15 Verdades de Miguel Hidalgo y Costilla

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| EMEEQUIS | 22 DE ENERO DE 2009 Paco Ignacio Taibo II 15 VERDADES SOBRE MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA Este 15 de septiembre se cumplen 200 años del Grito de Independencia y en México prevalece hasta hoy la representación oficial de Miguel Hidalgo y Costilla como un cura “blando” y “bobalicón”. Sin embargo, un efecto positivo de la conmemoración del bicentenario es que también se ha producido, desde abajo de la sociedad, una revisión crítica de la figura de bronce que los mexicanos conocemos como el Padre de la Patria. Por las siguientes páginas correrán, en paralelo, dos visiones de Miguel Hidalgo y Costilla que comparten un espíritu desmitificador y antisolemne: la del escritor y periodista Paco Ignacio Taibo II y la del caricaturista José Trinidad Camacho, quien firma sus obras como Trino. Taibo II resume, en entrevista con emeequis , 15 de las verdades ocultas sobre Hidalgo que ha compartido a lo largo y ancho del país en cientos de conferencias. En el caso de Trino, las viñetas provienen de su libro más reciente, Historias desconocidas de la Independencia y la Revolución, de editorial Tusquets, con cuya autorización las publicamos. Por Patricia Vega [email protected] Fotografía: Eduardo Loza

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Paco Ignacio Taibo II

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HIdalgo y CosTIllaeste 15 de septiembre se cumplen 200 años del Grito de Independencia

y en México prevalece hasta hoy la representación oficial deMiguel Hidalgo y Costilla como un cura “blando” y “bobalicón”.

Sin embargo, un efecto positivo de la conmemoración del bicentenario es que también se ha producido, desde abajo de la sociedad, una

revisión crítica de la figura de bronce que los mexicanos conocemos como el Padre de la Patria.

Por las siguientes páginas correrán, en paralelo, dos visiones de Miguel Hidalgo y Costilla que comparten un espíritu desmitificador y antisolemne: la del escritor y periodista Paco Ignacio Taibo II y la del caricaturista

José Trinidad Camacho, quien firma sus obras como Trino. Taibo II resume, en entrevista con emeequis, 15 de las verdades ocultas

sobre Hidalgo que ha compartido a lo largo y ancho del país en cientos de conferencias. en el caso de Trino, las viñetas provienen de su libro más reciente, Historias desconocidas de la Independencia y la Revolución,

de editorial Tusquets, con cuya autorización las publicamos.

Por Patricia Vega [email protected] Fotografía: Eduardo Loza

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Por Patricia Vega [email protected] Fotografía: Eduardo Loza

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Tiene la palabra Paco Ignacio Taibo II. Quince breves lecciones de la otra historia de Miguel Hidalgo y Costilla:

Existe documentación muy buena y bas-tante fiable sobre la primera etapa de la Independencia. El problema es que a todo ese material se le puso encima una gran loza: la de un Padre de la Patria bobalicón, políticamente correcto, blando y no sujeto a discusión. Nunca se analizaron las su-puestas contradicciones: era cura, sí, pero tuvo dos hijas, Josefa y Micaela, con Jose-fina Quintana; y, posteriormente, a Agus-tina y Lino Mariano, con Manuela Ramos Pichardo. Nunca se hacía alusión a la pa-ternidad de Hidalgo y cuando se llegaba a mencionar, se hacía en voz baja y sin que formara parte de la versión oficial.

La Nueva España era una sociedad cla-sista, muy cerrada y opresora, en la que las posibilidades para adquirir educación superior y ascender en la escala social se limitaban al clero o al ejército. Muchos sacerdotes que no eran partidarios del ce-libato llegaron a los pueblos para servir a sus comunidades y adquirir educación. Si se revisa la larguísima lista de curas revolucionarios en la primera etapa de la guerra de Independencia, veremos que se está hablando de cientos, de los cuales la inmensa mayoría tuvo hijos.

La imagen del cura abuelito, apocado, avejentado, vestido con ese horrible ropón al que parece que le pusieron un cortinero para amarrarlo, es absolutamente falsa; es una fabricación realizada durante el im-perio de Maximiliano, quien le encargó al pintor cortesano Joaquín Ramírez un retrato de Hidalgo para colgarlo tras de sí en un salón del Castillo de Chapultepec y construir un poco de mexicanidad en torno suyo. Hidalgo nunca fue retratado en vida y aunque Ramírez viajó a Dolores para interrogar a quienes habían conocido a Hidalgo, lo hizo 50 años después de su muerte y seguramente recogió testimo-nios poco confiables. Paradójicamente, de ese retrato han salido las imágenes poste-riores.

Cuando empiezas a explorar a Miguel Hidalgo, te vas encontrando cosas cada vez más interesantes. El descubrimiento de que hablaba siete lenguas da una idea muy clara de sus posibilidades de interlo-cución. Hablaba francés, italiano, espa-ñol y latín, lenguas que le permiten entrar en contacto con la Ilustración europea y con las ideas revolucionarias francesas.

Pero, al mismo tiempo, también hablaba purépecha, otomí y náhuatl, destreza que le permitió conectarse con las comunidades indígenas; esto da una imagen del personaje muchísimo más sólida que cualquier otra ca-racterística.

Al analizar los hechos, uno se da cuenta de que, en unos cuantos días, Hidalgo levanta un ejército de 25 mil indí-genas, pero no les anda diciendo “Fernando VII tal o cual cosa”; les promete una revolución social, el cambio abso-luto. Hay diversos testimonios de que Hidalgo vaciaba las cárceles a su paso. Ordenaba que se abrieran las puertas y decía: “Hijos míos, estáis libres” o “Hijos míos, su justicia no es nuestra justicia”. Con ello quería decir que la justicia virreinal no era la justicia del pueblo. Estamos ante un re-volucionario radical.

Hidalgo juega un papel absolutamente secundario en la conspiración de Querétaro. Sin embargo, cuando la conspiración es denunciada por todos lados y todo el mundo sale corriendo, Hidalgo no lo hace y, en cambio, pronuncia en Dolores la frase que habrá de cambiar la historia de nuestro país: “Caballeros somos perdidos, aquí no hay más remedio que ir a coger gachupines”. El personaje se revalora como un revolucionario social.

Actas de la Inquisición acusan a Hidalgo por no creer en los Reyes Magos. A través de esas denuncias, que pueden ser relativamente ciertas o falsas, producto de celos o de envidias, se puede ir detectando la imagen de un sacer-dote que hacía una lectura racional de la Biblia, que no le tenía mucho respeto a una Biblia estudiada de rodillas y con devoción.

La relación de Miguel Hidalgo con la Iglesia católica era bastante tormentosa, el tipo de relación que podía tener un cura ilustrado, que tenía entre sus lecturas favoritas al Corán, las obras de teatro de Molière y Racine, y los escritos de Voltaire, Diderot y Rousseau. Está clarísimo que era un sacerdote ilustrado con un contacto profundo con las comunidades indígenas.

Cuando Hidalgo lanza la rebelión, la lanza de verdad, en busca de la transformación profunda del viejo orden. Estamos ante un cura revolucionario y ésta no es la ima-gen que construyó de él la historia oficial, que no estaba interesada en un cura contestatario y saqueador de ha-ciendas.

Cuando un sacerdote deja de ser sacerdote, se practican varios rituales, entre ellos rasparles con un cepillo de alambre o una lija las manos que estuvieron en contacto con la hostia. Sin embargo, en la excomunión de Miguel Hidalgo —hay dos actas de excomunión— existe algo de-trás del sentido ritual: por el fuero religioso tenía que ser sometido a un tribunal religioso; así que por eso debían convertirlo en civil para que pudiera ser fusilado. Si ese tribunal religioso lo convierte en un no sacerdote al ex-comulgarlo, entonces se abre el camino para que las au-toridades virreinales lo fusilen. La responsabilidad del clero en el asesinato y fusilamiento de Hidalgo es muy clara.

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Hay una contradicción porque a Hidalgo lo excomulgan, pero después de fusilarlo lo en-tierran en un camposanto. Y es que el oficial a cargo del pelotón de fusilamiento, de apellido Armendáriz, enterró a Hidalgo donde pudo para liberarse de él lo antes posible. A un ta-rahumara que andaba por ahí le pagaron 25 pesos por cortarle la cabeza con un machete para mandarla a Guanajuato, junto con las de Allende, Aldama y Jiménez, para que fueran colgadas en las cuatro esquinas de la Alhóndi-ga de Granaditas, como escarmiento; ahí per-manecieron colgadas en jaulas como trofeos durante 10 años.

Armendáriz dejó un testimonio, publicado en la prensa, muy detallado del fusilamiento de Hidalgo. Éste repartió unos dulces entre los soldados que lo iban a fusilar. Es una escena terrible porque el pelotón le dispara tres veces sin que las balas den en el blanco. A Hidalgo se le cae la venda de los ojos y se les queda miran-do a los soldados que lo están fusilando. Los tiros no dan correctamente, le producen heri-das en el estómago y le destrozan el cuerpo. A manera de tiro de gracia, Armendáriz ordena a los soldados que dispararan poniendo la boca de los fusiles en el corazón. Así es como Miguel Hidalgo murió en la ciudad de Chihuahua.

Uno de los momentos en los que se puede observar el espíritu revolucionario de Miguel Hidalgo es durante su conversación con los indios comanches. Hidalgo se encontraba en Saltillo, descansando en su huida hacia el norte tras una derrota. Los indios iban armados con arcos, flechas y lanzas. Hidalgo les comentó que venía de hacerles la guerra a los españoles en el interior del país y que, si bien había sufrido una derrota, iba a continuar con esa guerra porque ya era la hora de la justicia.

Para Hidalgo, la guerra de Independencia era tam-bién una guerra de castas, con lo que se ubica en el límite de la radicalidad. Los comanches le prometieron al cura que reunirían a sus tribus y que se encontrarían con él en Béjar, Chihuahua. Pero fue fusilado antes de poder cum-plir con la cita acordada.

Si se compara al cura Hidalgo con otras figuras de la in-dependencia de otros países de América Latina, éstas se notarán extremadamente blandas, mientras que Hidal-go fue radical.

El Miguel Hidalgo y Costilla de carne y hueso es una figura molesta, incómoda, revolucionaria. Y si uno se reivindica como descendiente de Hidalgo, reivindica la transformación social de este país que todavía no se ha producido.

Por eso, en lugar de difundir sus ideas, se le vuelve un personaje políticamente inocente y se pasa al asunto de los huesos. ¶

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