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La base común clínica en los grupos de discusión clínica: Resonancia intersubjetiva y teorías implícitas operativas Ricardo Bernardi Resumen Los grupos de discusión clínica basados en el Modelo de los Tres Niveles para Observar las Transformaciones del Paciente (3-LM) permiten reflexionar sobre el tipo de base común clínica que existe entre psicoanalistas con diferente marco teórico. Esta base común es controvertida: R. Wallerstein la afirma mientras A. Green la considera mítica. En su controversia de 2005 ambos autores sugirieron un procedimiento de observación para clarificar esta cuestión. Este procedimiento tiene grandes similitudes con el empleado por los grupos de discusión clínica que utilizan el 3-LM. En ellos, aunque existen variadas diferencias teóricas entre los participantes es posible constatar zonas de comunicación que permiten postular una base común clínica. A nivel fenomenológico se comprueba que determinados fragmentos del material muestran una resonancia compartida que enriquece la comprensión clínica de todo el grupo. Es también posible la comunicación sobre la conceptualización de los cambios del paciente, aunque en este nivel persisten cuestiones controvertidas. Por último, a nivel de los problemas clínicos las discrepancias sobre las teorías abstractas no impide una interacción fecunda entre los esquemas operativos y teorías implícitas personales “in vivo” y los esquemas operativos con 1

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La base común clínica en los grupos de discusión clínica: Resonancia intersubjetiva y teorías implícitas operativas

Ricardo Bernardi

Resumen

Los grupos de discusión clínica basados en el Modelo de los Tres Niveles para Observar las Transformaciones del Paciente (3-LM) permiten reflexionar sobre el tipo de base común clínica que existe entre psicoanalistas con diferente marco teórico. Esta base común es controvertida: R. Wallerstein la afirma mientras A. Green la considera mítica. En su controversia de 2005 ambos autores sugirieron un procedimiento de observación para clarificar esta cuestión. Este procedimiento tiene grandes similitudes con el empleado por los grupos de discusión clínica que utilizan el 3-LM. En ellos, aunque existen variadas diferencias teóricas entre los participantes es posible constatar zonas de comunicación que permiten postular una base común clínica. A nivel fenomenológico se comprueba que determinados fragmentos del material muestran una resonancia compartida que enriquece la comprensión clínica de todo el grupo. Es también posible la comunicación sobre la conceptualización de los cambios del paciente, aunque en este nivel persisten cuestiones controvertidas. Por último, a nivel de los problemas clínicos las discrepancias sobre las teorías abstractas no impide una interacción fecunda entre los esquemas operativos y teorías implícitas personales “in vivo” y los esquemas operativos con los que los participantes abordan los problemas en la práctica clínica.

Abstract

Clinical discussion groups based on the Three-Level Model for Observing Patient Transformations (3-LM) enable to reflect on the kind of clinical common ground present among psychoanalysts with different theoretical frameworks. This common ground is controverted: R. Wallerstein affirms it while A. Green considers it mythical. In their 2005 controversy both authors suggested an observation procedure to clarify this issue. This procedure has great similarities with the one used by groups of clinical discussion using the 3-LM. The analysis of numerous theoretically heterogeneous clinical groups using this model showed that communication is possible in crucial areas, therefore enabling the conclusion of a partial and dynamic common ground. At a phenomenological level certain

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fragments of material show a shared resonance, which enriches the clinical comprehension of the whole group. Communication is also possible about conceptualization of changes in the patient, although at this level some controversial issues persist. Finally, at the level of clinical problems, divergences about abstract theories do not prevent a fertile interaction among operative schemes and “in vivo” personal implicit theories and the operative schemes with which participants address problems in clinical practice.

Introducción

Trataré el tema del diálogo entre los analistas con diferentes marcos teóricos, focalizándome en las condiciones que hacen posible un intercambio fructífero. Que este diálogo pueda tener lugar es relevante para clarificar el estatus epistemológico de nuestra disciplina y para que en ella puedan darse verdaderas controversias científicas, lo que genera condiciones más favorables para el avance de la práctica clínica y para una mejor educación psicoanalítica.

Las características y las consecuencias del pluralismo continúan siendo un tópico de interés actual. El término pluralismo designa en primer lugar un hecho: existe una pluralidad de ideas teóricas y técnicas en psicoanálisis. En segundo lugar, indica la existencia de un acuerdo colectivo que hace posible la convivencia de estas diversas ideas dentro de un mismo marco institucional. Este fue, p. ej., el resultado de las bien conocidas controversias Freud - Klein (King & Steiner, 1991) que tuvieron lugar en la Sociedad Británica entre 1941 y 1945 y que dieron lugar a un “gentlemen agreement” que permitió la coexistencia de diversas corrientes dentro de una misma sociedad. Pero la idea de pluralismo conlleva una aspiración más ambiciosa: la existencia de un espacio de intercambio donde las distintas corrientes de pensamiento puedan interactuar. No se trata sólo de lograr coincidencias, sino de un modo más esencial, de una interacción, que favorezca el crecimiento de la disciplina y que incluye tanto consensos como la clarificación y la mejor fundamentación de las diferencias. Pero las condiciones que hacen fructífero este intercambio rara vez se cumplen. Las controversias Freud – Klein no avanzaron en el desarrollo de este ámbito de intercambio. Esto tampoco ocurrió en el Río de la Plata cuando se instauró la situación de pluralismo (AUTOR, 2001). Widlocher se preguntó con razón si los psicoanalistas saben debatir (2008). Sin este intercambio el pluralismo puede fácilmente dejar de ser un campo argumentativo compartido, donde las hipótesis alternativas pueden competir e interactuar, para convertirse en una “pluralidad de ortodoxias”, como la denominó A. Cooper (2008), conduciendo a la fragmentación del campo psicoanalítico.

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Para que exista interacción fructífera es necesaria una base común. En filosofía del lenguaje la expresión base común (“common ground” o “grounding”) en comunicación significa el “conocimiento mutuo, las creencias mutuas y los supuestos mutuos que son esenciales para la comunicación entre dos personas” (Clark & Brennan, 1991) (traducción mía). La comunicación incluye tanto los acuerdos como los desacuerdos productivos y pone en juego no sólo los aspectos relacionados con el contenido sino también con el proceso de intercambio. En este trabajo prestaré atención al proceso de comunicación que permite poner de manifiesto la existencia de una base clínica común, y los caminos por los que esta base común puede favorecer un pluralismo productivo.

Abordaré los siguientes temas:

En primer lugar, examinaré la naturaleza de las dificultades en la comunicación teórica y clínica en el psicoanálisis. Una controversia clave acerca de la existencia de una base clínica común tuvo lugar en 2005 entre R. Wallerstein y A. Green. Ambos autores concluyeron en la necesidad de un ejercicio o procedimiento que permitiera determinar empíricamente la existencia de dicha base común clínica. Este tema será examinado a partir de la experiencia de los grupos de discusión clínica de la IPA que usan el Modelo de los Tres Niveles para Observar las Transformaciones del Paciente (3-LM).

En segundo lugar, basándome en estas experiencias grupales, examinaré las características de la base clínica común en cada uno de los tres niveles propuestos por este modelo, a saber, el nivel de la observación fenomenológica, de las conceptualizaciones clínicas y de las explicaciones teóricas.

Finalmente, presentaré algunas conclusiones acerca de la relación entre las observaciones clínicas y los conceptos teóricos y las consecuencias que estas ideas pueden tener para la formación y para el intercambio científico entre psicoanalistas.

Pluralismo: ¿Integración teórica o inconmensurabilidad?

La integración teórica de los diversos enfoques teóricos es problemática, dado que una misma palabra puede designar cosas distintas en diferentes teorías y un mismo fenómeno o aspectos del mismo pueden ser designados de modo diferente por diversas teorías. Por esa razón una integración conceptual “de arriba a abajo”, es decir, que tome como punto de partida premisas o supuestos metapsicológicos universalmente aceptados no es factible, ya que estos postulados o supuestos axiomáticos no son los mismos en diferentes teorías. La diversidad teórica afecta a la forma en la que percibimos a los fenómenos clínicos. Esto hace que sea difícil determinar hasta dónde diferentes teorías hablan de los mismos fenómenos y los conceptualizan de forma compatible o conmensurable.

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Cuando comencé a enseñar en mi Instituto, me llamó poderosamente la atención cuando, durante un seminario, examiné la interpretación de S. Freud del sueño central de su paciente, conocido como el Hombre de los Lobos (Freud, 1918b), e intenté compararla con la reinterpretación de este sueño hecha por autores como Melanie Klein (1932/1964) y Jacques Lacan (1966), desarrollada por Serge Leclaire (1958). A pesar de que las tres perspectivas consideraban el mismo sueño de manera similar y usaban términos teóricos similares, los hechos clínicos relevantes tomados en cuenta y los postulados metapsicológicos eran claramente distintos. En consecuencia cabía preguntarse: ¿Existe un espacio de significado compartido entre estos enfoques o se basan en perspectivas incomensurables, en el sentido que dan a este término Kuhn (1962) y Feyerabend (1962)? O dicho de modo más directo: ¿Diferentes analistas ven a los mismos lobos? (AUTOR, 1989).

Freud seleccionó el contenido sexual del sueño; M. Klein basó sus interpretaciones en los aspectos agresivos orales (la boca abierta del lobo); Lacan y Leclaire le prestaron atención a los determinantes formales (V,W,M…), o sea a los significantes. Por lo tanto, los aspectos relevantes de los fenómenos tomados en cuenta no son los mismos. Los tres enfoques usan palabras similares: inconciente, Edipo, transferencia, etc. Sin embargo, los contextos semánticos y pragmáticos difieren. El concepto lacaniano de Edipo necesita ser comprendido en relación con nociones tales como el registro de lo real, lo imaginario y lo simbólico, etc. Este no es el caso en Freud. El concepto kleiniano del complejo Edipo es parte de una red que incluye conceptos tales como posiciones, ansiedades tempranas, fantasías inconcientes, objetos parciales, etc. Comprobamos que cuando tomamos como punto de partida de la observación determinadas premisas, los fenómenos seleccionados serán los que están de acuerdo con estas premisas de la teoría. Más aún, algunos fenómenos clínicos son descritos por algunas teorías y no por otras, por ej., los objetos-self kohutianos, los objetos parciales descritos por M. Klein, el objeto “a” lacaniano , etc. Podríamos decir que más que no observados, son no observables. Esto nos obliga a preguntarnos si estamos entonces en presencia de lo que Hacking (Hacking, 1999) denominó “clases interactivas” (interactive kinds or classes) en las cuales la realidad es modificada por el concepto que procura describirla. Resumiendo, la situación que encontramos es similar a lo que en filosofía se ha llamado “holismo semántico” que afirma que una cierta parte de un lenguaje solo puede ser comprendida a través de su relación con dicho lenguaje en su totalidad.

En consecuencia se genera una brecha entre las teorías psicoanalíticas que se parece al cambio profundo, gestáltico en el modo de ver el mundo que Thomas Kuhn describió como cambios de paradigma y que da origen a una relación de inconmensurabilidad entre teorías (Kuhn, 1962). El holismo de Duhem-Quine (1960) sugiere la imposibilidad de probar una hipótesis específica de una teoría si se la toma aislada del resto de la teoría, puesto que esta hipótesis es parte de una red de suposiciones y de hipótesis auxiliares que se están poniendo a prueba al mismo tiempo.

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Desde esta perspectiva, más que aspirar a hablar un mismo idioma, los psicoanalistas, así como muchos otros científicos, tenemos que aprender a ser políglotas para poder comunicarnos con colegas que usan otro lenguaje teórico, permitiendo que cada colega se exprese en el lenguaje de su teoría preferida. En realidad el panorama resulta más complejo si tomamos en cuenta la existencia de dialectos, esto es, de distintas versiones o interpretaciones de un mismo autor, frecuentemente dentro de una misma región o entre seguidores cercanos de ese autor. Estas diferencias intrateóricas dan lugar a debates que no son menos apasionados e intransigentes que los interteóricos. Por eso, si bien se ha podido señalar la existencia de zonas de cruce o convergencias entre las diversas teorías psicoanalíticas (Schkolnik, 1985) (Kernberg, 1993) (G. Gabbard, 1995) (Filho, 2003), no parece posible afirmar que se haya podido construir un lenguaje común.

La formación en las instituciones pluralistas se ajusta por lo general al modelo del poliglotismo y se enseña a los analistas a utilizar diversos lenguajes teóricos, poniendo el acento en que cada uno de ellos se emplee en forma coherente con sus propios postulados metapsicológicos. Pero este debería ser solo un primer paso y la educación psicoanalítica debería poner un énfasis similar en transmitir de qué manera es posible un diálogo fructífero entre las diversas teorías y en qué forma ellas podrían ser cotejadas o dar origen a hipótesis alternativas que puedan ser comparadas frente a los problemas clínicos. Sin este segundo paso se refuerza la situación antes mencionada de holismo semántico, y cada analista termina hablando en su propio idioma el cual aspira a abarcar la totalidad del psicoanálisis.

En mi opinión las barreras lógicas y semánticas entre las distintas teorías producidas por esta situación no son insuperables. Estas barreras se generan cuando el material clínico es examinado a partir de ciertos principios teóricos que son los únicos admisibles. Predominan entonces los razonamientos deductivos “de arriba-abajo” y la exclusión de los fenómenos que no entran dentro de esta perspectiva. En consecuencia, para que puedan existir acuerdos a nivel clínico se deben dar primero ciertos acuerdos de naturaleza metapsicológica. Pero en realidad esto no es algo que sea necesario ni legítimo exigir, ni refleja el modo espontáneo de razonar en la práctica clínica. Más aún, el estudio minucioso de algunas de las controversias actuales en psicoanálisis sugiere que las barreras que así se generan más que el efecto de una verdadera situación de inconmensurabilidad pueden verse como estrategias defensivas para evitar que las premisas metapsicológicas tomadas como punto de partida puedan resultar cuestionadas por el material clínico (AUTOR, 2002).

La base clínica común

La cuestión crucial es si la comunicación puede apoyarse en una base clínica compartida por analistas con diferentes perspectivas teóricas sobre el material. De ser así esta base clínica común debería servir como punto de partida de un proceso inferencial “de

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abajo a arriba”, que permitiera avanzar en forma ascendente desde experiencias clínicas compartidas hacia explicaciones teóricas de mayor nivel de abstracción.

La existencia o no de una base clínica común fue el tema central de una conocida controversia entre Robert Wallerstein y André Green (2005). Wallerstein, reafirmando posiciones anteriores (Wallerstein, 1988), (Wallerstein, 1990), sostuvo que a pesar de la variedad de posiciones teóricas y técnicas, los analistas compartían una base común a nivel clínico. Esta afirmación fue fuertemente cuestionada por André Green quien, desde una perspectiva cercana al holismo semántico antes mencionado, argumentó que los conceptos teóricos y clínicos eran inseparables y desafió a la comunidad analítica a mostrar tal base mítica en los trabajos científicos, los congresos o las controversias psicoanalíticas.

De forma interesante, Green propuso un procedimiento empírico que podría utilizarse para comprobar el parentesco entre diferentes teorías. Señaló que esta afinidad debería ser demostrada a través de una secuencia de sesiones suficientemente extensa en la que participen analistas con diferentes enfoques teóricos y técnicos. “Hasta donde sé, este ejercicio nunca ha sido intentado”, agrega Green (Green, 2005) (traducción mía).

Wallerstein concuerda con este procedimiento propuesto por Green y lo considera como un ejemplo de investigación empírica. Señala también la posibilidad de que existan “diferencias en nuestra concepción de los pasos necesarios en el proceso de esta demostración (o determinación)” (Wallerstein, 2005, p. 637) (traducción mía), aunque no se explaya sobre este punto. La clarificación de estos pasos es, sin embargo, en mi opinión crucial pues nos enseña dónde y en qué condiciones la base común puede ponerse de manifiesto.

El procedimiento o “ejercicio” propuesto por Green puede considerarse como un estudio observacional o un experimento natural extremadamente útil e interesante acerca de la naturaleza y alcance de la base clínica común. Podemos considerar que la situación estándar está constituida por los colapsos habituales que se dan en la comunicación entre analistas con distinta afiliación, tal como son descritos por Green en los intercambios científicos o controversias que involucran diferencias de tipo metapsicológico. Ellas muestran, como dice Green, que “La mayoría del tiempo los analistas hablan un solo idioma en psicoanálisis, el propio…” (Green, 2005, p. 631) (traducción mía).

El “experimento” mencionado propone en cambio explorar un camino diferente, que ofrezca una base para la comunicación que evite los colapsos mencionados. Para ello es necesario buscar la base común en el primer impacto del material en la mente de los analistas, más allá o más acá de la forma en la que esto luego se interprete, y estudiar luego en pasos sucesivos los puntos de contacto en el proceso inferencial que va de esta primera impresión a los conceptos descriptivos y a las explicaciones teóricas. Este proceso inferencial de “abajo a arriba” pone en primer lugar el nivel experiencial, otorgándole

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consistencia propia, aún cuando pueda estar influido por las teorías y experiencias previas de cada analista.

El Modelo de los Tres Niveles para Observar las Transformaciones del Paciente como una herramienta para explorar la base común

Algunos grupos de discusión clínica de la IPA (Working Parties y Working Groups) se acercan a este tipo de procedimiento ascendente. Me referiré especialmente al “Modelo de los tres niveles para observar las transformaciones del paciente” (Altmann de Litvan, 2014), (Bernardi, 2014b), (Bernardi, 2014a). El autor propuso, en 2011, este modelo al Comité de Observación Clínica de la IPA, el cual lo implementó para su uso en grupos de discusión clínica. El modelo constituye una guía o herramienta heurística para observar los cambios y las transformaciones del paciente a través de tres niveles sucesivos de análisis. Tal como fue solicitado por Green y Wallerstein, estos grupos están compuestos por analistas con diferente orientación teórica, quienes discuten una selección extensa del material clínico de un paciente hecha por el analista, que incluye diferentes períodos de un análisis suficientemente prolongado. Usualmente las discusiones toman unas 10-12 horas, dedicándose 3 o 4 horas a cada nivel. En este momento (2016) cerca de mil analistas pertenecientes a las diversas regiones han participado de estos grupos.

El primer nivel de observación es fenomenológico. Se invita a los participantes del grupo a que escuchen el material con el “tercer oído analítico” (Reik, 1968) y a compartir la resonancia que tiene en ellos el material. Se pide que se posponga la formulación de interpretaciones y que en cambio se transmita al grupo lo que a cada uno se le destaca en el material en relación a las transformaciones del paciente. Esto incluye tanto los cambios en la vida del paciente como en el análisis, especialmente en la manera que el paciente “usa” (en el sentido de Winnicott) al analista y usa sus propios recursos mentales y corporales. Asimismo, se les pide que expresen cuáles fragmentos del material tuvieron mayor impacto en ellos, pues les sugiere significados inconcientes, aunque estos significados aún no puedan ser identificados claramente. Se solicita prestar atención a las metáforas o imágenes del material que producen una mayor resonancia. Estos fragmentos del material se vuelven “puntos de anclaje” a partir de los cuales se busca rastrear los cambios posteriores. Estos fragmentos que resuenan en un participante producen nuevas asociaciones en otros participantes y esta resonancia compartida abre nuevas direcciones de exploración para el grupo.

En este punto desearía hacer una digresión y volver al Hombre de los Lobos. Me gustaría imaginarme cómo se habría dado este primer nivel de análisis del material del Hombre Lobo si tuviéramos una transcripción textual del análisis. Obviamente no

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disponemos de esta información, pero, aunque no sea del todo equivalente, podemos hacer el ejercicio agregando a lo que Freud dice en el Historial lo escrito por el propio Hombre de los Lobos en sus memorias o lo que relata su siguiente analista, Ruth Mac Brunswick (Gardiner, 1971). La resonancia del material y el cuidado para traducirlo en las palabras del paciente ciertamente no fue subestimado por Freud, quien escribió:

“Me llamó la atención que de tiempo en tiempo se volviera hacia mí, mirándome de manera muy amistosa, como sosegándose, y acto seguido dirigiera su mirada al reloj. Pensé entonces que era un signo de su anhelo de que terminara la sesión. Mucho más tarde el paciente me recordó ese juego de ademanes y me proporcionó su explicación acordándose de que el menor de los siete cabritos había hallado un escondrijo en la caja del reloj de pared, mientras sus seis hermanitos eran comidos por el lobo. He aquí, pues, lo que en esa época quería decirme: ‘Sé bueno conmigo. ¿Debo tenerte miedo? ¿Quieres comerme? ¿Debo esconderme de ti en la caja del reloj de pared como el menor de los cabritos?” (Freud, 1918a, p. 39)

Cuando Freud dice “me llamó la atención” está hablando de su resonancia interna. Imaginemos ahora que nos preguntáramos a nosotros mismos qué otros fragmentos resuenan en nosotros cuando oímos estas palabras. Permítanme hablar de mis propias asociaciones. En sus Memorias, el Hombre de los Lobos, Sergei Pankejeff, recuerda la foto de un lobo erecto, con la boca abierta, en un libro que lo asustaba. Dice que cuando tenía cuatro años su hermana le anunció que le enseñaría una linda imagen de una niña, pero lo que le mostró en cambio fue una foto del lobo que lo atemorizaba. En ese momento él reaccionó con una pataleta. Pero agrega un comentario interesante: probablemente la causa real de esta reacción no fue tanto el miedo al lobo sino la decepción y la rabia porque su hermana se había burlado de él. No sabemos en qué medida esto constituye un recuerdo encubridor, pero de todos modos en mi escucha daría importancia a la resonancia que producen emociones tales como rabia y la humillación, las cuales no son afectos dominantes en la narración del caso que hace Freud. Estas emociones me llevan a recordar el episodio paranoide de Sergei Pankejeff cuando, años luego de terminar su análisis con Freud, consultó con Ruth Mack Brumswick, siguiendo el consejo de Freud. Sergei sintió en este momento que el tratamiento de un doctor que había consultado (que Ruth Mack Brumswick en este nuevo análisis relacionó con Freud) le había estropeado la nariz y que le gustaría matar a este doctor.

Esta especie de atención flotante dirigida a todo el material no procura conseguir apoyo directo para ninguna teoría o interpretación. Se sitúa en un nivel pre-interpretativo neblinoso que busca dejar abierta la posibilidad de que ciertos trazos se destaquen con luz propia. Por ejemplo, emociones del paciente como la rabia o la humillación aparecen en nuevos contextos significativos, diferentes al de las las interpretaciones mencionadas más arriba basadas en la sexualidad, la agresión oral, etc. Esta escucha abierta no busca aportar certezas sino mayor complejidad y nuevos interrogantes a nuestra comprensión.

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En los grupos es posible ver la utilidad de esta visión ampliada que incluye el entrecruzamiento de múltiples perspectivas para prevenir interpretaciones unilaterales o apresuradas, mostrando, en su lugar, la complejidad de las interconexiones que existen en el material. La resonancia en los participantes traza “líneas de fuerza” en el material y evoca “fantasías-teoría” (Nieto et al., 1985) en los participantes del grupo. De esta forma, se abre la posibilidad de nuevos significados.

El lenguaje utilizado por el grupo juega un papel esencial. Para que este proceso ocurra es preciso que la discusión se dé en un lenguaje espontáneo, libre de jerga técnica. Los participantes deben permitirse un cierto estado de ensoñación, o de transformación onírica de su escucha (“transformation in dreaming”). Este es un aspecto que muchos autores actuales jerarquizan (e.g., (Ferro, 2009). Se le pide también a los participantes que acompañen este fluir de asociaciones espontáneas con una “segunda mirada” (Baranger, Baranger, & Mom, 1983) que examine en forma crítica lo que puede estar ocurriendo en ese momento entre paciente y analista y lo que puede ocurrir en forma paralela en el grupo de discusión. De ese modo los participantes están atentos no sólo al efecto del material en ellos, sino a lo ocurrido en la sesión y a lo que ocurre en el grupo, buscando abrir múltiples perspectivas o vértices sobre el material. Se invita siempre a señalar con precisión las partes del material donde se apoyan las observaciones o ocurrencias para poder cotejarlas con las de los demás participantes (cada participante recibe al comenzar una copia del material en el que las líneas del texto están numeradas).

Continuemos examinando los otros niveles de análisis del 3-LM. En el segundo nivel la discusión tiene como objetivo identificar las principales dimensiones del cambio, utilizando conceptos que puedan ser objetivables a partir de categorías o dimensiones operacionalizables. Esto implica un cambio de perspectiva y por tanto una mirada complementaria, binocular sobre los fenómenos clínicos. Las preguntas que ahora guían las discusiones de los grupos están inspiradas en las dimensiones aportadas por sistemas diagnósticos psicoanalíticos actuales tales como el Manual de Diagnóstico Psicodinámico, la Escala de Nivel de la Personalidad del DSM-5 (Sección III) (LPFS) y, especialmente el Diagnóstico Psicodinámico Operacionalizado (OPD-2), (OPD Task Force, 2008). Estos sistemas, en especial el OPD-2, hacen referencia a dimensiones tales como: Experiencia de la enfermedad, Patrones relacionales, Conflictos y defensas, Funciones estructurales: identidad y percepción de sí mismo y del otro, regulación afectiva, simbolización y vínculo). Estos niveles requieren que se complementen las intuiciones clínicas del primer nivel con una actitud de investigación más atenta a las cuestiones de validez, confiabilidad y a la prevención de posibles sesgos.

El tercer nivel del 3-LM invita a los participantes a comparar las hipótesis explícitas o implícitas del analista con otras hipótesis teóricas posibles, así como discutir las diversas estrategias interpretativas posibles, examinando siempre su grado de ajuste al material clínico.

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Cada uno de estos niveles permite explorar la base común desde un ángulo diferente.

Primer nivel: la resonancia compartida

El fenómeno de la resonancia compartida en el primer nivel de observación será ejemplificado por medio de un caso que fue discutido simultáneamente por cuatro grupos de analistas con diferentes marcos teóricos usando el 3-LM.

Roy consultó por depresión e ideas de muerte acompañado de abandono de proyectos personales que se acompañaron de fracasos repetidos en diferentes áreas de su vida. Esto ocurrió luego de pérdidas importantes. Su vida progresivamente se deterioró. Dos años atrás comenzó psicoterapia psicoanalítica. Los participantes discutieron este material por varias horas y compararon sus conclusiones al final del día.

Interesa señalar la existencia de un grado apreciable de coincidencia en los juicios clínicos globales. Los participantes estuvieron mayoritariamente de acuerdo en que en esos dos años Roy mejoró en aspectos importantes de su vida. Progresivamente pudo hacer un mejor uso del analista y de sus propios recursos para lograr ciertos cambios, aunque estos cambios aún eran incipientes e inestables. Establecer el grado de concordancia importa por cuanto ofrece una base para establecer el consenso entre expertos. Recientemente en muchos grupos del 3-LM se están aplicando cuestionarios antes y después de las discusiones y se está llevando a cabo una investigación financiada por el Comité de Investigación de la IPA para establecer el grado de acuerdo entre las evaluaciones del cambio (A. Garbarino, comunicación personal).

Además de la concordancia en ciertas intuiciones o juicios clínicos, es posible mostrar otro proceso que tiende a confirmar la existencia de una base común y que tiene especial significación desde el punto de vista psicoanalítico. Me refiero a la ya mencionada resonancia compartida que hace que cierto fragmento del material o imagen tienda a despertar en otros participantes asociaciones con otras partes del material que pasan a reverberar de modo distinto para los demás.

Veamos al caso clínico:

Roy: “Es como si después [de la muerte de mi madre] hubiera sido un robot, una cosa así” .

Analista: “… los robots no tienen madre, ni padre, ni sentimientos, ni vida ni muerte”.

La discusión de esta imagen del robot en algunos de los participantes lleva a recordar metáforas provenientes de otras sesiones:

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Roy: “Se me rompió el embrague de mi auto. Los cambios entran si le das en el momento justo, el problema es frenar…

Analista: (repite) “los cambios entran si les das justo en el momento…”

Roy: “Qué similar un auto a una persona…”

Analista: Y el riesgo es acelerarse queriendo cambiar todo de una vez y después no poder frenar”

Estas metáforas, en las que Roy ofrecía una representación mecánica de sí mismo, llevaron a los participantes a evocar otros fragmentos del material que podían estar relacionados con los anteriores, sugiriendo posibles dimensiones aún no exploradas de los fenómenos subyacentes. Por ejemplo, en un momento dado el analista que presentó el caso recordó un sueño de este paciente. En él Roy descubrió que su auto había sido robado y que no lo podía encontrar. Este sueño le dio al grupo nuevas pistas acerca de las dificultades del paciente para sentirse a sí mismo como el dueño de su propia vida.

Aunque los participantes escuchan a través de sus propias teorías, esta resonancia no es primariamente de naturaleza declarativa. Lo que se comparte es más bien el efecto de la comunicación inconsciente sobre la escucha analítica. A eso se debe el poder evocativo de las metáforas o de las figuras del lenguaje. Estas imágenes conservan cierta ambigüedad o indeterminación que permiten explorar los aspectos inconcientes del material mejor que los términos abstractos de las teorías. “Robot” o “auto” expresan aspectos de las vivencias de Roy que permiten explorar la relación consigo mismo (mente y cuerpo) y con los demás, ofreciendo una base más rica para las conceptualizaciones del segundo nivel y para las hipótesis teóricas que son discutidas en el tercer nivel. Freud sostenía que el analista “debe volver hacia el inconciente emisor del enfermo su propio inconciente como órgano receptor, acomodarse al analizado como el auricular del teléfono se acomoda al micrófono” (Freud, 1912, p. 115). En el primer nivel del 3-LM los participantes dejan también resonar en ellos la escucha de los otros miembros del grupo. Resonancia mutua no significa resonancia idéntica. En física la resonancia ocurre cuando un sistema que vibra lleva a otro sistema a oscilar con mayor amplitud dentro de una determinada frecuencia. En ese sentido los grupos de discusión actúan como un resonador, favoreciendo un efecto multiplicador entre los distintos participantes, pero reconociendo cada uno de ellos reacciona de acuerdo con su propia ecuación personal. Por eso las teorías y experiencias propias de cada participante no son necesariamente un obstáculo sino que pueden resultar enriquecedoras, especialmente cuando se desencadena un proceso de espiral dialéctico que lleva en cada paso a ver el material desde una nueva perspectiva. Del mismo modo que en un análisis importa no tanto que el paciente diga que está de acuerdo o no con una interpretación sino las nuevas asociaciones que provoca, de modo similar, en los grupos resulta de particular valor las resonancias en cadena que se producen en los diversos miembros del grupo.

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Los fenómenos de resonancia compartida no son en esencia diferentes de las respuestas contratransferenciales, aunque ocurran en contextos diferentes. Gabbard (1995) ha señalado que la comprensión y la utilización clínica de la contratransferencia constituye un camino emergente hacia la constitución de una base común entre analistas.

El hecho de que el psicoanálisis se apoye en una forma de conocimiento emocional, encarnado y situacional, ha sido durante mucho tiempo el talón de Aquiles epistemológico del psicoanálisis, debido a su carácter subjetivo. Paradójicamente, constituye también su fortaleza, ya que el psicoanálisis tiene el privilegio de haber desarrollado y de disponer de esta forma de comprensión intersubjetiva emocional profunda. La empatía es nuestro mejor escáner de las emociones de los demás y por eso es posible observar una resonancia similar en terapeutas con formación teórica o criterios técnicos muy diferentes entre sí. El papel que el psicoanálisis asigna a los fenómenos emocionales inconcientes en la comunicación no sorprendería a un etólogo o a un neurocientista como Damasio. Como hace notar Frans de Waal (2013), la posibilidad de comprensión empática es parte de las adquisiciones evolutivas que hacen posible la sobrevivencia de nuestra especie y de las especies vecinas. El psicoanálisis utiliza y profundiza este potencial que está especialmente desarrollado en la especie humana.

Podemos concluir que en este primer nivel de discusión la base clínica común se pone de manifiesto antes que nada en la resonancia mutua que ciertos fragmentos del material produce en diversos participantes del grupo, ampliando la red de asociaciones y enriqueciendo la comprensión del material.

Segundo nivel: De la resonancia empática a la conceptualización de dimensiones diagnósticas

Surgen nuevos desafíos cuando debemos pasar de las observaciones intuitivas y metafóricas del primer nivel a la conceptualización de las dimensiones del cambio terapéutico en el segundo nivel. Los participantes tienen que identificar estas dimensiones y determinar cuán significativo es el cambio. Esto implica lograr un acuerdo básico acerca de los factores psicodinámicos relevantes que están en la raíz de la psicopatología del paciente y sobre el grado de modificación de los mismos.

Volvamos a la metáfora del robot. Hubo coincidencia en los grupos acerca de que esta imagen reflejaba uno de los efectos de sus duelos paralizados o congelados, y en los grupos hubo también acuerdo respecto a ciertas funciones estructurales que se podía inferir que habían resultado afectadas: por ej., el sentido del self, el sentido de agencia, la regulación afectiva, el procesamiento de las emociones y vivencias corporales, y las

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relaciones objetales internas y en el mundo exterior. ¿Estos acuerdos significan que existe una base compartida también en este nivel? Sí y no.

La respuesta puede ser afirmativa porque en la discusión se da un grado de acuerdo apreciable en torno a ciertas dimensiones que describen el cambio del paciente. Este acuerdo aumentaría si se utilizaran categorías operacionalizadas y entrenamiento previo como sugiere el OPD-2. Pero en este punto es difícil avanzar pues surgen divergencias que pueden resumirse en dos tendencias divergentes.

Para muchos analistas el camino de la operacionalización es no sólo aceptable sino también deseable. Implica la posibilidad de definir en forma consensual las dimensiones del cambio psíquico que observamos en los análisis y sirve de base para la formulación de conceptos teóricos más consistentes y mejor anclados en la experiencia clínica psicoanalítica.

Otros colegas discrepan radicalmente con este camino pues consideran que él lleva a perder de vista la esencia propiamente psicoanalítica de estos conceptos La operacionalización conduce a tomar en cuenta lo que el OPD-2 denomina, en forma gráfica, el “mínimo común múltiple” entre conceptos teóricos pertenecientes a diferentes teorías (OPD Task Force, 2008, p. 14). Numerosos analistas piensan que, aún cuando estas dimensiones operacionalizadas puedan tener una cierta validez, ellas no captan lo que es realmente relevante desde el punto de vista psicoanalítico.

Por lo tanto, al pasar del primer nivel al segundo, el acuerdo existente en el primer nivel se vuelve parcial o problemático cuando se intenta definir los fenómenos observados. Por ejemplo, la experiencia de “robot” de Roy no ofrece dificultades para la comunicación en el primer nivel, pero en el segundo nivel, mientras algunos participantes estaban de acuerdo en que un aspecto esencial de esta experiencia podía ser definido como una pérdida del “sentido de agencia”, para otros era mejor expresarlo en términos de fallas en la “posición subjetiva del sujeto”. Reencontramos, pues, en este nivel el problema del “holismo semántico” al que me he referido más arriba: la dificultad no radica muchas veces en determinado término, sino en que su uso acarrea el del conjunto del lenguaje teórico al que pertenece.

En las posiciones más radicales, que rechazan cualquier tipo de conceptualización diagnóstica como perjudicial a la comprensión psicoanalítica de la singularidad del paciente (p.ej., (Hoffman, 2009), es posible ver que reaparece la dicotomía que obliga al psicoanálisis a optar entre la tradición científica y la tradición hermenéutica. Desde mi punto de vista esto genera un falso dilema, ya que dada la complejidad del ser humano, el psicoanálisis necesita de la contribución tanto de la hermenéutica como de la ciencia natural para dar repuesta a los interrogantes que se le plantean. No está en un limbo entre la ciencia y la hermenéutica, sino que el psicoanálisis busca dar respuesta a preguntas para las

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que necesita apoyarse en su propio método clínico y otras que se responden mejor con la ayuda de la tradición científica, en algunos casos o hermenéutica en otros. (Bernardi, 2015). Las metáforas y las creaciones del arte y las humanidades enriquecen nuestra comprensión de los significados de la experiencia humana, del mismo modo que otras preguntas, como por ejemplo las relacionadas con la validez, confiabilidad, posibles sesgos, o las relaciones de causalidad necesitan recurrir a las metodologías científicas y en especial a la estadística y a las neurociencias. La pregunta esencial no es acerca de si un método es superior a otro, sino de cuál es más adecuado para responder qué tipo de pregunta. Y por lo común es necesario combinar diversas perspectivas. Al igual que en la navegación y en las ciencias sociales, el psicoanálisis se beneficia de la triangulación de sus conocimientos a través de la comparación de distintos métodos y perspectivas, interesándose por la consiliencia de sus ideas con los aportes de otras disciplinas.

Resumiendo, a nivel de la descripción y conceptualización de los fenómenos clínicos la experiencia con el 3-LM muestra que es posible un acuerdo considerable entre analistas de diferente filiación teórica, pero no existe unanimidad respecto al alcance de este acuerdo y a su relevancia para el psicoanálisis. La respuesta a estas cuestiones depende en gran medida del valor que se le asigne a la búsqueda de consiliencia del conocimiento psicoanalítico con el que proviene de otros métodos y otras fuentes de conocimiento.

La base común a nivel de las explicaciones teóricas

Podría esperarse que las mayores diferencias entre analistas con diferentes marcos teóricos aparecieran en el tercer nivel, cuando se discute la explicación de los cambios del paciente. Sorprendentemente este no es el caso y las discusiones muestran que existen acuerdos frecuentes entre analistas de distinta tradición teórica respecto de cuáles hipótesis resultan más convincentes para comprender los cambios o no cambios del paciente. Estos acuerdos son posibles por la naturaleza de las preguntas y respuestas en cuestión.

La discusión en el tercer nivel no está dirigida a dar respuesta a cuestiones generales y abstractas de la teoría psicoanalítica, sino a los problemas clínicos específicos identificados en los niveles anteriores. Por ejemplo, en el caso de Roy, las preguntas discutidas por el grupo se focalizaron en los cambios que ocurren en los procesos de duelo, en las situaciones traumáticas que podrían estar incidiendo en su evolución, en sus vulnerabilidades estructurales, etc.

Las respuestas a estas preguntas no buscan apoyarse en determinados principios metapsicológicos, sino en forma más directa en las teorías implícitas personales de los participantes. Las teorías implícitas o privadas, como las llamó Sandler (1983), son teorías concientes-preconcientes que se desarrollan en la interfaz entre las teorías públicas u oficiales y la experiencia personal del analista. Son el núcleo de los “esquemas

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conceptuales, referenciales y operativos” (Pichon-Rivière, 1998) que guían el trabajo de cada analista. Las premisas metapsicológicas realmente utilizadas en la práctica son de naturaleza dramática, situacional y dialéctica y buscan dar cuenta del vínculo entre el paciente y el analista (Bleger, 1969), (Bernardi & de León de Bernardi, 2012). Por eso si bien guardan necesariamente relación con los sistemas metapsicológicos generales, en los que el analista se inspira, por encima de todo reflejan la forma personal en la que trabaja, de acuerdo a su propio desarrollo personal y profesional. No somos clones que aplicamos determinadas teorías de forma similar. Recibimos múltiples influencias a las que moldeamos de acuerdo a nuestra experiencia. Estas teorías implícitas son las que pueden recoger la resonancia interna del material y formularla de modo operativo para trabajar con el paciente. Por eso ponen en juego la persona real del analista. Este hecho paradójicamente refuerza la base común, pues es a nivel de los modelos personales donde se vuelve más fluida y dialécticamente más fructífera la comunicación entre analistas aunque difieran sus marcos teóricos.

La discusión minuciosa que se da en el primer y segundo nivel lleva a un conocimiento de la complejidad de cada caso clínico que desalienta el uso de clichés teóricos. Es frecuente que en los grupos surjan comentarios sobre el carácter incompleto o parcial de las explicaciones teóricas propuestas. Al mismo tiempo las hipótesis teóricas manejadas, al tener el carácter de mini-modelos personales, no necesitan vincular en forma cuidadosa estas hipótesis con las teorías generales en las que se inspiran. Muchas veces se nutren de elementos de distintas tradiciones teóricas, utilizados en forma elástica. Al final de uno de los grupos de discusión un participante dijo que era la primera vez que luego de tantas horas de discusión no podía identificar claramente la afiliación teórica de los otros participantes. Esto suele repetirse en los grupos de discusión, pues lo que muestran las intervenciones de los participantes no es tanto la teoría en la que se inspiran sino la forma en la que la usan en la práctica. Aunque en última instancia sean complementarios, el pensamiento en la situación clínica (clinical-situation thinking) es diferente al discurso teórico formal (formal discourse). Zimmer señala que el primero de ellos busca responder a las demandas que plantean en la sesión los “múltiples fenómenos que ocurren simulatáneamente e intervenir en el momento que sea útil, en un número indefinido de maneras”. En cambio, el discurso formal, tal como puede apreciarse en un trabajo escrito, responde a las demandas del discurso formal intelectual seleccionando un solo fenómeno y, a menudo, considerando ese fenómeno a través del lente de una sola perspectiva teórica y describiéndolo con el vocabulario de esa perspectiva particular” (Zimmer, 2014) (traducción mía). Agregaría que la distinción entre ambos tiende a borrarse cuando el autor de un trabajo expone sus dudas frente a una determinada situación clínica. También cuando se exploran las similitudes en la forma en la que diversos autores dan respuesta a determinadas situaciones clínicas (S. H. Cooper, 2015) surgen similitudes que pueden ser percibidas más fácilmente en un razonamiento clínico “de abajo-arriba” que en análisis que

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presta atención a las diferencias en el contexto teórico de cada autor. Al menos esta es la conclusión que me deja la discusión del trabajo de Cooper en el IJP Open.

Los procesos deductivos juegan un papel útil a nivel clínico cuando, a partir de los principios generales de la teoría, sugieren hipótesis o metáforas que enriquecen la comprensión del material. La comparación crítica de diversas perspectivas teóricas ayuda a percibir matices y modos de abordajes diferentes que agudizan la comprensión clínica. Sin embargo, si determinados principios teóricos se vuelven absolutos y excluyentes, no admitiendo ser cotejados o cuestionados, pierden su papel útil y pueden limitar la comprensión del material. El discurso clínico puede entonces volverse apodíctico o retórico-persuasivo (uso estas categorías en el sentido de Toulmin (1958), (2001)) en vez de crítico e indagatorio.

La complejidad de las situaciones clínicas impone otro tipo de proceso inferencial Al enfrenar este tipo de situaciones, las cuales pueden ser comprendida desde varias perspectivas o vértices, el analista procura encontrar la formulación que mejor logra dar unidad y sentido a la multiplicidad de elementos presentes. Este salto inferencial a la hipótesis que ofrece la mejor explicación se asemeja al proceso de abducción descrito por Ch. S. Peirce. “Mejor explicación” no significa la que sea más acorde a determinado enfoque teórico, sino la que posee mayor riqueza clínica y capacidad heurística, que genera un consenso más productivo y utilidad clínica. El razonamiento abductivo resulta en muchos aspectos similar al inductivismo eliminativo reclamado por Edelson (1988), el cual propone avanzar descartando progresivamente las hipótesis menos fundadas para conservar las más convincentes. La resonancia interna sirve de guía en este camino, del mismo modo que las conclusiones alcanzadas se refuerzan por procesos de triangulación, que muestran la convergencia con la información proveniente de diversas perspectivas teóricas y metodologías de investigación.

Pese al ideal impulsado por el empirismo lógico, las observaciones clínicas no pueden relacionarse con los principios metapsicológicos a través de un sistema riguroso de deducciones e inducciones. Existen demasiados saltos en el proceso clínico inferencial. A nivel epistemológico existe una subdeterminación de la teoría por la evidencia, que no es exclusiva del psicoanálisis pero que es fácil de percibir en nuestra disciplina. Ya hemos mencionado la subdeterminación holística que dificulta comprobar una hipótesis determinada en forma separada al resto de la teoría. Adicionalmente, la subdeterminación contrastiva (Stanford, 2013) es frecuente en psicoanálisis, ya que los materiales clínicos usualmente admiten más de una interpretación posible. Como vimos, una misma situación clínica puede ser comprendida de modo diverso según la perspectiva que se adopte. Además, siempre pueden surgir hipótesis nuevas y mejores, probando que las actuales son inadecuadas (subdeterminación transitoria).

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Esta subdeterminación hace muy difícil que pueda determinarse la superioridad global de una teoría psicoanalítica sobre otras o ponerse a prueba enunciados particulares derivados de sus principios generales. Pero es importante señalar que subdeterminación no significa indeterminación total ni relativismo radical. Por el contrario, la subdeterminación nos fuerza a un examen cuidadoso de qué razones nos llevan a preferir ciertas hipótesis y no otras (Laudan, 1990).

Más arriba me referí a los procesos abductivos o a los razonamientos basados en el inductivismo eliminativo que orientan el pensamiento clínico. La investigación clínica puede también complementarse con procedimientos que provienen de la investigación cualitativa o cuantitativa. Ya me referí al estudio de la confiabilidad (reliability) de los juicios clínicos, y por esta vía avanzar en la búsqueda del consenso entre expertos sobre temas cruciales para nuestra disciplina. Otros caminos son también posibles. Resultó útil comparar las conclusiones alcanzadas con el 3-LM en la fase inicial de un análisis con las que surgen algunos años después con el agregado de nuevo material (Hernández, 2015) en Altmann, 2014). Por este medio es posible avanzar en el estudio de la validez predictiva de las observaciones realizadas con el 3-LM. La comprobación de cuáles opiniones resultan o no corroboradas por la evolución del análisis tiene gran valor formativo, algo que puedo afirmar por experiencia personal. Es también posible diseñar procedimientos para estudiar la validez concurrente, comparando las conclusiones del grupo de discusión con la aplicación de una determinada escala o instrumento de evaluación al mismo material. Esto ha sido realizado en algunos grupos de discusión que compararon las opiniones vertidas en el grupo con la utilización de la escala de Levels of Personality Functioning Scale (DSM-5, Sección III), mencionada más arriba (M.Altmann, comunicación personal).

Resumiendo, a nivel de las explicaciones teóricas la base clínica común está dada por la existencia de un espacio compartido en el que es posible examinar y comparar diversas hipótesis explicativas sobre un material clínico, buscando poner de manifiesto el grado de ajuste de estas hipótesis al material clínico y su posible contribución a las transformaciones del paciente.

Conclusiones

Es muy difícil, como afirma Green, mostrar la existencia de una base común a nivel de las interpretaciones verbales formuladas de acuerdo a diferentes premisas metapsicológicas. Sin embargo dicha base clínica común puede ser puesta de manifiesto a nivel de los procesos inferenciales subyacentes que los analistas en su práctica real ponen en juego para la comprensión del material. Esto exige que la discusión grupal progrese “de abajo-arriba”, avanzando desde la experiencia inmediata hacia los niveles de mayor abstracción teórica. En ese caso se vuelven visibles en diversos niveles los conocimientos, creencias y suposiciones compartidas que caracterizan la base común que permite una

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comunicación fructífera. Estas conclusiones surgen de numerosas experiencias con el 3-LM en las que participaron analistas pertenecientes a diferentes regiones y culturas psicoanalíticas. Esta base común es de carácter parcial y dinámico, o tal vez sería más exacto decir dialéctica. Sería interesante saber si los grupos de discusión clínica que emplean otras metodologías revelan otros aspectos de esta cuestión, convergentes o discrepantes con los señalados aquí.

La pregunta de A. Green en la polémica con Wallerstein estaba dirigida a indagar “la afinidad (kinship) entre dos teorías diferentes”. Las conclusiones de nuestro “ejercicio” o “experimento natural” muestran que la afinidad fundamental se da entre los procesos de pensamiento clínico de los analistas y no entre las teorías como tales. Se refiere por lo tanto a las teorías “in vivo”, tal como existen y operan en la mente y en la práctica de los analistas.

Cuando los pasos de la discusión clínica siguen un proceso inferencial que parte del material clínico y avanza hacia las hipótesis teóricas se abren “ventanas” donde es posible poner de manifiesto una comunicación fructífera. La primera de estas “ventanas”, como se mostró más arriba, se apoya en la resonancia interna producida por determinados fragmentos del material que disparan un proceso de asociaciones en todo el grupo que enriquece la comprensión del material. Un segundo campo donde la comunicación puede resultar productiva se da en torno a la conceptualización de fenómenos clínicos fundamentales relacionados con las transformaciones del paciente, aunque en este caso el alcance de los acuerdos está limitado por controversias de naturaleza epistemológica y metodológica, que he examinado más arriba. Por último, a nivel de las hipótesis interpretativas hemos visto que la comunicación resulta especialmente fecunda cuando lo que está en discusión no son las formulaciones metapsicológicas de carácter general sino las teorías implícitas, de carácter personal y operativo de los participantes y se centran en los problemas clínicos concretos identificados en los niveles anteriores de la discusión.

A través de estas “ventanas” es posible identificar algunos de los componentes de la base común clínica que poseen extraordinario valor para el intercambio científico, para la educación psicoanalítica y para que el pluralismo constituya un espacio de intercambio fecundo. En forma adicional, el hecho de que el foco del 3-LM esté colocado en las transformaciones durante el análisis resalta la importancia que tiene para nuestra disciplina el beneficio de los pacientes, tema sobre el cual la existencia de una base clínica común posibilita avanzar en el consenso entre expertos sobre los resultados del psicoanálisis y los caminos más adecuados para lograrlos, complementando de esa forma con datos de la clínica los brindados por la investigación empírica sistemática.

Una cuestión crucial en las instituciones pluralistas es promover el intercambio en aquellos niveles donde resulta realmente efectivo. El 3-LM muestra que esto es posible a nivel de la comunicación inconciente que se refleja en la resonancia intersubjetiva y en el

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intercambio dialéctico que surge cuando se ponen en juego los modelos operativos personales de los analistas. Resulta por tanto útil incluir dentro de las actividades científicas y formativas experiencias de discusión grupal en la que cada analista pueda discutir las razones que lo llevan a considerar determinadas hipótesis como las más convincentes. Resulta útil fomentar el aprendizaje basado en problemas clínicos. La comunicación científica en psicoanálisis alcanza un mejor nivel en la medida en la que parte de situaciones clínicas determinadas y pone en juego la resonancia interna del material y los esquemas operativos personales, destacando el valor de los grandes sistemas metapsicológicos como fuente de estos modelos más que como grandes narrativas incontrovertibles. Los grupos de discusión clínica, como el mencionado en este trabajo, ofrecen un camino efectivo para promover el crecimiento tanto individual como institucional, facilitando que cada analista pueda encontrar su propia voz (Gabbard & Ogden, 2009).

Por último, el hecho de que los grupos de discusión también muestren también interrogantes o discrepancias clínicas que aún no es posible resolver no debe ser considerado como una desventaja. Por el contrario, ayuda a desarrollar la “capacidad negativa” (negative capability), o sea, la capacidad del analista para tolerar la ignorancia, la incertidumbre y la duda (Bion, 1970), lo cual también es un componente esencial de la base clínica común en nuestra era pluralista.

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