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El capitalismo en un mundo bipolar. La Guerra Fría: Estados Unidos-Unión Soviética Durante la Segunda Guerra Mundial los países europeos movilizaron todos sus recursos económicos y sociales para satisfacer la demanda del esfuerzo bélico, Entre todos, alcanzaron en el invierno de 194:3-1944 un punto superior a cualquier otro momento de la historia, incluyendo los años de la Gran Guerra entre 1914 y 1918. Más de una tercera parte del producto neto mundial se destinó al conflicto que se sostuvo sobre la base de la ampliación permanente de la producción, la disminución del consumo de las poblaciones civiles y el agotamiento del capital y los recursos naturales. Así, al finalizar la contienda mundial en 1945, amplias regiones de Europa -y de África y Asia- se encontraban virtualmente devastadas económicamente. Un severo colapso demográfico se generalizó en el viejo continente, sobre todo en Francia, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Grecia, Rumania y la Unión Soviética. En total, habían muerto en el mundo unos 60 millones de personas, no sólo militares en los campos de batalla, sino también civiles de las ciudades y de ámbitos rurales. Desde el punto de vista infraestructural, la situación era también crítica. La destrucción material producida durante la Segunda Guerra Mundial fue mucho mayor que en la anterior guerra. No sólo porque las armas desarrolladas

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El capitalismo en un mundo bipolar.La Guerra Fría: Estados Unidos-Unión SoviéticaDurante la Segunda Guerra Mundial los países europeos movilizaron todos sus

recursos económicos y sociales para satisfacer la demanda del esfuerzo bélico,

Entre todos, alcanzaron en el invierno de 194:3-1944 un punto superior a

cualquier otro momento de la historia, incluyendo los años de la Gran

Guerra entre 1914 y 1918. Más de una tercera parte del producto neto mundial

se destinó al conflicto que se sostuvo sobre la base de la ampliación

permanente de la producción, la disminución del consumo de las poblaciones

civiles y el agotamiento del capital y los recursos naturales.

Así, al finalizar la contienda mundial en 1945, amplias regiones de Europa -y de

África y Asia- se encontraban virtualmente devastadas económicamente.

Un severo colapso demográfico se generalizó en el viejo continente, sobre todo

en Francia, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Grecia, Rumania y la Unión

Soviética. En total, habían muerto en el mundo unos 60 millones de personas,

no sólo militares en los campos de batalla, sino también civiles de las ciudades

y de ámbitos rurales.

Desde el punto de vista infraestructural, la situación era también crítica. La

destrucción material producida durante la Segunda Guerra Mundial fue mucho

mayor que en la anterior guerra. No sólo porque las armas desarrolladas

durante el conflicto eran mucho más poderosas, sino porque el área de

operaciones de guerra se extendió a todos los océanos y continentes, con

excepción de América y la Antártida.

Las comunicaciones quedaron interrumpidas por la destrucción de caminos,

puentes y vías férreas, lo cual afectó gravemente el intercambio internacional y

el comercio entre los Países. Los vehículos y ferrocarriles estaban en estado

ruinoso. Muchas ciudades habían sido literalmente reducidas a escombros.

Numerosos poblados y aldeas campesinas fueron arrasados por el fuego y la

destrucción. En amplios espacios rurales -sobre todo en Alemania y Europa

oriental- la producción agrícola había descendido a niveles alarmantes, al

perder la tierra su fertilidad por el abandono y los bombardeos. La producción

minera se encontraba casI al borde del colapso en Alemania y Gran Bretaña

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hacia 1945. Aun a principios de 1947, la producción inglesa era un 13 por

ciento inferior a la del período 1935-1939, mientras que la alemana de la

cuenca del Ruhr era un 40 por ciento de la de antes de la guerra.

Paralelamente, la producción manufacturera se había detenido en muchas

ciudades ante la devastación de las fábricas por los bombardeos sistemáticos

de aviones y barcos, sobre todo en Alemania. En los casos de Francia e !taha,

la producción siderúrgica tras el fin del conflicto no se reanudó ante la

emergencia de una ola masiva de huelgas obreras.

En el campo de las finanzas, varios países se encontraban exhaustos, lo cual

motivaba serias presiones inflacionarias sobre sus economías nacionales. En

términos generales, la balanza de pagos de Europa con relación a Estados

Unidos era gravemente deficitaria, ante la acumulación de las deudas impagas

contraídas durante la guerra y la carencia crónica de divisas. Ahora bien,

aunque existían variaciones regionales (por ejemplo, las neutrales Suecia y

Suiza habían quedado relativamente protegidas de los daños ocasionados por

la guerra), esta situación catastrófica del viejo continente distaba mucho de la

de Estados Unidos, escenario donde no se había combatido y se encontraba

con su infraestructura económica intacta. Hacia 1950, Estados Unidos poseía

por sí mismo el 60 por ciento del capital de todos los países capitalistas

avanzados y generaba casi el 60 por ciento de la producción total.

Fue así precisamente Estados Unidos el que se convirtió en el promotor e

impulsor de la reconstrucción europea y de Japón. Y a diferencia de la política

de los vencedores de la Primera Guerra Mundial -cuando Inglaterra y Francia

habían reclamado indemnizaciones económicas a Alemania, lo que provocó

una severa crisis económica hasta 1923-, Estados Unidos, tras la segunda

contienda, promovió una rápida reconstrucción de Europa occidental y de

Japón.

Ya durante la guerra Estados Unidos había sido, por medio de la Ley de

Préstamos y Arriendos, el principal proveedor de Inglaterra y, en menor

medida, de la Unión Soviética. A partir de julio de 1945 empezó a movilizar la

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ayuda económica a Europa, especialmente a Gran Bretaña y Alemania

Occidental, por medio de varias instituciones, entre las cuales cobró

importancia la United Nations Relief and Rehabilitation Administration.

Esta entidad distribuyó, hasta principios de 1948, veinticinco mil millones de

dólares para la reconstrucción.

Sin embargo, desde abril de 1948, entró en vigor el Plan Marshall, una notable

reorientación política de los recursos estadounidenses disponibles, para

ajustarlos a la nueva realidad geopolítica mundial: la Guerra Fría.

Es que con la crisis de Berlín de 1948 y el comienzo de la

Guerra de Corea (l950-1953) emergía una nueva división política internacional,

donde el mundo ahora quedaba polarizado en dos grandes áreas de influencia

en puja constante: los países comunistas, encabezados por la Unión Soviética,

y los capitalistas, cuya principal potencia rectora era Estados Unidos.

La Guerra Fría se transformó en el nuevo escenario internacional de disputa

entre las dos superpotencias. Con la Revolución Cubana de 1959 v la crisis de

los misiles de 1961, quedo claro que ambas superpotencias tenían capacidad

nuclear para destruir al adversario, pero no podían evitar la réplica del otro.

Por ende, un equilibrio del terror se instaló sobre el mundo bipolar. Se desató

entre la Unión Soviética y Estados Unidos, al mismo tiempo que una puja

propagandística y retórica de amplia difusión mediática, la competencia por

extender sus respectivas áreas de influencia, sobre todo en el llamadlo ''Tercer

Mundo" (fundamentalmente, los países de Asia, África y

América Latina). Pero, además, se desató la carrera armamentista, basada en

la innovación permanente en tecnología satelital y militar (especialmente,

misiles balísticos nucleares intercontinentales, o ICBM). Esta competencia

entre las dos naciones más importantes del planeta absorbió buena parte de

sus recursos económicos, financieros y científicos.

En este muevo contexto internacional, la ayuda norteamericana se circunscribió

entonces a sus nuevos aliados, Japón y los países occidentales de Europa -

especialmente Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania Occidental y los Países

Bajos-, motivada por el temor a que disturbios sociales y políticos devinieran la

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instalación de regímenes comunistas en su área de influencia. El Plan Marshall

proporcionó, por medio de préstamos y créditos, una amplia ayuda financiera

para fomentar la recuperación industrial y agraria, restringir la inflación y

contribuir a la estabilidad política de los países beneficiados.

Varias instituciones occidentales intervinieron en este gran proceso de

financiamiento y reconstrucción de las agotadas economías del viejo continente

y de Japón: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial fueron los

más importantes. Pero también se propició la firma del Acuerdo General sobre

Tarifas y Comercio (GATT). El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco

Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (Banco Mundial) fueron

creados tras las negociaciones de Bretton Woods de 1944, aún durante la

Segunda Guerra Mundial. En principio, su objetivo era asegurar la cooperación

económica entre las naciones. La economía occidental. El gran motor de esta

situación fue el capitalismo de Estados Unidos, que durante ese período

cuadruplicó sus exportaciones al resto del mundo. Sin embargo, vale precisar

que, distinguiendo este gran proceso de crecimiento económico en Occidente

por sectores, encontramos algunas diferencias que nos previenen contra

generalizaciones arbitrarias.

En el agro, la mecanización acelerada, junto al surgimiento de los empresarios

agrícolas, favoreció el incremento de la productividad.

Asimismo, en la producción de energía el proceso se favoreció por la

sustitución del carbón por petróleo. Pero, en el ámbito comercial y en el sector

de servicios, el crecimiento fue relativamente menor, debido a la todavía

reducida escala de muchos de ellos y a la persistencia de empresarios

independientes en las actividades terciarias.

Particular interés reviste el caso de Alemania. La destrucción física, económica,

demográfica y financiera tras la Segunda Guerra Mundial llevó el país al caos

económico. Desastre potenciado además por la división política de Alemania

en dos países: el sector occidental, capitalista. y el oriental, comunista y la

división de la misma capital, Berlín, en dos áreas: una bajo control de la Unión

Soviética y la otra de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. Pese a los

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esfuerzos americanos de ayuda económica, aún en 1947, la producción

industrial germano-occidental era un 40 por ciento inferior respecto del nivel de

1936. Sin embargo, a partir de 1948 Alemania Occidental comenzó a resurgir.

La gradual consolidación soviética en el sector oriental generó un cambio en la

política de los vencedores en Alemania Occidental. En 1947se unificaron las

zonas de ocupación americana y británica, a las que luego se sumó la

francesa. A partir de 1948, una importante reforma --con la creación de una

nueva moneda y una serie de medidas económica basadas en la ayuda

económica americana en el contexto del Plan Marshall- promovió un gran

mercado interno que potenció la demanda y el notable incremento de la

producción industrial. De esta manera se generaron las condiciones para que

en las dos décadas siguientes se produjera el llamado “ milagro alemán": el

producto nacional bruto se triplicó entre 1950 y 1964.

Ahora bien, más allá del caso germano, una de las características

fundamentales del período que media entre 1945 y 1975 fue la búsqueda

generalizada, en los países occidentales, de la mejora de la calidad de vida de

las poblaciones, el incremento de la inversión y la garantía de pleno empleo, a

partir de una mayor intervención del Estado en la economía, siguiendo la nueva

ortodoxia económica de la época: el keynesianismo. Es que en el nuevo

contexto de la Guerra Fría y la alternativa que planteaba al capitalismo el

sistema comunista (que mostraba un gran énfasis en el esfuerzo por mejorar la

salud y la educación de la población así como garantizar el empleo) los

gobiernos occidentales desarrollaron amplias políticas públicas a partir de la

fuerte intervención del Estado, con miras a disminuir el conflicto social:

surgieron así los Estados de bienestar.

2. El rol del Estado: el keynesianismoEntre 1945y 1975, las políticas económicas keynesianas de los Estados de

bienestar pasaron a ser claramente hegemónicas entre los gobiernos de

Occidente. La consolidación de los Estados de bienestar fue de tal magnitud

que, a fines de los 70, Australia, Bélgica, Francia, Alemania

Federal, Italia y Holanda destinaban al bienestar social más del 60 por ciento

del gasto público. Los efectos del nuevo modelo económico sobre el

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crecimiento fueron mayúsculos. Durante las dos décadas siguientes a la

finalización de la Segunda Guerra Mundial se produjo un notable incremento

del producto bruto industrial en Estados Unidos y en Europa occidental. Entre

1948y 1963, Alemania creció a un promedio anual de 7,6 por ciento, Francia a

4,6 por ciento, Italia a 6 por ciento, el Reino Unido a 2,5 por ciento. Holanda a

4,7 por ciento, Austria a 5,8 por ciento.

Así, entonces, aunque con las particularidades propias de cada país, puede

decirse que en líneas generales en la gran mayoría de los países occidentales

se había conformado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial una economía

mixta que estimulaba un crecimiento económico fuertemente dinamizado por la

combinación de la actividad estatal, los sindicatos y el sector privado. El pleno

empleo y la seguridad social fueron los pilares que garantizaban la

reproducción de este nuevo período de desarrollo.

Fundado en la redistribución de la renta y el incremento del gasto público, la

política keynesiana de los gobiernos estimuló notablemente la demanda, sobre

todo a partir de la intervención estatal en la economía. El Estado de bienestar

se caracterizó por las fuertes acciones reguladoras de la actividad económica a

fin de apuntalar ese crecimiento sostenido de la demanda.

Las políticas de créditos de largo plazo y bajas tasas de interés para la

construcción de viviendas, proteccionismo .arancelario para las industrias,

medidas cambiarías y monetarias para favorecer las exportaciones, fueron las

principales medidas adoptadas. Paralelamente, se afianzó una amplia política

de estimulación de la demanda, básicamente a través de incrementos de

salarios, premios, subsidios y subvenciones familiares para los trabajadores. .

También se impulsó la gestión directa de empresas nacionalizadas para la

construcción de obra pública (puentes, caminos, carreteras, autopistas,

puertos, viviendas y edificios gubernamentales, etc.).Muchas empresas

privadas pasaron a ser propiedad de los Estados, otras directamente fueron

creadas por los gobiernos. Las minas de carbón en Inglaterra y en Francia

estaban nacionalizadas. En Francia, Alemania, Italia, Gran Bretaña la

producción de electricidad estaba en manos del Estado. Lo mismo debe

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señalarse para el transporte aéreo y el marítimo. El 40 por ciento de los bancos

franceses e italianos eran estatales.

En este marco, entonces, los sindicatos y las empresas privadas buscaron

acuerdos para mejorar los ingresos de los trabajadores, teniendo en cuenta las

políticas de inversión privada. En el ámbito laboral, el Estado de bienestar,

interesado en minimizar el conflicto social se reservó el lugar de árbitro en la

negociación entre trabajadores y la patronal e impulsó la concertación social y

los acuerdos colectivos de trabajo.

Al estimular de todas estas maneras la demanda, fueron las industrias de la

construcción de viviendas, las automovilísticas, las petroquímicas y las

electrónicas, todas relacionadas estrechamente con los objetivos buscados por

el Estado de bienestar, las que obtuvieron notables incrementos de producción

y ampliaron su oferta de productos estandarizados. También el sector servicios

ingresó en una etapa de expansión, mientras que las economías regionales

igualmente se vieron favorecidas por una amplia política fiscal y crediticia que

buscaba incentivar la radicación de empresas que promovieran la generación

de empleo en las áreas más alejadas de cada país.

Paralelamente el sector privado, y sobre todo el que contaba con apoyo

gubernamental, se lanzó a inversiones directas en el extranjero y promovió el

surgimiento de las llamadas "empresas multinacionales". Se expandieron por el

mundo occidental, donde fundaron filiales sobre todo en el Tercer Mundo

(Volkswagen, Coca-Cola, General Motors, entre otras), con el objetivo de

obtener mano de obra barata.

En el caso de las compañías estadounidenses, sus filiales en el extranjero

pasaron de unas 7.500 en 1950a más de 23 mil en 1966. Algunas empresas

alcanzaron tal autonomía que comenzaron a ser independientes respecto de

sus territorios de origen desde el punto de vista financiero, como es el caso de

JVC, originalmente la filial japonesa de la Victor Company. Al mismo tiempo,

encontramos que el modelo fordista de organización del trabajo se expandió

durante las décadas del 50y 60, sobre todo en las grandes industrias. De esta

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manera, se afianzó la producción estandarizada de bienes manufacturados y

se incrementó geométricamente la oferta de productos.

Esta extensión del fordismo posibilitó la modificación de la estructura social de

clases, al desarrollarse dentro de los sectores asalariados nuevas categorías

de obreros, que diferenciaron a los no especializados de los especializados,

como lo técnicos e ingenieros, así como directores y ejecutivos de niveles

medios y altos en la gestión de las empresas. Además, a medida que se

afianzaba la estandarización de los productos, perdieron importancia relativa

los talleres de reparación en detrimento de las cadenas de comercialización la

distribución y los servicios posventa. Asimismo, los Estados de bienestar

garantizaron el crecimiento de la demanda a partir de la ampliación de los

sistemas educativos existentes. Se buscaba la igualdad de oportunidades para

todos los ciudadanos y, paralelamente, la mejora de la calidad del trabajo.

En este contexto, las universidades se abrieron y masificaron, puesto que los

sectores medios y aun algunos de los de menor renta, ingresaron a la

educación terciaria a partir de un amplio sistema de becas. Se incentivó

financieramente la investigación básica y la aplicada, coordinada e integrada en

muchos casos a las actividades científicas del sector privado.

En las áreas de salud, seguridad y justicia, el incremento del gasto social

motivó también un fuerte crecimiento de la demanda, al estimular el alza de la

calidad de vida de la población. La expectativa de vida promedio, que en

Europa era hacia 1900 de cincuenta años, pasó a setenta a comienzos de

1970. Aunque pueden establecerse diferencias y matices en función de cada

una de las regiones, en líneas generales debe señalarse que en todos los

países industrializados de Occidente bajó la mortalidad infantil. También hubo

una drástica disminución de las enfermedades epidémicas a partir de la

introducción de masivas campañas de vacunación entre las poblaciones y la

utilización de antibióticos. Esta mejora en la vida cotidiana durante los años 50

y 60 se tradujo entonces en nuevos cambios culturales, a partir de la

modificación de los hábitos de consumo.

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La sociedad de consumo de masas, profundamente incentivada por amplias

políticas de créditos a plazo y constante publicidad se generalizó en Occidente.

La introducción de tecnología en el proceso de trabajo redujo el esfuerzo físico

y posibilitó la extensión de los períodos vacacionales de los obreros y los

sectores medios, en general fijados en función de la antigüedad en el puesto de

trabajo.

Asimismo, el ocio, las actividades recreativas y las vacaciones se potenciaron

con las mejoras en los transportes internacionales. Los barcos y aviones

modernos movilizaron el turismo de masas, que se convirtió en una nueva gran

industria. Los gobiernos promovieron el flujo de turistas mediante la agilización

de los visados en la mayoría de los países. Los hoteles, moteles y campings

florecieron. Empresarios e innovadores organizaron ferias, congresos,

festivales, exposiciones, peregrinaciones y todo tipo de actividades para

incentivar excursiones, turismo y viajes. Norteamericanos, japoneses y

europeos recorrían el mundo gastando millones de dólares. Antes de la

Segunda Guerra, habían viajado a Centroamérica y el Caribe apenas más de

150 mil norteamericanos, pero entre 1950 y 1970 la cifra creció a casi 7

millones. A fines de los 70, España e Italia acogían alrededor de 55 millones de

extranjeros al año.

En los sectores rurales se introdujo masivamente tecnología agrícola moderna

a fin de incrementar la productividad por agricultor. Pero ello favoreció aun más

el proceso de sustitución del trabajo humano por maquinaria. Así, se produjo

una revolución social inédita en Occidente: el fin del campesinado, al generarse

migraciones masivas de campesinos a las ciudades (Hobsbawm, 1995: 292

ss.). Estos nuevos pobladores recién llegados a los centros urbanos para

proletarizarse nutrieron a las empresas manufactureras de un importante flujo

de mano de obra relativamente más barata mientras, en el campo, la

innovación tecnológica gravitó decisivamente para la desaparición final de la

antigua aldea campesina. Los tractores y los fertilizantes incrementaron los

rendimientos agrícolas: en 1957, la producción agrícola europea era 35 por

ciento más elevada que en 1937. Asimismo una amplia política de subsidios al

campo por parte de los Estados de bienestar configuró el factor decisivo en la

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promoción de la producción de alimentos en el viejo continente, bajando

considerablemente las importaciones desde el exterior. Hacia mediados de la

década del 60, con excepción de Gran Bretaña, los países de Europa

occidental cubrían el 95 por ciento de sus necesidades cereal eras.

Agotamiento y crisis del Estado de bienestarEntre fin de la década del 60 y comienzos de los 70 una serie de múltiples

factores motivaron la crisis del Estado de bienestar en el capitalismo occidental

y el fin de las políticas keynesianas.

Varios problemas habían surgido durante la llamada "edad de oro". Sucedía

que el equilibrio del Estado de bienestar, basado en la coordinación

permanente entre el crecimiento de la productividad y el de las ganancias, tenía

un talón de Aquiles: se derrumbaba si se producía un aumento desmesurado

de los salarios o bajaba la producción.

Ahora bien, un factor fundamental que atentó contra el Estado de bienestar

desde fines de la década del 60 fue la persistencia de un proceso mundial de

crecimiento inl1acionario motivado por varios factores. Por una parte, la

primacía estadounidense cedió paulatinamente ante el avance de Europa

occidental y Japón, que se convirtieron con el paso de los años en sus

competidores económicos. Estados Unidos sí había crecido durante los años

50 y 60, pero en comparación lo había hecho mucho más lentamente. Como

las monedas europeas se encontraban ligadas sin modificaciones desde 1949

al dólar y hacia fin de la década del 60 la relación de paridad todavía no había

cambiado, la moneda norteamericana se encontraba sobrevaluada. Entonces

la balanza comercial de Estados Unidos comenzó a ser cada vez más

deficitaria, frente al superávit que registraban las balanzas de Japón y los

países de Europa occidental que incrementaban sus exportaciones. Por ende,

cuando la superpotencia americana comenzó a endeudarse: en. 1971 el

presidente Richard Nixon suspendió la convertibilidad del dólar respecto del oro

y tomó medidas restrictivas para las importaciones y controles de precios y de

salarios a fin de reducir la inflación.

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Pero, por otra parte, y desde el punto de vista ideológico y político, la

proliferación, en la década del 60, de movimientos de descolonización en África

y en Asia y los de "liberación nacional" en Latinoamérica, en parte financiados y

apoyados por países comunistas como la Unión Soviética, China o Cuba en el

contexto de la Guerra Fría, promovían el fin de la imagen de Estados Unidos

como gendarme eficaz del capitalismo mundial. Fue sobre todo la resistencia

de los comunistas vietnamitas a la invasión americana y su victoria final en

1975 las que generaron mayor desconfianza en Occidente sobre el real poderío

militar de Estados Unidos para enfrentar y contener al comunismo.

En este contexto, si para fines de los años 60 Estados Unidos había buscado

incrementar cada vez más su gasto militar en detrimento del gasto social, con

ello se motivaron aun más las luchas sociales y las protestas estudiantiles. De

esta forma, aunque la producción industrial americana creció impulsada por la

demanda de la guerra de Vietnam, no se redujo

el progresivo aumento de la desocupación y de la inflación. Además, con este

incremento del gasto bélico, el Estado americano ya no podía asegurar el

normal desenvolvimiento de los servicios públicos, ni de la salud ni de la

educación desmejorando notablemente en algunas regiones la calidad de vida

de la población civil.

Pero, más allá de esta situación particular de Estados Unidos, en Europa

occidental también surgieron problemas económicos y sociales. El desempleo

europeo pasó de un promedio de 1,5 por ciento en los 60 a 4,2 por ciento en

los años 70. Estallaron revueltas estudiantiles en Francia, en mayo de 1968, y

una ola de huelgas 1Holanda, Italia y Alemania Occidental en 1969, que

promovieron un aumento de los salarios. Así se generó el consiguiente

incremento de los precios de los bienes, sobre todo los de primera necesidad,

ante el incremento de los costos laborales para las empresas. Paralelamente, a

ambos lados del Atlántico se hacían evidentes los problemas ecológicos.

Numerosas organizaciones ambientalistas propugnaron por una legislación

protectora ante la creciente contaminación generada por la gran

industrialización, sobre todo en el aire, los ríos y los lagos. Las nuevas

reglamentaciones que aparecieron en Estados Unidos y Europa occidental

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incrementaron los costos industriales, al obligar a las empresas a indemnizar

y/o reparar los daños al medio ambiente. Este incremento de costos también

ayudó al alza de los precios. .

Otro factor, muy importante, que ocasionó la decadencia del Estado de

bienestar fue la crisis del petróleo de 1973, desatada por una nueva guerra en

Oriente Medio. Los países árabes e

Israel habían desarrollado ya tres guerras desde 1948: la guerra de ese año al

crearse el Estado israelí, la crisis de Suez de 1956 y la Guerra de los Seis Días

en 1967. Al iniciarse la de 1973, los países árabes productores de petróleo

presionaron a Estados Unidos, tradicional aliado de Israel en Oriente Medio,

para forzar la firma de un tratado de paz que devolviera la península del Sinaí,

en manos de Israel desde 1967, a Egipto. Este acuerdo finalmente se suscribió

entre Israel y Egipto en Camp David en 1979. Pero, en 1973, para' presionar a

Estados Unidos, los países exportadores de petróleo decidieron restringir

fuertemente su producción, y por ende dispararon los precios internacionales

del vital recurso. De esta manera, los precios se cuadruplicaron ante la

restricción de la oferta organizada por la llamada Organización de Países

Exportadores de Petróleo (OPEP). El efecto de la crisis del petróleo sobre los

Estados de Bienestar occidentales fue muy notorio, al incrementar

sensiblemente los costos energéticos. Fue mucho más profundo sobre todo en

los países que dependían de la importación, como Japón. Pero, en líneas

generales, en el contexto inflacionario de los 70, los productores transfirieron

automáticamente este incremento de sus costos a los precios de venta. Se

desataron así más luchas sociales, pues los sindicatos buscaron en

compensación aumentar los salarios. En todas partes estallaron huelgas y el

descontento social creció. Los obreros metalúrgicos, los textiles, los de la

industria automotriz, los mineros y otros exigieron aumentos a la patronal.

Mientras tanto, ante el aumento de precios, el consumo se contrajo

notablemente en casi todos los países occidentales y sobrevino una recesión a

partir de mediados de 1974, que incrementó el desempleo. El estancamiento

económico coincidió así con la inflación, apareciendo el llamado fenómeno de

la estanflación: a fin de los 70 las economías occidentales se caracterizaban

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por un estancamiento relativo, aun cuando a partir de 1975 había signos de

reactivación en algunos sectores. Peor aún, por esos años la tendencia

inflacionaria se agravó cuando los países exportadores de petróleo volcaron

masivamente en el mercado mundial sus grandes ganancias (los llamados

petrodólares) que provocaron mayor liquidez internacional.

Fue en este contexto cuando los economistas neoliberales (como los premios

Nobel Friederich von Hayek y Millon Friedman) comenzaron a impulsar fuertes

críticas al modelo keynesiano.

El debate teórico entre keynesianos y neoliberales se agudizó. Los

keynesianos creían que con redistribución del ingreso, salarios altos, baja o

nula desocupación y un fuerte Estado de bienestar se sostenía y alentaba la

demanda de los consumidores, lo cual promovía la inversión privada y el

crecimiento de la oferta industrial. Los neoliberales enfatizaban el problema

irresuelto del permanente crecimiento de la inflación y por ende las, a su

criterio, necesarias medidas de reducción del gasto público y recorte de los

costos industriales -sobre todo laborales-, que harían posible el incremento del

beneficio, la competencia y la reducción de precios: era para ellos el mercado

el que debía asignar los recursos libremente y distribuir la renta nacional, por lo

que el Estado no debía intervenir más en la economía.

Ya en 1973, estas ideas del nuevo modelo neoliberal se instalaban en Chile, de

1a mano de la dictadura del general Augusto Pinochet, que había derrocado al

gobierno democrático de Salvador Allende. En 1976 el ministro de Economía

del nuevo gobierno militar del general Jorge Rafael Videla que había derrocado

a Isabel Perón, aplicaba también las primeras medidas neoliberales en la

Argentina. Entre 1979 y 1981, el neoliberalismo se instaló en Gran

Bretaña y Estados Unidos, con los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald

Reagan respectivamente. Durante los 80, con excepción de los países

escandinavos y Francia, se expandieron las políticas neoliberales por Europa

occidental y América Latina.