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    La aldea en la ciudad...

    Recibido 29-09-2008. Aceptado 04-10-2008

    Antropologa Social

    Revista del Museo de Antropologa 1(1): 73-96, 2008 / ISSN 1852-060XFacultad de Filosofa y Humanidades Universidad Nacional de Crdoba - Argentina

    La aldea en la ciudad. Ecos urbanosLa aldea en la ciudad. Ecos urbanosLa aldea en la ciudad. Ecos urbanosLa aldea en la ciudad. Ecos urbanosLa aldea en la ciudad. Ecos urbanosde un debate antropolgicode un debate antropolgicode un debate antropolgicode un debate antropolgicode un debate antropolgico

    Adrin GorelikAdrin GorelikAdrin GorelikAdrin GorelikAdrin GorelikUniversidad Nacional de Quilmes / CONICETUniversidad Nacional de Quilmes / CONICETUniversidad Nacional de Quilmes / CONICETUniversidad Nacional de Quilmes / CONICETUniversidad Nacional de Quilmes / CONICET

    adr ian .gore l ik@gmai l .comadr ian .gore l ik@gmai l .comadr ian .gore l ik@gmai l .comadr ian .gore l ik@gmai l .comadr ian .gore l ik@gmai l .com

    ResumenResumenResumenResumenResumenEl artculo busca mostrar los dilogos del pensamiento urbano latinoamericano con un famoso

    debate antropolgico, el del continuo folk-urbano de Robert Redfield y la cultura de la pobreza deOscar Lewis. El impacto que Redfield y, ms en general, las teoras de Chicago sobre el cambio socialtuvieron en las teoras de la modernizacin latinoamericana es, por supuesto, bien conocido, as comotambin los trabajos de Lewis. Pero no se ha reflexionado lo suficiente sobre el significado de que todo

    el pensamiento urbano latinoamericano se haya desenvuelto, en el perodo que corre entre la SegundaGuerra y los aos setenta, en el marco puesto por aquel debate. Y como la ciudad tuvo, en ese perodo,una sobredeterminacin poltica y cultural evidente, revisar la conexin con aquel debate antropolgicono supone solamente el anlisis de un caso entre otros de circulacin de las ideas cientficas, sino laposibilidad de entrever, a travs de la antropologa, el espectro de figuraciones dentro del cual semovi entonces el pensamiento sobre la ciudad latinoamericana.

    Palabras clave: pensamiento urbano, Latinoamrica, circulacin de ideas.

    The village in the city. Urban echoes of an anthropological debate

    AbstractAbstractAbstractAbstractAbstract

    The article aims to show the dialogues of the Latin American urban thought with a famousanthropological debate, that of Robert Redfields folk-urban continuum and Oscar Lewiss cultureof poverty. The impact that Redfield and, more broadly, Chicagos theories on social change had onthe theories of modernization in Latin America is of course well known, as well as the works of Lewis.But it has not been reflected enough about the meaning that the whole Latin American urban thoughthas been developed, in the period that runs between the Second War and the seventies, under theframework established by that debate. And as the city had, in that period, a clear political and culturaloverdetermination, reviewing the connection with that debate is not only the analysis of a case amongothers of circulation of scientific ideas, but the opportunity to observe, through anthropology, thespectrum of figurations within which the thinking about the Latin American city then moved.

    Keywords: urban thinking, Latin-America, ideas circulation.

    1.1.1.1.1. Las relaciones entre antropologa ypensamiento urbano son muy anteriores a laexistencia de la antropologa urbana comosubdisciplina y, en verdad, una vez que stasurgi ya casi no continu el dilogo, porque supropia aparicin fue el resultado de undistanciamiento crtico de la visinmodernizadora-planificadora que destac en elpensamiento urbano.1 Son, por supuesto, muyconocidos los orgenes etnogrficos de lasociologa urbana en Chicago y el fuerte impactode algunos de los presupuestos de esa escuela depensamiento en las concepciones dominantes

    sobre las relaciones entre ciudad y modernidaddurante buena parte del siglo XX, en especial, enlas teoras de la modernizacin discutidas en elmbito latinoamericano.2 Podra decirse que lateora del desarrollo necesitaba, por definicin,una concepcin del cambio social y como sealAlejandro Blanco (2003: 691) las teoras dematriz antropolgica de Chicago eran entonceslas que respondan ms adecuadamente a ello,especialmente, la teora del continuo folk-urbano de Robert Redfield, uno de los autores

    que trataremos aqu. Todo esto es muy conocido:no slo porque figura en los manuales de la

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    segunda mitad del siglo XX como un momentofundamental tanto de la sociologa como de laantropologa, y como antecedente directo de susrespectivas subespecies urbanas, sino tambinporque, luego de dcadas de desprestigio tericoe ideolgico, ha comenzado ya hace algn tiempoun renovado inters por estos clsicos del

    pensamiento social, derivado fundamentalmentedel nuevo ciclo de interrogacin sobre lamodernidad que se ha abierto en los aos ochentapese a lo cual, conviene aclarar, sigue sin haberbuenas ediciones en espaol de las obrascannicas del perodo heroico de Chicago,empezando por The City, de Robert Park, ErnstBurgess y Roderick McKenzie.3

    Pero si la larga hegemona delpensamiento de Chicago en el ethos modernizadory su especial impacto en Amrica Latina son bienconocidos, creo que no se ha reparado con lasuficiente atencin en el hecho de queprcticamente todo el pensamiento urbanolatinoamericano en el perodo que corre entre laSegunda Guerra y los aos setenta en rigor, elnico perodo en que existi un pensamientourbano que podamos llamar latinoamericanose desenvolvi en el marco puesto por un debateantropolgico suscitado en el interior de laproblemtica chicaguiana es decir, las peripeciasde los procesos de adaptacin/aculturacin en unmundo en transicin. Me refiero al debate entre elcontinuo folk-urbano de Redfield y la culturade la pobreza de Oscar Lewis. Y como el

    pensamiento urbano de ese perodo tuvo unasobredeterminacin poltica y cultural evidente,dada la acuciante actualidad de las incgnitas detodo tipo que estaba planteando la transformacinacelerada de las ciudades del continente, alcomps de un desplazamiento migratorio queestaba invirtiendo ya definitivamente sutradicional carcter rural, revisar la conexin conaquel debate antropolgico no supone solamenteel anlisis de un caso entre otros de circulacinde las ideas cientficas, sino la posibilidad deentrever, a travs de la antropologa, el espectro

    de figuraciones dentro del cual se movi entoncesel pensamiento sobre la ciudad latinoamericana,figuraciones que se traducan tambin en polticasmuy activas en la reconfiguracin del mismoobjeto que se buscaba conocer.4

    2.2.2.2.2. Robert Redfield es una figura singular dentrodel nutrido contingente de scholarsnorteamericanos que en el ltimo siglo y mediodesarrollaron su carrera (o parte de ella)investigando en Amrica Latina. En principio,porque es una figura que trabaja en el filo de dospocas en relacin al inters que despertaba el

    subcontinente: comienza sus trabajos deinvestigacin en la dcada de 1920 a la bsquedadel mundo primitivo que ya vena caracterizandola atraccin de la antropologa y la arqueologa

    por regiones como Mxico, pero se hace una seriede preguntas que conecta claramente con laspreocupaciones de posguerra sobre el desarrollo,en las que Amrica Latina comienza a jugar el rolinverso, de tierra de promisin para el ensayo deun cambio modernizador.5 En segundo lugar,porque, de manera tpicamente chicaguiana, su

    trabajo antropolgico entabla un dilogo muyestrecho con las teoras socio-urbanas queestaban elaborndose en ese mismo momento, yofrece un modelode gran capacidad de sntesis yexpresin (y es probable que esta suma decaractersticas haya contribuido a darle a lasposiciones de Redfield una relevancia mayor de laque hubieran merecido por sus propiedadesintrnsecamente tericas).

    Su inters por Amrica Latina, especialmentepor Mxico, es, en cambio, menos singular: purafascinacin romntica, fogoneada en su caso porun viaje inaugural a travs del Mxicorevolucionado de la dcada del veinte, dondeconoci al antroplogo Manuel Gamio y definisu nueva vocacin.6 En efecto, su dedicacin a laantropologa surgi de la combinacin fortuita delconocimiento de Mxico y su proximidad a RobertPark (con cuya hija se haba casado en 1920), queentonces ya era director del Departamento deSociologa y, apenas regres Redfield a Chicago,lo estimul a seguir el posgrado en antropologaque se dictaba all. As que en 1926 Redfield vuelvea Mxico pero ya como antroplogo, a realizar enTepoztln, un poblado de larga tradicin ubicado

    en la meseta central a unos 100 kilmetros al surde la Capital, su primer estudio etnogrfico queen 1930 se publica como Tepoztlan, a MexicanVillage.7

    Lo que Redfield encontr en Tepoztln fue unasociedad armnica, integrada y estable, aunqueno primitiva sino folk: un grupo popular-aldeano que no estaba ya aislado, pero que seguamanteniendo una serie de caractersticas socio-culturales especficas del mundo tradicional tamao reducido, status fijo, centralidad de lafamilia en la reproduccin cultural, organizacin

    sagrada de la vida, ausencia de criterios deracionalidad instrumental, etc., etc., en un todode acuerdo con el ncleo definitorio del polocomunitario-tradicional que el pensamiento socialeuropeo haba organizado en oposicin al polosocietario-moderno.8 Es bien conocido que esejuego de dicotomas, forjado ante el estrpito delcolapso del viejo orden en la Europa de las dosrevoluciones, fue ms que una forma mentiscoyuntural, ya que constituy, en trminos deNisbet (1996: 19), la verdadera urdimbre de latradicin sociolgica, hilando nombres como losde Maine, Tnnies, Weber, Durkheim y Simmel, y

    que en los Estados Unidos no slo ingres a travsde la lectura y el contacto con los autoreseuropeos, sino que encarn en categoras propias,muy influyentes en la formacin de la escuela de

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    Chicago, como los folkways de William G.Sumner, o la diferenciacin de Charles H. Cooleyentre grupos primarios y secundarios.

    Luego de ese primer trabajo etnogrfico,Redfield se instal en el rea cultural maya, entrela pennsula de Yucatn y Guatemala, y se propusoestudiar diversas comunidades para desarrollar su

    propia tipologa dicotmica: la polaridad folk-urbana, que plasm en el libro The Folk Cultureof Yucatan, de 1941, y en un famoso artculo, TheFolk Society, de 1947. Pese a que en ambos ttulosfigura exclusivamente el polo folk del pardicotmico, esa investigacin fue uno de losintentos ms ambiciosos por comprender elcambio social y cultural en el pasaje de lacomunidad aldeana a la sociedad urbana; como elmismo Redfield lo defini en el prlogo a The FolkCulture of Yucatan, el intento de poner a pruebaetnogrficamente las dicotomas tericas clsicasy formular a partir de all una tipologa ajustada aese pasaje civilizatorio por eso, la traduccin alcastellano del libro lleva un ttulo mucho mscoherente con el ncleo problemtico de laempresa de conocimiento redfieldiana: Yucatn:una cultura en transicin. Redfield construy enesa investigacin el continuo folk-urbano comoen un experimento de laboratorio: seleccioncuatro comunidades de la regin situadas endiferente posicin en la lnea imaginaria que vade la menor a la mayor urbanidad (de unacomunidad tribal en Quintana Roo a la sociedadurbana de Mrida), organizando su anlisis como

    una lnea evolutiva caracterizada por la diferenteintensidad del contacto con el polo civilizador, ybusc determinar los rasgos de esas comunidadesque iban siendo afectados en tal contacto. As,postul que los pares polares aislamiento-homogeneidad / comunicacin-heterogeneidadconstituan, dentro de un conjunto de variablesinterdependientes, la polaridad dominante, porquede ella dependan otras, como organizacin /desorganizacin de la cultura; sacralidad /secularizacin; colectivismo / individualismo. Eracomo asistir, en una pequea porcin del territorio

    americano, al cuadro vivo de la completacivilizacin humana, ya que para Redfield (1947:306) todos los hombres vivieron en un tiempoen esas pequeas sociedades folk, y todos seencaminan hacia esa otra forma, tan reciente ynovedosa si se considera la larga historia delhombre sobre la tierra, que es la sociedadurbana.

    Por supuesto, como todas las crticasadvirtieron en su tiempo, este extremo modernodel continuo, la ciudad, no reciba de parte deRedfield ningn anlisis especfico, sino queresponda punto a punto a la definicin que unos

    aos atrs haba estilizado Louis Wirth (1938) enuno de los textos ms famosos de Chicago:Urbanism as a Way of Life. Cuando se revisanjuntos los dos artculos el paradigma Wirth-

    Redfield, como se lo consider desde entoncessorprenden bsicamente la claridad y la eleganciacon que ambos autores supieron organizar ycondensar (en 24 y 16 pginas del Journalrespectivamente) toda una tradicin depensamiento sobre las formas sociales opuestasdel par tradicin/modernidad, siendo

    posiblemente quienes tuvieron mayor capacidadpara extender los puntos de vista de la sociologaurbana de Chicago, an al riesgo de susimplificacin: si con la idea de urbanismo comoforma de vida, Wirth populariz toda la complejavisin culturalista sobre la ciudad (de Simmel aPark), la frmula del continuo folk-urbanointeresara decisivamente el enfoque funcionalistade la planificacin para el desarrollo. Por estomismo, sorprende tambin que el paradigma msinfluyente en el pensamiento urbano de unadisciplina tan positiva y optimista como laplanificacin, estuviera sostenido en una radicalambigedad respecto de cualquier idea deprogreso implcita en esa evolucin, ya queen ambos autores tambin sobrevivan laidealizacin del orden y la estabilidad del polo folky el recelo sobre su inevitable inversin en el polourbano que caracterizaron a toda la reflexinclsica sobre la modernidad. Cmo fue digeridaesa ambigedad en el pensamiento planificador?O, mejor, qu marcas dej? Sobre esto vamos avolver.

    3.3.3.3.3. En 1943, apenas dos aos despus de la

    publicacin de The Folk Culture of Yucatan, OscarLewis, recin graduado de antroplogo en laUniversidad de Columbia, decide comenzar sucarrera de investigador reestudiando lapoblacin en la que Redfield haba iniciado la suya,Tepoztln; una decisin casi esttica de rebatir elparadigma en su mismo terreno de origen, quedio lugar a un debate clsico en etnologainterpretativa (segn la valoracin de Hannerz,1986: 85) y convirti a Tepoztln en un santuariode la historia de la antropologa.9

    Muy poco despus de su llegada, Lewis ya

    publicaba un artculo en el que mostraba loscambios modernizadores en Tepoztln en elperodo transcurrido desde la estada de Redfield,derivados de la urbanizacin del pas que crecaimparable desde 1940, con el efecto principal dela atraccin de la ciudad capital sobre poblacionescomo la de Tepoztln y de su americanizacinalimentada no slo por la expansin econmicay cultural norteamericana de posguerra, sinotambin por la masificacin de la figura delbrasero (Lewis, 1944); en 1951 public elestudio completo como libro: Life in a MexicanVillage: Tepoztlan Reestudied. Lewis busc all

    reemplazar el formalismo de los anlisis culturalesde Redfield con la inclusin de aproximaciones ala psicologa y la historia de la comunidad (quefueron muy criticadas a la vez por su

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    esquematismo), con la finalidad de probar que lostepoztecos no eran la comunidad armnica yestable que haba descripto Redfield y,especialmente, que sus cambios culturales noprovenan con exclusividad de una fuentecivilizatoria externa, como se desprenda delesquema folk-urbano, sino de heterogeneidades

    histrico-culturales propias.Pero su bsqueda de rebatir a Redfield apenascomenzaba. El paso decisivo fue una puesta aprueba del propio continuo en una investigacinque se organiz tambin a travs de un esquemade seguimiento del proceso de transicin, peroya no como en el estudio sobre Yucatn en el queRedfield haba seleccionado cuatro estadios, comocuatro fotografas tomadas sobre la lneaimaginaria que va de lo folk a lo urbano, sinosiguiendo la dinmica del pasaje, a travs de dosfamilias que encarnaban, en su propia experienciamigratoria de Tepoztln a una vecindad de laciudad de Mxico, el contacto aculturador.10 Conlos primeros resultados, Lewis (1952) publicUrbanization without Breakdown: a Case Study,un artculo en el que propuso a la familia comounidad de anlisis antropolgico pertinente, dandotoda una definicin metodolgica respecto de laspervivencias de lo tradicional en lo moderno.Mantenindose fiel a las modificaciones de unobjeto de estudio que se desplaza, como undocumentalista que se propusiera registrar pasoa paso las peripecias de una mudanza familiar, elantroplogo llega a la ciudad o, con mayor

    precisin, a sus intersticios degradados, los sitiosdonde los migrantes deban afrontar la pruebadefinitiva en su proceso de adaptacin a la vidametropolitana. El estudio muestra los primerosresultados de un trabajo de relevamiento y anlisisde la vida de 100 familias tepoztecas en ciudadde Mxico que rene, por primera vez en AmricaLatina, la indagacin sobre las causas de lamigracin en el punto de origen y sobre las razonesde la atraccin en el punto de llegada, y formulahiptesis sobre el impacto psico-social y culturalde la mudanza. Y, vale la pena insistir, lo hace en

    el mismo momento en que la migracin rural-urbana se est convirtiendo en la cuestinsociolgica, poltica y cultural capital en AmricaLatina.

    A partir de esa investigacin, Lewis defini lavecindadcomo el locus privilegiado para el anlisisde la cultura migrante y ampli su espectro decasos al de otras comunidades de origen,publicando en 1959 Five Families (Mexican CaseStudy in the Culture of Poverty),el libro en el quenarr la experiencia de cinco familias, dos de lastepoztecas que ya haba estudiado y otras tresprovenientes de diferentes regiones (Lewis,

    1959a). Aqu present por primera vez la categoraque lo hara famoso, cultura de la pobreza, a laque dedic apenas unos prrafos en laintroduccin, y, especialmente, inici el estilo de

    relato que se convertira en su marca reconocible,al que llam realismo etnogrfico (no es ficcinni antropologa convencional): unareconstruccin cuasi novelada de los testimoniosrecogidos en forma de biografa colectiva,utilizando procedimientos caractersticos de laficcin en este caso, el relato de un da en la

    vida de cada familia. Y es significativo que Lewisinicie desde la antropologa un movimientosimtrico al que se estaba iniciando, en esosmismos momentos, desde la literatura hacia lanon-fiction (como se recuerda, Rodolfo Walshpublic Operacin masacreen 1957, y el mismo1959 fue el crimen que llevara a Truman Capotea publicar, en 1966, el libro ms famoso delgnero, A sangre fra): el antroplogo se aleja dela ciencia y los escritores de la ficcin paraencontrarse en un punto medio de difcildefinicin, especialmente para los cnones de laprimera.

    En todo este ciclo de su debate con Redfield,Lewis busc probar, bsicamente, que el procesode urbanizacin social no es ni unitario niuniversal, sino que depende de las condicionesde partida histricas, econmicas, sociales yculturales de cada grupo migrante (cfr. Lewis,1952: 39-41). Y en trminos ms especficos, queno haba podido reconocer en la ciudad casininguno de los factores clsicos del enfoqueSimmel-Wirth-Redfield (como l mismo lo llama):ni anonimato personal, ni aislamiento individual,ni desorganizacin social, ms bien lo contrario,

    ya que verific la reproduccin de los lazos fuertesde la familia ampliada y el espritu comunitarioque se extiende a todos los que comparten lamisma procedencia; tampoco secularizacin, yaque la vida religiosa sigui siendo vigorosa en laciudad y an ms, por la mejor organizacin queofrece all la Iglesia catlica; ni abandono derasgos culturales elementales, como son laalimentacin o las prcticas de curacintradicionales. En su sntesis crtica a aquelparadigma, finalmente, sostuvo que no haballegado a encontrar evidencias experimentales u

    otras vlidas que indiquen que la exposicin deun gran nmero de personas por este slo hecholas lleve a la ansiedad o a la tensin nerviosa oque la existencia de las relaciones secundariasdisminuya la fuerza e importancia de las relacionesprimarias (Lewis, 1965: 497). Es decir, la ciudadno es slo ese mundo heterogneo e impersonalque recibe al migrante como un mero individuoque debe adaptarse a condiciones completamenteajenas a su experiencia, ya que el fenmenomigratorio ha formado en ella pequeascomunidades tal su definicin de vecindad queactan en forma cohesiva y amortiguan el

    impacto de la mudanza al recrear, en el nuevomedio urbano, un universo cultural completamentesemejante al de la procedencia.11

    Es sencillo comprender que estos argumentos

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    importaban muy directamente cuestionescandentes del debate latinoamericano: cmocomprender a los migrantes?, qu hacer con ellos?,cmo integrarlos al proceso de modernizacinque la ciudad debera encarnar frente a su origenrural? Y, especialmente, qu hacer con sus lugaresde residencia idiosincrticos, que ya no eran tanto

    las vecindades, sinolas villas miseria, las favelas,las barriadas, las poblaciones callampa, esoscampamentos provisorios cuya proliferacinmorbosa le estaba dando su marca definitiva a laciudad latinoamericana?12 En la segunda mitadde la dcada de 1950 este tipo de preguntascomenzaba a organizar la agenda de problemasde las nacientes ciencias sociales en el continente,en dilogo directo con las teoras norteamericanasy con la produccin de los investigadores de eseorigen en la regin. En 1959, el ao de publicacinde Five Families, Lewis present su trabajo sobrela cultura de la vecindad (una especie decompendio de sus conclusiones respecto delhbitat de la cultura de la pobreza en la ciudad deMxico) en el Seminario sobre problemas deurbanizacin en Amrica Latina, organizado enSantiago de Chile por CEPAL y UNESCO, en el quese relataron los resultados de los primerosestudios sociolgicos sistemticos realizados enpoblaciones urbanas marginales con intencincomparativa, los que con el patrocinio de UNESCOy la gua de Philip Hauser llevaron adelante JosMatos Mar en Lima, Andrew Pearse en Ro de Janeiro y Gino Germani en Buenos Aires (cfr.

    Hauser, 1967).

    4.4.4.4.4. Pero antes de abordar este contacto entreel debate antropolgico y los estudios socialeslatinoamericanos, conviene puntualizar un par decuestiones sobre el debate mismo. Se mencional inicio que deba considerrselo como interno ala problemtica chicaguiana, y esto es importanteaclararlo porque en las lecturas que recibi yaentrada la dcada de 1960, se produjo undeslizamiento de sentido por el cual las crticasde Lewis al modelo folk-urbano quedaron fijadas

    sin ms como desmentidos radicales del conjuntode supuestos de la socio-antropologa urbana deChicago. Sin embargo, en los textos de Lewis deeste primer perodo es muy evidente que toda laargumentacin de la cultura de la pobreza estorientada a ofrecer herramientas para favoreceruna buena asimilacin de los migrantes; es decirque, paradjicamente, Lewis radicaliza a su manerala idea de continuo, como bien seala sufrmula urbanization without breakdown.Porque si bien se ocupa de mostrar que ni elextremo folk es como lo tipologiza Redfield, ni elextremo urbano como lo hace Wirth (al menos no

    en la ciudad latinoamericana, ya que lo quecuestiona Lewis de las definiciones simmel-wirthianas sobre la cultura urbana es suvoluntad universalista, no su capacidad de

    caracterizar acertadamente a la ciudad altamenteindustrializada de Europa o Norteamrica), enningn momento se aparta de la problemticamisma de la transicin. Los objetivosreformistas de Chicago de comprender las leyesdel cambio social para favorecer la mejorintegracin de lo tradicional en lo moderno, no

    estn puestos nunca en duda; en todo caso, loque Lewis le seala a los tericos y, muyespecialmente, a los planificadores funcionalistases que para cumplir adecuadamente con ellos sedebe tomar en cuenta muy en serio el camino quelos propios migrantes muestran en su laboriosaempresa de integracin a la vida urbana, unaespecie de ajuste funcional al nuevo medio, enel que la eficacia est dada por el uso acertado delos propios recursos culturales tradicionales,que no deben ser tomados entonces como rmorasque dificultan la aculturacin. sta, en definitiva,entendida como prdida de la propia cultura, nosera ni necesaria ni conveniente para garantizaruna adaptacin exitosa a la realidad de la ciudadlatinoamericana.

    Por otra parte, una lectura actual de lasposiciones de Lewis permite comprender hasta qupunto sintonizaban bien con buena parte de lasposiciones originarias de Chicago, las de RobertPark, en quien la ambigedad respecto delproceso de civilizacin est todava msclaramente presente que en las estilizaciones deWirth y Redfield y, especialmente, que en sus usosfuncionalistas. Como sealaron ya hace tiempo

    Morton y Luca White en un libro clsico, Elintelectual contra la ciudad, Park pensaba que losinmigrantes recientemente llegados, quienesmantenan sus sencillos hbitos aldeanos conorganizaciones religiosas y de ayuda mutua,haban conseguido resistir mejor el impacto delnuevo medio ambiente (White, 1967: 159). Vistodesde este ngulo, el debate entre Lewis y Redfieldse desplaza: no es slo sobre cmo mejorar laadaptacin, sino sobre qu rol tienen los otros,los aldeanos, en la cultura urbana. La respuestade Park al respecto no habra dejado lugar a dudas:

    un rol moralizador.En el texto fundacional de la temtica urbanaen Chicago, La ciudad. Sugerencias para lainvestigacin del comportamiento humano en elmedio urbano, el artculo de Park de 1915 queluego abri The City (1925), ya se usaba ladefinicin de sociedad primitiva de Sumner paracaracterizar el funcionamiento de los gruposprimarios que persistan dentro de la gran ciudad,en ese caso, las redes caudillescas de la polticamunicipal que forman un nosotros, mientras elresto de la ciudad es slo el mundo exterior, queno es tan animado ni tan humano como los

    miembros del nosotros.13 Pero si en este ejemplola corrupcin de esas redes polticas orientabanegativamente el juicio sobre tal pervivencia denaturaleza completamente feudal, en un artculo

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    de 1925, que tambin integr The City, Park va aplantear a la comunidad de inmigrantes como unmodelo para la sociedad urbana norteamericana,en la bsqueda de alentar un nuevo espritualdeano.14 Ya que, como sostiene en La ciudadcomo laboratorio social de 1929, el problemasocial de la metrpoli es el de lograr en la libertad

    de la ciudad, un orden social y un control socialequivalentes a eso que crece de forma natural enla familia, en el clan y en la tribu (Park, 1999:115). En esta reivindicacin del rol preservadorde los grupos primarios dentro de la ciudad,articulada con una definicin reformista delcambio social que les abre posibilidades deadaptacin, se ve la preponderancia de la matrizdurkheimiana el intento de mostrar que lasociedad moderna slo podr afianzarse si seapoya en aspectos sensibles de la sociedadtradicional, no en su negacin completa y ladoble diferencia que establece el pensamiento deChicago frente a otras influencias muyimportantes: por una parte, frente a la posicinms radicalmente modernista de Simmel; por laotra, frente al darwinismo conservador de unafigura como Sumner.15 No es difcil entender quelas aportaciones de Lewis pudieran ser ledas enel andarivel de ese mismo equilibrio reformistarespecto del rol de la comunidad en la sociedad.

    5.5.5.5.5. El debate latinoamericano interpret con suspropias claves esa tradicin reformista y los textosde Lewis ingresaron en los aos cincuenta en todo

    caso como un correctivo para pensar los procesosde transicin locales o, mejor, como una primeratraduccin: la importancia que se le daba enChicago a la aldea, el ghetto o el barrio, en Lewisapareca ya bajo una forma tpicamentelatinoamericana, la vecindad, desde la queresultaba muy fcil hacer el pasaje a ese otrodispositivo urbano en el que iba a tomar forma laotredad aldeana en las ciudadeslatinoamericanas contemporneas hastamimetizarse con ella: la villa miseria.

    Es ilustrativo, en este sentido, el estado del

    debate latinoamericano sobre esa cuestin crucial.La villa miseria era el diafragma delicado quematerializaba el momento ms dramtico de latransicin, donde la cualidad temporal que parecadar cuenta acabada de la percepcin terica sobreella, quedaba fijada en espacios inaceptables parala percepcin tanto poltica como urbana. Elseminario de 1959 en Santiago nos ofrece un buenpanorama del estado de la investigacin sobreesos temas, que muy poco tiempo atrs habancomenzado a recibir la atencin analtica de lasnacientes ciencias sociales. Es importantedetenerse en esa fuente, producida en el momento

    de apogeo del debate Redfield/Lewis, porque setrata de un tema que rpidamente iba a entrar enun ciclo de enormes mutaciones, tanto en laopinin cientfica como poltica. Como

    anticipamos, los casos que recibieron unaatencin sistemtica en el seminario de 1959fueron tres: Lima, Ro de Janeiro y Buenos Aires,constituyendo una de las secciones principalesdel seminario.16

    El relator del caso de Lima fue Jos Matos Mar,antroplogo social del Instituto de Etnologa de

    la Universidad de San Marcos, que present losestudios sobre las barriadas que vena realizandojunto al gegrafo britnico John P. Cole, iniciadosen 1955 por encargo de la UNESCO.17 Matos Marformaba parte del crculo reformista de una figuramuy particular de la poltica peruana del perodo,el arquitecto Fernando Belande Terry, quien yahaba impulsado como diputado la creacin de laCorporacin Nacional de la Vivienda en 1945, a loque le sigui una serie de iniciativas institucionalesmuy caractersticas del ethos planificador de lapoca (Instituto Nacional de Urbanismo, OficinaNacional de Planeamiento y Urbanismo) que fueronamojonando su llegada a la presidencia de lanacin en 1963 con el partido Accin Popular,encarnando de un modo ciertamente emblemticola centralidad que en esos aos asumieron losproblemas del desarrollo urbano en la agendapoltica de los pases latinoamericanos.18

    En su estudio de 1959, Matos Mar presentabalas barriadas no como un problema de viviendaque era el modo en que lo vena abordando elpensamiento urbano modernista dominado por laideologa arquitectnica, sino como un reflejodel desequilibrio en las estructuras econmicas y

    sociales nacionales que estaba produciendo lavertiginosa migracin de la poblacin rural mayoritariamente de la regin andina, a travsde un proceso escalonado que finalmente conducaa Lima. Por esa razn, entre 1940 y 1957 lapoblacin limea se haba triplicado (llegando a1.370.000 habitantes), concentrando el 50% de lapoblacin urbana nacional y configurando uno delos casos extremos de un fenmeno tpicamentelatinoamericano: la alta primaca urbana lasegunda ciudad del pas, Arequipa, no llegaba al10% de la poblacin limea (117.000 habitantes)

    (Matos Mar, 1967: 193). Pero el fenmeno msnotable radicaba en que buena parte de esecrecimiento se produca en las barriadas limeas,cuya poblacin tambin ya haba superado a la deArequipa, en un ritmo mucho ms elevado que elya elevado de la propia capital.19

    El estudio de Matos Mar mostraba cmo la faltade desarrollo y oportunidades en el interior estabaacompaando un proceso de urbanizacincultural de todo el pas, en el que sobresalanlos efectos dislocadores de unos medios decomunicacin y un sistema educativo deconcepcin unitaria sobre una poblacin

    culturalmente heterognea, de modo que losestmulos que creaban en su extensin nacionalslo podan encontrar efectiva respuesta en lacapital. Con un resultado doble: la emergencia de

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    una clase mestiza nacional, con valores ymodalidades propias de formas de vida urbana,y el surgimiento en la ciudad de ncleosimportantes de cultura rural con patronestradicionales, especialmente de matriz indgenaserrana, que sufren desajustes mentales, socialesy econmicos que atentan contra su buena

    adaptacin (Matos Mar, 1967: 196).Pero si esos trminos parecen reproducir laconcepcin funcionalista de la desorganizacinsocial en el continuo folk-urbano, rpidamenteMatos Mar se ocupa de describir, en trminoscompletamente anlogos a los de la correccinlewisiana del paradigma, los recursos culturalesy las tramas organizacionales de los gruposmigrantes que funcionan como mecanismos decompensacin, el principal de ellos, como en elcaso de la vecindadmexicana, la familia. As, lasbarriadas repiten en su estructura tradicionalessistemas comunitarios de organizacincooperativista en los que, por ejemplo, se eligenautoridades por un sistema de representacinfamiliar, que si parece tradicional, Matos Marsugiere que es, en verdad, con su carcter electivoy pblico, mucho ms democrtico que el sistemade designacin directa de las autoridadesmunicipales usual en Per, caracterizados por unconjunto de hbitos, desde los patroneshabitacionales hasta la medicina, la alimentaciny el sistema de creencias mgicorreligiosas, porno mencionar la propia lengua extranjera,constituyendo una intrusin popular-tradicional-

    aldeana en la vida metropolitana. Podra decirseque en Matos Mar conviven la preocupacin pormostrar la integracin efectiva de la poblacin delas barriadas a la vida econmica de la ciudad(contra los tradicionales estigmas demarginalidad, muestra que casi el 60% de lospobladores de las barriadas son obreros y que casiel 90% trabaja fuera del barrio) y la sensibilidadpor identificar, en su aislamiento cultural, laimportancia de los roles amortiguadores de unaidentidad indgena-comunitaria desdeada por lacultura criolla dominante.

    El caso de Ro de Janeiro fue presentado porAndrew Pearse, un antroplogo y socilogo inglsque, como experto de la UNESCO con sede en elCentro Brasileiro de Pesquisas Educacionais (CBPE),haba realizado entre 1956 y 1957 un estudio sobrela integracin de la poblacin favelada a travs dela escuela (Pearse, 1958).20 En su relato en elSeminario, Pearse dio definiciones generales sobrela favela bastante coincidentes con las de MatosMar sobre las barriadas: la consider unaconsecuencia de las desigualdades en la estructurasocioeconmica del Brasil, un dispositivo urbanoque desempea una funcin inevitable y esencial

    en la relacin entre el sector urbano rico eindustrial y el sector rural pobre y agrcola, quese encuentran separados por una excepcionallaguna econmica (Pearse, 1967: 220). Adems

    de su estudio cualitativo, se apoy en anlisiscensales que indicaban que la poblacin faveladaya alcanzaba en 1957 un 30% de la poblacin deRo (650.000 sobre 2 millones de habitantes), cifraque coincida con la que circulaba desde aos atrsen la opinin pblica, pero que haba sidodesmentida por los primeros censos especficos

    de 1948 y 1950, que daban una poblacin faveladamenor al 10%.21

    La polmica cuantitativa, habitual en estostemas controvertidos y de difcil mensura (no slopor las condiciones de implantacin de losasentamientos, sino porque la propia definicinde lo que deba o no ser considerado una favelaen trminos censales estaba en discusin), en elcaso de Ro es tambin un indicio de la existenciams temprana de estudios sobre el tema:posiblemente porque se trataba de un fenmenode ms larga data, ya que las primeras ocupacionesilegales de morros en Ro de Janeiro se habanrealizado a finales del siglo XIX, tanto el debatepoltico-social como los trabajos de relevamientoe investigacin de las favelas haban desarrolladoen Brasil un campo de reflexin especfica msdenso y variado.22

    De hecho, Pearse estaba en contacto en el CBPEcon Luiz Costa Pintos, una de las principalesfiguras en la renovacin de las ciencias socialesen Brasil, que haba dedicado a la favela uno delos captulos de su libro de 1953 O negro no Riode Janeiro, resultado de una investigacin sobrelas relaciones raciales tambin financiado por la

    UNESCO.23 Y casi en el mismo momento en quePearse haca su trabajo de campo, se estaballevando adelante un estudio integral de las favelasde Ro a cargo de la Sociedade de Analise Grficae Mecanogrfica Aplicada aos Complexos Sociais(SAGMACS), el equipo tcnico formado una dcadaatrs en San Pablo por Louis-Joseph Lebret, elsacerdote francs que haba creado en Bretaa elmovimiento conomie et Humanisme, referenteinternacional de los movimientos de renovacincatlica en la posguerra, con especial nfasis enla planificacin humanista.24 Y este es un caso

    especialmente representativo tanto de la pluralidadde los abordajes cientficos que en Brasil yageneraba la cuestin de la favela, como de susenormes repercusiones polticas y culturales:SAGMACS haba sido convocada a Ro de Janeiropor el obispo Helder Cmara, que en 1955 habaimpulsado la Cruzada So Sebastioa favor de unaaccin integral para la urbanizacin de la favela equipamiento, infraestructura y vivienda porsistemas de autoayuda, radicalizando su defensacomo comunidad frente a las campaas polticasque pedan su erradicacin.25

    Retomando la presentacin de Pearse, sta

    tambin coincide con la de Matos Mar en definir ala favela como una intrusin de viviendas de tiporural en el sistema urbano de vida (Pearse, 1967:220). Pero esa separacin ambiental (reflejo de la

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    separacin radical en los patrones socio-econmicos de la poblacin campesina) noencuentra en la favela el correlato dual que, entrminos socio-culturales, parece caracterizar ala barriada limea por la proveniencia indgena desu poblacin. Porque si bien es cierto que, paraPearse, los habitantes de la favela son ajenos a la

    experiencia urbana y encuentran grandesdificultades para integrarse a ella, tambin esindudable que los ve como parte de una culturamoderna popular-nacional mucho ms integradaque en Per.

    As seala, por una parte, las caractersticastradicionales de la poblacin favelada queexplican su desorganizacin a travs de ndicescaractersticos de la indagacin funcionalista: labaja sindicalizacin, las dificultades paraincorporar los hbitos laborales de las grandesempresas, el bajo sentimiento de barrio, el bajonivel de asociacionismo como contratara de unfuerte familiarismo aunque subraya la paradojade que la familia nuclear migrante es msmoderna que la familia ampliada todava habitualtanto en las clases altas rurales como urbanasque se extiende en la trama de los grupos deparentela, formando una cadena migratoria enmovimiento constante hacia la ciudad (Pearse,1967: 224). Pero, por la otra parte, aparece claroen su texto que los favelados encuentran unaintegracin principal a travs de la cultura demasas a la que ya pertenecen (el futbol, la quiniela,la radio), al punto de que es ese contraste entre

    ciertos hbitos tradicionales y la forma de vidaurbana moderna lo que le permite a Pearse explicarel populismo brasileo como un reemplazo de lavieja dependencia personal del mundo rural pornuevos tipos de proteccin estatal en el contextode una cultura masiva del bienestar, unacaracterstica poltica que est muy lejos decircunscribirse a la favela.

    A diferencia de la combinacin limea entreintegracin funcional y separacin cultural, Pearseest menos interesado en probar las formas deintegracin econmica que en analizar la

    plasticidad de la adaptacin socio-cultural a unatradicin poltica de populismo. La favela no espara l tanto una puerta de entrada a la ciudad,como el sitio marginado desde el cual el migrantese ve obligado a adaptarse a ella, configurandouna nueva forma moderna de la desventaja socio-econmica. Y en este sentido sus hiptesis sonbastante coincidentes con las que estabaelaborando contemporneamente el estudio de laSAGMACS, que si bien defiende la favela comocomunidad, no lo hace en funcin de algunaesencia cultural de origen ni de un carcterpresuntamente marginal a la sociedad urbana, sino

    de sus logros en establecerse en un medioadverso.26

    El caso de Buenos Aires, por su parte, fuerelatado en el seminario de Santiago de Chile por

    Gino Germani, a quien el encargo de la UNESCO lohaba llevado a realizar su primera incursin entemas urbanos que fue, al mismo tiempo, el primerestudio sobre la ciudad con los instrumentos dela sociologa cientfica un doble bautismo parauna articulacin clsica.27 Germani eligi parahacerlo la Isla Maciel, un fragmento tradicional

    del rea industrial de Avellaneda, porque elDepartamento de Extensin de la Universidad deBuenos Aires haba instalado all un centro deaccin social que necesitaba una encuesta y que,a su vez, serva al equipo de socilogos como cartade presentacin ante habitantes especialmenterecelosos frente a las instituciones pblicas desdela cada del gobierno del presidente Pern.28 Pero,adems, el sector ofreca una posibilidad encompleta sintona con nuestro problema: laexistencia en el rea circunscripta de la Isla de uncontinuo de urbanizacin, desde un sector devilla miseria reciente, hasta un sector popular deedificacin regular y asentamiento arraigado enla zona, lo que llev a Germani a organizar suinvestigacin a travs de cinco grupospoblacionales de estudio que (como las cuatrocomunidades yucatecas de Redfield, pero en unageografa mucho ms concentrada) le permitananalizar diferentes estadios de la transicin folk-urbana: una especie de progresin desde lasfamilias inmigradas ms homogneas en cuantoa origen de sus miembros y carcter reciente desu inmigracin, hasta las familias totalmentenativas (Germani, 1967: 235).

    Es notorio que Germani presenta susresultados sobre el fondo implcito del paradigmaWirth-Redfield, con un tipo de argumentacin quebusca verificar en qu se cumple y en qu no elcontinuo transicional, para hacer los ajustesempricos adecuados al caso de Buenos Aires. As,ve cumplirse casi redfieldianamente un procesoen el cual la mayor integracin suponetransformaciones progresivas en los cinco gruposhacia las pautas del matrimonio legal, una menorcantidad de hijos, relaciones familiares msabiertas e igualitarias, un mayor grado de

    asociacionismo, un mayor nivel ocupacional(sobre una base de plena ocupacin, la progresinva de las actividades de servicio a las industriales),un mayor nivel educativo.29 Tambin es sensiblea esa preocupacin tpicamente chicaguiana, quees descubrir que el barrio tiende a heredar transformadas y dentro del cuadro de la metrpoliparte de las funciones de las pequeascomunidades de la sociedad tradicional,manteniendo incluso ciertos sentimientos deidentificacin y pertenencia que son bastanteperceptibles en la zona urbanizada de la isla(Germani, 1967: 253). Y, ya en completa sintona

    con el ajuste lewisiano, tiene que reconocer quele resulta muy difcil la utilizacin de la dicotomaclsica de organizacin/desorganizacinatribuida al mundo tradicional y al moderno

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    respectivamente. Ya que as como, por una parte,no es posible encontrar en el origen de los gruposmigrantes una diferencia sustancial en cuanto ala estabilidad o cohesin familiar y comunitaria lo que indica una gran homogeneidad de partidaen las pautas socio-culturales de migrantes ynativos de la ciudad, debido a la temprana

    extensin nacional de los rasgos caractersticosde una sociedad altamente urbanizada (y debidotambin a que, por esa misma causa, slo muypocos migrantes llegan directamente de reasrurales, siendo lo normal un proceso de migracinescalonado desde ciudades pequeas a medianasque conduce finalmente a Buenos Aires), por otraparte, son mayores los rasgos dedesorganizacin en los sitios de partida de lapoblacin popular no urbana que en la propiaciudad, con lo cual el proceso de urbanizacinproduce a la vez y algo paradjicamenteorganizacin y desorganizacin (Germani, 1967:242). Es decir que Germani encuentra en el procesomigratorio de Buenos Aires un continuo muyacortado, lo que supone reconocer que ni el polofolk ni el urbano pueden identificarse con laclaridad de las tipologas clsicas.

    Analizando de conjunto los tres relatos, es fcilver que comparten la preocupacin por demostrarla integracin socio-econmica en las actividadesurbanas de las poblaciones estigmatizadas comomarginales (como se seala conclusivamente enuno de los captulos programticos del libro de laUNESCO: los migrantes no constituyen un grupo

    que se distinga claramente de las clases urbanasinferiores en general), asumiendo una especie dedualismo atenuadoo reformista, en el que seintenta precisar las desventajas diversas departida de los grupos migrantes (ms sociales, oeconmicas, o culturales, segn el caso), bajo unprisma que valora la integracin a los sectoresmodernos identificados con la cultura urbana.30

    Es notable que los tres forman parte de un primerestadio de revisin de las nociones mscrasamente funcionalistas, ante la evidencia deque algunos de sus postulados tericos

    condenaban la realidad de la urbanizacinlatinoamericana al lugar de la patologa. En el casode las migraciones, esto se verifica en la continuaadvertencia sobre los lmites de nociones comosobreurbanizacin o de la misma dicotomatradicional/moderno; no porque estos analistasno participaran de la visin crtica sobre losprocesos que conducan a esos fenmenos (comoel desfasaje entre las tasas de urbanizacin y lasde industrializacin, o el peso de las migracionesen la extensin de un sector de servicios debajsimo standard), sino porque advertan que,colocados en aquellos moldes tericos, esas

    nociones terminaban caracterizando a la ciudadlatinoamericana como mera desviacin de lanorma dictada por la modernizacin occidental.

    Finalmente, los tres anlisis de Lima, Ro y

    Buenos Aires podran leerse de corrido tambincomo una ejemplificacin de los diferentesmomentos del continuo folk-urbano en una escalacontinental, desde la mayor contraposicin entremigrantes rurales y habitantes urbanos en Lima,hasta la mayor cercana entre los dos polos enBuenos Aires, como las estaciones progresivas de

    un nico estudio de transicin de lo tradicional alo moderno, suficientemente poroso como paraincorporar en variadas proporciones losingredientes diversos de un funcionalismo laRefield o un culturalismo la Lewis.31 Es claro queel main streamde las nacientes ciencias socialesen la regin se mova, en 1959, dentro de la nocinde continuo, viendo en ella un instrumentopasible de ajustes que permitiran incorporar lapeculiaridad latinoamericana de sociedades entrnsito a diversas formas de integracin urbana,tanto porque cada una parta de polostradicionales completamente diversos, comoporque la propia consistencia moderna del polourbano deba entenderse idiosincrsicamente encada caso.

    6.6.6.6.6. Dualismo y marginalidad son palabrasque, como se sabe, en 1959 estaban a las puertasde una transformacin vertiginosa, como objetosde polmicas intenssimas a la luz de las cualestodava hoy se sigue juzgando aquella produccinanterior. Por eso es importante detenerse un pocoms ante la frontera que en estos temas nos ponela dcada de 1960, para analizar los correlatos

    operativos de aquellas posiciones sobre elcontinuo transicional en las ideas sobre viviendasocial. Porque, dnde encontrar ms claramentedelineadas las posiciones sobre el rol de losaldeanos en la ciudad, que en los debates sobrecmo deberan ser sus casas y sus barrios?

    Es notorio que, en los aos cincuenta, la viejacuestin de la vivienda haba vuelto aconvertirse en un gran disparador de laimaginacin social y poltica en la regin,produciendo un terreno aparentemente comnpara las indagaciones de la antropologa y la

    sociologa y las de la arquitectura; aunque stapoda, en verdad, reclamar una notableprecedencia frente a las ciencias sociales, ya quehaca por lo menos tres dcadas que haba activadosu revolucin modernista gracias a una reflexinoriginal sobre la vivienda masiva, asentada paramediados de siglo en una respuesta formal ytipolgica, la unidad de habitacin. De hecho,desde los aos cuarenta haba comenzado laconstruccin, en diversos pases de la regin, deuna serie de grandes conjuntos habitacionales queponan en juego los criterios ms avanzados de laarquitectura internacional para la vivienda social,

    consolidando la alianza entre estado y arquitecturamoderna por medio de la cual se venaproduciendo, desde la dcada de 1930, una radicaltransformacin territorial en Amrica Latina

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    (Gorelik, 2005b). Conjuntos como El Silencio(1941) o la urbanizacin 23 de Enero (1954),ambos de Carlos Ral Villanueva en Caracas; obrascomo Pedregulho (1950), de Affonso Reidy enRo de Janeiro, o las Superquadras concebidaspor Lucio Costa para Brasilia (1957); losmultifamiliares Miguel Alemn (1947) y

    Presidente Jurez (1950), ambos de Mario Panien Mxico; entre muchos otros ejemplos, fueronapenas los hitos arquitectnicos detrs de cuyaenorme visibilidad se encolumn una vastsimaproduccin llevada adelante por institucionespblicas como el Banco Obrero de Venezuela, elDepartamento de Habitao Popular de laPrefectura de Ro y los Institutos deAposedantorias e Penses en Brasil, la Caja deHabitacin Popular y la Corporacin de la Viviendaen Chile, la Secretara de Vivienda de laMunicipalidad de la Ciudad de Buenos Aires y elBanco Hipotecario Nacional en la Argentina, etc.,etc.32 As se despleg sobre las principalesciudades del continente una mirada de marcasmateriales del comn impulso modernizador queinspiraba a los cuerpos tcnicos estatales, msall de las notorias divergencias polticas eideolgicas entre los diversos gobiernos. Fueron,por supuesto, emblemas difusores derepresentaciones polticas dentro de una tradicinestatal de utilizacin grandilocuente de la obrapblica con fines propagandsticos, pero tambinla seal de madurez de la experimentacinarquitectnica local y, especialmente, la orgullosa

    forma en que Amrica Latina celebraba suspotenciales atributos para resolver sus conflictossociales a partir de un salto adelante sobre supropia modernidad.

    Es sabido que este modelo habitacionaltambin reconoce un originario alientocomunitarista, reactivo a la disolucinmetropolitana de los lazos sociales primarios. Perosu idea de comunidad era mucho ms un proyectode organizacin colectiva adecuada a los nuevostiempos, que una puesta en valor deespecificidades culturales que debieran

    preservarse o siquiera aprovecharse en sucapacidad amortiguadora. En este sentido, laidea de unidad de habitacin encuentraanalogas en el universalismo de la nocin decontinuo folk-urbano, proponindose comoinstrumento capaz de reparar las aristas msconflictivas de la vida metropolitana: es larespuesta modernista tomada por un importantesector de las vanguardias histricas aldiagnstico simmeliano; una respuesta que optapor radicalizar las lecciones contemporneas dela metrpoli la concentracin y la densidad perocomo camino ms adecuado para la restauracin,

    en un plano superior, de las formas comunitariasque ella ha dislocado. De hecho, la tira de viviendasflotando sobre sus columnas en una cultivadaextensin verde no es simplemente el resultado

    de una combinacin de motivos higinicos (contrael hacinamiento de la ciudad especulativa) ytcnicos (la utilizacin industrial de los nuevosmateriales, el hormign armado, el acero y elvidrio) para responder con racionalidad yeficiencia a las nuevas demandas masivas dehabitacin; es la bsqueda de recuperacin de la

    doble armona perdida en la metrpoli moderna,hacia adentro en la comunidad (y por eso cadaunidad se piensa como un nuevo falansterio conservicios comunes para las necesidades socialesy culturales de la vecindad) y hacia afuera en lanaturaleza. Y si pudiera ser criticable la pocaatencin que en el proyecto de estas viviendas sele prestaba a las condiciones de vida efectivas delos grupos a los que estaban dirigidas, debecomprenderse que esta arquitectura buscabamodificar los hbitos y las relaciones con la ciudadde toda la poblacin, no slo de sus segmentosms necesitados: en verdad, esa necesidad erapensada como virtud, ya que en la vivienda socialse esperaba que germinara una transformacinvanguardista del conjunto de la vidametropolitana. Para la arquitectura modernista,todos los habitantes metropolitanos, migranteso no y no hay que olvidarse de que, como sealRaymond Williams (1997), la respuesta cultural dela vanguardia a la metrpoli tambin puedeexplicarse en el origen aldeano de buena partede los artistas que reaccionaban con fascinaciny extraamiento ante la gran ciudad, son seresalienados que podrn reencontrarse en las nuevas

    comunidades que los grandes conjuntoshabitacionales les ofrecen.Pero esta nocin modernista-voluntarista de

    comunidad debi enfrentar una alternativa que seiba a traducir, en los aos cincuenta, en unapoltica panamericanista de vivienda social biendiferente: la poltica de apoyo econmico y tcnicoa la autoconstruccin, confirmatoria de lastradiciones y costumbres de la vida local, comosostena en 1953 una comisin ad hocde la UninPanamericana (1954: 16). El modelo de laconstruccin con esfuerzo propio y ayuda mutua

    parta de un diagnstico econmico es imposibleresolver el impresionante dficit de vivienda conlos escasos recursos de los estados de la regin(un promedio del 80% de la poblacin urbanalatinoamericana viva en condiciones inaceptablesde precariedad habitacional, segn ese informe)pero lo combinaba con una visin ideolgico-cultural dominante en las institucionespanamericanas que traducan, as, el consensotcnico norteamericano, tanto sobre el problemade la vivienda en s el ideal anglosajn desuburbanizacin residencial como alternativa a laconcentracin metropolitana, como respecto de

    la poblacin carenciada de los pasessubdesarrollados a la que los hbitos del trabajocolectivo serviran como refuerzo de los lazoscomunitarios debilitados por el asistencialismo

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    estatal y la desmoralizacin provocada por lascondiciones miserables de su vida en la ciudad.

    La experiencia que serva de modelo para eldesarrollo de esta posicin era la que se venallevando adelante en Puerto Rico donde, por suestatuto colonial, los tcnicos norteamericanospudieron realizar sin obstculos un experimento

    radical de reorganizacin territorial, desarrolloagrcola e industrial, programas de vivienda ymodernizacin de las infraestructuras sanitarias,escolares, viales y tursticas, de notables efectosen la redistribucin social, en un todo de acuerdocon esa combinacin de tecnocracia y reformismopopulista que supuso el clima ideolgico del NewDeal. As, la isla se convirti en un campo deprctica avanzada de la planificacinnorteamericana (all se concibi el comprehensiveplanning, dominante en las siguientes dcadas)y, al mismo tiempo, en un microcosmos ideal de acuerdo a la expresin de Harvey Perloff (1950:24) para experimentar con los problemas yaspiraciones [] de las regiones superpobladas ysubdesarrolladas.33 El proceso haba comenzadoen 1941 con la gobernacin de Rexford Tugwell quien haba sido subsecretario de Agricultura deRoosevelt y jefe de la ResettlementAdministration, la agencia federal encargada deafrontar la escasez de alojamientos urbanos yrurales durante la crisis y continu luego de 1946con las gobernaciones del Partido PopularDemocrtico de Muoz Marn y la BootstrapOperation.34

    En la cuestin de la vivienda, el modeloportorriqueo se resuma en una novedosapoltica de rehabilitacin de arrabales a travsdel Programa de Tierras y Servicios Pblicosmediante la cual el gobierno saneaba las tierras einstalaba los servicios y las familias se construanlas viviendas de acuerdo a planos-tipo muysencillos, con posibilidad de crecimiento futuro;un sistema que daba resultados mucho msrpidos y menos conflictivos que las polticasde erradicacin y reemplazo por grandesconjuntos habitacionales. Estas fueron las bases

    que tom la Unin Panamericana, que habaorganizado en 1949 su Seccin de Vivienda yPlanificacin para canalizar los fondos otorgadospor el Punto IV uno de los puntosprogramticos del discurso de asuncin delpresidente Truman en ese mismo ao, queinstaur como poltica de estado la asistenciatcnica a los pases subdesarrollados. FrancisViolich, un planificador californiano que en laUnin Panamericana estaba comenzando una largacarrera de especializacin en la regin, habaconfeccionado el proyecto de la Seccin Viviendaa partir de una estada de estudio en Caracas, de

    la que extrajo un anlisis muy crtico de la valatinoamericana para la vivienda social: losgrandes conjuntos habitacionales de iniciativapblica eran inadecuados, insuficientes y nunca

    llegaban a la poblacin realmente necesitada, loque terminaba resultando funcional al crecimientodescontrolado de los barrios de invasin.35 Ladireccin de la Seccin qued a cargo de AnatoleSolow, quien impuls la creacin, en 1951, delCentro Interamericano de Vivienda (CINVA) enBogot, cumpliendo uno de los principales

    postulados del Congreso Panamericano deVivienda Popular que se haba celebrado en BuenosAires en 1939, donde funcionarios y expertos detoda la regin haban sealado la necesidad de uncentro de formacin tcnica y experimentacin(Solow y Masis, 1950). Y el CINVA funcion comouna caja de resonancia de la planificacinportorriquea, llegando a ser en las siguientesdcadas un ncleo de adiestramiento masivo parala puesta en prctica de los programas deasistencia tcnica en proyectos de viviendaeconmica por ayuda mutua con financiamientonorteamericano, y de difusin de la manualsticacorrespondiente (Rivera Pez, 2002).

    Hacia 1959, cuando se realiza la conferenciade Santiago de Chile, es posible reconocer unadistribucin geogrfica bastante ntida de ambosmodelos en el mapa latinoamericano, con dominiode la poltica de grandes conjuntos habitacionalesen Mxico y Sudamrica y de la poltica de la ayudamutua en Colombia y los pases centroamericanosdonde el CINVA y, ms en general, lasinstituciones panamericanas tenan una presenciamuy activa, aunque esto deba ser matizado porel hecho de que todos los pases que tenan en

    marcha acuerdos de asistencia tcnica con losEstados Unidos implementaban en proporcionesvariadas programas de micro-emprendimientos devivienda urbana y rural (Chile, Per y Brasil,claramente), as como los pases que seguan lava panamericana no dejaron por eso de realizarunidades de habitacin paradigmticamentemodernistas (como muestran las contratacionesde Jos Luis Sert, uno de los principalesvanguardistas-expertos, para la realizacin deurbanizaciones en Bogot y Puerto Rico, entremuchos ejemplos) (ver Liernur, 2004). Pero las

    relaciones entre ambas vas, latinoamericana ypanamericana, ms all del pragmatismo de losgobiernos cuando hay programas de asistenciatcnica y, especialmente, financiera en juego, erana la vez tensas e intrincadas. Porque si lasinstituciones panamericanas y el intento deEstados Unidos de convertir la experienciaportorriquea en un modelo para todo elcontinente generaban enormes resistencias en losequipos tcnicos y polticos locales,36 al mismotiempo, sus propuestas de ayuda mutua yautoconstruccin asistida sintonizaban con lasposiciones ms radicalmente comunitaristas y

    ms prximas a la militancia social en las propiaspoblaciones, como muestran las iniciativasmencionadas de urbanizacin de las favelas,llevadas adelante por sectores de la Iglesia.

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    7.7.7.7.7. Puede parecer paradjico, por cierto, enrelacin con las imgenes establecidas de lasrelaciones entre los pases latinoamericanos y losEstados Unidos en el perodo, lo que surge de estasomera revisin de las polticas de vivienda: lasinstituciones oficiales y los funcionarios de lospases latinoamericanos parecen poco remisos a

    aceptar la ingerencia norteamericana, mientrasque las agrupaciones de base parecen confluir dehecho con ella. Y en el reverso de esta paradoja,lo que la historia de la planificacin nos muestraes algo no siempre fcil de advertir en las historiasde las ciencias sociales: el reformismo populistay basista (tambin, desde ya, pleno depaternalismo y salvacionismo liberal, por usarlos trminos de Miceli, 1990: 28), muchas vecescon visos de radicalismo, que los tcnicosnorteamericanos dedicados a la cooperacin conAmrica Latina transportaron directamente de laexperiencia del New Deal, que parece habermigrado en bloque al sur ante las poco propiciascondiciones que Norteamrica le ofreca alprogresismo en los aos cincuenta.

    Ahora bien, de la heterognea confluenciade intereses en el terreno de la participacinpopular, donde lo ms unificador parece ser elrechazo a las imgenes monumentalista delestado y universalista de la sociedad que losconjuntos habitacionales portaban, en los aossesenta va a ir emergiendo una posicin msdrstica, que va a ver en la autoconstruccinpopular y la consolidacin de sus ncleos de

    residencia una verdadera alternativa a los dilemasde la modernidad urbana latinoamericana (y, msen general, tercermundista). As como elparadigma modernista significaba la disolucinde todo resabio de aldea tradicional en la ciudad,para reorganizar el conjunto metropolitano comouna articulacin novedosa de comunidadesfuncionales abstractas, y el paradigmacomunitarista supona la radicacin consolidadade la aldea y su integracin a la ciudad comoparte con iguales derechos, as las nuevasposiciones van a ir ms all, proponiendo a la

    aldea como clula regeneradora de los males dela sociedad moderna, retomando casi literalmentela funcin moralizadora que le atribua RobertPark.

    El campo de la arquitectura estaba bienabonado para que esa respuesta germinara,atravesado por la oleada de rebelin de posguerracontra la burocratizacin y mercantilizacin delfuncionalismo de las vanguardias modernistas enel nuevo mundo construido por la expansincapitalista. Una reaccin en muchos sentidosantropolgica contra el mundo moderno, quepoda manifestarse en la reivindicacin romntica

    de la arquitectura verncula como la que llevabanadelante Bernard Rudofsky con su clebre muestraArquitectura sin arquitectos, o Aldo Van Eyckcon su serie de publicaciones sobre la

    construccin popular en el Sahara, o en lasnuevas aproximaciones a los problemasmetropolitanos que buscaban mostrarle a losplanificadores las dimensiones ocultas porutilizar la frmula con que Edward Hall titulabasus estudios de antropologa espacial de la vidaurbana como experiencia simblica y cultural.37

    Por supuesto, este debate tambin incidi enla arquitectura de los grandes conjuntoshabitacionales, a travs de investigacionestipolgicas que en los aos sesenta intentaronincorporar elementos de la cultura del habitar delos sectores populares a los que tericamente sedirigan (patios, terrazas, variedad volumtrica).Pero su expresin ms sintomtica en lo que hacea la vivienda social en Amrica Latina como partede un problema comn a todo el mundosubdesarrollado se encuentra en las experienciasde autoconstruccin, tal cual fueron elaboradaspor el arquitecto ingls John Turner durante variasestadas en Lima.

    Turner haba llegado a Per en 1957 invitadopor Eduardo Neira, a quien haba conocido en unareunin del Congreso Internacional de ArquitectosModernos (CIAM) en Venecia en 1950 y con el queluego estableci relaciones ms firmes durantelos estudios de posgrado que realiz enLiverpool.38 Segn el relato de Turner, cuandoNeira lo convoc a integrarse a la Oficina deAsistencia Tcnica a las Urbanizaciones Popularesque haba creado en 1955 en Arequipa, le dio comonica bibliografa los manuales portorriqueos de

    autoconstruccin comunitaria por esfuerzopropio, que se convirtieron en su primer contactocon el tema y en su exclusiva gua cuando tuvieronque enfrentar las consecuencias del terremoto de1958, que dej sin vivienda a prcticamente el 50%de la poblacin arequipea (Chvez, 2000). A partirde entonces, Turner se convirti en una especiede etngrafo de la construccin popular, entrabajos de campo en las barriadas limeasrealizados en dilogo con el antroplogonorteamericano William Mangin, y en unpropagandista internacional de la alternativa

    participativa para la vivienda social.

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    El razonamiento parta de bases estrictamentepragmticas y utilitarias, en el sentido de quedesencializaba la vivienda de los pobresmostrando que se trataba para ellos de un armade supervivencia, y su hbitat, de un medio devida eficiente en la economa urbana, ms que deun problema cultural. Pero rpidamente se pasabaa una idealizacin de la vida en las barriadas (quetenan un nivel ms elevado que numerososdistritos de Lima que se haban desarrolladolegalmente) y, especialmente, de sus habitantes,que eran mucho ms libres que los pobres de la

    sociedades ricas.40 Y si pareca evidente que tenanobjetivos conformistas, de acomodacininstrumental a la sociedad establecida, al mismotiempo, como afirmaba Mangin en 1963, la

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    imposibilidad de que en el Per se produjesen loscambios acelerados que se necesitaban parasatisfacer esas ambiciones reformistas deprogreso social, los llevaran a la frustracin,convirtindolos en actores objetivos del cambio:Es posible que cuando los nios [los hijos de laprimera generacin de ocupantes ilegales]

    comprendan este hecho, hagan realidad la actualprofeca paranoica de muchos peruanos de clasemedia y alta que consideran a la poblacin de lasbarriadas como rebelde y revolucionaria (Mangin,1969: 21).

    Durante los aos sesenta y los primerossetenta no quedaba margen de duda acerca de quese haba tratado de una profeca autocumplida, yestas posiciones a favor de la vivienda socialparticipativa formaron claramente parte del ampliolote de perspectivas de izquierda, al comps deuna fortsima oleada de movilizaciones popularesurbanas que instal a los aldeanos, por primeravez, en un lugar destacadsimo de la escenapoltica de la ciudad. Gobiernos de muy diferentesigno tuvieron que aceptar la realidad y el derechode las invasiones y establecer polticas para suconsolidacin, y el pensamiento social se lanz adiversas operaciones tericas para incorporarestas luchas por el consumo en un lugardestacado de la agenda de investigacin (buenaparte del debate sobre la urbanizacindependiente y las teoras de la marginalidadse explica en la fuerza con que haban irrumpidolos nuevos sujetos sociales definiendo una

    supuesta va latinoamericana a la revolucin).Pero en los aos ochenta y noventa luego delfranco retroceso de aquel protagonismo poltico,uno de los blancos predilectos de los golpesdictatoriales y los procesos autoritarios en los aossetenta en la regin aquellas posiciones pudieronser reinterpretadas tanto en clave neoliberal comoneopopulista. De lo primero da un ejemploinmejorable el economista peruano Hernando deSoto (1986), que en El otro sendero tambinpresent el problema como la solucin, peropara mostrar ahora a los pobladores de las

    barriadas como activos agentes de la iniciativaprivada obstaculizados por un estado paternalistae ineficiente, cuyas anteojeras burocrticas yprejuicios asistencialistas condenan todo eseinmenso movimiento econmico real a lailegalidad.41 Entonces se hizo ms claro el tipo deoperacin ideolgica que auspiciaba la poltica deautoayuda del Banco Mundial, as como seresignific el rol de consultores de organismosinternacionales de algunas de las figuras revulsivasde las dcadas anteriores, y las propiasambigedades de aquel culturalismoantropolgico: por ejemplo, el periodista lvaro

    Vargas Llosa (2004) pudo sostener recientementeque Mangin fue el hombre que se adelant treintaaos al comprender que en las barriadasgerminaba no una revolucin proletaria, sino una

    economa de mercado.La clave neopopulista, por su parte, es la que

    se consuela ante el fracaso de aquellas promesasrevolucionarias con la evidencia del fracaso nomenos estruendoso de las anteriores ambicionesdesarrollistas, celebrando en el protagonismo delos aldeanos la inversin ms carnavalesca que

    libertaria consolidada como escenario definitivode las metrpolis latinoamericanas. Como haescrito Abelardo Snchez Len (1988: 207) einsistimos en autores peruanos apenas comoevidencia del intenssimo laboratorio que el casode las barriadas de Lima represent durante todoese largo ciclo para el pensamientolatinoamericano, si hace siglos, durante lacolonia, a los indios se les encerraba en zonasbajo cuatro murallas, hoy en da los sectoresacomodados se encuentran en ghettosresidenciales rodeados por aquellos queconsideraban brbaros y que han llegado alcorazn o al hgado de este pas. O podemosacudir a uno de los analistas ms lcidos de lainvestigacin urbana latinoamericana, que laacompa con erudicin e irona desde susmismos comienzos en la dcada de 1950oponiendo un consecuente populismo culturalistaa las ilusiones ilustradas de reformistas yrevolucionarios: Por primera vez desde laconquista europea escriba Richard Morse en losaos ochenta la ciudad no representa un bastinintruso en el dominio rural ni constituye un centrode control sobre el mismo. La Nacin ha invadido

    la ciudad. El espacio fsico y social urbano reflejaahora a la sociedad nacional como un todo(Morse, 1989: 75-76).42

    8.8.8.8.8. El debate entre Redfield y Lewis sobre laadaptacin de los aldeanos a la ciudad fue lamodulacin especfica de un problemaantropolgico que, entre los aos cuarenta y lossetenta, encontrara ecos en los ms variadosrincones del pensamiento urbano, social y polticolatinoamericano, saturando sus significaciones.Por eso, por su gran capilaridad, es posible

    utilizarlo como un papel de tornasol para testearlas diferentes reacciones de cada uno de loselementos que entraron en resonancia con l, conla aspiracin de que as podran iluminarse zonasde historicidad algo diversas de las ya transitadaspor los enfoques ms especficos sobre losdebates polticos, sociolgicos o urbanos delperodo.

    En ese sentido, intent mostrar que el arcoabierto entre la propuesta analtica de Redfield yel ajuste lewisiano puso el horizonteuniversalista-reformista dentro del cual pudosurgir una reflexin especfica sobre la ciudad

    latinoamericana, con un matiz atenuado deldualismo tradicin/modernidad que mantena laconfianza en el cambio social, aunque saba queste ya no recorrera exactamente el itinerario

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    trazado por la experiencia de la ciudad europea onorteamericana. En ese primer estadio de lareflexin urbana, contemporneo de lainstitucionalizacin de las ciencias sociales en laregin, el auge del pensamiento cepalino y eloptimismo desarrollista, ya se haba procesadouna primera revisin del debate que puso el acento

    en las crticas a Redfield de un modo en que, confrecuencia, le daba la razn a Lewis, oponindolossin matices. Las crticas a Redfield se centrabanen tres aspectos: el esquematismo abstracto desus tipos polares (la inexistencia de algoempricamente reconocible como sociedad folko sociedad urbana), el pretendido universalismodel continuo que se estableca entre ellos, y, comocontracara de esto ltimo, el etnocentrismooccidental de la dicotoma, de acuerdo a lostrminos con que Philip Hauser, apoyndosedecididamente en Lewis, denunciaba suinadecuacin para las ciudades del mundo endesarrollo (Hauser y Schnorre, 1965).43 FranciscoBenet (1963-1964) ira ms all, criticando ya noel etno sino el eurocentrismo en sentidoestricto de la nocin de continuo, porqueimpona dicotomas importadas de Europa quetampoco podan reconocerse en los EstadosUnidos, donde nunca habra existido una culturarural.44

    Pero aunque los tericos latinoamericanosconocan bien esas crticas y en buena medida lascompartan (y el nombre de Hauser entre los quelas esgrimen desde temprano es la mejor

    demostracin), la idea de continuo seguadominando como la base desde la cual seorganizaba el conjunto de la problemtica, elpoderoso instrumento para pensar la integracinde los aldeanos a un proceso de cambio socialque imaginaban trastornando desde las ciudadeslas desiguales estructuras tradicionales de lospases latinoamericanos. El propio esfuerzo decomprensin del carcter de las aldeas quesurgan en las ciudades les mostraba que el meroavance econmico y el desarrollo industrial no ibana producir por s solos esa integracin: la

    necesidad de encontrar nuevas categoras para laciudad latinoamericana es una demostracin deldesfasaje productivo que se abre hacia finales delos aos cincuenta entre los modelos de referenciay la reflexin local. En la ambigedad de esedesfasaje irresuelto, entre la necesidaduniversalista y la evidencia emprica de la reforma,se despliega a mi juicio el momento ms originalde la reflexin urbana latinoamericana.

    A partir de entonces, a lo largo de la dcadade 1960 se podra sealar el surgimiento de otrosdos estadios de reflexin sobre el problema quecierran, a su modo, aquel horizonte. Uno, en

    vinculacin con las posiciones radicalizadas sobreel tema de la vivienda popular, que podramosllamar monismo radical, ya que puso el foco en lanecesidad de eliminar todo resabio de

    marginalidad que pudiera desprenderse de aqueldualismo anterior, como manifestacin extremade la voluntad de normalizar y legitimar unequipamiento intelectual especfico para pensarel fenmeno de la ciudad latinoamericana. Estasinvestigaciones surgieron de un poderoso impulsode identificacin poltica y cultural con los

    aldeanos, insistiendo en la esencialhomogeneidad de los procesos de urbanizacinen los sectores de mayor pobreza, ms all de laespecificidad de su hbitat en la ciudad o de suorigen dentro o fuera de ella. Es decir, la idea decontinuo quedaba directamente anulada por lanecesidad de reivindicar el carcter plenamenteurbano de la experiencia de la vida en los barriospopulares, contra las anteriores descripciones quevean en ellos una intrusin rural. El matrimoniode antroplogos norteamericanos Anthony yElizabeth Leeds realiz estudios sobre las favelasen Ro muy caractersticos de este estadio: encontacto directo con las investigaciones de Turnery Mangin, con quienes colaboraron en variasoportunidades en el intento de trazar hiptesiscomparativas, los Leeds buscaron desmitificar elcarcter aldeano de la favela para mostrar queparticipaba con altas dosis de creatividad de lasactitudes y valores de la ciudad moderna, comoparte inescindible de ella (Leeds y Leeds, 1972).45

    En la lnea de las crticas que ya habansealado el etnocentrismo implcito en laequivalencia de integracin yoccidentalizacin, los Leeds propusieron

    entender los trminos propios en que la favela seintegraba en un sistema urbano mayor, junto auna gama completa de ambientes socio-residenciales de la pobreza que organizaba unconjunto mucho ms matizado y plural que el quesurga de la reduccin dualista del esquemafavela-tradicin / ciudad-modernidad. Y as comomostraban la plena integracin en trminoseconmicos, sociales y polticos de la favela conel mundo urbano y sus valores dando una pinturadel favelado que lo mostraba como un ingeniosooportunista a la pesca de las inmensas

    oportunidades que la ciudad y sus mercadosformales e informales ofrecan para la movilidadsocial, por otra parte, a travs de un estilo deinvestigacin participante que supuso unainmersin total en la vida de la favela, mostraronque sta tena una estratificacin social internasumamente compleja tanto como la de la mismaciudad, compuesta de niveles de status, gruposy redes que eliminaba cualquier simplificacincomunitarista centrada en la familia y los lazosprimarios.

    Por eso rechazaron el procedimientometodolgico de Lewis, porque el foco analtico

    en la interioridad de la familia creaba la ilusin deun funcionamiento tradicional que impedasiquiera atisbar la novedad de las redes en quesus miembros estaban inmersos. Ms en general,

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    estas posiciones discutieron fuertemente con lanocin de cultura de la pobreza comoresponsable central en la reproduccin acadmicay poltica de los prejuicios sobre los pobresurbanos. Pero es importante aclarar que ya no setrataba de una polmica con aquel Lewis queindagaba en los recursos con que los migrantes

    se ajustaban a travs de su propia cultura a lade la ciudad como haba hecho en Urbanizationwithout Breakdown y hasta La cultura de lavecindad de comienzos de los sesenta, textosque siguieron utilizndose positivamente en losdebates sobre las migraciones urbanas, sino conun Lewis que, a partir de la estabilizacin de lacultura de la pobreza como categora tambinuniversalista (a travs de trabajos que desarrollen la India, en Puerto Rico, en los Estados Unidos,continuando el estilo de reportaje colectivo de Fivefamilies), fue desarrollando una visinmiserabilista de los pobres urbanos que lossituaba exclusivamente en la carencia y lamarginalidad, como seres indefensos y frustrados,condenados a reproducir de modo incesante lasmismas condiciones culturales que habanoriginado su estado de pobreza.46

    Y si esta visin tarda de Lewis restringa laaccin del estudioso a la denuncia o elasistencialismo, la visin ms comprometida delmonismo radical, al mismo tiempo, le planteabaserias dificultades conceptuales a la perspectivade izquierda de la que se senta partcipe. As sele sealaba, por ejemplo, que la idea de que la

    favela no es el problema, sino la solucin, que losLeeds compartan con Mangin, le quitaba todadramaticidad a las condiciones de vida reales delos favelados, normalizando su situacin deindigencia; o tambin, desde anlisis marxistas,que la propuesta de autoconstruccin yautourbanizacin significaba enmascarar con unparticipacionismo progresista la sobreexplotacinde los favelados, que se vean obligados aproducir tambin por su cuenta los medios de vidanecesarios para garantizar su reproduccin comofuerza de trabajo; o que el nfasis en la idea de

    integracin mostraba que los favelados erangrupos adaptativos y no revolucionarios (Funes,1972: 167), empeados en un ascenso social quelos distraa de cualquier tipo de esfuerzoorganizativo transformador.47

    Finalmente, el otro estadio de la reflexin queme interesa destacar, producto en parte de lanecesidad de salir de las encrucijadas que leplanteaba al pensamiento de izquierda elmonismo radical, fue un regreso a la idea demarginalidad, pero positivizada: un dualismoexasperado. Aqu har su otro camino la nocinde cultura de la pobreza, ya completamente

    independizada de Lewis, convirtindola en culturaradicalmente otra, portadora de valoresautnomos capaces de ofrecer una alternativaglobal a los valores burgueses de la civilizacin

    urbana occidental. Es el enfoque polarizado,caracterstico de las teoras de la urbanizacindependiente, que busc probar que los sectoresmarginales eran una expresin ineliminable delas condiciones de dependencia en que sedesarrolla el capitalismo en nuestros pases,encarnando su propia contradiccin interna, de la

    que podra llegar a salir, por lo tanto, susuperacin.48 Para Anbal Quijano, por ejemplo,que desarroll en la CEPAL una de las visionesms elaboradas de la teora de la urbanizacindependiente, la presencia de elementosculturales de procedencia rural en las ciudadeslatinoamericanas estaba levantando unaalternativa cultural frente a la mas extendidacultura urbana dependiente formada conmodelos y elementos procedentes de lasmetrpolis externas dominantes (Quijano, 1968:7).49 La barriada se converta, as, en laincrustacin subversiva de una alternativapoltico-cultural al orden dominante en su mismoseno, la ciudad es decir que por una va curiosaencontramos la clsica ambigedad frente a laciudad de las posiciones de Chicago, transfiguradaen franca antipata.

    Y aunque tenan posiciones en muchosrdenes diversas, tales conclusiones no erandemasiado dismiles de las que obtena ManuelCastells, que elabor buena parte de sus hiptesissobre la cuestin urbana en el Santiago de Chilede comienzos de los aos setenta, con el fondode uno de los episodios ms intensos de

    protagonismo poltico del reclamo habitacional.50Castells discuta la nocin de marginalidad,explicando que los sectores a los que seencuadraba dentro de ella por razones combinadasdel mercado laboral y el mercado habitacionalcapitalistas, tenan sin embargo una altsimaorganizacin social (mucho mayor que el resto delos sectores urbanos), ofreciendo un modeloalternativo antagnico a la cultura urbana sin ms.Y es importante recordar aqu que, en el libro quelo hizo famoso y marc a fuego el pensamientourbano durante ms de una dcada, Castells

    dedic una parte importante de su esfuerzo tericoa desmontar las hiptesis chicaguianas delurbanismo como forma de vida y lainterpretacin evolucionista de la historia humanaimplcita en el continuo folk-urbano (Castells,1974b: 99). Desde el estructuralismo althuserianoCastells discuta la ideologa implcita en la nocinde cultura urbana, proponindola como un mitotranquilizador para enmascarar los conflictosestructurales que atraviesan la sociedad de clases;y desde la teora de la dependencia, sealaba queel principal de esos conflictos en las ciudadeslatinoamericanas lo proporcionaba la

    irreductibilidad de aquel mundo marginalopuesto al sector moderno integradobajo elcontrol de los monopolios y alentado por el cantode sirenas de la modernizacin y el progresismo

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    urbano que propona el Estado con sus reformasurbanas. Si la ciudad latinoamericana era uneslabn principal del sistema de dependencia,expandiendo por toda la nacin desde su lugar deprimaca las redes del colonialismo interno, laimportacin de ese conflicto en el seno del mundourbano era completamente decisiva para producir

    alineamientos de clase disruptivos del orden socialimperante (Castells, 1973: 89).Por supuesto que ahora Chile se lea en lnea

    con Cuba, donde las polticas urbanas de laRevolucin, especialmente la radicaldescentralizacin de La Habana que como medidatcnica formaba parte del repertorio msconvencional de la planificacin desarrollista, peroen Cuba le adicionaba un plus poltico antiurbanopor la visin de la capital como sntesis ideolgicadel rgimen depuesto y ltimo bastin social aconquistar por una revolucin que haba venido delcampo, alimentaban la desconfianza en los efectosconformistas de la ciudad. Como haba escrito yaHorowitz en 1966, por el carcter especfico que ladicotoma urbana-rural asuma en las condicionesde dependencia de Amrica Latina, la ciudad seconvierte en el rea reformadora representacinde las necesidades y ambiciones de la clase mediay el campo se vuelve la zona revolucionaria enverdad, la expresin polarizada de la reaccin y larevolucin: de las soluciones totales para losproblemas totales (Horowitz, 1966: 90). Este parecaser, en definitiva, el rol de los aldeanos en laciudad: introducir su presencia desestabilizadora

    ante la inviabilidad de una cooptacin reformistacomo la que haban sufrido los sectores obrerostradicionales. Y as, luego de tres dcadas en que laexplosin urbana haba relativizado la centralidadde la cuestin rural en la cultura latinoamericana,se asista a una nueva inversin, que resituaba porcompleto la oposicin campo/ciudad.

    Es posible encontrar este tono antiurbanobastante generalizado a finales de la dcada de 1960,como expresin de la crisis de confianza en la propiamodernizacin; pero debe destacarse que no fuepoco discutido dentro del pensamiento urbano de

    izquierda, como muestra la obra de Paul Singer,seguramente uno de los polemistas ms lcidosentre los que enfrent las hiptesis de la teora dela dependencia con instrumentos de la economaurbana marxista.51 Ya Francisco Sabatini (1977: 62)ha destacado el modo en que Singer relativiz ladiscusin sobre si los migrantes formaban o nocomunidades cerradas a la sociedad urbana,explicando que eso no estaba en relacin con algncarcter esencial de la cultura aldeana en la ciudad,sino con los ciclos de la economa urbana, quecuando est en expansin ofrece empleo eintegracin, y cuando est en recesin obliga a los

    grupos expulsados del mercado de trabajo aorganizarse para la subsistencia en formacomunitaria y autosuficiente. Es decir, el monismoo el marginalismopodran ser no slo el resultado

    de los marcos terico-ideolgicos de comprensincon que los estudiosos encaraban el problema, sinode momentos en los ciclos econmicos de lasciudades que les mostraban caras aparentementecontradictorias del mismo fenmeno.52

    Y siguiendo un razonamiento anlogo, que seapoyaba en un exhaustivo estado de la cuestin

    sobre el tema a finales de la dcada de 1960, Morsedetectaba un dilema abrumador para elpensamiento urbano: Expresado en los trminosms crudos, diremos que la cohesin social delos grupos urbanos marginales rene fuerzas bajola adversidad y la hostilidad, y retrocede ante latolerancia y la benevolencia. Y resultaespecialmente significativo para nuestro enfoqueque, en una nota al pie de esa misma frase, consu habitual modo contrariar los consensosestablecidos, Morse ironice sobre el revisionismosociolgico que dominaba entre suscontemporneos y proponga un retorno a Chicagoy a las teoras generales del cambio social: Lasinvestigaciones realizadas en los tugurios ybarriadas latinoamericanas estn saturadas conun canto de guerra en contra de los veneradosmodelos tericos de la sociedad urbana. Lo queprueban las nuevas interpretaciones no es tantoel etnocentrismo de Maine, Durkheim o Wirthcomo la ingenuidad de la ciencia socialnorteamericana contempornea y su incapacidadpara tratar simultneamente con modelosgeneralizados y sistemas culturales. La culturade la pobreza invita a la misma inversin malvola

    que practic Marx con la filosofa de la miseriade Proudhon (Morse, 1971: 43).Por fin, quizs esta sensacin de fin de un ciclo

    en el pensamiento social, expresada irnicamentepor Morse, pueda explicar que en una fecha tantarda como 1974, cuando ya Redfield haba sidonegado una y mil veces, Gino Germani hayapreparado para una editorial italiana una antologade textos sobre el tema, Urbanizzazione emodernizzazione, dndole un lugar depreeminencia al artculo que Redfield escribi conMilton Singer, El papel cultural de las ciudades

    y, ms an, haya intentado, en su introduccin alvolumen, un esfuerzo extraordinario decompatibilizacin de las teoras clsicas conbuena parte de las nuevas aproximaciones, todavaa la bsqueda de una teora general de lamodernizacin que fuera capaz de incorporar, sindistorsionarla, la experiencia de la urbanizacinlatinoamericana.53 Aunque tambin podramospreguntarnos con un nimo relativista anlogoal de Paul Singer si la bsqueda de universalesde Germani y su reformismo empedernido nopodran ser entendidos como impuestos por lapeculiar ciudad desde la que se interrogaba sobre

    la urbanizacin latinoamericana, Buenos Aires,uno de los casos de mayor modernidad eintegracin del continente (lo que no implica queGermani fuese optimista respecto del tipo de

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    sociedad que esa modernidad e integracin habangenerado, en absoluto). En todo caso y esteparece un razonable modo de terminar esterecorrido ya demasiado prolongado, el retornoen 1974 a esas viejas preguntas de matrizantropolgica sobre la adaptacin/aculturacin enuna sociedad en transicin, realizado por una de

    las figuras ms atentas a las derivas delpensamiento social de su tiempo, ms que comoun simple anacronismo, quizs deba ser tomadocomo indicio de que nos encontramos frente a ununiverso de cuestiones y posiciones tericas queseguan y siguen abiertas, porque no son deaquellas que pueden ser superadas por el avancedel conocimiento. Las aldeas en la ciudadlatinoamericana han pasado de ser problemasa soluciones, de estigmas a alternativas yviceversa, pero su presencia cada vez mscaracterstica y sus dficits, siempre tan agudosaunque cada vez ms masivos, nos siguenenfrentando a desafos principales delpensamiento tanto como de la poltica urbana,sobre los que aquel debate antropolgico quizstenga, todava, algo que decir.

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