013 la necesidad de la iglesia

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1 013.- La necesidad de la iglesia AUNQUE el mundo necesita simpatía, aunque necesita las oraciones y la ayuda de Dios, aunque necesita ver al Salvador en la vida de los que le siguen, los hijos de Dios necesitan igualmente oportunidades que atraigan sus simpatías, den eficiencia a sus oraciones y desarrollen en ellos un carácter semejante al modelo divino. Para proveer estas oportunidades, Dios colocó entre nosotros a los pobres, los infortunados, los enfermos y los dolientes. Son el legado de Yahshua a su iglesia, y han de ser cuidados como él los cuidaría. De esta manera, Dios elimina la escoria y purifica el oro, dándonos la cultura del corazón y el carácter que necesitamos. El Señor podría llevar a cabo su obra sin nuestra cooperación. No depende de nosotros por nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestro trabajo. Pero la iglesia es muy preciosa a su vista. Es el estuche que contiene sus joyas, el aprisco que encierra su rebaño, y él anhela verla sin mancha, tacha ni cosa semejante. El siente por ella anhelos de amor indecible. Esta es la razón por la cual nos ha dado oportunidades de trabajar para él, y acepta nuestras labores como prueba de nuestro amor y lealtad. Al poner entre nosotros los pobres y los dolientes, el Señor nos prueba para revelarnos lo que hay en nuestro corazón. No podemos apartarnos impunemente de los principios, no podemos violar la justicia, no podemos descuidar la misericordia. Cuando vemos a un hermano que cae, no debemos pasar al otro lado, sino hacer esfuerzos decididos e inmediatos para cumplir la Palabra de Dios y ayudarle. No podemos obrar en forma contraria a las instrucciones especiales de Dios sin que el resultado de nuestra obra se refleje en nosotros mismos. Debe arraigarse firmemente en la conciencia que cualquier cosa que deshonre a Dios en nuestra conducta no puede beneficiarnos. Debe ser escrito en la conciencia, como con buril de acero en una roca, que el que desprecia la misericordia, la compasión y la justicia, el que descuida a los pobres, que pasa por alto las necesidades de la humanidad doliente, que no es bondadoso ni cortés, se conduce de tal manera que Dios no puede cooperar con él en el desarrollo de su carácter. La cultura de la mente y del corazón se logra más fácilmente cuando sentimos tan tierna simpatía por los demás que sacrificamos nuestros beneficios y privilegios para aliviar sus necesidades. El obtener y retener todo lo que podemos para nosotros mismos fomenta la indigencia del alma. Pero todos los atributos de Cristo aguardan ser recibidos por aquellos que quieran hacer lo que Dios les ha indicado y obrar como Cristo obró. Nuestro Redentor envía a sus mensajeros a dar testimonio a su pueblo. El dice: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si ,alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo." (Apoc. 3: 20.) Pero muchos se niegan a recibirle. El Espíritu Santo aguarda para enternecer y subyugar los corazones, pero no están dispuestos a abrir la puerta y dejar entrar al Salvador, por temor a que él requiera algo de ellos. Y así Jesús de

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013.- La necesidad de la iglesia

AUNQUE el mundo necesita simpatía, aunque necesita las oraciones y la ayuda de Dios,

aunque necesita ver al Salvador en la vida de los que le siguen, los hijos de Dios necesitan

igualmente oportunidades que atraigan sus simpatías, den eficiencia a sus oraciones y

desarrollen en ellos un carácter semejante al modelo divino.

Para proveer estas oportunidades, Dios colocó entre nosotros a los pobres, los infortunados,

los enfermos y los dolientes. Son el legado de Yahshua a su iglesia, y han de ser cuidados

como él los cuidaría. De esta manera, Dios elimina la escoria y purifica el oro, dándonos la

cultura del corazón y el carácter que necesitamos.

El Señor podría llevar a cabo su obra sin nuestra cooperación. No depende de nosotros por

nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestro trabajo. Pero la iglesia es muy preciosa a su vista.

Es el estuche que contiene sus joyas, el aprisco que encierra su rebaño, y él anhela verla sin

mancha, tacha ni cosa semejante. El siente por ella anhelos de amor indecible. Esta es la

razón por la cual nos ha dado oportunidades de trabajar para él, y acepta nuestras labores

como prueba de nuestro amor y lealtad.

Al poner entre nosotros los pobres y los dolientes, el Señor nos prueba para revelarnos lo

que hay en nuestro corazón. No podemos apartarnos impunemente de los principios, no

podemos violar la justicia, no podemos descuidar la misericordia. Cuando vemos a un

hermano que cae, no debemos pasar al otro lado, sino hacer esfuerzos decididos e

inmediatos para cumplir la Palabra de Dios y ayudarle. No podemos obrar en forma

contraria a las instrucciones especiales de Dios sin que el resultado de nuestra obra se

refleje en nosotros mismos. Debe arraigarse firmemente en la conciencia que cualquier

cosa que deshonre a Dios en nuestra conducta no puede beneficiarnos.

Debe ser escrito en la conciencia, como con buril de acero en una roca, que el que

desprecia la misericordia, la compasión y la justicia, el que descuida a los pobres, que pasa

por alto las necesidades de la humanidad doliente, que no es bondadoso ni cortés, se

conduce de tal manera que Dios no puede cooperar con él en el desarrollo de su carácter.

La cultura de la mente y del corazón se logra más fácilmente cuando sentimos tan tierna

simpatía por los demás que sacrificamos nuestros beneficios y privilegios para aliviar sus

necesidades. El obtener y retener todo lo que podemos para nosotros mismos fomenta la

indigencia del alma. Pero todos los atributos de Cristo aguardan ser recibidos por aquellos

que quieran hacer lo que Dios les ha indicado y obrar como Cristo obró.

Nuestro Redentor envía a sus mensajeros a dar testimonio a su pueblo. El dice: "He aquí,

yo estoy a la puerta y llamo: si ,alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y

cenaré con él, y él conmigo." (Apoc. 3: 20.) Pero muchos se niegan a recibirle. El Espíritu

Santo aguarda para enternecer y subyugar los corazones, pero no están dispuestos a abrir la

puerta y dejar entrar al Salvador, por temor a que él requiera algo de ellos. Y así Jesús de

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Nazaret pasa de largo. El anhela concederles las ricas bendiciones de su gracia, pero se

niegan a aceptarlas. ¡Qué cosa terrible es excluir a Cristo de su propio templo! ¡Qué

pérdida para la iglesia!

Representemos al Salvador

Las buenas obras nos cuestan un sacrificio, pero es este mismo sacrificio lo que provee

disciplina. Estas obligaciones nos ponen en conflicto con los sentimientos y propensiones

naturales, y al cumplirlas obtenemos victoria tras victoria sobre los rasgos objetables de

nuestro carácter. La guerra prosigue, y así crecemos en la gracia. Así reflejamos la

semejanza de Cristo y se nos prepara para tener un lugar entre los benditos en el reino de

Dios.

Bendiciones, tanto temporales como espirituales, acompañarán a aquellos que imparten a

los necesitados lo que reciben del Maestro. Jesús realizó un milagro para alimentar a los

cinco mil que constituían una multitud cansada y hambrienta. Eligió un lugar agradable en

el cual acomodar a la gente y les ordenó que se sentaran. Luego tomó los cinco panes y los

dos pececillos. Sin duda se hicieron muchas declaraciones acerca de la imposibilidad de

satisfacer a cinco mil hombres hambrientos, además de las mujeres y los niños, con tan

escasas provisiones. Pero Jesús dio gracias y puso los alimentos en las manos de los

discípulos, para que los distribuyesen. Ellos los repartieron a la multitud, y el alimento se

iba multiplicando en sus manos. Cuando la multitud hubo sido alimentada, los discípulos

mismos se sentaron y comieron con Cristo de la provisión impartida por el cielo. Esta es

una lección preciosa para cada uno de los que siguen a Cristo.

La religión pura y sin mancha consiste en "visitar los huérfanos y a las viudas en sus

tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo." (Sant. 1: 27.) Los miembros de

nuestras iglesias tienen mucha necesidad de conocer la piedad práctica. Necesitan practicar

la abnegación y el sacrificio propio. Necesitan dar al mundo evidencia de que son

semejantes a Cristo. Por lo tanto la obra que Cristo requiere de ellos no debe ser hecha por

medio de otro, ni deben delegar a alguna comisión o institución la carga que ellos mismos

deben llevar. Han de llegar a ser semejantes a Cristo en carácter, dando de sus recursos y

de su tiempo, su simpatía, su esfuerzo personal, para ayudar a los enfermos, consolar a los

afligidos, aliviar a los pobres, estimular a los desalentados, iluminar a las almas que están

en las tinieblas, señalar a Cristo a los pecadores, y grabar en los corazones la obligación de

guardar la ley de Dios.

La gente está vigilando y pesando a aquellos que aseveran creer las verdades especiales

para este tiempo. Está vigilando para ver en qué representan su vida y conducta a Cristo.

Al empeñarse humilde y fervientemente en la obra de hacer bien a todos, el pueblo de Dios

ejercerá una influencia que se hará sentir en toda aldea y ciudad donde penetró la verdad.

Si todos los que conocen la verdad echan mano de esta obra a medida que se les presentan

las oportunidades, haciendo día tras día pequeños actos de amor en el vecindario donde

viven, Cristo se manifestará a sus vecinos. El Evangelio será revelado como poder

viviente, y no como fábulas por arte compuestas u ociosas especulaciones. Se revelará

como una realidad, no como el resultado de la imaginación o el entusiasmo. Esto tendrá

más consecuencia que los sermones, la profesión de fe o los credos.

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Satanás está jugando el juego de la vida para apoderarse de cada alma. Sabe que la

simpatía práctica es una prueba de la pureza y de la abnegación del corazón y hará todo

esfuerzo posible para cerrar nuestro corazón a las necesidades ajenas, y lograr que al fin no

nos conmueva la vista del dolor. Introducirá muchas cosas para impedir la impresión del

amor y la simpatía. Así fue como arruinó a Judas. Este se dedicaba constantemente a hacer

planes para beneficiarse a sí mismo. En esto representa a una gran clase de los que

profesan ser cristianos hoy. Por lo tanto necesitamos estudiar su caso. Estamos tan cerca

de Cristo como él lo estaba. Sin embargo, si, como sucedió con Judas, la asociación con

Cristo no nos hace uno con él, si no cultiva dentro de nuestro corazón una simpatía sincera

hacia aquellos por quienes Cristo dio su vida, corremos como Judas el peligro de quedar

separados de Cristo y de ser objeto de las tentaciones de Satanás.

Necesitamos protegernos contra la primera desviación de la justicia; una transgresión, una

negligencia en cuanto a manifestar el espíritu de Cristo, abren el camino a otra y aun otra,

hasta que la mente queda dominada por los principios del enemigo. Si se cultiva un

espíritu de egoísmo, llega a ser una pasión devoradora que nada sino el poder de Cristo

puede subyugar.

El mensaje de Isaías 58

No puedo instar demasiado a todos los miembros de nuestras iglesias, a todos los que son

verdaderos misioneros, a todos los que creen el mensaje del tercer ángel, a todos los que

apartan su pie del sábado, para que consideren el mensaje del capítulo 58 de Isaías. La

obra de beneficencia ordenada en dicho capítulo es la que Dios requiere que su pueblo haga

en este tiempo. Es obra señalada por él. No nos deja en duda en cuanto a dónde se aplica

el mensaje, y al momento de su cumplimiento señalado, porque leemos: "Y edificarán los

de ti los desiertos antiguos; los cimientos de generación y generación levantarás: y serás

llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar." (Vers. 12.) El

monumento recordativo de Dios, el sábado o séptimo día, recuerdo de la obra que hizo al

crear el mundo, ha sido desplazado por el hombre de pecado. El pueblo de Dios tiene una

obra especial que hacer para reparar la brecha que ha sido abierta en su ley; y cuanto más

nos acercamos al fin, más urgente se vuelve esta obra. todos los que amen a Dios

demostrarán que llevan su sello observando sus mandamientos. Son los restauradores de la

senda en que se ha de andar. El Señor dice: "Si retrajeras del sábado tu pie, de hacer tu

voluntad en mi día santo, y al sábado llamares delicias, . . . entonces te deleitarás en

Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra." (Vers. 13, 14.) De este modo, la

verdadera obra misionera médica está inseparablemente vinculada con la observancia de

los mandamientos de Dios, entre los cuales se menciona especialmente el sábado, puesto

que es el gran monumento recordativo de la obra creadora de Dios. Su observancia se

vincula con la obra de restaurar la imagen moral de Dios en el hombre. Este es el

ministerio que el pueblo de Dios debe realizar en este tiempo. Este ministerio,

debidamente cumplido, impartirá ricas bendiciones a la iglesia.

Como creyentes en Cristo necesitamos mayor fe. Necesitamos ser más fervientes en la

oración. Muchos se preguntan por qué sus oraciones son tan inertes, su fe tan débil y

vacilante, su experiencia cristiana tan sombría e incierta. "¿Qué aprovecha -dicen ellos-

que guardemos su ley, y que andemos tristes delante de Jehová de los ejércitos?" En el

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capítulo 58 de Isaías, Cristo demostró cómo puede cambiarse este estado de cosas. Dice:

"¿No es antes el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, deshacer los haces

de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que

partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes metas en casa; que cuando vieres al

desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu carne?" (Vers. 6, 7.) Tal es la receta que Cristo

prescribió para el alma que desmaya, duda y tiembla. Levántense los pesarosos, los que

andan tristes delante del Señor, y socorran a alguien que necesite auxilio.

La cooperación con Dios

Toda iglesia necesita el poder dominante del Espíritu Santo; y ahora es el momento de orar

por él. Pero en toda la obra que Dios hace por el hombre, quiere que éste coopere con él. A

este fin invita el Señor a la iglesia a tener una piedad superior, un sentido más justo del

deber, una comprensión más clara de sus obligaciones para con su Creador. Invita a sus

miembros a ser un pueblo puro, santificado y trabajador. Y la obra caritativa es un medio

de lograr esto, porque el Espíritu Santo se comunica con todos los que prestan servicio a

Dios.

A los que han estado empezados en esta obra quiero decir: Continuad trabajando con tacto

y habilidad. Despertad a vuestros compañeros para que trabajen organizados en algún

grupo que lleve un nombre especial, a fin de cooperar en una acción armoniosa. Conseguid

que trabajen los jóvenes de uno y otro sexo que hay en las iglesias. Combinad la obra

médico misionera con la proclamación del mensaje del tercer ángel. Haced esfuerzos

regulares y organizados para sacar a los miembros de la iglesia del nivel muerto en que han

estado durante años. Mandad a las iglesias obreros que vivan de acuerdo con los principios

de la reforma pro salud. Enviad a quienes puedan ver la necesidad de dominar el apetito,

pues de lo contrario serán una trampa para la iglesia. Ved si entonces no penetrará el

aliento de vida en nuestras iglesias. Es necesario introducir un nuevo elemento en la obra.

El pueblo de Dios debe comprender su gran necesidad y peligro, y emprender la obra que

tenga más a mano.

El Salvador acompaña siempre a quienes se dedican a esta obra, y pronunciando palabras

en sazón y fuera de sazón, ayudan a los menesterosos y les hablan del amor maravilloso de

Cristo hacia ellos. El impresionará los corazones de los pobres, miserables y cuitados.

Cuando la iglesia acepte la obra que Dios le dio, se cumplirá la promesa que se le hizo:

"Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salud se dejará ver presto; e irá tu justicia

delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia." (Isa. 58: 8.) Cristo es nuestra

justicia; él va delante de nosotros en esta obra, y la gloria del Señor la sigue.

Todo lo que el cielo contiene aguarda que lo use toda alma que quiera trabajar en las

actividades de Cristo. En la medida en que los miembros de nuestras iglesias emprendan

individualmente la obra que les ha sido asignada, se verán rodeados por una atmósfera

completamente diferente. Sus labores irán acompañadas de bendición y poder.

Experimentarán una cultura superior de la mente y del corazón. Quedará vencido el

egoísmo que aprisionó sus almas. Su fe será un principio vivo. Sus oraciones serán más

fervientes. La influencia vivificadora y santificadora del Espíritu Santo se derramará sobre

ellos, y serán acercados al reino de los cielos.

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El Salvador no tiene en cuenta las jerarquías ni las castas, los honores mundanales ni las

riquezas. El carácter y el propósito consagrado son las cosas que tienen alto valor para él.

El no se pone de parte de los fuertes favorecidos por el mundo. El que es el Hijo del Dios

viviente se humilla para elevar a los caídos. Por sus promesas y palabras de seguridad

procura ganar para sí al alma perdida que perece. Los ángeles de Dios están observando

para ver cuáles de sus seguidores manifestarán tierna compasión y simpatía. Están

observando para ver quiénes entre el pueblo de Dios manifestarán el amor de Jesús.

Los que comprenden la miseria del pecado y la compasión divina de Cristo en su sacrificio

infinito por el hombre caído, tendrán comunión con Cristo. Su corazón rebosará de ternura;

la expresión de su rostro y el tono de su voz revelarán simpatía; sus esfuerzos se

caracterizarán por ferviente solicitud, amor y energía, y con la ayuda de Dios constituirán

un poder capaz de ganar almas para Cristo.

Todos necesitamos sembrar paciencia, compasión y amor. Segaremos la mies que estamos

sembrando. Estamos ahora formando nuestro carácter para la eternidad. Aquí en la tierra

nos estamos educando para el cielo. Todo lo debemos a la gracia gratuita y soberana. En

el pacto, la gracia ordenó nuestra adopción. En el Salvador, la gracia efectuó nuestra

redención, nuestra regeneración y nuestra adopción para ser coherederos con Cristo.

Revelemos esta gracia a otros. 2JT 499-506