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1 La reflexivité ou l’analyse de données. Trois anthropologues de terrain. Rosana Guber (IDES-CONICET) Diana Milstein (COMAHUE-IDES) Lidia Schiavoni (UNAM MISIONES) La reflexividad es ya parte del bagaje con que las ciencias sociales y particularmente la antropología social en la Argentina, incorporan la figura del investigadorsu perfil ciudadano, sus prenociones y su adscripción académicaal desarrollo del trabajo empírico. Sin embargo, el uso de este concepto suele limitarse a detallar sus vivencias en el campo. En estas páginas tres antropólogas argentinas muestran que el análisis de esas vivencias es el primer indicio acerca de cómo los investigadores efectuamos el pasaje de nuestra propia reflexividad hacia la comprensión de la reflexividad de los sujetos de estudio. Las autoras presentan un episodio de sus trabajos de campo en el ámbito escolar, en los relatos de abusos sexuales en la temprana adolescencia, y en las memorias familiares de un hermano desaparecido en una misión bélica. Mots clés: ethnographie Argentine, reflexivité, femmes anthropologues, écoles, Malouines, abuso sexual. Rosana Guber, Ph.D. Johns Hopkins University, rechercheuse à CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas) et IDES (Instituto de Desarrollo Económico y Social). Champs d’intéret: memoire sociale, guerre de Malouines (1982), militaires et histoire de l’anthropologie Argentine. Professeur de methodologie ethnographique à trois écoles superieures d’anthropologie, et autheur de El salvaje metropolitano (2004), Etnografía. Método, campo y reflexividad (2011) et La articulación etnográfica (2012). Diana Milstein, Ph.D. l’Universidade de Brasilia, Brésil, rechercheuse et professeur à la Faculté d'éducation à l’Université Nationale de COMAHUE. Champs d’intéret: ethnographie éducative, politique et scolaire; ethnographie avec et des enfants, et l'éducation artistique. Professeure de methodologie ethnographique à l’École Superieur de la Santé Publique, et autheure de La escuela en el cuerpo (1999), Higiene, autoridad y escuela (2003), La nación en la escuela (2009) et editeur de Encuentros etnográficos con niños y adolescentes (2011). Lidia Schiavoni Magister de la Universidad Nacional de Entre Ríos, investigadora y profesora en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones. Campos de interés: relaciones de género, sexualidad y violencia en contextos de pobreza. Profesora de cursos de especialización en Familia y Derechos Humanos (FHyCS-UNaM) y en Investigación Educativa (FCEQyN-UNaM). Autora de Pesadas cargas, frágiles pasos (1993) y compiladora con M. Barone de Efectos de las políticas de ajuste en la década del ´90 (2005).

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    La reflexivit ou lanalyse de donnes. Trois anthropologues de terrain.

    Rosana Guber (IDES-CONICET)

    Diana Milstein (COMAHUE-IDES)

    Lidia Schiavoni (UNAM MISIONES)

    La reflexividad es ya parte del bagaje con que las ciencias sociales y particularmente la

    antropologa social en la Argentina, incorporan la figura del investigadorsu perfil ciudadano, sus prenociones y su adscripcin acadmicaal desarrollo del trabajo emprico. Sin embargo, el uso de este concepto suele limitarse a detallar sus vivencias en el campo.

    En estas pginas tres antroplogas argentinas muestran que el anlisis de esas vivencias es

    el primer indicio acerca de cmo los investigadores efectuamos el pasaje de nuestra propia

    reflexividad hacia la comprensin de la reflexividad de los sujetos de estudio. Las autoras

    presentan un episodio de sus trabajos de campo en el mbito escolar, en los relatos de

    abusos sexuales en la temprana adolescencia, y en las memorias familiares de un hermano

    desaparecido en una misin blica.

    Mots cls: ethnographie Argentine, reflexivit, femmes anthropologues, coles, Malouines,

    abuso sexual.

    Rosana Guber, Ph.D. Johns Hopkins University, rechercheuse CONICET (Consejo

    Nacional de Investigaciones Cientficas y Tecnolgicas) et IDES (Instituto de Desarrollo

    Econmico y Social). Champs dintret: memoire sociale, guerre de Malouines (1982), militaires et histoire de lanthropologie Argentine. Professeur de methodologie ethnographique trois coles superieures danthropologie, et autheur de El salvaje metropolitano (2004), Etnografa. Mtodo, campo y reflexividad (2011) et La articulacin

    etnogrfica (2012).

    Diana Milstein, Ph.D. lUniversidade de Brasilia, Brsil, rechercheuse et professeur la Facult d'ducation lUniversit Nationale de COMAHUE. Champs dintret: ethnographie ducative, politique et scolaire; ethnographie avec et des enfants, et

    l'ducation artistique. Professeure de methodologie ethnographique lcole Superieur de la Sant Publique, et autheure de La escuela en el cuerpo (1999), Higiene, autoridad y

    escuela (2003), La nacin en la escuela (2009) et editeur de Encuentros etnogrficos con

    nios y adolescentes (2011).

    Lidia Schiavoni Magister de la Universidad Nacional de Entre Ros, investigadora y

    profesora en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional

    de Misiones. Campos de inters: relaciones de gnero, sexualidad y violencia en contextos

    de pobreza. Profesora de cursos de especializacin en Familia y Derechos Humanos

    (FHyCS-UNaM) y en Investigacin Educativa (FCEQyN-UNaM). Autora de Pesadas

    cargas, frgiles pasos (1993) y compiladora con M. Barone de Efectos de las polticas de

    ajuste en la dcada del 90 (2005).

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    La etnografa acadmica moderna, en su triple acepcin de enfoque, mtodo y

    gnero textual, comenz a desarrollarse en la Argentina a fines de los 1960 con la

    antropologa social. Su objeto de estudio, la sociedad nacional integrada por diversos

    conjuntos tnicos, econmicos y polticos, fue encarado por jvenes argentinos, algunos

    procedentes de postgrados en social anthropology en academias metropolitanas. Su

    principal herramienta era el trabajo de campo malinowskiano intensivo y prolongado que,

    junto a la arqueologa, la etnologa, el folklore y la sociologa moderna, revelaron una

    Argentina ms compleja que la imaginada por sus estadistas desde mediados del siglo XIX,

    como la Nacin europea y civilizada de la Amrica del Sur (Briones y Guber 2008).

    Basado en el capitalismo colono (settlers capitalism), el pas ingres al mercado

    mundial con cereales de clima templado y carne vacuna de primera calidad, marginando la

    alteridad de las comunidades aborgenes sobrevivientes de las campaas blicas del Estado,

    y de los descendientes de esclavos africanos, en favor de la homogeneidad cultural y

    educativa, la industrializacin vinculada al agro, la urbanizacin y la masiva inmigracin

    ultramarina. Pero ni la temprana escolarizacin obligatoria, pblica y laica, ni la

    conscripcin militar1 anularon las diferencias regionales, tnicas y lingsticas. A ello se

    sum desde 1930 un turbulento proceso poltico que estableci dualismos excluyentes que

    afectaron a toda la sociedad argentina y tambin al campo acadmico, discontinuando la

    presencia de la antropologa social en las instituciones universitarias entre 1974 y 1983i, y

    desalentando el trabajo de campo en zonas no indgenas.

    El ingreso del concepto reflexividad a la investigacin social en la Argentina,

    fue parte del retorno del estudio antropolgico de las sociedades complejas al mbito

    universitario, y de la recuperacin de algunos planteos de los 60-70 que ya haban puesto

    en cuestin la objetividad positivista (Hermitte 1968/2002) y la neutralidad del

    investigador (Vessuri 1973, Menndez 1970). En los 80, antroplogos argentinos que

    integraban la Red Latinoamericana de Investigaciones Cualitativas de la Realidad Escolar

    1 Acompaando el proceso de organizacin y consolidacin del Estado nacin en la Argentina a fines del

    siglo XIX se crearon instituciones centralizadas como la escuela pblica y el ejrcito. La ley de obligatoriedad

    de la escuela primaria pblica, laica y gratuita, se sancion en 1884. El servicio militar obligatorio fue

    instaurado en 1896 para los varones nativos de veinte aos. Ambas leyes fueron derogadas a mediados de

    1990; la obligatoriedad de la enseanza se extendi al secundario y el servicio militar obligatorio fue

    suspendido en 1994.

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    (RINCUARE) empezaron a hablar de reflexividad, estimulados por los debates de la

    etnografa educativa anglosajona (M.Hammersley, P.Atkinson, en Rockwell 1980/1986).

    Retomando estas lneas, un texto antropolgico de la nueva poca (Guber

    1991/2004) aplicaba la nocin etnometodolgica de reflexividad como condicin de la

    vida social, a la comprensin del trabajo de campo. La reflexividad supone que las

    actividades realizadas para producir y manejar las situaciones de la vida cotidiana son

    idnticas a los procedimientos empleados para describirlas (comprenderlas, comunicarlas).

    Un enunciado transmite informacin y tambin crea el contexto en el cual esa informacin

    puede cobrar sentido. As, los sujetos producen la racionalidad de sus acciones y

    transforman la vida social en una realidad coherente y comprensible. Las reflexividades que

    se encuentran en el campo no pueden ser convergentes, porque el investigador carece de la

    formacin necesaria para interpretar adecuadamente qu significa lo que ve y escucha, y lo

    que l mismo dice y hace para sus nuevos interlocutores. No se trata slo de explicitar, por

    ejemplo, el gnero del investigador, sino de comprender qu modalidades e implicancias

    adopta el gnero en esa situacin de campo ante esa poblacin. El trabajo de campo

    etnogrfico consiste, pues, en un trnsito controlado y cada vez ms explcito desde la

    reflexividad socio-culturalmente determinada del investigador a la de la poblacin en

    cuestin. La inclusin manifiesta de la persona del investigador en la obtencin y

    elaboracin de sus materiales es imprescindible para entender el proceso de produccin

    de datos (Guber 1995, Guebel & Zuleta 1995) y para sustentar la argumentacin textual

    (Fasano 2006, Gandulfo 2007, Milstein 2007, Quirs 2006, Vargas 2005, Zapata 2005,

    entre otros).

    En estas pginas tres antroplogas con distintas reas de inters y trayectorias

    acadmicas, exponemos situaciones vividas en el campo con el fin de analizar las

    reflexividades propias y de nuestros sujetos de estudio. Con ms de dos dcadas en estas

    temticas, hemos crecido con ellas como profesionales y como personas. Diana Milstein se

    refiere al extrao hallazgo de una directora de escuela primaria pblica, en una localidad

    del Gran Buenos Aires que naci con la industria y en 2004 sobreviva con planes sociales

    del gobierno. Lidia Schiavoni analiza cmo su conversacin con dos promotoras en un

    centro de salud de Posadas, Misiones, exhum experiencias tabuadas de violencia familiar.

    Rosana Guber analiza cmo la hermana de un piloto desaparecido en el conflicto anglo-

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    argentino por las Islas Malvinas en 1982, le ense sobre los dilemas que nos impone a los

    acadmicos, la organizacin universitaria.

    1. Diana, Bety y la bandera del Belgrano.

    Estaba empezando mi trabajo de campo en el 2004, buscando comprender la

    percepcin colectiva de desprestigio, fragmentacin y desestructuracin de las escuelas

    primarias pblicas. Pretenda radicar mi nueva investigacin en una zona particularmente

    castigada por las polticas econmicas y educativas de la dcada del 90, la zona sur del

    Conurbano Bonaerense que rene aproximadamente 10% de la poblacin nacional. Una

    maana de abril me present a la escuela N 40 de Villa La Florida en el partido de

    Quilmes, para conversar con Bety, su directora. Nos puso en contacto una amiga docente

    que la conoca haca 20 aos por su militancia gremial en la Confederacin de Trabajadores

    de la Educacin de la Repblica Argentina (CTERA). Quera contarle sobre mi proyecto y

    que me ayudara a encontrar una escuela para hacer trabajo de campo, pero las formalidades

    dieron paso a la cercana y a la afinidad. Nuestro dilogo se fue poblando de historias de

    distintas pocas y lugares, las mas en escuelas de Ro Negro entre 1980 y 2002 y las suyas

    en Quilmes desde haca 30 aos. Tambin repasamos nuestra militancia poltica

    universitaria en los 70 y en gremios docentes en los 80. De sus relatos Bety destac, por

    el tono y el detalle, la historia de lo que denomin utilizando una expresin que yo oira de

    ah en ms en la escuelala bandera del Belgrano. Esta expresin daba por

    sobreentendido que se trataba de la bandera del Crucero ARA Gral Belgrano, hundido por

    Gran Bretaa en el conflicto anglo-argentino por las Islas Malvinas

    En 1987 Bety gan un concurso como directora titular de la 40. En su primer mes

    de trabajo encontr en la Secretara una bolsa con un trapo y dos banderines. Advirti, al

    sacarlo, que se trataba de una bandera argentina distinta de las que suelen usarse en las

    escuelas: era una bandera de guerra de la Nacin Argentina de gran tamao, con sus tres

    franjas horizontales celeste-blanca-celeste y el sol en el centro. Una antigua maestra del

    establecimiento le explic que entre 1983 y 1984 la haba entregado un ex soldado que

    haba sobrevivido al hecho blico.

    Cuando el barco se hunda y los gomones se acercaban para salvar a los

    sobrevivientesii levant la cabeza, mir y vio una de las banderas de los costados,

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    una de las ms grandes que tena el barco. En ese momento, pens que el barco se

    hunda y la bandera tambin, junto con el barco. Entonces corri, se envolvi la

    bandera en el cuerpo, arranc los dos banderines y despus se tir al gomn (Bety

    2004).

    El archivo escolar deba contar con el acta de recepcin de la bandera pero nadie la haba

    visto; tampoco se saba quin era aquel ex soldado. Bety resolvi designarlo hroe

    annimo por su determinacin y valenta: se haba arriesgado a salvar la bandera de su

    hundimiento con el buque, y la haba entregado a una escuela en vez de a su dueo original,

    la Armada (Milstein 2009, 91).

    Al da siguiente al comentarle de la bandera, Rosa, una auxiliar de limpieza con

    muchos aos all, me dijo: -Y no sabe lo que va a ser cuando la vea!, y se entusiasm

    contando cmo les gustaba llevarla desplegada entre nueve chicos (en vez de un

    abanderado portndola en un pequeo mstil como es habitual). Me explic que todos

    saban que haba que cuidarla porque Bety aprovechaba cada acto para recordarle al pblico

    de dnde proceda. Desde entonces otras personas de la escuela y el vecindario me fueron

    confirmando su admiracin por la bandera del Belgrano con alguna apreciacin personal.

    Bety haba invertido cierto trabajo para lograr tamao consenso. En la ceremonia

    del dcimo aniversario del desembarco argentino en las Malvinas, el 2 de abril de 1982,

    convoc a un acto en la plaza del barrio y design como padrinos de la escuela a la

    Asociacin de Veteranos de Guerra de Quilmes. En la foto del acto que exhibe en su

    escritorio se ve una nutrida concurrencia con banderas argentinas de las escuelas

    participantes (sostenidas por los alumnos), de la Asociacin de Bomberos Voluntarios y de

    los Veteranos de Malvinas (sostenidas por hombres) y la bandera del Belgrano con sus

    nueve portadores. Alrededor estn los nios de la escuela, los hombres de las instituciones

    invitadas, y dos mujeres, Bety y Lidia, la secretaria del sindicato de maestros de Quilmes,

    SUTEBAiii

    . Al ver algunos veteranos con uniforme militar, le pregunt algo descolocada:

    -Qu grupo de Veteranos?

    -Veteranos de Malvinas. Es un grupo que se llama Veteranos de Malvinas y que

    comprende a civiles y a militares. Ac estn todos juntos cuando sacamos la foto,

    todos los que vinieron, toda la plana mayor. Y vos ves que algunos tienen uniforme

    y otros no. Porque algunos despus de lo que pas no quieren saber nada con la

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    Armada, y entonces ellos van de civil. Ellos vinieron de abajo y no quieren saber

    nada. Y algunos todava tienen el uniforme. Entonces los veteranos de Malvinas

    seran todas las personas que tuvieron algo que ver con estar en Malvinas o hacer la

    parte logstica desde tierra, sean civiles o militares.

    Ante mi silencio, Bety justific que stos eran militares jugados, comprometidos, que se

    arriesgaron y pusieron el cuerpo; no haban rehuido el combate, como lo haban hecho

    otros.

    El ensamble de Bety y su bandera segua complicando mis esfuerzos clasificatorios.

    Le produca mucha emocin recordar que esta bandera encabez protestas contra el cierre

    de fbricas en Villa La Florida y en defensa de la educacin pblica en Quilmes. Y siempre

    era como que nos protega.

    Corra el 2002 y la 40 fue invitada al acto por los veinte aos de la recuperacin

    argentina de las Islas, en la ciudad de Quilmes. Bety estaba nerviosa porque su bandera

    podra ser reclamada por las instituciones armadas. La 40, otras escuelas y los vecinos

    quilmeos se reunieron esa maana con la banda de msica de la Marina, varios de sus

    oficiales, y altos jefes de las tres Fuerzas Armadas. All consagraron a la escuela de Bety

    como poseedora oficial de la bandera del Belgrano. Ella se senta triunfal.

    Con toda perplejidad trat de entender los denodados esfuerzos de Bety por

    promover un smbolo nacional de ascendencia militar que haba participado de una derrota

    blica protagonizada por fuerzas armadas extremadamente impopulares al frente de un

    rgimen dictatorial marcado por la persecucin poltica y la crisis econmica. Ms an, ella

    haba convertido a la bandera de la 40 en un estandarte de la demanda econmica y social

    en la trgica y recesiva dcada de los 90. Yo poda estar de acuerdo con la manera cmo

    Bety identificaba a esa bandera nacional con la causa anti-colonialista de Malvinas, el

    soldado y la escuela, pero no lograba comprender cmo esta militante social y gremial

    admita la asociacin de los militares con las protestas populares y de los maestros. Esta

    incomprensin, sin embargo, pareca ser slo ma; era evidente que todos all parecan

    compartir el mvil de Bety y aplaudan su proceder y decisin.

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    1.1 Cuando Diana entendi a Bety

    Pese a que despus de Malvinas, los militares fueron considerados por la sociedad

    civil y poltica como responsables de la derrota y la reocupacin inglesa de las islas, hasta

    el da de la rendicin argentina el 14 de junio de 1982, y pese a su impopularidad como

    gobernantes de facto, la Junta Militar logr la adhesin masiva a su iniciativa. Bety se

    recordaba, con emocin y angustia, como parte de la generacin de las maestras que

    mandbamos cartitas con nuestros chicos a los soldados. Mis compaeras se pasaban

    tejiendo bufandas y entre todas juntbamos chocolates. En la escuela donde yo era maestra

    se juntaban abrigos y alimentos para las tropas pero yo desconfiaba de la genuina

    determinacin de los militares argentinos y senta un rechazo visceral por toda guerra. Esto

    no me impeda entender el entusiasmo malvinero gracias a mis discusiones polticas con

    compaeros de militancia que actuaban, pensaban y sentan como Bety.

    Para ella el silencio que sucedi a la derrota en la escuela y en la sociedad gener un

    vaco inabarcable. En ese paso abrupto de la euforia a la apata, ni docentes, ni alumnos, ni

    familias habamos sido reconocidos por nuestra colaboracin. Tampoco los ex soldados,

    que recibieron alguna consideracin de la ciudadana pero ms como proteccin, lstima y

    caridad, que afirmando su valor como combatientes. Por eso ellos se hicieron sus propios

    lugares de reconocimiento pblico en esta poca que llamaron de desmalvinizacin,

    precisamente cuando el hroe annimo habra entregado la bandera del Belgrano. Tal

    vez aquel ex soldado encontraba un modo de inscribir su propia historia en una institucin

    pblica y civil, a la vez local y nacional, identificada con la difusin de Malvinas como una

    causa de soberana pendiente. Bety, a quien escuch ms de una vez decir que Malvinas es

    una deuda no saldada con la gente y con los que quedaron, los sobrevivientes, sacaba la

    bandera de la bolsa del olvido y haca su pequeo aporte para saldar esa deuda: la guard

    en un cofre y la sac a los actos escolares. Esto explicaba la primera conexin bandera-

    Malvinas-ex soldado-escuela. Restaba la segunda: bandera-protesta social-docentes-fuerzas

    armadas.

    Adems de las dos banderas nacionales reglamentarias de toda escuela, la portable

    de ceremonias y la fija en un mstil para izar y arriar en cada jornada en el patio, la 40

    tena otra que haba pertenecido a la Armada. Con ella, esta escuela pareca consolidar su

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    sitio de honor en el Estado aunque ya el sistema educativo estatal y pblico haba perdido

    su histrico prestigio. Con la privatizacin de las empresas pblicas, el endeudamiento

    externo y la reduccin del gasto pblico en los aos 90, los edificios escolares comenzaron

    a deteriorarse y los sueldos docentes a perder valor adquisitivo; a ello se agreg la reforma

    educativa de 1994 que desarticul la estructura histrica de los niveles primario y

    secundario. El empobrecimiento y el desempleo a niveles inditos en el pas, provocaron el

    descreimiento cvico en los partidos polticos, el sistema de representacin parlamentaria y

    la accin de la Justicia. Las protestas docentes, la interrupcin de las clases y una creciente

    movilizacin ciudadana por fuera de partidos y sindicatos, a travs de movimientos sociales

    conocidos como piqueteros, desembocaron a fines del 2001 en una gran rebelin que

    termin con la renuncia presidencial y el llamado a elecciones anticipadas para fin de 2002.

    En este contexto, a slo cuatro meses de esta crisis institucional, se conmemoraron

    los veinte aos de Malvinas. La central presencia de las escuelas en el acto de Quilmes

    pareca contrarrestar el desprestigio de la tarea docente machacada por gobiernos,

    funcionarios y medios de comunicacin que responsabilizaban a los maestros por la mala

    educacin, la delincuencia y la adiccin de los jvenes.

    Bety recuperaba los mltiples sentidos que poda condensar la bandera exhumada:

    el bien comn, la justicia social, la experiencia blica y la liberacin nacional, combinando

    en el presente distintas coyunturas crticas. Por eso ella queria que yo reconociera el valor

    de su descubrimiento (de la bandera en la bolsa) y su esfuerzo para concretar lo que an no

    se haba realizado, una irredenta Nacin Argentina con soberana poltica, social y cultural

    pendientes. As como el soldado haba demostrado valenta, primero al rescatar la bandera

    de un buque que se hunda, y despus al entregar la bandera de la Armada a una escuela

    pblica, as tambin Bety haba transgredido la estricta reglamentacin que establece al

    detalle las dos banderas que pueden y deben usarse en la escuela. Sin pedir permiso a las

    autoridades del distrito y exponindose a sus sanciones, Bety extremaba la apuesta al

    prestar una bandera de guerra donada por un desconocido que deca ser un soldado del

    Belgrano, para manifestaciones de protesta. Tena razones para temer que la Armada se la

    reclamara, pero estaba convencida que el Estado tena varias deudas con el pueblo

    argentino que haba apoyado la recuperacin de las islas: explicar la derrota, y el derecho a

    la educacin y al trabajo; pero la desmalvinizacin haba acallado esas deudas. Por eso se

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    justificaba: -Son muchos aos que (la bandera) est ac y nadie la reclam. Sobre mi

    cadver la van a sacar. Mientras yo sea la directora de esta escuela, no.

    Al hacer pblica su nueva bandera, la Escuela 40 se afirmaba como preservadora y

    transmisora de los valores nacionales, en pleno desprestigio de la educacin pblica. Los

    chicos entendan cuando Bety les deca que tener esa bandera es como tener un pedacito

    de la bandera de los Andes, y ellos entendan que Malvinas era la continuacin de las

    guerras de independencia del siglo XIX. Pero en el mismo movimiento Bety se distanciaba

    de los discursos oficiales (desmalvinizadores) de las ltimas dos dcadas. Malvinas era una

    alegora: escuela pblica y archipilago haban sido olvidados, y con el olvido se

    postergaba la realizacin de la Nacin. Por eso docentes, administrativos y alumnos haban

    convertido a la escuela en escenario privilegiado de la poltica extraescolar, a la que

    necesitaban para acometer las transformaciones de las instituciones escolares.

    Bety, maestra como yo en tiempos de guerra, haba colaborado en convertir a la

    escuela en un canal de respaldo popular a la recuperacin insular, articulando as a la

    sociedad civil con el Estado y las fuerzas armadas. Pero las revelaciones de postguerra

    sobre la improvisacin y la corrupcin en el frente y en los altos mandos, quebraron la

    retrica de coincidencia que sell el pacto blico. Bety percibi esa brecha en los sentidos

    de la bandera, en la accin del ex soldado (uno de los que vinieron de abajo y no queran

    saber nada con la Armada), y se propuso enmendarla. La causa de Malvinas se

    rearticulaba en y por la 40 con las causas populares de los soldados no profesionales

    organizados en asociaciones, y de las maestras y los alumnos que acompaaron el conflicto

    y que ahora el Estado olvidaba, negndoles recursos edilicios, educacin y trabajo. Por eso,

    la bandera del Belgrano desembarc en las movilizaciones populares del 2001. Como

    directora de una escuela pblica en un barrio empobrecido del Conurbano, Bety mostraba

    su rebelda contra las polticas de Estado, transformando la bandera del Belgrano en

    bandera de la 40. Pero para completar este pasaje era imprescindible que la Marina

    concediera su smbolo nacional-estatal expresamente con su presencia. Por eso, a los 20

    aos de 1982 fue tan crucial para Bety que los oficiales de uniforme vieran pasar su ensea

    sin reclamarla. Contra el olvido y el silenciode Malvinas y la educacin pblicaBety

    devolva el prestigio (al menos) a su escuela, convirtindola en un espacio de

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    recomposicin del sentido de lo nacional, y a los maestros y alumnos en sus legtimos

    portadores.

    Este anlisis no hubiera sido posible sin que yo advirtiera el impacto que caus en

    m la inesperada inclusin de los militares dentro del relato de Bety. Registrar mi

    desconcierto me impuls tiempo despus a comprender la perspectiva de Bety y sus

    decisiones obligndome a describir y analizar el proceso de transformacin de esa bandera

    para apresar algunos de los sentidos de la desestructuracin de las escuelas primarias

    pblicas. Con su reflexividad Bety me indicaba el contexto significativo a partir del cual

    yo, y quizs otros, podramos comprender los esfuerzos para recuperar el prestigio de la

    escuela.

    2. Lidia, Victoria, Martina, Elena, Hermes

    En septiembre de 2010 entr en contacto con un grupo de mujeres del San Luis, un

    barrio periurbano de Posadas, formado por ocupantes de tierras fiscales, familias de

    trabajadores rurales procedentes del interior provincial. Explorndolo como mi futuro

    campo doctoral para estudiar el incesto, me incorpor como capacitadora a un equipo de

    la universidad y tres ONGs que formaban promotoras para la prevencin de violencia

    hacia las mujeres (Proyecto de Gnero, Progen). La capacitacin consista en talleres

    semanales entre septiembre y diciembre, y el desarrollo de cuatro mdulos temticos

    (violencia, gnero, salud y promocin social), coordinados por un equipo tcnico de

    socilogas, politloga, trabajadoras sociales, abogada y dos antroplogas sociales, yo una

    de ellas. El equipo tcnico se reuna regularmente con unas 35 mujeres del barrio en un

    caluroso saln de la ONG local.

    Fuera de mi taller especfico yo participaba como observadora, salvo cuando deba

    intervenir por una situacin de crisis y alta emotividad. La mitad de las asistentes haba

    atravesado situaciones de violencia conyugal, y por eso se haban sumado al proyecto. De

    sus relatos, incluso los ms casuales, pude advertir la necesidad de compartir experiencias.

    Por eso sola acercarme a conversar con ellas fuera de las actividades programadas. As las

    fui conociendo por sus nombres y biografas, lo que me diferenciaba de mis otras colegas.

    De los relatos sobre violencia conyugal tambin escuchaba acerca de avances de

    los padres y/o padrastros hacia las hijas, se aprovechan porque es criatura y no sabe qu

  • 11

    le hacen, la madre parece que no ve que el otro le agarra a la hijita, la guainaiv

    embarazada del padrastro. Las colegas del equipo tcnico llamaban a esto abusos

    intrafamiliares pero no los abordaban porque el Proyecto atenda slo a mujeres adultas.

    Era evidente que el incesto necesitaba de alguna atencin pero, cuando me dispuse a

    encararlo, mis colegas me advirtieron de sus dificultades: quin querra revelar sus

    pormenores? A mis 50 aos y con ms de una dcada investigando la sexualidad de los

    jvenes y de nias y nios prostituidos en la extrema pobreza, me senta capaz de

    intentarlo.

    A poco de concluidos los talleres supe de un gran revuelo en el barrio: Miriam, con

    sus 14 aos, vena siendo acosada desde los 12 por su padre. Su madre le haba restado

    importancia a sus reclamos, y cuando el hecho se concret, estaba ausente. Fue su abuela

    materna quien reaccion para protegerla. Los vecinos indignados casi linchan al padre,

    quien fue detenido en la Comisara barrial en cuya celda se ahorc. Miriam fue interrogada

    en la Comisara, no recibi atencin mdica ni psicolgica y debi asistir al velorio y al

    entierro de su padre obligada por su madre y por sus tos. A los pocos meses Miriam volvi

    a quejarse a su madre por el acoso de su nueva pareja pero su madre la ech del hogar. Sin

    donde ir, fue alojada por una vecina con cuatro hijos pequeos.

    El episodio me pareci una buena puerta de acceso al tema del incesto porque me

    permita no involucrar directamente a las participantes de los talleres. Cuatro meses

    despus y pensando en Miriam, retom el contacto. Una maana de mayo encontr

    conversando en el patio del Centro de Salud a Victoria y a Martina, promotoras y vecinas

    del barrio, con quienes yo haba desarrollado un mayor acercamiento el ao anterior. Les

    dije que me interesaba saber qu haba pasado con Miriam, y Victoria empez a contar,

    intercalando duras crticas al equipo tcnico que no se haba involucrado porque era una

    nia y no una mujer adulta, por lo cual escapaba a la poblacin destinataria directa del

    proyecto. Excedidas en sus capacidades pero urgidas por las demandas del vecindario, las

    promotoras decidieron reunirse por s mismas todos los jueves en ese mismo patio, para

    darse contencin. Victoria me invit a la prxima reunin, despus de las 5 de la tarde,

    cuando el sol ya no pega tan fuerte. Solan juntarse entre 20 y 30 mujeres: algunas

    siempre hablan ms que otras, pero todas parecen interesadas aunque sea para escuchar.

  • 12

    Cuando Martina se nos integr, pues estaba atendiendo en una sala contigua, me

    pregunt qu haca yo en el barrio. Le aclar que me interesa estudiar situaciones de

    violencia que ocurren en las familias y que a veces se toman como naturales y que la

    mayora de las veces son nenas como Miriam que las tienen que soportar sin que nadie las

    ayude. Tambin le expres mi inters en apoyarlas todos los jueves en el Progen. Me

    costaba presentarme slo como investigadora, cargo que suele parecerle poco til a la gente

    que no lee nuestros escritos; adems senta que en estas relaciones casi impuestas es

    necesario algn intercambio; en este caso yo les aportara mis habilidades de capacitadora.

    Victoria sigui contando lo sucedido con Miriam, a quien deca poder comprender

    porque cuando tena 12 aos el marido de su hermana mayor a quien ella quera como a un

    padre porque era quien nos cuidaba y protega, intent violarla dos veces, dicindole que

    la quera como hombre. Fue a contarle a su madre pero ella le rest importancia. Con el

    tiempo avanz sobre su hermana menor e insisti con Victoria, ya con 16. Su madre tuvo la

    misma reaccin, y su hermana mayor, esposa del hombre, le contest que hagan lo que

    quieran, denncienlo si quieren, pero para m seguir siendo mi marido y es el padre de mis

    hijos.

    Martina entendi que tambin ella poda contar su experiencia. Su familia era de

    Villa Tacur, un barrio ms antiguo y urbanizado, con familias de clase media baja y

    propietarios de sus lotes. Tena 11 aos cuando una tarde sali del bao, separado de la

    casa, envuelta en una toalla; su padre le sali al cruce y le roz los pechos: ya parecs una

    mujer. Martina sali corriendo a su cuarto y esa noche transcribi el episodio en un diario

    que su madre le haba regalado para que usara como si fuera tu confidente. Martina se

    senta incmoda y culpable por haberle provocado tal reaccin a su padre, y expresaba su

    extraeza ante un comentario tan fuera de lugar de un padre para su hija. Su madre, que

    sola revisarle el diario, le pidi ms detalles, le aconsej tranquilizarse y que no dejara de

    escribir. Das despus estaba con su hermana menor acomodando y jugando con la bisutera

    que vendan en el almacn familiar. Mientras miraba una pulsera, su padre se acerc a

    Martina: -Si vos sos buena conmigo yo te puedo regalar esa pulsera. -Yo soy buena con

    vos, le contest. Soy buena alumna, colaboro ac, me porto bien. Pero -Yo te digo como

    hombre. Entraron clientes al almacn y su padre debi atender; Martina sali corriendo.

    Esa noche volvi a escribir en su diario. Ni bien lo ley, su madre denunci al esposo a la

  • 13

    Comisara y se fue de la casa con sus hijas. Pero el diario de Martina, la nica prueba

    sobre lo ocurrido pues no haba daos fsicos, se traspapel y no form parte del proceso

    judicial. El padre neg la acusacin y la hermanita de 10 aos que no entenda tanto

    trastorno, se neg a irse. Siendo oriunda de Neuqun, la madre no tena familia en Posadas,

    pero estaba decidida. Por tres meses resistieron el infierno en la misma casa; el padre no

    volvi a acercarse a Martina, pero insultaba y le pegaba a su madre. Ella consigui un

    trabajo y un lugar donde vivir y se llev a Martina. La menor no acept: si es amoroso y

    muy bueno con nosotras. Ni Martina ni su madre le haban explicado lo que estaba

    sucediendo. Dos o tres aos pasaron cuando el padre tuvo un derrame cerebral que lo dej

    ciego y paraltico. La madre acept que fuera a vivir con ellas para atenderlo. Pero cuando

    se restableci les incendi la vivienda a modo de venganza. Martina y su madre

    permanecieron all y reconstruyeron la casa, mientras l volvi a la suya y al almacn que

    haba quedado a cargo de la hermana menor, ya con 15 aos. Al ao padeci un nuevo

    derrame que termin con su vida. La madre se ocup del velorio y del entierro pero su

    hermanita, desafiando el reclamo materno, fue a bailar en la misma noche del funeral.

    Pas lo mejor que poda pasar, deca. Me alegro que se haya muerto, porque desde que

    ustedes se fueron mi vida fue un infierno con l.

    Yo no caba en mi sorpresa. No esperaba que tambin a Martina le pasaran estas

    cosas. Su familia vena de Neuqun, una provincia con mejor nivel sanitario y educativo

    que Misiones; ella haba completado la escuela secundaria e iniciado el terciario para ser

    maestra; Villa Tacur tena un mayor nivel socio-econmico que San Luis y ella es hoy

    personal estable de la ONG local, con estrecha vinculacin con las instituciones del barrio

    (escuelas, comisara, iglesias y jardn maternal). En un taller haba contado sobre problemas

    de violencia verbal con su marido, pero consultaron a una psicloga y en varias sesiones

    arreglaron las cosas.

    El relato de Martina no tuvo interrupciones y fluy en una pieza. Victoria ya

    conoca el caso, pero al escucharla volva a contrastar las reacciones de sus madres: la suya

    negando, la de Martina haciendo. La gente de la chacra es distinta; mi mam era de las de

    antes, haba que aguantarse todo sin chillar, pero ahora ya noooo. Y yo me senta con

    una paradjica felicidad: haba encontrado sin querer dos situaciones que podran

    sustentar mi proyecto. Pero esto mismo me generaba una tremenda ansiedad: por qu mis

  • 14

    colegas me haban advertido acerca de las dificultades de abordar el incesto? Por qu

    Victoria y Martina me haban franqueado episodios tan ntimos de sus vidas? Acaso

    porque esperaban que por mi investidura universitaria y profesional, defendiera sus

    derechos a quejarse y a incluir un tema erradicado de la agenda del Progen?

    2.1 El punto justo

    Si algo me quedaba claro es que los abusos incestuosos estaban muy a flor de

    piel: podan expresarse, contarse, revivirse, y gozaban de una larga vida pese a los aos

    transcurridos. Sus protagonistas los reconstruan una y otra vez con gran detalle y pasin.

    Por eso me pareca hasta inhumano que los talleres sobre violencia contra las mujeres

    hubieran obviado el tema. Los abusos incestuosos estaban en las bases psicolgicas,

    sociales y parentales de muchas de las asistentes y de sus conflictos actuales. De ah que

    hubieran inventado las reuniones de los jueves, para compartir sus experiencias, sin la

    presencia del equipo tcnico.

    Dichas reuniones revelaban las competencias comunicativas necesarias para

    socializar y apropiarse de estos pasados difciles. No eran talleres/cursos/conferencias entre

    capacitadores/as y capacitadas, ni entre profesionales y legos; eran charlas entre iguales,

    reuniones entre mujeres, entre vecinas, juntarse para conversar. En nuestra reunin

    informal de aquella maana, Martina y Victoria tenan sus razones para contar sus historias,

    y yo tena la ma para escucharlas: explorar una posible investigacin. Sin embargo, todo

    convergi en un espacio catrtico que pese a su densidad me enseaba cmo indagar en

    episodios dolorosos y tabuados sin exponerlas ni avergonzarlas. Si Martina pareca aliviada

    despus de su relato era probablemente porque le permita reconstruirse en nosotras, sus

    oyentes empticas, cuidadosas, sensibles a su sufrimiento y a su fuerza para seguir. Al

    escuchar (otra vez) a Martina, Victoria segua elaborando acerca del proceder de su madre.

    La comparacin dejaba de ser un recurso exclusivamente antropolgico: ellas contrastaban

    a sus madres y a travs suyo, sus propios roles maternos.

    Quince aos mayor que mis interlocutoras (Martina de 36 y Victoria de 34) pero

    con hijos en edades semejantes, las tres habamos atravesado la infancia de nuestros hijos y

    padecamos sus adolescencias. Martina y Victoria conocieron a mi hija cuando una vez

  • 15

    me acompa al barrio. Ser mujeres-madres hoy y haber tenido una madre nos confrontaba

    con cmo hubisemos actuado en situaciones semejantes. Pero yo no poda pensarme como

    vctima; s en el lugar de madre dispuesta a defender a mis hijos. Me senta a la par de

    ellas, aunque ellas eran promotoras que conocan estos temas y sus efectos en carne propia

    y yo no. Al finalizar el encuentro quise salir de la situacin de extrema confianza e

    intimidad que habamos creado, y retomar mi lugar de colaboradora, capacitadora sin

    convertirme en una investigadora, rol que denotaba una distancia despersonalizada. Los

    relatos haban superado mis expectativas del da, y sin grabador tema perder detalles. Mi

    intencin haba sido tantear el terreno, no zambullirme ya en sus dramas. Lo que los

    antroplogos desean en el trabajo de campo es intimidad pero es tambin lo que ms

    temen (Markowitz 2003:85). Cul era el modo adecuado, el tiempo para mi indagacin?

    Mi dilema acerca del punto justo en la relacin y la escucha sobre el incesto,

    pareca no existir para los dems. Martina y Victoria haban hablado con espontaneidad. En

    vez, mis colegas lo resolvan demasiado rpido: el acceso al tema era difcil.

    Y estaba mi padre, un prestigioso abogado de Posadas. Su relacin con nosotras, sus

    dos hijas mujeres, haba sido afectivamente distante, poco demostrativo. A fines de 1999 la

    prensa denunci casos de nios y nias prostituidos por sus propias familias en Posadas, y

    seal confiteras y bares cntricos como sitios de enganche. Lo coment con mi padre

    pero para l eran hechos armados por la prensa escandalosa para vender ms. Me indign

    y le di mi informe final sobre explotacin sexual comercial infantil que acababa de concluir

    y que coincida con los casos periodsticos. Su lectura lo oblig a admitir la realidad de

    estos hechos y que merecan seria atencin; adems lo acerc a mis temas como nunca

    antes, y me reposicion frente a l; yo le demostraba que stos eran temas legtimos de

    investigacin acadmica, y que era necesario aprender a tratarlos y a sostenerlos, ayudando

    a su exhumacinv. Record, de mis conversaciones en viejos trabajos de campo, cuando

    Elena, por entonces con 34 aos y yo con 25, debi tranquilizarme despus de contarme

    cmo a los 15 aos huy de su padrastro de 35, en medio de un maizal, y se fue de su casa a

    trabajar como empleada domstica. Record a Hermes, cuya primera hija fue el producto de

    la violacin del hijo de su patrona cuando ella tena 14 aos, y que debi escapar de esa

    casa sin tener adonde ir. Con mis 30 aos algo lineales yo estaba shockeada frente a sus

    arduos 32 desde donde me explicaba cmo Carlos, su marido actual, la haba protegido.

  • 16

    Supe de Elena y Hermes haca unos 20 aos y, sin embargo, ellas seguan conmigo. Tanto

    que en nuestros reencuentros nos saludamos con un afecto muy especial y dedicado. Pero

    en el nterin yo haba cambiado: mis primeras reacciones de horror y ansiedad haban dado

    paso a una aproximacin ms analtica.

    Estos relatos sobre las violaciones tenan un efecto que no not hasta contrastarlo

    con mi propia relacin filial. Martina y Victoria ubicaron a sus agresores como hombre,

    las palabras en las que esos padresel de Martina y el cuado de Victoria, 16 aos mayor y

    cumpliendo el rol paterno por la viudez de su madrese haban fijado para siempre en las

    memorias de aquellas nias, al intentar seducirlas. La paternidad se les haba escurrido

    porque sus padres la haban declinado en el mismo acto del abuso.

    Victoria y Martina, y en su momento Elena y Hermes, me haban franqueado sus

    vidas, y al hacerlo me haban entregado las claves de un punto justo que yo crea que deba

    establecer por mi cuenta. Pensaba que ellas hablaban conmigo y me contaban sus historias

    en honor a mi jerarqua intelectual, a mi posicin profesional, a mis contactos, esperando

    que las ayudara a revertirlas. Entend que la ansiedad que estos relatos generan no se debe

    slo a su contenido sino tambin a la responsabilidad enorme que implica escuchar. Por

    suerte descubr que ellas podan indicarme que el punto justo est en el modo de encuentro,

    en las formas de narrar pese a, o junto con mis caras de asombro. Yo aprend a controlar

    mis ansiedades y a decirles, quizs slo con la mirada y mi presencia, que no se sintieran

    despojadas de sus testimonios y que siempre habra algo a cambio, aunque fuera un buen

    rato de conversacin en los cauces del afecto y del respeto.

    Mi objeto analtico, el incesto, no hubiera sido posible sin que yo advirtiera la

    importancia de la interaccin. Aquellos tremendos relatos silenciados durante aos

    pudieron aflorar cuando logramos un clima de confianza y empata entre nosotras.Sin

    experiencia personal en episodios similares, mi hallazgo del incesto estaba imbricado con

    espacios femeninos sensibles a su expresin y escucha; yo estaba incluida. El punto justo

    de distancia y proximidad con los sujetos de estudio aprendido en la academia, deba ser

    replanteado, para permitirme reconocer las duras experiencias del incesto en la

    potencialidad del dilogo, y as reubicar mi rol como investigadora que no slo obtiene

    datos. Victoria y Martina me ensearon que yo poda habilitarlas a reelaborar incidentes

    traumticos, todo un dato en s mismo, reflexivamente hablando.

  • 17

    3. Rosana, Martha y la doble desaparicin de Pepe.

    Estaba terminando mi curso virtual sobre proyectos de investigacin, cuando recib

    un mensaje que me agradeca el curso pero no poda concluirlo por sus obligaciones

    laborales. Lo firmaba Martha Ardiles. Le agradec sus palabras y le pregunt

    -Sabs quin fue Ardiles en Malvinas?

    - Gracias por acordarte de mi hermano.

    Mi rpida reaccin a su apellido obedeca a mi investigacin sobre los pilotos de combate

    en la guerra de Malvinas. Estando yo en plena etapa de campo, tena cierta familiaridad con

    la participacin aeronutica en el hecho blico y con los nombres de sus protagonistas,

    algunos de ellos fallecidos. Le promet visitarla en Cordoba, la ciudad donde resida,

    cuando viajara a dar mi curso anual a la Universidad.

    Tres meses ms tarde nos encontramos en un restaurante despus de mi clase y sus

    ocupaciones. El encuentro dur desde las 21.30 hasta las 2 de la maana. Yo recin pude

    conciliar el sueo a las 4. No s ella.

    Comenzamos hablando de la universidad donde se haba graduado como licenciada

    en Ciencias de la Educacin y ahora daba clases, adems de participar activamente en su

    vida poltica. Conoca, por eso, a los arquelogos que me haban contratado en un posgrado

    de Antropologa en esa misma universidad, y tambin porque sus hijas eran amigas desde el

    preescolar. Me cont de su niez en una escuela rural que su padre diriga, de sus estudios

    secundarios en la ciudad de Crdoba, de su vida universitaria en los turbulentos aos 70,

    de sus distintas localizaciones profesionales y de su paso con sabor a exilio interno, por una

    ciudad patagnica donde vio por ltima vez a su hermano. Pepe se haba alistado en la

    Fuerza Area en 1974, y en 1982 iba camino a una unidad militar en Tierra del Fuego.

    Aquel breve encuentro converta a Martha en la ltima familiar que lo vio con vida y en la

    depositaria de una imagen nica y final; Pepe ya estaba en su misin, lejos de su esposa, de

    su hijo de dos aos y de su hija de 4 meses. As, rodeadas de comensales en su salida de

    viernes, nosotras dos estbamos internadas en la memoria trgica de la incansable bsqueda

    de informacin sobre su hermano desaparecido el 1 de mayo de 1982 a bordo de un MV

    Dagger. Martha y su familia slo haban encontrado pistas falsas y versiones de variada

    estirpe, muchas de carcter fantstico y/o improbable.

  • 18

    El relato del cual fui partcipe presencial, silenciosa, femenina y tambin

    universitaria, no hablaba slo de un episodio previsible en toda guerra y en la vida de todo

    militar; tampoco era slo la prdida irreparable de un hermano querido y aorado. Nuestra

    cena al comps de las palabras de Martha tena otras lecturas en cuya interpretacin

    transcurr algunas horas hasta conciliar el sueo. Y retom la tarea al da siguiente.

    Esperando tomar el avin de regreso a mi ciudad, llam por telfono a mis colegas

    arquelogos que conocan a Martha y a su hija desde haca unos 20 aos para compartir con

    ellos a nuestra conocida en comn. Rpidamente la identificaron y me confirmaron

    conocerla bien y haca mucho tiempo.

    Viste lo del hermano?, le pregunt a mi interlocutora telefnica

    Qu?

    - Que muri en Malvinas.

    No, qu hermano?

    Pepe.

    Ah, era soldado?

    No, era piloto, era oficial de la Fuerza Area.

    Ah, nooo, eso no sabamos.

    Despus del silencio, me desped hasta la prxima.

    3.1 La memoria selectiva de la academia

    El carcter vvido del relato de Martha aquella noche sobre un hecho acaecido casi

    treinta aos atrs, contrastaba con la novedad que yo impart a mis colegas. Su sorpresa

    fue el contexto desde el cual empec a buscar algn indicio para entender la potente

    inconclusin de una vida y su memoria.

    Que mis colegas no supieran que su conocida de tantos aos haba perdido un

    hermano en la guerra, poda deberse a que fingan ignorancia, a que lo haban olvidado, o a

    que ella nunca se los haba dicho. Descarto la primera opcin, pues ellos saban largamente

    de mi repentina pasin por la aviacin en Malvinas motivada por una investigacin

    antropolgica que llevaba ya ao y medio. En mis sucesivos trabajos de campo sobre el

    conflicto blico, mis interlocutores ocasionales siempre me referan a un conocido con

  • 19

    algn familiar que haba estado en el Teatro de Operaciones. De haberlo sabido, ellos me

    hubieran referido a Martha para ayudarme. Mi sorpresa/constatacin ante la

    sorpresa/ignorancia de mis colegas no vena del engao o el ocultamiento, sino de otro

    lugar que haca improbable tambin la segunda opcin: no lo haban olvidado.

    Es cierto que uno no le comunica la prdida de un ser querido a todos cuantos

    conoce. Muchos han visto morir a sus hermanos, an jvenes, por accidente, enfermedad o

    violencia poltica; el dato surge en conversaciones de cierta intimidad o confianza. Pero al

    tratarse de un episodio de la guerra de Malvinas difcilmente pudiera pasarse por alto.

    Haber estado all no era un dato fcil de olvidar sobre nuestra nica guerra del siglo XX.

    Para asegurar su recuerdo ao tras ao, all estaba el santoral malvinero con sus fechas

    consagradas (como el 2 de abril del desembarco o el 2 de mayo del Belgrano), y con sus

    fechas intermedias que conmemoran hechos puntuales de significacin ms acotada (como

    el da de una misin exitosa o la prdida de una vida). Entre el 2 de abril y el 14 de junio de

    cada ao Malvinas cobra un relieve especial y todos pensamos en aqullos que

    estuvieron. Dudo que de saberlo mis colegas lo hubieran olvidado. No lo saban porque

    Martha no se los haba contado. Por qu?

    Tuve tres indicios para empezar mi bsqueda. El primero fue que en nuestra charla

    de aquella noche, y prologando el segmento ms especfico de la prdida de Pepe, Martha

    abandon su tono reflexivo y conceptual y me mir fijamente: -La carrera militar no es lo

    que yo hubiera alentado para mi hermano, pero tuve que aceptarlo. (abri los ojos y se puso

    la mano derecha sobre el corazn) Yo lo quera a mi hermano y mi hermano era militar!.

    En ese momento sent que su pecho era una tela rasgada, mucho ms que por su

    desaparicin cumpliendo una misin. El segundo indicio fue que previo a ese instante, ella

    vena hablando de su trabajo acadmico y no, por ejemplo, de su situacin familiar. El

    tercer indicio fue pasado un tiempo de aquella noche, cuando Martha record que en una

    reunin universitaria otra docente se le acerc y le dijo: Yo soy esposa hermana de un

    piloto (un apellido que no poda recordar). Pero despus hablamos, despus hablamos y se

    alej como queriendo ocultar el dato del resto de los presentes. Nunca volvi a verla.

    El panorama acadmico de la apertura democrtica posterior a 1983 reprodujo el

    clima nacional de generalizado antimilitarismo. En las universidades esto se traduca en un

    avance sobre los cargos de quienes ahora eran considerados como profesores de la

  • 20

    dictadura. Esta polarizacin revanchista en la poltica acadmica argentina tena sus

    antecedentes. En el primer gobierno de J.D.Pern profesores de todas las universidades

    fueron exonerados por oponerse a la intervencin federal de la autonoma universitaria y a

    la afiliacin obligatoria al Partido Peronista para acceder a un cargo. Depuesto Pern en

    1955, la regularizacin de las universidades requiri, para participar de los concursos

    docentes, la declaracin de fe democrtica donde el candidato juraba no haber

    participado de la universidad peronista. En 1966 legiones de profesores abandonaron sus

    puestos en protesta por la intervencin policial del rgimen militar, conocida como la

    noche de los bastones largos. En 1974 la intervencin de las universidades argentinas bajo

    el gobierno de la viuda de Pern, Estela Martnez, dej a varios profesores e investigadores

    como prescindibles o simplemente fuera de los planteles docentes, sospechados de

    contribuir a la accin subversiva y disolvente de la izquierda armada y/o ideolgica. Cada

    uno de estos hitos1947, 1955, 1966, 1974 dej vencedores y vencidos que se

    sucedieron de perodo en perodo, como en una carrera de relevos. Unos y otros no se

    diferenciaban necesariamente por su calidad acadmica ni por su orientacin terica, sino

    por su capacidad de demostrar una posicin conveniente al nuevo orden. Esa posicin se

    expresaba como una categora moral que deba ser plausible principalmente para la faccin

    en ascenso que se converta, por eso, en custodia del nuevo statu quo.

    La posicin que Martha poda asumir a su regreso de la Patagonia a su universidad

    de origen, ya en el perodo democrtico, revesta cierta complejidad. En los trminos

    histricos en que, segn creo, operaron los antagonismos poltico-universitarios en la

    Argentina, Martha era un ser de difcil clasificacin segn las categoras significativas para

    el campo de la poltica universitaria pblica argentina desde 1947 hasta, probablemente, la

    actualidad. Esas categoras suelen delinearse, en trminos corrientes y desde la perspectiva

    hoy dominante, en dos bandos opuestos: el autoadscripto como progresista,

    democrtico, pluralista y afn a los organismos de derechos humanos, por un lado, y

    el fascista, autoritario, de pensamiento nico y militarista, por el otro. Segn su

    propio relato, Martha poda pertenecer al bando progresista, pero se resista a negar su

    parentesco con un militar. Algunos de sus colegas (afortunadamente no los que ella y yo

    tenemos en comn) significan su emotiva hermandad como contaminante, y ella lo sabe:

    por eso se desgarra cuando es forzada a optar; quiere seguir llevando consigo la cariosa

  • 21

    memoria de su hermano, incluyendo la condicin militar que l eligi y nadie le impuso.

    Por qu su relacin de hermandad es contaminante?

    Invocar a su hermano Pepe como fuente de sospecha del progresismo de Martha

    (progresismo que, quede claro a esta altura, nada tiene que ver con la calidad y orientacin

    terica de su produccin acadmica) significa tomar slo una lnea del parentesco y

    abandonar la otra, acaso ms potable a los partidarios de la educacin popular: su padre y el

    de Pepe era maestro de campo. El progresismo universitario suele reconocer a los maestros

    rurales por su abnegacin, alfabetizando y enseando en condiciones de aislamiento y falta

    de recursos. Entonces los universitarios que comenzaron a obstaculizar el desarrollo

    acadmico de Martha le dieron prioridad a la consanguinidad generacionalsu hermano

    por encima de la consanguinidad filialsu padre.

    En la Argentina, la generacin es una figura de gran importancia para la

    organizacin social de la comprensin histrica, y aparece en la designacin de ciertas

    gestiones polticas que introdujeron sustantivas reformas en la vida nacional (por ejemplo,

    la generacin del (18)57, la del (18)80). Tambin surge como trmino de autoadscripcin

    entre las personas para ubicarse recprocamente, como Bety y Diana con referencia a sus

    grupos polticos y a su labor profesional. Cuando en mbitos de intelectuales alguien dice

    que pertenece a la generacin trunca, a la generacin perseguida, significa que se est

    posicionando en un grupo de edad integrado por iguales que se reconocen recprocamente

    como vctimas unvocas de la persecucin poltica estatal encarnada por las fuerzas

    armadas y de seguridad. Cmo incluir a Martha en semejante pertenencia

    (pretendidamente) absoluta e incontaminada?

    Que su hermano haya desaparecido complica las cosas, porque an cuando Martha y

    Pepe perteneceran, por edad, a esa generacin trunca con el grueso de desaparecidos en

    el terrorismo estatal de 1976-1980, Pepe no sera admitido en ella. Habiendo yo misma

    atravesado varios tramos turbulentos de la historia argentina reciente, jams escuch que un

    universitario se refiriera a un militar en trminos de su edad. En el mundo universitario

    (que no incluye, claro, a los pocos analistas de la cuestin castrense) el mundo militar no

    se considera en trminos generacionales, sino como una totalidad homognea basada

    exclusivamente en la jerarqua institucional. Y es cierto que la relacin de edad con los

    civiles queda menguada a favor de una pertenencia profesional que arrastra tras de s, al

  • 22

    menos en la experiencia argentina, a todos los dems aspectos. Sin embargo, en 1982 Pepe

    se hizo un tiempo para cenar con su hermana en escala a su destino blico, regalndole as

    su ltima imagen de familia. S que era sta una relacin generacional entre hermanos, que

    tambin atravesaba las barreras entre los bandos. Por eso Martha deba ser marcada.

    Ella saba que deba sacar de su vida acadmica a un ser entraable por generacin,

    parentesco y sentimientos. Aunque su hermano fuera, tcnicamente, un desaparecido del

    que nunca ms se supo, en el medio universitario ser un par generacional es incompatible

    con el desaparecimiento de un (joven) oficial. Entonces Martha aprendi a partirse en dos

    amores y en dos vidas que llev adelante del modo ms ecunime que pudo: su profesin

    en un espacio no tan pluralista, y una familia paterna que no ha vuelto a completarse.

    Universidad y mundo militar inconcluyen una guerra que renueva los desgarros.

    Mi comprensin del mundo militar no hubiera sido posible sin advertir, como me lo

    ense Martha, que la mirada acadmica depende de mucho ms que el compromiso con el

    conocimiento. En nuestros sucesivos encuentros aprend que la reflexividad con que yo

    daba sentido a mis elaboraciones requera incluir como objeto de estudio al mundo

    acadmico. Al final de cuentas, mi conocimiento de los militares aeronuticos dependa de

    poner en cuestin la pureza del mundo universitario.

    4. Diana, Lidia y Rosana

    La tarea que hemos emprendido las autoras de este artculo fue recuperar el

    contraste de las reflexividades que se ponen en contacto en nuestro trabajos de campo

    etnogrficos. En los tres casos se referan a experiencias de la etapa inicial, una de las ms

    fructferas porque permite exhibir como sorpresa, descolocacin o desgarro lo que, de no

    registrarse quedar invisibilizado como cotidianeidad. Llamar contraste al encuentro de

    reflexividades del investigador y de aqullos que queremos conocer, es ms preciso que

    hablar de romper el hielo, acceder, presentarse y sortear un shock cultural, porque da cuenta

    de la trama interna por la cual valores y normas convertidos en actos concretos, dan sentido

    a lo que nos sucede en el campo y, por lo tanto, lo que all podemos aprender. Parte de este

    material se convertir tiempo despus en dato.

    Por corresponder a la etapa inicial, aunque todava no llegue a racionalizarlos, los

    episodios relatados tienen la virtud de integrarse rpidamente a la persona del investigador

  • 23

    porque comprometen las posibilidades del acceso social y conceptual al campo. Lidia

    buscaba un lugar donde conversar y con quines hacerlo. Diana buscaba una escuela, y

    Bety le ofreci la 40. Rosana estaba ms avanzada en el campo y slo quera conversar

    porque Martha era demasiado nativa para ella: universitaria, acadmica, con lenguaje y

    perspectiva similares. Rosana no le explic a Martha que quera hablar de Pepe pero fue la

    conexin entre su apellido y Malvinas un punto de re-conocimiento; entonces Martha le fue

    mostrando el tortuoso camino de no querer optar entre dos mundos afectivos y la

    investigacin de Rosana se torci irremediablemente.

    Las tres investigadoras encontraron en sus interlocutoras mucho ms que

    informacin. Al analizar sus reflexividades descubrieron las sendas por dnde indagar y las

    formas de hacerlo. La bandera del Belgrano, la violacin de Miriam y la desaparicin de

    Pepe fueron plantadas por el campo y las investigadoras las retomaron sin saber adnde las

    llevaran. Pero en verdad no fue el campo en abstracto sino ciertas personas en ciertas

    situaciones las que demandaron la confianza de las investigadoras (adems de entregarles

    su confianza, como suelen plantear los textos de metodologa). La conversacin entre

    mujeres-vecinas-colegas-militantes, la reunin de los jueves en el Barrio San Jorge, la sala

    de Direccin de la 40, y un restaurante cntrico de Crdoba, no eran meros espacios sino

    mtodos que las tres adoptaron porque les fueron ofrecidos por sus interlocutoras-guas-

    baquianas. stas fueron clave no porque fueran las jefas de informantes o detentaran la

    perspectiva prioritaria de toda la interpretacin.

    Y as como cualquiera puede ser informante clave, as tambin cualquier actividad

    puede convertirse en una tcnica de recoleccin de datos. Las formas de acceso, las

    formas de conversar y de escuchar, el punto justo que buscaba Lidia, las ancdotas no

    pueden planificarse en el laboratorio. Es arduo descubrir las palabras (y gestos) mgicos

    que en cada caso abrieron las cuevas de Al Bab y revelaron los tesoros ocultos que quizs

    estn siempre ah pero muy pocos alcanzan a ver y menos an se dedican a escuchar.

    A veces estos encuentros fluyen como encuentros entre mujeres porque involucran

    referencias a la maternidad, a la filiacin, y a las ansiedades de madres, hijas y mujeres. A

    veces son encuentros entre militantes gremiales de una poca que las reuni y las lanz a la

    vida laboral, imaginando un pas mejor. A veces son encuentros entre universitarias que

    intentan desarrollar sus carreras acadmicas, sus familias, sus ideas sobre algn campo de

  • 24

    indagacin, publicar en una buena revista acadmica y ganar algn concurso docente. Todo

    esto se despliega, a menudo sin palabras, en esos encuentros que definen su carcter en su

    mera ocurrencia, es decir, segn las reflexividades en juego. Las investigadoras lo

    aprendieron sin necesidad de registrarlo en un grabador ni en la toma simultnea de notas.

    Aunque Lidia tema perder datos en su conversacin inesperada con Martina y Victoria,

    pudo recordar al detalle porque las escuch con la misma intensidad con que Martina vivi

    el acoso de su padre y lo transcribi luego a su diario. Probar un dato no es una necesidad

    acadmica sino jurdica, como saben Martina, Victoria y Miriam. Probar la validez de un

    dato es algo muy diferente. Rosana entendi el gesto desgarrado de Martha sin filmadora;

    entendi que deba caminar por ah para entender el mundo en que los pilotos y sus familias

    transitan esta tarda postguerra que jams abandon el molde dualista. Y Diana entendi

    que de todas las afirmaciones de principios poltico-gremiales ella deba seguir la pista por

    la cual la bandera del Belgrano se transform en la bandera de la 40.

    Reconocer la reflexividad propia cuando encuentra otras reflexividades en el campo

    ayuda, en suma, a entender que las tcnicas etnogrficas son contexto-dependientes y en

    s mismas el camino de la investigacin; lo interesante no es aplicar las tcnicas sino

    descubrirlas, porque al hacerlo tambin se descubre el campo y a nosotras en l. Una

    premisa tan crucial en un pas tan escindido que necesita re-conocersevi

    .

    NOTAS i Slo la Universidad Nacional de Misiones dict una licenciatura en antropologa social

    desde 1974 (ver Bartolom et.al. 2010).

    ii El Crucero ARA General Belgrano fue atacado por un submarino nuclear fuera del rea

    de exclusin establecida por Gran Bretaa, el 2 de mayo de 1982. El hecho provoc 323

    muertos, la mitad de todas las bajas argentinas. El Belgrano llevaba 1093 tripulantes

    (Bonzo 1992).

    iii

    Sindicato nico de Trabajadores de la Educacin de la Provincia de Buenos Aires,

    organizacin de docentes que integran CTERA.

    iv

    Guaina = (guar.) chica, mujer joven.

    v Claro que el periodismo que mi padre criticaba con justicia, no tiene el problema del

    punto justo: aborda las perversiones de la sexualidad en todas sus aristas pero ingresa por la ventana, sin cuidar la intimidad ni la vergenza; por eso viola la vida privada, los sentimientos y la seguridad.

  • 25

    RFRENCES

    Bartolom, L. (ed.) (2010) Argentina: la enseanza de la antropologa social en el contexto

    de las ciencias antropolgicas. RAM-WAN. LASA-Ford. http://www.ram-

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