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Prólogo de Warren Buffett ............................................................ 9 Agradecimientos .......................................................................... 13 Introducción ................................................................................. 17 Primer mandamiento (el más importante). ..................................................................... 25 Segundo mandamiento. ................................... 37 Tercer mandamiento. .................................................... 53 Cuarto mandamiento. ................................. 63 Quinto mandamiento. ...... 69 Sexto mandamiento. ............................. 81 Séptimo mandamiento. ......................................................................... 95 Índice

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Prólogo de Warren Buffett ............................................................ 9

Agradecimientos .......................................................................... 13

Introducción ................................................................................. 17

Primer mandamiento (el más importante)...................................................................... 25

Segundo mandamiento. ................................... 37

Tercer mandamiento. .................................................... 53

Cuarto mandamiento. ................................. 63

Quinto mandamiento. ...... 69

Sexto mandamiento. ............................. 81

Séptimo mandamiento. ......................................................................... 95

Índice

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Octavo mandamiento. ....................... 109

Noveno mandamiento. .................................... 123

Décimo mandamiento. ................... 137

Undécimo mandamiento. ................................................................................ 153

Notas ............................................................................................. 165

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Uno de mis principios fundamentales ha sido siempre el derelacionarme con personas mejores que yo porque al hacerlo,indudablemente, se sube de categoría. A mí me ha funcionado enel matrimonio y con Don Keough.

Lo cierto es que cuando estoy con Don Keough tengo la sensaciónde subir por unas escaleras mecánicas, ya que la opinión optimistaque él tiene de mí me empuja a elevar mis aspiraciones y a creermás en mí mismo y en el mundo que me rodea. Cuando uno estácon Don, siempre aprende algo; él es un líder asombroso de losnegocios. Si el mayor logro de un buen directivo es conseguirque los demás trabajen por él, he aquí una persona capaz de con-seguir que hombres y mujeres de toda clase y procedencia quieranayudarle a tener éxito. Yo lo he visto con mis propios ojos.

Tal vez se deba a que nadie comprende el lado humano de lascircunstancias tan bien como él. Es capaz de aconsejar a mishijos posiblemente mejor que yo y ellos lo adoran por esa razón.Y hace lo mismo con todos a quienes considera sus amigos (y esmucha gente).

Graham Group (en honor de mi mentor, Ben Graham) está for-mado por un grupo de personas que se reúnen cada dos años

Prólogo

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aproximadamente e incluye a todos mis mejores amigos, incluidoDon. Todos quieren que sea él quien pronuncie los discursos deapertura, especialmente Bill Gates porque le encanta escuchara Don, que habla con tanto sentido y aporta tanta inspiración. Dones capaz de mandarle a uno al infierno tan maravillosamente quehasta se disfruta del trayecto.

Él pertenece a mi consejo de Berkshire Hathaway porque esuno de los pocos hombres a quienes creo que puedo dejar almando.

Nuestra amistad se remonta a hace cincuenta años, cuando vivía-mos enfrente el uno del otro en Omaha y sólo éramos dos tiposque se ganaban la vida para mantener a nuestras familias. Si lehubiera dicho a alguien entonces que uno de nosotros llegaríaa ser presidente de Coca-Cola y otro de Berkshire Hathaway,seguramente habría contestado que ojalá sus padres tengan dinerosuficiente para mantenernos.

Un día llamé a su puerta y le pedí que invirtiera 10.000 dólaresen mí. Lo rechazó de plano, aunque supongo que yo tambiénhabría rechazado a alguien como yo por aquel entonces.

Entre nuestras familias había una gran amistad, los niños entra-ban y salían de una casa a otra, y para mis hijos fue muy durocuando ellos tuvieron que marcharse a Houston. El día de la mu-danza corrieron muchas lágrimas.

Si lo pienso, me resulta curioso que Don y yo viviéramos amenos de cien metros del lugar donde creció mi futuro socio,Charlie Munger. Don se marchó a Houston y Atlanta, mientrasque Charlie aterrizó en Los Ángeles, aunque después de untiempo volvimos a reunirnos como buenos amigos y sociosempresariales, todos nosotros con mucho de Omaha dentro.

Últimamente, por supuesto, muchos aseguran ser de Omaha porrazones de posición social.

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Cuando Don se marchó de Omaha, mantuvimos el contacto a lolargo de los años y coincidimos en el Alfalfa Club e incluso enla Casa Blanca en una ocasión. Poco después, en 1984, él leyóun artículo en el que yo elogiaba a Pepsi «preferiblemente con untoque de sirope de cereza» y el día siguiente me envió su nuevoproducto, Cherry Coke, invitándome a degustar una prueba desu néctar de los dioses. Cuando lo bebí, le dije: «Olvídate de laspruebas. No sé mucho de esto, pero sé que esta bebida es unaapuesta segura».

Inmediatamente cambié de marca y acto seguido declaré laCherry Coke el refresco oficial de Berkshire Hathaway.

Varios años después empecé a comprar acciones de Coca-Colapero no se lo conté a Don porque me pareció que tendría quedecírselo al abogado de la compañía y quién sabe adónde nos ha-bría llevado eso. No era mi intención colocarle en una posiciónincómoda. Al final, me llamó: «¿No estarás comprando por al-guna casualidad acciones de la empresa, verdad?». Y le respondí:«Pues, en realidad, sí». En aquel momento nos hicimos con el7,7% de la compañía.

Fue una decisión sencilla, sobre todo porque él era el presidente.En 1988 Coca-Cola me parecía una empresa que sabía lo quehacía, hacía lo correcto y, como resultado, era tremendamentevaliosa.

Si tuviera que inventar una personificación de la compañía, seríaDon Keough porque él era y es don Coca-Cola. Pertenece a laescuela de Benjamin Franklin («Cuida de tu negocio y él cuidaráde ti») y, básicamente, siempre ha hecho lo correcto para Coca-Cola, convencido de que la compañía hará siempre lo correctopor él.

La mejor cualidad de Don es su capacidad para ir al grano yabrirse camino a través de los enredos burocráticos. No compli-carse es su principio y el mío también.

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Herbert Allen asegura conocer únicamente a dos hombres de ne-gocios que podrían haberse convertido en presidentes si se hu-bieran presentado a las elecciones: Jack Welch y Don Keough.Yo estoy de acuerdo porque ambos poseen una genialidad natu-ral y de los dos se puede aprender mucho.

Después de todos estos años, ver a Don Keough me resulta tanrefrescante como beber una Cherry Coke. Él nunca pierde el gas.Lo he visto en el comité de Coca-Cola, y ahora en Berkshire, ysigue tan entusiasta y comprometido como siempre, lleno deplanes, energía, ideas y desafiándonos a todos a soñar. Me alegrode que este libro pueda ayudar a muchas personas a conocer lavisión particular de Keough.

Warren Buffet

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Ningún libro, ni siquiera uno tan breve, es obra de una solapersona. Durante los últimos 25 años he tenido el privilegio derelacionarme con dos personas que me han ayudado a aclarar ymoldear mis mensajes hablados y escritos. A medida que he em-pezado a comunicarme con un círculo cada vez más amplio depersonas, John White ha trabajado conmigo como ayudante eje-cutivo y socio desde 1981. Es un experto en la palabra escrita ytiene un criterio excelente; durante todos estos años ha sido mieditor y mi asesor de comunicación.

Dave Blomquist, un verdadero hombre renacentista, ha tenidoque padecer a lo largo de estos años, analizando con frecuenciamis pensamientos e ideas, y ayudándome a racionalizarlas yorganizarlas. David me ha llamado la atención siempre que misopiniones eran poco precisas y en ese proceso me ha ayudado amoldear mis palabras escritas y habladas en mensajes aptos paratodos los públicos.

Niall O’Dowd, cofundador y editor de Irish American Magaziney de Irish Voice, y reconocido por su importante papel en el pro-ceso de paz de Irlanda del Norte, ha sido mi confidente. Con eltípico análisis de periodista ha descubierto muchos datos sobremis ancestros que han acabado plasmados en este libro y enotras publicaciones.

Agradecimientos

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Este libro no habría podido publicarse sin la valiente determinaciónde Adrian Zackheim, fundador y editor de Portfolio. CourtneyYoung, mi editora, me planteó preguntas coherentes y sesudas yme ofreció sugerencias que mejoraron notablemente la calidaddel manuscrito. Alfred Lord Tennyson decía en Ulises que erauna parte de todos los que había conocido y, en mi caso, tambiénes cierto. Como es lógico, mis primeros años estuvieron influidosenormemente por mi madre Veronica y mi padre Leo. Mi madreadoraba la música y la pintura y me infundió el gusto por el artey la literatura. Mi padre sufrió una serie de reveses familiarespero en todo momento demostró tener ilusión por el futuro, al-canzó sus objetivos empresariales y antepuso la integridad comoel valor principal de una vida fructuosa.

A lo largo de los años he tenido la dicha de conocer y trabajarcon y para una serie de personas increíbles, como Paul Gallagherde Paxton & Gallagher, Clarke y Gilbert Swanson, CharlesDuncan, Luke Smith, Paul Austin, Roberto Goizueta, HerbertAllen, Barry Diller, Jack Welch y Jimmy Williams.

Robert W. Woodruff, patriarca de Coca-Cola Company, me recibióen el seno de la familia de Coca-Cola y disfruté del gran privilegiode pasar tiempo con él en los últimos años de su vida.

Warren Buffett y yo nos conocimos en 1960, cuando compré unacasa frente a la suya en Omaha. Nuestra extensa e intensa relaciónpodría ocupar un libro en sí misma. Considero un gran honor per-tenecer al consejo de Berkshire Hathaway. ¿Qué queda por decirsobre Warren que el mundo no sepa ya? Yo puedo añadir que esun gran amigo y un espléndido ser humano que está en lo másalto de su carrera. Él es el mayor simplificador del mundo, capazde tomar una compleja teoría económica o un problema empre-sarial y, de una manera muy bíblica, convertirlo en una parábolafácilmente comprensible. Es el héroe de todos y también el mío.

Me jubilé de Coca-Cola el 14 de abril de 1993 y el día siguienteHerbert Allen me pidió que me convirtiera en presidente no eje-

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cutivo de Allen & Company. Herbert es en realidad el hombremás excepcional que he conocido jamás, una extraordinariacombinación de ingenio y sabiduría, excesivamente generoso einteresado en las grandes cuestiones a las que se enfrenta nuestrasociedad, además de un intelectual no declarado. Cuando me in-corporé a Allen & Company seguramente pensó que me quedaríaun par de años pero han pasado catorce y yo sigo aquí y él siguea mi lado. Mi puesto es importante, mis responsabilidades noson en absoluto modestas y estoy divirtiéndome más que nuncaformando parte de esta empresa familiar. Es apasionante seramigo y socio empresarial de Herbert, y trabajar con sus hijos ycon unos socios excelentes.

De vez en cuando se nos cruza en el camino una persona queejerce una enorme influencia personal sobre nosotros. Para míesa persona ha sido el padre Ted Hesburgh, nonagenario rectoremérito de la Universidad de Notre Dame. El padre Ted es unapersona multidimensional: sacerdote, docente, funcionario, con-fidente de seis presidentes, tres veces embajador especial, rectorde Notre Dame durante 35 años, ex presidente de una de las jun-tas de gobierno de la Universidad de Harvard y el hombre conmás doctorados honoris causa de la historia. La revista Time lopresentó como una de las personas más respetadas de EstadosUnidos. El padre Ted ha sido un amigo entrañable y un consejeropara mí y para mi familia.

Por último, tengo el placer de haber compartido un apasionanteviaje por la vida con mi mujer Mickie. Nuestros seis hijos, susseis cónyuges y 18 nietos nos han dado y continúan dándonosgrandes satisfacciones.

En general, ha sido una vida verdaderamente maravillosa…hasta el día de hoy.

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Hace más de dos décadas, me invitaron como presidente deCoca-Cola Company a pronunciar el discurso de apertura de unagran convención de clientes en Miami. El lema de la convenciónera «Únete a los ganadores» y me pidieron que les explicaracómo ser un ganador en los negocios. En pocas palabras, queríanconocer los secretos del éxito.

El encargo era halagador, aunque nunca han escaseado los ora-dores y escritores dispuestos a despachar consejos verídicos ydemostrados sobre cómo tener éxito en los negocios sin esforzarse.Desde entrenadores de fútbol hasta ex consejeros delegados, pa-sando por psicólogos, profesores, predicadores y adivinos, losgurús del éxito han exhibido sus mercancías por las páginas ylas etapas de la historia. Aunque en todo se puede encontrar algopositivo, casi todos esos empeños se han reducido a perogrulla-das facilonas como «Trabaja duro» o «Hazle caso a tu madre».Después de toda una vida en los negocios, no he sido capaz dedesarrollar una serie de reglas ni una fórmula paso a paso quegarantice el éxito en nada, y mucho menos en un campo tandinámico y cambiante como es el empresarial.

Piense en la cuestión del liderazgo, que ha sido estudiada hastala saciedad aunque sin resultados concluyentes. Un profesor de

Introducción

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sociología que había dedicado toda su vida académica a estudiarel liderazgo, una vez que había seguido las carreras de casi 2.000alumnos que habían pasado por sus clases y después de muchoinvestigar, llegó a la conclusión de que la única manera de iden-tificar a un líder es mirar detrás de la persona para ver si hayalguien siguiéndola.

Así que, cuando me pidieron que hablara sobre cómo se puedeganar, respondí que no podía. Lo que sí podía, sin embargo, erahablar sobre cómo se puede perder y ofrecía garantías de quecualquiera que siguiera mi fórmula llegaría a ser un perdedor demucho éxito.

Pronuncié un breve discurso que con el tiempo se fue refinandoen «Los diez mandamientos de Keough para el fracaso empresa-rial» y que después de más tiempo evolucionó hasta convertirse eneste libro, que recoge más de sesenta años de experiencia, empe-zando en 1949 con el entonces novedoso medio de la televisión.

Hice mis primeros pinitos en televisión mientras estudiaba enla Universidad Creighton con una beca del ejército tras serviren la marina durante la Segunda Guerra Mundial. Con una vagaidea de, tal vez, llegar a la Facultad de Derecho, me licencié enhumanidades, con filosofía como asignatura principal. A pesarde que en todos estos años jamás he visto una oferta de trabajopara filósofos, disfruté estudiando los grandes debates del hom-bre y su lugar en el universo, la naturaleza del bien y el mal, lassombras y las realidades de la vida. Por mucho que los tituladoscon un MBA se mofen de conocimientos tan inútiles, casi todanuestra historia universal conocida puede atribuirse a la reali-zación o el enfrentamiento de ideas engendradas años antes porfilósofos que llevaban muertos mucho tiempo.

Mis intereses durante la universidad también me dirigieron hacialos círculos de debate improvisados y, finalmente, a las artesescénicas; incluso fui descubierto y me pidieron que presentaraun programa en directo de televisión de circuito cerrado en la

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Facultad de Medicina. Se trataba de una operación a un animalenfermo, transmitida por el circuito de televisión al gran salónde actos. Desgraciadamente, el directo no duró mucho porque elpobre animal murió poco después de comenzar la operación,dejándome con un tiempo vacío en antena que tuve que llenarhasta que trajeron otro animal. Menos mal que era una retrans-misión en circuito cerrado y probablemente había pocas personasen la sala, aunque, para ser franco, creo que la experiencia meconvirtió en un pionero de la telerrealidad. Aunque me enganchécon la comunicación, seguí varios cursos de Derecho y le di a lasleyes una oportunidad para cautivarme, pero al final regresé ala comunicación.

En mi época de estudiante recibí una beca que me permitió traba-jar en WOW-TV y quiso la suerte que mi primer encargo fuera serel locutor de la primera retransmisión en directo de un partido defútbol americano profesional de la historia al oeste de Chicago.Era un partido de la pretemporada de la NFL entre Los ÁngelesRams y los New York Giants que se jugó en Omaha. El locutorradiofónico habitual de los deportes había echado un vistazo almoderno medio y se desentendió no sin antes dejar de informara cualquiera que estuviese escuchando que la retransmisión dedeportes por televisión no funcionaría nunca.

Digamos que el partido Rams/Giants no fue el punto culminantede mi carrera: el campo era un estadio de béisbol reconvertidoy la cabina de retransmisión se encontraba en lo alto, detrás delcajón de bateo, lo que me colocaba delante de un micrófono enel tramo más profundo del recinto. El estadio estaba mal ilumi-nado y sólo podía ver medio campo y mi observador, que me ayu-daba a identificar a los jugadores, se presentó borracho. Tampocoes que yo me expresara muy bien y recuerdo que en una ocasióndije: «La pelota está en la línea de una pulgada».

La difusión del partido fue un preludio de la retransmisión endirecto en WOW de los juegos de la Universidad de Nebraskapoco después. La opinión común es que el fútbol de los juegos

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de Nebraska (llamados Cornhuskers) es la religión estatal y, aun-que apenas había varios cientos de aparatos de televisión en todoel Estado durante aquella época, eso no disminuyó el entusiasmode los directivos de la cadena, que vieron y creyeron profética-mente que aquel nuevo medio acabaría arrasando con todos losmedios anteriores, como finalmente sucedió.

A pesar de mis nada prometedores comienzos, me permitieroncubrir todos los juegos de Nebraska de aquel año. Tenía que ayu-dar a subir todo el equipo hasta la minúscula cabina de retrans-misión, pero mereció la pena. Mi recompensa fue la espléndidasuma de 55 dólares a la semana y a cambio de ese salario tambiéntenía que hacer un programa diario que se llamaba «La barra decafé de Keough», al que seguía un programa mucho más profe-sional y divertido, protagonizado por un joven Johnny Carsonque hacía sus primeros pinitos en el nuevo medio y que tambiénganaba 55 dólares a la semana. Johnny y yo nos hicimos amigospara toda la vida.

Aunque el sector de la teledifusión era interesante, el patrocina-dor de mi programa, Paxton & Gallagher’s Butternut Coffee,me ofreció la más generosa suma de 75 dólares a la semana porincorporarme a su empresa. Paxton & Gallagher era un distribuidorregional de alimentos al por mayor con sede en Omaha. Comoel nuevo empleo suponía un poco más de dinero, menos tiempo enlos desplazamientos y más tiempo en casa con mi reciente es-posa, Mickie, a finales de 1950 di el salto al mundo corporativoy desde entonces nunca he mirado atrás.

En 1958, Gilbert y Clarke Swanson, que acababan de vender amuy buen precio Swanson Foods a Campbell Soups, compraronPaxton & Gallagher a la familia Gallagher y lo rebautizaroncomo Butternut Foods. Tenían grandes proyectos de expansióny de esa forma se abrió un nuevo capítulo de mi vida profesional.Por cierto, los hermanos Swanson cosecharon su fortuna inicialen los años cincuenta con un producto sumamente sencillo querequería de la nueva tecnología de la congelación y combinaba

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dos deseos del consumidor de aquel entonces: ver más televisióny cocinar más deprisa. Había nacido la comida precocinada.

Cuando falleció Clarke Swanson, Butternut Foods se vendió y yome encontré en un puesto de trabajo en una compañía nueva y demayores dimensiones, Duncan Foods, en Houston. La empresala dirigía Charles Duncan, que posteriormente llegaría a serpresidente de Coca-Cola y acabaría convirtiéndose en el subsecre-tario de Defensa y secretario de Energía del Gobierno de Carter.

Después, Coca-Cola Company adquirió Duncan Foods y yopasé por una serie de puestos tratando de representar a la marcamás conocida del mundo durante más de treinta años y terminépor suceder a Duncan como presidente en 1981. Así, el gruesode toda mi carrera profesional ha tenido lugar dentro de Coca-Cola y, por esa razón, aquí encontrará varias referencias a la vidaen esa organización multinacional tan extraordinaria.

En realidad, los ejemplos de Coca-Cola están bastante justifica-dos por tratarse de una compañía tan variada y multidimensional,que integra desde la fabricación hasta la distribución, pasandopor la venta al por menor, desde puestos ambulantes hasta grandescentros comerciales, y afecta a tantas personas diferentes de todaslas razas, religiones y culturas en casi 200 países. En Coca-Colaconocí a presidentes, dictadores, magnates de la industria, poetas,pintores y estrellas del cine pero lo más importante es que tuveel privilegio de hablar con los socios embotelladores de Coca-Cola, los clientes de comercios al por menor y los consumidoresde todos los rincones del globo, desde el círculo polar árticohasta el punto más meridional de Tierra del Fuego, desde el in-terior de China hasta territorios anárquicos del África subsaha-riana. Ninguna compañía podrá englobar jamás a todo el mundoy a toda la humanidad, pero Coca-Cola es la que más se acerca.

A lo largo de este libro, cuando comento los casos de directivos,incluido yo mismo, que han caído en una o más trampas del fra-caso, me complace señalar también que casi todos los fallos fueron

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bastante efímeros, se tomaron medidas correctivas con bastanterapidez y la compañía sobrevivió y prosperó. En 2008 ha entradoen un nuevo período de crecimiento primero bajo la direcciónde Neville Isdell, que ha concluido su extraordinario períodocomo director general dejando en su puesto a Muhtar Kent, unindividuo brillante con un profundo respeto hacia la culturacorporativa de Coca-Cola y hacia sus personas.

Es importante explicar desde el principio mi relación con RobertoGoizueta durante los doce años de liderazgo conjunto en Coca-Cola Company. Aunque ambos llevábamos años trabajando parala compañía y éramos amigos, a principios de marzo de 1981Roberto asumió el cargo de presidente y consejero delegado, yyo el de presidente de honor y director de operaciones.

Manteníamos una amistad sincera y única, y nos enfrentábamosa una tarea considerable. En calidad de director de operaciones,Roberto nos otorgó a mí y a otro directivo amplia libertad paraactivar el sistema de Coca-Cola en más de 200 países. Pero no seequivoquen, a pesar de su generosidad al delegar cierta autori-dad en mí, no delegó su responsabilidad última (ni podía haberlohecho) como consejero delegado. Lo cierto es que él era mi jefey uno de los líderes más brillantes de la historia empresarialde Estados Unidos. El valor de mercado de la compañía pasó de4.000 millones de dólares en 1981 a 145.000 millones cuandofalleció en 1997.

Desde que me jubilé de Coca-Cola hace más de una década, hepermanecido activo en el mundo empresarial como presidentede la empresa de banca de inversiones Allen & Company. Desdeeste contexto le ofrezco los diez mandamientos siguientes, conla garantía de que si practica cuidadosamente uno o más de ellosfracasará o, por lo menos, llevará ventaja en el trayecto descen-dente que conduce al fracaso final. Créame, los fracasos no faltan.De hecho, según los tribunales de bancarrota estadounidenses,20.152 empresas se declararon en quiebra en los tres primerostrimestres de 2007.

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Ahí fuera existe un ejército de supuestos expertos empresarialescapaces de explicar el porqué, armados con miles de diapositivasde Power Point con elaboradas explicaciones estratégicas de losfallos: mal servicio al cliente, menosprecio de la competencia,desconexión en la cadena de suministro, malas adquisicionesy/o demasiada deuda. Se suele describir como un fallo colectivoabstracto: la empresa no fue capaz de innovar, la empresa nohizo caso a los fundadores, la empresa hizo esto, la empresano hizo aquello…

Pero las empresas son construcciones artificiales que no hacennada; las personas sí, y cuando se indaga un poco se suele descu-brir que el fracaso no se debe a una letanía de errores estratégicos(aunque puedan estar presentes de una forma u otra), sino que elfallo real yace, como observó Shakespeare, en nosotros mismos,los líderes de la empresa. Las empresas son el producto y la ex-tensión de las características personales de sus líderes, la sombraalargada de los hombres y mujeres que las dirigen. Ellos son losactores protagonistas en el escenario de los negocios y cuando, através de uno o más fallos personales conducen el negocio en ladirección errónea, entonces la empresa está abocada al fracaso.

Aunque estos mandamientos pueden aplicarse a cualquier em-presa en cualquier fase de desarrollo, se dirigen principalmentea las empresas y los líderes empresariales que ya han obtenidocierto éxito. De hecho, cuanto mayores sean los logros, más apli-cables serán estos mandamientos. Si usted lidera una empresa,grande o pequeña, que está consiguiendo enormes ventas y bene-ficios, tenga cuidado: corre el peligro de apoderarse de alguno demis mandamientos y el fracaso le estará esperando a la vueltade la esquina.

Estas reglas del fracaso no son, en absoluto, una acusación aninguna persona en particular, aunque en algunas ocasionesmenciono a personas concretas como ejemplos, y tampoco re-presentan un avance inesperado en la teoría de la gestión, sinoque son de sentido común.

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Muéstreme un negocio fracasado, incluso basado en las últimastécnicas de la wikieconomía, y me apuesto con bastante seguridada que sus líderes han infringido más de uno de estos mandamien-tos. Y es que un paso hacia el fracaso, si no se presta atención,conduce a otro.

Por todo ello, considere este libro como un cuento aleccionadory, si se descubre siguiendo uno o más de estos mandamientos,tenga cuidado porque va camino del fracaso y se llevará a suempresa con usted.

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Para casi toda la humanidad y a lo largo de casi toda la historia,la aversión al riesgo ha sido la filosofía imperante. Los cazadoresy recolectores correteaban por todas partes, eso suponemos, perodesde el momento en que la revolución agrícola hizo posibleque las personas se asentaran en un lugar, la mayoría lo hizo.Escogieron vivir como sus padres, madres, abuelos y abuelashabían vivido antes que ellos y no se aventuraban lejos de sualdea. Tenían razón al no hacerlo, porque el mundo de ahí fueraera peligroso. Basta fijarse en los antiguos mapas marítimos,con sus inquietantes territorios denominados terra incognito(tierra desconocida) adornados en ocasiones con advertenciasaún más intimidatorias, como «Morada de dragones». ¿Quiénquerría arriesgarse navegando hacia esos lugares?

Por supuesto, algunos lo hicieron pero la mayoría se quedó encasa. Al que asumía riesgos le podían pasar muchas cosas y casitodas probablemente malas.

Deje de arriesgarse

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«El hombre demasiado precavido consigue poco».

Friedrich von Schiller

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Incluso hoy, gran parte del mundo en el África subsahariana,algunas zonas de Oriente Medio y el sureste asiático sigue presode una cultura de aversión al riesgo que defiende el seguir ha-ciendo las cosas como siempre se han hecho porque así es comosiempre se han hecho. Ese ciclo de monotonía es inquebranta-ble de generación en generación, a menudo en familias y grupossumidos en la pobreza más profunda.

Por el contrario, América tiene una larga historia de riesgos asu-midos, ya que desde Colón hasta Jamestown, pasando por elSegundo Congreso Continental y la elocuente Declaración deIndependencia de Thomas Jefferson, esta nación se ha construidoa base de un riesgo detrás de otro. Descendemos de personasfuertes, resistentes y atrevidas que lo pusieron todo en peligro,incluso sus vidas, y sobrevivieron a situaciones casi insupera-bles. Hector St. John de Crèvecoeur escribió en 1782: «Aquí,individuos de todas las naciones se funden en una nueva raza dehombres cuyo esfuerzo y posteridad causará algún día grandescambios en el mundo… El americano es un nuevo hombre».

Mi propio bisabuelo Michael Keough sólo tenía 18 años cuandoabandonó Irlanda y asumió el riesgo de cruzar, él solo, el«amargo cuenco de lágrimas» que era como se conocía por aquelentonces el océano Atlántico. Las condiciones en los barcos eranespantosas, con hacinamiento, ratas, mugre, enfermedades yendurecidos capitanes poco preocupados por su cargamento.Durante el viaje, se tiraban cuerpos por la borda o se descarga-ban en el primer puerto. En la isla de Grosse, en Canadá, haymiles de emigrantes irlandeses enterrados en tumbas anónimas.Sólo los esclavos africanos llegaban a Estados Unidos en peorescondiciones.

Los emigrantes que conseguían llegar, descubrían que lo que lesesperaba no era ni mucho menos la tierra prometida, sino un fu-turo de trabajo infernal de sol a sol. El único empleo que pudoencontrar mi bisabuelo fue levantando piedras en una canterade Pittsfield (Massachussets) 16 horas al día, a un paso de los

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trabajos forzados. A pesar de ello, su riguroso empleo le propor-cionaba un poco de comida y seguridad y, puesto que poco des-pués se casó y tuvo hijos, es razonable pensar que habría sentidola tentación de asentarse y permanecer en Pittsfield.

Y digo que es razonable pensarlo porque cuando se logra algo,por muy poco que sea, es grande la tentación de dejar de asumirriesgos.

La naturaleza humana es así: he conseguido algo, ¿para quéarriesgarlo? ¿Quién sabe lo que habrá al otro lado de la montaña?¡Mejor no ir!

Imagino que mi bisabuelo debió de oír voces que le decían cosascomo éstas en su cabeza y probablemente también de las personasque le rodeaban.

«Quédate aquí. Tienes trabajo. Levantar piedras es una profe-sión honrada. ¡Hay miles por ahí que no tienen nada!».

Sin embargo, en lugar de acomodarse en la rutina conocida aun-que deslomadora que le ofrecía Pittsfield, asumió el riesgo deatravesar medio continente en un carro tirado por bueyes haciauna tierra lejana llamada Iowa, y yo me alegro de que lo hiciera.

Su hijo John, mi abuelo, continuó expandiendo la granja deIowa, arriesgándolo todo, año tras año, con cultivos expuestosa la ventisca, las tormentas de polvo y los saltamontes. Recuerdoque me contaron que en la finca había tan pocos árboles que miabuelo tenía que conducir una yunta de caballos a 30 kilómetrosuna vez a la semana, hasta el río Rock, para cortar leña, que erala única fuente de energía disponible. Un día blandió el hacha yse cortó un dedo del pie. Se lo volvió a colocar, lo vendó con unaarpillera y siguió trabajando.

El dedo, el pie y mi abuelo sobrevivieron (sin antibióticos, porcierto).

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Los habitantes de este país tenemos un banco de genes único; lamayoría de nosotros descendemos de un largo linaje de personasextraordinarias que se subieron al barco cuando casi todos losdemás se quedaron atrás, y muchos ni siquiera tuvieron la opor-tunidad de llegar a la orilla. A los que sobrevivieron al viaje através del Atlántico o el Pacífico (o las montañas, las praderaso el desierto) se les recompensaba con una estación detrás de otrade miserias increíbles en granjas o construyendo líneas de fe-rrocarril, o en minas sucias y peligrosas, y fábricas inimagina-bles hoy en día. En 1900, las familias americanas se gastabancasi el doble en funerales que en medicina pero, de un modo uotro, sobrevivieron.

Comparado con este trasfondo de superación de retos a los quese enfrentaron nuestros ancestros, un día (cualquier día) en laoficina es coser y cantar.

Sin embargo, a medida que nuestras vidas se vuelven más fáci-les, ricas y cómodas, la tentación de dejar de asumir riesgos esenorme.

Y ésa es, precisamente, una de las principales enfermedades deléxito, a la que es fácil sucumbir sobre todo a medida que noshacemos mayores, aunque no estoy hablando de cumplir 60 añosporque este mal puede atacar a los 40. Llega un momento enque creemos haber corrido riesgos toda la vida, nos hemos preo-cupado, hemos perdido el sueño y ahora le toca a los demás por-que nosotros estamos satisfechos con la situación que hemosalcanzado.

Puede que algunos deduzcan que el riesgo que asume el nuevoempresario al hipotecar su vivienda y todo lo demás para ponera prueba una idea o incluso para ser el pionero de un nuevo sectores el riesgo más difícil que se puede afrontar. De hecho, cuatrode cada cinco nuevas empresas fracasan y la mayoría de los pro-ductos nuevos no consiguen pasar del banco de pruebas e in-cluso, cuando lo hacen, sólo tienen una posibilidad entre trece de

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tener éxito. La Fundación para la Investigación de la NFIB –laentidad que defiende los intereses de las pymes norteamerica-nas– calcula que después de cinco años sólo siguen operativasla mitad de las nuevas empresas y, en muchos casos, con pérdidas.Desde luego, no es fácil.

Pero igualmente complicado, o incluso más, es asumir riesgosdesde una posición de éxito considerable y continuado, es decir,emprender riesgos cuando se tiene suficiente información deque no es necesario. Hoy en día, se dedica una cantidad nadadespreciable de tiempo y esfuerzo a analizar riesgos desde unau otra perspectiva, desde las probabilidades estadísticas de pér-didas reales hasta las opciones de enfrentamiento con las normasde gobierno y reglamentos. No soy experto en la ciencia del aná-lisis de riesgos pero, basándome en mi experiencia, el principalrequisito para explorar la posible necesidad de asumir un riesgonuevo o mayor ha sido la sensación de intranquilidad de que lascosas debían ser mejores, que el futuro estaba en peligro si notomábamos medidas o, peor aún, que estábamos desperdiciandouna oportunidad. En Coca-Cola de vez en cuando se apoderabade mí una sensación de incomodidad, sobre todo, cada vez quetodo parecía marchar fenomenalmente bien. Y es que, comodicen en Rusia, tampoco es bueno que todo vaya demasiado bien.

Debí de irritar a más de uno cuando, con bastante frecuencia,pedía a los principales directivos que volvieran a explicarme porqué iba todo tan bien. «¿No hay nada de lo que deberíamos preo-cuparnos hoy para estar seguros de tener otra cosa de la quepreocuparnos el día de mañana?», les preguntaba.

Robert Woodruff, patriarca y verdadero fundador de la compañíaCoca-Cola, adoraba esta frase de Wilde y la citaba con frecuencia.

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«El mundo es de los inconformistas».Oscar Wilde

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Coca-Cola se fundó en 1886 y, en 1930, a pesar de los años deéxito que tenía a sus espaldas, Woodruff no se conformaba;quería consolidar el negocio en el extranjero, en ciernes en aquellaépoca, y expandirse más todavía en el mercado internacional.Comprensiblemente, el consejo de administración opinaba queno era un buen momento para aventuras así. La Bolsa acaba dederrumbarse en 1929, Alemania, Italia y Japón se encontrabanen pleno alarde de poder militar y la única certeza era la totalincertidumbre.

Lo que hizo Woodruff causaría asombro hoy, puesto que asumióun enorme riesgo personal en aquellos días previos a la Comi-sión de Valores y Bolsa de Estados Unidos. Burló la decisióndel consejo, se fue a Nueva York y allí fundó por su cuenta laCoca-Cola Export Corporation. No me imagino lo que sería dela empresa hoy si no lo hubiera hecho, aunque desde luego noestaría activa en más de 200 países.

Coca-Cola Export Corporation permaneció independiente engran medida aproximadamente hasta 1973 y durante aquellos 43años los altos ejecutivos nacionales de la compañía apenas coin-cidieron con los ejecutivos internacionales. Woodruff escogió avarias personas y les entregó un billete a un puesto extranjero,algo de dinero y no volvió a verlos hasta que habían definidocómo y cuándo se podía establecer un negocio para Coca-Cola.En aquella época, las comunicaciones internacionales eran lentasy erráticas, por lo que el negocio tenía que basarse en la con-fianza y aquello creó un sólido precedente y una filosofía degestión internacional para los años venideros.

Recuerdo haber estado en Japón en 1964 con el hombre queWoodruff había escogido para asentar nuestro negocio en aquelpaís. Solía recibir muchas notas y directivas del personal de lasede central, las miraba de reojo y casi siempre acababan enla papelera. Él sabía que contaba con el apoyo y la confian-za de la dirección al más alto nivel y eso era lo único que leimportaba.

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Pero Woodruff afrontó durante los años treinta otro riesgo quefue, tal vez, más importante que la expansión en el mercado delas exportaciones.

Mientras la Gran Depresión sumía al país en las profundidadesen 1933, las empresas quebraban, la Bolsa seguía a la baja y unacuarta parte de todos los americanos sanos se había quedado sintrabajo, los expertos coincidían en su mayoría en que las pers-pectivas de una nueva posteridad en el país eran muy escasas.Frente a un panorama tan inhóspito como aquél, Woodruff de-cidió aumentar el presupuesto publicitario de la compañía a 4,3millones de dólares, una cifra pasmosa para la época.

Todos deberíamos agradecérselo porque fue precisamente en losaños treinta cuando el artista Haddon Sundblon creó al SantaClaus regordete y de mejillas sonrosadas que todos conocemos yadoramos para una serie de anuncios que se difundieron todas lasnavidades. Antes de aquellos anuncios, Papá Noel era una figuramás bien austera que parecía estar deseando traerle a uno carbónpor la más mínima travesura. Gracias al riesgo multimillonariode Woodruff tenemos a un Santa Claus más amable, simpático ycariñoso... y las ventas de Coca-Cola subieron como la espuma.

A lo largo de los años, muchas empresas de éxito han dejado deasumir riesgos importantes en momentos críticos y han pagadoel precio; para algunas sólo fue un traspié y lograron remontar,pero muchas otras no sólo se derrumbaron sino que también desa-parecieron. Sólo en los años ochenta desaparecieron 230 compa-ñías de la lista Fortune 500 y lo cierto es que, a día de hoy, sóloel 16% de las mayores empresas de principios del siglo XX siguenentre nosotros. Quién sabe cuántas lápidas en el cementerio delcapitalismo deberían llevar grabado el epitafio de «Aquí yaceuna compañía que murió libre de riesgos».

Quizá, uno de los casos empresariales más dramáticos y estudiadosde riesgos asumidos y después no asumidos sea la famosa his-toria de Xerox, repleta de triunfos y tragedias.

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Las raíces de Xerox se remontan a 1906, cuando se conocíacomo la Haloid Company. Como tal, fabricó con éxito papelfotográfico en Rochester, cerca de Nueva York, durante 41 añoshasta que en 1947 asumió un gran riesgo apoyando una idearevolucionaria que todos los demás habían rechazado. ChesterCarlson, un inventor relativamente poco conocido del Queensneoyorquino, llevaba años intentando interesar a alguien en sucopiado electrofotográfico pero todos le respondían que el papelde calco funcionaba bien y más de veinte compañías, incluidasIBM y General Electric, no le hicieron caso, sino que recibieronsu invento con lo que él describió como «una entusiasta falta deinterés».

Finalmente, Carlson firmó un contrato con el Battelle MemorialInstitute de Columbus (Ohio) para refinar su proceso y allí fuedonde Haloid descubrió el invento y obtuvo una licencia paradesarrollar y comercializar una máquina copiadora basada en latecnología de Carlson. A un profesor de lengua clásica de la Uni-versidad Estatal de Ohio se le atribuye el término xerografía,que en griego significa «escritura en seco».

Cuando conocí Haloid-Xerox, como había sido rebautizada lacompañía, era una empresa de tamaño moderado y poco ágil.No tenía nada de pretenciosa; las oficinas de Rochester tenían elsuelo de baldosas de caucho y escritorios de metal, y estabanhabitadas por ingenieros con estuches de plástico en los bolsillosy rostros serios, pero se sentía una atmósfera de excitación ydedicación apasionada.

Más tarde, en 1958, una década después de aceptar la idea deCarlson, una caja metálica lisa beige y marrón salió de la líneade montaje piloto: era la primera fotocopiadora de papel normal delmundo y, cuando se lanzó al mercado en 1959 como la Xerox914, en las oficinas de todo el país el papel calco se convirtió derepente en una curiosa reliquia del pasado. Un nuevo sustantivo(xerox) y un verbo pasaron a formar parte, para gran disgustode los abogados de la marca, del vocabulario internacional.

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La Xexox 914 llegó a convertirse en uno de los productos indus-triales de mayor éxito del mundo, con más de 200.000 unidadesproducidas entre 1959 y 1976, el año en que la compañía dejóde producirla. Hoy, la Xerox 914 aparece en los anales de la his-toria americana como un artefacto de la Smithsonian Institution.

Xerox había crecido hasta superar los 1.000 millones de dólaresen ingresos en menos de diez años gracias a que se arriesgó conuna única tecnología. Después, se descarrilaron temporalmenteporque dejaron de asumir riesgos (y nada menos que con suspropios inventos).

Trasladaron la sede central de Rochester a una zona más glamu-rosa como es Stamford (Connecticut), los suelos de baldosas decaucho dieron paso a moquetas gruesas y los escritorios de metalfueron reemplazados por otros de madera maciza. Casi todos losempleados de la sede central eran gente del cogollo porque habíancrecido y se habían enriquecido con aquellas copiadoras Xeroxamazacotadas, y vender más era lo único que esperaban hacer enel futuro.

Mientras tanto, en 1970 la compañía había creado unas instala-ciones de investigación en Palo Alto (California) donde, en1973, se llevó a cabo la demostración del Alto, el primer orde-nador personal con un monitor para gráficos con iconos, pági-nas sobrepuestas en la pantalla y un gracioso objeto llamadoratón.

En aquel momento, Xerox llevaba por lo menos cinco años deventaja respecto a sus competidores futuros pero los hombresdel cogollo no asumieron el riesgo. Como he mencionado antes,ésa es una de las principales enfermedades del éxito, junto conla complacencia y la arrogancia. Los ingenieros del centro deinvestigación de Palo Alto, que acabaron firmando contratos conempresas como Apple o Microsoft, se quejaron de no ser capacessiquiera de conseguir la atención de los altos directivos en lasoficinas enmoquetadas de Stamford.

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Hacia finales de los años noventa, Xerox había perdido su lide-razgo en fotocopiadoras, reportaba pérdidas y se anunciabanimportantes recortes de plantilla. En 2002, la Comisión de Valo-res y Bolsa acusó a la compañía de irregularidades contables ya varios directivos de fraude de títulos. Sin embargo, mientrasescribo esto Xerox sigue con nosotros, reinventándose bajo elmando de una nueva dirección.

He aquí una compañía orgullosa, fundada en la innovacióntecnológica, tan arrastrada por su éxito en un tipo de productoque dejó de asumir un riesgo en nuevas oportunidades que sur-gían entre sus propias filas, aunque fuera en el otro extremo delcontinente. Pasaron por alto la sencilla verdad de que para crearbeneficios a largo plazo hay que innovar a corto plazo.

Como es evidente, en el camino hacia delante siempre habráfracasos. Walter Isaacson, en su espléndida biografía de Eins-tein, cuenta que, para su nuevo despacho de Princeton, Einsteinpidió un escritorio o una mesa, una silla, varios lápices, papely una papelera muy grande para todas las veces que se iba aequivocar». En los negocios, se puede argumentar a favor deerrores como el Lisa de Steve Jobs o el Power MacCube porqueengendraron un ambiente tan creativo en Apple que acabó pro-duciendo éxitos rotundos como el iPod o el iPhone. Incluso sepueden justificar errores que se han convertido en estudios ca-suísticos del folclore de los cursos de cómo no hacer las cosasen las facultades de empresariales de todo el país, desde elEdsel hasta los discos de vinilo, pasando por la New Coke.Errores como éstos, con las valiosas lecciones que nos enseñanen retrospectiva sobre meteduras de pata empresariales, no sonmás que riesgos que no funcionaron, errores de cálculo que, pormuy costosos que hayan sido en su momento, forman parte delprecio de seguir en los negocios. Como señalaba Peter Druckerhace casi cincuenta años, la principal tarea de los directivosconsiste en arriesgar prudentemente los activos actuales de lacompañía para garantizar su existencia en el futuro. Yo inclusome permito sugerir que, si una compañía no fracasa nunca, sus

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directivos no son suficientemente inconformistas como parajustificar sus sueldos.

En Xerox no fueron inconformistas en absoluto, sino que muy,pero que muy cómodos y, como he apuntado antes, cuando unoestá cómodo la tentación de dejar de asumir riesgos es tangrande que se hace casi irresistible. Y el fracaso es prácticamenteinevitable.

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