperanza de la santidad para todos los pequeños que seguirán su camino: “si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor” (Ms B 1v), es decir a la cima de la santidad, según la simbología de san Juan de la Cruz. El corazón de este Manuscrito es la gran oración a Jesús, escrita por Teresa el 8 de septiembre de 1896, sexto aniversario de su Profesión. El alma de esta oración es siempre el acto de amor, ahora extendido a la Iglesia. “¡Mi Jesús!, te amo, amo a la Iglesia, mi Madre” (4v). En esta oración Teresa dilata su Ofrenda en las dos dimensiones antinómicas de la Infinita Grandeza del Amor “que encierra todas las vocaciones, que abraza a todos los tiempos y lugares” (cf. 3v) y de la pequeñez de la criatura:

No soy más que una niña, impotente y débil. Sin embargo, es precisamente mi debilidad lo que me da la audacia para ofrecerme como víctima a tu amor, ¡oh Jesús! […]. El amor me ha escogido a mí, débil e imperfecta criatura, como holocausto... ¿No es ésta una elección digna del amor?... Sí, para que el amor quede plenamente satisfecho es preciso que se abaje hasta la nada y que transforme en fuego esa nada. Lo sé, Jesús, el amor sólo con amor se paga. Por eso he buscado y hallado la forma de aliviar mi corazón devolviéndote amor por amor. [Ms B 3v-4r].

12 En su bella Carta a las familias Montfortianas, del 8 de diciembre de 2003, san Juan Pablo II explica muy claramente este símbolo de la esclavitud de amor. Desgraciadamente, el manuscrito autógrafo del Tratado está incompleto, y falta la fórmula de Consagración que debiera encontrarse al final. En su lugar se publica la fórmula de Consagración que san Luis María había colocado al final de su primer gran tratado: El Amor de la Sabiduría Eterna (nn.223-227), puede preferirse la gran oración de renovación de la Consagración que se encuentra en El Secreto de María (nn. 66-69), dirigida sucesivamente a Jesús, al Espíritu Santo y a María. Pero la mejor expresión es sin duda la fórmula brevísima, continuamente reproducida por Karol Wojtyla desde los 20 años hasta su muerte, que se encuentra al final del Tratado como preparación a la santa Comunión: "Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria" – Yo soy todo tuyo y todo lo mío es tuyo. Yo te tomo como todo mi bien. Dame tu corazón, oh María" (Tratado de la verdadera devoción a María, n. 266).

12Las últimas líneas de esta oración se refieren siempre a esta misma ofrenda, pero extendida a toda la

multitud de “almas pequeñas”, es decir, a todos aquellos y aquellas que seguirán el camino de la pequeñez evangélica:

¡Que no pueda yo, Jesús, revelar a todas las almas pequeñas cuán inefable es tu condescendencia...! Estoy convencida de que, si por un imposible, encontrases un alma más débil y más pequeña que la mía, te complacerías en colmarla de gracias todavía mayores, con tal de que ella se abandonase con entera confianza a tu Misericordia infinita. ¿Pero por qué estos deseos, Jesús, de comunicar los secretos de tu amor? ¿No fuiste tú, y nadie más que tú, el que me los enseñó a mí? ¿Y no puedes, entonces, revelárselos también a otros...? Sí, lo sé muy bien, y te conjuro a que lo hagas. Te suplico que hagas descender tu mirada divina sobre un gran número de almas pequeñas... ¡Te suplico que escojas una legión de pequeñas víctimas dignas de tu AMOR! [Ms B 5v].

Al recordar que estas líneas fueron escritas el 8 de septiembre, en la fiesta de la Natividad de María, uno puede recordar la insistencia de Teresa sobre la pequeñez de María. Recordando su Profesión en el Manuscrito A, escribió: “¡qué mejor fiesta que la Natividad de María para devenir la esposa de Jesús! Era la pequeña santa Virgen recién nacida quien presentaba su pequeña flor al pequeño Jesús” (Ms A 77r). Pero sobre todo, en su última poesía Por qué te amo María (PN 54), donde ella destaca la pequeñez de María como su más grande privilegio durante su vida en la tierra. María es aquella alma aún más pequeña que Teresa, ¡y todavía más llena de gracia, todavía más abandonada, con una confianza total en la Misericordia infinita!

Manuscrito C

En el Manuscrito C, escrito en junio de 1897, Teresa escribe la fecha del 9 de junio, segundo aniversario de su Ofrenda, como el punto final del relato dramático de su gran prueba contra la fe (Ms C, 5r-7v). Como María junto a la Cruz, Teresa vivió aquello que Juan Pablo II llamó kénosis de la fe (Redemptoris Mater 18), no la duda o la falta de fe, sino al contrario, la fe más heroica y la más probada. Según las palabras de Teresa, es Jesús mismo quien le ha hecho descubrir el drama del ateísmo moderno: “Él permitió que mi alma fuera invadida por las más densas tinieblas” (5v). Siendo la hermana de todos los ateos que ella misma llama “mis hermanos”, aceptando sentarse a su “mesa llena de amargura”, ella intercede por su salvación como lo había hecho por Pranzini, con la misma confianza, pero ahora con el matiz del Amor Fraternal que es la “cuerda” dominante del Manuscrito C (en resonancia con las otras tres “cuerdas” del amor esponsal, maternal y filial). Siempre fiel a su gran deseo de “salvar las almas que están en la tierra”, ella añade ahora aquellos que están aparentemente más lejos.

En las últimas páginas del Manuscrito C, Teresa comenta un texto de las Sagradas Escrituras: las palabras que la Esposa dirige a su Esposo al comienzo del Cantar de los Cantares: “atráeme y correremos tras el olor de tus perfumes” (Ct 1,4). Esta nueva síntesis del “yo” y del “nosotros” unifica y desarrolla de un modo maravilloso el doble deseo de santidad personal y salvación universal que expresó al comienzo del Acto de Ofrenda. Uno vuelve a encontrar aquí los dos grandes símbolos del agua y del fuego.

Cuando se refería a su Ofrenda, Teresa hablaba de esos “ríos, o mejor, de esos océanos de gracia que han inundado su alma”. Ahora, ella evoca con fuerza el movimiento de retorno de esta misma agua viva del Espíritu Santo: “como un torrente que se lanza impetuosamente hacia el océano arrastrando tras de sí todo lo que encuentra a su paso, así, Jesús mío, el alma que se hunde en el océano sin riberas de tu amor atrae tras de sí todos los tesoros que posee” (34r). En el corazón de Teresa, la gracia del bautismo se ha transformado en este torrente poderoso e impetuoso que arrastra una multitud de almas en el océano del Amor de Jesús, y es entonces cuando Teresa se atreve a apropiarse de la gran Oración Sacerdotal de Jesús en Jn 17. Por Él, con Él y en Él, viviendo en plenitud su sacerdocio bautismal, ella se remonta a la Fuente Primera que es el Padre.

Teresa comenta a continuación las mismas palabras de la Esposa utilizando el otro gran símbolo del Espíritu Santo; el del fuego, el fuego de Pentecostés, el fuego del holocausto. Ella encuentra espontáneamente el gran símbolo de la divinización utilizado por los Padres de la Iglesia: el del hierro que se vuelve incandescente por el fuego:

13Ésa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a

Él que sea Él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré «Atráeme»; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada de amor no puede estarse inactiva. […] Así lo entendieron todos los santos, y más especialmente los que han llenado el universo con la luz de la doctrina evangélica. ¿No fue en la oración donde san Pablo, san Agustín, san Juan de la Cruz, santo Tomás de Aquino, san Francisco, santo Domingo y tantos otros amigos ilustres de Dios extrajeron aquella ciencia divina que cautivaba a los más grandes genios? Un sabio decía: «Dadme una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo». Lo que Arquímedes no pudo lograr, porque su petición no se dirigía a Dios y porque la hacía desde un punto de vista material, los santos lo lograron en toda su plenitud. El Todopoderoso les dio un punto de apoyo: ÉL MISMO y ÉL SOLO. Y una palanca: la oración, que abrasa con fuego de amor. Y así levantaron el mundo. Y así lo siguen levantando los santos que aún militan en la tierra. Y así lo seguirán levantando hasta el fin del mundo los santos que vendrán. [Ms C 36rv].

Doctora de la Iglesia, Teresa se encuentra espontáneamente en compañía de los más grandes Doctores: Agustín, Tomás de Aquino13 y Juan de la Cruz, testigos de esta misma “ciencia divina” que es la teología de los santos. Al nombrar a san Pablo, ella recordaba su fuente bíblica, pero es con el Evangelio con lo que pone punto final a su Manuscrito:

Sólo tengo que poner los ojos en el santo Evangelio para respirar los perfumes de la vida de Jesús y saber hacia dónde correr... No me abalanzo al primer puesto, sino al último; en vez de adelantarme con el fariseo, repito llena de confianza la humilde oración del publicano. Pero, sobre todo, imito la conducta de la Magdalena. Su asombrosa, o, mejor dicho, su amorosa audacia14, que cautiva el Corazón de Jesús y seduce al mío. Sí, estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto de arrepentimiento, a echarme en brazos de Jesús, pues sé cómo ama al hijo pródigo que vuelve a él. Es cierto que Dios, en su misericordia preveniente, ha preservado mi alma del pecado mortal. Pero no es ésa la razón de que yo me eleve a Él por la confianza y el amor. [Ms C 36v-37r].

Estas son las dos últimas palabras del Manuscrito C: “la confianza y el amor”, es decir, la confianza que es la única que conduce al amor. Son como los dos “faros” que iluminan toda la vida de Teresa, su camino de santidad que enseña a todo el Pueblo de Dios. Su sorprendente conciencia de haber sido preservada del pecado mortal no la aleja de los más grandes pecadores, al contrario. Ella sabe que el más pecador puede todavía llegar a ser un gran santo, incluso en el último momento, como el Buen Ladrón del Evangelio, como aquella “pecadora muerta de amor” de quien Teresa quería añadir la historia a continuación de su Manuscrito (y más tarde Jacques Fesch). La Ofrenda al Amor Misericordioso es para todos, esta ofrenda que consiste en “arrojarse en los brazos de Jesús y aceptar su Amor Infinito”.

13 Teresa no pudo leer la Suma de Teología, pero hay una armonía profunda entre su teología y la de santo Tomás. Por ejemplo, sobre la cuestión tan contestada en nuestros días de la visión beatífica del alma de Jesús durante su vida terrestre, Teresa tiene la certeza de que Jesús la conocía y la amaba personalmente en los misterios de su Infancia como en su Pasión, y también durante toda su vida en la tierra, lo cual no es posible sin la Visión beatífica.

14 La misma expresión se encuentra en la carta de Teresa a su hermano espiritual Maurice Bellière, escrita el 21 de junio de 1897, exactamente contemporánea al Manuscrito C: “usted ama a san Agustín y santa María Magdalena, esas almas a las que «se les han perdonado muchos pecados porque amaron mucho». También yo les amo, amo su arrepentimiento, y sobre todo... ¡su amorosa audacia! Cuando veo a Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del Corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese Corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación. Querido hermanito, desde que se me ha concedido a mí también comprender el amor del corazón de Jesús, le confieso que él ha desterrado todo temor de mi corazón. El recuerdo de mis faltas me humilla y me lleva a no apoyarme nunca en mi propia fuerza, que no es más que debilidad; pero sobre todo, ese recuerdo me habla de misericordia y de amor. Cuando uno arroja sus faltas, con una confianza enteramente filial, en la hoguera devoradora del Amor, ¿cómo no van a ser consumidas para siempre?” (Cta 247)

14Última carta y últimas palabras

La última Carta de Teresa guarda estas simples palabras escritas para Maurice Bellière sobre una imagen que representa al Niño Jesús en la Hostia consagrada que el sacerdote tiene en sus manos: “Yo no puedo temer a un Dios que se ha hecho tan pequeño por mí. Yo le amo, porque Él no es sino Amor y Misericordia” (Cta 266). He aquí como el testamento espiritual de Teresa, el sello final de su doctrina de la Misericordia Infinita y de Amor Misericordioso, en el extremo abajamiento y pequeñez de Dios, en el misterio del Pesebre, en la Cruz y en la Eucaristía.

En fin, el día de su muerte, el 30 de septiembre de 1897, Teresa quiso una última vez confirmar su ofrenda al afirmar:

No me arrepiento de haberme entregado al Amor… ¡Oh no!, no me arrepiento, al contrario… ¡Jamás hubiera creído que se pudiera sufrir tanto! ¡Jamás!, ¡jamás! No me lo explico más que por el deseo ardiente que he tenido de salvar las almas15.

Ella quería renovar su ofrenda en cada latido de su corazón, justo hasta su último acto de Amor: “¡Dios mío, te amo!”

Roma, 15 de febrero de 2016.

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SUMARIO

INTRODUCCIÓN: TERESA, DOCTORA DE LA MISERICORDIA INFINITA

La Misericordia Infinita de Jesús Salvador, fuente de la fe, de la esperanza y del amor.

1. “ÉL ME HA DADO SU MISERICORDIA INFINITA…”: LA FE Y LA ESPERANZA EN LA MISERICORDIA

A) LA FE EN LA MISERICORDIA (CONCLUSIÓN DEL MANUSCRITO A)B) LA ESPERANZA EN LA MISERICORDIA, COMO ESPERANZA DE LA SALVACIÓN Y DE LA SANTIDAD

La salvación del criminal Pranzini, “primer hijo” de TeresaCon María, la esperanza de un “corazón de Madre”Un corazón de esposa que espera para todosLa esperanza de la santidad: “la confianza audaz de llegar a ser una gran santa"

2. “ARROJARSE EN TUS BRAZOS Y ACEPTAR TU AMOR INFINITO…”: EL AMOR COMO DON TOTAL DE SÍ MISMO AL AMOR MISERICORDIOSO DE JESÚS EN LA TRINIDAD

A) EL RELATO DE LA OFRENDA (CONCLUSIÓN DEL MANUSCRITO A)B) EL ACTO DE OFRENDAC) “QUIERO RENOVAR ESTA OFRENDA EN CADA LATIDO DE MI CORAZÓN”: DINÁMICA Y DESARROLLO DE

LA OFRENDA HASTA LA MUERTE DE TERESAManuscrito BManuscrito CÚltima carta y últimas palabras

15 Últimas Conversaciones, Cuaderno Amarillo (30 de septiembre). El texto, escrito por la Madre Inés, emplea la expresión “salvar almas”, expresión normal de la época. Yo creo que conviene corregir el texto con la expresión típica de Teresa: “salvar las almas”.