04 Piratas y Contrabandistas 20

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cuatro Piratería y contrabando El que sabe aprovechar la ocasión, ése es el hombre oportuno. J. W. Goethe, Fausto, p. 1 a esc. 4 a v. 494 El Eclipse El sábado 13 de mayo de 1752, a las 11h 35m 26s empezó un eclipse total de Sol que pudo ser visto en su totalidad en el Pueblo Viejo de Tampico. La duración de la fase total fue de 4.52 minutos, y la duración de la fase parcial fue de más de 2 horas y media. Los tampiqueños sufrieron graves temores y decían que era anuncio de que los piratas regresarían pronto. Los piratas y el contrabando La piratería y después el contrabando, entraron a Tampico y darían una impronta, un carácter especial al poblado durante los siguientes cuatrocientos años. 103

Transcript of 04 Piratas y Contrabandistas 20

cuatro

Piratería y contrabando

El que sabe aprovechar la ocasión, ése es el hombre oportuno.

J. W. Goethe, Fausto, p. 1a esc. 4a v. 494

El EclipseEl sábado 13 de mayo de 1752, a las 11h 35m 26s empezó un eclip-se total de Sol que pudo ser visto en su totalidad en el Pueblo Viejo de Tampico. La duración de la fase total fue de 4.52 minutos, y la du-ración de la fase parcial fue de más de 2 horas y media. Los tampi-queños sufrieron graves temores y decían que era anuncio de que los piratas regresarían pronto.

Los piratas y el contrabandoLa piratería y después el contrabando, entraron a Tampico y darían una impronta, un carácter especial al poblado durante los siguientes cuatrocientos años.

Piratería y contrabando se sentarían sus reales de tal forma en la región del Tampico veracruzano, que al fundarse en 1823 el Tampico moderno, la principal preocupación de tirios y troyanos, léa-se, comerciantes y autoridades, fue crear los mecanismos adecua-dos para mantener abierta la puerta al contrabando que había hecho fortunas, la de la familia Zigorraezarri entre otras.

Siempre el nombramiento del encargado de la aduana o de lo que entonces se conocía como “fielato”1 era un tema de gran delica-

1 Fielato: 1. m. Oficio de fiel. 2. [m.]Oficina del fiel. 3. [m.]Oficina a la entrada de las poblaciones en la cual se pagaban los derechos de consumo.

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deza, en el que participaban desde las autoridades del “Ilustre Ayun-tamiento”, hasta las más altas del país.

Hubo casos en los que, personalmente, el Presidente de la Re-pública, se ocupaba de escribir largas misivas a las autoridades mu-nicipales, “reportando denuncias” de que en tal o cual casa o nego-cio, se mantenían “géneros” ya sean prohibidos, como ocurría en los años 1827 al 29 cuando fueron prohibidas las mercancías españolas, o bien que habían entrado al país sin pagar los impuestos... que por otro lado, rara vez eran pagados.

En todos los casos, la defensa que hacía la “Ilustre corporación” de los sospechosos con la ley en la mano –en algunos casos los mis-mos ilustres funcionarios municipales– era digna de mejores causas.

Remigio, el hijo más pequeño del tío Iñaki, quien según su fe de bau-tismo era un expósito2 adoptado (aunque existen dudas razonables de que haya podido ser hijo natural de Iñaki con una “guaterita”3) pre-sentó un discurso que fue publicado en un periódico local de Tampi-co. Es un recorte sin encabezado ni fecha, pero que por su contenido y, sobre todo, por el colofón, evidentemente conservador y santannis-ta, debe ser de poco antes del último período presidencial de Santa Anna, alrededor de marzo o abril de 1853.

La piratería y el Supremo GobiernoDiscurso de D. Remigio Zigorraezarri y Perea el pasado dia de

reunion de la Honorable Junta Patriótica.Honorables miembros de la presidencia de esta Honorabilísi-

ma Junta Patriótica.Me habéis pedido que diserte sobre los negros nubarrones

que cubren de nueva cuenta la patria, al elevarse los impuestos a los géneros importados.

Haré para vosotros una susinta exposición de los intíngulis de la profesión que parecieran tener nuestros gobernantes: la de pirata.

Corsarios y piratas han existido desde que el hombre aprendió a surcar los mares. Los primeros fueron los piratas, que no eran mas que ladrones en barcas, porque sus asaltos los realizaban en tierra o en el mar, pero desde el mar y desde sus barcos.

Los Griegos aquéos quienes se presume eran parientes de los pueblos del mar que extendieron el caos en Egipto y oriente eran ex-pertos en la piratería.

2 Del lat. expositus, expuesto. 1. adj. Dícese del recién nacido abandonado o expuesto, o confiado a un establecimiento benéfico. Ú. m. c. s.3 Guatera – ro: Se dice de quien se dedica a contrabandear cosas ocultas en un “guato”, una especie de mochila que se escondía entre las ropas y el ab-domen, para hacer parecer a la mujer embarazada y al hombre barrigudo.

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Atacaban las lentas barcas de los pacíficos comerciantes des-de sus ágiles galeras, o saqueaban las poblaciones de la costa, de preferiencia si se hallaba sin defensas. Era habitual que practicaran el comercio y la piratería a la vez, si los otros eran más fuertes, co-merciaban, si más débiles atacaban y se quedaban con todo.

Una forma cómoda de reponer mercancía que luego era vendi-da en el siguiente fondeadero, como sin duda hacen algunos cuyos nombres yo me sé. Podríamos afirmar sin ningún temor de equivo-carnos, que Jasón y los Argonautas eran piratas enviados en misión de exploración. En aquella época, los piratas tenían mas gusto por la tierra que por el mar debido a la endeblez de sus naves que invaria-blemente tenían que varar y sacar del agua cada noche, para, en tie-rra, cocinar y descansar.

El único periodo de la historia en que hubo tranquilidad en el mediterráneo, fue durante la pax romana, los grandes barcos que transportaban trigo de Egipto y de otras partes del imperio solo te-nían que temer a los elementos -salvo en las costas cuasi atlánticas de Marruecos, y el artífice de la limpieza de piratas fue el gran Pom-peyo el Grande.

Cuando se le encargó la tarea de limpiar el mediterráneo infes-tado de piratas, comprendió que sería imposible hacerlo con la flota dispersa, y para evitarlo, dividió el Mare Nostro en zonas a las que asignó comandantes y parte de la flota a todas y cada una esas zo-nas, y Pompeyo se quedó con el resto de la flota, y empezó la limpie-za, se trasladaba de zona en zona hasta sacar de ella a los piratas. Enseguida, abandonaba la zona y disponía los medios para rechazar cualquier nueva intrusión.

Así acometió una zona tras otra hasta que acorraló a todos los piratas en la zona de Silisia, en Turquía, tierra natal de los piratas, en la que no había ninguna escuadra romana. Reunió a su flota, y lite-ralmente los aplastó contra la costa. Y ese fue el fin de la piratería en el Mediterráneo durante mas de 200 años.

Con la descomposición del imperio todo volvió a su estado de origen, la ley de el mas fuerte imperaría. Aunque apenas había tráfi-co marino, la piratería no era rentable, y los nuevos amos de Europa, los bárbaros, tenían poco amor por el agua.

Años después, los normandos reactivaron la piratería en el mediterráneo, que hasta ese momento había estado en manos de los ismaelitas, por ejemplo Mallorca era la pesadilla de los reyes de Ara-gón hasta que Jaime el Conquistador la tomó para la cristiandad, y ciertamente se aprovechó como base pirata cristiana.

El proceso por el que la piratería se convierte en el socorrido sistema del contrabando, se remonta al siglo XVI. En apenas dos-

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cientos años la mítica figura del pirata se convirtió en símbolo de toda una época, exaltado por novelas y leyendas.

Antes de describir la piratería americana es conveniente espli-car las diferencias entre piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros. Se suelen utilizar estos nombres como sinónimos, sin notar que son personajes diferentes y diversas son sus motivaciones.

El pirata era el que robaba por cuenta propia en el mar o en sus riberas; es enemigo del comercio marítimo en general porque se mueve exclusivamente por su afán de ganancia, atacando por igual a cualquier pabellón nacional incluso, ¡o desdicha! el de su propia pa-tria. Era, por tanto, un hombre situado al margen de la norma impe-rante en la época. En su mayoría los piratas eran miserables delin-cuentes, vagabundos, desertores o perseguidos por sus ideas. De hecho, a la piratería se llegaba por necesidad, difícilmente por voca-ción.

El corsario, en cambio, era un marino particular contratado y fi-nanciado por un Estado en guerra para causar pérdidas al comercio del enemigo y provocar el mayor daño posible en sus posesiones. Aceptaba las leyes y usos de la guerra y ofrecía una fianza a su so-berano en señal de que respetaría sus órdenes.

La actividad corsaria finalizaba al momento de firmarse la pas entre las potencias beligerantes, aunque muchos corsarios continua-ron hostilizando al antiguo enemigo en tiempos de supuesta paz. Los ingleses Jhon Havkins y Fransisco Drake fueron personajes que se-ñalaron la aparición de el corsario en la América del siglo XVI. Glorifi-cados por la literatura se constituyen en símbolo de esta actividad. Si el pirata es romántico, por luchar contra lo establecido, el corsario es, en cambio, clásico, porque está integrado en el mismo estableci-miento e incluso lo sostiene.

Los bucaneros y filibusteros fueron propiamente americanos. Los primeros aparecieron alrededor de 1623 en partes deshabitadas de la isla La Española, que poseía gran cantidad de ganado cima-rrón. Esos personajes cazaban el ganado, que luego era asado y ahumado a lo que llamaban bucan, lo que les valio el nombre de bu-caneros. Más tarde, muchos de ellos se hicieron piratas, aunque con-tinuaron llamandose bucaneros, mientras otros siguieron dedicados a la caza y venta de ganado. Era gente sin rey ni ley, procedente de cualquier nación, no les amparaba ningún pabellón, ningún gobierno. No eran hugonotes, ni anglicanos, ni calvinistas, ni católicos, y po-dían serlo todo sin que nadie les dijera nada por ello. Eran malditos rebeldes que vivían en un mundo bárbaro al margen de la civiliza-ción. Fueron propios del Caribe y del segundo cuarto del siglo XVII, período que coincide con el ocaso del Imperio español, el cual difícil-

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mente pudo controlar las depredaciones que realizaban en el vasto mundo isleño del Caribe.

Cuando los bucaneros abrazaron abiertamente la piratería se transformaron en filibusteros, fenómeno del Caribe que tuvo su mo-mento más importante en la segunda mitad del siglo XVII. La princi-pal guarida de los filibusteros fue la pequeña isla Tortuga, ubicada al noreste de La Española. Merece destacarse la conformación de la Cofradía de los Hermanos de la Costa, agrupación gremial que aso-ció a los filibusteros con la finalidad de garantizar a sus miembros el libre ejercicio de la profesión.

No existía la propiedad individual sobre tierras y barcos, consi-derados bienes comunales. Los miembros de la cofradía sólo eran propietarios de sus pertenencias y de una parte del botín. Cuando al-rededor de la última década del siglo XVII se empezaron a perder es-tas costumbres comunitarias esta asociación desapareció. El filibus-terismo fue sagazmente aprovechado por los países de Europa occi-dental en sus objetivos colonialistas. Les brindaron refugio y ayuda a cambio de la cual los convirtieron en instrumentos de sus propósitos. Por esto, el filibustero es un pirata casi domado.

La gran pregunta que conviene hacerse a continuación es: ¿por qué las costas de América se infectaron de esta clase de gen-te? Es evidente que las grandes riquezas de oro y plata en América despertaron la codicia de los enemigos de España. Para participar del botín y romper el monopolio hispánico, gobiernos y compañías comerciales europeas se valieron de los corsarios y piratas.

En segundo lugar, la existencia en Europa de muchos pobres de solemnidad, proporcionó los hombres que, atraídos por el oro y la plata, el espíritu de aventura, la defensa de sus principios religiosos o la simple búsqueda de libertad, conformaron las dotaciones de los "perros del mar".

También, la debilidad del imperio español favoreció el éxito de numerosas incursiones piratas que, a su vez, estimularon a otros a seguir el ejemplo. Las colonias no sólo carecían de un suficiente nú-mero de hombres y fortificaciones, sino también constituían un espa-cio geográfico muy extenso, lleno de refugios e islas difíciles de vigi-lar.

Hoy en día, el sedicente Supremo Gobierno de México, en un comportamiento absolutamente piratesco, ha aumentado los impues-tos sin tomar en cuenta ni considerar el parecer de quienes en suma y en síntesis, pagan los dispendios a que nos tiene acostumbrado el boato faraónico de los Lombardos, los caballos y los Rincones4 .4 Aquí Remigio trató de jugar con los nombres de los tres presidentes que hubieron en el año de 1853: Mariano Arista, Juan B. Ceballos y Manuel Ma-ría Lombadini.

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Pero ya pronto llegará quien les hará morder el polvo de su fili-busterismo.

He dicho.En otro documento, el mismo Remigio hizo algunos apuntes acerca de los piratas vasco-franceses Pierre y Jean Lafitte, de quienes dice, tuvieron tratos con su padre, el abuelo Iñaki.

El pirata Jean Lafitte, que nació en Bayona, Francia, probable-mente en 1780 o 1781, hijo de padre francés y madre española, posi-blemente vascos ambos. Era cuatro años menor que su hermano Pierre. Su familia emigró a la isla de Española, pero huyeron de ella por una rebelión, y los hermanos llegaron a Nueva Orleáns en 1804. Para 1808 estaban pasando contrabando de Barataria a Nueva Or-leáns.

Los hermanos participaron en muchas incursiones piratas en el Golfo y el Caribe y llevaban sus botines a Barataria mientras desa-fiaban los débiles esfuerzos del Gobernador William C. Claiborne pa-ra desalojarlos

Los hermanos Lafitte se involucraron en un plan para atacar Tejas y Tampico; pero la llegada de una flota británica que atacaría Nueva Orleáns finalmente le permitió a Claiborne desmantelar Bara-taria en septiembre de 1814, y el ataque contra Tampico y Tejas fue suspendido durante algún tiempo.

En septiembre de 1814, los británicos, intentaban ganar una cabeza de playa en el bajo valle de Mississippi tomando Nueva Or-leáns, los yanquis pidieron ayuda a Lafitte, que con la esperanza de ganar el perdón por sus actividades ilegales y la devolución de los géneros que le habían confiscado, optó para luchar al lado de los Es-tados Unidos, como se puede ver en la biografía de Pedro Elías Beán que escribiera mi padre.

Proporcionó hombres, armas y su conocimiento de la región, y durante la batalla de Nueva Orleáns el 8 de enero de 1815, sus se-guidores ayudaron a las fuerzas de Andrew Jackson para alcanzar una victoria aplastante. Después de la batalla, Lafitte y su hermano intentaron recobrar lo que habían perdido en Barataria. Jean Lafitte fue a Washington y Filadelfia en el invierno de 1815-16 a exponer su caso ante el Presidente James Madison, pero en 1816 de marzo se volvió a Nueva Orleáns sin éxito.

Su hermano, entretanto, había comprometido sus servicios con el gobierno español. La primera asignación de Jean Lafitte fue acom-pañar Arsène Lacarrière Latour en una expedición de cartografía al oeste de Arkansas Post del cual volvió en noviembre de 1816.

Durante su ausencia los piratas de Nueva Orleáns habían am-pliado su plan para abrir en la costa de Tejas un puerto, que les ser-viría como asilo y como base para atacar Texas y la costa de Nuevo

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Santander hasta Tampico. Louis Michel Aury que jugaría un papel principal en el nuevo plan, había escapado de Venezuela a Haití, donde los piratas de Nueva Orleáns se comunicaron con él a princi-pios de 1816.

Aury se había establecido en Galveston en julio de 1816, y a principios de septiembre llegó un enviado de los insurgentes mexica-nos, José Manuel de Herrera para constituir Galveston como un puerto habilitado de la república mexicana. Pierre Lafitte, Antonio de Sedella, y Juan Mariano Picornell armaron un plan para capturar el establecimiento de Aury al tiempo que la expedición de Francisco Xavier Mina llegaba a Galveston.

Mientras el plan se maduraba, Jean Lafitte, como agente se-creto al servicio del gobierno español, fue a Galveston a donde llegó unos días después de que Mina, en un convoy de Aury, zarpara para México. Entonces, el 8 de abril Lafitte organizó un gobierno en Gal-veston, y una semana después los funcionarios juraron obediencia a México. Lafitte dejó Galveston el 18 de abril para informar a Sedella, y el 8 de mayo conferenció con Felipe Fatio enviado de Cuba para di-rigir el plan para capturar a Aury y sus piratas.

El 3 de mayo de 1817, mientras Lafitte estaba en Nueva Or-leáns, Aury volvió a Galveston; pero el 18 de mayo zarpó hacia Mata-gorda, y el 3 de junio, Pierre Lafitte dejó Nueva Orleáns para Galves-ton. Aury volvió de Matagorda durante el mes, pero Pierre Lafitte tuvo éxito provocando la deserción de tantos de sus hombres que Aury salió huyendo el 21 de julio.

A petición de su hermano, Jean Lafitte se preparó para tomar Galveston, después gastar varios miles de dólares que esperaba que Fatio le reembolsara, para adquirir buques y suministros.

Lafitte seguía siendo el amo de Galveston después de su re-greso en septiembre de 1817, y convirtió al pueblo en un centro para el contrabando y la piratería. Cuando llegó la expedición de Charles Francoise Antoine Lallemand en enero de 1818, los Lafittes planea-ron entregar a los refugiados franceses a España. Este plan falló, y Galveston siguió con sus actividades ilícitas.

Los hombres de Lallemand, habiendo huido del Champ d'Asile, estaban en Galveston cuando llegó George Graham en agosto de 1818 para investigar los asuntos en Texas. Graham sugirió a Jean Lafitte tomar posesión de puntos en la costa hasta el Río Grande y se los entregara a Estados Unidos después de falsos ataques. Nada resultó de este esquema que al parecer era idea de Graham, aunque se la pudo haber sugerido James Monroe.

Jean cooperó con poco entusiasmo con James Long durante su invasión de Texas, pero su principal interés estaba en el negocio

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de la piratería, mientras su hermano manejaba las intrigas con fun-cionarios españoles y cuidaba los negocios en Nueva Orleáns.

Finalmente, sin nada que esperar de España y confrontado con la determinación del gobierno americano para acabar con Gal-veston, los Lafittes decidieron que el juego estaba acabado. Lafitte abandonó Galveston a principios de mayo de 1820 y navegó hasta la Isla de Mugeres, frente a la costa de Yucatán. Recorriendo el golfo de México desde allí hasta Tampico a donde llegó en varias ocasio-nes, ya que desde años antes había tenido por costumbre pasar por la villa a vender géneros ingleses y franceses de contrabando a em-presas como Balmar y Cia.

Lafitte continuó sus actividades ilegales hasta alrededor de 1825, cuando, gravemente enfermo, fue a morir a Europa.

Aunque su hermano fue siempre la cabeza y el líder en todos sus asuntos, Jean Lafitte, más vistoso que su hermano mayor ha re-sultado ser el centro de muchas historias románticas, pero sin ningu-na base.

El Contrabando como costumbreDesde el siglo XVI el tráfico ilegal, a espaldas de las autoridades co-loniales, era una práctica común en algunas regiones de Ibero Améri-ca. El comercio de esclavos negros, iniciado por John Hawkins en la segunda mitad del siglo XVI, demostró la permeabilidad de las fronte-ras del Imperio colonial hispano y abrió el apetito de ingleses, holan-deses y franceses que desde entonces impulsaron el contrabando.

El monopolio español cedió ante el empuje de sus adversa-rios. A comienzos del siglo XVII los principales beneficiarios del co-mercio de Indias en Sevilla eran extranjeros. Por medio de hombres de paja españoles más del 90% del capital y utilidades del tráfico en-tre América y el puerto andaluz, era de franceses, genoveses, holan-deses, ingleses y alemanes.

En 1686, los españoles surtían sólo una tercera parte de los géneros que llegaban a los mercados coloniales, los cuales eran abastecidos mayormente por el contrabando.

El comercio “ilegal” fue extendiéndose a prácticamente toda la América española, hasta alcanzar en el siglo XVIII su máximo es-plendor.

Provenientes de todos los países marítimos, Inglaterra, Fran-cia, Holanda, Suecia, Dinamarca, Escocia, Italia, Prusia, Rusia y has-ta Turquía y, a principios del XIX, Estados Unidos, los contrabandis-tas desafiaron el monopolio comercial que España imponía a sus do-minios americanos.

El fenómeno tenía dos vertientes:

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La primera era el insuficiente desarrollo industrial español, que obligaba a la metrópoli a importar productos elaborados para luego llevarlos a América, recargando los precios enormemente por los impuestos, pero que al tiempo, hizo que los indianos desarrolla-ran el gusto por mercancías extranjeras sobre las españolas.

Por otra parte, los excedentes en la producción industrial de países como Inglaterra y Holanda, los impulsaba a buscar mercados donde colocarlos, ya fuera por medio de compañías particulares o con apoyo estatal --como la Compañía de las Indias Occidentales ho-landesa o la South Sea Company inglesa.

De esa manera, los puertos americanos comenzaron a recibir al tratante ilícito que ofrecía mejores precios que el comercio legal. Los que se dedicaban a ello, involucraron en el contrabando desde los más humildes labradores y peones, hasta los más elevados ofi-ciales gubernamentales y eclesiásticos.

Mis familiares vascos eran expertos en contrabando. En los Papeles de Tampico, hay una carta de la tía Olvido, escrita a la reverenda madre María Felicia del convento de Dominicas en Veracruz, pidién-dole consejo respecto al contrabando.

Querida Madre Superiora.Que deberé hacer ante una realidad con la que me encuentro

en el Pueblo Viejo de Tampico. Los contrabandistas echan mano a diversas artimañas para burlar la vigilancia de la autoridad y introdu-cen sus productos en la Nueva España. Una de las prácticas más co-munes es la arribada, los capitanes esgrimen cualquier problema im-previsto carena de casco, rotura de velamen, extravío de la ruta, &c, los navíos extranjeros anclan por largos períodos en el puerto. Una vez aquí proceden al secreto desembarco de las mercaderías y esta-blecen negociaciones con las autoridades locales.

No quisiera pensar en eso, pero nuestra llegada a Veracruz, Dios sea Alabado, pudo deberse a ello, porque lo mismo que llega-mos al puerto, podríamos haber ido hasta Nueva Orleáns, pero el ca-pitán Anzoátegui me aseguró que debía llegar primero a Veracruz y después... pero bien, pelillos a la mar. Lo que quiero, Reverenda Ma-dre es me oriente ¿Es pecado comerciar con géneros de contraban-do?

Los contrabandistas reciben a cambio de sus mercancías ma-terias primas -maderas nobles-, frutos de la tierra -azúcar, tabaco, al-godón, cacao- y, en menor medida, metales preciosos. En tanto, las mercaderías más apetecidas por la Nueba España son los tejidos, bebidas espirituosas, aceite, &c, artículos de uso doméstico y herra-mientas, hierro y acero.

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Para España no debe ser nada de fácil enfrentar este proble-ma. A pesar de todas las medidas, el contrabando no puede ser de-tenido o eliminado.

¿Qué debo hacer Reverenda Madre?No se encontró ninguna respuesta de Sor María Felicia, pero

años después, una de las investigaciones ordenadas por el “Supre-mo Gobierno” que jamás se llevaron a cabo en Santa Anna de Tam-pico, tenía que ver con mercaderías españolas en poder de la Casa Comercial Balmar y Cia., por lo que debemos asumir que la respues-ta debió ser aquel principio católico de que el contrabando, al no afectar directamente a nadie, no es pecado.

La piratería, como enfrentamiento cuasi religiosoCien piratas que navegaban en los barcos "Judith" y "Minión" del pi-rata Hawkins, desertaron y entraron a la Villa de Tampico. El alcalde, los apresó y los llevó a la capital del virreinato, a ser juzgados por el tribunal de la Santa Inquisición.

Fueron colgados.En América, "pirata" se convertía en sinónimo de "hereje".

Con la Reforma crecían las razones para impugnar el monopolio his-pano.

“Que me muestren el testamento de Adán y Eva confiriéndole a España el dominio del Nuevo Mundo”, clamaba, según apócrifa exi-gencia un rey no católico de Europa.

Y para justificar sus propias depredaciones los franceses, los holandeses e ingleses que imitaron puntualmente a España, pontifi-carán que la ocupación española de América no era más que un re-guero de despojos, crueldades, opresión y prácticas inquisitoriales, pero que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, explica-rán los apologistas de la piratería.

En 1568 Hawkins pelea con los españoles en Veracruz, y más tarde desembarca en Tampico desde donde tres de sus hom-bres, marcharán 12 meses, hasta Cabo Bretón, toda una odisea. Tie-ne una flota de 7 buques entre ellas la Minión y Jesus of Lubeck, era patrocinado por la reina Isabel I y se apoderó de San Juan de Ulúa y de Tampico.

Finalmente fue derrotado y se apresaron entre otros a los pi-ratas: David Alexander y William Collins condenados a 10 años de trabajos forzados en las galeras españolas. Hawkins fue apresado mas tarde en las costas de Perú.

Mucho después, un día de tantos, llega a la barra de Tampico el filibustero Lorenzo de Jácome "Lorencillo".

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Pobladores de la Villa se acercaron a la ribera esperando ver los géneros y escuchar la oferta del contrabandista, cuando Lorenci-llo ordenó izar la Jolly Roger, la negra bandera de la calavera.

El pirata y sus alegres compañeros, saquearon la Villa incen-diando todo, hasta la iglesia y el convento. Después de varias sema-nas, la Armada de Barlovento, avisada, viene a toda vela y Lorencillo huye de Tampico, dejando al pueblo totalmente arrasado.

Pero volverá, para probar que la famosa Armada es más pro-paganda del Imperio que otra cosa.

Ante el miedo, pero sin querer alejarse del contrabando, los habitantes de la Villa de San Salvador de Tampico, deciden refundar

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Jean Lafitte, pirata que visitó varias veces a Balmar y Cia. para vender géneros de contrabando

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su pueblo, y lo llaman Tampico Joya5, cerca de Tampico Alto, que a su vez fue fundado para huir de las “miasmas” que provocan el vómi-to.

La respuesta españolaEspaña llegó antes que nadie. Durante los primeros cien años des-pués del descubrimiento el patio fue suyo. Hasta la derrota de la Ar-mada Invencible en 1588, ninguna potencia se atrevió a enfrentar a su flota en aguas americanas.

En sólo un siglo España colonizó el interior del continente y adquirió una posición inexpugnable, como quedó demostrado por la larga supervivencia de su imperio a pesar de la extrema debilidad de la metrópoli en centurias posteriores.

La abundante mano de obra indígena y los minerales consoli-daron el afianzamiento territorial. Pero en la vastedad del mar caribe, casi un Mediterráneo, o en la inmensidad del Mar del Sur, la inten-ción monopolística española se estrelló contra la realidad de las lar-gas rutas y los lejanos puertos.

El oficio de pirata es tan viejo como la navegación misma. Donde ha habido mercantes ha habido piratas, ladrones del mar. Ninguna potencia, ni siquiera Roma en su Mare Nostrum, logró erra-dicarlos. España tampoco.

La piratería de América no se inicia en sus aguas. Una vez que se descubre que el viaje de retorno depende de la Corriente del Golfo, los predadores, que aún no se atreven a atravesar el Atlántico, se agazapan entre las Azores y Sanlúcar de Barrameda en la desem-bocadura del Guadalquivir.

Son mares portugueses preñados de peligros. La bula papal que trazaba el meridiano divisor entre las zonas de las dos potencias descubridoras (confirmada por el tratado de Tordesillas en 1494 y por el tratado de Zaragoza --para no dejar por fuera el otro lado del mundo-- en 1529) concedía esa esquina del océano al rival Ibérico.

En 1521, Juan Florín o El Florentino, pirata financiado por Francia, al mando de ocho navíos, captura en las Azores el tesoro de Moctezuma. Toda Europa se entera. Francisco I, rey de los france-ses, agradece las joyas del botín pirata.

Mientras, América deja de ser territorio lejano de aborígenes y plumajes exóticos para adquirir fama de emporio, Francia y España se enfrentan por el dominio de Italia, España es la potencia hegemó-nica del Atlántico. Sin armada para encararla en el mar, Francia opta por el corso.

La piratería tiene su inspiración en la codicia y sus reclutas en las sociedades míseras. En América, la acumulación milenaria de

5 Por hayarse en una hondonada o “joyo”

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tesoros indígenas y la explotación de las minas alimentaron la sed de riquezas.

La gran masa de desheredados de la Europa del siglo XVI, incluyendo los de la propia España, suministró la mano de obra.

La piratería fue un desahogo liberador.Los enormes espacios alrededor del Nuevo Continente, casi

imposibles de defender, proveyeron el ámbito. Más tarde, hugonotes, calvinistas y anglicanos añadirían a los ataques piratas, la dimensión religiosa de la lucha contra España, líder de la Contrarreforma.

La confrontación hispano-francesa durante el segundo cuarto del siglo XVI, que se prolonga hasta la paz de Chateau-Cambresis en 1559, procrea la primera gran ola de piratas.

En estado de guerra casi permanente desde 1521 y ante la imperiosa necesidad de debilitar a Carlos I de España y V de Alema-nia, quien derivaba de América los recursos con que financiaba sus aventuras europeas, Francisco I de Francia, armó el corso o estimuló a quien se interesase en quebrantar el monopolio español de las In-dias.

Aun en los breves intermedios de paz entre las dos naciones, la actividad de los piratas no tenía tregua. Se estima en 200 el núme-ro de embarcaciones apresadas por los franceses entre 1521 y 1559, número modesto, sin embargo, si se considera que más de 4.000 na-víos cruzaron el Atlántico durante ese mismo período.

Desde luego, Carlos V, armó sus propios corsarios para cas-tigar al comercio francés en Europa, y uno de ellos, el vasco Martín Pérez de Irízar, le dio la alegría de capturar a Juan Florín.

El emperador ordenó su ejecución sin juicio, en el preciso si-tio donde sus mensajeros encontrasen al prisionero.

Sin duda le hubiera gustado apresar y condenar al garrote también a su financista, el armador de corsarios Jean D'Ango, quien falleció de muerte natural, rico y respetado en Dieppe, donde dejó descendencia con castillo en Normandía.

El avatar de los vientosAl acoso francés en alta mar se añadía el ataque a los puertos ameri-canos. Los avatares de la navegación condujeron a la ocupación de ensenadas de resguardo en el Caribe, en lugares desolados y difíci-les de proteger, sin plan ni concierto y dejado a la iniciativa de los pi-ratas que se aplicaban a conquistar todo un continente.

Los vientos determinaban las rutas, y las rutas imponían los puertos, según los proveía la naturaleza. Poco a poco la derrota fue siendo conocida no sólo por los pilotos de la Casa de Contratación, centro del tráfico indiano, sino también por marinos de Francia y de otras naciones. Se supo entonces que navegando hacia el oeste

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desde la Canarias se entraba al Caribe por el arco de las Antillas Me-nores y que la puerta de regreso a España, atravesaba el canal de las Bahamas.

Y comenzaron a cruzar el Atlántico. Ya en 1528 un pirata francés incendió San Germán en Puerto Rico, y en los años siguien-tes continuaron sus osadías contra La Habana y Santiago de Cuba.

El método consistía en asaltar poblaciones y los vecinos --si no eran sorprendidos-- se asilaban con sus tesoros en el interior, adonde los piratas no se atrevían a seguirlos, pero si negociaban un rescate por no incendiar la población.

Todos los puertos de Indias sufrieron vejaciones, y algunos, como Tampico y La Habana, varias veces. Los medios de defensa eran precarios. No existían fortalezas, y las pocas que había, como la de La Habana, de nada servían contra veteranos armados hasta los dientes.

Dada la indefensión, a la postre, la mejor defensa contra las incursiones piratas resultó ser la pobreza. El saqueo y el rescate de la mayoría de los puertos de Indias no pagaban las costosas expedi-ciones.

Para España, el más peligroso intento de asentarse en Amé-rica fue la colonización de la costa de la Florida hasta Charleston en Carolina del Sur. Bajo la protección del hugonote mariscal De Colig-ni, protestantes franceses liderados por Jean Ribault y René de Lau-donnière construyeron fortalezas y se convirtieron en seria amenaza para la navegación española de regreso a la península entre 1562 y 1565. Para esa época el canal de las Bahamas (o de la Florida) era paso obligado de todo tráfico indiano y en especial de las flotas de la plata.

En 1545 se descubre Potosí en Perú, y en los años siguien-tes las grandes minas de México. La aparición de la plata trastorna la historia de Occidente. Quizá sin ella Felipe II habría sido un rey pobre y el imperio español en América se habría desmembrado mucho an-tes, aunque la inflación causada por el exceso de circulante, puso las bases para la destrucción del “Impario donde nunca se ponía el sol”.

Los riesgos de la navegación en el Caribe y del periplo trasa-tlántico se multiplican en proporción a la importancia de la carga. Una cosa era perder un galeón con tabaco y palo de Campeche y otra, una remesa de plata mexicana. También crece la codicia ajena. La respuesta son los convoyes de los galeones.

Los primeros convoyesDurante las guerras con Francia en los años cuarenta se

prohibieron desplazamientos de menos de diez embarcaciones. Mientras tanto, el gran estratega y marino Álvaro Bazán, pugnaba por

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el desarrollo del galeón, un navío más acorde con las necesidades del tránsito a América, más rápido que los mercantes y con mucha más artillería. Grandes para la época —podían cargar hasta 500 to-neladas—pronto contribuyeron a mantener abiertas las rutas con el Nuevo Mundo.

Pedro Menéndez de Avilés, otro sobresaliente marino his-pano del siglo XVI, redondea los detalles de la protección de Indias.

El régimen de las flotas se establece por cédula real en julio de 1561. Al perfeccionarse en los años siguientes, se estipula que el primer convoy zarparía de Sanlúcar en mayo, para entrar al Caribe desde las islas Canarias por el pasaje de La Mona, entre Santo Do-mingo y Puerto Rico, rumbo a Veracruz. El segundo, con destino a Cartagena y al istmo de Panamá, levaría anclas en agosto para en-trar por las islas de Sotavento.

Con ellos llegaban los textiles, las armas, los cubiertos y las vajillas, el vidrio, los vinos y aceites de Andalucía, el papel y los li-bros, aunque en cantidades cada vez menores, porque América era autosuficiente y el costo de transporte demasiado alto.

Las flotas invernaban generalmente en La Habana en enero y febrero y regresaban a Sevilla juntas en marzo y, para frenar a los enemigos que contaban con espías en todas partes, las órdenes que con la fecha del regreso eran enviadas de España en sobre sellado y lacrado, no eran conocidas ni por el mismo almirante de la flota de galeones.

El convoy de mercantes, muchos de ellos artillados, era pro-tegido por galeones de cuarenta o más cañones, con una nave una almiranta. El número de galeones dependía de la situación interna-cional y de su disponibilidad. El que las dos flotas zarparan en distin-tas épocas (mayo y agosto) buscaba controlar la piratería. El sistema resultó eficaz. Los piratas esperaban meses para toparse un convoy que no se atrevían a atacar. Sólo capturaban a los rezagados.

No todo era ventaja. El tiempo operaba contra el espacio dis-ponible en los mercantes. Tenían que esperar que zarparan los con-voyes y ello encarecía los fletes y el costo de los inventarios. Muy pronto la periodicidad de las salidas se rinde ante las guerras, la in-terferencia burocrática y los imperativos del comercio. Además, a la mercancía se le cargaba el impuesto de avería más o menos arbitra-riamente para cubrir el gasto de aparejar los galeones para su pro-tección.

Por otra parte, como lo importante era hacerse de metros cú-bicos de bodega para participar en un comercio de alta rentabilidad, los galeones mismos comenzaron a llenarse de géneros, aunque esa actividad fuese estrictamente prohibida. Su diseño varió para acomo-dar la función dual de mercante y barco de guerra en detrimento de

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la función defensiva. Costoso e ineficiente, el sistema de flota se mantuvo durante más de ciento cincuenta años porque los consula-dos de Sevilla, México y Lima se aferraban a su monopolio y porque a la Corona le interesaba ante todo recibir regularmente los embar-ques de plata que sostenían parte del andamiaje imperial.

Los piratas aprendieron pronto que el canal de las Bahamas era el punto flaco del sistema de flotas. después de La Habana, puer-to seguro y práctico en el embudo que forman vientos y corrientes en dirección al norte, el convoy debía bordear la costa de Florida con vientos contrarios. De ahí que España no pudiese permitir la ocupa-ción de la estratégica península. Cuando los franceses lo intentaron, la repuesta de Felipe II fue brutal. Designa en 1565 al veterano Me-néndez de Avilés como adelantado y gobernador de Florida, y éste, con una expedición organizada a su costa, funda San Agustín y des-de ahí somete a los defensores de Fort-Caroline, cerca del actual emplazamiento de Jacksonville.

Dos años más tarde, en 1567, el pirata francés Domenic de Gourges venga a sus compatriotas y retoma brevemente Fort-Caroli-ne (rebautizado San Mateo), pero es el canto del cisne: los franceses desaparecen de América, envueltos en guerras religiosas que se pro-longan hasta el siglo XVII.

En suma, la primera fase de la piratería en América abande-rada por los franceses se estrella contra una dura resistencia hispa-na. El esfuerzo por romper el monopolio español en América y debili-tar el poderío de los Habsburgo es rechazado vigorosamente por Es-paña. Aquí y allá sufre ataques, pero sin resultados militares o políti-cos. Al organizar la Carrera de Indias para proteger el comercio y la plata americanas, España sembró, la semilla de lo que vendrá des-pués.

Los filibusterosLa palabra filibustero viene posiblemente del tipo de embarcación li-gera que utilizaban estos piratas, vrie boot en holandés o fly boat en inglés. Filibusteros ingleses se establecieron en Santa Catalina, que atacaban puertos y naves en el Caribe, mientras los franceses colonizaban: Granada, Dominica, Santa Lucía y, en 1638, Saint Croix, Martinica, María Galante y Guadalupe. En 1635 fundaron Ca-yenne (Guayana). Mientras tanto, España combatía el filibusterismo. En 1641, la flota de los galeones atacó Santa Catalina (Providencia) y la Tortuga, lo-grando destruir la guarida de filibusteros en 1654, pero éstos volvie-ron a ocuparla al marcharse los españoles. En la Tortuga se planeó en 1659, el asalto a la ciudad dominicana de Santiago de los Caba-lleros, realizado por el holandés Mansvelt.

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En 1664, el gobernador de la Tortuga, Jerome Deschamps, vendió sus derechos por 15.000 libras a la Compañía francesa de las Indias Occidentales, que nombró entonces Gobernador a Bertrand D'Ogeron, verdadero organizador de la colonia. D'Ogeron asentó a los filibusteros, llevó numerosos siervos blancos reclutados por seis años e importó prostitutas francesas. Favoreció, además, el cultivo de cacao, maíz, tabaco, cochinilla y café y empezó a construir la ca-pital, Port-de-Paix.

Durante esos años, se colonizó la costa occidental de Santo Domingo, ante la preocupación de las autoridades españolas, que trataron de impedirlo exterminando el ganado cimarrón.

En 1667, Luis XIV suprimió la Compañía de las Indias Occi-dentales, que había ocupado la costa noroeste de Santo Domingo, y asumió directamente su Gobierno. La colonia se llamó desde enton-ces Saint-Domingue.

Poco después, De Pouancey, sobrino de D'Ogeron, fue nom-brado Gobernador, terminando la unidad política anterior.

Los filibusteros de Saint-Domingue pasaron, así, a ser súbdi-tos franceses, mientras decaía la importancia de la Tortuga.

Uno de los últimos grandes filibusteros de esta Isla fue Lau-rent de Graff, llamado por los españoles Lorencillo, a causa de su ba-ja estatura, que asaltó Campeche y Tampico en 1672. Cuatro años después, murió D'Ogeron y el protagonismo del filibusterismo francés pasó a la zona francesa de Santo Domingo. Entre 1676 1677 asalta-ron numerosas veces Centroamérica y en 1678 intentaron tomar Cu-razao.

Ese mismo año Granmont de la Motte, jefe de la famosa Her-mandad de la Costa, tomó Maracaibo, Trujillo y Gibraltar con una flo-ta de 20 naves y 2.000 filibusteros.

El gobernador M. de Pouanzay murió en 1683 y le sustituyó M. de Cussy, quien tenía instrucciones de acabar con los filibusteros, pero hizo caso omiso. Durante su mandato brillaron los últimos gran-des filibusteros como Lorencillo, Granmont y el caballero Franques-nay. Granmont asaltó Cumaná y la Guaira en 1680. En 1683 Gran-mont, Lorencillo y Nicolás Van Horn conquistaron Veracruz, donde se apoderaron de la plata que iba a ser embarcada en la flota, y aslata-ron varias veces Tampico.

La llegada inesperada de la flota española produjo la desban-dada. Lorencillo y Granmont asaltaron Campeche en 1685, y fracasa-ron en el intento de tomar Mérida, pero tomaron Tampico incendian-do el pueblo. Lorencillo fue luego nombrado Teniente del Rey en la isla de Saint-Domingue y ascendido a la dignidad de Caballero de la Orden de San Luis. Posteriormente actuó contra corsarios españoles en la costa de Cuba y estuvo a punto de perecer en 1687, cuando

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fue atacado su refugio en Petit-Goave. En 1689, cuando inició la gue-rra de Francia contra la Liga de Augsburgo, nuevamente se echó ma-no de los filibusteros para formar escuadras contra españoles, ingle-ses y holandeses.

Cussy llamó a sus filibusteros y el Gobernador de Jamaica hi-zo lo propio con los suyos, empezando así una lucha entre los de un país contra los de otro, inconcebible para la ideología apátrida del fili-busterismo. Jamaica, Saint-Domingue y Santo Domingo sufrieron los estragos de esta guerra. Durante ésta, el gobernador de Saint Do-mingue, Jean Baptiste Ducasse, llevó a la isla a todos los filibusteros de Tortuga, que volvió a quedar despoblada. Ducasse reconstruyó Guarico, que puso en manos del Teniente Lorencillo, y rompió las hostilidades contra Jamaica. Luego proyectó invadir la colonia espa-ñola de Santo Domingo, pero la reacción anglo española estuvo a punto de destruir la colonia de Saint-Domingue.

La última acción del filibusterismo francés fue apoyar la exito-sa invasión francesa a Cartagena en 1697, proyectada por Luis XIV, y dirigida por Jean Bernard Deschamps, barón de Pointis.. Poco des-pués, el 30 de septiembre de 1697, Francia, España, Inglaterra y Ho-landa firmaron la Paz de Ryswick, una de cuyas cláusulas reconoció la existencia de la soberanía francesa sobre la parte occidental de Santo Domingo, que hoy es Haití.

Comercio y pirateríaLa adquisición del enorme territorio cedido a España por la Bula del Papa Alejandro, permitió engrandecimiento del Imperio, lo que requi-rió la protección de un vasto territorio codiciado por otras potencias europeas. Las corrientes marinas del Atlántico, que parten de Espa-ña y llegan al Caribe, llevaron a Cristóbal Colón al área y determina-ron la ruta de retorno al Viejo Mundo; el Mar Caribe se convirtió en la entrada hacia la rica y disputada tierra firme y el espacio marítimo comprendido; por la Florida, y las costas de Venezuela, fue el esce-nario de la lucha entre España y sus enemigos.

Las entradas a las colonias localizadas en la costa del Atlánti-co recibieron el metafórico nombre de "Llaves del Mundo Ameri-cano". La península tenía tres llaves: la Llave contra el contrabando inglés o de Bacalar, la llave del comercio de la madera preciosa o de Campeche y la llave de la Capitanía General de Yucatán o Laguna de Términos; las tres eran, a su vez, el paso hacia la llave del Virrei-nato de la Nueva España, Veracruz, puerto de embarque de la plata.

Para proteger la enorme riqueza colonial y su hegemonía co-mercial en el Nuevo Mundo, la Corona Española creó el monopolio de la Casa de Contratación de Sevilla, que ejercía un estricto control sobre todos los productos provenientes de América, y en particular,

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sobre aquellos en los que otras potencias europeas tenían especial interés; éste era el caso del "tinto campechano". muy preciado para la creciente industria textil

En las posesiones, los americanos al igual que para los ingle-ses, holandeses y franceses que se dedicaban al comercio, el mono-polio real era un obstáculo; era más beneficioso comerciar directa-mente con los productores de manufacturas, que adquirirlas por inter-medio de la Casa de Contratación. Burlar la vigilancia de las adua-nas, evadir impuestos y cohechar a los funcionarios fue una práctica común junto con el contrabando y la piratería, a pesar de la vigilan-cia, el refuerzo de la Armada y las murallas y baluartes.

Para evitar el comercio del palo de Campeche, en 1616, el gobernador de Yucatán, don Luis de Céspedes y Oviedo, promulgó un estanco que establecía que para cortar y comerciar palo de tinte era menester poseer una licencia y pagar los impuestos correspon-dientes. El producto era vendido a Inglaterra, a través de la Casa de Contratación, a 100 libras esterlinas la tonelada, pero en 1670, los in-gleses encontraron que comprándolo a los cortadores que lo obte-nían en lugares inhabitados o habitados por indios, entre cinco y 50 libras por tonelada. El contrabando de palo se mantuvo por años, a pesar de la captura de barcos ingleses en los cayos de Yucatán, la Laguna de Términos o el Mar Caribe".

En 1629, Felipe IV, expidió una cédula para crear una arma-da guardacostas que se sostendría con una contribución, producto de impuestos sobre cacao, vino, aceite, ropa y otros artículos de con-sumo que aportarían los ayuntamientos de Campeche, Mérida, Valla-dolid y Salamanca de Bacalar. A pesar de todo, los esfuerzos fueron insuficientes, en 1633, el gobernador Centeno Maldonado, pidio al rey establecer en Campeche de una guarnición permanente de cien hombres, sostenida con impuestos locales.

Los reyes rivales de España alentaban el descontento en los dominios españoles en Europa, para minar su poderío en diferentes flancos. Así, la metrópoli, con las fuertes erogaciones para aplacar la rebelión en sus territorios holandeses, se veía imposibilitada para su-fragar los gastos de protección de los puertos americanos. En 1651, se proyectó la construcción de obras defensivas en el puerto de Campeche, y se armó de nuevo la flota para combatir a los piratas que circulaban por la Sonda Los ataques de los piratas mantuvieron en constante zozobra a los campechanos desde el siglo XVI y hasta el XVIII, y, solo hasta que España firmó acuerdos y reformó su políti-ca económica y hacendarla en el siglo XVIII, cuando acabó con la ra-zón de ser de la piratería, se recobró la calma.

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La corrupción y el contrabandoEn una carpeta del primo Miguel Ongay e Iriartez Zigorraezarri, nieto de Iñaki, encontré una serie de apuntes atribuidos a Julio César Zigo-rraezarri y Cabrera, hijo de Remigio y Nuria, quien desde muy joven se fue a vivir a España y allá estudió y posteriormente fue profesor de historia en varias universidades de la península y, dice la leyenda familiar, murió en la guerra civil en la que, a pesar de su avanzada edad, se alistó al lado de los republicanos.

El texto tiene que ver con el tema de la corrupción de la mo-narquía española y establece como premisa, que es necesario definir el concepto de "corrupción", tan ligado a "contrabando".

Es de suponerse que él sabía algo de ello, por la historia fa-miliar.

En el siglo XVII la corrupción --en tanto fenómeno masivo-- consistió fundamentalmente en la infracción regular de un repertorio fijo de normas que limitaba la integración de los representantes de la corona a la oligarquía local, es decir, a la participación en las activi-dades económicas de los ricos. Una de esas actividades es el contra-bando, actividad en la que los burócratas si pueden entrar. Más aún, sin ellos, no es posible su ejercicio.

La corrupción era una verdadera válvula de escape a las contradicciones del sistema, e incluso algunos consideran que solo funcionaba gracias a ella.

Lo que se trata de explicar es que estos funcionarios enten-dían que no eran desleales al rey, sino solamente a algunas leyes que tal vez eran contradictorias o ambiguas.

Entre la burocracia española e hispanoamericana se observa-ban predominantemente cuatro tipos de corrupción, el comercio ilíci-to, el cohechos o soborno, el favoritismo y finalmente la venta de puestos o servicios burocráticos al público.

En el comercio ilícito o contrabando, participaban diferentes agentes que se relacionaban en forma muy estrecha, creando lazos que perduraban a pesar de los cambios que implementó la corona, tanto para evitar el acto ilícito como para disminuir el poder que al-canzaban esos grupos dentro del sistema. La trasgresión a las nor-mas y leyes no se ceñía, entonces y ahora, solamente a la burocra-cia sino que se extendía a la ciudadanía, que al requerir de los servi-cio de la burocracia, tiene que pagar para que las cosas rueden.

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