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En esta sesión de trabajo me propongo que pongamos el reloj en hora. Y quie- ro que lo hagamos para ver dónde esta- mos en cada lugar y qué nos queda por delante. Por lo tanto, no me queda otra opción que reconstruir toda la trayecto- ria de lo que es el feminismo desde su origen. Voy a ser larga. Pero nos convie- ne poner esa memoria en hora, ese reloj en hora, para poder entender muchas cosas. Dice mi querida maestra y amiga Celia Amorós, que pocas cosas mejores hay que una buena cronología. Y aunque sea cosa desagradable, hoy vamos a hablar de fechas y espacios, de tiempos y espa- cios. Coloquemos nuestro pensamiento en el lugar de donde venimos todas. Al- guna pensará, y con razón, que venimos de lugares y países muy diferentes; es cierto, pero no demasiado divergentes. Desde luego, no tanto como para que no podamos entendernos. Y no me refiero a la suerte enorme del idioma común, sino a los valores de trasfondo que muy pro- bablemente admitimos. Y eso me devuelve al asunto de nuestro común lugar de origen: Todas las que estamos aquí venimos de un único es- pacio-tiempo. Si habláramos con otra gente, de otros continentes, no sabría- mos encontrar un lazo tan evidente, pero nosotras lo tenemos. Todas noso- tras venimos de la paz de Westfalia. Así, sin matiz alguno. O, dicho en otros tér- minos, lo que nos ha hecho posibles, es la paz de Westfalia. Así que pongámo- nos en 1648, 1648 y en Europa. Se hace por fin la paz. La paz de Westfalia ha sido una paz dificilísima de conseguir. Ha tenido muchas paces previas, co- menzando por la llamada de las damas 1 . Pero ninguna paz bastaba, como tampo- co ningún principio. Las guerras que ce- rraba la paz de Westfalia llevaban abier- tas más de un siglo. ¿Qué cerraba la paz de Westfalia? Las guerras de religión. Las guerras de religión habían empeza- do en Europa inmediatamente después de la reforma protestante. En el momen- to en que Lutero clava sus tesis en Wit- temberg se inicia una revolución en Ale- mania y una guerra civil europea en la que todos los estados se verán compro- metidos. Una guerra que se transforma en cada país en terribles guerras civiles, excepto en aquellos que prefieren la unidad doctrinal a toda costa y comien- zan a perseguir a cualquier elemento que supongan contaminado por las nuevas ideas, como es el caso de la Co- rona Hispánica. La Corona Hispánica se deshace de to- dos sus disidentes. Lo hace en dos gran- 1. PONGAMOS LAS AGENDAS EN HORA * Amelia Valcárcel ** * Trascripción revisada por la autora. ** Amelia Valcárcel es Catedrática de Filosofía Moral y Política de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Consejera de Estado. 1 Paz de las Damas porque en sus inicios diversas reinas, hermanas y familiares de los primeros conten- dientes se reunieron a fin de encontrar algún armisticio; lograron uno, por eso aquella primera paz fue lla- mada así. 1

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En esta sesión de trabajo me propongoque pongamos el reloj en hora. Y quie-ro que lo hagamos para ver dónde esta-mos en cada lugar y qué nos queda pordelante. Por lo tanto, no me queda otraopción que reconstruir toda la trayecto-ria de lo que es el feminismo desde suorigen. Voy a ser larga. Pero nos convie-ne poner esa memoria en hora, ese relojen hora, para poder entender muchascosas.

Dice mi querida maestra y amiga CeliaAmorós, que pocas cosas mejores hayque una buena cronología. Y aunque seacosa desagradable, hoy vamos a hablarde fechas y espacios, de tiempos y espa-cios. Coloquemos nuestro pensamientoen el lugar de donde venimos todas. Al-guna pensará, y con razón, que venimosde lugares y países muy diferentes; escierto, pero no demasiado divergentes.Desde luego, no tanto como para que nopodamos entendernos. Y no me refiero ala suerte enorme del idioma común, sinoa los valores de trasfondo que muy pro-bablemente admitimos.

Y eso me devuelve al asunto de nuestrocomún lugar de origen: Todas las queestamos aquí venimos de un único es-pacio-tiempo. Si habláramos con otragente, de otros continentes, no sabría-mos encontrar un lazo tan evidente,

pero nosotras lo tenemos. Todas noso-tras venimos de la paz de Westfalia. Así,sin matiz alguno. O, dicho en otros tér-minos, lo que nos ha hecho posibles, esla paz de Westfalia. Así que pongámo-nos en 1648, 1648 y en Europa. Se hacepor fin la paz. La paz de Westfalia hasido una paz dificilísima de conseguir.Ha tenido muchas paces previas, co-menzando por la llamada de las damas 1.Pero ninguna paz bastaba, como tampo-co ningún principio. Las guerras que ce-rraba la paz de Westfalia llevaban abier-tas más de un siglo. ¿Qué cerraba la pazde Westfalia? Las guerras de religión.

Las guerras de religión habían empeza-do en Europa inmediatamente despuésde la reforma protestante. En el momen-to en que Lutero clava sus tesis en Wit-temberg se inicia una revolución en Ale-mania y una guerra civil europea en laque todos los estados se verán compro-metidos. Una guerra que se transformaen cada país en terribles guerras civiles,excepto en aquellos que prefieren launidad doctrinal a toda costa y comien-zan a perseguir a cualquier elementoque supongan contaminado por lasnuevas ideas, como es el caso de la Co-rona Hispánica.

La Corona Hispánica se deshace de to-dos sus disidentes. Lo hace en dos gran-

1. PONGAMOS LAS AGENDAS EN HORA *

Amelia Valcárcel **

* Trascripción revisada por la autora.** Amelia Valcárcel es Catedrática de Filosofía Moral y Política de la Universidad Nacional de Educación aDistancia (UNED) y Consejera de Estado.1 Paz de las Damas porque en sus inicios diversas reinas, hermanas y familiares de los primeros conten-dientes se reunieron a fin de encontrar algún armisticio; lograron uno, por eso aquella primera paz fue lla-mada así.

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des procesos, el proceso de Valladolid,primero y el proceso de Sevilla después;ambos acaban con cualquier brote deReforma y con lo que en España se lla-man alumbrados. A nadie le quedan,tras aquellos enormes procesos inquisi-toriales, ganas de seguir practicandodoctrinas que se consideran no sóloerróneas, sino, y sobre todo, extranje-ras. Y Felipe II decreta el cierre de lasfronteras intelectuales de la monarquíahispánica. Nadie de fuera, de ningunauniversidad foránea, podrá venir a ense-ñar a las universidades españolas, aun-que sea una persona de solvencia católi-ca reconocida. Este país se transformaen una autarquía intelectual. Este paísque, además, se cree, y de hecho es,dueño del mundo. Este país cuyo rey sedenomina a sí mismo Rey Planeta, por-que en sus dominios el sol no se pone.Este país gastará toda la enorme aferen-cia del oro que viene de América (eseoro por el que a veces todavía pregun-táis alguna, que ya son ganas, pues aho-ra os voy a decir dónde fue), ese oro yesa plata se lo gastará la Corona en in-tentar frenar la Reforma protestante.Ese oro no se quedó aquí, ya lo dicennuestros poetas en el siglo XVII. Nace enAmérica, viene a morir en España y loentierran en Génova. Los banqueros deGénova, cierto, se quedan con ese oroporque con él se están pagando los ejér-citos para que frenen la Reforma comosea. ¿Pero se puede frenar la Reforma?No. Se pueden gastar cien años y cienflotas del oro en pretenderlo; se puedehacer una Contrarreforma para intentartomar la delantera, pero lo que de hecho

se pagan son cien años de guerras, deguerras terribles. Las guerras de reli-gión fueron las más duras y lo afirmosabiendo que Europa ha sido un conti-nente que no ha parado de tener gue-rras. Si nosotros consideramos a Euro-pa una unidad política, y ahora tenemosque hacerlo, tenemos que interpretar to-das sus guerras como guerras civiles.Pues bien, en Europa hemos protagoni-zado las más terribles, hasta la segundaguerra mundial. Este es un continenteque ha vivido y pensado constantemen-te en la guerra.

Esa es nuestra tradición, por si acaso al-guien cree que lo nuestro viene de serie.Lo que tenemos detrás es esto. Con lasguerras de religión se supo por qué em-pezaron, era evidente: Unos querían lareforma de la Iglesia, y otros queríanatajar esa reforma, entendiendo quebajo ella lo único que había eran distur-bios civiles y ambiciones políticas. Peroqué raro, fíjense... qué rara se hizo estaguerra que empezó en 1517 y en el año1527 ya pasaban cosas extrañas, comolas siguientes. El emperador Carlos Vque ya había, a la sazón, mandado aHernán Cortés a México (para que hi-ciera aquella extraña alianza con lostlaxcaltecas), pues bien, el emperadorCarlos V hace decir una misa en Vallado-lid, donde tenía la corte, para pedir aDios que libere al Papa. Porque el Papa,¡ay dolor!, está en manos de los protes-tantes, del ejército comandado por elDuque de Borbón, al que, por cierto, lopaga él, Carlos. A ver si me entiendo: elemperador está rogando a Dios, que

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Dios libere al Papa, que está en manosdel emperador, sólo que por medio deun ejército protestante. O sea, que a diezaños del inicio el lío ya es monumental yaquello sólo acaba de empezar; va a du-rar más de cien años más.

A medida que el siglo avanza, el XVI, y laguerra no cambia, rebrota constante-mente aquí y allá, la gente ya, como entoda guerra horrible, se empieza a olvi-dar de por qué empezó. Aquello comen-zó, sí, por la Reforma, pero al final todoes geopolítica: monarcas católicos pa-gan a ejércitos luteranos, para que estosataquen a otros monarcas católicos,porque lo que quieren es hacer vacilarsus tronos, o cortar su influencia en Italia,o cualquier otra maquiavélica partida...Al final es una cuestión de estrategia ygeopolítica. Se llega a un aproximadoprincipio de acuerdo en 1585. Se intentadividir lo que hay mediante el recurso aun principio por todos aceptado. Llegana éste: cuius regio eius religio, es decir,que la religión que sea la del rey, sea lade sus súbditos y no haya, por tanto, li-bertad religiosa, sino que, si te tocó reycatólico, tú católico, si te tocó rey refor-mado, tú reformado, y así por lo menosse acaba con las querellas internas. Fijé-monos que este principio es todo locontrario del principio de tolerancia. Esun principio cerrado: cuius regio eius re-ligio, se acabó. Aún así, no funciona.¿Cómo? Porque la geopolítica sigue y seahondan los terribles problemas de lacorona hispánica, del Rey Planeta, conla corona francesa, con el padre dequien se acabará llamando a sí mismo

el Rey Sol, para dejar al planeta en su si-tio. Todo el mundo se llamaba y llamacosas por algo. No se inventaban lostítulos para nada; aquella gente teníasus ideas.

Bien, en realidad alguien, Francia, quie-re hacerse la suprema potencia de Euro-pa. ¿Qué hacen nuestros reyes? Endeu-darse cada vez más para proseguir lasguerras, traer la plata americana, dárse-la a los banqueros genoveses, por des-contado, tener bancarrotas continuas.Si estudiamos las bancarrotas de nues-tros monarcas veremos que son conti-nuas, no pueden pagar. Tienen que traerla flota del oro, que viene una vez al año,recuerden. ¿Y quién la está esperandosiempre además del exhausto tesororeal? Los corsarios ingleses y franceses,al pairo hasta que pase la flota del oro,porque no se lo trabajan, pero con unabuena rapiña, con buen viento y mejorfortuna, te puedes hacer con ella. Losmares no son seguros, la piratería es le-gal. Existen caballeros corsarios —nopensemos que los corsarios son los dela pierna cortada y sin un ojo—, no: songente seria, que saca una patente decorso, que extiende una monarquía, lacual te autoriza a tomar en el mar cual-quier barco que quieras, siempre que nosea tuyo, esto es, de la enseña de tu mo-narca. Se debe, por descontado, pagarpor ello, un quinto a la corona. Algunolo hace tan bien que le imponen la Or-den de la Jarretera, no cualquier cosa.Imaginemos que los mares no son se-guros, que las tierras no son seguras;aquello es lo que es. Y todo esto en el

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medio de una querella religiosa dondela gente se sigue matando por el proble-ma de si hay o no transubstanciación,que es una cosa que, bien pensada, qui-ta el sueño a cualquiera, como es evi-dente. Esto es, si en efecto, en la hostiaestá verdaderamente el cuerpo de Cris-to o simplemente Cristo nos dijo que hi-ciéramos aquello en memoria suya, quehiciéramos como si fuera Él el que estu-viera entre nosotros, pero no queriendodecir que aquello era efectivamente sucuerpo. Esto nos parecerá una frusleríaahora, pero a la gente la quemaban pormucho menos de esto entonces; y quie-ro recordar que las religiones siempretienen algunos de estos puntos quepueden resultar mucho más peligrososde lo que queremos creer.

Pues bien, ese era el estado de la cues-tión. Como comprenderán la posibilidadde ocurrencia del feminismo en seme-jante contexto, es un poco pequeña.Bien, entonces vamos a ver por qué lapaz de Westfalia es nuestra fecha de na-cimiento. La peor parte de esa guerra,su última parte, fue la peor. Fue la llama-da guerra de los Treinta años. Fue es-pantosa. La gente ya no sólo no se acor-daba de por qué guerreaba, ya odiabaguerrear, pero no podía parar. Y no po-día pararlo porque —esto nos sonará—,porque se había creado ya un grupo degentes, varones, violentos por costum-bre y oficio, que se alquilaban a cual-quiera, que sólo eran candidatos a ejér-citos mercenarios, y que no querían quela guerra acabara nunca, porque era sumodo de vida. O dicho en otros térmi-

nos, había más de tres y cuatro genera-ciones de europeos en algunos territo-rios, que jamás habían conocido la paz.Sólo sabían lo que era la guerra. Y lagente sabía vivir en la guerra, era elmodo de vida que conocían y tenían.

En la guerra los cuatro jinetes del Apo-calipsis corren por sus escenarios. Ayervimos las imágenes de El Bosco y nues-tro apuesto director y conservador ex-clamaba: «¿Cómo podía tener este hom-bre esa imaginación?». Y yo pensaba¿cuál otra iba a poder tener según esta-ba Europa en aquel momento? Era loque tenían más claro. Se pasaban el díaen aquello. Por eso lo pintaban. Repase-mos: incendios, saqueos, peste, tortura,violación y asesinato; en la guerra todovale, toda la legalidad está interrumpi-da. Toda la moral está interrumpida.Todo vale con el enemigo, todo. Y con laenemiga, ni te cuento. Y, como todo va-lía, todo se hacía. Estos ejércitos merce-narios lo hacían. Y no querían acabar laguerra, en absoluto, vivían de ella. En-tonces, ¿para qué vas a cultivar si no sa-bes si vas a recoger? Territorios enterosde Europa quedaron despoblados. LaPomerania entera, otras regiones deAlemania, quedaron simplemente singente. Sin nadie. La gente llegó a desen-terrar a los muertos para tener qué co-mer, y se los comían. A toda costa huboque hacer una paz complicada. Eso ha-bía que pararlo.

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LOS DONES DE LA PAZ

Cuando por fin se paró, en la paz deWestfalia, y se acabó esta terrible gue-rra, entonces comenzaron a nacer losprincipios en cuyo despliegue se acaba-rá por basar la convivencia democrática.El primero: la religión no es superior alpoder político, es un asunto privado. Se-gundo, la política es una asociación es-pontánea en los seres humanos, perono natural, que tiene que estar siempresometida a reglas: John Locke o Tho-mas Hobbes. Esta es la gran novedad:Hemos de entender la sociedad políticacomo si fuera un contrato y la ley comoel producto de la voluntad humana. Lalegitimidad divina de los reyes queda enentredicho. Lo que más en entredichoqueda es que aquello que era la religión,lo que se supone nos hace mejores ynos hace ir al cielo, parece que no sirvepara vivir en la tierra; por lo menos si lareligión se hace directora de la política.Por tanto, la religión ha de ser conside-rada privada. Este principio nace en Ho-landa y las diferentes religiones tienenla obligación de tolerarse entre sí. El Es-tado tiene el deber de protegerlas a to-das, siempre y cuando no alteren la pazcivil.

Este es el principio que se establece enla monarquía de Holanda. Una monar-quía rara porque es, durante largo tiem-po, una monarquía sin rey. Sí, los holan-deses se han librado de la tutela de laCorona Hispánica; se han quedado sinrey, pero no parecen tener muchas ga-nas ni prisa por llegar a tener uno. Se

declaran reino sin rey a la espera de en-contrar uno que se les apetezca. Teníanmuy mala experiencia del pasado y sevolvieron muy innovadores. Los holan-deses siempre han sido terriblementeinnovadores. Piensen que a la vez queesta bonita innovación política, produje-ron otra que fue la libertad de imprenta.En Holanda se puede imprimir cualquiercosa y sólo después de impresa se deci-dirá si es legal o no; se acabó la censuraprevia.

La imprenta holandesa se convierte enuna potencia. Muchos libros se van aimprimir a Holanda. Cada vez que al-guien no sabe si algo va a ser bien reci-bido, lo manda de tapadillo a Holanda.En Holanda lo imprimen y luego se dis-tribuye. Que no se le pone reparo,...pues mira qué bien. Que lo tiene,... ¡Id apreguntar a Holanda!, que está impresoallí. No vamos a pensar que los holan-deses eran unos seres arcangélicos ydesprendidos. Se dedican al trato de es-clavos, porque además de innovar, enefecto, se pasaban los años yendo a losestuarios del África verde, comprando yllevando africanos para América, dedonde sacaban enormes beneficios. Asíeran las cosas.

Pero si estableces el principio, estable-ces el principio y Holanda ha estableci-do el principio de tolerancia, ha estable-cido el principio de la supremacía de laley como un pacto civil y ha establecidola libertad de prensa. Y esto es impor-tantísimo porque nada menos que abreel periodo en que vivimos, el nuestro,

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esto a lo que llamamos Modernidad. Secomienza a cortar con el antiguo régi-men. Si has empezado a decir que losmonarcas no tienen autoridad divina,ello quiere decir: el mundo puede quesea el resultado de un designio creadordivino, pero en todo caso no se gobier-na mejor utilizando los textos sagradoscomo vía de gobierno, sino la razón hu-mana. La razón humana empieza a ad-quirir el lugar central, el lugar de la luz.¿Quién nos puede ayudar? El uso de larecta razón. ¿Quiénes? Descartes, Loc-ke, Espinosa, Hobbes, el siglo XVII, laModernidad... Los grandes pensadoresbarrocos. De todos esos somos herede-ras. No es que ellos nos tuvieran previs-tas, es más, no creo ni siquiera que leshubiéramos gustado. Pero, lo siento,nos derivamos directamente de los prin-cipios que establecieron.

LO QUE LE DEBEMOS A DESCARTES

A veces pienso, y lo digo, que hay querecapacitar en lo que las mujeres y lasfeministas le debemos a Descartes, por-que son cantidad de cosas. Se atrevió aafirmar que escribía de tal manera quelo entendieran hasta las mujeres. Si lomiramos mal, podemos decir, ¡caram-ba!, pero mirémoslo por la buena parte.Es esta: No procede como los antiguosescolásticos, primero, escribiendo utrumsí, si quando, ut ali quando; ni «Ansel-

mo dixit» y otro replicavit. No. Hay undiscurso seguido de lo que parecen ver-dades que tienen que ser evidentes y,por lo tanto, en su orden, demostradas.Así funciona la razón, así ha de funcio-nar el saber y la ciencia. Todo lo que he-mos heredado como saber de la tradi-ción hay que someterlo a esta nueva luz.Porque puede ser que de la tradición ha-yamos heredado cosas que simplemen-te sean malos usos inveterados.

Es muy fácil que en semejante nuevo ylibre lugar crezca una idea: ¿no puedeser la sujeción de las mujeres un maluso inveterado que simplemente hemosheredado? Si no aparece la ilegalizaciónde la tradición que es el cartesianismo,el feminismo no es posible. Porque no-sotras ilegalizamos la tradición y deci-mos que hemos sido sometidas secular-mente por obra de un abuso o un maluso. Eso es lo que venimos afirmando ydesplegando desde hace tres siglos.

Descartes dijo aquello de que «hasta lasmujeres» porque entendía, además, quelas mujeres puede que no tuvieran eru-dición, de esa del «utrum sí» «et ali-quando», pero tenían, decía, buen jui-cio, bon sense, como cualquiera. Y entanto que tenían bon sense, les podíaser sometida cualquier cuestión, porquecon bon sense, la resolverían 2. Si Des-cartes afirma todo esto, está claro queDescartes está poniendo el lugar teóricodonde puede crecer el feminismo. Pen-

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2 La primera vez que yo percibí esto lo hice con Celia Amorós. Estábamos, hace tantos años, carentes denoticias sobre la tradición propia. Debíamos hacer de detectives. Y así leímos a Descartes, con la lupa.

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samos Amorós y yo entonces si no ha-bría habido un núcleo feminista dentrode lo que podríamos llamar los aleda-ños del cartesianismo. Y sí lo hubo. Elprimer feminista, la primera obra de laque podemos considerar que pertenecea la tradición política a la que llamamosfeminismo, es De la igualdad de los dossexos de Poullain de la Barre, que es uncartesiano. Poullain de la Barre escribeen la segunda mitad del XVII, De la igual-dad de los dos sexos y también De laeducación de las damas. Son dos obrasimportantísimas. En De la igualdad delos dos sexos, argumenta en efecto, quelos dos sexos son iguales y que simple-mente una tradición mal entendida hahecho que uno haya sido excluido detodo. Y en De la educación de las da-mas, en realidad De la Barre no habla dela educación de las damas, sino queargumenta que el sistema de su maes-tro Descartes es mejor que cualquieraotro; se lo hace argumentar a unas pro-tagonistas que son mujeres, que soncartesianas.

Vamos a las fechas, que son interesantí-simas: Veinte años después de la paz deWestfalia. Ediciones de la obra de De laBarre, muchísimas, un éxito inmediato.El terreno está preparado por el movi-miento asombroso al que llamamosPreciosismo, del que cada vez sabemosmás. El preciosismo, ese movimientoeuropeo, francés, en que las mujerespor primera vez tratan de apoderarsedel saber, del que por cierto son expul-sadas a coces. De las preciosas recorda-mos mucho mejor cómo las denostaba

Moliere que lo que ellas mismas hacían.De vez en cuando —por lo menos enEspaña pasa—, alguno de estos quemonta obras de teatro, se ve siemprecompelido a volver a poner Las mujeressabias, o La academia de las damas, oLas preciosas ridículas; últimamente co-sechan unos fracasos imponentes queellos mismo no saben explicarse. Bue-no, no está el horno para bollos. Lo queesas comedias transmiten es un escar-nio de cualquier pretensión que tenganlas mujeres de adquirir saber. En el si-glo XVII para esos bollos claro que esta-ba el horno, es más, era lo que el hornodeseaba oír y aplaudir. Había que quitar-les ínfulas. «Éstas están corriendo de-masiado». El arma, como tantas veces,el ridículo.

Ayer nos preguntábamos qué obstácu-los tenemos. Y cuando nos tuvimos quelevantar para comer, había un obstáculoque surgía constantemente en las inter-venciones, uno con mitra. Es que los va-rones inspirados por Dios tienen todosgrandes aficiones a ponerse cosas en lacabeza. Yo en cuanto los veo con cosasen la cabeza, me echo a temblar. Bien,tenemos a Poulain de la Barre y al pre-ciosismo funcionando, esta primera en-trada, y se produce un gran frenazo porla vía del ridículo. Esta es siempre unavía importante. Otra suele ser la reli-gión, sea la iglesia luterana, baptista, ca-tólica, si bien la católica cierto que conmás afición. Pero siempre hay otro fren-te vinculado con ambos, al que pode-mos llamar de los moralistas; quieneshacen libros y tratados sobre qué es

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conveniente para educarnos, qué valo-res son los buenos y cuáles no son, quécostumbres hay que respetar y cuálesno. En sí esta es una actividad noble,pero a menudo sucede, en cada tiempohistórico, que en cuanto un mínimo des-tello de libertad para las mujeres apare-ce, el frente moralista se activa en con-tra.

Las mujeres pocas veces en sus vindica-ciones se encaran a un frente políticoque les diga política y rotundamente no.Se enfrentan primero al ridículo, porquesiempre aparece primero el ridículo, ydespués aparecen los moralistas, si el ri-dículo no ha funcionado. El argumentosiempre es el mismo: si tales o tales co-sas se consiguen (sean ellas la educa-ción, el matrimonio por voluntad, elvoto), va a producirse un enorme desor-den moral en la sociedad que, a quienesprimero afectará, será precisamente alas mujeres. Por lo tanto, en orden a laseguridad propia y ajena, tales cosasdeben ser evitadas.

¿Qué es el feminismo y ha sido? Pues loenunció ya Poulain de la Barre. Ser mu-jer, dice, no es nada diferente de ser va-rón, pero es nacer condenada a minoríade edad perpetua. Nacer condenada aminoría de edad perpetua por el sexo enque naces, por ninguna otra cosa. Serpara siempre menor de edad. Hay queromper esta situación, porque, aunqueantigua, es malvada. Porque —y esto yaes Poulain de la Barre, no Descartes—porque la inteligencia no tiene sexo y nopuede nacer condenada. Más directa-

mente no dice inteligencia, sino que usala palabra de la época, esprit, l’esprit esmás que inteligencia. L’esprit n’ai pas desexe. Esto es lo que nos hace humanosy no tiene sexo. Esta toma de distanciacon la tradición, con el ridículo, con lareligión y con la hipocresía moralista eslo que las libertades de las mujeres de-ben a Descartes y al racionalismo carte-siano. No es poca cosa.

Hay dos preguntas que se relacionan ycon todo deben separarse: ¿Qué ha he-cho posible al feminismo?, ¿qué ha he-cho el feminismo? Miremos Las Meni-nas. Ninguno de sus personajes puedever el cuadro; pero, aunque estuvieranvivos y no pintados, tampoco verían elcuadro, porque para verlo hay que salir-se de él. Entonces es cuando se ve. El fe-minismo fue posible porque realizó algoque hizo toda la teoría política europea,para salir del Antiguo Régimen: dar unpaso hacia fuera del cuadro. Situarse unpoco a distancia y decir, «mira, esto eslo que pasa». Ese pequeño paso es elenorme salto teórico que va de las so-ciedades del Antiguo Régimen a las so-ciedades modernas. Es el paso a la auto-rreflexión, a poder verse y juzgar desdeese nuevo lugar qué nos pasa. Eso hizola Modernidad. El feminismo sólo inten-tó seguir ese paso, pero lo siguió bien,con exactitud y medida; porque el femi-nismo es el hijo, la hija si queréis, másserio, adelantado, consciente, coheren-te y lúcido del pensamiento barrocoilustrado. Probablemente era un hijo noquerido, pero salió perfecto.

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EN QUÉ CONSISTE EL FEMINISMO

En cuatro cosas, dicho con brevedad.Una teoría que dice lo que es relevante ycómo ha de ser interpretado el mundo.Dos, una agenda que indica qué hay quehacer. Tres, un movimiento, esto es, unaserie de gente que se compromete conla agenda para llevarla adelante. Y cua-tro, un conjunto de acciones no espe-cialmente dirigidas o sólo parcialmentedirigidas. Pero este último aspecto no semuestra del todo hasta que llegan fasesdel feminismo más cercanas al mundocontemporáneo.

¿Cuánto feminismo llevamos de 1673?Más de tres siglos, en tres grandes olas.La buena cronología ayuda mucho. Laprimera, de 1673 a 1792. La marco asípor dos grandes obras teóricas, desdePoulain de la Barre, en su De la igualdadde los dos sexos a la Vindicación de losderechos de la mujer de Mary Wollsto-necraften 1792. Más de un siglo. Esta esla primera ola del feminismo. Se caracte-riza como conjunto teórico-explicativo,por una base en el racionalismo cartesia-no y una expresión política lockeana.Sabemos que es así porque los sucesi-vos panfletos, escritos, etc., de este si-glo y pico están llenos de sus suposicio-nes y su terminología. Esta primera faseen una plétora de escritos. Si buscamosen las bibliotecas se producirán avalan-chas, montones de escritos, de cartas,de pequeños folletos, que constituyen lapolémica feminista durante el siglo ilus-trado. Y recordemos que nadie escribesobre algo polémico sin haberlo habla-

do previamente. Existe una enorme lite-ratura y debió existir un debate aun ma-yor.

El feminismo viene de la Ilustracióneuropea, aunque arranca previamentede la filosofía barroca. Pero es en el Si-glo de las Luces cuando toma su primergran impulso. Ese siglo, que es una lar-ga polémica en torno a la más variadatópica (el lujo, el gusto, las artes y lasciencias, la superstición, los textos sa-grados, las formas de estado, los tem-peramentos... y tantas otras), inauguracomo polémica la igualdad de ingenio ytrato para las mujeres. El XVIII, que es elorigen de nuestro mundo de ideas, degran parte de nuestro marco institucio-nal y de bastantes modos de vida actua-les, es también la fuente de nuestro ho-rizonte político e incluso del horizontede reformas sociales y morales en elque todavía estamos viviendo. Ese siglosingular presenta el primer feminismocomo una de las partes polémicas delprograma ilustrado.

Subrayar este origen ilustrado del femi-nismo pienso que consigue distinguir loque es literatura política feminista deuna serie de pensamientos, también po-lémicos, que se producen recurrente-mente en la tradición europea desde elsiglo XIII. En los albores de la Baja EdadMedia y en el entorno del nacimiento yexpansión del gótico ciudadano y lasformas civilizatorias bajomedievales, na-cen toda una serie de nuevos modos eideas que suelen resumirse bajo el nom-bre de Amor Cortés. En tal entorno surge

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una literatura peculiar que llamaré «dis-curso de la excelencia de las noblesmujeres» que tiene sus cultivadoras ycultivadores así como usos socialesinequívocos. Sirve para proporcionarmodelos de autoestima y conducta a lasmujeres de las castas nobles. Glosa areinas, heroínas, santas y grandes da-mas del pasado y, a su través, ofrecemodelos de feminidad que contribuyana la creación de cortesía en el grupo depoder. Este discurso de la excelencia nose produce sin disenso: tiene como para-lelo continuado una literatura misógina,por lo común clerical pero también laica,que, a su vez, viene de remotos oríge-nes. Ambos, el discurso de la excelenciay el misógino, compiten hasta el Barrocoen forma casi ritualizada. Uno exalta lasvirtudes y cualidades femeninas y da deellas ejemplos. Otro se ensaña en los de-fectos y estupidez pretendidamente in-génitos del sexo femenino con una plan-tilla de origen que habría de remitirse alos Padres de la Iglesia o incluso a Aris-tóteles. Filóginos y misóginos repitenlos mismos ejemplos y argumentos sinjamás llegar a acuerdo —ni quizá preten-derlo—, en una disputa tan ritualizadacomo la de Don Carnal y Doña Cuares-ma. Unos y otros no ponen tampoco enduda el marco común: que las mujereshan de estar bajo la autoridad masculi-na, sino que discrepan en lo que toca alrespeto que haya de acordárseles. Por-que es eso, el derecho a la dignidad y alrespeto de seres esencial y funcional-mente separados, lo que se pone en co-mún. En el mejor de los casos la preten-sión más alta a la que cabe apelar, si la

disputa resuelve a favor de las mujeres,es la que resume Calderón en El Alcaldede Zalamea: «Puesto que de ellas nace-mos, no digas mal de mujer». Pero tam-poco cambies nada. El mundo estamen-tal, a fortiori, contempla como legítimala desigualdad entre los sexos; es unmundo desigual. La Modernidad co-mienza a separarse de él. El feminismocorta con el pensamiento heredado y lohace durante una polémica que duramás de un siglo; una polémica, hoy casiolvidada, pero en la que intervienen mu-chos autores y autoras, corrientes o lasmejores cabezas, tanto a favor como encontra. Un mundo nuevo se abre con laexpansión geográfica y la nueva crono-logía, pero también con un nuevo mun-do de ideas.

EL FEMINISMO ILUSTRADO.LA PRIMERA OLA

Esta primera fase logra que un asuntoque se entendía, o bien como religiosa-mente determinado o bien como natu-ral, pase a ser un asunto polémico y po-lítico. Los textos sagrados ya explicabanbien porqué las mujeres eran inferioresy debían obediencia. Lo dejaban bienclaro: la madre Eva se equivocó todasnosotras cierta mañana; es seguro quefue por la mañana porque se dice en eltexto que Dios pasó y se enteró por latarde, luego tuvo que ser por la mañana.Entonces, puesto que la madre Eva ha-bía tenido una mala mañana y el padreAdán la había secundado en el asunto,

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todas las mujeres debían estar en obe-diencia y sujeción a los varones porqueeste era su castigo querido por Dios. Porlo tanto, y en verdad, era justo lo quenos ocurría. Esto es, lo que nos ocurre,sumisión, violencia, miedo, debilidad...es producto de la justicia divina; si lo so-portamos ganaremos la paz del Señor.Porque Dios es justo, lo cual quiere de-cir, Dios castiga, y nos ha castigado a to-das por lo que una hizo. Pero esto esjusto también; y desentrañar la justiciadivina es algo que no debemos intentarhacer, porque no se puede. Esto no loafirma ningún premoderno, lo dice Pas-cal. Pues bien, cuando la religión, gra-cias a las consecuencias políticas de lapaz de Westfalia, gracias a la cronologíade Bayle, inventos modernos, la religión,digo, deja de ser el lenguaje común deEuropa y empieza el desarrollo de lasciencias, tal y como las entendemos,¿cómo seguir explicando la sujeción delas mujeres, o que son inferiores porquela madre Eva cierta mañana hizo no séqué o menos aún por referencia a ciertaafamada costilla? Se debe buscar otraexplicación y afortunadamente la daAristóteles. La justicia divina ya no es decurso corriente. Ahora la clave será on-tológica e intemporal.

Somos naturalmente inferiores porquesomos hombres defectuosos. Somosvarones defectuosos y por ello lo quenos pasa no tiene que ver con el ordendivino, sino que es exclusivamente delorden de la naturaleza. Pero en todocaso, se ha sacado del conjunto de latradición, de lo admitido, la situación de

las mujeres y se ha declarado que es po-lémica, que se puede argumentar, quehay argumentos para pensar una cosa uotra. Algo que era o querido por Dios, o,casi mejor, natural, se va a transformaren polémico. Empieza la polémica. Allídonde aparezca un argumento, noso-tras siempre tenemos un hueco. Sólodonde el argumento único es la fuerzano tenemos nada que hacer, porque deeso no tenemos. Nos gustaría, qué dudacabe, pero, así, en términos generales,no tenemos. Pero cuando todo ha de so-meterse al tribunal de la razón, razón nonos falta. Como capacidad de juicio, ycomo capacidad de dar razones. A lo lar-go del siglo XVIII feministas, mujeres yvarones, acumulan razones contra loheredado, contra la tradición.

En el sustrato teórico se están produ-ciendo movimientos que tienen prota-gonistas. Por citar a los grandes pole-mistas, por quedarse con algunosnombres, Voltaire a favor, tibiamente;Madame de Châtelet a favor, también ti-bia. Diderot a favor, sin excesos. Con-dorcet a favor, completamente. Por citarsólo a los grandes, porque la polémicaes inmensa, casi todo el mundo cultoentra en ella. Totalmente en contra, radi-calmente en contra, ninguna minucia,nada menos que Jean Jacques Rousse-au, del cual deriva toda la reforma quees necesario hacer en la teoría políticalockeana para adaptarla y convertirla enfundamentación del Estado moderno.

Rousseau imagina que el Estado perfec-to tiene que excluir completamente a las

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mujeres y llevarlas a todas al ámbito do-méstico. Jean Jacques Rousseau nosólo argumenta la desigualdad entre lossexos, que lo hace, es que afirma que ladesigualdad entre los sexos existe ypesa porque es mínima. Que esto tienemás gracia. Si fuera muy grande no ha-ría falta argumentarla. Hace falta hacer-lo porque casi es inapreciable. Pero poreso precisamente, porque es casi es in-apreciable, es tan importante que sigasubsistiendo. Porque es casi inaprecia-ble tiene que ser la educación la que lahaga más fuerte; como bien dice en Laeducación de Sofía, Sofía no puede sereducada para que sea independiente, nipara que tenga juicio ni criterio, porqueestá destinada a servir a un ser que esdefectivo, defectuoso y si ella tuvieradesarrollada su propia voluntad y su ca-pacidad, no lo podría soportar. Así quees mucho mejor adaptarla, podarla,educarla para que pueda aguantarlo. Lotenían claro y no lo disfrazaban. Eso escasi de agradecer. A mí en particular megusta, porque yo cuando lo leo me digo,«mira qué bien, qué clarito está». Esteconjunto polémico es la trama teóricadel feminismo ilustrado. El conjunto te-órico es nada menos que todo el racio-nalismo y la tradición moderna, es cier-tamente, inmenso.

Veamos ahora la agenda. ¡Pero la agen-da es mínima! La agenda del primer fe-minismo se reduce a la libertad en laelección de estado y el poder acceder a

una cierta educación no formal. Esta estoda la agenda: matrimonio por inclina-ción y no que tus padres te casen, comose viene haciendo y que se te permitaaprender ciertos saberes, no para ejer-cerlos, sino como ornato y para distrac-ción. Con dos trazos estará todo claro. Ellibro, por ejemplo, de Diderot, La Reli-giosa, que tiene que interpretarse enclave feminista, sólo plantea la elecciónde estado, pero no es poco. No se pue-den deshacer de las mujeres las gran-des familias encerrándolas en un con-vento para no casarlas a su nivel o parano perder oportunidades en el rankingdel poder familiar. Lo que cuenta Dide-rot en toda la obra es que las familiasestán haciendo esto; que realmente losconventos no son unos lugares a dondevayan las mujeres a servir para Dios, li-bres de hacerlo, sino que se sirven deellos las familias para librarse de lasmujeres y poder mantener el sistema demayorazgo; y que se sirven de ello con-tra la libertad de las mujeres 3. Diderotmantiene que hay algo de atroz en esto.

Y por lo que toca a la elección matrimo-nial que estaría bien que a las mujeresen vez de casarlas sin oírlas, se les pre-guntara por lo menos si la persona conla que se las va a casar no les repugna.Una de las obras teatrales más famosasen este periodo en España es El sí de lasniñas de Moratín. Su sana doctrina secierra en que si se las casa, que ellas es-tén de acuerdo, pobrecillas. Esa es la

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3 Este tipo de elección de estado sólo es válido para los países católicos que es donde el monacato sigueexistiendo, pues en los países reformados se ha abolido el monacato, con lo cual no tienen este problema.

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gran agenda ilustrada. Con todo, ¿nosdamos cuenta de que hay partes del glo-bo, tierra, donde vivimos, en las queesta agenda está por cumplir? Y es la dela primera ola del feminismo. Libertaden la elección de estado.

Vamos a su segunda parte, el permisode saber. ¿Qué dice Madame de Châte-let? que en esto también era clarísima...Opina que estaría bien que a las muje-res se nos permitiera adquirir conoci-mientos, ya que nos están prohibidos elpoder, la guerra y sus honores. Con elsaber, al menos, nuestras vidas se haríanmás soportables. Los conocimientosdistraen. Ella en particular se distraía es-tudiando a Newton y escribiendo Loselementos de la física de Newton, un li-bro fantástico, gracias al cual casi todoslos europeos cultos acabaron por enten-der a Newton, puesto que previamentelo había comprendido y explicado Ma-dame de Châtelet. Saber para llevar lavida con un ocio rico. Como a las muje-res de la clase alta se les niegan todoslos incentivos que sus parientes tienen,déjenseles al menos las ciencias, queserán una manera noble de empeñar lashoras en algo importante.

LAS DECLARACIONES

El siglo XVIII caminaba deprisa. Lo que laModernidad barroca simplemente habíaimaginado, lo puso por obra. CuandoLocke afirmaba que hemos de pensar lasociedad como si hubiéramos firmado

la ley, y hubiéramos tenido un acuerdosobre ella, sólo lo pensaba; el XVIII lohizo. Realizó la Declaración de Virginia,la Declaración de Independencia de losEstados Unidos, la Declaración de losDerechos del Hombre y del Ciudadano,en Francia. Pasó las ideas del limbo teó-rico al asunto político-práctico. Inventónada menos que las constituciones. Lasociedad era, de hecho, un contrato, yademás sabíamos en qué consistía elcontrato, podía ser enunciado y podíaser firmado. En el XVIII comienza en loshechos el movimiento revolucionarioque acaba con el Antiguo Régimen y daorigen a lo que solemos llamar el estadoburgués. Se produce todo ello cursandocon un formidable relevo de elites.

Del asunto de la agenda hemos de cam-biar ahora al movimiento; recordemos,siempre hay un conjunto teórico, unaagenda, un movimiento. En el siglo XVIII

estaba restringido a la opinión y en unaparte reducida de las nuevas élites. To-das las Luces, aun siendo mucho másextensivas que cualquier otro cambiocultural en su pasado, abarcaban a unsegmento numéricamente pequeño. Seatenían sólo a las gentes que eran capa-ces de leer, escribir, argumentar y sercapaces de pagarse una edición de im-prenta. Si ahora este grupo es todavíapequeño, en el XVIII era minúsculo, aun-que ello no quita que profundamente in-fluyente. Y, como ya se dijo, el grupoilustrado estaba dividido respecto de laagenda feminista. Casi todo el mundotomó partido. No hay casi pensador opensadora ilustrada —que las había—

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que no entre en liza y tome partido enesta cuestión. Los moralistas tomaronpartido también. Al principio, el ridículo,que había funcionado con el preciosis-mo. Cuando ya la vindicación aparecióclara, se llegaron a predicar cosas comoque elección matrimonial, el casarse porinclinación, era malo y poco inteligente.Moralistas hubo que escribieron, sinque esto les avergonzara, que no estababien que los novios se conocieran antesde casarse, ni mucho menos que elegir;en la vida todas las cosas van a menos,de modo que si dos personas se amanal principio, más que probablementepasados unos años ya no se amarán, ypor lo tanto pasarán de tener algo a notenerlo. Mientras que, si no se conocende nada, o incluso se tienen cierta ojeri-za, con el tiempo y el trato continuadollegarán a tomarse afecto; conseguirán,mediante un matrimonio obligado, unaposición mejor que la que tenían en unprincipio. En consecuencia, el matrimo-nio decidido por los padres es muchomejor que el matrimonio por elección.Y además, si empezamos a admitir no-vedades que nunca se han probado,no sabemos cómo se puede acabar. Esel argumento conocido por «pendientedeslizante». Se empieza por la elecciónde estado, pero ¿cómo acabará? Mora-listas hay, no pocos, que auguran que sise alcanzan estas cosas aparentementeinocentes, al final lo que ocurrirá es quelas mujeres perderán el respeto que hande tener, y perderán con él también elrecato, y al final perderán la honra quees lo más sagrado e importante que tie-nen. Porque todo es empezar por abolir

una cosa, para que las demás vayan se-guidamente. Toda novedad, si cursa conla mayor libertad de las mujeres, esmala.

Por lo tanto, ¿cómo tendrán las mujeresy feministas que argumentar? Subraya-rán que no desean perder el recato, queno quieren perder el respeto, que nopiensan perder la honra. Pero siempredecimos lo mismo. Ayer alguna, cuandointervino, dijo: «no es verdad que quera-mos quitarles a los hombres nada». ¡Nova a ser verdad! ¿No es más cierto quetienen mucho y hasta demasiado? Pueshabrá que quitárselo para hacer un re-parto un poco más decente. Pero siem-pre tenemos que ir diciendo que no va-mos a hacer lo que es evidente que sívamos a hacer. Es lógico. Siempre hasido así, no es de ahora, ya tiene antece-dentes en el siglo XVII. Para introduciruna vindicación hay que afirmar que tuvindicación no altera el orden; esta es laúnica manera de que te permitan, y nosiempre, introducirla. El feminismo ase-gura en el siglo ilustrado que será mu-cho mejor tener mujeres que aman a suesposo y que le son fieles compañeras,que no simplemente unas pobres jóve-nes, arrastradas al matrimonio, que lue-go a saber lo que harán. Conocemos elargumentario. Es como si abrieras uncajón y vieras todas las fichas y cómo sevan a ir jugando, porque son siemprelas mismas y están ahí.

¿Dónde se está produciendo este deba-te con similar argumentario en el mo-mento presente? Y sin libertad de pren-

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sa, además. En los Emiratos Árabes y enArabia Saudita, por ejemplo. El debatesobre la elección matrimonial sigue laspautas que bien conocemos. Las muje-res no pueden declarar que desean sercomo las occidentales, porque entoncesno van a ningún lado. No entra en el or-den que se admite. Habrán de asegurarque un matrimonio de conveniencia eshorrible en términos morales y religio-sos. Dirán que quieren tener un maridoque Alá me le haya dado: yo con Alá,con él, mi esposo, Alá con los dos, losdos con los hijos. O sea, el matrimoniosanto, de creyentes, pero por inclina-ción. Nosotras hicimos lo mismo, nues-tras antepasadas hicieron eso, y por lotanto lo tenemos que entender. Natural-mente que lo tengamos que entender,no quiere decir nada más que lo tene-mos que entender con la cabeza. No po-demos, sin más, llevarnos las manos aella. Como tampoco quedarnos en elmero comprenderlo.

En resumen, movimiento escasísimopero relevante, todas las elites ilustra-das comprometidas con el tema, a favory en contra, en una polémica de más decien años. Y aparecen por primerez, ac-ciones sólo parcialmente dirigidas. Esecierto deseo de libertad nace en las mu-jeres que pueden albergarlo y canalizar-lo. Aparecen los clubes de mujeres, lasprimeras asociaciones de damas que seunen para la caridad, para el rezo, paraatender al necesitado... En fin, para lascosas que sí se pueden hacer, pero quesobre todo son interesantísimas porquecon ellas, realizándolas, se sale de casa.

Entiéndaseme, las damas caritativasahora nos pueden parecer unas reliquia,pero es que esto de ser dama caritativaera un margen de libertad. Una damacaritativa, se va a sus caridades y novuelve en un largo rato. Según está elmundo, necesita gran cantidad de cari-dad. Y además está con otras como ella,y con un santo varón, padre, que daconsejos y les eleva el alma de formaextraordinaria. Todas experiencias nue-vas y agradables. Algunos espacios queahora nos parecen reliquias han sido es-pacios de libertad. De la libertad que eraposible, porque no había otra.

LAS REVOLUCIONES

1792. Mary Wollstonecraft publica laVindicación de los derechos de las mu-jer. Ya tenemos aquí, como decantadode un siglo de polémicas, un texto, unconjunto teórico de una entidad muchomayor que aquella que había presenta-do Poulain de la Barre, porque conllevalos sobreentendidos políticos de todo elSiglo de las Luces. Mary Wollstonecraftes una rousseauniana, una demócrataconvencida, que le reprocha a Rousseauque sea inconsistente. Señala que Rous-seau sostiene que la naturaleza no mar-ca en nadie ninguna diferencia y, sinembargo y a la vez, que a las mujeres lamarca de tal manera, que quedan conde-nadas a sujeción perpetua. Wollstone-craft denuncia que las conclusiones nose siguen de las premisas que emplea.Exige a Rousseau que sea coherente.

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Mary Wollstonecraft es más rousseau-niana que Rousseau y no se amilana,sino que se atreve a escribirlo. Tambiénes lockeana, si al caso vamos; es racio-nalista, profundamente ilustrada y con-vencida de que la opresión de las muje-res es injusta y ha llegado el tiempo enque se admita que es política, como lasdemás. Pese a Rousseau, pero con susimágenes y terminología; da igual por-que las ideas no en verdad de nadie,sino verdaderas o falsas, buenas o ma-las. Es lo que trasciende en toda su Vin-dicación, que nos sigue sonando tancercana cuando la repasamos.

¿Ha cambiado tanto el feminismo comoconjunto teórico explicativo a lo largode tres siglos? No tanto. El feminismoes una de las tradiciones políticas pro-bablemente más homogénea. Ha cam-biado poco. Tanto sus recursos argu-mentativos, cuanto lo que dice, a quiénse lo dice, cómo lo dice, contra qué ar-gumenta, con qué argumentos... todoes bastante homogéneo a lo largo deltiempo. Como conjunto teórico es muyestable. Tiene tres siglos a la espalda yse le nota poco castigado por la edad.

La Vindicación está publicada en plenaRevolución Francesa. Es un momentobrillante, efervescente, donde se unen laRevolución Americana primero, la De-claración de Independencia poco mástarde, la Declaración de los Derechosdel Hombre y el ciudadano muy pocodespués. Es un momento confuso tam-bién: los reinos europeos comprome-tiéndose con la independencia de las co-

lonias británicas en la idea de que lo quepasa allí no nos va a influir, porqueaquello son tierras nuevas, pobladaspor gentes nuevas. Los autócratas euro-peos simpatizando con los demócratasamericanos y creyendo que Europa semantendrá inmune.

Todo lo que pasa en América inmediata-mente repercute en Europa y nadie pue-de decir seriamente que la RevoluciónFrancesa no es hija de la RevoluciónAmericana. Al final todo influye. Al-guien recordaba ayer que la globaliza-ción empezó hace mucho. ¡Cierto! Co-menzó hace mucho, lo que pasa es queahora va más deprisa. La RevoluciónFrancesa fue un momento vivido comoglobal por sus protagonistas. Allí apare-cieron por primera vez los clubes demujeres que se denominaron a sí mis-mos clubes de ciudadanas e hijas de larevolución. Y Mary Wollstonecraft escri-be en el París revolucionario su Vindica-ción. Nunca olvidemos esto. Las france-sas, bastantes, se ocupan de la políticapor primera vez y de una forma nueva.Tomemos algún ejemplo sobresaliente.

Olympe de Gouges es una autora enton-ces muy conocida y seguida; lo es por-que ha entrado en una polémica que atodo el mundo importa, si la esclavituddebe o no ser abolida en Francia. Sepuede entrar en una polémica con un li-bro, argumentando, como Wollstone-craft. Se puede entrar como lo haceOlympe de Gouges, con una obra tea-tral, como luego lo hizo Harriet BeecherStowe, con una novela, en su caso, La

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cabaña del tío Tom, sobre el asunto dela esclavitud. Olympe de Gouges accedea la escena pública con una obra que serepresenta decenas de veces y que tieneresonancia; en ella la gente llora, aplau-de, se conmociona. El drama trata decómo un chico negro, naturalmente bo-nísimo, es raptado, llevado a otras tie-rras, esclavizado, cae en manos de unamo malvado, logra escapar de él, perolo capturan, lo condenan... en fin, es eltipo de drama que asegura una catarsistotal. El arte existe para convencernosmucho más rápidamente de cosas que,por el camino inteligible, se nos haríanmuy duras. Pero el arte nos toca la sen-sibilidad. Olympe de Gouges ha saltadoa la fama por ser la autora que ha reali-zado un poderoso alegato contra la es-clavitud. Todo el mundo, que quiere de-cir todo París, va a su obra, habla de suobra; y, lo que es mejor, la AsambleaFrancesa declara abolida la esclavitud.Esto no le gustó nada a los tratantes ytraficantes de esclavos. Hicieron suposi-ciones y sacaron la conclusión de queya se verían las caras. En cuanto acabóla revolución, por lo demás, Francia de-claró reestablecida la esclavitud, la vol-vió a poner en ejercicio.

Sintiéndose fuerte por tal éxito, Olym-pe de Gouges, cuando leyó la Declara-ción de los Derechos del Hombre y delCiudadano, decidió completarla. Y es-cribió la Declaración de los Derechosde la Mujer y de la Ciudadana, por labuena razón de que las mujeres no apa-recían citadas ni una sola vez en aquelimportante texto. La Declaración de

Olympe es igual que la otra, simplemen-te donde pone «hombre», ella escribe«mujer». Ese es todo el cambio. La remi-tió a la Asamblea por si aquel texto teníapara los padres de la patria cierto inte-rés y podía ser considerado. Natural-mente lo tomaron como una provoca-ción. Y unos meses después, por otroasunto, obviamente lateral, Olympe deGouges fue detenida tras algunas publi-caciones especialmente valerosas, y poralgo también oblicuo —que si conocía atal o cual, o si había estado no sé dón-de—, fue decapitada. Nadie la subió alcadalso proclamando: «Te decapitamospor feminista y por atrevida». Nuestrosfrentes casi nunca son políticos, siem-pre son, primero el ridículo y luego elfrente moralista, sólo y en último térmi-no, el poder explícito actúa. A Olympede Gouges se le aplicó primero el ridícu-lo, «esa, que se ha creído que es un Ro-bespierre con faldas». Después la mo-ral, «esa, que si todas siguieran suejemplo, esto se transformaría en la re-pública de la lujuria». Y al final se la eli-minó. Una de las muchas personas quefue entregada a la guillotina, sin nadiepara vindicar su memoria.

COROLARIO

Así se cerró la primera ola del feminis-mo tan importante porque logró justa-mente que se transformara en polémicoun asunto que nunca lo había sido: quelas mujeres debíamos estar en posiciónde sumisión y obediencia y habíamos

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nacido para eso. Fue el punto de partiday la condición de posibilidad del resto,sin embargo, normalmente no se la cita.En la bibliografía hasta ahora acumu-lada pesa bastante la norteamericana.Y parece que la fase europea, por así de-cir, del feminismo, no les interesa dema-siado. Suele comenzar su cronologíapor la fase sufragista, donde, en efecto,los países anglosajones tuvieron unenorme protagonismo; a esa segundaola, la nombran como la primera y, diga-mos, cortan con el imprescindible refe-rente europeo de toda la polémica ilustra-da. Pienso que no es correcto; primero,porque es falso y no conviene mantenerfalsedades y segundo, afirma no es bue-na estrategia: cercena más de cien añosde movimiento y de polémica y lo haceinnecesariamente. Por último y sobretodo, nos hace aparecer a Europa yAmérica como sociedades distintas,siendo así que somos sociedades conti-nuas. América y Europa pertenecen a lamisma tipología, son la misma socie-dad, cosa que no se puede decir, porejemplo, respecto de Asia.

En cualquier caso, tras la RevoluciónFrancesa vino Napoleón, que primerose hizo nombrar Primer Cónsul, y mástarde se coronó Emperador. Bajo su in-fluencia en Europa se desarrollaron lascodificaciones conocidas como napo-leónicas. Bajo su imperio, nada menosque se tomó todo el derecho del Anti-guo Régimen y se sometió a medida ra-cionalista a todos los códigos, los civi-les, los penales, los comerciales: unidada unidad, porque, el derecho del Anti-

guo Régimen era un derecho estamen-tal y parcelado. Las codificaciones quese conocen como napoleónicas, aunquesólo algunas se realizaron a principiosdel XIX, pusieron las bases de todo el de-recho contemporáneo. Hay un granpaso adelante en el derecho, porque sedeclaran cosas tan importantes comolos derechos individuales, se introducedentro del derecho a Cesare Beccaria, loque supone el cambio completo del de-recho penal. La tortura deja de ser unprocedimiento legal. El paso adelante esgigantesco. Se acaban las penas aflicti-vas que desaparecen del derecho. Laspenas sólo pueden ser de multa o de cár-cel, pero nadie puede ser condenado ni aazotes, ni a vergüenza, ni a amputaciónni a todo lo que era corriente en el Anti-guo Régimen. Esto sólo ya es enorme.

Sin embargo, el Código Civil, que es elque instituye en qué consiste la ciuda-danía y qué es el Derecho, porque go-bierna las relaciones de propiedad y defamilia, se anquilosa. En los códigos ci-viles de corte napoleónico, las mujeresquedan declaradas menores de edad y adisposición de sus padres, tutores o ma-ridos, sin capacidad económica ni jurídi-ca, ni siquiera la patria potestad sobresus hijos. Y tampoco cabe ocultar queen el Código Penal aparecen delitos es-pecíficos que sólo las mujeres puedencometer, como el delito de aborto o eldelito de adulterio. Aquello que denun-ciaba Poulain de la Barre, la minoría deedad perpetua, las codificaciones napo-leónicas lo afirman como lo más ade-cuado, al derecho corriente.

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Por lo tanto ¿qué ganaron, por así decir,las mujeres en el paso del Antiguo Régi-men a la nueva sociedad burguesa? Si lomiramos desde un punto de vista muyestrecho, aparentemente, poca cosa onada. Pero en estos temas convienesiempre tener la mirada lo más ampliaposible. Cuando aumenta el sistema deseguridades y de libertades, antes o des-pués nosotras encontramos, como Alicia,la puerta. Al principio, la puerta puede sermuy pequeña, pero al final encontramosel hueco y entramos. Cuando apareceuna libertad, la ocupamos.

LA SEGUNDA OLA

Acabamos ocupando esas libertades;nos costó, nos costó toda la segunda oladel feminismo, el movimiento sufragis-ta, que comienza en 1848, en la Declara-ción de Séneca Falls. En la capilla wesle-yana de Séneca, tan hermosa bonitacomo todas las capillas wesleyanas, va-rias personas —varones y mujeres—,que han sido parte del movimiento abo-licionista, que han trabajado en intentarabolir la esclavitud, se reúnen y firmanlo que llaman la «Declaración de senti-mientos». Esta Declaración es el mani-fiesto de la segunda ola del feminismo.En ella se van enumerando todas las tra-bas que el derecho civil pone a la liber-tad de las mujeres y a su ciudadanía, yse afirma que todas ellas deben ser abo-lidas. Se enumeran también todas lastrabas penales y se dice que no sonequitativas. Y por último, lo que fue más

difícil de todo, porque cada artículo seiba votando y por abrumadora mayoríaiba saliendo, y este salió por poco mar-gen, se dicta: «Que es deber de las mu-jeres de este país asegurarse el sagradoderecho del voto». Sagrado derecho devoto. La Declaración de Séneca la hacenlas grandes feministas norteamerica-nas, personas Cady Stanton, que hantrabajado en el abolicionismo y que hantenido experiencias muy notables. Re-cordemos una. Muchas de estas perso-nas son cristianas. Más, bastantes muje-res son cristianas cuáqueras. Más aún,recordemos que los cuáqueros son unaiglesia inspirada, es decir, que la letraimporta menos que el espíritu. En lasreuniones de los cuáqueros no hay ser-món ni rezo. Toda la comunidad, laAsamblea, se sienta y si aparece el espí-ritu y comunica algo, pues se habla, y sino, santamente nos despedimos. El es-píritu puede decir cosas interesantes,como «haríamos bien en recoger la co-secha más rápido este año» o bien«Dios me hace sentir que desea que to-dos nos amemos». No está predetermi-nado. Pero el caso notable es que el es-píritu se lo puede decir a cualquiera, demanera que en la congregación cuáque-ra hay reverendas. Los cristianos cuá-queros son los primeros en admitir queuna mujer puede ser inspirada por el es-píritu y por lo tanto también pueden lasmujeres dirigir la congregación. Y variasde estas reverendas, curiosamente, sonlas que firman la Declaración de Séneca.

¿Cómo hemos pasado del racionalismofrancés al espiritualismo de los cuáque-

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ros? Así ha ocurrido. El feminismo hadiscurrido por todos los meandros delrío. Por eso entendemos tan bien lo quepasa en el fundamentalismo a día dehoy, porque tenemos los referentes quenos hacen posible entenderlo. Quizásdesde otras tradiciones políticas esto nose perciba, pero desde la nuestra se ve.Se desarrolla una especial perspicaciapara examinar las vueltas y revueltas dela libertad. En fin, prosiguiendo, ¿quémala experiencia habían tenido estasqueridas ancestras en este asunto?Nada menos que la siguiente: En el pe-riodo más activo del abolicionismo estagente cruzaba el Atlántico sin parar (yentonces había que cruzarlo en barco devela, se tardaba y era peligroso), parareunirse con abolicionistas británicos;primero para intentar abolir la esclavi-tud de uno y otro lado, y más tarde paraabolir también la trata. Todo ello tuvo sucomplicación como sabemos. Cuál nosería la sorpresa de alguna de ellas, enuna gran convención de abolicionistasen Londres, en un teatro, cuando, lle-vando una de ellas sus cuartillas escri-tas y esperando a ser llamada para leer-las, le fue indicado que debía dárselas aun hombre para que él las leyera: «dése-las a este caballero que las leerá. Es in-decente que una mujer salga a un esce-nario a hablar en público; en Inglaterrano estamos acostumbrados a esto. Us-ted en su palco, si es posible con la cor-tinilla algo echada, porque tampoco va-mos a ser exhibicionistas, irá escuchandoel discurso que ha tenido la amabilidadde componer». Aquellas reverendas ca-yeron rápidamente del caballo. He aquí

que trabajaban sin descanso para abolirla esclavitud y de su liberación no seocupaba nadie.

En la Declaración de Séneca llegan a de-cir que realmente no se puede llamar alo que las mujeres padecen, otra cosaque una forma extraña de esclavitud,una forma de sujeción. Es más antigua yse acepta mejor, pero, en esencia, escasi la misma. Lo que algunos abolicio-nistas no admiten para los africanos, loven constantemente a su alrededor sinpercibirlo. De nuevo, el trazo del femi-nismo: interpretar en clave política loque aparece como cotidiano.

LA AGENDA SUFRAGISTA

La Declaración de Séneca abre el mo-vimiento sufragista, que fue inmenso.Y que nos dio todo lo que tenemos, real-mente. Debe enumerarse su agenda: losderechos civiles, los derechos educati-vos y los derechos políticos. En todoslos parlamentos de todos los países sefueron consiguiendo, dificultosamente,los derechos civiles, algunos hace tresdécadas. En cuanto a los derechos polí-ticos, nosotras las españolas conmemo-ramos ahora el 75 aniversario de su ob-tención, que, durante cuarenta años lostuvimos interrumpidos y a la vez quevolvíamos a la situación legal del Códi-go de 1885: cuando yo calzaba veinticin-co años, el adulterio femenino era undelito; el Estado se hacía garante y ven-gador de los cuernos maritales y perse-

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guía a la adúltera a la que encerraba seisaños en la cárcel. A veces yo digo, «quésuerte tuvimos con Franco, nacimos enel siglo XIII y conocimos el curso de lahistoria en directo». Es bastante verdad.Conocimos después grandes transfor-maciones y las sabemos encuadrar. Hayque sacar siempre bien de lo que nos to-que o nos echen.

Volviendo a la agenda sufragista, huboque empezar por los derechos educati-vos. Argumentándolos, por descontado,dentro del orden; nunca un argumentofuera del orden compartido pasa la criba.El orden era el de la domesticidad, el ar-gumentado por Jean Jacques Rousseau,que había ganado en toda la línea: en lanueva sociedad, todas las mujeres eranmenores de edad, en poder de sus mari-dos, y además, justificado esto porqueeran madres y por ello tenían una es-pecial sensibilidad. A vivir así para losrestos. Lo femenino se había vueltoesencia.

Para mantener esa pura sensibilidad esmuy interesante que seas semianalfabe-ta, la conservas mejor y que no tengasen realidad presencia pública alguna;las mujeres públicas ¿quiénes son?Bien, ya está todo dicho. Todo lo quesea público y asociado con mujer, vapor donde va. Nos lleva al campo se-mántico de la vida alegre, que no sé siellas se alegran tanto, pero parece serque a algunos, la pestaña sí se les alegracon estas cosas. Y fuera con este asuntoporque nos llevaría muy lejos. En el idealdoméstico y apartadas de todo saber,

con la maternidad por horizonte: esa esla vida que la sociedad burguesa reser-va a sus mujeres. Los derechos educati-vos hubo que argumentarlos dentro delorden de la domesticidad; no había otramanera de hacerlo. Había que comenzarpor admitir que el mejor destino de unamujer es casarse, fundar una familia ytener todos los hijos que Dios quiera.Pero pudiera suceder que por cualquierdesdicha una mujer no pudiera alcanzareste fin, que es el objetivo más grande yglorioso de la feminidad; por ejemploporque tuviera una enfermedad en unaedad —se llega a decir así—, que impidaluego el matrimonio, porque se pase laedad. Imagínate que tienes una enfer-medad a los quince, a los catorce, a losdieciséis. Cuando acaba esa enferme-dad, a los diecinueve o veinte, ya nopuedes entrar bien en el mercado matri-monial, porque eres mayor. O, casopeor todavía, te quedas huérfana; en-tonces tus padres no te pueden darbienes dotales y no te puedes casar. Laseuropeas todavía tienen un sistema debienes dotales, en el siglo XIX. En con-clusión, ¿no sería bueno que las muje-res pudieran ser instruidas en algunaprofesión, que aún con ganancias pe-queñas, en caso de desdicha, les permi-tiera sobrevivir, sin tener que dependerde parientes que no se sabe si serán be-névolos y ser una carga, o peor aún,lanzarse al vicio, porque no tengancómo subsistir? ¿Por qué no ser institu-trices? ¿Por qué no ser enfermeras? Por-que además nos llama a ello nuestrasensibilidad, nos gustan los niños, nosgustan los ancianos, nos gustan los en-

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fermos... Pero nos gusta mucho más co-brar por cada una de esas cosas, si tene-mos que llegar a hacerlas. Por lo tantoestaría bien que se crearan institucionesescolares donde aprender profesional-mente esta esencia tan nuestra, que lue-go nos den un título, pequeño, pero quecon él en la mano, cobrando un estipen-dio, nos mantengamos en relativa inde-pendencia. ¿Por qué hasta el día de hoylas profesiones de enfermera y maestrasiguen siendo mayoritariamente feme-ninas? Porque fueron las primeras quese abrieron. Se lo debemos a gente conla que normalmente no contamos: a losreformadores educativos, que de algu-na manera pertenecen a nuestra tradi-ción. A Florence Nightingale, que crealos estudios de enfermería. A quienesabren las escuelas de institutrices ymaestras. Había que abrir las profesio-nes, pero se tenía que empezar por lasfáciles de ocupar. Se llegaron a decir co-sas como que las mujeres maestras de-seaban vehementemente serlo de pár-vulos, porque resultaba penoso que losvarones, más inteligentes, desperdicia-ran su tiempo educándolos. Tratar conla infancia es lo nuestro, se afirmó.¿Cómo negar demanda tan bien argu-mentada dentro del orden prevalente?Te la tienen que conceder: «Sí, es ver-dad. Nosotros somos demasiado listos,entonces hay que dejar que las pobreci-llas se dediquen a esto».

Cuidado, porque estas profesiones te-nían parte de atrás. Véanse las ordenan-zas y reglas de decencia que tenían quecumplir las maestras: La independencia

al precio de la virginidad de hierro, elqué dirán como máximo exponente detal regla. Los moralistas no habían baja-do la guardia. Nunca habían perdido devista su primera percepción: «Éstas loque quieren es perder la vergüenza, em-piezan así, modosamente, pero lo quequieren...». La entrada en las primerasprofesiones se hace al precio moral deasegurar que no sólo no vamos a perderla vergüenza, sino que vamos a tener eltriple de vergüenza que antes. Siemprees igual. Sí, lo seguimos haciendo. Enalgunos sitios. Véanse los debates porejemplo en Irán, o en Siria.

Derechos educativos, claro que concedi-dos, dentro del orden, hasta que se llegaa las profesiones superiores. ¿Cómo ar-gumentarlas dentro del orden? ¿Cómoargumentas, dentro del orden de do-mesticidad y exclusión, que quieres en-trar en la universidad? No puedes. Notienes sitio. Sólo cabe pretender que sehace por excepción. Aparecen las ex-cepciones a su sexo. Son como los ani-males raros, parecen una mujer porfuera, pero por dentro tienen templediverso. En honor a que son un fenóme-no de la naturaleza, como los ornitorrin-cos, se les da una oportunidad para edu-carse donde no está previsto. Ellas, porsu parte, deben prometer que no la usa-rán. Las mujeres que son admitidas a tí-tulo de excepción, argumentan tambiénexcepcionalmente: poseen, dicen, ex-cepcionales cualidades para acudir a losestudios superiores. Y por ello, excep-cionalmente, se les da permiso paraacudir, de una en una y por excepción.

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En el caso de la universidad española,sólo después de la Primera República,que admite que entren y la manera dehacerlo (y por favor en la historia decada uno de sus países, mírenlo porqueesto hay que sacarlo todo a la luz), esesta: «Fulanita de tal, ante V.M.E. respe-tuosísimamente expone: Que habiendocursado los estudios medios con apro-vechamiento, le parece que puede acu-dir con provecho a las clases de x en laFacultad de Derecho o de Farmacia o deMedicina, si V.M.E. está de acuerdo».V.M.E. es el rector que es, en España,excelentísimo y magnífico. El señor Rec-tor consulta cada petición al claustro,pero como algún V.M.E. era de nuestracuerda, hace la consulta al claustro, enlos siguientes términos, que esto en ver-dad es maestro. «Hay una señorita queha pedido ser admitida a clase. Y yo pre-gunto a los miembros del claustro si es-tán seguros de que ellos pueden mante-ner su autoridad en el aula, ante lapresencia de una señorita dentro deella». ¿Iban a decir los claustrales queellos no eran capaces de mantener laautoridad? Con todo, cada claustral,cada profesor tiene que firmar que estáde acuerdo en que aquella señorita acu-da a sus clases; y aquella señorita tieneque acudir de la siguiente disposición:llegar, acompañada por un familiar has-ta la puerta, allí ser dejada en manos delprofesor o un bedel, el cual la lleva auna sala especial, la sienta y cuandoempieza la clase, el profesor y el bedella van a buscar. La sientan de nuevo enun lugar especial del aula, donde la se-ñorita asiste a clase, no entre sus com-

pañeros, que sería indecente, sino cercadel profesor; y cuando la clase se acaba,la señorita es recogida y vuelta a llevar ala primera sala, donde espera la siguien-te clase, para que no se produzca escán-dalo. Y esto, así, en España, hasta 1911.

En 1911 las mujeres son autorizadas amatricularse sin más, sin que haya quepedir todos estos permisos, como cual-quier estudiante corriente. Y ¿saben loque ocurre? Que las primeras universi-tarias que aparecen en las facultades deMadrid son recibidas a pedradas por unselecto grupo de compañeros de carre-ra. De tal manera que una feminista es-pañola importante, Rosario de Acuña,escribe un artículo que titula Ruge la ca-verna, sólo para contar qué es lo queestá pasando. Fue muy duro poder sen-tar nuestras posaderas en las aulas uni-versitarias. Extraordinariamente duro.Y lo tuvieron que hacer nuestras prede-cesoras a título de excepción. Pero ellasnos consiguieron esto. Y sin ello se po-dría siempre seguir argumentando queno estábamos suficientemente prepara-das para todo lo demás. Los derechoseducativos fueron el pilar sobre el quese asentaron los derechos civiles y losderechos políticos. Porque siempre lapregunta es para negar un espacio, underecho, un poder es y ha sido, «¿estánpreparadas para tal cosa?». Pues huboque mostrar que sí y hacerlo así.

Los derechos políticos se fueron consi-guiendo, en algunos países antes, enotros después; se comenzó por podervotar en elecciones a consejos munici-

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pales, poder votar a órganos de escasonivel primero... Poder votar a los par-lamentos fue más difícil. En algunos lu-gares de Europa, en algunos cantonessuizos las mujeres no consiguieron elderecho a voto hasta 1974. Los dere-chos políticos han sido los últimos. Re-pasen, por favor, la cronología de suspaíses.

EL FINAL DE LA SEGUNDA OLA

La gran segunda ola del feminismo, elsufragismo, finaliza en 1948. Escojoesta fecha por dos motivos: Final de laSegunda Guerra, uno, y dos, Declara-ción Universal de los Derechos Huma-nos. La mayor parte de la agenda que-dó cumplida al final de la SegundaGuerra. Pero, ¿por qué me parece tanimportante la Declaración Universal delos Derechos Humanos? Porque es unadeclaración feminista, realizada poruna feminista. Y si nos olvidamos deesto, otra figura de referencia que per-demos en el camino: Eleanor Roosvelt.Nunca olvidemos que Eleanor Roosvelthabía sido una feminista convencida,que impulsó o fundó una larga canti-dad de asociaciones a favor de los de-rechos civiles y políticos de las muje-res. Pues bien, el trabajo de EleanorRoosvelt fue decisivo para que se reali-zara la Declaración Universal de los De-rechos Humanos. Pocos estados que-rían hacerla; y además no querían enabsoluto que fuera una declaración im-perativa.

Si estudiamos la historia de la Declara-ción, los tres años que tarda en fabricar-se, vemos todo su entramado y cómoEleanor Roosvelt tiene que jugar conti-nuamente con su prestigio de viuda delPresidente Roosvelt a fin de conseguiralianzas para que la Declaración sigaadelante. Sus principales alianzas en supaís fueron las asociaciones de mujeres,lo que quedaba vivo, que era bastante,de la lucha por el sufragio. A la Declara-ción del 48, lo que nos da pistas, se opu-so todo el bloque del Este. Argumenta-ron que allí se hablaba de derechosindividuales y que el bloque del Estecreía que los derechos o eran colectivoso no eran. Se hizo incluso una transac-cional, de modo que los últimos dos ar-tículos de la Declaración hablan de losderechos colectivos. Pero ni así la firma-ron. No la firmó tampoco Sudáfrica, queestaba manteniendo y afirmando el sis-tema de apartheid, cuya base era quecada comunidad es cada comunidad,por lo tanto cualquier derecho que seauniversal, no sirve; un argumento cerca-no a los del multiculturalismo.

El universalismo es un aliado del femi-nismo, que siempre ha sido universalis-ta. Por lo tanto el feminismo, y ayer sedijo, tiene graves problemas de encajecon cualquier comunitarismo o concualquier punto de vista que se base enderechos colectivos. Nosotras pertene-cemos a la tradición liberal de los dere-chos individuales. Y esto hay que sabér-selo. No podemos en cada ocasiónasombrarnos. Nos pasa porque veni-mos de la tradición que venimos. Sigo,

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no la firmó Arabia Saudí. La razón deArabia Saudí es conocida. Si estos dere-chos fueran verdad, estarían ya coloca-dos en el Corán y ya que no están en elCorán, no sabemos si son verdaderosderechos. Por lo demás, ya tenemos elCorán.

Ahí se cerró la segunda ola del feminis-mo. Cien años, esta vez. De 1848 a 1948,con un resultado fantástico: todos losderechos educativos, incluida la educa-ción superior, aunque no el ejercicio dealgunas profesiones, magistraturas, cle-ro, que alguna sigue cerrada todavía. Laconsecución de los derechos políticos.La entrada fuerte en el sistema de losderechos civiles. Una agenda casi com-pletada. Así que todo el mundo dijo: «Seacabó el feminismo, ya ha cumplido».Y se escribieron libros que se llamabanEl ocaso del feminismo, Se ha acabadoel feminismo o Ya no hace falta el femi-nismo. Todo el mundo cerró la carpeta yprofirió aquello que siempre se oyecada vez que queremos algo: «¡Peroqué más queréis!». ¿Quién iba a esperarque en el año 68 se volviera a abrir lacaja y apareciera otra vez?

Su entramado teórico fue el liberalismoindividualista milleano —Stuart Mill yHarriet Taylor fueron el principal aportedel constructo teórico-político que teníadetrás—. Su agenda la constituyeron losderechos educativos, derechos civiles yderechos políticos. El movimiento fuemucho más amplio que antes: hubo unmovimiento feminista en todas las na-ciones de Occidente, a uno y otro lado

del Atlántico. E incluso en naciones queno eran occidentales, por ejemplo, enEgipto hay feminismo, en Turquía hayfeminismo. En Túnez hay feminismo.Hasta en China hay feminismo en estemomento. El feminismo comenzó a serun movimiento global. Es además inter-nacional y se define como internaciona-lista. Las sufragistas se daban cita enpolíticas y en las exposiciones interna-cionales. Aprovechaban cada eventopara verse, encontrarse, y intercambiaragenda y programa. Estaban tambiénen las internacionales socialistas, dondeaparece el feminismo socialista. A la in-ternacional socialista de mujeres le de-bemos la conmemoración del 8 de mar-zo, por ejemplo, cuando en 1910 decideque ya no va a seguir manteniendo queprimero va la revolución y luego el su-fragio, sino que toman el 8 de marzopara recordar a toda la Internacional So-cialista que las mujeres socialistas po-nen en este momento por delante el su-fragio, porque lo llevarán como primerpunto de la agenda. Se unifica la agendadel feminismo liberal y el feminismo so-cialista. Y este asombroso movimientoremata con la Declaración Universal delos Derechos Humanos. Conozcamossiempre el protagonismo tenido en estoy no lo perdamos nunca de vista. El fe-minismo tiene un pasado muy presenta-ble en sociedad. No conozco ningúnmovimiento que haya ganado tanto noproduciendo víctimas en la parte contra-ria. Hay muchos otros que han logradobastante menos y a un costo terrible.

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LA TERCERA OLA

Coloquemos el reloj en 1968. En esetiempo vivimos. En el 68 comienza esaenorme agitación juvenilista que tam-bién estremece a todo el mundo. EnEuropa, pero a la vez en Berkeley, a la veztambién en América Latina. Es un bullir.En el sesentayochismo hay muchas co-sas mezcladas. En realidad es una aper-tura y un relevo de élites. Pero es un fe-minismo también. En este caso en elseno de la contracultura. El feminismode la tercera ola encuentra el encaje teó-rico que busca en la contracultura, unmixto de escuela de Frankfurt y freudo-marxismo. Pero, con bastante suerte,puede entrelazarlo con una obra origi-nalísima y extraña, porque estaba escri-ta en el 49, El segundo sexo, de Simonede Beauvoir. Este libro, compuestocuando se acaba el sufragismo, se em-pieza a leer en serio y a poner en prácti-ca es en el 68, y se convierte en la pautateórica-explicativa de que se dispone.A él se añade otra obra imprescindibleacerca del pasado inmediato, fantástica,La mística de la feminidad de BettyFriedan. Poco más tarde Kate Millet,Sulamith Firestone —y cada una ennuestros países encontraremos una re-ferencia de los setenta que podamosaportar 4—, completan el corpus teóricode este nuevo inicio. Todas van a ponerblanco sobre negro, si es vida digna ycompleta la vida que traemos. Y ello ini-cia un movimiento de agitación bastan-te fuerte.

La agenda de esta tercera ola es compli-cada: la plenitud de los derechos civiles—o pasarlos de derechos a hechos— ylos derechos sexuales y reproductivos.Hay un salto respecto de la agenda su-fragista corriente. Los derechos sexua-les y reproductivos, «mi cuerpo es mío»en la formulación que se ha hecho clási-ca, cae fuera del orden que, aún sin que-rerlo, el sufragismo respetó. Yo conocítodavía a algunas mujeres feministasque nos apoyaban todo, por ejemplo laAsociación de Mujeres Universitarias,que a nosotras nos parecían unas ancia-nas, tenían una media de cincuentaaños y nosotras veinte, que habían sidosufragistas y que, cuando les presentá-bamos esta agenda se paralizaban. Veía-mos con claridad que había algo en loque ya no nos podían seguir. Ellas perte-necían realmente a un orden de agendaanterior, donde habían tenido que decirque, con todo lo que se fuera consi-guiendo, por supuesto que se manten-dría la antigua decencia femenina.Cuando simplemente mencionábamosel aborto, aparecía el pánico. Nosotraséramos las primeras que, ante el frentemoralista, no reculábamos; por el con-trario, afirmábamos que sí, que eranuestra intención enterrar la antigua de-cencia. Nuestra actitud era osada y fir-me: no nos costaba nada, y si nos costa-ba nos lo tragábamos, reconocer quedesde siempre los moralistas habíansido unos genios; hablábamos como sifuéramos a coger la decencia y dejarlairreconocible.

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4 Aquí, por ejemplo, Lidia Falcón, Aurelia Campmany, Victoria Sau y una plétora de obras colectivas.

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No ha sido fácil esta agenda. Está en trá-mite, en vuestros países, en la mayoríaestá en todavía trámite legal. ¡Y conqué resultados, además! Los que ayermencionábais. En España la pudimoscompletar en el 86, después de aprobarel divorcio que tenía mayor consenso.Desde luego a todos los varones que yoconocía el divorcio les parecía bien. So-bre el resto tenían sus ideas. Divorcio sí,alguno tenía planes; recuerdo reunio-nes... peor todavía, recuerdo un mitin.Yo estoy pronunciando un mitin con losqueridos compañeros de candidatura;me toca hablar a mí, me tengo que le-vantar (estábamos en una mesa varios),y, cuando me levanto, empiezo a notarque me tira de la falda el jefe de filasdel partido en cuestión y comienza a su-surrar: «ni se te ocurra mencionar elaborto, ni se te ocurra citarlo, porqueperdemos todos los votos». Y yo allí,tironeada de la falda, pensando si lodigo o no lo digo. Añádase que en las fe-chas había que decir una paráfrasis, nose podía siquiera pronunciar el término;se sustituía por una paráfrasis, de carre-rilla, y en público, se decía «estamos afavor de la interrupción voluntaria delembarazo». Pero siempre alguien sedaba cuenta y haciendo aspavientos cla-maba “¡abortista!”; y ya estaba armada.Tú, a la paráfrasis, pero el otro traducía,porque no era tonto y sabía de qué esta-bas hablando. Fue, como todas, unaagenda dura.

Primero, durante diez años y en todoslos estados que no eran plenamente de-mocracias, ir hacia la democracia. Se-

gundo, conseguir la plenitud de los de-rechos civiles, porque en muchos casoslas leyes estaban hechas pero los dere-chos no estaban adquiridos. Que tan im-portante es reformar el derecho comoadquirir la costumbre de usarlo. Esto,como digo, llevó diez años. Pero luegohubo que ir a la parte dura de la agenda,los derechos sexuales y reproductivos eirlos consiguiendo. Porque sin estos, nose es libre. «Mi cuerpo es mío» la terce-ra ola lo afirma radicalmente. Sin esta li-bertad no se tiene ninguna de las otrasdel todo, porque se está a expensas dela voluntad de otro. O de lo que otro tepueda hacer. Y eso no puede ser.

¿Tiene una mujer que ir a la cárcel porabortar? Considere cada quien, yo mis-ma, que el aborto es un mal moral. Perono me diga nadie que es un delito penal.Sí lo es el infanticidio. Y lo seguirá sien-do. Por ello, todas nuestras leyes son le-yes de plazo, que dicen cuándo un em-barazo puede interrumpirse y en quésupuestos, incluida la voluntad de ha-cerlo en los plazos marcados. Lograresta parte de la agenda no depende deafinar los argumentos: siempre son losmismos y son conocidos. Pero hay quesaber qué fuerzas tensionan el campo,donde están y cómo se puede operarcon ellas. También hay que buscar laoportunidad. Y sobre todo es importan-te saber que no existe el octavo color.No nos podemos inventar el argumentodefinitivo y nunca oído, como nadiepuede obtener el octavo color del arcoiris. Conocer la historia de la vindicaciónayuda; conocer incluso los extraños tra-

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tamientos que este asunto ha tenido a lolargo de la historia del derecho y de laeclesiástica también ayuda a situarlo.Pero, en el fondo, la cuestión no es deargumentos. Quiénes buscan el debate,los que pretenden detener las medidas.Enredar para que la reforma no ocurra.Las confesiones religiosas se encallanporque ese es su punto fuerte. Daríaigual inventarse el octavo color del arcoiris. Lo que hay es un frente que dice«no» contra cualquier argumento y casicontra el sentido común. Sólo un funda-mentalista es capaz de decir que unablástula, que sólo se ve con microscopioy dificultosamente, es un ser humanocompleto. Se juega el último bastión delcontrol de la decencia femenina, eso estodo. Si es posible, lo mejor es sobrepa-sar el debate con los hechos, como Chi-le con la píldora del día después. Nocreo que en definitiva se lo ahorre, peroes un paso.

Tras asegurar los derechos sexuales yreproductivos, advino otra segunda agen-da, la paridad. A la pregunta de qué que-remos, tantas veces oída, ya puede res-ponderse: Es muy simple, la mitad detodo. ¿Y por qué?, ¿y por qué no? Argu-méntame por qué no. Dame tú el argu-mento nunca oído sobre mi incapacidad,ahora que, además, con las cifras en lamano, podemos demostrar que no sólono tenemos menos formación, sino quecomenzamos a tener más formación quelos varones. Cuéntame mi incapacidad ydime por qué, pese a mis insumos meri-tocráticos, que se pueden probar en lostítulos, en las escalas jerárquicas y de

poder, sean las que fueren, siempre meenredo y no subo. El dictamen del femi-nismo de los ochenta fue taxativo: laexistencia del techo de cristal. La pari-dad consiste en abatir el techo de cristalmediante el sistema de cuotas.

Hay, sin embargo, un error que convienedeshacer: las cuotas no son discrimina-ción positiva. Discriminación positiva esque se te dé un plus para que se cumplacierto objetivo final. Por ejemplo, maes-tros y maestras franceses hacen el mis-mo examen, pero ellos entran aunquesaquen mucha peor nota en las oposi-ciones. ¿Por qué? Porque es objetivo delEstado que la educación primaria quedecubierta igualmente por varones que pormujeres, por lo tanto, aunque ellos sa-quen peores notas, se les dará un plus yentrarán. Eso es discriminación positiva.No es discriminación positiva decir queel cincuenta por ciento de una lista elec-toral deben ser mujeres. Eso es una exi-gencia de imparcialidad. Si no lo asegu-ras por ley, se produce, como biensabemos, la discriminación. Con el siste-ma de cuotas las mujeres no piden queles den más, sino imparcialidad. Que tusexo no opere en tu contra.

El sistema de cuotas puede tener per-versiones y las conocemos. Que seasólo cuantitativo y no cualitativo. Esesistema al que el feminismo del 68 lla-mó patriarcado, existe y es un pactofuerte, en verdad muchos pactos muyfuertes, que excluyen a las mujeres delos bienes y de los derechos. Y el siste-ma no es tonto, sabe reproducirse en

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condiciones adversas. ¿Queréis muje-res? pues las vais a tener; las que yo osdiga. Si sólo se cumple la exigencia nu-mérica, puede estarse violando el fondodel asunto, porque se copte dentro de lafamilia, en el sentido amplio o restringi-do, o las fieles, buenas y sumisas. Lo va-mos conociendo. Por ello hace faltacompletarlo y afinarlo.

Tenemos agenda para cuatro siglos pordelante. El objetivo paridad, las leyes deigualdad como la que hoy se está pre-sentando en Comisión en el Parlamento,son nuestro presente. Pero nos quedabastante más, porque el feminismo tieneuna agenda internacional necesaria. Nopodemos desentendernos del resto delmundo. Aquello trotskista de que no sepuede dar el socialismo en un solo país,para el feminismo es bien cierto. En unsolo país o en un solo bloque civilizato-rio, no gana. O el feminismo se interna-cionaliza realmente en todo el globo, otodo lo conseguido corre peligro. Nosólo somos internacionalistas por ética,que también, sino por necesidad. Nosduelen en carne propia los abusos sobrecualquier mujer. Se nos ponen delantede los ojos y nos recuerdan qué frágil esnuestro estatuto. Sabemos que nuestrasconquistas pueden retroceder. Y no esque lo creamos, es que sabemos que enalgunos lugares retroceden.

Necesitamos realmente mucha informa-ción y también vernos. Por eso, aliadasenormes del feminismo son las confe-rencias internacionales. Por eso no de-bemos jamás parar su dinámica, sino

acudir a ellas, dentro o fuera del progra-ma. Es donde hacemos los conteos y laagenda. Es donde calculamos cuántassomos. Claro que también lo calcula elprójimo enemigo y actúa en consecuen-cia. Sí, cierto, todo el mundo calcula,pero a nosotras nos viene bien. El femi-nismo es un internacionalismo que eneste momento está produciendo algoasombroso: la autoconciencia de lasmujeres como grupo. Las mujeres nun-ca han tenido la conciencia de pertene-cer a un colectivo, sino de estar todasminorizadas. Ahora está surgiendo un«nosotras» global. El feminismo nosestá construyendo como sujeto político.Para ello necesitamos solidaridad, soli-daridad, política. Yo no digo que nosgustemos, pero mira, si nos gustamosademás, mejor. Si nos caemos bien,además, mejor. Pero si no nos caemosbien, si tenemos los esperables roces,hemos de actuar juntas igual. Porque essupervivencial para nosotras y para lasque están mucho peor que nosotras,que todavía son muchas.

Porque decidme, repasadas y refresca-das estas tres inmensas fases, sabiendoque estamos en la tercera y que le que-da mucha vida por delante, ¿cuántaspartes del planeta Tierra nos acompa-ñan en ella?, ¿cuántas no están en la se-gunda todavía?, ¿cuántas no están en laprimera? La Tierra en grande y todas lasagendas están abiertas, por páginas di-ferentes. Por eso yo sólo quería poner elreloj en hora. Y os doy las gracias por lapaciencia que habéis tenido en seguir-me. Ha llevado lo suyo. Muchas gracias.

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INTRODUCCIÓN

En el II Encuentro de Mujeres LíderesIberoamericanas, Amelia Valcárcel des-cribió las raíces históricas y teóricas delfeminismo, cuál fue y es su agenda ac-tual y cómo se llegó a constituir en elmovimiento internacional que hoy es.La perspectiva histórica con la que co-mienza su exposición nos ayuda a com-prender el contexto de origen de la vin-dicación feminista y cuáles fueron susfases, pero también Valcárcel trazó elmapa del presente político al conside-rar al feminismo como la teoría social ypolítica capaz de perfeccionar los mo-delos de democracia hoy existentes. Enesta conferencia se nos detalla en quéha consistido y consiste la agenda fe-minista, pero también con plena fuerzadescriptiva se hace referencia a cuáleshan sido y son los focos de resistenciaa la demanda de igualdad entre losexos y las vías de argumentación utili-zadas.

El feminismo nace en el seno de la Ilus-tración y nace como discurso crítico, uti-lizando las categorías universales de lafilosofía política contemporánea. El fe-minismo es un universalismo y como talcompara la situación de privación debienes y derechos de las mujeres conlas propias declaraciones universales. Elfeminismo, así pues, pretende corregiresta injusticia sexual. La vía argumenta-tiva utilizada es la que emanaba de lapropia razón, como describe Amelia Val-cárcel: «¿Qué es ser mujer? Ser mujer,afirmaba Poulain de la Barre, no es nada

diferente de ser varón. Pero ser mujer esnacer condenada a minoría de edad per-petua». ¿Por qué? Por el sexo en que na-ces. No por ninguna otra razón. ¿Quéhay que hacer? Romper esta situación.¿Por qué? «Porque la inteligencia, decíaPoulain de la Barre, no tiene sexo». Asíse procede a dar el salto a la vía autorre-flexiva. Es la capacidad autorreflexiva,el tomar conciencia de lo que pasa y porqué pasa, lo que permitió al feminismoponer en cuestión la tradición: puedeser que de la tradición hayamos hereda-do cosas que simplemente sean malosusos inveterados. En este sentido ¿nopuede ser la sujeción de las mujeres unmal uso inveterado que simplementehemos heredado? Como describe Val-cárcel si no aparece la ilegalización de latradición que es el cartesianismo, el fe-minismo no es posible. El feminismo,«hija no querida del pensamiento barro-co ilustrado», afirma que las mujereshemos sido sometidas secularmentepor obra de un abuso o un mal uso de latradición. A todo efecto, esta ilegaliza-ción de la tradición sigue presente en elsiglo XXI.

Ahora bien, de acuerdo a la tradición lasmujeres hemos sido adscritas al ordenreligioso y natural: madres y esposas yno ciudadanas. La mitad de la humani-dad ha sido considerada como unamasa precívica sujeta al orden divino y,por lo tanto, religiosamente determina-do por nuestra condición de pecadoraso sujetas al orden natural de las costum-bres, debido a nuestra específica «natu-raleza sexual», para evitar el desorden

2. COMENTARIO A LA CONFERENCIA DE AMELIA VALCÁRCEL

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moral de la sociedad. Así pues, el deste-llo de libertad que supuso para las mu-jeres la Ilustración, al apropiarse del mé-todo discursivo racional, fue frenadono por vía argumentativa, sino por el ri-dículo o el frente moralista. Como afirmaValcárcel, las mujeres muy pocas vecesen sus vindicaciones se enfrentan a unfrente político que les diga políticamen-te no. Se enfrentan primero al ridículo.Pensemos en el movimiento preciosis-ta, en el que las mujeres por primera veztratan de apoderarse del saber y son ex-pulsadas de él por vía de la mofa y el ri-dículo. Después aparecen los moralis-tas, cuando el ridículo deja de funcionar:qué es conveniente para educar a lagente, qué valores son los buenos ycuáles no, qué costumbres hay que res-petar y cuáles no… y contra este frentela vindicación de igualdad se estrellaporque «pervierte el orden moral de lasociedad». Y así seguimos: el mecanis-mo para poner freno a la libertad de lasmujeres y la vindicación de igualdad hasido el de ilegalizar políticamente la de-manda.Contra esa ilegalización el feminismoha hecho todos los meandros del río:el feminismo, como argumenta Valcár-cel, es una teoría, que dice qué es rele-vante y cómo ha de ser interpretado elmundo. Es una agenda, lo que hay quehacer; siempre hay una agenda. Unmovimiento, es decir una serie de gen-te que se compromete con la agendapara llevarla adelante. También es unconjunto de acciones no especialmen-te dirigidas o sólo parcialmente diri-gidas.

EL FEMINISMO COMO TEORÍA POLÍTICA

Qué entendemos por justicia, hastadónde alcanza nuestra libertad, a quié-nes aceptamos como iguales, son losfundamentos sobre los cuales las teoríaspolíticas construyen el modelo de socie-dad. En definitiva, la teoría política nosólo afecta al ordenamiento del Estado,sino que nos afecta a cada uno de nos-otros en torno a qué valores considera-mos relevantes y cuáles no; la teoría po-lítica nos construye como sujetos yconstruye la cohesión social.

El feminismo como teoría política hasido la primera corrección fuerte y signi-ficativa al democratismo ilustrado. ¿Hacambiado tanto el feminismo como con-junto teórico explicativo? No tanto. Elfeminismo es una de las tradiciones po-líticas probablemente más homogénea.Tanto sus recursos argumentativos,cuanto lo que dice, a quién se lo dice,cómo lo dice, contra qué argumenta,con qué argumentos, es enormementeestable, como conjunto. Tiene trescien-tos años a la espalda. A día de hoy el fe-minismo ha sido el mejor aliado de lademocracia.

MODELOS DE DEMOCRACIA

La confluencia entre feminismo y demo-cracia permite avanzar hacia sociedadesmás justas e iguales. Este fue el enun-ciado teórico desde el que se abordó, enel II Encuentro de Mujeres Líderes Ibero-

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americanas, la situación de América La-tina. Un análisis en torno a la democra-cia, en cualquier lugar del planeta, noslleva ineludiblemente a resaltar, deacuerdo con Amelia Valcárcel, los prin-cipios en los que se basa la convivenciademocrática. La primera regla de la de-mocracia se asienta en la separación dela Religión del Estado, el poder religiosoni puede ni debe interferir en lo público.La religión no es superior al poder políti-co; es un asunto privado. El segundoprecepto que garantiza la convivenciademocrática establece que la política esuna asociación espontánea en los sereshumanos que tiene que estar siempresometida a reglas. Así pues, hemos deentender la sociedad política como sifuera un contrato y la ley como el pro-ducto de la voluntad.

Si tomamos el fenómeno religioso enAmérica Latina y lo sometemos a la exi-gencia democrática de separar la Reli-gión del Estado nos aparece ya la prime-ra grieta que interrumpe la convivenciademocrática: la injerencia de la Religión,muy especialmente de la católica, en elEstado y sus leyes es constante. La clasepolítica en general no desea enemistar-se con la Iglesia Católica asumiendocomo legítimas demandas que atentancontra un dogma religioso 1. En el II En-cuentro de Mujeres Líderes Iberoameri-canas se puso de manifiesto que enAmérica Latina se vive una suerte de or-

den tutorial previo a la modernidad.Una parte de la producción de sentido laha tenido la Iglesia y buena parte de lacohesión social se hace descansar sobrela moral religiosa que impide la emer-gencia de determinados derechos. Elconflicto entre derechos y dogmas reli-giosos se hace evidente cuando nos re-ferimos a los derechos sexuales y repro-ductivos de las mujeres. La actitudbeligerante de la Iglesia hacia el recono-cimiento de los derechos sexuales y re-productivos de las mujeres alcanza tin-tes dramáticos e hipócritas si nosreferimos al aborto. Pese a que en el or-den privado se pueda reconocer que lainfluencia de la Iglesia en el acontecerpolítico es espuria, lo cierto es que mu-chos países prefieren ceder a la influen-cia vaticana antes que legitimar deman-das políticas. En el caso de AméricaLatina, las demandas políticas de lasmujeres suelen ser frenadas por el fren-te moralista que representa la Iglesia Ca-tólica: «Un claro ejemplo es la celebra-ción del “Día del no nacido”, fijada el 25de marzo —día de la Anunciación—, estafecha ha sido declarada oficialmente enArgentina, Costa Rica, Chile, El Salva-dor, Guatemala, Nicaragua y RepúblicaDominicana» 2. El frente religioso impi-de de manera sistemática la toma de de-cisiones de las mujeres. Para detener lainjerencia de los credos religiosos en elordenamiento jurídico, conviene tenerpresente que la ley no tiene como mi-

Comentario a la conferencia de Amelia Valcárcel

1 Marta Lamas, «Género, desarrollo y feminismo en América Latina», en La nueva agenda de desarrollode América Latina. Pensamiento Iberoamericano, nº 0, segunda época, p. 139, Madrid, 2007.2 Marta Lamas, ibid., p. 137.

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sión salvar las conciencias de la ciuda-danía, sino dar respuesta a los proble-mas sociales presentes en la sociedad.

La otra regla de oro de la convivenciademocrática establece que la sociedadpolítica está sometida a reglas. La inter-acción social de acuerdo a reglas se re-gula en parte gracias al reconocimientoy extensión de los derechos. Los dere-chos son reglas definidas institucional-mente que especifican lo que a las per-sonas les cabe esperar y pueden haceren relación con los demás. Por lo tanto,los derechos no se pliegan a un modode ser específico ni tampoco a una de-terminada presencia moral; regulan lasrelaciones sociales para que todo indivi-duo alcance su realización personal ytoda sociedad se ordene en torno a la in-clusión. De nuevo, si nos referimos ainteracción social y derechos en Améri-ca Latina surgen una serie de problemasque interrumpen la plena convivenciademocrática. Es una realidad que nuncaantes América Latina contó con regíme-nes electorales tan democráticos, peroes también una realidad que no se hallegado a la plenitud de los derechos ci-viles, de los derechos políticos, de losderechos sociales y económicos y de losderechos sexuales y reproductivos. Enmuchos países de América Latina las le-yes están hechas, pero los derechos noestán adquiridos y, como afirma AmeliaValcárcel, tan importante es reformar elderecho como adquirir la costumbre deusarlo.

La adquisición y el uso de los derechosen América Latina se ven continuamen-te interrumpidos por la profunda des-igualdad social. La desigualdad fragilizala convivencia democrática, la gober-nabilidad y el desarrollo institucional.Como pone de manifiesto el informe«La democracia en América Latina» nose puede hablar de una democracia ple-na cuando la mayoría de los ciudadanoscarecen de los recursos necesarios paraejercer sus derechos de ciudadanía 3. Lapobreza impide el acceso a los derechosciviles y distorsiona de manera notableel ejercicio de los derechos políticos.Cuando los derechos civiles están inte-rrumpidos se asiste a una devaluaciónde los derechos políticos. De ahí que ladesafección hacia la democracia, ligadaal descrédito de las élites políticas, sehalle muy asentada entre las personascon menor educación y con bajas o nu-las expectativas de movilidad social.

Como se comentó en el II Encuentro deMujeres Líderes Iberoamericanas,América Latina debe avanzar hacia mo-delos de democracia más representati-va y participativa, garantizando el plu-ralismo político: una parte del sistemainstitucional en la región integra sólo ala población estructurada en corpora-ciones o redes y condena al resto a laexclusión y la marginación. Así pues,los modelos políticos fracasan porque,en buena medida, no satisfacen las ex-pectativas de vida de parte de la pobla-ción, porque en ellos se produce un

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3 Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2004.

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abuso del poder y porque no son capa-ces de garantizar la cohesión social delos países. Como se afirmó en el II En-cuentro existe una fractura difícil de sal-var entre el estado y la sociedad y losmodelos de democracia son más elec-toralistas, que modelos que aseguren yconsoliden la emergencia de plenos su-jetos políticos ya que las demandas dela sociedad civil apenas sí se canalizane instrumentan políticamente, sobretodo las demandas de la población ex-cluida y marginada.

Resulta pues ineludible asentar mode-los democráticos que incluyan las vindi-caciones de las organizaciones civiles:reconocimiento de una efectiva igual-dad entre mujeres y varones, reconoci-miento de los derechos civiles y políti-cos de los grupos étnicos y culturales yestablecimiento de políticas redistributi-vas de la riqueza que cierren la profundabrecha existente entre una minoría de lapoblación que «disfruta de una riquezainsultante y una mayoría que sufre unapobreza intolerable». Ahora bien, las de-mandas de representatividad y partici-pación no están exentas de problemas yde posibles discrepancias entre los gru-pos o colectivos humanos excluidos.

Es un hecho que en las democraciasiberoamericanas, a diferencia de losmodelos democráticos de Europa, porejemplo, la tensión y el debate entrelos conceptos de «clase», «raza» y«sexo/género» produce serias diver-gencias en cuanto a los modelos de de-mocracia deseables. Las divergencias

afloran cuando nos referimos a los de-rechos sociales, económicos, cultura-les, sexuales y reproductivos o cuandonos referimos a derechos individualesy colectivos.

Históricamente la confluencia en la vin-dicación política de los conceptos de«clase» y «sexo/género» se ha resueltoen detrimento de las expectativas deigualdad para las mujeres. Las vindica-ciones de «clase» en el siglo XIX y buenaparte del XX, que ponían en cuestión ladesigual distribución de la riqueza,acentuaron, sin embargo, la división se-xual del trabajo al diferenciar de maneraabierta entre trabajo productivo y repro-ductivo, asignando el primero comopropio de los varones y el segundocomo exclusivo de las mujeres.

A día de hoy el concepto «clase» resultaoperativo para explicar la desigualdaden términos de reparto de la riqueza,pero es totalmente insuficiente para ex-plicar todas las formas posibles de opre-sión, sobre todo la opresión de las mu-jeres. Al describir la desigualdad nopodemos hacerla descansar únicamen-te en desigualdades materiales, sinotambién en desigualdades normativas yculturales que escapan a criterios distri-butivos. La desigualdad no es sólo ex-plotación, alienación y carencia de opor-tunidades, sino también todos losmecanismos de opresión y subordina-ción que se confabulan en torno a la ca-tegoría «sexo/género». Cuando se poneel énfasis en el concepto «clase» paraaplicar políticas de corrección de las

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desigualdades, la opresión y la subordi-nación ejercida sobre las mujeres se en-tiende como una cuestión de segundoorden. Así pues, la vindicación de «cla-se» no abate la estructura androcéntricay patriarcal. En el II Encuentro de Muje-res Líderes Iberoamericanas se denun-ció que la vindicación de «clase» asocia-da a la estructura patriarcal presente enla región impide que las políticas socia-les y económicas tengan un verdaderoimpacto sobre las mujeres. Las mujeresson excluidas del reconocimiento dederechos sociales y económicos. Porejemplo, no suelen ser receptoras prefe-rentes de las políticas redistributivas:acceso a los recursos productivos —pro-piedad de la tierra y de las empresas, ca-pital productivo, mecanismos de créditoy de ahorro—, acceso a la educación y lasalud, acceso a los derecho sexuales yreproductivos.

Por otro lado, la confluencia vindicativade «raza» y «sexo/género» histórica-mente tampoco se cerró de manera fa-vorable para las mujeres. Recordemos

brevemente que en siglo XIX el sufragis-mo se inicia dentro de los círculos aboli-cionistas. A partir de 1830 en Américadel Norte se formaron, de manera masi-va y organizada, grupos antiesclavistasde ideología liberal. Las mujeres partici-paron de manera activa en la recogidade firmas y peticiones abolicionistas 4.La participación organizada femeninaen los grupos antiesclavistas fue am-pliamente rechazada por sectores con-servadores, lo que suscitó la controver-sia sobre los derechos de las mujeres 5.Así pues, mujeres y varones que habíanempeñado sus vidas en la abolición dela esclavitud llegaron a la conclusión deque entre ésta y la situación de las muje-res, aparentemente libres, había más deun paralelismo 6. Pero este paralelismose truncó una vez finalizada la guerra ci-vil. Las sufragistas que habían apoyadode modo activo la Unión comprobaroncómo en 1866 el partido republicano,con el cual se habían identificado, alpresentar la Catorce Enmienda a laConstitución sobre el reconocimientodel voto extendía este derecho a los es-

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4 El papel de las mujeres en el gran movimiento abolicionista fue crucial, no sólo como asociadas, sinocomo promotoras y propagandistas. Por ejemplo, el alegato contra la esclavitud más leído y popular, fuela novela La cabaña del Tío Tom (1852), de Harriet Beecher Stowe (1811-1896).5 En 1837 tuvo lugar en Nueva York el primer Congreso antiesclavista femenino. Las hermanas Grimké re-alizaron giras de conferencias por diversas ciudades de Nueva Inglaterra. Denunciaban la complicidad delas iglesias en el mantenimiento de la situación de inferioridad de los negros. La reacción fue inmediata: laasociación de pastores congregacionistas publicó una carta pastoral que sostenía que el papel de las mu-jeres no consistía en tratar asuntos públicos.6 En 1838 Sarah Grimké en sus Cartas sobre la igualdad de los sexos y la situación de la mujer escribía:«Me regocijo porque estoy convencida de que a los derechos de la mujer, lo mismo que a los derechos delos esclavos, les bastará con ser analizados para ser comprendidos y defendidos, incluso por algunos delos que ahora tratan de asfixiar los irreprimibles deseos de libertad espiritual y mental que se agitan en elcorazón de muchas mujeres y que apenas se atreven a descubrir sus sentimientos». Citado en Antologíadel feminismo, Amalia Martín-Gamero (comp.), Alianza, 1975, p.102.

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clavos varones liberados y negaba ex-plícitamente el voto a las mujeres. Ni losrepublicanos accedieron a las deman-das de las sufragistas, ni el movimientoantiesclavista las quiso apoyar en susvindicaciones. Las mujeres sufragistasse quedaron solas para llevar adelantela vindicación de igualdad entre muje-res y varones.

En América Latina, a día de hoy, el ries-go en la confluencia vindicativa de«raza» y «sexo/género» se halla en lanoción de «identidad» que no significalo mismo aplicada a grupos étnicos oculturales, que aplicada a las mujeres.A un grupo étnico o cultural se le marginaal no reconocerle su especificad, a lasmujeres, por el contrario, se nos margi-na porque sobradamente se nos reco-noce nuestra especificidad basada en ladiferencia sexual. Independientementede la raza, clase o cultura a la que perte-nezca, por ser mujer tendré que darcuenta de una feminidad normativa im-puesta: la feminidad es una construc-ción normativa resultado de la domina-ción patriarcal. Ninguna cultura estáexenta de esta construcción normativaen torno a los sexos. Así pues, para mu-chos grupos sociales puede ser de vitalimportancia que se les reconozca suidentidad cultural o étnica; para las mu-jeres es de vital importancia justamentelo contrario: deflactar la identidad «sermujer». Por ello no es lo mismo aplicarpolíticas de reconocimiento que afirmanidentidades culturales o étnicas, queaplicar políticas de reconocimiento paraabatir designaciones. Por la primera un

grupo se refuerza, por la segunda se exi-ge la disolución de la designación quetermina por afectar igualmente al grupodominante que al oprimido. El feminis-mo basa su estrategia en la desactiva-ción normativa de la categoría «sexo».Hay que aplicar políticas de reconoci-miento que abatan las designacionesque proceden de las ideologías, normasy estereotipos sexuales. Y este compro-miso deberá afectar también a los gru-pos étnicos y culturales que no pueden«resguardarse» en la noción de «identi-dad cultural» para lograr el reconoci-miento de los derechos civiles y políti-cos y después negar la extensión deestos derechos a las mujeres en nombrede una identidad «normativa» que en-tiende los sexos como complementa-rios y no iguales.

HACIA UNA CIUDADANÍA PLENA

El modelo clásico de ciudadanía se cen-traba en el reconocimiento de los dere-chos civiles y políticos. El feminismo haconsistido, como afirma Amelia Valcár-cel, en ocupar espacios de libertad paralas mujeres, en constituir a las mujeresen sujetos políticos. Se puede afirmarque las mujeres hemos accedido a lacondición de ciudadanía en el sentidoclásico de elección y participación, aun-que siga existiendo una brecha profun-da en torno a la representatividad de lasmujeres y la consolidación de lideraz-gos. Pero a la vez que las mujeres he-mos ido ocupando los espacios que de-

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rivan del reconocimiento de los dere-chos civiles y políticos, el ideal de ciuda-danía se ha desplazado a los llamadosderechos de tercera generación o dere-chos de incidencia colectiva.

La categoría «derechos colectivos» haido abarcando una extensa y diversacantidad de situaciones: desde los dere-chos de incidencia colectiva (derecho aun medio ambiente sano, a la paz, delconsumidor, etc.) a los que se regulanen favor de un grupo diferenciado, másconcretamente los que tienen que vercon el reconocimiento de grupos étni-cos o culturales. Son estos últimos dere-chos colectivos los que pueden presen-tar un riesgo en la detentación deciudadanía para las mujeres, ya quebuena parte de la subjetividad colectivaen la que descansan reposa sobre«identidades normativas y culturales»que pueden ser reactivas para las muje-res. Como afirma Amelia Valcárcel, el fe-minismo tiene serios problemas de en-caje con cualquier comunitarismo o conuna referencia excesiva a los derechoscolectivos. El feminismo pertenece a latradición liberal de los derechos indivi-duales y siempre ha sido universalista.

Como se afirmó en el II Encuentro deMujeres Líderes Iberoamericanas la vo-cación de universalismo no es una agre-sión cultural. Es esta concepción de ciu-dadanía universalista la que nos hapermitido y permite concretar cuálesson los derechos individuales, los dere-

chos sociales y los derechos sexuales eintentar hacerlos extensivos a la huma-nidad en su conjunto, porque lo ciertoes que una buena parte del planeta care-ce de derechos individuales, sociales ysexuales, sólo poseen «identidades nor-mativas y culturales».

En algunas tradiciones o grupos cultura-les, con identidades normativas excesi-vamente rígidas, se interrumpe de ma-nera sistemática la emergencia delsujeto político. Así pues, sostener uno uotros modelos de ciudadanía es deter-minante a la hora de establecer las me-didas políticas para garantizar el reco-nocimiento de ciudadanía. Si no eressujeto político, la identidad normativa ycultural suele ser asignada no elegida,al menos así les sucede a una inmensamayoría de mujeres: que las mujeres,por ejemplo, no puedan acceder a lapropiedad de la tierra u optar a determi-nados puestos de trabajo… es una ne-gación de las mujeres como sujetos po-líticos, no es una negación de lasmujeres en cuanto portadoras de identi-dad normativa y cultural. Reforzar iden-tidades establecidas o supuestas no tie-ne nada que ver con el respeto mutuo ocon la elección individual. Como afirmaWalzer, «ninguna práctica cultural espe-cífica se convierte en condición para laciudadanía» 7.

En muchas ocasiones la identidad nor-mativa y cultural da por buenas y desea-bles conductas diferenciadas para muje-

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7 M. Walzer (1998): Tratado sobre la tolerancia, Barcelona, Paidós, p. 46.

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res y varones y, por lo tanto, quiebra elprincipio de igualdad. Así las cosas, laidentidad cultural plantea la cuestiónmás profunda de si una comunidad polí-tica comprometida con los derechos deigualdad y libertad de los individuos,puede también defender derechos co-lectivos para las minorías culturales. Ladiversidad cultural es una realidad, perotodas las culturas, sean mayoritarias ominoritarias, incorporan un repertoriode conductas de acuerdo a un conjuntode valores. Podemos y debemos, comoafirma Amelia Valcárcel, establecer unlímite al «irracionalismo valorativo» del«todo vale». Y un buen límite es poderanalizar críticamente cuál es la posiciónde las mujeres en una cultura determi-nada: «En cualquier tensión nosotros-ellos late un “vosotras” que no se men-ciona» 8. La vindicación de un derechocolectivo puede quebrar el reconoci-miento de los derechos individuales,máxime para las mujeres que en mu-chas de las culturas hoy existentes sonreconocidas como «nada más que mu-jeres» 9. Lo cierto es que el derecho a laigualdad entre los sexos establece lími-tes para cualquier grupo étnico o cultu-ral. Algunos grupos culturales ven enello una amenaza porque, ciertamente,

dar poder a los individuos puede poneren peligro la forma de vida colectiva.Cuando a las mujeres se las marcacomo reproductoras de cultura se lesestá impidiendo la entrada en lo públi-co, porque cuando las mujeres se cons-tituyen en sujetos políticos se da unapérdida, deseable, de la herencia cultu-ral. Esta afirmación rige para todas lasculturas, sean mayoritarias o minorita-rias, de ahí que en todas las culturas en-contremos siempre focos resistencialesa la aceptación de una ciudadanía plenapara las mujeres.

Afinando el modelo clásico de ciudada-nía, se puede afirmar que una ciudada-nía plena 10 debe cumplir los requisitosde elección, participación, distribuciónequitativa de la riqueza y reconocimien-to. La capacidad de elección no es otracosa que la afirmación del principio deautonomía de los sujetos. La afirmaciónde individualidad nos permite señalarcómo, dónde, por qué y a quién afecta lacarencia de libertad y cómo se materiali-zan las prácticas de dominación de unosindividuos o colectivos sobre otros. Laparticipación surge de la necesidad polí-tica de tener una ciudadanía informada,responsable con la comunidad y capaz

Comentario a la conferencia de Amelia Valcárcel

8 A. Valcárcel (2002): Ética para un mundo global, Madrid, Temas de Hoy, p. 41.9 «La cuestión de saber hasta qué punto y en qué sentido se desea ser reconocida como mujer es, en símisma, objeto de profundas controversias. Pues resulta evidente que las mujeres han sido reconocidascomo mujeres en cierto sentido —en realidad, como «nada más que mujeres»— durante demasiado tiem-po, y la cuestión de cómo dejar atrás ese tipo específico y deformante de reconocimiento es problemáticaen parte porque no hay una herencia cultural separada clara o claramente deseable que permita redefiniry reinterpretar lo que es tener una identidad de mujer». S. Wolf, en Ch. Taylor et al. (1993): El multicultura-lismo y la política del reconocimiento, México, FCE, pp. 109-110.10 Cfr. A. Miyares (2003): Democracia feminista, Madrid, Cátedra, Col. Feminismos, pp. 203-211.

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de participar en la toma de decisiones yel debate público. Una ciudadanía parti-cipativa necesariamente desarrolla unaconciencia pública crítica que permitedenunciar las injusticias y sus causas.Por su parte, la distribución equitativade la riqueza, sirve, a todo efecto, comoindicador social. Nos ofrece la radiogra-fía pertinente de cómo transita o a quiénalcanza la idea de dignidad humana. Ladistribución equitativa de la riqueza esel principio fundamental a partir del cualabordamos la justicia social y sexual.Por último, el reconocimiento nos apor-ta el parámetro valorativo y normativopor el cual consideramos al «otro»como un igual. Este ejercicio de abstrac-ción nos lleva, sin embargo, a concretarcómo debe discurrir la igualdad paraque no se quede en igualdad formal. Laigualdad como reconocimiento exigeque se aplique el principio de doble di-rección: «la igualdad nos cambia a to-dos». Como sociedades políticas quesomos en nuestras manos está el cam-biar las actitudes y percepciones de los«unos» sobre los «otros», de los «otros»sobre los «unos».

QUÉ HAY QUE HACER Y CÓMO HACERLO

Qué hay que hacer para erradicar la des-igualdad entre mujeres y varones verte-bra la agenda feminista. En un primermomento, en la primera ola del feminis-mo, la agenda fue mínima: libertad en laelección de estado y acceder a una cier-ta educación. A día de hoy, esta agenda

está por cumplirse en partes del planetaTierra y como ya sucediera en los siglosXVII y XVIII las mujeres que hoy la deman-dan necesariamente argumentan queesta vindicación mínima no altera el or-den, sino que lo asegura. Como argu-menta Valcárcel las mujeres han tenido,y aún hoy, que revestirse de decenciapara eludir las invectivas del frente mo-ralista.

La agenda feminista se amplió en la se-gunda ola del feminismo, el movimien-to sufragista, a la vindicación de los de-rechos civiles y políticos, intensificando,a su vez, la vindicación de los derechoseducativos a los tramos superiores de laenseñanza, ya que la educación es el pi-lar sobre el que se asentaron y asientanlos derechos civiles y políticos. De nue-vo la argumentación, transcurrió dentrodel orden de la domesticidad, del recatoy la decencia.

En la tercera ola del feminismo, en laque nos encontramos, se amplió laagenda a los derechos sexuales y repro-ductivos. En este momento no cabeapelar a la decencia o al recato, frente aun orden moral que evita el reconoci-miento de estos derechos a las mujeres.La realidad es que la vindicación de es-tos derechos sí altera el orden vigente,porque la construcción de la feminidades una construcción patriarcal que partede la definición de las mujeres como«un ser para otros», mientras que el fe-minismo apela a las máximas «mi cuer-po es mío» y «lo personal es político».Apenas si puede haber vías de encuen-

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tro en posiciones tan diferenciadas. Asípues, los frenos morales a la extensiónde los derechos sexuales y reproducti-vos a las mujeres son frenos culturalespatriarcales que parten de la considera-ción de que los sexos son complemen-tarios —uno con más capacidad de re-signación y sacrificio, las mujeres—,pero no exactamente iguales.

La agenda de esta tercera ola se com-pleta, por otra parte, con la vindicaciónde paridad en la representación de lossexos. Como afirma Amelia Valcárcel, laparidad es abolir el «techo de cristal»mediante el sistema de cuotas o la pari-dad. En el acceso, por ejemplo, al poderpolítico, mujeres y varones ostentan po-siciones divergentes de representati-vidad. El poder político es detentadomayormente por varones. El nimio por-centaje de mujeres a escala mundial enlas instituciones representativas y la di-ficultad de las mujeres para consolidarel liderazgo en aquellos países que ofre-cen datos aceptables de representativi-dad son indicadores exactos de una ciu-dadanía deficitaria de las mujeres. Asípues, para poder hablar de una demo-cracia plena, como se puso de manifies-to en el II Encuentro de Mujeres LíderesIberoamericanas, no sólo han de cum-plirse los criterios de voto individualiza-do, diversidad de partidos y periodoselectorales, sino corregir también los fa-llos de representatividad. De ahí que elfeminismo entienda la paridad como underecho que asegura la representativi-dad proporcional de los sexos. La pari-dad asegura los derechos políticos y ci-

viles de las mujeres y permite que, a ni-vel político, se asuma, aunque sea ensus mínimos, la agenda feminista. Antela vindicación de paridad no caben ape-laciones al mérito o la capacidad paranegar la aplicación de criterios parita-rios, más bien se convierte en pertinen-te preguntar por qué, pese a las eviden-tes capacidades meritocráticas de lasmujeres, siempre en las escalas jerár-quicas del poder apenas sí estamos re-presentadas.

Por otra parte, esta agenda feminista seconstruye en torno a una agenda inter-nacional absolutamente necesaria.Como señala Amelia Valcárcel, esta vo-cación de internacionalismo del femi-nismo está produciendo la autoconcien-cia de las mujeres como sexo y no sólopor ética, sino también por necesidad:las mujeres sabemos que nuestras con-quistas pueden retroceder, que no essuficiente que un país o un bloque civili-zatorio avance en igualdad. A día de hoyno todas las partes del planeta están enesta tercera fase de la agenda feminista,pero todas las agendas están abiertasaunque sea por páginas diferentes.

La agenda feminista necesita de una vo-luntad política y esa voluntad política,de hacer, de cambiar la realidad se hacereal gracias al movimiento feminista y ala capacidad de éste para convertir susdemandas en acciones. Fue en la segun-da ola del feminismo cuando las vindi-caciones de igualdad se articularon através de un gran movimiento que reco-rrió todos los países, el movimiento su-

Comentario a la conferencia de Amelia Valcárcel

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fragista. A partir de ahí resurgió confuerza a finales de los sesenta del si-glo XX.

Ahora bien, muchas de las mujeres, tan-to en España como en América Latina,que se comprometieron con la agendafeminista en los años setenta y posterio-res, lo hicieron asumiendo «la doble mi-litancia», esto es, estaban comprometi-das con la vindicación de igualdad entrelos sexos y a su vez militaban en parti-dos políticos de izquierdas enfrentadosa las dictaduras aún existentes o enfren-tados a un orden social caduco al quehabía que darle la vuelta. La realidad esque la experiencia de «la doble militan-cia» no fue en absoluto favorable a lasexpectativas de cambio por parte de lasmujeres feministas. La lucha contra lasdictaduras o la pugna por llegar al poderfavoreció que los compañeros varonesrelegaran a una cuestión de segundo or-den la vindicación feminista, bien porestrategia «no hacerse más enemigosde los debidos», bien por resultarles ex-cesiva «hasta dónde pensáis llegar».Una mezcla de las dos paralizó la de-

manda feminista: los varones felizmen-te acomodados en el orden patriarcal nopercibían como necesario abanderar lademanda de igualdad entre los sexos,que si bien ponía del revés el orden he-redado también se volvía contra ellos.Así pues, muchas de las mujeres que vi-vieron «la doble militancia» terminaronpor abandonar la militancia en los parti-dos políticos y se volvieron escépticasante las potencialidades de cambio quelos partidos políticos decían ofertar.

Sin embargo, esta penosa experienciadel feminismo español como del iberoa-mericano, alentaría los cimientos de unfeminismo que nunca olvidó ni abando-nó su raigambre política. El feminismoes una teoría política. A día de hoy, el es-cepticismo inicial en los inicios de lasdemocracias, o en la mayor estabilidadde otras, está dando paso a una con-fluencia necesaria entre los partidos po-líticos —sobre todo de algunas mujeresque militan en estos partidos— y el mo-vimiento feminista. La realidad es quesin un mínimo de confluencia es difícilhacer valer la agenda feminista.

Alicia Miyares

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