1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

download 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

of 224

Transcript of 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    1/224

    La muerte y su imaginario

    en la historia

    de las religiones

    Instituto

    Mexicano de

    Psicooncoiogu.

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    2/224

    Juan Luis de León Azcárate

    La muerte y su imaginario

    en la historia

    de las religiones

    2000

    Universidad de Deusto

    Bilbao

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    3/224

    Serie Teología, vol. 32

    A Karina e Irene. esposa e hija amadas, quienes

    paciente y generosamente perdieron muchas horas

    de mi compañia. como yo de la suya.

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la

    cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida

    en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico,

    químico, mecánico. óptico, de grabación o de fotocopia,

    sin permiso previo del editor.

    Publicación impresa en papel ecológico

    e Universidad de Deusto

    Apartado 1 - 48080 Bilbao

    ISBN: 84-7485-690-6

    Depósito legal: BI - 1.360-2000

    Impreso en España/Printed in Spain

    Fotocomposición: IPAR, S. Coop. - Bilbao

    Imprime: Artes Gráficas Rontegui, S.A.L.

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    4/224

    Indice general

    Introducción

    3

    Primera Parte: La s grandes religiones extinguidas

    9

    Capítulo I.

    El hombre prehistórico y la muerte

    1

    I. Período del Paleolítico Inferior

    2

    II. Período del Paleolítico Medio

    6

    III. Período del Paleolítico Superior

    0

    IV. Período del Mesolítico

    7

    V. Periodo del Neolítico

    1

    1.

    Antropofagia y culto del cráneo de los agricultores danubianos

    1

    2.

    El culto de los antepasados y de los espíritus de los muertos en la

    religión megalítica del occidente de Europh

    42

    3.

    Costumbres funerarias y culto de los diftintos en Europa septen-

    trional

    5

    4.

    La Gran Diosa de la Vida, de la Muerte y de la Regeneración en

    el sudeste de Europa

    1

    46

    VI. Conclusiones

    50

    Capítulo II. La muerte en las culturas del C reciente Fértil antiguo

    3

    La muerte en Mesopotamia

    53

    1. La búsqueda infructuosa de la inmortalidad

    4

    II.

    El inframundo del que no se vuelve

    1

    III.

    El cuidado de los difuntos y su sentido social

    6

    La muerte en Egipto

    71

    I. Costumbres funerarias y sus consecuencias socioeconómicas

    1

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    5/224

    1.

    Muerte y escatología en la literatura intertestamentaria

    334

    2.

    Muerte y escatología en Qumrán

    342

    348

    vátpítulo X. La muerte en el Cristianismo

    VIL Co nclusiones

    351

    76

    82

    86

    92

    apítulo VIII.

    La muerte en China

    283

    1. Costumbres funerarias y el culto a los antepasados en la antigua China 283

    II. La muerte en Confucio

    290

    95

    II. La muerte en el Taoísmo

    296

    101

    V. Conclusiones

    303

    101

    110

    I.

    La muerte en el entorno cananeo

    305

    II.

    Antropología hebrea

    309

    III.

    El

    inframundo hebreo: el shéol

    315

    IV.

    El problema de la retribución y su repercusión post mortem

    320

    153

    .

    La resurrección y la inmortalidad del alma como solución al problema

    de la retribución

    154

    I. La muerte en la literatura intertestamentaria y en Qumrán

    III.

    El Libro Tibetano de los Muertos

    69

    IV.

    Conclusiones

    79

    95

    ,/úapítulo IX. La muerte

    en el Judaísmo

    05

    123

    138

    150

    326

    333

    II.

    Los

    Textos de las Pirámides

    III.

    Los Textos de los Sarcófagos

    IV.

    El Libro de los Muertos

    Conclusiones

    Capítulo Hl.

    La muerte en Grecia y Roma

    L Los enterramientos en la Grecia de la Edad del Bronce

    H. La muerte y el culto a los héroes en Hornero y Hesíodo

    1.

    La psique y su destino en el Hades

    2.

    El culto a los héroes

    III.

    La muerte en los cultos mistéricos de Grecia

    IV.

    Vivos, muertos, banquetes y fiestas

    V.

    Conclusiones

    Capítulo IV. La muerte en la religión de Zarathustra

    I. La muerte en los Githis

    H. La muerte en el Vendidad-Sadé

    1.

    Aspectos relativos al cadáver y su im pureza

    2.

    Nociones escatológicas

    III. Conclusiones

    Capítulo V. La muerte en las grandes culturas de América precolombina

    83

    I.

    La muerte en la cultura maya

    H. La mu erte en la cultura azteca

    III.

    La muerte en la cultura inca

    IV.

    Conclusiones

    184

    195

    207

    219

    Segunda Parte: Las grandes religiones actuales

    221

    Capítulo VI. La muerte en el Hinduismo

    I.

    La mu erte y el período védico

    224

    II.

    La mu erte y la época de la mística del sacrificio: los Bráhmanas

    28

    III.

    La muerte y las U panishads

    231

    IV.

    El Bhagavad G ita y la muerte

    240

    V.

    Prácticas funerarias

    247

    VI.

    Conclusiones

    249

    /Capítulo VII. La muerte en el Budismo

    I.

    Las «Cu atro Nobles Verdades» y la doctrina del «Surgimiento con-

    dicionado»

    II.

    Actitud

    del Buda ante la muerte y la doctrina del «no-yo»

    166

    166

    175

    180

    I.

    El kerigma primitivo y la muerte

    de Jesús

    II.

    Muerte y resurrección en Pablo

    III.

    Muerte y resurrección en

    los

    Evangelios Sinópticos

    IV.

    Muerte y resurrección en

    los escritos joánicos

    V.

    Conclusiones

    351

    355

    365

    377

    382

    385

    386

    389

    A modo de conclusión

    400

    410

    413

    415

    "Capítulo XI. La muerte en el Islam

    I. Nociones religiosas y antropológicas de la antigua Arabia

    223

    I. Muerte, resurrección y juicio en el Corán

    III.

    Algunos enfoques diferentes en torno al alma y a la resurrección en

    el pensamiento islámico

    IV.

    Costumbres funerarias

    V.

    Conclusiones

    253

    ibliografía

    21

    254

    256

    10

    1

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    6/224

    Introducción

    Tengo que reconocer que el proponerme hacer este libro,

    La muerte

    y su imaginario en la Historia de las Religiones, ha sido, además de

    una osadía, todo un reto. Pero un reto para mí fascinante, seguramente

    tanto como lo ha sido para el ser humano enfrentarse a lo largo de su

    Historia al misterio de la muerte. No obstante, mi acercamiento a dicho

    misterio ha sido, lógicamente, más sosegado y no se ha visto impelido

    por la urgencia de una muerte traumática. Llevo tres años impartiendo

    en la Universidad de Deusto la asignatura de libre elección titulada «La

    muerte en las Religiones», no tanto por ser un especialista en la mate-

    ria, que no lo soy (provengo del mundo de la Teología Bíblica), sino

    por la fascinación que el tema ha provocado en mí desde hace un tiem-

    po. En estos tres años he constatado el alto interés de los alumnos, in-

    dependientemente de su carrera elegida, por esta asignatura (dejando a

    un lado a los que se ven obligados a escogerla por motivos alejados de

    toda curiosidad intelectual). Y cada año hay muchos que se quedan

    fuera, muy a su pesar, por exceso de cupo. Luego el tema de la muerte

    sigue preocupando o interesando al joven de hoy, al menos cuando se

    le da la oportunidad de hablar de ella de una manera seria, aunque la

    sociedad actual no se presta mucho a ello. Cada año les hago una en-

    cuesta el primer día de clase sobre sus ideas y creencias en torno a la

    muerte. Es interesante constatar que, además de por el dolor que se

    pueda experimentar en semejante trance (y que les hace preferir morir

    sin ser conscientes del momento, por ejemplo durante el sueño), a la

    mayoría la muerte le «preocupa» porque no sabe «lo que puede haber

    después de ella».

    Obviamente, no pretendo con este modesto libro dar una respuesta

    definitiva al interrogante de mis alumnos o de cualquier otra persona...

    13

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    7/224

    ni siquiera al mío. Porque, como entenderá muy bien mi inteligente lec-

    tor, dicha respuesta definitiva no existe, salvo para la persona que acep-

    ta por la fe o la certeza personal un determinado dogma religioso o fi-

    losófico. Y el «salvo para la persona» excluye que dicha respuesta sea

    realmente definitival.

    Este estudio quiere presentar, de una manera lo más sistemática po-

    sible, las representaciones religiosas principales que en torno a la

    muerte y al destino

    post mortem

    el hombre ha ido forjando a lo largo

    de su Historia. Con otras palabras, me centraré en el imaginario religio-

    so de la muerte, entendido éste, no peyorativamente como «ficticio»,

    «falso» o «fruto de la imaginación», sino como el conjunto de ideas,

    representaciones, imágenes y conceptos relativos a la muerte que el

    hombre, desde una perspectiva exclusivamente religiosa, ha intuido,

    creído recibir por revelación, reflexionado o experimentado. Esto supo-

    ne dejar a un lado otro tipo de «respuestas» o interpretaciones al enig-

    ma de la muerte, sobre todo las dadas desde el campo de la Filosofía,

    Antropología, Psicología, Sociología o Medicinal.

    ' Ni siquiera las llamadas «experiencias al borde de la muerte» (EBM), estudiadas y

    dadas a conocer por el doctor R.A.

    Moody,

    Vida después de la vida,

    Madrid 1977. nos

    muestran realmente lo que nos espera más allá de la

    muerte, pues,

    como indica su nombre,

    se trata de experiencias al borde de la muerte, pero no de experiencias realmente

    post mor-

    tem.

    ¿O sí? El doctor Moody desarrolló sus investigaciones al respecto en las siguientes

    obras:

    Reflexiones sobre «Vida después de la vida»,

    Madrid 1978;

    Más allá la luz,

    Madrid

    1995, y

    Más sobre «Vida lespués de la vida»,

    Madrid 1997. A partir de este autor ha sur-

    gido una amplísima literanha sobre el tema, en gran parte pseudocientffica y de nulo valor,

    pero con obras de interés, como la de P.M.H.

    ATWATER,

    Retorno de la muerte. Más allá de

    la luz,

    Barcelona 1995, o la extensa obra de E.

    KUBLER-ROSS,

    doctora y psiquiatra especia-

    lista en el tratamiento a moribu9dos, que también, e independientemente de Moody. se

    hizo eco de estas experiencias cin sus pacientes. De ella sólo mencionaré su primera obra,

    La muerte y los moribundos,

    Barcelona 1975, y la última hasta el momento, una especie de

    testamento espiritual,

    La Rueda de la Vida.

    Barcelona 1997, en la que cuenta una serie de

    experiencias personales cuya lectura provoca a veces perplejidad, como la narrada en el ca-

    pítulo 25 donde dice que el ¿fantasma? de una antigua paciente, difunta hace meses, se le

    apareció para animarla a seguir en sus investigaciones sobre la muerte. Por supuesto, no

    han faltado estudios científicos que han pretendido explicar de una manera racional las

    EBM, reduciéndolas a simples mecanismos de defensa, como las obras de R. KASTEN-

    B A U M ,

    Entre la vida y la muerte,

    Barcelona 1984, y

    ¿Hay vida después de la muerte?, Ma-

    drid

    1986. De todas maneras, la literatura religiosa de todos los tiempos, como se irá vien-

    do a lo largo de estas páginas, describe fenómenos muy parecidos a los de las EBM. Más

    aún, a comienzos de siglo ya se escribían libros al respecto, donde no faltaba lo parapsico-

    lógico, como el de C.

    FLAMMARION,

    La muerte y su misterio,

    3 vols., Madrid 1921. Tengo

    la impresión de que el tema no está realmente zanjado, y que merece una investigación

    científica, filosófica y teológica (ésta hasta el momento casi nula) de mucha envergadura.

    2

    Al respecto, y sólo por citar algunas obras, desde el campo de la Filosofía, P.

    GENER,

    La muerte y el diablo,

    2 vols., Barcelona 1978 (original de 1883); J.

    FERRATER,

    El sentido

    14

    Precisamente, y vinculados a este último campo de la Medicina, se

    están publicando en los últimos años, sobre todo en el ámbito anglosa-

    jón y en particular en los EE.UU., bastantes libros que estudian las di-

    ferentes concepciones que en torno a la muerte y al morir tienen las di-

    versas culturas y religiones actuales. Dirigidos principalmente al

    personal sanitario encargado del cuidado de enfermos terminales, estos

    estudios pretenden que dicho personal esté mejor preparado para aten-

    der y comprender las diferentes necesidades espirituales de unas perso-

    nas que están a punto de morir, a la vez que ayudar a sus parientes vi-

    vos a sobrellevar su dolor. En definitiva, buscan una mejor asistencia

    sanitaria enfocada al hecho de la muerte y el morir. En España este tipo

    de estudios no son comunes todavía, posiblemente porque nuestra so-

    ciedad no es todavía tan pluricultural como otras, aunque sí hay algu-

    nas traducciones y también publicaciones propias centradas en los as-

    pectos psicológicos. Pero posiblemente pronto se hagan necesarios

    3 .

    de la muerte,

    Buenos Aires 1947: M.F. SciAccA.

    Muerte e inmortalidad. Nuevas perspecti-

    vas sobre dos problemas de resolución ineludible.

    Barcelona 1962; E.

    SUBIRATS,

    El alma

    y

    la muerte,

    Barcelona 1983; J.

    MARTIN FIS CHER lett.) .

    The Metaphysics of Death,

    Stanford

    1993. Sin olvidar reflexiones como las de V. FaAswi.. «El problema de la mortalidad» en

    su libro

    El hombre doliente. Fundamentos antropoldgicos de la Psicoterapia,

    Barcelona

    (1989) 157-170, o las de J.

    VICENTE,

    «Sobre la muerte y el morir»,

    Scripta Theologica

    22

    (1990) 113-143. En el campo de la Antropología las investigaciones son cada vez más

    abundantes, siendo ya referencias obligadas las obras de L.-V.

    THOMAS,

    El cadáver: de la

    biología ala antropología,

    México 1989;

    Antropología de la muerte.

    México 1993; y la de

    P. ~ s,

    El hombre ante la muerte.

    Madrid 1999. Desde el punto de vista médico y cientí-

    fico, cabe destacar, además de la extensa obra de E.

    KUBLER-ROSS,

    el libro de S.B. No-

    LAND,

    Cómo morimos.

    Madrid 1998. Un estudio interesante sobre lo que la sociedad espa-

    ñola piensa sobre la muerte lo ofrece F. Rooalcali RtoLvo.

    La idea de la muerte en la

    sociedad española actual,

    Madrid 1993. No faltan incluso breves exposiciones sobre las

    ideas en torno a la muerte reflejadas en la Literatura y en el Cine, como la realizada por V.A.

    FERNÁNDEZ BANUELOS,

    «Jugando con la muerte».

    Religión y Cultura

    44 (1998) 537-563.

    3

    Entre oiréis, estudian las diversas religiones actuales. junto con otros aspectos médi-

    co-asistenciales, J.K. PARay-A.S.

    RYAN

    (eds.), A

    Cross-Cultural Look at Death, Dying,

    and Religion.

    Chicago 1996: H.M. SPiao-M.G. Mc("REA-L.

    PALMER

    (eds.),

    Facing Death.

    Where Culture, Religion. and Medicine Meet,

    New Haven and London 1996; C.M. Parkes

    (ed.),

    Death and Bereavement across Cultores,

    London 1997. C.

    LONGA10ER,

    Afrontar la

    muerte y encontrar esperanza. Guía para la atención psicológica y espiritual de los mori-

    bundos,

    México 1998, desde la tradición budista tibetana, y

    M DE HENNEZEL-J.Y.

    L E L O U P ,

    El arte de morir. Tradiciones religiosas y e.spirittialídad humanista frente a la muerte,

    Barcelona 1998, desde una simbiosis entre tradición cristiana y budista, pretenden aconse-

    jar cómo afrontar la propia muerte o la de tos demás. También es interesante destacar el li-

    bro de H.

    C O W ARD (ed.).

    Lije after Death in World Religions,

    New York 1997, realizado

    por varios autores universitarios y publicado por la Sociedad Americana Católica Misione-

    ra (Maryknoll), con la finalidad de ayudar al misionero católico a comprender la visión

    post mortem

    de las grandes religiones actuales (Judaísmo, Cristianismo, Islam, Hinduismo,

    Budismo y religiones de China). Otras obras, además de la mencionada de S.B.

    NULAND,

    15

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    8/224

    Este libro no pretende llenar ese hueco, ya que no está enfocado a

    dicha problemática, sino hacer un estudio de lo que las fuentes sagra-

    das originales de las principales religiones a lo largo de la Historia nos

    dicen de la muerte: qué es la muerte, cuál es su origen, qué le espera al

    hombre tras ella, qué tienen que ver los dioses o no con ella, qué rela-

    ción tienen los vivos con los muertos...Forzosamente debo limitar el

    campo de investigación para no hacer interminable esta obra. Las gran-

    des religiones actuales (Hinduismo, Budismo, Judaísmo, Cristianismo,

    Islam), milenarias todas ellas, han sufrido a lo largo de suihistoria unos

    procesos y unos cambios tan radicales que en algunos aspectos quizá se

    harían irreconocibles incluso para sus fundadores. No puedo ni preten-

    do centrarme en tales avatares históricos, que lógicamente condicionan

    también su visión de la muerte.

    Por ello me limitaré fundamentalmente a los textos sagrados o fun-

    dacionales de dichas religiones, dejando a un lado los procesos históri-

    cos subsiguientes. Pero no me centraré solamente en las grandes reli-

    giones actuales, sino que también estudiaré, en una primera parte que

    titulo «Grandes religiones extinguidas», aquellas otras que hoy consi-

    deramos «muertas» pero que han tenido un gran influjo cultural incluso

    en algunas de las «vivas»: las religiones de Egipto. Mesopotamia, Gre-

    cia y Roma, la religión de Zarathustra, y las religiones de las grandes

    culturas de América precolombina (mayas, aztecas e incas; los grandes

    olvidados en muchos trabajos de estas características). Incluso he dedi-

    cado un primer capítulo, más lleno de hipótesis que de certezas, a re-

    buscar entre los distintos vestigios arqueológicos lo que el hombre

    prehistórico, del Paleolítico y del Neolítico, podía creer sobre la muer-

    te. Me parecía necesario hacerlo, ya que este tema o no se toca o se

    hace tan de pasada, que a veces se cae en tópicos tan generalizadores

    que pueden derrumbarse ante un análisis un poco más serio. En una se-

    gunda parte, que lleva por título «Grandes religiones actuales», estu-

    diaré el Hinduismo, Budismo, religiones de China, Judaísmo, Cristia-

    nismo e Islam, pero centrándome exclusivamente en los textos

    sagrados fundacionales.

    Por supuesto, este es un tema tan atractivo y sugerente que ha sido

    tratado muchas veces. Los estudios sobre la idea de la muerte en una

    que abordan el tema estrictamente desde el ámbito psico-clínico. I. DELISLE-LAPIERRE,

    Vi-

    vir el morir. De la relación asistencial a los cuidados paliativos,

    Madrid 1986 (esta obra

    contiene en las pp. 123-143 una brevísima síntesis de las ideas sobre la muerte de las prin-

    cipales religiones actuales); J. HINTON.

    Experiencias sobre el morir,

    Barcelona 1996;

    S.

    KnLEMAN,

    Vivir la propia muerte.

    Bilbao 1998; J. Cabodevilla,

    Vivir y morir conscien-

    temente,

    Bilbao 1999.

    religión particular son abundantísimos, también entre autores españo-

    les, como podrá ir comprobando el lector si se molesta en leer las notas

    a pie de página del que tiene en manos. Menos lo son los que estudian

    el tema abarcando una pluralidad de religiones. Entre éstos cabe desta-

    car, por ser desde mi punto de vista uno de los mejores y quizá el más

    completo realizado por un solo autor, el de S.F.G. Brandon,

    Man and

    hís Destiny in the Great Religions,

    Manchester University Press, Man-

    chester 1963. Hasta donde sé, es la única obra de rango científico reali-

    zada por un solo autor que ha estudiado el tema de la muerte tanto en

    religiones antiguas como actuales de una manera tan sistemática, y, ló-

    gicamente, punto de referencia obligado para mí. Otras obras dignas de

    mención en esta línea, y realizadas por un sólo autor, son las de I.P.

    Couliano,

    Más allá de este mundo. Paraísos, purgatorios e infiernos:

    un viaje a través de las culturas religiosas,

    Ediciqnes Paidós, Barcelo-

    na 1993 (original en inglés de 1991); J. Davies,

    14ath, Burial and Re-

    birth in the Religions of

    4

    Antiquity,

    Routledge, Ldndon and New York

    1999, centrada en las religiones y cultos del mundo precristiano y del

    cristianismo primitivo; J. Bowker,

    Los significados de la muerte,

    Cam-

    bridge University Press, Cambridge 1996 (original en inglés de 1991),

    centrada ésta en las cinco grandes religiones actuales (Hinduismo, Bu-

    dismo, Judaísmo, Cristianismo e Islam), y la de D.J. Davies,

    Death, Ri-

    tual and Belief,

    Cassell, London-Washington 1997, igualmente centra-

    da en las religiones actuales.

    Más abundantes son, lo mismo que vimos en los estudios dirigidos

    a profesionales de la Sanidad, las obras realizadas en colaboración por

    diferentes especialistas. Entre éstas destacaré tres: la de A. Toynbee-A.

    Koestler y otros,

    La vida después de la muerte,

    Edhasa/Sudamericana,

    Barcelona 1978 (original en inglés de 1976), casi un clásico que tam-

    bién estudia algunas religiones antiguas del Próximo Oriente e incluso

    precolombinas (la única obra de estas características que lo hace); la de

    G. Gnoli-J.P. Vernant (dirs.), La mort, les morts dans les sociétés an-

    ciennes,

    Cambridge University Press & Editions de la Maison des

    Sciences de l'Homme, Cambridge-Paris 1982; la de J.M. Bremer.-T.P.J.

    van den Hout-R. Peters (eds.),

    Hidden Futures. Death and Immortality

    in Ancient Egypt, Anatolia, the Classical, Biblical and Arabic-Islamic

    World,

    Amsterdam University Press, Amsterdam 1994, y la de D.

    Cohn-Sherbok-Ch. Lewis (eds.),

    Beyond Death. Theological and Philo-

    sophical Reflections on Life After Death,

    Macmillan Press, London

    1995. Obras de gran valor y en algunos casos de gran especialización,

    pero que, lógicamente, pierden la homogeneidad y sistematización pro-

    pias de una obra realizada por un único autor. Obviamente, todas ellas

    serán tenidas en cuenta a lo largo de estas páginas.

    16

    7

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    9/224

    Un libro de estas características necesariamente tiene que hacer

    acopio de muchas fuentes, la mayoría de muy difícil acceso para el lec-

    tor medio, y algunas de ellas sin traducir al español. Es esta la razón

    por la que he decidido introducir en la medida de lo posible un abun-

    dante número de aquellos textos relativos a la muerte que he considera-

    do los más importantes, para que el lector pueda tener, al menos, un

    primer acercamiento a ellos. En la mayoría de los casos he ahorrado al

    lector comentarios a los mismos, para dejar que sea el mismo texto el

    que hable y se explique por sí solo. En dcasiones los textos incluyen

    signos como (...1 que uso la mayoría de las veces para indicar que su-

    primo algunas frases del texto que considero no muy significativas para

    evitar hacerlo demasiado largo, o simplemente porque lo lleva incluido

    la edición que estoy usando; o como [...], para indicar una laguna exis-

    tente en el mismo tXto. Una aclaración o comentario entre paréntesis

    generalmente pertenece al editor o traductor de la fuente que uso. Fi-

    nalmente, cuando se trata de una aclaración mía, ésta va entre corche-

    tes.

    Dentro de cada capítulo dedicado a una determinada religión, he

    procurado, en la medida de lo posible, estudiar las diversas fuentes en

    conjunto y siguiendo su orden cronológico de aparición, de manera que

    se puedan apreciar de una manera más global y sistemática sus distintas

    aportaciones al tema que nos ocupa. Con la misma finalidad, cada capí-

    tulo llevará al final un apartado de conclusiones que espero facilite la

    comprensión del mismo.

    También, salvo en el caso de la Biblia por ser ésta la más conocida.

    he evitado el uso de abreviaturas a la hora de citar fuentes, habida

    cuenta de la dificultad que para el lector puede tener el comprenderlas.

    y con el fin de ahorrarle el recurrir constantemente a una página de si-

    glas y abreviaturas.

    Sólo espero que el lector encuentre atractivo

    La muerte y su imagi-

    nario en la Historia de las Religiones, y disfrute, no tanto del conteni-

    do de sus ideas, sino de todo aquello que las diversas fuentes en él ma-

    nejadas nos muestran sobre el misterio, siempre insondable, de la

    muerte.

    Primera parte

    Las grandes religiones extinguidas

    18

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    10/224

    Capítulo I

    El hombre prehistórico y la muerte

    No se trata aquí de hacer un estudio sobre las costumbres y creen-

    cias funerarias de los pueblos «primitivos» (sin voluntad de aplicar a

    esta palabra un sentido peyorativo propio de concepciones evolucionis-

    tas ya superadas) actuales, labor que desbordaría los mencionados lími-

    tes de este trabajo'', sino de mostrar, en la medida de lo posible, cómo

    eran dichos ritos y costumbres en el hombre, fundamentalmente euro-

    peo. del Paleolítico y del Neolítico. Será el paso cronológico necesario

    antes de pasar a las religiones de Mesopotamia y Egipto. Este estudio

    nos aportará un material interesante que nos ayudará a comprender la

    importancia que tuvo para el hombre de la prehistoria la muerte y su

    posible preocupación por un más allá`.

    Un estudio breve y sencillo al respecto puede verse en C.A. BuaLAND, «Sociedades

    primitivas» en A. TOYNREE-A. Koes

    ri,Ea,

    La vida después de la muerte,

    Madrid (1978)

    51-68.

    S

    El lector de este capítulo, en particular de la parte dedicada al Paleolítico, pronto des-

    cubrirá que, a pesar de que se mencionan bastantes autores, hay dos que aparecen más a

    menudo y de manera a veces contrapuesta. Se trata de J. MARINGER,

    Las dioses de la

    prehistoria.

    Barcelona, 1989 (original alemán de 1958), y de A. LEROI-GOURHAN, en espe-

    cial su obra

    Las religiones de la Prehistoria,

    Barcelona, 1994 (original francés de 1964).

    La razón es muy sencilla: los dos son exponentes de dos tendencias muy distintas a la hora

    de interpretar los restos encontrados. J. Maringer, discípulo de Oberrnaier, podríamos decir

    que hace una lectura más «optimista» de los mismos, sacando conclusiones positivas refe-

    rentes a las ideas religiosas y en torno a la muerte que pudo tener el hombre del Paleolítico.

    Sin embargo, A. Leroi-Gourgan se mostrará mucho más escéptico ante lo que las sepultu-

    ras encontradas nos puedan decir sobre estas ideas, centrándose mucho más en la interpre-

    tación de las pinturas rupestres. Dos tendencias que están perrectamente sintetizadas en sus

    obras mencionadas y que precisamente atañen a las ideas religiosas, y relativas a la muerte,

    que pudo tener el hombre del Paleolítico.

    21

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    11/224

    E

    I. Período del Paleolítico Inferior (¿4000000-80000 a.C.?)

    6

    Es evidente que el hombre del Paleolítico debió de tomar concien-

    cia de la muerte al ver cómo compañeros de caza o seres queridos caían

    para no levantarse más. De cuáles debieron de ser sus reacciones y sen-

    timientos ante la experiencia, ante el fenómeno de la muerte, y de su

    comportamiento para con los muertos, nos da una idea, muy imprecisa

    eso sí, su modo de tratar los cadáveres, y sobre todo las circunstancias

    de lo que llamamos el sepelio. Por supuesto, no puedo compartir las

    ideas de Freud en torno a la mentalidad del hombre del Paleolítico

    («hombre primordial» dirá Freud)

    en

    relación con la muerte, aunque

    sólo sea por la dificultad de llegar a la mente de dicho hombre, al que

    Freud casi considera un salvaje ignorante, y por sus discutibles ideas en

    torno a la religión con las que juzga dicha mentalidad:

    A nte el cadáver del enemigo vencido, el

    hombre primordial debió

    saborear su triunfo, sin encontrar estímulo alguno a meditar sobre el

    enigma de la vida y la muerte. Lo que dio su primer impulso a la in-

    vestigación humana (...) fue (...) el conflicto sentimental emergente a

    la muerte de seres amados, y, sin embargo, también extraños y odia-

    dos (...) El hombre no podía ya mantener alejada de sí la muerte,

    puesto que la había experimentado en el dolor por sus muertos; pero

    no quería tampoco reconocerla, ya que le era imposible imaginarse

    muerto: Llegó, pues, a una transacción: admitió la muerte también

    para sí, pero le negó la significación

    de

    su aniquilamiento de la vida,

    cosa para la cual le habían faltado motivos a la muerte del enemigo.

    Ante el cadáver de la persona amada, el hombre primordial inventó

    los espíritus, y su sentimiento de culpabilidad por la satisfacción que

    se mezclaba a su duelo hizo que estos espíritus primigenios fueran

    perversos demonios, a los cuales había que temer. Las transformacio-

    nes que la muerte acarrea le sugirieron la disociación del individuo en

    un cuerpo y una o varias almas, y de este modo su ruta mental siguió

    una trayectoria paralela al proceso de desintegración que la muerte

    inicia. El recuerdo perdurable de los muertos fue la base de la suposi-

    ción de otras existencias y dio al hombre la idea de una supervivencia

    después de la aparente muerte.

    Fijémonos que aquí Freud para nada se sirve de los datos que le

    pueda ofrecer la Paleontología o la arqueolítica funeraria, todavía más

    6

    Para la cronología de los diversos períodos sigo a L. P Ealarr,

    La humanidad prehis-

    tórica,

    Estella (1982) 20-22. Para lo que sigue, .1.

    MARINbER,

    op.cit.,

    pp.54-73.

    7

    S. FREUD,

    Consickraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte,

    1915, traduc-

    ción de L. L ópez B allesleros,

    Freud. Obras completas,

    vol. 11, Buenos A ires (1988) 2113.

    22

    escasos en su tiempo que en el nuestro, limitándose a proyectar en ese

    hombre primordial sus prejuicios en torno a la religión,

    lo cual, por su-

    puesto, no invalida los grandes méritos científicos que aportó al campo

    de la Psicología. Así pues,

    antes de interpretarlos,

    «escuchemos» lo

    que nos dicen esos datos en torno a las costumbres funerarias en el Pa-

    leolítico.

    Existen circunstancias que hacen interesantes los escasos fósiles

    de hominoides descubiertos en Europa. Es curioso que solamente se

    hayan hallado cráneos y mandíbulas inferiores. Es verdad que ambos

    tipos de huesos son muy duros, pero cuesta creer que deban a la sola

    circunstancia de ser mucho más resistentes que los otros el haberse

    preservado hasta hoy. De gran importancia fue el descubrimiento en

    Chu-ku-tien (China)

    del denominado «hombre de Pekín»

    (Sinanthropus

    pekinensis,

    perteneciente a

    la especie

    Homo erectus),

    en un emplaza-

    miento habitado entre el 700000 y el 200000 a.C. En opinión de J. Ma-

    ringer, los restos aquí hallados parecen dar verosimilitud a la hipótesis

    por la que los cráneos y las mandíbulas inferiores tenían alguna signi-

    ficación ritual determinada entre los hombres del paleolíticos. Hay al-

    gunas circunstancias, refiere este autor, dignas de mención en lo to-

    cante a los esqueletos de Chu-ku-tien, donde se descubrieron restos de

    al menos cuarenta y cinco individuos. En primer lugar, aun cuando allí

    predominan los cráneos, ya no es con carácter exclusivo como en otras

    partes; luego, los restos humanos se encuentran dispersos ni más ni

    menos que los huesos de los animales (comía carne de rinoceronte, ca-

    ballo salvaje, bisonte y demás caza mayor, y finalmente, tanto los hue-

    sos humanos como los de muchos animales aparecieron rotos

    9

    . En ca-

    torce cráneos faltan las proximidades del orificio occipital, lo que

    indica que fueron destrozados para sacar la masa encefálica y comér-

    seta, lo mismo que parece se hizo con los escasos huesos de las extre-

    midades encontrados I°.

    Esto ha dado pie para pensar que el hombre de Pekín era adicto al

    canibalismo, y que para él el cerebro

    y la

    médula de las víctimas eran

    los bocados más exquisitos. Ahora bien, como la gran abundancia de

    la fauna de los alrededores excluye toda penuria de alimentos, se cree

    que podría tratarse de una especie de canibalismo ritual acompañado

    8 J.

    M A RI N G ER,

    Los dioses de la prehistoria,

    Barcelona (1989) 56. M ucho más escépti-

    co se muestra A.

    LEROI - G OU RI I A T

    , ,

    »La hipótesis de la prehistoria» en H.-Ch. Puecti (dir.),

    Historia de las Religiones,

    vol.11, M adrid (19811 14, quien opina que lo que se ha dicho

    sobre el grupo de cráneos de Chu-ku-tien se basa en impresiones que no h an sido compro-

    badas c ientíficamente.

    9

    J.

    MARINGER,

    op.cit.,

    57.

    1

    ° G.H.R.

    VON KOENIGSWAID,

    Historia del Hombre,

    M adrid (1981) 119-120.

    23

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    12/224

    de representaciones mágicas. Con todo, el ensanchamiento que se ob-

    serva del agujero occipital en algunos cráneos, y que se supone efec-

    tuado adrede, no implica forzosamente la idea de prácticas de caniba-

    lismo, pues es conocido que esta operación se practica en los ritos de

    entierro de ciertos pueblos etnológicos. Los andamanes, los negritos,

    los tasmanios, todos ellos comprendidos entre los pueblo primitivos

    más antiguos, tienen por costumbre llevar colgados, a guisa de amu-

    letos, los cráneos de sus muertos. Los kurnainos, que son la tribu más

    antigua del sudeste de Australia. hacen lo propio con sus mandíbulas.

    Es muy probable que la práctica de venerar los cráneos, las mandíbu-

    las y demás huesos sea antiquísima. Los vestigios hallados en Europa

    no aportan ninguna prueba en contra". La antropofagia parece que se

    dio en algunos casos durante el Paleolítico y aunque la existencia de

    un canibalismo ritual o religioso es quizá verosímil, el hecho es que

    es totalmente indemostrable dacio el estado de los materiales. El cani-

    balismo ritual sería, por tanto, indemostrable para cualquier época del

    Paleolíticol

    2

    .

    Parece que el hombre del Paleolítico antiguo veneraba a sus muer-

    tos. Las reliquias físicas, indestructibles. de sus muertos, sobre todo los

    cráneos, quizá les hacían sentirse solidarios con sus antiguos poseedo-

    res, por cuyo motivo los trataban con cariño. Debían estar convencidos

    de que los cráneos, y en menor escala también las otras partes del es-

    queleto, perpetuaban entre los vivos la presencia de los seres queridos

    difuntos". Puede, aunque como acabamos de decir no hay pruebas irre-

    futables al respecto, que el hombre prehistórico, corno los «primitivos»

    actuales, llevase consigo en sus migraciones los cráneos de sus deudos,

    que tuvieran un sitio asignado en sus moradas y que, finalmente, tam-

    poco escaparan al destino de todas las demás cosas, o sea que se estro-

    peaban, se olvidaban en algún sitio o incluso los tiraban al agua cuando

    estorbaban. Pero, dejando aparte el destino que a tales reliquias cupie-

    J. MARINGER, 59. En cambio, E.() JAMES, «Religión prehistorica» en C.J. BLEEKER-

    C. WIDENGREN,

    Historia Religionum,

    vol", Madrid (1973) 44, sí ve un canibalismo ritual

    en Chu-ku-tien. Amplia sus ideas sobre el culto a los cráneos en

    La religion préhistorique,

    París (1959) 13-19 y en

    El templo. Dc la caverna a la catedral,

    Madrid (1966) 47-49.

    P. CHALUS,

    El hombre y la religión. Del Paleolítico al primer milenio anterior a nuestra

    era,

    México (1964) 20-22, también defiende el culto a los cráneos. G.H.R. voN KOENIGS-

    WALD,

    op.cit..

    119-120, considera que el hombre de Chu-ku-tien era caníbal y cazador de

    cabezas y lo compara con los cazadores de cabezas que comen la masa encefálica para

    conseguir la «fuerza espiritual» del vencido. En mi opinión, dudo mucho que esto se pueda

    aplicar al

    Sinanthropus pekinensis.

    12

    A. LEROI-GOURHAN,

    Las religiones ¿le la Prehistoria,

    Barcelona (1994) 48 y 60.

    /3

    J. MARINGER,

    op.cit.,

    59s; P. Chalus,

    op.cit.,

    22.

    se, la práctica en sí era ya una expresión de devoción, de fidelidad, y de

    piadoso recuerdo hacia los muertos. Entra asimismo en lo posible,

    como opina J. Maringer, que se considerada a los muertos como espíri-

    tus tutelares benévolos y como colaboradores invisibles y secretos en

    las grandes expediciones de caza

    1 4

    . Pero esto, ciertamente, no pasa de

    ser una mera suposición.

    En sendas cuevas del Peñón de Gibraltar y dl Guattari (en el monte

    Circeo, entre Nápoles y Roma) se encontraron dds cráneos aislados y el

    de Guattari tenía a su alrededor una corona de piedras y en un plano in-

    ferior estaba rodeado de huesos de animales (caballos salvajes, bóvidos

    y cérvidos). Además, en la sien derecha se le ekcontró una herida

    abierta cuyos bordes estatrn revestidos de costra Iiineral. Las condi-

    ciones en que se encontraba dicho cráneo abonan la posibilidad de que

    se trataba de un culto en cuyo centro se hallaba el cráneo'

    5

    , aunque

    también aquí A. Leroi-Gourhan se muestra muy precavido

    1 6

    . Estaría

    colocado probablemente sobre un bastón, pero luego, con el tiempo, se

    pudriría éste y todo se vino al suelo, entre el anillo de piedras que lo

    rodeaba como círculo mágico para protegerlo.

    Algunos autores, una vez más pues ya lo vimos en el caso de Chu-

    ku-tien, interpretaron los agujeros occipitales de algunos cráneos de

    este período (como el de Guattari) como una prueba de la antropofagia

    ritual para extraer el cerebro y comerlo. Para ello se ha comparado di-

    cha práctica con casos de canibalismo melanesio, pero éste es relativa-

    mente reciente y de cultura neolítica. Son argumentos endebles que en

    nada sostienen la teoría de la antropofagia y la caza de cráneos en los

    hombres primitivos'

    7

    . Muy posiblemente, los depósitos de cráneos del

    Paleolítico inferior tuvieron relación con alguna especie de culto al crá-

    neo, mediante el cual se veneraba la memoria del difunto, al paso que

    se imploraba su protección para la tribu. El que los agujeros occipitales

    fueran ensanchados violentamente por otros hombres puede explicarse

    satisfactoriamente por una práctica análoga a la de la inhumación en

    dos etapas. Después de la descomposición de la carne en la tierra, o al

    aire libre si se exponía en un árbol o en un tendido, sólo quedaba por

    extraer el cerebro que se pudría más lentamente, y el medio más senci-

    llo para ello era abrir la base del cráneo.

    Pero nuevos y recientes descubrimientos pueden ayudar a cambiar

    o matizar estas opiniones. En 1994, en la sierra burgalesa de Atapuerca

    14

    .1. MARINGER, 59s.

    13 bid.,

    68.

    16

    A. LEROI-GOURHAN,

    Las religiones de la Prehistoria,

    Barcelona (1994) 45.

    17

    .1. MARINGER, 72. Ver también, A. LEROI-GOURHAN,

    op.cit.,

    48-50.

    24

    5

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    13/224

    (España), en la que se llevaba trabajando desde 1976, se descubrió en

    la Gran Dolina los restos de seis homínidos pertenecientes a una nueva

    especie humana, el

    Homo antecessor,

    cuya existencia se puede datar

    hace ochocientos mil años. Se trataría del hombre europeo más anti-

    guo, antecesor del hombre de Neandertal,

    y

    descendiente del africano

    Homo ergaster,

    cuya antigüedad oscila entre los dos y el millón y me-

    dio de años. Por algunos huesos humanos, encontrados junto a restos

    de animales que sirvieron de alimento, cuya médula había sido extraída

    y que aparecieron con muescas que muestran que la carne había sido

    arrancada, parece ser que practicaba el canibalisino. Por otro lado, esta

    especie evolucionó hacia el

    Homo heidelbergensis,

    una especie pre-

    neandertal de trescientos mil años de antigüedad y que enterraba de

    forma consciente sus muertos, ya que en una sima de catorce metros

    de profundidad, lí Sima de los Huesos, se han encontrado restos de

    treinta y dos esqueletos, en lo que parece ser un ritual funerario". Las

    investigaciones siguen en curso y habrá que dar tiempo a los especia-

    listas para que puedani¿xtraer conclusiones más precisas al respecto.

    II. Período del Paleolítico Medio (80000-40000 a.C.)

    En este período es donde por primera vez se encuentran evidencias

    claras de auténticas inhumaciones. Con la transición al postrer intergla-

    ciar sobre todo en lo que concierne a la principal cultura musteriense

    (70000-50000 a.C.)

    1 9

    , los hallazgos son progresivamente más variados

    y complejos. Aunque se ha cuestionado que hubiera auténticos enterra-

    mientos neandertales y se ha dicho que, simplemente, el hombre de

    Neandertal se retiraba a ciertos lugares, al fondo de las cuevas, a morir,

    al igual que lo hacen los paquidermos en los «cementerios de elefan-

    tes»2 0

    , las evidencias de enterramientos intencionales son abrumadoras.

    1 1 1

    J.L. ARSUAGA-I. MARTINEZ,

    La especie elegida,

    Madrid (1998) 261 . Sobre las carac-

    terísticas de los restos humanos hallados en esta sima, J.L. ARsuAG A-A. GR ACIA

    -I.

    MARTt-

    NEz-C. LORENZO, «The Sima de los Huesos (Sierra de Atapuerca, Spain) cranial evidence

    and the origin of Neandertals» en E. CAR BoNEu.-M. VAQUE RO,

    The Last Neandertals. The

    First Anaromically Modern Humans,

    Barcelona (1996) 39-49.

    19

    Hasta no hace mucho era frecuente identificar al hombre de Neandertal con la cultu-

    ra Musteriense (del yac imiento francés de Le Moustier), pero el hallazgo en 1980 en la

    cueva de St. Césaire (Charente marítima, F rancia) de restos óseos pertenecientes sin duda a

    un Neandertal hace que se ponga en duda tal identificación; L. PER1COT,

    op.cit..

    44s.

    20

    Como opina R.H. G ARG Err, «On the evidence for Neandertal burial»,

    Current An-

    thropology

    30 (1989) 326-330, citado por MH. Wolpoff, «Neandertals of the Upper Pa-

    leolithic» en E. CARBONEL1..-M. VAQUERO,

    The Last Neandertals. The First Anatomically

    Modem Humans,

    Barcelona (1996) 67. Tampoco comparte la opinión de Gargett. P. Bi-

    26

    Al menos se han encontrado 50 enterramientos bien documentados

    2 1 .

    E May considera que la impresión que se tiene de que las sepulturas de

    hombres, mujeres y niños son hechas de manera distinta, se debe pro-

    bablemente a los azares de los descubrimientos

    2 2

    . Sin embargo, y es un

    ejemplo más de la dificultad de interpretar correctamente estos hallaz-

    gos,

    M.H.

    Wolpoff, frente a los que niegan evidencias de objetos colo-

    cados conscientemente en las sepulturas, alegando que su encuentro

    allí se debe al aplastamiento de los depósitos sobre el suelo de la cue-

    va, argumenta que en muchos casos dichos objetos se han encontrado

    solamente junto a restos de hombre y no de mujer, dando evidencia,

    además de una

    acción

    consciente, de una estratificación basada en el

    género

    2 3

    .

    Pertenecientes al hombre de Neandertal, estas sepulturas se encon-

    traban todas, sin excepción, situadas en cavernas o bajo abrigos rupes-

    tres. Dos cuevas del Monte Carmelo en Palestina y una en Uzbekistán,

    en Asia Central, son vestigios de esto. En Europa, en Le Moustier

    (Dordoña. Francia), en Chapelle-aux-Saints (Corréze. Francia) en La

    Ferrassie (Dordoña, Francia), entre otros. Los diversos hallazgos pare-

    cen demoLtrar que el hombre primitivo del último interglaciar y del

    principio del último glaciar, hacían objeto de cuidados cariñosos y di-

    versos a sus muertos. Si el hombre primitivo debió de creer en la super-

    vivencia de los muertos o no es demasiado especular, pero rió se puede

    N A h r r ,

    La prehistoire de la morí,

    Paris (1991) 158. quien subraya que la sucesión

    Sapiens

    Neandertalensisl Sapiens Sapiens

    no es universal, ya que en el Oriente Próximo el

    Sapiens

    Sapiens

    precede al

    Sapiens Neandenalensis

    y es a quien se le atribuyen las tumbas conoci-

    das más antiguas de esa zona. La inhumación de los muertos del « hombre de Neandertal»

    en una época relativamente tardía del Paleolítico medio y hasta comienzos del superior, pa-

    rece ser propia de las regiones de Europa. Las modalidades de enterramiento practicadas

    por

    el Sapiens Neandertalensis o

    por el

    Sapiens Sapiens

    no parecen ser muy diferentes, se-

    gún P. Binant.

    21 MH.

    WOLPOFF.

    op.cil.,

    67. Sin embargo, P. BtNxbrr,

    op.cit.,

    154s, hace una lectura

    muy distinta, y considera que. del hecho del escaso número de sepulturas encontradas y de

    la existencia en Europa de amplias zonas desprovistas de todo vestigio de inhumación, se

    concluye que ésta era una práctica excepcional y ausente en algunas regiones europeas.

    1. BARANDIARÁN, en I. BARAND1ARÁN-B. MARTI-M.A. DEL R1NCON-J.L. MAYA,

    Prehistoria

    de la Península Ibérica.

    Barcelona (1998) 48, señala que la fragmentación extrema de res-

    tos humanos encontrados mezclados con los de la fauna resultan constantes en los testimo-

    nios del

    Homo sapiens neanderthalensis

    reconocidos en la Península Ibérica (Cariguela,

    Lezetxiki. Axbor, Los Cesares o Coya Negra). Esto ha hecho percibir actuaciones antropo-

    fágicas, quizá propias de neandertalenses «m icrodontos» del Paleolítico medio avanzado.

    diferenciándose de aquellas poblaciones de grupos neandertalenses clásicos que practica-

    ban generalmente la inhumación.

    22

    F. MAY,

    Les sépultures préhistoriques. Étude critique.

    Paris (1986) 211.

    " M.H. WOLPOFF,

    op.cit.,

    68.

    27

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    14/224

    descartar la posibilidad. J. Maringer opina que la posición en que están

    enterrados, como si durmieran, hace suponer que la muerte debió de pa-

    recerles una especie

    de

    sueño

    y

    cita, entre otros, el caso del enterramien-

    to de un adolescente de 16-18 años, el cual estaba echado de costado,

    como durmiendo sobre el codo derecho, cuya mano tenía colocada detrás

    de la nuca, en Le Moustier. F. May corrobora la preferencia de esta posi-

    ción flexionada en las inhumaciones de este período

    24

    , el cual parece pre-

    sentar, en términos generales. un tipo de inhumación más uniforme que

    el que aparecerá más tarde durante el Paleolítico Superior". Sería difícil,

    por no decir pretencioso, decir si consideraban este sueño como una fase

    transitoria después de la cual despertarían definitivamente en otros mun-

    dos2 6

    . Aunque parece que esta sepultura de Le Moustier fue falseada

    2 7

    , lo

    que no invalida el posible valor de otras. En cuanto a su disposición, so-

    lamente los esqueletos de La Ferrassie estaban orientados hacia el po-

    niente. ¿Tal vez situaron en el oeste el país de los muertos?

    Sería aventurado afirmar que los objetos encontrados en la tumba y

    que quizá comprendían comida, útiles diversos, ocre para embadurnar-

    se el cuerpo, eran realmente ofrendas a los difuntos. De hecho, no está

    comprobado, aunque tampoco invalidado, el uso de ocre en este perío-

    don. Más aún, parece que este elemento no aparece en los enterramien-

    tos europeos de neandertales

    29

    . En cuanto a las supuestas ofrendas ali-

    mentarias, al menos en este período no parecen, en opinión de F. May,

    tener fundamento". En todo

    caso,

    de haberlas, son menos abundantes

    en las tumbas musterienses que en las del Paleolítico superior. En el su-

    puesto de que fueran ofrendas, entonces entraría en lo posible imaginar

    que su finalidad no era otra que la de proporcionar al muerto equipo y

    provisiones para el gran viaje, y si esta suposición respondiera a la rea-

    lidad, no habría más que un paso para creer que los musterienses con-

    cebían la vida terrenal como virtualmente idéntica a la del otro mundo.

    Pero esto es quizá especular demasiado. En cualquier caso, los hallaz-

    gos no permiten asegurar que estas creencias en otra vida estuvieran li-

    gadas a la idea de un ser divino".

    24

    F.

    MAY,

    op .c it . ,

    211.

    25

    Como señala P. B INANT,

    op.cit,

    157

    26

    Como se pregunta J.

    M AR DIGER .

    61

    s.

    27

    A.

    LEROI-GOU RHA N,

    op.cit . ,

    53.

    28

    F.

    MAY,

    203-205.

    29

    Ch.

    S TRINGER-CL . GA M BLE ,

    En busca de los Neandertales,

    Barcelona (1996) 166.

    '° F. May, 2 11-212, q uien señala que la pata de bóvido encontrada encima del esquele-

    to de la Chapelle-aux-Sainh, además de q ue por sí misma no constituye ninguna disyunti-

    va, no tenia quizá ninguna relación con el esqueleto.

    31

    1. MA RING ER,

    65.

    28

    Lo que sí parece más que probable es que el cadáver debió de de-

    sempeñar forzosamente un papel importante en las creencias de los

    hombres del Paleolítico con respecto a los muertos. No parece que

    los vivos comprendieran realmente la realidad de la muerte. Proba-

    blemente creerían que el muerto continuaba viviendo en cierto modo

    en el cadáver, y precisamente el estado de impotencia en que se en-

    contraba el «cadáver viviente»

    3 2

    incitaría a sus familiares y amigos a

    hacerle objeto de la máxima solicitud. Al propio tiempo parece como

    si el hombre primitivo atribuyera también alguna capacidad de ac-

    ción a sus «cadáveres vivientes», pues la situación violenta de los

    esqueletos doblegados del Monte Carmelo y de La Ferrassie da pie

    para suponer que fueron agarrotados. ¿Se les tenía miedo y quería

    evitarse su regreso a fin de que no pudiesen arrastrar consigo a otros

    seres vivientes?".

    Finalmente, no debemos olvidar algunos detalles que nos pueden

    ayudar a entender la humanidad, e incluso delicadeza, con la que algu-

    nas veces el hombre de Neandertal enterraba a sus muertos. En el mgat

    cionado yacimiento de La Ferrassie, entre lo que parece un entera"-

    miento familiar, se encontraron los restos de dos fetos humanos a los

    cuales se les concedió los mismos gestos rituales que al resto de la fa-

    milia, indicio de que el hombre de Neandertal, al menos en este caso,

    dio la misma importancia al feto que a los que lograron abandonar el

    seno materno". En Irak, en la gruta de Shanidar, morada de los Nean-

    dertales durante 15000 años, se encontraron los restos esqueléticos de

    un hombre, denominado Shanidar IV, que debió sufrir el aplastamiento

    de un desprendimiento rocoso del techo de la caverna. El difunto recibe

    una espectacular sepultura: es enterrado flexionado y tendido sobre un

    lecho de flores frescas, algunas de las cuales aún se utilizan para curar

    enfermedades. ¿Quizá Shanidar IV las necesitaba para su nuevo largo

    viaje?

    3 5

    . Algunos autores han visto en estas flores, o en los restos de

    32

    La expresión es de J.

    MA RINGER,

    65.

    " Para A.

    LEROI-GOU RHA N,

    op.cit . ,

    53, estas explicaciones tendrían tanta validez com o

    otras muchas distintas. J. M aringer, quizá exageradamente, cree que los indicios apuntan a

    suponer que el hom bre primitivo creía que sus muertos era, capaces de actuar, para bien o

    para mal, atribuyéndoles quizá poderes superiores a los

    de los vivos.

    Lo que le llevaría a

    realizar ciertos ritos propiciatorios para evitar ciertos males o implorar sus favores. Una

    opinión parecida, aunque con mucha cautela, expresa A.

    A RRIBA S ,

    Lecciones de Prehisto-

    ria,

    B arcelona (1985) 65 , para quien es incuestionable que el hmm bre de Neandertal practi-

    caba el culto a los muertos.

    " Sobre los restos encontrádos en este yacimiento, F.

    MAY,

    Les sépultures p réhistori-

    ques,

    Paris (1986) 11-14.

    35 J.

    A L C Á Z A R

    GODOY,

    El Origen del Hombre. Historia evolutiva del «Homo Sapiens.,

    M adrid (1986) 108-112. Sobre los restos de Shanidar, F. M ay,

    op.cit . ,

    25-33.

    29

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    15/224

    polen que dejaron, parte del equipo médico de un chamán

    3 6

    , lo que,

    junto a otras posibles evidencias, aprobaría la tesis de que el chamanis-

    mo sería el primer sistema religioso. Aunque no faltan interpretaciones

    más prosaicas: los granos de polen encontrados habrían atravesado los

    sedimentos o fueron depositados por algún animal al excavar su madri-

    guera".

    III. Período del Paleolítico Superior (¿40000-8000 a.C.?)

    3 8

    Las excavaciones ponen de manifiesto que la práctica de la inhu-

    mación era muy extendida en el Paleolítico superior, sin que pueda de-

    cirse que fuera exclusiva de los hombres nuevos, puesto que esta prác-

    tica ya era observada por el hombre de Neanderta1

    3 9

    . Pero también hay

    que decir que si se han encontrado más inhumaciones en este período

    que en el anterior, quizá se deba a que se han conservado mejor debido

    a estructuras de piedra: el esqueleto se halla recubierto de bloques de

    piedra (como en Duruthy), o las piedras parecen proteger la cabeza (ca-

    sos de la Madeleine, Barrma Grande

    I,

    Italia...), o un tipo de encofrado

    o cajón recubre la cabeza (en Barma Grande III) o el cuerpo entero

    (Malta); o las estructuras son hechas con huesos de mamut, como en el

    este (Kostenki II)

    4 0

    . En algunos casos parece que también se practicó la

    cremación (Barma Grande IV, Dolni Vestonice

    II),

    pero sin posibilidad

    de interpretarlos correctamente. Como en tiempos anteriores, los difun-

    tos eran a menudo enterrados en las mismas grutas que les sirvieron de

    morada en vida, de modo que seguían permaneciendo en los lugares

    que les eran familiares. Con el mayor cuidado se excavaban las fosas

    en las que se colocaban los cadáveres, unas veces en «posición dur-

    miente», otras estirados de espaldas o en posición acurrucada, y luego

    se protegían, como ya se ha dicho, rodeándolas y cubriéndolas con lo-

    sas de piedra, posiblemente para protegerlos de los carnívoros". La

    36

    R.S. SoLcau, «Shanidar IV, a Neanderthal Flower Buriel in Northern Iraq»,

    Science

    190 (1975) 880-881; citado por C.

    JUNQUERA,

    El chamanismo en el Amazonas, Barcelona

    (1992) 31.

    37 Ch.

    STRINGER-CL. CAMELE,

    op.cit . ,

    16 6 .

    38

    Para lo que sigue, entre otros,

    J.MARINGER,

    99-111; A.

    LEROI-GOURHAN,

    Las religio-

    nes de la Prehistoria,

    Barcelona (1994) 58-59, 77-133; F.

    MAY,

    37-106; A.

    BELTRÁN,

    Arte

    Prehistórico en la Península Ibérica,

    Castellón 1998.

    39

    En Europa, pues ya se ha dicho que en el Próximo Oriente el

    Sapiens Sapiens

    prece-

    dió al

    Sapiens Neandertalensis.

    F.

    MAY,

    212. P. Bwraur. 153, opina que no hay ninguna constante que sirva para ca-

    racterizar el enterramiento paleolítico europeo.

    41

    Como opina F.

    MAY,

    218, quien no ve en esta práctica ningún temor hacia los muertos.

    30

    mayor parte de los esqueletos encontrados en Francia estaban tumba-

    dos sobre el lado derecho en posición flexionada, mientras se encuen-

    tran variantes en otros lugares, como la posición tumbada (Soungir 1 y

    II,

    antigua URSS), posición flexionada sobre el lado izquierdo (Malta,

    Kostenki XIV y XVIII) y posición sentada (Kostenki II y XV)

    4 2

    . Los

    cadáveres eran enterrados aisladamente o por pares, e incluso tres jun-

    tos (Roc-de-Sers, Barma Grande

    II),

    o cinco (un caso en Cro-Magnon).

    En Prédmost, antigua Checoslovaquia y hoy República Checa, se en-

    contró el primer ejemplo de tumba colectiva en la que dieciocho cuer-

    pos (ocho adultos y diez niños) habían sido inhumados sucesivamente

    en posición de cuclillas, protegidos por una capa de piedras. Maringer

    opinaba, quizá de manera demasiado optimista, que para devolver a los

    cuerpos el calor que les había abandonado, acostumbraban a acostarlos

    sobre capas de ceniza todavía ardiente, algo sobre lo cual hoy hay de-

    masiadas dudas". Aunque algunos ejemplos curiosos de este tipo no

    faltan, como el triple enterramiento descubierto en 1985, de hace

    27000 años, en el yacimiento al aire libre de Dolní Vestonice, Moravia,

    encima de cuyos cuerpos se había encendido una hoguera, que parece

    se dejó arder brevemente antes de llenar la sepultura".

    A menudo aparecen los esqueletos reposando sobre espesas capas

    de ocre encarnado. No se trataba de ninguna ofrenda, sino que esta ma-

    teria debieron de asimilarla los hombres del Paleolítico a la sangre. Es-

    taría destinado a proveer al cuerpo pálido con una apariencia externa de

    la sangre, savia de la vida", aunque no faltan voces que discrepan de

    42 F. MAY,

    213.

    4 3

    Martmart, 99s; de la misma opinión P.

    CHALUS,

    op .c it . ,

    23. A. Luaot-GbuturaN,

    Las

    religiones de la Prehistoria.

    Barcelona (1994) 53. no comparte en absoluto esta interpreta-

    ción y opina que cualquier hoguera. de las muchísimas que había por todas partes, podía

    haber coincidido con una sepultura olvidada. F. 1114v, 212, opina que nada permite decir

    que las hogueras encontradas encima de una sepultura respondan a un rito consciente y no

    al azar. De hecho, las hogueras en proximidad a sepulturas o en contacto con ellas no son

    tan numerosas como se ha querido decir. Sin embargo, opino que no hay que despreciar la

    idea del frío que puedan pasar los muertos y la necesidad de calentarlos, pues, salvando las

    lógicas distancias, Heródoto, cuenta cómo Melisa, difunta esposa del terrible tirano de Co-

    rinto, Periandro, se dirige a éste quejándose del frío que pasaba «ya que los vestidos que su

    marido había enterrado con ella no le servían

    para

    nada por no haber sido incinerados»

    (Historia

    V 29, 2). Por supuesto. con esto no pretendo probar que el hombre del Paleolítico

    pensara así y pretendiera calentar a sus difuntos, pero tal posibilidad no nos debería pare-

    cer tan extraña.

    44

    Ch.

    STRINGER-CL. CAMELE,

    op.cit . . 214.

    43

    De la misma opinión, sobre la cual había bastante unanimidad hasta hace poco, son,

    entre otros: E.M.

    BERGOUNIOUX,

    Religiones prehistóricas y primitivas,

    Andorra (1960) 41;

    P.

    CHALUS,

    El hombre y la religión. Del Paleolítico al primer milenio anterior a nuestra era,

    México (1964) 23; E.O.

    JAMES,

    Historia de las religiones,

    Madrid (1993) 34; L.V.

    GRIN-

    31

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    16/224

    esta interpretación

    4 6

    . Se adornaba generalmente a los cadáveres y a su

    alcance se colocaban armas y provisiones.

    Sorprende que a simple vista los esqueletos masculinos lleven más

    adornos que los femeninos, algo que J. Maringer'' y

    MH.

    Wolpoff

    4 8

    ,

    entre otros, como ya se dijo, han interpretado como consecuencia de

    una mayor complejidad de la estructura social en la que el hombre de-

    sempeñaría un papel preponderante en la vida colectiva. Sin embargo,

    para F. May es poco probable que el aderezo y el mobiliario realmente

    varíen según sexo, edad o posición social de los individuos inhumados,

    atribuyendo las aparentes diferencias a los azares de los descubrimien-

    tos". El cráneo y el cuello de los esqueletos masculinos hallados en las

    tumbas del Paleolítico superior estaban rodeados de conchas agujerea-

    das, dientes de ciervo, vértebras de pescado y pequeños discos de hue-

    sos, posiblemente restos de collares y de adornos de gorros ornamenta-

    les y diademas. Hallazgos similares a la altura de la nuca hacen

    suponer la existencia de collares. Saquitos sobre el pecho, adornos que

    pendían de codos, antebrazos, muñecas, la región ilíaca, muslos, rodi-

    llas y pies completan lo que parece ser una ceremonia antes del

    entierros°.

    Muchas de estas tumbas están rodeadas de huesos rotos de anima-

    les, siendo imposible determinar, por no decir aventurado, si se trata de

    Barrow, Pyramid and

    TOM/2

    "luciera burial cusir" in Egypt. the Mediterranean

    and the British Isles,

    London (1975) 26: M. E: :ADE,

    Historia de las creencias

    y

    de las ideas

    religiosas.

    vol.1, Madrid (1978) 25: A. l_Fizoi-GounHAN, «I.a hipótesis de la prehistoria» en

    H.-Ch. PUECH (dir.).

    Historia de los Religiones, vol. II,

    Madrid (1981) 11-13 (aunque no

    descarta también otros usos domesucos profanos), para quien, en todo caso, se trataba de

    un rito de significado religioso,

    Los cazadores de la Prehistoria,

    Barcelona (1986) 150:

    J.

    RIES, «Paleolítico (religión del), en P. POUPARD (dir.),

    Diccionario de las religiones,

    Barcelona (1987) 1354; P. BiNANT. La

    prehistoire de la mort,

    Paris (1991) 127-131, y

    Fr. DIEZ DE VELASCO,

    Hombres, ritos. Dioses. Introducción a la Historia de las Religiones.

    Madrid (1995) 70.

    a Por ejemplo, J.M. GÓMEZ.-TAHANERA,

    La caza en la Prehistoria, Madrid (1980) 308,

    opina que no hay ninguna prueba que muestre que el ocre rojo era visto como un símbolo

    de vida. A. LEROI-GOURHAN,

    Las religiones de la Prehistoria,

    Barcelona (1994) 58, aun-

    que no descarta esta interpretación, matiza que en muchos yacimientos la tierra está hasta

    tal punto impregnada

    de

    ocre que todos los restos que encierra contienen rastros de él. Ha-

    bría que comparar el fondo

    de

    la tosa de los enterramientos con el suelo original donde la

    fosa fue cavada para ver si la coloración ocre de las osamentas no es accidental. F. MAY,

    203-205, es de la opinión que el uso constante del ocre no está del todo demostrado. Por

    otra parte, en China el color rojo

    es

    signo de duelo. ¿por qué habría que entender entonces

    que el ocre ro o se usaba como signo de vida?

    47

    J. MARINGER, 100.

    a

    M.H. WOLPOFF,

    op.cit..

    68.

    49

    F. MAY, 214.

    " J. MARINGER, 100.

    32

    reliquias procedentes de ágapes funerarios o de festines celebrados

    posteriormente para honrar la memoria de los

    ciifuntos, o bien se trata

    de ofrendas alimenticias o propiciatorias. Posiblemente nada de esto se

    pueda confirmar de una manera absoluta al menos en este período. No

    obstante, se podrían citar los interesantes descubmientos realizados

    por J. González Echegaray y L.G. Freemansl en C\kva Morín (Santan-

    der, España), donde hace '27000 se instaló un peqUeño grupo de caza-

    dores auriñacienses. Su estancia fue de pocos años, pero en ese tiempo

    fallecieron varios individuos que fueron cuidadosamente sepultados en

    un recinto más allá de donde se hacía la vida y separado por una línea

    de postes. En Morín III un individuo adulto fue sepultado boca arriba y

    se le había amputado al menos una pierna, aplicándosela al fuego. Otra

    sepultura de un individuo muy alto (entre 185 y 195 cros.), con los bra-

    zos doblados y comprimidos junto al cuello, en Morín I refleja un en-

    tierro muy sofisticado. Se le hicieron una serie de aparentes amputacio-

    nes rituales, no motivadas por el tamaño de la tumba ya que ésta era

    muy grande, por las que se le habían cortado los pies y la cabeza, de-

    jando junto a éstos el instrumental usado y sendas piezas de caza. Junto

    al pie de la sepultura se construyó una especie de pozo de ofrendas con

    un canalillo que comunicaba con su interior. Se echó tierra con cantida-

    des grandes de ocre deshecho sobre el cadáver y sobre el túmulo así

    formado se hizo un fuego ritual en el que se quemaron trozitos de ocre

    y algunas piezas de caza. En opinión de estos investigadores «no se

    puede dudar que las prácticas y creencias de estas gentes, ilustradas por

    los hechos que venimos analizando, poseen un carácter religioso en su

    pleno sentido»

    5 2

    . Podríamos preguntarnos, en el caso hipotético de que

    los autores del estudio fueran, por ejemplo, A. Leroi-Gourgan y F. May,

    si no sería su interpretación muy distinta o al menos mucho menos op-

    timista en lo referente al aspecto religioso y ritual-funerario de este ya-

    cimiento. En tal caso se demostraría que depende de quién haga una in-

    vestigación para tener una interpretación muy distinta de los mismos

    hechos. Una vez más, el lector deberá quedarse con la interpretación

    que razonablemente más le convezca.

    Por otro lado, sorprende la frecuencia con que el mamut aparece

    asociado a las tumbas paleolíticas. En Prédmost cubrían mandíbulas y

    paletillas de mamut una tumba colectiva y un omoplato del paquidermo

    ocultaba una mandíbula inferior humana, mientras que en Wisternitz

    otro omoplato cubría la tumba de un niño. ¿Debemos sacar la conclu-

    51

    J. GONZÁLEZ EcHEGAitAY-L.G. FREEMAN.

    Vida y muerte en Cueva Morín,

    Santander

    19 78 .

    Para

    lo que sigue. cf

    . pp. 131-160.

    52 Ibid., 160.

    33

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    17/224

    sión de que los paleolíticos ponían a sus muertos bajo la protección del

    gigantesco animal cuya sola apariencia debía bastar para alejar a los

    malos espíritus? ¿Sería considerado el mamut como un espíritu protec-

    tor, de forma análoga a como consideran los pigmeos al elefante una

    encarnación mítica de una deidad suprema?

    5 3

    .

    En opinión de Maringer», en estas tumbas (salvo en algunas donde

    parece que se ataba a los muertos) nada hace sospechar que los muertos

    infundiesen temor

    5 5

    . La abundancia de ofrendas puede explicarse mejor,

    más que para aplacar a los muertos a los que se temía, por el hecho de

    que se sentían solidarios de los difuntos ya que, para ellos, éstos no ce-

    saban en modo alguno de pertenecer a la comunidad de los vivos. Pero

    Leroi-Gourhan no es de esta opinión. Considera que «dejar al cadáver

    los objetos personales del vivo supone que se tiene miedo de ser conta-

    minado por la muerte, o que se teme una venganza del difunto, o incluso

    que se le dota de un equipamiento para el otro mundo». Si se tratara de

    la contaminación mágica por los objetos, continúa Leroi-Gourhan, no

    sería necesaria una supervivencia, aunque sí en las otras dos hipótesis».

    En cualquier caso, debe ser muy difícil diltícidar si fue el miedo, la soli-

    daridad, o una ckencia en algún tipo de supervivencia lo que motivó la

    presencia de objetos y ofrendas, en el caso de que realmente lo fueran,

    junto al muerto. Pero podríamos preguntarnos si estas hipótesis son ne-

    cesariamente incompatibles unas con otras. Yo creo que no.

    No se descarta tÁrhpoco la posibilidad de que se practicara una es-

    pecie de culto del cráneo y de magia del esqueleto debido a la gran di-

    fusión alcanzada por los llamados «vasos craneanos» (cráneos someti-

    dos a una hábil preparación para habilitarlo como vaso o copa) en

    numerosas estaciones del Paleolítico superior, desde el norte de España

    (cueva del Castillo) hasta Moravia (gruta de Unter-Wisternitz). Habida

    cuenta de la tendencia aparente del arte en el último glaciar, para inter-

    pretar el mundo en términos de magia, no parece desencaminado ima-

    ginar que los hombres de entonces practicaban una especie de magia

    del esqueleto. Es muy posible que el hecho de utilizar los cráneos como

    objetos mágicos les llevara a convertirlos en vasos. En todo caso es de

    suponer que en la vida práctica se mezclarían a menudo la magia y el

    culto a la memoria de los muertos". En Mas-d' Azil, en Ariége (Fran-

    53

    J.

    MARINGER, 101.

    54 Ibid.,

    102.

    55

    F. MAy, 218, tampoco cree que el miedo hacia los muertos esté demostrado y se pre-

    gunta que por qué no pudo ser el respeto y el amor el motivo que llevara a nuestros «ante-

    pasados» a sepultar a sus muertos.

    36

    A.

    LEROI-GOURHAN,

    Los cazadores de la Prehistoria,

    Barcelona (1986) 150.

    31

    J. M A RINGER, 107.

    34

    cia), fue exhumado en 1961 un cráneo femenino joven, perteneciente al

    Magdaleniense, desprovisto de mandíbula, en cuyas órbitas dos peque-

    ñas placas de huesos tallados simulaban los ojos. Se trataría, incluso

    para el escéptico y metódico A. Leroi-Gourhan, del único caso indiscu-

    tible de cráneo preparado que puede citarse de todo el Paleolítico, aun-

    que para este investigador el contexto en el que aparece no permite más

    precisiones y acudir al comparativismo etnográfico para reconstruir el

    papel de este cráneo no sería ceñirse al testimonio en bruto

    5 8 .

    De este período cabe destacar la imanación que supuso el llamado

    arte rupestre. Sin embargo, en su conjunto. el número de figuras parie-

    tales humanas es poco numeroso, carente de estereotipo bien determi-

    nado y de calidad plástica inferior si lo comparamos con las representa-

    ciones de animales'''. En opinión de A. I.eroi-Gourhan, «las figuras

    humanas no proporcionan mucha información sobre su papel en el

    mensaje paleolítico. Magia para la caza, símbolos de fecundidad huma-

    na, cercanos, en las paredes, a los de los animales, chamán ejecutando

    danzas cinegéticas, diosas-madres, las teorías explicativas abundan,

    únicamente basadas en reminiscencias del pensamiento occidental»

    6 0

    .

    De entre todas las escenas parietales con representación humana

    que conocemos, cabe, por su importancia para el tema que nos ocupa,

    destacar especialmente una. En la cueva de Lascaux (Dordoña, Fran-

    cia) se encuentra una pintura parietal única en su género en el arte fran-

    co-cantábrico: se trata de un bisonte herido que dirige sus cuernos ha-

    cia un hompre aparentemente muerto y caído en tierra; su arma, una

    especie de venablo provisto de un gancho. aparece apoyada contra el

    vientre del animal; junto al hombre (cuya cabeza termina en un pico)

    hay un pájaro posado sobre una pértiga. Mientras para J. Maringer se

    trata de la conmemoración especial de un cazador del paleolítico muer-

    to durante una cacería, aunque no se sepa qué es lo que indujo a su tri-

    58

    A.

    LEROEGOURHAN,

    Las Religiones de la Prehistoria,

    Barcelona (1994)42.

    59 A.

    LEROI-GOCRGAN,

    Los primeros urnstas de Europa.

    Madrid (1983) 34-35. Las fi-

    guras humanas de las pinturas parietales de la Península Ibérica (Hornos de la Peña, Alta-

    mira, Altxerri, Peña de Candamo y Los Cascres) son también escasas; cf.

    I . BARANDIARÁN,

    B .

    MARTI, MA. DEL RI NCÓN,

    J.L.

    MAYA,

    Prehistoria de la Peransula Ibérica,

    Barcelona

    (1998) 83.

    bid.,

    52. A. Leroi-Gourgan menciona, p. 54, el famoso ejemplo del «brujo» de la ca-

    verna de Les Trois-Freres, con rostro de búho, cola de caballo y ornamenta de reno y que

    ha sido generalmente interpretado como un brujo cubierto con despojos de animales. Pero

    considera que constituye un tema muy raro que sólo vuelve a aparecer en Gabillou y Lour-

    des. También menciona. p. 56, el tema de agresión y que según casos puede tener un con-

    tenido mítico diferente. Cita las escenas de Lascaux (del que hablaremos a continuación) y

    Villars (en los que aparece un bisonte invistiendo a un hombre) y de Pech-Merle y Cong-

    nac (en los que aparece un hombre traspasado). Opina que

    plantean

    problemas irresueltos y

    35

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    18/224

    bu a inmortalizar tal acontecimiento,

    * para M. Eliade se trata de una

    escena chamánica en la que el hombre no estaría muerto, sino en trance

    ante un bisonte sacrificado, mientras que su alma estaría viajando por

    el más allá. El pájaro posado sobre la pértiga, motivo específico del

    chamanismo siberiano, sería un espíritu protector

    62 . De parecida opi-

    nión es J. Marshack, quien critica a

    Su

    vez la interpretación sexual de

    Leroi-Gourhan por la que la pértiga o estaca, el arma del cazador y éste

    mismo (aparece con el pene erecto) tendrían un sentido masculino,

    mientras las formas ovales que surgen del vientre del bisonte, las heri-

    das, tendrían un sentido femeninos';. Como vemos, tenemos interpreta-

    ciones para todos los gustos y quizá ninguna de ellas explique satisfac-

    toriamente del todo esta misteriosa escena, aunque no debemos

    despreciar la interpretación chamánica, pues parece casi unánime que

    que han levantado hipótesis sin mucho fundamento. Sin embargo, también podríamos re-

    procharle que su hipótesis interpretativa de la escena de I

    AltiCall X

    que mencionaremos aho-

    ra no deja de ser una hipótesis más con un fundamento más que dudoso.

    61

    J. M A RINGF.R, 107. Véase también. .1 P. DCHÁRO ,

    Réalisme de 1' image masculine pa-

    Holithique,

    Grenoble (1996) 98s.

    62

    M. EUADE,

    Historia de las cruel:eras t de las ideas religiosas,

    vol. , Madrid (1978)

    35, quien sigue a H. KIRCHSER, «E in arehliologischer Beitrag sur Urgeschichte des Schama-

    nismus»,Anthropos

    47 (1952) 244-286. De la misma opinión son, entre otros, M. LURKER,

    El mensaje de los símbolos. Mitos, calnuaá y religiones,

    Barcelona (1992) 33-34, quien ve

    en la imagen una

    escena

    de

    conjuro chamánico. y Fr. Dtm.

    3ss, quien ve a un cha-

    mán en éxtasis, caído en el suelo. volando de modo supracorpóreo transformado en pájaro.

    J. MARINGER, 111, considera esta interpretación como sugestiva, pero como un intento más

    por explicar un fenómeno que sigue siendo un misterio. Para D.J. WOLFEL, «Las religiones

    de la Europa preindogermánica» en F. KONIG,

    Cristo y las Religiones de la T ierra,

    M a drid

    (1960) 219, la escena se trata de un sacrilieio y el poste del pájaro sería un spporte del alma,

    como considera este autor que son también los menhires.

    RANOON,

    Diccionario de

    religiones comparadas,

    vol.

    II.

    Madrid (1975i 1124. ve en esta escena un indicio de que ya

    se practicaba la magia negra. Sobre el chamanismo prehistórico en general.

    J.

    Ciorras-J.D.

    Lewis-Williams.

    Les chamanes de la préhistoire: transe el magic dans les grottes orneés,

    Paris 1996, quien parece volver a las ideas de comienzos de siglo en torno al chamanismo y

    la magia prehistóricos, ideas que junto con otras, y como estamos viendo en este capítulo,

    habían entrado fuertemente en crisis al menos para algunos investigadores.

    63

    J . MA RSHAC K,

    The Rocas of Civili:ation.

    New York (1972) 278-280. La obra de

    A. Lettoi-GouartaN a la que se refiere es

    1 . 4 •

    geste el lu parole.

    2 vols., Paris 1964 y 1965.

    aunque también podría citarse su

    Leo religiones de la Prehistorta.

    Barcelona (19941 131s.

    M . E U A D E ,

    op.cit.,

    37s, valora positis amena. esta polaridad masculino-femenino en el con-

    junto del arte paleolítico descubierta por Lerot-Gourhan. Sin negar la posible validez de la

    hipótesis de Leroi-Gourhan, me sorprende la tuerza con la que la defiende cuando, para

    otros casos como ya hemos mencionado, se muestra muy prudente e incluso escéptico con

    la variedad de interpretaciones dadas por otros autores. Recientemente. J.M. APELLÁNIZ-

    F. CALVO,

    La forma del arte paleolítico

    .1 la evtadistica.

    Bilbao 11999) 89-101, han encon-

    trado una laguna en la teoría interpretativa de A. Leroi-Gourgan: consideran que no delimi-

    ta el ámbito de sus objetos de estudio.

    36

    el chamanismo parece ser, si no la que más, una de las formas de reli-

    gión más antigua practicada por los

    Horno sapiens

    más primitivos".

    Sea como fuera, de lo anteriormente expuesto sobre el comporta-

    miento de los hombres del Paleolítico superior para con sus muertos, se

    desprende que éstos desempeñaban un papel de primer plano en la vida

    de los vivos.

    IV. Período del Mesolítico (i.8000-5000 a.C.?)

    6 5

    Una novedad de este período es el agrupamiento de sepulturas en

    necrópolis o cementerios al aire libre, aunque son escasos (el grupo de

    Téviec y Hoédic es único en Francia; el grupo de Muge, único en Portu-

    gal; el grupo Vedbaek, único en Dinamarca, y el de Mallaha, único en el

    Próximo Oriente)

    6 6

    y no excluyen la existencia de sepulturas aisladas,

    todas ellas en cavernas, semejantes a las del Paleolítico superior. Es po-

    sible, como señala F. May, que las sepulturas aisladas en cavernas fue-

    ran las de los cazadores muertos en el exterior del campamento, lo que

    explicaría el escaso número de niños inhumados en cavernas, mientras

    que las sepulturas reagrupadas serían las del conjunto de la población

    6 7

    .

    La mayoría de las sepulturas del Mesolítico son individuales, siendo las

    sepulturas colectivas aparentemente inexistentes en Europa. Los cuerpos

    eran inhumados en posiciones variadas, desde la extensión completa a la

    flexión forzada, preferida ésta en los cementerios de Téviec, Hoédic y

    Muge. En Francia abundan las inhumaciones sobre el lado derecho, en

    Italia todos los cuerpos están en decúbito dorsal, salvo un caso, lo mis-

    mo que en Vedbaek. En Téviec, con las manos sobre las caderas, y en

    64

    Véase al respecto, aunque entre ellos hay claras diferehcias, los artículos de J. MC-

    Cuetos,

    «Shamanic Healing Human Evolution, and the Origen of Religion»,

    Journal for

    the Scientific Study of Religion

    36 (1997) 345-354. y St. GtrrtiatE, «McClenon's Shamanic

    Healing, Human Evolution, and the Origen of Religion: A Critique»,

    Journal for the

    Scientific Study of Religion

    36 (1997) 355-357. J. McClenon llega álostular que las prácti-

    cas hipnóticas de los rituales charriánicos favorecían la supervivencia y la fertilidad, y que

    incluso, con la evolución, dichas prácticas causaron un incremento de la sugestionahilidad

    en los genes, produciéndose de este modo «estados alterados de la conciencia» que estarían

    en la base del origen de la religión y de la creencia en una vida después de la muerte. St.

    Guthrie critica esta hipótesis arguyendo, con razón, lo indeterminado del fenómeno de la

    hipnosis y la falta de pruebas evidentes de su presencia en la religión.

    63

    Para lo que sigue,

    J.MARINGER,175-183; F.

    MAY,

    107-145, 214-219..

    66

    El grupo de Portugal se remontaría al v.° milenio a.C.; el de Vedbaek al iv.° milenio

    y el grupo francés oscilaría, según el carbono 14. entre el 4265 y el 350 a.C. El de Manaba

    es mucho más antiguo; se puede remontar al tx." milenio a.C.

    6

    ' F. MAY. 215.

    37

  • 8/16/2019 1. La Muerte y Su Imaginario en La Historia de Las Religiones

    19/224

    Hoédic, con las manos bajo el cuello, sobre el estómago o sobre el ab-

    domen, es posible que los cuerpos hayan sido «atados», lo cual no signi-

    fica, en opinión de F. May, que fuera por temor a los muertos, ya que

    bien podría tratarse de una técnica que permitiera inhumaciones en su-

    perficies pequeñas, sobre todo cuando se trata del propio hábitat". En

    Mallaha todas las posibilidades están representadas

    6 9 .

    En cuanto al mobiliario y aderezo, las sepulturas aisladas pueden no

    tener ninguno (casos de Rochereil, Bonifacio, Sous-sac, Montclus,

    Uzzo, entre otros). Otras, aunque no es frecuente, pueden tener mobilia-

    rio, muy similar al del Paleolítico, con utillaje tífico y huesos. En cam-

    bio, las sepulturas agrupadas son mucho más ricas: contienen frecuente-

    mente mobiliario y aderezo los casos de Téviec, Hoédic, Vedbaek, pero

    en Muge y Próximo Oriente apenas lo hay, pero cuando existe aderezo

    es muy pobre en Muge y muy rico en el Próximo Oriente. En Téviec y

    HoIdic se ha demostrado que el aderezo de conchas varía según sexos.

    Las conchas de la especie

    Trivia europea

    son más abundantes en los

    hombres, mientras las de la especie

    Littorina obtusata

    lo son más en las

    mujeres. La franja de edad comprendida entre los 20 y 30 años parece

    ser la que más dispone de aderezos y entre los de más edad, las mujeres.

    Llama la atención que las sepulturas de adulto inhumado con niño son

    generalmente más ricas. Más aún, parece que en estos casos el niño fue

    sacrificado al adulto pues la inhumación es simultánea. En Vedbaek se

    han encontrado dientes de ciervo formando parte también del aderezo.

    En general, la presencia del ocre en las sepulturas es casi sistemático en

    este período, en forma de polvo o trozos, salvo en los yacimientos del

    Próximo Oriente. F. May considera que el uso mágico del ocre no está

    demostrado y que su uso pudo tener una doble razón: proteger el cuerpo

    de la putrefacción y eliminar el mal olor, ventaja apreciable cuando la

    inhumación es en el mismo hábitat". Pero podríamos preguntarnos para

    qué quería el hombre del Mesolítico evitar la putrefacción del cadáver.

    ¿Sólo por higiene, como parece apuntar F. May, o hay otros motivos? Es

    obvio que el ocre no evita la putrefacción, ¿por qué entonces el hombre

    del Mesolítico seguía con esa práctica?

    71 .

    Finalmente, se han encontrado ofrendas alimentarias, de moluscos

    sin abrir, en dos tumbas de Monge, pero en otros lugares es dudosa su

    68

    ¡bid.,

    218. Esta interpretación ya había sido adelantada muchos años, encontrándole

    paralelismos en las antiguas momias peruanas y en las prácticas de los esquimales; cf.

    P.M. BE RGOUNIOUX ,

    Religiones prehistóricas y primitivas,

    Andorra (1960) 39.

    69

    F.

    M AY , 2 16 -2 17 .

    7° lbid.,

    218.

    71

    1.

    B A RAND I ARÁN en I . B A RAND I ARAN- B . MA RT I- M. A . D EL RINC Ó N, J .L . MA YA ,

    Prehistoria de la Península Ibérica,

    Barcelona (1998) 108, considera que en este período

    38

    existencia. Podríamos concluir, por tanto, que en este período los ritos

    mortuorios son más complejos. aunque algunos de ellos ya se encontra-

    ban en el Paleolítico superior.

    En Mas d'Azil (Francia), al igual que

    en

    otros muchos yacimientos

    del norte de España, de los Pirineos, de Francia y de Suiza, se encon-

    traron guijarros adornados con pintura roja o con grabados, general-

    mente puntos, círculos o líneas, y alguna que otra figura humana estili-

    zada hasta la exageración. Una comparación etnológica nos podría

    ayudar a comprender el mensaje de los guijarros azilienses (10000-

    5000 a.C.), que por la forma y adornos tienen sorprendente analogía

    con los

    churingas

    de los actuales habitantes de Australia y de Tasma-

    nia, los cu