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¹UNELLEZ-Guanare, Programa de Ciencias del Agro y del Mar, Herbario Universitario (PORT), Mesa de Cavacas, estado Portuguesa. Venezuela 3350. INTRODUCCIÓN Gerardo A. Aymard C. ¹ El conocimiento que tenían los pobladores del “Nuevo Continente” referente a los diferentes tipos de vegetación y su gran diversidad de especies, antes de la llegada de los europeos, ha sido am- pliamente documentado (Mann, 2006). Sin embar- go, la divulgación de esta información se inició a través de los relatos de las diferentes exploraciones realizadas, en búsqueda de nuevos productos vege- tales, minerales y el reconocimiento de áreas bos- cosas, a partir del ingreso de los españoles a Amé- rica (Castroviejo, 1989; Lucena-Giraldo, 1990). Las primeras descripciones de los bosques venezo- lanos fueron elaboradas por dos integrantes de La “Comisión de límites al Orinoco”. El coronel Eugenio Fernández de Alvarado, en 1755, elaboró un infor- me titulado "Pequeña sombra del Reyno Begeta- ble”, en el cual describe la vegetación adyacente a las misiones catalanas ubicadas en el Hato de la Divina Pastora, en los alrededores de lo que es actualmente El Dorado, estado Bolívar. En el men- cionado documento, hace referencia a la corteza de los árboles de “Quina” (Angostura trifoliata - Rutaceae) como el remedio más eficaz para las fie- bres tropicales (Blanco 1875; Arellano, 1964). En 1758, el sargento Francisco Fernández de Bovadilla refirió los hallazgos de grandes selvas en la región del río Padamo, con enormes árboles de la “Almen- dra” o “Yubia” (Bertholletia excelsa-Lecythidaceae), y abundantes individuos de “Cacao silvestre” (Theobroma sp.-Malvaceae), a los que nombraron “Cacahuales” (Lucena-Giraldo y de Pedro, 1992). El primero de mayo del año 1800, Aime Bonpland, compañero de viaje de Alexander von Humboldt, reseñó en su diario las selvas situadas entre los caños Tuamini y Pimichín (actual estado Amazo- nas), caracterizándolas como muy densas, com- puestas por árboles inmensos, formando una bóve- da de 48 m de altura, inaccesibles para él (Hum- boldt & Bonpland, 1908). Posterior al viaje de Hum- boldt y Bonpland y hasta finales del siglo XIX, la información acerca de la vegetación del país se señala en las publicaciones de A. Codazzi, tituladas “Resumen de la Geografía de Venezuela” y el “Atlas Físico y Político” (Codazzi, 1840, 1841, 1960), obras en las que se reseñan extensas áreas cubiertas de bosques y sabanas. Durante el siglo XIX, un considerable grupo de ex- ploradores europeos y venezolanos recorrieron el país en la búsqueda continua de productos natura- les. Información en detalle sobre la ruta y resultados de estas exploraciones se encuentran en Texera- Arnal (1991) y Lindorf (2008). El establecimiento definitivo en el país de Adolfo Ernst en 1861 y Henri Pittier, en 1918, hizo posible que se dieran los pasos concretos para establecer una base científica en el campo de la botánica y por consiguiente, del estudio de los bosques de Vene- zuela. Pittier elaboró el primer mapa de clasificación de la vegetación en Venezuela (Pittier, 1920). Pos- teriormente lo acompañó con un esbozo de las formaciones vegetales conocidas para la época (Pittier 1937; Pittier & Williams, 1945). Esta informa- ción se consolidó con otros trabajos como: la explo- ración botánica realizada por Ll. Williams en bos- ques de la Guayana (Williams, 1940, 1941, 1942); los mapas fitogeográfico (Tamayo 1955, 1958), forestales de los estados Guárico (Striker y Rojas, 1955), Falcón (Santaromita, 1958) de la Guayana Venezolana (Santaromita, 1961) y de vegetación de Venezuela (Hueck, 1960). Además, la publicación del primer Atlas forestal de Venezuela en 1961; los resultados del Inventario forestal en la Reserva Forestal Imataca durante los años 1964-67 (FAO, 1970), los mapas ecológicos de Ewel & Madrid (1968) y Ewel et al. (1976) basados en la formula- ción climática de Holdridge (1967); el mapa de la región centro Occidental: Falcón, Lara, Portuguesa y Yaracuy (Smith, 1972) y las numerosas explora- ciones botánicas realizadas por J. Steyermark, L. Aristeguieta, L. Ruíz-Terán, G. Agostini, B. Trujillo, T. Lasser, C. Blanco, L. Marcano-Berti y A. L. Ber- nardi, quienes colectaron y exploraron en casi todas las regiones de Venezuela durante cuatro décadas. A través de estos mapas y colecciones se conoció que el país poseía una de las provincias florísticas más importantes del mundo, con una flora muy rica en especies y endemismos. Con la fundación de la Facultad de Ciencias Fores- tales de la Universidad de los Andes, en 1948, se dio paso a los estudios de los bosques de Venezue- la basados en el concepto de los inventarios fores- tales con fines de manejo silvicultural (Veillon, 1962; Finol 1964, 1969, 1971, 1980; Veillon et al., 1976, 1977; Lamprecht, 1990). La información comenzó a analizarse a través del estudio de parcelas perma- nentes instaladas por J. P. Veillon desde 1953 (Vei- llon, 1974, 1985, 1889, 1997). Los estudios lideriza- dos por J. P. Veillon, H. Lamprecht y H. Finol- Urdaneta, con el apoyo técnico del personal del Instituto de Silvicultura, permitieron conocer la com- posición florística, estructura, dinámica y crecimien- to de la masa forestal de los principales tipos de bosques venezolanos. 7

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(1968) y Ewel et al . (1976) basados en la formula- los árboles de “Quina” ( Angostura trifoliata - Finol 1964, 1969, 1971, 1980; Veillon et al ., 1976, Rutaceae) como el remedio más eficaz para las fie- bres tropicales (Blanco 1875; Arellano, 1964). En 1758, el sargento Francisco Fernández de Bovadilla refirió los hallazgos de grandes selvas en la región del río Padamo, con enormes árboles de la “Almen- dra” o “Yubia” ( Bertholletia excelsa -Lecythidaceae), 7

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¹UNELLEZ-Guanare, Programa de Ciencias del Agro y del Mar, Herbario Universitario (PORT), Mesa de Cavacas, estado Portuguesa. Venezuela 3350.

INTRODUCCIÓN

Gerardo A. Aymard C. ¹

El conocimiento que tenían los pobladores del “Nuevo Continente” referente a los diferentes tipos de vegetación y su gran diversidad de especies, antes de la llegada de los europeos, ha sido am-pliamente documentado (Mann, 2006). Sin embar-go, la divulgación de esta información se inició a través de los relatos de las diferentes exploraciones realizadas, en búsqueda de nuevos productos vege-tales, minerales y el reconocimiento de áreas bos-cosas, a partir del ingreso de los españoles a Amé-rica (Castroviejo, 1989; Lucena-Giraldo, 1990).

Las primeras descripciones de los bosques venezo-lanos fueron elaboradas por dos integrantes de La “Comisión de límites al Orinoco”. El coronel Eugenio Fernández de Alvarado, en 1755, elaboró un infor-me titulado "Pequeña sombra del Reyno Begeta-ble”, en el cual describe la vegetación adyacente a las misiones catalanas ubicadas en el Hato de la Divina Pastora, en los alrededores de lo que es actualmente El Dorado, estado Bolívar. En el men-cionado documento, hace referencia a la corteza de los árboles de “Quina” (Angostura trifoliata -Rutaceae) como el remedio más eficaz para las fie-bres tropicales (Blanco 1875; Arellano, 1964). En 1758, el sargento Francisco Fernández de Bovadilla refirió los hallazgos de grandes selvas en la región del río Padamo, con enormes árboles de la “Almen-dra” o “Yubia” (Bertholletia excelsa-Lecythidaceae), y abundantes individuos de “Cacao silvestre” (Theobroma sp.-Malvaceae), a los que nombraron “Cacahuales” (Lucena-Giraldo y de Pedro, 1992).

El primero de mayo del año 1800, Aime Bonpland, compañero de viaje de Alexander von Humboldt, reseñó en su diario las selvas situadas entre los caños Tuamini y Pimichín (actual estado Amazo-nas), caracterizándolas como muy densas, com-puestas por árboles inmensos, formando una bóve-da de 48 m de altura, inaccesibles para él (Hum-boldt & Bonpland, 1908). Posterior al viaje de Hum-boldt y Bonpland y hasta finales del siglo XIX, la información acerca de la vegetación del país se señala en las publicaciones de A. Codazzi, tituladas “Resumen de la Geografía de Venezuela” y el “Atlas Físico y Político” (Codazzi, 1840, 1841, 1960), obras en las que se reseñan extensas áreas cubiertas de bosques y sabanas.

Durante el siglo XIX, un considerable grupo de ex-ploradores europeos y venezolanos recorrieron el país en la búsqueda continua de productos natura-les. Información en detalle sobre la ruta y resultados de estas exploraciones se encuentran en Texera-Arnal (1991) y Lindorf (2008).

El establecimiento definitivo en el país de Adolfo Ernst en 1861 y Henri Pittier, en 1918, hizo posible que se dieran los pasos concretos para establecer una base científica en el campo de la botánica y por consiguiente, del estudio de los bosques de Vene-zuela. Pittier elaboró el primer mapa de clasificación de la vegetación en Venezuela (Pittier, 1920). Pos-teriormente lo acompañó con un esbozo de las formaciones vegetales conocidas para la época (Pittier 1937; Pittier & Williams, 1945). Esta informa-ción se consolidó con otros trabajos como: la explo-ración botánica realizada por Ll. Williams en bos-ques de la Guayana (Williams, 1940, 1941, 1942); los mapas fitogeográfico (Tamayo 1955, 1958), forestales de los estados Guárico (Striker y Rojas, 1955), Falcón (Santaromita, 1958) de la Guayana Venezolana (Santaromita, 1961) y de vegetación de Venezuela (Hueck, 1960). Además, la publicación del primer Atlas forestal de Venezuela en 1961; los resultados del Inventario forestal en la Reserva Forestal Imataca durante los años 1964-67 (FAO, 1970), los mapas ecológicos de Ewel & Madrid (1968) y Ewel et al. (1976) basados en la formula-ción climática de Holdridge (1967); el mapa de la región centro Occidental: Falcón, Lara, Portuguesa y Yaracuy (Smith, 1972) y las numerosas explora-ciones botánicas realizadas por J. Steyermark, L. Aristeguieta, L. Ruíz-Terán, G. Agostini, B. Trujillo, T. Lasser, C. Blanco, L. Marcano-Berti y A. L. Ber-nardi, quienes colectaron y exploraron en casi todas las regiones de Venezuela durante cuatro décadas. A través de estos mapas y colecciones se conoció que el país poseía una de las provincias florísticas más importantes del mundo, con una flora muy rica en especies y endemismos.

Con la fundación de la Facultad de Ciencias Fores-tales de la Universidad de los Andes, en 1948, se dio paso a los estudios de los bosques de Venezue-la basados en el concepto de los inventarios fores-tales con fines de manejo silvicultural (Veillon, 1962; Finol 1964, 1969, 1971, 1980; Veillon et al., 1976, 1977; Lamprecht, 1990). La información comenzó a analizarse a través del estudio de parcelas perma-nentes instaladas por J. P. Veillon desde 1953 (Vei-llon, 1974, 1985, 1889, 1997). Los estudios lideriza-dos por J. P. Veillon, H. Lamprecht y H. Finol-Urdaneta, con el apoyo técnico del personal del Instituto de Silvicultura, permitieron conocer la com-posición florística, estructura, dinámica y crecimien-to de la masa forestal de los principales tipos de bosques venezolanos.

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Desde 1974 hasta 1982, bajo los auspicios del Insti-tuto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), se realizaron los primeros estudios de los bosques de la amazonia venezolana, en las cercan-ías de San Carlos de Río Negro, con énfasis en el análisis del ciclo de nutrientes y productividad del bosque (Medina et al., 1977).

Entre los años 1982, 1983 y 1985, el Ministerio del Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (MARNR), a través del proyecto Sistemas Ambien-tales de Venezuela, publicó dos mapas de la vege-tación actual de Venezuela a escalas 1:250.000 y 1:500.000 respectivamente, así como un Atlas de la vegetación de Venezuela; en este último documento destacan las descripciones de la vegetación bosco-sa (Ara C. y Arends, 1985).

A partir de 1985, comienza el Proyecto Inventario de los Recursos Naturales de la Región Guayana (PIRNRG), actividad en la que durante ocho años se exploró y estudió la región de la Guayana vene-zolana, logrando publicar más de cincuenta memo-rias descriptivas y mapas a escala 1:500.000.

En 1988 se publica un Mapa de vegetación de Ve-nezuela (Huber y Alarcón 1988), el cual consideró criterios florísticos, fitogeográficos y fisiográficos, representando un gran esfuerzo en explicar de ma-nera sencilla la gran variedad de comunidades ve-getales presentes en Venezuela.

En 1989, J. P. Veillon elaboró un mapa de vegeta-ción con una modificación al sistema de zonas de vida propuesto por L. Holdridge, enfatizando que aparte de la temperatura y la precipitación media anual, también se debía analizar el número de me-ses áridos o duración anual del período del verano (Veillon, 1974; 1989). Actualmente, esta observa-ción de J. P. Veillon, representa una de las principa-les variables climatológicas utilizadas para ubicar regiones con alta densidad y diversidad vegetal en el Neotropico (ter Steege et al., 2003; 2006).

Desde la publicación del mapa de Huber y Alarcón, la información sobre del conocimiento florístico y el estado actual de conservación de los bosques ve-nezolanos se ha venido actualizando a través de mapas de vegetación elaborados por el MARNR en 1993-96 y 2003, así como por estudios en las dife-rentes regiones del país: en los Llanos (Aymard, 2005; Aymard y González, 2007); Amazonas (Clark et al., 2000; Dezzeo et al., 2000; Aymard et al., 2009); Andes (Bono, 1996; Cuello, 2002; Cuello & Cleef, 2009; en este volumen) y Cordillera de la Costa (Meier, 1998; en este volumen). Otros apor-tes al conocimiento botánico de Venezuela constitu-yen la publicación de los nueve volúmenes de la Flora de la Guayana Venezolana (Steyermark et al., 1985-2005), el “Catálogo anotado e ilustrado de la Flora vascular de los Llanos de Venezuela” (Duno de Stefano et al., 2007), el “Nuevo Catálogo de la flora Vascular de Venezuela” (Hokche et al., 2008) y

numerosas exploraciones botánicas en todo el terri-torio nacional. Esta nueva información, en conjunto con los resultados del Inventario Forestal Nacional (MARNR-FAO, 2004) y los nuevos mapas de las formaciones vegetales asociadas a sus grados de intervención, proyecto de “Sistemas Ecológicos de Venezuela” (Madi et al., 2008; 2009, en este volu-men), ponen de manifiesto como la vegetación bos-cosa en Venezuela ha sido modificada drásticamen-te durante las últimas cinco décadas, sin que se tomara en cuenta los diferentes planes de manejo propuestos por los técnicos forestales (Kammes-heidt et al., 2003; Lozada, 2007). Como consecuen-cia, actualmente sólo queda menos del 20% de los bosques llaneros en su estado original (Portillo-Quintero & Sánchez-Azofeifa, 2010), y otras regio-nes, como la Guayana (Bevilacqua et al., 2002; 2007), Andes (Gómez y Molina, 2007), Cordillera de la Costa y Amazonía, han perdido considerables extensiones de vegetación boscosa (Angulo et al.; Madi et al., en este volumen).

En un país como Venezuela, donde la diversidad fisiográfica y biológica es tan diversa, es práctica-mente imposible unificar en un solo libro informa-ción en detalle sobre los diferentes aspectos gene-rales del país y de la estructura y composición florís-tica de todos los ecosistemas de bosques presen-tes. Sin embargo, en esta oportunidad, fue posible reunir información original con la colaboración de 51 investigadores de 18 instituciones, que han estudia-do la vegetación boscosa en las cuatro unidades fisiográficas de Venezuela (Llanos, Colinas, Litoral y las Montañas). La información contenida en los diferentes capítulos de este libro, pone en evidencia la diversidad de bosques en Venezuela, esta carac-terística los convierte en un tema de importancia a nivel político y social, especialmente por el uso y aprovechamiento de la biodiversidad, como una gran posibilidad de adquirir beneficios en el futuro inmediato. Sin embargo, el avance cada vez más acelerado y descontrolado de la destrucción de los bosques tropicales pone en serio peligro la capaci-dad de las comunidades vegetales de proveer sus servicios al medio ambiente y a la comunidad mun-dial (Larson et al., 2007; Keesing et al., 2010).

Si se desea proteger y utilizar de manera adecuada la biodiversidad que albergan nuestros bosques, es necesario implementar mecanismos para tratar de detener la deforestaciones, y a la vez adaptar la legislación relacionada con el manejo de las zonas protectoras, de reservas forestales y terrenos del Estado. Se requiere con urgencia la ejecución de un plan nacional de conservación y restauración de lo que todavía existe, de lo contrario, dentro de muy pocos años la vegetación boscosa será muy poca, tal como lo anticipara J. P. Veillon en 1976, y como consecuencia de todo lo expuesto, la biodiversidad se habrá reducido demasiado para ser aprovechada de manera sostenible por las sociedades modernas,

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cada vez más demandantes de los servicios que nos prestan los recursos naturales.

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