105514772 Malachi Martin Las Llaves de Esa Sangre Juan Pablo II

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De buena gana o no, preparados o no, todos estamos involucrados en una triple competencia global, intensa, sin reglas que la limiten. Sin embargo, la mayora de nosotros no somos competidores. Somos las apuestas. Porque l o que est en competencia es quin establecer el primer sistema mundial de gobierno que haya existido jams en la sociedad de las naciones. Se trata de quin poseer y ejercer el doble poder de la autoridad y el control sobre cada uno de nosotros como individuos y sobre todos nosotros juntos como una comunidad, sobre la totalidad de los seis mil millones de personas que los demgrafos estiman que habitarn la Tierra a comienzos del tercer milenio. La competencia es intensa porque, ahora que se ha iniciado, no hay forma de revertirla ni detenerla. Sin reglas que la limiten porque, una vez que la competencia se haya decidido, el mundo y todo lo que est en l -nuestra forma de vida como i ndividuos y como ciudadanos de las naciones, nuestras familias y nuestros trabajos, nuestro comercio y dinero, nuestros sistemas educativos y nuestras religiones y nuestras culturas, hasta los smbolos de nuestra identidad nacional, que la mayora de nosotros siempre hemos dado por descontados-, todo habr sido poderosa y radicalmente alterado para siempre. Nadie puede quedar exceptuado de sus efectos. Ningn sector de nuestras vidas permanecer intacto. La competencia comenz y contina como un asunto que presenta tres aspectos, porque se es el nmero de rivales con suficientes recursos como para establecer y mantener un nuevo orden mundial. Nadie que est familiarizado con los planes de estos tres rivales tiene 11

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ninguna duda de que solamente puede ganar uno de ellos. Cada uno espera que los otros dos sean dominados y devorados por el remolino de cambio que se acerca. Siendo se el caso, parecera ineludible que su competencia terminara como confrontacin. En cuanto al factor tiempo involucrado, aquellos de nosotros que tenemos menos de setenta aos veremos por lo menos instaladas las estructuras bsicas del nuevo gobierno mundial. Aquellos de nosotros de menos de cuarenta, seguramente vivirn bajo su autoridad y control legislativo, ejecutivo y judicial. De hecho, los tres rivales mismos -y, a medida que pasa el tiempo, muchos otros ms- hablan de este nuevo orden mundial no como algo que est a la vuelta de una distante esquina del tiempo, sino como algo que es inminente. Como un sistema que ser introducido e instalado en nuestro medio hacia el fin de esta dcada final del segundo milenio. De lo que estn hablando estos competidores, por lo tanto, es la modificacin ms profunda y extensa de la vida internacional, nacional y local que el mundo ha visto en mil aos. Y la competencia en la que estn comprometidos puede ser descrita simplemente como el juego final del milenio. Diez aos antes de que esta competencia se volviera evidente para el mundo en general, el hombre que estaba destinado a convertirse en el primero, el ms inesperado y, por lo menos para algunos, el ms inoportuno de todos los competidores en este juego final del milenio, habl abiertamente sobre lo que ya entonces vea en el camino. Hacia el trmino de una extensa visita a Estados Unidos en 1976, un oscuro arzobispo polaco, de Cracovia, llamado Karol Wojtyla, se present frente a un pblico en la ciudad de Nueva York y pronunci uno de los discursos ms profticos que jams se hayan dado. "Estamos ahora frente a la mayor confrontacin histrica que haya experimentado la humanidad", dijo; ". . . una prueba para los dos mil aos de cultura y de civilizacin cristianos, con todas sus consecuencias para la dignidad humana, los derechos individuales y los derechos de las naciones". Pero, advirti a sus oyentes ese da de septiembre, "amplios crculos de la sociedad norteamericana y amplios crculos de la comunidad cristiana no se dan cuenta plenamente de esto. . ." Quiz el mundo todava estaba demasiado inmerso en el viejo sistema de estados-nacin, y en todos los antiguos arreglos internacionales del equilibrio de poder, para escuchar lo que estaba diciendo Wojtyla. O quiz el propio Karol era considerado nada ms que una figura aislada clamando desde un pas aislado que desde haca mucho haba sido inequvocamente eliminado de la ecuacin del poder global. O quiz, despus de la masacre industrial de millones de seres humanos en dos guerras mundiales y en ciento ochenta guerras locales, y despus de los interminables terrores de la amenaza nuclear que han marcado el avance del siglo veinte, slo porque la sensacin era de que una confrontacin ms o menos no iba a significar mucha diferencia.

Cualquiera que fuese la razn, parecera que nadie que escuch o posteriormente ley lo que Karol Wojtyla dijo ese da tuvo la menor idea de que l estaba sealando una competencia entre las tres nicas estructuras mundiales de poder con base internacional por la verdadera hegemona global.,,,

En agosto de 1976 Karol Wojtyla pudo haber sido una figura aislada, al menos para muchos occidentales. Pero dos aos despus, en octubre de 1978, cuando emergi de la Capilla Sixtina de Roma como el papa Juan Pablo II, el sucesor nmero 264 del apstol Pedro, l mismo era la cabeza de la ms extensa y profundamente experimentada de las tres potencias globales que se dedicaran, en poco tiempo, a terminar con el sistema de naciones de la poltica mundial que ha definido a la sociedad humana durante ms de mil aos. De hecho, no es demasiado decir que el propsito deliberado del pontificado de Juan Pablo -la mquina que impulsa su gran poltica papal y que determina sus estrategias da a da, ao a ao- es salir victorioso de esa competencia, que ahora ya se ha iniciado. Porque es un hecho que las apuestas que ha colocado Juan Pablo en la arena del enfrentamiento geopoltico lo incluyen todo, a l mismo, su persona papal, el antiguo Oficio Apostlico que ahora encarna, y toda su Iglesia universal, tanto como una organizacin institucional sin paralelo en el mundo cuanto como un cuerpo de creyentes unidos por un lazo de comunin mstica. Los otros dos contendientes en la arena de sta, "la mayor confrontacin histrica que haya experimentado la humanidad", no son adversarios despreciables. Ms bien, son los lderes de los poderes seculares ms profundamente atrincherados, quienes, en un sentido colectivo, actan, por su historial, como los autores y actores fundamentales del periodo de la historia que, tan ha sido la peor de las pocas, que la mejor cara que podemos ponerle es decir que no fuimos devorados por el apocalipsis de la Tercera Guerra Mundial, como si eso fuera lo mejor que el hombre pudiera hacer por su semejante. La primera de estas dos potencias, la Unin Sovitica, est ahora conducida por el adversario ms interesante de Juan Pablo, eslavo como l. Mijal Serguievich Gorbachov fue un lder tan inesperado e impredecible en l a nueva arena del mundo como el propio Karol Wojtyla. Un hombre fornido todava en su plenitud, clamando desde la oscura ciudad industrial de Privolnoye, en el sudoeste de Rusia, Gorbachov es ahora aquello para lo que fue preparado: el Amo del Estado-Partido marxista-leninista cuyo poder y posicin en la comunidad de las naciones fueron construidos sobre setenta aos de fratricidio fsico y espiritual, realizado en nombre de una visin puramente sociopoltica y una ideologa profundamente de este mundo. El contendiente restante en la competencia por el nuevo orden mundial no es un lder individual exclusivamente de una institucin o territorio. Es un

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grupo de hombres que estn unidos en el poder, la mente y la voluntad como si fueran uno solo, con el propsito de alcanzar una sola meta comn: salir victoriosos de la competencia por la nueva hegemona global. Aunque el lder pblico y vocero reconocido de este grupo es el actual presidente norteamericano, los contendientes que componen esta reunin de individuos son norteamericanos y europeos quienes, en conjunto, representan a todas las naciones de la alianza democrtica occidental. I ncansablemente globalistas en su visin y en sus actividades, estos i ndividuos operan desde dos principales bases de poder. La primera es la base de poder de las finanzas, la industria y la tecnologa. Empresarios por ocupacin, los hombres de esta falange se califican a s mismos, y con frecuencia los dems se refieren a ellos, como transnacionalistas en su visin. Lo que quieren decir con el trmino "transnacionalista", es que intentan ejercer su carcter empresarial a nivel mundial, y lo estn haciendo en forma creciente. Saltando por encima de todas las barreras del lenguaje, l a raza, la ideologa, el credo, el color y el nacionalismo, ven al mundo, con cierta justificacin, como la ostra que contiene todo lo que desean, y las preciadas perlas gemelas que buscan son el desarrollo global y una buena vida para todos. Los miembros de la segunda falange de este grupo de contendientes globalistas-internacionalistas, como son llamados frecuentemente, traen consigo una invaluable experiencia en el gobierno, en las relaciones interguber namentales y en el aire enrarecido de la poltica internacional. Se inclinan hacia el desarrollo de relaciones nuevas y cada vez ms amplias entre los gobiernos del mundo. Su objetivo es auspiciar una creciente cooperacin sobre una base internacional, y hacerlo mediante el mantenimiento de la paz, al mismo tiempo que logran lo que la guerra rara vez ha logrado: el derrumbamiento de todas las antiguas barreras naturales y artificiales entre l as naciones. En la actual competencia por establecer y encabezar un solo gobierno mundial, se puede decir que, para fines prcticos, los transnacionalistas y l os internacionalistas actan como uno solo, constituyen un solo contendien te principal. Los Genuinos Globalistas del Occidente. Ambos grupos son productos por excelencia del sistema del capitalismo democrtico. Ambos estn tan estrechamente entrelazados en cuanto a sus miembros, que los i ndividuos se mueven fcil y eficazmente de un papel internacionalista a uno transnacionalista, y viceversa. Y no es lo menos importante que, en la confrontacin total que se est desarrollando, ambos grupos compartan la misma filosofa sobre la vida humana y su significado final... una filosofa que parece, ante la mirada sorprendida de algunos observadores, estar ms cerca de la de Miial Gorbachov que la del papa Juan Pablo.

Hay una gran similitud compartida por estos tres competidores geopolti-

cos. Cada uno de ellos tiene en la mente un gran designio particular para el gobierno del mundo. De hecho, ahora cada uno de ellos habla casi en los mismos trminos usados por Karol Wojtyla durante su visita a Estados Unidos en 1976. Todos pronuncian discursos acerca de un fin del sistema de naciones de nuestra difunta civilizacin. Su competencia geopoltica se refiere a cul de los tres formar, dominar y administrar el sistema mundial que remplazar al decadente sistema de naciones. Hay por lo menos otra similitud entre estos grupos que vale la pena sealar, fundamentalmente porque conduce a malos entendidos y a la confusin. Y es el lenguaje que usa cada grupo para presentar su caso ante el mundo. Los tres contendientes usan ms o menos trminos agradables cuando hacen propaganda a sus proyectos individuales para el nuevo orden mundial. Los tres declaran que el hombre y sus necesidades deben ser la medida de lo que lograrn esos proyectos individuales. Los tres hablan de libertad i ndividual y de la liberacin del hombre; de la carencia y del hambre; de su dignidad natural; de sus derechos individuales, sociales, polticos y culturales; de la buena vida a la que cada individuo tiene un derecho fundamental. Debajo de la semejanza del lenguaje, sin embargo, yace una vasta diferencia en el significado y en la intencin, e historiales enormemente diferentes con respecto a los logros. El individuo en el nuevo orden mundial de Gorbachov ser alguien cuyas necesidades y derechos estn determinados por el gobierno monopol ar del marxismo-leninismo. Indudablemente, todos los derechos y libertad y dignidad del individuo deben medirse por lo que necesita el Partido para seguir siendo supremo y permanente. En el nuevo orden mundial de los Sabios de Occidente -los ms poderosos de los Globalistas Genuinos-, los derechos y libertades del individuo estaran basados en el derecho positivo, es decir, en las leyes apro badas por una mayora de aquellos que tendrn derecho a votar en los diferentes niveles del nuevo sistema de administracin gubernamental y organizacin local. Sin embargo, el gobierno superior estar muy alejado del individuo comn. La dificultad bsica para el papa Juan Pablo II en ambos modelos para el nuevo orden mundial es que ninguno de ellos se arraiga en las leyes morales de la conducta humana, reveladas por Dios a travs de las enseanzas de Cristo, tal como propone la Iglesia de Cristo. Es inconmovible en un punto fundamental: ningn sistema asegurar y garantizar los derechos y li bertades del individuo si no est basado en esas leyes. ste es el principio medular del nues - i orden mundial imaginado por el pontfice. En consecuencia, las similitudes en la retrica pblica contribuyen ms a enmascarar que a clarificar las profundas diferencias entre los contendientes, y las consecuencias profundamente diferentes que tiene para nosotros

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el gran designio que cada uno propone para el ordenamiento de nuestros asuntos humanos. Los tres estn contendiendo por el mismo premio; pero no estn trabajando en el vaco de una tierra del nunca jams. Ninguno de ellos espera que los dems cambien. El seor Gorbachov sabe que sus competidores occidentales no renunciarn a su fundamental igualitarismo democrtico ni dejarn de ser capitalistas. Mientras tanto, los capitalistas saben que Gorbachov es un decidido y convencido leninista, su meta es el "Paraso de los Trabajadores" marxista... cualquiera sea la forma en que l ahora pueda configurar esa temible utopa. De manera similar, ninguno de estos contendientes espera que el papa Juan Pablo II renuncie a su ptica cristiana del mundo del hombre ni que deje de ser catlico romano en su estrategia geopoltica. I ndudablemente, tan definitiva es la escisin y la diferencia entre los tres, que cada uno se da cuenta que slo uno de ellos puede finalmente salir victorioso en el juego final del milenio.

durante casi treinta aos junto al spero y astuto cardenal de Varsovia, Stefan Wyszynski, un hombre que gan sus galones como el "Zorro de Europa" al planear y ejecutar la nica estrategia geopoltica -la nica estrategia exitosa- realizada jams por una nacin oriental satlite contra la Unin Sovitica. Durante todos esos aos, los dos hombres de la Iglesia -el cardenal y el futuro Papa- ya pensaban y trabajaban en trminos de lo que Wyszynski ll amaba l as "tres Internacionales". se era el trmino clsico que usaba para hablar sobre l os contendientes geopolticos por el verdadero poder mundial. Wyszynski acostumbraba decir que sobre la tierra existan solamente tres Internacionales. La "Internacional Dorada" era su denominacin abreviada de los poderes financieros del mundo, los lderes globalistas, transnacionales e internacionales, del Occidente. La "Internacional Roja" era, por supuesto, el Estado-Partido marxistal eninista de la Unin Sovitica, de la que l y Wojtyla y sus compatriotas tenan una experiencia tan larga y dolorosamente cercana. El tercer contendiente geopoltico -la Iglesia catlica romana-, la "Internacional Negra", estaba destinada, en opinin de Wyszynski, a ser el triunfador final en cualquier enfrentamiento con esos rivales. Seguramente, un pensamiento semejante le parecera extravagante a gran parte del mundo, incluyendo a gran parte de la jerarqua catlica del Vaticano y otras partes. De todos modos, era una opinin que Karol Wojtyla no slo comparta. Era la que l haba contribuido a probar contra los soviticos y que ahora llevara al mismo papado. De acuerdo con la visin que Wojtyla llev al cargo y al papel del supremo pontfice de la Iglesia catlica romana, era impensable que el Este marxista y el Occidente capitalista continuaran determinando el estado de cosas n*cnacional. Era intolerable que el mundo debiera estar congelado en el punto muerto de la confrontacin ideolgica, humanamente infructuoso y enormemente deshumanizador, unido a la convivencia permisiva que marcaba a todos los tratos entre esas dos fuerzas, sin salida a la vista. En una jugada que era tan totalmente inesperada en ese momento que fue mal interpretada por la mayora del mundo -pero una jugada que era caracterstica, en su manifestacin, de su independencia con respecto tanto al Este como al Oeste-, el papa Juan Pablo se embarc sin demora en su juego papal para precipitar el cambio geopoltico. Afines de la primavera de 1979, hizo una visita oficial, como Papa recin electo, a su tierra natal polaca, dominada por los soviticos. All, les manifest por igual a los amos del leninismo y del capitalismo que las situaciones nacionales que prevalecan en los satlites soviticos y el statu quo internacional que prevaleca en el mundo entero, eran superados y trascendidos por ciertos asuntos de una naturaleza verdaderamente geopoltica. Asuntos que defini, una y otra vez, en trminos basados exclusiva y slidamente

Cuando hablaba en 1976 de "una prueba para los dos mil aos de cultura y de civilizacin cristiana", Karol Wojtyla estaba tan consciente como poda estarlo cualquier ser humano de que los soviticos pre-Gorbachov del Oriente, y los Globalistas del occidente, permanecan congelados en su punto muerto poltico, econmico y militar. No importaba que el imperio marxista-leninista del Oriente se estuviera deteriorando lentamente hasta el punto de derrumbarse sobre s mismo, en ruinas. No importaba que el Occidente estuviera destinado a su monotona del i gualitarismo democrtico, decidido a mantener su posicin pero sin ningn movimiento posible hacia adelante. No importaba que innumerables naciones estuvieran atrapadas en las fauces del punto muerto Este-Oeste. Algunos pases de Occidente, y la mayora de los del Tercer Mundo, pagaron el precio de ser desvalidos peones. Se encontraron atrapados en guerras sustitutas, en la hambruna y la necesidad desesperanzada, en complots para desestabilizar l os gobiernos y las economas de pases y de regiones enteras. Hasta la prisin de naciones enteras no era algo excesivo para soportar. Contra todo eso, los lderes del Oriente y del Occidente permanecan tozudamente comprometidos en el antiguo ejercicio de la poltica internacional, reducido a sus trminos ms groseros: el mantenimiento del statu quo por medio de la constante interaccin entre la amenaza y el uso del poder descarado. Esa inaceptable e insostenible condicin mundial era algo que Karol Wojtyla conoca ntimamente. Para cuando fue electo Papa, haba trabajado

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sobre principios catlicos romanos, mientras los tanques y las armas soviticas retumbaban y resonaban intilmente a su alrededor. Es una muestra de las mentalidades congeladas de aquel momento que pocos en el Occidente comprendieran el enorme salto ejecutado por Juan Pablo en el primero de sus muchos viajes papales. La mayora de los obsrvadores lo tom como el regreso de un lder religioso a su amada Polonia, como una visita apostlica emotiva pero por lo dems intrascendente, completa con todo y sermones y ceremonias, y multitudes excitadas y sollozantes. Sin embargo, un comentarista que escribi en el peridico alemn Frankfurter Zeitung, no slo interpret con exactitud el logro papal, sino que tambin interpret la intencin papal: "A la frmula actualmente aceptada de la contienda internacional, se le ha sumado un nuevo factor. Es un Papa eslavo. El desequilibrio de nuestro pensamiento ha sido corregido discreta pero decisivamente y, tal como fue, en forma sbita por el surgimiento de Juan Pablo. Porque su persona ha reenfocado la atencin internacional alejndola de los dos extremos, Este y Oeste, y dirigindola sobre el real centro de cambio, Mitte%uropa, el bloque central de naciones europeas". Prescientemente, as como por un propsito deliberado, el primer paso del pontfice en la arena geopoltica se dirigi hacia el Este, hacia Polonia, la parte sensible de la Unin Sovitica. En el anlisis geopoltico de Juan Pa blo, Europa, del Atlntico a los Urales, es un gigantesco columpio de poder. Europa, desde el Bltico al mar Adritico, es el centro de ese poder. La batalla del Santo Padre era por el control de ese centro. Por lo tanto, dejando a un lado el comentario y la opinin del mundo, el significado de la incursin de Juan Pablo en Polonia no era meramente que l era un lder religioso. El significado era que l era algo ms. Era un Papa geopoltico. Era un eslavo que haba venido de una nacin que siempre haba visto su propio papel y su destino dentro de un marco geopoltico, dentro del gran cuadro de las fuerzas mundiales. Ahora, l haba hecho la advertencia de que intentaba tomar y ejercitar efectivamente una vez ms el papel internacional que haba sido central en la tradicin de Roma, y en el propio mandato que los catlicos sostenan que Cristo le haba conferido a Pedro y a cada uno de sus sucesores. Durante ms de mil quinientos aos, Roma haba mantenido una mano tan fuerte como era posible en cada comunidad local alrededor del ancho mundo. An as, como lo que poda ser ventajoso para un lugar poda ser perjudicial para otro, siempre haba sido una prctica esencial para Roma tomar sus decisiones ms importantes sobre la premisa de que el bien de la geocomunidad debe tener precedencia sobre todas las ventajas locales. La poltica internacional podra ser impulsada y regulada de acuerdo con el beneficio que obtendran ciertos grupos o naciones a costa de otros. Pero la geopoltica apropiadamente conducida debera servir a las necesidades absolutas de toda la sociedad de naciones.

A grandes rasgos, y admitiendo algunas excepciones, sa haba sido la actitud de Roma hasta que las principales potencias seculares del mundo le haban impuesto al papado doscientos aos de inactividad. A grandes ras gos, sa tambin haba sido la actitud polaca, hasta que esas mismas potencias les haban impuesto a los polacos, como nacin, unos doscientos aos de inexistencia oficial. La primera seal distintiva de la carrera de Juan Pablo como pontfice fue que arrojara la camisa de fuerza de la inactividad papal en los principales asuntos mundiales. En su viaje - a Polonia en 1979, apenas ocho_ meses despus _de su eleccin, dio la seal de que se haba iniciado el_ juego final del milenio. ~~ onvirti en el primero de l os tres jugadores que entr a la nueva arena c geopoltica. - ----,

El mentor de Karol Wojtyla, el cardenal de Varsovia, Wyszynski, acostumbraba decir que "ciertos acontecimientos histricos son deseados por el Seor de la Historia, y tendrn lugar. A otros muchos acontecimientos -en su mayora menos importantes-, el mismo Seor est bien dispuesto". Permite que los hombres tengan el libre albedro de elegir entre varias opciones, y l estar de acuerdo con esas elecciones; porque, al final, todas las elecciones humanas sern escogidas como grano para el molino de Dios, que muele lentamente pero siempre muele excesivamente fino. Desde ese punto de vista fuera de moda, no era de maravillarse que repentinamente, y sin ninguno de esos laboriosos cabildeos mundiales que normalmente rodean tales cuestiones, Karol Wojtyla estuviese colocado a la cabeza de la nica institucin georreligiosa existente y plenamente operante en el mundo: la organizacin universal de su Iglesia catlica romana. Desde ese punto de vista, de hecho, era el destino de Karol Wojtyla, como pa pa Juan Pafzl II, ser el primer lder mu dial en tomar una posicin cn= tra~l en - l a arena geopoltic - de l a sociedad d asnciones en el siglo veinte-. Porque su - mesprada supremaca en el liderazgo de la Iglesia catlica ni slo lo puso inmediatamente dentro de la maquinaria de la geopoltica. La i nclinacin de su mente, su entrena am_iento com osa cerdote_en la_ Polonia a_n_ae_n_Rom,al y su trabajo como miembro de la jerarqua catlica en la z Po-lonia estalinista, todo le proporcionaba las armas ms nobles probascona l os sistemas sociopolticos ms abyectos que el mundo hubiera imaginado. Era uno de los relativamente pocos individuos en una posicin de gran poder en el mundo que ya haba sido preparado para lo que iba a venir. Aunque en cierto sentido su nueva vida como pontfice romano era muy pblica, otra dimensin de esa vida le daba a Juan Pablo una cierta e invaluable inmunidad a los ojos desconfiados y curiosos. Ese ropaje blanco y ese solideo, ese Anillo del Pescador en su dedo ndice, la panoplia de la liturgia papal, los atributos de la vida pontifical, todo ello significaba que la

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generalidad de los lderes mundiales, as como la mayora de observadores y comentaristas, lo veran casi exclusivamente como un lder religioso. Para Juan Pablo, haba algunas ventajas iniciales en esa inmunidad. Por una parte, su notable y nuevo punto de observacin era como una ventana poltica con una sola direccin ante la que poda estar parado, por lo menos durante un tiempo, relativamente sin ser observado a su vez y esencialmente sin que lo molestaran. Con toda la incomparable informacin de la oficina papal a su disposicin, repentinamente poda adiestrar su visin con extraordinaria exactitud sobre toda la escena humana. Poda tamizar todos esos acontecimientos histricos sobre los que Wyszynski haba reflexionado. Poda examinarlos en trminos de lo que dara resultado polticamente, y de lo que sera intil. Poda formarse una imagen exacta de las pocas -las muy pocas- tendencias y fuerzas inevitables del mundo que estaban afectando lenta y seguramente, aunque todava disimuladamente, las vidas y fortunas de las naciones a medida que el mundo se diriga hacia la dcada de los 80. Ms an, poda distinguir claramente a todos los jugadores -los campeones de esas fuerzas inevitables- a medida que emergan y salan al frente en la confrontacin del juego final del milenio. Aun antes de que hu biera comenzado la competencia, poda predecir de dnde tendran que llegar los verdaderos competidores. En trminos generales, poda bosquejar dnde estaran parados y en qu direccin planearan moverse. Finalmente, una vez que estuvieran en sus lugares todos los individuos que estaran en ,verdadera y seria contienda -una vez que todos los jugadores tuvieran nombres y rostros, as como ideologas y programas claros-, pens que si mplemente podra juntar las ltimas piezas. Examinando la visin que tena cada contendiente en relacin con las supremas realidades que gobiernan la vida humana, y prestando cuidadosa -tencin a los proyectos que ellos diseaban y perseguan en el mundo ;;Tctico, l se form una idea suficientemente clara de la clase de geopolticas que ellos intentaran desplegar, y del nuevo orden mundial que intentaran crear. En suma, entonces, Karol Wojtyla estaba en una posicin priviiegiada, desde la que poda formarse la imagen anticipada ms exacta posible de la :cena del Juego final del milenio. Poda evaluar la disposicin del terreno, diferenciar las fuerzas bsicas de la historia que probablemente estaran actuando en la competencia, mirar en la direccin correcta para descubrir a los posibles campeones de esas fuerzas principales, y tomar en cuenta cules podran ser las probabilidades de xito de ellos. Una segunda ventaja que tena para el papa Juan Pablo la peculiar i nmunidad papal de la que gozaba, era que los campeones que l esperaba que ingresaran a la arena del juego final no esperaban l fuera un ,contendiente, No supieron interpretarlo a l en los mismos trminos geopolticos que l les aplicaba a ellos. No era visto como una amenaza ni siquiera en esos crculos polticos, culturales y financieros fuera de la Iglesia

catlica donde siempre ha habido un permanente temor al "csaro-papismo". Un temor que implicaba una fase sospechosa de ambiciones totalitarias y antidemocrticas en cualquier Papa, quienquiera que pudiera ser. El antiguo pero todava mantenido temor de que si cualquier Papa romano se saliera con la suya, daara o abolira las libertades democrticas... sobre todo, la li bertad de pensar, de experimentar y de desarrollarse polticamente. Pareca no haber temor de Juan Pablo como un Csar potencial. v*IrtEn realidad, sin embargo, la ambicin de Juan Pablo llegaba muy lejos. (Tan lejos como su visin de s mismo como el siervo de Dios que lentamente preparara a todos los hombres y mujeres, en su condicin terrenal, para la salvacin eterna en la gloria del Paraso de Dios, Para muchas mentes, la combinacin de tales metas trascendentes con el discernimiento mundano de un astuto geopoltico hubiera sido un escndalo inaceptable_..: Tal como era, no obstante -y mucho antes de que el globalismo fuera ni siquiera agregado al vocabulario de los altos funcionarios de gobierno y de los poderosos ejecutivos de las corporaciones en todo el mundo; mucho antes de que al mundo le brindaran el espectculo de Mijaf Gorbachov como el supremo empresario pblico de deslumbrantes cambios en el panorama poltico del mundo; mucho antes de que las tendencias globalistas que ahora se dan por sentadas fueran evidentes para la mayora de los lderes del mundo- este Papa eslavo tuvo un cierto tiempo libre para recorrer la sociedad de las naciones, con una nueva mirada dirigida a un propsito tan antiguo como el propio papado. Con una mirada que no era meramente i nternacional, sino realmente global. Y con un propsito de desplegar sus planes papales de acuerdo con esos pocos y muy seguros acontecimientos de los que el cardenal Wyszynski haba hablado como "deseados por el Seor de la Historia". De acuerdo con esas tendencias que ya estaban moviendo a toda la sociedad de la humanidad en la forma en que los astros se mueven a travs de los cielos... de acuerdo con la imponente inevitabilidad de la inquebrantable voluntad de Dios.

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Tan claramente como si hubieran sido signos coloreados marcados en un mapa, el papa Juan Pablo reconoci las inevitabilidades de la geopoltica de finales del siglo veinte, que ya fluan como ros irresistibles a travs del panorama del mundo en el otoo de 1978. La incapacidad de Estados Unidos de mantener su anterior hegemona mundial era innegable por su claridad. Igualmente clara era la similar incapacidad de la Unin Sovitica para retener en su estrecho abrazo a todos los miembros no-naturales de su desgarbado cuerpo. Estos dos factores solos hacan necesario dar una nueva interpretacin a los esfuerzos para formar una nueva "Europa". Un alineamiento de poder diferente remplazara inevitablemente a la antigua alianza occidental que se haba integrado con el propsito de contrarrestar la amenaza sovitica.

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Luego estaba la cuestin de la Repblica Popular China (RPC). Ni el Este sovitico ni el Occidente democrtico podan permitirse ignorar la importancia de China, pero ninguno haba descubierto la llave para abrir su puerta. Cierto, la Unin Sovitica estaba comprometida con la RPC en un tango i nternacional cuidadosamente planeado y ejecutado -Leonid Brezhnev, de l a Unin Sovitica, mostraba el rostro ms suave de la negociacin hacia el i gualitarismo democrtico, mientras que China se presentaba como el amenazador gigante del marxismo-leninismo de lnea dura para espantar al Occidente hacia el corral de Brezhnev. La alianza democrtica estaba interesada en la danza de la dtente de Brezhnev, ciertamente. Hasta cie rto punto, era estafada, y hasta cierto punto, vea que serva a sus propios intereses al cooperar con algunas de las propuestas de Brezhnev, los Acuerdos de Helsinki de 1975, por ejemplo, y l as negociaciones START (Strategic Arms Reduccin Talks- Coriversaciones sobre Reduccin de Armas Estratgicas). Sin embargo, el Occidente no estaba abriendo un camino defensivo hacia la puerta de Mosc. Por el contrario, las democracias occidentales parecan ms interesadas en abrir su propio camino hacia Pekn. Usando su mejor arma -la empresarial-, el Occidente se embarc en una campaa para alterar la ideologa del Oriente y del Lejano Oriente con un diluvio de Know-how gerencia( y tecnolgico, y con la visin, si no con la realidad, de una creciente marea de las buenas cosas de la vida capitalista. Sumamente interesante desde el punto de vista del fomento del cambio geopoltico en el corto plazo, toda esta actividad enfocada sobre China tuvo un efecto mayor sobre la relacin entre la URSS y las naciones occidentales que sobre el liderazgo de la RPC. Porque si China intentaba permanecer esencialmente cerrada, entonces, por lo menos en Lis etapas iniciales del j uego final del milenio, Europa Central seguira siendo lo que siempre haba sido: el trampoln indispensable para el poder geopoltico. Haba otra inevitabilidad geopoltica ms que Juan Pablo enfrent al entrar a su pontificado en 1978. Y aunque afectaba directamente a toda Europa y a toda Amrica, as como a todo el imperio sovitico, no le preocupaba profundamente a ninguno de los contendientes geopolticos excepto al Papa polaco. En todos los territorios del mundo que fueron una vez profundamente cristianos, la realidad era que hasta los ltimos vestigios de l as reglas morales del cristianismo para la vida y la conducta humanas estaban quedando sumergidos por el creciente predominio de una "tica humana" o "sistema de valores" en el manejo y la direccin de todos los asuntos pblicos y de la mayora de los individuales. Durante toda su vida adulta, Karol Wojtyla haba vivido en un mundo dominado por tales ticas y sistemas de valores. Polonia haba sido enterrada viva durante doscientos aos por tales ticas y sistemas de valores. En la mente del papa Juan Pablo no haba ninguna duda sobre lo que aguardaba al mundo en semejante clima impo.

En sus rasgos ms generales, sa era esencialmente la situacin cuando Juan Pablo decidi viajar a Polonia en 1979. Si Dios estaba con l, usara a su propia patria -la plaque tournante histrica de la Europa central- para alterar el inaceptable statu quo de los aos de posguerra. Alcanzado esto, delgados chorros de innovacin y de experimentacin seran la primera seal de que las compuertas del cambio geopoltico se abriran lentamente.

Aunque ciertos lderes occidentales -de los que Jean Monnet no era sino uno entre muchos- haban estado entusiasmados durante algunas dcadas por una idea ms bien restringida de una Europa unida comercialmente, fue en realidad la Unin Sovitica la que se impresion primero y ms profundamente por el desafo de Juan Pablo de 1979 en Polonia. Dadas las condiciones internas de la URSS, eso no era absolutamente sorprendente. Al ao siguiente, los amos del marxismo-leninismo del Kremlin respondieron al desafo papal dndoles luz verde a los acuerdos alcanzados en Polonia entre los trabajadores de los astilleros de Gdansk y el gobierno estalinista de Varsovia. De esos acuerdos se deriv el nacimiento del sindicato urbano de Solidaridad, seguido al poco tiempo por el sindicato rural de Soli daridad. Eran las primeras gotas de innovacin, la primera resquebrajadura experimental de la Cortina de Hierro. Aunque el experimento fracas -menos, debe decirse, por la obstinacin sovitica que por la convivencia occidental y el temor a perder una fuente de ruano de obra barata-, Juan Pablo supo que el tema de la innovacin geopoltica ahora estaba presente en las mentes de Mosc. La cuestin slo aguardaba una aplicacin ms amplia por parte de un liderazgo sovitico crecientemente desesperado por un nuevo alineamiento de fuerzas. El motivo que empujaba al inters de Mosc por el desafo de Juan Pablo no era la innovacin por s misma, por supuesto. El motor que impulsaba su inters era su dilema -que se volva ms urgente mes a mesde cmo aliviar las tensiones que amenazaban a la URSS con la implosin econmica, sin destruir el esfuerzo sovitico dirigido hacia la victoria proletaria final en todo el mundo. _Por una de esas interesantes coincidencias que a_menuudo _acompaan a las grandes fuerzas de l a historia, Mijal Go_rb_a_ch_ov ascendi a la jer-rquT de, p_d_i central sovitico el . mismo ao que Karol Wojtyla_se convirti en Papa. En 1 9_7_8, bajo la dire cc _ - prsoaTdf-fi _5cret_ario Ge_neraTd" Mosc, el ex fe de la KGB Yr Ad~pov, Gorbachov fue nombra r3o secretario de Agricultura Sovitica y secreta o --d l Cmite Central (CC) del Partido Comunista de la Unin Sovitica (PCUS). Como el protegido ntimo y ms confiable de dos lderes supremos soviticos -Andropov y su sucesor inmediato, Konstantin Chernenko-, el j oven Gorbachov trat directamente, y desde el punto de poder ms alto, con el estancamiento econmico de la URSS, su ineptitud industrial, su

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atraso sociopoltico y su deficiencia tecnolgica. En el momento en que emergi un Gorbachov plenamente maduro, en 1985, como Secretario General del PCUS y lder supremo del aparato y del imperio sovitico, l tena una clara comprensin de los males internos que plagaban a la Unin Sovitica y que amenazaban la revolucin mundial marxista-leninista. Para el papa Juan Pablo, lo ms interesante de Mijal Gorbachov como Secretario General era que no responda a esos males de la URSS, potencialmente letales, como lo haba hecho cualquiera de sus predecesores. No ignoraba los problemas, por ejemplo, como haba hecho Jrushchov en su confidencia doctrinaria y sin imaginacin de que el Occidente estaba en sus ltimas etapas y se derrumbara bajo el peso de su propia corrupcin. Tampoco continuaba la econmicamente insana construccin de la superioridad militar de Mosc, como haba hecho Brezhnev, preparndose a tomar el Occidente por asalto si la desesperacin conduca en esa direccin. En cambio, Gorbachov comenz a hacer el tipo de jugadas que de i nmediato lo seal, en el libro mayor de Juan Pablo, como el campen geopoltico del Este: el tipo de jugadas que un geopoltico esperara de otro. Porque empleando formas completamente nuevas, el nuevo lder sovitico comenz a activar el verdadero y hasta entonces desaprovechado potencial geopoltico del Estado-Partido sovitico, el otro nico aparato global que ya estaba en su lugar mundial, y que podra levantarse y correr con relativa facilidad como rival de la institucin georreligiosa catlica romana de Juan Pablo. Rpidamente, se hizo evidente para los analistas del Vaticano que Gorbachov interpretaba los problemas de la Unin Sovitica como ntimamente relacionados con las tres reas fuera de la Unin Sovitica, que ya eran el objeto de la atencin geopoltica de Juan Pablo. En un flanco, Gorbachov se enfrentaba al hecho de que Europa Occidental, con Alemania Occidental en su centro, prometa convertirse pronto en una comunidad de trescientos millones de personas con enorme poder econmico. En un segundo flanco, la Repblica Popular de China no slo aventajaba a la URSS demogrficamente, con una poblacin de mil quinientos millones, sino que era ms que probable que tambin lo hiciera tecnolgica y eco nmicamente, si la Unin Sovitica permaneca estancada econmicamente. Finalmente, un Estados Unidos todava prspero, con su propia influencia militar incrementada, haba renovado el estigma de la inaceptabiliddd i nternacional contra la Unin Sovitica. El epteto del presidente Reagan, frecuentemente repetido, de "imperio del mal", yaca como una mortaja i nternacional sobre cada movimiento sovitico. sta no era la manera de alcanzar la meta geopoltica leninista. En consecuencia, como el segundo verdadero geopoltico en entrar a la arena del juego final del milenio, Mijal Gorbachov inici un nuevo orden del da mundial. Clamando por atencin, lanzando centelleantes chispas de di-

namismo geopoltico y de puro genio tctico, se estableci en cada nivel i mportante como progenitor y hroe pblico de una nueva perspectiva para l as naciones. A un nivel, dirigi una campaa personal de relaciones pblicas que debe haber hecho que la Avenida Madison enrojeciera de envidia. Cortej y se gan a sus dos enemigos ms inexorables y conservadores entre los lderes del Occidente, Ronald Reagan y Margaret Thatcher, de Inglaterra. Cortej y se gan a las Naciones Unidas con una actuacin llena de bravura, cuya sustancia qued sumergida en la marea emocional de aceptacin que l cre. En viajes sucesivos e incansables, cortej y se gan a vastas poblaciones en Estados Unidos, Alemania Occidental, Inglaterra, Francia e Italia, dejando detrs de s una marea verdaderamente global de gorbimana. A otro nivel, mientras tanto -al nivel de la mecnica de la innovacin geopoltica-, para 1989, a los cuatro aos de su ascensin al liderazgo de la Unin Sovitica, Gorbachov haba logrado lo que ningn lder sovitico anterior a l haba pensado hacer jams, y probablemente no hubiera credo posible. Haba obligado al Occidente a hacer un cambio de 180 grados en su poltica de setenta aos hacia la URSS. Forz al "Grupo de las Siete" naciones europeas a celebrar una reunin seminal precisamente para considerar la presencia y las propuestas de l en el escenario mundial, y luego literalmente asalt la reunin sin ni siquiera sacar un pie de Mosc. Y, finalmente, forz a que las importantes reuniones de las naciones europeas de junio y octubre de 1990 trataran cuestiones inauditas. Cuestiones absolutamente vitales para la solucin de los problemas de la URSS y para el xito del marxismo-leninismo. Cuestiones tales como la integracin de Europa Oriental, y hasta de algunas partes de la propia Unin Sovitica, en la nueva ecuacin de poder europea que supuestamente tomar forma a partir de 1992. Cada movida que haca Gorbachov, subrayaba para Juan Pablo la completa comprensin que tena el lder sovitico del poder europeo como el primer trampoln de su visin geopoltica; su comprensin de que tal poder yaca en una Europa que fuera del Atlntico a los Urales, y su comprensin de que la bisagra de ese poder reside, como siempre ha sido, en el rea de Europa Central desde el Adritico al mar Bltico. En 1989, en una jugada de ajedrecista notable por su teatralidad y su audacia, e impregnado de la confianza de un maestro del juego, Gorbachov comenz lo que pareca ser la "liberacin" de sus satlites de Europa Oriental. De ese modo, de un solo golpe, logr un inmenso bien para su causa. Hizo desaparecer la imagen del "imperio del mal" de la vista internacional. Le quit al armazn exterior de la URSS un insoportable ncubo econmico, y en cambio, lo puso sobre el Occidente. Y, lo que no es lo me nos importante, consigui transformarse a s mismo y a su liderazgo supremo de la Unin Sovitica en el sine qua non de la poltica exterior de las naciones occidentales. El seor Gorbachov tena que recibir ayuda en toda forma. No deba ser puesto a merced de los "conservadores de lnea dura" del

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Kremlin. No se puede arriesgar ninguna crtica sincera de su cruel represin del nacionalismo en las inquietas repblicas soviticas de Armenia, Georgia y Azerbaijn, por ejemplo; ni de su brutalidad con los estados blticos de Lituania, Letonia y Estonia. Hasta sus flagrantes violaciones al tratado entre Estados Unidos y la Unin Sovitica sobre misiles INF (Intermediate Range Nuclear Forces, -Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio), que nunca antes haba estado fuera de los lmites de los comentarios y las quejas, fueron pasadas por alto entre el ensordecedor silencio oficial. La actitud hacia Gorbachov a comienzos de la dcada del milenio fue resumida clara y hasta lricamente por una carta de un respetable profesor norteamericano de ciencia poltica, publicada en The New York Times el 27 de abril de 1990. "El seor Gorbachov probablemente ha hecho mayores contribuciones al bienestar de la humanidad que ninguna otra figura poltica de la historia", escribi el profesor Reo M. Christenson de la Universidad Miami, en Ohio. ". . Terminar la guerra fra, revertir la carrera armamentista, li berar a Europa Oriental, introducir reformas democrticas y econmicas en l a Unin Sovitica tan rpidamente como era posible, retirarse de Afganistn y de la mayora de los puntos en que los soviticos crearon problemas en las recientes dcadas, y mejorar la atmsfera poltica, constituyen logros sin paralelo. No puedo pensar en ningn estadista en la historia que haya hecho tanto". Slo se puede describir el mayor triunfo de Gorbachov como una victoria fenomenal en la fase del juego final del milenio. Porque en los das i niciales de 1990, no slo los acadmicos y comentaristas sino virtualmente todos los lderes polticos y empresariales del Occidente, a ambos lados del Atlntico, no slo estaban considerando, sino hablando y planeando sobre l a propuesta de Mijal Gorbachov sobre una nueva comunidad "europea", que comprendera alrededor de ochocientos millones de personas y que se extendera hacia el Oeste, desde los patios de ferrocarril de Vladivostok, hasta las playas baadas de sol de California. Cualquiera sea el destino geopoltico que finalmente aguarde al gorbachovismo, indudablemente Gorbachov haba recogido con entusiasmo el desafo lanzado en Polonia por Juan Pablo. Haba hecho ms que abrir las compuertas del cambio geopoltico. Haba creado una mente nueva en Occidente. O, ms precisamente, haba hecho que el Occidente adoptara su mentalidad y satisficiera sus necesidades. Haba incluido exitosamente a la Unin Sovitica en las entraas mismas de la vida econmica y de la maquinaria del nuevo mundo que estaba naciendo. A partir de ahora, el gorbachovismo -y el wojtylismo- sern factores potentes en la activacin de l a sociedad de las naciones, aun cuando uno o ambos lderes dejen la escena humana o sean derrocados de sus puestos de liderazgo supremo.

Como Papa que es, sera tpico que Juan Pablo rezara para que un da Mijal

Gorbachov entre a la casa de Dios que construy Pedro, no porque como leninista codicia la Iglesia romana como la herramienta de poder geopoltico que es, y no porque necesita la cooperacin del pontfice como eslavo y su igual geopoltico, sino como un penitente en oracin. Gorbachov fue bautizado de nio, despus de todo, y era un creyente que iba a la iglesia en su niez. Quiz no sea demasiado esperar que el lder sovitico no sea totalmente insensible a la gracia de su antigua fe. .4 Como el geopoltico que es, no obstante, Juan Pablo, de manera igualmente tpica, no permitira que esas plegarias y esperanzas, aunque son profundamente genuinas, nublaran o remplazaran su clara comprensin del proyecto que Mijal Gorbachov ha formado para el nuevo orden mundial: el proyecto que l y sus colaboradores del Estado-Partido sovitico estn plenamente confiados que instalarn, como triunfadores en sta, "la mayor confrontacin histrica que ha experimentado la humanidad". Para Juan Pablo, no hay ningn misterio en el designio de Gorbachov. Es la versin de finales del siglo veinte del viejo "Paraso de los Trabajadores" de Lenin, pero inteligentemente expurgada de las crudezas y estu pideces que obstaculizaban la visin de Lenin. La definicin de Lenin de la revolucin proletaria, por ejemplo, ha sido extendida para abarcar algo mucho ms amplio que las masas de trabajadores. La nueva revolucin l eninista liberar a todas las personas de la esclavitud y de la insignificancia de la vida cotidiana, incluyendo la insignificancia antes caracterstica del marxismo. Compartir el terreno con los capitalistas en la solucin de los problemas mundiales. Y har todo eso incansablemente, claramente, slo por amor al hombre. El hombre se llevar el crdito por todo ello, en la certeza de que el propio hombre es el creador de todas las cosas buenas y agradables. A nivel geopoltico, el designio gorbachovista para un nuevo orden mundial contempla una situacin en la que todos los gobiernos nacionales, como ahora los conocemos, dejarn de existir. Habr un centro de gobierno l ocalizado en Mosc y dominado exclusivamente por el Partido Comunista del Mundo (PCM). Las estructuras gobernantes de las diferentes naciones estarn llenas de personas designadas por el PCM, y sern reproducciones del PCM en su estructura, aunque no en poder. Todas las cuestiones militares y de seguridad estarn en manos del PCM y de sus representantes en todas las naciones. Mientras tanto, la geoeconoma del nuevo orden mundial incorporar todas las lecciones prcticas que los comunistas han aprendido de las economas de mercado de las democracias occidentales, pero conservar el principio centralizador del marxismo-leninismo. El PCM tambin se har cargo del sistema cultural de valores del nuevo orden mundial. La religin ser abolida. Pero corno el espritu que hay en el hombre requiere un alimento especfico que proporcionaba , en el pasado l as religiones organizadas, ese alimento continuar como una cuestin de

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necesidad prctica. Sin embargo, se asegurar que la columna vertebral del nuevo sistema de valores est constituida no por el valor de Dios y las cualidades de Dios, sino exclusivamente por el valor humano y las cualidades humanas. Con esta finalidad, la educacin del individuo debe ser un asunto que vaya de la cuna a la tumba. Por una parte, debe haber una revisin y un esfuerzo constantes, durante toda la vida, de la comprensin que tenga el i ndividuo del leninismo puro, con su nfasis en la total dependencia del i ndividuo con respecto a la direccin general del PCM. Por otra parte, un esfuerzo educativo paralelo eliminar todas las ideas sobre los derechos civiles y polticos que en la actualidad se renen en torno de la democracia capitalista, fundamentalmente, la idea de que hay ciertos derechos inalienables del ciudadano que son superiores a las necesidades del PCM. El papa Juan Pablo est consciente de que tal interpretacin de la visin geopoltica de Gorbachov para el nuevo orden mundial va en contra de la esperanza retrica actual de Occidente. Retrica que por el momento se contenta con ronronear que la democracia ha ganado por fin su larga batalla con el marxismo-leninismo, que Gorbachov ha visto la luz en la cima de la colina capitalista y est abrindose camino valerosamente ascendiendo por esa ladera. A pesar de eso, la realidad tal como la ve Juan Pablo parece inclinarse en otra direccin. Mijal Gorbachov le ha dicho directamente al mundo que l es leninista, y que seguir siendo un leninista. Casi con esas mismas palabras, de hecho, Gorbachov les dijo a los cuadros del PCUS de Mosc, en noviembre de 1989: "Soy un leninista, dedicado a alcanzar las metas del l eninismo y la unin leninista mundial de todos los trabajadores bajo la bandera del marxismo". El papa Juan Pablo ha aprendido por una larga experiencia cundo tomarle la palabra a un lder sovitico. Adems, Gorbachov tiene a su disposicin la maquinaria global de la estructura leninista para llevar a la prctica su proyecto, y tiene el combustible de una perdurable geoideologa que comparten innumerables millones de hombres y mujeres en todo el mundo. Y finalmente, hasta entre la poblacin mundial que puede no compartir ni interesarse por el ideal marxista-leninista, la visin materialista de la vida, que ha llegado a ser tan dominante, ya ha demostrado que es enteramente compatible en aspectos importantes con el leninismo clsico de Gorbachov, renovado como est a la luz de los acontecimientos histricos posteriores a l a poca de Lenin. Mientras tanto, del otro lado de la moneda, dos debilidades principales persiguen a cada movimiento de Gorbachov. Primero, l se mantiene o cae dependiendo del apoyo de la KGB, del apoyo del Cuerpo del Comando Central del Ejrcito Rojo dentro del supersecreto Consejo de Defensa de la URSS, y del apoyo del Comit Central del PCUS. Los tres son leninistas acrrimos. l tiene que asegurarse de que sus credenciales leninistas sigan

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siendo impecables. Porque sin esa troika, el carruaje de la conquista geopoltica de Gorbachov quedara inmovilizado. Estara terminado. Y segundo, no puede, con ningn grado de impunidad, echar por la borda la autoridad centralizada del Estado-Partido. Desprovista de esa autoridad, la URSS ya no tiene razn de existir. Y sin embargo, si quiere triunfar en el juego final, Gorbachov debe construir un puente practicable entre esa organizacin centralizante y la economa de mercado de estilo occidental, sin la cual su Perestroika j ams despegar. Ambas debilidades le provocan dos preguntas torturantes: cun lejos es demasiado lejos? Cun lejos puede ir en la "liberacin" de los satlites y de las repblicas disidentes del Estado-Partido sin violar las exigencias estratgicas de ese Estado-Partido? Hasta dnde puede liberalizar la economa de la URSS sin su conversin de facto en un sistema capitalista, tan repugnante para sus partidarios leninistas? Desde el punto de vista del papa Juan Pablo, sin embargo, la mayor debilidad del proyecto de Gorbachov para el nuevo orden mundial reside en su negacin de la existencia de Dios, en su inconmovible cultivo del hombre como una criatura completa y solamente de la naturaleza y del PCM. Cualquier proyecto basado en un principio semejante es al mismo tiempo inaceptable e impracticable, sostiene el Papa, por una sola razn. Es una cruel negacin de las aspiraciones ms altas del hombre. Es una violacin del instinto ms profundo del hombre... adorar a Dios, y de su deseo ms profundo. . . vivir eternamente, no morir jams. El Papa afirm abiertamente en Checoslovaquia, durante su visita de abril de 1990: "Ha quedado demostrado que la pretensin de construir un mundo sin Dios es una ilusin... Tal esperanza se ha revelado como una trgica utopa... porque el hombre es incapaz de ser feliz si queda excluida l a trascendente relacin con Dios".' j~~'a r c ~ a A nrmera vista, parece que los campeones del capitalismo occidental -!os transnacionalistas de Amrica y de Europa- son, con mucho, los arquitectos ms efectivos y poderosos de un nuevo orden mundial, por la simple razn de"que su base de poder se apoya sobre los pilares indispensables del dinero y la tecnologa. Dados sus antecedentes y su historia, estos Globalistas del Occidente han desarrollado un designio totalmente diferente del de Gorbachov, tanto para establecer un nuevo orden mundial como para nutrirlo y desarrollarlo una vez que est en su lugar. Su plan es ampliar el alcance de lo que hacen tan bien: explotar al mximo el capitalismo democrtico y el igualitarismo democrtico. Ellos dicen que el nuevo orden mundial se desarrollar orgnicamente a partir de la idea fundamental de una democracia de Estado-nacin para convertirse en un sistema geopoltico de reglamentacin mundial.

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EL SERVIDOR DEL GRAN DESIGNIO dicen ellos, todava fuera de la vista pero firmemente supuestas a estar all, esperndonos a todos, se extienden las sonrientes praderas de la abundan cia para todos; y, no mucho ms lejos de ellas, se extienden las ondulada! llanuras de la continua perfectibilidad del hombre.

El padre de esta versin del nuevo orden mundial ser la interdependencia de las naciones. Su madre ser ese proceso peculiarmente moderno llamado desarrollo internacional. Las parteras sern el empresario, el banquero, el tecncrata, el cientfico y, finalmente, el abogado. Ser recibido entre las sbanas estampadas de pactos y acuerdos, coinversiones y fusiones, contratos y convenios y tratados internacionales, firmados y refrendados por el burcrata poltico, y sellados con el sello de las Naciones Unidas. Es un tributo a la humanidad geopoltica de Mijal Gorbachov que haya una coincidencia casi perfecta entre el marco que ha elegido como mtodo para acercarse a sus metas geopolticas y el marco adoptado por el presidente Bush y el secretario de Estado James Baker III, como lderes pblicos y voceros de los Globalistas del Occidente, transr acionalistas-internacionalistas. Ellos expresan el marco en trminos de tres esferas concntricas de unidad internacional: la Comunidad Econmica Europea; la Gran Europa, compuesta por los Estados de Europa Occidental, los ex satlites orientales de la Unin Sovitica y la misma URSS, y, finalmente, ambas geopolticamente soldadas con Estados Unidos. Nuevamente, como ha hecho Gorbachov, los lderes ms influyentes de este grupo globalista, los Sabios de Occidente, han tomado en cuenta las principales fuentes de desequilibrio que deben ser atendidas antes de que se pueda estabilizar su proyecto globalista para un nuevo orden mundial. La ominosa amenaza de una Repblica Popular de China aislada podra ser lo que lo echara a perder, y por lo tanto, debe ser contrarrestada y desviada. Debe reglamentarse el papel de Alemania Occidental -ya poderosa y que ahora se reunificar con su mitad oriental-, para apaciguar los temores de l os soviticos y de la mayora de los europeos occidentales concernientes a cualquier renacimiento del imperialismo alemn. Y -homenaje de homenajes- debe ayudarse a Mijal Gorbachov para que sea capaz de reformar impunemente la estructura econmico-poltica de la Unin Sovitica. Si se pueden remediar estas fuentes principales de desequilibrio, entonces -teniendo el tiempo- este tercer grupo contendiente en el juego final del milenio se ve a s mismo al alcance de una estructura geopoltica. En realidad, los Globalistas ya se ven a s mismos en el centro mismo de una transicin ordenada -una evolucin orgnica- de la divisiva poltica de la nacin-Estado de ayer a un nuevo orden mundial. Ms an, ven todo el proceso como si tuviera la naturaleza de una consecuencia lgica. Su suposicin es que el antiguo internacionalismo, aliado con el nuevo transnacionali smo de base capitalista, llevar el igualitarismo democrtico a un nivel geopoltico. En resumen, suponen que el nuevo orden mundial ser una consecuencia lgica del modo de la poltica democrtica de ayer. Con esa fcil transicin ya visiblemente en camino en todo el mundo, l os Globalistas occidentales no sienten que se estn precipitando mucho cuando hablan del futuro premio final. Precisamente sobre el horizonte,

No hay duda de que en la mente de Juan Pablo los Globalistas occidentales son verdaderos y poderosos contendientes en el juego final del milenio, o de que ellos ya estn determinando ciertos contornos y aspectos de nuestra vida global. Pero eso no significa negar que en la posicin occidental hay debilidades especficas y prcticas de importancia. De los tres principales contendientes en la lucha por formar un nuevo orden mundial, los capitalistas occidentales son los nicos que todava deben formar una verdadera estructura geopoltica. En consecuencia, la cuestin ms seria que enfrentan es si puede haber en realidad una evolucin orgnica del igualitarismo democrtico del campo capitalista hacia un modo geopoltico. En este sentido, seguramente fue la reciente evolucin democrtica de Europa Oriental lo que impuls a Francis Fukuyama, un funcionario del Departamento de Estado norteamericano que estudi en Harvard, a argu mentar categricamente que no puede haber una evolucin orgnica del i gualitarismo democrtico hacia algo superior de su misma clase. A argumentar, de hecho, que no hay ninguna evolucin posible del pensamiento poltico ms all de la idea de la democracia liberal. Tan inflexible es el seor Fukuyama que su opinin equivale a nada menos que a un interdicto. Un argumento serio tomando seriamente que el pensamiento humano, en materia de gobierno democrtico, ha alcanzado el lmite exterior. Un argumento serio de que si la historia puede definirse no como una serie de acontecimientos, sino como la fuerza viva de ideas nuevas, encarnadas en instituciones polticas adecuadas para servir de vehculo a esas ideas, entonces la historia del igualitarismo democrtico ha terminado. La idea fundamental de la democracia (gobierno de, por y para el pueblo, con sus instituciones subordinadas que garantizan tanto la continuidad en el gobierno como los derechos fundamentales al nivel personal y al nivel cvico de la vida) es inviolable en sus elementos estructurales. Quitemos cualquier elemento -el derecho de voto, digamos, o el derecho de li bre asociacin- y la estructura entera pierde su integridad. Volquemos la balanza en favor de un brazo institucional -el ejecutivo sobre el legislativo, o el legislativo sobre el judicial- y el sistema ordenado se estropea. Adoptemos slo una de las condiciones de la democracia -tomemos nuevamente la libre asociacin-, o hasta tres o cuatro, y como el seor Gorbachov est aprendiendo actualmente por la va difcil, no tendremos nada que se parezca al igualitarismo democrtico de Estados Unidos o de Gran Bretaa.

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La realidad de asunto es, sin embargo, que cualquier estructura geopoltica digna de ese nombre necesitara un rgimen enteramente diferente de derechos y deberes. En un orden realmente mundial, no sera posible reglamentar una eleccin de altos funcionarios en la misma forma en que lo exige el igualitarismo democrtico. Los referndums generales tambin seran imposibles. Tan obvia ha sido esta dificultad -y durante un tiempo mucho ms l argo de que lleva el seor Fukuyama en el escenario- que desde hace mucho se han preparado guiones de advertencia en el propio campo de mocrtico capitalista. Guiones que muestran con considerable detalle cmo y por qu, en la transicin hacia un orden mundial, los diversos procesos de la democracia tendran que ser la carga de grupos selectos, escogidos a su vez por otros grupos selectos. Se necesita poca imaginacin para ver que una situacin semejante no es probable que conduzca al igualitarismo, democrtico o lo que sea. Tampoco es probable que conduzca a las amplias llanuras onduladas ni a las sonrientes praderas del contento popular. Aun cuando sean correctas las ms austeras evaluaciones de la estructura global que probablemente salga de proyecto capitalista, sa no es la nica debilidad que enfrenta el Occidente. Absortas como estn por vencer en la competencia, las democracias occidentales tienden a ocultarse a s mismas dos problemas adicionales que son de primordial importancia en la evaluacin que hace Juan Pablo de sus probabilidades de xito. El primero es el problema del tiempo. En el momento actual no hay una estructura geopoltica -o siquiera el modelo para dicha estructura- propia del igualitarismo democrtico o nacida de sus propios principios sociopolti cos. Muy aparte de rgido interdicto de Fukuyama, que indica que tal elaboracin de! ~:_3~~tarismo democrtico es ahora imposible, no parece haber ningn tiempo d!sporlible para que los campeones de la democracia occider.n; intern hacer esa elaboracin. La rapidez y urgencia de los aconteci;nientos, unidas a la continua preparacin geopoltica del gorbachovismo, no concede tiempo libre para la experimentacin cautelosa. Un nuevo orden mundial est prcticamente encima nuestro, exigiendo una estructura geopoltica en el aqu y ahora inmediatos. E! segundo es el problema de la moralidad: de una base moral como las amarras necesarias para cualquier sistema de gobierno, sea nacional o global. En s y de s mismo, el capitalismo no tiene, ni lo requiere para su funcionamiento especfico, ningn precepto moral ni cdigo de moralidad. Lo que actualmente pasa por esa base moral no es nada ms que exigencia moral; las necesidades urgentes que exigen una accin inmediata reciben respuesta caso por caso. Hablando en el Castillo de Praga el 21 de abril de 1990, Juan Pablo fue muy claro en su advertencia a los checoslovacos recin liberados de que, al li brarse del comunismo, no deban remplazarlo con "el secularismo, la indi-

ferencia, el consumismo hedonstico, el materialismo prctico y tambin el atesmo formal que plagan al Occidente". Juan Pablo ya ve que las exigencias impuestas por Gorbachov y el gorbachovismo sobre las democracias occidentales pueden evocar, y evocan en ellas, el mismo tipo de crueldad y de falta de compasin que los soviticos han exhibido largo tiempo como conducta cotidiana. l ya ha visto, por ejemplo, la actitud de Estados Unidos ante las violaciones y el genocidio en el Tbet, ante la cruel opresin de la democracia en Myanmar (antes Birmania) y en la RPC, ante el genocidio perpetrado por los indonesios contra los de Timor Oriental, y ante la guerra de exterminio que Hafez Assad de Siria ha lanzado contra las comunidades cristianas de su tierra. Por lo tanto, es suficientemente evidente, por lo menos para l papa Juan Pablo, que mientras Mijal Gorbachov elabora su posicin ideolgica dentro de la nueva arquitectura de Europa, las principales tendencias de la nueva sociedad global comienzan a tomar el color del designio marxistal eninista de Gorbachov. Dicho de otra manera, es suficientemente evidente que, si hasta hoy el mayor triunfo geopoltico de Gorbachov ha sido la creacin de una nueva mentalidad en el Occidente, que es compatible con su gran proyecto leni nista para el nuevo orden mundial, entonces la consecuente debilidad del designio capitalista reside en el hecho de que los Globalistas occidentales piensan que ellos estn al mando de las fuerzas de cambio. Es verdad que hay poca pelea entre Gorbachov y los capitalistas acerca de la necesidad que ambos ven de llenar nuestros estmagos con comida fresca, y nuestras mentes con conocimientos frescos, y nuestro mundo con aire y agua frescos. Sin embargo, la dificultad llega con la condicin leninista, incrustada en el gorbachovismo, de que jams debemos repetir el famoso grito del filsofo alemn Martin Heidegger: "S que slo Dios puede salvarnos". Aun concedindoles a los Globalistas occidentales el tiempo necesario para lograr su designio mundial, las cuestiones de la estructura y del apuntal amiento moral llevan, por lo tanto, al papa Juan Pablo y a muchos otros, a anticipar cul ser el efecto total del modelo globalista occidental sobre la sociedad de las naciones. A pesar de l as buenas intenciones, uno puede prever la muerte del i gualitarismo democrtico tal como lo hemos conocido. Uno puede predecir el ascenso de enormes burocracias para gobernar cada fase del desarrollo cvico. Uno puede esperar la insercin del elemento estatista en todas las fases de la vida privada, y la lenta eliminacin de la compasin, del buen gusto, del fantstico optimismo que ha hecho a la humanidad aventurarse en este cosmos, y, finalmente, de la propia verdad como la regla bsica de la mente humana en su bsqueda del conocimiento. Desgraciadamente para todos nosotros, no se aprende rpidamente la leccin ,Je que en este nuevo plano globalista, una vez que se establece una

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estructura geopoltica, se ponen al mando fuerzas poderosas que son difciles de cambiar. Como ya ha observado el nuevo lder de Checoslovaquia, Vaclav Havel: "En los decretos organizativos, es verdaderamente difcil encontrar a ese Dios que es el nico que puede salvarnos".

El mundo contemporneo sobre el que el papa Juan Pablo lanza su mirada comprensiva, no es un lugar ordenado. Est abarrotado de todo tipo de grupos, grandes y pequeos, capaces de dirigir una mayor o menor publicidad, todos manifestando sus propias pretensiones globalistas. De hecho, muchos de esos grupos ya haban reclamado un lugar en l a escena mundial mucho antes de que Karol Wojtyla ocupara su propia posicin en la arena geopoltica como Papa Algunos grupos fueron inspirados por la creacin de las Naciones Unidas. Otros, a quienes les disgustaba la i nstitucin, propusieron su propia forma de globalismo. Otros grupos ms, antiguos y modernos, elaboraron extensos planes en nombre de alguna creencia religiosa o de alguna filosofa acerca de la vida humana. Comn a todos estos aspirantes a contendientes globalistas es el hecho que, por s mismos, carecen hasta de los instrumentos ms bsicos para una contienda geopoltica prctica. No tienen una organizacin extensa, articu l ada, y ni siquiera los medios para abarcar a todas las naciones, mucho menos el poder de encarrilar al mundo en la forma de vida globalista de su eleccin. Algunos de estos grupos simplemente han decidido soportar su propia i mpotencia geopoltica, en la creencia de que algn da, de algn modo, l ograrn un status global y una capacidad a la medida de sus ambiciones. De inters fundamental para Juan Pablo, en trminos de la influencia que tienen actualmente, sin embargo, son ciertos grupos ms audaces, que planean conseguir un viaje hacia el status y la supremaca globales trepndose a cualquier vehculo que parece dirigirse en esa direccin. En particular, sos son los miles de grupos de la Nueva Era que hay en nuestro medio. Y tales son, tambin, los as llamados Mega-religiosos, aquell os que estn persuadidos, y que trabajan para persuadirnos a todos no sotros, que todas las religiones del mundo se estn fundiendo en una megarreligin de la humanidad que alcanza a todo el globo. Los miembros y voceros de ambos grupos se ponen poticos acerca de su visin. En su gran proyecto imaginario, el nuevo orden mundial ser un gran Templo del Entendimiento Humano. La verdadera casa global de todas l as naciones todava resonar con los lenguajes de cada raza y cada tribu, pero todos estarn armonizados en uno. Su Templo del Entendimiento Humano estar techado con la lealtad omnicomprensiva hacia el bien comn. Sus paredes estarn decoradas con los iconos de los nuevos valores: paz, salud, respeto por la Tierra y devocin al medio ambiente. Pero por encima de todo, estar el gran icono del Entendimiento. La divinidad que exista ser

aceptada como encarnada en el hombre; la divinidad de, para y por -y no slo dentro de- la humanidad. Todas las otras formas y conceptos de divinidad se derretirn, ya se estn derritiendo, fusionndose suave e irresistiblemente en el Entendimiento del propio poder divino e inherente a la humanidad de dar forma a su propio destino. Para Juan Pablo, el inters principal de estos grupos es que se pasan los das sangrando el poder geopoltico de los dems. Decididos a predisponer tantas mentes como sea posible a la tarea de alcanzar el cielo en la tierra, han desarrollado la infiltracin hasta convertirla en un arte superior. Parecidos a los camaleones, se los encuentra tostndose al sol en la cima del poder en todas partes del Occidente, en consejos de administracin transnacionalistas y burocracias internacionalistas, en las jerarquas de las iglesias catlica romana, ortodoxa y otras iglesias cristianas, en los principales enclaves judos e islmicos que ya estn dedicados a la completa occidentalizacin de la cultura y de la civilizacin. Ni los de la Nueva Era ni los Megarreligiosos son, finalmente, menos desvalidos que cualquiera de los muchos pretendientes que se amontonan en los bordes de la arena, en la que el juego final del milenio ya se ha transformado en un juego de poder... poder entendido, poder posedo y poder ejercido. Acosados por imgenes de grandeza e ilusiones de un futuro geopoltico favorable para ellos, los de la Nueva Era y Megarreligiosos no slo carecen de una geoestructura. Deben ir mendigando trocitos de georreli gin y pedazos de geoideologa, y estn totalmente desprovistos de un geomarco-mental realista y redondeado. El efecto importante de estos soadores globalistas en la contienda geopoltica, es el peso que suman a las fuerzas ya decididas a disponer al mundo hacia la idea de una utopa terrenal, alejndolo de todo conoci miento de la verdad trascendental de un Dios amante que, como est convencido Juan Pablo, tiene reservado un designio muy diferente de cualquiera que ellos sean capaces de imaginar.

Entre los contendientes fundamentales que dominan los movimientos econmicos y polticos para formar y controlar el nuevo orden mundial, el papa Juan Pablo permanece aparte en varios sentidos. Primero, l es nico de los tres cuya visin dl gran designio para ese orden mundial ha padecido una abrupta revisin del ms serio carcter. Y que, desde el primer momento de su ascensin al poder, ha enfrentadc un esfuerzo concertado interno de su propia organizacin; en realidad, por parte de algunos de los miembros de su jerarqua que detentan ms poder para disputarle su total estructura georreligiosa y geopoltica de su control como pontfice. Un esfuerzo atrincherado para quitarle las Llaves a Pedro, y para dividir los despojos del poder que reside nicamente en su autoridad.

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En contraste, y a pesar de todo el genio de Mijal Gorbachov como geopoltico innovador e imaginativo, el lder sovitico es el heredero de una mentalidad y de una organizacin que permanecen comprometidas con la ideologa y las metas leninistas, como sea que se vayan a alcanzar. Y, a pesar de todas sus dificultades al tratar de timonear a la Unin Sovitica hacia el ro del progreso de Europa Occidental -evitando naufragar, lo mejor que puede, contra la roca de la lnea dura estalinista, al mismo tiempo que maniobra alrededor del difcil lugar de la implosin y desintegracin del sistema l eninista-, nunca ha estado a merced de fuerzas de adentro de su propia casa que claman por un resultado final que sea diferente al mismo que l persigue. Ni los problemas que enfrenta Gorbachov, ni los medios audaces y sin precedentes que ha adoptado para superar esos problemas, le proporcionan a Juan Pablo una evidencia realista y persuasiva de que la visin de Gorbachov del gran designio final est en contradiccin, ya sea con la visin seminal de Lenin o con los objetivos de los elementos ms poderosos de su propio partido. La pelea en la URSS no es sobre el fin que debe desearse, sino sobre los medios para alcanzar ese fin. De la misma manera, los Sabios de Occidente proceden con la misma esperanza que siempre han compartido, de que su espritu animador ser suficiente para propagar el igualitarismo democrtico a una estructura geo poltica coherente, y no irrrportan los contradictores. Son como uno solo en su intento por desmentir la mxima medieval: "La esperanza es una buena compaera, pero una mala gua". Hasta el hecho de que hayan sido forzados por Gorbachov a hacer una profunda revisin de sus planes anteriores no es un cambio revolucionario en s mismo, porque con la mayor frecuencia ha sido cierto, durante los ltimos setenta aos, que el,liderazgo sovitico ha sido el agente activo en los asuntos internacionales, y que el Occidente ha aprovechado su papel como poderoso agente reactivo. En el Occidente puede haber tantas opiniones como hay en la Unin Sovitica sobre el camino a seguir en cualquier situacin especfica. Pero acerca del resultado final que se desea y se busca, no hay desunin fundamental. Por lo menos en ese sentido, el Occidente no es una casa que est irreparablemente dividida.

Cuando Juan Pablo se lanz al juego final del milenio -cuando lo inici-, todas sus jugadas estaban ligadas a su visin clara, pero decididamente de l argo alcance, de que podra sustituir los planes tanto de Oriente como de Occidente; y ms, que podra influenciar y finalmente suplantar esos planes de las superpotencias con algn sistema que ya no ligara la condicin del mundo entero a los barmetros del xito de Mosc y de Washington, sino a las necesidades legtimas y absolutas de la humanidad entera. Aunque alguno de los lderes mundiales de 1978 y de 1979 hubiera sabido lo que Juan Pablo tena en su mente en relacin con ellos, ninguno

se hubiera aventurado a suponer que la Europa Central, semillero de la poltica y de las guerras del siglo diecinueve, se transformara en la arena real de la contienda por la hegemona mundial de fines del siglo veinte. Porque, en efecto, esos lderes aceptaban la Cortina de Hierro como un elemento permanente de la vida internacional, como una especie de centro confiable con el que podan contar mientras ellos avanzaban con sus contenciosas agendas. La mayora esperaba que Estados Unidos, Europa Occidental y Japn continuaran como los gigantes trilaterales de su campo. Los propios gigantes esperaban que, con el tiempo, seran capaces de tejer y extender una red de cambio profundo en las condiciones de vida en todo el mundo. Se esperaba que, con el tiempo, un cambio tan profundo conducira a la creacin de una casa geopoltica en la que la sociedad de las naciones vivira feliz para siempre. Mas, se esperaba que, con el tiempo, a medida que el Occidente construyera la estructura de un mundo nuevo sobre los cimientos de su destreza tecnolgica, comercial y desarrollista, simultneamente agotara a l a Unin Sovitica hasta rendirla con estos mismos medios. El programa de Juan Pablo estaba resuelto a barrer todos esos planes y hacerlos a un lado. El sufrimiento causado por la divisin Este-Oeste era demasiado intenso -demasiado urgente y demasiado extenso- como para ser aceptable como el centro permanente o el elemento confiable de l os planes de cualquiera. Por lo tanto, lleg al papado con la certeza de saber que el antiguo orden deba desaparecer. Ms an, la propia certeza del Santo Padre de que el centro de cambio deba estar dentro de Europa Oriental no era mero capricho o terquedad o deseo personal. Ni siquiera era suerte o intuicin ineducada. Estaba basado en la cuidadosa penetracin de lo que el Occidente haba considerado largo tiempo como el enigma sovitico. Estaba enraizado en los hechos de una i nteligencia prctica, hechos que analizaba sin el impedimento de una ideologa enraizada en los motivos del lucro o seducida por el canto de la sirena del crudo poder. En consecuencia, el papa Juan Pablo no se sorprendi por su temprana victoria en Polonia, en 1979. Tampoco lo sorprendi que no fuera el Occidente, sino la Unin Sovitica -el constante catalizador de los asuntos del siglo veinte- quien viera su ventaja en el desplazamiento del centro de la actividad significativa, alejndolo de la agenda que haba sido fijada por los aliados trilaterales para su propia ventaja, y hacia Europa Oriental, donde la URSS necesitaba soluciones rpidas para problemas graves. Tal como lo plane entonces, primero introducira alteraciones paso a paso, cuidadosamente equilibradas, en las fuerzas socioculturales ya profundamente activas en Polonia, no como una entidad gubernamental, sino como una nacin de personas. Su objetivo era proporcionar un modelo que la Unin Sovitica podra seguir para aliviar las crecientes presiones que asediaban a los Politburs de Varsovia y de Mosc; y hacerlo sin espantar-

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los en las reas de su seguridad militar y de dominio poltico en ese sector clave de Europa Oriental. Con ese delicado propsito en su mente, y con la cooperacin local del cardenal Wyszynski y su jerarqua polaca, quienes ya eran maestros consumados en tal actividad, el primer instrumento que el Papa foment -Solidaridad- fue ideado pura y simplemente como un modelo de libertad sociocultural. Inequvocamente, no pidi ni quiso para Solidaridad un papel poltico, ni imagin para l ninguna accin que pudiera precipitar una rplica militar o de seguridad inspirada por los soviticos. El modelo sociocultural no era, en s mismo, una idea original. Se remontaba por lo menos hasta el argumento expuesto por Toms de Aquino, hace setecientos aos, en el sentido de que los dos amores seminales e i nerradicables de cualquier ser humano son el amor a Dios y el amor al pas nativo de ino, y, ms an, que stos slo pueden vivir y florecer dentro del marco de un nacionalismo religioso. Por lo tanto, la mayor significacin de Solidaridad sera su funcin como un moderno laboratorio de libertad sociocultural, arraigada entera y suficientemente en el nacionalismo religioso. Si lograba un xito total, sera un i mportante nuevo ingrediente introducido en la masa de los asuntos internacionales, que producira una lenta fermentacin de la mente materialista que dominaba tanto al Este como al Oeste. Sin embargo, aun sin un xito total, Solidaridad sera un campo de batalla incruento para hacer una eleccin que Juan Pablo estaba seguro que tendra que hacerse. Una eleccin, por una parte, en favor del nacionalismo religioso sociocultural defendido en Polonia por el mentor del pontfice, Stefan Cardenal Wyszynski, y apoyado en la propia Unin Sovitica primero por Aleksandr Solzhenitsyn, y ms recientemente por Igor Shafarevich. O, i nversamente, una eleccin por el modelo sociopoltico opuesto, personificado en la Unin Sovitica principalmente por Andrei Sakharov, y en Polonia por los dos conocidos activistas Adam Michnik y Jacek Kuron: un model o totalmente basado en el ideal occidental del igualitarismo democrtico. Hasta cierto punto, entonces, Solidaridad fue la primera arena internacional en la cual hizo su debut la temprana idea de Juan Pablo -su temprana visin, si lo desean, del nacionalismo religioso como el vehculo para l a libertad sociocultural-, presentndose en el territorio hostil de la Unin Sovitica, y al mismo tiempo ponindose frente a frente con la premisa bsica de la superpotencia capitalista. Solidaridad sola no sera suficiente, por supuesto. Ei derretimiento del i ceberg sovitico de intransigencia materialista, anti-Iglesia y anti-Dios, sera un intrincado tema de la poltica papal que, tal como Juan Pablo vea el asunto en 1979, l iniciara. Pero continuara en otro pontificado despus que l mismo se hubiera unido a sus predecesores en la cripta papal debajo del altar de la Baslica de San Pedro.

Aunque el tiempo no era el factor fundamental para el Papa en aquellos primeros aos de su reinado, an as no desperdici ni un momento para trazar las lneas generales de su nueva poltica con respecto a la URSS. Y la manera en la que procedi fue ilustrativa en relacin con su enfoque total de la poltica vaticana. La poltica hacia la Unin Sovitica iniciada en 1959-60 por el papa Juan XXIII, y posteriormente elaborada entre 1963 y 1978 hasta convertirse en la conocida Ostpolitik del Vaticano bajo el papa Paulo VI, presentaba a Juan Pablo un problema prctico. Porque, bsicamente, era la misma poltica de contencin que haban adoptado las potencias occidentales hacia la URSS de Joseph Stalin en los cuarentas, y que haban seguido desde entonces. Su esencia era contener la agresin sovitica, reaccionar a los movimientos soviticos y esperar alguna evolucin favorable dentro del sistema sovitico. Cualesquiera que fuesen los resultados de semejante Ostpolitik para la democracia capitalista, era una poltica estril para la religin y para la I glesia. Prometa solamente el martirio silencioso en medio de la lenta ero sin de toda tradicin religiosa bajo las constantes presiones de una antirreli gin profesional. Era un tnel aparentemente pe-petuo sin una luz al final, meramente lleno de la oscuridad invasora de la difusin del atesmo. De todos modos, el papa Juan Pablo dej en Taro que no abrogara las polticas de sus predecesores. Hablando prcticamente, en cualquier caso, hacerlo hubiera sido difcil y hasta contraproducente, porque ya se haban firmado protocolos diplomticos con algunos pases del este de Europa y otros estaban en camino. Para Juan Pablo, la solucin resida en el hecho de que no haba nada en la Ostpolitik del Vaticano, y nada en los protocolos vaticanos, que le impidiera intentar un movimiento de flanco alrededor del Estado-Partido sovitico. Precisamente en una jugada as, el nuevo Santo Padre se dedic a construir lazos ms y ms estrechos con la Iglesia ortodoxa rusa y con la ortodoxia oriental en general. Este movimiento del flanco papal inclua ciertas jugadas abiertas: Juan Pablo visit el centro ortodoxo griego en Estambul, por ejemplo, y recibi, y abiertamente favoreci, las visitas al Vaticano por parte de prelados orto doxos. Pero tambin haba constantes jugadas encubiertas que se originaban en Polonia e irradiaban hacia las partes occidentales de la URSS, jugadas que fomentaban un lazo religioso comn entre los catlicos romanos de Europa Oriental Y l as comunidades ortodoxas rusas. Historiadores futuros, con acceso a los archivos hoy inaccesibles, documentarn los xitos de las polticas de flanco de Juan Pablo y de su premisa bsica. Ahora es suficiente decir que, a pesar de la prostitucin oficial de la I glesia ortodoxa rusa en favor de las polticas ideolgicas del Estado-Partido, los esfuerzos de Juan Pablo alimentaron dentro de esa iglesia un ncleo genuinamente cristiano de prelados y de personas ansiosas, de una vez por todas, por reingresar a la corriente central del cristianismo europeo tal como

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lo defenda la Roma papal; y tambin ansiosas por renunciar al papel de siervos del Estado-Partido sovitico en el fomento de la revolucin mundial, aceptado haca tiempo por las autoridades de la Iglesia ortodoxa rusa. A comienzos de los ochentas, cerca de la mitad de los prelados ortodoxos ya estaban secretamente preparados a colocarse bajo la unidad eclesial del Papa romano, si se presentaba la oportunidad. Dentro de la Iglesia ortodoxa rusa se haba producido una fermentacin sociocultural. Mientras que la Ostpolitik oficial del Vaticano permaneca inalterada, se estaba efectuando un profundo cambio cultural encubierto dentro del cuerpo de creyentes rusos ortodoxos, que a largo plazo podra llevar -como lo hacen todos los cambios culturales profundos- al cambio sociopoltico. Otro factor con el que contaba el Papa mientras trabajaba para su nueva poltica de estimular el cambio en la Unin Sovitica, era la revolucin i nformativa que tena lugar en todo el mundo. Lanzada en Occidente, y produciendo ya una invasin global de conocimiento prctico en el terreno del entrelazamiento internacional y del desarrollo, ste no era un factor que estuviera bajo el control de Juan Pablo. Pero slo poda trabajar como carne y ua con el cambio sociocultural, tan esencial para su estrategia en la Unin Sovitica. Porque la revolucin informativa inevitablemente significara el alborear, en las mentes de los ciudadanos soviticos, de la verdad fctica acerca de las cosas. Verdad fctica sobre la historia pasada, por una parte, y sobre las actuales condiciones econmicas y sociales en el mundo. El tipo de verdad que ayudara a esos ciudadanos de las sombras fatigas de la Gran Mentira impuesta sobre ellos por el Estado-Partido. Juan Pablo alcanz algunos xitos notables en la dinmica persecucin de sus polticas independientes para sembrar las semillas del cambio sociocultural en el suelo geopoltico del Este. Sin duda, su asalto al monolito sovitico fue clave para la liberacin de los Estados de Europa Oriental en 1989. Y en 1990 -casi de la noche a la maana, como les pareci a quienes no estaban atentos-, bloques enteros de creyentes rusos votaron por la vuelta al redil catlico romano de s mismos y de la propiedad de su Iglesia. Sin embargo, ste no era un Papa para empresas tmidas, ni para una poltica internacional tmida. Su movimiento de flanco alrededor de la burocracia no era un gambito religioso, sino una estrategia geopoltica, y por lo tanto, iba unido a una poltica gemela hacia el Occidente. En otras palabras, su prgocupacin no slo era producir un cambio en la poltica de lo que el cardeal Wyszynski siempre haba llamado la Internacional Roja de la URSS, Por lo menos dedicaba la misma atencin, y mucho ms de su energa fsica, a lograr un cambio en la postura crecientemente materialista, anti-19 esta y anti-Dios de la Internacional Dorada de las naciones capitalistas occidentales. A =se respecto, fue significativo que el experimento de Solidaridad, con el que el Papa estaba tan profundamente involucrado en su tierra polaca, encendera rpidamente la imaginacin popular y la profunda preocupacin

de todas las mentes verdaderamente democrticas de las naciones occidentales. Pero loSefectos ms profundos y ms amplios de la poltica de Juan Pablo se produjeron en Occidente, como una consecuencia directa de las entrecruzadas lneas de sus viajes mundiales. Por esos viajes alcanz un alto perfil internacional, hizo que sis ideas fueran moneda corriente entre los l deres mundiales, y en los pases que eran campo de batalla entre Oriente y occidente, pudo yuxtaponer esas ideas, persuasivamente, a las ideas marxistas-leninistas. En breve tiempo, se hizo tan evidente que el papa Juan Pablo haba tomado su lugar debido entre los lderes de las naciones, que hasta Estados Unidos restableci las relaciones diplomticas formales entre Washington y el Vaticano, despus de ms de cien aos de una actitud que pasaba por urja poltica, una actitud considerada por algunos como "Fuera manos de esta papa caliente poltica". Al mismo tiempo que estaba haciendo semejante avance geopoltico, sin embargo -y a pesar del urgente consejo de algunos de sus consejeros ms confiables y ciertamente ms leales, as como de un creciente grito de angustia de los creyentes comunes, que estaban sujetos a extraordinarias exhibiciones de a-catolicismo entre obispos, cleros y religiosos en todo el mundo-, el pontfice descuid casi totalmente lo que muchos argumentaban que era su problema y responsabilidad fundamentales. Aplaz indefinidamente cualquier intento de reformar su propia Iglesia, o siquiera de detener el acelerado deterioro de su integridad universal. Lo sorprendente era que sta no era una negligencia en el cargo ocasionado por el calor de su agenda geopoltica. Como en el caso de su decisin de no abrogar la Ostpolitik formal vaticana, era una decisin consciente de parte del pontfice. En realidad, ya en 1980, Juan Pablo fue franco al declarar que en esa etapa de su pontificado era imposible una reforma de su Iglesia que se deterioraba rpidamente, o un intento de detener ese deterioro. En su escala de valores papales, la geopoltica del poder tom precedencia sobre la geopoltica de la