123271147 Secreto 1910 Leopoldo Mendivil Lopez

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Foto: Archivo Editorial Gustavo Casasola. El lder de la Revolucin Triunfante Francisco Madero conversa con Bernardo Reyes, quien fuera en varias ocasiones candidato a la presidencia (1911).Para todas las mujeres y los hombres de todas las naciones que creen en el poder de la libertadPara la mam ms maravillosa del mundo, Patricia Lpez Guerrero, porque me has ayudado en todo momento y en forma magnfica en toda parte de este proyecto, con tu increble inteligencia, percepcin y empuje inquebrantablePara mi princesa, por tu hermosa visin y capacidad de organizacin para ayudarme a realizar y propagar este proyectoPara mi padre mi Gran Maestro, para mi to mi socio creativo y para mis preciosas hermanasNotaLa presente obra fue posible gracias a la consulta de la obra de investigacin histrica de M. S. Alperovich, Artemio Benavides, Jos Fuentes Mares, Friedrich Katz, Enrique Krauze, Francisco Martn Moreno, Lorenzo Meyer, Alfonso Reyes, B. T. Rudenko, Jos Juan Tablada, Berta Ulloa, Francisco Vzquez Gmez, Jamie Bisher, Jonathan Charles Brown, Adolfo Castan, Carlos Manuel Cruz Meza, Lisa Bud-Frierman, Mara Teresa Franco, Josefina G. de Arellano, Andrew Godley, Kenneth J. Grieb, Manuel Perl Cohen, Edith O'Shaughnessy, William Schell, John Skirius, Yolia Tortolero Cervantes y Judith Wale. La obra de estos autores conforma las columnas que sostienen lo que conocemos sobre la Decena Trgica, ese episodio crtico y fascinante del pasado de Mxico que ocurri entre el 9 y el 22 de febrero de 1913, y cuyas ltimas races continan sin ser decodificadas.Este trabajo tambin fue posible gracias a la informacin histrica en posesin del autor, en virtud de su descendencia directa del general Bernardo Reyes, uno de los protagonistas de la Decena Trgica, y cuya versin de la verdad apenas comienza a darse a conocer. Fotografas, documentos, mapas adicionales y claves para la decodificacin del enigma, se encuentran en www.psicode.com/secreto1910.htm.El origen: hace doscientos aosA finales del siglo XVIII la mayor parte del continente americano estaba en manos de dos imperios: el espaol y el britnico. En julio de 1776, en ese mismo continente, trece colonias britnicas declararon su independencia respecto a Inglaterra, y se hicieron llamar Estados Unidos de Amrica. En la dcada de 1810, una gran parte de las colonias espaolas en Amrica se rebelaron contra Espaa y declararon su independencia. Entre ellas se encontraba la Nueva Espaa, que hoy llamamos Mxico. *** Por el momento, aquellos pases [las colonias de Espaa en Amrica] se encuentran en las mejores manos, slo temo que stas resulten demasiado dbiles para mantenerlos sujetos hasta que nuestra poblacin progrese lo suficiente para irarrebatndoselos, parte por parte.THOMAS JEFFERSON Tercer presidente de los Estados Unidos Carta a Archibald Stuart, 25 de enero de 1786Noticindome el seor Luis de Ons, en carta del primero de enero de este ao, los movimientos hostiles que observa en Filadelfia [], me expone que, en su concepto, se dirigen a fomentar la revolucin de este reino [la Nueva Espaa] con el objeto de unirlo a aquella Confederacin [los Estados Unidos], y que sabe de positivo que reside aqu un agente del referido gobierno, llamado Poinsett.VIRREY FRANCISCO JAVIER VENEGAS Circular de emergencia, 3 de abril de 1812Nuestra mxima fundamental debe ser: jams permitir la intromisin de Europa en este lado del Atlntico.THOMAS JEFFERSON Carta a James Monroe, quinto presidente de los Estados Unidos,24 de octubre de 1823Habremos de considerar cualquier intento por parte de los poderes europeos para extender su sistema a cualquier porcin de este hemisferio como un peligro para nuestra paz y nuestra seguridad. No podremos ver ninguna interposicin dirigida a controlar [a cualquiera de las naciones recin independizadas de este continente americano] por parte de cualquier potencia europea, sino como la manifestacin de una disposicin hostil hacia los Estados Unidos.JAMES MONROE Declaracin del 2 de diciembre de 1823, semilla de la llamada Doctrina Monroe y del Destino ManifiestoSi la Gran Bretaa busca dividirnos o crear un partido europeo en Amrica, su ministro no podra quejarse si nosotros nos valemos de nuestra influencia para derrotar sus propsitos.JOEL ROBERTS P OINSETT Primer embajador de los Estados Unidos en Mxico Octubre de 1825[La misin de Poinsett es] embrollar a Mxico en una guerra civil para facilitar por este medio la adquisicin por los Estados Unidos de las provincias al norte del Ro Bravo [Texas, Nuevo Mxico y California].SIR H. G. WARD Embajador de Gran Bretaa en Mxico Octubre de 1825He dedicado cada instante de mi tiempo al gran propsito de crear el Partido Americano [la Gran Logia masnica del Rito Yorkino en Mxico, auspiciada por la Gran Logia de Filadelfia].JOEL ROBERTS P OINSETT Carta a Johnson, 10 de noviembre de 1826La colisin de los imperios: hace cien aosPara 1910, Mxico y las otras naciones recin independizadas en Amrica Latina llevaban casi un siglo de ser las trincheras de los Estados Unidos en una guerra secreta contra las potencias de Europa por controlar el continente y sus vastos recursos. En aquel entonces el Imperio espaol ya era slo una sombra de su antigua gloria. La guerra de intereses por el dominio de Amrica se libraba entre Inglaterra, el Imperio alemn, Francia y los Estados Unidos. Los estadounidenses emprendieron una agresiva campaa de infiltracin, espionaje y control poltico clandestino en los gobiernos latinoamericanos para detener la incursin de las potencias europeas. Esta maniobra se bas en la Doctrina Monroe resumida en la expresin Amrica para los americanos y en el Destino Manifiesto, lacreencia de que los Estados Unidos haban sido designados para dominar el continente americano. Para lograr sus propsitos, los Estados Unidos introdujeron en los pases latinoamericanos logias masnicas del Rito Yorkino, que expulsaron a las logias del Rito Escocs vinculadas con Europa. Las logias yorkinas lograron absorber y organizar a toda la clase poltica en esas naciones. La guerra entre los Estados Unidos y Europa por el dominio de Amrica provoc la mayora de las guerras que sufri Mxico desde su Independencia en 1810 hasta el golpe militar que coloc a Porfirio Daz en la presidencia de la Repblica en 1877. Poco antes, durante la guerra civil de los Estados Unidos (18611865), Francia aprovech para apoderarse del territorio de Mxico y colocar a un prncipe austrohngaro como emperador: Maximiliano de Habsburgo. Mientras tanto, la Gran Bretaa apoyaba secretamente a los estados del sur de los Estados Unidos para que se crearan dos pases, ya que la Unin Americana amenazaba con convertirse en una gran potencia que le disputara a Europa el control final del mundo.Terminada su guerra civil, los Estados Unidos expulsaron de Mxico al enviado de Francia y apoyaron al nacionalista mexicano Benito Jurez para asumir el poder. A cambio de ello, Jurez deba otorgarles el control ferroviario del norte de Mxico y del Istmo de Tehuantepec, lo cual se estableci en los tratados McLane-Ocampo. Francia se llev sus tropas ante la inminencia de una guerra de gran escala contra Alemania. Este conflicto blico acabara para siempre con la grandeza francesa y convertira a Alemania en la mayor potencia militar. El intento del protegido pronorteamericano Benito Jurez por reelegirse gener oposicin en Mxico. Tras su muerte en 1872, su incondicional Sebastin Lerdo de Tejada asumi la presidencia y tambin intent reelegirse en 1876, lo que irrit al pas y deton la rebelin armada de Porfirio Daz, cuyo lema fue: Sufragio efectivo, no reeleccin. Al asumir la presidencia de Mxico, Porfirio Daz se enfrent con tremendas presiones por parte de las potencias internacionales, incluyendo a los Estados Unidos, que secreta y constantemente financiaron a grupos subversivos para derrocarlo. Para detener estos proyectos de desestabilizacin, Daz otorg grandes concesiones a losconsorcios industriales de los Estados Unidos y de la Gran Bretaa para explotar la riqueza de Mxico, especficamente los minerales, las vas ferroviarias y una nueva fuente de energa que cambiara la historia: el petrleo. A partir de 1902, el descubrimiento de grandes yacimientos petrolferos en Mxico despert la codicia de las grandes potencias y rompi el delicado equilibrio y la relativa paz que haban prevalecido durante tres dcadas. En octubre de 1909, el presidente de los Estados Unidos, William Howard Taft, convoc a Porfirio Daz a una entrevista confidencial en El Paso, Texas. El contenido de la reunin ha sido un misterio absoluto hasta el da de hoy. Un ao despus, en noviembre de 1910, barcos de guerra norteamericanos rodearon las costas de Mxico, y en medio de condiciones que an permanecen ocultas, inici el derrumbe de Porfirio Daz y comenz la Revolucin mexicana. Hoy los mexicanos creen que la Revolucin la ide Francisco Madero. ***Mxico es, por el momento, la nica fuente de donde podemos extraer grandes cantidades de petrleo; es la fuente que nos ofrece las mayores ventajas entre las que hasta ahora han sido localizadas en el mundo.EDWARD LAURENCE DOHENY Dueo y presidente de la Mexico Petroleum Company en 1910 Informe al gobierno de los Estados UnidosPara nadie es un secreto que la Casa Blanca, junto con los liberales, prepar la Revolucin de 1910. Ms an, existen hechos comprobados de que la Revolucin fue proyectada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos.JUAN P EDRO DIDAPP Cnsul de Mxico en Norfolk, Virginia, Estados Unidos Declaracin hecha durante el estallido de la Revolucin mexicanaMxico ya no es ms que una dependencia de la economa de los Estados Unidos. Toda la regin de Mxico hacia el sur, hasta el Canal de Panam, ya forma parte de Norteamrica.JAMES SPEYER Presidente del banco Speyer and Company de Nueva York Carta a Paul von Hintze, embajador alemn en Mxico, octubre de 1904La verdadera amenaza para nuestra repblica [los Estados Unidos] es el gobierno invisible que, como un pulpo gigante, expande su pegajosa largura a travs de nuestra nacin. A la cabeza est un pequeo grupo de casas bancarias.JOHN F. HYLAN Alcalde de Nueva York en 1911La prensa europea ha publicado informacin sobre planes maquiavlicos del Departamento de Estado de los Estados Unidos en conexin con el grupo de los banqueros yanquees. Obtuve dos cartas privadas de un agente llamado Hopkins. Si no convocas a elecciones, el secretario de Estado Knox tendr el pretexto para intervenir militarmente Nicaragua sin que el congreso americano tenga que autorizarlo. Mr. Hopkins dice tambin que ya se est negociando un tratamiento similar para el caso de Mxico.CRISANTO MEDINA Embajador de Nicaragua en Pars en 1910 Carta confidencial al presidente nicaragense Jos Madriz0TIEMPO ACTUAL Haces de linternas se cruzan en la oscuridad. Recorren un pasillo oscuro que huele a metal oxidado. Es un lugar prohibido, al menos para ellos. Son tres: uno de veinticinco aos, otro veintiuno, y uno ms de diecinueve. Avanzan rompiendo telaraas con sus caras. Uno de ellos se sacude agitando mucho las manos. Qutenmelas! Qutenmelas! Calma, gey. Alguien te va a or. El que va ms adelante se detiene frente a una puerta de madera. Alza la linterna y bajo la luz ve las venas de la madera. Arriba descubre un letrero metlico que dice: BVEDA MXIMA. Oh, Dios, es aqu. s aqu, pendejos. Ya llegamos.Se acercan los otros dos y acarician la madera. El de diecinueve aos les pregunta: Y qu se supone que vamos a encontrar aqu? El de veinticinco recorre la madera con la palma y le dice: Un cartucho. Un cartucho? Un cartucho de qu? Metal. Aluminio dorado. Tiene estampados un guila y dos serpientes enroscadas. Y por eso nos metiste a este lugar? Nos van a llevar a la crcel! El de veinticinco no lo voltea a ver. Sigue acariciando lentamente la puerta con la palma. Lo que importa es lo que hay dentro del cartucho. Qu hay? Algo extremadamente importante. El de diecinueve voltea a ver al de veinticinco. Extremadamente importante? Un papel. Un papel? Algo capaz de cambiar el futuro de Mxico para siempre. Son las instrucciones para convertir a Mxico en lasexta potencia del mundo. Ests loco? Preprense para entrar. Psenme los explosivos. No, no, espera un momento. Yo no saba que se trataba de hacer todo esto. stos son los stanos del edificio ms importante de Mxico. Nos pueden someter a un juicio poltico por atacar la seguridad nacional! No trabajamos en el gobierno, tonto. Lo ms que nos pueden hacer es darnos cadena perpetua. En lugar de quejarte respira hondo lentamente, disfruta lo que estamos a punto de conseguir. Lo que vamos a llevarnos vale ms que todo el oro de Mxico, ms que el calendario azteca. Podemos cambiar el futuro. Es ms, creo que debemos llamar a Bisa antes de tronar esta puerta. Saca el celular del bolsillo y comienza a marcar. Habr seal aqu? mira hacia arriba. Bisa? Bisab? Ya estamos aqu. Se escucha ruido de esttica y viento, como si al otro lado estuviera una estacin de la Antrtida. S contesta un anciano al otro lado. Ya estamos frente a la puerta, bisa. En el laberinto subterrneo, tal como nos lo dijiste.Bien, ahora derrbala. El chico se mete el celular en el bolsillo y levanta un hacha. Probemos esto antes de los explosivos. Primos, nos aproximamos al secreto ms profundo de nuestro pas. Si lo encontramos nada volver a ser igual.11913: TRES AOS DESPUS DEL ESTALLIDO DE LA REVOLUCINMEXICANALA LTIMA NOCHE NORMAL Yo soy Simn Barrn, el bisabuelo de esos chicos, pero para entender lo que estn haciendo esta noche, debo remontarme al pasado. El sbado 8 de febrero de 1913 fue una noche mgica. Nadie supo entonces lo mgica que fue. Los faroles de luz elctrica recin colocados por la Samuel Pearson and Son echaban una luz violeta, rosa y amarilla que nadie haba visto nunca antes sobre la plaza central de la ciudad de Mxico. La hacan ver como unbosque de lucirnagas bajo las estrellas. Haba pianistas en las esquinas, tambin hombres elegantes sombreros altos, rostros empolvados y bigotes erizados con vaselina que tocaban sus relucientes organillos. Haba parejas bailando al comps de esa msica de luz que se proyectaba hasta el cielo. Decenas, cientos de parejas bailaban esa noche. Junto a uno de los organilleros haba dos carros, uno de castaas y otro de moras acarameladas. Vi a una mujer hermosa que tena la cabeza inclinada y la boca semiabierta. Con los ojos bien abiertos observaba el espectculo de luces. Era mi esposa. Todos los reflejos de esa noche estaban en sus ojos. En sus brazos meca a un nio, mi hijo Bernardo. Cuando me le puse enfrente se sacudi de espanto, pero al verme me sonri. Lentamente la abrac con nuestro pequeo en medio y bailamos suavemente, casi sin mover los pies. Todo en el Zcalo nos envolvi. La luz y la msica crearon un esplendor que existe solamente en los sueos. Se celebraba algo, el aniversario de la promulgacin de la Constitucin del 57 o algo as, pero a nadie le importaba eso. Ni entonces ni ahora eso le ha importado a la gente real.Lo nico importante somos nosotros. sa fue la ltima noche normal en Mxico. No te preocupes, mi nia le dije a mi esposa. Duerme tranquila. El golpe ser pacfico. Maana, cuando despiertes, Mxico tendr un nuevo gobierno. Comenzar una era maravillosa, la mejor de todos los tiempos.2Yo soy soldado. Mi nombre es Simn Barrn, leal a las fuerzas del general Bernardo Reyes. En aquel tiempo era alto, flaco y moreno, y a algunos les molestaba que tuviera los dientes grandes y proyectados hacia afuera. No era mi problema. Gracias a ese defecto siempre les sonro a todos, aun en los momentos ms malnacidos, como el que estaba por ocurrir esa madrugada. Todo comenz a las 3:15, en la hora ms fra y fantasmagrica de la noche. Una carroza tirada por caballos azot las piedras de la oscura va de San Juan de Letrn hacia el norte, rumbo a los silenciosos confines de la ciudad.La seguan dos autos de motor Ransom Olds, negros los dos. Los tres vehculos se detuvieron sigilosamente a los pies de la prisin militar de Santiago Tlatelolco. De la carroza baj una figura cubierta por mantas blancas, rodeada por otros hombres con mantos negros. La carroza arranc y se perdi en el camino, seguida por los autos. Enseguida los sujetos se aproximaron a la puerta de la fortaleza, donde dos oficiales los recibieron erizando sus bayonetas para cerrarles el paso. El de las mantas blancas alz el brazo con un ademn que pareci sacramental y les dijo: Ego habeo informatio magna. A continuacin las puertas se le abrieron.3Al otro extremo de la ciudad, a las afueras del lado suroeste, el pueblo de Tacubaya estaba en calma. Entre la espesura de rboles, el fro edificio de la zona militar era un coloso de piedra dormido. El silencio era casi mortal. Un sujeto con un palillo en la boca cuidaba la puertamientras dormitaba en su silla. Repentinamente, detrs de l apareci una mano con un cuchillo que le reban la garganta. Duerme bien, Pedro. En los dormitorios se escuch el canto de un bho. Se levantaron diez y mataron a cinco selectos. Se uniformaron rpidamente y despertaron a los dems. Hacindolo todo sin ruido, se alinearon a lo largo del pasillo entre las literas. Ya sumaban cientos en las barracas. Afuera los esperaba un hombre huesudo que se notaba bastante nervioso. Salieron trotando y en el patio se alinearon frente a l. Para ese momento varios mandos del edificio ya estaban muertos, amontonados en dos de los baos. Las lneas de telfonos y telgrafos acababan de ser cortadas. El hombre en el patio camin tieso frente a los soldados, sonando las botas contra las losas. Se le salan los pmulos de su rostro esqueltico. Sus arqueadas y tupidas cejas negras, junto con sus bigotes retorcidos hacia arriba, hacan un ocho acostado en su cara, dentro del cual dos ojos diminutos destellaban como los de un ratn. Listos? les grit. Los quiero con la sangrehirviendo y felices, dragones, porque este da es el ms importante en todas sus malditas vidas, y tambin en las vidas de todas las personas a quienes aman! Golpeando sus talones y azotando sus rifles contra sus pechos, los soldados gritaron: Honor y lealtad! El general Manuel Mondragn les dijo: A partir de este instante no hay regreso! Por el general Bernardo Reyes! Por Mxico y por la paz! O morimos en la banqueta o engendramos en este amanecer el pas que soaron nuestros ancestros! Los quinientos hombres del primer regimiento de caballera y del segundo y quinto regimientos de artillera emprendieron su marcha en silencio.4Mucho ms al sur, la ciudad tambin dorma. En el lejano poblado de Tlalpan, el empedrado edificio de la Escuela de Aspirantes del Ejrcito estaba tambin sumido en una quietud sobrenatural.El aire chifl entre las ramas como un rechinido. Los alumnos dorman en sus literas, excepto uno, quien extrajo de una negra caja su trompeta, la limpi con un pao hasta sacarle brillo y la bes. La llev a sus labios. Infl los cachetes para soplar, pero se detuvo. Con el mismo pao se limpi el sudor salado que le mojaba los ojos. Dios nos ayude. Honor y lealtad, se dijo a s mismo A continuacin sopl con toda su fuerza e hizo sonar la trompeta en forma ensordecedora. De las cobijas emergieron jvenes que ya estaban empuando las armas. Algunos nunca antes haban estado en combate. Despierten, cadetes! les grit el de la trompeta. Es hora de hacer algo por su pas. Como nos dijo el general Bernardo Reyes, para dormir tenemos la eternidad. A la velocidad del relmpago los pantalones azules, las camisas blancas y los sacos rojo sangre se acomodaron en los cuerpos, y las piernas entraron en las botas. Las literas se convirtieron en agitacin y bullicio. Morrales abrindose, hebillas, cinturones, crucifijos besados y regresados al pecho, granadas ensartadas en los cintos.Hoy es tu da de gloria, Tino le sonri un chico a otro, mientras se colgaba el muser al hombro y se enfundaba la bayoneta en el cinto. De gloria o de muerte, pendejo le contest Tino. Slo Dios sabe en qu mierda nos estamos metiendo. De qu ests hablando? raicin. Qu? El de la trompeta les grit: Por ltima vez se los digo, cadetes: aquel que no quiera hacer esto, vuelva a su cama y duerma. No habr represalias de ningn tipo. El general Reyes as lo ha ordenado. Su nico castigo ser el haber estado en la cama mientras sus compaeros cambiaban el destino de su pas. Para los que vengan, les prometo peligro y tal vez la muerte, y tal vez convertirse para la historia en los hombres que salvaron a Mxico de este caos incontrolable de violencia y guerrillas en que nos tiene sumidos Francisco Madero. Ustedes sern los que traern paz y un futuro lleno de justicia y gloria para Mxico y sus familias hizo una pausa, los revis a todos con los ojos y agreg: slo les pido que no hagan esto a menos que estn completamente obsesionados.Se formaron lneas de jvenes de ojos brillantes, tronando sus botas, con la sangre caliente agolpada en las venas, capaces de destruir y construir una nueva era. Honor y lealtad! gritaron todos repetidamente mientras trotaban hacia el exterior de la fra noche.5Mientras tanto, en la fra cumbre de una pequea montaa dentro de la capital de Mxico, en el interior del sombro Castillo de Chapultepec, el presidente Francisco Madero de slo treinta y nueve aos dorma junto con su esposa Sara. Los protega una filosa muralla de rejas puntiagudas situada alrededor de la montaa, adems de otra que acorazaba la cima. Guardias del Ejrcito resguardaban el camino espiral que ascenda hacia la fortificacin, as como el permetro debajo. Francotiradores ocultos vigilaban cualquier movimiento inusual en la montaa desde los peascos y las ramas de los rboles. Sara se despert sobresaltada a mitad de la noche.Empapada en sudor mir el azul estrellado del cielo por la gigantesca ventana. Luego mir a su esposo con los ojos cerrados y le acarici la cara. Se vea tierno como un beb, a pesar de la frente calva y la barba de candado. No se atrevi a despertarlo por un simple sueo, aunque fuera una pesadilla.6En el glido interior de la prisin militar de Santiago Tlatelolco, los cuatro soldados que custodiaban la celda ms peligrosa escucharon ruidos al otro extremo del oscuro pasillo. Al fondo percibieron una figura fantasmagrica que caminaba hacia ellos, cubierta en mantas blancas. Tras ella venan ms hombres envueltos en mantos negros. Los soldados tragaron saliva cuando los tuvieron a todos a unos metros de distancia. Bajo la luz, las sbanas tapaban completamente los rostros. La entidad envuelta en mantas blancas sac su mano y la onde suavemente frente a los caones de los rifles que le apuntaban. Les dijo:Ego habeo informatio magna. Los soldados bajaron sus armas y las golpearon contra el piso. Bienvenido, seor embajador, el general Reyes lo espera indicaron y le abrieron la rechinante puerta. Al entrar, el embajador vio a dos personas, una de las cuales era yo un soldado muy joven y la otra era un hombre de sesenta y dos aos con una barba muy larga. Era el general Reyes. Con la mano metida en el bolsillo, estaba parado junto a la ventana mirando hacia fuera a travs de los hierros. Sonriente volte a ver al embajador. Almirante dijo y luego mir de nuevo hacia fuera. El embajador se quit las mantas y me las dio a m indudablemente adivin que yo era el gato de Reyes. El general susurr lentamente: Almirante, pensaron que todo iba a estar bien con Madero, que todo iba a estar mejor se adhiri ms a la ventana y levant las cejas. Tenemos una guerrilla apoderndose de todo el sur de Mxico y la rebelin de Pascual Orozco aterrorizando a la gente en el norte. Me dicen que los guerrilleros de Zapata tomaron el control de Cuernavaca y que ya llegaron al sur de la ciudad de Mxicomir al embajador y agreg: convulsin, este gobierno ha creado un estado de convulsin. El embajador frunci la boca y le dijo: Madero es un buen hombre, Bernardo. S, exactamente, un buen hombre. De hecho, un gran hombre. Un joven idealista que logr su sueo de ser presidente. Pero se necesita ms que eso para gobernar una nacin de quince millones de seres humanos. El embajador se volvi hacia m como si le estorbara para hablar con el general Reyes. Con una mirada les orden a los soldados de afuera que cerraran la puerta y que se alejaran de la celda, junto con la escolta del propio embajador cubierta de negro. Como una pantera, el almirante camin de un lado a otro en la celda con los ojos fijos en Bernardo Reyes. General, me es difcil verlo en un lugar como ste observ las paredes hmedas de la prisin. Usted es el hombre que se iba a convertir en presidente de Mxico despus de Porfirio Daz si el dictador no lo hubiera visto como un rival. Reyes no le respondi. El embajador sigui: Usted es el hombre que lo tiene todo: las ideas socialesde Madero, como lo prob con su ley del trabajo en Monterrey, pero tambin posee el dominio militar para asegurar la paz y la gobernabilidad de este pas. Reyes lo mir entrecerrando los ojos. El embajador sigui, en su espaol tortuoso: Usted es el hombre que pacific todo el norte de Mxico para Porfirio Daz. Usted cre y perfil la lnea fronteriza con los Estados Unidos tras largas guerras y negociaciones con caciques sangrientos e indomables. Daz lo llam su hijo predilecto. Slo soy un soldado respondi el general y me gui un ojo. Yo estaba nervioso porque en pocos minutos vendran los regimientos a sacarnos de la prisin para llevarnos a dar el golpe de Estado. El embajador sigui: General, todos recuerdan que el dictador lo envi a usted a luchar contra los indios yaquis de Sonora, y cmo usted no slo los pacific sino que los hizo sus aliados para enfrentar juntos a los apaches de los desiertos del norte. Comand un ejrcito con guerreros yaquis que lo vieron como a su lder.Don Bernardo sonri. Fue un honor pelear al lado de Cajeme le dijo el general al embajador e hizo un signo en espiral con el dedo : Tu'i hiapsek o'ow. Todos somos la misma persona. El almirante permaneci en silencio y comenz a caminar dentro de la celda. Cuando Daz lo nombr secretario de Guerra y Marina, usted transform el Ejrcito, erradic la corrupcin y lo convirti en un sistema militar capaz de hacer sufrir a las potencias. En tan slo dos aos duplic el Ejrcito sin necesidad de gastar un centavo adicional del presupuesto, por medio de la segunda reserva, como lo haba hecho Alemania con la Landwehr. Llam a los jvenes a enlistarse como voluntarios, y acudieron miles, docenas de miles, no por dinero, sino por un ideal, por una pasin, por el sueo que usted les hizo soar. No es para tanto, seor embajador le sonri Reyes . Todo joven es el potencial modificador del mundo, ellos lo saben me gui el ojo de nuevo. Yo me ajust el uniforme muy orgulloso. El embajador me ignor y sigui: General, ellos estaban ah por usted. Los hizo creer enellos mismos, los hizo creer en Mxico. Despus, cuando usted se estaba volviendo un dolo de los jvenes, Daz lo envi de regreso al turbulento Nuevo Len, a poner en orden a esos separatistas, y usted logr ponerlos a trabajar. Usted gobern ah y convirti a ese abandonado territorio feudal de bandoleros en el centro industrial ms importante del pas. Monterrey es hoy un ncleo financiero comparable con Londres y Chicago e impacta en las bolsas del mundo. Todo lo que se necesita es impulsar a la industria, almirante. Tuve el honor de apoyar a hombres visionarios como Isaac Garza Garza y Lorenzo Zambrano. Tengo aqu la frmula para modificar un pas y convertirlo en algo completamente diferente Reyes acarici algo oculto en su bolsillo. El pas entero lo aclam a usted para que se postulara y fuera el prximo presidente de Mxico. Miles gritaban en las calles viva Reyes! con claveles rojos en las solapas. Ya no queran a Daz. Usted era la nueva esperanza. Fundaron cientos de clubes reyistas en todo el pas para proyectarlo hacia la presidencia. Lo cual me gan el odio de Daz dijo don Bernardo y se aferr de un barrote de la ventana, mirando la oscurecidacalle: a nadie le gusta que lo suplanten. Enseguida el flaco embajador de rostro duro replic: Los soldados lo amaron a usted porque nunca dej de ser un soldado. En las batallas siempre iba al frente sin importar las heridas que reciba, sin importar las probabilidades, slo seguir y seguir siempre hasta el final, sin detenerse hasta alcanzar el triunfo. Por eso nunca tuvo una derrota. El general sonri para s mismo, acaricindose la mueca derecha, rota y astillada una vez por una bala. Lo que quede de ti le dijo al embajador, as sea slo tu mano arrancada, debe seguirse arrastrando sin parar hasta la victoria. El rostro del embajador se ilumin. Ya no hay generales as. Usted pudo haber convertido a Mxico en un Monterrey gigantesco, una potencia financiera e industrial del mundo, un nodo del planeta, una potencia militar. Mxico estara ahora en la ruta para entrar en el pequeo crculo de las naciones que dominan al mundo. Reyes frunci el ceo y clav la mirada en el embajador, quien lo atenaz: Por qu no lo hizo entonces, general? Por qu no sepostul como candidato? La gente lo estaba aclamando! El presidente tena otro candidato. S, un mediocre. Por qu no desafi al dictador? Por qu tena que obedecerlo? Honor yltad, embajador. Hay valores superiores. Lealtad? se enfureci el embajador. Lealtad a quin? A un dictador que no le fue leal a usted? Daz lo traicion. Fue la envidia lo que lo hizo elegir a un hombre mediocre y mandarlo a usted a Francia. Usted se dej. Usted le dio la espalda a quienes lo seguan, los dej abandonados a la ira de Porfirio Daz. Le fui leal a un ideal, embajador. A Mxico Reyes sacudi un dedo frente a sus ojos. Si en ese momento hubiera desafiado al presidente, se habra desencadenado una guerra civil. Eso no es lo que quiero para mi pas. Pero la guerra civil ocurri de todas maneras! Pero no la hice yo. La provocaron personas que no estn en este pas don Bernardo mir fijamente al almirante: ellos financiaron al joven Madero para que hiciera lo que le ordenaran, sin importar lo que conviniera a Mxico. Le proporcionaron el armamento y entrenaron a sus rebeldes por medio de agentes cuyos nombres l y su familiahan mantenido en secreto. El chico nunca haba matado a un hombre. Jams habra levantado una revolucin sin el apoyo de alguien, y ahora dej de funcionarles. Quines son ellos, general? Me agrada su visita, almirante, pero qu es lo que hace usted aqu a las tres de la maana? Quines son ellos? Bernardo Reyes se apoy contra la ventana. Intereses oscuros se ciernen sobre todos nosotros, sobre mi pas e incluso sobre usted y sobre su propio pas. Es obvio que el Gran Patriarca ya no quiere a Madero. Tan fcil fue ponerlo como ahora quitarlo. Existe un plan nefasto para derrocarlo en trece das. El embajador pel los ojos. Gran Patriarca? Quin es el Gran Patriarca? Se hizo un silencio. Yo, simple soldado, los vea a uno y a otro sin decir nada, slo alarmndome. Nos movemos entre sombras, seor embajador. Lo que vivimos hoy es el enfrentamiento de dos imperios. Qu imperios? No me refiero a dos naciones. Son dos imperios financieros.7Muy lejos de Mxico, en un enorme saln rojo de columnas y bveda dorada, debajo de dos misteriosas aves de yeso, tres hombres miraron sus respectivos relojes y se sonrieron entre s. El asunto de Mxico est por empezar se ufan el ms joven de ellos, el artfice. Lo dijo en su idioma. Este joven de treinta y nueve aos despus sera increblemente famoso en la historia, aunque no por esto. Hasta ahora nadie saba de su participacin en los hechos que relato.8En la celda, el general Reyes le dijo al embajador: Colocaron a Madero en el poder y ahora lo quieren quitar. No obedeci lo que se le orden. Ahora el Gran Patriarca quiere instalar a otro ttere en la presidencia paraexplotar los recursos de Mxico. Yo no lo voy a permitir. El embajador me mir a m como deseando que me largara. Hasta sent su tiesa mirada hacindome levitar y flotar hacia la puerta. El general le dijo: Almirante, le presento a Simn Barrn, el ms leal de mis soldados. Un joven de la nueva generacin. Un potencial modificador del mundo. Me enderec muy orgulloso y el hombre me mir de arriba abajo como a un insecto. Aj dijo el embajador sin ninguna emocin mientras yo le sonrea estpidamente, luego se dirigi nuevamente a don Bernardo: quin es el Gran Patriarca? Necesito esa informacin para transmitrsela inmediatamente a mi gobierno. Usted debera saberlo, almirante, usted es el embajador sonri don Bernardo. Al parecer le han fallado sus fuentes de inteligencia. El delgado y duro embajador de cuarenta y ocho aos respir hondo. Ya no hay voces confiables ni aqu ni en Berln, ni en Londres ni en Washington. Todos los canales estn infiltrados o comprados. Todo est contaminado. Parecieraque todo estuviera armado para encubrir lo que est pasando. Usted ocup la posicin ms alta en la hermandad masnica de este pas. Fue el instructor supremo de la Gran Logia del Valle de Mxico. Si sabe algo, le ruego que me lo diga. Es mucho lo que est en juego aqu, no slo para su pas, sino tambin para el mo. Reyes se aferr de los barrotes de la ventana con ambas manos y recarg su frente entre los hierros fros. Slo soy un hombre, embajador. Al final eso es lo nico que somos y seremos, simples hombres. El embajador me mir con una furia indescriptible. Fue cuando le dijo al general Reyes: Podemos hablar a solas, general, slo usted y yo? No le contest. Simn Barrn i hermano de trinchera, y como ve, esta trinchera es bastante fea. Individuo y cuerpo. Cuerpo e individuo. No tengo nada que ocultarles a mis hombres. Simn Barrn se queda. Yo le hice al embajador la seal con el dedo que le haba hecho el general, la espiral de los yaquis. Todos somos la misma persona, almirante dije y le sonre. l no me sonri.Aj. Reyes lo volte a ver. Qu lo trae a esta oscura celda esta madrugada, almirante Von Hintze? El embajador volvi a respirar hondo y le dijo: Me trae aqu usted y la increble ola silenciosa que est levantando. S lo que planea, general. Ya lo saben todos, hasta sus enemigos. Usted se encuentra en una situacin de enorme peligro. Son las nicas que me gustan, almirante. Usted debera comprenderme mejor que nadie. Hace ocho aos usted puso en peligro su vida para proteger al zar de Rusia cuando fue embajador all. No teme usted por su familia? pregunt el embajador en su rudo y rasposo tono alemn. Reyes le sonri. Hace tiempo decid dejar de vivir para temer. Yo vivo para la accin, para modificar el mundo. Un golpe es perfecto o no se da, general. Todos estn enterados de que en unas horas piensa derrocar a Madero. O lo derroco yo, e instauro el gobierno que Mxico merece, o lo derrocarn otros que obedecen al patriarcafinanciero. Ellos piensan asesinarlo. Yo voy a proteger su vida en cuanto lo aprehenda. Respetar a su esposa y a su familia. Les otorgar condiciones privilegiadas para que tengan una vida serena y feliz. General, su oportunidad fue antes y usted la desperdici por obediencia a Porfirio Daz. Ahora slo est poniendo su vida en peligro, junto con las de los cientos de soldados que lo sigan en un par de horas. Ahora o nunca. El ahora ya pas. Nos encontramos ya en la regin del nunca. Nunca estamos la regin del nunca. Cada instante puede modificar el futuro. El almirante Von Hintze mir hacia un lado y hacia el otro, pensando. Diablos murmur. Si verdaderamente sta es su decisin, el Imperio alemn est listo para apoyarlo militar y polticamente. Reyes alz los ojos. Von Hintze continu: El kiser Guillermo II le tiene en la ms alta estima. Me ha dicho que hombres como usted hacen falta no slo en Amrica sino en el mundo entero.Un momento, embajador el general agit las manos. El Imperio alemn lo apoyar siempre y cuando, una vez que sea presidente de Mxico, le otorgue condiciones preferenciales al Deutsche Bank, autorice al Ejrcito alemn para entrenar al Ejrcito mexicano y para suministrarle el futuro armamento, y transfiera los privilegios de explotacin de petrleo de las actuales compaas americanas e inglesas a la Rheinisch-Westflisches Elektrizittswerk Aktiengesellschaft. Reyes hizo un gesto adusto y golpe un barrote. No, no, embajador Von Hintze. Usted no ha entendido cul es mi guerra. Yo peleo por Mxico, soy mexicano. Es tan difcil de entender? El petrleo en este subsuelo seal hacia abajo es de los mexicanos, y con esa riqueza vamos a financiar nuestra conversin en la sexta potencia global. Tendremos un Ejrcito superior, un sistema de inteligencia que penetre todas las naciones y una industria masiva que exporte ms que Inglaterra y Francia. Luego, con nuestra cultura, nuestra msica y nuestra magia inundaremos el mundo. Dios suspir el almirante. No dudo de sus planes. De lo que dudo es de su plan para el da de hoy.La suerte est echada. En ese caso acepte el apoyo de Alemania. Mi embajada tiene un servicio especial para situaciones paramilitares, cuente con ellos para dentro de unas horas. No puedo aceptarlo. No acepto cheques por cobrar. General, en pocos meses Inglaterra se aliar con Rusia para declararle la guerra al Imperio alemn y es probable que Inglaterra busque el apoyo de los Estados Unidos, si no es que ya lo tiene. Mxico tiene que apoyar al kiser. Si lo hace, el kiser les enviar refuerzos militares para reconquistar los territorios que los Estados Unidos les robaron en 1847: Texas, California, Arizona y Nuevo Mxico. Bernardo Reyes se le acerc y lo mir duramente a los ojos. Ya le dije para quin trabajo, embajador. Ser presidente de Mxico y gobernar para Mxico segn lo que ordenen los mexicanos, no otras potencias, y menos el Gran Patriarca. Yo no compro zapatos, almirante. Me los ofrecieron y les escup en la cara. Usted sabe a qu me refiero. No s a qu se refiere, dgamelo.Tenemos las mayores reservas que se han descubierto hasta hoy. Todos quieren nuestro petrleo, incluso ustedes, Alemania. No lo tendrn. Nos lo comprarn, y con ese dinero forjaremos nuestra conversin en potencia. Quin es el Gran Patriarca, general? Dgamelo! Don Bernardo meti la mano en el bolsillo de su chaleco y sac su reloj de plata. Mir la hora. Tom una linterna metlica que tena sobre su escritorio y la coloc en la ventana, entre los barrotes. La encendi con un cerillo y la lmpara emiti una potente luz roja hacia la calle. Era una seal. La seal. Le sonri a Von Hintze. Hoy cambiar todo.9Para ese momento, los guardias de guante blanco que custodiaban la majestuosa reja de hierro que rodeaba la montaa del Castillo de Chapultepec escucharon el aullido de un lobo. Miraron la luna creciente por encima de los rboles. El aullido lo haba producido un ser humano.Doce de ellos, ubicados en posiciones estratgicas alrededor de la fortificacin, sacaron trapos de franela de sus bolsillos y tambin frascos de triclorometano. Mojaron los trapos y se aproximaron a los compaeros que tenan ms cerca. Disculpa le dijo uno a su compaero, me permites tu encendedor? Al meter la mano en su bolsillo, el guardia recibi el trapo empapado en su cara, y su compaero lo presion para que el lquido entrara a su nariz. El forcejeo fue intil y dur poco. En el suelo, su amigo le dijo: Gracias, pero olvidaste que no fumo. Le quit las armas y trot hacia el siguiente puesto de vigilancia. Ninguna muerte innecesaria les dijo a sus compaeros, y les distribuy granadas de gas adormecedor que segundos antes haba recogido del tronco hueco de un rbol. Quin tiene las mscaras? Uno de ellos les lanz mscaras a los dems les dijo: Huelen feo cuando se las ponen, son usadas mir al primero. El comando nmero cuatro ya nos abri la puerta.Excelente. Alineados, trotaron hacia la puerta de hierro de la muralla presidencial. En lo alto del castillo, tras una ventana sombra, el presidente Madero dorma. Su esposa Sara no.10Mientras tanto, bajo la misma luna creciente, una temible columna de quinientos hombres armados y decenas de caballos avanzaba en la noche oscura, a trote rpido, sobre los adoquines de la recin inaugurada avenida del Paseo de la Reforma. Igual que el resto de la ciudad, el pavimento ola a asfalto nuevo. Las mquinas asfaltadoras estaban a los lados, en las aceras. Una buena parte del suelo estaba pegajosa. La columna dio vuelta a la derecha en la avenida San Francisco, el corazn latente de la ciudad de Mxico. A esa hora, el tumulto de los lujosos restaurantes y el bullicio del parque de la Alameda no eran ms que silencio. Slo se oa el zumbido como de insecto de los nuevos arbotantesgarigoleados de la Samuel Pearson and Sons (SPS). Los golpistas torcieron a la izquierda en la calle de Soto y vieron el imponente muro del Cuartel de la Libertad. Rifles! grit el general Manuel Mondragn, acompaado al frente por el general Gregorio Ruiz. El grito se fue pasando hacia atrs mientras los soldados de adelante, trotando, se descolgaban sus museres de los hombros y los golpeaban sobre sus pechos, aferrndolos con ambas manos. Armar! les grit el esqueltico Mondragn, batiendo sus bigotes. Acto seguido, los soldados desenvainaron sus bayonetas y las ensartaron en sus rifles. Una vez al pie del cuartel, el general les grit: Cercar! Se detuvieron al instante y rpidamente formaron una lnea doble frente al edificio. Se hincaron sobre una rodilla y sobre la otra apoyaron sus armas, con los ojos nerviosos adheridos a las mirillas, cada grupo apuntando a una puerta, una ventana y un torren especfico. Silencio. El general Mondragn se coloc al frente y grit hacia lo alto del edificio:Montao! Su voz hizo ecos siniestros en las paredes de la calle oscura. No pas nada. Segundos despus, las puertas del cuartel se abrieron rechinando y salieron de ah dos lneas de soldados gritando como un rugido honor y lealtad! Se sumaron a la columna los hombres del capitn Juan Montao y ahora todos marchaban a trote hacia el norte, hacia la prisin militar de Tlatelolco, donde estbamos nosotros. Su misin: sacar de ah al general Bernardo Reyes para convertirlo en el nuevo presidente de Mxico. A esa hora, los alumnos de la Escuela de Aspirantes de Tlalpan se encontraban a pocos kilmetros de esta columna. Trotaban la larga calle de San Antonio Abad hacia el norte, directamente hacia la gran plaza central de la ciudad de Mxico, donde haca apenas unas horas yo me desped de mi esposa y mi hijo. Su misin: apoderarse del Palacio Nacional, sede del gobierno mexicano.11Dentro de su celda, el general Reyes estaba an conmigo y con el embajador Paul von Hintze, que no se iba. Tras los barrotes de la ventana escuchbamos que llegaban autos, luego arrancaban y se perdan en la oscuridad de la calle. Los soldados de afuera interrumpan a cada rato para entregarle al general reportes, regalos, cartas de apoyo de polticos. Incluso le trajeron una espada que repas con los dedos mientras esbozaba una expresin de satisfaccin. Bueno le sonre, al parecer todo el mundo ya se enter de esto, general. Mire nada ms cuntos regalos. Don Bernardo me devolvi la sonrisa y coloc la brillante espada sobre la cama. Los otros regalos estaban apilados contra el muro e incluan toda clase de objetos, joyas, armas de metales preciosos, cheques y otras cosas que el general no tuvo tiempo de rechazar por estar en una prisin. Quin es el Gran Patriarca, Bernardo? Dgamelo! le pregunt Von Hintzbastante desesperado. Reyes reacomod la linterna roja que arda en la ventanay mir hacia la calle. An no vea a nadie aparecer por las entradas de los callejones. Es tiempo de irse, almirante. En pocos minutos este lugar va a ser tomado por una faccin rebelde del Ejrcito, puede haber disparos. Von Hintze lo tom fuertemente del brazo. No lo haga, general. Lo van a matar.12A esa hora poco antes de las 4:30 de la maana el grueso de los alumnos de Tlalpan trot dentro de la plaza central de Mxico, conocida como el Zcalo. Sentan el fro hasta los huesos pero estaban sudando. Todos apretaban las armas para que no se oyera el metal. Los pianos que haca horas sonaban junto con arpas y organillos estaban ahora metidos en los locales de las esquinas. La luz roscea amarilla de los faroles SPS parpadeaban y producan ruidos que parecan de una mosca. Los cadetes hicieron una alineacin de cerco frente a la anchsima fachada del Palacio Nacional. Silenciosamente sehincaron y apuntaron alto hacia los blancos estratgicos del edificio segn el plan. La guardia de francotiradores que patrullaban la azotea y los balcones era parte del complot. Eran nuestros. En el interior se encontraban el hermano del presidente, Gustavo Madero, y el secretario de guerra, ngel Garca Pea. La misin de este escuadrn era tomar el palacio y aprehenderlos a ellos. No para matarlos, por supuesto. Se les enviara a Francia o a algn otro sitio agradable junto con el presidente. Todo estaba planeado. Frente al balcn central, uno de los cadetes extrajo de su cinto un cilindro rojo, le frot la mecha contra el suelo y estir el brazo en lo alto, apuntando el tubo hacia el cielo. De ah sali una rfaga de fuego rojo que subi muy por encima del edificio. Arriba estall como una catarata de centellas que ilumin toda la plaza. Entonces los soldados de la azotea les apuntaron con sus rifles a los cadetes. Fue un momento muy desconcertante. Qu est pasando? pregunt uno de los de abajo. El cadete de al lado estaba chorreando sudor. No s.Por detrs de los alumnos se oyeron pasos y armas. No, Dios, nos traicionaron, esto ya vali madres. Voltearon y vieron a una centena de soldados que se aproximaban y los sealaban con sus ametralladoras. Honor y lealtad! exclamaron esos hombres. Se abrieron las tres puertas del Palacio Nacional. Los hombres les gritaron: Entren y preparen la sede para un nuevo gobierno!13Todo iba viento en popa. A pocos metros de la prisin militar de Tlatelolco, donde estbamos nosotros, en la casa del mayor Jess Zozaya, la esposa del general Bernardo Reyes que no haba dormido estaba amarrndole calzas de manta al caballo del general, para que no hiciera ruido con el galope. El mayor Zozaya le dio una palmada al caballo en las nalgas y le dijo: Anda, Lucero, te espera el prximo presidente. Se despidi de la seora y le dijo:No tema nada, seora, no se derramar sangre. Ninguna muerte innecesaria. Sali de la cochera con el caballo trotando a su lado. En la esquina opuesta a la prisin, escondidos detrs del borde agrietado de un edificio, estaban el hijo ms tempestuoso del general Reyes, Rodolfo un poltico de sangre caliente igual que su padre, y el poltico Samuel Espinosa de los Monteros, hombre totalmente incondicional de don Bernardo. Estaban entumidos ah, con los ojos clavados en la distante luz roja que sala de entre los barrotes de la celda del general. El momento en que la lmpara se moviera de un lado a otro significara peligro o una seal para abortar el plan. Un hombre siniestro se les acerc por detrs y los empuj con la intencin de asustarlos. Al verlo le dijeron: No hagas eso, pendejo. Bromear no mata a nadie les dijo el general Cecilio Ocn, dueo de varios hoteles en la suntuosa avenida San Francisco, frente al parque de la Alameda. En su camino hacia la prisin para encontrarse con nosotros, los mil hombres que ya eran la fuerza militar delos generales Manuel Mondragn y Gregorio Ruiz se dividieron en dos rutas. Gregorio Ruiz y sus soldados se dirigieron hacia nosotros, mientras que Mondragn se dio vuelta hacia la izquierda sobre la calle de Mosqueta. Se encaminaba hacia el este, hacia las afueras de la ciudad, hacia la lejana penitenciara de Lecumberri. Su misin ah: liberar a otro general preso que tambin era parte de la conspiracin, el arrogante general Flix Daz, de cuarenta y cuatro aos, un sobrino del dictador Porfirio Daz que Madero haba derrocado apenas haca dieciocho meses. El problema para todos nosotros era que a esas horas negras tambin haba un hombre despierto, mirndolo todo desde su ventana, fumando un puro, torciendo la boca y frunciendo las cejas de gusto. Se llev un vaso de whisky a la boca. Era otro embajador, el de los Estados Unidos. l tena un plan secreto que ninguno de nosotros conoca. La verdad es que l estaba controlndolo todo.14En nuestra celda, el general se asom una vez ms por la ventana. Saba que su hijo estaba afuera, mirando la lmpara roja. Reyes se ajust el traje y se puso encima una capa gris clara, era un abrigo muy largo. Tom su quepis y se lo coloc en la cabeza. La hora se aproximaba y yo estaba muy nervioso. Von Hintze no se iba, segua insistiendo. Detngase, general, no lo haga, lo van a matar. El general le sonri sin parpadear. Lo s. Eso me hizo pelar los ojos. Perdn? le pregunt, bastante alarmado. El almirante Von Hintze se mordi el labio y susurr: Esto es peor de lo que imaginaba. Aun as lo piensa hacer? Qu cree que ganar con todo esto? Reyes enfund su plateada espada y le dijo: Alguien lo tiene que hacer. Tengo un deber de nacimiento para con mi pas. Entonces el embajador me mir a m. T tambin, chico? Ver, seor, el problema de loso tenemos voluntad propia es que seguimos a los que s la tienen respond. El general se aproxim a Von Hintze y le dijo: Estamos ante el principio de algo mucho ms terrible, embajador. Hay poderes monstruosos por encima de todo esto. Cules? Von Hintze abri los ojos. Quin es el Gran Patriarca? Yo no compro zapatos,irante. Zapatos? No entiendo. Yo tampoco! le grit asiendo mi muser y temblando. Ellos n a matar a Madero en trece das y van a implantar un rgimen que va a destruir a mi pas si no lo impido ahora dijo el general. Quin? se agit Von Hintze. Todo esto empeze tres aos respondi el general, el 17 de octubre de 1909, en la entrevista confidencial que tuvieron en El Paso, Texas, Porfirio Daz y William Taft, el presidente de los Estados Unidos. Fue entonces cuando inici lo que est por desencadenarse. Qu pas ah? Avergelo y resolver todo. Adems de ellos, en esareunin hubo otra persona. Bsquela, busque la Conexin H. Conexin H? De qu est hablandoyes insisti: Pertenecemos a una poca que est a punto de terminar, almirante, si no hacemos algo para salvarla. La poca del honor. Pronto las mquinas sern mucho ms importantes que las personas. El dinero valdr ms que la gente. El mundo ser una industria gigantesca donde la vida no tendr valor. Siga al embajador de los Estados Unidos. Busque la Conexin H. La clave de todo es H. Octubre de 1909. Eso lo llevar a la Conexin Y. Conexin Y? Esto es un juego, general? Son ellos los que quieren esta guerra en mi pas, y pronto en el mundo entero. La guerra contra Alemania va a ser provocada por las mismas personas que estn moviendo todo esto en Mxico. Es una misma cosa. No son un pas. Son un conglomerado financiero. El Gran Patriarca. Quines? El gobierno de los Estados Unidos? El presidente William Taft? El presidente de los Estados Unidos es slo un pen de los poderes reales que estn moviendo al mundo. Para entender quin quiere derrocar a Madero primero hay queaveriguar quin derroc a Daz para imponer a Madero. Ocurri lo mismo en Nicaragua, Panam, Cuba y en muchas otras partes del planeta. El Patriarca est colocando sus piezas en el tablero mundial, en preparacin del juego final. Quin es el Gran Patriarca, por Dios? La Conexin Y. La Conexin Y? El Club de la Muerte. Von Hintze me volte a ver y luego a don Bernardo. El qu? Usted debera saber quines son. Club de la Muerte? Es alasnico? Reyes sac del bolsillo de su saco un cartucho cilndrico verde metlico adornado con serpientes doradas que le daban vueltas en espiral. En medio haba un guila con las alas abiertas. Qu es eso? inquiri el embajador. S, qu es? pregunt yo. El gearg el brazo y se lo ofreci a Von Hintze. Tmelo. Necesito que usted lo lleve a su destino. Fue un momento muy extrao. Von Hintze estaba muy confundido. Tom el pequeo tubo y lo mir estupefacto. Ledio vueltas con los dedos. Qu es esto? Si muero, le pido que lo entregue al gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, para que lo vuelva realidad. Si vivo, entrguemelo a m esta tarde en el Palacio Nacional. Qu es? Las instrucciones para cambiar el futuro. Qu? El plan para convertir a Mxico en la sexta potencia del mundo. El Plan de Mxico. Oh, Dios. S que usted no lo abrir porque es un hombre de honor alemn. Ahora vyase. Von Hintze apret el cilindro y asinti varias veces, frunciendo las cejas. Mir fijamente al general Reyes y le dijo: Ich werde euch wiedersehen dijo el embajador e inclin la cabeza. So es sein wird, mein freund contest el general. Quisieron decir nos volveremos a encontrar y as ser, amigo mo.Von Hintze me hizo un gesto para que le devolviera sus mantas y se las puso encima. Luego golpe la puerta y le abrieron los guardias. Omos sus pasos alejarse en el pasillo. El general me mir silenciosamente y me sonri. La verdad, yo me sent muy ofendido porque no me dio ese cartucho de aluminio a m, siendo ese Von Hintze un extranjero y yo su hermano de trinchera, y adems mexicano, pero me qued muy claro por qu lo hizo. Yo iba a morir ese mismo da junto con Reyes, y el embajador no, como tampoco Venustiano Carranza.15Lo que sigui fue la tempestad. La anunci el ruido de miles de botas aproximndose por la calle. Reyes se peg a la ventana para escuchar. Las pisadas se volvieron ms y ms ruidosas. Se oan tambin caballos y una trompeta a la que le contestaba otra ms lejana. El general me volte a ver con los ojos brillantes.Ya llegaron me dijo. Me asom y los vi entrar por los edificios. Abajo estaba el esqueltico general Mondragn con sus bigotes parados y detrs de l las filas de sus dragones. Por el otro lado trotaban hacia la explanada de la prisin el emocionado Rodolfo Reyes, el seor Samuel Espinosa de los Monteros y el general Cecilio Ocn. Enseguida vena el mayor Jess Zozaya arreando el enorme caballo del general Reyes, sonriendo hacia la ventana donde estbamos nosotros. Y detrs de l, otro montn de jvenes, los cadetes de la escuela militar de Tlalpan que sobraron cuando tomaron el Palacio Nacional. Se detuvieron en la explanada, todos mirando hacia arriba, hacia nuestra ventana, y hubo un silencio de varios segundos. Entonces el general Mondragn dio unos pasos hacia el frente y grit con todos sus pulmones: Rifles! Armar! En el acto, los cientos de soldados empuaron sus armas, las sostuvieron con una mano y con la otra desenvainaron sus bayonetas. Con un solo ruido magnificado las ensartaron en los museres y las aferraron contra sus pechos. Cercar!Cayeron sobre sus rodillas derechas y desde esa posicin apuntaron hacia nuestra ventana. No. Eso fue mi imaginacin. Apuntaron hacia las azoteas, la torreta, la puerta principal y las ventanas. Reyes sonri. Se me acerc y me puso la mano sobre el hombro. Preprate para la accin, hijo. Yo apret mi rifle y asent, mirando hacia la calle. Honor y lealtad, general. Reyes me dijo algo que recordara para siempre: Nunca olvides por qu peleas. Dnde tienes a tu esposa y a tu hijo? En la casa de mi madre, general. Bien me sonri, todo saldr bien. La puerta de la celda se abri de golpe. Los cuatro soldados que nos vigilaban desde fuera entraron con sus armas y miraron a don Bernardo de una manera muy extraa. Se alinearon a ambos flancos y golpearon los talones para cuadrarse. General Reyes, est usted en libertad! Don Bernardo les sonri y se ajust el abrigo-capa que le haba regalado el rey de Espaa, Alfonso XIII.Lo saludaron los guardias con los filos de las manos en las frentes y el general camin majestuosamente entre ellos hacia fuera. Yo lo segu como un ratn. General le dijo uno de ellos, tomndolo del antebrazo, acurdese de m cuando est en la silla presidencial. Lo har, Rodrigo. Cuando se abri la puerta principal del edificio, haba dos lneas de soldados a cada lado, erguidos como columnas, saludando. El general pas por en medio y la gente que estaba enfrente le grit: Reyes! Reyes! Reyes! l los salud a todos en forma muy majestuosa, con brillo en los ojos y una sonrisa controlada. Pero las cosas comenzaron a salir mal.16Desde la ventana de su suntuosa alcoba en la embajada de los Estados Unidos, el embajador Henry Lane Wilson arrug su ya angulosa cara y torci el bigote.La embajada era una autntica mansin de treinta habitaciones y cuatro pisos en la esquina de Veracruz y Puebla, en la nueva y lujosa colonia Roma. Era un edificio blanco-grisceo de ventanales largos y techos piramidales negros de tipo gtico. Pareca la casa del conde Drcula. Y lo era. Henry Lane Wilson haba exigido vivir ah cuando en 1909, al llegar a Mxico, se le hizo poca cosa el edificio de la embajada en Buenavista 4. Alguien como l no poda vivir en una pocilga. El hombre de cincuenta y cinco aos enjuto y tieso, excepto al tratar con las damas, cuando le sala el encanto caballeresco descolg el telfono y meti su nudoso dedo en el dial. Tena el pelo ridculamente peinado hacia los lados como un perico relamido. Por ltima vez mir hacia fuera y marc tres dgitos. Le contest una voz, y l dijo cuatro palabras: Avsenles. Inicien fase uno.17Nosotros comenzbamos a comprender que las cosas iban a salir mal. El millar de hombres de Mondragn estaba expectante, mirando al general Reyes. Mondragn reverenci a don Bernardo y le dijo: El Palacio Nacional est tomado, general. Y el Castillo de Chapultepec? No tengo informes an, general. S que ya entraron en la fortaleza. Bien. Que nadie lastime a Francisco Madero ni a su esposa. Dnde est Gregorio Ruiz? Ya sac a Flix Daz de la penitenciara de Lecumberri? No tengo informes an, general. Don Bernardo se mostr inquieto por primera vez. Le ech miradas a Mondragn, quien tena una rara sonrisa, muy disimulada bajo sus bigotes. Los ojos le brillaban en la penumbra. Se le acerc su hijo Rodolfo, que era abogado, y le dijo: Padre, est por salir el sol y no se sabe nada de Ruiz ni de Flix Daz. Don Bernardo alz los ojos al cielo de tono azulado. Ya no se distinguan las estrellas.Dios, est clareando susurr. Baj los ojos y se le acerc a Mondragn para decirle algo al odo. Averigua qu diablos est pasando. Usen los malditos telfonos. Mondragn sacudi las manos para un oficial que tena a un lado, de los que usaban casco prusiano, negro y con una punta metlica hacia arriba. El oficial se arrodill y puso en el suelo la caja del telfono. Era un Martins A1001 envuelto en cuero marrn. Marc dos dgitos y esper. Al cabo de unos segundos mir a Mondragn muy alarmado. No responden. Pasaron varios minutos. Se convirtieron en dos horas. El cielo se volva anaranjado incandescente encima de nosotros. El viento helado previo al amanecer recorri la calle. El joven Rodolfo Reyes era un nudo de nervios. Los soldados murmuraban entre s y se movan muy intranquilos de aqu para all. El joven Rodolfo se le acerc a su padre. Qu est pasando, pap? El oficial del telfono segua marcando y nadie leresponda, ni en el Castillo de Chapultepec ni en el comando de Gregorio Ruiz. El general miraba a un lado y a otro de la calle. Mondragn lo observaba fijamente, sin decir nada, con los brillantes ojos negros y el bigote tapndole los labios. Qu est pasando, pap? le insisti Rodolfo al general Reyes. Est corriendo el tiempo dijo don Bernardo y le ech una mirada a Mondragn. Algo extrao est pasando en Lecumberri. Vamos por Flix Daz nosotros. Se le abalanz su hijo. No, pap. Perderamos mucho tiempo. Vamos al Palacio Nacional. Vamos ahora. No. Vamos al Palacio Nacional antes de que el resto del Ejrcito lo recupere. Est corriendo el tiempo, pap! Reyes mir a Mondragn y le dijo: Aliste a todos. Vamos a Lecumberri. Los rayos anaranjados del da cortaban amenazantes el enorme cielo azul. No sabamos qu estaba pasando en el Castillo de Chapultepec. Tampoco nos respondan los de Lecumberri. Repentinamente vino de todos lados un sonidoque nos horroriz a todos: los pjaros. De pronto vimos la banda roja previa al sol en el horizonte, cortada por las siluetas de los edificios. La vi en los ojos del general, quien me susurr algo: Simn, sta es la hora que odio del da. No es de da ni de noche. Igual que el crepsculo. Marchamos hacia la penitenciara de Lecumberri, todos trotando. El general iba en su caballo. Yo iba en otro. Entonces vimos salir el disco rojo del sol entre dos masas de edificios. Cuando llegamos a la penitenciara, la luz solar ya pegaba amarilla en las crestas del edificio. Abajo estaba la gente del general Gregorio Ruiz, que no haba hecho nada. Eran ya muy pasadas las siete de la maana. Cercar! grit Reyes. El millar de soldados de Mondragn hizo un cuadro alrededor del edificio y en torno a la gente de Gregorio Ruiz, quien tena la cara deformada y la mirada hacia abajo. El general se aproxim a l y le pregunt: Qu demonios est pasando aqu? Dnde est Flix Daz?Sin levantar la mirada, el general Ruiz empez a sollozar de una manera que me dio miedo. Adentro le dijo a Reyes sin mirarlo. Reyes se irgui sobre Lucero, su caballo, y grit: Artillera! Doce hombres que venan con nuestra marcha, todos de casco prusiano y trajes ornamentados, avanzaron rpidamente hacia adelante, con dos asistentes, cada uno jalando caones. Los asistentes giraron los pesados caones, quebrando los adoquines del suelo, y rotaron las manivelas para elevar los cilindros hacia la prisin. Los otros asistentes introdujeron ojivas expansivas dentro de las bocas. Reyes les grit: Llamada de advertencia! Cuatro oficiales se alzaron con sus trompetas y emitieron una sola nota muy larga que termin con una muy corta y fuerte. Se hizo un silencio. No ocurri nada. De pronto un hombre sali de uno de los balcones. Reyes lo mir desde abajo y le grit: Liceaga, suelte a Flix Daz! De nuevo se hizo silencio. Un eco del grito reson enalguna parte. En ese momento el hombre del balcn se llev el canto de la mano a la frente. Honor y lealtad, general Reyes! le grit desde el balcn. La puerta de abajo se abri con graves rechinidos metlicos y sali un individuo en uniforme blanco y ostentoso. Era el sobrino de Porfirio Daz. Los nuestros le acercaron un caballo blanco y lo mont. Lo que sucedi a continuacin fue mucho ms confuso. Cuando pienso en ello me parece que fue un sueo, ms bien una pesadilla. Nos llev caros minutos regresar al centro de la ciudad, hacia el Palacio Nacional. Ya era de da y haba gente en las calles. Entramos a la calle de Moneda, que desemboca en la plaza central. Las panaderas ya estaban abiertas. Por todos lados ola a caf caliente. Los hombres de la Waters-Pierce Oil Company arreaban las blancas y ruidosas mquinas asfaltadoras por encima de los pavimentos, chorrendolos de pastoso chapopote. Al fondo de Moneda vimos las torres de la catedral de Mxico y una parte de la fachada del Palacio Nacional.Seguimos avanzando. Desde los edificios a nuestros costados se asomaba la gente, cargando bebs en los brazos, preguntndose qu estbamos haciendo. Los mil hombres avanzbamos sintindonos apuntados por ametralladoras ocultas. En el ambiente se perciba algo invisible y atemorizante. Desde su caballo, Reyes volte hacia Gregorio Ruiz y le dijo: Confirmen la situacin en el Palacio Nacional. Al instante, general. Ruiz le dio la orden al oficial del telfono y ste marc dos dgitos. Esper con el aparato en la oreja. No responden. Reyes apret la mandbula y le dijo a Ruiz: Adelntate t. Averigua qu est pasando ah. Ruiz tom una veintena de soldados y trot hacia el palacio. Nosotros seguimos avanzando. Ruiz simplemente ya no regres. Una conmocin indescriptible se apoder de todos nosotros. La columna humana se sumi en la ms horrorosa incertidumbre. No sabamos qu estaba pasando. Para decirlo en una palabra: nos llen el miedo.Por detrs sent pasos rpidos y luego un duro golpe en una pierna. Volte hacia abajo y vi a no otro que mi amigo Tino Costa, quien sonri y me dijo: Qu onda, cabrn? Qu est pando? Yo no saba qu responderle. Vuelve a tu puesto. Cul puesto? Nos van a matar, imbcil. Dile al general que detenga todo esto. T vente conmigo. Volte hacia el general y vi cmo sus hijos Rodolfo y Alejandro, a caballo tambin, le decan que abortara todo. El general segua avanzando, con la mirada fija en el palacio, sin pestaear. Vmonos, pap! Hay un traidor en todo esto! Nos traicionaron! Avisaron a Madero! Por un instante el general jal las riendas y detuvo a Lucero. Mir a sus hijos. De qu ests hablando? le pregunt a Alejandro. Ruiz, pap. Ruiz estuvo en contacto con el general Victoriano Huerta. Mondragn organiz todo. Mondragn y Flix Daz. Victoriano Huerta trabaja para el Agens in Rebus. Reyes busc a Mondragn con la mirada, pero ya noestaba. Tampoco Flix Daz. No te entiendo le dijo don Bernardo. De dnde has obtenido esta informacin? Detente, padre. Te lo imploro. No sigas adelante. El general mir al cielo durante varios segundos. Luego mir hacia el frente. Apret las piernas alrededor de Lucero y sigui avanzando. Pap! Detente! Vmonos! Esto es una emboscada! El generaesboz una suave sonrisa en su rostro. Vamos, Lucero le susurr y le acarici el sedoso y musculoso cuello. Que sea lo que ha de ser, pero que sea de una vez. Pap! le gritaron sus dos hijos. Reyes avanz solo. Los dems tenamos tanto miedo que nos quedamos tiesos en nuestros caballos. Algunos soldados gritaron y se hizo una gran confusin. Los de atrs comenzaron a irse. Yo tena los guantes mojados en el sudor de mis manos, y me temblaban las riendas. Tino estaba debajo de m, increpndome y haciendo aspavientos para que nos furamos. Yo vi a don Bernardo cabalgar solo por el costado del palacio y torcer hacia el frente del edificio.Cabalgu un poco y al librar la esquina me di cuenta de que lo estaban esperando dos lneas de tiradores del gobierno, unos hincados, con los rifles listos en sus rodillas, y otros pecho tierra, con los dedos en los gatillos. Despus me percat de que varios hombres en las azoteas aguardaban a don Bernardo con ametralladoras. General! General! General! le grit. Piqu los costados de mi caballo y avanc hacia l trotando. Me siguieron unos seis cadetes de la escuela de Tlalpan que nunca volv a ver. Tambin nos siguieron Zozaya, Espinosa de los Monteros y el siniestro Cecilio Ocn. Tras ellos vena el joven Rodolfo, derramando sudor y con la cara realmente afectada. Pap, dmonos vuelta! Vmonos! Te van a matar! Eran las 8:40 de la maana. Reyes mira vez ms el cielo y luego a los muchos tiradores que le apuntaban al cuello con sus rifles. Les sonri a todos esos gatilleros y le dijo a Rodolfo: Pero no huyendo, hijo. Perdn, pap? Me van a matar, pero no por la espalda. Reyes apret las piernas y sigui avanzando.O un primer disparo rechinando en el aire. Luego rfagas y explosiones. Los caballos relincharon y saltaron entre bolas de fuego. Las rfagas y las granadas venan de todas partes y se sentan como rocosos costales de aire que me queran tirar del caballo. En tres segundos se me meti a la nariz un chorro de aire con cenizas calientes hasta la trquea y los pulmones. En medio del humo slo se distinguan destellos de fuego. En el acto le azot las espuelas a mi caballo para salir de ese infierno. Pero de inmediato me fren avergonzado, llorando entre las explosiones. Estaba huyendo como un cobarde. Entonces me volv hacia atrs y trot a todo galope hacia don Bernardo. General! le grit entre estallidos enceguecedores. El general Reyes estaba tirado en el suelo y todos los dems eran sombras de humo corriendo despavoridos. Me pegaron dos tiros que derrumbaron a mi caballo. En el humo me enderec como pude y sal corriendo sin sentir mis heridas, sin recordar mi propio nombre, sin or nada ms que mi respiracin. Entre los filos de los disparos llegu a escuchar unos ecos aterrorizantes:Fuslenlos a todos! No sern perdonados los traidores! Bsquenlos donde se escondan! Busqn a sus familias! Fuslenlos con sus familias! La historia de Mxico acababa de cambiar, y lo peor estaba por venir.18En la embajada de los Estados Unidos el enjuto Henry Lane Wilson, pegado an a su ventana, arque su espalda para estirarse y bostezar. Alarg la mano hacia la mesilla y tom el vaso de whisky. Le revolvi los hielos y moj su peludo bigote. Hizo pucheros con los labios y frunci el entrecejo. Descolg el telfono y marc tres nmeros. Le respondi una voz a la que le indic: Muy bien. Inicien fase dos.19A esa misma hora, en las fras aguas del Nilo, en El Cairo,Egipto, donde el ro se abre en dos anchas ramas alrededor de una gran isla de mezquitas llamada Zamalek, el espectacular yate de vapor Dahabeah Khargeh, de cuatro pisos de alto y dos grandes ruedas laterales, se meca suavemente contra el muelle, rechinando en el atardecer. Eran las cinco de la tarde ah y el sol anaranjado cortaba las torres arabescas desde donde hombres con turbantes gritaban al pueblo las oraciones del ocaso, las Maghrib. Los cnticos se oan en toda la ciudad como si las voces se contestaran unas a otras. El mesero se apresur con el jugo de manzana verde para el seor dueo del navo. Su nombre era J. P. Morgan, quien estaba tirado en un camastro, empapado en sudor, con las gordas piernas descubiertas. El seor emiti un leve bufido de morsa para agradecer al mesero y tom el vaso, que tena un arreglo de cerezas. John Pierpont Morgan, el banquero ms poderoso del mundo, se acarici la barriga y dej salir un lento gas de olor sulfrico por la boca. Tena la nariz llena de deformaciones, pstulas y lbulos que la hacan enorme y morada, debido a una enfermedad llamada roscea. No estaba solo. Todo lo contrario. Estaba dando unafiesta dominical en su gran navo de estilo egipcio. Alrededor de la embarcacin se encontraban los yates de otros millonarios. Esa tarde el seor haba alquilado todo el muelle del Hotel Shepheard para sus invitados. De pronto se le acerc al seor Morgan un estirado encanecido llamado Henry Clay Pierce, el cuarto hombre ms rico de los Estados Unidos, dueo de la compaa petrolera Waters-Pierce Oil, que controlaba la mitad de la distribucin de queroseno en Mxico y en San Luis, Missouri. Acabo de enterarme que comiste algo por aqu y te cay mal al estmago, Morgan. Ests bien? Sopl una brisa fra con el olor del Nilo. El despanzurrado mir hacia el ro. Eruct y expuls el gas quemante con olor a huevo cocido. Mir de nuevo hacia la piscina de la cubierta y susurr: Ah viene Edgar Speyer. Mralo. Seguro viene a presumirnos que es amigo de Claude Debussy y de todos esos msicos franceses. Bueno sonri Henry Clay Pierce, afilndose el bigote blanco con los dedos, cualquiera es amigo de quien le da dinero, no crees? Podran amarte a ti.Bah, yo no gasto mi dinero en esos huevones. Yo invierto en cosas reales, en excavaciones aqu. Yo excav Tebas. Yo encontr los manuscritos cpticos de Khargeh. Son los papiros ms antiguos alguna vez descubiertos del cristianismo, las ms remotas versiones de los Evangelios. S, supe que el Papa est feliz de que se los enviaste al Vaticano. As podr estudiar si esos textos no contradicen el podero de la Iglesia catlica. Al parecer te espera muy ansioso en Roma. No, voy a quedarme aqu. Hay ms que excavar en Khargeh. Apenas se me quite esta maldita indigestin regreso al Alto Egipto Morgan observ que Edgar Speyer se aproximaba: yo no soy como Speyer, yo excavo. Yo hago las cosas personalmente. l tiene violines Stradivarius que no sabe tocar y se tap la boca para expeler otra emanacin con olor a huevo. Speyer se detuvo en el barandal para saludar a otros dos magnates que estaban ah: Daniel Guggenheim y George Jay Gould. Morgan sigui dicindole a Henry Clay Pierce: Speyer financi la expedicin al Polo Sur donde muri el capitn Scott. Crees que alguna vez fue a unirse? Lo que define al hombre es el carcter. l no tiene carcter.En ese momento se acerc un joven alegre de veintids aos que vena acompaado por otros dos. Era William Averell Harriman, el heredero del poderoso imperio ferroviario Union Pacific. Los otros dos eran un chico de dieciocho aos llamado Prescott Bush, y un hombre de treinta y cinco llamado Percy Rockefeller, sobrino del patriarca de la Standard Oil, John D. Rockefeller. No lo vas a creer, Morgan le sonri el joven Harriman. Acaban de encontrar el cadver del capitn Scott. Morgan se enderez y abri los ojos detrs de su inmensa nariz de cetceo. De verdad? S, J. P., lo encontraron en los glaciares, todo entumido en su tienda. Y en su mano congelada haba una carta, adivina para quin era. Para quin? Harriman volte a ver de refiln al elegante Edgar Speyer que conversaba con Guggenheim, y lo seal con el dedo. Para Speyer. Y sabes qu dice la carta? No, cuntame. La misin est fracasando.Henry Clay Pierce solt una gran risa: Eso s que es fracasar! Pero nadie ms se ri. Morgan le dijo al joven Harriman: Chico, t sabes lo que significan esas expediciones. T acompaaste a tu padre a la expedicin rtica de Alaska cuando tenas slo ocho aos. No como Speyer, que es tan slo un esnob. T eres un explorador. As es respondi Harriman. Ya conoces a Percy rode a Percy Rockefeller con el brazo, controla Bethlehem Steel, Bethlehem Shipbuilding Corporation, Anaconda Copper Mining, y es director en Remington Arms. S, s eruct Morgan. Joven Percy, saldame a tu to John. ste otro es Prescottijo Harriman, y toc al ms tmido. Prescott es el hijo de Samuel Bush. S, conozco a su padre, el mercader de la muerte, el traficante de la Remington. Introduce armas en Amrica Latina. Exacto sonri Harriman. Samuel trabaja con el otro to de Percy, Frank Rockefeller, en Buckeye Steel. Ellos fabrican mis vas frreas. Percy, Prescott y yo estudiamos enYale. Prescott quiere ser poltico. Muy bien, chicos les dijo Morgan. Se necesita ya una nueva generacin que controle el mundo. Es un honor, seor le dijo Prescott y extendi la mano para estrechrsela. Los cnticos de El Cairo se hicieron ms fuertes y el cielo ms anaranjado. Sopl un viento muy fro. Morgan se acomod en el asiento. Tal vez ustedes conozcan a mi amigo Henry Clay Pierce Morgan lo mir y Henry Clay inclin la cabeza ante los chicos de Yale. S, claro le dijo Harriman. Henry Clay tiene un pleito muy fuerte con el to de Percy, no es as, Henry? No es cierto que quieres sacar a la Standard Oil de WatersPierce y quedarte con Mxico? Bueno, yo y John Rockefeller tenemos un Harriman se dirigi a Morgan: Henry le quit a Standard Oil sesenta por ciento de las acciones de Waters-Pierce para quedarse como controlador nico en Mxico le dijo Harriman a Morgan. De dnde sacaste el dinero, Henry? De dnde sacaste esos tres millones de dlares?Henry Clay baj la mirada, y tambin lo hizo Morgan, lo cual extra mucho a Percy Rockefeller. Para cambiar el rumbo de la conversacin, Henry Clay le dijo a Morgan: Me gustan mucho tus yates y acarici el barandal del Khargeh. Yo tambin quisiera uno. Cunto cuestan? Si tienes que preguntar por el precio, significa que no puedes comprarlo. En ese momento, Speyer y Guggenheim estaban en el barandal con George Jay Gould y Jacob Schiff, el anciano presidente del banco Kuhn, Loeb & Co., controlador de Goldman Sachs y Lehman Brothers. Los tres miraron extraamente a Morgan y alzaron sus bebidas. Speyer se acerc a Morgan muy sonriente, con un refrescante vaso de mint julep. Tena el cabello y los bigotes negros y envaselinados, pareca pastelero. Hola, Morgan le dijo con un elegante acento britnico. No te ves tan enfermo. De hecho te ves bastante bien. Se trata de una de tus estrategias para alejarte de los periodistas? Morgan se retorci el estmago y frunci el ceo. No, Speyer. De verdad estoy enfermo. Bueno, gracias por invitarnos a El Cairo dijo elbanquero y agit los hielos de su vaso con olor a menta. Cmo estn ustedes, chicos de Yale? Harriman le contest: Muy bien, Speyer. No siempre se tiene la oportunidad de estar en el ro Nilo con los dos mayores banqueros de los Estados Unidos. Tal vez t puedas explicarnos qu es lo que est pasando en Mxico y sac un telegrama de su bolsillo. No entiendo de qu ests hablando. Acaba de haber un intento de golpe de Estado. No fue suficiente lo de Nicaragua y Panam? Todos sabemos que t eras el banquero de Porfirio Daz y que Madero no te ha pagado los diez millones que le prestaste. Ests loco? Speyer mir a Morgan mientras Henry Clay Pierce baj la mirada de nuevo. Este chico est loco. Yo no derroco a un gobierno por diez millones de dlares. Qu absurdo eres. En todo caso lo hara para recuperar los ferrocarriles sorbi de su vaso. A todos nos afect mucho cuando Porfirio Daz nacionaliz nuestras lneas frreas en Mxico, no es cierto? No es cierto que nos afect a todos? Morgan cruz miradas con Harriman y con PercyRockefeller. Henry Clay Pierce se mordi los labios y continu con la vista hacia abajo. Lo que yo no entiendo es por qu enviaste a ese pobre diablo a matarse en el Polo Sur le pregunt Morgan a Speyer. Yo excavo sitios arqueolgicos con mis propias manos, comprendes? Y dime algo, si te gusta tanto la msica como para patronear artistas, por qu no aprendiste nunca a tocar algn instrumento, por lo menos la armnica? Henry Clay Pierce solt una gran carcajada. Fue el nico. Morgan hizo una mueca por el dolor de sus intestinos y les dijo: Nuestro verdadero enemigo est en Inglaterra. Todos se voltearon a ver desconcertados. Es amigo del rey Jorge. Desde hace varios aos es el nico hombre que construye obras en Mxico. Su encomienda es quitarnos a los estadounidenses el dominio de Mxico y convertirlo en un enclave de Inglaterra. Eso est muy mal, seor Morgan! exclam el joven Prescott Bush. Se llama lord Cowdray. Sir Weetman Pearson Morgan mir a Henry Clay Pierce, quien se dirigi a todos: Seores, hasta hace siete aos los americanoscontrolbamos el petrleo de Mxico. El 21 de junio de 1906, por un acuerdo del presidente Porfirio Daz con la corona britnica, Mxico cre una ley que favorece a Inglaterra, y los lords britnicos enviaron a sir Weetman Pearson para apoderarse de la plaza. Ahora Inglaterra controla cincuenta por ciento del petrleo mexicano, adems de las reservas de Irn. Y no slo eso aadi Morgan: cuando Daz expropi nuestras lneas ferias le dio a lord Cowdray el control del consorcio gubernamental que las administra. Madero iba a hacer algo al respecto, pero al final no pas nada. Rompi nuestro acuerdo. Lord Cowdray y el rey de Inglaterra lo tienen comprado. Nos quieren quitar el Canal de Panam y ahora nos quieren quitar Mxico. Seores, esto no es una guerra entre empresarios, es una guerra entre dos naciones, y ste es el momento de decidir si somos americanos o no. Yo s lo soy exclam Prescott Bush alegremente. Yo tambin sonri Percy Rockefeller, cuyo primo John se vena acercando junto con Guggenheim, Gould y el banquero Jacob Schiff. Amrica para los americanos proclam Harriman.Bueno les dijo Morgan, entonces tenemos que ser un solo cuerpo para lo que est por desencadenarse. John D. Rockefeller jnior lleg y salud a todos con la expresin de un guila y una mandbula temible. Tena treinta y nueve aos. Era el hijo del Gran Patriarca. Hasta Morgan se tens ante su presencia. Morgan le dijo Rockefeller jnior, mi padre no pudo venir, pero te enva un agradecimiento por la invitacin. Est en Washington arreglando asuntos con el presidente Taft y con el presidente electo Woodrow Wilson para el cambio de gobierno. Como sabes Woodrow tomar posesin en tres semanas S, claro, entiendo Morgan volte a ver a Daniel Guggenheim y a George Jay Gould, que lo miraban sin parpadear. Guggenheim, un hombre maduro de enorme quijada y mirada amable, dijo: Morgan, el joven Rockefeller ya me perdon por sacar a su to William de Asarco y mir a Percy. Ahora necesito que el hijo de William me perdone. Percy le dijo: Ahora tienes el monopolio minero ms grande de losEstados Unidos, Daniel. La muerte de tu hermano en el Titanic me parece suficiente venganza. S, s Guggenheim baj la mirada, Benjamin fue un gran hombre, un caballero. Ahora est en el fondo del mar. Al parecer su mejor amigo ahora es un calamar. Yo pude haber muerto en ese barco gimi Morgan adolorido y se acomod en el camastro. Me haban construido la suite ms grande para m. Me salv por estar aqu explorando el cementerio de Khargeh. Lstima suspir Edgar Speyer, mirando el atardecer naranja de El Cairo. Me habra encantado que te murieras. Tal vez me muera por esta indigestin sonri Morgan . Te deshars de m antes de lo que crees. George Jay Gould, el dueo de las lneas ferroviarias Western Pacific y Denver-Ro Grande, e hijo del corrupto y legendario Jay Gould, autor del llamado Viernes Negro que precipit la gran depresin de 1869, le dijo al enfermo: Morgan, Egipto me parece un buen lugar para morir. Cuando yo muera, quiero hacerlo aqu y asinti mirando hacia el Nilo, donde not unas ruedas de agua, remolinos de cuatro metros de dimetro borboteando a lo largo del ro. Qu son esas cosas, Morgan, esos crculos?Lo peligroso de este ro no son los cocodrilos, Gould, sino esos torbellinos. Te tragan hasta el fondo y no regresas. El mundo se est pareciendo cada da ms a estas aguas, especialmente por la existencia de los caballeros de la Mesa Redonda Morgan volte a ver lentamente a Jacob Schiff. Mesa Redonda? pregunt el joven Prescott. Son cosas que no te ensean en Yale, joven Bush Morgan continu viendo a Schiff, quien le mantuvo la mirada . La Mesa Redonda mueve intereses muy oscuros, y reconozco a sus peones cuando los tengo enfrente. Tambin reconozco a sus amigos, aunque disimulen y volte a ver muy duramente a Daniel Guggenheim. De cualquier forma, las fuerzas ya estn desatadas y esta guerra se librar a partir de este momento. Henry Clay Pierce le puso a Morgan la mano sobre el hombro. As ser, J. P. y les sonri a todos en forma horripilante.20Al otro extremo del espectro de la riqueza en el universo, estaba yo, el pobre soldado Simn Barrn, huyendo como rata entre rfagas de ametralladora, explosiones de granadas y tiros de escopeta. Durante los diez minutos que siguieron a la muerte de Bernardo Reyes murieron quinientas personas y otras mil tuvieron heridas de hospitalizacin. Los carros de la Cruz Roja tuvieron que esperar el cese del fuego para auxiliar con las camillas. Todo ola a plvora. Cuando entraron, el humo apenas se disipaba y todo estaba lleno de cuerpos, algunos quemados, con los intestinos y los huesos de fuera. El tufo de la plvora y de las sustancias de los morteros arda en las fosas nasales. Alguien haba encendido las mquinas asfaltadoras de la Waters-Pierce Oil y con esos carros extendi densas lneas de chapopote a lo largo de las calles para hacer paredes de fuego. Eran las nueve de la maana del domingo 9 de febrero. Entre los muertos estuvo un actor muy famoso llamado Enrique Labrada. Se diriga al bao en calle Ancha y ah le peg una bala en la cabeza. Al parecer el excremento sali sin problema.Yo slo tena una cosa en mi cabeza: mi familia. Mi esposa, mi hijo y mi madre. Deba ir a la casa de mi madre, recogerlos a todos, escaparnos todos juntos de la ciudad de Mxico y llevarlos a donde pudiera esconderlos de la venganza. Ahora ramos traidores. De tanto en tanto me detuve pegado al muro de los edificios y me encog en el suelo como cochinilla, sintiendo el calor de las llamaradas de chapopote, aferrando mi muser, que se resbalaba en los chorros de sudor de mis manos. Miraba a un lado y al otro. Las calles del centro estaban completamente desrticas, como si nunca hubiera vivido nadie ah. Slo vaco, fuego y un humo negro apestoso que se adhera a la piel y a la ropa. Me alc y segu a paso lento, encogido y con el rifle abrindome el camino. nicamente se escuchaban las flamas y mis propias botas rompiendo las piedras de la banqueta. La gente se haba escondido en sus casas. Los negocios estaban cerrados o abandonados por sus dueos, con las puertas abiertas y las bebidas an humeando en las mesas. Pronto se oyeron ruidos detrs de las esquinas. Gritos del Ejrcito:Que no escape ningn traidor! Fusilen a todos esos gusanos en el acto! Al final de la calle abandonada vi dos siluetas aclararse en el humo. Dos soldados de uniforme paja y casco redondo salan con sus escopetas y me vieron. Me di vuelta para correr. Al otro lado vi a otros tres saliendo con sus bayonetas. Agarren a se! gritaron ambos grupos desde los extremos de la calle. Agrrenlo! Arrnquenle el corazn! Entonces corrieron hacia m y me apuntaron con los rifles. Al suelo, traidor! me gritaron. Las manos y las piernas extendidas! Las armas donde las podamos ver! Yo tena mi muser en la mano y estaba hincado. Estaba con Reyes! grit uno. Yo lo vi con Reyes! Mir al cielo por encima del humo. Tena un dibujo muy especial en las nubes. Me pregunt si eso era lo que haba visto el general Reyes haca slo unos minutos. Los soldados ya estaban alrededor de m, encerrndome en un crculo borroso y asfixiante. No recuerdo sus caras. No s si las tenan. Slo vi piernas, botas, pantalones y filos de bayonetas saliendo de los rifles.Uno de ellos alz su arma mostrndome la culata y me la azot en la cara. Toma esto, rebelde de mierda. Sent algo tronarse en mi cara como galleta, y luego un lquido helado chorrendose por las mejillas. Todos se rean a carcajadas mientras yo permaneca en el suelo. Me patearon en las piernas y en las costillas, en los brazos y en la cara. T estabas con el general Bernardo Reyes, no es as, pedazo de mierda? me gritaron. Yo apenas los distingu arriba de m. Eran sombras debajo del cielo. Siluetas de algo no humano Estabas con l, rebelde traidor? pregunt uno. Qu tal si le vaciamos aslto y lo encendemos vivo? sugiri otro. Contesta, miserable! Te vamos a cortar en pedazos y vamos a matar a tu familia! Yo casi no poda hablar porque me haban pateado en los pulmones y me costaba trabajo jalar aire. Su nombre! Uno se acuclill sobre m y me revis la placa del saco. Simn Barrn, sargento seal el soldado. Quintoregimiento de infantera. Bueno, vean las listas. Encuentren a su familia y llvenlos al Cuartel de la Libertad. Te vamos a arrastrar hasta el cuartel para que tus familiares te vean morir. Eso quieres, soldado? pregunt el sargento. Yo sacud la cabeza para decir que no. No llores, soldado me apret las mejillas hinchadas con sus dedos. Tal vez estamos confundidos sonri. Tal vez eres inocente. Lo eres? Yo asent con la cabeza. Es un cobarde exclam otro de los hombres que me tenan sometido. El sargento dijo: Si eres inocente debera dejarte ir. As que dime, soldado, estabas con el general Bernardo Reyes? S o no? Me paralic mientras ellos me vean mostrndome los dientes podridos en sus sonrisas. Se escucharon disparos en la lejana. Luego una explosin. Yo dije y los mir a todos, uno a uno. Los ojos se les distorsionaban. Me falt el aire. No pude seguir. Busquen a su familia orden el sargento.No, no Espera un momento supliqu. El hombre se inclin sobre m. No qu, soldado? Qu que espere? Mir arriba de m, por encima de los cascos de esos soldados, el cielo azul intenso por encima de las llamaradas. Las nubes ya formaban una imagen que pareca una alucinacin. Yo les dije. Detrs de mi muslo saqu mi cuchillo Sable y lo onde c rapidez haciendo un arco de un lado a otro. En su paso por el aire sent cmo se agarrot contra la garganta del sargento, luego le quebr el cartlago, las arterias, las venas, y finalmente le jal la trquea hasta trozarla. Entonces sobrevino una catarata de sangre sobre las piernas de los soldados. Enseguida fren el Sable y lo redirig por detrs de mi cabeza, abrindole las espinillas al que tena detrs. Mtenlo! gri de ellos. Maten al hijo de puta! Me apuntaron con sus rifles y vi los caones girar hacia mi cabeza. El cuerpo del sargento estaba cayendo encima de m, escupindome sus bombazos de sangre. Lo abrac y gir con l como si bailramos en el suelo. Ni siquiera nosconocamos. Maten a su familia! grit uno de los soldados y comenz el fuego de los rifles.21A esa hora, las 9:17, el embajador de Alemania, Paul von Hintze, estaba en su oficina en la embajada, en la calle Liverpool nmero 54. Tena un gis en la mano y estaba parado frente a un pizarrn negro del tamao de la pared, donde l mismo haba apuntado las siguientes frases desconcertantes: Conexin H. Conexin Y. Entrevista Daz-Taft, octubre 1909. Ellos estn controlndolo todo. Club de la Muerte. Yo no compro zapatos. Matarn a Madero en 10 das. Ellos quieren esta guerra aqu, y pronto en el mundo.La figura del almirante, en su largo abrigo gris su oficina era bastante fra, se vea bastante pequea comparada con el inquietante crucigrama al que se enfrentaba. Se encontraba parado ante un rompecabezas colosal cuyas piezas aisladas no revelaban ms que enigma y confusin. Con la otra mano, el embajador sinti dentro del bolsillo de su abrigo el cilindro metlico que le haba confiado el general. Un blanquecino resplandor entraba por los tres ventanales art nouveau* que se hallaban detrs de su escritorio. Dentro de su cabeza oa dos frases que se repetan una y otra vez. Una era su propia voz y la otra un eco de la de Bernardo Reyes sonrindole: Lo s. Detngase, general. No lo haga. Lo van a matar. Lo s. General, no lo haga. Lo van a matar. Lo s. Y aun as lo va a hacer? General, no lo haga. Lo van a matar. Lo s. El embajador sinti que Bernardo Reyes estaba sentado en el banco junto al pizarrn, con su mirada pcara, como siya conociera el principio y el fin del mundo. Todos somos la misma persona, amigo mo le deca el general. Von Hintze sacudi la cabeza y parpade varias veces. Detngase, general. No lo haga. Lo van a matar. Lo s. Perdn? Y aun as lo va a hacer? Qu piensa gacon todo esto? Reyes enfund su plateada espada y dijo algo que a Von Hintze se le esfumaba en la memoria, pero que era la clave para decodificar el enigma. La imagen se fue como un crujido. Slo estaban el pizarrn negro, el banco vaco y el silencio de la maana. Al fondo se oan ambulancias lejanas de la Cruz Roja y gritadores de peridico anunciando: Reyes muerto, rebeldes se apoderan del depsito de armas del Ejrcito, gobierno decreta estado de sitio! Con el gis entre los dedos, Von Hintze escribi la ltima frase que juzg crucial para deshilvanar el misterio: Busque la Conexin H. Siga al embajador de los Estados Unidos. Hay poderes monstruosos por encima de todo esto. Vio esta ltima pieza del acertijo y la rode con uncrculo. Luego le puso flechas que venan desde Conexin H, Conexin Y, Octubre 1909 y la Muerte. El alguna vez almirante de la poderosa flota germnica, sin quitar los ojos del pizarrn, grit: Hans! Al instante se abri la puerta y entr un monumental rubio uniformado de pelos parados que tuvo que inclinarse para no tronar el dintel con la cabeza meda dos veces lo que un mexicano comn, o estoy exagerando? S, seor ministr dijo el atltico Goliat. Dgale a Dieterdorff que sus hombres localicen a un soldado llamado Simn Barrn. Triganlo a la embajada. Ja, Herr Von Hintze. El enorme Hans sali por la puerta y mi destino cambi para siempre. El embajador ahora grit Gerda! Su secretaria entr con la libreta y la pluma listas para tomar nota. Von Hintze le dijo: Telegrama para su majestad el kiser Guillermo II: Situacin est comenzando a cambiar en Mxico. Ant