04. negacion

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Mecanismos Psicológicos de

Defensa

Psicólogo Adán Domínguez

Nosotros los alcohólicos somos los

racionalizadores más grandes del mundo

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"Como alcohólicos activos perdimos nuestra capacidad para

escoger entre beber o no beber. Fuimos víctimas de una

compulsión que parecía imponernos que siguiéramos con

nuestra autodestrucción. "No obstante, por fin tomamos

algunas decisiones que ocasionaron nuestra recuperación.

Llegamos a creer que solos éramos impotentes ante el

alcohol. Esta fue, sin duda, una decisión, y muy difícil.

Llegamos a creer que un Poder Superior nos podría devolver

el sano juicio, en cuanto estuviéramos dispuestos a practicar

los Doce Pasos de A.A.

"En pocas palabras, nos decidimos a 'estar dispuestos' y

nunca habíamos tomado una mejor decisión".

Bill W.

PRIMER PASO

ADMITIMOS QUE ÉRAMOS IMPOTENTES

ANTE EL ALCOHOL, QUE NUESTRAS VIDAS

SE HABÍAN VUELTO INGOBERNABLES

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La primera vez que afrontamos la necesidad

de admitir la derrota, la mayoría de nosotros

se rebeló. Nos habíamos acercado a A.A.

esperando que se nos enseñara la confianza en

nosotros mismos. Pero se nos dijo que, en lo

que concierne al alcohol, esa confianza no sólo

era inapropiada, sino que constituía una

desventaja. Nuestros padrinos declararon que

éramos víctimas de una obsesión mental tan

sutilmente poderosa que ninguna fuerza de

voluntad humana podría abatirla. No podía

pensarse en una victoria personal sobre esta

compulsión, mediante la mera fuerza de

voluntad.

BILL W.

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El alcohólico y el adicto niegan la realidad de su

problema y trata de convencerse a sí mismo de

que él está bien. Sin embargo, no tiene éxito en

este autoengaño, porque sí reconoce en él

sentimientos, impulsos, deseos y recuerdos que

son inaceptables. Esto le provoca un conflicto

entre lo que vagamente percibe que es la verdad

acerca de sus sentimientos, impulsos y deseos, y

aquello que su estima propia le permite aceptar

como la verdad. Como esta contradicción es

insoportable para su consciente, la elimina y

recurre a diversas maniobras para evitar que salga

a luz. Si las maniobras logran ocultar lo que es

inaceptable para la estima propia del alcohólico,

no se dará cuenta de que las está utilizando.

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Una de las maniobras que utiliza es racionalizar. Trata de

disipar, y a veces lo logra, la crítica de los demás por medio

de explicaciones provisionales, intentando así apoyar su

estima propia. Tiene que justificarse en todo momento, por

descabelladas que sean sus actitudes y su conducta. De esta

manera encuentra muchas razones para rehuir el asistir a AA

y cada razón puede ser plausible, pero su argumento es sólo

un intento de ignorar la realidad de que necesita ayuda de AA

o de otra fuente.

El alcohólico que racionaliza acerca de su propia conducta

irresponsable tiende también a encontrar fallas en las

actitudes y conducta de los demás. Trata de ocultar sus

propias fallas ante los otros, señalando con mucho detalle los

errores de sus familiares, amigos y todos aquellos investidos

de autoridad, pero esto salta a la vista. Realmente no está

interesado en reformarse, sino más bien en decir con un poco

de veracidad: “Miren, no soy tan distinto de todos los

demás”.

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Otra maniobra común es la de la proyección. Superficialmente se

asemeja mucho a la racionalización. La proyección consiste en

encontrar en los demás aquello que es inaceptable para sí mismo. Esto

implica una gran falta de percepción y es un intento por deshacerse de

sus intolerables sentimientos y motivos al encontrar los de los demás.

Puede interpretar la conducta de otros como un comportamiento

motivado por sentimientos que inconcientemente siente que son

indignos. Puede acusar a otros de criticar en exceso, aunque esto

describa su propia actitud hacia si mismo. La maniobra de proyección

puede llevarlo a acusar a otros de desear que él se emborrache; o

puede acusar a sus amigos de AA de que están bebiendo.

También la reacción exagerada es una maniobra clásica del enfermo

alcoholico. Ante un suceso que puede ser más bien trivial reacciona

en una forma desproporcionada y puede albergar terribles

resentimientos sin ninguna razón evidente. Puede reaccionar con

violencia extraordinaria al ser privado de su “tienda” o al no recibir

una llamada telefónica. Evidentemente, al reaccionar así, está

descargando toda su frustración, cólera y resentimiento en un objeto

exterior. Es incuestionable el peligro de la frustración dominante en el

alcohólico.

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La gran mayoría de los alcohólicos parecen conocer

todas las soluciones. Rara vez carecen de las palabras

apropiadas para hacer su autodiagnóstico. Su

conocimiento y percepción interior son bastante

impresionantes en apariencia, contrariamente a la

percepción interior genuina que no es así de convincente.

Son sumisos. Esta sumisión implica una contradicción

entre el dicho y el hecho. El alcohólico parece aceptar la

crítica y hablar detalladamente acerca de sus defectos

personales. Pero no puede traducir sus palabras en actos

efectivos. Su sumisión crea en otros la esperanza de

buenos resultados por llegar. Habiendo articulando sus

problemas y dado evidencia de que sabe cómo

eliminarlos, el alcohólico parece estar en una situación de

poder actuar con efectividad para su propio bien. Pero sus

hechos non son nunca iguales a sus promesas.

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La sumisión proviene de la tendencia que tiene el alcohólico a

evitar molestias. Es un esquivador experto que, a través de la

práctica, efectivamente elige la alternativa que presenta la menor

cantidad de molestias inmediatas cuando se ve precisado a tomar

decisiones. Sabe cuál es el curso de acción responsable a seguir,

pero su conducta es predecible y puede utilizar su estancia en AA

para adoptar otra forma de sumisión con el fin de minimizar su

malestar. Utilizando el peculiar vocabulario de AA, puede

explayarse respecto de sus “defectos de carácter” o de la

“ingobernabilidad de su vida” porque sabe bien que, de decir lo

contrario, incluiría en el desagrado a sus compañeros de AA, lo

que le ocasionaría molestias. Su sumisión es de dientes para

afuera a los principios que podrían darle el bienestar del que

carece. El acto de hablar sobre sus faltas parece disipar, por el

momento, la necesidad de hacer algo para corregirlas. Vagamente

se percata dentro de sí mismo de una necesidad de cambiar. Pero

la maniobra defensiva de la sumisión está ideada para evitar un

reconocimiento pleno de una situación inaceptable.

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El enfermo alcohólico parece incapaz de tener una evaluación

realista de sí mismo. En la mayoría de los casos esto significa

que no puede verse a si mismo como lo ven los demás. Por

desagradable que haya llegado a ser su vida, persiste en

considerarse exento de culpa, víctima de circunstancias fuera de

su control. Mientras más firmemente esta convencido de su

falta de culpabilidad, más tenaz y listo es para resistirse a la

ayuda, ya que el primer paso hacia la reparación de su situación

consiste en aceptar su responsabilidad de ella.

En resumen, el enfermo alcohólico está viviendo una

existencia empobrecida. Su experiencia pasada y su tensión

presente le impiden lograr la satisfacción de las cosas que otros

disfrutan de la vida. Su capacidad para crecer se ve muy

limitada y le es imposible madurar. No muestran la frescura y

espontaneidad que los alcohólicos genuinamente sobrios

manifiestan. Su vida es un sistema cerrado, sus actitudes y

conductas son estereotipadas, repetitivas y por lo tanto

predecibles. No tiene la capacidad de escoger, entre

alternativas, el curso de acción que más les convenga.

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"No puedes hacer que un caballo beba

agua si todavía prefiere cerveza, o está

demasiado loco para saber lo que

realmente quiere. Pon a su lado un cubo

de agua, dile lo buena que es y por qué,

y déjalo en paz.

"Si alguien realmente quiere

emborracharse, no existe, que yo sepa,

manera de prevenirlo - así que déjalo en

paz, deja que se emborrache. Pero no le

prives tampoco del cubo de agua".

BILL W.

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racias