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Historia 4° año - 1 - 1806 1820. De las invasiones inglesas a la disolución del poder central. El actual territorio argentino pertenecía a la corona española. Su alejada posición de los grandes centros urbanos en América y su falta de productos de exportación la ubicó en una posición marginal dentro de las posesiones del imperio español. Buenos Aires era una pequeña ciudad considerada como tapón en la retaguardia del imperio. La población Buenos Aires había subsistido gracias al contrabando y a una producción fluctuante de cueros de ganado cimarrón que eran consumidos más por el Interior que exportados. La creación del Virreinato de Río de la Plata le da aires a Buenos Aires. Esta ciudad pasa a ser capital y pone bajo su órbita una de las mayores fuentes de riqueza de América: las minas de Potosí. Así el nuevo circuito comercial llevaría los productos que ingresan por el ahora legal puerto de Buenos Aires hacia todo el Interior y a Potosí y desde Potosí llegaría la plata que se enviaría a la metrópoli. Hablamos de beneficios pero estos beneficios no fueron para todos. La apertura de nuevos puertos trajo aparejada la llegada de nuevos comerciantes peninsulares que venían con excelentes contactos en la metrópoli. Esto significaba un duro golpe a los comerciantes ya instalados que veían mermar sus ganancias tanto producto del comercio legal como del contrabando. En el orden político las reformas borbónicas excluyen a los nacidos en América de los mejores puestos de gobierno. Se evidencia así una diferenciación entre los criollos y los peninsulares. Las invasiones inglesas En 1806 una fuerza militar inglesa al mando de Beresford proveniente de Cabo de Buena Esperanza invade Buenos Aires. Las escasas fuerzas militares que la corona española tenían en la ciudad no pueden resistir el poderío inglés y son rápidamente derrotados. El virrey, Marqués de Sobremonte, huye hacia el Interior intentando salvar las rentas del Estado que finalmente son capturadas en Luján y enviadas a Inglaterra. Las familias porteñas acomodadas se adaptan a la situación, muchas de ellas ospedan en sus casas a los jefes militares ingleses y pretenden sacar la mejor tajada del libre comercio que impone la ocupación británica. Sin embargo, son los sectores más humildes y la juventud de la ciudad quienes organizan la resistencia y al mando de Santiago de Liniers, un militar francés al servicio de los españoles, se produce la derrota de las fuerzas británicas y la reconquista de la ciudad el 12 de agosto de 1806. Tras la derrota inglesa la población de Buenos Aires destituye de facto al virrey de Sobremonte y pone en su lugar a Liniers que encarga la formación de milicias para la defensa de la ciudad en caso de la llegada de una nueva expedición inglesa. Los cuerpos milicianos se formaron por procedencia creándose los regimientos de vizcaínos, asturianos, catalanes, etc. Los criollos formaron los regimientos de patricios, arribeños, pardos y morenos. Una situación muy particular que se dio en estas milicias es que sus jefes fueron elegidos por mérito entre sus propios integrantes. Esto hoy nos parecería algo normal pero para la época, en una colonia gobernada por los enviados de un rey absolutista, era algo fuera de lo común. La nueva incursión británica no se hizo esperar y en junio de 1807 desembarcaron en las cercanías de Buenos Aires al mando de Whitelocke. Las tropas de Liniers fracasaron en detenerlos antes del ingreso a la ciudad, pero la valentía y decisión de los y las habitantes de Buenos Aires hicieron retroceder al invasor logrando posteriormente su derrota definitiva el 6 de julio de 1807. Las invasiones británicas demostraron que los hispanoamericanos no tenían ganas de cambiar un amo imperial por otro al tiempo que mostraron las grandes fallas del imperio español del sur, su frágil administración, sus débiles defensas. Fueron sus habitantes y no España quienes defendieron Buenos Aires. Por otro lado, los criollos le tomaron gusto al poder, descubrieron su fuerza y adquirieron sentido de identidad. El poder, una vez adquirido, no iba a ser abandonado. La invasión de Napoleón a España (1808) Mientras que la debilidad de España en América llevó a los criollos a la política, la crisis española en Europa les dio una mayor oportunidad de hacer progresar a sus intereses. En marzo de 1808 Carlos IV abdicó a favor de su hijo Fernando. Esto fue seguido rápidamente por la ocupación francesa de Madrid, el encarcelamiento de Fernando VII y la proclamación de José Bonaparte como rey de España y de las Indias. Las colonias proclamaron su lealtad a Fernando y siguieron siendo fieles a la autoridad virreinal. Pero semejante actitud era poco realista. Fernando estaba bajo custodia y en realidad no gobernaba España. ¿Cómo podía gobernar América?. La llamada Junta Central, constituida en Aranjuez en 1808 y posteriormente trasladada a Sevilla, gobernaba en nombre de Fernando VII, aunque no eran pocos los que cuestionaban los derechos de ésta a gobernar. La Revolución de Mayo Cuando los ejércitos de Napoleón ocuparon la península Ibérica, el equilibrio de las fuerzas sociales en Buenos Aires había cambiado. La administración había perdido terreno durante las invasiones británicas y tras la reconquista al mando de Liniers. Esto dejó el camino libre a los dos grupos criollos, el de los militares y el de los intelectuales, que poseían las armas y las ideas para tomar la iniciativa. Ya estaba dispuesto un movimiento clandestino criollo, y sus planes estaban preparados. Belgrano, Castelli y Nicolás Rodríguez Peña eran sus dirigentes. Habían ganado para su causa a los oficiales superiores de la milicia, cuyas fuerzas fueron cuestionadas en el pasado por los españoles y que ahora ardían en entusiasmo ante

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1806 – 1820. De las invasiones inglesas a la disolución del

poder central.

El actual territorio argentino pertenecía a la corona

española. Su alejada posición de los grandes centros

urbanos en América y su falta de productos de

exportación la ubicó en una posición marginal dentro de

las posesiones del imperio español. Buenos Aires era una

pequeña ciudad considerada como tapón en la retaguardia

del imperio. La población Buenos Aires había subsistido

gracias al contrabando y a una producción fluctuante de

cueros de ganado cimarrón que eran consumidos más por

el Interior que exportados.

La creación del Virreinato de Río de la Plata le da aires a

Buenos Aires. Esta ciudad pasa a ser capital y pone bajo

su órbita una de las mayores fuentes de riqueza de

América: las minas de Potosí. Así el nuevo circuito

comercial llevaría los productos que ingresan por el ahora

legal puerto de Buenos Aires hacia todo el Interior y a

Potosí y desde Potosí llegaría la plata que se enviaría a la

metrópoli.

Hablamos de beneficios pero estos beneficios no fueron

para todos. La apertura de nuevos puertos trajo aparejada

la llegada de nuevos comerciantes peninsulares que

venían con excelentes contactos en la metrópoli. Esto

significaba un duro golpe a los comerciantes ya instalados

que veían mermar sus ganancias tanto producto del

comercio legal como del contrabando. En el orden

político las reformas borbónicas excluyen a los nacidos en

América de los mejores puestos de gobierno. Se evidencia

así una diferenciación entre los criollos y los peninsulares.

Las invasiones inglesas

En 1806 una fuerza militar inglesa al mando de Beresford

proveniente de Cabo de Buena Esperanza invade Buenos

Aires. Las escasas fuerzas militares que la corona

española tenían en la ciudad no pueden resistir el poderío

inglés y son rápidamente derrotados. El virrey, Marqués

de Sobremonte, huye hacia el Interior intentando salvar

las rentas del Estado que finalmente son capturadas en

Luján y enviadas a Inglaterra. Las familias porteñas

acomodadas se adaptan a la situación, muchas de ellas

ospedan en sus casas a los jefes militares ingleses y

pretenden sacar la mejor tajada del libre comercio que

impone la ocupación británica. Sin embargo, son los

sectores más humildes y la juventud de la ciudad quienes

organizan la resistencia y al mando de Santiago de

Liniers, un militar francés al servicio de los españoles, se

produce la derrota de las fuerzas británicas y la

reconquista de la ciudad el 12 de agosto de 1806.

Tras la derrota inglesa la población de Buenos Aires

destituye de facto al virrey de Sobremonte y pone en su

lugar a Liniers que encarga la formación de milicias para

la defensa de la ciudad en caso de la llegada de una nueva

expedición inglesa. Los cuerpos milicianos se formaron

por procedencia creándose los regimientos de vizcaínos,

asturianos, catalanes, etc. Los criollos formaron los

regimientos de patricios, arribeños, pardos y morenos.

Una situación muy particular que se dio en estas milicias

es que sus jefes fueron elegidos por mérito entre sus

propios integrantes. Esto hoy nos parecería algo normal

pero para la época, en una colonia gobernada por los

enviados de un rey absolutista, era algo fuera de lo

común.

La nueva incursión británica no se hizo esperar y en junio

de 1807 desembarcaron en las cercanías de Buenos Aires

al mando de Whitelocke. Las tropas de Liniers fracasaron

en detenerlos antes del ingreso a la ciudad, pero la

valentía y decisión de los y las habitantes de Buenos Aires

hicieron retroceder al invasor logrando posteriormente su

derrota definitiva el 6 de julio de 1807.

Las invasiones británicas demostraron que los

hispanoamericanos no tenían ganas de cambiar un amo

imperial por otro al tiempo que mostraron las grandes

fallas del imperio español del sur, su frágil

administración, sus débiles defensas. Fueron sus

habitantes y no España quienes defendieron Buenos

Aires. Por otro lado, los criollos le tomaron gusto al

poder, descubrieron su fuerza y adquirieron sentido de

identidad. El poder, una vez adquirido, no iba a ser

abandonado.

La invasión de Napoleón a España (1808)

Mientras que la debilidad de España en América llevó a

los criollos a la política, la crisis española en Europa les

dio una mayor oportunidad de hacer progresar a sus

intereses. En marzo de 1808 Carlos IV abdicó a favor de

su hijo Fernando. Esto fue seguido rápidamente por la

ocupación francesa de Madrid, el encarcelamiento de

Fernando VII y la proclamación de José Bonaparte como

rey de España y de las Indias. Las colonias proclamaron

su lealtad a Fernando y siguieron siendo fieles a la

autoridad virreinal. Pero semejante actitud era poco

realista. Fernando estaba bajo custodia y en realidad

no gobernaba España. ¿Cómo podía gobernar

América?. La llamada Junta Central, constituida en

Aranjuez en 1808 y posteriormente trasladada a Sevilla,

gobernaba en nombre de Fernando VII, aunque no eran

pocos los que cuestionaban los derechos de ésta a

gobernar.

La Revolución de Mayo

Cuando los ejércitos de Napoleón ocuparon la península

Ibérica, el equilibrio de las fuerzas sociales en Buenos

Aires había cambiado. La administración había perdido

terreno durante las invasiones británicas y tras la

reconquista al mando de Liniers. Esto dejó el camino libre

a los dos grupos criollos, el de los militares y el de los

intelectuales, que poseían las armas y las ideas para tomar

la iniciativa.

Ya estaba dispuesto un movimiento clandestino criollo, y

sus planes estaban preparados. Belgrano, Castelli y

Nicolás Rodríguez Peña eran sus dirigentes. Habían

ganado para su causa a los oficiales superiores de la

milicia, cuyas fuerzas fueron cuestionadas en el pasado

por los españoles y que ahora ardían en entusiasmo ante

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las perspectivas de mejorar su posición. Así, la revolución

fue iniciada el 18-19 de mayo, conocida la noticia de la

caída de la Junta Central de Sevilla en manos de las

fuerzas napoleónicas. Cornelio Saavedra, y sus colegas de

la milicia presionaron al virrey Cisneros1 para que

convocaran a Cabildo Abierto. El 21 de mayo se realiza la

convocatoria para el 22 de mayo. La intención de sus

autores era simple: deponer al virrey y nombrar un nuevo

gobierno.

Era una asamblea representativa sólo en un sentido

limitado. Un cabildo abierto era un instrumento

tradicional que reunía sólo a la elite urbana (funcionarios, eclesiásticos y propietarios). En esta

reunión el obispo Lue representó la voz más conservadora

señalando que mientras exista en América un español ésta

tendría poder por sobre los americanos. El joven Castelli

apoyó sus argumentos en el concepto de soberanía

popular, señaló que al estar cautivo Fernando VII la

soberanía retornaba al pueblo. Tras esta reunión el

Cabildo nombró el 24 de mayo una junta de cuatro

personas, que incluía a Castelli y a Saavedra pero

mantenía al virrey como presidente. Esta junta que no

respondía al nuevo equilibrio de poder en Buenos Aires

fue rechazada. El 25 de mayo se congregaron en frente al

cabildo los ciudadanos de Buenos Aires y las milicias que

exigieron la formación de una nueva junta. El cabildo

proclamó una junta presidida por Saavedra que contaba

con Belgrano y Castelli entre sus miembros y donde

Mariano Moreno era uno de los secretarios. En esta

segunda junta la administración y los conservadores

españoles quedaban eliminados. El poder en realidad era

compartido por los militares y los intelectuales.

Esta era una revolución patricia, realizada por una elite

que hablaba en nombre del pueblo sin consultarle. Como

muchas revoluciones, fue iniciada por una minoría que

consiguió movilizar –y manipular- a una mayoría.

Si los acontecimientos del 25 de mayo no eran

precisamente “democráticos” debemos analizar ahora si

eran realmente revolucionarios. La junta invoca la

autoridad y el nombre del rey Fernando VII para

gobernar. Así parecería que solo cambian los nombres

locales pero no la política. Pese a esto podemos decir que

estos signos de continuidad política eran más aparentes

que reales. La deferencia formal hacia Fernando era un

instrumento conveniente, una táctica. Asumiendo “la

máscara de Fernando” los patriotas esperaban

capitalizar los restos de los sentimientos realistas en el

pueblo del Río de la Plata, impedir una contrarrevolución

española y asegurarse el apoyo de Gran Bretaña, la

poderosa aliada de España. Además, no suponía un gran

compromiso ni ningún sacrificio real invocar la soberanía

de un hombre que ya no era soberano, someterse a un

gobernante que no gobernaba, hablar por una corona que

estaba en cautividad. La máscara de Fernando se cayó

cuando, después de la derrota de Napoleón, el rey volvió

al poder en España.

Así, la Revolución de Mayo fue algo más que una

extensión de la resistencia española a la invasión

napoleónica, fue la rebelión de una colonia, dirigida por

revolucionarios violentos y radicales, cuya lealtad hacia el

1 Cisneros había sido nombrado virrey por la Junta Central y reemplaza

a Liniers que era cuestionado por su condición de francés.

rey cautivo no podía ser tomada en serio. Y en Buenos

Aires pocos contemporáneos hacían distinción entre

independencia de España e independencia de la corona

española. En resumen, el cambio de facto fue tan

revolucionario que tiene relativamente poca importancia

que los insurgentes se engañaran a sí mismos o a los

demás con la “máscara de Fernando”.

Buenos Aires /Interior –Liberales /Conservadores

No bien entró en funciones la Junta comprendió que el

primero de los problemas que debía afrontar era el de sus

relaciones con el resto del virreinato y como primera

medida invitó a los cabildos del Interior a que enviaran

sus diputados. Sabiendo que habría resistencia, se dispuso

enseguida la organización de dos expediciones militares.

Montevideo, Asunción, Córdoba y Mendoza se mostraron

hostiles a Buenos Aires.

Moreno pensaba que el movimiento de los criollos debía

canalizarse hacia un orden democrático a través de la

educación popular, que permitiría la difusión de las

nuevas ideas. Frente a él, comenzaron a organizarse las

fuerzas conservadoras, para las que el gobierno propio no

significaba sino la transferencia de los privilegios de que

gozaban los funcionarios y los comerciantes españoles a

los funcionarios y hacendados criollos que se enriquecían

con la exportación de los productos ganaderos.

Los intereses y los problemas se entrecruzaban. Los

liberales y los conservadores se enfrentaban por sus

opiniones pero los porteños y las gentes del Interior se

enfrentaban por sus opuestos intereses. Buenos Aires

aspiraba a mantener la hegemonía política heredada del

virreinato; y en ese designio comenzaron los hombres del

Interior a ver el propósito de ciertos sectores de

asegurarse el poder y las ventajas económicas que

proporcionaba el control de la aduana porteña. Intereses e

ideologías se confundían en el delineamiento de las

posiciones políticas cuya irreductibilidad conduciría luego

a la guerra civil.

La expedición militar enviada al Alto Perú para contener

a las fuerzas del virrey de Lima consiguió sofocar en

Córdoba una contrarrevolución, y la Junta ordenó fusilar

en Cabeza de Tigre a su jefe Liniers y a los principales

comprometidos. Pero los sentimientos conservadores

predominaban en el Interior aún entre los partidarios de la

revolución; de modo que cuando Moreno comprendió la

influencia que ejercerían los diputados que comenzaban a

llegar a Buenos Aires, se opuso a que se incorporaran al

gobierno ejecutivo (Junta Grande). La hostilidad entre

los dos grupos estalló entonces. Saavedra aglutinó los

grupos conservadores, Castelli y Belgrano, que eran

liberales, se encontraban al mando de las expediciones

militares y Moreno, en minoría, renunció a su cargo. Poco

antes, el ejército del Alto Perú había vencido en la batalla

de Suipacha; pero en cambio, el ejército enviado al

Paraguay fue derrotado. Al comenzar el año 1811, el

optimista entusiasmo de los primeros días comenzaba a

ceder frente a los peligros que la revolución tenía que

enfrentar dentro y fuera de las fronteras.

Tras la renuncia de Moreno y su posterior muerte, los

morenistas tuvieron que abandonar sus cargos, pero sus

adversarios no pudieron capitalizar este triunfo ya que las

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derrotas en el Alto Perú desprestigiaron al gobierno. La

guerra implicaba toma de decisiones rápidas que no

podían darse en el marco de la Junta Grande y fue así que

se creó un poder ejecutivo de tres miembros –el

Triunvirato. El triunvirato a instancias de su secretario,

Bernardino Rivadavia, disolvió las Juntas provinciales y

la Junta Grande, prohibió a Belgrano la utilización de la

bandera creada para identificar a sus tropas antes de

hacerse cargo del ejército del Norte.

Los realistas amenazaban desde Montevideo. Un ejército

había llegado desde Buenos Aires para apoderarse de la

ciudad y había logrado vencer gracias al apoyo de la

campaña oriental al mando de Artigas. Quedaba, sin

embargo, el peligro de las incursiones ribereñas de la

flotilla española. El triunvirato decidió crear un cuerpo de

granaderos para la vigilancia costera. La tarea de

organizarlo fue encomendada a José de San Martín, recién

llegado de Londres en compañía de Carlos María de

Alvear y Matías Zapiola. Esto militares habían estado en

contacto con el venezolano Miranda y a poco de llegar se

habían agrupado en una sociedad secreta –la Logia

Lautaro- cuyos ideales emancipadores coincidían con los

de la Sociedad Patriótica que encabezaba Bernardo de

Monteagudo y se expresaban en el periódico Mártir o

libre.

El triunvirato concentraba el poder e impedía la

conformación de una asamblea constituyente. Ante esto

los regimientos de San Martín y otros se movilizaron a la

plaza el 8 de octubre de 1812 para exigir la renuncia del

triunvirato y la conformación de uno nuevo más proclive

a las posiciones revolucionarias.

La Asamblea del año XIII

Entre las exigencias de los revolucionarios de octubre

estaba la de convocar a una Asamblea General

Constituyente, y el 31 de enero de 1813 el cuerpo se

reunió en edificio del antiguo Consulado.

Entonces estalló ostensiblemente el conflicto entre

Buenos Aires y las provincias al rechazar la Asamblea las

credenciales de los diputados de la Banda Oriental, a

quienes inspiraba Artigas y sostenían decididamente la

tesis federalista.

Pero pese a ese contraste, la Asamblea cumplió una obra

fundamental. Evitando las declaraciones explícitas,

afirmó la independencia y la soberanía de la nueva

nación: suprimió los signos de la dependencia política en

los documentos públicos y en las monedas, y consagró

como canción nacional la que compuso Vicente López y

Planes anunciando el advenimiento de una “nueva y

gloriosa nación”, suprimieron la inquisición y ordenaron

que se quemaran en la plaza pública los instrumentos de

tortura. Era el triunfo del progreso y de las luces.

Pero a medida que pasaban los meses la situación se

ensombrecía. Alvear y sus amigos agudizaban las

pretensiones porteñas de predominio, de las que

recelaban cada vez más los hombres que surgían como

jefes en las ciudades y en los campos del Interior. Y en las

fronteras, los realistas derrotaban al ejército del Alto Perú.

Fue un duro golpe para la nueva nación y para el jefe

vencido: Manuel Belgrano. En parte por ese sentimiento y

en parte por las ambiciones de Alvear, la Asamblea

resolvió a fines de enero de 1814 crear un poder ejecutivo

unipersonal con el título de Director Supremo de las

Provincias Unidas. Ocupó el cargo por primera vez

Gervasio Antonio de Posadas.

La situación exterior empeoraba. Mientras trabajaba para

constituir una flota de guerra, Posadas apuró las

operaciones frente a Montevideo, que se habían

complicado por las disidencias entre los porteños y los

orientales. El Directorio declaró a Artigas fuera de la ley,

agravándose la situación cuando designó jefe del ejército

sitiador a Alvear, el más intransigente de los porteños.

Fue él quien recogió los frutos del largo asedio de los

revolucionarios orientales y logró entrar en Montevideo

en junio de 1814. La resistencia de los orientales al

control porteño comenzó a ser cada vez más enconada,

hasta convertirse en ruptura a partir del momento en que

Alvear fue nombrado Director Supremo en enero de 1815.

Los contrastes militares dividieron las opiniones.

Mientras San Martín logró cierta autonomía para preparar

en Cuyo su expedición a Chile y al Perú, Alvear comenzó

unas sutiles escaramuzas diplomáticas destinadas a

obtener ayuda inglesa sin reparar en el precio. Quienes no

compartían sus opiniones –que fueron la mayoría y

especialmente en las provincias- no vieron en esa

maniobra sino derrotismo y traición. Artigas encabezó la

resistencia y las provincias de la Mesopotamia argentina

cayeron muy pronto bajo su influencia política.

Los pueblos del Interior no ocultaban su animadversión

contra Buenos Aires y el 3 de abril se sublevó en

Fontezuelas el ejército con que Alvear contaba para

reprimir la insurrección de los santafecinos apoyada por

Artigas. La crisis se precipitó. Alvear renunció, la

Asamblea fue disuelta, se eclipsó la estrella de la Logia

Lautaro y el mando supremo fue encomendado a

Rondeau, que se encontraba a cargo del ejército del Alto

Perú. Pero la revolución federal de Fontezuelas había

demostrado la impotencia del gobierno de Buenos Aires y

desde entonces el desafío de los pueblos del Interior

comenzó a hacerse más apremiante.

La declaración de independencia

Era visible que el país marchaba hacia la disolución del

orden político vigente desde mayo de 1810. A esta crisis

interna se agregaba la crisis exterior; derrotado el Ejército

del Norte en Sipe-Sipe en noviembre de 1815, la frontera

del norte quedaba confiada a las fuerzas de contención de

Martín Miguel de Güemes y podía preverse que España –

donde Fernando VII había vuelto a ocupar el trono en

marzo de 1814- intentaría una ofensiva definitiva.

Morelos había caído en México, Bolívar había sido

derrotado en Venezuela, y en octubre de 1814 los realistas

habían vencido a los patriotas chilenos en Rancagua. La

amenaza era grave y para afrontarla el gobierno convocó

un congreso que debía reunirse en la ciudad de Tucumán.

Ante la convocatoria se definieron las encontradas

posiciones. Un grupo de diputados, adictos al gobierno de

Buenos Aires, apoyaría un régimen centralista, en tanto

que otro, fiel a las ideas de Artigas, propondría un

régimen federal. Eran dos concepciones acerca de la vida

económica e institucional del país. Poco a poco los

pueblos del interior adhirieron a la causa del federalismo,

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en el que todos veían una

esperanza de autonomía

regional.

El Congreso no contó

con representantes de las

provincias litorales. Los

que llegaron a Tucumán

se constituyeron en

asamblea en marzo de

1816 y designaron

presidente a Francisco

Laprida. El 3 de mayo se

eligió Director Supremo

a Juan Martín de

Pueyrredón. El 9 de julio

se declaró que era

“voluntad unánime e indubitable de estas provincias

romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes

de España, recuperar los derechos de que fueron

despojados e investirse del alto carácter de nación libre e

independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y

metrópoli”. Algunos días después los propios diputados

juraron defender la independencia y deliberadamente

agregaron en la fórmula del juramento que se opondrían a

“toda otra dominación extranjera”, con lo que se detenían

las gestiones a favor de un protectorado inglés.

No hubo consenso respecto a la forma de gobierno que

adoptarían las Provincias Unidas; algunos proponían una

monarquía constitucional. El Congreso postergó el

problema, mientras se acentuaba la tensión interna entre

el gobierno de Buenos Aires y las provincias del Litoral,

alineadas tras la política federalista de Artigas. La

situación se había agravado con la invasión de la Banda

Oriental por los portugueses, promovida desde Buenos

Aires, frente a la cual Artigas combatía con los pobres

recursos de los paisanos que lo seguían. En enero de 1817

los portugueses ocuparon Montevideo y obligaron a los

orientales a replegarse hacia el límite con las provincias

argentinas.

La caída del poder central

Entre Ríos y Santa Fe aceptaron la autoridad de Artigas,

llamado “Protector de los pueblos libres”, y desafiaban a

Buenos Aires, a cuyas tropas derrotó el “supremo

entrerriano” Francisco Ramírez en 1818. San Martín

triunfaba en Maipú, asegurando la independencia de

Chile; pero sus victorias no fortalecían a Buenos Aires

porque San Martín estaba decidido a no participar con sus

tropas en la guerra civil. Frente a las fuerzas del Litoral el

Directorio se veía cada vez más débil.

Dos veces vencedor de las tropas del Directorio,

Estanislao López se propuso organizar institucionalmente

la provincia de Santa Fe y promovió en 1819 la sanción

de una constitución provincial, decididamente

democrática y federal. Ese mismo año, el Congreso

Nacional que ahora sesionaba en Buenos Aires, había

sancionado una carta constitucional para las Provincias

Unidas inspirada por principios aristocráticos y

centralistas. La reacción provinciana contra la

Constitución Nacional de 1819 fue categórica.

La crisis no se hizo esperar.

El director Rondeau recurrió a

la movilización de las milicias

y se enfrentó en la cañada de

Cepeda con las tropas del

Litoral al mando de Ramírez

y López el 1° de febrero de

1820: su derrota fue

definitiva.

Los vencedores exigieron la

desaparición del poder

central, la disolución del

Congreso y la plena

autonomía de las provincias.

También Buenos Aires se

constituyó como provincia

independiente y su primer gobernador, Sarratea, firmó el

23 de febrero de 1820 con los jefes triunfantes el tratado

del Pilar, en el que se admitía la necesidad de organizar

un nuevo gobierno central, pero sobreentendiendo la

caducidad del que hasta entonces existía en Buenos Aires.

Con el Tratado del Pilar terminaba una época: la de las

Provincias Unidas, durante la cual pareció que la unión

era compatible con la subsistencia de la estructura del

antiguo virreinato. Ahora comenzaba otra: la época de la

desunión de las provincias, durante la cual los grupos

regionales, los grupos económicos y los grupos

ideológicos opondrían sus puntos de vista para encontrar

una nueva fórmula para la unidad nacional.

Bibliografía:

- A.A.V.V., Nueva Historia Argentina, Buenos

Aires. Sudamericana, Tomos III.

- HALPERIN DONGHI, T., Historia Argentina.

De la revolución de independencia a la

Confederación rosista, Buenos Aires, Paidós,

2000.

- ROMERO, J. L., Breve historia de la Argentina,

Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica,

2009.

- TERNAVASIO, M., Historia de la Argentina.

1806 – 1852, Buenos Aires, Ed. Siglo XXI,

2009.

Federalismo y centralismo como formas de república

En una república federal, las provincias o Estados se

integran para formar un gobierno central que las

engloba y unifica, conservando su autonomía, es

decir, tienen su propia Constitución, eligen su

gobernador y Congreso locales, establecen sus leyes

particulares y deciden y organizan sus asuntos

internos.

En una república centralista, todos los niveles de

gobierno provincial, municipal, etc., están

subordinados al poder central establecido en la

capital. Una única Constitución y una legislación

unificada rigen dentro de todo el territorio.